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Los premios y la exaltación del

hombre
Escrito por Andrés Southall en 26 Julio 2016. Publicado en Mensajes bíblicos

“Prosigo hacia
la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en
Cristo Jesús” Filipenses 3:14
Hace algún tiempo que me doy cuenta del gran espacio que los medios
informativos vienen dedicando a los premios concedidos a las personas que
se destacan en la sociedad. Parece que casi diariamente se nos informa acerca
de alguien a quien se ha premiado por su trabajo y, de esta forma, nos hemos
familiarizado con una serie de nombres prestigiosos: Los Nobel, el Príncipe
de Asturias, los Oscar, los Goya, los Grammy, etc.
Seguramente hay quienes dirían que esta proliferación de premios demuestra
que el hombre está aportando al mundo cada vez más obras dignas del
reconocimiento público, y que esto debe ser una buena señal de cara al
futuro. Mi opinión personal no va en la misma línea.
Dudo mucho que Dios apruebe la existencia de estos premios. Por un lado,
no me deja de llamar la atención el hecho de que casi siempre se les concede
a personas que ya han alcanzado la fama de su vida profesional. ¿Para qué
quieren o necesitan un mayor reconocimiento público? Un ejemplo de esto
podría ser los determinados futbolistas que han recibido premios durante los
últimos meses. Pienso que es cuestionable que estén haciéndole un bien a la
sociedad unos hombres cuyo trabajo consiste en dar patadas y cabezazos a
un balón. ¡Les pido disculpas a los aficionados al futbol profesional!
Hablando más en serio, creo que esta obsesión por los premios se debe a que,
desde la caída del hombre en el Edén, nuestra humanidad busca su propia
exaltación, reclamando para sí la gloria que le corresponde sólo al Dios
Todopoderoso. Una de las consecuencias de dominio del pecado sobre el
corazón es que alimenta el deseo de crear ídolos, y por esta palabra no me
refiero solamente a las imágenes que son llevadas en las procesiones
religiosas, sino también a los actores, cantantes, deportistas y otras figuras
de la vida pública cuyos “fans” se alegran enormemente cuando se les
concede un premio por sus “grandes éxitos”. Cuando se le exalta al hombre
por la grandeza de sus obras, se pasa por alto la gloria de su Creador. En
realidad ninguno de nosotros merece un premio, por mucho que otras
personas reconozcan la aportación que hayamos hecho con nuestro trabajo a
la sociedad.
Entonces, ¿qué quería decir el Apóstol Pablo cuando habló de obtener el
premio del supremo llamamiento de Dios? ¿Se exaltaba a sí mismo
declarándose merecedor del don divino de la vida eterna? Para responder
acertadamente a estas dos preguntas tenemos que fijarnos en las tres últimas
palabras de la afirmación de Pablo, o sea, “en Cristo Jesús”.
El apóstol reconocía así el hecho de que Cristo ya había ganado para él el
premio eterno mediante su muerte y resurrección. Como podemos leer en el
capítulo segundo de la misma epístola a los Filipenses, después que Jesús se
hubiese humillado en su muerte, Dios le exaltó en su resurrección. Y, según
nos dice Santiago en el versículo 10 del capítulo 4 de su epístola, Dios
exaltará a todos aquellos que al igual que hizo Pablo, se humillen ante Él, y
reciban a su Hijo como Señor y Salvador, confiando plenamente en Él todos
los días de nuestra vida.

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