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«La Persona»

Epítome del Primer Bimestre de la Asignatura de Antropología

Luján González
Sección Departamental de Filosofía y Teología
Universidad Técnica Particular de Loja

RECURSO EDUCATIVO ABIERTO


Loja, Ecuador, 2017
CONTENIDOS

Definición de Persona (I) pp. 1–3


Definición de Persona (II) pp. 4–6
Definición de Persona (III) pp. 7–12
Definición de Persona (IV) pp. 13–14
UNIDAD DIDÁCTICA 2: DEFINICIÓN DE PERSONA (I)

por Luján González, tutora de Antropología

Estimados estudiantes:
Adentrémonos en las primeras páginas de esta unidad (pp-50-52) para entender del modo
más claro y sencillo los conceptos que se plantean. Como les he mencionado en la anterior
orientación, es necesario resolver la contraposición entre las dos formas históricas de
concebir a la persona: la sustancialidad, que busca acentuar que la persona es alguien
particular, singular, distinto a los demás, idea que tiene el peligro de encerrar a la persona
en sí misma negándole su dimensión relacional; y la idea de relación, que afirma la
apertura de la persona hacia las otras personas, idea que conlleva el peligro de
despreocuparse por la sustancia o peculiaridad propia de la persona, fijándose solo en las
manifestaciones de la persona, en su capacidad pensante o autopensante, según los
modernos, pensar en uno mismo, percatarse de que yo soy un ser pensante, de que ahora
estoy pensando y reflexionando.
Y aquí nos metemos ya en la aportación de Fernando Rielo, quien advierte que ambas
posturas antropológicas tienen un denominador común: la idea de autonomía. En la
persona como “sustancia individual de carácter racional” (Boecio), está presente la idea de
persona como alguien autónomo, como si no dependiera de nadie para existir. Incluso
algunos filósofos llegaron a afirmar la incomunicabilidad sustancial de la persona. Y la
definición de Kant sobre la persona se centra en la autonomía perceptiva de la persona, es
decir, la capacidad que tenemos de percibirnos a nosotros mismos, de pensar sobre
nosotros mismos y de saber que estamos pensando. Si lo máximo que se puede decir de la
persona es que es autopensante, autorreflexiva, esto es afirmar que ser persona es eso, esa
capacidad. Y otra conclusión sería que yo me hago persona a mí mismo, me basto a mí
mismo para ser persona, no necesito de nada ni de nadie para serlo.

Pero FR observa que estos conceptos de persona son abstractos, es decir, teóricos. Si vamos
a la realidad, a lo concreto, nos daremos cuenta de que no hay personas incomunicables,
que no se comuniquen con nadie, y que no existe tampoco la autoconsciencia, en el sentido
de que la capacidad consciente no me la otorgo yo a mí mismo, y en el sentido de que no
somos seres aislados y separados de los demás; más bien nuestra consciencia siempre es
de alguien o de algo.

Entonces, ¿cómo podemos definir a la persona? Pregunta que nos lleva a otra, ¿quién
puede definir a la persona? Veamos por qué.

El asunto de la definición nos introduce en algo muy importante: ¿qué entiende Fernando
Rielo por ‘definir’?. Antropológicamente hablando, definir no lo podemos confundir con
describir a la persona, o sea, con enumerar algunas características o propiedades de ella,
como han hecho los filósofos antiguos y modernos hablando de la racionalidad, sobre todo.
Definir algo quiere decir constituir realmente a ese algo, darle vida. Definir a la persona es,
por tanto, darle su constitución real y vivificante, darle una manera de ser y de obrar. La
definición no es un concepto, un constructo teórico, sino que es una viviente definición. Y
ningún concepto o característica tiene ese poder. Por tanto, solo puede ser viviente
definición de una persona otro ser que sea también persona. Y no puede ser una persona
humana, pues ninguna persona humana tiene el poder de constituir y darle un estado de
ser y acto de ser a otra persona (pues dar la vida biológica, como hacen los padres al
engendrarnos, no nos constituye automáticamente en personas, pues somos ante todo un
espíritu creado por Dios). Ese poder de darnos un estado y estado de ser personal solo lo

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puede dar una persona superior a la humana, es decir, una persona divina, que ya sabemos
que, en realidad, son tres.

Corroboremos esta afirmación, que la persona es definida por otra persona, mirando lo que
sucede al interior de las personas divinas o realidad absoluta o divina (que Rielo llama
ámbito metafísico). Vemos que son tres personas divinas las cuales se definen entre sí. Esto
es: el Padre define al Hijo, el Hijo define al Padre, el Padre y el Hijo definen al Espíritu Santo
y el Espíritu Santo define al Padre con el Hijo. Esto quiere decir que el Padre necesita al
Hijo para ser Padre y que el Hijo necesita al Padre para ser Hijo; a su vez, el Espíritu Santo
necesita al Padre con el Hijo para ser Espíritu Santo y que la unidad del Padre con el Hijo
necesita al Espíritu Santo.

Si en la realidad absoluta sucede que cada persona divina no se define a sí misma (no existe
el Padre en sí, el Hijos en sí, el ES en sí, sino en cuanto a su relación con las otras tres) sino
que necesita de las otras para ser definida y para ser lo que es, de igual modo en la realidad
humana u ontológica (que Rielo llama también mística). También la persona humana es
definida por otra, pero no por otra persona humana sino por las personas divinas. Ya
hemos dicho que las personas humanas no podemos definir (constituir) a otras personas
humanas, en virtud de nuestra limitación y finitud.
Una vez que ya hemos dicho cómo y quién define a la persona humana, veamos ahora en
qué consiste la sustancia humana, viendo primero qué es la sustancia absoluta.

La sustancia absoluta o divina y la sustancia humana

Rielo ha dicho que las personas divinas se definen entre sí, es decir, que se necesitan
mutuamente para constituir única realidad absoluta, único Dios o Sujeto Absoluto. Hay una
relación entre ellas inmanente, es decir, nada hay fuera de ellas que no lo pongan en común,
y una relación intrínseca, o sea, que cada una dona todo lo que es a las demás. De este modo,
las tres personas divinas constituyen única y misma riqueza absoluta o divina, misma vida
absoluta, por eso Dios es el que posee la vida por excelencia, vida sin límites, y es el que
puede crear vida. Esta vida o riqueza absoluta es también verdad absoluta, conocimiento
absoluto, y toda propiedad que podamos decir: bondad, perfección, hermosura, amor, etc….

Por tanto, sobre todo podemos decir que la sustancia divina es vida absoluta y a la vez
omnisciencia o conocimiento absoluto; por tanto, la sustancia divina es vida omnisciente,
una vida que lo conoce y sabe todo. A esta sustancia también se refiere Rielo como
congénesis1, que en definitiva quiere decir la vida que constituyen o comparten entre sí las
personas divinas, una vida sobre todo omnisciente o consciente.

Del mismo modo que las personas divinas son congenéticas, existen en perfecta comunión
y unidad entre ellas, de modo que ninguna existe por sí misma, ni para sí misma, ni
autónomamente, sino que existen en total unidad y complementariedad con las demás, así
ocurre con la sustancia humana, que es también congénesis: es decir, Dios o el Sujeto
Absoluto, me comparte su riqueza, lo que Él es, su vida, su verdad, su bondad, su
hermosura, su amor. Esto es lo que quiere decir que me hace “a su imagen y semejanza”,
que me transmite toda su riqueza. Por tanto, la persona no existe autónomamente, ni desde
sí misma, ni para sí misma, sino que existe en relación con el Absoluto que le comparte

1 Congénesis procede de ‘cum’= conjuntamente con; y ‘génesis’= origen, principio, y se refiere a la vida, al
principio de la vida. Para Fernando Rielo la palabra congénesis quiere decir que las personas divinas
constituyen entre sí la vida absoluta o vida divina y que, por tanto, la sustancia divina es estar
compartiéndose y comunicándose la vida unas personas divinas a las otras. Esta es la forma filosófica de
interpretar las palabras evangélicas: “Dios es amor”.
2
todo lo que Él es. . (Es decir, yo soy en relación a Él, en cuanto relacionada o unida a Él, no
soy un ser a secas…) Aquí vemos que la definición de persona humana es relacional, pues lo
que nos define es ese patrimonio o riqueza que Dios nos da en herencia, como verdadero
patrimonio espiritual.

Aquí nos damos cuenta de cómo se conjugan perfectamente la sustancia con la relación.
Poseemos una sustancia, una riqueza ontológica, una entidad propia distinta a la del resto
de las personas y del resto de seres, pero esa sustancia es congenética, pues es una
convivencia o compartir con las personas divinas que me transmiten su grandeza.

A partir de aquí, de entender la sustancia divina y de entender la sustancia humana, ya


iremos desarrollando cómo está estructurada la persona humana, es decir, las dos
naturalezas que la constituyen, que está en las páginas 52 y 53.

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UNIDAD DIDÁCTICA 2: DEFINICIÓN DE PERSONA (II)

por Luján González, tutora de Antropología

Veamos ahora los contenidos de las páginas 52, 53, 54 y 55, donde fundamentalmente se
abordan

- Significado de la expresión “La sustancia de la persona humana es la relación con


Dios”. Razón de que la sustancia humana sea congénesis. Razón de que el espíritu
humano sea consciente y su implicación para el conocimiento científico.
- las dos naturalezas de la persona.
- el espíritu humano está estructurado o genetizado por la divina presencia
constitutiva.
- la creación y la evolución.
- la definición de espíritu sicosomatizado y la relación entre los tres niveles de la
persona.

Concepto de sustancia o congénesis, y concepto de espíritu consciente.

Iniciando la página 52 se nos aclara la relación entre la sustancia de la persona humana y la


relación que ésta mantiene con toda la realidad. Es muy claro: la sustancia de la persona
humana es congénesis o vida compartida, es decir, la riqueza y vida que Dios o el Sujeto
Absoluto le comparten a la persona. Por eso dice el texto en la primera línea de la p. 52 “La
sustancia de la persona humana es la relación con Dios,”. Efectivamente, Dios, al crearnos,
nos comparte o participa su vida, lo que Él es, por eso dice el Génesis que nos creó “a su
imagen y semejanza”, y nos deja en un estado de relación permanente e intrínseca con Él.
Por esta también decimos que nuestro espíritu es consciente, es decir, que Dios lo ha
dotado de una actitud perceptiva y abierta a Él, para recibir constantemente todo lo que Él
quiere darnos a entender y conocer. Él nos hace ‘conscientes’ de lo que Él es y de lo que son
las cosas, nos comparte su omnisciencia, su sabiduría. Aquí radica la razón del progreso
científico y tecnológico, la razón de que el hombre, con todos sus límites, pueda estar
siempre progresando en el conocimiento de la realidad.

Ese primer párrafo subraya la idea de que si no estuviésemos relacionados con el Sujeto
Absoluto desde siempre no podríamos relacionarnos con nada. Es decir, Dios nos hace
abiertos, relacionales, y esta es la razón y el origen de toda otra relación. Y Dios nos ha
hecho relacionales porque Él mismo es una relación de tres personas, Dios no es un ser
aislado, incomunicado, cerrado, sino todo lo contrario: una familia de tres personas.
Las dos naturalezas de la persona humana

Antes de nada, recordemos que en el video del Dr. José María López se nos dijo que la
persona humana está compuesta de tres niveles: físico (o somático), síquico (o anímico) y
espiritual, los tres estrechamente unidos. Los dos primeros conforman el sicosoma, que
está íntimamente unido al espíritu. Veamos cómo a través de las palabras que nos dice el
Dr. Santiago Acosta en el video también publicado en este EVA:

La persona humana tiene dos elementos:

a) el elemento creado, es decir, el espíritu sicosomatizado. El espíritu es directamente


creado, mientras que el sicosoma no es directamente creado, pero sí indirectamente, pues
recibimos un sicosoma de los mecanismos reproductivos de la especie humana, la cual
junto con todo cuanto existe fue creada en un momento dado. A este elemento también le
llamamos naturaleza humana.

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b) el elemento increado: que es el estado y acto de ser en que deja a nuestro espíritu
humano la divina presencia constitutiva de las Personas Divinas o Sujeto Absoluto, en el
momento de crear nuestro espíritu. A este elemento le llamados deidad, porque es el
patrimonio o herencia (gene) que recibimos del Sujeto Absoluto. Este elemento es también
llamado naturaleza deitática.

Entonces, la persona humana es la unión hipostática (personal, de la persona) de dos


naturalezas: humana y deitática, a imagen y semejanza de Cristo, salvando que Cristo es
persona divina, y la unión que se da en él es de una naturaleza humana –pues también
poseyó un espíritu sicosomatizado, ya que tuvo cuerpo, sicología y espíritu como cualquier
hombre- y de una naturaleza divina, puesto que era Dios.

El espíritu humano está estructurado o genetizado por la divina presencia


constitutiva
Se nos dice en la página 52 que el espíritu humano está estructurado o genetizado por la
divina presencia constitutiva. Esto quiere decir que cuando el Sujeto Absoluto o las
Personas Divinas (PD) crean nuestro espíritu humano, hecho que se da en el mismo
instante de la concepción o fecundación en el seno materno, el Sujeto Absoluto inhabita
(mora íntimamente) en nuestro espíritu por medio de su divina presencia constitutiva
(DPC) y lo deja de una determinada manera. A este modo o manera de ser le llamamos
estado de ser consciente y acto de ser potestativo. Es decir, que nuestro espíritu es
consciente (como ya explicamos unos párrafos más arriba) y potestativo, esto es, dotado de
una capacidad de comunicarse y relacionarse con el mismo Sujeto Absoluto y con toda la
realidad.

De esta divina presencia constitutiva habla el Dr. Santiago Acosta de un modo muy claro en
el video mencionado y publicado en este EVA hace semanas, analicemos sus palabras:

“Las PD crean el espíritu, lo infunden en el sicosoma, y al mismo tiempo las PD


inhabitan ese espíritu humano libremente creado por ellas mismas. Esa
inhabitación la llama FR divina presencia constitutiva; presencia porque las PD se
hacen presentes y divina porque es de las PD, constitutiva porque esa DPC es la
que define, constituye, da entidad a la persona humana. Sin la DPC la persona
humana sería imposible, no podría ni ser, ni existir, ni actuar, ni conocer, ni hacer
nada. Las PD definen a la persona humana en virtud (por medio de) de su DPC.

No malinterpretemos la DPC, pensando que es un pedazo de Dios dentro de nuestro


espíritu. Dios no puede desprenderse de un pedazo de sí mismo y colocarlo en
nosotros. Por otro lado, decir que el espíritu es lo divino en el ser humano es
confuso, pues el ser humano no es Dios, no es divino, sino deitático, deidad, a
imagen y semejanza de la divinidad. Hay una presencia divina en él pero no
significa que sea divino, sino una semejanza, impresa en el espíritu humano por las
PD en virtud de su presencia.”

- la creación y la evolución.

Hablando de las dos naturaleza de la persona humana ya ha salido a relucir la idea de que
el sicosoma ha procedido de una evolución o ha sufrido una evolución, aunque en último
término su origen está en la creación divina. Aquí es necesario explicar cómo es posible
conciliar estas dos afirmaciones: que la persona humana es creada, así como toda la
realidad, pero que en la persona humana hay un elemento que procede de la evolución,
como también el resto de la realidad ha sufrido evolución. Veámoslo con las palabras del Dr.
Acosta:
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Las personas humanas no se definen entre sí sino que son definidas por las PD. ¿Y
cómo la definen? Las PD tienen que crear al ser humano, el espíritu, y lo infunden
en un sicosoma, que FR llama precedente homínido y que viene por evolución. La
Iglesia acepta tanto la evolución como la creación pero rechaza tanto el concepto
absoluto de evolución como el de creación; ésta es la idea de que Dios crea de
golpe todas las cosas. ¿Por qué son rechazables esos dos conceptos absolutos?
Porque Dios crea la materia en un momento dado y la vida en otro momento dado,
y hace evolucionar la materia y la vida. Crea la materia, y la hace evolucionar, y
luego crea la vida, la asocia a la materia, y hace evolucionar esa vida. Todo ser
vivo tiene una parte material y una parte vital. El sicosoma viene por evolución
pero el espíritu humano es directamente creado por Dios en el mismo momento de
la concepción.

Decir que el sicosoma viene por evolución es decir que nuestra parte biológica o corporal
tiene un precedente animal u homínido. Expliquemos: la vida animal sufrió una evolución,
tal como lo explica Darwin en La evolución de las especies, desde que surgió la primera
manifestación de vida en el agua, con los organismos unicelulares, hasta que tenemos al
animal más evolucionado de la cadena: el homo sapiens sapiens, u homínido. Esto está
comprobado y la Iglesia no lo niega. ¿Cómo conjugar esto con la verdad de que el Sujeto
Absoluto o Dios ha creado todo? Con un hecho: que este Sujeto Absoluto, a ese animal que
representa el grado máximo de evolución de la vida, le infunde un espíritu humano,
inhabitándolo y dándole un ‘rostro’ o ‘carácter’ personal. Este es el momento de la creación
del espíritu. Pero antes, el Sujeto Absoluto creó la materia, en la cual, llegado el momento
máximo de evolución de la misma, el mismo Sujeto Absoluto crea la vida. Por tanto, la vida
no emerge de la materia sino que es acogida o recibida por la materia. Del mismo modo, el
espíritu no es fruto de la evolución ni una consecuencia de la vida, sino que la vida acoge el
espíritu. Aquí vemos la relación de apertura entre los distintos niveles de la realidad, que se
nos dice al inicio de la página 56, es decir, que la materia está abierta a la vida y la vida al
espíritu.

Veamos cómo lo explica el Dr. Acosta:

Creación y evolución entran en una relación porque Dios es el autor de la creación


y también de las leyes que dirigen la evolución. La omnipotencia y omnisciencia
divina van dirigiendo el desarrollo evolutivo del universo a partir de la creación de
la materia y de la vida para que esta evolución vaya hacia el objetivo que tiene
Dios que es la creación del ser humano.

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CONTINUACIÓN UNIDAD DIDÁCTICA 2: DEFINICIÓN DE PERSONA (III)

por Luján González, tutora de Antropología

Veamos ahora los contenidos de las páginas de la 56 a la 69, donde fundamentalmente se


abordan

- Origen de la vida y el doble acto del Sujeto Absoluto: el acto creador y el acto
concreacional (o constitutivo)
- Facultades de la persona humana también llamadas ‘facultades del alma’:
inteligencia, voluntad y unión.
- Apertura y unidad entre los tres niveles de la naturaleza humana: el + del cuerpo, el
+ del alma y el + del espíritu

Origen de la vida y el doble acto creador del Sujeto Absoluto: el acto creador y el acto
concreacional (o constitutivo)

Ya dijimos en la orientación anterior, refiriéndonos al final de la página 55, que hay tres
momentos en la creación por parte del Sujeto Absoluto:

- Creación de la materia (o big bang cósmico)


- Creación de la vida (o big bang biológico)
- Creación del espíritu.

Hablando del segundo momento creador, el de la creación de la vida, o de los primeros


seres vivos, que sabemos que son los microorganimos unicelulares, es importante la idea
de que estos primeros seres no pudieron tener origen en una casual formación y
combinación de aminoácidos y proteínas, como sostienen algunos científicos. Como dice el
texto básico al final de la p. 55: “Hay un salto de la materia inorgánica (materia inerte, las
cosas) a la vida, que la ciencia no está en grado de explicar ni, mucho menos, de reproducir
en el laboratorio.” La vida, al igual que la materia o el cosmos, es consecuencia de la
absoluta libertad del acto divino, con el que se hace presente en el ente creado.

Del mismo modo se dice en el segundo párrafo de la p. 56, donde se expresa que el origen
de la vida, ya sea la de las plantas, la de los animales o la del hombre, no lo puede explicar
ni la física ni la biología porque es consecuencia directa del acto de presencia de Dios.

Tanto en la p. 55 como en la 56 ya tenemos una idea importante: que Dios crea todo cuanto
existe pero en distintos momentos (primero el cosmos, luego la vida y después el espíritu;
este tercer momento es continuo pues se da en cada concepción o fecundación en el seno
materno ) y, además, se hace presente en lo que crea. Es decir, que el acto creador de Dios
en realidad se desdobla en dos: acto creador, con el que crea cuanto existe, y acto
concreacional, con el que se hace presente en aquello que crea. A este acto concreacional
también le podemos llamar constitutivo, pues consiste en la presencia del Sujeto Absoluto
en los seres constituyéndoles o definiéndoles o bien como seres impersonales (animales y
plantas) o bien como seres personales (el hombre). Como se dice en la p. 53-, estas
diferentes formas de presencia del Sujeto Absoluto en lo creado se denominan:

— Actio in distans (acción a la distancia), en la realidad material (el cosmos, las cosas).
— Divina presencia reverberativa, en los seres vivos impersonales (plantas y animales).
— Divina presencia constitutiva (y transverberante), en los seres vivos personales (los
hombres).

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Veamos lo que pasa en este momento de la divina presencia constitutiva del Sujeto
Absoluto(SA) o modelo absoluto en la persona y entenderemos muy bien la diferencia con
los animales. Primero, el SA se hace presente constitutivamente e intrínsecamente en
nosotros en virtud de que tenemos un espíritu, libremente creado por el mismo SA.
Además, como ya hemos dicho, nuestro espíritu ha sido genetizado (o constituido) por la
divina presencia constitutiva del SA haciéndolo consciente (abierto, perceptivo) y
potestativo (capaz de actuación, relacionándose y comunicándose). Por tanto, el SA al
hacerse presente con su divina presencia constitutiva en nuestro espíritu, nos hace capaces
de acogerle y de dar una respuesta a su acto. Es por eso que decimos que la divina
presencia constitutiva del SA es acción agente, es decir, el que toma la iniciativa, el que da
el primer paso, y el acto de la persona es acción receptiva, pues tenemos que dar una
respuesta. Por eso decimos en el texto básico (p. 57) que el espíritu humano o la persona
no es pasivo respecto de Dios, sino que es libre, es capaz de responder. Esta capacidad de
responder libremente al acto divino en nosotros se llama transverberación, que quiere
decir compenetración, dos seres que se transmiten su esencia el uno al otro. (De ahí la
expresión en nuestro lenguaje coloquial: “me compenetro mucho con esta persona”,
queriendo decir que nos entendemos perfectamente, que encajamos muy bien.) El ser
humano está hecho para encajarse con Dios, puesto que es su imagen y semejanza, pero
tiene que ser libremente, Dios no nos obliga, desea que le respondamos libremente.

A diferencia de la persona, el animal no tiene espíritu, posee solamente un sicosoma —un


cuerpo y un alma— y no es libre. Es en virtud de la carencia de espíritu que la divina
presencia del Sujeto Absoluto en el animal es extrínseca o reverberante, lo cual significa
que el Sujeto Absoluto se refleja en los animales, así como en las plantas, como si se
reflejase en un espejo, y deja en ellos la huella de su verdad, bondad y hermosura.

Ahora comprendemos la diferencia entre la transverberación, que es una compenetración


de esencia, de su ser íntimo, entre las Personas Divinas y la persona humana, y la
reverberación, que es el simple reflejo de las Personas Divinas en los vivientes
impersonales.

Relación entre los niveles de la naturaleza humana: cuerpo, alma y espíritu

Ya hemos hablado en la segunda orientación dedicada a esta segunda unidad didáctica


(Definición de persona), que la persona es la unión de dos naturalezas:

- la naturaleza humana (elemento creado): el espíritu sicosomatizado.


- la naturaleza deitática (elemento increado): el estado de ser y el acto de ser en que
deja al espíritu humano la divina presencia constitutiva del Sujeto Absoluto o
Personas Divinas.

Si vamos a nuestra naturaleza humana vemos que hay tres niveles: el físico (cuerpo), el
síquico (alma) y el espiritual (el espíritu), siendo el espíritu el que dirige a los otros dos, en
virtud de que el espíritu ha sido vivificado o inhabitado por la Divina Presencia
Constitutiva (DPC) del SA, la cual le otorga consciencia y potestad, es decir, un modo de ser
y actuar a su imagen y semejanza. Al espíritu le podemos llamar también: potencia de
unión. Veamos lo que dice el Dr. Acosta en el video publicado:

Espíritu es potencia, vida que actúa, que obra, el espíritu ha sido vivificado con la
DPC y tiene esta potencia. Que el espíritu sea ‘potencia’ significa que posee la
capacidad de obrar, capacidad de conocer, de comunicarse, y es ‘de unión’ porque el
espíritu es unitivo: sicosomáticamente une hacia sí al cuerpo y al alma, es decir,
asume un sicosoma, y transcendentalmente se une con la DPC del Sujeto Absoluto.

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Entonces, el espíritu asume o dirige las funciones somáticas o corporales (donde residen
nuestros órganos y aparatos vitales, los impulsos, instintos, pulsiones, etc…) y las funciones
síquicas o anímicas, que podríamos resumir en sentimientos, emociones, pasiones y toda la
complejidad síquica, como se dice en las pp. 90 y 91, que estudiaremos más a fondo en el
segundo bimestre.

Las facultades de la persona llamadas también ‘facultades del alma’

Nuestra sique se manifiesta por medio de tres estructuras o capacidades, que vamos a
llamar las facultades:

- Facultad intelectiva o mente.


- Facultad volitiva o voluntad.
- Facultad unitiva o unión.

Aunque estas tres facultades pertenecen a nuestra sique o son la forma que tiene de actuar
nuestra sique, en realidad tienen su raíz y su origen en el espíritu, pues como ya hemos
dicho es el que da sentido y dirección a todos los niveles de la persona. Por esto muchas
veces leerá o escuchará ustedes la expresión ‘facultades del alma’ pero en realidad son
facultades que radican o tienen su sede en el espíritu. De hecho, en la página 58 del texto
básico se dice también que las facultades son las estructuras y los operadores formales de
la potencia de unión del espíritu. Esto quiere decir que el espíritu humano no es un espíritu
puro y sencillo, como el divino, sino que está unido a un sicosoma. En el caso de los ángeles,
tampoco son espíritus puros sino sicologizados, es decir, un espíritu unido a una sicología,
pues no tienen cuerpo. Volviendo a la persona humana, el espíritu se expresa u opera por
medio de las facultades.

Como vemos, hay una total unidad entre el alma y el espíritu, en virtud de que el espíritu
asume o une hacia así tanto al alma como al cuerpo. Esta es la razón por la cual también
hablamos de que las facultades tienen funciones de tipo sicosomático y de tipo
sicoespiritual. Las primeras son funciones u operaciones que tienen que ver más con
nuestra sique, y que tienen relación y conexión con nuestras reacciones orgánicas o
estimúlicas, y las segundas son también de nuestra sique pero con mayor conexión con el
espíritu y su apertura al infinito del Sujeto Absoluto. Veamos esto en el siguiente gráfico:

Facultades
Intelectiva (mente) Volitiva (voluntad) Unitiva (unión)
Funciones
(acto de entender) (acto de querer) (acto de unir)
Funciones Intuición Fruición Libertad
sicoespirituales (capacidad de percibir y (capacidad de desear al (capacidad de unirse o
conocer la verdad del Sujeto Absoluto como el amar al Sujeto Absoluto,
(o transcendentales, que
Sujeto Absoluto y del máximo bien o bondad) como máxima belleza)
nos abren al Sujeto
resto de la realidad)
Absoluto)
Funciones Razón Deseo Intención
sicosomáticas (sentimiento, fantasía, (emoción, apetitos, (pasión, tendencias,
sensibilidad, impresión, afecciones, efusiones, inclinaciones, impulsos,
(o formales, los actos
imaginación, memoria…) estimaciones…) instintos,
básicos que realizamos,
propensiones…)
con sus componentes
somáticos o estimúlicos)

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Leyendo las páginas 58 y 59 vemos que se nos dice que Fernando Rielo abandona la típica
clasificación de facultades de memoria, inteligencia y voluntad, pues Rielo entiende la
memoria como una de las funciones de la misma facultad intelectiva.

Por otro lado, las tres facultades están perfectamente unidas por la facultad unitiva o unión.
De ahí que esta facultad se llama unitiva, porque tiene la capacidad de unir hacia sí a la
mente y a la voluntad y esto en razón de que radica, está enraizada, en la potencia de unión
del espíritu, y es de ahí de donde le viene su fuerza unitiva. Esto explica, por una parte, que
el acto de la persona, para ser auténticamente humano y libre, tenga que ser intelectivo y
volitivo, o sea, que haya advertencia (conocimiento, reflexión) y consentimiento (voluntad).
Por otro lado, esa unidad de las facultades entre sí y con el espíritu explica que la persona
sea una unidad, un ser integral, en el que sus tres niveles están perfectamente encajados y
articulados, y que sea un ser unitivo, es decir, que tienda a unirse con el Absoluto y con los
demás.

Debido a esta importante función de la facultad unitiva, sobre todo la de unir todas las
facultades al espíritu, podemos afirmar que esta facultad es la sede de la libertad.
Efectivamente, la libertad es la capacidad o fuerza que poseemos (y que aquí estamos
llamando facultad unitiva) para unir todo nuestro ser, con todas sus facultades, al Absoluto,
es decir, a la verdad, bondad y belleza del Absoluto.

Apertura y unidad entre los tres niveles de la naturaleza humana: el + del cuerpo, el
+ del alma y el + del espíritu

Ya sabemos que una idea clave para entender el modelo antropológico de Fernando Rielo
es la idea de unión, que va unida a la de apertura y relación en todo sentido: apertura y
relación dentro del Sujeto Absoluto; apertura y relación del Sujeto Absoluto con todo lo que
crea (materia, vida y espíritu); apertura y relación entre estas tres realidades (la materia, la
vida y el espíritu) y apertura y relación entre los distintos niveles de la naturaleza humana:
lo físico, lo síquico y lo espiritual. ¿Cómo se da esta apertura en este último caso?

Al final de la página 58 y principio de la 59 se nos explica cómo el cuerpo de la persona es


una realidad abierta y unida formalmente (en su interior), pues sus componentes
fenoménicos o materiales (células, tejidos, huesos, aparatos y órganos vitales, etc…) no van
a su arbitrio sino que viven unidos y ordenados; y el cuerpo es también una realidad
abierta transcendentalmente hacia algo superior al cuerpo: el alma, que sería “el + del
cuerpo”.

A su vez, el alma está unida formalmente o entre sus componentes, que son las facultades,
abiertas y unidas entre sí por la facultad unitiva, y está unida transcendentalmente a algo
superior a ella, que es el espíritu, el cual sería “el + del alma”.

Finalmente, el espíritu también posee una unidad formal, que es la apertura y unidad con el
sicosoma, y una unidad transcendental con algo superior a él: la divina presencia
constitutiva del Sujeto Absoluto, que le otorga un estado genético o vital: un estado de ser
consciente y un acto de ser potestativo. Este estado de genético es “el + del espíritu”, y es lo
que hace al espíritu deitático, o sea, imagen y semejanza de la divinidad.

En lo que acabamos de explicar se entiende muy bien lo que nos dice el último párrafo de la
página 60 al expresar que cuando “una realidad se encuentra en composición con otra (en
unidad con otra) provista de un acto ontológico superior, no se puede definir el ser así
compuesto en base al nivel inferior. Es decir, el sicosoma no se puede definir tomando los
elementos más orgánicos y estimúlicos de nuestro cuerpo (materia) sino por las
características propias de nuestra alma que son sus actividades intelectuales, volitivas y
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unitivas. A su vez, nuestra naturaleza humana o espíritu sicosomatizado no lo podemos
definitir por su sicosomaticidad, sino por algo que es superior y que es estado y acto de ser
genéticos (consciencia y potestad) que nos abren al Absoluto. Muchas veces hemos dicho,
parafraseando a Aristóteles, que el hombre es un animal racional, definición en la que
estamos describiendo al hombre por su parte inferior, por su sicosomaticidad, cuando lo
que le define es la divina presencia constitutiva del Sujeto Absoluto que le convierte en
deidad, es decir, con una consciencia y potestad para unirse al Absoluto. Esto es lo que
quiere expresar el final de la página 61 cuando habla de que no se puede ver o caracterizar
al ser humano desde lo social, racional o cualquier otro atributo en el plano de su soma o de
su sique: “En la perspectiva genética (la de Fernando Rielo), el ángulo visual es
exactamente lo opuesto: desde lo alto”.

Aquí cabe mencionar lo que se nos dice al final de la página 60 e inicios de la página 61,
donde se expresa que en esta relación entre los niveles de la persona se produce una
reducción a cero, pues el nivel superior asume al inferior, no aniquilándolo sino
asumiendo sus funciones. Expliquémoslo. El alma o sique, al unirse al cuerpo, reduce a cero
fenomenológico (puesto que la materia no posee entidad o acto ontológico) las funciones
típicamente somáticas (instintos, pulsiones, estímulos). Reducir a cero quiere decir que el
cuerpo deja de ser simple realidad material, o un cuerpo ‘a secas’, para pasar a ser un
sicosoma, una realidad sicosomática.

El espíritu, cuando une hacia sí al sicosoma, reduce a cero ontológico las funciones
típicamente síquicas y somáticas, lo cual significa que el sicosoma ya no actúa por sí mismo
ni a merced de sus propias leyes (instintos, estímulos, sentimientos, pasiones, etc…) sino
que está unido al espíritu, quien a partir de va a dirigir nuestra alma con sus facultades y
funciones en dirección al Sujeto Absoluto. Aquí vemos otra diferencia con el animal, el cual,
por ser solo un sicosoma, está sujeto a las leyes del sicosoma: los instintos, estímulos,
impulsos, las pulsiones, etc…

Veamos esto graficado en el siguiente cuadro:

Aperturidad y Aperturidad y El “+”


unidad formal unidad
Niveles de la transcendental
naturaleza humana
Cuerpo Hay una unidad El cuerpo está El alma es “el + del
formal (al interior de abierto cuerpo”.
sí) entre sus transcendentalmente
componentes a algo superior a él:
fenoménicos o el alma, que asume y
materiales (células, da dirección y
tejidos, huesos, sentido a los
aparatos y órganos instintos y estímulos
vitales, etc…), los del cuerpo.
cuales están abiertos
y unidos entre sí, no
van a su arbitrio.
Alma Tiene una unidad Está unida El espíritu es “el +
formal (al interior de transcendentalmente del alma”.
sí misma): sus a algo superior a ella,
facultades están que es el espíritu,
abiertas y unidas que dirige las

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entre sí por la facultades y
facultad unitiva. funciones hacia el
Sujeto Absoluto.
Espíritu Posee una unidad El espíritu tiene una Este estado de
formal, que es la unidad genético es “el + del
apertura y unidad transcendental con espíritu”, y es lo que
con el sicosoma. algo superior a él: la hace al espíritu
divina presencia deitático, o sea,
constitutiva del imagen y semejanza
Sujeto Absoluto, que de la divinidad.
le otorga un estado
genético o vital: un
estado de ser
consciente y un acto
de ser potestativo.

Para terminar este tema de la unidad que hay entre los tres niveles de nuestra naturaleza
humana y el papel rector del espíritu, vayamos a la página 62, donde en el tercer párrafo se
nos dice que el patrimonio genético del espíritu, es decir, ese estado de ser y acto de ser
consciente y potestativo, se proyecta en las facultades y en sus funciones sicoespirituales y
sicosomáticas. Y esto se produce concretamente a través de la facultad unitiva (p. 59), que
viene a ser el brazo operativo o la parte visible del espíritu, razón por la cual es capaz de
reunir a las otras dos facultades, siendo la sede de la síntesis de las dos facultades.

Por medio de la facultad unitiva, el espíritu asume todo en sí y le da carácter espiritual a


todos nuestros actos. Por eso la facultad unitiva es también la sede de la libertad, pues une
nuestras facultades y todo nuestro ser al Absoluto y a las demás personas, es decir, hace
que el acto más propio de la persona (o acto ontológico) sea la unión o el amor (o la caridad,
como diría San Pablo). Esta acción poderosamente unitiva de la facultad de unitiva, valga la
redundancia, que es acción amorosa, es lo que explica que el amor sea lo que mueva o dé
forma a nuestra libertad. Lo propio de nuestra libertad es el amor, la unión, y lo impropio,
el desamor, la división, el odio. La libertad no es otra cosa que el amor, moviendo a la
inteligencia y a la voluntad, para que se unan con el Sujeto Absoluto y desde él con toda
otra realidad. Como dice el final del tercer párrafo de la página 59, nuestra experiencia del
Sujeto Absoluto (o modelo absoluto) se produce por medio del amor, que es conviviente
compenetración, es decir, transverberación entre seres personales, en este caso, entre el
Ser Absoluto y el ser humano.

Cada vez vemos de modo más claro cómo todo acto que hagamos es espiritual y que lo
propio de nuestro espíritu es el acto unitivo u amoroso.

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DEFINICIÓN DE PERSONA (IV)
por Luján González, tutora de Antropología
El conocimiento humano
Como parte última de esta segunda unidad didáctica, expliquemos cómo se da el conocimiento
humano, refiriéndonos a las páginas de la 63 a la 65 del texto básico. Esto es importante pues a
partir de una concepción de la persona se deriva una concepción del conocimiento o de la
Epistemología, que es la ciencia que estudia qué es y cómo se da el conocimiento y la ciencia. Y
tener una visión clara acerca de esto es esencial para cualquier universitario, que justamente se
encuentra aprendiendo una determinada ciencia o campo del conocimiento.
Al inicio de la página 63 se nos dice muy claramente que los sentidos no son ni el origen ni el
instrumento del conocimiento, sino la ‘dura condición’ del conocimiento. ¿Qué nos quiere decir
con esto el texto básico? Vamos a responderlo con el último párrafo de la página 62 que inicia
diciendo que “Los actos de la persona son todos espirituales, porque es el espíritu quien les da
unidad”. Efectivamente, ya hemos explicado que el espíritu es la sede de la personalidad porque
gracias al patrimonio que le da la divina presencia constitutiva (DPC) del Sujeto Absoluto (SA),
tiene una consciencia y una potestad, es decir, una capacidad de percibir y conocer al SA y al
resto de la realidad, y una potestad para comunicarse y unirse con el SA. El espíritu también
posee una capacidad unitiva, una potencia de unión, por la cual une hacia sí al sicosoma, es
decir, al cuerpo con sus instintos y al alma con sus facultades y funciones, y une a toda la
persona con el SA. A través de esta unidad del espíritu con su sicosoma, el espíritu espiritualiza
el sicosoma, o sea, nuestras facultades, lo cual quiere decir que las abre y las dirige hacia el SA.
¿Qué implicación tiene esto con el conocimiento? Pues muy clara. Si ustedes van a la última
orientación académica (Definición de persona III), en el primer cuadro les explico las funciones
que tiene nuestra facultad intelectiva o mente y vemos que, además de la razón, está la intuición,
que es una función sicoespiritual, o sea, radicada en el espíritu, y es la capacidad de mi
inteligencia de abrirse y entender la realidad divina. Lo que está sucediendo aquí es que la
intuición es activada o impulsada por medio de la creencia, que es el don que pone en nosotros la
divina presencia constitutiva (DPC).
Aquí estamos viendo, como se dice en el último párrafo de la página 63, que las facultades por sí
mismas no pueden hacer nada, son meras capacidades inertes, sin una energía que las impulse.
Pongamos como ejemplo un foco y su relación con la energía eléctrica. El foco con sus
filamentos y elementos formales tiene una capacidad y una función: iluminar, pero si no pasa la
energía eléctrica no sirve para nada. De igual modo, las facultades intelectiva y volitiva necesitan
estar vinculadas al espíritu (por medio de la facultad unitiva), o sea, dirigidas o encaminadas por
nuestro espíritu, el cual está genetizado o inhabitado por la DPC, que es la que está impulsando
con su acto y con sus dones a nuestras facultades. La DPC vendría a ser esa energía que pone en
movimiento y en acción todas mis facultades, y, en este caso, la intelectiva. Y las pone en
movimiento hacia el Sujeto Absoluto. En el caso de la inteligencia, la abre a la verdad e
inteligencia divinas.
Y puesto que el acto propio de la persona, debido a su facultad unitiva, es unirse libremente al
Sujeto Absoluto y a, los demás, también el acto de conocer es un acto libre y unitivo con el acto
de la DPC en nosotros, que nos atrae hacia la verdad, nos inspira la verdad. Este actuar
conjuntamente con la DPC se denomina teantropía (del griego ‘theos’= Dios, y el griego
‘antrophos’= hombre), es decir, acción conjunta del hombre y Dios. Aquí tenemos otra
afirmación: que todo acto, ya sea el entender, el querer o el actuar es un acto teantrópico, es
decir, acto de Dios en el hombre conjuntamente con el hombre (con el consentimiento libre del
hombre).
Resumiendo, según la página 63, las facultades no son agentes del conocimiento, es decir, las
protagonistas del acto de conocer, sino que el único agente, el protagonista, es el espíritu. La
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inteligencia humana tiene, por tanto, como todo acto humano, carácter espiritual, y conoce no
solo la realidad divina (el SA) sino las cosas sensibles y materiales en virtud del espíritu, gracias
a su intuición y creencia, y no en virtud de los sentidos (el tocar, ver y sentir las cosas) o en
virtud de su razón, que hace raciocinios, juicios y formulaciones matemáticas y físicas. Ahora
bien, debido a que nuestro espíritu está sicosomatizado (unido a un sicosoma) todo acto humano,
aunque proceda del espíritu, se expresa sicosomáticamente. También en el acto de conocer,
aunque sea un acto espiritual, tiene que pasar por los sentidos (las personas tocamos y palpamos
la realidad material), tiene que pasar por nuestro cerebro (que es el órgano físico por donde
pasan nuestras sensaciones, emociones, acciones, aunque éstas no tengan su origen en el cerebro,
claro está, sino en el amor) y tiene que pasa por nuestra razón (juicios, formulaciones). Pero no
podemos reducir el conocimiento a un acto sensorial, cerebral o racional. Es en este sentido que
se nos dice que los sentidos y también la razón son la “dura condición” para el conocimiento
humano, el cual, pese a ser un acto del espíritu, tiene que pasar por la limitación y los márgenes
que imponen los sentidos (que son siempre imperfectos, por ejemplo, la vista) y que impone la
razón (que por sí misma y con su capacidad de conceptualizar no puede atrapar toda la realidad,
por ejemplo, la espiritual).
Algo que aclara todavía más lo que acabamos de decir es lo que se explica en el tercer párrafo de
la página 64 al expresar que las facultades y sentidos son las ventanas de nuestro conocimiento,
pero no porque a través de ella podamos conocer la realidad del mundo sino todo lo contrario,
porque imponen un estrecho marco o limitación para conocer el mundo, pues solo nos permiten
conocer lo que cabe en el marco de esa ventana. Es necesario salir del edificio para contemplar
toda la realidad. Eso sucede con nuestro conocimiento, tenemos que salir de las limitaciones que
hay en nosotros mismos para entrar en la realidad espiritual o celestial. Igual que el Absoluto no
necesita de los sentidos para conocer, las personas, imagen y semejanza del Absoluto, también
conocemos por la vía del espíritu, por medio del acto de intuición y creencia.
Es interesante ver cómo muchos científicos han formulados hipótesis o descubierto una fórmula
física o matemática no en el contexto de un laboratorio o en un momento de ardua lectura y
estudio, sino en un momento de verdadera ‘intuición’ que les ha sorprendido en los lugares y
situaciones más insospechadas. Igualmente, los artistas han recibido la idea clave de sus obras de
modo inesperado y no siempre en sus talleres o mesas de trabajo. Es el llamado momento de
inspiración, y la inspiración es también la manera de denominar el toque o acción de la DPC del
Sujeto Absoluto en nuestra inteligencia, activando o movilizando mi intuición, y yo
respondiendo por medio de la creencia, es decir, dando mi voto de confianza al Sujeto Absoluto.

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