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Reflexión crítica sobre educación: Víctor Hugo Herrera Ballesteros

26 ene 2012 - 00:00h

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El problema de la educación abarca, como sabemos, desde el nivel básico hasta el superior,
debido a metodologías que poco estimulan el autoaprendizaje y la investigación científica.
Empero, la discusión sobre la “calidad de la educación” no deja de tener un enfoque elitista y
excluyente de parte de sectores económicos y sociales para los que la titulación se convierte en
un producto de marca que determina su acceso a buenos empleos, bien remunerados, y deja
entrever que la cantidad y calidad de la formación que un individuo reciba a lo largo de su vida
está condicionada a su origen social, dejando a la educación en el plano de un bien de
consumo privado.

La idea del “docente facilitador” convirtió a los maestros y profesores en meros espectadores
del proceso de enseñanza y, por ende, dejaron de asumir un papel proactivo como el guía que
acompaña el aprendizaje con liderazgo y vocación. Con este enfoque se invirtieron los roles, es
decir, se dejó de enseñar en la escuela bajo el pretexto de que es responsabilidad de los padres
de familia, cuando lo contrario es que en la escuela se enseñe y en la casa se refuerce, pues la
labor de alfabetizar y enseñar procesos complejos es de la escuela, no de la casa. Los centros
educativos dejaron de asumir su responsabilidad de enseñar en el aula y pretenden que este
proceso se haga por control remoto.

No se trata de saturar al estudiante con una cantidad abrumadora de información que genera
estrés y poca asimilación ni dejar todo en función de los ejercicios de los libros de texto, con
base en explicaciones superficiales en el aula, que poco despiertan el interés de los educandos
y el dominio de lo “aprendido”. No señores, hay que dejar la pereza y volver a estudiar para
dominar lo que se enseña y, también, volver a rayar el tablero, en vez de abusar del power
point y los libros de figuritas preelaboradas o la internet que, si bien “facilita” recortar, copiar y
pegar, poco contribuye al verdadero proceso de búsqueda y asimilación de información. Atrás
quedaron las viejas revistas, periódicos de la casa y las bibliotecas, que obligaban a una
búsqueda más exhaustiva de contenidos y su selección, contribuyendo a formar criterios de
valoración de la información. Ello ha dejado, como resultado, a docentes y estudiantes sin
aptitudes ni actitudes para la investigación real y formativa, fomentando la piratería académica
y cosas peores.

Los fracasos son, en su mayor parte, responsabilidad de la escuela por la poca formación y
vocación de los docentes, que eligen la carrera por descarte, reciben bajos salarios y se
convierten en colaboradores en vez de masa crítica. Muchos docentes viven en un entorno
social difícil, sumidos en la pobreza, al igual que muchos de sus estudiantes, bajo ese contexto
poco pueden hacer para presentarse como modelos de superación a seguir.

En muchos planteles públicos y privados los docentes y coordinadores piensan que solo con el
método es suficiente y que éste es infalible; con ello, por el contrario, educan y califican a los
padres no a los acudidos. Se equivocan, sobre todo en los colegios religiosos, porque muchos
se manejan con un carácter elitista. Ningún método, por bueno que sea, puede funcionar a
control remoto dejando de lado la realidad de muchos hogares en los que los padres trabajan
hasta los fines de semana y tienen pocas horas para apoyar a los hijos en casa. Por eso, le
pagan a maestros o profesores paralelos que ayuden a reforzar lo que no se enseñó bien en la
escuela. Luego dichos planteles se jactan de que su sistema es bueno, cuando lo que realmente
ocurre es que los padres terminan pagando dos veces.

Igual ocurre en nuestras universidades, sobre todo en las privadas, porque los jóvenes
procedentes de esos colegios ingresan inmaduros y no aptos para afrontar lo que debe ser la
educación superior y la vida universitaria que hoy se ha mercantilizado, dando la espalda a la
formación crítica y la investigación con fundamento científico. En muchas universidades, por el
contrario, se privilegia la frase publicitaria: “Educación con criterio empresarial” o “Educación
con sentido práctico”, frases vacías y sin sentido académico alguno; para ello contratan
profesores que realizan esta tarea de manera complementaria y no por vocación, sin que
importen los resultados, dado que la atención al cliente sustituyó al alma máter, sin que por
ello sea malo que los estudiantes se formen con un criterio emprendedor.

Solo hay que analizar cuáles son sus mecanismos de selección y su estabilidad laboral, además,
en muchas de estas universidades no hay órganos colegiados o académicos para que los
docentes participen en la toma de decisiones, al menos, en materia académica, en adición de
que escasean las publicaciones y la producción científica. Muchas de estas universidades se
manejan como colegios privados, donde se paga la matrícula y se “facilitan”, a cambio,
materiales educativos enlatados, usados de forma mecánica. A fin de cuentas, lo que les
importa es vender un título como producto, que a la postre poco dice sobre las competencias
científicas y profesionales de sus clientes, pero que sirve como un producto que evidencia
“estatus social”; esa es una realidad también de muchos países latinoamericanos, secularizados
con la llamada tercera reforma educativa, al igual que en Panamá.

La educación debe seguir siendo el mecanismo de ascenso social y de soporte del desarrollo
nacional, que contribuya a cerrar la brecha social que margina a tantos panameños,
sumiéndolos en la pobreza generacional; debe ser un proceso humanizador que potencie la
ciencia y la cultura, más allá de ser visto como un bien de mercado.

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