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La felicidad en Epicuro

En las demás tareas de la vida sólo después de terminadas


les llega el fruto, pero en la búsqueda de la verdad corren
a la par el deleite y la comprensión, pues no viene el gozo
después del aprendizaje sino que se da el aprendizaje a la
vez que el gozo (SV 27).

1. Introducción

En este trabajo me propongo llevar a cabo un análisis del concepto de felicidad desarrollado por
Epicuro. Antes haré un recorrido por los aspectos más importantes de su filosofía para mostrar qué
papel juega dicho concepto en ella. Por último, he elegido la novela Rojo y negro de Stendhal para
relacionarla con las ideas de este filósofo.

2. Vida y contexto histórico de Epicuro

Epicuro nació en la isla de Samos en el 341 a.C. Sus primeras influencias filosóficas le llegaron con
Pánfilo, un platónico, y Nausífanes, de la escuela de Demócrito. A los dieciocho años fue a Atenas a
cumplir con el servicio militar. Más tarde estableció su propio círculo filosófico primero en Mitilene
y luego en Lámspsaco. A los treinta y cuatro años volvió a Atenas, donde fundó su escuela: el
Jardín.
Esta comunidad contrastaba bastante con la Academia y el Liceo. Era un huertecillo en el que se
reunían amigos con principios comunes, retirados de la vida civil (se admitían mujeres y esclavos).
No eran tanto estudiantes que “estudiaban una materia”, cuanto hombres y mujeres dedicados a un
cierto estilo de vida muy frugal, de pequeñas alegrías cotidianas. Epicuro incluso contaba con
seguidores fuera de Atenas, con los que se mantenía en contacto por correspondencia, de ahí que el
epicureísmo haya sido llamado “la única filosofía misionera producida por los griegos”. Y no en
vano, pues el evangelio epicúreo se extendió por todo el mundo mediterráneo, incluida -años
después- Roma. Los mayores antagonistas de este movimiento fueron primero los filósofos rivales,
especialmente los estoicos, y, más tarde, el cristianismo.1
Epicuro vivió una época de inestabilidad política y desilusión privada. Alejandro había tratado de
unificar a griegos y persas, a macedonios y a otros bárbaros orientales y quiso asentar las bases de
una comunidad política mucho más abierta y universal que las comprendidas en los marcos
tradicionales de las polis griegas. De sus conquistas surge un nuevo mundo histórico en un ámbito
impregnado de cultura griega y su creación responde a un nuevo sentimiento humanitario y
cosmopolita que Alejandro inventó en su praxis histórica antes de que se expresara en una teoría.
Junto con la polis desapareció también el sentimiento ciudadano de pertenecer a una comunidad
autosuficiente y libre que gracias a la colaboración activa y ferviente de todos sus miembros
subsiste y progresa, y con ello el ideal de hombre libre que se ocupa ante todo de la política patria y
es responsable ante su ciudad de su conducta. El destino de los ciudadanos no estaba ya en sus
propias manos, sino en las del monarca correspondiente, y, acaso, por encima de él, en las de la

1 Long, Anthony A. La filosofía helenística. Madrid: Alianza, 2004. p.p. 25, 26, 27 y 28.
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Tyche, la Fortuna o el Azar. Surge una notoria sensación de inseguridad frente a un mundo que ha
dejado de ser claro, limitado y preciso. Y como respuesta se desarrolla un creciente individualismo.
En la crisis ciudadana el individuo trata de procurar solo por sí mismo, por su familia y sus bienes,
desentendiéndose de los demás. El destino político quedaba, o eso parecía, demasiado expuesto a
los vaivenes del azar y a las decisiones de los violentos caudillos o monarcas.2
Aristóteles, cuyo pensamiento político ofrece un notorio sesgo conservador y “antiutópico”,
pensaba que el hombre no se bastaba a sí mismo para alcanzar la eudaimonía, sino que necesitaba
vivir en comunidad. Negaba la autosuficiencia del individuo para poder seguir justificando la
educación al servicio de la polis. Frente a esta visión, los cínicos reaccionaron con radicalidad
defendiendo un individualismo extremo. Tanto los epicúreos como los estoicos recogieron el reto a
las instituciones sociales lanzado por los cínicos y reivindicaron que la auténtica independencia
básica no es la de la polis sino la del individuo.3
La sociedad que se encontró Epicuro, como la mayoría de las sociedades, valoraba la riqueza, el
status, los atributos físicos y el poder político entre los mayores bienes humanos. Epicuro vio que la
gente, como los átomos, son individuos, y que muchos de ellos andan vagando en el vacío.4

3. La finalidad de la filosofía de Epicuro

Epicuro considera que la filosofía tiene una función utilitaria, más que un teorizar o un saber
científico, es una actitud personal, “una actividad que con palabras y razonamientos proporciona
una vida feliz”.5 “Vano es el discurso de aquel filósofo por quien no es curada ninguna afección del
ser humano. Pues justamente como no asiste a la medicina ninguna utilidad si no busca eliminar las
enfermedades de los cuerpos, igualmente tampoco de la filosofía si no busca expulsar la afección
del alma”.6
Por la analogía utilizada vemos en Sócrates, que consideraba la filosofía “un cuidado del alma”, un
claro precedente de Epicuro. Sócrates y Epicuro son paradigmas de dos grandes fes o, más bien, de
dos religiones laicas: la fe y la religión de la justicia y la fe y la religión de la vida.7 El filósofo no es
solo el que busca una sabiduría para la vida, sino el que sabe vivir con su saber.8 Para esta liberación
filosófica es necesario el conocimiento científico de la realidad. Frente a las vanas presunciones,
suposiciones y supersticiones, solo el conocimiento real de la Naturaleza nos garantiza la ataraxía
(serenidad de ánimo).9 “Si no explicas, además, en cada momento, cada uno de tus actos por
referencia al fin que les impuso la Naturaleza sino que antes de eso recurres a cualquier otro criterio
cuando tratas de rehuir o conseguir algo, no serán tus actos consecuentes con tus razonamientos”10.
“Sí, al menos yo preferiría practicar la sinceridad en mis investigaciones y así vaticinar lo que
conviene a todas las personas, aun en el caso de que nadie vaya a comprenderlas, más que
conformarme con las opiniones vulgares y así granjearme el elogio que fluye a raudales de la
corriente del vulgo”11.
El conocimiento de la Naturaleza queda subordinado a la finalidad de todo saber humano, que es la

2 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p.p. 18, 19, 20 y 21.
3 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 34.
4 Long, Anthony A. La filosofía helenística. Madrid: Alianza, 2004. p. 78.
5 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 54.
6 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 117.
7 Reale, G. y Antiseri, D. Historia del pensamiento filosófico y científico. Barcelona : Herder, 2001. p. 223.
8 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 56.
9 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 57.
10 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 96.
11 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 101.
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obtención de la felicidad. No es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar la serenidad del
ánimo. Aunque también es una condición indispensable.
Vemos que hay una oposición entre Naturaleza y enseñanza social corrompida. Para Epicuro
llegamos al mundo como criaturas vivientes sanas, pero poco después nos topamos con fuerzas
exteriores que nos corrompen (supersticiones religiosas que nos enseñan el temor de los dioses y de
la muerte, conversaciones que glorifican la riqueza y el poder...)12. Así, la Naturaleza se considera
como una noción normativa, oponiéndose a “las vanas opiniones”.
La visión de lo desacertado como algo vacuo responde a esa concepción de la sociedad y de la
cultura que ella segrega como una deformación encubridora de la realidad. La sociedad mistifica, en
su retórica habitual, lo auténticamente natural y dificulta así el acceso del individuo a la felicidad.
De ahí que el epicureísmo se enfrenta a la cultura tradicional (paideía). No entendida como
progreso material, sino como repertorio de ideales y normas de conducta. Epicuro la rechaza como
algo superfluo para la felicidad individual. La ética tradicional griega estaba basada en una
competición continua, en la que la virtud se sometía a un enfrentamiento por obtener el primer
premio. La areté que se premia con la aprobación social y admiración popular no consiste solo en
“ser bueno” en tal o cual respecto, sino en “ser mejor”. Y las recompensas al que posee y demuestra
esa virtud son la buena reputación, la fama y la peeminencia política13.
“Una vida libre no puede conseguir muchas riquezas, porque eso no es fácil de hacer sin dar cabida
al servilismo de la turba o de los poderosos, sino que las logra todas mediante una continua
liberalidad. Pero si por casualidad consigue muchas riquezas, incluso ésas llegaría a distribuirlas sin
dificultad alguna para hacerse con la benevolencia del prójimo”14. “No disipa la inquietud del alma
ni origina alegría que merezca tal calificativo ni la más grande riqueza que exista ni la estima ni el
respeto del vulgo ni ningún honor que se deba a razones insignificantes”15.
Epicuro también recomendaba la renuncia al quehacer político. No postulaba que debiera arriesgar
su tranquilidad intentando remediar los descarríos de la sociedad, alienada en un mundo de falsos
ideales. No intentaba una subversión de los valores establecidos por medio de una revolución de
masas, ni siquiera por una utópica ascensión al poder de los filósofos de su secta. Renunciaba a toda
competición por adquirir poderes, riquezas y éxitos sociales. No quería arriesgar la felicidad
personal, actual, al alcance de la mano, por nada16.
Epicuro pensaba que no era posible ser feliz si no se era autosuficiente, es decir, capaz de
gobernarse a uno mismo y con plena libertad de acción. Como ya he dicho, esto se oponía a la
visión social del hombre que defendían Platón y Aristóteles17. “El fruto más delicioso del propio
contento es la libertad”18.
Si bien Epicuro muestra un gran distanciamiento tanto de sus filósofos contemporáneos como de la
tradición inmediatamente anterior, la oposición más extrema es la que le enfrenta a Platón. El
platonismo representa lo opuesto al epicureísmo en casi todos sus aspectos: mientras que el
platonismo postula duplicidad de mundos, separación de cuerpo y alma, carácter divino e inmortal
del alma, desprecio del cosmos físico y anhelo de un orden trascendente, creencia en unos valores
éticos absolutos y paradigmáticos en el mundo de las Ideas, y exigencia de una nueva ordenación
social para establecer el reino de la justicia mediante el gobierno de los filósofos. Epicuro sostiene,
precisamente, las tesis contrarias: un único mundo, sensible y material; un único conocimiento de lo

12 Nussbaum, M. La terapia del deseo. Teoría y práctica en la ética helenística. Barcelona : Paidós, 2003. p.p. 144 y
145.
13 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 57.
14 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 104.
15 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 105.
16 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 65.
17 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 68.
18 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 105.
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real, fundado en la sensación de nuestros sentidos; el alma es también corporal y con el cuerpo
perece, al disgregarse sus átomos; existen los dioses pero no tienen que ver con los astros ni con la
teleología universal; los placeres básicos son los del cuerpo; la moral es humana y relativa; el bien
no es algo objetivo y trascendente, sino que está siempre referido al placer19.

4. Teoría del conocimiento

En Epicuro hay una acentuada conexión entre teoría y praxis: según su epistemología los sentidos
son totalmente dignos de confianza y todo error procede de la creencia. Puesto que la sociedad y sus
enseñanzas se demuestran enfermizas e indignas de confianza, hemos de confiar en un juez que se
mantenga al margen de esas enseñanzas. Epicuro percibe sagazmente las consecuencias que su
epistemología tiene para su ética. Una afirmación acerca del fin no es algo que haya que demostrar
con sutiles argumentos, pues la argumentación sutil no es la herramienta cognoscitiva firme y
segura que algunos piensan que es, sino algo que se deja pervertir fácilmente por la cultura; por el
contrario, debemos contrastar esa afirmación consultando nuestros sentidos y nuestros
sentimientos20.
Toda sensación es irracional y no participa de la memoria de ningún modo. Ni por sí misma ni
movida por otro puede añadir o restar nada. La sensación, que nos da a través de nuestros sentidos
los datos originales es el primer criterio de veracidad y es irrefutable. Los demás criterios tienen
como fundamento ese testimonio de los sentidos, que reciben los estímulos del mundo exterior: el
fenómeno se da en su indiferencia infrarracional.
Las afecciones o “sentimientos” (páthe) representan las respuestas inmediatas del sujeto ante los
datos sensibles. Por páthe entiende Epicuro las reacciones básicas de placer y de dolor ante las
sensaciones. También esas sensaciones nos ofrecen un testimonio válido y veraz de la experiencia
inmediata, a la vez que son los criterios de cómo debemos actuar. En la esfera de lo moral, la esfera
de las elecciones y la acción, por tanto, nos referimos a nuestros sentimientos cuando hacemos
nuestras elecciones y decidimos lo que debe ser evitado21. Así, la experiencia subjetiva supone un
“examen de la realidad”22 y es la Naturaleza quien da las pautas del verdadero conocimiento y de la
recta conducta.
“Si descartas a la ligera cualquier sensación y no distingues entre una opinión que está pendiente de
confirmación y la que está ya confirmada por el criterio de la sensación, los sentimientos y
cualquier enfoque esclarecedor de la inteligencia, echarás a perder por tu estúpida opinión también
las restantes sensaciones, con lo que descartarás la totalidad de los criterios”23.
Si cabe aplicar etiquetas a un filósofo, a Epicuro habría que denominarlo un empirista. Así es, al
menos, cómo él habría querido ser recordado, y el empirismo proporciona la más clara conexión
interna entre sus diferentes ideas24.

5. Teoría física

Epicuro toma de Demócrito la teoría atomista y afirma que átomos y vacío son las entidades últimas
que constituyen el mundo. Hay que notar que esto es una afirmación metafísica, no es algo que el
19 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p.p 73 y 74 .
20 Nussbaum, M. La terapia del deseo. Teoría y práctica en la ética helenística. Barcelona : Paidós, 2003. p. 146.
21 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 83.
22 Long, Anthony A. La filosofía helenística. Madrid: Alianza, 2004. p. 69.
23 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p.p. 95 y 96.
24 Long, Anthony A. La filosofía helenística. Madrid: Alianza, 2004. p. 31.
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pueda probar o verificar directamente de las sensaciones, con o sin ayuda de experimentación. Tiene
que establecerlo proponiendo ciertos axiomas y suponiendo la validez de ciertos métodos de
inferencia25.
No hay un estado previo de caos al que haya seguido un cosmos, es decir, un ordenamiento
impuesto por algún agente externo al proceso de la materia misma. Todo fue así como es ahora y lo
seguirá siendo, una combinación infinita de átomos y vacío. Los átomos colisionan, se engarzan en
compuestos y se empujan y envuelven en complicadas tramas. Ello es debido a las desviaciones que
se producen automáticamente en su trayectoria. Esa desviación (parénklisis) es un estupendo
añadido de Epicuro a la teoría de Demócrito. Es uno de los puntos centrales de la Física, que va a
tener también una gran importancia en la Ética, puesto que esa “espontaneidad interna” que se
concede con esa teoría a los átomos se revela muy útil en la defensa de la libertad del individuo,
que, como los átomos, escapa así al rígido determinismo natural que amenaza, tanto en el sistema
de Demócrito como en el de los estoicos, su actuación y su decisión26.
La teoría atomista interesó a Epicuro por otras razones, no ya meramente teóricas. Si todos los
acontecimientos y todas las sustancias pueden ser explicadas por referencia a unos átomos que se
mueven necesariamente en el espacio vacío, tanto la causalidad divina como sus equivalentes más
elaboradas -las Formas y el Demiurgo de Platón; el Primer Motor de Aristóteles-, resultan
superfluas. Epicuro sostenía que las creencias en un gobierno divino del cosmos y el destino
humano eran la causa principal de la incapacidad humana para vivir una vida serena27.
No existe finalidad trascendente que ordene los infinitos procesos de composición y
descomposición. Epicuro rechaza el aspecto teleológico de la Naturaleza: el cosmos es fortuito y
autónomo28.
Todo es material, y no existe nada incorpóreo, a no ser el vacío. También el alma es, por tanto, un
cuerpo, formado de la agregación sistemática de átomos, unido al cuerpo. El alma por sí sola no
vive ni siente ni piensa, solo realiza estas funciones en el conjunto psicosomático que es el
organismo vivo. Siente con los sentidos del cuerpo y mueve al cuerpo desde dentro de él. La muerte
es simultánea para ambos. No existe más vida que la presente y terrena: Epicuro ofrece aquí una
base para el rechazo de todo tipo de recelos y temores a los castigos y tormentos de ultratumba29.

6. Ética

Los textos de Ética más importantes de Epicuro son la Carta a Meneceo y las Máximas Capitales.
La primera comienza con una exhortación al filosofar: Epicuro recomienda desentenderse de la
edad justa para dedicarse a esa tarea vital de la filosofía, que es esencialmente una actitud anímica y
necesidad del espíritu y del cuerpo. Por ello se nos anuncia aquí con júbilo que siempre es tiempo
de filosofar y que el filosofar ayuda a superar el tiempo30.
“Ni por ser joven demore uno interesarse por la verdad ni por empezar a envejecer deje de
interesarse por la verdad. Pues no hay nadie que no haya alcanzado ni a quien se le haya pasado el
momento para la salud del alma. Y quien asegura o que todavía no le ha llegado o que ya se le ha
pasado el momento de interesarse por la verdad es igual que quien asegura o que todavía no le ha
llegado o que ya se le ha pasado el momento de la felicidad. De modo que debe interesarse por la
verdad tanto el joven como el viejo, aquél para al mismo tiempo que se hace viejo rejuvenecerse en
25 Long, Anthony A. La filosofía helenística. Madrid: Alianza, 2004. p. 30.
26 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 112.
27 Long, Anthony A. La filosofía helenística. Madrid: Alianza, 2004. p. 30.
28 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 115.
29 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 119.
30 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 132.
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dicha por la satisfacción de su comportamiento pasado, y éste para al mismo tiempo que es viejo ser
joven por su impavidez ante el futuro. Así, pues, es menester practicar la ciencia que trae la
felicidad si es que, presente ésta, tenemos todo, mientras, si está ausente, hacemos todo por
tenerla”31.
Por su parte, las primeras Máximas Capitales exponen la fórmula del Tetrafármaco o “cuádruple
remedio”32: “la divinidad no es temible, somos insensibles a la muerte, el bien es fácil de procurar y
el mal fácil de soportar”.
“El ser dichoso e inmortal ni tiene preocupaciones él mismo ni las causa a otro, de modo que no
está sujeto ni a enfado ni a agradecimiento. Pues tales sentimientos residen todos ellos en un ser
débil”33.
“La muerte no tiene nada que ver con nosotros. Pues el ser, una vez disuelto, es insensible, y la
condición insensible no tiene nada que ver con nosotros”34.
“El límite máximo de la intensidad del gozo es la supresión de todo dolor. Y en donde haya gozo,
durante el tiempo que esté, dolor ni sufrimiento ni ambas cosas a la vez”35.
“El dolor no se prolonga indefinidamente en la carne, sino que el dolor extremo dura poquísimo
tiempo, y el que solo consigue superar el gozo que embarga a la carne no acompaña a éste durante
muchos días. Y las enfermedades de larga duración tienen una mayor dosis de gozo que del mismo
dolor”36.
Un punto clave de la Ética epicúrea es tratado en estos dos textos: la clasificación de los deseos.
“Debemos darnos cuenta, por un acto de reflexión, de que los deseos unos son naturales, y otros
vanos, y que los naturales unos necesarios y otros naturales sin más. Y de los necesarios unos son
necesarios para la felicidad, otros para el bienestar del cuerpo, y otros para la propia vida”37.
“De los deseos, unos son naturales y necesarios y otros naturales y no necesarios, y otros ni
naturales ni necesarios sino que resultan de una opinión sin sentido”38.
“Los deseos que son naturales y que, incluso así, aunque no sean satisfechos, no se trocan en dolor,
y en los que el ardor resulta intenso, se originan por una opinión sin consistencia, y no se disipan no
por culpa de su intrínseca sustancia sino por culpa de la necia estupidez del hombre”39.
Como ya vimos antes, la Naturaleza tiene una función normativa en nuestro comportamiento.

6.1 Del placer como bien supremo:

“Pues una interpretación acertada de esta realidad sabe condicionar toda elección y repulsa a la
salud del cuerpo y a la imperturbabilidad del alma, ya que éste es el fin de una vida dichosa. Pues
todo lo que hacemos lo hacemos por esto, para no sentir dolor ni temor. Y una vez que este objetivo
se cumple en nosotros, se disipa todo el tromento del alma, al no tener la persona que ir en busca de
algo que le falta ni buscar otra cosa con la que se completará el bien del alma y el del cuerpo. Pues
tenemos necesidad de gozo solo en el momento en que sentimos dolor por no estar con nosotros el
gozo, pero cuando no sintamos dolor ya no estamos necesitados de gozo. Por esta razón afirmamos
que el gozo es el principio y el fin de una vida dichosa”40.

31 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 87.


32 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 132.
33 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 93.
34 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 93.
35 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 93.
36 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 93.
37 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 89.
38 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 96.
39 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 96.
40 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 89.
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“Pues hemos comprendido que ése es el bien primero y congénito a nosotros, y condicionados por
él emprendemos toda elección y repulsa y en él terminamos, al tiempo que calculamos todo bien
por medio del sentimiento como si fuera una regla. Y en razón de que ése es el bien primero y
conatural a nosotros, por eso mismo tampoco aceptamos cualquier gozo sino que hay veces que
renunciamos a muchos gozos cuando de éstos se derivan para nosotros más dolores que gozos, y
hay veces que consideramos muchos dolores mejores que los gozos, concretamente cuando, tras
haber soportado durante mucho tiempo los dolores, nos sigue un gozo mayor.
Así pues, todo gozo es cosa buena, por ser de una naturaleza afín a la nuestra, pero, sin embargo, no
cualquiera es aceptable. Exactamente igual que también todo dolor es cosa mala, pero no cualquiera
debe ser rechazado siempre por principio”41.
Al asentar que el placer (hedone) es el comienzo y fundamento (arche) y la culminación y término
(télos) del vivir feliz, señala Epicuro el objetivo de la ética, que trata de lo que debemos buscar y de
lo que debemos evitar para alcanzar ese vivir feliz que es el fin de nuestro existir. La consecución
del placer y la evitación del dolor es lo que guía nuestras elecciones y rechazos de modo natural.
Así el principio del placer constituye la meta de nuestro actuar. El placer es un bien connatural a
toda criatura animal, y el hombre se conforma así a una norma universal al buscar la felicidad en el
placer. La veracidad de esta norma procede, como ya habíamos señalado, de una experiencia
básica, de algo que nuestros sentidos y sensaciones atestiguan de continuo como un hecho nudo e
inmediato, como un dato primario de nuestra sensibilidad, con un sentimiento espontáneo.
Epicuro hace una doble distinción de los tipos de placer: entre los placeres cinéticos y
catastemáticos, y entre los placeres de la carne y los del espíritu.
Sostiene que el placer fundamental no es una agitación de nuestra sensibilidad, no es el placer
cinético, sino el catastémico (“estable” o “constitutivo”). Luego los placeres cinéticos están
subordinados a los catastémicos.
No hay más que dos sentimientos básicos, ya que la privación del dolor es el límite del placer,
negando así la posibilidad de un estado intermedio y negando a la vez el placer mixto (mezcla de
placer y dolor). “El límite máximo de la intensidad del gozo es la supresión de todo dolor. Y en
donde haya gozo no hay, durante el tiempo que esté, dolor ni sufrimiento ni ambas cosas a la vez”42.
El placer es algo positivo, ya que es connatural y propio de nuestro organismo vivo, mientras que el
dolor le es ajeno, y la naturaleza nos ha destinado al placer, que en tanto que ausencia de dolor es,
simplemente, “la negación de una negatividad”. Epicuro afirma que el placer está enraizado en
nuestra sensibilidad, y que, precisamente por ello, no es ilimitado sino que la Naturaleza misma ha
fijado sus límites43.
“La carne requiere límites ilimitados para su gozo, y solo un tiempo ilimitado se los procura. En
cambio el pensamiento, al tomar conciencia del fin a que está destinada la carne y del límite que le
ha sido impuesto, nos procura la vida perfecta, y ya no necesitamos nada más un tiempo ilimitado,
sino que el pensamiento ni rehúye el gozo ni cuando las cuitas preparan el fin de la vida termina
como si le faltara algo para una vida maravillosa”44.
“Quien conoce los límites impuestos a la vida sabe que es fácil de procurar lo que elimina el dolor
producido por falta de algo y lo que hace perfecta la vida. De modo que no necesita en absoluto
tareas que entrañan competencias”45.
Esa hedone que Epicuro señala como télos de la existencia coincide con el vivir feliz.
El vocablo hedone tiene un amplio sentido en nuestro filósofo: lo emplea tanto para referirse a la
ausencia de dolor (que incluye la ataraxía o ausencia de turbación en el alma, y a la aponía o
41 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p.p. 89 y 90.
42 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 93.
43 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 153.
44 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 95.
45 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 95.
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ausencia de dolor en el cuerpo) como a los movimientos de la sensibilidad o “placeres cinéticos”, de


ahí que no siempre sea adecuada su traducción por “placer”. Según Gª. Gual: <<en castellano
podríamos, y debemos hacerlo, utilizar los vocablos de “gozo” y “goce”, junto al de “placer”, para
indicar los aspectos que el vocablo hedone recubre en sus varios contextos. La hedone catastemática
de Epicuro corresponde a lo que en francés se llama la joie de vivre: “el gozo de vivir”.>>46
Aclaremos ahora la distinción entre los placeres de la carne y los del alma:
Según Epicuro la felicidad perfecta viene dada por la ausencia de dolor en el cuerpo (aponía) y de
turbación en el alma (ataraxía), que son placeres catatastemáticos.
¿Qué relación existe entre ellos?
Epicuro trata de dejar muy claro que los placeres básicos son los de nuestros sentidos corporales,
los de la carne. El equilibrio corporal es el fundamento del gozo. “El grito del cuerpo es éste: no
tener hambre, no tener sed, no tener frío. Para quien consiga eso y confíe que lo obtendrá competirá
incluso con Zeus en cuestión de felicidad”47.
Sin embargo, consideraba más graves los dolores y mayores los placeres del alma que los del
cuerpo, “porque mientras la carne solo sufre (y goza) en el presente, el alma experimenta dolor (y
placer) por el presente, el pasado y el futuro”. Conviene cuidarse mucho más de la disposición
buena de la mente que de la del cuerpo, sin negar que éste presenta unas urgencias básicas. Además,
la mente tiene un cierto poder para contrarrestar el dolor físico.48
“Un alma desgraciada hace al ser ávido hasta el infinito de que le resulte perfecto su multiforme
régimen de vida”49.

6.3 El cálculo de los placeres:

El hedonismo de Epicuro es domesticado, razonado y razonable, de una cordura que, apuntando al


placer como objetivo último, se encamina hacia la felicidad por una senda ascética y calculada. La
conducta prudente establece su decisión sobre ese cálculo de las ventajas e inconvenientes de los
placeres que se nos ofrecen, para encontrar en ese equilibrio la norma de una felicidad estable.50
“El gozo que hay en la carne no crece indefinidamente una vez que es suprimido el dolor nacido de
la falta de algo, sino que únicamente adquiere matices particulares. En cambio el colmo del gozo
del pensamiento lo origina el análisis de todas estas cuestiones y las afines a éstas, que son las que
procuran al pensamiento los mayores temores”51.
Con ese razonamiento orientado a una sabiduría práctica, con astucia seleccionadora, la pauta ética
coincide con la sensatez (equivalente a la tradicional templanza). Pero no porque se haya buscado
tal virtud por ella misma, sino porque la práctica de semejante virtud y el cálculo utilitario
coinciden52. La sensatez, piensa Epicuro, es más importante que la misma filosofía.
“No hay una vida gozosa sin una sensata, bella y justa, ni tampoco una sensata, bella y justa, sin una
gozosa. Todo aquel a quien no le asiste este último estado no vive sensata, bella y justamente, y
todo aquel a quien no le asiste lo anterior, ése no puede vivir gozosamente”53.
Las virtudes resultan “connaturales a la vida feliz” en cuanto que conllevan placer, pero no por sí
mismas.
“Debemos apreciar la belleza, la virtud y las cualidades de índole semejante, siempre que

46 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 156.


47 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 101.
48 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p.p. 162 y 163.
49Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 104.
50 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 186.
51Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 95.
52 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 187.
53Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 93.
9

proporcionen gozo, pero si no lo proporcionan hay que decirles adiós muy buenas y dejarlas”54.
“Yo invito a gozos continuos y no a virtudes vanas, sin sentido y que llevan en sí confusas
esperanzas de disfrute”55.

6.3 La amistad:

“De todos los medios de los que se arma la sabiduría en la vida el más importante con mucho es el
tesoro de la amistad”56.
Para los epicúreos la amistad es una de las mayores fuentes de felicidad. Tiene por objetivo la
adquisición del placer y su raíz está en la conveniencia mutua. La necesidad y el trato fundan la
amistad en una clara perspectiva utilitaria. La amistad proporciona una ayuda benéfica contra el
aislamiento y la sociedad extraña, es en primer lugar un recurso de auxilio, favorable para la
seguridad personal57. Aunque pronto se supera la base utilitaria de la amistad, haciéndose deseable
por sí misma al florecer el afecto libre entre los amigos, que llegan a estar dispuestos a sacrificarse
unos por otros. Éste es un punto algo paradójico en la doctrina epicúrea.
“La amistad recorre el mundo entero proclamando a todos nosotros que despertemos ya a la
felicidad”58.

7. La felicidad epicúrea en Rojo y negro

He elegido esta novela no porque sus personajes sean epicúreos ejemplares, sino precisamente
porque no lo son. Veamos el argumento antes de entrar en explicaciones.
La historia tiene lugar en 1830 en la Francia de la Restauración borbónica, un periodo convulso y de
muchos cambios políticos. El protagonista es Julián Sorel, un hijo de carpintero despreciado por su
padre que lee a Rousseau y a Horacio y sueña con vivir aventuras. Un buen día Julián entra como
preceptor en la casa Rénal, donde conoce la mujer de la casa, Madame de Rénal. Allí tiene que
ocultar sus ideas revolucionarias para trabajar, por lo que su conducta es habitualmente fingida. Él
es perfectamente consciente de la vanidad de las personas a las que sirve y de su hipocresía (enseña
la Biblia en latín, pero él es ateo), pero aun así se impone el deber de aparentar ante ellos, ya que
ambiciona subir en la escala social. Durante su estancia en la casa se autoimpone por mero orgullo
conquistar a Madame de Rénal, quien lo aprecia precisamente en sus momentos de sinceridad y
naturalidad. Ambos terminan enamorándose, y Julián solo encuentra la dicha cuando se comporta
tal como es, sin necesidad de aparentar, con su amante.
Corre el rumor de adulterio por el pueblo, aunque no ha sido confirmado, por lo que Monsieur
Renal, para guardar las apariencias, se desace de Julián. Madame de Renal queda destrozada y
Julián ingresa en un seminario con la intención de obtener relevancia social. Allí continua actuando
hipócritamente y desprecia a sus compañeros, que lo envidian y aborrecen.
Sale del seminario para entrar como secretario en casa del Marqués de la Mole, donde sigue
teniendo que guardar las apariencias. La gente que conoce allí le impresiona al principio, si bien va
descubriendo con el tiempo que, en general, son unos avaros hipócritas. La hija del marqués,
Matilde, aburrida de estar siempre con la misma gente, se enamora (o eso cree ella) de Julián,
precisamente porque lo ve distinto de los demás. Julián, aunque no la ama en absoluto, se propone
conquistarla, sin buscar otra cosa que equipararse o superar a los pretendientes de Matilde.
54 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 109.
55 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 113.
56 Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 96.
57 Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988. p. 214.
58Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012, p. 103.
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Después de alguna que otra aventura y desventura, Julián y Matilde van a casarse (ella está
embarazada), lo que en principio es desaprobado por el Marqués por no ocupar Julián ningún puesto
de relevancia. Para que el matrimonio sea posible sin manchar la reputación de la familia, el
Marqués ofrece a Julián un puesto en el ejército. Pero justo entonces el Marquś recibe una carta de
Madame de Renal, instigada por su confesor, acusando a Julián de seducir a las mujeres de las casas
en las que entraba. Julián cegado por la ira va al pueblo de Madame de Renal y le dispara mientras
estaba en Misa.
Julián ingresa en prisión y termina condenado a muerte, aunque durante su estancia en la cárcel
reflexiona y se arrepiente de su hipocresía y de haber seguido solo las vanas opiniones. Madame de
Renal, que no ha muerto, le perdona y pasan sus últimos momentos en auténtica felicidad, mientras
Julián afronta la muerte sin miedo.

En mi opinión, en esta novela se ve perfectamente la oposición entre Naturaleza y enseñanza social


corrompida que señalábamos antes. Los modelos impuestos por la sociedad confunden los deseos
vanos y los naturales de Julián, que solo es capaz de encontrar la auténtica felicidad en los
momentos en que actúa con sinceridad o cuando, como decía Epicuro, se retira dentro de sí mismo.
Hay también una contraposición entre la búsqueda del placer y el cumplimiento del deber (hay
referencias a Kant), y, como ya he dicho, una crítica a las vanas opiniones del vulgo. Veamos
algunos ejemplos:

“(...)Pero, víctima de su complicado orgullo, hasta en los momentos más dulces pretendió
desempeñar el papel de un hombre acostumbrado a dominar mujeres: hizo increíbles derroches de
atención para malograr sus propios atractivos. En lugar de atender a los arrebatos de amor que
suscitaba y a los remordimientos que despertaban, no olvidó ni un momento la idea del deber.
Temía un remordimiento horrible y un ridículo eterno si se apartaba del modelo ideal que se había
propuesto seguir. En una palabra, lo que constituía la superioridad de Julián fue precisamente lo que
le impidió gustar la felicidad que le salía al paso. Es como una mocita de dieciséis años, con una tez
de rosa, que cometiera la insensatez de ponerse colorete para ir al baile (...)”.59

“(...) En una ciudad de veinte mil habitantes, estos hombres hacen la opinión pública, y la opinión
pública es terrible en un país regido por una constitución. Un hombre dotado de un alma noble,
generosa y que habría podido ser nuestro amigo, pero que habita a cien leguas, nos juzga por la
opinión pública de nuestra ciudad, y esta opinión la hacen los tontos que, por puro azar, han nacido
aristócratas, ricos y moderados. ¡Ay del que se distinga! (...)”60.

“El inconveniente del reinado de la opinión, que por otra parte procura la libertad, es que se mete en
lo que no le incumbe; por ejemplo: la vida privada (...)”61.

59 STENDHAL. Rojo y negro. Madrid : Alianza, 2013. p. 116.


60 STENDHAL. Rojo y negro. Madrid : Alianza, 2013. p. 193.
61 STENDHAL. Rojo y negro. Madrid : Alianza, 2013. p. 636.
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Bibliografía

Long, Anthony A. La filosofía helenística. Madrid: Alianza, 2004.

Gª Gual, Carlos. Epicuro. Madrid : Alianza, 1988.

Nussbaum, M. La terapia del deseo. Teoría y práctica en la ética helenística. Barcelona : Paidós,
2003.

Epicuro. Obras completas. Madrid : Cátedra, 2012.

Reale, G. y Antiseri, D. Historia del pensamiento filosófico y científico. Barcelona : Herder, 2001.

STENDHAL. Rojo y negro. Madrid : Alianza, 2013.


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La felicidad en Epicuro

Eduardo Arranz Sotelo

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