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La política educativa de Cambiemos y las

enseñanzas de Abraham Lincoln


Pablo Imen * (Especial para sitio IADE-RE) | El desmantelamiento educativo y la
formulación de una política sobre la marcha restauradora del neoliberalismo.

“El Consejo Federal de Educación, reunido en Purmamarca, afirma la unánime voluntad de


construir sobre lo construido a lo largo de estos años, en pos de concretar los desafíos
pendientes…”. Así se iniciaba el texto de una declaración del órgano que reúne a las y los
ministros provinciales y al Ministro de Educación Nacional el 12 febrero de 2016. Bajo la
responsabilidad política primaria de Esteban Bullrich la primera acción pública de carácter
nacional planteaba dos cuestiones relevantes. En primer lugar, que en el curso de los gobiernos
kirchneristas hubo avances valiosos en materia de política educativa. En segundo, que tales
conquistas serían respetadas por la nueva gestión de la educación.
En los años 2003-2015 el país –en consonancia con el rumbo regional- desarrolló cambios en
su política pública. En materia de política educacional caben ser destacados[1] algunos
elementos relevantes, entre otros: 1) la producción de una legislación abundante con una fuerte
orientación a la ampliación de derechos (extensión de la obligatoriedad escolar, provisión de
libros y notebooks, etc.) [2] ; 2) Creación de nuevos programas y dispositivos tendientes a
democratizar y enriquecer la vida de la institución escolar (especialmente los programas
socioeducativos como orquestas, clubes juveniles y radios, etc.); 3) Mejoramiento de las
condiciones laborales docentes; 4) Tendencia a la reunificación del sistema educativo nacional;
5) Incremento sostenido del financiamiento educativo; 6) Definición de mecanismos
compensatorios de financiamiento para las provincias más pobres; 7) Intensificación de la
inversión en infraestructura y equipamiento escolar; 8) Generación de modelos de construcción
de la política pública en diálogo con otros actores, especialmente los sindicatos docentes[3] y
las universidades públicas.
Esta política educativa se inscribía, desde luego, en una política pública general fundada sobre
unos valores, inspiradas en determinados principios que se expresaban en todos los campos del
gobierno.
Es importante recordar que el proceso se inició en 2003, y fue un modo de salida de una crisis
orgánica del orden neoliberal-conservador aplicado, con más o menos represión o consenso,
entre el golpe de Estado de 1976 hasta su estallido, los días 19 y 20 de diciembre de 2001.[4]
El acotado triunfo de Cambiemos puede ser explicado por muchas razones, pero sin duda la
eficacia comunicacional ha sido un elemento decisivo para dar cuenta del resultado final en la
segunda vuelta en este acontecimiento. El discurso de campaña tuvo, en efecto, vaivenes
contradictorios pero hay una serie de afirmaciones que no pueden ser obviadas en este análisis:
la promesa de no quitar derechos y proteger a los más vulnerables; de conservar lo que se había
hecho bien. En un spot, por ejemplo, el entonces candidato afirmaba que los maestros “son un
ejemplo para los chicos” y agregaba: “Todos los maestros van a ser respetados, cuidados y bien
remunerados: ese es mi compromiso”.
En materia de política educativa el encuentro de Purmamarca fue el primer ejemplo de la
brecha entre discursos – en primer lugar- y entre discursos y hechos, por otro lado.
Si bien en la Declaración de Purmamarca se formulaba la inminente implantación de una
“revolución educativa”, el primer párrafo parecía reconocer y respetar avances de los gobiernos
anteriores. A pesar de esta promesa comenzó un proceso de desmantelamiento del orden
educativo heredado para dar lugar a una reconfiguración novedosa que combinaba en dosis
variables decires y (des)haceres.

Un discurso brutal
A mediados de septiembre de 2016, en Choele-Choel, Bullrich dijo que “hace muy poquito
cumplimos 200 años de nuestra independencia y planteábamos con el presidente que no puede
haber independencia sin educación, y tratando de pensar en el futuro, esta es la nueva Campaña
del Desierto, pero no con la espada sino con la educación”.
Al mes siguiente, en octubre, el ministro vino a proponer una hipótesis que declaraba fuera de
todo reconocimiento el legado político educativo de Julio Argentino Roca y Domingo Faustino
Sarmiento. En un encuentro ante empresarios, Bullrich afirmó: “No tenemos que dormirnos en
la leyenda del sistema educativo argentino, hay que cambiarlo, no sirve más…no sirve
más…está diseñado para hacer chorizos, una máquina de hacer chorizos, todos iguales. ¿Por
qué? Porque así se diseñó el sistema educativo, se diseñó para hacer empleados en empresas
que tenían que repetir una tarea todo el día, que usaban el músculo, no el cerebro. Y nunca lo
cambiamos”. Esto lo dijo en el marco del 52° coloquio empresarial de IDEA.
En noviembre el ministro intervino en la 22° Conferencia de la Unión Industrial Argentina y
expresó: “Queremos que la educación argentina sea una de las mejores del mundo. Si tenemos
la mejor educación tendremos las mejores empresas del mundo. Para eso debemos preparar
recursos humanos de excelencia. Debemos recorrer juntos el camino. Estoy agradecido de estar
parado acá. Me paro ante ustedes como gerente de recursos humanos, no como ministro de
Educación”.
Estas intervenciones dejan entrever algunas claves del proyecto político educativo y
pedagógico que se propone desplegar Cambiemos, cuya inspiración, contenido y método están
lejos de las promesas de campaña del presidente y también de las promesas de la Declaración
de Purmamarca acerca de construir sobre lo construido.
En orden de anuncios, y de hechos comprobables, la primera cuestión es su decisión de barrer –
campaña del desierto educativa mediante- con todo lo que la propuesta oficial considera
“bárbaro” (para ponerlo en términos de la dicotomía justificatoria contenida en el dilema
“civilización o barbarie”).

Del dicho al hecho


Más allá de las promesas de construir sobre lo construido o, por el contrario, de denunciar la
inviabilidad del viejo sistema educativo y su necesidad de modernización en clave neoliberal,
hay hechos que marcaron evidentes novedades en materia de recomposición tecnocrática y
mercantilista. Veamos algunas acciones.
El despido masivo de equipos del Ministerio de Educación tuvo como uno de los efectos el
virtual desmantelamiento de programas enteros que tenían una cobertura nacional. Digamos
además que tuvo un formato novedoso que se expresó no en el cierre formal de los programas
sino en su vaciamiento conservando un lugar en el organigrama ministerial: desde julio de 2016
se procedió de modo sostenido a la reducción de las plantillas de los programas de Memoria,
Coordinación de Publicaciones, Educación Sexual Integral, Educación y Prevención de
Adicciones, Comunidad y convivencia escolar y Plan de Lectura y las modalidades educativas
de Educación Intercultural Bilingüe, Educación Artística, Contextos de Encierro y Educación
de Jóvenes y Adultos, entre otras líneas de acción.
La descalificación del sistema educativo tradicional, vigente hasta la gestión del propio Bullrich
según la visión del ministro, se reflejó en más acciones concretas. Además de la reducción de
muchos programas nacionales a una mera presencia en el organigrama, se acompañó esta
medida con la restricción presupuestaria doble. Por un lado, el presupuesto 2015-2016 preveía
una inflación algo mayor al 20% y los incrementos reales de inflación -ocurridos a partir de la
política económica de Cambiemos- casi duplicó el costo de vida, hecho que no se tomó en
cuenta a los fines de actualizar los fondos destinados a educación. Pero como si todo esto fuera
poco, se subejecutaron 12.000 millones de pesos sobre un presupuesto de algo más de 100.000
millones.
El desmantelamiento –no total pero sustantivo- de los programas nacionales tuvo su contracara
financiera (con la subjecución presupuestaria) y se completó con la decisión de depositar en
cada provincia la definición acerca de continuidad o no de los mismos. Esta descentralización
que expresa la voluntad de correr al Ministerio Nacional de Educación de darle una perspectiva
nacional a la política educativa y, al mismo tiempo, responsabilizar a las provincias por la
continuidad de los programas tiene un tercer aspecto poco explorado pero tangible. Se trata de
la introducción del mercado en la vida de los sistemas educativos. Programas como Junior
Achievement –tendiente a la formación de emprendedorxs– o Enseñá por Argentina –un
voluntariado docente que acompaña a educadores reconocidos en las aulas a un tercio del
salario formal- son expresiones claras de la orientación pro-mercado. En un mismo sentido se
registraron reuniones del propio presidente Macri con los dueños de Microsoft, de Google, de
Facebook, entre otros, para abrir nuevas oportunidades de negocios en el muy rentable campo
de la educación.

¿Un gobierno dialoguista?


Otra de las promesas de Macri fue la de superar la “grieta” que divide a las y los argentinos a
través de una actitud de diálogo frente a las diferencias. Un problema significativo de esta
definición es que presupone que habiendo intereses antagónicos la disputa se resuelve
hablando. Esta declaración resulta un modo poco sutil de gestión de conflictos estructurales e
históricos. Si apreciamos las medidas tomadas por el gobierno de Cambiemos veremos que tal
diálogo no existió o ha sido formal. En los primeros meses se avanzó en políticas de
megadevaluación, quita de retenciones, despidos masivos en el Estado, elevación de las tarifas
de servicios públicos, apertura de la economía, contención de las luchas salariales. Tales
decisiones tuvieron efectos, ganadores y perdedores muy claros que implicaron un cambio de
dirección radical de la política pública. Si en el modelo previo el mercado interno tenía un
papel central en el régimen de acumulación, aquí se privilegia la ganancia empresarial como
clave para un posterior derrame. ¿Con quién se habló para este giro copernicano de la política?
Sabemos que las organizaciones de trabajadores y muchas fuerzas políticas opositoras no
acuerdan ahora ni antes acerca del rumbo económico emprendido. Macri esgrimió como
argumento que él ganó las elecciones y tiene derecho a establecer el plan económico. Y si es
cierto que ganó elecciones, lo hizo prometiendo que no iba a quitar derechos, que iba a cuidar a
todos, al empleo, a los más vulnerables, etc.
En el campo de la educación y de la política educativa ocurrió un mismo fenómeno: en lugar de
diálogo hubo acciones de una violencia inusitada – que ya reflejamos parcialmente-: despidos,
descalificaciones públicas junto al incumplimiento de normas vigentes, etc.
Tal es el caso de las paritarias nacionales que están establecidas en la ley de Educación
Nacional y en la ley de Financiamiento Educativo.
La negativa persistente del gobierno nacional se ha fundado sobre dos argumentos: que en la
última paritaria se incluye una cláusula automática de actualización salarial y que el Ministerio
no tiene escuelas y el financiamiento está efectivamente descentralizado. Tal definición abrió
una serie de conflictos, dado que la paritaria: 1) tiene elementos que poseen carácter nacional,
como los fondos provistos a provincias con mayores dificultades o inversiones que se realizan
desde el propio ministerio; 2) además de discutir un piso salarial se han planteado y acordado
políticas de formación docente, hecho que, como se dijo, ha significado una innovación valiosa
en el modo de construir la política pública; 3) la no realización de la paritaria generó profundos
conflictos en las provincias, que carecían de parámetros para negociar las respectivas
condiciones en cada lugar.
La negativa del ministro a entablar negociaciones establecidas por ley agudizó el conflicto que
ya venía marcado por un techo salarial inaceptable de 18%. El año pasado las paritarias
rondaron el 30% y la inflación fue de más del 41%, generando una pérdida de alrededor del
10% del poder adquisitivo del salario. Este año se prevé una inflación que puede llegar al 30%
pese a que el gobierno ha definido metas de inflación que varían entre un 12 y un 17 por ciento.
La síntesis de toda esta política es evidente: se avanzó en el desmantelamiento de lo construido
en los últimos doce años. No es que la política educativa realizada entre 2003 y 2015 haya
resuelto todos los problemas de la educación entendida como derecho humano, social y
ciudadano. Tampoco se logró avanzar en un modelo pedagógico propio, endógeno, liberador tal
como requiere la segunda emancipación americana. Pero se dieron pasos en esa dirección. Lo
que se hizo fue insuficiente pero marcaba un rumbo que privilegió a los sectores más
vulnerables e interpeló a la sociedad –y a los y las docentes- para ampliar de modo persistente
los derechos y una transformación política y cultural que plasmara una democracia protagónica
y participativa.
El camino emprendido por Cambiemos ha decidido volver sobre la marcha restauradora del
neoliberalismo, pero en un lenguaje discordante que oscurece mensajes y lecturas. El Plan
Maestro –un documento contradictorio que el Ejecutivo presenta para su tratamiento
parlamentario como norte de la política educativa- define a la educación como “derecho
humano fundamental”. Tales palabras nunca hubiesen salido de la boca de los neoliberal-
conservadores que gobernaron este país en el último cuarto del siglo XX. El uso de palabras
seductoras para políticas con efectos contrarios parece ser un recurso de gran eficacia de
Cambiemos. Así ganaron las elecciones. El gran interrogante es cuánto tiempo podrán
prolongar una política fundada sobre el engaño. Al decir de Abraham Lincoln: se puede
engañar a muchos poco tiempo, a pocos mucho tiempo, pero no se puede engañar a todos todo
el tiempo.

* Centro Cultural de Cooperación (CCC) – Universidad de Buenos Aires (UBA)


[1] Aquí nos remitimos a una mera enunciación de lineamientos y propuestas principales, sin
ahondar en el análisis de la política educativa del período 2003-2015. Más bien es un diálogo
con la afirmación del Consejo Federal de Educación del respeto a lo construido y, en tal
sentido, aportamos algunos de los aspectos de la política educativa que fue objeto de
reconocimiento discursivo.
[2] Son las regulaciones más importantes: ley 25.864 de fijación de un ciclo lectivo de 180 días
de clase anuales; ley 26.058 de Educación Técnico Profesional; Ley 26.075 de Financiamiento
Educativo; ley 25.150, Programa de Educación Sexual Integral; ley 26.061 de Protección
Integral de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes; la ley 26.206 de Educación Nacional
y la ley 27.204 de Implementación Efectiva de la Responsabilidad del Estado en el nivel de
Educación Superior.
[3] El caso más relevante es la compleja negociación paritaria docente que fue trascendiendo la
negociación por los salarios y se proyectó a iniciativas conjuntas, como las propuestas de
formación docente. El Plan Nacional de Formación Docente se desplegó en este marco y
promovió interesantes creaciones que iban constituyendo una modalidad diferente de
construcción de la política pública.
[4] Algunos indicadores nos eximen de mayores comentarios: 24% de desocupación; 53% de
hogares por debajo de la línea de pobreza (y si el foco se ceñía al universo de niños y jóvenes,
la pobreza trepaba a más del 70% de niños, niñas, adolescentes y jóvenes); un aparato
productivo destruido, un Estado vaciado, la subordinación explícita a los poderes
internacionales, etc. Tal mapa permite comprender que los límites de una política pública
antipopular sólo pueden ser impuestos por la decidida resistencia de las mayorías populares,
como ocurrió a fines de 2001.

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