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El acontecimiento no consistiría en la mera revuelta o levantamiento, que podría

significar un simple suceso anecdótico dentro del plano de lo ordinario, sino en la


multiplicidad de encuentros que se han dado lugar en la revuelta y que, de algún modo
u otro, la extienden y prolongan subjetivamente. En este sentido, no sería en ningún
caso “el pueblo” quien produciría, como si fuese su autor, tal o tal revuelta o
levantamiento, sino que más bien es la revuelta misma la que da lugar y produce a su
pueblo en su devenir-revolucionario, es decir, hace nacer al nuevo sujeto
revolucionario que no preexiste al acontecimiento que lo hace comparecer.

Ningún acto, ningún gesto, ninguna acción son en y por sí mismos “revolucionarios”.
La condición “revolucionaria” de una acción ni siquiera depende de la “radicalidad”
de su contenido ni del grado de “violencia” con que se efectúe ni de la “estratégica”
intención de sus agentes, sino sólo del encadenamiento de efectos subjetivos que
engendra en una situación. Así, una acción resulta ser un acontecimiento
revolucionario a partir de su inscripción en una situación específica, dando lugar a una
serie de desplazamientos subjetivos que operan diacrónicamente en su mismo sentido.
Una acción se inscribe como acontecimiento revolucionario en la medida en que
efectivamente produce un sujeto que, siendo fiel a ella, realiza tal o cual revolución
específica en tal o cual situación determinada.

Ser parte de un sujeto, ingresar a la composición de un sujeto, implica vincularse a


ciertas verdades, ser fiel a ciertas verdades.

El acontecimiento se hace a posteriori, retroactivamente.

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