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TEMA 1

HISTORIOGRAFÍA DE LA PREHISTORIA ESPAÑOLA:


EL POSPALEOLÍTICO

Eduardo García Sánchez

Estructura del tema: l. Introducción didáctica. 2. La cuestión del arte rupestre


del arco mediterráneo de la península ibérica. 2.1. El debate cronológico entre
1903 y 1959. 2.2. La interpretación del Arte Levantino peninsular entre 1960
y 1979. 2.3. La interpretación del Arte Levantino peninsular entre 1980 y 1995:
El impacto del Arte Macroesquemático. 2.4. Perspectivas actuales en el estudio
de Arte rupestre del arco mediterráneo de la península ibérica. 3. Historiogra-
fía del Neolítico en la península ibérica. 3.1. Primeras fases de la investigación
del Neo1ítico peninsular. 3.2. El «modelo dual» y el origen del Neolítico penin-
sular. 4. La interpretación del origen del Calcolítico en la península ibérica.
4.1. Las primeras interpretaciones. 4.2. El origen del Calcolítico: Desde 1970
hasta la actualidad. S. Los problemas de definición de Edad del Bronce penin-
sular y su prolongación hacia la Edad del Hierro. Comentario de texto. Lec-
turas recomendadas. Actividades. Ejercicios de autoevaluación. Bibliografía.
Solucionario a los ejercicios de autoevaluación.
Palabras clave: Historiografía, España, Arte Levantino, Arte Macroesquemático,
Prehistoria reciente, Neolítico, Calcolítico, Edad del Bronce, Edad del Hierro.

Introducción didáctica: Se propone un recorrido por el marco interpretativo


sobre el origen de algunos de los fenómenos y periodos más significativos de
la Prehistoria reciente peninsular, hasta alcanzar el estado actual del conoci-
miento y la interpretación de los mismos, ofreciéndolo como introducción y
referencia, para su mejor contextualización, a cada uno de los temas en que se
ha dividido este manual.

1. INTRODUCCIÓN

Se ha abordado una historiografía parcial de la Prehistoria reciente pe-


ninsular, centrando los diferentes apartados que integran este tema en al-
gunos de los aspectos que se ha entendido corno más interesantes a la hora
de introducir y comprender los diferentes periodos y fenómenos que se

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PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

abordan en el presente volumen. Si bien las interpretaciones de algunos de


los mismos, como el origen del Neolítico y del Calcolítico, han variado al
ritmo de las transformaciones políticas, sociales y económicas españolas,
no se ha prestado demasiado interés a la cuestión, sobre la que puede pro-
fundizarse en algunas de las referencias de la bibliografía, así como en las
lecturas recomendadas. Es posible que el lector note la ausencia de algu-
nos temas de tipo transversal, que interesan a varios de los periodos en que
se ha dividido la Prehistoria reciente, como es el caso del Megalitismo o el
Arte esquemático. Se ha optado por otra vía, habida cuenta de que abor-
dar todas las posibilidades que ofrece la historiografía del momento habría
convertido el capítulo en un libro en sí mismo, sobre todo si tenemos en
cuenta la dispersión de la bibliografía disponible para la historia de la in-
vestigación de la Prehistoria reciente española.

2. LA CUESTIÓN DEL ARTE RUPESTRE DEL ARCO MEDITERRÁNEO


DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

El conjunto de arte rupestre del arco mediterráneo en la península ibé-


rica, tradicionalmente conocido como Arte Levantino, comprende un nu-
trido conjunto de estaciones de arte rupestre distribuidas por la franja
oriental de la península. Localizándose un buen número d e los mismos en
las sierras litorales del mediterráneo español, no son escasos aquellos si-
tuados en el interior de las cuencas orientales, fundamentalmente en las
provincias de Castilla-La Mancha y Aragón, que limitan con las comunida-
des autónomas andaluza, valenciana y catalana.

2.1. El debate cronológico entre 1903 y 1959

Las primeras noticias que se tienen sobre la existencia del Arte levanti-
no se remontan a 1892, merced a un artículo de E. Marconell. No será has-
ta 1903 cuando se inicie su estudio científico. J. Cabré, alentado por el abate
Breuil y el reconocimiento internacional del Arte paleolítico cantábrico, ini-
cia trabajos sistemáticos en las estaciones de Barranco de Calapatá (Teruel),
definiendo estas representaciones como un arte paleolítico específico de la
región. El propio Breuil, contribuyó a cimentar esta interpretación con su la-
bor, impulsada desde el Instituto de Paleontología Humana de París. La tó-
nica de esta primera fase de investigación del Arte Levantino estuvo domina-

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HiSTORJOGRAFlA DE LA PREHISTORIA ESPM10LA: EL P OS?ALEOLfTICO

da por la interpretación paleolítica, con independencia del investigador que


desarrollará trabajos sobre el tema: H. Obermaier, desde la Comisión de In-
vestigaciones Paleontológicas y Prehistóricas y, posteriormente, la Cátedra
de Historia Primitiva del Hombre de la Universidad Complutense; P. Bosch i
Gimpera, desde el Servei d1nvestigacions Arqueologiques de Catalunya (Bar-
celona); L. Pericot, vinculado al Servicio de Investigación Prehistórica (Valen-
cia) ... En general, la especificidad estilística y temática de estas manifestacio-
nes gráficas eran atribuidas al influjo norteafricano «capsiense» (Figura 1).

F ig ura l. Alg unos d e los in ves tigadores pioneros en las


discusiones sobre el origen y significad o del Arte levantino. De
arriba abajo y de izquierda a derecha: Juan Cabré Aguiló; Henri
Breuil; Pere Bosch i Gimpera; Eduardo Hernández Pacheco.

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PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

La cronología paleolítica del Arte Levantino fue cuestionada tímida-


mente por H. Alcalde del Río, siendo más sistemático E. Hernández Pa-
checo en 1918, tras analizar éste los conjuntos de Morella la Vella (Cas-
tellón). No obstante, hasta finales de la década de 1940, tras el freno a la
investigación prehistórica que supuso la Guerra Civil espafiola, no comen-
zará a ser revisada la idea de una cronología pospaleolítica, fundamental-
mente merced a la labor de M. Almagro Basch, quien hacia 1944 ya apun-
taba hacia una datación epipaleolítica y rnesolítica, primero, y Antonio
Beltrán y Eduardo Ripoll, algo más tarde.
Además de cuestiones de tipo cronológico, esta primera etapa en la in-
vestigación del Arte Levantino ensayó una periodización interna del mis-
mo, siendo la principal iniciativa la expuesta en 1920 por Breuil. Toman-
do como referencia las manifestaciones de Minateda (Albacete), estableció
hasta 13 fases superpuestas, atendiendo a variables como el cromatismo,
la técnica empleada en la ejecución, diferenciados por el color y los rasgos
estilísticos de las representaciones.

2.2. La interpretación del Arte Levantino peninsular entre 1960 y 1979

Un punto de inflexión fue el simposio de Warterstein (Austria), aus-


piciado por la Werner Creen Fundation for Antropological Research y pre-
sidido por L. Pericot, así como el descubrimiento en el áJrea del Arte Le-
vantino de manifestaciones asimilables al estilo franco-cantábrico, tales
corno El Parpalló, Les Mallaetes o Cueva Ambrosio. Así, coincidiendo con
la profesionalización de la arqueología prehistórica hispana, se aprecia
un significativo cambio de tendencia en la interpretación del Arte Levan-
tino peninsular, publicándose durante la década de 1960 algunos trabajos
que conectaban estas manifestaciones rupestres con otras de la cuenca
mediterránea, intentando resolver la cuestión cronológica mediante pa-
ralelismos y recurriendo a explicar su origen por medio de hipótesis difu-
sionistas. Durante esta etapa, dominada por investigadores corno A. Bel-
trán, E. Ripoll, F. Jordá, R. Viñas, J. B. Porcar y M. Almagro Basch, cobra
importancia el análisis iconográfico de las representaciones corno medio
de atribución cronológica y cultural: las manifestaciones de ciervos y ar-
queros o de escenas de recolección eran sistemáticamente atribuidas a
poblaciones cazadoras-recolectoras de cronología epipaleolítica. Por el
contrario, las representaciones con iconografía que pudiera asimilarse a
una actividad agropecuaria, corno aquellas en las que figuras humanas

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HlSTORIOGRAFlA DE LA PREHiSTORiA ESPM~OLA: EL POSPALEOLlTICO

portan objetos interpretados como bastones de cavar, eran atribuidas a


cronología neolítica.
Un buen ejemplo son las interpretaciones de F. Jordá, quien utilizó ar-
gumentos etnográficos, además de puramente arqueológicos, para defen-
der que los instrumentos, las escenas y las actitudes representados en el
Arte Levantino corresponderían a grupos inmersos en economías de pro-
ducción de alimentos, que continúan ejerciendo una actividad cinegética
ancestral, posiblemente restringida a élites sociales. Según sus interpre-
taciones, el Arte Levantino habría tenido su origen a finales del Neolítico,
hacia el 3500 a. C., experimentando su auge durante las etapas metalúrgi-
ca, a partir del2500 a. e, pudiendo haber perdurado hasta el 750 a. c.
E. Ripoll y A. Beltrán establecieron en sendas síntesis una sistematiza-
ción del Arte Levantino en cuatro fases: (1) una primera de corte «naturalis-
ta» o «tradición auriñacoperigordiense», que fue atribuida al Epipaleolíti-
co y las primeras fases del Neolítico; (2) una segunda, denominada «plena»
y definida como «estilizada estática», que databan a partir de 4000 a. C.;
(3) una tercera fase, «estilizada dinámica», que consideraban desarrollo de
la anterior y dataron entre 3500 y 2000 a. C.; y ( 4) una cuarta etapa final,
definida como transición al Arte Esquemático, situada en el lapso compren-
dido entre 2000 y 1200 a. C. Según las interpretaciones de Beltrán, los caza-
dores y las escenas de caza representadas en el Arte Levantino serían obra
de grupos con sistemas socioeconómicos propios de finales del Paleolítico,
relictos que pervivieron en zonas de orografía accidentada al margen de las
innovaciones neolíticas introducidas en las áreas litorales.
Por otra parte, la profesionalización de los investigadores y un apoyo
institucional inédito hasta el momento supuso el descubrimiento de nue-
vos conjuntos de estaciones, tales como las localizadas en la cuenca del río
Vero (Huesca) y las de la Sierra de la Pietat (Tarragona), viendo el Arte Le-
vantino ampliado su rango de distribución hasta alcanzar las áreas que ac-
tualmente delimitan su dispersión geográfica durante la siguiente fase his-
toriográfica, desde Huelva hasta Huesca y Guadalajara.

2.3. La interpretación del Arte Levantino peninsular entre 1980 y 1995:


El impacto del Arte Macroesquemático

La tercera etapa historiográfica incorporó un nuevo interés de la investiga-


ción, orientado a la conservación y la metodología de estudio, relacionado con

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PREIIISTORJA RECIENTE DE LA P ENíNSULA lBIORJCA

la aparición de la arqueología púbüca, desarrollada por las diferentes adminis-


traciones del estado, y una nueva sensibilidad hacia la protección del patrimo-
nio, aspectos que podemos relacionar con el desarrollo del sistema autonómi-
co del Estado español y la transferencia de competencias en materia de cultura
y patrimonio, así como al proceso de deterioro apreciado en el Arte prehistóri-
co y la incorporación de nuevas técnicas de prevención del mismo.
Durante la década de 1970, J. Fortea propuso una interesante línea de
interpretación, estableciendo paralelismos entre manifestaciones rupestres
y datos estratigráficos de yacimientos próximos a estaciones de Arte Le-
vantino, así como con representaciones bien datadas de Arte mueble, des-
tacado la existencia de superposiciones iconográficas. Según su ensayo de
periodización, representaciones no figurativas y de corte esquemático o
geométrico, denominado «Horizonte lineal-geométrico», aparecerían in-
frapuestas a las manifestaciones más naturalistas del Arte Levantino. Tal
sería el caso de cueva de La Araña de Bicorp (Valencia).
De nuevo la cuestión cronológica y cultural sigue siendo importante
en el debate científico sobre el Arte Levantino, sufriendo un vuelco con la
novedad que supuso la identificación y definición de una nueva variante
de expresión artística, el denominado Arte Macroesquemático alicantino,
como Pla de Petracos, que dio pie a proponer a M. Hernández y otros in-
vestigadores del Centre d'Estudis Contestans una cronología neolítica para
los inicios del Arte Levantino. La labor de M. Hernández y el CEC demostró
que el «Horizonte Lineal-Geométrico» propuesto por Fortea correspondería
al Arte Macroesquemático, fechado en el V milenio a. C. por paralelos con
la iconografía apreciada en cerámicas neolíticas de tipo cardial, como el fa-
moso ejemplo del orante de Cava de l'Or (Alicante). Puesto que en numero-
sos abrigos a estas manifestaciones se superponen representaciones de Arte
Levantino, éste debe ser posterior a dicha cronología. Abundando en esta
cuestión, B. Martí Oliver detectó como algunas cerámicas neolíticas no car-
diales, como los fragmentos de Cava de l'Or (Alicante), decoradas con im-
presión a peine, ofrecen decoraciones con iconografías asimilables al Arte
Levantino, por lo que los inicios de esta expres ión gráfica no pueden situar-
se antes de 4.200 a. C. ni después de 3.800 a . C (Figura 2).
De este modo, se propuso un origen para el Arle Levantino en las zo-
nas de contacto de las actuales provincias de Alicante y Valencia, desde
donde se difundiría junto con los modos de vida neolíticos. En cualquier

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HISTORJOGRAFÍA DE LA PREHJSTORJA ESPAÑOLA: EL POSPALEOLITfCO

Figura 2. La iconografía del Arte Macroesquemático (izquierda, Pla de Petracos) y


sus paralelos en cerámicas impresas cardiales (derecha, Cova de L'Or), permitió fijar la
cronología del Arte Levantino, desechando su correspondencia con el Paleolítico superior.

caso, esta tercera etapa historiográfica supuso el abandono de las hipóte-


sis de un origen paleolítico para el Arte Levantino, reconociéndose como
manifestación propia de las fases plenas y avanzadas del Neolítico, carac-
terizadas por la presencia de cerámicas impresas no cardiales, así como
del Calcolítico y de las primeras fases de la Edad del Bronce. Cuando me-
nos, la cronología propuesta para su etapa final en las zonas meridionales
de la franja mediterránea peninsular (Alicante, Murcia y Albacete, funda-
mentalmente) es de mediados de II Milenio a . C.

2.4. Perspectivas actuales en el estudio de arte rupestre


del arco mediterráneo de la península ibérica

Desde mediados de la década de 1990, la investigación del arte rupes-


tre del arco mediterráneo de la península ibérica ha superado el debate
cronológico para centrarse en diversas líneas, en consonancia con los pa-

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PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA lB~RlCA

radigmas teóricos más diversificados de la investigación prehistórica y ar-


queológica actual. Entre los mismos cabe destacar la importancia que han
adquirido los análisis iconográficos, orientados a interpretar la ideología
subyacente en las manifestaciones artísticas, con especial mención a los
estudios de género, propuestos por M. Diez-Andreu. Esta misma investiga-
dora es un buen ejemplo de otra línea de investigación dedicada al análisis
historiográfico desde una perspectiva política e ideológica. Esto es, a anali-
zar cómo el contexto político e ideológico de un momento de la Historia de
la investigación se refleja en las hipótesis e interpretaciones del pasado.
La incorporación de nuevas tecnologías al bagaje metodológico de la
Arqueología prehistórica ha dado continuidad a algunas de las líneas ini-
ciadas en la fase anterior, con mención especial en el caso del Arte Le-
vantino y Macroesquemático a la labor desarrollada desde el Instituto de
Prehistoria del CSIC por J. Vicent y su equipo de trabajo. Una de las plas-
maciones de esta reflexión metodológica es el desarrollo de planteamien-
tos que integran el análisis de las estaciones de arte y sus representaciones
en su contexto geográfico, en la línea de la denominada Arqueología del
Paisaje, teniendo como uno de sus exponentes a M. Cruz Berrocal.

3. HISTORIOGRAFÍA DEL NEOLÍTICO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Desde un punto de vista cronológico, el Neolítico en la península ibé-


rica corresponde al período comprendido, aproximadamente, entre 6.000
y 3.000 a. C. Desde un punto de vista cultural, implica la adopción de una
economía productora de base agropecuaria.

3.1. Primeras fases de la investigación del Neolítico peninsular

La historiografía del Neolítico arranca, en España, a finales del si-


glo XIX, con los estudios pioneros de los hermanos H. y L. Siret en el su-
reste peninsular. Desde el punto de vista de sus interpretaciones y perio-
dizaciones, entroncan con las corrientes hiperdifusionistas de su contexto
historiográfico. La primera síntesis importante para el Neolítico peninsu-
lar es obra de P. Bosch i Gimpera, publicada en 1920, con planteamien-
tos propios de la escuela histórico-cultural alemana. En la misma, para el
Neolítico hispano se diferencian cuatro «Círculos culturales», con sus co-
rrespondientes áreas geográficas de dispersión y un claro componente ét-

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L
HISTORIOGRAFíA DE LA PREHISTORIA ESPAriiOLA: EL POSPALEOLlTICO

nico diferencial. Dichos «círculos» fueron definidos en virtud de la presen-


cia/ausencia de elementos arqueológicos directores, fundamentalmente la
tipología cerámica, el tipo de hábitat y/o de enterramiento. El esquema ge-
neral puede resumirse en las siguientes «culturas»: (1) Cultura de las Cue-
vas; (2) Cultura de Almería; (3) Cultura Pirenaica; y (4) Cultura Megalítica
portuguesa. Mientras las «Culturas» de Almería y Megalítica portuguesa
eran relacionadas con influjos norteafricanos (sahariense y capsiense res-
pectivamente), las de las Cuevas y la Pirenaica eran interpretadas desde
una perspectiva más autoctonista en su configuración. En cuanto a lacro-
noestratigrafía del periodo, recurría a un sentido estrictamente evolucio-
nista, proponiendo una mayor antigüedad a las tipologías cerámicas más
toscas y sencillas, así como cierta modernidad a los estilos más decorados,
como las cerámicas cardiales, que llegó a situar en el Calcolítico.

El freno a la investigación que provo-


có la Guerra Civil española, que supuso
cierta perpetuación de estas explicacio-
nes, estuvo paliado, en la posguerra in-
mediata, por la incansable labor de reco-
gida de datos y documentación realizada
por el matrimonio Leisner para el Mega-
litismo del sur perúnsular, que tuvo una
mayor repercusión en la interpretación
del Calcolítico que en la del Neolítico. Ya
entrada la década de 1940, J. Martínez
Santa Olalla se alejó formalmente de la ,.
propuesta de Bosch i Gimpera, si bien se
mantuvo fiel a la misma en el fondo. Se-
gún su esquema, el Neolítico antiguo co-
,..
rrespondería al Mesolítico, y el Neolítico
reciente se dividiría en dos influjos cul-
turales: hispanomauritano e iberosaha-
riano. En buena medida utilizó argu-
mentos y denominaciones similares a
los del investigador catalán, aunque era
partidario de interpretar las relaciones
Figura 3. Julio Martínez Santa-Olalla,
con el norte de África en sentido inverso hasta cierto punto continuador de las
(Figura 3). ideas de P. Bosch i Gimpera.

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PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

La interpretación del Neolítico peninsular en términos de difusionismo


orientalista tiene su origen en las publicaciones de J. San Valero. Siguien-
do en primera instancia el esquema propuesto por Martínez Santa Olalla,
poco a poco dotará de importancia a la presencia de las cerámicas impre-
sas de decoración cardial, preludiada en los trabajos de Colominas en las
cuevas de Monserrat, obviados en síntesis anteriores. En su interpretación
tuvieron peso las ideas sobre el Neolítico circunmediterráneo expuestas
por B. Brea en su memoria de Arene Candide: (1) la existencia de una uni-
dad cultural en el Neolítico antiguo de todo el Mediterráneo occidental, ca-
racterizado por la cerámica cardial; (2) que esta etapa constituyó la fase
más antigua del Neolítico en el área; y (3) que el origen del mismo era ne-
cesariamente alóctono, ubicándolo en Próximo Oriente. De este modo, San
Valero estableció dos fases cronológicas:
l. Neolítico I, caracterizado por cerámicas cardiales, relacionadas con
grupos humanos procedentes de Próximo Oriente que penetrarían
en la Península desde los márgenes mediterráneos;
2. Neolítico II, caracterizado por cerámicas lisas o con decoración
más sencilla, que relaciona con grupos iberosaharienses. De este
modo, descartaba una unidad cultural para el Neolítico peninsular
anterior al megalitismo, así como la posibilidad de un desarrollo
autóctono del mismo a partir de influjos norteafric:anos, tal como
defendiera Bosch i Gimpera. Los trabajos de San Valero marca-
ron el inicio del predominio de hipótesis que defendían Próximo
Oriente como origen último del Neolítico peninsular, propuestas
durante la década de 1960 por investigadores como Tarradell y, so-
bre todo, M. Pellicer.
En este contexto, la génesis de proyectos de investigación más mul-
tidisciplinares, en los que colaboraban diferentes especialistas, en espe-
cial la incorporación de los estudios de faunas y restos vegetales al aná-
lisis arqueológico del Neolítico, supuso que se abordaran los primeros
trabajos relativos a los orígenes de las especies domesticadas, base de
la economía agropecuaria. Destacan como pioneros, en este sentido, las
síntesis de A. M. Muñoz e l. Rubio, durante las décadas de 1970 y 1980.
No obstante, sus interpretaciones sobre el origen del Neolítico peninsu-
lar desde una perspectiva económica no vencieron la preponderancia de
la tipología cerámica como elemento central de los debates: continuará

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HisToRloGRAFiA o E LA PREHISTORIA ESPAliiOLA: EL PosPALEOLfTico

siendo el elemento primordial sobre el que seguirá girando el debate cro-


noestratigráfico y cultural. Buena muestra de ello es el establecimiento
por parte de Pellicer de siete «círculos culturales» para el Neolítico pe-
ninsular, retomando y actualizando los postulados y métodos de Bosch i
Gimpera en plena década de 1970.

3.2. El «modelo dual» y el origen del Neoütico peninsular

Durante esta fase historiográfica, el trabajo de más enjundia y riguro-


so sobre el origen del Neolítico peninsular es obra de J. Fortea. Se trata de
su síntesis de 1973 sobre el Epipaleolítico mediterráneo, donde también
aborda las primeras etapas del Neolítico. En el mismo se aprecia el influ-
jo de las hipótesis sobre el «modelo dual», entonces en boga en el resto
de Europa para explicar el origen del Neolítico mediante el influjo econó-
mico y tecnológico sobre poblaciones indígenas de raigambre sociocultu-
ral epipaleolítica. Esto es, su estudio del substrato epipaleoleolítico inme-
diatamente anterior a las primeras manifestaciones neolíticas le permite
explicar coherentemente el fenómeno de la introducción de las segundas
mediante procesos de aculturación, antes que mediante un difusionismo
estricto. Con un enfoque metodológico riguroso y prácticamente pionero
en el ámbito peninsular, Fortea parte de un esquema cronoestratigráfico
esbozado durante las décadas de 1940 y 1950 en las publicaciones de Peri-
cot sobre la Cueva de Cocina; Jordá y Alcacer sobre la covacha de Llatas y
las síntesis de Fletcher sobre el Epipaleolítico y las primeras manifestacio-
nes del Neolítico peninsular. El trabajo de Fortea establece tres posibili-
dades, teniendo en cuenta las especificidades de la cultura material: (1) el
Epipaleolítico geométrico, bien representado por la cueva de Cocina, ex-
perimentaría un proceso de «neolitización», (2) paralelo a la configura-
ción del denominado Neolítico puro, del que proceden gran parte de sus
rasgos y que se podría interpretar en términos de una limitada penetra-
ción demográfica alóctona; y (3) la pervivencia en el tiempo de maniÍes-
taciones del Epipaleolítico microlaminar, bien representado en Mallaetes,
que no llegaría a experimentar procesos de neolitización.
La década de 1980, como consecuencia de los cambios que se producen
en la Administración del Estado Español y las transferencias de competen-
cias a las Comunidades Autónomas, las investigaciones sobre el Neolítico
peninsular se incrementaron sustancialmente, aumentando la nómina de

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PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA lBÉRJCA

yacimientos y generalizándose los proyectos multidisciplinares. Tienen es-


pecial relevancia, por su impacto en la interpretación del origen del Neolí-
tico peninsular algunas de las actuaciones realizadas en el interior de las
cuencas fluviales andaluzas y en el valle del Ebro. Tanto el tipo de materia-
les excavados en estos yacimientos como las dataciones arltiguas ofrecidas
por algunos de sus niveles abrieron la posibilidad a que existieran fases ar-
queológicas caracterizadas por cerámicas lisas o con decoraciones incisas
simples más antiguas a la aparición de los conjuntos de cerámicas impre-
sas cardiales del litoral levantino, hasta entonces vinculadas con el inicio
del Neolítico peninsular. Algunos autores, incluso, propusieron la posibi-
lidad de que existiera un Protoneolítico o Neolítico precerárnico, que en-
tienden como un desarrollo autóctono desde poblaciones mesolíticas.
Las dos últimas décadas del siglo XX, además de intensificarse los tra-
bajos de campo y penetrar con mayor fluidez la difusión de investigaciones
y síntesis foráneas, con el consiguiente impacto teórico y metodológico,
fueron testigos de la descentralización de la investigación, equilibrándo-
se el conocimiento del Neolítico en los diferentes territorios administrati-
vos y naturales que conforman la Península. Ello ha permitido vislumbrar
el Neolítico como un fenómeno más complejo, al tiempo que ha impulsado
una definición del mismo atendiendo a su naturaleza económica y social
antes que un tecnocomplejo u horizonte arqueológico definido por la con-
currencia de determinados repertorios de cultura material.
Desde esta perspectiva, el Neolítico se definiría como la fase de la
Prehistoria en la que se abandonan los modos de vida depredadores para
adoptar aquellos propios de las sociedades campesinas. Asimismo, ha per-
mitido matizar las hipótesis de corte difusionista instaladas en la tradi-
ción investigadora española. Hipótesis que se mantienen en buena medida
vigentes por la ausencia en los ecosistemas ibéricos de agriotipos salvajes
desde los que se generaran las especies domésticas vegetales y animales
que fundamentan la economía de base agropecuaria, así como por el in-
flujo que ha ejercido el modelo de «ola de avance démica» propuesto por
Ammerman y Cavalli Sforza. Se discute, eso sí, el ritmo de expansión de
la socioeconomía neolítica desde el este peninsular hacia el centro, el sur
y la fachada atlántica.
Algunos especialistas, como B. Martí y J. Juan-Cabanilles, abogan
por matizar el difusionismo con interpretaciones que entroncan con el

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HlSTORiOGRAF.u\ DE. LA PREHISTORIA ESPAÑOLA: EL POSPALEOLfTlCO

«Modelo Dual», considerando el fenómeno démico, es decir, que se han


originado en su propio biotopo o área de distribución y no como una co-
lonización masiva. Antes bien, como un factor más a tener en cuenta en
el proceso de transición y cambio entre dos modelos económicos, socia-
les y tecnológicos. De este modo, una penetración escasa de poblaciones
alóctonas en las zonas costeras del Mediterráneo se traduciría en una
dualidad cultural. Bien es cierto que no se descarta una introducción de
los nuevos modos de vida mediante mecanismos diferentes a los movi-
mientos demográficos. La cuestión del origen del Neolítico peninsular,
desde las posturas difusionistas actuales, puede explicarse mediante tres
mecanismos: colonización o difusión démica intensa, aculturación di-
recta y aculturación indirecta.
Esta última sería la opción que interpreta el origen del Neolítico ibé-
rico como resultado de la transmisión cultural. Son los denominados
«Modelos de Frontera», que permiten explicar la continuidad entre los
registros arqueológicos epipaleolíticos, correspondientes a las últimas
sociedades con bases económicas cazadoras-recolectoras, y el Neolíti-
co antiguo. Un ejemplo en el ámbito peninsular es el «modelo de dispo-
nibilidad» planteado por Zvelebil, utilizado para interpretar el registro
de áreas geográficas como Cantabria, Navarra y la fachada atlántica. En
esta línea se sitúa el modelo propuesto por J. Vicent, denominado «per-
colativo» o «de capilaridad»: la base fundamental del proceso de neoliti-
zación se encuentra en poblaciones de cazadores-recolectores pospaleo-
líticas, organizados en bandas, destacando la importancia que pudieron
tener en los flujos y procesos de aculturación indirecta las redes sociales
establecidas entre grupos locales que necesariamente deberían mantener
relaciones de reciprocidad.

4. LA INTERPRETACIÓN DEL ORIGEN DEL CALCOLÍTICO


EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Denominado en los inicios de la investigación prehistórica peninsular


como Eneolítico (del térnino griego aenus, cobre), imponiéndose durante la
década de 1970 la denominación Calcolítico (del griego khalkos, cobre nue-
vamente), la denominación del periodo refería un doble aspecto del mismo,
pues presupone tanto la introducción del trabajo del cobre como la conti-
nuación del empleo de la piedra tallada para la fabricación de instrumental.

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PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

4.1. Las primeras interpretaciones

Durante la segunda mitad del siglo xrx se introdujo en la historiografía


de la Prehistoria reciente peninsular, siguiendo las dinámicas de otras tra-
diciones investigadoras, el debate sobre el significado de los orígenes de la
metalurgia, planteándose dos tendencias: (1) aquella de quienes negaron la
originalidad de la etapa, que consideraron un Neolítico final; y (2) quienes
defendieron la entidad propia del Neolítico, diferenciando la misma bajo
una denominación nueva y asumiendo que la introducción de la metalur-
gia era reflejo de transformaciones económicas y sociales. Bien es cierto
que, desde este último punto de vista, manteniéndose en términos de un
evolucionismo lineal que entendía la transformación tecnológica del traba-
jo de los metales como el inicio de una fase superior de la cultura y tenien-
do la peculiaridad de que, hasta en la década de 1970, era habitual entre
los prehistoriadores españoles identificar el Calcolítico con la primera eta-
pa de la Edad del Bronce peninsular.
Estos procesos de transformación, a los que hoy en día se otorga una
importancia mayor que a la propia metalurgia, pueden resumirse en los si-
guientes puntos:
l. Aumento demográfico e inicio de la urbanización de los poblados,
que ocupan mayores superficies y ofrecen mejores infraestructuras,
respecto a los documentados durante el Neolítico.
2. Incremento de la productividad agropecuaria, detectándose en el re-
gistro arqueológico una intensificación agrícola y la introducción de
nuevos cultivos, algunos de los cuales no pueden considerarse como
de primera necesidad, así como la explotación de recursos deriva-
dos de la ganadería hasta entonces ignorados o de uso marginal. Es
lo que desde la década de 1980 se ha denominado «revolución de los
productos secundarios».
3. Transformaciones sociales que se tradujeron en el establecimiento
de una jerarquización social incipiente, antesala de sociedades ca-
racterizadas por la centralización, propias de las Edades del Bronce
y del Hierro.
Los trabajos pioneros del Calcolítico peninsular ibérico se centraron en
el mediodía peninsular, estableciéndose como grupos arqueológicos más

26
HlSTORIOGRAFfA DE LA J>ntiliHISTOR1A ESPAl'~ClA: EL POSPALEOLfTICO

significativos, referencia para el resto, los denominados: (1) Vila Nova de


San Pedro, en el estuario del río Tajo (Portugal); y (2) Los Millares, en Al-
mería, tendiéndose a relacionar las manifestaciones del Calcolítico corres-
pondientes al liT milenio a. C. para el resto de la península ibérica con es-
tas dos «culturas» arqueológicas (Figura 4).

Figura 4. Recreación del poblado fortificado de Los Millares (según Miguel Salvatierra
Cuenca, tal como se exhibe en el centro de recepción de visitantes de Los Millares). La nueva
concepción del espacio público y las infraestructuras del asentamiento, aparentemente una
ruptura respecto a los asentamientos neolíticos, llevó a que los primeros investigadores que
estudiaron el Calcolítico peninsular buscaran paralelos en el ámbito del Mediterráneo oriental.

En las primeras fases de la investigación, las características culturales


del periodo identificadas a través de la Arqueología (metalurgia, tipos ce-
rámicos, desarrollo de los poblados, ... ) fueron explicadas por medio del
difusionismo, concretamente por la influencia ejercida por colonizadores
oriundos del Mediterráneo oriental. Tal fue el caso de Luis Siret, quien
apreciaba paralelos claros entre piezas arqueológicas de Los Millares y

27
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

algunas excavadas en Troya, y sostuvo


la llegada de navegantes fenicios, utili-
zando el término «colonia» para refe-
rirse a los asentamientos calcolíticos
del sudeste español, especialmente el de
Los Millares (Figura S).
A su vez, P. Bosch i Gimpera, den-
tro de su perspectiva ele la teoría de los
Círculos Culturales, asoció el desarrollo
tecnológico y cultural reconocido para
el Calcolítico peninsular como fruto de
relaciones con el norte de África duran-
te el Neolítico y una posterior transfor-
mación autóctona, entendiendo que los
focos de Los Millares y Vila Nova de
San Pedro debían entenderse como un
Figura 5. Luis Siret, uno de los pioneros todo interrelacionado,, antes que como
de la Prehistoria peninsular, figura clave
para entender los inicios del conocimiento
dos centros culturales diferenciados. El
científico del Calcolftico y la Edad del matrimonio Leisner :fue especialmen-
Bronce ibéricos. te crítico con estas ideas, reformulando
las hipótesis difusionistas de Siret. To-
mando como referencia elementos funerarios, en especial el desarrollo del
megalitismo, e iconográficos como los ídolos aculados, volvieron su mirada
de nuevo al oriente del Mediterráneo, concretamente a sus islas, como ori-
gen del Calcolítico ibérico.
Ya durante la década de 1950 y 1960, la reactivación de la investiga-
ción en el área de Los Millares y Vila Nova sirvió como base a nuevas in-
terpretaciones difusionistas, siguiendo los planteamientos ex oriente lux
defendidos por V. Gordon-Childe para explicar el origen del Neolítico y de
las edades de los metales en Europa. En el caso del Calcolítico europeo,
E. Sangmeister, H. Schübart y A. Blanco atribuyeron las innovaciones a la
llegada de prospectores de metal en busca de vetas cupríferas. En sus in-
terpretaciones se trataría tanto de navegantes cicládicos, dado el parecido
formal de estos asentamientos amurallados con las fondficaciones docu-
mentadas en estas islas, como cretenses, con los que relacionaron los ente-
rramientos en tholoi de Los Millares que, a su juicio, seguían modelos pro-
pios del Minoico antiguo documentados en la llanura de Messara (Creta).

28
HiSTORIOGRAFJA DE LA PREHlSTORIA ESPAI~OLA: EL P OSPALEOLiTICO

4.2. El origen del Calcolítico: desde 1970 hasta la actualidad

Entre la segunda mitad de la década de 1970 y durante la de 1980, las ex-


plicaciones de corte orientalista para el origen del Calcolítico peninsular fue-
ron prácticamente desterradas, fundamentalmente por dos motivos: (1) el
desarrollo de programas de dataciones radiocarbónicas demostraron una
mayor antigüedad para los asentamientos del mediodía ibérico que para sus
supuestos modelos mediterráneos; y (2) la ausencia de elementos arqueológi-
cos de incuestionable filiación oriental que permitan mantener una interac-
ción entre ambos extremos del Mediterráneo. Los materiales de claro origen
oriental más antiguos documentados en la península ibérica, los fragmentos
de cerámica micénica excavados en Llanote de los Moros (Montero, Córdo-
ba), ofrecen dataciones posteriores (1500-1300 a. C.) a las disponibles para
Vila Nova y Los Millares (3100-2200 a. C.) y, en todo caso, los paralelos for-
males de algunos elementos arqueológicos sólo permiten deducir la existen-
cia de redes de intercambio entre el sur peninsular y el norte de África.
El abandono de las explicaciones de corte difusionista clásico supuso el
predominio de otras que podrían agruparse bajo la denominación de mode-
los difusionistas no coloniales, apoyadas en concebir el Mediterráneo como
un mar interior fácilmente navegable y, por tanto, favorecedor de contactos
que facilitarían la transmisión de información y conocimiento. Fruto del es-
tablecimiento de proyectos de investigación multidisciplinares que dejaron
de centrarse casi exclusivamente en los aspectos de la cultura material para
analizar otros elementos del registro arqueológico, como faunas o restos ve-
getales, comenzó a cuestionarse la metalurgia como motor que impulsara
las transformaciones sociales, culturales y económicas que definen el Cal-
colítico como periodo, pasando a constituir más bien un indicio o conse-
cuencia de las mismas. Destacarían dentro de esta línea de pensamiento los
trabajos de A. M. Muñoz Amilibia y J. J. Eiroa Garcfa, quienes sentaron las
bases para entender los cambios en patrones de asentamiento, modelos eco-
nómicos y estructura social que caracterizan el Calcolítico como fmto de un
desarrollo autóctono desde el Neolítico final. De este modo, ya en la década
de 1990, investigadores como I. Montero han cuestionado incluso el alocto-
nismo de la propia metalurgia del cobre, que entienden fruto de un desarro-
llo local, antes que resultado de una difusión de conocimientos.
Así, la investigación sobre el periodo se orientó hacia el análisis de los
procesos de transformación socioeconómica que desembocaron en los fe-

29
PREHISTORIA RECiENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

nómenos de jerarquización y estratificación apreciados para el Calcolíti-


co y plenamente constituidos en la Edad del Bronce, a tenor de lo que se
aprecia en el registro arqueológico. Especialmente las investigaciones de-
sarrolladas en el mediodía peninsular y su registro, con ejemplos como los
de V Lull, A. Gilman, A. Remando o R. Chapman. Una dinámica común
en todos ellos es que la influencia externa como detonante del origen del
Calcolítico peninsular o bien es minimizada, o bien es negada, prestan-
do atención a los mecanismos internos a través de los cuales se genera el
cambio desde una perspectiva interna. Dentro de esta dinámica de inter-
pretación, el medioambiente en el que se desenvolvieron las sociedades del
Neolítico final y el Calcolítico toma una posición preponderante a la hora
de explicar el origen del segundo.
El medioambiente se ha interpretado, dentro de estas explicaciones,
como factor directo, al entender que un cambio climático o medioambien-
tal pudo ser el detonante de los cambios (p. ej., Gilman y Thorne), o que
buena parte de las transformaciones sociales puedan tener su origen en el
control de acceso a un bien estratégico, como el agua (p. ej., Chapman).
Desde otras perspectivas, menos deudoras de la Ecología Cultural y el Ma-
terialismo Cultural, interpretan el medioarnbiente corno factor indirecto,
al constituir el cambio tecnológico y económico que se aprecia en el perio-
do corno una respuesta a una potencialidad del medio hasta entonces des-
aprovechada por las comunidades que lo habitaron (p. ej., V. Lull).
Durante las décadas de 1990 y 2000, el énfasis que ha puesto la investi-
gación del Calcolítico en profundizar en las propuestas predominantes en-
tre los años 70 y 80, centrándose mayoritariamente en analizar las trans-
formaciones socioeconómicas que se reflejan en su registro arqueológico,
ha llevado a desdibujar la propia entidad del periodo, que a menudo pare-
ce considerarse corno un lapso de transición entre el Neolítico final y las
sociedades jerarquizadas de la Edad del Bronce

5. LOS PROBLEMAS DE DEFINICIÓN DE LA EDAD DEL BRONCE


PENINSULAR Y SU PROLONGACIÓN HACIA LA EDAD DEL HIERRO

Los trabajos pioneros sobre la Edad del Bronce desanollados a fina-


les del siglo XIX por E. de Cartaihac y, sobre todo, por los hermanos Siret
(Figura 6), centrados en el sureste peninsular, destacaron la personalidad

30
HiSTORJOGRAFÍA DE LA PREHISTORIA ESPM~OLA: EL P OSI'ALEOLÍTICO

propia de este periodo en la península ibérica al ser comparado con lo do-


cumentado para Europa central y el Egeo, marcos de referencia en aquel
momento. Sin embargo, no dieron como resultado una sistematización
del periodo, tal vez por esa misma idiosincrasia que destacaron, al identi-
ficar Edad del Bronce ibérica con cultura de El Argar y extrapolar el cono-
cimiento de la misma al resto del territorio hispano. El primer ensayo de
sistematización de la Edad del Bronce peninsular, publicado en la década
de 1920, es obra de P. Bosch i Gimpera, quien prolongaría su concepción
de círculos culturales neolíticos hacia la Edad del Bronce, rompiendo con
la tradición europea a la hora de sistematizar el periodo. Ya a mediados de
la década de 1940, J. Martínez Santa-Olalla definió dos ámbitos culturales
y cronológicos para la Edad del Bronce Peninsular: (1) el Bronce Medite-
rráneo, que dataría entre 2000-1200 a. C.); y (2) el Bronce Atlántico, que si-
tuaría entre 1200 y 650 a. C.).

Figura 6. Los trabajos de Luis Siret, excelentemente documentados y con ilustraciones


espectaculares, despertaron el interés hacia la Edad del Bronce del sureste ibérico en el resto
de Europa. En la imagen, típico enterramiento en pithos de El Argar recreado por Siret.

31
PREHISTORJA RECIENTE DE LA PENINSUL.A lB~RJCA

Sobre la base de estos planteamientos, las discusiones suscitadas al


respecto en el seno del Congreso Arqueológico Nacional de Almería, cele-
brado en 1949, darían como resultado cierto consenso en establecer una
división tripartita de la Edad del Bronce peninsular, más acorde con la
sistematización imperante en Europa: (1) Bronce Antiguo, correspondien-
te al II Milenio a. C. y que, en esencia, correspondería al Calcolítico ibéri-
co; (2) II Bronce Pleno, que correspondería a los actuales Bronce antiguo
y Medio; y (3) Bronce Final o Atlántico. Si bien esta sistematización básica
se adecuaba mal a la diversidad geográfica y cronológica del periodo para
la península, se mantuvo como marco general hasta bien entrada la década
de 1960. Corno eco de dicha complejidad, escasamente abordada hasta las
décadas posteriores, puede citarse la figura de Tarradell, quien delimitaría
al sureste peninsular la extensión geográfica de la denominada cultura de
El Argar, hasta entonces referente del Bronce Pleno, y plantearía la existen-
cia de otras áreas culturales diferenciadas, corno el Bronce Valenciano, sin
negar la existencia de relaciones entre las mismas.
Durante las décadas de 1970 y 1980, coincidiendo con la profesionaliza-
ción de la Arqueología prehistórica española, se desarrollaron síntesis que
sistematizaron el complejo panorama del Bronce peninsular, estableciendo
secuencias atendiendo a las características internas de las diferentes ma-
nifestaciones del periodo: el Suroeste (Schubart); el Bronce de La Motillas
(Nájera); el Bronce del Nordeste (Maya); el Bronce Atlántico (Ruiz-Gálvez
Priego); el Bronce de la Meseta (Delibes). Es el momento en el cual defini-
tivamente la arqueología prehistórica española deslinda el Calcolítico de
la Edad del Bronce en sus sistematizaciones y abandona para el periodo la
denominación de Bronce l.
Como consecuencia, dependiendo del área geográfica, la Edad del
Bronce peninsular se ha sistematizado identificando tres fases (Bronce An-
tiguo, Medio y Final) o cuatro (Bronce Antiguo, Medio, Reciente y Final).
Divisiones que no siempre se adecuan al registro arqueológico y que refle-
ja las dificultades que ha tenido la investigación del periodo en establecer
secuencias claras a partir de un registro en ocasiones escaso y que obliga a
extrapolar mediante comparaciones tipológicas datos de áreas geográficas
que ofrecen mejores posibilidades de estudio, como son la cultura de El
Argar, o el Bronce Atlántico. Dificultad de sistematización que ha dificul-
tado siquiera el establecimiento de un inicio claro para la Edad del Bronce
en muchas de las regiones peninsulares.

32
HISTORJOGRAF!A DE LA PREIUSTüRIA ESPAÑüLA: EL PüSPALEOL!TICO

De hecho, esta dificultad de definición del inicio de la Edad del Bron-


ce en buena parte de la geografía ibérica ha llevado a tomar como con-
senso, tras las síntesis de Harrison, situar el final del Calcolítico con la
desaparición del estilo generalizado de Vaso Campaniforme y la diver-
sificación en diferentes estilos cerámicos del mismo (Marítimo, Ciem-
pozuelos, Palmela, Carmona, Dornajos, Silos, Salamó, ... ), asociados a
la metalurgia de puntas de Palmela y puñales de lengüeta y de enterra-
mientos individualizados con ajuares que incorporan, además de dichos
elementos metálicos y la vajilla campaniforme, brazales de arquero, bo-
tones en V y, en ocasiones, diademas de oro. Elementos arqueológicos
que en numerosas áreas geográficas se mantienen en la fase inicial de la
Edad del Bronce.
Asimismo, el conocimiento y definición de las últimas fases de la
Edad del Bronce peninsular o Bronce Final ofrece una problemática dife-
rente, habida cuenta de que el mejor conocimiento de su registro dificul-
ta deslindarlo de los fenómenos culturales y sociales representados por la
Primera Edad del Hierro, etapa que puede interpretarse como unitaria en
muchos aspectos con las últimas fases del Bronce y que da como resulta-
do la diversidad étnica y cultural apreciada en los textos clásicos en sus
referencias a la península ibérica. En definitiva, el Bronce Final sería el
periodo en el que, según la terminología planteada por M. Almagro Gor-
bea y G. Ruiz Zapatero a comienzos de la década de 1990, darían inicio
los procesos de «etnogénesis» que configuraron las culturas prerromanas
peninsulares.
En este sentido, la investigación desarrollada desde el ámbito de la Pre-
historia en torno a la Edad del Hierro peninsular durante los últimos cua-
tro decenios ha transcendido las visiones nacionalistas desarrolladas du-
rante la época franquista, centrando su esfuerzo en determinar cómo los
contactos comerciales y de otro tipo con sociedades de otros ámbitos eu-
ropeos, visibles arqueológicamente desde el Bronce Final, pudo estimular
el substrato indígena definido durante la Edad del Bronce en la configura-
ción de sistemas altamente jerarquizados. Dentro de esta dinámica pueden
delimitarse las siguientes áreas de interés:
• Los contactos ultrapirenaicos, evidentes en el noreste peninsular, con
un referente ineludible en la sistematización del fenómeno de Cam-
pos de Urnas elaborada por G. Ruiz Zapatero.

33
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENINSULA lBtRICA

EJER CICIOS DE AUTOEVALUACIÓN

l . La primera interpretación del Arte Levantino fue:

a) Su origen en el Calcolítico peninsular.


b) Su origen en la Edad de Hierro peninsular.
e) Su origen en el Paleolítico peninsular.
d) No se dio origen, pues se consideró una falsificación.

2. La cronología aceptada actualmente para el Arte Levantino se determinó:

a) Por dataciones radiocarbónicas de las pinturas.


b) Por la superposición del mismo en algunos abrigos al Arte Macroes-
quemálico, datado en el Neolítico por paralelos con representacio-
nes de cerámicas cardiales.
e) Por medio del hallazgo de fragmentos de paneles decorados hallados
en niveles arqueológicos ubicados al pie de los mismos.
d) No existe consenso actualmente sobre la cronología del Arte Levantino.

3. Los modelos duales para interpretar el origen del Neolítico sostienen:

a) El Neolítico es de origen alóctono y se difunde en la península ibé-


rica mediante la colonización de la m isma de gentes procedentes de
Próximo Oriente.
b) El Neolítico es de origen única y exclusivamente local, puesto que
la península ibérica ofrecía a finales del Pleistoceno y comienzos
del Holoceno especies animales y vegetales salvajes que fueron do-
mesticadas.
e) No existe Neolítico en la península ibérica.
d) Hubiera una difusión démica limitada o no, el Neolítico peninsular
aparece y se desarrolla como fruto de la difusión de ideas, técnicas y
especies domésticas, interactuando con las sociedades indígenas de
finales del Epipaleolítico.

36
HISTORIOGRAFÍA DE LA PREHlSTORIA ESPAÑOLA: EL POSPALEOUTICO

4. En relación con el origen del Neolítico y el Calcolítico, P. Bosch i Gimpera


defiende tesis:

a) Hiperdifusionistas.
b) P. Bosch i Gimpera nunca trató sobre temas de Prehistoria re-
ciente.
e) Interpreta el registro en términos de la Teoría de los Círculos Cultu-
rales.
d) P. Bosch i Gimpera niega la existencia del Calcolítico, considerando
que se trata de la fase final del Neolítico.

S. Señale, entre las afirmaciones siguientes, cuál NO ES una de las carac-


terísticas del Calcolítico:

a) Se detecta un aumento demográfico y un nuevo modelo en la orga-


nización y la infraestructura de los poblados.
b) Se produce una intensificación de la agricultura y un mejor aprove-
chamiento de los recursos derivados de la ganadería.
e) Es el periodo en el cual se introduce la metalurgia del hierro.
d) Se manifiestan evidencias arqueológicas del inicio de la jerarquiza-
ción social.

6. Durante las décadas de 1950 y 1960, la reactivación de la investigación


en el área de Los Millares y Vila Nova de San Pedro:

a) Sirvió como base a nuevas interpretaciones difusionistas.


b) Ratificaron las ideas de un origen autóctono del Calcolítico penin-
sular.
e) Reubicaron su cronología en la Edad del Hierro.
d) Demostraron que eran fruto de un sofisticado montaje y su cons-
trucción no databa de apenas cien años antes.

37
PREHJSTORIA RECIENTE DE LA PENINSULA IB~RJCA

7. En términos generales, el límite inferior del Bronce en la península ibé-


rica se establece:

a) Con la desaparición de un hori zonte campaniforme generalizado y


el desarrollo de estilos decorativos regionales para este tipo de cerá-
micas.

b) Con las primeras manifestaciones de la presencia de fenicios en la


península ibérica.

e) Con la aparición de espadas de lengua de carpa.

d) Con el inicio de la metalurgia del cobre.

8. La Edad del Bronce en la península ibérica:

a) Manifiesta un alto grado de homogeneidad cultural en todo el terri-


torio peninsular.

b) Es el periodo en el cual se desarrolla el Arte Levantino.

e) Se caracteriza por la presencia de cerámicas impresas de decoración


cardial.

d) Ofrece una amplia diversidad regional en cuanto a sus manifestacio-


nes, a veces escasas, por lo que es dificil su sistematización, en espe-
cial para s us primeras fases .

9. El Bronce Final en la península ibérica:

a) No tiene continuidad con la Primera Edad del Hierro, que supone


una ruptura cultural, social y económica.

b) Se prolonga hacia la Primera Edad del Hierro, por lo que no puede


entenderse la segunda sin el primero.

e) Es mal conocido y todavía está pendiente de ser sistematizado.

d) Ofrece un alto grado de homogeneidad cultural en toda la penínsu-


la, como es habitual en el resto de Europa.

38

L.
HISTORJOGRAFfA DE LA PREHISTORIA ESPAÑOLA: EL PosPALEOLÍ TJc o

10. Señale cual de los siguientes temas NO es una de las líneas de investi-
gación más destacadas en el estudio de la Edad de Hierro en la penín-
sula ibérica:

a) El proceso de «celtización» de los grupos humanos del interior y el


norte peninsular.
b) El origen y desarrollo de la cultura ibérica.
e) La transformación social que supone el paso de tecnologías líticas
del Modo 2 al Modo 3.
d) La presencia de influencias o colonizaciones fenicias en el litoral
peninsular.

Solución a los ejercicios: le, 2d, 3d, 4c, Se, 6a, 7a, 8d, 9b, lOe

BIBLIOGRAFÍA

ALMAGRO GORBEA, M. (1992): «El origen de los celtas en la Península Ibérica: Pro-
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nología». Saguntum: Papeles del Laboratorio de Arqueología de Valencia , 30:
217-228.
(2009): «La etnología como fuente de estudios de la Hispania celta». Boletín del
Seminario de Estudios de Arqueología, 75: 91-142.
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y nuestra disciplina». Eres. ArqueologíaJBioantropología, 12: 143-168.
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MÍNGUEZ, M. (1999): «Crítica al estudio del Arte Levantino desde una perspecti-
va bibliométrica» . Trabajos de prehistoria, 56 (1): 53-75.
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arqueología de la Universidad de Granada, 12-13: 35-80.
(1994): «El proceso de neolitización, perspectivas teóricas para el estudio del
Neolítico». Zephyrus, 46: 123-142.

39
TEMA2
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN
LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS: EL HOLOCENO

Jesús F. Jordá

Estructura del tema: 1. Introducción. 2. El Holoceno. 2.1. Definición, límite in-


ferior y divisiones. 2.2. Aspectos paleoclimáticos y paleoambientales. 3. La
configuración del paisaje en la península ibérica, las Islas Baleares y las Is-
las Canarias durante el Holoceno. 3.1. Los mares circundantes: oscilaciones
de nivel y de temperatura. 3.2. La península ibérica. 3.3. Las Islas Baleares.
3.4. Las Islas Canarias. Comentario de texto. Lecturas recomendadas. Activi-
dades . Ejercicios de autoevaluación. Bibliografía. Mapas. Recursos en inter-
net. Solucionado a los ejercicios de autoevaluación.
Palabras clave: Cuaternario, Holoceno, península ibérica, Islas Baleares, Islas Cana-
rias, depósitos, formas, paleoclima, paleogeografía, paleoambiente, paleobiología.
Introducción didáctica: El objeto de este capítulo es presentar las principales ca-
racterísticas del Holoceno en la península ibérica -o Iberia- , las Islas Baleares
y las Islas Canarias desde el punto de vista de la Geología, la Geomorfología, la
Paleoclimatología y el Paleoambiente. Para ello, tras una breve introducción so-
bre la posición del Holoceno dentro de la escala temporal de la historia geoló-
gica, se abordarán de manera sintética los principales rasgos geomorfológicos,
paleogeográficos, paleoclimáticos y paleoambientales que se desarrollaron en el
territorio de Iberia, Baleares y Canarias durante ese periodo de tiempo. Para
el estudio de este tema es preciso conocer los conceptos básicos y términos que
se encuentran recogidos en los libros Prehistoria I, La Prehistoria y su metodolo-
gía y Prehistoria antigua de la Península Ibérica. Tras el estudio de este tema los ,
estudiantes deberán ser capaces de identificar las formas y depósitos holocenos
del territorio de Iberia, Baleares y Canarias y de extraer conclusiones de carácter
paleoclimático y paleoambiental tras realizar una atenta lectura del paisaje.

l. INTRODUCCIÓN

El periodo de la historia que nos ocupa, la Prehistoria reciente, tuvo lu-


gar durante el Holoceno, al final del Cuaternario, unidad cronoestratigráfica
más reciente y corta de la historia de la Tierra, que constituye el techo de la

41
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

secuencia geológica y que contiene depósitos y materiales actuales. El Cua-


ternario forma parte del eratema cenozoico (65,5 Ma 1 -presente), el cual se
divide a su vez en tres sistemas/periodos: Paleógeno (65,5- 23,03 Ma), Neó-
geno (23,03 - 2,588 Ma) y Cuaternario (2,588 Ma - presente). El Cuaterna-
rio se caracteriza por dos aspectos fundamentales. Por un lado, es un perio-
do de tiempo en el que se sucedieron numerosas variaciones climáticas, con
alternancias de épocas frías y secas (glaciales) con otras cálidas y húmedas
(interglaciales), con los consiguientes cambios en la extensión de las tierras
emergidas y en la distribución de los sistemas morfogenéticos, los paisajes
vegetales y las faunas marinas y continentales. Por otro lado, es el periodo
de la historia de la Tierra en el que tiene lugar la culminación de la evolu-
ción humana, que si bien se inició en momentos anteriores del Cenozoico,
durante el Cuaternario dio lugar al género Hamo y a la especie humana ac-
tual, el Hamo sapiens.
El Cuaternario, cuyo límite inferior ha sido fijado por la Intemational
Union for Geological Sciences en 2,588 Ma, se divide en dos series de dife-
rente duración cada una: el Pleistoceno, que se extiende entre 2,588 Ma y
11784 años cal BP 2 , y el Holoceno, que cubre desde ese año hasta el mo-
mento presente (ver Fig. 1 en Jordá, 2012: 45). El Pleistoceno a su vez se
divide en tres subseries: inferior, medio y superior. El Pleistoceno inferior
alcanza hasta los 781 ka 3 , justo en el límite entre el cron Matuyama, de po-
laridad inversa, y el cron Brunhes, de polaridad normal. El Pleistoceno
medio llega hasta la base del interglacial Eemiense o inicio del OIS Se que
está datada en 128 ka. Por último, el Pleistoceno superior comprende des-
de 128 ka hasta el primer gran calentamiento climático posterior a la últi-
ma glaciación situado hace 11784 años cal BP, momento que da paso al Ho-
loceno. Durante el final del Pleistoceno superior (final del OIS 3 y OIS 2),
entre 21800 y 11800 años cal BP, se sucedieron alternancias de periodos
fríos y cálidos de menor duración que reciben el nombre de Greenland Sta-
dials (GS 2 y GS 1) para los estadios fríos y de Greenland Interstadials (GI 2 y
GI 1) para los interestadios templados. El último estadio frío del Pleistoce-
no es el GS 1 o Dryas reciente (Younger Dryas) que comenzó hace 12896
años cal BP y terminó hace 11784 años cal BP, momento a partir del cual

1
Ma = millones de años.
2cal BP = años calibrados antes del presente (Befare Present). Hacen alusión a años de calendario
obtenidos a partir de la calibración de fechas radiocarbónicas convencionales.
3 ka = miles de años.

42
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENíNS ULA ffiÉRICA, BALEARES Y C ANARIAS ...

se inicia el Holoceno u OIS 1, última división temporal de la historia de la


Tierra en el que nos encontramos actualmente.
Este capítulo del libro dedicado a las etapas recientes de la Prehisto-
ria de la Península Ibérica o Iberia, las Islas Baleares y las Islas Canarias
se ocupará de la descripción e interpretación de los principales depósitos,
formas y acontecimientos paleogeográficos y paleoambientales que tuvie-
ron lugar en esos territorios durante el Holoceno.

2. EL HOLOCENO
2.1. Definición, límite inferior y divisiones

El Holoceno, término introducido por Paul Gervais en 1867 para desig-


nar los depósitos recientes o posdiluvianos, corresponde a la última uni-
dad dentro de la escala cronoestratigráfica que tiene la doble categoría de
Serie y Piso. El término fue aceptado en 1885 para designar el periodo de
tiempo pospleistoceno que incluye los tiempos actuales.
Coincide con el estadio isotópico del oxígeno OIS 1 y su límite inferior
ha sido definido y ratificado en 2008 por la ICS y la IUGS. Este límite se
ha establecido en el sondeo NGRIP2 (75,1000°N y 42,3200°W) realizado en
el casquete de hielo de Groenlandia, a una profundidad de 1492,45 m, en un
tramo en el que se observa un exceso en los valores de Deuterio al que si-
guen cambios en la composición isotópica del oxígeno (1 8 0), en la concen-
tración de polvo, en los valores de algunos elementos químicos y en el es-
pesor de las capas de hielo. La edad del límite inferior del Holoceno es de
11784 años contados en capas de hielo con relación al año 2000, y coinci-
de con el final del Younger Dyas o Dryas reciente, último episodio frío del
Pleistoceno superior. El Holoceno es la única división de la escala cronoes-
tratigráfica que carece de límite superior, pues se trata del periodo de tiem-
po que abarca el momento presente y por tanto engloba los procesos geo-
lógicos y sus resultados que se generan día a día.
Tradicionalmente, las divisiones del Holoceno se han establecido en
función de las estratigrafías polínicas realizadas en Francia y el N de Eu-
ropa, que presentan un marcado significado climático y cuyos límites han
sido datados por radiocarbono. Estas divisiones o cronozonas son (Fig. 1):
Preboreal, desde el límite inferior (11784 años cal BP) hasta 10189 años cal
BP; Boreal, entre 10189 y 9004/8776 años cal BP; Atlántico, entre 9004/8776

43
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

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Figura l. Tabla cronoestratigráfica del Holoceno que incluye las curvas de


alta resolución que muestran las variaciones de la temperatura holocenas de la
figura 7, la cronoestratigrafía isotópica (OIS) y paleoclimática (GS y GI), las
cronozonas basadas en registros polínicos, las fases climáticas y las divisiones
informales, con la nomenclatura utilizada en el texto (elaboración propia).

44
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS ...

y S,728 años cal BP; Subboreal, entre 5728 y 2728/2476 años cal BP; y
Subatlántico, entre 2728/2476 años cal BP y el presente. Los periodos Bo-
real y Atlántico se suelen agrupar en lo que se denomina Óptimo Climático
Holoceno, mientras que el Subboreal y el Subatlántico se reúnen en un pe-
riodo más amplio llamado Neoglaciación.
Esta escala se encuentra actualmente en desuso y cada vez se tiende
más a dividir el Holoceno en tres unidades menores con carácter informal:
Holoceno inferior o temprano, Holoceno medio y Holoceno superior o re-
ciente (Fig. 1). El Holoceno temprano comprendería desde su límite in-
ferior (11784 años cal BP) hasta los 9000 años cal BP y comprendería las
cronozonas Preboreal y Boreal. El Holoceno medio alcanzaría hasta los
5000 años cal BP e incluiría el evento frío acontecido en el 8200 cal BP o
evento 8.2 y la cronozona Atlántico y parte de la Subboreal. El Holoceno
reciente se extendería desde los 5000 años cal BP hasta la actualidad, in-
cluyendo las cronozonas Subboreal y Subatlántico.

2.2. Aspectos paleoclimáticos y paleoambientales

El Holoceno es un periodo interglacial caracterizado por un ascen-


so térmico generalizado a nivel global, al final del cual se alcanzaron las
temperaturas actuales. Este aumento de las temperaturas dio lugar al re-
troceso de los hielos de los inlandsis, con la práctica desaparición del
casquete finoscandinavo a comienzos del Holoceno, mientras que en el cas-
quete laurentiano los hielos no desaparecieron hasta hace 8000 años.
A comienzos del Holoceno, entre 11645 y 11612 años cal BP, la tempera-
tura en Groenlandia subió una media de 15° C, alcanzándose el máximo
térmico en el año 11490 cal BP, coincidiendo con la retirada latitudinal
del frente polar hacia la Península del Labrador. Las tundras se retiraron
hacia el norte de Europa y fueron sustituidas por bosques mixtos de co-
níferas y abedules.
El Holoceno ha estado sometido a variaciones climáticas a lo largo de
sus más de 11000 años de duración, pero estas oscilaciones nunca han teni-
do la intensidad que en los últimos momentos del Pleistoceno. La tempera-
tura media anual en la superficie de la Tierra durante el Holoceno ha osci-
lado entre 14° y 15° C, con variaciones cíclicas de 1° o 2° C, a excepción del
gran descenso térmico experimentado hace 8200 años, en el evento 8.2.

45
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

La primera parte del Holoceno (11784- 5000 años cal BP), que incluye
el Holoceno temprano y medio, se caracteriza por un clima seco a lo largo
del cual se observan tendencias de ascenso térmico y de aumento de hume-
dad. Así, en la cronozona Preboreal (11784 - 10189 años cal BP) el clima
era todavía relativamente frío y seco, con tendencia al atemperamiento y
con desarrollo de formaciones preforestales en la Europa mediterránea
y de bosques de coníferas acompañadas de abedules y avellanos en la Eu-
ropa atlántica. Sigue la cronozona Boreal (10189 - 9004/8776 años cal BP),
periodo seco y cálido en el que continuó el ascenso térmico, con desarrollo
del bósque mediterráneo y retroceso de los bosques de coníferas en la Eu-
ropa atlántica a favor de la implantación de especies forestales como ave-
llanos, robles y encinas. En la cronozona Atlántico (9004/8776- 5728 años
cal BP) las temperaturas y las precipitaciones aumentaron hasta superar
las actuales, lo que conllevó un aumento de la cobertura vegetal alcanzán-
dose la máxima extensión del bosque mediterráneo en la Europa medite-
rránea y una progresión de los bosques de robles en la Europa atlántica. El
final del Holoceno medio incluye los primeros 1000 años de la cronozona
Subboreal (5728 - 2728/2476 años cal BP), con un clima ligeramente más
seco y cálido que el anterior.
Esta primera parte del Holoceno coincide con el llamado Óptimo Cli-
mático Holoceno, periodo que se extiende hasta hace 4750 años, durante
el cual tuvo lugar un importante aumento de las temperaturas y de las pre-
cipitaciones que llegaron a superar las actuales. Esta mayor humedad pro-
pició la aparición de un paisaje de sabana en extensas áreas de África, con
desarrollo de grandes lagos y de sistemas fluviales interconectados con zo-
nas pantanosas en el área del Sahel y del Sáhara. El lago de Chad, que ha-
bía desaparecido durante la última glaciación, se instaló de nuevo con una
extensión muy superior a la actual. Lo mismo ocurrió en las estepas asiáti-
cas, donde los lagos se extendieron en las actuales zonas desérticas de Ra-
jastán y de Arabia. América experimentó también una época muy húmeda
con gran desarrollo fluvial debido a la intensidad de las precipitaciones.
Dentro de esta primera parte del Holoceno, entre 8400 y 8000 años cal
BP, tuvo lugar una fuerte caída de las temperaturas y una aridez extrema
que alcanzó su máximo hacia los 8200 años cal BP. Se trata del conocido
como evento 8.2 en el que la temperatura media de Groenlandia descendió
6° C, aunque sin alcanzar los valores del Pleistoceno superior. La causa de
esta perturbación fue una brusca entrada de agua dulce fría en el Atlánti-

46
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS ...

co Norte procedente de la rápida evacuación de los lagos Agassiz (situado


al oeste de los actuales grandes lagos norteamericanos) y Ojibway (empla-
zado al sur de la actual Bahía Hudson) en los que se había almacenado el
agua del deshielo del casquete Laurentiano. Se trata de un fenómeno simi-
lar al que dio lugar al Younger Dryas, aunque con una menor repercusión
térmica, que hizo disminuir la circulación termohalina atlántica de tal for-
ma que en las costas de África se llegaron a alcanzar temperaturas simi-
lares a las de la última glaciación. Este evento finalizó como empezó, de
forma brusca, una vez agotadas las aguas dulces del deshielo del casque-
te Laurentiano. Otras de las repercusiones de este evento fueron el rápido
ascenso que experimentaron los niveles de las aguas en mares y océanos,
a razón de 46 mm al año en el mar del Norte, y la inundación por aguas
marinas del lago Euxine, de agua dulce y situado 150m por debajo del ni-
vel del Mediterráneo en lo que ahora es el mar Negro, que comenzó hace
unos 7600 años. El ascenso de las aguas del Mediterráneo hizo que estas
entraran en cascada desde el mar de Márn~ara con un gran poder erosivo e
inundaran de forma rápida extensas superficies ribereñas en Turquía, Bul-
garia, Rumanía y Ucrania. En el lago Euxine el agua ascendió a un ritmo
de unos 15 cm diarios lo que provocó la inundación diaria de grandes ex-
tensiones territoriales. En este acontecimiento, que tuvo unos dos años de
duración, puede tener su origen el mito del diluvio universal, al verse inun-
dadas enormes superficies de tierras agrícolas.
En el Holoceno reciente o segunda parte del Holoceno (5000 años cal
BP - presente), las condiciones climáticas cambiaron a nivel global ha-
cia una mayor sequedad y una menor temperatura, en lo que se denomina
Neoglaciación, con una intensificación de la sequedad que provocó una cri-
sis de aridez, la cual dio lugar a la instalación de los paisajes actuales. In-
cluye la segunda parte de la cronozona Subboreal, de características cálidas
y secas, y finaliza con la cronozona Subatlántico (2728/2476 años cal BP-
presente), periodo húmedo y frío en el que se alcanzaron las condiciones
actuales. Durante este periodo se produjo un fuerte incremento de la acción
antrópica sobre los paisajes vegetales, que hizo retroceder los bosques por
la implantación generalizada de las prácticas agrícolas y ganaderas.
La zona del Sáhara perdió la vegetación convirtiéndose en un desierto
y lo mismo ocurrió en América y Asia. En la región mediterránea europea
se produjo la expansión de garrigas y matorrales, mientras que en la Euro-
pa atlántica tuvo lugar la implantación de los bosques de abetos y hayas.

47
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Hada los 4000 años cal BP se produjo un episodio de intensa aridez en el


Mediterráneo oriental y, a partir de 3250 años cal BP, las condiciones frías
se intensificaron dando lugar a lo que se ha llamado la Época Fría del Hie-
rro, con un descenso generalizado de las temperaturas y un incremento de
la aridez, que termina hace 2500 años (500 años BC4 ), coincidiendo con el
desarrollo de la Edad del Hierro. A esta época fría siguió un aumento de la
temperatura y de la humedad durante el conocido como Periodo Húme-
do Ibero-Romano, comprendido entre los 2500 y los 1600 años BP 5 (es de-
cir entre 500 BC y 400 AD 6 ), condiciones que continaron con unas caracte-
rísticas templado-cálidas durante el Óptimo Climático Medieval (entre los
años 550 a 1300 AD), al que siguió un periodo marcadamente frío o Peque-
ña Edad de Hielo (entre los años 1300 y 1850 AD). Durante el Óptimo Cli-
mático Medieval tuvo lugar un ligero calentamiento en la zona del Atlántico
Norte que alcanzó su máximo hacia el año 1100 AD . Este hecho permitió el
avance de los vikingos hacia el oeste, que establecieron en Groenlandia una
colonia durante un par de siglos y que pudieron llegar a las costas de Terra-
nova. Otras consecuencias de esta bonanza climática fueron el cultivo de la
vid en Inglaterra y la retirada de los glaciares alpinos. El final de este ópti-
mo climático dificultó de nuevo la navegación entre Islandia y Groenlandia,
por lo que esos establecimientos fueron abandonados hacia el1300 AD.
A partir de 1300 AD un deterioro climático debido al descenso de la ac-
tividad solar y a fuertes erupciones volcánicas, dio paso a la Pequeña Edad
de Hielo, que trajo consigo un aumento de los hielos en el Atlántico Norte
y unos inviernos más fríos en Europa. El cultivo de la vid desapareció en
Inglaterra donde comenzó a helarse el Támesis, sobre el que se llegaron a
celebrar ferias y mercados, y los glaciares volvieron a descender en los Al-
pes. Además, durante este periodo se experimentaron momentos muy fríos
ligados a grandes erupciones volcánicas, como la de 1815 AD en el volcán
Tambora (Indonesia), que dio lugar al llamado año sin verano de 1816 AD
en las latitudes medias del hemisferio Norte. Este periodo finalizó a par-
tir de 1850 AD con el advenimiento de un clima similar al actual en el que
se observa un ascenso térmico constante originado por el incremento en la

4
BC = Befare Christ, es decir, años antes del nacimiento de Cristo.
5 BP = Befare Present, es decir, años antes del presente. Con ánimo de simplificar, en este texto
utilizaremos años BP para referirnos siempre a años de calendario contados hacia atrás desde 1950
AD, por lo que las expresiones en años BP serán equivalentes a la denotadas como años cal BP.
AD = Anno Domini, es decir, años después del nacimiento de Cristo.
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA P REHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNS ULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS . . .

atmósfera de los gases de efecto invernadero derivados del fuerte aumen-


to de las actividades industriales, con consumo de combustibles fósiles que
producen anhídrido carbónico (C0 2 ), por un lado, y agrícola y ganadera,
con emisión de metano (CH 4), por otro.

3. LA CONFIGURACIÓN DEL PAISAJE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA,


LAS ISLAS BALEARES Y LAS ISLAS CANARIAS DURANTE
ELHOLOCENO

En los algo más de los 11000 años de duración del Holoceno, sobre el
territorio de Iberia, Baleares y Canarias tuvieron lugar una serie de proce-
sos geodinámicos que modificaron en mayor o menor medida la configu-
ración alcanzada al final del Pleistoceno, procesos que en muchos casos
prosiguen en la actualidad y son responsables del aspecto actual de los te-
rritorios que nos ocupan (Figs. 2, 3 y 4). Entre los principales procesos que
retocarán la configuración pleistocena de Iberia, Baleares y Canarias se

Figura 2. Imagen de satélite de la península ibérica y las Islas Baleares (fuente: Google Earth) .

49
PREHISTORIA RECIENTE DE LA P ENÍNSULA IBÉRICA

Figura 3. Imagen de satélite de las Islas Baleares (fuente: Google Earth).

Figura 4. Imagen de satélite de las Islas Canarias (fuente: Google Earth).

encuentran los fluviales , de gravedad vertiente, lacustres y litorales. Las ca-


racterísticas de estos procesos y sus resultados están íntimamente ligados
a. la.. Ut.oJ.J)JJ,j.a_:; l.a..l!.gJ:IJ.['JJ.JL~ tk_ h~ watt>xi..ilft..~ ~tit 'iJl..'it~'lllú, la... -rp-llR..~Jimlli-­
tología y la paleogeografía. Pese a que, a primera vista, el Holoceno puede
parecer una época estable comparada con el Pleistoceno, en su transcurso
sucedieron, como se ha visto, una serie de acontecimientos climáticos res-
ponsables de la diferente actuación de los procesos geodinámicos externos
en Iberia, Baleares y Canarias. Por otra parte, los procesos geodinámicos
internos y muy especialmente la actividad volcánica tuvieron una gran re-
percusión en la configuración del relieve actual de las Canarias.

50
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREIDSTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y C ANARIAS . . .

El resultado de la interacción de todos estos procesos es la formación


de los diferentes paleoambientes geológicos en los que tuvo lugar el de-
sarrollo de la vegetación y la fauna holocenas y, por supuesto, de las activi-
dades humanas durante la Prehistoria reciente, las cuales son también, en
gran medida, responsables de la configuración de los paisajes actuales. Las
evidencias de una gran parte de las actividades humanas de la Prehistoria
reciente han quedado registradas en archivos geológicos, como son los de-
pósitos kársticos, fluviales, lacustres, palustres, de gravedad vertiente y lito-
rales, pero también ha llegado hasta nosotros en los registros arqueológicos
de poblados, necrópolis, labores mineras y campos de labor dispersos por
el territorio.

3.1. Los mares circundantes: oscilaciones de nivel y de temperatura

Al final del Dryas reciente el nivel del mar en las costas de Iberia, Ba-
leares y Canarias se encontraba unos 60 m por debajo del actual y durante
todo el Holoceno fue experimentando sucesivos ascensos (transgresiones)
y descensos (regresiones) hasta alcanzar la situación actual (Fig. 5). La
curva de oscilación del nivel del mar muestra una cierta estabilización so-
bre -60 m hasta hace 10800 años BP, momento en el que experimentó un
brusco ascenso hasta alcanzar -30 m, seguido de un rápido descenso has-
ta -60 m hacia los 10700 años BP. La curva continúa de forma ascenden-
te con oscilaciones de 5 a 1O m arriba y abajo pero con tendencia general

ka BP
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Figura S. Curva de la variaciones del nivel del mar a nivel global


(modificado de Becker et al. 2009).

51
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

ascendente, hasta llegar a - 30 m sobre 9400 años BP. Sigue con una caí-
da y un ascenso hasta - 20 m hacia los 9000 años BP, a los que siguen un
nuevo descenso y un ascenso hasta los 7900 años BP, ascenso relacionado
con el evento 8.2 antes descrito. A partir de ahí la curva se estabiliza con
tendencia ascendente hasta llegar a - 1O m hace 7000 años BP, transgresión
que en algunos puntos del litoral peninsular, como la costa vasca, pare-
ce que superó en uno o dos metros el nivel del mar actual sobre 6000 año
BP. Es lo que se conoce como máximo de la transgresión flandriense . De
nuevo la curva experimenta un ligero descenso hasta alcanzar - 30m hace
5000 años BP, al final del Holoceno medio . A partir de ese momento la
curva sufrirá un suave ascenso con mínimas pulsaciones regresivas has-
ta alcanzar el nivel actual. El resultado del ascenso holoceno del nivel del
mar es la sucesiva pérdida de superficie emergida que se observa en Ibe-
ria y Baleares, sobre todo en algunas costas de la península, como la can-
tábrica y la mediterránea oriental, hasta llegar a la configuración costera
actual (Fig. 6).

nivel del mar a- 70 m, 11800 años BP nivel del mar a - 50 m, 9200 años BP

nivel del mar a - 20 m, 6000 años BP nivel del mar actual

Figura 6. Posición de la línea de costa en la península ibérica y Baleares desde el comienzo


del Holoceno, con indicación de la superficie de zona emergida respecto a la línea de costa
actual, derivada de la variación de la posición del nivel mar a - 70 m, -50 m, - 20m y actual
(ilustración de Adolfo Maestro, elaborado a partir de Becker et al., 2009).

52
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENíNSULA ffiÉRICA, BALEARES Y C ANARIAS . . .

En cuanto a las variaciones de temperatura en las aguas de los ma-


res circundantes de la península ibérica, Baleares y Canarias, el final del
Pleistoceno estuvo marcado por el brusco enfriamiento del Dryas recien-
te o GS 1 (12,9-11,7 ka cal BP), periodo en el que las aguas del océano Atlán-
tico y del mar Mediterráneo sufrieron un fuerte descenso térmico origi-
nado por la rápida evacuación de las aguas del deshielo de los inlandsis
laurentino y finoscandinavo. Este descenso térmico fue muy notable en el
Mediterráneo meridional, donde la temperatura media anual de la super-
ficie del mar (TSM) de Alborán descendió hasta los 12° C (Fig. 7), hecho
este que contribuyó a la entrada de faunas frías en el Mediterráneo. Pero
en los primeros mil años del Holoceno, la TSM sufrió un rápido ascenso
en el mar de Alborán hasta alcanzar casi los 21 o C hace 10000 años, as-
censo también reflejado en el margen atlántico con TSM de hasta 19° C.
Durante el Holoceno temprano y medio la TSM en el Mediterráneo se es-
tabilizó en torno a 19° C, si bien experimentó una rápida caída hasta los
17,5° C durante descenso térmico del evento 8.2, tras la que retorno a va-
lores ligeramente por encima de 19° C. Posteriormente, otro descenso de
la TSM del mar de Alborán tuvo lugar hace 5500 años cal BP. En el Rolo-
ceno reciente la TSM del mar de Alborán sufrió un ligero descenso, con
un mínimo hace 1.3 ka, estabilizándose entre los 19° y 18° C hasta llegar
a nuestros días.

-35
-37
-39
Ü-41
"'~ -43
10-45
-47
-49

14 13 12 11 1o 9 8 7 6 5 4 3 2 o
ka BP
Figura 7. CUIVas de alta resolución que muestran las variaciones de la temperatura durante
el Holoceno. En rojo, cUIVa de las variaciones de la temperatura media anual de la superficie
del mar (TSM) para los últimos 14000 años obtenida a partir del estudio de las alquenonas
(sustancias excretadas por unos microorganismos bentónicos denominados cocolitos) del
testigo procedente del sondeo MD95-2043 del fondo del mar de Alborán al sureste de Málaga
(elaborado a partir de Cacho et al., 2001). En azul, curva de las variaciones del 18 0 obtenida del
testigo de hielo del sondeo GISP2 (elaborado a partir de Grootes et al. 1993 y Meese et al. 1994).

53
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

3.2. La península ibérica

La península ibérica está formada por tres grandes grupos de unidades


geológicas cuyas principales características son (Fig. 8):
• Un núcleo antiguo estable constituido por el Macizo Ibérico, que
ocupa la mitad oeste peninsular, desde las costas cantábrica y atlán-
tica hasta el valle del Guadalquivir, y que está formado por rocas íg-
neas, metamórficas y sedimentarias, de edad precámbrica y paleo-
zoica, deformadas por la orogenia Varisca y en menor medida por
la Alpina, responsable de la elevación de la Cordillera Cantábrica, el
Sistema Central y los Montes de Toledo.
• Unos cinturones orogénicos alpinos integrados por las cordilleras Pi-
renaica o Pirineos y su prolongación en los Montes Vasco-Cantábricos,

Ma r
Mediterráneo

o 250 km
Jo---oj ~
ESCALA 1 :7.500.000

MAC IZ O IBÉRICO C A D E N A S ALPINAS

- Zona Canléboea
Zona Astl.J'ocadenlal-
CORDILLERA P I RE N A I CA
CORDIL L ERA IBÉRICA y
COSTE RO·CAT A LANA
CuencasCei'IOZOIC85
leonesa - Cobertera Meso-Cenozoa
- Cobene<a Meso-Cenozooca
Basameokl de la Zona Axial Basamenb Vansco Cotle<le<a Mesozooca
- Zooa Centrobenca poco o nada deformada
- ZonadeO,saMorena CORDILLERA BÉTICA
- Zona Cantéhoca y BA LE ARES
ZonaAsturot:adefltal-
- ZonaSurportuguesa leotoesa - CorcileraBéb:a (s l)

Cuencas Cer'~Ck.""'icas

Figura 8. Mapa de la península ibérica y Baleares que muestra


sus principales unidades geológicas (tomado de Vera, 2004).

54
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS ...

Costero-Catalana, Ibérica y Bética, con prolongación esta última en las


Islas Baleares, formadas principalmente por rocas sedimentarias meso-
zoicas y cenozoicas, con materiales variscos en sus núcleos internos.
• Las orlas mesozoicas lusitana y del Algarve y las cuencas sedimenta-
' rias cenozoicas, las primeras formadas por rocas sedimentarias de-
tríticas y químicas con escasa deformación alpina, y las segundas
rellenas con materiales detríticos y químicos apenas deformados. Es-
tas últimas ocupan grandes extensiones en el interior y los bordes de
Iberia y corresponden a las grandes cuencas o depresiones del Duero,
Tajo, Ebro, Guadiana y Guadalquivir, y a otras de menor extensión
como las del Vallés-Penedés, Valencia, Almería-Murcia, Guadix-Baza,
Granada y Bajo Tajo-Sado, además de otras pequeñas cuencas del in-
terior del Macizo Ibérico y de la costa mediterránea.
El final del Pleistoceno dejó la península ibérica con una configuración
geomorfológica muy parecida a la que se observa en la actualidad. Las
grandes cuencas fluviales de los ríos atlánticos y mediterráneos estaban
ya instaladas en su posición actual, los terrenos elevados de las cordille-
ras y sierras que las circundan presentaban un aspecto muy similar al que
se puede observar hoy día y las costas se encontraban en una posición bas-
tante cercana a la que ocupan actualmente.

3.2.1. Formas y depósitos holocenos

Los depósitos y formas fluviales


representativos del Holoceno corres-
ponden a los fondos de valles de pe-
queños cursos fluviales y a las terrazas
más bajas y llanuras de inundación
de los ríos principales. Los primeros
corresponden a rellenos de valles de
pequeña entidad, a menudo de fun-
cionamiento intermitente, formados
por materiales finos y gruesos en fun-
ción de las características geológicas
de su cabecera y sus laderas (Foto 1). Foto l. Relleno holoceno de fondo de valle en
un pequeño arroyo tributario del río Cea
Son muy característicos los valles de en las proximidades de El Burgo Ranero
fondo plano o vales que se encuentran (León) (foto Jesús F. Jordá).

55
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Foto 2. Depósitos fluviales de tipo barra en Foto 3. Depósitos fluviales de tipo barra de
el río Ebro a la altura del poblado ibérico de meandro en el paraje de Penascosa del río
El Castellet de Banyoles (Tivissa, Tarragona) Coa (Portugal) (foto Jesús F. Jordá) .
(foto Jesús F. Jordá).

distribuidos por la cuenca del Ebro y que córresponden a depósitos de


materiales finos que rellenan pequeños valles encajados en terrenos sedi-
mentarios cenozoicos, como ocurre en la zona yesífera de los Monegros,
cuyas edades son relativamente recientes pues algunos de estos depósi-
tos contienen materiales ibero-romanos. Otros rellenos de fondo de valle
muy característicos son los depósitos de ramblas, formados por sedimen-
tos gruesos y finos que corresponden al relleno sucesivo de valles cortos
con funcionamiento esporádico debido a fuertes precipitaciones en re-
giones con clima mediterráneo, como es la vertiente mediterránea y algu-
nos valles del interior peninsular. Los segundos corresponden a los gran-
des cursos fluviales que surcan la península y sus principales afluentes
que suelen presentar llanuras de inundación de cierta extensión, las cua-
les se encuentran normalmente emergidas, pero que suelen ver invadi-
das por el agua en épocas de grandes lluvias. En estas llanuras de inun-
dación se suelen producir diferentes formas y depósitos originados por
la dinámica fluvial, como pueden ser las barras fluviales (Foto 2), las ba-
rras de meandro (Foto 3), las islas o los meandros abandonados, muy
frecuentes estos en el curso medio del Ebro (galachos). En ocasiones, a
pocos metros sobre el nivel fluvial actual (de 8 a 1 m), se conservan terra-
zas fluviales que suelen alcanzan grandes extensiones y que correspon-
den a la primera parte del Holoceno. Durante el Holoceno se producen
cambios en la configuración de los trazados fluviales de los ríos grandes

56
EL MARCO PALEOAMBIE NTAL DE LA PREIITSTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS ...

o 2

LEYENDA:

IHTERFLWIOS

OEPOSITOS FllNIALES

S CURSOS FLlNIAlES

Figura 9. Evolución paleogeográfica del río Duero en la ciudad de Zamora durante el Rolo-
ceno: 1) inicio del Holoceno; 2) Holoceno inferior-medio; 3) Holoceno superior; 4) Momento de
ocupación de La Aldehuela; 5) situación actual (tomado de Jordá Pardo 2010).

y medianos, como ocurre con el río Duero a su paso por Zamora, don-
de en la primera parte del Holoceno el Duero ocupaba un brazo fluvial
ahora abandonado (Fig. 9) y donde las avenidas fluviales condicionaron
la vida en un poblado de la 1 Edad del Hierro situado en la terraza más
baja. También son frecuentes las avenidas históricas cuyos testimonios se
detectan por la presencia de potentes depósitos arenosos que en ocasio-
nes se encuentran por encima de estructuras antrópicas de épocas histó-
ricas como se documenta en la ciudad de Sevilla, donde el curso de Gua-
dalquivir también sufrió numerosos cambios de trazado a lo largo del
Holoceno (Fig. 10).

57
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

LEYENDA
CAUCE fl UVIAL DEL
GUAOAl.OUMR (1956)

D BARRAS DE MEANDRO
RECII:NTES

D l.l.ANL!RAAl.lMAl

TERRAZABAJA{T13)

TERRAZAMEOIA(T12)

D FORMACIOH TERCIAAIA
DEl ALJARAFe

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___/ RIOS Y ARROYOS

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ENCAI.JZAMIENTO ARTlftCIAL
CE ARROYOS
SEiffiOOOEl.A.
PftOGRAOACION
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P PARlAMENTO
C CATEDRAl
E PZA. ENCARNACIÓN
M ~~~E
CAM CICAMPAMENTO
Sl C1SAN LUIS-95

ToMARei

6.
N

o 800

Figura 10. Esquema geomorfológico del trazado del rio Guadalquivir en


la vega de Sevilla realizado a partir de la fotointerpretación del vuelo de
1956 y de la interpretación geoarqueológica de la secuencia sedimentaria
del subsuelo de la ciudad de Sevilla (tomado de Barral Muñoz, 2009).

58
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREIDSTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉR1CA, BALEARES Y CANARIAS .. .

Foto 4. Farallón rocoso del cerro San Cle- Foto S. Vert iente regularizada al pie del
mente, resto de un relieve estructural so- farallón rocoso de La Peña de Estebanvela
bre calizas, al pie del cual se ha formado (Ayllón, Segovia) que posteriormente ha su-
una vertiente regularizada por procesos de frido un proceso de incisión con desarrollo de
sedimentación de tipo gravedad-vertiente un pequeño barranco (foto Jesús F. Jordá) .
(Barrio de Arriba, Valle de Losa, Burgos)
(foto Jesús F. Jordá).

Los depósitos de vertiente se encuentran tanto en las laderas de zo-


nas de montaña como en las de los valles fluviales. En las zonas de
montaña son frecuentes los desprendimientos y deslizamientos produ-
cidos durante el Holoceno hasta la actualidad, con generación de de-
pósitos coluvionares de clastos al pie de fuertes relieves o de vertien-
tes regularizadas en la base de escarpes rocosos por procesos de caída
gravitacional de clastos y de arroyada difusa (Foto 4). En los valles flu-
viales sus vertientes también han sufrido procesos de caídas gravita-
cionales de bloques, de regularización por escorrentía superficial y de
incisión con desarrollo de pequeños barrancos (Foto 5). Muchos de es-
tos procesos están ligados a las épocas frías del Holoceno, como se de-
tecta en noreste peninsular, donde la Época Fría del Hierro y la Pe-
queña Edad de Hielo son responsables de dos episodios de importante
acumulación de materiales al pie de los relieves, separados por una in-
cisión fluvial correspondiente a la época húmeda y cálida del Periodo
Húmedo Ibero-Romano que se intensifica durante la época más seca
del Óptimo Climático Medieval (Fig. 11). En otros casos es el factor hu-
mano el responsable de la formación de grandes acumulaciones de se-
dimentos en épocas históricas, pues el abandono de prácticas agrícolas

59
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 11. Evolución geomorfológica del cerro del castillo de Alfambra: 1, Regularización de
la vertiente durante la Época Fría del Hierro; 2, Procesos de incisión fluvial en la vertiente
y en el fondo del valle durante el Periodo Húmedo Ibero-Romano y el Óptimo Climático
Medieval; 3, Nueva fase acumulativa en el fondo de las cárcavas y de los barrancos durante
la Pequeña Edad de Hielo; 4, Procesos de incisión actuales (tomado de Burillo et al. 1981).

en laderas hace que los materiales sueltos de estas, sin protección vege-
tal, sean movilizados pendiente abajo, dando lugar a cárcavas y barran-
cos en las laderas y a enormes acumulaciones de sedimentos en las zonas
bajas (morfogénesis acelerada) , que en ocasiones sellan yacimientos proto-
históricos y romanos de cierta entidad (Foto 6). En la actualidad, en áreas
de montaña de las cordilleras y del interior peninsular, es frecuente la for-
mación de clastos por procesos de hielo-deshielo, mientras que en las zo-
nas bajas, la incisión fluvial predomina en las zonas de clima mediterrá-
neo, con desarrollo de cárcavas y barrancos, sobre todo por la influencia
antrópica, e incluso en las zonas atlánticas si el suelo se ve desprovisto de
su cubierta vegetal por la acción humana.

Los depósitos eólicos holocenos del interior peninsular tienen cier-


ta representación en las cuencas del Duero y del Tajo, con varias fases de
sedimentación en épocas frías y secas separadas por episodios húmedo .
Lo mismo ocurre con los depósitos y formas lacustres, donde las lagunas
de mayor tamaño y cronología pleistocena siguen recibiendo sedimento
aunque existen otras muchas pequeñas lagunas de carácter estacional o-
bre superficies de mal drenaje que apenas reciben depósitos anualmente
(Foto 7). Los depósitos lacustres son buenos archivos paleoclimáticos e
los que quedan reflejadas las variaciones de temperatur a y humedad e

60
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PEN!NSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS ...

Foto 6. Arriba, cerro de La Corona (Manganeses de la Polvorosa,


Zamora) en el que se observan los procesos de incisión producidos
por el abandono de las prácticas agrícolas. Abajo, el mismo cerro
durante la excavación del yacimiento protohistórico y romano de
La Corona-El Pesadero, en cuyos cortes estratigráficos se observa
el potente relleno sedimentario que sellaba el asentamiento,
acumulado tras el abandono de las prácticas agrícolas en la ladera
del cerro al finalizar la ocupación romana (foto Jesús F. Jordá).

Foto 7. Laguna desarrollada en una zona de mal drenaje sobre una terraza alta del río Cea
en las proximidades de El Burgo Ranero (Léon) (foto Jesús F. Jordá).

61
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRlCA

Estanya Zoñar Taravilla Eventos histéricas


O-r-.....,.-......._.-......--.__.._...---.-....-----r2000 ~nlracten~

MlbíMa pobiMi(lft en mon1ana


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1$00

1000

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500 d. C. época Vlligótfa

SOOa.C.

1000

CJ Periodo Meo
~;-~--~------------------------~1~ ~~~
mayor lltldat~­
Pedodolin o humedad

Figura 12. Principales fases húmedas y áridas reconstruidas en los lagos kársticos de
Zoñar (Guadalajara), Estanya (Huesca) y Taravilla (Córdoba) y periodos de mayor aporte
de sedimentos elásticos durante los últimos 3000 años: PCM (Periodo Cálido Medieval), PEH
(Pequeña Edad de Hielo), BEM (Baja Edad Media), PHIR (Periodo Húmedo Ibero-Romano)
(tomado de Valero Garcés et al. 2009).

Holoceno, especialmente de su segunda mitad y épocas históricas, donde


la presión antrópica sobre el entorno se registra en los sedimentos de las
lagunas (Fig. 12).
La sedimentación en abrigos y cavidades kársticas se sigue producien-
do durante el Holoceno, si bien en muchos casos aparece distorsionada por
la actividad antrópica, como pueden ser las acumulaciones de sedimentos
finos correspondientes al uso de esos espacios como corrales por tiempo
prolongado, o las grandes acumulaciones de conchas de moluscos en los
abrigos rocosos y cuevas de la costa cantábrica (Foto 8). La formación de

62
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PE NÍNSULA IBÉR1CA, B ALEARES Y C ANARIAS . ..

Foto 8. Abrigo rocoso de Arenillas cercano


a la playa de Buelna (Llanes , Asturias)
desarrollado en calizas (arriba) al pie
del cual existe un conchero de origen
antrópico depositado en el comienzo del
Holoceno (abajo) (foto Jesús F. Jordá).

espeleotemas en estas cavidades y de


travertinos en las surgencias (Foto 9)
es frecuente y suele coincidir con los
momentos húmedos del Holoceno y
lo mismo ocurre con el crecimiento
de travertinos en zonas de surgen-
das kársticas. Los espeleotemas de
algunas cavidades ibéricas propor-
ciona una buena información pa-
leoambiental del Holoceno , como
ocurre con las estalagmitas de la cue-
Ya de Seso (Huesca), donde se pue- Foto 9. Travertino de Covalagua (Pomar de
den diferenciar varias fases cortas de Valdivia, Palencia), depósito químico situado
en la salida de una surgencia kárstica forma-
crecimiento estalagmítico que coin- do por la precipitación de carbonato cálcico
ciden con momentos de característi- durante el Holoceno y en la actualidad (foto
cas frías y/o húmedas tanto a escala Jesús F. Jordá).

63
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

HOLOCENO ~'~ LEISTOCENO


Rec1ente Med1o : Temprano
~EH: ACM : PHI-R :eFH : C~sisde ~- -- ___ ___ 9P~r:'<: ~li_m_á~C::O- r ___ _____; YD B·A
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8-A: B~ill i ng-Aller9<1


YD: Younger Oryas
EFH:¡;poca Fria del Hierro
PHI--R.: l'oriodo Húmodo
Ibero-Romano
ACM: Anomalía Climática
MediO\'OI
PEH: Pequena Edad de Hie:o

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Registro de las estalagmitas de Seso


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Se-09-1 Se-09-2
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Figura 13 . Posición y valores isotópicos de las estalagmitas de la cueva de Seso (Huesca)


en el contexto cronológico del Holoceno y en relación con la curva de las variaciones del
18
0 obtenida del testigo de hielo del sondeo GISP2 (tomado de Bartolomé et al. 2012) .

global como regional (Óptimo Climático Holoceno, Época Fría del Hierro,
Período Húmedo Ibero-Romano y Pequeña Edad de Hielo) (Fig. 13).

Mención especial merecen las


costas peninsulares dado que duran-
te el Holoceno experimentaron una
serie de cambios que las conduje-
ron hasta su configuración actual.
La línea de costa se caracteriza por
el desarrollo de fuertes acantilados,
muchas veces sometidos a procesos
activos (Foto 10) y plataformas de
abrasión, que se alternan con bahías
Foto 10. Acantilado de la playa del Sablón
(Llanes, Asturias) en el que recientemente
y pequeñas ensenadas (Foto 11) y
se ha producido un desprendimiento rocoso playas arenosas (Foto 12), en zonas
por la acción del oleaje (foto Jesús F. Jordá) . de fuertes relieves , como la costa

64
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRlCA, BALEARES Y C ANARIAS . . .

Foto 11. Depósitos arenosos de la playa de la pequeña ensenada de Bañugues (Gozón, Asturias)
situada en la desembocadura de un pequeño curso fluvial (foto Jesús F. Jordá).

cantábrica, o por la formación de cos-


tas bajas en las que predominan las
playas arenosas y las albuferas, como
es el caso del litoral valenciano.
En el noroeste y norte peninsula-
res, el ascenso de las aguas marinas
produce la inundación de los valles
pleistocenos labrados en los terre-
nos emergidos durante las glacia-
ciones, dando lugar a las rías, cuya
mejor representación se encuentra Foto 12. Acantilados, plataforma de abrasión
marina y playa de Sopelana (Vizcaya)
en Galicia, pero que también se lo- (foto Jesús F. Jordá) .
calizan en el resto de la cornisa can-
tábrica y costa de Portugal. En el
estuario de Urdaibai (ría de Guer-
nika, Vizcaya) se observa un rápido
ascenso del nivel del mar desde su
posición a 21 m por debajo del nivel
marino medio actual (dnmma) hace
8500 años cal BP, hasta alcanzar
los 5 m dnmma sobre los 7000 años
cal BP, al que sigue un lento ascen-
so hasta llegar al nivel actual. Ade-
más, en esta zona, aparecen depó-
Foto 13. Barra de arena en la desembocadura
sitos litorales holocenos tales como de la ría de Gernika (Urdaibai, Vizcaya)
turberas, barras de arenas (Foto 13), (foto Jesús F. Jordá) .

65
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Foto 14. Acantilados, playa y dunas de Foto 15. Depósitos de fango en el estuario
Laga en la zona abierta al mar de Urbaibai de la ría de Villaviciosa (Asturias).
(Vizcaya) (foto Jesús F. Jordá).

dunas eólicas (Foto 14) y estuarios.


Estos últimos comienzan a desarro-
llarse hace 8000 años mientras que
su relleno reciente comienza hace
unos 3000 años (Foto 15). En ocasio-
nes, el ascenso del nivel del mar du-
rante el Holoceno ha producido la in-
vasión por el agua del mar de redes
kársticas de tal forma que se han for-
mado playas en el interior de anti-
guas dolinas (Foto 16).
Foto 16. Playa de Gulpiyuri (Llanes, Astu-
Un caso especial es la desem-
rias) desarrollada en el fondo de una anti-
bocadura del Tajo, donde la trans-
gua dolina situada a unos 100m de la línea
de costa actual, formada por la entrada del
gresión marina invadió paulatina-
mar en el sistema kárstico al ascender el
mente el territorio del actual Bajo
nivel de las aguas durante el Holoceno (foto
Jesús F. Jordá). Tajo, hecho que durante el Holoce-
no temprano dio lugar a un amplio
estuario que ocupaba una enorme extensión en la margen izquierda, te-
rrenos que no pudieron ser ocupados por los grupos humanos hasta hace
unos 7000 años, momento a partir del que empieza el relleno sedimenta-
rio del estuario conducente a la formación de la actual llanura aluvial del
Tajo, con retoques antrópicos a partir del siglo XVIII.

66
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS ...

Un proceso similar ocurrió


en las desembocaduras de los
ríos del golfo de Cádiz donde
los valles de los ríos pleisto-
cenos fueron invadidos por la
transgresión flandriense que
alcanzó su máximo hace unos
6500 años BP, generando am-
plios estuarios, los cuales en
la actualidad se encuentran en
proceso de colmatación con
desarrollo de sistemas de ba-
rras de arenas y marismas en Foto 17. Dunas de arena holocenas en el tómbola
las principales desembocadu- del cabo Trafalgar (Barbate, Cádiz) parcialmente
ras, relleno que comenzó hace fijadas por vegetación (foto Jesús F. Jordá).
4000 años por influencia cli-
mática y que se intensificó en los últimos 500 años por la acción antrópi-
ca. Además, en esta zona existen importantes depósitos de arenas eólicas
acumuladas durante el último máximo glacial y el interglacial Holoceno
(Foto 17).

En la vertiente mediterránea destacan tres aspectos fundamentales du-


rante el Holoceno: la formación del delta del Ebro, el relleno de los estua-
rios fluviales con desarrollo de
p equeños deltas y la configu-
ración de sistemas de islas ba-
rrera y albuferas. El delta del
Ebro es el mayor depósito del-
taico de Iberia y su génesis co-
menzó tras el máximo transgre-
sivo flandriense (7/6,5 ka BP),
momento a partir del cual co-
m enzó el relleno del antiguo
estuario del Ebro hasta la ac-
rualidad, con dos pulsos sedi-
entarios importantes en los
timos mil años (Foto 18). En Foto 18. Llanura deltaica del delta del Ebro en la
actualidad se encuentra en zona de su desembocadura (foto Jesús F. Jordá).

67
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

retroceso por la falta de apor-


tes sedimentarios del Ebro de-
bida a la construcción de gran-
des presas en su curso bajo
(Foto 19).
Los principales ríos medi-
terráneos (Turia, Júcar, Adra,
Andarax, Vélez y Guadalhorce,
entre otros muchos) funciona-
ron como estuarios durante la
práctica totalidad del Holoce-
no y no fue hasta muy avanza-
Foto 19. Barra de arena de la Punta de la Banya
do este que comenzaron a col-
en el extremo sur del delta del Ebro, que separa
el mar Mediterráneo a la izquierda, de la zona de matarse a partir de la llegada
albufera a la derecha (foto Jesús F. Jordá) . de los romanos a Iberia, con
un fuerte repunte sedimenta-
rio a partir del siglo XVI, tras la expulsión de los moriscos y el consiguien-
te abandono de los terrenos cultivados del interior (Fig. 14, Foto 20).

Foto 20 . Arriba, delta del río Vélez


(Torre del Mar, Málaga), y abajo muelle
de la factoría fenicia de Toscanos,
que actualmente se encuentra a la
izquierda de la carretera que surca
el delta en la fotografía superior. La
formación del delta comenzó en época
romana de tal forma que el muelle
fenicio dejó de ser operativo, pero
el relleno se intensificó a partir del
siglo XVI (foto Jesús F. Jordá) .

68
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA P REHISTORIA RECIENTE E N LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y C ANARIAS . ..

8000 años BP

2500 años BP

Figura 14. Evolución paleogeográfica del estuario del río de


Vélez (Málaga) durante el Holoceno (modificado de Hoffrnan
1988). Destaca el delta formado en los últimos 500 años, actual-
mente en retroceso al desaparecer los aportes de sólidos por el
río tras la construcción de presas en su curso alto y medio.

69
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Los sistemas de islas barreras y albuferas del litoral mediterráneo al-


canzaron un gran desarrollo durante el Holoceno, algunas a partir de las
emplazadas durante el último interglacial (Torrevieja y la Mata en Alican-
te, Mar Menor en Murcia y Guardias Viejas en Almería) y otras a partir del
desarrollo holoceno de islas barreras que cierran las albuferas de Valencia,
Santa Pola (Alicante) y Cabo de Gata y Roquetas (Almería), cuyo origen se
remonta a unos 7000 años, coincidiendo con el máximo transgresivo ho-
loceno. Además, existen depósitos eólicos en la vertiente mediterránea de
cierta importancia, como son las dunas de Guardamar del Segura (Alican-
te) y Cabo de Gata (Almería), que comenzaron a emplazarse hace unos
2500 años a favor de los vientos del SO.
Además, durante el Holoceno va a adquirir paulatinamente una gran
importancia la actividad antrópica como generadora de formas y de-
pósitos nuevos que van a modificar el paisaje natural, de tal forma que
los grupos humanos se constituyen como un nuevo agente que intervie-
ne en el ciclo geológico de erosión, transporte y sedimentación. Bue-
nos ejemplos de estos son los paisajes agrícolas, los paisajes mineros,
como es el caso de Las Médulas (León) (Fotos 21 y 22), y los poblados y
las zonas urbanas, en donde la superposición de formaciones antrópi-
cas ocupacionales desde épocas protohistóricas hasta la actualidad

Foto 21. Paisaje fuertemente antropizado Foto 22. Lago de Carucedo en El Bierzo
en la explotación aurífera romana de (León) , generado por la acumulación de las
Las Médulas (Las Médulas, León) aguas de lavado de los materiales auríferos
(foto Jesús F. Jordá). de la explotación de Las Médulas en una
balsa artificial de decantación de lodo
(foto Jesús F. Jordá) .

70
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA ffiÉRICA, BALEARES Y CANARIAS ...

< CATEDRAL DE SEVILLA GIRALDA


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1 ~ Restos óseos
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Q Relleno arqueológico
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6.950±70 yr.BP FACIES
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Figura 15. Unidades geoarqueológicas definidas en un sondeo realizado


en la catedral de Sevilla que muestra el gran espesor de las formaciones
antrópicas ocupacionales tipo tell situadas por encima de los depósitos
fluviales del Guadalquivir (tomado de Barral Muñoz, 2009).

conduce al desarrollo de grandes acumulaciones tipo tell que pueden su-


perar los 10 m de espesor, como ocurre en la ciudad de Sevilla (Fig. 15).
Además, como ya hemos visto en las formas y depósitos de gravedad ver-
tiente y fluviales, la actividad humana también da lugar al aumento de la
intensidad con que actúan los procesos naturales, lo que se conoce como
morfogénesis acelerada.

71
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

3.2.2. Evolución paleoambiental

Durante el Holoceno, la península ibérica experimentó una serie de cam-


bios ambientales ligados a las variaciones climáticas, tanto rápidas como
lentas, que se sucedieron a lo largo de este periodo de tiempo (Fig. 16).
En general, los registros marinos parecen indicar que en los inicios del
Holoceno tuvo lugar un máximo térmico en Iberia, al que siguieron múlti-
ples oscilaciones de centenares de años de duración, pero que marcan una li-
gera tendencia al calentamiento, con máximos relacionados con dos eventos
de escala milenaria, el evento 8.2 en el Holoceno medio y el Óptimo Climático-
Medieval en el Holoceno superior. Coincidiendo con el evento 8.2 se produjo
una crisis de aridez que se detecta tanto en la sedimentación de las lagunas del

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8.2

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Albarán

17.5
o 2 4 6 8 10

Figura 16. Comparación de diferentes registros paleoclimáticos holocenos de la península


ibérica y el Mediterráneo occidental. Las bandas grises verticales resaltan algunos de los
eventos climáticos rápidos identificados en los registros. De arriba abajo: Índice UPlO me-
dido en el testigo marino MD99-2343 al norte de Menorca e indicador de la intensidad de
las corrientes profundas; Índice de salinidad basado en la composición de los sedimentos
del lago de Estanya (Huesca). Índice de altitud calculado a partir del registro de restos de
crisófitas del Lago Redó del Pirineo oriental; Temperaturas de las aguas superficiales del
mar de Albarán estimadas en el testigo MD95-2043 (tomado de Cacho et al., 2010).

72
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA P REHISTORIA RECIENTE EN LA PENíNSULA IBÉRICA, B ALEARES Y C ANARIAS . ..

norte como del sur de Iberia y que se reconoce muy bien en los registros ma-
rinos. Esta crisis de aridez pudo ser la responsable del desplazamiento de los
grupos de cazadores recolectores hacia zonas con una mayor disponibilidad
de agua. Las condiciones al inicio del Holoceno fueron más húmedas que en
el Holoceno superior, si bien con variaciones en cuanto a su aparición en las
distintas regiones de Iberia pues en la mitad norte el máximo de humedad se
dio con anterioridad a los 8000 años BP, mientras que en la Iberia mediterrá-
nea este máximo tuvo lugar entre 7000 y 6000 años BP. A partir de estos mo-
mentos, todos los registros marinos y continentales indican un aumento gene-
ralizado de la aridez que alcanzó su máximo hacia 4500 - 2800 años BP, crisis
de aridez que, junto a la sobreexplotación antrópica de los recursos naturales,
algunos autores relacionan con el llamado colapso de la cultura argárica.
Durante los últimos tres mil años, los registros sedimentarios de lagos
y turberas permiten detectar el Periodo Húmedo Íbero-romano, con un au-
mento de la humedad localizado entre 2600 y 2140 años BP, una etapa de
aridez situada entre 2140 y 1800 años BP y coincidente con el periodo im-
perial romano, y un episodio de gran humedad entre 1800 y 1600 años BP,
que es el más húmedo acontecido en Iberia en los últimos 3500 años. El lla-
mado Óptimo Climático Medieval (550- 1300 AD) aparece registrado en la-
gunas y turberas, donde se detectan aumentos de temperatura y de aridez
y veranos muy cálidos en la zona pirenaica. Con la Pequeña Edad de Hielo
(1300-1850 AD) se produce un descenso de las temperaturas en Iberia, mar-
cado por el crecimiento de los glaciares pirenaicos y béticos, y un incremen-
to de las precipitaciones que produce la recarga hídrica de lagos y lagunas y
el aumento de las avenidas fluviales . Durante este periodo se producen suce-
siones de años de extrema aridez interrumpidas por años con fuertes lluvias
que producen inundaciones. Hacia finales de la Pequeña Edad de Hielo tie-
ne lugar el llamado año sin verano de 1816 en el que los agricultores de Ibe-
ria sufrieron una dramática disminución de sus cosechas. A partir de media-
dos del siglo XIX dan comienzo los registros instrumentales de los diferentes
parámetros climáticos que, con relación a las temperaturas marcan un pro-
gresivo y significativo aumento de estas hasta llegar a los valores actuales.
Respecto a la vegetación holocena, el comienzo del Holoceno trajo con-
sigo la rápida introducción de taxones termófilos que paulatinamente van
ganando terreno a las especies frías del Pleistoceno. Los bosques de coní-
feras de climas fríos y secos se ven sustituidos por otros de frondosas pro-
pios de climas húmedos y cálidos.

73
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

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Figura 17. Diagrama polínico de la laguna de Lucenza (Lugo) que muestra los cambios de
vegetación acontecidos en Galicia al inicio del Holoceno (tornado de Carrión et al. 2012).

74
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS .. .

En la zona atlántica de Iberia, los cambios en la vegetación holocena co-


mienzan a partir de 10000 años BP, con una fuerte expansión de los bosques
de robles en Galicia (Fig. 17) y área cantábrica, y lo mismo ocurre en los pi-
rineos orientales pero con un cierto adelanto (11,5 - 10,5 ka BP). A grandes
rasgos, en el Pirineo y Montes Vascos se produce una sustitución de los bos-
ques de pinos por masas forestales con dominio de las angiospermas, como
las diferentes especies de Quercus, y otras especies mesó filas como Bétula,
(abedul), Corylus (avellano), Fagus (haya), Alnus (aliso), Ulmus (olmo), Tilia
(tilo), Fra.xinus (fresno) y Hedera (hiedra).
En la zona norte del interior de Iberia, desde comienzos del Holoceno se
produce la colonización arbórea de los espacios potencialmente forestales,
con la sucesiva implantación de especies caducifolias de Quercus (robles) y
posterioremente Quercus ilex (encina), junto con otras frondosas como Betula
y Corylus, si bien ~ontinua la presencia de Pinus y Juniperus (enebro) (Fig. 18).

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Figura 18. Diagrama polínico de la turbera de Lleguna (Sanabria, Zamora), que muestra
los cambios de vegetación acontecidos en el noroeste de la Meseta al inicio del Holoceno
(tomado de Carrión et al. 2012).

75
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Hacia 8000 años BP comienza el desarrollo de Corylus y se configura un


paisaje arbóreo que estará presente durante unos 5000 años, compuesto por
Pinus (pino), Quercus, Corylus, Fagus y Betula, en el que se va a comenzar a
apreciar la acción deforestadora antrópica. Este efecto se hace más paten-
te a partir de 3000 años BP, con una disminución de Pinus y una expansión
de Fagus, a la vez que se observa una fuerte presencia de gramíneas, posible-
mente debida a la acción antrópica. A partir de estos momentos, durante la
Edad del Hierro y la época romana, se intensificará la presión agrícola y ga-
nadera sobre los paisajes vegetales del interior de Iberia.
Al comienzo del Holoceno, en la zona mediterránea oriental de Ibe-
ria, las coníferas (pinos, enebros, sabinas) irán dejando de tener un fuerte
protagonismo para dar paso a Quercus, tanto caducifolio (roble, rebollo)
como perennifolio (encina, coscoja), siendo este último el que va a domi-
nar las formaciones boscosas como se observa en estos momentos en las
sierras de Alicante (Fig. 19). Hacia el 8000 BP, durante el Óptimo Climático
Holoceno, se produjo la formación del bosque esclerófilo mediterráneo, con

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Figura 19. Diagrama antracológico del yacimiento prehistórico del Tos sal de la Roca
(Alicante) en el que se observan los cambios de vegetación producidos en el tránsito del
Pleistoceno superior al holoceno (tomado de Carrión et al. 2012).

76
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORJA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRJCA, BALEARES Y CANAR1AS ...

Quercus ilex-cocifera (encina-coscoja) como especie dominante, que va


acompañada por un cortejo arbustivo dominado por fabáceas leñosas, jaras,
romeros y lentiscos, así como por los primeros representantes de Olea eu-
ropea (olivo). En estos momentos del Holoceno, los pinares mediterráneos y
los enebrales/sabinares pasaron a ocupar cotas más altas de media montaña,
mientras que en la costa comenzaron a instalarse pinares de Pinus halepensis
(pino carrasco) y sabinares cálidos. A partir de esos momentos (8000 BP) el
paisaje vegetal del sector oriental de Iberia se configura con características
similares a las actuales (Fig. 20), si bien sobre estos paisajes naturales actua-
rá durante 7000 años la presión de las prácticas agrícolas y ganaderas, que
se verán intensificadas durante las épocas ibérica y romana.
En la zona mediterránea meridional, el comienzo del Holoceno trae
consigo una sustitución de los pinares por masas de Quercus perennifo-
lios, exceptuando la zona de Huelva y las sierras de Jaén, donde el pino
será protagonista durante todo el Holoceno. En otras zonas de Andalucía,

Figura 20. Reconstrucción del paleoambiente a partir de la investigación paleocológica en


la Cova de l'Or (Alicante) en los inicios del Neolítico, hace unos 7500 años
(dibujo de F. Giner 2007, tomado de Carrión et al. 2012).

77
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

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5 "

Figura 21 . Diagrama polínico sintético y variación de microcarbones en la secuencia del


depósito turboso de Baza (Granada) que muestra una ruptura en la ocupación humana del
territorio tras el final de la cultura de el Argar (tomado de Carrión et al. 2012).

como las sierras de Gádor (Almería) y de Baza (Granada) (Fig. 21), los pina-
res no serán sustituidos por formaciones forestales dominadas por Quercus
hasta bien avanzado el Holoceno, en tomo a 6000 y 2600 años BP, respecti-
vamente. En este contexto, el avance de Quercus y otras angiospermas parece
haber sido favorecido por la frecuencia de incendios en la zona. A partir del
Holoceno superior se observa la aridificación de las condiciones ambientales,
que unida al impacto antrópico sobre el paisaje vegetal, conduce a un nota-
ble descenso de la cobertura arbórea, como ocurre en el área de influencia de
la cultura de El Argar (4,4- 3,5 ka cal BP), con desarrollo de de especies xeró-
filas adaptadas al pastoreo, al fuego y a la sequía, que acabará dando lugar al
conocido colapso de la cultura argárica. La deforestación antrópica median-
te incendios prosigue en la Iberia mediterránea durante la cultura ibérica y la
época romana, a la par que comienza la implantación del olivo y la vid, que
se detecta en época ibérica y alcanza su expansión durante la romanización.

78
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS ...

En cuanto a la fauna, el final del Pleistoceno superior esta marcado en


Iberia por la desaparición de las especies frías, lo que tiene como consecuen-
cia la configuración de las faunas holocenas, caracterizadas por la presencia
en las diferentes comunidades de las actuales especies de úrsidos, cánidos,
félidos, mustélidos, équidos, suidos, bóvidos, cápridos, cérvidos, lagomorfos
y roedores, dentro de los mamíferos, ocurriendo lo mismo en los restantes
grupos de animales. En el paisaje vegetal holoceno de Iberia, con extensas
formaciones forestales que a partir del Holoceno medio irán progresivamen-.
te sintiendo los efectos de la presión antrópica derivados de las prácticas
agrícolas, ganaderas y metalúrgicas, la fauna característica va ser será muy
parecida a la actual, con una fuerte presencia de la fauna propia de los bos-
ques. Algunas especies pleistocenas como el bisonte (Bison priscus) desapa-
recieron de Iberia a comienzos del Holoceno, mientras que otras como el
uro (Bos primigenius) y el caballo salvajes (Equus ferus), permanecieron un
tiempo hasta que fueron sustituidas por sus variedades domésticas en el Ho-
loceno superior. Respecto a los invertebrados, se produce también un cam-
bio en la distribución de los moluscos marinos, pues el ascenso de los mares
durante el Holoceno llevó consigo una disminución de las costas arenosas
que fueron sustituidas por costas acantiladas en muchas regiones, lo que
condujo a un aumento relativo de las especies que viven en las rocas frente
a las que lo hacen en las arenas y fangos, hecho este que será de gran impor-
tancia para las comunidades humanas de comienzos del Holoceno.

3.3. Las Islas Baleares

Las Islas Baleares o archipiélago balear constituyen la parte emergida del


llamado Promontorio Balear, relieve submarino que es la continuación nores-
te de la Cordillera Bética. Este relieve se encuentra separado de Iberia por el
surco de Valencia, que alcanza una profundidad de 800 m, y está configurado
por una meseta de 400 por 100 km, suavemente inclinada hacia la penínsu-
la mientras que hacia el noreste se interrumpe bruscamente para caer hasta
una profundidad de 2600 m en la corteza oceánica de la cuenca argelino-
balear. Esta meseta se encuentra configurada en dos zonas bien diferencia-
das separadas por un surco de 750 m de profundidad: la occidental con Ibiza
y Formentera (Islas Pitiusas) y la oriental con Mallorca, Menorca y el archi-
piélago de Cabrera (Islas Gimnesias o Islas Baleares propiamente dichas)
(Fig. 22). Este archipiélago es un conjunto de retazos de litosfera continental

79
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA lBÉRJCA

MENORCA

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Paleozoico
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20 40 60 80 100 km

Figura 22 . Esquema geológico de las Islas Baleares con indicación de las isobatas
de 800 y 2000 m que muestran el Promontorio Balear y de la falla que desplaza
hacia el E a Menorca (tomado de Meléndez Hevia, 2004).

emergida, disgregados por la activi-


dad tectónica distensiva responsable
de la formación del Surco de Valencia.
Los materiales geológicos que
afloran en Ibiza, Mallorca y Formen-
tera pertenecen a diferentes dominios
tectónicos de la Cordillera Bética, con
presencia de sedimentos detríticos
y químicos del Mesozoico afectados
por las deformaciones alpinas, sobre
los que descansan depósitos neóge-
Foto 23. Acantilados de cabo Blanco, labra-
dos en la plataforma carbonatada emergida
nos (Foto 23) y cuaternarios apenas
de Llucmajor (Mallorca) formada durante deformados, que en las dos islas ma-
del Mioceno superior (foto Pedro Robledo). yores ocupan sendos surcos longitu-

80
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRI CA, BALEARES Y C ANARIAS ...

dinales de dirección SO-NE, mientras que en Formentera ocupan la práctica


totalidad de la isla. En Mallorca, este surco central, o Pla Central, está bor-
deado al noroeste y sureste por las alineaciones montañosas de las sierra de
Tramontana y de Llevant, responsables de los fuertes relieves de estas zonas
del litoral mallorquín, mientras que los depósitos neógenos y cuaternarios del
Pla Central son los responsables de la configuración de las amplias bahías de
Palma y de Alcudia al suroeste y noreste respectivamente. Las cotas máximas
de la isla de Mallorca se encuentran en la sierra de Tramuntana, con varios
picos por encima de 1000 m, entre los que destaca el Puig Major (1445 m),
mientras que en Ibiza no se superan los 500 m. Las islas de Mallorca e Ibiza
se encuentran separadas por una zona de fractura. La isla de Menorca está
formada en su franja N por rocas paleozoicas relacionadas con el Paleozoico
de Cerdeña y Cataluíi.a, y por pequeíi.os afloramientos de materiales triásicos
y jurásicos, mientras que su franja S está ocupada por materiales neógenos.
La cota máxima de esta isla es El Toró con 350 m. Estas diferencias entre los
dos grupos de islas se deben a la existencia de una fractura de dirección NO-
SE responsable del desplazamiento de Menorca hacia el sureste.
Los principales rasgos geomorfológicos y depósitos pleistocenos de
las Baleares corresponden a barrancos (Foto 24), abanicos aluviales, gla-
cis y depósitos de vertiente encostrados, depósitos de terra rossa, dunas ce-
mentadas (Foto 25), depósitos varvados de marismas, depósitos de arenas

Foto 24. Desembocadura del Torrent de Pa- Foto 25. Paleodunas pleistocenas de Caló
reis en el mar. Se trata de un profundo cañón des Moro, en la costa este de Mallorca
kárstico encajado en la sierra de Tramunta- (foto Pedro Robledo).
na, en la costa norte de la isla de Mallorca
al pie del Puig Major, máxima cota de la isla
(foto Pedro Robledo).

81
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Foto 26. Acantilados costeros de Lluc-


major en la zona de cabo Blanco (Ma-
llorca) donde se observa la rasa costera
pleistocena desarrollada sobre la plata-
forma carbonatada miocena y una super-
ficie de abrasión marina a nivel del mar
labrada durante el Holoceno (foto Pedro
Robledo).

bioclásticas marinas y antiguas


superficies de abrasión marina
emergidas (Foto 26). Las formas y
depósitos holocenos enmascaran
en muchos casos los materiales y
formas pleistocenas, y básicamen-
te son depósitos aluviales y de ver-
tiente, dunas eólicas y playas. Los
depósitos aluviales corresponden
básicamente a fondos de valles
que se encuentran en las márge-
nes de los ríos que surcan las is-
las (Foto 27), principalmente en
el borde sur de la sierra Nord de
Mallorca, y también sobre los de-
pósitos de las marismas en las que
desembocan estos cursos de agua.
Están formados por fangos rojos
con limos, arenas y gravas, que
llegan a alcanzar 5 m de potencia.
Los depósitos de vertiente o colu-
viones aparecen orlando los prin-
cipales relieves de las islas, sobre
todo las sierras Nord y de Lle-
Foto 27. Depósitos de fondo de valle del torren-
te del Trebalúger (Menorca) en la zona de su vant en Mallorca. Son depósitos
desembocadura en el mar (foto Pedro Robledo). de bloques y cantos angulosos de

82
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS ...

Foto 28. Playa y dunas holocenas de Es Foto 29. Albufera y playa de Ses Salines
Trenc, en la costa sur de la isla de Mallorca en el extremo sur de la isla de Ibiza (foto
(foto Pedro Robledo). Pedro Robledo) .

variada litología en función del área madre de procedencia, en los que


predominan los de caliza, con una muy escasa matriz arcillosa, que se en-
cuentran situados al pie de los escarpes de los relieves formados por las
rocas jurásicas mallorquinas. En cuando a los depósitos dunares, se en-
cuentran principalmente en la isla de Mallorca, tanto al norte, en la bahía
de Alcudia, como al sur, en la playa de Es Trenc (Foto 28). Son depósi-
tos de arenas bioclásticas con estrati-
ficación cruzada que forman campos
de dunas de hasta 15 m de altura,
parcialmente fijadas por la vegeta-
ción actual, que en algunos casos
constituyen las barreras que sepa-
ran las albuferas del mar (Foto 29).
Las playas son muy abundantes en
todas las islas, generalmente peque-
ño tamaño (calas), aunque es en la
isla de Formentera donde alcan-
zan su mayor extensión (Foto 30).
Están formadas mayoritariamente
por arenas calcáreas que configuran
Foto 30. Playa de Ses Illetes en el extremo
las playas actuales. También se ca- norte de la isla de Formentera (foto Pedro
racterizan los paisajes costeros por Robledo).

83
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

la presencia de fuertes acantilados,


desarrollados tanto en los materia-
les de las sierras (Foto 31), como en
las plataformas carbonatadas emer-
gidas cenozoicas (Foto 32). Los pai-
sajes kársticos tienen un amplio d~­
sarrollo en las islas (Foto 33), con
sedimentación en abrigos y cavi-
dades durante el Holoceno, si bien
en muchos casos aparece distorsio-
nada por la actividad antrópica. La
formación de espeleotemas en es-
Foto 31. Acantilados de Formentor en el
extremo noreste de la sierra de Tramuntana, tas cavidades proporciona una bue-
en la isla de Mallorca (foto Pedro Robledo). na información paleoambiental del
Holoceno.
Al igual que ocurría en Iberia, la vegetación de las Islas Baleares tam-
bién experimentó una serie de cambios durante el transcurso del Holoceno.
Así, en la isla de Menorca, el Holoceno superior y medio se caracterizan
por el dominio de Buxus (boj) y Corylus y la importante presencia de Juni-
perus, Pinus y Quercus perenne y caduco, panorama que cambia en el Ho-
loceno superior con el inicio de la presencia de Olea que sustituirá progre-
sivamente a bojes y avellanos, inexistentes hoy día en la isla. Algo similar

Foto 32. Acantilados y calas en la plata- Foto 33. Paleopolje de Es Clot de d'Aubarca
forma carbonatada miocena de Santanyí, en Lluc, en la zona central de la sierra de
en la costa sureste de la isla de Mallorca Tramuntana (Mallorca) (foto Pedro Robledo).
(foto Pedro Robledo).

84
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS ...

ocurre en Ibiza, donde Pinus está presente en todo el Holoceno, mientras


que Quercus, Buxus y Corylus se retiran durante la segunda mitad del
Holoceno. En Mallorca la vegetación en la primera parte del Holoceno
está dominada por Juniperus, Buxus, Corylus y Quercus caducifolio, for-
maciones que a partir de 7000 años BP serán sustituidas por Pinus, Quer-
cus perennifolio y Olea (Fig. 23). La presión antrópica se dejará sentir en
la isla durante el Holoceno superior con una fuerte presencia de especies
cultivadas.

% 20 40 20 40 20 20 2C 20 40 60 BO

Figura 23. Diagrama polínico del sondeo de la albufera de Alcúdia (Mallorca)


(tomado de Carrión et al. 2012).

A comienzos del Holoceno y durante la primera mitad de este, la fauna


de mamíferos de Baleares era muy diferente a la actual y presentaba una
diversidad muy reducida y caracteres de endemismo en el momento de la
llegada de los primeros grupos humanos a las islas estimada entre 5000
y 4000 años BP. Entre esos taxones endémicos hay que destacar a Myo-
tragus balearicus, un artiodáctilo de la familia Caprinae emparentado con

85
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

las ovejas (Foto 34). Con la rá-


pida dispersión por las islas de
los grupos de Hamo sapiens,
este taxón endémico sufrió un
rápido retroceso hasta su ex-
tinción, que se sitúa entre los
años 5600 y 4000 BP. En las is-
las existieron también durante
el Holoceno otras dos especies
endémicas de micromamíferos
que también se extinguieron
antes de los 5000 años BP. Algo
parecido ocurrió con las pobla-
Foto 34. Reconstrucción de Myotragus baearicus
ciones de aves autóctonas, don-
existente en el museo Cosmo Caixa (Barcelona) (foto
Xavier Vázquez, tomada de Wikimedia Commons). de varias especies desaparecen
del registro tras la llegada de
los humanos. No ocurre lo mismo con las dos únicas especies de anfibios y
reptiles existentes en las islas al comienzo del Holoceno, dado que en la ac-
tualidad sobreviven en Mallorca. Con la llegada de los grupos humanos du-
rante el Holoceno superior a las islas se introducen en estas diferentes espe-
cies domésticas de aves y mamíferos, como cabras, ovejas, cerdos y perros.

3.4. Las Islas Canarias

Las Islas Canarias son un archipiélago constituido por siete islas mayo-
res que de más antiguas a más recientes son: Fuerteventura (21 Ma), Lanza-
rote (16 Ma), Gran Canaria (15 Ma), La Gomera (14 Ma), Tenerife (7,5 Ma),
La Palma (3 Ma) y El Hierro (1,5 Ma) (Fig. 24). Se trata de una serie de edifi-
cios volcánicos generados durante el Neógeno y el Cuaternario, dispuestos so-
bre el fondo oceánico que se encuentra a profundidades entre 4000 y 2000 m .
De todos ellos, el edificio que alcanza la cota más alta es El Teide (Foto 35),
con 3718 m sobre el nivel del mar, pero que en realidad es una pirámide vol-
cánica de más de 7 km de altura considerando su parte sumergida.
La parte sumergida de estas islas está formada por el llamado complejo
basal, constituido por lavas almohadilladas, enjambres de diques y cámaras
magmáticas, que únicamente aflora en superficie en Fuerteventura, LaGo-
mera y La Palma. Sobre estos complejos basales se emplazan en sucesivas

86
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENl NSULA IBÉRICA, BALEARES Y C ANARIAS . ..

Figura 24. Esquema geológico de las Islas Canarias con indicación de las isobatas, los
complejos basales que afloran en superficie en color verde y las edades en Ma de las partes
emergidas de las islas (tomado de Meléndez Hevia, 2004).

erupciones materiales volcánicos que dan lugar a los edificios emergidos.


Estos materiales son fundamentalmente piroclastos (fragmentos de roca y
de lava expulsados al aire durante la erupción) y lavas de diferente densi-
dad. En función de la densidad de las lavas y del carácter explosivo de las
erupciones, en las Canarias se han
dado erupciones de tipo hawaiano,
estromboliano y peleano.
Durante las erupciones de tipo
hawaiano, en las que se producen
lavas muy fluidas, se pueden formar
ríos de lava líquida que fluye por la
pendiente y que al enfriarse en el
exterior forman tubos por los que
sigue circulando la lava fluida has-
ta que se vacían dando lugar a tú-
neles de varios kilómetros de longi-
tud que, cuando su techo se hunde,
Foto 35. El estratovolcán del Teide con
da lugar a unos accesos llamados ja- el Roque Cinchado en primer término
meos, como los de Lanzarote, donde (Tenerife) (foto Manuel García Viñó).

87
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Foto 36. Coladas de lavas cordadas Foto 37. Capas de piroclastos en


al pie del Teide (Tenerife) la Cañadas del Teide (Tenerife)
(foto Manuel García Viñó). (foto Manuel García Viñó).

en 1730 existió una actividad de este tipo que duró unos seis años. Este tipo
de erupciones da volcanes en escudo, muy extensos y de perfil suave. Las
erupciones estrombolianas se producen con magmas más viscosos, que dan
lugar a coladas de lavas cardadas (Foto 36) y en los que la desgasificación
produce explosiones que generan proyecciones de piroclastos, los cuales se
van acumulando en tomo al punto de emisión configurando un edificio más
o menos cónico sobre el que se acumulan sucesivas capas de piroclastos
(Foto 37), dando lugar a un estratovolcán, como es el caso del Teide, forma-
do por erupciones de los últimos 150 ka, o del volcán Teneguía, en La Palma,
que se formó durante 24 días del año 1971. Por último, las erupciones pelea-
nas se producen cuando el magma está ya más frío y tiene una gran visco-
sidad, por lo que está prácticamente consolidado al llegar al final de la chi-
menea volcánica, donde los gases que contiene la lava, que se encuentran
comprimidos a presiones enormes, escapan de forma fuertemente explosi-
va generando una nube ardiente formada por gases incandescentes y cenizas
volcánicas, las cuales se acumulan formando depósitos piroclásticos muy ca-
racterísticos, que también se encuentran en las Islas Canarias.
En la actual configuración de las Islas Canarias han intervenido también
los hundimientos gravitatorios de los techos de las cámaras magmáticas,
como es el caso de Fuerteventura, La Gomera y La Palma, lo que permite el
afloramiento en superficie de los complejos basales antes citados. Otros fe-
nómenos frecuentes en las islas son los deslizamientos, que se producen por
desequilibrios gravitatorios en las fuertes pendientes de las laderas de los

88
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENíNSULA ffiÉRJCA, BALEARES Y C ANARIAS . ..

volcanes, dando lugar a enormes des-


lizamientos de masas de rocas . Por
otro lado, las islas han experimenta-
dos fuertes ascensos debidos a la ac-
tividad tectónica, que han provocado
el fuerte encajamiento de los valles
dando lugar a estrechos y profundos
valles (Foto 38), y al levantamiento
de la plataforma submarina de abra-
sión que ahora constituyen super-
ficies similares a las rasas costeras, Foto 38. Fuerte encajamiento fluvial con
desarrollo de profundos barrancos en los
como las de la costa norte de Gran materiales del edificio antiguo de Anaga,
Canaria y Tenerife. Todo esto ha pro- en el extremo noreste de la isla de Tenerife
vocado que la orografía de las islas (foto Manuel García Viñó).
sea complicada y que en ellas se en-
cuentre la cota más alta del territorio español, en la cima del volcán Teide,
con 3715 m de altitud, situado en la isla de Tenerife.
Durante el Pleistoceno, las Islas Canarias sufrieron una importante ac-
tividad volcánica que dio lugar a coladas de lava y a depósitos de piradas-
tos, actividad que prosiguió durante el Holoceno (Foto 39), afectando a
épocas históricas recientes.

Foto 39. Aspecto de la costa septentrional del extremo noroeste de la


isla de Tenerife. A la derecha se observan los fuertes relieves del edificio
volcánico antiguo de Teno y a la izquierda, con una suave pendiente
hacia el mar, coladas volcánicas recientes (Pleistoceno medio - Holoceno)
cortadas por la acción del oleaje (foto Manuel García Viñó).

89
PREHISTORlA RECIENTE DE LA PENÍNSULA lBÉRlCA

En las costas canarias, durante el Pleistoceno y Holoceno, se formaron


una serie de depósitos marinos que orlan las islas y se encuentran a dife-
rentes niveles por encima del nivel del mar actual. En general se han detec-
tado 12 niveles desde +70 m sobre el nivel del mar actual hasta O m, todos
ellos con faunas cálidas (excepto los niveles holocenos con faunas marinas
similares a las actuales). Son depósitos de conglomerados y arenas con fau-
nas de moluscos marinos, que en algunos casos se encuentran atrapados
entre lavas volcánicas por lo que se han podido datar con precisión. En la
isla de Tenerife se han detectado cinco niveles marinos ( + 18, + 1O, +7,
+314m y +0,5/1 m) que corresponden a otros tantos momentos interglacia-
les o interestadiales desarrollados durante el Pleistoceno medio y supe-
rior, el último de los cuales ( +0,511 m), con faunas cálidas como el gaste-
rópodo Strombus bubonius y otras especies senegalesas, correspondería
al interglacial Eemiense (OIS Se).
Además, en la zona intermareal,
se observan dos niveles escalona-
dos de beachrocks, o depósitos
elásticos cementados con fauna
de moluscos similar a la actual,
separados por una superficie ero-
siva, atribuidos al Holoceno, que
se pueden observar en la bajamar
(Foto 40). En la isla de La Palma,
el nivel situado a +4 m representa
el interglacial Eemiense, mientras
que el nivel de +0,5 m por encima
del nivel del mar actual, formado
por dos beachrocks, esta datado
en el Holoceno superior (2,3 ka
cal BP). En Fuerteventura existe
un nivel de arrasamiento a +4/5 m
sobre el nivel del mar actual con
fauna de moluscos similar a la ac-
tual cuyos depósitos, datados en
4 ka cal BP, son ligeramente más
Foto 40. Costa norte de la isla de Tenerife desde recientes que el máximo de la
la punta de Teno. En primer término se observa
una plataforma de abrasión marina al pie del transgresión Flandriense. También
acantilado (foto Manuel García Viñó). son muy frecuentes los grandes

90
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS . . .

acantilados desarrollados en los ma-


teriales volcánicos (Foto 41).

También se encuentran en estas


islas depósitos subaéreos ligados a
momentos áridos y a momentos hú-
medos, con un desarrollo de cuatro
sistemas dunares antiguos corres-
pondientes al Pleistoceno inferior y
medio, y varios sistemas de dunas Foto 41. Acantilado de Los Gigantes en el
edificio volcánico antiguo de Teno, en el extre-
durante el Pleistoceno superior que mo NO de la isla de Tenerife (foto Manuel
alternan con episodios húmedos uno García Viñó).
de los cuales está datado en 31 ka
BP. En la isla de Fuerteventura, las épocas áridas aparecen representadas
por arenas eólicas de hasta 3 m de espesor, mientras que las húmedas lo es-
tán por arcillas y gravas con conchas de moluscos y nidos de himenópteros,
con una cronología del Pleistoceno
superior y comienzos del Holoceno.
Las dunas litorales acumuladas al fi-
nal del Pleistoceno superior en Fuer-
teventura tienen su origen en los
vientos procedentes del O en mo-
mentos de extrema aridez, mientras
que durante el Holoceno inferior se
acumulan limos con polvo de origen
sahariano indicativo de un cambio
en la procedencia de los vientos.
A partir del Holoceno superior y has-
ta la actualidad se producen nuevas
acumulaciones eólicas de arenas blan-
cas que se sitúan sobre los depósitos
marinos holocenos y que alcanzan
gran desarrollo en el noreste de Lan-
zarote y en el noreste y sur de Fuerte-
\·entura. Durante el Holoceno y en la
actualidad, en algunos puntos de las
Foto 42. Vista general del edificio de El Tei-
islas se han desarrollado lagunas de de. En primer plano, la laguna efímera del
desarrollo efímero (Foto 42). Llano de Ucanca (foto Manuel García Viñó).

91
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

En cuanto a los depósitos fluviales, han sido poco estudiados en las Ca-
narias, si bien, una densa red de barrancos fuertemente encajados surca
las islas desde las cotas más altas hasta el mar. Estos barrancos presentan
el fondo cubierto por aluviones recientes en sus tramos medios y bajos y
actualmente están inactivos, salvo en épocas de grandes lluvias en las que
se producen arrastres de ingentes cantidades de sedimentos que se deposi-
tan en sus desembocaduras. El comienzo del Pleistoceno inferior y el final
del Pleistoceno medio está marcado por sendas fases muy húmedas en la
que se produce un fuerte encajamiento de estos barrancos en las lavas
pleistocenas, mientras que el Pleistoceno superior presenta un carácter
marcadamente árido con producción de derrubios en las fuertes vertientes
de los barrancos de las Canarias occidentales y centrales que darán lugar
al relleno aluvial de los valles. Durante el Holoceno, los barrancos siguie-
ron funcionando y dieron lugar a
plataformas aluviales situadas
por delante de las pleistocenas.
En las vertientes de estos barran-
cos se originaron morfologías sin-
gulares como las desarrolladas en
los depósitos piroclásticos estrati-
ficados (Foto 43). En algunos ca-
sos, el cierre de barrancos por
productos volcánicos durante el
Pleistoceno dio lugar a rellenos de
barrancos por materiales arras-
trados. Las islas más orientales,
Fuerteventura y Lanzarote, tuvie-
ron en general unas condiciones
más áridas que produjeron relle-
nos de derrubios y aluviones de
gran espesor en sus valles más
suaves y amplios.

Sobre este paisaje geológico,


en las Islas Canarias existe una
Foto 43. Capas de piroclastos sobre las que vegetación que se caracteriza por
ha actuado la erosión dando formas muy ca-
racterísticas en la zona de Los Escuriales (foto una grandísima diversidad que
Manuel García Viñó). da lugar a una gran variedad de

92
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS .. .

paisajes vegetales, desde matorrales


abiertos hasta bosques cerrados. Por
otra parte, en el desarrollo de las co-
munidades vegetales canarias ha te-
nido una gran influencia las varia-
ciones climáticas experimentadas
desde el final del Neógeno y durante
el Cuaternario, de tal forma que
mientras en las zonas continentales
mediterráneas las especies subtropi-
cales neógenas fueron desplazadas Foto 44. Bosque de laurisiva canaria en la
por las especies boreales, en las Ca- punta de Anaga, extremo noreste de la isla
narias, estas especies cálidas perdu- de Tenerife (folo Manuel García Viñú).
raron durante el Pleistoceno, dando
lugar a las actuales formaciones vegetales canarias, entre las que destacan
los bosques de laurisilva (Foto 44) y los de pino canario (Pinus canariensis)
(Foto 45). El aislamiento de las islas del continente africano, al que nunca
estuvieron unidas, ha condicionado
que la mayoría de las especies vege-
tales de las islas sean endemismos
propios de estas islas y de las otras
islas atlánticas (archipiélagos de Ma-
deira, Azores, Cabo Verde y de las
Islas Salvajes) que se agrupan en la
región macaronésica. El calenta-
miento ocurrido a comienzos de Ho-
loceno permitió el acantonamiento
de las especies cálidas subtropicales
en los lugares más óptimos para su
desarrollo, como las islas atlánticas,
sin que pudieran volver a ocupar las
regiones mediterráneas, donde una
mayor aridez impidió su desarrollo
y favoreció la expansión de forma-
ciones esclerófilas. La gran diversi-
dad de la flora canaria está relacio- Foto 45. Bosque de pino canario (Pinus
canariensis), conífera endémica de las Islas
nada con las grandes diferencias Canarias, en Guía de Isora (Tenerife) (foto
topográficas existentes en las islas, Manuel García Viñó).

93
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

la mayor proximidad de las islas al continente africano o al atlántico, y con


las variaciones de las condiciones medioambientales en las diferentes par-
tes de las islas definidas por la interacción entre la topografía y el clima, es
decir la diferente orientación de las islas hacia el continente o hacia el
océano. Esto ha permitido el establecimiento de una cliserie altitudinal
que presenta variaciones en cada piso dependiendo de la orientación de las
laderas de las islas (Fig. 25). En este panorama, las islas más orienta-
les presentan una vegetación de tipo esclerófilo, mientras que las occiden-
tales soportan formaciones de carácter húmedo, como la laurisilva y el pi-
nar canario, este último por encima de los 1200 y 2000 m de altitud.

Figura 25. Cliserie altitudinal de la vegetación potencial del Teide en la isla de Tenerife: 1) ta-
baibales y cardonales semiáridos; 2) sabinares, acebuchares y lentiscares termo-infracanarios
semiáridos-secos; 3) laurisilva subhúmeda; 4) fayal-brezal subhúmedo; S) pinares canarios
secos; 6) retamares y codesales cumbreños; 7) comunidades orocanarias (tomado de Peina-
do Lorca y Rivas-Martínez, Eds., 1987).

Si la flora canaria presenta una extraordinaria diversidad no ocurre lo


mismo con la fauna de vertebrados, exceptuando los peces y los mamífe-
ros marinos de las aguas atlánticas. El hecho de que las islas hayan estado
siempre aisladas del continente africano ha condicionado la ausencia de

94
EL MARCO PALEOAMBIENTAL DE LA PREHISTORIA RECIENTE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA, BALEARES Y CANARIAS ...

anfibios autóctonos y la escasa diversidad de reptiles (quince especies en-


démicas) y mamíferos (tres especies endémicas) autóctonos, mientras que
las aves están mejor representadas por especies endémicas (seis especies)
y otras propias de la región macaronésica. El poblamiento de las Canarias
por las comunidades humanas durante el Holoceno superior trajo consigo
la introducción en las islas de especies domésticas como el perro, la cabra
y el cerdo, y, en un momento más avanzado del poblamiento de las islas, a
partir de la presencia española, el caballo y la vaca, así como otras especies
silvestres de anfibios, reptiles y aves, e incluso especies cinegéticas de ma-
míferos como el muflón y el arruí.

COMENTARIO DE TEXTO

Lea el siguiente fragmento de texto y realice un breve comentario del


mismo tomando como referencia la información ofrecida en el tema y las
lecturas recomendadas que haya efectuado.
«Los razonamientos que hemos ido señalando se inclinan totalmente ha-
cia la causa climática como generadora básica de los procesos de agradación 7
y encajamiento, localizando una serie de fases climáticas favorables para ello.
El resultado sería el registro de unas variaciones climáticas sucesivas, que,
como indica Butzer, K.W. (1980) al referirse a los cambios climáticos intra-
holocenos, serían más cortas que las registradas entre glacial e interglacial
pero que tienen efectos geomorfológicos dignos de ser destacados. Creemos
que es precisamente en las vertientes donde mejor puede apreciarse la rela-
ción de los procesos morfológicos y el clima, ya que las formas de disgregación
mecánica y de transporte son inconfundibles, mientras que en la mayor parte
de los estudios en que se citan formas acumulativas holocenas las conclusio-
nes se basan en acumulaciones de fondo de valle, en donde la inexpresividad
morfológica es muy grande.

Sin embargo, no debemos olvidar otro conjunto de circunstancias que


pueden, por si mismas o de forma coadyuvante, originar cambios ambienta-
les. Ya nos hemos referido a una de ellas, cual es la deforestación del territorio
por el hombre con objeto de utilizarlo para pastoreo, cultivos, construcciones,

7
Agradación: acumulación de sedimentos no consolidados sobre una superficie, que de ese modo
experimenta un ascenso de su nivel. Los procesos que intervienen son muy variados: de vertiente, flu-
viales, lacustres, eólicos y marinos.

95
1EMA3
RL\1ERAS COMUNIDADES AGRÍCOLAS Y PASTORILES
EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Ana F ernández
Amparo Hernando

•*r.a del t ema: 1. Nuevas formas de vida, ¿un largo proceso o una im-
-.. Teorías sobre su origen y procedencia. 2 . El proceso del conocí-
-- inYestigaciones sobre el periodo. 3. Las «innovaciones»: plantas
nuevas técnicas para nuevas necesidades, materias primas y ac-
. Cuándo y dónde: periodos y regiones. S. Los primeros pasos del
...to:-c =~ la península ibérica. 6. La consolidación del nuevo modo de vida:
•IJ::a; _ edio y Final. Comentario de texto. Lecturas recomendadas. Activi-
E =:ricios de autoevaluación. Bibliografía. Solucionaría a los ejercí-

Ye: _ -eolítico, península ibérica, cerámica, agricultura, ganadería,


-a de l'Or, Mas d'Is, Gavá, pulimento, comercio, minería de sílex,
~ ...: , Cueva de Nerja .

...~a::ión didáctica: En torno al VII milenio a. C. tienen lugar en la Penínsu-


erie de transformaciones que son la consecuencia de la implan-
c.oa base económica de subsistencia centrada en la producción ve-
esticación de animales. Como en el resto del mundo, este fue un
"' ::UYO un desarrollo diacrónico y diferenciado en las diversas regio-
_Sill\·o relacionado con las poblaciones autóctonas preexistentes, y
diYersidad medioambiental del entorno físico y las condiciones
•llill:l..:::25.. E_ -eolítico es un periodo de cambios que atañen a todos los ámbi-
"'1-=,.,..,..llo humano desde la subsistencia al mundo de las creencias, sin
·ones tecnológicas.

innovaciones, su desarrollo temporal y las hipótesis planteadas


-~·la historia de las investigaciones, así como las cuestiones rela-
nuevos elementos - plantas y animales, tecnología y materias
- tura material y los lugares de asentamiento y enterramiento,
en las páginas siguientes junto a los aspectos cronológicos y
-11!'1:1:~3üi.6r: interna de este periodo.

109
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

l. NUEVAS FORMAS DE VIDA, ¿UN LARGO PROCESO O UNA


IMPLANTACIÓN? TEORÍAS SOBRE SU ORIGEN Y PROCEDENCIA

El profundo cambio que supuso el paso de una economía cazadora-


recolectora a una centrada en gran medida en la producción de alimen-
tos no fue algo repentino sino un proceso con un desarrollo heterogéneo y
con cronologías diferenciadas. La primera cuestión que se plantea es la de
si éste fue un nuevo sistema aportado por elementos foráneos, o bien si es-
tarnos ante un desarrollo evolutivo autóctono, es decir, se plantean dos hi-
pótesis explicativas basadas, respectivamente, en el difusionisrno y el au-
toctonisrno. Los nuevos medios técnicos se introducen en una economía
cazadora-recolectora y los primeros tiempos neolíticos no implican una
base económica productiva sino la progresiva transformación de los ante-
riores sistemas de caza y de recolección.
Si bien es cierto que no tenernos , al menos por el momento, docu-
mentada en la península ibérica la presencia de las primeras especies Ye-
getales que fueron objeto de cultivo, ni de los animales salvajes que
domestican al comienzo del periodo, no lo es menos que las poblacio-
nes autóctonas previas, rnesolíticas y epipaleolíticas, tuvieron un sistem
bastante organizado y complejo de obtención de recursos variados q e
les proporciona una cierta seguridad en lo que al sustento alimenticio
refiere, con unas economías que podríamos denominar «de amplio es-
pectro».
También tenernos evidencias de que en zonas concretas, generalme
te de la fachada del Levante peninsular, aparece en fechas tempranas
nuevo modo de vida con todos los elementos constitutivos: especies
males y vegetales procedentes del Próximo Oriente (ovicápridos, trigo, ~
bada y leguminosas), y cerámica. Pero no hubo una «colonización» ge
ral de tierras anteriormente deshabitadas, ni se produjo una implanta ·
en toda la península, sino que se trató de un proceso que fue adecuánd
a las poblaciones preexistentes y a la diversidad regional. Se acepta p
en general, la procedencia orientalista pero no entendida corno una lleg
significativa de gentes o grupos de agricultores «puros» que traen las no
dades y se imponen sobre las poblaciones locales.
No se trató de un cambio global generalizado sino de una llegada de
pecies y grupos que las traen y que se adaptan a lo que encuentran. Por
la primera parte del Neolítico y el substrato anterior debieron de tener

110
LAS PRIMERAS COMUNIDADES AGRÍCOLAS Y PASTORILES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

características culturales parecidas, con la introducción de nuevos recursos


económicos y de algunos elementos tecnológicos y de cultura material.
En realidad, la existencia de cerámica o de especies domésticas no im-
plica un cambio automático en los modos de vida y ésta es una diferen-
cia clara con respecto al Neolítico del Próximo Oriente. Las nuevas apor-
taciones a la dieta alimenticia de los primeros neolíticos no supusieron
un abandono de la caza y la recolección sino que éstas perduraron duran-
te todo el VII y el VI milenio a. C., e incluso después, con mayor o menor
incidencia. La heterogeneidad del proceso hace pensar en la existencia de
grupos diferentes con:
• economía cazadora-recolectora pero con incorporación de la cerámi-
ca y/o algunos animales domésticos;
• economía agrícola pero con tecnologías epipaleolíticas; y
• modo de vida agropecuario y estable ya plenamente consolidado.
La ocupación del espacio fue muy importante y hay una temprana pre-
sencia de grupos con cerámicas decoradas en zonas costeras desde los Pi-
rineos a Portugal, generalmente en tierras aptas para el cultivo mediterrá-
neo y con pastos para los ovicápridos.

2. EL PROCESO DEL CONOCIMIENTO: LAS INVESTIGACIONES


SOBRE EL PERIODO

Como ocurre casi siempre en Prehistoria, las primeras cuestiones sobre


una etapa concreta se plantean como .consecuencia del hallazgo de un ya-
cimiento arqueológico que proporciona información hasta entonces desco-
nocida y que no responde a ninguno de los periodos que ya tenemos iden-
tificados, pero que sí ofrece unas características que permiten definir un
nuevo periodo. En este caso, y para la Península Ibérica, fueron las publi-
caciones aparecidas desde la década de los 60 del siglo xrx sobre la Cueva
de Los Murciélagos en Zuheros (Córdoba) y otros yacimientos andaluces,
las que comenzaron a hablar de una nueva etapa, el Neolítico, con frecuen-
cia asociado a lo megalítico 1.

•~
1
Para un estudio detallado sobre la historia de la investigación, veánse las obras de referencia de
Mrlfioz Amilibia, A. M (1970) y de Martí Oliver (1998).

111
El descubrimiento de las necrópolis de sepulcros de fosas en Catalu-
ña viene a completar la información sobre el periodo final del Neolítico,
y será Pedro Bosch Gimpera (1932) quien «ponga sobre la mesa» los des-
cubrimientos de cerámica cardial en las cuevas de Montserrat que dieron
nombre a este tipo cerámico ( «montserratina») del Neolítico Antiguo. En
Andalucía es conocido como «Cultura de las Cuevas», por ser en éstas en
donde se localizaron dichas cerámicas, aunque en la actualidad existen
también asentamientos al aire libre.
Ya a mediados del siglo XX se publicaron obras fundamentales sobre el
origen y el proceso de formación del Neolítico, estableciéndose dos fas e
diferenciadas que se denominaron Hispano-Mauritano e Ibero-Sahariano.
y también planteando el problema, aún en la actualidad no del todo resuel-
to, de la transición del Neolítico Final a la primera etapa del metal: el Cal-
colítico, entonces conocido como Eneolítico.
La publicación de los resultados de las excavaciones llevadas a cabo
por Bernabó Brea (1956) en la caverna de Arene Candide en Liguria (Ita-
lia), que proporcionó una secuencia estratigráfica desde el Neolítico An-
tiguo al Reciente, fue un factor de importancia para el conocimiento del
Neolítico del Occidente europeo, comenzando a plantearse el modelo
mediterráneo para este periodo en la península ibérica. El nivel de ce-
rámicas impresas de esta caverna aparece junto a todos los elemento
que caracterizan al Neolítico: animales domésticos, piedra pulimentada
y obsidiana. No hay restos agrícolas, pero sí existen en zonas cercanas.
Se delimita pues, por primera vez, la cultura de las cerámicas impresas
del Neolítico Inicial, bien situada estratigráficamente entre el Mesolítico
y la Cultura de los Vasos de boca cuadrada, y estas propuestas se «adap-
tan» al panorama español. La cerámica impresa de Arene Candide apa-
rece en todos los niveles más antiguos de los yacimientos neolíticos de
occidente mediterráneo.
Las excavaciones en yacimientos andaluces en la década de los 60 de
siglo pasado ponen de manifiesto la existencia de una diversidad regional
y la información sobre este periodo se multiplica con las publicaciones de
la Carigüela de Piñar en Granada, Nerja en Málaga, y de nuevo de la Cue\
de Los Murciélagos en Zuheros, Córdoba, así como de la Cueva de La Sar-
sa en Bocairente, Valencia y de la Coveta de l'Or en Beniarrés, Alicante, e
incluso algunos poblados al aire libre.

112
LAS PRIMERAS COMUNIDADES AGRíCOLAS Y PASTORILES EN LA PENÍNSULA ffiÉRICA

La información sobre el Neolítico peninsular ha ido creciendo tanto


en el número de trabajos dedicados al tema, como en la cada vez mayor
importancia de las fechas radiocarbónicas obtenidas, y de los estudios de
paleobotánica, fauna y de otros aspectos fundamentales, así como a las
numerosas campañas de excavación de yacimientos al aire libre como
Mas d'Is en Penáguila, Alicante o Los Cascajos en Los Arcos, Navarra,
y también en cuevas, algunas de ellas ya publicadas en fechas antiguas.
Desde 1955 se celebran congresos nacionales en los que se recogen bue-
na parte de las aportaciones sobre el periodo que nos ocupa, el último de
ellos, el VI, celebrado en el2011 en Faro (Portugal).

3. LAS INNOVACIONES: PLANTAS Y ANIMALES, NUEVAS TÉCNICAS


PARA NUEVAS NECESIDADES, MATERIAS PRIMAS Y ACTIVIDADES

Al comienzo del periodo aparece una gran variedad de especies de trigo


y cebada que paulatinamente se irán reduciendo como consecuencia de una
selección llevada a cabo por las gentes neolíticas que optan por las especies
más resistentes y de mayor facilidad para trillar. Esta selección se ve clara-
mente en los niveles arqueológicos de las cuevas y especialmente de los po-
blados al aire libre de cronologías más avanzadas. Junto a éstas aparecen
también leguminosas, fundamentalmente habas, guisantes y lentejas.
Estos primeros cultivos se documentan en el VII milenio a. C., y se in-
troducen hacia las regiones del interior con bastante rapidez, llegando a la
cuenca del Ebro, la región interior valenciana y Andalucía, pero también a
tierras de Segovia, Soria, y un poco más tarde Cantabria y la costa vasca.
Por lo que respecta a los animales domésticos, son los ovicápridos los que
aparecen en las etapas más antiguas, pero a ellos se sumarán un poco des-
pués los bóvidos y los suidos, en este caso posiblemente domesticados a
partir de sus antecesores salvajes locales.
La tecnología de momentos anteriores tanto en lo que respecta a la pie-
dra tallada como al hueso se modifica y perfecciona para la obtención de
objetos que respondan a la demanda de un utillaje para las nuevas activida-
des. En general la piedra tallada está representada por una industria laminar
de hojas alargadas con filos rectos, denominadas cuchillos, que tienen hue-
llas de uso de corte de vegetales, posiblemente para tareas de siega (Fig. 1).
Hay también hojas con muesca, perforadores para trabajar la madera,

113
Figura l . Industria lítica de la Cova de l'Or Beniarrés, Alicante.

el hueso o la piedra, puntas de flecha, microlitos geométricos y los llama-


dos «dientes de hoz» que se incrustan en una pieza de madera (Fig. 2).
El hueso se trabaja para la obtención de punzones, espátulas y agujas
a los que hay que sumar cucharas, peines y matrices para la decoración de
la cerámica (Fig. 3). El trabajo de la madera debió de ser importante, y lo
mejores testimonios de éste aparecen en el poblado lacustre de La Draga en
Bañolas (Gerona) en donde se han encontrado numerosos restos de vigas

114
pilares, y troncos que constituían el pa-
vimento de las casas, así como otros ob-
jetos domésticos de madera de roble,
sauce, tejo y boj.
Una de las innovaciones tecnoló-
gicas del Neolítico es el pulimento de
la piedra, por medio de técnicas de
abrasión, que proporcionará a partir
de ahora nuevos útiles y adornos que
enriquecerán la cultura material. Se
elaboran hachas y azuelas para tareas
agrícolas, percutores y mazas usadas,
entre otras cosas, en labores de mi-
nería, y molederas barquiformes para
Figura 4. Molino barquiforme convertir el grano cosechado en hari-
y mano de molino.
na (Fig. 4).
Entre los objetos de adorno destacan los brazaletes de pizarra y caliza,
en ocasiones bastante anchos y decorados con estrías (Fig. 5), los colgantes
de caliza y las cuentas de collar, los anillos que también aparecen en con-
cha y hueso (Fig. 6) y los colmillos de jabalí.

Figura S. Brazaletes de caliza de la Cueva de


los Murciélagos en Zuheros, Córdoba.

116
LAS PRIMERAS COMUNIDADES AGRíCOLAS Y PASTORILES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 6. Peine y objetos de adorno .

117
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Figura 7. Tabla de formas del Neolítico cardial valenciano. (Según Joan Bemabeu).

Otra innovación destacadísima en esta etapa fue la cerámica que pasó


a convertirse en muchas ocasiones en el «fósil-guía» de buena parte de las
culturas. Aparece ya plenamente formada y con una gran calidad y rique-
za decorativa, lo que desecha la posibilidad de fabricación local con los
«intentos» previos o fases de experimentación. Es evidente que la traen las
gentes que introducen los cultivos y la domesticación en la península ibéri-

118
LAS PRIMERAS COMUNIDADES AGRíCOLAS Y PASTORILES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

ca. Las pastas, los acabados y la cocción son muy buenos, y las formas pre-
dominantes son los recipientes de tendencia globular o esférica, como ollas,
cuencos, vasitos, botellas y garrafas de almacenamiento de fondos con-
vexos, probablemente para clavarlos en la tierra. Aparecen también asas de
formas variadas, mamelones, picos vertedores o pitorros (Fig. 7).
Se produce en los momentos neolíticos una exploración del entorno a
la búsqueda de nuevas materias primas, con la existencia de minas de sílex
y de variscita, piedra verde que parece estar ligada a un valor mágico o al
menos de prestigio. La mina de sílex más representativa de este momento
es la de Casa Montero (Fig. 8) en el entorno de Madrid en un cerro próxi-
mo a la confluencia de los ríos J arama y Henares en la que se hallaron más
de 3500 pozos que ocupaban una extensión de 4 hectáreas, y tenían unas
dimensiones de hasta siete metros de profundidad y uno de anchura, y que
son el resultado de la explotación desarrollada por generaciones de grupos
neolíticos que llegaron a extraer más de 700 000 kilos de roca, que posterior-
mente fue trabajada has~a obtener pequeñas piezas laminares que se transpor-
tarían a los lugares de habitación para su uso en actividades cotidianas. Estos
pozos se han conservado prácticamente intactos hasta la actualidad.

Figura 8. Pozos de extracción de las minas de sílex de Casa Montero


en Madrid. (Según Diaz de Río, Consuegra, Castañeda et alii, 2006).

119
Las minas de variscita de Can Tintaré (Gavá, Barcelona) se conside-
ran las primeras de las grandes explotaciones mineras subterráneas neo-
líticas, que comenzaron a explotarse en el Neolítico Antiguo poscardial y
perduraron todo el Neolítico de la cultura de los Sepulcros de Fosa. Están
constituidas por más de 70 galerías de entre 5 y 15 m de longitud, aunque
algunas llegan a alcanzar los 80 m. La extracción se realizaba perforan-
do la roca verticalmente (pozos) y el mineral se sacaba desde abajo arri-
ba rellenando los niveles más profundos a medida que se subía. Algunos
de estos pozos fueron utilizados como basureros y otros como lugar de en-
terramiento. Los minerales obtenidos eran la variscita y la turquesa, que
una vez sacadas al exterior se lavaban en albercas de agua para pasar lue-
go a los talleres de corte, pulido y engarce que se utilizaban para la elabo-
ración de objetos fundamentalmente cuentas de collar discoidales y otras
en forma de oliva de gran tamaño, que aparecen por toda Cataluña, el sur
de Francia y posiblemente llegaron hasta la meseta peninsular, a través del
valle del Ebro. En el interior de uno de estos pozos, a 8 metros de profun-
didad se halló una de las piezas más representativas de este lugar, la deno-
minada «Dama de Gavá», que es una vasija cerámica que representa una
divinidad, probablemente vinculada con los cultos a la fecundidad (Fig. 9).

Figura 9. Vasija de la <<Venus de Gavá», procedente de las minas de Can Tintoré.


(Según Bosch y Estrada, 1994).

120
LAS PRIMERAS COMUNIDADES AGRÍCOLAS Y PASTORILES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Aparecieron en el entorno abundantes picos mineros, cinceles, percuto-


res de cuarzo y palas de mango corto elaboradas sobre omoplatos de bóvi-
dos, todos ellos utilizados para las labores de minería.
Parece evidente que la variscita tenía un valor especial, pero de mo-
mento no sabemos con exactitud sifué un elemento de prestigio, un dife-
renciador social y/o económico o un objeto simbólico relacionado con la
muerte.

4. CUÁNDO Y DÓNDE: PERIODOS Y REGIONES/

El Neolítico peninsular se pudo iniciar ya en el VII milenio a. C., aun-


que hay grandes diferencias regionales, tanto para el de cerámicas car-
diales como para el andaluz de cerámicas incisas e impresas no cardiales
que muy posiblemente fueron contemporáneos. En general se aceptan dos
grandes etapas:
l. Neolítico Antiguo de cerámicas decoradas desde el VII a mediados
del V milenio a. C.
2. Neolítico Reciente de cerámicas lisas durante la segunda mitad del V
y el IV milenio a. C.
En cuanto a la periodización, Bernabeu establece una pauta en la intro-
ducción del neolítico que puede resumirse en:
l. Grupos cardiales de recién llegados se instalan en la Coveta de l'Or
(Beniarrés, Alicante) y la Cueva de La Sarsa (Bocairente, Valencia) y
son los que inician la colonización neolítica junto a los grupos epipa-
leolíticos geométricos que se neolitizan por el contacto con ellos y que
están representados en la Cueva de La Cocina en Dos Aguas, Valencia.
2. Desde estas zonas costeras se produce un avance hacia las regiones
del interior, en donde se desarrolla una etapa neolítica denominada
epicardial o postcardial.
Por su parte, Jover Maestre et alii (2008) proponen cuatro fases para el
proceso de implantación:
l . Colonización inicial: los primeros grupos neolíticos se asientan en
tierras llanas cerca de fuentes de agua.

121
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

2. Proceso de crecimiento y afianzamiento poblacional en el que se ini-


cia una segmentación social que reproduce el modelo inicial pero
que, a veces, ocupa zonas agrícolas menos aptas para el cultivo.
3. Colonización de las cuencas fluviales externas del territorio cardial,
crecimiento de la población, reocupaciones y nuevas ocupaciones.
4. Expansión e implantación de la economía agropecuaria en nuevos
territorios.
Hacia mediados del V milenio a. C. lo cardial se «diluye» y se abandona
la ocupación de cuevas como las de La Sarsa o de l'Or, produciéndose tam-
bién un uso de tales recintos con otro carácter, sea funerario o para esta-
bulación de ganado. A lo largo del V milenio a. C. podemos también hablar
de una generalización de las transformaciones en los modos de vida, tanto
en la economía como en el utillaje, y de la existencia de asentamientos de
carácter estable.

5. LOS PRIMEROS PASOS DEL NEOLÍTICO EN


LA PENÍNSULA IBÉRICA

Esta primera etapa del Neolítico peninsular viene definida por las ce-
rámicas decoradas, especialmente las cardiales levantinas y las incisas e
impresas no cardiales predominantes, pero no exclusivas, de la región an-
daluza. Las fechas radiocarbónicas nos llevarían al VII milenio a. C., en al-
gunos de los yacimientos más significativos del periodo, como la Coveta de
l'Or en Beniarrés y la de Les Cendres en Teulada, ambas en la provincia
de Alicante. (Fig. 10).
Aun cuando puede haber algunas excepciones, se han establecido de
manera general dos grupos diferenciados en este Neolítico Inicial:

5.1. Neolítico de cerámicas cardiales, con un núcleo muy importante en


Valencia (Fig. 11) y Cataluña, pero también representado en algunas zonas
pirenaicas desde Andorra a Huesca y en el Bajo Aragón, con penetraciones
en Albacete, Murcia, el oriente andaluz (Cueva de la Carigüela de Piñ~
Granada) y Portugal. Este tipo de_grámicas impresas aparece en contex-
tos bien documentados, con altas cronologías en todo el Mediterráneo oc-
cidental.

122
LAS PRIMERAS COMUNIDADES AGRíCOLAS Y PASTORILES EN LA PENÍNSULA ffiÉRICA

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Figura 10. Mapa de distribución del Neolítico Antiguo de cerámicas decoradas.

Figura 11. Vasijas de cerámica cardial, de la Cova de l'Or, Beniarrés, Alicante.

123
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉ RICA

Generalmente, los núcleos de población se asientan en áreas no ocupa-


das por los antiguos pobladores mesolíticos/epipaleolíticos, y al comienzo
las cuevas son los lugares escogidos. Ahora bien, cada vez con mayor fre-
cuencia se van documentando poblados al aire libre, y también el uso de
las cavernas para actividades diferentes, como lugares de almacenamiento
o estabulación de ganado, refugios temporales, espacios funerarios, e in-
cluso lugares con un significado especial. En este sentido merece la pena
destacar la Cueva de Can Sadurni en Begués, Barcelona, con una secuen-
cia desde el Epipaleolítico al Neolítico postcardial durante la que fue lugar
de habitación, de estabulación de ganado y de enterramiento.
Los poblados al aire libre suelen asentarse en zonas de fondos de valles,
terrenos muy adecuados para el cultivo, y en el norte de Huelva aparecen
incluso algunas ocupaciones en altura, pero ya relacionadas con el megali-
tismo. Representativo de este tipo de asentamientos es el de La Draga en
Bañolas (Gerona) (Fig. 12), poblado lacustre en parte sumergido en la ac-
tualidad, pero excavado en buena medida, que estaba ubicado a orillas del
lago de Banyoles, y que es el único poblado lacustre de la península ibérica.
Construido en torno al 5200 a. C. debió de quedar en una isla o península
con un estrecho acceso, y su extensión fue de unos 10000 m 2 , de los que ac-
tualmente están sumergidos más de 1000. Se conservaron centenares de vi-
gas, pilares y troncos que formaron parte del pavimento de las cabañas, que
pudieron tener planta rectangular y alzados de pilares de roble entrelazados
con ramas y barro. Las cubier-
tas eran de cañizo y había gra-
neros con enlosados, basureros
y cubetas para combustión. Las
casas se alineaban en una fran-
ja litoral, y el poblado se sitúa
entre el 5200 y el 5000 a. C.,
con cuatro fases de reconstruc-
ción sucesivas.
El roble procedía de un bos-
que cercano, al igual que otras
maderas que proliferaban en el
entorno: fresnos, alisos, chopos,
Figura 12. Reconstrucción de viviendas del
poblado de La Draga en Banyoles, Gerona. olmos, sauces y laureles. Res-
Foto Museo de Banyotes. tos de cereales, leguminosas y
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124
L AS PRIMERAS COMUNIDADES AGRÍCOLAS Y PASTORILES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

árboles frutales silvestres, así "


como de plantas acuáticas apa-
recen junto a fragmentos óseos
•• •
de bueyes, cabras, ovejas y cer-
dos, y también de conejos, cier-
vos, corzos y jabalíes.

Otro yacimiento importante
del periodo es el de Mas D'is en •
Penáguila, (Alicante) (Fig. 13)
situado en la cabecera del río •
Penáguila y que ha sido excava-
do en sucesivas campañas ar-
• •
queológicas desde 1998. Ubica-
do en una antigua plataforma
con una serie de profundos ba- • •
rrancos, tiene una extensión de • Agujero de poste
cerca de 10 Ha, en las que apa- . e Hoyos
recieron casas, la más antigua •
de ellas con planta de tenden-
cia rectangular y un extremo Figura 13. Casa 1 del yacimiento de Mas d'Is,
Penáguila, Alicante. (Según Bernabeu Aubán,
absidal, subdividida y con unos
Orozco Kohler, Díez Castillo, Gómez Puche y
10m de largo y casi 4 de ancho. Malina Hernández, 2003).
No está completa y a su lado
aparece un foso adosado a la pared sur. Soportes de postes y restos de hoga-
res hay en el interior, y un posible horno doméstico de barro cocido se en-
contró a unos 6 m del extremo absidal. En la zona este del poblado hay una
serie de fosos concéntricos que delimitan un espacio, y que contenían restos
materiales arqueológicos y de fauna.

En el Barranc de Fabra (Tarragona) un muro de piedra rodea un asen-


tamiento con restos de nueve cabañas circulares u ovaladas, construidas
con paredes de arcilla y posiblemente con un zócalo de piedras. En las cue-
vas del País Valenciano se observan dos formas de ocupación:

• Una de ellas que muestra una evolución progresiva del substrato epi-
paleolítico sobre el que se van implantando las nuevas aportaciones,
como ocurre en la Cova de Les Malletes en Valencia o la de Llatas en
Alicante.

125
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 14. Vasijas de cerámica a la almagra: (a) Cova de Les Cendres (Moraira, Alicante).
(Fotografía MARO), (b) Museo de Canarias.

• Otra que desde el primer nivel de ocupación tiene todos los elemen-
tos típicos neolíticos como la Cova de la Sarsa en Bocairente, y la de
Les Cendres (Fig. 14 a) en Moraira, ambas en Valencia; y Coveta de
l'Or en Beniarrés, (Fig. 15), Alicante.

5.2. Neolítico de cerámicas incisas e impresas, con objetos diversos,


en ocasiones matrices dentadas, y frecuentemente cerámicas con super-
ficies decoradas mediante un engobe a la almagra que consiste en apli-
car una arcilla roja de óxido de hierro disuelta en agua sobre las superfi-
cies semisecas de la pieza, que al cocerse y ser bruñida adquiere un brillo
muy característico (Fig. 14 b). Son representativas del Neolítico andaluz y
aparecen fundamentalmente en cuevas de las costas malagueñas y gadita-
nas, pero también en las regiones del interior de Sevilla, Córdoba y Jaén,
en Gibraltar y el norte de África. Las fechas más antiguas para este grupo
aparecen en la Cueva de la Dehesilla ubicada en Arcos de la Frontera (Cá-
diz), y en la Cueva de Nerja (Málaga), en la que sobre un nivel de Epipa-
leolítico geométrico tenemos documentados tres niveles neolíticos con ce-
rámicas lisas, incisas e impresas no cardiales y sobre ellos una ocupación
del Neolítico Medio con cerámica a la almagra. Junto a estas cerámicas
aparecen útiles líticos en piedra tallada y menos en piedra pulimentada, y
su economía, todavía bastante enraizada en la anterior base de subsisten-
cia de caza, se apoya fundamentalmente en el pastoreo de cabras.

126
LAS PRIMERAS COMUNIDADES AGRÍCOLAS Y PASTORILES E N LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 15. Vaso cerámico del neolítico antiguo de la Cova de l'Or en Beniarrés,
Alicante y figura antropomorfa del abrigo de Pla de Petrarcos en Castello de
Castells. (Según M. Hernández) .

Desde Andalucía este tipo cerámico (Fig. 16) se extiende por el occi-
dente peninsular, llegando a la Meseta, y parece posible que hubiera una
«colonización» del interior de la península ibérica llevada a cabo por gentes
de este contexto, característico desde las zonas costeras a Sierra Morena, de

Figura 16. Vasos cerámicos a la almagra con decoración incisa e impresa


de la Cueva de los Murciélagos en Zuheros, Córdoba.

127
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

incisas e impresas no cardiales y a la almagra, que están representadas en


yacimientos madrileños y abulenses, y en la Cueva de la Vaquera de To-
rreiglesias (Segovia).
Dentro de este contexto se encuentra el yacimiento de Los Cascajos
(Los Arcos, Navarra), asentamiento al aire libre, situado en una terraza del
río Odron, en el que se han podido identificar tres cabañas de las que que-
dan pequeños agujeros correspondientes a hoyos de postes, que presentan
planta circular y una con tendencia ovalada. Igualmente se han hallado
estructuras de combustión que corresponden a 77 depósitos que se rela-
cionan con el manejo del fuego, y son de diversos tipos, la mayoría cube-
tas de grandes dimensiones y profundidad variada, que a veces están relle-
nas de piedras en las que se advierten muestras del uso del fuego. Se han
identificado otras estructuras que se consideran depósitos de almacenaje
por contener útiles domésticos, como molinos, manos de moler y recipien-
tes cerámicos, hay otros depósitos formados por bloques o lajas de arenis-
ca, interpretados como hitos, y algunos considerados como depósitos ri-
tuales. En Aragón el Neolítico Antiguo está documentado en yacimientos
como la Botiquería deis Moros en Mazaleón, Teruel y el abrigo de la Cos-
talena en Maella, Zaragoza con elementos propios de este periodo, sobre
todo cerámicas cardiales, sobre grupos epipaleolíticos. En otros casos del
alto Aragón se han identificado yacimientos plenamente neolíticos con una
cerámica cardial muy rica, industria lítica laminar, molinos de piedra puli-
mentada, objetos en hueso y adornos.
En Portugal, el Neolítico Antiguo se ha caracterizado por las cerámicas
tipo Furninha que se extienden por Extremadura y la Meseta, y aparecen
en yacimientos costeros de las regiones centrales como el de Laranjal del
Cabe<;;o das Pías, con datación del VI y V milenio a. C., en ocupaciones es-
tacionales de pastores junto a industria microlítica, y en el sur se produce
un proceso de neolitización sobre las bases autóctonas, con poca cerámica
cardial y predominio de las ocupaciones de poca duración en fondos de ca-
bañas y estructuras de combustión.

5.3. Enterramientos: La información que tenemos para la Península


Ibérica sobre las costumbres funerarias de este primer Neolítico es aún
bastante incompleta y heterogénea. En parte ésto es debido a que no se
prestó, en principio, mucha atención al registro funerario cardial, sal-

128
LAS PRIMERAS COMUNIDADES AGRíCOLAS Y PASTORILES EN LA PENíNSULA IBÉRICA

vo algunos restos de las cuevas portuguesas de Almonda y Caldeirao, en


Prado, con huesos de cuatro adultos, un pequeño ajuar, y una fecha del
4180 ~ 90 a. C. que se cree tuvo un uso exclusivamente funerario y no de
hábitat en el Neolítico Antiguo, y el enterramiento de inhumación doble de
la Cueva de la Sarsa (Beniarrés, Alicante) para el que se ha obtenido una
fecha radicarbónica, y que contiene dos cráneos y restos de huesos largos,
depositados en una grieta de casi tres metros de largo aislada por un pe-
queño murete de piedra, junto a fragmentos de cerámica cardial, tres pun-
zones, una espátula o cuchara y dos fragmentos de anillo de hueso, con-
chas y una lasca de sílex.
La fecha radicarbónica sobre hueso humano más antigua es la obte-
nida para una inhumación en fosa de la Pla~a de la Vila de Madrid (Bar-
celona) del Neolítico cardial (4490 ~ 40 a. C.), y también con fecha muy
alta (4280 ~ 45 a. C.) podemos mencionar un enterramiento individual de
una estructura «negativa» que apareció en la Cueva de Chaves en Bastarás
(Huesca) con un anillo y una posible lámina de cristal de roca como ajuar.
El rito de inhumación cardial ofrece diferencias regionales y tenemos
enterramientos al aire libre en fosas y con poco ajuar; en cueva, de inhu-
mación individual, doble, e incluso colectiva (menos) dentro de grietas, fo-
sas o sobre el suelo en zonas delimitadas, y tengan o no estos recintos ca-
rácter habitacional; y en covachas de uso funerario exclusivamente. Parece
probable que en las comarcas centrales valencianas las cuevas fueron el lu-
gar preferido, e incluso esta costumbre perdura cuando en otras regiones
es sustituida por un nuevo rito, como los sepulcros de fosa catalanes o el
megalitismo atlántico.
En el norte de la península ibérica las inhumaciones anteriores al
4050 a. C. son en zonas al aire libre y contextos no cardiales, en general
individuales y algunas dobles, e incluso se puede hablar de posibles espa-
cios funerarios dentro de los poblados como es el caso del asentamien-
to neolítico de Los Cascajos en Los Arcos (Navarra) con un total de más
de 30 estructuras de enterramiento en pequeños hoyos, a veces cubiertos
por una losa o fragmentos de molinos. Unas 20 inhumaciones están en un
área de 550 m 2 , semicircular y sin ningún otro tipo de estructura, lo que
hace pensar en una verdadera necrópolis, ubicada en la zona central del
poblado y cerca de tres hogueras y un posible depósito ritual de los tres
que han aparecido.

129
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

En ambos casos, el Neolítico con cerámica cardial y el de cerámicas in-


cisas, parece clara la existencia de un fenómeno de colonización de nue-
vas tierras y aculturación de poblaciones preexistentes. También pudo pro-
ducirse una expansión para el aprovechamiento de pastos en las zonas de
monte con poco bosque, actividad pastoril a la que se adaptaron mejor los
grupos cazadores-recolectores que no variaron, al menos al principio sus
estructuras de grupo.
Desde mediados del VI milenio a. C. se expande el Neolítico y esto su-
pone la implicación de poblaciones indígenas de amplios territorios, y en
consecuencia una cierta complejidad en el terreno social, en la que se con-
jugan tradiciones diversas muy arraigadas a los nuevos patrones económi-
cos de producción. Debieron existir lazos familiares bastante estrechos.

6. LA CONSOLIDACIÓN DEL NUEVO TIPO DE VIDA:


EL NEOLÍTICO MEDIO Y FINAL

Desde mediados del V milenio a. C. y sobre todo durante el milenio si-


guiente el proceso de cambio se extiende, y será el Neolítico de las cerámi-
cas lisas el que caracterice esta etapa en gran parte de las regiones europeas
occidentales. Las culturas de los sepulcros de Fosa de Cataluña (España),
Chassey en Francia, La Lagozza en Italia, Cortaillod en Suiza y Windwill
Hill en Reino Unido, representan este periodo que ofrece una mayor diver-
sificación cultural, nuevas costumbres funerarias, tecnologías novedosas
como la abrasión en el trabajo de la piedra y del hueso, y la desaparición de
las decoraciones cerámicas, salvo algunos casos de esgrafiados.
Continúa la talla del sílex y de cristal de roca, especialmente para elabo-
rar puntas de flecha, y proliferan los adornos, sobre todo en «piedras ver-
des»: calaítas y variscitas, que adquieren una gran difusión como consecuen-
cia de una red de intercambios cada vez más amplia. Las materias primas
alcanzan una mayor variedad, con muchos tipos locales de sílex, cuarzo y
rocas abrasivas de grano fino usadas para hachas, azuelas y adornos.
Las cerámicas ofrecen nuevas formas con reéipientes de almacena-
miento de fondos convexos, ollas, tazas y escudillas con y sin asas, platos,
fuentes y cazuelas de boca cuadrangular (Fig. 17). Las superficies se cui-
dan bastante con alisados, espatulados, bruñidos e incluso con engobes de
tipos diversos.

130
LAS PRIMERAS COMUNIDADES AGRÍCOLAS Y PASTORILES EN LA PENíNSULA IBÉRICA

Figura 17. Tabla de formas cerámicas de la cultura de los sepulcros de Fosa,


(según Ana M. a Muñoz)

Este segundo Neolítico supone una generalización de las nuevas apor-


taciones, con las adaptaciones a los nuevos sistemas socioeconómicos agrí-
colas o ganaderos, en buena medida condicionados por el medio físico, e
incluso cambios ideológicos representados por la aparición de arte en abri-
gos y cuevas. Se evidencia claramente la transformación del poblamiento
con la generalización de los asentamientos al aire libre y la heterogeneidad
del rito funerario, que continúa usando inhumaciones en fosas, cistas o co-
vachos, pero también enterramientos múltiples en cuevas sepulcrales natu-
rales o artificiales (hipogeos) y en monumentos megalíticos.

Los lugares y tipos de asentamientos ofrecen una mayor variedad, des-


de la perduración de algunas cuevas como la de Les Cendres en Moraira
(Alicante) a algunos poblados almerienses en los que podría documentarse
una posible especialización de actividades, y en consecuencia con diferen-
tes estructuras. Hay pequeños poblados costeros ubicados en zonas estra-
tégicas con cercas y casas de cimientos de piedra, y la necrópolis al pie del
poblado (Cabezo del Plomo en Mazarrón, Murcia); otros situados al borde
del mar, más estacionales y dedicados a actividades pesqueras y de maris-
queo junto a la caza.

131
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Poblados al aire libre con


silos o fosas de almacenamien-
to se documentan en la campi-
ña andaluza del valle del Gua-
dalquivir, desde Jaén a Sevilla,
y en otras regiones (Fig. 18)
se denominaron cultura de los
silos por estas estructuras re-
llenas en general de desperdi-
cios, y también con cubetas y
zanjas de drenaje, pero igual-
mente de delimitación o de-
fensa del recinto habitado. De
similares características es el
ffi poblado de Les Jovades en Co-
e Agujero de poste 0 2 m centaina (Alicante), y poco co-
nocidos son los de la cultura
Figura 18. Cabaña neolítica del poblado de de los sepulcros de Fosa en Ca-
La Deseada en Rivas-Vaciamadrid, Madrid, taluña, ubicados en las llanu-
(según P. Díaz del Río y S. Consuegra, 1999). ras más fértiles y que debieron
de alcanzar un buen tamaño y
dedicarse a labores agrícolas. Luis Siret habla de lo que él denominó como
cultura de Almería, poblados en llanura con viviendas semiexcavadas, se-
guramente lo que hoy denominamos silos. En las regiones del Alto Aragón
se mantienen asentamientos pastoriles en zonas de montaña y poblados
agrícolas como El Torrellón, y también en cuevas como la de Esplugá de
la Puyascada que en realidad es un gran abrigo ubicado en los acantilados
calizos de la Sierra Perrera, en Sobrarbe (Huesca) en el que hay un nivel
neolítico epicardial con restos de cerámicas incisas e impresas, industria
lítica tallada, hachas pulimentadas, punzones y espátulas de hueso y cuen-
tas de collar de concha, con una cronología entre el 4000 y el 3500 a. C. y
un nivel Eneolítico.

Por lo que se refiere al rito funerario comenzaremos por la cultura de los


sepulcros de Fosa de Cataluña, caracterizada por este tipo de enterramien-
tos que le dan nombre, que constituyen extensas necrópolis de inhumacio-
nes individuales, a veces con ricos ajuares de cerámicas, espátulas y punzones
de hueso, hachas y azuelas de piedra pulimentada (fibrolita, serpentina, es-
LAS PRIMERAS COMUNIDADES AGRÍCOLAS Y PASTORILES EN LA PENíNSULA IBÉRICA

quisto y pórfidos), en ocasiones de gran tamaño, adornos en concha, hue-


so, dientes perforados y colmillos de jabalí, y sobre todo grandes collares de
cuentas discoidales y en forma de tonelete en variscita. Los enterramientos
se realizan en fosas simples excavadas en el suelo cubiertas de tierra, o bien
en cistas que suelen aparecer en los altiplanos del interior catalán.
Una de las más destacadas es la de la Bóvila Madurell en Sant Quirce
del Vallés (Barcelona) con una fecha radiocarbónica del 2850 :1:: 150 a. C., y
unos 50 enterramientos. Las sepulturas se excavaban en la arcilla del suelo
y los inhumados suelen ser dos: uno masculino y otro femenino (Fig. 19).
En la zona del Alto Ampurdán sobre todo, y en otras regiones del norte de
Cataluña aparecen, paralelamente en lo que a cronología se refiere, sepul-
cros megalíticos de corredor y cámara subcircular, trapezoidal y rectan-
gular, estos últimos probablemente ya del 111 milenio a. C. El núcleo más
antiguo del megalitismo catalán se ubica en la transición del V al IV mi-
lenio a. C. en el Alto Ampurdán y aparecen algunos menhires relacionados
con los sepulcros.

Figura 19. Enterramiento de la Cultura de los Sepulcros de Fosa de la Bovila Madurell


en San Quirce del Vallés, Barcelona.

133
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

En el área de lo que se denominó como cultura de Almería se siguen


usando cuevas y simas, pero también hay sepulturas en fosas circulares ro-
deadas de piedras con dos o más inhumaciones junto a restos de geométri-
cos en piedra tallada, útiles de piedra pulimentada y hueso, cerámicas lisas
y adornos de concha y piedras verdes.
Los sepulcros megalíticos reflejan, al igual que las cuevas naturales de
inhumación colectiva y los hipogeos excavados en la roca, un cambio de
las costumbres funerarias. Como sucede en otras zonas europeas se docu-
menta ahora el uso de necrópolis independientes del lugar de habitación.
Los megalitos pueden aparecer aislados o formando necrópolis de varios
monumentos, y curiosamente este fenómeno no coincide al principio en
el Ampurdán o Portugal con áreas del Neolítico Antiguo sino con las de
economías cazadoras-recolectoras. Por el contrario, en la meseta penin-
sular cada vez es más evidente la relación de sepulcros megalíticos con el
Neolítico como se documenta en el yacimiento palentino de La Velilla de
Osorno en donde se superpone una sepultura megalítica, probablemente
del IV milenio a. C. a un hábitat al aire libre.
Cronologías bastante antiguas hay para el valle del Ebro: mediados del
IV milenio a. C. para el hipogeo, que en realidad es un semihipogeo, de
Longar en Viana (Navarra) con más de cien inhumados. Las cuevas natu-
rales de inhumación colectiva son lo más representativo de otras zonas pe-
ninsulares, como la Región Valenciana2 •
La etapa final del Neolítico peninsular, desde mediados del IV milenio,
no está-claramente diferenciada ni en lo que respecta a su precedente ni por
lo que se refiere al periodo que comienza a manifestar la metalurgia y otros
cambios tecnológicos, económicos y sociales: el Calcolítico. En términos ge-
nerales podemos mencionar la perduración de la cultura de de los sepulcros
de Fosa en Cataluña, y de otras manifestaciones culturales del periodo pre-
cedente. El noreste adquiere en esta etapa una cierta complejidad en la or-
ganización social, en parte consecuencia de la explotación intensiva de las
minas de variscita de Can Tintaré (Gavá, Barcelona) (Fig. 20), y de un de-
sarrollo agrícola y ganadero bastante notable. Los asentamientos al aire li-
bre proliferan en el País Valenciano, como la Ereta del Pedregal en Navarrés
(Valencia) con niveles posteriores eneolíticos sobre los neolíticos en los que

2 En el Tema dedicado al Megalitismo se explican todas las características y manifestaciones del

mismo.

134
LAS PRIMERAS COMUNIDADES AGRÍCOLAS Y PASTORILES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

hay nuevos tipos cerámicos,


restos de una economía agro-
pecuaria pero también de caza
abundante y viviendas de plan-
ta rectangular.
A partir del último cuarto
del IV milenio a. C. en Andalu-
cía aparecen poblados que son
un preludio de los calcolíticos,
como El Garcel, o La Gerundia
1 1
ambos en Antas, Almeria, que
tuvo un primer momento neo-
lítico y después uno de transi-
ción del final de este periodo
al Calcolítico. No se conservan
estructuras por estar muy al-
terado, pero el análisis de los
restos arqueológicos ha per-
mitido esta delimitación cultu-
ral, con una industria lítica de
sílex de tradición geométrica,
abundancia de útiles de piedra Figura 20. Interior de las minas de variscita de
pulimentada y cerámicas lisas. Can Tintoré, Gavá, Barcelona.

COMENTARIO DE TEXTO

<<Este modelo de Ola de avance, que en ocasiones ha sido analizado bajo el


prisma de aquellos movimientos de pueblos antes mencionados ofrece sin em-
bargo una complejidad e interés mucho mayor, como trataremos de mostrar. Re-
cordando sus dos hipótesis de partida, la gradación cronológica que muestran las
dataciones C14 de los primeros testimonios neolíticos desde el Próximo Oriente
al occidente europeo, y el origen externo de las principales plantas y animales do-
mésticos presentes en los yacimientos europeos, el modelo va más allá hasta ex-
plicar la expansión de las comunidades neolíticas a través del conocimiento euro-
peo y del Mar Mediterráneo como consecuencia de su crecimiento demográfico y
capacidad migratoria. Una propuesta muy diferente de aquellos planteamientos
que nos hablan de la "llegada" de un contingente importante de población.

135
TEMA4
EL MEGALITISMO

Martí Mas

..m•a del tema: Intr oducción. l. Historiografía. 2. Cronología. 3. Tipolo-


- ectónicas, ritual funerario y simbolismo. 4. Distribución geográfica.
·etal y mueble. 6 . Interpretación. Comentario de texto. Lecturas re-
--~:;.a¡fus . Actividades. Ejercicios de autoevaluación. Bibliografía. Solucio-

"\""e: ~egalitos, Neolítico, Calcolítico, estructuras o construcciones,


~..-::i!:.~.....::. Ortostatos, arte megalítico, ídolos.
-~cción didáctica: Si las compartimentaciones en que dividimos la Prehistoria
mbj,:m-as, esto se hace más que evidente al estudiar el megalitismo. La más
· ectura monumental de la humanidad se desarrolla a través del Neo-
lítico, perdurando durante la Edad del Bronce e incluso en fechas
en un ámbito geográfico muy amplio, en el que encontramos cultu-
dlllllter'~ciadas, que comparten un mismo ritual funerario e interaccionan con
. .1153:;;:·:. aunque lógicamente, al tratarse de un segmento temporal tan amplio
funciones y simbolismos distintos. Es una arquitectura arquitrabada.
-..;~-..u."" pueden presentar motivos decorativos grabados o pintados, gene-
!!!!~~: - carácter geométrico, en los ortostatos o bloques que los conforman.

Los asentamientos, sin embargo, en un primer momento, los encontramos en


cueva o al aire libre, pero en este caso las estructuras son muy simples.
No vamos a profundizar aquí en aspectos terminológicos ni detalladas descrip-
ciones tipológicas. Tampoco consideraremos a fondo el origen y dispersión del
megalitismo en Europa, que lógicamente afecta a la península ibérica. Estas
cuestiones han sido tratadas en las unidades didácticas Prehistoria Il. Las so-
ciedades metalúrgicas .

INTRODUCCIÓN

Cuando nos referimos al megalitismo aludimos a estructuras construi-


das a partir de bloques de piedra generalmente de gran tamaño encajados
en seco, con cubiertas adinteladas (sin olvidar algunos ensayos relaciona-

143
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

dos con la esfericidad, la falsa cúpula). Las dimensiones y morfología de


estas construcciones son diversas. Las diferentes formas comprenden pie-
dras en pie, aisladas, creando círculos o alineaciones - espacios dedica-
dos a actividades o ceremonias religiosas o sociales- , y cámaras mega-
líticas - con una finalidad funeraria predominante- , que generalmente
contienen enterramientos. Estas estructuras funerarias estaban cubiertas
de tierra o piedras (algunas veces incluso materiales como cuarzo blanco,
que les daba una mayor visibilidad), con una o varias entradas a la tumba,
constituyendo los túmulos y transformando el paisaje, destacando en fun-
ción de la mayor o menor monumentalidad de la estructura tumular. No se
visualizaban como ahora, una vez excavadas y demasiadas veces degrada-
das por el paso del tiempo. Estaban construidas para ser vistas.
Dentro del megalitismo en Europa occidental, que se desarrolla a me-
dida que se implanta la agricultura y la ganadería, encontramos bloques
que pesan unas dos o tres toneladas y otros que superan las cincuenta, con
toda la secuencia intermedia. Surge el concepto de necrópolis, separando
el espacio de los vivos y los muertos. Recordemos que en el Neolítico anti-
guo los difuntos se enterraban en la misma cueva en la que se habitaba.
El megalitismo del occidente europeo se había relacionado con las
grandes civilizaciones mediterráneas, pero las dataciones radiocarbónicas
descartaron esta identificación, ya que éste es muy anterior, en algunos ca-
sos lo separan dos mil años de los hipotéticos referentes que se le habían
asignado.
En la península ibérica abundan las construcciones megalíticas en el
Alemtejo portugués, Andalucía, Extremadura, la Meseta, Galicia y el Piri-
neo. No podemos referimos, sin embargo a una cultura megalítica, sino a
diferentes culturas con megalitos.

1. HISTORIOGRAFÍA

El barón de Bonstetten en 1865 escribió Essai sur les Dolmens, la prime-


ra interpretación genérica europea, y definió su distribución, que se exten-
día del Báltico al Mediterráneo, un único pueblo, según el autor. Bonstetten
fue seguido a lo largo de durante casi un siglo, mientras surgían las teorías
difusionistas, y aunque había situado el origen del megalitismo en el Norte,
nuevos descubrimientos, los templos malteses, por ejemplo, llevaron a que

144
EL MEGALITISMO

se focalizara este origen, progresivamente, en el Mediterráneo. Los prospec-


tores metalúrgicos procedentes de Próximo Oriente serían los difusores de
una nueva religión, y G. Childe es el máximo exponente entre los defensores
de esta teoría difusionista a mediados del siglo XX. Estos colonos se estable-
cerían en poblados fortificados como Los Millares, en el sudeste, o Vilanóva
de Sao Pedro, en la desembocadura del Tajo, y el tholos es un elemento ca-
racterístico de sus necrópolis. Durante los años sesenta y setenta, los resul-
tados de las dataciones radiocarbónicas, y su calibración, señalaron que los
primeros megalitos estaban en la fachada atlántica, Bretaña, Escandinavia
meridional, Irlanda y Portugal, como ya había propuesto con anterioridad,
en la Península Ibérica, P. Bosch Gimpera, una manifestación surgida de
los grupos mesolíticos portugueses. Según C. Renfrew este patrón podía lle-
var a pensar que el megalitismo se había originado al mismo tiempo en va-
rios lugares de Europa occidental. La expansión de la agricultura en estas
zonas entró en competencia con las prósperas sociedades de cazadores re-
colectores del Mesolítico. Los primeros productores erigieron monumentos
para legitimar su posesión de la tierra.
Ya en los años sesenta, no obstante, G. y V. Leisner habían propuesto,
a partir del estudio de los ajuares, un megalitismo autóctono (microlitos
geométricos, cerámica con decoración incisa y a la almagra ... ), cuyo ini-
cio se situaría en el Neolítico y Portugal, y otro calcolítico, poblados forti-
ficados y necrópolis con tholoi (presencia de cobre, cerámicas lisas, ausen-
cia de microlitos ... ), que continuaban relacionando con los colonos egeos.
Una cronología que no deja de ser acertada si obviamos el planteamiento
difusionista que impregnaba la hipótesis.

2. CRONOLOGÍA

En Europa, y también en la península ibérica, el megalitismo comienza


a gestarse en torno a la primera mitad del V milenio - o incluso a finales
del sexto- cal A. C. (Neolítico), y tiene un gran apogeo durante el Calco-
lítico. A partir de la Edad del Bronce disminuye o se interrumpe la cons-
trucción de megalitos, dependiendo de las zonas, de acuerdo con nuevos
patrones culturales, sociales, ideológicos y simbólicos, aunque no hay una
desvinculación total con el pasado, siendo incluso algunas de estas estruc-
turas reutilizadas para enterramientos individuales. La perduración del
uso de sitios y espacios es evidente.

145
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Fechar el megalitismo no es fácil. En un primer momento se acudió a


secuencias tipológicas arquitectónicas, un criterio bastante subjetivo, re-
lacionado con teorías difusionistas a las que hemos aludido. Los ajuares
pueden atribuirse a una secuencia cultural o cronológica, absoluta o rela-
tiva, aunque ante la reutilización continuada del espacio es difícil deter-
minar el principio o final. La datación de los paleosuelos no tiene por qué
aportar la fecha de construcción del megalito, puede ser anterior. Es ésta,
por lo tanto, una cuestión en continuo debate, los recientes descubrimien-
tos, nuevas técnicas de datación ... , van variando el panorama científico.

3. TIPOLOGÍAS ARQUITECTÓNICAS, RITUAL FUNERARIO


Y SIMBOLISMO

Las construcciones más simples son los menhires (monolitos, bloques


verticales alargados), abundantes en el sur de Portugal o norte de España.
En algunos casos forman alineamientos o círculos - cromlechs- , como
hemos indicado.

Figura l . Menhir - Menir en portugués- dos Almendres (Évora) (foto M. Mas Comella).

146
EL MEGALITISMO

Figuras 2a y 2b. Cromlech dos Almendres (Évora). Constituido por noventa y cinco monolitos,
algunos de los cuales, como podemos apreciar en la fotografía b, están decorados con
grabados esquemáticos y geométricos (fotos M . Mas Camella).

147
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Otras estructuras, ya más complejas son los dólmenes simples, dólme-


nes de galería o galerías cubiertas (varios ortostatos delimitan una planta
rectangular o trapezoidal), los sepulcros de corredor y cámara (rectangu-
lar o poligonal), los sepulcros de cámara circular sin corredor (rundgriiber
según los investigadores alemanes G. y V. Leisner), o los tholoi (se incorpo-
ran -en Andalucía- durante el Calcolítico; cámaras circulares techadas
en falsa cúpula o por aproximación de hiladas, con corredor en este caso).
Sería quizá más adecuado terminológicamente denominar a los tholoi se-
pulcros de falsa cúpula, obviando así las teorías difusionistas que acuña-
ron esta denominación, cuando se relacionaban con los del Bronce del
Egeo. Las estructuras pueden ser más complejas cuando se añaden múl-
tiples galerías o delimitan espacios interiores, a partir de puertas, jambas,
dinteles, pilares .. .

Figura 3. Anta (dolmen en portugués) Grande do Zambujeiro (Évora)


-la estructura de mayor tamaño en Portugal-. Sepulcro de cámara
poligonal y largo corredor (foto M. Mas Cornella).

148
EL MEGALITISMO

Figura 4. Cueva artificial excavada en la roca. Necrópolis de Los Algarbes (Tarifa, Cádiz)
(foto M. Mas Cornella).

Las cavidades subterráneas naturales continúan utilizándose como lu-


gares de enterramiento y se excavan hipogeos en la roca, imitando las es-
tructuras megalíticas, auténticas necrópolis de cuevas artificiales, en al-
gunos casos especialmente complejas, integrando elementos rupestres y
ortostáticos, también con diferenciación de espacios.
Las tumbas megalíticas y no megalíticas (paredes de mampostería, hi-
pogeos ... ) constituyen variantes de una misma tradición.
Los cadáveres se introducían en las cámaras completos, o sólo los restos,
después de su descomposición en el exterior o incluso su cremación parcial,
sin dejar de considerar una retirada selectiva de los restos (reliquias de difun-
tos, por ejemplo, como parece atestiguar la localización de huesos aislados
en otros contextos, asentamientos o recintos no funerarios). Los enterramien-
tos, salvo casos excepcionales, no son sincrónicos, los cadáveres se depositan
durante largas secuencias temporales, y sucesivas generaciones. Los restos
se reorganizaban en determinadas ocasiones, amontonando los huesos más
antiguos en los laterales, para dar cabida a nuevos enterramientos. Habla-
mos de enterramientos múltiples o colectivos pero suelen ser sucesivos.

149
PREIDSTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 5. Dolmen de Menga - galería cu- Figura 6. Corredor del Dolmen de Viera
bierta- (necrópolis de Antequera) (foto visto desde la cámara -sepulcro de corre-
J . Pérez González - Conjunto Arqueológico dor con cámara cuadrada- (necrópolis de
Dólmenes de Antequera). Antequera). Se aprecia en primer plano la
puerta de acceso, una losa labrada (foto
J. Pérez González - Conjunto Arqueológico
Dólmenes de Antequera).

Evidencias del uso del fuego, la abundancia de ocre en el suelo ... , son
elementos a tener muy en cuenta al abordar la función simbólica de estos si-
tios, en los cuales también se depositaban como ofrendas: útiles o armas, ce-
rámica -con decoración simbólica, campaniforme ... - , objetos de adorno,
comida ... , asociados a la vida del difunto, cuyas tipologías dependerán del
período cronológico y cultural en el que nos encontremos. La disposición es-
pacial no es aleatoria, se trata de un espacio interior y exterior organizado.
La elección de elementos de colores visualmente atractivos, algunos de ellos
raros o procedentes de largas distancias, es también destacable. Estas mate-
rias primas exóticas (variscita, cristal de roca, cuarzo blanco, ámbar, azaba-
che ... ) aparecen sin procesar (fragmentos) o en forma de útiles, adornos ...
En diferentes islas del Mediterráneo se localizan otras tipologías mega-
líticas. Destacaremos aquí las Islas Baleares, donde pueden observarse tau-
las, navetas o talayots, de una cronología ya mucho más avanzada.

150
EL MEGALITISMO

Figura 7a. Interior del dolmen de El Ro-


meral - doble cámara circular cubierta con
falsa cúpula de aparejo pequeño y largo
corredor- (necrópolis de Antequera) (foto
J. Pérez González - Conjunto Arqueológico
Dólmenes de Antequera).

Figura 7b. Detalle de la falsa cúpula del dolmen de El Romeral


(foto J. Pérez González- Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera).

151
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

4. DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA

Aunque en Portugal localizamos menhires, también en Cataluña, y


cromlechs, en otros lugares son muy escasos. El megalitismo en la penín-
sula ibérica es predominantemente funerario.

En Portugal tenemos una importante concentración de sitios megalíti-


cos, en las Beiras, la Extremadura, el Alemtejo y el Algarve. Se ha intenta-
do establecer una secuencia cronológica de las tipologías constructivas a
partir de los ajuares y algunos asentamientos. Siguiendo a Tavares da Sil-
va, en el Alemtejo podemos definir cuatro fases (a partir de la síntesis de
A. del Rincón):

Fase I (protomegalítica): Pequeñas cámaras, cubierta tumular. Enterra-


mientos de pocos individuos (Marco Branco, Palmeira de Caldas de Mon-
chique o el anta 1O da Herdade das Areias en Reguengos de Monsaraz .
Ajuar: microlitos trapezoidales, cuentas discoidales ... Neolítico medio (pri-
mera mitad del V milenio a. C.).

Fase II (megalitismo medio): Sepulcros de cámara y corredor. Enterra-


mientos de pocos individuos (Dolmen de Palhota en el Alemtejo Litoral
Sepulcros de cámara rectangular abierta y sin corredor (Bajo Alemtejo _
cámara poligonal y corredor (Alto Alemtejo) (Po9o da Gateira 1 y Gorgino -
Ajuar: geométricos, aparecen las primeras puntas de flecha de base p ed
culada, placas de pizarra sin decorar, cuentas discoidales, cerámica a la
magra y lisa de formas esféricas y carenadas ... Neolítico reciente (segun
mitad del IV milenio a. C.).

Fase III (cultura alemtejana, apogeo): Sepulcros de grandes dimens


nes con más individuos enterrados, cámara poligonal y corredor [aw
en el Alto Alemtejo (Anta I do Silval, Anta Grande do Olival da Pega. _
Grande do Zambujeiro, Anta Grande da Comenda da lgreja ... ) y Ale
jo Litoral (Pedra Branca). En el sur cámaras alargadas de planta O\
o sin corredor. Ajuar: escasos microlitos, puntas de flecha de base
cava y recta, cuentas discoidales, placas grabadas con motivos geo!IX~
tricos, ídolos falange, cerámicas lisas (formas carenadas y bordes e _
sados ... ) .. . Neolítico final - Calcolítico (comienzos del III milenio
Frente a los asentamientos de corta duración de las anteriores fas
generalizan los poblados estables.

152
EL MEGALITISMO

Fase IV (Calcolítico): Se construyen tholoi (cámaras de mampostería o


con ortostatos) y reutilizan sepulcros. Ajuar: cobre, cerámica simbólica ...
Poblados fortificados (III milenio a . C.). El tholos de Dos Tassos se sitúa ya
en el II milenio a. C., en plena Edad del Bronce.
Esta secuencia tiene que ser considerada orientativa, sitios concretos en-
tran en evidente contradicción. El tholos de Faris6a, por ejemplo, es anterior
a los tipos anta, si consideramos el registro arqueológico. En el Anta Grande
do Zambujeiro, otro ejemplo entre los muchos sepulcros de corredor, apare-
cen microlitos, hachas de piedra pulimentada, cuentas de calaíta ... , lo que
indica una cronología paralela a los sepulcros de las primeras fases.
En Galicia las tipologías arquitectónicas son muy semejantes a las del
Norte de Portugal, dibujando, estos sitios, un paisaje muy similar. Alrede-
dor de 4.300-4.000 a. C. se construyen cámaras poligonales simples. A par-
tir de entonces abundan las construcciones tumulares, conteniendo tan-
to las tipologías de cámaras simples como las de corredor. El Dolmen de
Dombate es un buen ejemplo. Se construyó en un primer momento una
pequeña cámara alargada, posteriormente otra poligonal con corredor. El
segundo túmulo cubría el primero. Las dataciones radiocarbónicas más
antiguas corresponden a principios del IV milenio cal A. C. y las más re-
cientes enlazan ya con el vaso campaniforme (reutilizaciones).
En Cantabria los túmulos cubren estructuras simples, de planta rectan-
gular o poligonal. No se documentan construcciones complejas. En Astu-
rias, el País Vasco, Navarra, la Meseta Norte o La Rioja, se va definiendo
también un panorama cada vez más esclarecedor, lejos del aislamiento en
que se creía inmerso el megalitismo vasco. En Salamanca y Zamora docu-
mentamos un importante número de megalitos, aunque no podemos olvi-
dar Valladolid o Burgos, en conexión con Portugal y Extremadura. En To-
ledo, Madrid, Guadalajara o Soria los descubrimientos son excepcionales.
En Catalunya observamos un cierto aislamiento, ya que a partir del Sur
(Río Llobregat) no existen megalitos, y al Oeste no abundan. Sí hay una
conexión, en este sentido, con el norte de los Pirineos. Los tipos construc-
tivos son dólmenes simples, sepulcros de corredor, galerías cubiertas, cis-
tas ... La secuencia cronológica se inicia a finales del quinto milenio y prin-
cipios del cuarto, en fechas calibradas, coexistiendo con los sepulcros de
fosa, y finaliza en el Calcolítico, con el vaso campaniforme, perdurando
durante la Edad del Bronce.

153
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 8. Fotocomposición que recrea el dolmen (de corredor) y el túmulo


de la Creu d'en Cobertella (Roses, Girona) (según M. H . Pongiluppi).

J. García Sanjuán, en una publicación reciente, sitúa el número total


de sitios actualmente registrados en Andalucía en torno al millar y medio.
Las concentraciones más elevadas se encuentran en Andalucía oriental
(Almería y Granada suman más de un millar de sepulturas). En Andalu-
cía occidental también se concentran un gran número de ellas, en torno a
doscientas cincuenta sólo en Huelva. Las demás provincias se aproximan
al medio centenar o lo superan ligeramente. En Jaén, sin embargo, se han
identificado apenas una docena de megalitos. Aquí y en Córdoba (valle
alto y medio del Guadalquivir) se utilizaron en mayor medida cuevas ar-
tificiales o hipogeos como lugares de enterramiento, tanto en el Neolítico
como en el Calcolítico. La densidad de los conjuntos es también desigual.
El asentamiento de la Edad del Cobre de Los Millares (Almería), por ejem-
plo, cuenta en su necrópolis, a las afueras del poblado, con unas ochenta
sepulturas colectivas, en su mayor parte de tipo tholos . En algunas de es-
tas sepulturas hay más de un centenar de individuos inhumados, mientras
que otras no llegan a la decena, lo cual es un paradigma de la variabilidad

154
EL MEGALlTISMO

Figuras 9a y 9b. Dolmen de las Casas de Don Pedro (Valle del Guadiato, Bélmez, Córdoba),
sepulcro de cámara y corredor perteneciente a la necrópolis del poblado de Sierra Palacios.
Este sitio es especialmente interesante, se erigieron dos menhires (megalitismo no funera-
rio) que, junto con las estructuras que se les asociaban (fosas, una de ellas con nódulos de
hematites con señales de abrasión, tres hogares con mezcla de pigmento rojo -cinabrio-
y un suelo con óxido de hierro y arcilla), actuaron como hitos territoriales, simbolizando
así la posesión del territorio por parte de las primeras sociedades productoras asentadas en
la zona. En función de los restos recuperados se propone una cronología de mediados del
V milenio a. C. Posteriormente, a finales del Neolítico, estos dos menhires (foto b) pasan
a formar parte de un dolmen de cámara simple, acogiendo a dos individuos (megalitismo
funerario). El suelo de la cámara estaba pavimentado con cantos de río que se eligieron en
función de su color, rojizos y negruzcos, impregnándose de pigmento negro y rojo aquellos
que no presentaban estas tonalidades. El dolmen de las Casas de Don Pedro fue objeto de
remodelación mediante la adición, en dos fases, de un corredor con sus respectivos cierres.
Fue excavado en 1986 y 2001 (fotos B. Gavilán Ceballos).

de esta circunstancia, que podría obedecer a múltiples factores (número


de integrantes de la unidad de parentesco, tiempo de uso ... ). En otros ca-
sos las encontramos aisladas o creando necrópolis de sólo algunas. El dol-
men de Alberite (Villamartín, Cádiz) o los dólmenes de Antequera (Má-
laga), son representativos en este sentido, además de por su antigüedad
(finales del V- inicios del IV milenio cal A. C.). Las construcciones que so-
bresalen por su monumentalidad las encontramos precisamente en esta
zona (Andalucía central y occidental), donde, por otra parte, como hemos

155
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

'

- MENHIRES
- SUELOROJO
- FOSAS
- HOGARES

Figura 10. Planta del dolmen de las Casas de Don Pedro en la que se destacan las estructuras
y elementos que pueden relacionarse con un horizonte megalítico no funerario anterior a
la construcción del sepulcro y que puede hacerse extensivo a otros lugares de Andalucía
(según B. Gavilán Ceballos).

señalado, las densidades territoriales son menores. Menga (galería cubier-


ta), Viera (sepulcro de corredor con cámara cuadrada) y El Romeral (do-
ble cámara circular cubierta con falsa cúpula de aparejo pequeño y largo
corredor), actualmente Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera,
son excepcionales en este sentido, incluso si los observamos a escala euro-
pea. Precisamente algunas de estas construcciones monumentales contie-
nen pocos individuos, lo cual podría explicarse desde una perspectiva so-
cial o económica, como lo demuestra la relativamente reciente excavación
- la información detallada de los depósitos óseos es deficiente o nula en
otras antiguas- del dolmen de Alberite, en la que se recuperaron escasos
restos humanos de dos adultos de sexo masculino y femenino. Estaban

156
EL MEGALITISMO

cubiertos de ocre y los huesos presentaban huellas de descarnamiento in-


tencionado, lo cual indica complejos rituales y posiblemente una especial
relevancia social. Que los megalitos de mayor tamaño fueran usados más
que como cámaras funerarias, como templos, es otra explicación.

5. ARTE PARIETAL Y MUEBLE

Una obra de referencia para el estudio del arte megalítico atlántico ha


sido el corpus de E. Shee Twohig, The megalithic art of Westem Europe. Un
auténtico catálogo y estado de la cuestión que abarca la península ibérica,
Francia, Irlanda y Gran Bretaña, y que analiza también las relaciones con
el arte rupestre y mueble, las estatuas-menhir o las estelas antropomor-
fas . La función del arte megalítico - según esta autora- sería preservar
la tumba y su contenido, y puede definirse como los grabados y las pintu-
ras ejecutadas en los elementos estructurales que configuran las construc-
ciones: ortostatos, dinteles ... , aunque creemos que deberían incluirse en
esta definición otras tipologías como los menhires, también muchas veces
decorados. Cazoletas, cruciformes, aspas, líneas rectas o curvas, rombos,
triángulos - que pueden estar unidos- , serpentiformes, meandriformes,
círculos, círculos concéntricos o con segmentos radiales, espirales, solifor-
mes, esteliformes, dientes de sierra, anguliformes, motivos en «U», retícu-
las, objetos, útiles, instrumentos o armas (hachas, puñales ... ), combinacio-
nes de elementos creando formas complejas ... , ídolos y antropomorfos o
zoomorfos, con una acusada tendencia a la esquematización, son los moti-
vos y temas característicos del arte megalítico.
P. Bueno Ramírez y R. de Balbín Behrmann nos ofrecen una visión glo-
bal sobre el arte megalítico de la península ibérica. Estos autores estudian
las decoraciones dolménicas y sus conexiones con el arte rupestre esquemá-
tico, así como también su relación con ídolos, cerámicas, estatuas-menhir y
estelas antropomorfas, estas últimas localizadas muchas veces de forma
descontextualizada, aunque en otros casos se integraron en las arquitectu-
ras funerarias, como en el dolmen de Montelirio (Sevilla), por ejemplo. El
noroeste (Galicia, Asturias y norte de Portugal) aporta dólmenes pintados
y grabados. Se documentan antropomorfos de tendencia naturalista y al-
gún zoomorfo, aunque sean muy escasos. En la Meseta comenzamos a defi-
nir un panorama interesante, documentando también pinturas y grabados.
Si avanzamos hacia el nordeste nos encontramos con la zona menos cono-

157
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

cicla. En el suroeste la tradición decorativa (pinturas y grabados) permane-


ce en las estructuras de falsa cúpula propias del Calcolítico, constatando los
mismos temas, asociaciones y distribución espacial que veíamos en el ante-
rior milenio, en elementos constructivos también presentes en la zona. Des-
tacan en Huelva el dolmen de Soto y, en Cádiz, el de Alberite. La riqueza de
los temas pintados y grabados, la variedad de técnicas empleadas y la pro-
fusión decorativa, junto a sus dimensiones, los convierte en evidencias des-
tacadas. En el sureste podemos citar las decoraciones de las necrópolis de
Montefrío (Granada) y Los Millares (Almería).
El arte megalítico de la península ibérica participa de un sistema gráfi-
co concreto, basado en la repetición de temas, con claras relaciones con el
arte esquemático. Estos temas, con algunas variantes, ausencias o reitera-
ciones son muy parecidos a los descritos en la fachada atlántica europea.
La abstracción geométrica es el rasgo característico.

Figura 11. Ortostato decorado del dolmen de Antelas


(Portugal) (foto: F. Carrera Ramírez).

158
EL MEGALITISMO

Si un elemento permite relacionar el megalitismo con la pintura rupes-


tre esquemática éste lo constituyen los ídolos (arte mueble), que aparecen
frecuentemente en los enterramientos colectivos y se plasman también en
las paredes rocosas de los abrigos y covachas (arte rupestre). Ya desde los
inicios de la investigación, cuando se definía la cultura megalítica o fenóme-
no megalítico en el Bronce 1 Hispano, que corresponde al Calcolítico, se de-
sarrollaron importantes trabajos en este sentido. Más adelante, al igual que
ha sucedido con el megalitismo, se ha visto que las cronologías eran mucho
más antiguas, aunque estas manifestaciones continuaban durante el Calco-
lítico. P. Acosta Martínez definió tipológicamente, en los años sesenta, los
motivos pintados: ídolos oculados, placas, segmentados, triangulares, bi-
triangulares, halteriformes, trilobulados ... A su vez, unos años más tarde,
M.J. Almagro Gorbea se ocupa de los realizados sobre diferentes materiales
(hueso, mármol, piedra calcárea, pizarra ... ), proponiendo otras tipologías:
ídolos tipo El Garcel, cruciformes, betilo, cilindro, tolva, falange, sobre hue-
sos largos, placa, bastones, lúnulas, hachiformes, antropomórficos, ovoida-
les ... Es una nomenclatura que todavía se sigue en gran parte.

Figura 12. Placas grabadas de Olival


da Pega (Évora) y de Valencina de la
Concepción (Sevilla), e hipótesis de
uso (Museu Nacional de Arqueología
(Portugal) y Museo Arqueológico de
Sevilla, según K. T. Lillios).

159
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

6. INTERPRETACIÓN

Para construir algunas de las estructuras megalíticas se precisó una fuer-


te inversión de trabajo, tiempo y esfuerzo, a la vez que en su elaboración
no estaba exenta la complejidad técnica, procediendo, a veces, los materia-
les, de canteras que se encontraban a distancias considerables. Tenemos que
otorgarles, pues, una importante relevancia como lugares de culto, reunión
o peregrinación, a la vez que reflejan conceptos relacionados con el poder, el
prestigio o el linaje, y un concepto también inherente de monumentalidad.
Los espacios con monolitos se han relacionado fundamentalmente con
ceremonias, conmemoraciones, rituales ... La función primordial de las cá-
maras megalíticas fue la deposición de restos humanos. El culto a los an-
tepasados, la religión y la ideología (identidad grupal, lazos de solidari-
dad ... ) parecen estar detrás de estas evidencias arqueológicas, auténticos
marcadores territoriales que reafirmaban el derecho a la ocupación, explo-
tación y transmisión de un territorio, atestiguando la antigüedad de la pre-
sencia del grupo y transformando el paisaje. Inferimos también una fuer-
te organización por parte de quienes las construyeron y su carácter social,
aglutinante y redistribuidor.
Las construcciones megalíticas presentan mayoritariamente, especial-
mente las galerías cubiertas y los dólmenes de cámara y corredor, una orien-
tación al Este, entre 55° y 125°, puntos entre los que oscila la salida del sol y
vienen determinados por los solsticios de verano e invierno. Según M. Hos-
kin, la mayoría de los dólmenes de la península ibérica tienen una determi-
nada orientación, como hemos indicado, otras interpretaciones astronómi-
cas son difícilmente demostrables, y existen, naturalmente excepciones. Las
primeras sociedades productoras tenían que conocer de una forma empíri-
ca, era imprescindible para su economía y subsistencia, y sacralizaban de al-
gún modo, los ciclos que la naturaleza impone. Una de las excepciones más
evidente y representativa la constituyen las estructuras megalíticas de la ne-
crópolis del Aciscar 1 Purenque Larraez (Sierra del Niño, Cádiz), orientadas
al Suroeste, hacia la Laguna de la Janda, un paisaje de especial trascenden-
cia durante la Prehistoria en el Campo de Gibraltar, en cuyo entorno desta-
can numerosos conjuntos rupestres con pinturas esquemáticas.
El megalitismo ha sido analizado desde la arqueología del paisaje, que es-
tudia la percepción cultural, antrópica, del medio físico. Los seres humanos
interpretan y transforman este espacio natural y sociocultural. Es importante

160
EL MEGALITISMO

Figura 13. Galerías cubiertas del Aciscar 1 Purenque Larraez (Sierra del Niño, Cádiz).
En muchos casos, las estructuras megalíticas las encontramos en un lamentable estado
de conservación, degradadas por el paso del tiempo, muy alejadas de su integración en el
paisaje cultural al que hemos aludido (fotos: M. Mas Cornella).

161
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSU LA IBÉ RICA

\ N

Figura 14. Plano de Los Millares (Santa


Fe de Mondújar). En la fotografía aérea
se visualiza el poblado y la necrópolis, es-
pacios diferenciados para los vivos y los
muertos (a partir de F. Molina González
y J. A. Cámara Serrano).

162
EL MEGALITISMO

observar la relación entre los lugares en que se ubican los megalitos y la


procedencia de los bloques pétreos, su distribución espacial, que lejos de
ser aleatoria parece obedecer a patrones de intervisibilidad o visibilidad,
las propias dimensiones de los túmulos, sin olvidar la vinculación con vías
de comunicación, que después en épocas históricas han sido tradicionales,
u otras múltiples funciones.

COMENTARIO DE TEXTO

«A nivel planetario, este fenómeno se constata en numerosas sociedades


geográfica y temporalmente alejadas: la construcción de monumentos con
grandes piedras es un patrón de comportamiento cultural que aparece de for-
ma recurrente y espontánea en sociedades que han desarrollado un cierto gra-
do de complejidad social, con total independencia del momento y el lugar en
que ese desarrollo se haya producido. Geográficamente encontramos construc-
ciones megalíticas en importantes densidades por una amplia franja del Vie-
jo Mundo que va desde la Europa atlántica (entre Escandinavia y la península
ibérica) y el norte de África, prolongándose hacia la India e Indonesia a través
del Próximo Oriente. Sociedades constructoras de megalitos se documentan
asimismo en distintas regiones del norte y centro de África y Etiopía, en Macla-
gasear y en las islas de la Melanesia, en el Pacífico. En el continente americano
no han sido documentados de modo regular, pero incluso algunos de los gigan-
tescos monumentos tumulares erigidos por poblaciones indígenas norteame-
ricanas (por ejemplo las culturas del valle del río Misisipi, como Cahokia) han
sido considerados análogos a los monumentos megalíticos del Viejo Mundo.

En términos cronológicos, los más antiguos de estos monumentos parecen


ser, al menos por lo que se sabe en la actualidad, los que se erigieron en Portu-
gal o en la Bretaña francesa hace entre 6500 y 7000 años, esto es en la prime-
ra mitad del V milenio antes de nuestra era (ANE en lo sucesivo). En otras re-
giones del mundo la aparición de arquitectura megalítica es posterior: se han
construido o utilizado megalitos en la Edad del Bronce, en la Edad del Hierro
e incluso en muchos casos en períodos históricos (en Europa, en época roma-
na y medieval) y en siglos recientes. En ciertas regiones de Melanesia o Macla-
gasear los panteones megalíticos han estado en uso hasta muy recientemente o
lo están en la actualidad.

Un segundo elemento inherente al fenómeno del megalitismo que proba-


blemente contribuye a explicar por qué despierta tanto interés en la sociedad

163
TEMAS
EL ARTE DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

Martí Mas

Estructura del tema: Introdución. l. El arte macroesquemático y el arte levan-


tino. 2. Historiografía del arte esquemático. 3. Temática y técnicas de ejecu-
ción. 4. Soportes, tipologías y distribución geográfica. 4.1. Pinturas rupestres.
4.2. Grabados rupestres. 5. Cronología e interpretación. 6. Los petroglifos del
noroeste. Comentario de texto. Lecturas recomendadas. Actividades. Ejercicios
de autoevaluación. Bibliografía. Solucionario a los ejercicios de autoevaluación.
Palabras clave: Neolítico, Calcolítico, primeros productores, arte esquemático,
tendencia naturalista, tinta plana, petroglifos.
Introducción didáctica: El descubrimiento del arte macroesquemático, en Ali-
cante, contribuyó a plantear nuevas hipótesis de trabajo relacionadas con la
adscripción cultural y cronológica del arte levantino. Enlazamos en este capí-
tulo la interpretación de ambos estilos a partir de las nuevas perspectivas que
abrieron estos hallazgos.
Arte esquemático es la denominación que se ha dado a las manifestaciones ru-
pestres y muebles de los primeros productores en la península ibérica. Es una
terminología no exenta de problemas, como la mayoría, pero está firmemente
establecida y más que modificarla~ lógico es contemplarla con todos los ma-
tices posibles. Los petroglifos del noroeste no dejan de formar parte de este es-
tilo esquemático definido, aunque tradicionalmente, debido a su especificidad
se estudian por separado, y así creemos que puede mantenerse.

INTRODUCCIÓN

Abordaremos, principalmente, en este capítulo, unas manifestaciones


gue se han definido bajo la denominación de arte esquemático, aunque mu-
chas veces se ha cuestionado esta terminología como delimitación de un
estilo que engloba pinturas y grabados, sobre diferentes soportes, con una
temática compleja y una diversidad tipológica muy amplia y variada, que
se mueve entre el naturalismo (figuras de tendencia naturalista o esquemáti-

171
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

ca, seminaturalistas o semiesquemáticas, esquemáticas ... ) y la abstracción,


auténticos diseños geométricos algunas veces.
Interpretaciones actuales entienden estas representaciones como la ex-
presión plástica de los primeros productores, considerando una unidad con-
ceptual entre el Neolítico y el Calcolítico, aunque formas afines perduran en
otros momentos y son características, como veremos, de la Edad del Bronce.
La terminología a la que nos acabamos de referir quedó definitivamen-
te fijada para unos motivos que se extienden por la práctica totalidad de
la Península Ibérica a partir de la publicación - entre 1933 y 1935- de la
obra de H. Breuil, Les peintures rupestres schématiques de la Péninsule Ibé-
rique, al igual que las cuatro categorías establecidas para clasificar estilís- ·
ticamente las figuras: naturalismo, seminaturalismo, semiesquematismo y
esquematismo. No debemos olvidar, sin embargo, a otros prehistoriadores
pioneros como, por ejemplo, J. Cabré o E. Hernández-Pacheco.
-------------
1. EL ARTE MACROESQUEMÁTICO Y EL ARTE LEVANTINO

Al estudiar la Prehistoria antigua y abordar el arte levantino, plantea-


mos que había dos posturas teóricas muy polarizadas. Para los defenso-
res de la cronología neolítica, además de otros argumentos que expusimos

Figura l. Pla de Petracos (foto: M. Mas Cornella).

172
EL ARTE DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

entonces, es muy importante conside-


rar las superposiciones de figuras le-
vantinas (posteriores) en relación con
las representaciones macroesquemáti-
cas infrapuestas (anteriores).

Estas manifestaciones rupestres de


grandes dimensiones son exclusivas
de las zonas septentrionales limitadas
por el mar y la Serra d'Aitana, la Serra
de Benicadell y la Serra de Mariola, en
Alicante, y se pintaron durante un seg-
mento temporal breve - apenas unos si-
glos- . Se trata de figuras humanas
(orantes, en X o doble Y ... ) y motivos
geométricos (serpentiformes, meandri-
formes ... ), que han podido situarse cro-
nológicamente, por analogía formal con
otras decoraciones sobre cerámica car-
Figura 2. Figuras humanas representadas
dial, en el Neolítico Antiguo. Es el arte en el Abrigo V del Pla de Petracos (según
macroesquemático, el cual, por sus mis- M.S. Hemández Pérez, P. Ferrer i Marset
mas características presenta una unidad ~· Catala Ferrer).
temática y estilística, y como vemos, "---

una limitada distribución territorial.

La pintura macroesquemá-
tica es densa, de apariencia
pastosa, siempre de color rojo
oscuro, y se distribuye en abri-
gos poco profundos, ocupando
escasos motivos toda la super-
ficie, como ocurre, por ejem-
plo, en Pla de Petracos ( Castell
de Castells).

Las figuras levantinas su-


perpuestas a las macroesque-
Figura 3. Detalle de la cabeza de un antropomorfo
máticas las encontramos en el representado en Pla de Petracos. Puede apreciarse
Abric 1 de La Sarga (Alcoi) y la densidad de la pintura (foto: M. Mas Comella).

173
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

el Abric IV del Barranc de Be-


nialí (Vall de Gallinera). Más
recientemente se han incorpo-
rado al repertorio iconográfi-
co del arte macroesquemático
los zigzags o serpentiformes
paralelos y de desarrollo ver-
tical, ampliando, por lo tan-
to, considerablemente la zona
en que se localizaba, pero no
cabe olvidar que estos motivos
se relacionan también, en otros
lugares (Cuenca, por ejemplo),
con una primera fase del arte
levantino, aunque con una lar-
ga perduración, lo cual sería
significativo si consideráramos
otras hipótesis de trabajo.

Como indicamos también


Figura 4. Vasija de la Cova de l'Or (Beniarrés, Ali-
en el capítulo de las unidades
cante) con decoración impresa cardial, en la que ve-
didácticas anteriores (Prehis -
mos una figura humana con los brazos levantados.
(Según B. Martí Oliver y M.S. Hemández Pérez).
toria Antigua) dedicado al arte
epipaleolítico y mesolítico, es-
tas argumentaciones son herederas de una línea de investigación que
abrió J. Jordá Cerdá, entonces considerada heterodoxa, que establecía
una contemporaneidad entre el arte levantino y el arte esquemático, a
partir del Neolítico, y que continuaron defendiendo otros investigado-
res como F. J. Portea Pérez durante los años setenta. Recordemos que
en La Sarga (Alcoi, Alicante), Cueva de la Araña (Bicorp, Valencia) y
Cantos de la Visera (Monte Arabí, Yecla, Murcia), las figuras (zigzags y
líneas quebradas, meandriformes o líneas paralelas ondulantes, retícu-
las ... ) infrapuestas a los motivos levantinos, se habían relacionado con
el arte lineal geométrico epipaleolítico. El descubrimiento y estudio del
arte macroesquemático, por parte de M. S. Hernández Pérez y su equi-
po, a principios de los ochenta replanteó la problemática y determinó
diferentes teorías que han marcado la historiografía durante las tres úl-
timas décadas.

174
EL ARTE DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

Figura 5. Mapa de distribución del arte macroesquemático, levantino y esquemático


(según J. A. Gómez Barrera).

175
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Figuras 6 y 7. El arte levantino se caracteriza por los animales representados de forma


naturalista y los arqueros , integrados en escenas de caza (Abrigo Grande de Minateda,
Albacete) (fotos: M. Mas Camella).

176
EL ARTE DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

Figura 8. Arquero africano fotografia-


do hacia 1920 (autor anónimo - Maison
de la Photographie, Marrakech). Para
los defensores de una cronología neo-
lítica para el arte levantino el hecho
de que las escenas sintonicen con una
sociedad cazadora recolectora, como
afirman los defensores de una cronolo-
gía epipaleolítica, no es un argumento
decisivo. Los primeros productores
practican también, lógicamente, la
caza, una actividad importante, y por
lo tanto sacralizable, que les permi-
tiría además defender sus cosechas
y rebaños, y que se ha mantenido en
fechas históricas, hasta la actualidad.

2. HISTORIOGRAFÍA DEL ARTE ESQUEMÁTICO

La pintura rupestre esquemática en España, obra publicada en 1968 por


P. Acosta Martínez, sintetiza la labor de H. Breuil a la que nos hemos re-
ferido en la introducción, integrando los nuevos descubrimientos produ-
cidos desde aquel primer corpus, e individualizando cada motivo-tipo a
la vez que fijaba su área de expansión geográfica. También se aporta una
puesta al día en cuanto a la interpretación y la cronología, que a gran-
des rasgos se ha continuado siguiendo durante varias décadas a pesar de
la contradicción que suponía en relación con los nuevos modelos teóricos
que se imponían progresivamente en la disciplina. Se definía como fenó -
meno esquemático la fusión del «esquematismo» (evolución estilística de la
tradición pictórica autóctona preesquemática, a partir de finales del Neo-
lítico) con los elementos que llegaban a la península ibérica a través de in-
fluencias mediterráneas (difusionismo), durante el Calcolítico («Bronce I»,
según la nomenclatura de los años sesenta), perdurando hasta los comien-
zos de la Edad del Hierro. /

177
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

El Coloquio Internacional sobre Arte Esquemático de la Península Ibé-


rica, organizado por Francisco Jordá Cerdá, en Salamanca, el año 1982,
supuso un balance de las investigaciones realizadas hasta entonces, el esta-
blecimiento del estado de la cuestión y la propuesta de nuevas hipótesis de
trabajo. A partir de entonces se han producido un importante número de
nuevos descubrimientos. También se han desarrollado nuevas teorías in-
terpretativas y hemos avanzado en las técnicas de documentación, análi-
sis y estudio directo de las estaciones rupestres. Intentaremos esbozar aquí
las características y una aproximación cronológica de estas manifestacio-
nes plásticas, sobre las cuales, en algunos momentos, se ha tenido la sen-
sación de que nos encontrábamos, al referirnos al arte esquemático, ante
un auténtico cajón de sastre. En realidad, lo que ha sucedido es que prejui-
cios estéticos habían relegado la atención de los arqueólogos ante este tipo
de representaciones, que no habían conseguido atraer el interés suscitado
por el arte levantino o el paleolítico. Afortunadamente durante los últimos
años esta situación parece distinta, observándose una renovada preocupa-
ción por el estudio de estos documentos.

3. TEMÁTICA Y TÉCNICAS DE EJECUCIÓN

En 1982, dentro del coloquio al que hemos hecho referencia en el apar-


tado anterior, J. Bécares Pérez planteó un modelo de ficha para sistemati-
zar estos datos. También desarrolló una lista temática y tipológica de los
motivos más comunes en la pintura rupestre esquemática, en la cual for-
ma y significado están íntimamente relacionados.
Antropomorfos (de tendencia naturalista, de brazos y piernas en arco,
de tipo golondrina, de tipo ancoriforme, de brazos y piernas en ángulo, de
tipo doble «Y», de brazos y piernas en cruz, de tipo cruciforme, de tipo
«T», de tipo doble «T», de tipo mixto, de brazos en asa, de tipo phi grie-
ga, de tipo pi griega u otros), zoomorfos (de tendencia naturalista o esque-
máticos, cuadrúpedos, aves, peces, serpientes u otros), ídolos (aculados, bi-
triangulares, halteriformes, placas o estelas), ramiformes, pectiniformes,
esteliformes, tectiformes (rectangulares, escaleriformes, trineos o carros),
circulares, útiles (armas (hachas, espadas y puñales, arcos, flechas u otras) y
herramientas), barras, puntos, triángulos, ángulos, zigzags o serpentiformes,
manos u otros motivos. Los antropomorfos pueden ser masculinos o feme-
ninos, con partes anatómicas resaltadas (ojos, manos, piernas en zigzag ... ) o

178
EL ARTE DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

careciendo de ellas. También se representan con vestidos o ropajes, toca-


dos u otros adornos, armas y detalles diversos. Pueden agruparse formando
parejas o en escenas de danza, caza, lucha, domesticación, agrícolas o de
recolección, funerarias u otras.
La técnica de ejecución de pinturas y grabados rupestres esquemáticos
no ha sido objeto de estudios detallados, a diferencia de lo ocurrido en el
arte levantino o el paleolítico. Siguiendo las monografías publicadas se de-
duce que la mayoría de figuras fueron realizadas con trazos simples más
o menos gruesos o tinta plana (superficie uniforme de color), a partir del
mismo proceso pictórico, sin olvidar algunas puntuaciones, quizá digita-
ciones. Predominan las tonalidades rojizas, desde el anaranjado amarillen-
to hasta gamas rojas muy oscuras, castaño carmín, por ejemplo. El blanco
y el negro son muy poco frecuentes. Serían también pigmentos minerales,
especialmente óxido de hierro, aplicados probablemente con un posible
aglutinante. Los grabados presentan técnicas muy diversas, vemos graba-
dos lineales superficiales, otros más profundos, en «V» o en «U», raspado,
piqueteado, abrasión ... , muy condicionados también por las característi-
cas de la roca soporte. El tamaño de las representaciones va desde menos
de un centímetro a ochenta o noventa, aunque la mayoría de figuras osci-
lan entre veinte y treinta centímetros. Son, pues, de un tamaño relativa-
mente pequeño.

4. SOPORTES, TIPOLOGÍAS Y DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA


4.1. Pinturas rupestres

En el mismo espacio que se plasma el arte levantino, incluso en los


mismos abrigos rocosos y paneles pintados, vemos en el arco mediterrá-
neo una gran profusión de núcleos con representaciones esquemáticas. Es
un arte desconocido y excepcional, como lo han definido M. Hernández
Pérez, P. Ferrer Marset y E. Catala Ferrer al referirse a las tierras valencia-
nas, en donde identifican antropomorfos, zoomorfos, ídolos, esteliformes,
puntos, barras, aspas, ángulos, zigzags, serpentiformes, ramiformes, tecti-
formes, pectiniformes y circuliformes como elementos más característicos.
La abundancia y riqueza temática del arte levantino había condicionado,
hasta fechas muy recientes, el abandono y olvido en el estudio de este otro
tipo de documentos, que incluso se infravaloraban abiertamente.

179
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

En Sierra Morena encontramos lo


que en algún momento se ha cataloga-
do como arte esquemático típico, desde
una perspectiva formal. Un alto grado
de esquematización o abstracción. Las
pinturas suelen localizarse en escarpes
de naturaleza cuarcítica y pizarrosa, en
una abrupta topografía en la que son
frecuentes las grietas, abrigos y oque-
dades.
En el sudeste M.G. López Payer y
M. Soria Lerma han determinado con-
vencionalismos formales como los de
las figuras seminaturalistas de Sierra
Morena oriental (cápridos y cérvidos).
La historiografía tradicional vería aquí
el proceso de esquematización que con-
duciría del arte naturalista-estilizado
o estilizado-esquemático (levantino)
al esquemático, que se extendería, a
Figura 9. La Batanera (Fuencaliente,
Sierra Morena septentrional, Ciudad partir de esta zona, al resto de la pe-
Real) (foto: M. Mas Cornella). nínsula.

Figura 10. Peña Escrita (Fuencaliente, Sierra Morena


septentrional, Ciudad Real) (foto: M. Mas Cornella).

180
EL ARTE DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

La Cueva de los Letreros (Vélez Blan-


co, Sierra de Maimón, Almería) es una
estación rupestre paradigmática para
estudiar la transición o frontera en-
tre ambas facies, y ha sido citada mu-
chas veces en este sentido. Fue dada a
conocer en 1868 por M. de Góngora y
Martínez y contiene pinturas semina-
turalistas y semiesquemáticas. El de-
nominado «Hechicero de los Letreros»
es una figura que ha sido recogida am-
pliamente en la bibliografía especiali-
zada. Los últimos trabajos publicados
lo definen como un personaje mascu-
lino, en tinta plana, de unos cincuenta
centímetros de altura, que lleva un ob-
jeto o herramienta en forma de hoz y
un extraño tocado, quizá grandes cuer-
nos de macho cabrío. Destacan tam-
Figura 11. Pinturas rupestres de la Cueva
bién en este mismo abrigo rocoso otras de los Letreros. Antropomorfo con un ob-
figuras humanas (algunas con tocados jeto o herramienta en forma de hoz y un
y llevando instrumentos u objetos) y de extraño tocado (foto: M. Mas Comella).
animales (cérvidos, cápridos ... ) tanto
de tendencia naturalista como esquemática. También hay representaciones
muy esquemáticas o abstractas (figuras en phi griega, ramiformes, cruci-
formes, esteliformes, zigzags, círculos, retículas, barras ... ). Entre estas úl-
timas observamos diferentes composiciones a partir de combinaciones de
elementos triangulares y bitriangulares, algunos de ellos entrelazados en-
tre sí, lo que ha llevado a interpretarlos como relaciones genealógicas, de
carácter humano o divino.
Probablemente sea la variabilidad formal que presentan aquí estas ma-
nifestaciones artísticas, como también ocurre en otros lugares, con la pre-
sencia de representaciones de tendencia naturalista, lo que ha hecho ver
una derivación, a partir de una evolución estilística del arte levantino, que
quizá no sea tan evidente.
Las sierras subbéticas (Jaén, Granada y Córdoba) presentan abundan-
tes cavidades con pinturas rupestres esquemáticas, con estaciones deter-

181
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

minantes en la historiografía de la disciplina, como la Cueva de la Graja


(Jimena, Sierra Mágina, Jaén) . Encontramos aquí, en Granada, Córdoba
y Málaga, la existencia de figuras esquemáticas pintadas en negro en ca-
vidades subterráneas, formaciones características del modelado kárstico
de esta zona, también algunas en rojo u ocre, pero menos significativas.
Citaremos a modo de ejemplo, las cuevas de los Murciélagos, Murciela-
guina y Cholones (Zuheros y Priego de Córdoba, Macizo de Cabra, Córdo-
ba) y la Cueva de la Pileta (Málaga), esta última ya en la Serranía de Ron-
da, compartiendo espacio con las pinturas paleolíticas, dadas a conocer,
todas ellas, a principios del siglo pasado. Cuadrúpedos, mayoritariamen-
te cápridos en la Cueva de los Murciélagos, pectiniformes y ramiformes,
combinaciones de trazos y elementos, antropomorfos, ídolos (ausentes en
la Cueva de la Pileta), soliformes, serpentiformes, ángulos y zigzags, for-
mas indeterminadas, manchas y restos configuran el repertorio iconográ-
fico, probablemente realizado, en mayor parte, a partir de carbón aplica-
do directamente.

Figura 12. Cápridos pintados en negro (Cueva de los Murciélagos de Zuheros)


(foto: M. Mas Comella).

Localizamos también este tipo de manifestaciones en los abrigos roco-


sos de los valles interiores del norte de Málaga, ahora, como viene siendo
habitual en estos soportes, predominando el rojo y observando la ausen-
cia de zoomorfos, a la vez que la abundancia de antropomorfos, y unas ti-
pologías muy esquematizadas, según los últimos estudios llevados a cabo
por Rafael Maura Mijares. El conjunto rupestre más destacado, por la can-
tidad de estaciones y composiciones que agrupa, sería Peñas de Cabrera
(Casabermeja, Málaga).

182
EL ARTE DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

Figura 13. Abrigo 12 de Peñas de Cabrera. Las pinturas pueden verse en la parte inferior
central. Destaca un ramiforme (foto: Javier Pérez González).

En las unidades didácticas Prehistoria Antigua de la Península Ibérica y


en el capítulo dedicado al arte epipaleolítico y mesolítico nos hemos ocu-
pado de la Cueva del Tajo de las figuras (Benalup-Casas Viejas, Cádiz) y
los abrigos rocosos decorados de Sierra Momia. En las restantes estacio-
nes pictóricas del Campo de Gibraltar continuamos observando la presen-
cia de cuadrúpedos y antropomorfos de tendencia esquemática, algunos
de tendencia naturalista, pectiniformes, figuras en pi griega, esteliformes,
combinaciones de elementos o trazos, trazos, conjuntos de puntos .. ., pero
se introducen nuevas formas, que en algunos lugares definen la estación
rupestre: halteriformes, bitriangulares, aculados - algunos de ellos antro-
pomorfos- , petroglifoides, cruciformes ... Abundan ahora los ramiformes,
ancoriformes, figuras en phi griega y zigzags. El repertorio iconográfico se
manifiesta más acor de con lo que se vino a denominar fenómeno esquemá-
tico. También, con referencia a la Cueva del Tajo de las Figuras, disminuye
drásticamente el número de motivos pintados. Únicamente algunas cavi-
dades, como la Cueva de Palomas 1 o el Gran Abrigo de Bacinete, son im-
portantes en este sentido, aunque sólo se aproximan a una décima parte de

183
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

las representaciones cuantificadas en la Cueva del Tajo de las Figuras. En


la mayoría de abrigos las figuras se enumeran por decenas, o sólo hay al-
gunas, lo cual es también más propio del arte esquemático.

Figura 14. Detalle de las pinturas esquemáticas del Gran Abrigo de Bacinete
(Los Barrios, Cádiz) (foto: M. Mas Comella).

En el Campo de Gibraltar encontramos un lugar especialmente intere-


sante por las composiciones que nos ofrece, el Abrigo de la Laja Alta (Ji-
mena de la Frontera, Garganta de Gamero, Cádiz). Se trata de un conjunto
pictórico heterogéneo, en el cual observamos tonalidades, técnicas, temas
y tipologías diferentes, con repintes y superposiciones destacables. Podrían
establecerse varias fases. Citaremos aquí una de ellas, relacionada con un
ídolo aculado y diversas pinturas de tipo esquemático, y otra muy poste-
rior, con embarcaciones. Éstas constituyen una composición excepcional
dentro de la pintura rupestre de la Península Ibérica, probablemente las
representaciones más modernas que hasta ahora conocemos desde el pun-
to de vista temático. La mayoría de autores aceptan, para esta espectacular
secuencia, una fecha que convencionalmente situaríamos en la transición
entre el segundo y el primer milenio a. C.

184
EL ARTE DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

Figura 15. Ídolo oculado (Abrigo de la Laja Alta) (foto: M. Mas Comella).

Figura 16. Representación de un barco (Abrigo de la Laja Alta) (foto: M. Mas Come!Ht).

185
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Extremadura nos ofrece interesantes núcleos de arte rupestre esquemá-


tico: Monfragüe y Las Villuercas (Cáceres), por ejemplo. Los núcleos de Pe-
ñalsordo, Cabeza del Buey y Helechal, en el Valle del Zújar, en la zona
oriental de la provincia de Badajoz, contienen tanto al aire libre como en
abrigos y covachas localizados en las cuarcitas ordovícicas y silúricas, pin-
turas de características destacables. Junto a puntos y barras formando com-
posiciones, antropomorfos, idoliformes, ramiformes, pectiniformes, serpen-
tiniformes, soliformes o esteliformes, petroglifoides y otras muchas figuras
extremadamente esquematizadas, aparecen aquí estructuras, escalerifor-
mes, carros y trineos o narrias, un rasgo distintivo que diferencia estas ma-
nifestaciones rupestres dentro del ámbito peninsular, pintado con profusión
en los abrigos de Los Buitres. Las analogías que pueden establecerse con
estos mismos y otros temas desarrollados en las estelas decoradas de la
zona, aunque difieran en algunos aspectos, nos permiten apuntar una per-
duración de la tradición pictórica que nos llevaría hasta el Bronce Final.

La meseta castellano-leonesa nos


presenta importantes núcleos con
pintura rupestre esquemática, como
los conjuntos de Las Batuecas (La Al-
berca, Salamanca), Barranco del Du-
ratón (Segovia) (labrado por el río en
las calizas cretácicas, abriéndose en
ellas numerosos covachas) y Monte
Valonsadero (Soria) (bloques de are-
niscas urgoaptenses con oquedades
ideales para plasmar las represen-
taciones plásticas), en donde, como
señala J . A. Gómez Barrera, la uni-
formidad y diversidad no estarán re-
ñidas. El resto del territorio aporta
un rosario de estaciones más o me-
nos aisladas. Las Batuecas es un valle
con abundantes canchales pintados,
desarrollados en las cuarcitas ordo-
Figura 17. Canchal de las Cabras Pintadas vícicas que forman escarpadas lade-
(Las Batuecas, Salamanca). Destacan varios
cápridos pintados de tendencia naturalista ras, citemos, por ejemplo, el Canchal
(foto: M. Mas Cornella). de las Cabras Pintadas. En esta zona

186
EL ARTE DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

encontramos, junto a figuras características, otras (zoomorfos) de tendencia


naturalista, a la vez que antropomorfos con espectaculares tocados, constitu-
yendo un núcleo excepcional. El rojo habitual se combina aquí con el blanco.
Madrid está aportando durante los últimos años algunas estaciones ru-
pestres, localizadas en diferentes unidades geomorfológicas y litologías dife-
renciadas. Encontramos las representaciones pintadas en abrigos a plena luz
del día o en covachas de escaso desarrollo, en paredes calizas o bloques gra-
níticos, por citar ejemplos representativos. Los abrigos de Belén (Torremocha
--~·-larama), de los Horcajos (El Vellón) o del Pollo (Patones) destacan por
la cantidad, aunque reducida, de figuras pintadas y sus características. Los
Abrigos de la Enfermería (Pelayos de la Presa) presentan una interesante bi-
cromía (negro y rojo) y en el Abrigo de los Aljibes (Manzanares del Real) sor-
prende una espectacular composición de antropomorfos típicos o simples.
La zona septentrional de la península ibérica no cuenta con estudios
globales, aunque podemos considerar algunas estaciones rupestres en Pa-
lencia, Burgos, Asturias y Cantabria. No debemos olvidar aquí el ídolo-este-
la grabado de Peña Tú (Vidiago, Llanes, Asturias), asociado a un arma (pu-
ñal), que nos aproximaría ya al Bronce Antiguo, compartiendo espacio con
conjuntos de pinturas esquemáticas, probablemente anteriores, entre las
que destacan un grupo de antropomorfos y numerosas puntuaciones, en
rojo. Este conjunto, muy llamativo debido a las formas de la roca en el que
se ubica (cuarcita de génesis ordovícica), un auténtico fenómeno natural
de extraño aspecto, fue dado a conocer en 1914 por Eduardo Hernández-
Pacheco, Juan Cabré y el conde de la Vega del Sella.
Los estudios sobre arte esquemático en Portugal, desde que a princi-
pios del siglo pasado H. Breuil publicara los abrigos decorados de la Serra
de Arranches (Portalegre, Alemtejo), se han desarrollado de forma irregu-
lar. Destacan algunas estaciones con pinturas rupestres en el valle del Due-
ro y no cabe olvidar recientes descubrimientos en el valle del Coa, que han
quedado algo olvidados ante la espectacularidad del arte paleolítico.

4.2. Grabados rupestres

Podemos citar estudios aislados, pero solamente algún intento de sín-


tesis, como el aportado por J. A. Gómez Barrrera. Según este autor, dejan-
do ahora al margen los grupos gallegos y portugueses, los grabados se lo-

187
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

calizan en las estribaciones de las grandes unidades morfoestructurales


del relieve peninsular. La mayoría de las estaciones al aire libre observadas
hasta ahora utilizan como soporte los abrigos rocosos, de arenisca muy es-
pecialmente, siendo la técnica también de manera destacada el piquetea-
do. En menor medida se emplea la incisión o la abrasión, aunque hay nu-
merosos ejemplos de técnicas combinadas. La laja o superficie rocosa más
o menos plana también se utiliza como soporte en algunos casos, teniendo
un desarrollo notable en los núcleos pirenaicos, valles del Tajo y Guadiana,
o conjuntos como los de Las Hurdes y Monte Arabí. Los soportes calizos y
pizarrosos son marginales. Por lo que se refiere a la temática y la tipología,
dentro de la gran variedad regional, se generalizan algunos tipos como an-
tropomorfos, cruciformes, cuadrúpedos, herraduras, cazoletas y motivos
abstractos de carácter geométrico. Muchas de estas figuras encuentran pa-
ralelos formales en la pintura esquemática, habiéndose establecido compa-
raciones y estudios basándose en ella.

Figuras 18 y 19. Roca del Mas Gili (Vilalleons, Barcelona). En la segunda fotografía puede
verse la parte superior grabada (cazoletas, cruciformes, surcos .. .) (fotos: M. Mas Camella).

5. CRONOLOGÍA E INTERPRETACIÓN

Al intentar establecer una cronología para este tipo de manifestaciones


rupestres pospaleolíticas, los investigadores han acudido a los paralelos
muebles, considerando especialmente los ídolos calcolíticos, sobre piedra o
hueso, y la «cerámica simbólica», propia de toda la península ibérica, y de
forma especial de su zona meridional, durante el tercer y parte de la pri-

188
EL ARTE DE LAS PR1MERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

mera mitad del segundo milenio. La «cerámica simbólica» la constituyen,


tal como nos la definen D. Martín Socas y M. D. Camalich Massieu, unos
recipientes de pasta normalmente fina, de buena calidad y consistencia,
con desgrasante fino o medio y superficies esencialmente bruñidas, de co-
lor marrón oscuro o negro, decorados con motivos incisos, impresos, gra-
bados, pintados o en relieve. Los diseños más característicos, dispuestos
tanto al interior como al exterior de las vasijas, son oculados, soliformes,
triangulares y bitriangulares, y zoomorfos, especialmente cérvidos.

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©.-- f,l
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Figura 20. Motivos más significativos de la «cerámica simbólica>>


(según D. Martín Socas y M.D. Camalich Massieu).

Sin embargo, ya durante la década de los ochenta, P. Acosta Martínez


insiste en la presencia de este tipo de decoraciones en cerámicas neolíticas
(antropomorfos, esteliformes o soliformes, zoomorfos, ramiformes, trian-
gulares y bitriangulares, y otros elementos). A partir de entonces, nuevos
descubrimientos en Andalucía, especialmente en la subbética cordobesa,
nos sitúan estas omamentaciones simbólicas (cuadrúpedos, esteliformes o
soliformes, oculados ... ) en un contexto que se había considerado Neolítico

189
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

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.. :11
·~~ ~11'
o 10 cm o 10 cm

o lO cm

Figura 21. Alisador y cerámica decorada con motivos esquemáticos neolíticos


procedentes de diferentes cavidades de las sierras sub béticas cordobesas
(según B. Gavilán Ceballos y J.C. Vera Rodríguez).

190
EL ARTE DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

Medio-Final. La mayoría de estas representaciones son cerámicas, incisas


e impresas, pero también encontramos, por ejemplo, un cuadrúpedo gra-
bado sobre un alisador de la Cueva de la Murcielaguina (Priego de Córdo-
ba). Recientemente, en la secuencia estratigráfica de la Cueva de los Mur-
ciélagos de Zuheros han aparecido elementos característicos relacionables
y han sido fechados en el Neolítico Antiguo, lo que supone que probable-
mente deberá revisarse la cronología de estas manifestaciones localizadas
también en las Cuevas de la Murcielaguina y del Muerto (Carcabuey), al
igual que otros restos arqueológicos (cultura material).
El hallazgo de lo que vino a denominarse «Venus de Gava» (Barcelona),
en la explotación minera del Neolítico Medio, dentro del horizonte cultural
de los Sepulcros de Fosa, incidió espectacularmente en cuestionar cronolo-
gías tradicionalmente aceptadas, ya que tuvo un fuerte impacto mediático.
Sin embargo, como vemos, las aportaciones se suceden. Aunque teníamos al-
gunos avances, hace muy poco se han publicado los cantos pintados, siempre
en rojo, una treintena, de la Cueva de Chaves (Bastarás, Huesca) (Neolítico
Antiguo), que contienen motivos geométricos o figurativos, con determina-
dos temas complejos como antro-
pomorfos (orantes con brazos le-
vantados en algún caso) o haces de
líneas convergentes, lo cual hace
plantear también a los autores una
cronología neoiítica para el arte
esquemático en Aragón.
Podemos esbozar una uni-
dad conceptual para el arte del
Neolítico y Calcolítico, ya que las
decoraciones cerámicas y sobre
elementos muebles, lejos de pre-
sentar una clara diferenciación
tipológica que nos permita al me-
nos establecer dos fases, nos indu-
cen a lo contrario, debido a la re-
petición de la misma iconografía
dentro de una amplia secuencia.
Así pues, elementos con fechas se- Figura 22. «Venus de Gava>> (foto: Mines
guras, como son las pinturas pa- Prehistoriques de Gava).

191
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

rietales esquemáticas de la Cueva de los Murciélagos, planteadas a partir


de decoraciones cerámicas, o las también pintadas en negro de la Cueva de
la Pileta, de las que se han obtenido dataciones absolutas a partir de mues-
treos directos, que aunque presentan alguna diferencia temática, no de-
jan de aparentar una homogeneidad técnica, estilística y tipológica, con
una iconografía coincidente en gran parte, nos ofrecen resultados dispares,
Neolítico Antiguo (Cueva de los Murciélagos) y Calcolítico Final, ya a caba-
llo del segundo milenio (Cueva de la Pileta). Estos datos confirman la uni-
dad conceptual a la que venimos refiriéndonos, ya que unas mismas formas
perduran a través de un segmento temporal muy amplio, coincidiendo con
el desarrollo de las primeras economías productoras.
Podríamos afirmar, siguiendo a J.A. Gómez Barrera, que la atribución
cultural de los grabados rupestres de la península ibérica parece un pro-
blema difícil de solucionar. Determinados datos avalan un comienzo en el
Calcolítico, probablemente en épocas tempranas, un denso desarrollo du-
rante la Edad del Bronce, y una perduración, con iconografías recurren-
tes dentro de la heterogeneidad a la vez que se introducen otras nuevas,
que llegaría hasta la Edad Media. Uno de los trabajos más interesantes
y que aporta conclusiones que lo convierten en una obra de referencia, es
el realizado por este mismo autor sobre los grabados rupestres pospaleo-
líticos del Alto Duero. Se analizan los grabados en cuevas (Cuevas de San
Bartolomé (Ucero, Soria), Covarrubias (Ciria, Soria) y Cueva Maja (Cabre-
jas del Pinar, Soria)), localizados en las zonas kársticas del valle del Due-
ro, y los grabados al aire libre, situados en los farallones y acantilados de
las alineaciones este-oeste del piedemonte del Sistema Central. Los prime-
ros presentan una temática cercana a la abstracción y a la estilización li-
neal o geométrica (antropomorfos, retículas, zigzags, anguliformes, este-
liformes, arboriformes, pectiniformes, marañas ... ), están realizados casi
siempre mediante incisión en «V» y evidencian notables paralelismos esti-
lísticos con otras manifestaciones ubicadas en cavidades subterráneas que
configurarían una provincia artística desarrollada en el centro-norte de la
península ibérica (Meseta Norte - Burgos y Segovia- y zona cantábrica,
ciclo de Solacueva-Galería del Sílex, con grabados, y pintura negra o roja
en algunos casos, según otros autores como J. Bécares). Muchas de las ca-
vidades contienen yacimientos arqueológicos que aportan una contextuali-
zación para los grabados parietales (Bronce Antiguo y Medio). En este sen-
tido cabe destacar que en Cueva Maja se encontró, en un pozo excavado

192
EL ARTE DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

en la arcilla, un fragmento cerámico de fondo que muestra en su base una


decoración de línea incisa con un motivo reticulado idéntico a otros repre-
sentados sobre las paredes próximas de la cavidad. Cueva Maja ofrece un
único nivel de ocupación (Bronce Antiguo).

Figura 23. Grabados rupestres (retícula) de la Cueva del Reguerillo (Madrid). Los grabados
de esta cavidad subterránea se han relacionado tipológicamente con los de la zona centro y
norte de la Península (foto: M. Mas Cornella).

Los grabados al aire libre del Alto Duero (antropomorfos, cuadrúpe-


dos, jinetes, circuliformes, petroglifoides, ídolos, barras, puntos, cazoletas,
zigzags, serpentiformes, herraduras, tectiformes, esteliformes, restos linea-
les ... ), la mayoría en surco y resultantes de la aplicación de técnicas de pi-
queteado, no son tan elocuentes. Se propone como hipótesis de trabajo una
cronología cuya secuencia partiría del Calcolítico --en relación con las pin-
turas y los grabados en cuevas- con un amplio desarrollo durante el Bronce
Antiguo. A partir del Bronce Medio se produce un debilitamiento artístico,
que no impediría una pervivencia de la tradición esquemática -grabados al
aire libre- a lo largo del Bronce Final y Primera Edad del Hierro, con per-
duraciones durante la Edad del Hierro, romanización y Edad Media.

193
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

El significado de las manifestaciones artísticas rupestres es realmente


complejo. Se ha definido en algunas zonas el arte esquemático como una
creación de comunidades campesinas, en otros casos como una actividad
propia de pastores. Se ha intentado también agrupar los diferentes moti-
vos en conjuntos recurrentes o considerarlos elementos que vehicularían
un sistema de comunicación gráfico, que podría haber desembocado en
la escritura, sin olvidar posibles contenidos simbólicos o religiosos. Qui-
zá, acudiendo a términos definidos por A. Leroi-Gourhan, el arte de los úl-
timos cazadores recolectores nos aproximaría al mitograma o pictograma
(narrativo), mientras que el arte de los primeros productores estaría más
cercano al ideograma (simbólico), sin olvidar que se trata de formas de ex-
presión y comunicación.
En la Cueva de los Murciélagos (Zuheros, Córdoba), durante la campa-
ña de 1991 llevada a cabo por B. Gavilán Ceballos, se excavó un hogar en-
cendido en uno de los niveles iniciales del Neolítico Antiguo. Las caracte-
rísticas de este hogar, al igual que otros cuatro -pequeñas dimensiones,
limitada potencia, reducido espesor de la capa de cenizas y escasos carbo-
nes ... - hacen pensar en una única y completa combustión, no destinada a
la preparación de alimentos ni a proporcionar calor. La peculiaridad de los
ecofactos que proporcionó (Papaver somniferum, los restos más antiguos de
adormidera documentados en el Neolítico de la península ibérica, asocia-
dos a un vómito que puede haber sido el resultado de la ingesta de la cáp-
sula de dicha planta -opio-) y la presencia de manifestaciones artísticas
-entre las que destaca un ídolo oculado- en las paredes del mismo sector
de la cavidad, junto con algunas cerámicas simbólicas -también decoradas
con ídolos aculados- a las que ya nos hemos referido, permiten plantear
que los primeros productores establecidos aquí desarrollaron unas activi-
dades que podemos relacionar con la práctica de algún ritual. Éste estaría
quizá relacionado con la fundación de un nuevo hábitat, el consumo de sus-
tancias enteógenas y la plasmación de representaciones pictóricas.

6. LOS PETROGLIFOS DEL NOROESTE

El término galaico-portugués fue acuñado por E. Anati al referirse al


arte rupestre de una zona que ha sido objeto de especial atención, dentro
de la península ibérica, sin embargo, esta unidad, así como las cronologías
planteadas por este autor están en revisión. La investigación de los petro-

194
EL ARTE DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

glifos gallegos se remonta a finales del siglo XIX. Los estudios de A. de la


Peña Santos y J. M. Vázquez Varela sintetizan el estado de la cuestión ac-
tual. Estamos ante unas manifestaciones que se desarrollan sobre rocas
graníticas al aire libre, concentrándose especialmente en la costa de la pro-
vincia de Pontevedra. Cazoletas, combinaciones circulares, espirales, la-
berintos, zoomorfos (ciervos, équidos y serpientes), huellas de animales,
antropomorfos, idoliformes, armas (espadas cortas y puñales, escudos, ha-
chas, alabardas ... ), cuadrados, esvásticas, podomorfos, cruces y zigzags,
junto a otros motivos minoritarios, configuran el repertorio iconográfico,
se trata de motivos geométricos o abstractos, esquemáticos y semiesque-
máticos, y en menor medida naturalistas. Técnicamente se distinguen dos
grandes grupos, por un lado los que presentan una sección en «V», realiza-
dos probablemente con un instrumento afilado, propios de la Alta Edad Me-
dia y los tiempos modernos, y por otro los que se reducen a una sección en
«U», muy desgastados, que podrían situarse cronológicamente en la Prehis-
toria, como desarrollaremos a continuación, y son más abundantes.

NEOÚTICO
MEGALITICO
1 ENEOÚTICO I BRONCE ¡1
1 1
BRONCE U : BRONCE m : HIERRO
1
1 1 1 1 1
Arte megalítico 1 1 1 1
1 1 1 1 1
Cazoletas
1 1
Círculos
Espirales
1 1 1
Laberintos 1 1 1
1
Cérvidos
1 1 1 1
Equitación 1 1 1
1 1 1
Antropomorfos 1 1
1 1 1 1
Idoliformes 1 1 1 1
1 1 1
Puñales 1 1 1
1 1 1
Alabardas 1 1 1
1 1 1
Hachas 1 1 1
Paletas 1 1 1
1 1 1
Svásticas 1 1 1 1
1 1 1 1

Figura 24. Cuadro cronológico para el arte rupestre gallego


(según A. de la Peña Santos y J.M. Vázquez Varela).

Podemos citar algunas estaciones o conjuntos representativos con gra-


bados rupestres (petroglifos o insculturas), aunque existen cientos de ellos
y los motivos pueden inventariarse por millares: Laxe do Outeiro do Cogo-

195
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

ludo, Laxe da Rotea de Mendo, Paredes, Laxe dos Cabalas, Chán de Car-
balleda, Coto de Penalba, Pedra da Beillosa, Campo de Matabais, Caneda
(Campo Lameiro, Pontevedra), Champás, Pedra dos Mouros, Pedra do La-
brinto, Pedra dos Campiñas (Mogor; Marín, Pontevedra), Pedra do Outeiro
da Mó, Laxe dos Cebros, Pedradas Ferraduras (Fentáns, Cotobade, Ponte-
vedra), Laxe das Rodas (Muros, A Coruña) ...

Figura 25. Petroglifo Pena do Xestal I (Proendos, Sober, Lugo)


(foto: B. González Aguiar y M. Mas Comella).

La cronología más aceptada para los grabados gallegos partiría de una


fase tardía del megalitismo a partir de los comienzos de la Edad de los Meta-
les, desarrollándose en el Bronce Medio y llegando hasta el Bronce Final. Es-
tudios más recientes, sin embargo, se inclinan por un ciclo corto para el gru-
po galaico, desarrollado durante la mayor parte del tercer milenio y los inicios
del segundo. Esta ubicación cronológica se basa en los escasos elementos con-
trastados que facilitan una datación y en su distribución territorial, sugiriendo
que se relaciona, este grupo, con el inicio de una acusada tendencia hacia la
asimetría social, en la que se integraría y reflejaría este fenómeno.

196
EL ARTE DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES PRODUCTORAS

Figura 26. Afloramientos esquistoso-grauváquicos con amplias superficies lisas conteniendo


grabados, a orillas del Tajo (Fratel, Portugal) (foto: M. Mas Cornella).

Los grabados portugueses, considerando su dispersión geográfica y su


complejidad temática, técnica, estilística y tipológica, están siendo obje-
to de revisiones concretas, aconsejando algunos autores replanteamientos
globales.

COMENTARIO DE TEXTO

«En 1980 se descubrieron en la Partida del Pla de Petracos, en Castell de


Castells, varios abrigos con pinturas rupestres que por sus dimensiones y te-
mática no tenían paralelos con ninguna otra manifestación artística conocida
en la Península Ibérica. Con posterioridad se han localizado otros yacimientos
hasta alcanzar el registro actual de nueve estaciones, al tiempo que se demos-
traba su cronología prehistórica, ya que el Abric I de La Sarga, en Alcoy, y en el
Abric IV del Barranc de Benialí, en La Vall de Gallinera, se encontraban infra-
puestas a representaciones pertenecientes al arte levantino.

197
l'EMA6
EL ill MU.ENIO a. C. EN LA PENtNSULA IBÉRICA:
CALCO LÍTICO O EDAD DEL COBRE

Ana Fernández
Amparo Hernando

Estructura del tema: l. ¿Qué, quiénes, por qué y cuándo? 2. La nueva mate-
ria: fuentes, tecnologfa, man ifestaciones y consecuencias. 3. Lugares dife-
rentes, formas diversas: cómo y dónde vivir. Poblados viviendas y estructu-
ras. 4. E l mundo de las creencias: ritos, Lugares y formas de enterramiento.
5. Subsistencia: agricullura y ganadería. Nuevas técnicas, ocupaciones dl·
versas. 6. El ajuar doméstico: útiles y herramien tas. El •arreglo• personal:
adornos y objetos prestigiosos. Las armas. 7. Más allá de lo útil: el Vaso
Campaniforme. Comentario de texto. Lecturas •·eeomendadas. Actividades.
Ejercicios de autoevaluacióo. Bibliografía. Solucionario a los ejercicios de
autoevaluación.

Palabras claves: TJT milenio, Calcolílico, metalurgia, Millares. Vaso Campani-


forme, Zambujal, •fondos de cabaña•, El Ventorro, Palmela, fenómeno tu-
mulm:

Introducción didáctica: El m rn.üenjo a. C. en la pe.nfnsula ibérica es al igual


que en el resto del continente europeo, una etapa de cambio caracterizada por
la aparición de una nueva materia: el cobre, con la que elaborar los objetos
que componen la cultura material. Pero no sólo eso, puesto que el metal im-
plica también un proceso de transformación hasta ahora desconocido para las
gentes prehistóricas. La conversión del mineral en liquido moldeable supone
un nuevo avance en el progreso tecnológico y dará lugar a importantes cam-
bios en la vida de las comunidades calcolíticas.
Las hipótesis sobre las causas y las consecuencias del inicio de la metalurgia.
as! como el mayor o menor grado de incidencia de ésta en las transfo<macio·
nes económicas y sociales son una parte destacada de este Lema que aborda,
además, las manifestaciones culrurales más representativas de todo los ámbi-
tos pen.insu laJ'es, desde el que durante mucho tiempo fue el único •represen-
tante• del periodo: el sureste y la cultura de Millares, hasta las más recientes
aportaciones en áreas como la Meseta o el noroeste peninsular

209
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Nos ocuparemos también del tema del Vaso Campaniforme, otra de las mani-
festaciones arqueológicas que ha dado lugar a numerosos debates e interpreta-
ciones diversas, y especialmente a explicar todo ese proceso de cambio con el
que comienza lo que se denomina <<jerarquización social» , y las consecuencias
de ella en el desarrollo humano.

l. QUÉ, QUIÉNES, CÓMO, POR QUÉ Y CUÁNDO

En general, el 111 milenio a. C. en todo el continente europeo es una


época de cambios, con un crecimiento demográfico notable, y la aparición
de una sociedad más compleja y organizada que iniciará el proceso de lo
que se denomina «jerarquización».
Evidentemente, también en la península ibérica tienen lugar esas trans-
formaciones que, por otra parte, se han vinculado a la metalurgia del co-
bre. Como era de esperar, sobre el origen, el momento, y las causas de todo
este proceso, las hipótesis de los investigadores se han ido multiplicando a
lo largo de los años.
Para denominar esta etapa se han utilizado términos diversos, vincula-
dos a la nueva materia que, con mayor o menor acierto -eso lo explicare-
mos más adelante- ha caracterizado las manifestaciones culturales englo-
badas en este 111 milenio a. C.: Eneolítico, palabra derivada del término
latino de cobre, y actualmente en desuso; Calcolítico, procedente del voca-
blo griego que designa este metal; y Edad del Cobre.

1.1. Hipótesis explicativas

En el suelo peninsular, esta secuencia cultural se documenta por pri-


mera vez en las regiones del sureste, y en consecuencia, será partiendo de
los yacimientos en ella localizados, especialmente Los Millares en Santa Fe
de Mondújar (Almería), como se plantearán las hipótesis explicativas. De-
jando, de momento, un poco al margen la mayor o menor importancia del
metal en todos los cambios, y la discusión sobre si éste fue el motor de los
mismos, un factor más entre otros, o bien una consecuencia de ellos, co-
menzaremos por explicar las dos teorías que se plantearon inicialmente
sobre la cuestión del origen de este periodo.

210
EL JII MILENIO a . C. E N LA PENÍNSULA IBÉRICA: CALCOLÍTICO O EDAD DEL COBRE

• Orientalista: fue la hipótesis más aceptada desde los comienzos de


la investigación hasta la década de los 70 del siglo pasado. Se basa en un
planteamiento difusionista, según el cual serán gentes procedentes del Me-
diterráneo oriental quienes -conocedores ya del proceso metalúrgico-
llegarán al sureste peninsular, a la búsqueda del mineral de cobre. Serían
prospectores y/o comerciantes que fundarían colonias como Los Millares,
desde donde enviarían este mineral a sus zonas de procedencia.
Actualmente es una hipótesis no aceptada, y son muchas las explicacio-
nes planteadas para rebartirla, que configuran un amplio abanico de teo-
rías basadas en una evolución autóctona.

• Evolucionista o autoctonista: cuestiona desde la mencionada dé-


cada de los 70 la teoría anterior, planteando un origen autóctono para
el Calcolítico peninsular. Ahora bien, los argumentos sobre el motivo o
los motivos del cambio, y el papel que la metalurgia jugó en ellos, son
muy variados. Trataremos de explicar algunos, señalando que la ma-
yoría fueron formulados para el sureste, aun cuando actualmente ya
tengamos documentada información para casi todas las regiones pe-
ninsulares.
Delibes de Castro y Fernández-Miranda (1993) opinan que no exis-
ten testimonios lo suficientemente claros para justificar mecanismos di-
fusionistas en la aparición del Calcolítico peninsular, inclinándose más
por un proceso autóctono en el que tiene lugar una evolución local basa-
da en diferentes factores económicos, entre ellos la minería y la metalur-
gia.
Por su parte, Eiroa (2000) no cree que los cambios puedan explicarse
solamente como consecuencia de una evolución local. Si bien acepta que
no tenemos testimonios arqueológicos que justifiquen una llegada masi-
va de inmigrantes, tal vez sí podríamos pensar en la importación de ideas
y materiales, procedentes de las regiones mediterráneas, que serían un ele-
mento dinamizador de las gentes y sociedades locales.
También Ignacio Montero (1992, 1994, 1998), basándose en los mode-
los metalúrgicos, rechaza la posibilidad de una tesis difusionista. Su argu-
mentación, planteada en varios trabajos sobre tecnología del metal, ale-
ga la inexistencia de documentación arqueológica que pruebe el contacto
con culturas externas conocedoras del cobre que hicieran posible esta di-

211
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

fusión en las etapas iniciales. La anterioridad cronológica en el conoci-


miento de la técnica de explotación de éste, en regiones del Próximo y el
Medio Oriente, y de la Europa Oriental, no es motivo suficiente para de-
mostrar una difusión de la que no tenemos pruebas. En realidad, lo lógi-
co sería que, si la técnica metalúrgica llegara de estas regiones originarias,
ésta estaría bastante desarrollada, y no existiría, en consecuencia, lo que
realmente tenemos, que es una tecnología primitiva, y un lento y desigual
desarrollo de la misma. Por el contrario, en el Sureste peninsular, sí tene-
mos documentadas varias características previas que podrían dar lugar al
desarrollo de la metalurgia local:

• Existencia de minerales de cobre.

• Presencia de hornos cerámicos que alcanzan las temperaturas nece-


sarias para la fusión del mineral.

• Cierta continuidad entre el Neolítico Final y el Calcolítico, e intentos


de obtener cobre de los minerales cupríferos de la zona, desde el pri-
mero de ellos.

La tesis del primitivismo tecnológico ya fue apuntada por A. C. Renfrew


en 1967.

Salvador Ro vira (2004) piensa que posiblemente en algún momento del


Neolítico final comenzaron a llevarse a cabo intentos de obtención de co-
bre. De hecho, las fechas obtenidas para Cerro Virtud en Herrerías, Alme-
ría, hacen pensar incluso en que la Península Ibérica fue un núcleo de in-
vención local temprano, sin conexión alguna con el oriente mediterráneo,
con una metalurgia de vasijas-horno, similar a las de los, hasta hoy, consi-
derados núcleos de invención.

En lo que concierne a las motivaciones del cambio social, también se


plantean diferentes explicaciones, vinculadas - como ya hemos apunta-
do- tanto a la metalurgia del cobre como a otras mejoras tecnológicas y
económicas.

En 1983, Vicente Lull propone la metalurgia como elemento dinami-


zador de las poblaciones indígenas en las que se producirá un proceso de
cambio social, vinculado al control de las fuentes del mineral, las técnicas
metalúrgicas y el comercio del metal.

212
EL Ill MILENIO a. C. EN LA PENíNS ULA IBÉRICA: CALCOLÍTICO O EDAD DEL COBRE

Antonio Gilman (1981, 1987 y 1991) considera que son otros los fac-
tores decisivos en los cambios sociales del Calcolítico peninsular. Su ar-
gumentación se basa en que la elaboración del metal fue muy limitada y
poco especializada; no fue una producción a gran escala, no hay talleres
especializados, y la importancia del metal no es primaria, ya que no se ela-
boran herramientas sino armas y adornos. Esta industria metalúrgica de
carácter doméstico tendría como función básica la fabricación de objetos
de «lucimiento personal», que difícilmente llevaría a los «dirigentes» a al-
canzar el poder.
Por el contrario, sí existen otros factores que podrían ser la causa del
origen de la estratificación social, como toda una serie de elementos de in-
tensificación de la producción subsistencia!, tanto en lo que respecta a me-
joras técnicas como el arado o el regadío, como a otros aspectos como el
policultivo, la explotación de productos secundarios de la ganadería (lana
y leche), y la arboricultura.

Las jefaturas se basarían en el parentesco y ostentarían los bienes de


prestigio, como los objetos de metal, con un modelo social en el que los
«propietarios» podrían cobrar un arriendo a los productores.
Ignacio Montero (1994) considera que la metalurgia al ser una activi-
dad doméstica que no necesita especialistas, no supone innovaciones ni
cambios importantes en las comunidades. No hay una gran actividad mi-
nera, ni grandes centros metalúrgicos, ni los objetos de metal sustituyen a
los líticos sino muy lentamente, predominando además los adornos, pun-
zones y anzuelos sobre los útiles agrícolas.
Francisco Nocete (2001) también opina que ni la minería ni la metalur-
gia son la causa de la estratificación social, propugnando una teoría basa-
da en que el desarrollo de las sociedades forma parte del proceso estatal,
remontándose incluso a etapas anteriores al Neolítico. Establece la exis-
tencia de dos clases sociales: dominantes y productores. Los primeros vi-
ven en los centros de control y no son productores sino supervisores de los
que sí producen, que se asientan en la periferia de esos centros, en peque-
ños asentamientos metalúrgicos.
El control de los excedentes agrícolas, ganaderos y mineros sería la
base de las diferencias sociales e incluso de la coerción social que podría
responder a un sistema tributario similar al que propone A. Gilman.

213
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

1.2. La distribución peninsular

En los últimos años, la información sobre el proceso metalúrgico en la


Península Ibérica, obtenida para otras regiones peninsulares, viene a com-
pletar y/o confirmar esta «batería» de teorías explicativas.

• En la Comunidad Valenciana la metalurgia es un proceso diferen-


ciado en cada comarca, e incluso casi en cada yacimiento, condi-
cionado por factores diversos tales como la cercanía o lejanía a las
fuentes de las materias primas o a las rutas de intercambio; la exis-
tencia o la ausencia de grupos o individuos que inician un control
de recursos, una acumulación de excedentes, y una posterior redis-
tribución; la aparición de intercambios estables y de los primeros
artesanos.
No es la metalurgia la que inicia los cambios, sino un elemento cultural
más en el creciente proceso de complejidad social (Simon 1998).

• La metalurgia del Valle del Ebro en el 111 milenio a. C., con escasa
presencia del metal, tampoco supone cambios sociales, y ni siquiera
parece confirmarse la existencia de élites que controlen la circulación
de «productos especiales», sino que precisamente éstas se distinguen
por la posesión de ellos.

Parece claro el origen autóctono de esta tecnología en la región, con


pequeñas láminas de oro batido y punzones de cobre, como prime-
ras evidencias, que aparecen en contextos funerarios campaniformes
e incluso precampaniformes, sociedades que comienzan a tener una
cierta estructuración social, cuyas «jerarquías» no están interesadas
en el control del mineral, sino en el de los medios de subsistencia:
agricultura y ganadería (Rodríguez 2005).
• En la Submeseta Norte hay objetos metálicos y se conoce la tecnolo-
gía para elaborarlos desde mediados del 111 milenio a. C. Hay vasijas-
hornos y podría tratarse de un foco metalúrgico local, o bien de un
foco «secundario» del sur peninsular (Delibes y del Val, 1990).

Podemos deducir de las hipótesis planteadas en las páginas anteriores,


que actualmente la metalurgia no parece ser, al menos en las etapas ini-
ciales, el único ni siquiera el más importante, de los factores o causas que

214
EL Ill MILENIO a. C. EN LA PEN!NSULA IBÉRICA: CALCOL!TICO O EDAD DEL COBRE

crean una jerarquización social, que irá incrementándose a partir de esta


etapa Calcolítica. Las razones que apuntan en esa dirección, además de las
tecnológicas ya mencionadas, podrían resumirse en:
• Desde el final del Neolítico para algunos autores, y con seguridad
desde el Calcolítico, se evidencia un notable crecimiento demográfi-
co, y una especialización funcional de los asentamientos.
• Está documentada en el sureste peninsular, la existencia de regadío,
abonado, policultivo y tracción animal.

• Existen obras de carácter «comunitario» como las fortificaciones, el


acueducto de Los Millares (Almería) o la acequia del Cerro de la Vir-
gen (Orce, Granada).

• Se obtienen productos secundarios derivados de la ganadería (leche y


lana), y de la agricultura (lino).

• Se acumulan excedentes y aparecen rutas de intercambio de carácter


estable.
• Hay ya mineros y metalúrgicos que elaboran productos que no son
los de subsistencia.
Todos estos factores parecen «necesitar» una jerarquía que organice,
controle y que redistribuya, que se convierte en una élite que usa el metal
como elemento distintivo. Sobre esta cuestión, dos son las teorías explica-
tivas predominantes: la tesis funcionalista y la marxista. La primera apo-
yada por Shalins (1977) y Mathers (1984), considera que la organización
jerárquica se hace imprescindible cuando se produce un alto grado de de-
sarrollo de las actividades de subsistencia. Esta explicación funcional no
aporta, por el momento, testimonios arqueológicos claros que indiquen
una administración central de la sociedad, pues, si bien hay jerarquías de
asentamientos, nos faltarían los almacenes para la redistribución, las obras
públicas a gran escala, y un comercio mayoritario.

La tesis marxista considera que la base de la explicación está en la exis-


tencia de conflictos y divisiones sociales. El desarrollo de los sistemas de
producción o cultivo intensificado cambian la estructura social porque
las inversiones necesarias para ello permiten una recaudación segura, y
por tanto, la creación de riqueza, y con ella, la necesidad de «defenderla».

215
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Tampoco para esta teoría, tenemos datos arqueológicos contundentes que


testimonien la intensificación agraria, en la que tendría la base el origen
de este proceso.

1.3. División y cronología

El cuándo se desarrollan todas estas transformaciones es otra pregun-


ta a la que no es fácil dar respuesta. En el marco de este III milenio a. C.
la cuestión está en la periodización interna del mismo, las fases o eta-
pas de su desarrollo en las diversas regiones peninsulares. Cómo no, las
hipótesis se suceden, pero lo primero a destacar es la gran heterogenei-
dad cronológica y cultural que se manifiesta a lo largo y ancho del sue-
lo peninsular, y no solamente debido a los diferentes grados de la inves-
tigación.

En términos generales el III milenio a. C. es el momento cronológico


del Calcolítico peninsular, con dos grandes etapas diferenciadas:

• Calcolítico Antiguo Precampaniforme desde un momento impreciso


de la primera mitad del milenio e incluso - para algunos- desde fi-
nales del IV milenio a. C. hasta el2250 a. C. aproximadamente.

• Calcolítico Reciente, con Campaniforme; desde esa fecha hasta en


torno al 1900 a. C., fecha comúnmente aceptada para el inicio del
Bronce Antiguo.

No son, ni con mucho, dataciones válidas para todas las regiones pe-
ninsulares, y aun cuando no sea nuestro propósito multiplicar innecesaria-
mente la tabla de periodizaciones y fechas concretas, trataremos de men-
cionar algunas de las áreas geográficas y sus etapas más conocidas.

Para el sureste, Molina (1988) propone un Cobre Antiguo, otro Pleno y


uno Reciente, mientras que para Castro y otros (1996) existiría un periodo
formativo, una etapa campaniforme o Calcolítico Pleno, y una etapa final,
también Campaniforme.

Las periodizaciones del suroeste se han basado fundamentalmente en


los yacimientos de Vilanova de San Pedro (Santarém, Portugal) y Zambu-
jal (Torres Vedras, Portugal), proponiendo también tres etapas: Calcolítico

216
EL 111 MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CALCOLÍTICO O EDAD DEL COBRE

Antiguo, Pleno y Final, en las que se incluyen diferentes «horizontes» para


Extremadura, por un lado y el Alemtejo portugués y el suroeste, por otro.
En general, las fechas son más tardías que las del Sudeste, tanto para el
inicio como para el final.

Una etapa inicial del Calcolítico precampaniforme, representado básica-


mente por el «Horizonte de Las Pozas», y un momento de plenitud Campani-
forme o «civilización de Ciempozuelos» es propuesto para la Meseta Norte,
al igual que otra periodización formulada por Delibes y Fernández Manzano
(2000) que propugna una etapa denominada «de intensificación y primeros
intentos de fijación del hábitat: la Edad del Cobre (3100-2450 a. C)», y una
segunda de «transformaciones campaniformes (2450-2250 a. C)» que dará
paso al primer periodo del Bronce.

En la región de Madrid también se ha señalado la existencia de un Cal-


colítico precampaniforme y otro campaniforme, este último con un de-
sarrollo que ocupa aproximadamente la segunda mitad del III milenio.

El inicio del Calcolítico en el noroeste se ha datado en la segunda mitad


del IV milenio a. C., con un momento precampaniforme denominado «Ho-
rizonte de Rechaba», y una fase campaniforme, mientras que en el nores-
te pueden diferenciarse las mismas fases para Aragón según la propuesta
de Castro, y otros (1996), pero para Cataluña la periodización ofrece mati-
ces propios debido a que el Neolítico Final se prolonga hasta la aparición
del Campaniforme, solapándose en gran medida con la etapa calcolítica de
otras áreas geográficas.

Ambos periodos, diferenciados por la ausencia o la presencia de Cam-


paniforme, definen también la periodización interna del Calcolítico en el
País Valenciano, pero hay cierta discusión, en lo que a denominación se
refiere, en torno a la propuesta formulada por J. Bernabeu en 1984 que
designa al primero de ellos como Neolítico II B (2800-2200/2100 a. C) y
al segundo como Neolítico II C u Horizonte Campaniforme de transición
(2200/2100-1800/1700 a. C.).

Para terminar, en las Islas Baleares a finales del IV milenio a. C. se do-


cumenta la primera ocupación humana estable, según algunos autores,
mientras que Fernández Miranda (1978) propone una etapa calcolítica en-
tre el 2000 y el 1700 a. C.

217
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

2. LA NUEVA MATERIA: FUENTES, TECNOLOGÍA,


MANIFESTACIONES Y CONSECUENCIAS

Las mineralizaciones de cobre aparecen en buena parte de los sistemas


montañosos de la península ibérica, y en muchos casos afloran a la super-
ficie sus capas externas por lo que son de fácil explotación. La inexistencia
de restos de pozos y galerías, como los que hay en otras regiones europeas,
hace pensar en una minería a cielo abierto que cubriría la demanda.
La presencia de recursos muy diseminados haría innecesaria una es-
tructura organizativa compleja, y explicaría la falta de asentamientos ex-
clusivamente mineros. Parece claro que, en general, el mineral se traslada-
ría en bruto a los poblados (Fig. 1).

Normalmente, las explota-


ciones son de pequeño tamaño,
y la tecnología es bastante pri-
mitiva. Se conservan picos en
asta de ciervo, percutores, tritu-
radores y cuñas para fracturar
la roca, en la mina de El Mila-
gro (Onís, Asturias), y restos de
crisoles de arcilla en numero-
sos lugares.

Los hornos usados en el Cal-


colítico son los conocidos como
vasijas-horno (Fig. 2), que tie-
nen una gran difusión y perdu-
ran toda la Edad del Bronce. En
ellos se introduce el mineral de
cobre machacado junto con las
brasas de carbón vegetal, para
que se produzca la fusión, tal y
como se ha podido observar en
Almizaraque (Almería), donde
se encontraron bolsadas de car-
Figura l. Reconstrucción de los trabajos en una
mina, a partir de Pittioni (1950). Dibujo Ana bón vegetal y mineral. Lo más
Maqueda (en Montero, 2010). común en esta etapa son las

218
EL Ill MILENIO a . C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CALCOLÍTICO O EDAD DEL C OBRE

,
* Neolltico
t Calcolftico
" Bronce
Antiguo

- 1500m.
- 1000m.

Mapa de distribución de los hallazgos en la Península Ibérica de vasijas de reducción de minera-


les de cobre, según Rovira y Ambert 2002 . Diseño realizado por l. Montero. 1) Bauma del Serrat
del Pont; 2) Cova del Frare; 3) Cova del Cartanya; 4) Balma del Duc; 5) Cova del Buldó; 6)Coveta
de I'Heura; 7) Cova Josefina; 8) Puy Aguila; 9) Monte AguiJar 1y 11; 1O) Moncín; 11) Cueva Rubia;
12) Cueva de la Vaquera; 13) Loma del Lomo; 14) Matilla>; 15) El Ventorro; 16) Villaviciosa de
Odón; 17) Camino de la Yesera; 18) Arenero de Soto; 19) Ci.;abaña 35/40; 20) Fontarrón; 21) Zam-
bujal; 22) Morra del Quintanar; 23) El Acequión; 24) Cabezo Juré; 25) Trastejón y Puerto Moral; 26)
El Acebuchal; 27) Llanete de los Moros; 28) Cerro del Prado; 29) El Malagón, 30) La Bastida; 31)
La Ceñuela; 32) Parazuelos; 33) Al miza raque; 34) Cerro Virtud; 35) El Argar; 36) Lugarico Viejo; 37)
Los Millares; 38) Son Matge.

Figura 2. Mapa de distribución de los hallazgos de la península ibérica de vasijas de


reducción de minerales (según Montero, 2010).

simples fundiciones (Fig. 3) o éstas seguidas de forja o martillado en frío,


pero existen también procesos más complejos en los que se añade un re-
cocido, e incluso -en raras ocasiones- de nuevo una segunda forja en
frío tras éste. Normalmente el proceso de fundición simple deja pocas es-
corias, lo que explicaría la escasez de éstas en yacimientos calcolíticos.

219
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 3. Hogar utilizado para la reducción de mineral y otrs tareas metalúrgicas


en Los Millares (Almería), foto de F. Contreras y A. Moreno, (en Montero, 2010).

Tampoco la capacidad de estas vasijas ni sus condiciones térmicas son ade-


cuadas para la elaboración de lingotes u otras formas de metal en bruto,
que no están representados en el III milenio a. C. de la península ibérica.

El metal conserva, al menos en parte, las características de la composi-


ción original del mineral, lo que permite, junto con las gangas diferentes,
delimitar la procedencia de éste. Así se conoce que los objetos de Almiza-
raque (Almería) proceden de la Sierra de Almagrera, y no de otras zo-
nas más cercanas con recursos cúpricos, y también está claro que en los
yacimientos madrileños el mineral viene de un entorno de hasta 40 km,
en la sierra madrileña. Hasta cuatro tipos diferentes de mineral apare-
cen en los objetos de cobre de La Bauma del Serrat del Pont en La Ga-
rrotxa (Gerona).

Los objetos metálicos son en cobre o en cobre arsenicado, y estos últi-


mos se consideraron como fruto de aleaciones intencionadas, sin embargo,
actualmente sabemos que la mayoría son de origen natural. El hecho de

220
EL Ill MILENIO a. C. EN LA PENíNSULA IBÉRICA: CALCOLÍTICO O EDAD DEL COBRE

que algunos objetos como puñales y alabardas tuvieran más arsénico hizo
pensar en esa posible búsqueda intencionada de unos minerales concretos
con «impurezas» que se distinguen bastante bien por el color. Los estudios
analíticos ponen de manifiesto que este mayor contenido arsenical podría
también estar ligado al proceso de reciclado del metal, en el cual se produ-
ce una pérdida de arsénico. Es evidente que éste se lleva a cabo en los obje-
tos de uso doméstico, pero no en los mencionados puñales y alabardas que
proceden, en su mayoría, de contextos funerarios .
En momentos campaniformes se documenta una gran expansión de
los conocimientos metalúrgicos, un aumento de la producción, y posible-
mente de la importancia económica de esta nueva actividad. Aparecen va-
sijas-horno con decoración campaniforme, y el repertorio formal de los
objetos varía poco, pero sí parece «estandarizarse» en casos como los pu-
ñales de lengüeta y las puntas Palmelas. Las formas son bastante simples,
y muchas veces reproducen formas líticas ya conocidas como cinceles,
punzones o hachas.
Dentro de estas características bastante generales para la Península
Ibérica, hay aspectos concretos diferenciados para algunas regiones. En el
País Valenciano, la metalurgia se asocia al Campaniforme, y la influencia
del sureste es acusada, especialmente en las zonas centroorientales, apare-
ciendo en yacimientos con un desarrollo similar a los de esa zona de la que
reciben objetos y conocimientos.
Relativa abundancia de minerales de cobre, oro y plata hay en el Valle
del Ebro, en donde parece claro un origen local de la metalurgia en so-
ciedades que tienen una cierta «complejidad» social. Hay pequeños punzo-
nes de cobre y láminas de oro batido en ajuares campaniformes, y posible-
mente precampaniformes.
Un tema no del todo resuelto es el origen del cobre utilizado en el Cal-
colítico balear, ya que si bien parte de él puede ser autóctono, hay otros ca-
sos en que no se han encontrado en las islas minerales cuyas caracterís-
ticas respondan a la composición de los objetos encontrados. Evidencias
de vasijas-horno y fragmentos de crisoles están documentadas en torno al
2100 a. C, y la variedad tipológica es escasa; la actividad metalúrgica tiene
poco volumen de producción, y debió de ser esporádica. La mayoría de los
objetos proceden de contextos funerarios, y las sociedades del Calcolítico y
el Naviforme I no presentan diferencias sociales destacables.

221
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Una amplia variedad de recursos cupríferos existe en el noroeste, con


un aprovechamiento local de éstos, en algunos casos. Es díficil diferenciar
la metalurgia precampaniforme de la campaniforme, y buena parte de los
objetos son de elaboración local y a base de minerales autóctonos. Hay di-
ferencias regionales en el proceso de extracción y transformación del mi-
neral, en la tipología, e incluso en la «finalidad» de los objetos.
De finales del III milenio a. C., en el foco minero de la Sierra del Ara-
mo (Asturias) hay restos de galerías; y en el exterior de la mina, de tortas
de fundición y posibles crisoles. Criaderos de mineral hay también en Ga-
licia donde la metalurgia se introduce en una etapa precampaniforme para
unos, y campaniforme para otros. Hallazgos como el de Lavapés (Cangas
de Morrazo, Pontevedra) de fragmentos de barro con escorias podrían ha-
cer pensar en un esporádico y experimental intento de inicio de la metalur-
gia. Por ahora, se cree sin embargo que los objetos y las técnicas llegaron
desde las culturas calcolíticas de la desembocadura del Tajo.
En la región de Madrid los primeros objetos de cobre son de finales del
III milenio a. C. La mayor parte de la actividad metalúrgica se dedica al
consumo interno de pequeños grupos que elaboran objetos sencillos y uti-
litarios y que carecen de una organización social compleja.
La sierra madrileña provee de buena parte del mineral, pero también
hay productos no locales procedentes del intercambio, tanto de materia
prima como de objetos manufacturados.
Vasijas-horno y crisoles barquiformes y circulares en barro sin cocer,
testimonian una tecnología similar en los yacimientos grandes y pequeños.
Merece la pena destacar, en el Camino de las Yeseras (San Fernando de He-
nares, Madrid) la presencia de una estructura de gran tamaño, excavada en
el centro del yacimiento, con restos de minerales, goterones de fundición,
restos orgánicos y otros materiales, que podría hacer pensar en un área de
actividad comunal. Si esto fuera así, tendría paralelos en yacimientos amu-
rallados como Millares, o de recintos de fosos del Valle del Guadiana.
La metalurgia se generaliza en la etapa Campaniforme, muy bien do-
cumentada en esta región, con ajuares funerarios metálicos, sobre todo ar-
mas como las puntas Palmela y los puñales de lengüeta, y también adornos
en oro aparecen en ajuares del ya mencionado Camino de las Yeseras (San
Fernando de Henares, Madrid), en forma de cuentas, placas y una cinta.

222
EL IIJ MILENIO a. C . E N LA PE NÍNSULA IBÉRICA: CALCOLÍTICO O EDAD DEL COBRE

3. LUGARES DIFERENTES, FORMAS DIVERSAS: CÓMO Y DÓNDE


VIVIR. POBLADOS, VIVIENDAS Y ESTRUCTURAS

Los poblados en altura con fortificaciones han sido el prototipo de mo-


delos de asentamiento calcolítico en la península ibérica, con ejemplos pa-
radigmáticos como Los Millares (Santa Fe de Mondújar, Almería) (Figs. 4.1
y 4.2) y Zambujal (Torres Yedras, Portugal).

Figura 4. Poblado Calcolítico de Los Millares (Santa Fe de Mondújar, Almería).


l. Vista general. 2. Entrada principal al poblado.

En general en el sureste hay un predominio de éstos, que crecen en nú-


mero, ocupan zonas hasta entonces vacías y suelen ser de una sola etapa,
aunque hay algunos con niveles anteriores -Neolítico Final- y otros con
perduraciones en la Edad del Bronce.
Sus características básicas se repiten en otras zonas peninsulares y pue-
den resumirse en:

223
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

• Están ubicados en zonas elevadas, espolones o cerros, dominando tie-


rras agrícolas y/o ganaderas, y con frecuencia cerca de fuentes de agua.
• Su extensión es variada, desde los que oscilan en torno a 1 Ha, a los
de tamaño bastante mayor.
• Tienen defensas naturales, y artificiales, con murallas de una o varias
líneas, torres, y bastiones de planta circular y cuadrangular; también
hay fosos, y en algunos casos barbacanas o saeteras.
• Aparecen algunas obras de carácter comunitario.
• Con frecuencia se asocian a necrópolis, y en algunos casos, a un san-
tuario.
• Las vivienda~ son de planta circular, oval y de tendencia rectangular
en algunos casos, y se construyen con mampostería; a base de un zó-
calo de piedras y paredes vegetales; con grandes bloques de piedra
como las de El Pedroso en Zamora; e incluso podemos mencionar al-
gunas cabañas de planta alargada, de materiales perecederos (Fig. 5).
• Hay silos, basureros, y hogares en el interior de las viviendas.

Figura 5. Cabezo del Plomo. Vista de la casa n .0 1 (Fotos: A. M. a Muñoz) .

224
EL Ill MILENIO a. C . EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CALCOLÍTICO O EDAD DEL COBRE

En el sureste parece que se puede hablar de un poblamiento polariza-


do en torno a algunos asentamientos de gran tamaño y urbanizados desde
los que se organizaría la explotación de sus respectivos territorios. Sería el
caso de Los Millares, y la zona del río Andarax; Almizaraque y el Bajo Al-
manzora; El Tarajal en el Campo de Nijar.
Por su parte, los más representativos como Zambujal (Torres Yedras,
Portugal) y Vila Nova de San Pedro (Santarém, Portugal), tienen varias fa-
ses de construcción y podría darse el caso de que hubiera una cierta espe-
cificidad económica en cada uno de ellos.
Los asentamientos de este tipo que aparecen en el País Valenciano co-
mienzan a existir ya en el horizonte campaniforme de transición, es decir,
al final del periodo, y podemos mencionar en la provincia de Alicante, el
Puntal de los Carniceros en Villena o Les Moreres en Crevillente.
Son, por el momento escasos los poblados estables de cierta extensión
y fortificados en la Meseta Norte, pero este tipo de asentamientos viene a
sumarse al, hasta ahora considerado modelo único, de estructuras excava-
das. Un ejemplo de ellos son: Mariselva en Salamanca, el Alto de los Que-
mados en Ávila, o Las Pozas en Zamora.
Hay en otras regiones algunos poblados en cerretes o pequeñas alturas
con cierto control visual sobre el área cincundante, pero sin fortificaciones
ni estructuras que permitan incluirlos en este modelo, junto a otros como
Los Castillejos en las Herrerías (Toledo), o el Gurugú, en Cuenca, que tie-
nen restos de murallas. En el noroeste peninsular hay algunos ubicados en
zonas destacadas con defensas, de pequeño tamaño y estructuras preca-
rias. Cabañas de planta alargada, silos y basureros en un pequeño cerrete
hay en el Soto del Real (Madrid) y La Esgaravita en Alcalá de Henares. In-
cógnitas sobre su ubicación en un espolón de casi 9 Ha plantea también el
Cerro Basura (Pinto, Madrid), con un claro control de los hábitats en llano
y de los recursos naturales.
Los asentamientos en llanura representan en muchas regiones peninsu-
lares el modelo más frecuente del hábitat calcolítico. Son pequeñas aldeas
con actividad agropecuaria y sin fortificaciones ni restos constructivos de
entidad. En algunos casos, como en el País Valenciano representan en la
etapa Precampaniforme la generalización de los poblados al aire libre y el
abandono de las cuevas como lugar de habitación.

225
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 6. Reconstrucción de una casa calcolítica del sureste (en J. J. Eiroa, 2000).

Ubicados, por lo general, en terrazas de ríos, valles, suelos agrícolas o


de pastos, zonas abiertas y con poco control sobre el territorio circundan-
te. En casos como el de la Meseta Sur este hábitat parece representar una
clara continuidad pero con cierta intensificación, del hábitat neolítico.
Apenas existen las estructuras construidas en superficie, salvo algunos
casos como la Ereta del Pedregal en Navarrés (Valencia) que tiene vivien-
das construidas a base de un zócalo de piedras y paredes vegetales (Fig. 6).
Pero lo que caracteriza este modelo de asentamiento son las «estructuras
negativas», o sea, excavadas en el suelo, que han venido denominándose
«fondos de cabaña», aunque actualmente ya sabemos que esa denomina-
ción no se adapta a todos los tipos de estructuras con las que vamos a en-
contramos.
Silos, basureros, depósitos, zanjas y fosas aparecen formando estos
«Campos de Hoyos», que en ocasiones alcanzan dimensiones de hasta 10 Ha,
como es el caso de Les Jovades en Cocentaina (Alicante), o El Ventorro
(Madrid) con un perímetro de 120 x 135 metros, y casi 200 «fondos».

226
EL Il! MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CALCOLíTICO O EDAD DEL COBRE

Junto a estas subestructuras se conservan algunas cabañas de materia-


les perecederos: unas 30 en el mencionado yacimiento de El Ventorro (Ma-
drid); y de grandes bloques de barro, e incluso de sillarejo como es el caso
de Coto Alto (La Tala, Salamanca). Cabañas de piedra de planta cuadran-
gular aparecen en Aragón.
En algunas casas se documentan espacios diferenciados de almacenaje,
hornos, y restos de hogares. Se pueden destacar algunos casos concretos
como el de la Loma de Chiclana en Palomeras (Madrid) con restos de re-
vestimientos de arcilla en cabañas de planta circular, cubiertas de madera
y ramaje, y con suelos de tierra apisonada. El Coll en el Vallés o Ullastret
en Gerona representan este modelo en Cataluña; y El Portillo en Huesca o
Moncín en Zaragoza, en la región aragonesa.
Pequeñas aldeas de cabañas circulares con zócalos de piedra hay en
Baleares, donde, por lo general, son de materiales perecederos: Son Mas
en Valldemosa (Mallorca) y Puig de Ses Torretes en Ibiza.
El hábitat en cuevas y abrigos es muy infrecuente, aunque perduran en
la Meseta Norte, y también en Cataluña, y en Baleares (Cava del Moro en
Manacor, Mallorca y Cava des Fumen Formentera). Se considera un mo-
delo ocasional y esporádico que también está representado en Estreme-
ra (Chinchón, Madrid) y en Aragón, donde encontramos, además los ya-
cimientos conocidos como talleres de sílex al aire libre, en algunos casos
considerados como hábitats estacionales.

4. EL MUNDO DE LAS CREENCIAS: RITOS, LUGARES Y FORMAS


DE ENTERRAMIENTO

Por lo general el rito funerario del Calcolítico peninsular es la inhuma-


ción colectiva, tanto en diversos tipos de construcciones megalíticas como
en cuevas naturales. Con la aparición del Campaniforme, se produce el
paso a inhumaciones individuales, si bien éstas pueden reutilizar los anti-
guos espacios funerarios.
El rito de inhumación colectiva no es una novedad, sino que perdura
desde el Neolítico Final en regiones como el Sureste, el Noroeste, el Su-
roeste y la Meseta Norte. Lo que sí es una novedad es el binomio necró-
polis-asentamiento, pero ésta se produce casi exclusivamente, al menos
por ahora, en el sur peninsular.

227
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Las formas más comunes de las


construcciones megalíticas varían
según las regiones. Tholoi o sepultu-
ras de falsa cúpula, típicos de Milla-
res (Fig. 7), aparecen en otras regio-
nes de esta área, mientras que los
dólmenes son lo más representativo
en la Meseta Norte, (Fig. 8) especial-
mente en la provincia de Salaman-
ca, junto con sepulcros de corredor,
túmulos no dolménicos y pequeñas
cámaras circulares cubiertas por un
túmulo.
Bastante variadas son las cons-
trucciones megalíticas catalanas con
dólmenes, cistas grandes, sepulcros
de corredor y galerías; éstas dos úl-
timas de perduración anterior, y reu-
tilizadas todas ellas durante la Edad
del Bronce.
Figura 7. Tumba de Los Millares.
El conocido como fenómeno tu-
mular comprende una serie de enterramientos de gran diversidad estructural,
pero con un elemento común que los cubre, y que da nombre a las sepulturas
calcolíticas del noroeste. Hay grandes sepulcros de corredor como Dombate
(La Coruña), junto a sepulturas tumulares pequeñas, con y sin construccio-
nes de piedra en su interior. En general, aparecen en las zonas más occiden-
tales, como es el caso de la necrópolis de As Pontes de García Rodríguez (La
Coruña) con 186, y una variedad formal en los ajuares que habla de una lar-
ga ocupación.
También en Asturias y el País Vasco hay estructuras tumulares, con
o sin construcciones en su interior, y en Cantabria se conoce un enterra-
miento en un conchero, y en ocasiones, en Cataluña, en minas .
No existen construcciones megalíticas en el País Valenciano, pero sí
rito de inhumación colectiva en cuevas, abrigos, covachas y grietas, y tam-
bién en tierras segovianas, catalanas, madrileñas y gallegas hay cuevas
sepulcrales, así como abrigos en Tarragona, y covachos en algunas zonas

228
EL III MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CALCO LÍTICO O EDAD DEL COBRE

O 3c m.
- -.=- ·-

o 5cm. 0 -= - = .....;;;
Scm.

Figura 8. Ajuar del dolmen de Entr etérminos (Madrid)


(según Losada).

de la Meseta Sur. Cuevas artificiales o hipogeos excavados en la roca están


representados en el sureste y suroeste, en esta última zona con nichos y cá-
maras laterales, en algunos casos, y en la primera aparecen también ente-
rramientos en algunos silos. Inhumaciones individuales aparecen en los
lugares de habitación, incluso dentro de los «fondos de cabaña», del Cal-
colítico precampaniforme madrileño. En Baleares hay varios tipos de en-
terramientos de inhumación colectiva: sepulcros de corredor y cámara de
tendencia rectangular, y dólmenes; cuevas naturales; cuevas artificiales o
hipogeos de planta circular, ovoide, y sobre todo rectangular. También hay
inhumaciones individuales, de un momento avanzado.

229
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

El número de inhumados varía desde 10 a 100 o más individuos, y


en ocasiones su carácter de osarios con reutilización y remociones hace
que no puedan delimitarse claramente las deposiciones de restos huma-
nos, ni tampoco la atribución concreta de los ajuares. Sin embargo se
cree en el carácter privado de algunos enterramientos que llevarían su
ajuar individual. Se utilizaría un mismo espacio funerario pero con un
rito diferente.
A finales del Calcolítico o en la etapa Campaniforme, según las regio-
nes, se produce un cambio en el sistema de enterramiento, pasando de la
inhumación colectiva a la individual. Sepulturas en fosas aparecen en las
cuencas del Duero y del Tajo, y en ocasiones varias de ellas se cubren con
un túmulo, como ocurre en Aldeagordillo y El Tomillar (Ávila)
Fosas de inhumación individual existen también en el sur meseteño, y
en Tarragona destacan los cinco enterramientos con ajuares diferenciados
de cerámica campaniforme y botones piramidales con perforación en «V»
encontrados en la Cova del Calvari (Amposta).
Los enterramientos más representativos del Campaniforme son inhu-
maciones individuales, y a veces dobles, en fosa, pero también los hay en
cistas, grietas naturales, y las ya mencionadas estructuras megalíticas an-
teriores.
Los ajuares son muy variados y realmente los que tenemos más clara-
mente documentados son los de momentos campaniformes, con adornos
diversos; objetos de metal, sobre todo puntas Palmelas y puñales de len-
güeta, cerámica con esta decoración y formas de vaso, cuenco y cazuela, y
puntas de flecha de sílex. Enterramiento típico de ajuar campaniforme es
el de Fuente Olmedo en Valladolid con las tres formas cerámicas con de-
coración campaniforme incisa, un puñal de lengüeta y once puntas Pal-
melas de cobre, una punta de flecha de sílex, un brazalete de arquero, y
una cinta de oro. En el sureste hay también en algunos ajuares, cerámi-
cas lisas y de soles y ojos, típicas de Millares; ídolos cilíndricos y de placa
y aretes de plata.
Destacables son los riquísimos ajuares de la Cueva La Barsella en To-
rremanzanas y la Cueva de La Pastora en Alcoy, ambas en la provincia de
Alicante y de rito de inhumación colectiva. Aparecen puntas de flecha, lá-
minas y dientes de hoz en sílex; alfileres de hueso, colgantes de concha,

230
EL III MILENIO a . C. EN LA PENÍNS ULA IBÉRICA: C ALCOLÍTICO O EDAD DEL COBRE

cuentas de collar en pizarra, azabache y calaíta; peines de asta, cerámi-


cas e ídolos de hueso oculados de tipo Millares, junto a escasos punzones
de cobre.
Ajuares compuestos por cerámicas, botones de hueso, punzones de co-
bre, brazaletes de arquero y puñales de remaches, se documentan en mo-
numentos megalíticos de Baleares. En Galicia, en la primera etapa Cal-
colítica, los ajuares se componen de mazas con perforaciones bicónicas,
dobles hachas perforadas, hachas y dobles azuelas en piedra pulimentada;
puntas de flecha de sílex y cuentas de collar de azabache y variscita, ·e in-
cluso de otras piedras duras locales.

5. SUBSISTENCIA: AGRICULTURA Y GANADERÍA.


NUEVAS TÉCNICAS, OCUPACIONES DIVERSAS

La diversidad geográfica de la península ibérica tiene como consecuen-


cia la existencia de diferentes recursos de subsistencia. En general, la agri-
cultura y la ganadería son los dos pilares fundamentales de la alimenta-
ción de las gentes del III milenio a. C., con un sistema económico mixto,
aun cuando puede haber algunas zonas más especializadas en una de estas
actividades.
En agricultura, se produce, en mayor o menor medida según las regio-
nes, una intensificación de la producción, y una diversificación de produc-
tos y ampliación de terrenos cultivados. Probablemente el crecimiento de-
mográfico juegue un papel decisivo en todo esto, así como, en la necesidad
de introducir mejoras técnicas en la agricultura, como los sistemas de irri-
gación, el uso del arado y la utilización de animales como fuerza de tiro.
En el sur peninsular ésta se desarrolla tanto en las tierras áridas del
sudeste, como es el caso de Los Millares, como en las fértiles regiones
del suroeste, donde, sin embargo, la introducción de plantas y anima-
les fue tardía. Evidente sí es la necesidad de la proximidad de agua, un
recurso indispensable para plantas y animales, y se tiene documentada
la existencia de regadío, en las acequias de Los Millares y el Cerro de la
Virgen de Orce.
Hay trigo y cebada; leguminosas como habas y lentejas, y una posible
arboricultura; lino y posiblemente olivo. Algunos guisantes aparecen en

231
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Cataluña donde también se recogen frutos silvestres; en la Meseta Sur hay


madroños y bellotas; y lentejas en el valle del Ebro, en donde está docu-
mentada una economía agropastoril con desplazamientos estacionales re-
lacionados con el ganado.
En la ganadería se produce un descenso en las especies salvajes, aun-
que no desaparecen por completo; de hecho se cazan ciervos en varias
regiones, y en menor proporción corzos, linces, liebres y jabalíes. Ove-
jas, cabras, bóvidos, cerdos y caballos, en mucha menor medida, son las
especies animales más frecuentes, con una cierta tendencia a subir los
bóvidos frente a los ovicápridos. Parece clara la utilización de los pri-
meros como fuerza de tracción, y también para la obtención de produc-
tos secundarios: leche. La presencia de queseras para elaborar quesos lo
confirma.
Hay una industria textil de lino y lana, con pesas de telar como testimo-
nio, pero que en la mayoría de las regiones es de simple abastecimiento, e
igualmente se constata el desarrollo de la cestería.
La presencia de materias «exóticas» en los yacimientos hace pensar
en la existencia de intercambios, no sólo regionales sino interregionales,
e incluso de larga distancia. Variscita, ámbar y conchas marinas de ori-
gen no local hay en la Meseta Sur; sílex no local y variscita en el noroeste;
marfil, ámbar y calaíta en el País Valenciano; y azabache, mármol, calaí-
ta, marfil y cuentas de collar en cáscara de huevos de avestruz en el sur.
En la región Centro se documenta ya en la etapa Campaniforme, la ex-
plotación de salinas, imprescindible recurso que tal vez fuera «controlado>>
y se convirtiera en un bien estratégico. Testimonios de la explotación de sal
por el método de ignición hay en Espartinas (Madrid), zona en la que tam-
bién se obtienen otros recursos naturales como sílex, arcilla y granito y ro-
cas metamórficas procedentes de la sierra de Madrid, y también en Molino
Sanchón II, en Villafáfila (Zamora).
La metalurgia, a la que ya se ha dedicado un apartado específico, no
fue una actividad económica básica en esta etapa de la península ibé-
rica. Ligada en muchas zonas a la aparición del Campaniforme, produ-
ce objetos no utilitarios y es para consumo interno de las comunidades
que, en general, se abastecen de minerales cúpricos locales El sudeste
y el suroeste sí «exportan» algunos objetos y la tecnología metalúrgica,

232
EL lll MILENIO a. C. EN LA PENíNSULA IBÉRICA: CALCOLÍTICO O EDAD DEL COBRE

pero en muy pequeña escala, y sin incidencia importante en el desarro-


llo económico.
Talleres artesanales de sílex existen en varias zonas, destacando - por
su posible especialización- el de El Pedroso en Zamora, con puntas de
flecha de sílex.

6. EL AJUAR DOMÉSTICO: ÚTILES Y HERRAMIENTAS.


EL «ARREGLO» PERSONAL: ADORNOS Y OBJETOS
PRESTIGIOSOS. LAS ARMAS

En el Calcolítico peninsular, los útiles y herramientas de uso cotidiano


siguen elaborándose en piedra y hueso, ya que el cobre no sustituye a és-
tos, salvo en casos muy concretos y excepcionales. Solamente los punzones
«Conviven» en ambas materias: hueso y metal.
En sílex aparecen útiles sobre largas hojas o bien sobre láminas; hay
restos de talla, raspadores, lascas retocadas, núcleos, algunas raederas,
denticulados; cuchillos y algunos puñales en el sureste y el País Valencia-
no, así como algunas sierras en ambas mesetas. Esporádicamente, apa-
recen alabardas, y abundan los dientes de hoz, y las puntas de flecha con
tipología variada: de pedúnculo y aletas, de base cóncava, triangulares, lo-
sángicas, cruciformes, de retoque lateral y romboidales (Figs. 9 y 10).
La piedra pulimentada se usa para la fabricación de hachas y azuelas,
algunas de las primeras en basalto en la Meseta Sur (Fig. 11); hay mole-
deras y manos de moler de granito o bien en otras rocas metamórficas,
alisadores, menos frecuentes, y machacadores: algunas mazas, crisoles y
martillos de minero; cinceles y gubias casi exclusivamente en el sur. Los
conocidos como brazaletes de arquero se asocian al Campaniforme y es-
tán representados en todas las regiones, con una o dos perforaciones, sal-
vo en Baleares que tienen varias.
El hueso se usa, sobre todo, en la confección de punzones y espátu-
las; hay algunas agujas, y escasas leznas, varillas y alisadores. Esporá-
dicas puntas de flecha, y pocos alfileres, en el caso del País Valenciano,
con la cabeza decorada. Característicos son los botones con perforación
en «V», generalmente con Campaniforme, y con formas piramidales y lo
prismáticas. Los hay en el sudeste, en Cataluña, Baleares, región Centro,

233
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

o 3

Figura 9. Utillaje laminar en piedra tallada.

234
EL Ill MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CALCOLÍTICO O EDAD DEL COBRE

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Figura 10. Puntas de flecha en piedra tallada.

235
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA


o 2

Figura 11. Hachas en piedra pulimentada.

236
EL Ill MILENIO a. C . EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CALCO LÍTICO O EDAD DEL COBRE

y como elemento curioso, destaca uno realizado sobre colmillo de elefan-


te de Son Matge en Valldemosa (Mallorca), y otro de marfil de El Caste-
llón (Ciudad Real) .

Variadísimas son las formas y decoraciones cerámicas que hay docu-


mentadas en el suelo peninsular, salvo el caso del campaniforme, repre-
sentado en todas ellas, eso sí, con sus variantes decorativas. Las cerámi-
cas lisas aparecen en todas las zonas, pero pueden mencionarse algunos
tipos diferenciados como las incisas con motivos geométricos y naturalis-
tas (ojos y soles) representativas de Millares, o los copos y tazas carena-
das del suroeste. Impresas y con relieves aparecen en la Meseta Sur, con
vasos carenados y grandes recipientes, además de formas globulares y se-
miesféricas que son las más frecuentes. Representativas de Cataluña son
las conocidas como tipo Veraza, con grandes cordones, pastillas en relie-
ve y mamelones, sobre grandes jarras cilíndricas.

El Campaniforme aparece en las tres formas típicas: vaso, cuenco y


cazuela, pero también hay fuentes, recipientes de almacenaje, e incluso
vasijas-horno; caso excepcional es una copa hallada en El Ventorro (Ma-
drid). La decoración varía, y se reparten los tipos marítimo, Ciempozue-
los y puntillados, así como .las cardados (Fig. 12).
Recipientes en cáscara de hue-
vo de avestruz hay en el sureste; y
tenemos representadas en varias
zonas, queseras, coladores y pe-
sas de telar en barro cocido.
2
Entre los adornos se encuen-
tran cuentas de collar en hueso,
concha, piedra pulimentada, e in-
cluso en azabache, calaítalvarisci-
ta y conchas marinas no locales;
peines en hueso hay en Murcia y
el País Valenciano, y los colgantes
se elaboran en conchas, dientes o
4
colmillos.
Figura 12. 1, 2 y 3. Vasos y cuenco
Se incluyen aquí los ídolos, campaniforme de La Atalayuela (Madrid).
muy representativos en el sur, 4: Ciempozuelos (Madrid). (Según Alday Ruiz).

237
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

o 2

Figura 11. Hachas en piedra pulimentada.

236
EL Ill MILENIO a . C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CALCOLÍTICO O EDAD DEL COBRE

y como elemento curioso, destaca uno realizado sobre colmillo de elefan-


te de Son Matge en Valldemosa (Mallorca), y otro de marfil de El Caste-
llón (Ciudad Real).
Variadísimas son las formas y decoraciones cerámicas que hay docu-
mentadas en el suelo peninsular, salvo el caso del campaniforme, repre-
sentado en todas ellas, eso sí, con sus variantes decorativas . Las cerámi-
cas lisas aparecen en todas las zonas, pero pueden mencionarse algunos
tipos diferenciados como las incisas con motivos geométricos y naturalis-
tas (ojos y soles) representativas de Millares, o los copos y tazas carena-
das del suroeste. Impresas y con relieves aparecen en la Meseta Sur, con
vasos carenados y grandes recipientes, además de formas globulares y se-
miesféricas que son las más frecuentes . Representativas de Cataluña son
las conocidas como tipo Veraza, con grandes cordones, pastillas en relie-
ve y mamelones, sobre grandes jarras cilíndricas.

El Campaniforme aparece en las tres formas típicas: vaso, cuenco y


cazuela, pero también hay fuentes, recipientes de almacenaje, e incluso
vasijas-horno; caso excepcional es una copa hallada en El Ventorro (Ma-
drid). La decoración varía, y se reparten los tipos marítimo, Ciempozue-
los y puntillados, así como .las cardados (Fig. 12).

Recipientes en cáscara de hue-


vo de avestruz hay en el sureste; y
tenemos representadas en varias
zonas, queseras, coladores y pe-
sas de telar en barro cocido.
2
Entre los adornos se encuen-
tran cuentas de collar en hueso,
concha, piedra pulimentada, e in-
cluso en azabache, calaíta/varisci-
ta y conchas marinas no locales;
peines en hueso hay en Murcia y
el País Valenciano, y los colgantes
se elaboran en conchas, dientes o
4
colmillos.
Figura 12. 1, 2 y 3. Vasos y cuenco
Se incluyen aquí los ídolos, campaniforme de La Atalayuela (Madrid).
muy representativos en el sur, 4: Ciempozuelos (Madrid). (Según Alday Ruiz).

237
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

pero que aparecen también en otras regiones. Característicos son los deno-
minados ídolos-placa del suroeste, elaborados en pizarra (Figs. 13 y 14);
hay también ídolos aculados sobre falanges óseas de animales (Fig. 15);
betilos cilíndricos de piedra de caliza blanca (Fig. 16), y los antropomorfos

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Figura 13. Ídolos placas con decoración grabada del Alemtejo: adornos, posibles
tatuajes y oculados. l. Anta do Carvao. 2. Anta de Santiago Mayor. 3. Tumba 1 de
Barbacana. 4. Mértola. (Según Leisner).

238
EL Ill MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CALCO LÍTICO O EDAD DEL COBRE

Figura 14. Ídolos placas de Granja de Céspedes en Badajoz


y Valencina de la Concepción en Sevilla.

Figura 15. Ídolos aculados sobre hueso Figura 16. Ídolos aculados y cilíndricos
de Almizaraque (Almería). de mármol, procedentes de Morón de la
Frontera (Sevilla).

239
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 17. Figuritas humanas, masculinas y femeninas en mármol y caliza, con tatuaje
facial y melena ondulada. Proceden de La Pijotilla, en Badajoz. (Según V. Hurtado) .

240
EL Ill MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CALCOLÍTICO O EDAD DEL COBRE

en mármol y caliza de La Pijotilla (Ba-


dajoz) (Fig. 17) y de hueso del Cerro Ca-
bezo (Valencina de la Concepción, Se-
villa). Caso excepcional son los tres
ídolos de violín de Los Castillejos (Tole-
do). Escasos son los adornos en metal:
plaquitas y cuentas de collar en oro,
chapitas e incluso alguna diadema en la
Meseta Norte.
Para finalizar este apartado de cultu-
ra material se deben mencionar los ob-
jetos elaborados con la nueva materia
prima: el cobre. Hay punzones casi de
forma general, algunos escoplos y cin-
celes; hachas, hachas-escoplo y cuchi-
llos curvos en Galicia y hachas planas
en la cornisa cantábrica, Meseta Nor-
te, sureste y País Valenciano. Asocia-
dos al Campaniforme aparecen el puñal
de lengüeta y las puntas Palmelas, así
como esporádicas puntas de flechas y
algunas alabardas.

7. MÁS ALLÁ DE LO ÚTIL: Figura 18. Figura antropomorfa de


EL VASO CAMPANIFORME Almizaraque (Almería).

Cuando hablamos del Vaso Campaniforme nos referimos a una manifes-


tación arqueológica que ha dado lugar a múltiples hipótesis para explicar
su origen e incluso su propia definición. Lo que tenemos son una serie de
recipientes cerámicos hechos a mano, la mayoría de las veces de color rojo,
con forma de campana, cuencos, y cazuelas, ricamente decorados a base de
motivos geométricos en líneas horizontales y bandas, generalmente impre-
sas con conchas, peines y o cuerdas, aunque también las hay incisas. Apare-
cen prácticamente en toda la Europa calcolítica, en contextos muy variados
de hábitat y enterramientos, desde Bohemia y Moravia hasta el Atlántico, y
desde el Mediterráneo al norte de Europa, e incluso hay manifestaciones en
el norte de África.

241
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Los hábitat son tan variados, como lo son las diferentes regiones en
las que aparecen: desde los poblados fortificados en el sureste de la Pe-
nínsula y Portugal, hasta los simples «campos de hoyos» del interior ibé-
rico peninsular. Con respecto a las tumbas, se consideraron «propias y
características» las inhumaciones individuales en fosa, pero actualmente
ya sabemos que hay cerámica campaniforme en inhumaciones en cue-
vas artificiales, bajo túmulos, e incluso en sepulcros megalíticos reuti-
lizados. En general, los vasos procedentes de ajuares funerarios son de
mejor calidad y suelen aparecer asociados a puñales de lengüeta y pun-
tas Palmelas de cobre, brazaletes de arquero de piedra pulimentada, bo-
tones de hueso con perforación en «V», y en ocasiones objetos de ador-
no de oro. Este conjunto de materiales se consideró durante bastante
tiempo el ajuar típico de los enterramientos campaniformes, pero el es-
casísimo número de hallazgos de este tipo ha hecho reconsiderar esta
valoración. Sin embargo hay otra serie de objetos asociados a cerámicas
campaniformes en diferentes contextos, como son las puntas de flecha
de sílex, algunos punzones biapuntados, hachas planas y alguna alabarda
en cobre.
Los primeros hallazgos del Vaso Campaniforme se estudiaron como
una manifestación cultural independiente del contexto donde se encon-
traban, y de hecho se denominó «fenómeno, cultura o civilización cam-
paniforme» llegando a vincularlo con una raza o pueblo, creadora y di-
fusora del mismo que estaba directamente relacionada con los grupos
que propagaron la metalurgia del cobre. Se les consideró pastores, pros-
pectores metalúrgicos, e incluso grupos guerreros, o bien mercaderes
que ofrecían objetos de prestigio, entre los que se encontraría el vaso
campaniforme. En la actualidad ya está claro que no es un fenómeno
unitario, y que su papel en la difusión de la metalurgia del cobre no está
nada claro.
Las teorías sobre su origen son desde el comienzo del siglo xx nume-
rosísimas, desde la que propone un origen en el Próximo Oriente asiáti-
co a las que hacen radicar su cuna en el occidente europeo. En ambos ca-
sos la gran extensión geográfica en la que aparecen estos recipientes hace
pensar en un fenómeno migratorio como explicación del proceso, y lo
que varía es el punto de origen y la ruta de los colonos. Centroeuropa es
el lugar que se añade a los dos anteriores junto a la teoría del «reflujo» y
otras similares, que postulan modelos alternativos con varios lugares de

242
EL I!! MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CALCO LÍTICO O EDAD DEL COBRE

origen para los diversos tipos cerámicos. Desde los años 70 del siglo pa-
sado se establecen planteamientos diferentes, alejados de los difusionis-
tas y basados en el análisis de las culturas que poseen esta cerámica, más
que en el mero objeto.
Todas estas hipótesis o modelos explicativos ponen de manifiesto la di-
ficultad de interpretar esta cuestión. Actualmente se tienen algunos datos
de interés por los que parece verosímil que el campaniforme no es el cau-
sante de una serie de cambios en la estructura social, sino más bien una
de las consecuencias de éstos; también, al menos para algunos prehistoria-
dores, lo parece el hecho de que su difusión aprovecha redes comerciales
anteriores, no las crea. Por otra parte, ya es evidente que estos recipientes
heredan técnicas anteriores y no son una moda repentina, y también que
- además de los intercambios- hubo movimientos de población que co-
laboraron en la difusión de estas cerámicas. Y por último, y no por ello lo
menos importante sino todo lo contrario, éste no es un tema que pueda es-
tudiarse como un conjunto monolítico, homogéneo, sino que el Vaso Cam-
paniforme varía según las zonas geográficas y los contextos culturales par-
ticulares en los que está representado.
En la Península Ibérica se aceptan en la actualidad, cinco estilos de
esta cerámica campaniforme:
• Tipo AOC (All Over Corded): las formas predominantes son vasos
con perfil en S, en forma de campana con decoración impresa de
cuerdas en motivos de bandas horizontales
• Marítimo: con decoración a peine yo ruedecilla con motivos diferen-
tes, sobre todo, en espina de pez.
• CZM (Corded Zone Maritim): con decoración a peine y ruedecilla
dentro de bandas delimitadas con impresiones de cuerda.
• Puntillado: con decoración puntillada a base de motivos geomé-
tricos.
• Estilos regionales: grupos de Palmela, Salamó, Carmona, Ciempo-
zuelos, sureste, levante, Meseta, Galicia, valle del Ebro y Baleares.
La distribución no es homogénea y algunos tipos como el marítimo, se
concentran casi exclusivamente en una zona, en este caso, el estuario del
Tajo (Fig. 19).

243
PREHISTORlA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

La decoración cardada, consiste en la


impresión de cuerdas en la arcilla blanda
en líneas horizontales; la decoración incisa
aparece en metopas y en los fondos de los
vasos a veces de forma radial; la impresa
cardada en bandas horizontales puntilla-
das, y a veces delimitadas por líneas corda-
das; y la impresa puntillada en bandas hori-
zontales rellenas de puntos. Se acepta de
forma bastante generalizada su considera-
ción como objeto de prestigio que sería
motivo de intercambio a través de las re-
des calcolíticas europeas. Posiblemente es-
tuviera relacionado con algún ritual, y su
presencia en ajuares funerarios pondría de
manifiesto la categoría del inhumado.
Por lo que se refiere al aspecto crono-
lógico, Harrison (1977, 1995) propone un
periodo entre el 2200-2150 a. C. para las
cardadas y marítimas; 2150 -1700 a. C.
para los principales estilos regionales:
Ciempozuelos, Palmela, Salamó Sureste y
Figura 19. Cazuela y Baleares; y entre 1700-1600 a. C. para los
vaso campaniforme. estilos regionales tardíos como Carmona,
Elche, Ebro central y Soria.
Sin embargo, la discusión sobre este punto sigue abierta y en la penín-
sula ibérica las manifestaciones campaniformes aparecen en los inicios del
III milenio a. C y perduran incluso hasta más allá de la mitad del II mile-
nio a. C., como es el caso del grupo de Carmona.

COMENTARIO DE TEXTO

«Existen varias opciones sobre quién o quiénes realizan las distintas activi-
dades, en función de los sistemas de intercambio/comercio, la especialización
productiva y los lugares donde se realizan las actividades. En los inicios de la
metalurgia no parece que se detecte especialización diferencial entre el extrae-

244
7TEMA
EL II MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA:
CONTINUIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRIMERAS
ETAPAS DE LA EDAD DEL BRONCE

Ana Fernández
Amparo Hernando

Estructura del tema: l. Lo que fue y lo que es: completando vacíos. 2. Cultura
de El Argar: el paradigma. 3. El suroeste: un registro arqueológico incompleto.
4. Bronce Valenciano: el valor de lo cotidiano. 5. La Mancha: diferentes ma-
neras de vivir. 6. La Meseta Norte: ayer y hoy. 7. Noroeste: el comienzo de una
nueva «Comunidad» de costumbres e intereses. 8. El valle del Ebro, País Vasco
y Baleares: regiones cada vez más definidas. Pervivencias e innovaciones. Co-
mentario de texto. Lecturas recomendadas. Actividades. Ejercicios de autoeva-
luación. Bibliografía. Solucionario a los ejercicios de autoevaluación.
Palabras claves: II milenio, Edad del Bronce, Argar, Cerro de La Encantada,
Atalaia, Ereta del Pedregal, «Campos de Hoyos», Horizonte de Montelavar o
Roufeiro, Navetiformes.
Introducción didáctica: Hasta la década de los 60 del siglo pasado, la Cultura de
El Argar es la única representante de la Edad del Bronce Antiguo y Medio en la
Península Ibérica. A partir de esa fecha, sucesivos descubrimientos en otras re-
giones peninsulares configuran un panorama mucho más completo con desa-
rrollos culturales diferenciados en todo el suelo peninsular. El Bronce Valencia-
no, el Bronce del suroeste, ambas mesetas, o el noroeste peninsular, adquieren
carta de naturaleza y presentan una serie de características unitarias propias de
este periodo, junto a diferencias evidentes en muchos de los aspectos de la cultu-
ra material e incluso del tipo de asentamientos o formas de enterramientos.
De todas estas áreas, así como del resto de regiones peninsulares e insulares
que van estando cada vez más definidas, trata este tema en el que conviven
elementos autóctonos y también innovaciones. Un claro crecimiento demográ-
fico, la revalorización de la ganadería y productos derivados, una cierta espe-
cialización de productos, un progresivo aumento de la minería y la metalurgia,
o la consolidación del rito de inhumación individual, con la consiguiente dife-
renciación en los ajuares, son algunos de los aspectos más significativos de los
contenidos de este tema.

251
PREHISTOR1A RECIENTE DE LA PENíNSULA lBÉRlCA

1. LO QUE FUE Y LO QUE ES: COMPLETANDO VACÍOS

Son muy numerosas las periodizaciones y denominaciones que ha


recibido la Edad del Bronce en la Península Ibérica desde que comen-
zaron las investigaciones a finales del siglo XIX . Los hermanos Siret ex-
cavan entre 1881 y 1887 en la provincia de Almería, y ponen el punto de
arranque de este proceso cuando publican, en 1890, su obra Las prime-
ras edades del metal en el Sudeste de España. Durante bastantes años, la
Cultura Argárica se convertirá en la referencia básica para todo el terri-
torio peninsular.
Pedro Bosch Gimpera establece en 1932 cuatro grandes periodos, in-
tentando relacionarlos con los de Europa Central, y posteriormente (19 54)
propone tres etapas, al igual que había hecho Luis Pericot en 1934. En la
década de los 40 del siglo pasado Martín Almagro Basch ( 1941) considera
la existencia de cuatro etapas, entre las que incluye un Eneolítico, mien-
tras que Julio Martínez Santaolalla en 1946 distingue entre un Bronce Me-
diterráneo y otro Atlántico. El establecimiento de tres etapas propuesto en
el I Congreso Nacional de Arqueología, celebrado en Almería en 1949, con un
Bronce I equivalente a Eneolítico, un Bronce II o Argárico, y un Bronce III o
etapa final, cierra esta serie de periodizaciones que tienen como referencia
básica el sureste peninsular muy especialmente El Argar.
La inicial consideración de esta cultura, o bien de su influencia, como
representativa de la Edad del Bronce peninsular, va restringiéndose a me-
dida que se descubren otras manifestaciones culturales con entidad pro-
pia en diversas regiones. Y así, en 1963, el profesor Miguel Tarradell es-
tablece la etapa del Bronce Valenciano, y dos años más tarde plantea tres
áreas diferenciadas, con características comunes, pero también rasgos
propios originales: Argar, Bronce Valenciano y Bronce del sur de Por-
tugal, al que cree podría incorporarse la Andalucía Occidental. Será H.
Schubart quien en 1974 defina y delimite lo que hoy conocemos como
Bronce del Suroeste.
La década de los 70 aportará también novedades en otros territorios pe-
ninsulares. Comienzan las excavaciones en la Meseta Sur con un proyecto
de la Universidad de Granada que saca a la luz el tipo de asentamiento co-
nocido como «motilla» que da nombre, en principio, a una cultura epóni-
ma. Desde 1977 un equipo de la Universidad Autónoma de Madrid excava

252
EL Il MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CONTINU IDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRIMERAS ETAPAS ...

en la provincia de Ciudad Real, y en la de Albacete lo hace un grupo de in-


vestigadores dirigidos por Manuel Femández Miranda. Por su parte se ini-
cian trabajos de prospección en el corredor de Almansa y de excavaciones
en el Cerro del Cuchillo. Todos estos trabajos permiten establecer un am-
plio panorama de formas de ocupación, con variedad de emplazamientos,
generalmente de ocupación prolongada, que conforman una nueva área
hoy conocida como Bronce de La Mancha.
En la Meseta Norte y la región Centro, la perduración del Campanifor-
me y las «influencias argáricas» fueron consideradas las manifestaciones
culturales representativas de este periodo, hasta que la revisión cronoló-
gica de Cogotas I, basada en un origen campaniforme de las cerámicas de
boquique y excisas, y excluida la procedencia europea cronológicamente
posterior de éstas, pone de manifiesto la existencia de una fase Protocogo-
tas que sería el Bronce Medio de estas zonas. Germán Delibes (1977) esta-
blece un Bronce Antiguo y un Bronce Medio con fuertes pervivencias ante-
riores, pero también con elementos nuevos.
En el noroeste peninsular se distinguen también estos dos periodos,
con una creciente incidencia del mundo atlántico que desembocará en el
Bronce Final, en lo que se conoce como Bronce Atlántico. El noreste y Ba-
leares proporcionarán manifestaciones culturales propias a lo largo de este
II milenio a. C., en ocasiones con fuertes perduraciones anteriores.
No es fácil en muchos casos delimitar con claridad la etapa Calcolítica
y el Bronce Antiguo, y tampoco éste del Bronce Medio o Pleno. Hay hori-
zontes de transición, vinculados o no al Campaniforme, con límites crono-
lógicos diferentes y en ocasiones imprecisos, y también el final de la segun-
da etapa plantea hipótesis diversas como la existencia o no de un Bronce
Tardío y las características de éste.
La información arqueológica para todo este milenio es muy heterogé-
nea, careciendo en algunas zonas de estructuras y restos materiales salvo
algunos objetos metálicos descontextualizados, pero con tipologías pro-
pias de uno u otro periodo. Sí que tenemos, al menos para la mayoría de
las áreas culturales mencionadas, una serie de características unitarias que
exponemos brevemente.
• Hay un crecimiento demográfico que incrementa la demanda de los
productos de subsistencia y de las materias primas.

253
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

• Se produce un aumento de las explotaciones ganaderas y una «reva-


lorización» de los animales, consecuencia del uso de éstos para labo-
res agrícolas o transporte, y para la producción de productos deriva-
dos de la leche o la lana. La carne de consumo más frecuente es la de
ovicápridos, los bóvidos se usan como fuerza de tracción en las labo-
res agrícolas, los caballos para transportar carga, e incluso para mon-
ta, y vacas y cabras para la obtención de lácteos.
• A mediados del milenio parece probada en algunos yacimientos una
especialización económica de productos que se intercambian.
• De nuevo, se discute el papel del metal, y aun más, la hipótesis de
que el mayor o menor número de asentamientos de una región esté
vinculado a la existencia de minerales, pues zonas como la valen-
ciana con escasas posibilidades mineras estuvieron densamente po-
bladas, con una base de subsistencia ganadera y de agricultura ce-
realista.
• En general, se puede destacar la gran importancia de estas dos ac-
tividades, el creciente descenso de la caza, y el progresivo aumento
del comercio, la minería y la metalurgia. Igualmente hay una mayor
especialización, una creciente jerarquización, y diferencias de rique-
za no solamente entre individuos sino también entre comunidades.
• Se consolida el rito de inhumación individual, fundamentalmente en
fosas y cistas, aunque también aparecen grietas, covachas y tinajas.
• El metal se usa cada vez más en armas y utensilios, que sustituyen
paulatinamente a los de piedra, y la orfebrería aumenta su produc-
ción. Aparecen aleaciones y moldes monovalvos y bivalvos, y la varie-
dad tipológica se manifiesta en la aparición de espadas, y los nuevos
tipos de puñales, puntas de flecha y alabaradas.

2. CULTURA DE EL ARGAR: EL PARADIGMA

Con este nombre, que es el de un yacimiento ubicado en Antas (Alme-


ría), se designan las manifestaciones culturales del JI milenio a. C en una
región del sureste español que comprende las tierras costeras y del interior,
desde el río Vinalopó en el sur de Alicante hasta la vega de Granada, estan-
do el núcleo principal en las provincias de Murcia y Almería.

254
EL Il MILENIO a . C. E1 LA PE NÍNS ULA IBÉRICA : CONTINUIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRIMERAS ETAPAS ...

Sobre la transición Millares-Argar, un estudio reciente de Vicente Lull y


otros (2010), concluye que las manifestaciones calcolíticas cesan en la se-
gunda mitad del siglo XXIII a. C., mientras que las primeras argáricas no
aparecen antes del 2200 a. C., y parece claro que los asentamientos calcolí-
ticos se abandonan, o se remodelan totalmente, aunque apenas hay do? ca-
sos de continuidad de éstos. La desaparición de las sociedades calcolíticas
es generalizada y da paso a diferentes modelos, uno de ellos lo que será la
sociedad argárica, pero pudo haber un breve lapso temporal entre ambos
procesos o incluso un pequeño solapamiento.
Las periodizaciones internas de este periodo arrancan con la de B. Blan-
ce en 1971, que establece dos etapas: Bronce A o Antiguo y Bronce B o
Medio. Las hipótesis se suceden desde entonces: Antonio Arribas (1976) y
Vicente Lull (1983) proponen tres fases; Castro y otros (1996) hasta seis pe-
riodos que incluyen un Bronce Tardío; cinco es la idea de Francisco Nava-
rro (1982), y tres la de Fernando Molina y J. A. Cámara (2004). De nuevo,
cuatro es la propuesta de Juan J. Eiroa (2004). No detallaremos aquí las
fechas ni las denominaciones concretas, sino que simplemente menciona-
remos que en todos los casos se plantea una etapa antigua o inicial, y una
plena, media o de apogeo, según autores. Lo que varía son las fechas con-
cretas de cada una de ellas, y también la inclusión o no de una etapa pre-
via de transición, y la de un Bronce Tardío, previo al final, que representa-
ría el comienzo del declive argárico.
La organización territorial y la ubicación de los asentamientos varía
con respecto a la anterior etapa calcolítica. La mayoría de los poblados
de ésta fueron abandonados, e incluso destruidos por incendios y ahora
la mayor parte de los lugares de habitación se construyen en cerros más
elevados y con mejor control visual sobre las llanuras y los cursos fluvia-
les. Priman absolutamente las razones estratégicas y su ubicación es va-
riada: en altura, con defensas naturales, y/o artificiales, como murallas,
bastiones, torres y fosos; y en llanura, en mucha menor medida. Hay al-
gunos poblados de gran tamaño, pero la mayoría de ellos oscila entre una
y tres hectáreas, y generalmente se escalonan en una serie de terrazas ar-
tificiales, apreciándose en algunos una cierta ordenación espacial, con
calles y plazas.
Existen construcciones comunitarias, generalmente en la zona amura-
llada de las cimas: cisternas para recogida y almacenamiento de agua, y

255
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

canalizaciones, graneros para almacenar cereales, corrales para el ganado,


hornos de cerámica, y de fundición del metal, y talleres dedicados a activi-
dades concretas como el tejido, la elaboración de objetos agrícolas (mole-
deras), la molienda, o la fabricación de pesas de telar. En El Argar se con-
servan dos instalaciones para la cocción a gran escala de éstas, y apiladas
en ellas 500 y 100 pesas, respectivamente. Se conservan dos grandes cons-
trucciones cuadradas en Fuente Álamo (Cuevas de Almanzora, Almería),
con dos pisos de altura que han hecho pensar en almacenes fortificados, y
también cinco estructuras turriformes que podrían ser graneros centraliza-
dos. Hay restos de posibles telares en Peñalosa (Jaén) (Fig. 1) y un taller de
marfil en Fuente Álamo (Cuevas de Almanzora, Almería).

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Figura l. Reconstrucción del poblado de Peñalosa (Jaén). (Dibujo de Salvatierra).

Las viviendas son de plantas rectangulares, cuadradas, y absidales, cons-


truidas con zócalos de piedra y alzados de tapial reforzados con postes de
madera sobre los que se apoya una techumbre plana y a una vertiente, en
madera y cañas con arcilla. Tienen, por lo general varias dependencias,

256
EL Il MILENIO a. C . EN LA PENÍNSULA IBÉRJCA: CONTINUIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRJMERAS ETAPAS ...

y algunas, dos pisos, y en el inte-


rior se conservan estructuras como
hogares, bancos, hornos, vasijas
empotradas, y recintos delimita-
dos por lajas. Los suelos son de
barro apisonado, empedrados, e
incluso enlosados.
Las ocupaciones en llanuras
y valles carecen de defensas y de
ordenación espacial, y en ellas
aparecen escasas viviendas de
materiales perecederos, disemi-
nadas por los suelos agrícolas. En
la vega de Granada se ha docu-
mentado un poblamiento en al-
turas y piedemontes que permite
el control de las tierras agrícolas,
los pastos y los recursos minera-
les, y que suele tener una acrópo-
lis en la cima con pocas viviendas
y las construcciones de uso co-
munitario, con el resto de las ca-
sas ubicadas en las terrazas de las
laderas (Fig. 2).
El rito funerario de inhuma-
ción individual se generaliza y Figura 2. Poblado de Castellón Alto en Galera,
suelen ubicarse los enterramien- Granada. Cultura de El Argar.
tos dentro del poblado, a veces
incluso en el subsuelo de las viviendas. Hay necrópolis, y las formas
más comunes son las sepulturas en fosas, cistas, covachas y pithoi o ti-
najas, que durante un tiempo se consideraron índices cronológicos. Ac-
tualmente se cree que las covachas fueron el primer tipo utilizado, lue-
go aparecieron las cistas, las fosas y las tinajas, pero éste es un debate
abierto porque las diferencias cronológicas son muy pequeñas y difíci-
les de concretar en muchos casos. Sí parece clara la diferencia geográfi-
ca de los diversos tipos, y también que en las vasijas predominan las in-
humaciones infantiles.

257
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Los ajuares presentan diferencias cualitativas y cuantitativas bastante


significativas, tanto dentro de cada yacimiento como entre ellos. Parece
clara la relación de espadas y alabardas con inhumaciones masculinas, y
de punzones con las femeninas. Puñales muy variados, pendientes, ani-
llos y brazaletes de cobre, oro y plata, así como cerámicas, especialmen-
te. de formas carenadas, son parte de los ajuares tanto de uno como del
otro sexo.
Las bases fundamentales de subsistencia siguen siendo la agricultura y
la ganadería, y no cambian significativamente las especies, pero sí las for-
mas de producción. Ahora ya no se trata solamente de autoabastecimiento,
sino también de producción de excedentes. Es posible que las pequeñas al-
deas se dedicaran al cultivo, y los grandes asentamientos en cerro al alma-
cenamiento y redistribución de productos. Esto explicaría la existencia de
almacenes, graneros y grandes vasijas, y también la de algunos talleres de
procesado de cereales, a veces con hornos de arcilla.
El predominio de las especies vegetales es para la cebada, cultivo de
secano que se adapta bien a tierras poco fértiles; hay trigo en menor can-
tidad, y se produce un aumento de leguminosas como habas, lentejas y
guisantes. Es muy escasa la representación de vid y olivo, y se han docu-
mentado semillas de lino y árboles frutales.
Ovicápridos y bóvidos son los animales más representados, y más es-
casos son los cerdos y los caballos, aunque es destacable la concentración
de estos últimos en algunos yacimientos, que ha llevado a pensar en una
crianza para intercambio. Caza y pesca son actividades muy escasas y des-
ciende el uso de materias primas foráneas, con el entorno de explotación
de recursos entre los 100 y los 500 Km2 • Hay tejidos de lino, y cuerda y ces-
tas de esparto.
Se produce un aumento de la producción metalúrgica y una mayor di-
versidad tipológica, así como una mejora de las temperaturas que alcan-
zan los hornos. El predomino sigue siendo del cobre y cobre arsenical,
hasta finales del periodo, momento en el que aparece el bronce. Funcional-
mente cambian poco los instrumentos y las armas, pero aparecen las espa-
das y son frecuentes las hojas con nervadura central. En la segunda mitad
del milenio aparecen los lingotes, que indican una acumulación de metal
en bruto, haciendo pensar en un cierto grado de especialización y de inter-
cambios a larga distancia.

258
EL Il MILENIO a. C . EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CONTINUIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRIMERAS ETAPAS ...

La principal zona minera del territorio argárico fue la del núcleo de La


Carolina-Linares, pero también desde Cartagena-Mazarrón llega el mineral
hasta Gatas (Turre, Almería), y en El Argar (Antas) y Fuente Álamo (Cue-
Yas de Almanzora), ambas en Almería se documenta la presencia de obje-
tos procedentes de mineral de la Cuenca de Vera.
En el yacimiento de Peñalosa (Jaén), al sur de Sierra Morena, se do-
cumenta la secuencia metalúrgica completa de extracción y procesado
del mineral de cobre, y al parecer no era una producción de autoabaste-
cimiento - lo normal en la mayoría de yacimientos- sino para un terri-
t orio más amplio. Eran trabajos mineros a cielo abierto, con mazas y
martillos, y el método extractivo de frío-calor; hay vasijas-horno, crisoles
y moldes. En otros yacimientos, no hay apenas evidencias de reducción
de minerales, pero sí de forja, pulido y afilado, e incluso de fundición y
colado del metal.
La producción de plata, que se inicia a comienzos del periodo, será
muy importante. Por lo general, es plata nativa, producto de una metalur-
gia regional y con formas bastante homogéneas: anillos, pendientes en hilo
de sección circular, y brazaletes, cuentas de collar y diademas con apéndi-
ce discoidal.
La cultura material ofrece herramientas líticas y óseas más especiali-
zadas, y aparecen nuevos tipos de éstas relacionadas con el metal: marti-
llos, yunques, moldes, pulidores acanalados, morteros, crisoles y placas de
afilado en piedra pulimentada, junto a morteros con cazoleta y molederas
para machacar el mineral en Peñalosa (Jaén).
Dientes y hojas de hoz con mangos de madera hay en sílex, y en piedra
pulimentada hachas y brazaletes de arquero en pizarra, esquisto, arenisca
y mármol. Novedad argárica son las molederas largas y estrechas con una
ligera convexidad.
El hueso se usa para elaborar espátulas, agujas, punzones, peines y bo-
tones piramidales con perforación en «V», que también aparecen en mar-
fil. En barro cocido hay cucharas y pesas de telar, y son muy numerosas
las cuentas de collar en conchas, vértebras de pescado, hueso, dientes, col-
millos de jabalí, fibrolita, calaita, serpentina, y raramente, pasta vítrea.
La cerámica (Fig. 3) es generalmente lisa, bruñida y brillante, de pas-
tas oscuras, y con formas de cuencos, ollas, vasos ovoides y lenticulados,

259
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Figura 3. Formas cerámicas argáricas, según Siret.

260
EL II MILENIO a. C. E N LA PENíNSULA IBÉRICA: CONTINUIDAD E INNOVAC!ON EN LAS PRIMERAS ETAPAS ...

copas (Fig. 4) y vasos carenados.


En cobre aparecen punzones, cin-
celes, azuelas, sierras, clavos, cu-
chillos y hachas planas; puñales
(Fig. S), puntas de flecha, espadas
y alabardas; cuentas de collar,
anillos, brazaletes, pendientes,
botones y diademas con apéndice
discoidal.

Tema discutido es la existencia


de una estructura política estatal
en El Argar, así como el de cuáles
serían los elementos definitorios
de estos primeros estados. Vicen-
te Lull (2010) considera que existe
una organización espacial y eco-
nómica, así como que la violen-
Figura 4. Copas argáricas.
cia debió de tener un papel en la
sociedad, y que éstas serían, en su
opinión, las principales caracterís-
ticas de un sistema de estado que
se desarrolló en el sureste, al me-
nos durante 400 años.

La organización espacial y eco-


nómica se basaría en que los gran-
des yacimientos en altura con-
centran, procesan y gestionan los
recursos básicos, tanto a escala re-
gional - subsistencia y textiles-
como supraregional - metal- . La
--
~---

población rural es la que suminis-


tra el grano y materia prima, que Figura 5. Puñales de remaches.
se transforma en aquéllos y se re-
distribuye.

Tras la etapa final argárica se desarrolla un Bronce Tardío, que se con-


sidera una fase de transición al Bronce Final, que comienza a manifestar-

261
PREIDSTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

se en torno al1200 a. C., con ciertas diferencias con lo argárico, pero tam-
bién con pervivencias de éste. Se extiende hasta comienzos del 1 milenio a. C.
y durante todo el periodo tiene lugar un cambio no demasiado acusado en
el patrón urbanístico, y también en la economía, pero lo que marca más
claramente esta etapa son los progresivos contactos con otras áreas penin-
sulares como Andalucía occidental, la Meseta central, e incluso la región
valenciana, y un poco más tarde con los elementos mediterráneos que son
la muestra del inicio del periodo colonial.

Se produce un cierto declive cultural con la desaparición de algu-


nos elementos de la cultura material, la reducción del área habitada de
muchos de los poblados anteriores, y creación de algunos «ex novo»,
cierta decadencia económica, y una paulatina transformación del rito
funerario.

Representativo de este periodo y también del Bronce Final es el Ce-


rro de Murviedro, en Murcia, con diversas plantas de viviendas que tenían
bancos corridos, vasares con recipientes cerámicos, áreas de descanso y
zonas con hornos caseros, uno de fundición, lugares de almacenamiento
y un taller de sílex.

3. EL SUROESTE: UN REGISTRO ARQUEOLÓGICO INCOMPLETO

Definido por H. Schubart en 1974, se desarrolla en las zonas portugue-


sas del Algarve y el Alemtejo, y en la provincia de Huelva, y fue periodiza-
do por este autor en tres etapas que comienzan en torno al1800 a. C. y fi-
nalizan en una fase del Bronce Tardío.

Apenas tenemos documentación arqueológica de los lugares de asenta-


miento, pero sí conocemos el ritual funerario que es precisamente la base
de la periodización, y son las diferentes necrópolis las que dan nombre a
las etapas establecidas.

Un primer periodo denominado Horizonte de Ferradeira se caracte-


riza por la aparición de las primeras cistas de planta rectangular, alarga-
da y oval, en las que se depositan inhumaciones extendidas, aunque tam-
bién aparecen con el cadáver flexionado, y en ocasiones cubiertas por un
túmulo (Fig. 6).

262
EL Il MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CONTINUIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRIMERAS ETAPAS ...

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Figura 6. Sepultura y ajuar correspondiente al Horizonte Ferradeira.

La fase conocida como Atalaia, nombre epónimo de otra necrópolis,


está representada por inhumaciones en siete tipos de cistas y pozos cubier-
tos por una losa y con pequeños túmulos circulares, a veces rodeados de
lajas verticales.

La fase final supone la desaparición de los túmulos y en ella las cistas


se cubren con lajas de piedras decoradas con grabados de armas, ídolos y
objetos, conocidas como estelas alemtejanas.

Los ajuares se componen de puñales de remaches, alabardas, hachas


planas trapezoidales, puntas de flecha y adornos, junto con elementos an-
teriores de tradición campaniforme; y posteriormente están constituidos
por cerámicas lisas, puñales de remaches, espadas de hoja ancha, hachas
planas, punzones, alabardas tipo Montejicar y anillos en espiral.

Posiblemente se produjo en este II milenio a. C. un incremento ganade-


ro que explicaría la fragmentación del poblamiento y la dificultad de con-
servar testimonios arqueológicos visibles de éste. A finales del milenio lle-

263
PREHISTORlA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

garán una serie de influencias atlánticas que testimonian que esta región se
incorpora progresivamente al denominado «Círculo Atlántico», con un de-
sarrollo tecnológico importante, sobre todo del bronce y la orfebrería, y la
aparición de un nuevo tipo de yacimiento como son los depósitos de metal.

4. BRONCE VALENCIANO: EL VALOR DE LO COTIDIANO

Nombre con el que conocemos las manifestaciones culturales que se


desarrollaron durante el Bronce Antiguo y Medio en una zona del levante
peninsular que tiene su frontera sur en la vega baja del Segura, el Bajo Vi-
nalopó y el Campo de Alicante, lindando con lo argárico, y algo más inde-
terminados sus límites septentrional y occidental, este último con respecto
a las tierras turolenses y el Bronce de La Mancha.
Sobre el origen, la cronología y la periodización interna de este perio-
do, se han propuesto hipótesis diversas desde que en 1963 Miguel Tarra-
dell acuñara este término y delimitara esta nueva área geográfica del bron-
ce peninsular. Numerosas campañas de excavación y publicaciones han
ido configurando las manifestaciones arqueológicas de este periodo, inves-
tigaciones sobre cuya historia ha elaborado un detallado estudio Bernardo
Martí Oliver (2004).
Existe bastante unanimidad en que la Edad del Bronce Valenciano tie-
ne su origen, en parte como fruto de la evolución de las sociedades enea-
líticas locales, y en parte como consecuencia de las influencias argári-
cas. Las periodizaciones internas son numerosas con variedad de fechas
y definiciones, pero parece bastante aceptada la existencia de una etapa
previa de transición, un Bronce Antiguo no demasiado diferenciado, un
Bronce Pleno bastante claro, y un Bronce Tardío. Hasta cinco etapas pro-
pone F. J. Jover en 1999 (Fig. 7), que incluyen desde un Horizonte Cam-
paniforme de Transición a un Bronce Final, siendo la IV un Bronce Tar-
dío, relacionado con el sureste y Cogotas l.
Hay una gran diversidad en el patrón de asentamiento, y un proceso de
cambio desde la etapa anterior, que se inicia con la agrupación en poblados,
ubicados en lugares estratégicos, pero también en llanura y con murallas,
como es el caso de las Ereta del Pedregal en Navarrés (Valencia). Se produ-
ce una importante ocupación del territorio y una alta densidad de poblados
con variedad de formas y emplazamientos, incluyendo algunas cuevas.

264
EL II MILENIO a. C . EN LA PENíNSULA IBÉRICA: CONTIN UIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRIMERAS ETAPAS . . .

Gusi Enquix Navarro Gil-Mascarrell Propuesta


Años a.C.
{1975) (1980) (1982) y Enguix (1986) actual
2100 Fase O?
2000
1900 B. Valenciano I B. V. Antiguo Fase I
1800
1700 Bronce Antiguo Bronce Antiguo Fase II
1600
1500 B. Valenciano ll B. V. Avanzado Bronce Medio Fase III
1400 Bronce Medio
1300
1200 B. Valenciano III B. V. Tardío? Bronce Final Fase IV
1100
1000 Bronce Final Bronce Final

- 900
800 B. Valenciano IV

Figura 7. Cuadro cronológico. Bronce Valenciano, según Jover.

La mayoría de los asentamientos se ubican en zonas de fácil defensa y


control visual del terreno circundante, y en ocasiones también se fortifican
con murallas y fosos. En general no son de gran tamaño, salvo excepciones
como La Mola de Agrés (Alcoy, Alicante), se dedican a actividades agrope-
cuarias, y parece posible que los poblados de mayor tamaño se situaran en
las mejores tierras agrícolas y de pastos. Las defensas son naturales y arti-
ficiales a base de fosos, torres y murallas, en general construidas con pie-
dras trabadas en seco.
Las viviendas suelen adaptarse a la topografía natural del terreno, con
frecuencia en terrazas escalonadas, y son de planta cuadrada o rectangu-
lar, aunque también las hay trapezoidales, ovales y circulares, y tienen zó-
calos de piedra, alzados de adobe y tapial, y techumbres vegetales.
Se conservan núcleos dispersos de habitación sin obras defensivas, a
m odo de caseríos, y existen en los poblados en cerros, talleres textiles

265
PREIDSTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

o metalúrgicos y espacios para almacenamiento de cereales. También han


aparecido algunos edificios singulares como el de La Loma de Betxí en Pa-
terna (Valencia) con varias dependencias y terrazas de planta alargada y
con dos cisternas de piedra, y en Terlinques (Villena, Alicante) se conser-
va un edificio rectangular de mampostería enlucido, en el que aparecieron
bobinas de hilo de junco.
Diversidad es la palabra que define los enterramientos en esta región, que
frecuentemente se ubican en las laderas de los cerros en los que se asientan
los poblados, aunque esporádicamente aparecen algunos dentro de éstos, e
incluso en el subsuelo de las viviendas. Perviven como necrópolis algunas
cuevas naturales, el rito es de inhumación primaria, y raras veces, secunda-
ria, y pueden ser individuales, dobles, triples y múltiples, en fosas, covachas,
cistas de mampostería, grietas rocosas, y pithoi, estos últimos generalmente
para individuos infantiles (Fig. 8).
~ Los ajuares son, por lo general, po-
~
bres y están constituidos por cerá-
mica y algún adorno o arma.
Hay algunos enterramientos
de tipología y ajuar argáricos en
poblados situados entre el Segura
y el Vinalopó como San Antón de
Orihuela o Tabayá en Aspe (Ali-
cante).
La actividad económica básica
es la agricultura de trigo, cebada y
leguminosas, hay algo de horticul-
tura y recolección de frutos silves-
tres como bellotas y algarrobas.
La ganadería es de ovicápridos,
bóvidos, cerdos, y escasos caba-
llos, y perdura la caza del ciervo.
No abundan los recursos mi-
neros en la región, pero sí ha po-
dido constatarse una producción
Figura 8. Enterramientos metalúrgica al existir crisoles, es-
del Bronce Valenciano. corias, y moldes de fundición en

266
EL 11 MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CONTINUIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRIMERAS ETAPAS .. .

algunos yacimientos como Mas de Menente (Alcoy, Alicante). Prácticamen-


te no tenemos documentación arqueológica sobre tareas mineras, pero sí de
hornos-vasijas, restos de toberas, moldes, y cinceles, que testimonian activi-
dades metalúrgicas. Los objetos metálicos predominan en los yacimientos
meridionales, se advierte un progreso técnico y nuevos tipos, avanzando el
milenio aparecen algunos talleres y al final de éste el bronce, pero esta tec-
nología debió de ser «importada» porque aparece plenamente formada, sin
procesos previos de experimentación, y tampoco hay estaño en la zona.
Por lo que respecta a la cultura material, no existen grandes novedades.
Dientes de hoz, cuchillos, sierras y puntas de flecha con pedúnculo y aletas
constituyen el ajuar en piedra tallada, mientras que la pulimentada aparece
en molederas, hachas, azuelas, machacadores, alisadores, escasas mazas,
morteros y moldes bivalvos; brazaletes de arquero y cuentas de collar. En
hueso hay punzones, espátulas, agujas, cuentas de collar, colgantes, braza-
letes y botones con perfora-
ción en «V»; y en barro coci-
do se fabrican pesas de telar,
cucharas, fichas y algunos
OJ
crisoles.
La cerámica es predomi-
nantemente lisa y de no muy
buena calidad. Hay algunas
decoradas con incisiones,
impresiones, cordones lisos
y decorados, y decoracio-
nes en los bordes, sobre todo
en las zonas septentriona-
les. Las formas más comu-
nes son cuencos, ollas, vasos
ovoides, globulares y de per-
fil en «S»; vasos de paredes
verticales, algunos carena-
dos, y esporádicas copas, va-
sos polípodos, geminados y
con cazoleta, así como frag-
mentos de queseras o vasos Figura 9. Formas cerámicas
coladores (Fig. 9). del Bronce Valenciano.

267
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

El metal está representado por


sierras, punzones, leznas, esco-
plos, hachas planas (Fig. 10), pu-
ñales de remaches y de lengüeta,
puntas Palmelas y de pedúnculo y
aletas, y algunas alabardas. Hay
además adornos como cuentas de
collar, colgantes, brazaletes, ani-
llos, pendientes y espirales, y en
las zonas meridionales escasos
objetos en oro y plata.
Con la generalización del Bron-
ce parece coincidir un declive en
los yacimientos meridionales, más
«argarizados», como San Antón
de Orihuela (Alicante), y sobre las
causas de éste se han planteado
hipótesis diversas, desde las con-
Figura 10. Moldes para fundición
tradicciones del sistema de Lull
de hachas planas de br once. (1983) a la reducción drástica del
comercio de procedencia lejana de
Chapman (1991). Al mismo tiempo comienza un Bronce Tardío en la vega
baja del Segura, fase vinculada aCogotas I con perduración de poblados di-
versos en cuanto a ubicación y estructuras, como el Cabezo Redondo en Vi-
llena (Alicante), a los que hay que añadir un poblamiento jerarquizado, con
calles, y manzanas de casas de grandes habitaciones con estructuras interio-
res: bancos, homos, vasares, plataformas y placas circulares de barro sobre
suelos decorados. Este periodo viene definido por la presencia de determina-
das formas y decoraciones cerámicas, los vasos carenados de perfil acampa-
nado, cazuelas de carena muy baja, vasos geminados, vasos de almacenaje
decorados con cordones, y decoraciones incisas, e impresas, por la generali-
zación de la metalurgia del bronce y por otros elementos de la cultura mate-
rial como las pesas de telar cilíndricas con una perforación central.
El último cuarto del II milenio a. C. sería el marco cronológico de este
Bronce Tardío en las tierras meridionales, en donde una nueva estructu-
ra social y política aparecerá en Peña Negra (Crevillente) y Los Saladares
(Orihuela), provincia de Alicante.

268
EL Il MILENIO a. C . EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CONTINUIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRIMERAS ETAPAS . . .

5. LA MANCHA: DIFERENTES MANERAS DE VIVIR

Esta es un área que abarca geográficamente las provincias de Ciudad


Real, Albacete, Cuenca y Toledo, y que tiene puntos en común con otras
zonas peninsulares, pero también unas características culturales propias
muy marcadas. Noticias sobre yacimientos de la Edad del Bronce tene-
mos desde finales del siglo XIX, aun cuando no se identificaron correc-
tamente, pero ya en 1948 Sánchez Jiménez publica una primera «tipo-
logía» de yacimientos: poblados en altura con fácil defensa, en llanura y
«túmulos», que son las actuales motillas de los 70 del siglo pasado. Como
ya hemos señalado ésta es un área claramente identificada y definida.
CÓmo no, también las fechas y periodizaciones internas han sido objeto
de debate, y se han planteado hipótesis diversas, aunque con algunas coinci-
dencias. Cuatro etapas, incluyendo un Bronce Tardío y uno Final, propone
Trinidad Nájera (2004), que encuadra las primeras, Antigua y Plena entre el
2200 a. C. y el 1500 a. C, fechas bastante coincidentes con la periodización de
J. L. Sánchez Meseguer y Katia Galán (2004), y de M.a Dolores Fernández-
Posse, Antonio Gilman y Concepción Martín (2001) basadas en dataciones ra-
diocarbónicas que comienzan a finales del 111 milenio a. C. y finalizan en tor-
no a la mitad del 11 milenio a. C. En Cuenca y Toledo se han establecido
secuencias propias, con un Bronce Antiguo y uno Medio para la primera; y
una etapa «formativa» que evoluciona en la zona, para la segunda, que carece
de elementos que permitan diferenciar una etapa de Bronce Antiguo.
Ya desde éste se documenta una estabilidad de ocupación en esta re-
gión, y en la etapa siguiente una alta densidad demográfica.
Los asentamientos son variados, y han servido de base para establecer
diversas facies definidas e identificadas por G. Nieto y J. L. Sánchez Mese-
guer en 1980. En llanura hay motillas, y muy escasos fondos de cabaña; en
altura, cerros o castellones y morras; y también existen algunas cuevas con
niveles de ocupación.
• Las motillas se ubican en la llanura manchega a lo largo de los cauces del
Guadiana y el Azuer, equidistantes entre cuatro y cinco kilómetros, y con
ligeras diferencias de tamaño, generalmente de menos de 1 Ha, salvo el
caso de la de Los Palacios (Almagro, Ciudad Real) que alcanza las 2 Ha.
Están constituidas por una fortificación o torre central con sus accesos, y
un gran patio con estructuras hidráulicas, y en torno a ella, a veces en un

269
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

radio de hasta 50 metros se establece un poblado con viviendas de planta


oval o rectangular de zócalos de mamposteria y alzados de barro y postes
de madera (Fig. 11).

• Los castellones se ubican en lugares con defensas naturales que ocu-


pan las sierras que bordean la penillanura manchega, dominando un
amplio territorio de zonas cultivables y de pastos. Una amplia visi-
bilidad permite el control de las vías de comunicación, desde yaci-
mientos del Cerro del Bu en Toledo o Cerro de La Encantada en Gra-
nátula de Calatrava, Ciudad Real. Las fortificaciones pueden tener
hasta un triple encintado, y hay silos-torreones en el segundo, cons-
truidos a base de piedras de gran tamaño (Fig. 12). Las viviendas
son chozas perecederas que se adaptan a la topografía natural del te-
rreno, al principio con postes de madera y posteriormente con zó-
calos de piedra y alzados de tapial, sobre los que se asientan las te-
chumbres vegetales. Las plantas pueden ser circulares, ovaladas y de

Figura 11 . Estructura de silos y tinajas de Figura 12. Recinto defensivo. Cerro de


almacenamiento de la Motilla de Sta. M.a del La Encantada (Granátula de Calatrava,
Retamar, Argamasilla de Alba (Ciudad Real) . Ciudad Real).

270
EL Il MILENIO a. C. EN LA PENíNS ULA IBÉRICA: CONTINUIDAD E INNOVACIÓN E N LAS PRIMERAS ETAPAS ...

tendencia rectangular o cuadrangular. En el Cerro del Bu hay hogares


circulares de barro rodeados de molinos en el interior de las cabañas, y
en el Cerro de La Encantada apareció un posible horno de fundición y
dos de fusión, uno de ellos dentro de un recinto que pudo ser un taller
metalúrgico con restos de moldes de fundición y un crisol con escorias.
En la comarca de Almansa los poblados se asientan en cerros cónicos o
amesetados, cerca de tierras agrícolas y son de tamaños variados: grandes,
medianos y pequeños, estos últimos por lo general rodeando a los grandes. El
Cerro del Cuchillo tiene un complejo sistema de acceso y tres líneas defensi:
vas, una calle y dos edificios singulares: uno rectangular con puerta revocada
de arcilla roja con tres cubetas de barro en su interior; y otro con cuatro pisos,
en el primero de los cuales hay un banco hueco con cerámicas que contienen
ocre y cereales.
• Las morras se ubican en pequeñas elevaciones, cerros aislados o
puntos altos de las laderas pero también en lugares bajos, y respon-
den a un tipo constructivo de
planta central y recintos cir-
culares concéntricos. Por su
parte, los fondos de cabaña
son poco representativos, pero
sí aparecen en Las Saladillas
(Alcázar de San Juan, Ciudad
Real) en número de 25, de sec-
ción cilíndrica, que se consi-
deran estructuras que forman
parte de otras de habitación
más amplias de las que no te-
nemos evidencias arqueológi-
cas. En pequeñas elevaciones
sobre el llano tenemos tam-
bién algunos ejemplos, mino-
ritarios, de poblados.

La inhumación individual es el
rito funerario predominante en la
región, con tipos de enterramien- Figura 13. Altar de cuernos y banco del
recinto funerario. Cerro de La Encantada
tos diferenciados, especialmente (Granátula de Calatrava, Ciudad Real).

271
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

en el Cerro de La Encantada (Granátula de Calatrava, Ciudad Real)


(Fig. 13).
Fosas simples o revestidas de mampostería o lajas hay en las motillas,
a veces adosadas a muros de casas o dé fortificación; cistas y una grieta se
utilizaron en la zona de Almansa, con restos, en algún caso, de incinera-
ción parcial; y en Toledo se conoce una necrópolis en el Cerro del Obispo
en Castillo de Bayuela con inhumaciones en pithoi rodeadas por bloques
de granito que conforman una caja exterior, y una torta de cerámica que
cubre toda la estructura. En el Cerro de La Encantada existen inhumacio-
nes en fosas, en grietas, en pithoi y en sepulturas construidas con lajas ver-
ticales o con mampostería, así como enterramientos realizados en dos edi-
ficios cultuales que se ubican en el asentamiento.
Los ajuares son escasos y poco significativos en las motillas; cuchillos
de sílex, hachas de piedra pulimentada, molinos barquiformes, brazale-
tes de arquero, ídolos, fusayolas, crisoles, leznas, vasos y cazuelas se do-
cumentan en la necrópolis toledana; y en el caso de La Encantada hay ce-
rámicas, puñales de remaches de bronce, objetos de adorno en metal y
piedra como brazaletes, cuentas de collar y colgantes, molederas, dientes
de hoz y brazaletes de arquero.
En cuanto a la actividad económica, la agricultura cerealista extensiva
de secano es primordial, con trigo común, escanda y cebada, y leguminosas
como guisantes y lentejas. La ganadería es otro pilar fundamental de la sub-
sistencia, y en algunas zonas más importante que la agricultura, con ovicápri-
dos, bóvidos, cerdos y caballos, estos últimos muy numerosos en El Acequión
(Albacete). Se explotaron los productos secundarios: leche y lana, como lo
prueba la existencia de queseras y pesas de telar. Hay restos de caza: conejos,
liebres, ciervos, corzos y gamos; además de linces, cabras montesas, jabalíes
y hurones en la zona de Almansa. Se explotan materias primas como el sílex, y
existe un comercio de marfil con el mundo atlántico y el mediterráneo.
Actividades metalúrgicas se documentan en los asentamientos en cerro.
De hecho, ésta es la actividad fundamental en éstos, con explotación de los
recursos mineros, actividades metalúrgicas y el control del comercio del mi-
neral, el metal, y los objetos manufacturados. El tejido tuvo un lugar des-
tacado y de ello es una muestra un lugar destinado a tintorería de El Ace-
quión (Albacete) y un posible taller de fabricación de pesas de telar en la
Morra del Quintanar (Munera, Albacete).

272
EL IJ MILENIO a. C . EN LA PENíNSULA ffiÉRICA: CONTINUIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRIMERAS ETAPAS . ..

• La cultura material no difiere mucho de la de otras regiones peninsu-


lares. Hay dientes de hoz en sílex, y esporádicamente restos de talla,
lascas, láminas, núcleos y puntas de flecha. Hachas, azuelas, molinos
generalmente barquiformes, alisadores, machacadores, moldes, cri-
soles, algún martillo de minería, y brazaletes de arquero, se elaboran
en piedra pulimentada, junto a colgantes y cuentas de collar.
• En hueso existen arpones, punzones, espátulas, agujas, colgantes,
cuentas de collar y botones con perforación en «V»; y el marfil está
representado en la Morra del Quintanar (Munera) y en El Acequión,
ambos en la provincia de Albacete, por abundantes botones en «V»,
una barrita para hacerlos y brazaletes (Fig. 14).

Figura 14. Brazaletes de arquero en piedra pulimentada de la Motilla


de Sta. M.• del Retamar, Argamasilla de Alba (Ciudad Real).

• Pesas de telar y cucharas en barro cocido y cerámica lisa, o con algún


cordón o digitaciones en el borde, con formas de cuencos, ollas, vasos
globulares, algunos vasos carenados con o sin asas y grandes recipientes
de almacenamiento aparecen junto a queseras y/o coladores. Mamelones,
surcos, y decoración tipo Dornajos aparecen en el Cerro de La Encantada,
así como vasos con asas, una copa de pie alto, «fichas» y vasos tulipa.
• Generalmente el metal usado es el cobre, con punzones, puntas de fle-
cha, puñales, hachas planas, cuchillos, agujas, y leznas, y hay también
algunos adornos en oro, plata y cobre: brazaletes, zarcillos y espirales.
Parece deducirse de la diversidad de actividades, un sistema comple-
mentario entre los asentamientos, en el cual habría una interrelación entre

273
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

poblados de altura residencia de las «elites» y dedicados a la explotación


minera y del metal, y los ubicados en llanura dedicados a la explotación,
almacenaje, gestión y control de los recursos agropecuarios. Existiría una
jerarquización acusada, con un control del agua, los recursos de subsis-
tencia, y el metal. Para Antonio Gilman, esto no parece evidenciarse en la
zona albacetense, donde considera más pausible que las diferencias de ta-
maño de los poblados, bastante homogéneos morfológicamente, respon-
dan al éxito o fracaso de cada uno de ellos.
El Bronce Tardío en esta zona queda en evidencia con la aparición, en
algunas m o tillas, de cerámicas con las decoraciones características de Ca-
gotas I, y el abandono de estos asentamientos coincidirá con momentos
más avanzados de este periodo ya en los inicios del Bronce Final.

6. LA MESETA NORTE: AYER Y HOY

Después de las etapas Calcolíticas y el Horizonte de Transición Cam-


paniforme, se inicia en esta región un Bronce Antiguo caracterizado por
cerámicas lisas de perfiles carenados y grandes recipientes de almacena-
miento decorados con cordones y mamelones.
En lo que respecta a la periodización interna de este milenio, hay hi-
pótesis diversas con diferentes denominaciones y matizaciones regionales,
e incluso cronológicas, pero en general se podría decir que hay una cier-
ta coincidencia en el establecimiento de este primer periodo, que perdura
hasta mediados del milenio, momento en el que se inicia una fase que se
denomina Protocogotas, o fase de formación de esta etapa, y que represen-
ta el Bronce Medio, hasta finales del siglo XII a. C., para dar paso al Hori-
zonte Cogotas I o época de apogeo y plenitud, ya en al Bronce Final.
Los asentamientos más representativos son extensos «Campos de ho-
yos» o estructuras negativas excavadas en el suelo, ubicados en llanuras
o terrazas fluviales, desde los comienzos del milenio. Son muy escasos los
restos de estructuras conservadas, salvo algunos postes de sustentación de
las techumbres, y tampoco se identifican claramente los suelos de ocupa-
ción de las cabañas, y lo que hay son silos, fosas y hoyos, basureros, e in-
cluso posibles estructuras de combustión excavados. En el Bronce Antiguo
son más extensos estos yacimientos, y con mayor concentración de ho-
yos, que son además más grandes, que sus precedentes calcolíticos, y en

274
EL 11 MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CONTINUIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRIMERAS ETAPAS ...

el Bronce Medio aumenta el tamaño de los asentamientos pero disminu-


ye el de los hoyos. Los de la etapa antigua se instalan en ocasiones en zo-
nas previas de ocupación, aunque también los hay de nueva planta, y al fi-
nal del periodo se abandonan casi todos por lo que en el Bronce Medio son
nuevos, y ubicados en zonas aún más bajas y más cercanas a las cuencas
fluviales. Cabañas ovaladas y rectangulares había en Los Tolmos de Cara-
cena (Soria), con paredes de barro y entramado vegetal, enlucidos, y te-
chos sostenidos por dos postes centrales. Ejemplo de reocupación es el ya-
cimiento madrileño del Arenero de Los Vascos, y apenas conocemos restos
de cabañas ovales salvo las de Los Tolmos de Caracena (Soria), algunos ho-
gares aislados y algunos tramos de zanjas de sección en «U» que podrían
pertenecer a recintos circundantes.
Especialmente en la zona del Alto Duero durante el inicio de la Edad
del Bronce se ocupan pequeños cerros aislados con plataformas de reduci-
da superficie habitable en la cima, por lo general de menos de 1 Ha, aun-
que las hay de 2 Ha. También perduran algunas cuevas y existen poblados
en zonas bajas, en entornos de cultivos herbáceos y pastos. Se han docu-
mentado arqueológicamente en los yacimientos sorianos de Parpantique
de Balluncar y en el de Los Torojones de Morcuera, cabañas de planta rec-
tangular o elíptica de pequeño y mediano tamaño, construidas a base de
un entramado vegetal y barro, con postes, y en ocasiones compartimenta-
das, junto a silos excavados y algunos hogares.
Los diversos tamaños de los poblados han hecho pensar en una posible
jerarquización de los mismos, y también se planteó la posible complemen-
tariedad entre estos asentamientos y los de altura que tienen obras de for-
tificación y/o cercados para el ganado. Un yacimiento muy representativo
es la Loma del Lomo en Cogolludo (Guadalajara), en el que también se do-
cumenta un espacio funerario.
El ritual funerario más generalizado es la inhumación individual o doble
en hoyos, fosas a veces cerradas con grandes piedras, con algunas cistas y ti-
najas, normalmente infantiles, nichos u hornacinas laterales selladas por pie-
dras, todo ello dentro de los poblados. Hasta 18 inhumaciones individuales en
fosa y tres triples aparecen en el mencionado yacimiento de la loma del Lomo
en Cogolludo, y en algunas zonas perviven sepulturas megalíticas y cuevas.
Casi siempre carecen de ajuar o éste se limita a un vaso cerámico, pero
sí es frecuente la aparición de restos óseos de animales - jabalíes, ovi-

275
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

cápridos y perros- , y hay algunos casos con ajuares ricos tipo Ciempozue-
los, en el asentamiento soriano de Parpantique de Balluncar, considerado
de transición entre el Campaniforme Ciempozuelos y Cogotas I.
Destacable es el caso de una sepultura de inhumación de un adolescen-
te que se ha localizado en la factoría salinera del Bronce Antiguo en San-
tioste (Otero de Sariegos, Zamora), y que contiene un ajuar con un cuenco
cerámico, cuentas de collar elaboradas en conchas «exóticas», tres capsuli-
tas de plata, y un botón de marfil.
La cultura material ofrece una cierta continuidad, pero también incor-
pora algunas innovaciones, sobre todo en el periodo medio. El sílex, tabu-
lar por lo general, aparece en láminas, hojas, lascas, puntas, raspadores,
denticulados, y en mayor medida dientes de hoz, y hay también cantos de
cuarcita. Hachas, azuelas, machacadores, afiladores, molinos y manos de
moler (Fig. 15), componen el capítulo de la piedra pulimentada, mientras
que en hueso se elaboran espátulas, agujas, algunas esquirlas perforadas, y
punzones, frecuentemente de gran tamaño.
La cerámica es lisa, incisa, im-
presa y con cordones en el Bron-
ce Antiguo, en el que comienzan a
aparecer algunas excisas y de bo-
quique, las formas más comunes
son las carenadas y los grandes
contenedores de perfiles ovoides.
En el Bronce Medio aumentan
las excisas y el boquique, y apare-
cen las pesas de telar y los vasos
coladores o queseras.
En cobre hay puntas de flecha
con pedúnculo, puñales de len-
güeta, hachas planas, y punzones
de sección cuadrada y biapunta-
dos en muchos casos, a los que se
suman los puñales de remaches a
partir de mediados del milenio, y
Figura 15. Cazuela cerámica y materiales solapándose casi con el Campani-
«in situ» de la Cueva de Estremera (Madrid) . forme aparecen en el oeste de la

276
EL IJ MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRJCA: CONTINUIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRJMERAS ETAPAS ...

submeseta norte una serie de armas como las alabardas tipo Carrapatás, y
unos largos puñales de lengüeta con estrías, de influjos atlánticos.
Conviviendo con los cobres arsenicales, se consolida en el Bronce Me-
dio la fabricación de objetos en bronce, con aleaciones cada vez más fre-
cuentes en la etapa formativa de Cogotas l. Aparecen algunos tipos de es-
padas y las primeras palstaves o hachas de talón con anillas laterales, y son
muy escasos los objetos de oro y plata, en forma de cuentas de collar, cap-
sulitas y espiraliformes.
Difíciles de concretar en un área geográfica tan variada, son las activi-
dades básicas de subsistencia, aunque los restos de animales y vegetales
encontrados dan testimonio de la existencia de ganadería y agricultura. El
pastoreo de ganado es lo fundamental en los piedemontes montañosos que
rodean la cuenca del Duero, zonas de buenos pastos que permiten la cría
de ovicápridos, bóvidos, cerdos, y en menor medida de caballos y perros, y
parece constatarse una cierta especialización en el caso de algunos pobla-
dos de Protocogotas como en los Tolmos de Caracena que tuvo un claro ca-
rácter estacional ganadero, o bien el de Santioste en Otero de Sariegos en
Zamora dedicado a la explotación de la sal, mientras que en las tierras se-
dimentarias de las cuencas del Duero y del Tajo, se desarrolla una agricul-
tura de trigo y cebada, con leguminosas, generalmente habas, y también
lino, posiblemente olivos y nogales, y con seguridad recolección de bello-
tas. Podría tratarse de un sistema mixto de agricultura y ganadería trashu-
mante, y se cazaron ciervos, conejos, liebres y jabalíes. Caballos y bóvidos
se usaron también para el transporte y las tareas agrícolas, y parece muy
clara la explotación de salinas en tierras zamoranas. La actividad principal
era la producción de alimentos, y aumenta la producción de derivados de
la leche, pero también se fabrican útiles líticos y cerámica en los ámbitos
domésticos.
Actividades metalúrgicas se desarrollan en El Ventorro y El Tejar del
Sastre, en Madrid, así como en Las Pozas, Zamora, yacimientos en los que
e han encontrado fragmentos de crisoles, hornos-vasija, restos de fundi-
ión y «goterones», objetos todos ellos para una producción de ámbito do-
méstico. En Protocogotas perduran tradiciones arcaicas y cobres arsenica-
es, y en Cogotas 1 se incorporan nuevos tipos atlánticos, y aleaciones de
~obre y estaño. En Madrid parece confirmarse, sin embargo, una prema-
tura metalurgia local del bronce en pequeños grupos de Protocogotas que

277
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

consiguen el metal en la sierra madrileña. Se produce un progresivo au-


mento de los contactos ínter y extrapeninsulares, y también una creciente
jerarquización tanto dentro de cada comunidad como entre ellas.

7. NOROESTE: EL COMIENZO DE UNA NUEVA «COMUNIDAD»


DE COSTUMBRES E INTERESES

Bajo esta denominación se engloba un área geográfica que abarca el


occidente asturiano, Galicia y el norte de Portugal, y que en este milenio
desarrolla una Edad del Bronce con un fuerte substrato campaniforme, so-
bre la que se han planteado diversos intentos de periodización interna tan-
to para el Bronce Antiguo como para el Bronce Medio. En general se esta-
blecen para el primero, tres etapas que se inician en torno al 1800 a. C y
terminan a mediados del siglo, con el comienzo de la segunda. La primera
sería un momento de formación, con tradiciones locales pero también con-
tactos con otras regiones atlánticas, y que se denomina Horizonte de Mon-
telavar o Roufeiro . En la que se llamó etapa de desarrollo se advierte un
importante avance de los tipos metálicos y la orfebrería, con evidentes con-
tactos con el sureste y con otras zonas atlánticas, como la Bretaña france-
sa. Indicios de transformación cultural se producen en la tercera etapa, o
de transición, en la que se intensifican los contactos con la Bretaña france -
sa, y son algo más difusos con Wessex e Irlanda.
El Bronce Medio se encuadraría desde el1500 a. C. hasta el 1200 a. C.,
y se conoce como Horizonte de Barcelós o de Codeseda-Melide. En zonas
concretas, como Asturias, se han propuesto dos fases: una inicial y otra de
desarrollo, y también hay autores que retrasan el inicio del Bronce Antiguo
al2300/2200 a. C. y llevan el final del Medio hasta elll00/1000 a. C. (Betten-
court, 2010).
La documentación arqueológica sobre asentamientos es bastante esca-
sa, y de hecho ésto hizo pensar en una crisis a mediados del milenio, que
es cuando se acusa más el descenso numérico de poblados. En el Bronce
Antiguo parecen continuar tendencias calcolíticas, con algunas estructu-
ras defensivas y localización en rutas ganaderas, y esporádicos hábitats en
cuevas y en abrigos. Actualmente no se acepta ese vacío poblacional, sino
un registro arqueológico difícil de documentar, con restos de algunas caba-
ñas circulares, fosas, hogares y agujeros de postes, cerca de cursos fluvia-

278
EL Il MILENIO a. C. EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: CONTINUIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRIMERAS ETAPAS ...

les, y también algunos recintos para el ganado. Esta «desaparición» sería


una consecuencia de la movilidad y explotación estacional, con estructuras
perecederas de un régimen agropastoril o ganadero, en las rutas de trashu-
mancia.
Algo más de información tenemos sobre el rito funerario y los lugares
de enterramiento, con diversidad de estructuras y ajuares, pero muy esca-
sas cuantitativamente
Hasta casi mediados del siglo se reutilizan megalitos, sobre todo se-
pulcros de corredor, pero lo más frecuente son pequeñas construcciones
tumulares de tierra, que en ocasiones incluyen bloques de cuarzo, granito
y otras piedras locales, y que cubren cámaras cistoides, cuadrangulares,
rectangulares y poligonales. Por lo general son bajas y aparecen cerca, o
incluso dentro de las necrópolis megalíticas, pero también las hay en lu-
gares nuevos. Sin embargo, las más significativas son las cistas de piedra,
excavadas en el suelo, de aproximadamente un metro de longitud, de in-
humación individual, y con un rico ajuar constituido por puñales de me-
tal, joyas como diademas y espirales de oro y plata, brazaletes de arquero
y vasos cerámicos de fondo plano, que pueden estar aisladas o constituir
necrópolis, y carecen de túmulo. Posiblemente también sean de esta etapa
algunas fosas que contienen cremaciones, y conviven con inhumaciones
en las necrópolis de Agro da Nogueira, en Toques (La Coruña) y de Gan-
dón, (Pontevedra).
Desde el 1600 a. C. aproximadamente, parecen desaparecer las cistas,
y algunos tipos de túmulos, aunque sí se construyen éstos, pero ya sin cá- -
maras, y con rito de inhumación individual en general, aunque también
secundaria y, en ocasiones cremaciones. Perduran algunas fosas y se exca-
van éstas en construcciones anteriores. Cuevas y abrigos siguen usándose
como lugares de enterramiento en Galicia y Asturias, y un caso destacado
es la mina del Milagro en Onís donde se localizaron unos cráneos huma-
nos y una mandíbula junto a una serie de utensilios destinados a labores
mineras como mazas y martillos en piedra y cuñas en asta de ciervo.
Esta escasez de evidencias funerarias se ha relacionado con la existen-
cia de los conocidos como «depósitos», considerando éstos vinculados a
posibles ritos funerarios. Ruiz Gálvez, M. (1995 y 2001) relaciona el paso
o tránsito que implica la muerte, con el enterramiento de estos depósitos
en los cursos fluviales o rutas de paso, de interés comercial o ganadero,

279
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

y que tendrían la función de delimitar derechos de uso o control, de vital


importancia en un momento en el que las vías naturales de comunicación
se usan intensamente, como consecuencia de la creciente circulación de
ideas, objetos y materias primas. El hecho de que se documenten cada vez
en mayor número, hallazgos metálicos en zonas húmedas asociadas a res-
tos humanos, hacen pesar en unas prácticas funerarias aún poco conoci-
das, pero que podrían relacionarse con un posible culto al agua, constata-
do, en gran medida, durante el Bronce Final.
El metal aparece, en su mayor parte en estos depósitos, especialmen-
te desde mediados del II milenio, y esta presencia de objetos metálicos en
ríos podría responder a ofrendas votivas, pérdidas casuales o conflictos
Las bases de subsistencia económica fundamentales siguen siendo la ga-
nadería, con bóvidos y ovicápridos como lo más representativo, mientras que
apenas aparece fauna salvaje, y en algunas zonas la agricultura cerealista.
En el Bronce Antiguo se inician las actividades metalúrgicas y mineras,
aunque al principio el metal es muy escaso y su papel es básicamente so-
cial, y no económico, siendo cobre o cobre arsenical. También la orfebrería
adquiere cada vez mayor desarrollo con diademas, espirales y bandas de
oro, y algunos tipos importados como las espirales largas, gargantillas de
tiras, y algunas lúnulas del norte de Portugal, ya de finales de esta etapa.
El Bronce Medio ofrece como novedad el uso del bronce propiamente
dicho (cobre+estaño), pero no ofrece grandes innovaciones tipológicas. Se
inicia la explotación intensiva de yacimientos mineros, con presencia de
mazas de piedra, cuñas, picos y martillos en asta de ciervo y hueso en la
mina del Aramo, en Mieres, junto a profundos pozos de hasta 1O metros de
profundidad, y galerías. Los intercambios de ámbito atlántico son cada vez
más frecuentes, y probablemente fueron prospectores mineros argáricos a
la búsqueda del estaño, los que introdujeron esta técnica metalúrgica.
Lo más representativo de la cultura material son los objetos fabricados
en metal, en forma de puñales cortos y largos de lengüeta, puñales de re-
maches, alabardas, espadas y hachas que primero son planas y luego evo-
lucionan hacia un mayor tamaño y grosor, con formas trapezoidales y de
filo curvo, y también otras de lados casi rectos y bordes gruesos, y al final
del periodo hay algunas de influencia argárica, trapezoidales de filo ancho
y cerrado. Las espadas también se van modificando y algunas se relacio-

280
EL 11 MILENIO a. C . EN LA PENíNSULA IBÉRICA: CONTINUIDAD E INNOVACIÚN EN LAS PRIMERAS ETAPAS ...

nan con las bretonas de Saint Brandan, pero son de producción local. En
oro hay diademas, brazaletes, bandas, y algo después se incorporan largas
espirales, gargantillas de tiras, lúnulas, brazaletes y torques. De influencia
también bretona son espirales de cobre que, a veces, forman cadenas, y se
documentan brazaletes lisos de sección cilíndrica, cerrados o ligeramen-
te abiertos . Tipos nuevos del Bronce Medio son las espadas de tipo ar-
gárico, los estoques, las hachas con rebordes y talón sin anillas, y las de
tipo Bojóes-Barcelos con el filo abierto y a veces decoradas.

8. VALLE DEL EBRO, PAÍS VASCO, CATALUÑA Y BALEARES


REGIONES CADA VEZ MÁS DEFINIDAS. PERVIVENCIAS
E INNOVACIONES

La región del Valle del Ebro, con poca documentación arqueológica so-
bre la Edad del Bronce, va dejando de ser desconocida a medida que nue-
vos descubrimientos van rellenando lagunas. En las sierras y depresiones
del sur de Teruel se han excavado algunos yacimientos que han permitido
a Francisco Burillo y J. V. Picaza (1991 -92) establecer tres fases diferencia-
das para este periodo - Bronce Antiguo, Medio y Tardío- que comenza-
rían en torno al 1950 a. C, perdurando hasta el final del milenio. También
parece estar claro un primer momento de ocupación en el Cerro del Casti-
llo de Frías (Teruel) que nos remite al final del III milenio a. C., y que sería
una etapa de transición entre el Calcolítico y el Bronce Antiguo, momento
- por otra parte difícil de diferenciar- , al igual que ocurrirá con el final
del Bronce y el Hierro inicial.
Los comienzos de la Edad del Bronce suponen la aparición de los pri-
meros asentamientos estables, en general con someras construcciones de
materiales perecederos con silos, basureros y cabañas cuadrangulares,
pero también con arquitectura en piedra en cerros estratégicos, y pervi-
vencia de algunas cuevas de habitación, en las zonas altas de Huesca. Hay
algunos poblados como el de Moncín en Zaragoza, con secuencias estrati-
gráficas desde el Calcolítico.
Los hábitats en cerros, ya del Bronce Medio, tienen casas ubicadas en
la cima y sobre todo en las laderas que se acondicionan con terrazas, con
plantas de tendencia rectangular, y a veces absidales, que se construyen
con zócalos de piedra y alzados de arcilla, reforzados o no con postes de

281
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

madera. Aparecen compartimentadas y con estructuras interiores como


hogares, vasares y bancos, y los suelos son de tierra apisonada y arcilla; se
conservan restos de jambas de puertas en madera, y en Monte Aguilar en
las Bárdenas Reales en el límite entre Navarra y Aragón, hay restos de una
calle y de una posible cisterna; su perduración se constata, también, como
importante asentamiento durante el Bronce Tardío.
El poblado de Moncín (Zaragoza) experimenta su momento de apogeo
durante el Bronce Tardío con cerámicas del estilo Cogotas 1, y se conser-
van en niveles de este momento silos excavados en el suelo, restos de em-
palizadas y un edificio rectangular de madera, denominado Casa l.
El abandono de la mayoría de los poblados en el Bronce Tardío ha he-
cho pensar en una crisis que causara el despoblamiento del territorio, o
bien en un cambio de modelo de asentamiento, con la reaparición de es-
tructuras perecederas y «campos de hoyos».
Al menos hasta el Bronce Medio perduran, en cuanto al rito funerario,
las sepulturas dolménicas, y también hay sepulturas de inhumación indivi-
dual, con diferencias en los ajuares.
La base económica fundamental es una ganadería de bóvidos y ovi-
cápridos, de los que se obtienen productos secundarios, y en menor medi-
da de porcino, y debió de existir un desplazamiento estacional del ganado,
así como una relativa importancia de la caza, y también hubo, aunque está
poco documentada, una agricultura de secano. Por lo que se refiere al me-
tal, en el Bronce Antiguo éste se limita a herramientas y útiles casi exclu-
sivamente, con escasos adornos y armas. En el Bronce Medio, a mediados
del milenio, aparecen ya objetos de bronce, con nuevos sistemas de fija-
ción de las empuñaduras de armas y herramientas. Parece haber una cier-
ta complejidad y unas «elites» que se distinguen por la posesión de bienes
de difícil obtención, y que controlan las bases de subsistencia, pero no es-
tán interesados en los recursos del mineral.
En el País Vasco perviven algunos campaniformes, y en un momen-
to avanzado del milenio llegan elementos de Cogotas 1 procedentes de la
Meseta. Se han definido dos grupos que son lo más conocido de este pe-
riodo:
• Los Husos, cuyo nombre deriva del de una cueva ubicada en Álava,
que ha proporcionado tres niveles de ocupación de la Edad del Bron-

282
EL Il MILENIO a. C. EN LA PENíNSULA IBÉRICA: CONTINUIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRIMERAS ETAPAS . ..

ce, y evidencias que testimonian la introducción de la metalurgia en


esta región. Los restos materiales documentan un grupo básicamente
ganadero, sobre todo cabras y cerdos, con una agricultura de menor
importancia, y útiles de piedra tallada de tipos antiguos, como hojas
de hoz y lascas, abundantes adornos de hueso y cerámicas incisas,
digitadas, «a peine», con cordones, surcos y mamelones, en formas
carenadas y troncocónicas, y hay también restos de tejido y un puñal
metálico con dos remaches.
• Grupo de Santimamiñe, que recibe su nombre de una cueva cerca-
na a la costa, ubicada en Cortézubi (Vizcaya), a poca distancia de
una cantera de sílex. En su nivel 11 A está claramente documentado
el Bronce Antiguo, pero para el Bronce Medio solamente tenemos
hallazgos aislados de objetos metálicos, y datos sobre el depósito de
Kutxinobaso en Vizcaya, actualmente perdido. Fueron grupos agri-
cultores y ganaderos que enterraban a sus muertos en monumentos
megalíticos, sobre todo dólmenes.
Diferentes son los planteamientos propuestos para la periodización in-
terna de la Edad del Bronce en Cataluña, desde quienes la consideran un
solo periodo cultural que se desarrolla entre el 2300 y el 1300 a . C, y que
precede a los Campos de Urnas, a los que establecen tres etapas - Anti-
gua, Media y Final- que comenzarían en torno al 1800 a. C, y llegarían
hasta el 700 a. C.
Se ocupan algunas zonas nuevas y perduran cuevas de habitación en
regiones montañosas, apareciendo asentamientos de estructuras perece-
deras en llanuras agrícolas y tierras de paso, de los que se conservan al-
gunos restos de estructuras de adobe, tapial, e incluso piedra, como es
el caso del yacimiento encontrado en las obras del Instituto Manlleu, en
Osona (Barcelona).
Existe una cierta continuidad en algunos enterramientos en cuevas y
megalitos, en los que incluso hay también restos de inhumaciones secun-
darias y cremaciones, pero la tendencia, ya iniciada en el campaniforme
en lo que al rito funerario se refiere, es hacia inhumaciones individuales o
dobles, generalmente en estructuras excavadas en el suelo, similares a las
que se interpretan como silos. Existen escasas cistas de tradición megalíti-
ca con inhumaciones individuales, y enterramientos en fosas cubiertas por
una losa.

283
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Se produce una creciente importancia da la ganadería, con predomino


de ovicápridos, seguidos de cerdos y bóvidos, y perduran la caza y la reco-
lección; la agricultura es cerealista, de trigo, cebada, y mijo, documentado
en algunos yacimientos, así como de leguminosas como guisantes, lentejas
y arvejas, poco frecuentes.
Es una zona de pocos recursos mineros y escasa actividad metalúrgica,
en la que sin embargo hay testimonios de la existencia de labores de extrac-
ción de mineral, reducción y fundición. La producción y la demanda debie-
ron de ser minoritarias, a juzgar por el escaso número de objetos en metal,
generalmente útiles y adornos como punzones, hachas planas y punta de
flecha, pero sin espadas ni objetos de prestigio. Mazas de fundición, criso-
les y moldes aparecen en el yacimiento tarraconense de Porta Lloret.
La Edad del Bronce balear incluye un Bronce Antiguo más tardío que
el peninsular y un Bronce Medio, con unas fechas de en torno al1700 a. C
hasta casi comienzos del I milenio a. C., siendo la fase final una transición
a lo talayótico del Bronce Final.
Hubo algunos lugares de habitación en abrigos y cuevas, en ocasiones
acondicionados con pequeños muros de mampostería, enlosados y cierres
ciclópeos, pero los asentamientos que caracterizan el periodo son los na-
vetiformes o construcciones de planta rectangular o alargada de un solo
piso, con un ábside semicircular y una puerta en el lado opuesto de éste
(Fig. 16). Se erigen con dobles muros de piedra en seco rellenos de casca-
jo, grandes al exterior y medianos en el interior, y el acceso se limita a una
simple aproximación de muros en la fachada, al menos al comienzo del
periodo. Sus dimensiones oscilan entre los 1O y los 30 m de longitud, y 3 a
7 m de altura, y pueden estar solos o unidos por medianeras, generalmen-
te de dos en dos, aunque hay casos de tres e incluso de cuatro. Las cubier-
tas fueron mayoritariamente a base de entramado vegetal, pero pudo ha-
ber casos de losas apoyadas en columnas centrales, e incluso cubiertas por
aproximación de hiladas como parecen testimoniar algunas paredes de los
navetiformes inclinados hacia el interior. Los hay aislados pero también
formando poblados como el de Es Figueral de Son Real en Santa Margali-
da (Mallorca) fechado en torno al siglo XN a. C., y con posteriores niveles
ya talayóticos con un edificio central. A veces aparecen compartimentados
en su interior, tienen enlosados en las zonas de acceso, y en el interior hay
bancos corridos, vasares, hogares y hogares-parrilla.

284
EL Il MILENIO a . C. EN LA PENíNSULA IBÉRICA: CONTINUIDAD E INNOVACIÓN EN LAS PRIMERAS ETAPAS ...

Figura 16. Naveta de Els Tudons (Menorca).

Algunos de ellos debieron de convivir al comienzo del periodo con las


cabañas calcolíticas, y en la segunda mitad del milenio se aprecia un aban-
dono de algunos navetiformes al mismo tiempo que aparecen otros nue-
vos. Este es un momento de crecimiento demográfico y ocupación de
nuevas tierras menos productivas, y construcción de otros modelos de
asentamientos, minoritarios y poco conocidos hasta el momento.
Los enterramientos se realizan en sepulturas megalíticas, dólmenes por
lo general, y cuevas naturales con el rito de inhumación colectiva, apare-
ciendo también en zonas llanas los primeros hipogeos excavados en la roca
arenisca que debieron de estar cubiertos por un túmulo, y tienen plantas
diversas, con y sin corredor, y nichos laterales en las cámaras, en las que a
veces también hay fosas y bancos.
Cabras y bóvidos son los animales de los que tenemos restos docu-
mentados, así como de marisqueo en zonas costeras y recolección vege-
tal, y aunque no tenemos mucha información, debieron también cultivar
vegetales.

285
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Por su parte, la producción metalúrgica se incrementa con respecto a


la Calcolítica, pero aún ofrece poca variedad tipológica; sin embargo, con-
servamos claros restos de esta actividad, en forma de vasijas-horno, criso-
les y moldes. Concretamente en el navetiforme menorquina de Son Mercer
de Baix hay una pequeña construcción adosada a él, en la que se encontra-
ron dos crisoles, un lingote de cobre, dos escoplos, un punzón y un arete,
lo que nos lleva a pensar en una tarea realizada dentro del poblado pero
fuera de las viviendas. Se fabrican, sobre todo en cobre, puñales triangula-
res de tres o cuatro remaches, puntas de flecha romboidales de pedúnculo
y aletas, punzones de sección cuadrada, circular y oval, y aros, y posterior-
mente se incorporan otros objetos, en parte conocidos por los moldes que
se han encontrado, de varillas, punzones, hachas planas de filo semilunar
y talón recto, puñales, e incluso un machete de tipología desconocida fue-
ra de las islas, que está junto a objetos que para algunos autores son ya ta-
layóticos: espejos, espadas de pomo, pectorales de varillas, bridas, cinturo-
nes y diademas.
Los cuchillos, lascas, raspadores y puntas de flecha de piedra tallada
son pronto sustituidos por los de cobre, y en hueso y marfil aparecen pun-
zones, espátulas, brazaletes de arquero, cuenta de collar, colgantes, peines
y botones con perforación en «V».
La cerámica es poco cuidada, en tonos que van desde el ocre al negro,
generalmente lisa y con formas de cuencos, vasos carenados, vasos en to-
nelete, vasos globulares y bitroncocónicos, a veces con asas, y algunos
mamelones, cordones impresos, incisiones y digitaciones en los bordes.
Existen desde comienzos del periodo relaciones comerciales con las is-
las próximas y con otros puntos del Mediterráneo, y desde la mitad del mi-
lenio se intensifican los intercambios con el exterior, como testimonian los
emplazamientos costeros con grandes envases cerámicos apropiados para
en transporte marítimo, y el aumento de objetos de bronce con alto conte-
nido en estaño que no es de procedencia local.
Desde el1200 a. C se manifiestan cambios en el registro arqueológico,
y un nuevo modelo de organización territorial que paulatinamente va de-
jando en desuso los navetiformes. Aunque algunos perduran en época ta-
layótica.

286
TEMAS
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA:
INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO AUTÓCTONO

Ana F ernández
. A.xn.n.'>.r.~ Uo~~~~drl~
fiHIIJ<:UO 11ernan o

Estructura del tema: l. Tradición e innovación. 2. El entorno temporal. 3. Sub-


sistencia y actividad económica. 4. Cómo y dónde vivir. 5. Perduración y nue-
vos usos en el mundo funerario. 6. Campos de Urnas: el noreste peninsular.
7. El auge del metal: Bronce Atlántico. 8. ¿Algo nuevo del Mediterráneo?: Su-
reste y Levante. 9. El interior peninsular: lo autóctono y Cogotas I. 10. El Tala-
yótico en las Islas Baleares, ¿un mundo aparte?. Comentario de texto. Lecturas
recomendadas. Actividades. Ejercicios de autoevaluación. Bibliografía. Solu-
cionaría a los ejercicios de autoevaluación.
Palabras claves: Bronce Atlántico, Campos de Urnas, Cogotas I, bronce triparti-
to, etapa precolonial, armas, orfebrería, tesoros, depósitos, estelas, talayots.
Introducción didáctica: La etapa final de la Edad del Bronce en la península ibé-
rica representa un momento en el que confluyen tres corrientes culturales pro-
cedentes del continente europeo, el Mediterráneo oriental, y las regiones atlán-
ticas, que inciden en el desarrollo de algunas de las comunidades autóctonas
que ocupan el solar peninsular. Como casi siempre, estos influjos exteriores
son más evidentes en las regiones costeras, o bien en la zona del noreste pe-
ninsular en el caso de aquellas que llegan a través de los Pirineos. El desarrollo
económico y social, así como la cultura material y las otras manifestaciones
culturales que constituyen los elementos básicos para la reconstrucción de lo
que pudo ser la vida de las gentes de finales del II milenio a. C. y los comien-
zos del I, en la península ibérica serán el objeto de estudio de este tema.
Campos de Urnas en el noreste testimonian los influjos centroeuropeos cuya
nota más distintiva es el cambio de rito funerario, dando paso a la incinera-
ción en urnas que le dan nombre al periodo. El auge de la industria metalúr-
gica con magníficas armas de bronce, y un nuevo tipo de yacimientos: los de-
pósitos de metal, caracterizan el Bronce Atlántico, mientras que en el sureste y
levante se hacen patentes las influencias de la Meseta y Andalucía Occidental,
junto a las del noreste y las del oriente mediterráneo, con una fase final con-
temporánea con la etapa orientalizante de Andalucía.

293
PREIDSTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

De raíces autóctonas es la fase conocida como Cogotas I que se desarrolla en


la Meseta y que recibe influencias mediterráneas y atlánticas, pero también
<<exporta» objetos como las cerámicas conocidas con el nombre del periodo
que aparecen en muchas regiones peninsulares.

l. TRADICIÓN E INNOVACIÓN

A finales del II milenio a. C., en el suelo peninsular se desarrolla una


etapa denominada Bronce Tardío que, en muchas regiones representa el fi-
nal de lo argárico y el paso a un Bronce Final, periodo con manifestaciones
culturales heterogéneas, en función de las corrientes foráneas que comien-
zan a llegar a la península ibérica en torno al siglo XI a. C., procedentes de
tres áreas geográficas diferenciadas, y que se asientan en otras tantas re-
giones peninsulares:
• Al sureste llegan estímulos mediterráneos que son la «avanzadi-
lla» de lo que más tarde se convertirá en las colonizaciones fenicia
y griega, y que confluyen con los que penetran en este mar desde el
Atlántico.
• Una amplia zona del noreste peninsular recibirá influencias del con-
tinente europeo, a través de los Pirineos, con la llegada de nuevas
gentes con el rito funerario de la incineración - Campos de Umas-
(Fig. 1) que se extienden sobre todo por Cataluña, pero que posterior-
mente llegarán al Valle del Ebro, Navarra, País Vasco, Castellón, e in-
cluso una parte de Albacete.
• La denominada corriente atlántica afecta al oeste y el norte, y en me-
nor medida al occidente andaluz e incluso a la meseta. Esta zona pe-
ninsular está dentro de un círculo de navegación que desde mediados
del II milenio a. C, con la mejora de los cascos de las naves y los re-
mos más rápidos, hará posible un activo comercio, especialmente de
objetos metálicos.
Evidentemente, todos estos influjos llegan a unas poblaciones autócto-
nas, con unas estructuras, una cultura material, y un sistema económico y
social propios pero que «asimilan» en mayor o menor medida las noveda-
des, y que en general se caracterizan por una gran diversidad y un aumen-
to de las relaciones ínter y extrapeninsulares.

294
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO ...

Figura l. Reconstrucción de un enterramiento de la Cultura


de Campos de Urnas. MAN.

Por su parte, en las regiones de la Meseta, tiene lugar el desarrollo del


periodo conocido como Cogotas I, que ya desde el Bronce Tardío «expor-
ta» objetos materiales, especialmente cerámicas, al sureste peninsular, a la
vez que «importa» influencias de otras áreas de la península.

En la Región Valenciana se acentúan las diferencias ya existentes entre


el norte y el sur de la misma, manifestándose influjos centroeuropeos en el
primero, y características Ügadas al occidente andaluz - mediterráneas y
atlánticas- en las zonas meridionales.

A pesar de la diversidad, hay ciertas notas comunes para esta etapa


como son la incorporación definitiva del bronce tripartito, de una nueva
panoplia de tipos metálicos, locales y foráneos, y un nuevo uso social de
los mismos.

295
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

La Península Ibérica se convierte en centro de una amplia red de inter-


cambios comerciales, abasteciendo de minerales, - cobre y estaño- a los
broncistas centroeuropeos, británicos y franceses.
El control de las vías de paso, como la ruta del Tajo que com unica la
costa con el interior, se convierte en elemento dinamizador de algunos gru-
pos, al igual que se producen importantes transformaciones socioeconómi-
cas en regiones productoras de cobre como el Algarve, el Alemtejo y Huel-
va, o de estaño como Galicia, norte de Portugal y Extremadura.

2. EL ENTORNO TEMPORAL

Resulta difícil delimitar una periodización de esta etapa que sea apli-
cable a todas las áreas de la geografía peninsular, ya que si bien en el
sureste se desarrolla un periodo de Bronce Tardío desde el 1200 a. C.
aproximadamente, y es también en estas fechas cuando se produce un
cierto apogeo de Cogotas I, por el contrario en el cuadrante noreste ape-
nas hay todavía evidencias de relaciones con los grupos continentales de
Campos de Urnas.
De manera bastante generalizada, se acepta la fecha del 1100 a. C. para
el comienzo del Bronce Final que hasta mediados del siglo IX a. C. repre-
sentaría la etapa de plenitud de Cogotas, el aumento de la producción me-
tálica con la aparición de depósitos, nuevos tipos de yacimientos propios
de la etapa, en los que se «almacenan» hachas y puntas de lanza, junto a
otros objetos metálicos, y a veces chatarra, en grandes cantidades. Se fun-
dan en el suroeste los primeros poblados directamente relacionados con la
actividad metalúrgica en las propias zonas mineras, y se establecen rela-
ciones exteriores notables en las áreas atlánticas. En el sudeste siguen los
contactos con la Meseta, y en algunos poblados los niveles arqueológicos
se superponen a los del Bronce Tardío, mientras que en Murcia el bronce
es aún escaso y ya hay algunas incineraciones en lo que al rito funerario
se refiere. Por su parte, en el noreste los grupos llegados de más allá de los
Pirineos se establecen en Cataluña y crean las primeras necrópolis de in-
cineración conocidas como Campos de Umas (Fig. 2), y en las costas me-
ridionales el comercio mediterráneo y atlántico adquiere un creciente de-
sarrollo, en tanto que disminuyen los influjos meseteños y se acentúan los
de Andalucía occidental.

296
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENíNSULA IBÉRICA : INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO .. .

Figura 2. Urnas con decoración acanalada e incisa de la necrópolis de Can Bech, Gerona.
Museo Arqueológico de Barcelona.

En torno a la mitad del siglo IX a. C. tiene lugar una etapa de máximo


esplendor de la metalurgia atlántica, con fuerte incremento de la produc-
ción y del número de depósitos, y un destacado papel del comercio, y des-
de mediados del siglo VIII a. C. se documentan los primeros contactos con
mercaderes fenicios en una primera fase precolonial, que dará paso a la
fundación de colonias y la búsqueda de mercados ya no sólo costeros sino
en el interior. Desde finales del siglo VII a. C. también los griegos comer-
cian en las regiones costeras de la península ibérica.

3. SUBSISTENCIA Y ACTIVIDAD ECONÓMICA

En casi todas las regiones peninsulares durante el Bronce Final la agri-


cultura y la ganadería son actividades básicas de subsistencia, si bien se
documentan cada vez con mayor fuerza, otros procesos económicos y un
crecimiento significativo del comercio inter y extrapeninsular.

En la ganadería se produce un incremento de bóvidos y caballos frente


a los ovicápridos, y hay también un descenso en la cría de cerdos, y la agri-
cultura es predominantemente cerealista pero alternando con legumbres

297
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

variadas, y en ella se produce una intensificación de la producción y un


desarrollo tecnológico con el uso del arado y el abonado animal. En el su-
deste y levante predomina la agricultura, posiblemente ya con policultivo
mediterráneo, y explotaciones agropecuarias hay en las campiñas del Gua-
dalquivir, así como una agricultura itinerante o de roza caracteriza algunas
zonas gallegas. La ganadería tiene mayor desarrollo en las dehesas del Su-
roeste, mientras que la agricultura se desarrolla también en las tierras lla-
nas del noreste.
La pesca en zonas costeras y fluviales, y la caza, cada vez con menor in-
cidencia y casi reducida a conejos, son un complemento de la dieta, junto
con recolección de frutos, concretamente bellotas en algunas regiones.
Molienda de cereales y producción de derivados lácteos son tareas coti-
dianas, y también existen industria textil de lino y lana y cestería. Los bó-
vidos y caballos se usan como fuerza de tracción en las tareas agrícolas y
como medio de transporte. La alfarería fue también una actividad desta-
cada tanto para la elaboración de recipientes de uso doméstico, como de
otros más cuidados que se dedicaron al comercio. Decae bastante, sin em-
bargo, la industria de la piedra tallada, no así la de la piedra pulimentada
con numerosas hachas, azadas y cinceles; y punzones, puntas, agujas y es-
pátulas se elaboran en hueso.
La importancia del control de las rutas ganaderas, puntos de agua, pa-
sos de montaña y vados de ríos se hacen cada vez más palpables, y la cir-
culación de materias primas y objetos manufacturados, con redes de in-
tercambio a larga distancia, tanto con el mundo mediterráneo como con
el atlántico, es ya una realidad contrastada. Este tránsito se realizó por vía
terrestre, con carros, y posiblemente también por vía fluvial, con balsas y
barcazas. La existencia de una ruta entre el Atlántico y el Mediterráneo se
ha documentado por la presencia en Peña Negra (Crevillente, Alicante) de
un fundidor que elabora los mismos objetos que aparecen en Baioes (Por-
tugal), región metalúrgica muy relacionada con el suroeste francés. La mi-
nería es el factor económico fundamental en las sierras occidentales, y ri-
cas en sal son las llanuras costeras del Bajo Guadalquivir.
El foco metalúrgico se desplaza ahora de la zona argárica al noroeste,
integrado en el círculo atlántico y claramente relacionado con Bretaña e
Irlanda. Se consolida definitivamente la etapa de plenitud de los bronces
con aleaciones binarias de cobre y estaño, y en algunos talleres y en mo-

298
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO ...

mentos tardíos, también ternarios de cobre, estaño y plomo. En la zona de


la cuenca del Duero son frecuentes estos últimos, y con alto porcentaje de
plomo, especialmente en tipos concretos como hachas de talón con anillas
laterales, por lo general tardías.
Son escasos los restos de escorias y de hornos, que posiblemente fueron
también vasijas-horno, pero sí aparecen ya lingotes plano-convexos de co-
bre, con un peso superior a un kilo, de los que sin embargo no conocemos
los hornos en que se cocieron.
La composición de los objetos metálicos es variada según las regiones,
siendo en general las producciones peninsulares, diferentes a las de otras
zonas atlánticas, salvo el caso concreto de las hachas de talón y dos ani-
llas laterales de las zonas costeras. Hay grandes circuitos a larga distan-
cia de movimientos de metal, pero el grado de intercambio no parece muy
alto, predominando las producciones locales. Las armas y objetos de metal
llegan a la península ibérica como materiales de trueque a cambio de ma-
terias primas o como regalos para «gratificar» a los que ejercen el control
sobre las fuentes del mineral o las vías de comunicación, y estos prototipos
se imitan posteriormente en los talleres peninsulares.
La producción doméstica, que debió de realizarse en los propios po-
blados, está dedicada a la fabricación de objetos como punzones, hachas
y agujas, destinadas a satisfacer las necesidades del grupo, mientras que
las armas se elaboran en centros o talleres especializados. La producción
local se documenta por la existencia de moldes de fundición en piedras o
arcilla, restos de escorias y crisoles, y tal vez hubo artesanos que se des-
plazaron con sus útiles metalúrgicos para fabricar objetos. Dos centros
importantes de producción metalúrgica son el norte del Tajo en Portugal y
el estuario del Tinto-Odie! en Huelva.
Los objetos de metal se desplazan ahora de los ajuares funerarios a
los depósitos, aparecen nuevos tipos de armas (Fig. 3) y también útiles
completamente desconocidos hasta ahora como las navajas de afeitar y
los primeros «imperdibles». La orfebrería en oro está representada por
tesoros como el de Axtroki en Guipúzcoa (Fig. 4), o el de Villena en Ali-
cante formado por sesenta piezas de oro (Fig. 5), en su mayoría cuen-
cos, brazaletes y botellas, además de tres botellas de plata, un brazale-
te de hierro, un remate o broche de hierro con adornos de oro, y un botón
de ámbar y oro.

299
PREHISTORIA RECIENTE DE LA P ENÍNSULA IBÉRICA

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·• ;

11

--- 1 2 10

Figura 3. Espadas pistiliformes de la península ibérica (según A. Coffyn, 1985).

300
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA ffiÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO . . .

Figura 4. Cuencos de oro del Tesoro de Axtroki,


Guipúzcoa. MAN.

Figura 5. Tesoro de Villena (Alicante).

301
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

4. CÓMO Y DÓNDE VIVIR

Perduran, aunque cada vez en menor número, los hábitats en cuevas o


abrigos que, por lo general, son de carácter estacional, y también se ocu-
pan lugares altos que controlan el entorno y las vías de comunicación.
Pero lo más frecuente son los asentamientos ubicados en llanuras fluvia-
les, zonas fértiles y de pastos, constituidos por cabañas de materiales pe-
recederos. Hay ciertas diferencias regionales en las diversas áreas, y así, se
documentan hábitats permanentes con cabañas rectangulares, ovales y
circulares construidas con zócalos de piedra y alzados de tapial, en el su-
deste y levante que aparecen separadas unas de otras, pero con la misma
orientación, y no hay dato alguno que indique la existencia de obras defen-
sivas. En la Baja Andalucía, tierras bajas del valle del Guadalquivir, se pro-
ducen también ocupaciones estables desde el siglo IX a. C. con poblados
ubicados en pequeñas elevaciones, sin sistemas defensivos, y con cabañas
de plantas circulares u ovales hechas de barro y vegetales, y ligeramente
semiexcavadas en el suelo. En zonas de sierra del suroeste hay algunos ca-
sos de asentamientos en alturas destacables con defensas naturales, pero
de nuevo sin restos defensivos artificiales.
En otras regiones se documentan asentamientos discontinuos itineran-
tes, y en el Noreste se ubican en cabezos o altozanos que dominan las férti-
les vegas, con casas de planta rectangular adosadas unas a otras, y a veces
con una calle central, con las viviendas a ambos lados, de ésta.

5. PERDURACIÓN Y NUEVOS USOS EN EL MUNDO FUNERARIO

La documentación arqueológica sobre los enterramientos del Bron-


ce Final peninsular es bastante escasa y, desde luego heterogénea, salvo el
caso de los Campos de Urnas del noreste. La inhumación fue el rito casi
exclusivo en las dos etapas de la Edad del Bronce que ocuparon el 11 mile-
nio a. C en el suelo peninsular, con los cadáveres depositados en fosas, in-
dividuales, dobles o triples al comienzo del periodo. En el Alemtejo portu-
gués se encuentra una necrópolis de cistas cubiertas por losas decoradas
con grabados de armas propias de finales del Bronce Medio, y algo más
antiguas que las estelas extremeñas del final de la Edad del Bronce con las
que se relacionan por la semejanza de sus grabados y características mor-
fológicas. Tanto unas como otras son conocidas en general como las este-

302
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO ...

las decoradas del suroeste peninsular, aunque su dispersión geográfica es


más amplia. Desde finales del siglo x a. C o inicios el IX a. C. el nuevo rito
funerario de incineración se extiende por Cataluña, y un siglo más tarde
alcanza otras regiones del levante peninsular, valle del Ebro, País Vasco,
Navarra, e incluso parte de Albacete.
Sepulturas de incineración aisladas aparecieron en las excavaciones
de los hermanos Siret en regiones de la costa murciana y almeriense, que
Bosch Gimpera relaciona con los Campos de Urnas; sin embargo, también
pudieron ser consecuencia de influjos mediterráneos.
La escasez de datos sobre restos funerarios en el Bronce Final atlántico
es precisamente la característica común en todas estas regiones, lo que nos
lleva a pensar que estas comunidades no dejaron las evidentes huellas en
forma de restos humanos, asociadas o no a objetos de la cultura material,
que hasta ahora definían este aspecto cultural.
Desde Galicia al Bajo Guadalquivir tenemos datos inconcretos como
una necrópolis de casi cien cistas asociada al poblado de Valcorchero en
Cáceres, pero están totalmente expoliadas, lo que hace poner en duda
su atribución a esta etapa o a cualquier otra. También poco significati-
va es una inhumación infantil en fosa encontrada en El Picacho (Oria,
Almería) con medio cuenco cerámico muy poco significativo a modo de
ajuar, al igual que los restos humanos inhumados en la Cueva de la Can-
.c ela en Huelva, con cerámicas del Bronce Final pero sin una relación
clara sobre la asociación con ellos. Atribuible con seguridad al Bronce
Final es la tumba de Ro<;a do Casal do Meio (Sesimbra, Estremadura,
Portugal) con dos inhumados con ofrendas alimenticias y un ajuar cons-
tituido por un peine de marfil, una fíbula, un broche de cinturón y unas
pinzas de bronce.
Actualmente, el hallazgo de restos humanos junto a armas de metal en-
ontrados en lugares pantanosos o directamente debajo de las aguas han
echo pensar en un rito funerario ligado a estos conocidos depósitos que
se caracterizan por la intencionalidad de esconder y depositar juntas una
erie de piezas metálicas, siendo la mayoría de ellas armas de tipología
ayanzada dentro del Bronce Final, como son las hachas con fuerte nerva-
ura central en la hoja, marcado talón y anillas laterales; hachas planas de
apéndices laterales; puntas de lanza de enmangue tubular, etc. Una parte
importante de estos depósitos han sido localizados aislados y de forma ca-

303
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

sual, y son hallazgos cerrados que impiden que puedan asociarse a asenta-
mientos, enterramientos, ni a ningún otro contexto.
Sobre la significación de estos depósitos se han planteado otras teorías
desde las que los consideran objetos de un comerciante, stocks de chatarra
o piezas de desecho de un fundidor, a los que se inclinan por un carácter vo-
tivo de ofrenda a divinidades acuáticas. Esta posibilidad se basaría en que
las piezas que aparecen en cauces fluviales, son objetos ya no utilizables y
predominan algunos tipos concretos, lo que nos lleva también a pensar que
existieran objetos símbolos de un estatus y reservados a una minoría. Uno
de los depósitos más relevantes es el burgalés de Huerta de Arriba integrado
por un amplio conjunto de objetos de gran categoría: tres hachas de talón
con anillas laterales, una de ellas con solo una anilla, tres puñales, cuatro
navajas de afeitar, dos brazaletes, una punta de lanza y una lezna (Fig. 14).
En Cataluña desde comienzos del I milenio a. C. e incluso antes irrum-
pe el ritual funerario de incineración con patrones funerarios diversos,
pero perduran algunas inhumaciones colectivas en cueva en áreas del Piri-
neo y regiones montañosas del centro y sur de la región. Perviven también
en el extremo oriental pirenaico algunas inhumaciones colectivas en mega-
litos, pero ya con materiales asociados a las gentes incineradoras, como las
cerámicas acanaladas.

6. CAMPOS DE URNAS: EL NORESTE PENINSULAR

Este complejo procede de la Europa centroriental y se caracteriza,


como su nombre indica, por el rito funerario de incineración en urnas que
se agrupan en necrópolis de gran extensión (Fig. 6). Este cambio no tiene
lugar de forma radical ni uniforme en las regiones centroeuropeas, el norte
de los Balcanes, norte de Italia y el occidente europeo, y penetra en la pe-
nínsula ibérica por las llanuras del Languedoc y el valle del Ródano.
Actualmente desechado el concepto de «invasiones europeas», se admite
esta etapa como un momento complejo con variaciones geográficas y crono-
lógicas y con bastante más importancia de lo autóctono de lo que se creyó
en principio. Se han establecido periodizaciones diversas desde P. Bosch
Gimpera, pero será Salvador Vilaseca en 1963 quién basándose en datacio-
nes radiocarbónicas, lleva el inicio del periodo hasta el 1100 a. C., al igual
que Martín Almagro Gorbea posteriormente.

304
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO . . .

Figura 6. Tipos de sepulturas de la Cultura de Campos


de Umas del Ampurdán, (según E. Pons, 1984).

Los primeros grupos se extienden por las tierras agrícolas del prelitoral
catalán desde el Ampurdán al campo de Tarragona, llegando al Bajo Se-
grey penetrando un poco en el Bajo Aragón, y debieron de ser pequeños
grupos, agricultores, con hábitats en cuevas y en reducidos asentamien-
tos al aire libre, sin estructuras significativas que conocían la tecnología
del bronce y posiblemente usaron el arado con tracción animal. Las urnas
cinerarias eran bitroncocónicas con acanaladuras, similares a las del Lan-
guedoc francés.
Comenzando ya el I milenio a. C. se produce una evolución local y una
expansión por todo el cuadrante nororiental, con mayor número de pobla-
dos, y necrópolis de mayor extensión, que constituyen varios grupos locales:
• Ampurdán: poblados de poca entidad en llanuras cerealistas, con la
necrópolis de Agullana en Gerona como representativa, con más de

305
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

500 sepulturas en las que se depositan ajuares a base de cuchillos _


navajas de afeitar para los hombres, y agujas, fíbulas y fusayolas para
las mujeres, pero solamente en muy escasas ocasiones ya que lama-
yoría carecen de ajuar.
• En el centro y sur de Cataluña se produce una continuidad y un creci-
miento demográfico con hábitats en llanura de los que se conservan
los silos, y en el caso del de Molá en Tarragona, casas rectangulares de
adobe. Las necrópolis son pequeñas, su economía es agropecuaria y el
metal escaso.
• En el Segre y el Bajo Aragón se introducen los restos incinerados en
una urna que se tapa con un plato invertido (Fig. 7) o con una losa
plana, y ésta se entierra en una fosa que se cubre con un túmulo de
tierra y piedras. Los poblados se ubican en cerros de fácil defensa,
son pequeños y tienen viviendas adosadas de planta rectangular. La
aparición de moldes de fundición de tipos locales hace pensar en una
posible explotación de los recursos mineros del prepirineo, siempre
de carácter doméstico.
A finales del periodo se produ-
ce una expansión del ritual de in-
cineración hacia el valle medio del
Ebro y las regiones septentrionales
de la Región Valenciana. Además,
en torno a comienzos del 1 milenio
a. C. nuevos grupos europeos llegan
al Ebro por los Pirineos centrales, a
través de las cuencas del Segre y el
Cinca, y por los Pirineos occiden-
tales, alcanzando tierras navarras
y vascas. Traen útiles propios del
Bronce Final como espadas de em-
puñadura calada y las hachas de ta-
lón con anillas laterales, y unas ce-
rámicas excisas.
Se asientan en alturas fácilmen-
Figura 7. Urna funeraria de la necrópolis
de Can Misert, Tarrasa, Barcelona. te defendibles y en tierras agrícolas
Museo arqueológico de Barcelona. de llanura, con poblados ya bastan-

306
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO ...

te urbanizados de casas adosadas entre sí y alineadas respecto a un eje, o


bien de viviendas a ambos lados de una calle central, construidas en los
dos casos con adobe y tapial. Se usaron algunas cuevas como lugar de ha-
bitación y la base de su sustento fue agrícola y ganadera, y aunque la pre-
sencia de moldes también habla de actividad metalúrgica, ésta debió de ser
de uso local y doméstico.
Se han atribuido a estas gentes de Campos de Urnas las necrópolis de
incineración en hoyos más antiguas, modelo que perdura hasta bien entra-
da la Edad del Hierro.

7. EL AUGE DEL METAL: BRONCE ATLÁNTICO

Se desarrolla en todas las regiones costeras desde Cádiz al Golfo de Viz-


caya, propiciado por el desarrollo de la navegación que favorece la difu-
sión de ideas y de materiales con una gran heterogeneidad regional con fo-
cos destacados en las áreas minero-metalúrgicas y penetraciones hacia las
zonas de Extremadura, el occidente andaluz y la Meseta. Se intensifican
los contactos y la industria local asimila tipos nuevos, pero también los
crea y los difunde.

Las propuestas de periodización interna son también variadas y hetero-


géneas geográficamente, desde la de J. Gómez de Soto (1990) con tres eta-
pas «equivalentes» a las inglesas y bretonas, a otras muy específicas para
zonas concretas, casi siempre definidas por los tipos metálicos. En general
comienza el periodo con una mezcla de tradiciones locales y productos de
origen atlántico para posteriormente incorporarse a los circuitos atlánticos
y finalizar con lo que se ha definido como «complejo de espadas de lengua
de carpa>>.

En cuanto a la estructura social, parece evidente que el desarrollo de


as actividades de intercambio propició una acumulación de poder en po-
as manos y desigualdad social entre comunidades y dentro de ellas. Las
·pótesis sobre las causas que dieron lugar a este proceso se multiplican,
esde las teorías tradicionales que consideran la tecnología metalúrgica
omo el motor del cambio, complementada con el control del comercio
:de las redes de intercambio por parte de las élites, a otras que apuntan
desequilibrio medioambiental y el crecimiento demográfico, o bien a

307
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

la mejora generalizada de la producción agropecuaria y metalúrgica que


conllevan un crecimiento económico. La consideración de las armas y
las joyas como símbolos de poder haría pensar en organizaciones políti-
cas complejas, con jefaturas que acumulan bienes de prestigio, y que se
relacionan con las representaciones de carros y cascos de las estelas del
suroeste, y también en una necesidad de alianzas entre jefes que podrían
«reforzarse» con matrimonios. Hay quienes consideran como M. Ruiz-
Gálvez (1992) que posiblemente los torques fueran usados en transaccio-
nes sociales como la compra de la novia, y así poder acceder a alianzas
matrimoniales con mujeres de alto rango entre regiones, y adquirir el po-
der y la jerarquía social a través de las estrategias matrimoniales y de la
política de intercambios.
A lo largo de la Edad del Bronce, las armas van adquiriendo en la pa-
noplia del metal mayor protagonismo, siendo el Bronce Final el momento
que hace pensar en una creciente competitividad y necesidad de defensa
de los recursos.
En el noroeste y la cornisa cantábrica se han establecido dos facies
diferenciadas, la primera de ellas caracterizada por las hachas de talón
o tope con una o dos anillas laterales (Fig. 8), primero imitación de las
francesas y después de producción local masiva que se exportan a otras
regiones peninsulares y extrapeninsulares. También hay hachas de cubo
de origen bretón, escoplos, cinceles, cuchillas de afeitar y sobre todo
espadas de tipo estoque largo, y posteriormente de empuñadura calada
de origen bretón. En orfebrería hay pulseras de or o y torques de origen
irlandés.
Desde el 900 a. C. aparecen nuevos tipos de armas, especialmente es-
padas de hoja larga y punta de «lengua de carpa» o «gota de sebo», con
empuñadura de lengüeta calada. También hay puntas de lanza, hoces y
moldes para éstas, y continúan las hachas de lalón con anillas laterales,
puñales con empuñadura calada y calderos de cobre con remaches. Pul-
seras de oro y sobre todo cuencos como los del Tesoro de Riantxo en La
Coruña representan la orfebrería, junto con el de Caldas de Reis en Pon-
tevedra, del que se conservan veintiocho anillas-lingotes macizas, tres lin-
gotes-barra, tres vasos, dos de ellos con decoración geométrica incisa, y
seis fragmentos de una lamina de tiras, lo que resulta la mayor acumula-
ción de oro de toda la Prehistoria europea.

308
E L FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO ...

-~

Figura 8. Hachas de talón y anillas de la península ibérica, (según A. Coffyn, 1985).

309
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Extremadura puede considerarse una zona puente entre el noroeste


y el suroeste peninsular, punto de encuentro entre las influencias medi-
terráneas, atlánticas y centroeuropeas y centro difusor de éstas hacia el
interior.
Región con recursos mineros, aunque no muy ricos, de oro, plomo ar-
gentífero, estaño y cobre tiene un fuerte arraigo autóctono al que se incor-
poran las influencias mencionadas. Lo más representativo aparece en depó-
sitos de objetos de bronce y escondrijos de oro, pero también tenemos
excavado un poblado, Valcorchero, en Cáceres, ubicado en un cabezo, con
chozas de planta rectangular, y con
una importante necrópolis de cistas
de piedra, asociada a él, con 35 cis-
tas en la zona norte del yacimiento,
20 en la zona oeste y 22 en la sures-
te, sin una distribución previa y casi
todas adaptadas a la orografía del te-
rreno. La Cueva del Boquique en
Plasencia (Cacéres) es también re-
presentativa de esta zona, porque da
nombre a esta cerámica característi-
ca, cuya decoración a base de inci-
siones produce el efecto de estar rea-
lizada a base de puntos hechos en el
interior de una línea incisa continua,
por lo que también se denomina a
esta técnica «punto en raya».
En bronce hay hachas de dife-
rentes tipos, puntas de lanza, esco-
plos, alfileres de cabeza redondeada,
y colgantes, y en orfebrería desta-
can los torques de oro con decora-
ción geométrica (Fig. 9), las cadenas
2
de espirales y los brazaletes. Objetos
de oro aparecen también sueltos y
en conjuntos, en ocasiones dentro de
Figura 9. Torques del Depósito de
Berzocana, Cáceres, y Depósito de recipientes cerámicos, como el Teso-
Sagrajas, Badajoz (según A. Coffyn, 1985). ro áureo de Bodonal de la Sierra en

310
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO . ..

Badajoz (Fig. 10), que apareció escondido en un vaso cerámico con 19 obje-
tos, entre ellos 6 torques y brazaletes variados, que se relacionan con proto-
tipos irlandeses y que se interpreta como depósito de orfebre.

Figura 10. Torques de oro en trompeta. Depósito de Bodonal de la Sierra,


Badajoz, (según A. Coffyn, 1985).

Mención especial merecen las estelas decoradas (Fig. 11), especialmen-


te características de las dos provincias extremeñas, aunque su dispersión
geográfica es más amplia, constatándose también su presencia en las zonas
del Alto y Bajo Guadiana, Bajo Guadalquivir y Bajo Tajo. Son grandes lajas
de piedra decoradas con grabados que representan a un guerrero acom-
pañado de sus armas entre las que destacan escudos redondos con escota-
dura en V, espadas, lanzas, cascos, objetos personales ... y carros de dos o
cuatro ruedas, y que prácticamente todas han sido halladas descontextua-
lizadas, pero la tipología de las armas representadas permiten situarlas en
el Bronce Final Atlántico. Han sido muchas y variadas las teorías vertidas
sobre su significado, y durante largo tiempo fueron consideradas estelas fu-
nerarias, aunque con posterioridad se interpretaron como señalizaciones

311
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

3
2

4 5

Figura 11. Estelas Extremeñas: l. Torrejón Rubio. 2. Valencia de Alcántara. 3. Brozas.


4. Zarza de Montanchez. S. Solana de Cabañas, en Cáceres. 6. Alburquerque en Badajoz
(según A. Coffyn, 1985).

312
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO ...

del terreno, de lugares de paso, de vías ganaderas o de yacimientos mine-


ros controlados por determinados grupos. La teoría más aceptada en la ac-
tualidad es la que atribuye a estas estelas un carácter simbólico de exalta-
ción o de homenaje a la heroicidad del guerrero, difunto o no, que aparece
acompañado de su ajuar militar. Junto a estas estelas y con caracterís-
ticas y grabados semejantes a las extremeñas, aunque cronológicamen-
te más antiguas, aparecen las estelas procedentes del Alemtejo portugués,
que como ya hemos comentado en el apartado S de este tema aparecen cu-
briendo las cistas en necrópolis de inhumación.
El inicio del Bronce Final en el suroeste enlaza con el Bronce Tardío
que para algunos autores perdura bastante en el espacio temporal, y ofre-
ce una cierta continuidad con respecto al periodo anterior y variación cul-
tural con crecientes relaciones entre las diversas áreas geográficas, y pos-
teriormente dará lugar a lo que conocemos como cultura tartésica, en una
zona que posee variados recursos naturales: valles aptos para el cultivo,
pastos abundantes para el ganado, y minerales.
Carecemos de información, o al menos ésta es muy escasa en cuanto
a los poblados del inicio, hasta el momento en el que comienzan a apa-
recer los influjos atlánticos con depósitos y metalurgia del bronce, en po-
blados ubicados en cerros con o sin defensas, y con necrópolis de inhu-
mación en cistas.
El metal es escaso al comienzo del periodo, pero en torno al cambio de
milenio aumenta, a la vez que se produce el apogeo del influjo atlántico en
forma de puñales cortos con remaches, hachas planas de reborde y espa-
das de punta «lengua de carpa». En oro hay grandes torques y brazaletes,
y es característica del periodo la cerámica bruñida con formas de vasos ca-
renados decorados con surcos, botellas con «gallones» en relieve, cuencos,
cazuelas y ollas.
En el occidente andaluz, tierras bajas de Huelva, depresión bética y
zonas bajas de las estribaciones de Sierra Morena se desarrolla un ho-
rizonte cultural caracterizado por cerámicas con decoración bruñida y
pintada con motivos geométricos, junto a espadas pistiliformes de em-
puñadura maciza, puñales y espadas de empuñadura calada, y punta de
«lengua de carpa». La metalurgia, ejercida por grupos especializados, es
la base económica fundamental con restos de martillos de piedra, esco-
rias, moldes y hornos de fundición que lo testimonian, con la aleación

313
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

tripartita usada ya de manera generalizada, y también plata. Cerca de los


filones mineros se establecen asentamientos desde los que se lleva a cabo
un comercio de largo alcance, seguramente en manos de grupos especia-
lizados, al igual que debían serlo las gentes que se dedicaban a la agricul-
tura y la ganadería.
Representativo de esta zona y de un tipo de yacimiento especialmen-
te significativo del Bronce Final Atlántico es el depósito de la ría de Huel-
va, claro ejemplo de la coexistencia de las dos tradiciones comerciales: at-
lántica y mediterránea. Contiene más de 400 objetos, entre ellos espadas
de punta de «lengua de carpa», puntas y regatones de lanza (Fig. 12), frag-
mentos de un casco de metal, fíbulas de codo de inspiración siciliana y
chipriota, broches de cinturón, botones, torques y adornos varios que pa-
recen copias locales de tipos foráneos. Parte de ellos eran chatarra, y sobre
su significado se han planteado hipótesis diversas, siendo la tendencia más
aceptada en la actualidad la de darle un sentido votivo, incluso probable-
mente de carácter funerario.

8. ¿ALGO NUEVO DEL MEDITERRÁNEO?: SURESTE Y LEVANTE

Esta zona recibe influencias de la Meseta y Andalucía occidental que se


convierte ahora en un área difusora, pero también del noreste en las zonas
septentrionales, y sobre todo desde el oriente mediterráneo ya con contac-
tos directos que preludian las posteriores colonizaciones.
Se ha establecido una periodización interior en tres fases que comien-
zan en el 1100 a. C y se desarrollan hasta finales del siglo VIII a. C. En la
primera etapa perduran las influencias meseteñas y de Campos de Ur-
nas, así como del Bronce Atlántico, mientras que en la segunda, en torno
a mediados del siglo IX a. C. desaparecen los materiales meseteños y se
aprecia una mayor influencia de los talleres atlánticos y de zonas medite-
rráneas. Son representativos de esta etapa yacimientos como el Cerro de
la Encina y el Cerro del Real en Granada, y los alicantinos de Peña Negra
de Crevillente y los Saladares en Orihuela. La fase final se desarrolla en
paralelo con el periodo orientalizante andaluz, y .es una etapa previa a lo
ibérico.
El de Peña Negra ubicado en la desembocadura del Vinalopó parece estar
vinculado al comercio del metal entre las costas atlánticas y el Mediterráneo

314
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA ffiÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO ...

--o--

o 10

-o-- - '

J... 8

Figura 12. Objetos del Depósito de la Ría de Huelva (según A. Coffyn, 1985).

315
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

y ser también un nudo clave de comunicación en las rutas ganaderas que


dirigen al interior peninsular.
Una economía agrícola de regadío junto a ganadería de ovejas y cabras
son las bases fundamentales de subsistencia, además de la evidente impor-
tancia de la metalurgia y de los intercambios, y también hay industria textil.
Es destacable la orfebrería, con un representante de excepción en el Teso-
ro de Villena (Alicante) (Fig. 5), escondido en la primera mitad del s. IX a. C.
y compuesto por brazaletes y cuencos decorados de oro, botellas de oro y
plata, y láminas de oro caladas.

9. EL INTERIOR PENINSULAR: LO AUTÓCTONO Y COGOTAS I

La última etapa de la Edad del Bronce en el interior peninsular coin-


cide con el área geográfica, al menos en buena parte, de lo que conoce-
mos como Cogotas I que ya tuvo una primera fase denominada Protoco-
gotas en el Bronce Medio. El nombre deriva del yacimiento encontrado
en Cardeñosa, Ávila, en el que aparecieron unas cerámicas característi-
cas, excisas y de boquique, que han servido para definir el periodo, jun-
to con algunos objetos metálicos, especialmente hachas de talón con dos
anillas laterales, inconfundiblemente vinculadas al Bronce Atlántico pe-
ninsular.
Se extiende por la mayor parte de la cuenca del Duero y la vertiente
norte del Tajo, y su raigambre autóctona está fuera de duda, existiendo
una etapa de formación previa a la del apogeo o plenitud que ocuparía
desde el siglo XI a. C al IX a. C. Ya hemos mencionado sus vínculos con el
Bronce Atlántico, pero también el mundo meridional orientalizante llega
a través de la Vía de la Plata y, por una vía marítima que conduce al no-
roeste, desde donde alcanzan la Meseta Norte. Las cerámicas que definen
el periodo aparecen en numerosas áreas de la geografía peninsular, y es
evidente que esta zona está inmersa en las corrientes comerciales del mo-
mento. Si bien parece probable que el tránsito a Cogotas I se produzca
con la emergencia de la red atlántica, también lo es que en el interior pe-
ninsular las transformaciones se perciben menos, pues aquí ya existía un
modelo económico previo muy similar al que ahora adoptan otras regio-
nes: no había asentamientos estables, ni una actividad metalúrgica dedi-
cada al comercio.

316
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENíNSULA IBÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO ...

Factores de renovación llegan desde el Mediterráneo y el Atlántico e in-


ciden en un substrato autóctono que abandona casi totalmente el utillaje
lítico y el cobre, generalizando el del bronce binario, y posteriormente ter-
ciario, y fabricando una cerámica con decoración mucho más barroca, que
en ocasiones imita claramente los recipientes de metal.
No parecen existir grandes contrastes sociales, pero sí debió haber
una jerarquía pues los depósitos de bronce y sobre todo los de oro están
con frecuencia constituidos por objetos que podrían se considerados de
cierto estatus personal. Si consideramos posible que este tipo de yaci-
miento estuviera relacionado con un carácter votivo, o de ofrenda a di-
vinidades naturales, tal vez serían las élites quienes se reservaron el con-
trol de éstos.
Los asentamientos no difieren apenas de los de la etapa anterior, y de
hecho hay frecuentes reocupaciones, a veces difíciles de distinguir. Son
en llanura o terrazas bajas y construidos con materiales perecederos, de
los que apenas conservamos restos, salvo las grandes aglomeraciones de
silos, en general de menor tamaño que los de etapas anteriores, y hoyos
que pudieron o no formar parte de las cabañas circulares de barro y ve-
getales de las que conservamos algún escasísimo número, con una fun-
ción de almacenaje de víveres o utensilios, basureros domésticos o in-
dustriales, y enterramientos. En general, no llegan a una Ha, aunque en
el caso del Caserío de Perales en Madrid se habla de la existencia de ho-
yos en un área de 2 Ha. Las últimas aportaciones de la fotografía aérea
parecen mostrar posibles recintos circundantes, y existen algunos casos
de ocupaciones en cerros, sobre todo en el Valle del Henares, como el de
Ecce Horno en Alcalá de Henares. Curiosamente para estos posibles re-
cintos fosados, Germán Delibes (2000-01) propone una interpretación
que podría estar vinculada a otros recintos europeos, concretamente los
Enclosures franceses y otros del Danubio y el Báltico, todos ellos con este
perímetro fosado y considerados como posibles recintos sagrados, más
que habitacionales.
La información sobre el rito funerario y las formas de enterramiento es
astante incompleta, y durante años, vinculada con la identificación de
Cogotas 1 con invasiones indoeuropeas, a consecuencia de la atribución
cultural de las cerámicas excisas, se pensó en que el rito funerario de estas
gentes fue la incineración. Actualmente, precisado ya el periodo y sus ca-

317
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

racterísticas, y a pesar de tener pocas manifestaciones arqueológicas, sí


podemos afirmar que el rito funerario fue la inhumación, y solamente al
final del periodo pudo realizarse alguna cremación. También se ha pensa-
do que estas gentes no enterraron a sus muertos o bien practicaron unos
ritos que desconocemos. Sin embargo, conservamos una veintena de casos
que pueden darnos información bastante precisa de lo que pudo ser la for-
ma de enterramiento, aun cuando no podamos explicar la escasez de esta
representación. Las fosas son prácticamente el tipo único en el que se de-
posita el inhumado, y éstas aparecen en ambientes de poblado, en cuevas e
incluso en megalitos. No aparecen señalizaciones externas, y sí existen,
aunque esporádicamente, restos humanos entre los rellenos de desecho de
algunos hoyos o basureros.
La tumba de San Román
a. Alzado
de la Hornija en Valladolid
(Fig. 13) es considerada como
un caso excepcional, con tres
inhumados y un ajuar com-
puesto de un pequeño lingo-
te de bronce, un arete y restos
/ óseos de animales. Lo más fre-
cuente es que lleven exclusiva-
b) Estratigrafía mente un vaso cerámico en los
casos en que puede individua-
lizarse el ajuar, que son las fo-
sas, algunas de ellas cerradas
por un enlosado de piedras.
En cuanto a la subsisten-
cia, las gentes de Cogotas I se
dedican a una economía agro-
pecuaria ae'legurribres y cerea-
n •Do
arenas arcillas bloques gravas
les, con recolección de bellotas
A : Fíbula ch ipriota y otros frutos secos, y posi-
blemente algo de arboricultu-
ra. La cabaña ganadera esta-
ba integrada por ovicápridos y
Figura 13. Enterramiento de San Román de bóvidos, posiblemente utiliza-
Hornija, Valladolid (según A. Coffyn, 1985). dos como medio de tracción,

318
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENíNSULA IBÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO .. .

y en menor medida cerdos, caballos y perros. La caza es bastante variada


- ciervos, conejos y jabalíes- y relativamente abundante.
La metalurgia no fue una actividad destacable en el mundo cogotiano,
y no parece haber procesado de mineral en los asentamientos, pero sí ob-
jetos de minería como martillos, y de fundición como moldes bivalvos, lin-
gotes de formas variadas y un par de hornos.
Si bien hay dataciones absolutas para este grupo en la primera mitad
del periodo, las armas y útiles que usan son de tradición anterior como las
hachas planas y los puñales de remaches, lo que llevó a algunos autores a
considerar el periodo como un Bronce Tardío, y a defender una metalurgia
local de las gentes de Cogotas. Sin embargo, también aparecen cerámicas
excisas y de boquique con tipos metálicos del Bronce Final, como las pun-
tas de lanza tubulares y de cubo, lo que hace pensar en una convivencia de
tradición y modernidad.
Por otra parte, algunos de los hallazgos de depósitos mas importantes
de la metalÚrgia atlántica aparecen en las zonas ocupadas por gentes de
Cogotas I, como Huerta de Arriba en Burgos (Fig. 14), pero curiosamen-
te agrupados en las terrazas cupríferas de la Meseta, en los rebordes sep-
tentrionales de ésta, en torno a las cabeceras del Esla y el Pisuerga y a los
pies del Moncayo. Esto ha hecho pensar que el cobre fue muy apreciado
por las gentes del Bronce Atlántico, especialmente las del cuadrante no-
roeste donde son escasas las mineralizaciones de éste, y que por ello bus-
caron obtenerlo de las gentes cogoteñas dando lugar a un intercambio de
materia prima por objetos manufacturados, sobre todo armas de tipolo-
gías «modernas» que debieron considerarse objetos de prestigio en manos
de quienes controlaban los recursos mineros, lo que explicaría que apenas
aparezcan en contextos domésticos, y también la existencia de objetos im-
portados e imitaciones.
En bronce binario hay varillas y punzones biapuntados, fíbulas de codo
del tipo de las de la ría de Huelva, alfileres y brazaletes, algunos de oro,
junto a las espadas, hachas de talón y anillas laterales y las puntas de lanza
de modelos atlánticos.
La industria cerámica ha sido de gran interés en esta región del cen-
tro peninsular, siendo de hecho el elemento que ha definido esta etapa,
y le ha dado entidad propia. Se elaboran recipientes bastante toscos,

319
..
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

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-
12

Figura 14. Objetos del Depósito de Huerta de Arriba, Burgos (según A. Coffin, 1985).

320
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO . ..

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o 10

Figura 15. Formas y decoraciones de la cerámica de la Cultura de Cogotas 1


(según Fernández-Posse, 1986).

tinuistas y de uso cotidiano, pero junto a ellos se fabrica una cerámica


·dada que se exportará a gran parte de las regiones peninsulares desde
Ya al Guadalquivir. Las formas (Fig. 15) son de fondo plano, con vasos
nados y troncocónicos, jarras con asa y algunas con boca lobulada, y
rtes en forma de carretes, varios de ellos con paralelos en el centro y oes-
e Europa. Son espatuladas o bruñidas y se decoran con motivos geomé-
rectilíneos y curvilíneos como zigzags, triángulos, ajedrezados y guir-
-uu.a..::>, en muchos casos formando frisos. Las técnicas decorativas son

321

.1 1
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

la excisión (Fig. 16) y el boqui-


que, pero también el puntilla-
do, la incisión, la impresión de
cuerdas, las acanaladuras y las
incrustaciones de pasta, a ve-
ces polícromas.
El tránsito de Cogotas I a
Soto de Medinilla I, o Hierro I
plantea dificultades de interpre-
tación en la submeseta norte, y
supone un cambio cultural de
dos horizontes arqueológicos
diferenciados: movilidad de po-
blamiento frente a sedentaris-
mo en asentamientos estables
de larga duración; nuevas téc-
nicas agropecuarias en el se-
gundo; variaciones en la de-
coración cerámica que pasa
o 5 del barroquismo a la sencillez
de las de Soto, como mucho
Figura 16. Cerámica excisa de San Formeiro, pintadas, con nuevas formas
Burgos (según A. Coffyn, 1985). y silos-vasijas; y muy especial-
mente, la aparición del hierro.
Sin embargo, algunos investigadores apuestan por un proceso endógeno
de continuidad, o bien un proceso evolutivo paulatino. Por el momento se
aceptan mas las tesis rupturistas a causa del registro arqueológico diferen-
ciado, y también porque las dataciones radiocárbónicas parecen apoyarlo.
Germán Delibes (2000-0 1) concluye en un estudio sobre santuarios y
yacimientos relacionados con lo funerario de ambos periodos, que el ri-
tual de los depósitos sí sobrevivió al tránsito de Cogotas I y Soto de Me-
dinilla (Valladolid), ya que en ambos casos se mantiene la preferencia por
las aguas. Lo que los hace diferentes son las ubicaciones, pues los prime-
ros ocupan la periferia montañosa septentrional de la cuenca del Duero, y
los segundos se extienden por las tierras centrales del campiña. Pero, salvo
en el caso de estos depósitos, afirma el autor, la cultura de Soto supuso un
cambio que hace pensar en un «agente» externo.

322
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO . ..

10. EL TALAYÓTICO EN LAS ISLAS BALEARES, ¿UN MUNDO APARTE?

Este periodo al que dan nombre unas construcciones muy característi-


cas, ha dado lugar al planteamiento de hipótesis diversas en lo que se refiere
a sus orígenes y su periodización interna. De nuevo se discute si es una con-
tinuación de la etapa anterior, o si su aparición es consecuencia de la llega-
da de gentes procedentes de otras islas mediterráneas (Córcega y Cerdeña).
También las fechas propuestas han variado a lo largo de la historia de la in-
vestigación, pero propondremos aquí la que nos parece más aceptada en la
actualidad, y que arranca delllOO. C. perdurando hasta el800 a. C.
Lo que sí está claro es que existen diferencias entre ésta y la anterior
etapa naviforme, advirtiéndose ahora mejoras en la agricultura y la gana-
dería, el abandono de las cuevas como lugar de habitación, y una mayor
concentración demográfica. Sin embargo, no siempre los límites entre am-
bos momentos están muy definidos.
Los talayots, construcciones que dan nombre al periodo, son torres de
planta circular, oval o cuadrada que se adaptan a la topografía natural del
terreno y presentan similitudes con las nuragas de Cerdeña y las torri de
Córcega. Los alzados son de mampostería en grandes bloques y con for-
mas troncocónicas y troncopiramidales, y en algunos de ellos la zona infe-
rior es maciza. Hay una puerta de entrada que da paso a un corredor o una
rampa por donde se accede a la cámara de planta circular o cuadrangular,
en ocasiones con un pilar central, las cubiertas pueden ser de losas planas,
por aproximación de hiladas, e incluso de madera, y pueden aparecer aisla-
dos o formando parte de un núcleo de población. Las interpretaciones so-
bre su significado han sido numerosas, aunque actualmente se acepta que,
además de otras funciones «Secundarias», lo más destacable es su carác-
ter representativo, sea militar, disuasorio ... Entre las funciones secundarias
podemos mencionar que se usaron como hábitats, almacenes, lugares de
reunión, centros de prestigio, e incluso recintos de carácter funerario.
Originales de la isla de Menorca son las conocidas como salas hipósti-
las constituidas por numerosas columnas cubiertas con losas planas, o por
aproximación de hiladas, que son estructuras semisubterráneas y general-
mente tienen planta alargada, a las que se accede por una puerta adintela-
da o un corredor. La mejor excavada es la de Torralba d' en Salort, Alaiort,
en donde se confirmó un almacén con numerosas ánforas.

323
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNS ULA IBÉRICA

Figura 17. Taula de Torralba d' en Salort (Alaior, Menorca).

Las taulas están formadas por un monolito vertical prismático sobre


el que se apoya otro horizontal, y sobre su función hay teorías diversas des-
de que son mesas de sacrificios o parte de recintos religiosos, a que simple-
mente fueron una parte constitutiva de algún edificio, destacando las tau-
las de Torrellafuda y Torrentrecada en la zona de Ciudadela (Fig. 17).
Existen dólmenes y cuevas artificiales de enterramiento, estas últimas
agrupadas en necrópolis en la isla de Menorca, y pequeñas hornacinas ex-
cavadas en al roca en las que se depositaban urnas funerarias.
En bronce aparecen espadas de hoja ancha a veces con nervadura y em-
puñadura maciza de tipos europeos similares a algunas de la ría de Huel-
va, y otras de tipos mediterráneos, y también hay hachas planas de filo muy
abierto que se relacionan con algunas de Cerdeña. A éstas se añaden esco-
plos, hachas de cubo, puntas de flecha triangulares con pedúnculo, y pun-
tas de lanza, en el capítulo de adornos hay pectorales y gargantillas de vari-
llas y un cinturón decorado con púas. Se han localizado un gran número de
moldes de fundición, pero en las islas hay poco mineral, lo que hace pensar
en la necesidad de un comercio de cierta entidad que importara éste.

324
EL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE EN LA PENÍNSULA IBÉRICA: INFLUENCIAS EXTERIORES Y DESARROLLO ...

La cerámica es de tonos oscuros, hecha a mano y de mala calidad, con


formas de ollas, vasos troncocónicos, platos y copas, generalmente lisa, y
con algunas asas y mamelones, y en piedra pulimentada hay percutores,
alisadores y abundantes molinos que reflejan la existencia de un cultivo de
cereales desarrollado.
Perviven en algunos casos las navetas de la etapa anterior como lugar
de habitación, pero lo más frecuente son unos poblados con perímetros de
tendencia circular que se ubican en llanuras, laderas o zonas elevadas, con
casas irregularmente distribuidas de planta rectangular o circular, y que
en Menorca son circulares o poligonales con un patio interior, varias de-
pendencias y un hogar, a veces con columnas de sustentación, para las te-
chumbres. Puede haber un talayot central, y existen algunas murallas con
una puerta adintelada.

COMENTARIO DE TEXTO

«El concepto de "jefaturas" que maneja la Prehistoria define una cierta


variedad de grupos sociales en los que se pueden detectar, a través de diver-
sos rasgos (especialmente mediante en análisis de las evidencias funerarias),
indicios de desigualdades sociales que, en ocasiones, pueden llegar a ser de
carácter hereditario, por lo que presumiblemente estaríamos ante clases o
grupos de élite que detentan cierto grado de poder. La organización de jefa-
turas precede a la organización estatal en diversos lugares del Viejo y Nuevo
Mundo. Estas jefaturas presentan, en las diversas áreas culturales en las que
aparecen, determinados rasgos comunes, como el control de la producción
agrícola y ganadera, en el riego de la tierra, los productos secundarios, acce-
so a los recursos, control de las rutas de intercambio y comercio y los bienes
de lujo y prestigio, entre otras. De todas formas, las variantes son muchas.
Las familias "nobles" tienden a hacer hereditarias sus privilegiadas posicio-
nes sociales, propiciando una situación de dependencia entre la clase más
baja y los grupos de parentesco de la elite, que van reforzando su poder den-
tro del grupo. Algunas de estas sociedades de jefatura de la Edad del Bronce
europea llegarán a tal grado de complejidad en su organización interna que
han sido consideradas por algunos investigadores como sociedades estatales
o protoestatales.>>
En EIROA GARCíA, J.J., 2004, p. 414.

325
TEMA9
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

María Pilar San Nicolás

Estructura del tema: l. Periodo inicial de Tarteso. 2. Los fenicios en la península


ibérica. 2.1. Causas de la expansión. 2.2. Asentamientos y desarrollo. 3. Perio-
do orientalizante de Tarteso. 3.1. Andalucía occidental. 3.2. Andalucía oriental.
3.3. Área mediterránea. 4. Los griegos en la península ibérica. 4.1. Expansión
focense. 4.2. Consolidación de la presencia griega. Asentamientos. 5. Crisis en
la Baja Andalucía. 5.1. Final de Tarteso. 5.2. Área de influencia tartésica. Co-
mentario de texto. Lecturas recomendadas. Actividades. Ejercicios de autoeva-
luación. Bibliografía. Solucionarlo a los ejercicios de autoevaluación.

Palabras clave: Tarteso, fenicios, griegos, colonización, hinterland, foceos, Empo-


rion.
Introducción didáctica: En la última década se ha suscitado, dentro de la inves-
tigación científica, un gran interés por el mundo de Tarteso, su formación, de-
sarrollo y desaparición así como por los fenómenos colonizadores que afec-
taron a la Península Ibérica y que dejaron su huella sobre las poblaciones
locales, dando origen a nuevas formaciones política\ Y culturales de las que,
precisamente, Tarteso es una de las más representativas.

Este capítulo pretende ofrecer un resumen del tema y de cómo la cultura tar-
tésica representó una síntesis entre las tradiciones culturales autóctonas y las
aportaciones que los colonizadores, griegos y fenicios, trajeron. El análisis de-
tallado de las formas de asentamiento, relaciones comerciales, ocupación del
territorio, religiosidad y mundo funerario de esas culturas, hasta donde puede
conocerse, proporcionará un panorama general que permite la aproximación a
nuevos fenómenos de interacción en la Península Ibérica en la primera mitad
del primer milenio a. C.

l. PERIODO INICIAL. DE TARTESO

Tarteso se puede definir como un proceso histórico cultural que se de-


olla en un principio en el área geográfica de los ríos Tinto, Odiel (Huel-
y Bajo Guadalquivir. Esta área se irá extendiendo hasta llegar en el pe-

335
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

riodo orientalizante a ocupar todo el sur peninsular comprendi


desembocaduras de los ríos Guadiana y Segura.
La cultura tartésÍca se gesta dentro de las sociedades indJ~e.
7
&'Vln:'C L-IJlTcf1 elT á vemñswá ú)ehéa, désarrollandóse fiasta la Edad de Hie-
rro. Sobre su origen, existen dos hipótesis fundamentales: La primera co-
lonialista, según la cual Tarteso sería una provincia de la gran koiné medi-
terránea orientalizante. La segunda, la evolucionista, Tarteso se debe a una
evolución autóctona, con un episodio orientalizante. La última opción pa-
rece ser la más razonable al existir una continuidad tanto en la cultura ma-
terial como en la economía.
Algunos investigadores creen que se puede hablar de Tarteso a partir
de los contactos de poblaciones autóctonas del suroeste peninsular con
los fenicios y posteriormente con los griegos de Focea, dando lugar al pe-
riodo orientalizante. Sin embargo otros piensan que hubo una etapa ini-
cial anterior al impacto fenicio, el llamado periodo geométrico, que se
desarrolló a principios del primer milenio a. C., hasta el siglo VIII a. C. Du-
rante esta etapa ya se producían los primeros contactos entre poblaciones
autóctonas y fenicios.
La sociedad tartésica de la primera etapa, siglos x al IX a. C., no era una
estructura compleja, aún no existía una monarquía ni estamento militar.
Estaba constituida por grupos de parentesco formando tribus. La econo-
mía se basaba en la agricultura de subsistencia, la ganadería, la cría delga-
nado y en el control y explotación de los recursos mineros, debido a la ri-
queza de metales en el suroeste peninsular, formándose en este periodo un
importante foco metalúrgico en la provincia de Huelva. Destacan los depó-
sitos de cobre, estaño, hierro, plata y oro. Se fabrican numerosos objetos
de bronce, como muestran las estelas del suroeste.
Los centros de habitación tartésicos más antiguos que se conocen son
poblados de cabañas de planta redondeada y sin habitaciones, en barro
y elementos leñosos. En paralelo a la mejora económica producida por
los intercambios, comienzan a aparecer murallas, construidas mediante
dos muros de piedra sin labrar, con relleno de :piedras y tierra.
La cerámica de esta época podemos dividirla en «Cerámica de retícu-
la bruñida» y «cerámica pintada de estilo Carambolo»; en ambas predomi-
nan los motivos geométricos en la decoración. La cerámica de retícula bru-
ñida (Fig. 1), de tono negruzco, se realiza con técnicas muy rudimentarias,

336
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

es decir, a mano o también con


torno lento. Sus formas más ha-
bituales son recipientes abier-
tos, cuencos y carretes para sos-
tener vasos de fondo curvo.
Estos últimos tienen forma de
diávolo y son muy característi-
cos de esta época, al igual que
las cazuelas, de sección almen-
drada y carena, que tienden a
suavizarse y desaparecer con
el tiempo. Este tipo de cerámi-
ca perdura durante bastante
tiempo, hasta al menos el si-
glo VII a. C., documentándose
en la Tierra Llana de Huelva
y en el Bajo Guadalquivir.
La cerámica pintada de es-
tilo Carambolo es más intere-
sante. Su técnica es parecida Figura l. Cerámicas tartésicas de retícula bruñida
a la anterior, pero tiene mayor (de A. J. Dominguez Monedero) .
número de formas. Sin embar-
go, su apariencia es distinta debido a la decoración, realizada mediante
m otivos pintados en rojo en el exterior, sobre un fondo claro (ocre o ana-
ranjado). La decoración de motivos geométricos se organiza en bandas y
m etopas. Se manifiesta desde principios del siglo IX hasta el VIII a. C. La
mayor cantidad de hallazgos están documentados en el Bajo Guadalquivir,
estacando las piezas halladas en lo que se conocía como el fondo de caba-
ña del Carambolo, pero también aparecen piezas en Cádiz y Sevilla. Aun-
e ambos tipos de cerámicas están fabricados localmente, las influencias
externas son evidentes y hasta el momento no han aparecido precedentes
· ectos de ninguno de ellos. Esta influencia externa parece proceder del
_ editerráneo oriental y del Egeo. (Fig. 2)
Dentro del arte destacan las más de cincuenta estelas decoradas apare-
·das en el suroeste peninsular, que ya hemos visto. La ausencia de testi-
onios funerarios de los tartesios del Bronce Final hace pensar en la ge-
ralización de ritos mortuorios que no han dejado restos. Se ha sugerido

337
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 2. Cerámicas tartésicas pintadas tipo Carambolo (de M. Torres Ortiz).

338
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

que podrían haber arrojado los


muertos al agua, ya que se han en-
contrado espadas en el río Genil y
en el Guadalquivir, aunque el depó-
sito más espectacular se halla en el
río Odiel (Huelva). Se fechan en el
siglo x o IX a. C. destacando cintu-
rones de espadas, puntas, lanzas, fí-
bulas y dos cascos (Fig. 3). Igual-
mente poco se sabe del culto y
creencias en este primer momento
de Tarteso.

2. LOS FENICIOS EN Figura 3. Depósito de la ría de Huelva.


LA PENÍNSULA IBÉRICA

La presencia fenicia en la península ibérica está constatada actual-


mente desde el siglo IX a. C., aunque ha podido ser más antigua. Se ha
propuesto la existencia de una «precolonización» anterior al siglo VIII
a. C., entendiendo como tal un periodo en el que no se crearon asenta-
mientos, aunque sí templos dedicados a Melqart, con contactos que eran
estrictamente comerciales. Para verificar tales contactos se han esgrimi-
do una serie de hallazgos arqueológicos como la estela de Nora (Cerde-
ña) y algunas figurillas de bronce, aunque están datadas con criterios es-
trictamente tipológicos por lo que su valor es relativo.
También se ha señalado la existencia de elementos del Bronce Final
anterior al siglo VIII a. C. que serían intercambio comercial, como son las
fíbulas de codo, los escudos con escotadura en V y el cuenco de bronce
de Berzocana, o con influencia orientalizante como la cerámica del Ca-
rambolo.
Las colonias fenicias estaban subordinadas a las metrópolis, particu-
armente en sus inicios, tanto en la administración como en la política.
La expansión fenicia se desarrolló en diversas etapas. Primero utilizaron
os puertos como puntos de apoyo para el comercio y más tarde se esta-
lecieron en la costa, y partiendo de estos emplazamientos se internaron,
ocasionalmente, hacia el interior.

339
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Dentro de los asentamientos fenicios existen varias categorías. Desde


la inferior o establecimiento temporal para la adquisición de materias pri-
mas, hasta la superior como enclave comercial o centro redistributivo, do-
tado de almacenes, habitado por mercaderes de diferentes orígenes y en
torno a la organización de un templo. Algunas de las bases iniciales poste-
riormente se convertirían en autenticas colonias o ciudades como ocurre
con Ibiza, aunque dentro de ellas habría una jerarquización funcional y
política de unos centros con relación a otros.

Los puertos mercantiles tenían grandes almacenes y funcionaban como


lugares de explotación y distribución de las mercancías, se les considera-
ban los principales centros intermediarios de comercio de larga distancia.
Su población heterogénea estaba formada por profesionales, políticos y or-
ganizaciones gremiales. Estos asentamientos estaban ubicados en la costa o
junto a los ríos con un hinterland rico en recursos económicos para llevar
a cabo su cometido.

Existen dos patrones de asentamientos:

• Modelo urbano de Gadir. Fue una metrópolis mercantil en función


de los recursos de Baja Andalucía-Tarteso con la que existió un co-
mercio directo. La actividad mercantil estaba controlada por el es-
tado y por comerciantes privados, con instituciones políticas de
Tiro a través del templo de Melqart. Creó zonas propias de explota-
ción mercantil, Marruecos atlántico, Orán ... y controló la explota-
• / • 1 . 1 1 1 "T""\ • ,..., 1 1 • • • . •
c1on y comerciO ae metales ae1 naJO vuaaalquivir, pero no Intervi-
no en el hinterland tartésico, que estaba ya muy desarrollado.

• Centros mixtos de tipo comercial, artesanal y quizá agrícolas. Esta-


rían representadas por los asentamientos de Andalucía oriental, Tos-
canos, Morro de Mezquitilla y Almuñécar, con una rica clase social
formada por la oligarquía mercantil y los terratenientes

2.1. Causas de la expansión

La causa principal de esta expansión por el Mediterráneo occidental


fue la obtención de metales, como contrapartida por la pérdida de los mer-
cados del Mar Rojo. Además de la presión tributaria que los asirios ejer-
cían aún sobre las ciudades fenicias, y del debilitamiento de los filisteos y

340
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

la desaparición de estos hacia el siglo IX a. C. Igualmente se argumenta la


falta de alimentos en algunas ciudades fenicias, debido al cambio climáti-
co que redujo las tierras cultivables, unido al aumento de población. Todo
ello provoca que busquen nuevos mercados en Occidente y se establezcan
en numerosos puntos de la costa basando en el comercio su principal acti-
vidad económica.
Las relaciones comerciales que emplearon los fenicios con las po-
blaciones indígenas con las que entran en contacto son de varios tipos.
El primero y el más sencillo consiste en descargar las mercancías en la
playa y alejarse, mientras que la otra parte las examina y deja su valor.
La segunda realizaría el cambio en tierra firme en un lugar neutral. Otro
modo de contacto sería en lugares específicos e idóneos para realizar la
transacción como las factorías, existiendo pactos y acuerdos por ambas
partes.

La organización de esta empresa comercial fue emprendida por la oli-


garquía de Tiro y de otras ciudades, como Biblos y Sidón, con un proyecto
planificado que se iría cambiando según un mejor conocimiento de las cir-
cunstancias.

2.2. Asentamientos y desarrollo

Los asentamientos fenicios estaban organizados en poblados o insta-


d ones portuarias y responden a una serie de pautas geográficas, como
romontorios costeros próximos a desembocaduras, islotes cercanos .. .
Fig. 4). Una de sus novedades es el ordenamiento urbano, donde las vi-
.en das de planta cuadrada o rectangular se levantan a los lados de las
es. Gadir es la colonia más importante de la península ibérica. Desde
primer momento monopolizó el comercio con la metrópolis al hacerse
n el control de las rutas marítimas comerciales aprovechando, median-
pactos y alianzas con la élite indígena, la infraestructura de los gran-
asentamientos locales que controlaban la producción y el comercio de
amplio territorio o hinterland, y que utilizó como intermediarios y re-
"buidores .

La elección de Gadir como primer enclave fenicio en la península ibéri-


·ene su justificación en el desarrollo de un intenso comercio del pueblo

341
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

• Centros fenicios
• Centros indígenas con
influencias orientalizantes

Figura 4. Mapa: Centros fenicios e indígenas con influencia orientalizante


en el sur de la península ibérica (de A.J. Dominguez Monedero).

tartésico, que domina un amplio territorio, en el que se incluye la rica


vega del Guadalquivir, y en la riqueza minera de la zona que satisfacen
plenamente los intereses económicos y comerciales de estos primeros co-
lonos. La colonia se localiza bajo el casco antiguo de la actual ciudad de
Cádiz, por lo que los restos arqueológicos conocidos son escasos frente a
la abundancia de fuentes literarias antiguas, Gadir se convierte en un gran
centro comercial y le permite erigirse en poco tiempo en la gran metrópo-
lis que organiza y monopoliza el comercio peninsular con Tiro.

A partir del siglo VII a. C. cuenta con una amplia infraestructura de cen-
tros de distribución y de intercambio, tanto costeros como en el interior. In-
fraestructura en la que desempeñaron un importante papel, no sólo el res-
to de asentamientos fenicios sino también aquellas poblaciones indígenas
que ya desde el Bronce Final controlaban las principales rutas comerciales
y contaban con amplio territorio sobre el que ejercer su dominio, tal es el
caso de Torre de Doña Blanca, Huelva, Peña Negra, Saladares, Castro Ma-
rín, Medellín y Cástula entre otros, cuyas excavaciones aportan una rica do-
cumentación de estas relaciones con los fenicios poniendo de manifiesto no

342
TARTESO Y EL PERJODO COLONIAL

solo productos de manufactura fenicia sino mediante la aportación tecnoló-


gica a los indígenas.
El yacimiento del Castillo de Doña Blanca (Puerto de Santa María, Cá-
diz) está emplazado en un montículo artificial, o tell, de 34 metros sobre el
nivel del mar, justo al pie de la sierra de San Cristóbal, muy próximo al cau-
ce del río Guadalete (Cádiz) (Fig. 5). Este cerro se hallaba en un principio en
plena línea de costa hasta que la sedimentación aluvial ha ido alejándolo.
Es probable que no se trate de un poblado estrictamente fenicio sino de
indígenas que llegaron al lugar de reclamo de Cádiz. Sea como fuere, los
fenicios tirios establecidos en Gadir debieron establecer rápidos contactos
con la zona, con objeto de concretar un punto comercial en la costa. Por

gura S. El Castillo de Doña Blanca, Puerto de Santa María, Cádiz (de D. Ruiz Matas).

343
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

ello el poblado de Doña Blanca ofrece, como un espejo, las incidencias e


la metrópoli gaditana.
En este yacimiento se han encontrado murallas de distintas épocas, zo-
nas de vivienda que en sus fases más antiguas muestran elementos de ur-
banismo fenicio y una necrópolis - Las Cumbres-, con abundantes mate-
riales también de tipo fenicio .
Cada poblado fenicio contaba con una necrópolis, siempre separada de
aquel y que normalmente se encontraba situada en la orilla opuesta de la
bahía o del río. Las necrópolis de los siglos VIII y VII a. C., que pertenecen
a la fase de las fundaciones, suelen presentar pocas sepulturas; el número
de sepulturas aumenta a partir de fines del siglo VII a. C.
Las sepulturas ofrecen muy diferentes aspectos. Hay que distinguir en
primer término entre sepulturas colectivas e individuales, siendo estas úl-
timas las más abundantes. Sepulturas colectivas son, por ejemplo, los hi-
pogeos subterráneos que contienen varios enterramientos. Las sepulturas
individuales, pueden consistir en una fosa, en cistas de sillares, en sarcófa-
gos o en sepulturas de pozo.
Estas tumbas de pozo, que aparecen también con frecuencia en el
Oriente fenicio y en Cartago, se han encontrado en la costa meridional es-
pañola, en la necrópolis de Laurita en Almuñécar (Granada) (Fig. 6), y po-
siblemente en Trayamar (Málaga) hubo algunas. Estos enterramientos son
individuales, dispuestos en urnas colocadas al final del pozo, a veces lige-
ramente insertas en la roca, otras veces cubiertas con piedras. Tanto los hi-
pogeos como las tumbas de pozo son característicos de la época más tem-
prana de los asentamientos fenicios.
En los enterramientos fenicios individuales la forma más sencilla es
la simple fosa, excavada en el suelo sin construcciones adicionales. Otro
tanto puede decirse de las cistas compuestas por sillares, frecuentes en
las necrópolis de Gadir y Jardín (Málaga). A veces, la base de estas tum-
bas está formada por la misma roca virgen, aunque con frecuencia está
constituido por sillares. Sobre este suelo se elevan una o dos hileras de
sillares conformando la cista, que, a su vez estaba cubierta por más si-
llares. Frente a las sencillas tumbas de fosa, las cistas constituyen un
tipo evolucionado, reservado seguramente a personalidades de más ca-
tegoría social.

344
TAR'I"ESO Y El PERIODO COI..ONIAJ..

2m

® y@

Figura 6. J. ll.unba de pozo del Cerro de San Cristóbal, Almuflécar (Granada).


2 y 3. cotiles protocorintios. 4. Ánfora (de M. Pellicer).

345
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Otra de las formas previstas de enterramiento individual es el sarcófa-


go, una cista sencilla trabajada de una sola pieza. Se trata de una forma
poco habitual que no tuvo importancia hasta después del siglo VI a. C.

En cuanto a los ritos funerarios, dos son las formas más usuales, la in-
cineración y la inhumación, ritos que pueden darse de forma única en una
necrópolis, si bien no resulta extraño que estén presentes a un mismo
tiempo. Sin embargo, a lo largo de los siglos las incineraciones van supe-
rando a las inhumaciones.

Acompañando a las diferentes formas de enterramientos estaban los


ajuares, que, junto con las sepulturas, indicaban el status del difunto. Así,
por ejemplo, los hipogeos, con su costosa construcción se diferenciaban
claramente de las sencillas se-
pulturas de fosa desprovistas de
todo lujo. No obstante el pun-
to decisivo para la valoración de
un enterramiento es el ajuar. En
las necrópolis más antiguas suele
ser habitual la presencia de cerá-
micas de engobe rojo, como éno-
coes de boca de seta, que con-
tendrían sustancias perfumadas;
énocoes de boca trilobulada, con-
tenedores de algún líquido; lucer-
nas y platos, así como cáscaras de
huevo de avestruz, etc. Además se
añadirían piezas de oro u otro
metal (Fig. 7).

A partir del siglo VI a. C. de-


saparece la cerámica de engobe
rojo, que es sustituida por tipos
pintados y sin decorar: platos de
pocillo central, jarras y ánforas;
Figura 7. Cerámica fenicia: l. Enócoe de boca merece destacarse que a partir
de seta. 2. Enócoe de boca trilobulada. 3. Lu- de ahora las joyas que continúan
cerna de un pico. 4. Lucerna de doble piquera.
5. Ungüentario. 6. Pithos (elaboración propia a apareciendo en las necrópolis
partir de varias fuentes). muestran señales de haber su-

346
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

frido la acción del fuego, lo que significa un cambio respecto a las fechas
anteriores.
La riqueza de un ajuar se manifiesta también en la presencia de algu-
nos objetos de importancia, como por ejemplo cerámicas griegas.
En el exterior de las sepulturas se han encontrado una especie de mo-
numentos, que posiblemente su función fuese indicar el lugar exacto de
las tumbas. Tan solo están atestiguadas dos formas de señalizar los en-
terramientos, nos referimos a los monumentos turriformes y las estelas
funerarias. Del primero sólo se conoce un caso procedente de Puente de
~oy, consistente en dos esculturas de leones, cuya cronología oscilaría en-
tre los siglos VII y VI a. C. Las estelas se han hallado en Cádiz y Villaricos,
algunas son simples piedras con un extremo ovalado en tanto otras pre-
sentan forma triangular, elíptica o con pequeños altares. También pueden
m ostrar inscripciones en caracteres púnicos y neopúnicos, con fechas que
comienzan en el s. v a. C. en las que se alude a nombres propios.

Por otra parte, merecen mención los santuarios que, al contrario de las
necrópolis, no se hallaban vinculados a las ciudades, estaban ubicados en
los cabos, promontorios e islas que los fenicios consagraban a las divini-
dades Astarté, Melqart y Baal. Al mismo tiempo, estos santuarios costeros
eran referencia para el tráfico marítimo y donde los marineros acudían a
pedir el favor de la divinidad o dar gracias, a la vez que se refugiaban o po-
dían abastecerse para seguir su navegación.
Los templos no podían considerarse sólo como puntos de devoción,
sino que su emplazamiento en las rutas de acceso a las principales fuentes
de recursos, implica también una significación económica y pueden consi-
derarse como centros religiosos que coordinaban los tratos comerciales.

Al tiempo de la fundación fenicia de Gadir, se alzó el templo de Mel-


qart, el centro religioso probablemente más importante y famoso de Occi-
dente, que supuso, junto a otros lugares de culto, un foco de irradiación
importante de ideas religiosas y divinidades, muy pronto asimiladas por
las poblaciones indígenas tartésicas.

El santuario de la Cueva de Gorham, se sitúa al pie de un acantilado en


la vertiente oriental de la península de Gibraltar, es una galería alargada
que se divide en dos por una columna estalactítica y que se estrecha hacia el

347
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 8. l. Fase III del Santuario de Coria del


Río, Sevilla. 2. Altar en forma de piel de toro
(de J. L. Escacena y otros).

348
TARTESO Y EÍ. PERIODO COLONIAL

fondo, donde apenas penetra la luz. Durante los siglos VII y VI a. C. destacan
los escarabeos y los amuletos, algunos de fabricación egipcia, con apenas
cerámica. A partir del siglo v a. C. se encuentran nuevas formas cerámicas
y se incorporan materiales como los pequeños recipientes de vidrio, terra-
cotas, cuentas de collar y fíbulas.
Otros lugares de culto se han descubierto en las recientes excavacio-
nes arqueológicas llevadas a cabo en el cerro de San Juan, en Coria del
Río (Sevilla), del que se conservan interesantes estructuras arquitectóni-
cas cuya cronología es del siglo VII a. C. En el centro de una estancia rec-
tangular, cuyo pavimento está cubierto de arcilla roja se halla un altar de
barro en forma de piel de toro extendida que está orientado hacia la sali-
da del sol durante el solsticio de verano, sin duda para la realización de
sacrificios (Fig. 8).
En la zona del Carambolo (Sevilla) se ha hallado otro santuario feni-
cio. Se ha interpretado como un lugar de culto dedicado a Astarté, en el si-
glo VIII a. C. Una pequeña escultura femenina de bronce con la dedicatoria
«Astarté hr, nuestra señora», un altar y un betilo de obsidiana cubierto por
una estructura de piedras y varios objetos más, son algunos de los indicios
que se han tenido en cuenta para la interpretación de este hallazgo.
En la fase inicial, el santuario, con una orientación a la salida del Sol
en los días del solsticio de verano, fue una humilde construcción rectangu-
lar de adobes, con un patio de entrada y dos capillas (una dedicada a Baal y
otra a Astarté) y delante del santuario se situaba un túmulo o montaña sa-
grada sobre el que se mostraba el sol. En la fase media el santuario se am-
plió notablemente. Se realizó una gran entrada que estaba pavimentada con
guijarros, desde la que se accedía a dos capillas y otras habitaciones de ser-
\icio. Ambas capillas estaban separadas por un pasillo, de unos 180m2 , pa-
\imentado con conchas marinas (Glycymeris glycymeris ); la capilla de Baal
mantiene la orientación primitiva al Sol y el altar en el centro en forma de
piel de toro extendida. El recinto sagrado estaba rodeado por un muro de
planta trapezoidal. En la fase final los espacios abiertos se compartimen-
tan ante la imposibilidad de poder expandirse más a causa de la topografía
del cerro (Fig. 9).
Uno de los yacimientos mejor conocidos es el asentamiento de Tos-
anos, que ocupaba un pequeño promontorio en la desembocadura del
río Vélez (Málaga). Su fundación esta documentada en el último tercio

349
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Figura 9. Recontrucción infográfica de las fases V, IV y III del Santuario del Carambolo,
Sevilla. Estatuilla de bronce de la diosa Astarté (de F. Amoros y J.L. Escacena).

del siglo VIII a. C., época de la que conocemos varias viviendas, de gran ta-
maño (Fig. 10). Una nueva oleada de colonos, a comienzos del siglo VII a. C
originó una aglomeración urbana dentro del recinto fortificado que se constru-
ye en tomo al promontorio. De esta época se conoce un gran edificio de tres
naves y posiblemente de dos pisos interpretado como almacén de mercancías
y que nos desvela la importante actividad comercial que desarrollaban sus

350
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

habitantes. Asociadas a este


gran almacén existen diversas
viviendas, destinadas al perso-
nal y a servicios del almacén.

Esta actividad comercial se


amplía durante el siglo VII a. C.
creándose un barrio industrial
dedicado a manufacturar ob-
jetos de bronce y hierro. Según
los investigadores a mediados
del siglo VII a. C., la población
de Toscanos se puede cifrar
en tomo a 1500 habitantes, lo
cual obliga a la construcción
de un nuevo recinto amuralla-
do. A principios del VI a. C., el Figura 10. l. Planta del almacén fenicio de
gran almacén es abandonado Toscanos, Málaga; 2. Muralla (de H. Niemeyer).
al igual que las viviendas re-
sidenciales del centro urbano, decreciendo drásticamente la actividad del
poblado que es definitivamente abandonado hacia el año 550 a. C.

En cuanto a su necrópolis, parece ser que tuvo dos áreas de enterra-


miento, de un lado la necrópolis de Vega de Mena en Cerro del Mar, que se
ubica en la vertiente opuesta del río y, de otro, la necrópolis Jardín, al me-
nos en sus momentos iniciales.

El asentamiento del Morro de Mezquitilla está situado al este de la de-


sembocadura del río Algarrobo (Málaga) y en la cima de una colina que se
eleva unos treinta metros sobre el nivel del mar. Las excavaciones nos han
dado a conocer un trazado regular del poblado en calles y viviendas com-
partimentadas en habitaciones, construidas con zócalos de mampostería
y paredes de tapial. Estas construcciones, levantadas a veces con cimenta-
ciones profundas, el cambio de orientaciones en el transcurso del pobla-
do fenicio y la abundancia de material indican que la ocupación fenicia en
este lugar hubo de ser muy intensa; su comienzo debe situarse en la prime-
ra mitad del siglo VIII a. C., un poco anterior, tal vez, a Chorreras y, desde
luego, a Toscanos, documentando la fecha más antigua para los primeros
vestigios fenicios en la costa mediterránea malagueña.

351
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

En cuanto a la cerámica podemos citar variedad de formas propias del


mundo fenicio (platos de engobe rojo, los soportes, cuencos, páteras, éno-
coes de boca de seta y trilobulada, lucemas, vasos tipo Cruz del Negro ... ).
De las actividades económicas que se llevaron a cabo en Morro de Mezqui-
tilla una de la mejor documentada es la actividad metalúrgica que se reali-
zó desde los mismos inicios de su fundación.
A este establecimiento, por su datación cronológica, se vincula a la ne-
crópolis de Trayamar, emplazada en la otra orilla del río Algarrobo.
A unos ochocientos metros al este de Morro de Mezquitilla se halla
el cerro de las Chorreras, formado por dos promontorios que se elevan
a 52 y 61 metros de altura sobre el nivel del mar. Ambos cerros están se-
parados por una vaguada. El poblado se encuentra a unos 200 metros de
la costa. A juzgar por la gran cantidad de ánforas y jarras de gran tama-
ño halladas en las habitaciones, podemos pensar que pudo constituir un
centro dedicado a actividades de almacenamiento industrial y mercantil,
y posiblemente agrícola.
La estructura urbana se caracteriza por la construcción de grandes casas
aisladas dispuestas a ambos lados de calles anchas, de trazado relativamente
regular y excelente técnica constructiva, alzados con grandes cantos rodados
unidos a veces con arcilla y grandes losas escuadradas o sillares, dispuestas
en los ángulos o accesos a las casas. La cerámica tiene formas similares a las
de Morro de Mezquitilla y Toscanos y que caracterizan, en general, los po-
blados fenicios del estrecho de Gibraltar y de la costa de Marruecos.
Este poblado se ha puesto en relación con la necrópolis de Lagos, que
comienza su actividad en la segunda mitad del siglo VIII a. C. para abando-
narse definitivamente a comienzos del siglo VII a. C., quizás como resulta-
do de una reorganización espacial de los asentamientos en esta zona, sin
que se dé una reocupación del mismo en época romana o medieval.
Almuñécar, situada en la costa granadina, fue, según la tradición litera-
ria recogida por Estrabón, el primer punto de contacto de los fenicios con
la costa peninsular, conocida en dichas fuentes como Sexi, Ex o Eks. El
asentamiento primitivo pudo ser una pequeña guamición poco poblada,
debió ubicarse en el espolón rocoso que, a modo de península, se localiza
entre los cerros de San Cristóbal y Velilla. Es posible que en un principio
estuviera ocupada por una población indígena hasta la llegada de los colo-
nizadores semitas como se comprueba en la Cueva de los Siete Palacios.

352
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

Los cerros ya mencionados donde se hallan sendas necrópolis, Laurita


y San Cristóbal, están separados del asentamiento por dos ríos, el río Seco
y el río Verde.
El yacimiento fenicio -púnico que conocemos en la actual Villaricos
(Almería) corresponde a la antigua Baria, que aparece mencionada en los
textos de Plutarco, Valerio Máximo y Aulio Gelio y que incluye un amplio
complejo arqueológico que comprende además de una ocupación fenicia
y púnica, vestigios de época romana, visigoda y bizantina. Tal y como en-
tonces discurría el cauce del río Almanzora, formaba una amplia bahía,
de forma que Baria dominaba completamente su entrada. Dentro del yaci-
miento erigido sobre una colina de unos 30 metros sobre el nivel del mar
podemos distinguir dos zonas: el asentamiento y la necrópolis. Sus casas
fueron edificadas sobre gruesos muros de piedra y suelos de pizarra, ladri-
llo, tierra o mortero hecho a base de cal y barro. Para mejorar su defensa
los habitantes de Baria cavaron profundos fosos en sus lados más vulne-
rables, y es posible que también existiera un recinto amurallado. Su fun-
dación debió de estar en torno al siglo VII a. C., aunque su máximo apogeo
correspondió a los siglos v y IV a. C. Con esta datación hay que considerar
a Villaricos una fundación fenicia y no cartaginesa como se venía defen-
diendo. En cuanto a las actividades económicas hay que resaltar la meta-
lurgia y la pesca, como lo confirman las piletas de salazón halladas en el
asentamiento.
Uno de los asentamientos mejor estudiado es el del Cerro del Villar que
se asienta en una antigua isla dominada por la desembocadura original del
Guadalhorce y situada junto al actual aeropuerto de Málaga. Estuvo ocu-
pada por los fenicios desde finales del siglo VIII hasta principios del VI a. C.,
que fue abandonada a causa de las crecidas del río. Las excavaciones han
puesto de manifiesto el hábitat, en el área más meridional, en el que exis-
ten grandes viviendas con muros de adobes y delimitadas por calles; se ha
recuperado abundante material cerámico y restos faunísticos que revelan
las actividades y economía desarrolladas por sus habitantes, como la pes-
ca (abundancia de murex y atún), ganadería (ganado mayor, ovicápridos y
erdos), agricultura (cebada, trigo, vid, guisantes y almendro, este último
es el vestigio más antiguo conocido en la Península).
El asentamiento portuario fenicio más septentrional de la península es el
de La Fonteta (Alicante) (Fig. 11). Su descubrimiento en la desembocadura

353
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

&m

Figura 11. Asentamiento fenicio de La Fonteta, Alicante


(de Gónzalez Prats y E. Ruiz Segura).

354
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

del río Segura en 1985 corrobora la tesis de una fuerte presencia fenicia
en el levante peninsular. No conocemos su magnitud, pero sabemos de la
amplitud de sus dimensiones, su cronología, siglo VII- VI a. C., su sistema
defensivo y de una serie de edificaciones construidas con sillares. La exis-
tencia de un santuario situado en el Castillo de Guardamar y de un pe-
queño asentamiento metalúrgico en el Cabezo Pequeño del Estaño sugie-
ren que la actividad comercial de este poblado debió ser grande y que su
radio de acción se extendía a un amplio territorio que se adentra a lo lar-
go del río Segura, cuyo mayor y mejor exponente es Peña Negra (Crevi-
llente, Alicante).
La llegada de los fenicios a Ibiza, en la primera mitad del siglo VII a. C.,
supone para la isla el comienzo de una nueva etapa, pues pasará a conver-
tirse en uno de los centros comerciales más activos e influyentes del Me-
diterráneo durante varios siglos. El motivo no es otro que su posición es-
tratégica en las rutas marítimas de los circuitos comerciales establecidos
por Gadir.
Por las corrientes del golfo de León y por los vientos dominantes de la
zona, Ibiza es lugar privilegiado como fondeadero y para el avituallamien-
to de los barcos que frecuentaban las rutas marítimas de Tiro y Oriente-
Cádiz; Cádiz-noroeste peninsular y sur de Francia y Cádiz-Mediterráneo
entral (fundamentalmente Cerdeña), en los viajes no sólo de ida sino tam-
ién de vuelta.
Hasta fecha muy reciente, se pensó que Ibiza fue fundada por los car-
tagineses pero los estudios no dejan lugar a dudas sobre la colonización de
isla, a mediados del siglo VII a . C., por los fenicios procedentes del Círcu-
del Estrecho, bajo cuya órbita se mantuvo hasta finales del siglo VI a. C.
ando, tras la pérdida de Cádiz de su papel hegemónico comercial, a de-
n der de Cartago (Fig. 12) .

. PERIODO ORIENTALIZANTE DE TARTESO

A principios de la Edad del Hierro, desde el siglo VIII-VI a. C., se produ-


en la parte occidental de Andalucía, grandes transformaciones res-
o a la etapa anterior del Bronce Final debidas indiscutiblemente a
resencia fenicia en las costas del suroeste peninsular, per o sin des-
el gran papel que la población autóctona desempeñó en este proceso

355
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

500m

-.
1.- Necrópolis del Puig d'es Molins 4.- Castillo-Aimudayna de Ibiza
2.- Depósito PM NE-83 5.- Punta de J. Tur Esquerrer
3.- Baluarte de Santa Lucía 6.-llla Plana

Figura 12. Lugares fenicios de


Ibiza. Establecimiento de Sa
Caleta, Ibiza (de J. Ramón).

356
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

cultural. Estos cambios conformarán una nueva sociedad local orientali-


zante en Tarteso que se desarrollará en el área geográfica de los ríos Tinto,
Odiel (Huelva) y Bajo Guadalquivir ocupando todo el sur peninsular entre
las desembocaduras de los ríos Guadiana y Segura.
A partir del siglo VII a. C. existen grandes grupos que controlan la rique-
za y que son los responsables de la ordenación del espacio interno de los
hábitats y de la construcción y mantenimiento de las obras de fortifica-
ción. Posiblemente estas gentes fueran la autoridad o propietarios de las
tierras y controlasen las minas. Dentro del territorio tartésico existen cen-
tros que sobresalen junto a otros menores que se complementan y favore-
cen las diferencias regionales.
En cuanto a la economía de los siglos VII y VI a. C., existirá un gran de-
sarrollo de las comunidades agrícolas y ganaderas, con suelos más produc-
tivos, la explotación de la vid y el olivo y con la introducción de animales
domésticos como el asno o el gallo. La minería será un factor importante,
obteniéndose plata con el empleo de la técnica de copelación del mineral
nativo, como demuestran los yacimientos de Huelva, así como otras nove-
dades como el uso del torno de alfarero, la metalurgia del hierro, así como
técnicas de la filigrana, repujado y granulado para la fabricación de la
orfebrería. Todos ellos son avances tecnológicos alcanzados posiblemente
a través del comercio fenicio. Se desconoce la relación entre las poblado-
indígena y fenicia, pero se realizan intercambios que se organizan des-
enclaves costeros, principalmente desde Gadir. En los principales cen-
s indígenas residían artesanos y comerciantes de origen oriental que
endían la demanda de los objetos de lujo.
Aunque no desaparecen las cabañas de la etapa anterior, se evidencia
transformación del hábitat en asentamientos urbanos con murallas
onstrucciones de prestigio. Se introducen las casas de muros rectos y
ta rectangular del mundo fenicio, con varias estancias resistentes de
tapial y adobe y techumbre de madera y fibras vegetales. Hay que
car los núcleos de población de Setefilla, Carmona, Hispalis, Corduba,
-LUL'!L y Niebla, en donde existe una centralización de introducción y dis-

- ......,..,n.n de las mercancías.

cerámica de esta época se caracteriza por la generalización del tor-


pido. En un principio la cerámica se importaba, pero tras un perlo-
aprendizaje de la tecnología por parte de de los artesanos indíge-

357
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

nas se produce localmente. No obstante se·seguirán realizando cerámicas


a mano, estilo San Pedro o estilo Medellín, con decoración digitada y con
decoración grabada. Dentro de la cerámica a tomo destaca: la cerámica
gris, de tono no uniforme y superficie bruñida que se utiliza como vajilla
de mesa; cerámica de barniz rojo, típicamente fenicia, con sus caracterís-
ticas formas, platos, jarras de boca trilobulada ... , destinada como vajilla
de mesa de lujo; cerámica estilo Lora, vinculada a ritos de sacrificios de
animales, hallada en Montemolín (Sevilla) y Carmona; cerámica pintada
de El Carambolo.
En los enterramientos coexisten el rito de cremación y el de inhuma-
ción, y las tumbas planas con las tubulares, depositándose en algunas de
ellas ricos ajuares con objetos de inspiración oriental como signos de dife-
renciación social. Son importantes las necrópolis de la Joya en Huelva o
las sevillanas del Acebuchal (Carmona), Niebla o Setefilla (Sevilla). Junto
a los restos del difunto se deposita el conjunto ritual de jarro y brasero o
palangana de bronce para las abluciones de las ceremonias, al igual que
los quemaperfumes también de bronce, y los platos vacíos que hacen su-
poner la celebración de banque-
tes funerarios, así como de seña-
lizar el lugar funerario con
grandes túmulos. Entre los obje-
tos depositados destacan además,
los de marfil, peines, cucharas,
cajas y piezas para decorar mue-
bles y arquetas, frascos de ala-
bastro, broches de cinturón, ar-
mas, cerámica como los vasos
acampanados o tipo a chardon
(Fig. 13), huevos de avestruz, res-
tos de carros y bocados de caba-
llo, cuchillos de hoja curva ...
Entre los mejores ejemplos
de distribución mortuoria se en-
cuentran las denominadas «tum-
bas principescas» de incinera-
ción de la Joya, en las que se
Figura 13. Vaso de cerámica tipo a chardon. han localizado, entre otros ob-

358
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

jetos, un vaso de alabastro, un jarro y un brasero rituales de bronce, un


quemaferfumes, un espejo además de un carro de madera de nogal con
apliques de bronce en forma de cabeza de león, así como el Túmulo A de
la necrópolis de Setefilla que contenía 65 urnas de incineración en tor-
no a una cámara central de mampostería con los restos inhumado de un
alto personaje (Fig. 14).

11
.·~. <~
~ J\
•.

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Figura 14. Conjunto de objetos de bronce de la tumba 17 de la necrópolis de


La Joya, Huelva. l. Braserillo. 2. Quemaperfumes. 3. Espejo. 4. S. 6. Jarro
(elaboración propia a partir de dibujos de D. Salas Carmena).

359
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

3.1. Andalucía occidental

Además los colonos fenicios también se asentaron en las tierras fértiles


del interior del Guadalquivir con objeto de explotar la riqueza agrícola. Se
desarrollaron tanto una agricultura de subsistencia como otra comercial
destinada a producir vino y aceite para intercambio con las poblaciones
autóctonas por plata y otros metales. También fueron importantes las sala-
zones y la sal, muy importantes en la dieta de los colonos fenicios.
Debieron ser frecuentes las poblaciones mixtas ya que algunas ciuda-
des llegaron a conocerse por el nombre que les dieron los fenicios. Los lu-
gares que elegían para los asentamientos se encontraban principalmente
en áreas fluviales, cerca de centros tartésicos y próximos a la costa.
En el siglo VII a. C. es cuando llegan los griegos a Tarteso, donde es-
tablecen relaciones con el legendario rey Argantonio. Introdujeron pro-
ductos de altísima calidad y gran valor. Los griegos influyeron en la es-
tructura socioideológica de las poblaciones tartésicas. Almagro Gorbea
señala el paralelismo entre el tipo de poder que se atribuye a Arganto-
nio, calificado por Herodoto de tiránico, y el de los tiranos de algunas
ciudades griegas. Según este investigador serían los griegos los que tra-
tarían de imponer estas estructuras sociopolíticas basadas en la instau-
ración de monarquías de tipo heroico. Sin embargo parece que la evo-
lución de la estructura sociopolítica de Tarteso se podría deber a la
aparición del urbanismo, que provoca la creación de nuevas clases so-
ciales. De hecho, a finales del siglo VIII a. C. se evidencia arqueológica-
mente la existencia de una sociedad estratificada con una monarquía y
una aristocracia hereditaria.
Será a finales del siglo VIII a. C. cuando se evidencie la transforma-
ción de los hábitats de cabañas redondas del final de la Edad de Bronce
en asentamientos urbanos con murallas y construcciones de prestigio. Se
introducen las casas de muros rectos y planta rectangular del mundo fe-
nicio, con varias estancias que se construían con materiales resistentes
hechos con piedra, tapial y adobe y que se cubrían con maderas y fibras
vegetales. Aunque este modelo se generaliza, no desaparecen las chozas
circulares.
Se reproduce el modelo de hábitat de las ciudades fenicias como en el
Castillo de Doña Blanca, Mezquitilla, Cerro de Villar etc. Las murallas se

360
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

convirtieron en el símbolo de la ciudad y del poder que estas tenían, sien-


do las más antiguas las del Castillo de Doña Blanca.
En este sentido hay que destacar el yacimiento de El Carambolo con-
temporáneo a la colonización fenicia. Parece que ya existía a mediados
del siglo VIII a. C. Durante mucho tiempo se pensó que se trataba de una
aldea de chozas cuyos habitantes fabricaban a mano cazuelas y vasos
grandes para almacenar alimentos. Hoy en día parece ser que una colo-
nia oriental se instaló allí junto a la población autóctona. En las excava-
ciones del asentamiento realizadas en el siglo XX se encontró una esta-
tuilla de bronce dedicada como exvoto a Astarté, por lo que se pensaba
que pudo haber existido allí un lugar de culto semita. Excavaciones re-
cientes han mostrado, como ya se ha .dicho, la presencia de un santuario
de tipo fenicio.
Las transformaciones en el mundo de las creencias son más discutibles,
ya que se desconoce cualquier aspecto de la religión de los pueblos indíge-
nas, por lo que no es fácil asegurar qué tomaron y qué es propio.
Para algunos autores existen edificios de culto puramente fenicios,
para otros serían lugares donde las élites indígenas mostrarían su adap-
tación a los nuevos sistemas de creencias de los colonos. Estos santuarios
están ubicados, por lo general, en zonas elevadas y visibles. Son importan-
es el ya mencionado del Cerro de San Juan en Coria del Río y el de Salti-
o en Carmona con grandes pithoi o recipientes con ornamentación orien-
(grifos, flores de loto, rosetas) y cucharas de marfil cuyos mangos son
tas de cérvido (Fig. 15).
La alfarería de la época orientalizante se caracteriza por la generali-
za ión de la cerámica a torno rápido. En un principio, siglo VIII a. C., esta
rámica se importaba, pero posteriormente, siglo VII a. C., tras el apren-
je de la tecnología por parte de los artesanos, la cerámica se produce
almente. Además se seguirá realizando una cerámica a mano con la de
·o San Pedro, estilo Medellín, con decoración digitada y con decora-
n grabada.
Dentro de la cerámica a torno destaca la cerámica gris, la cerámica de
· rojo y la decorada «estilo Lora». La cerámica gris es de tono no uní-
e y superficie bruñida, habiéndose utilizado como vajilla de mesa. La
ca de barniz rojo, entre la que aparecen distintos tipos de platos,
-&UJLLLJ.
.

361
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 15. l. Santuario 2. Pithoi tartésicos policromados procedentes


del ámbito 6 de la excavación en el palacio del marqués de Saltillo,
Carmona, Sevilla (de M. Belén Deamos et alii).

cuencos, carretes, jarras de boca trilobulada, parece haber estado destina-


da a vajilla de mesa de lujo. Por último la cerámica «estilo Lora» parece es-
tar vinculada a ritos relacionados con sacrificios de animales; esta última
ha aparecido en Montemolín y Carmona. Además aparece cerámica pinta-
da con decoración bicroma y cerámica griega.

362
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

Durante el periodo orientalizante se practicó la cremación de cadáve-


res y en las tumbas se depositan ricos ajuares para el más allá, abundan-
do los objetos de inspiración oriental. Es en los enterramientos donde
mejor se manifiesta la estructura social, ya que la élite indígena se ente-
rraba con los objetos de lujo: bronce, plata, frascos de alabastro para per-
fumes, joyas, etc., convirtiendo sus exequias en actos de ostentación de
p oder. Las tumbas más ostentosas presentan una cámara de estructura
tubular.

Destacan, entre otras, las necrópolis citadas de La Joya en Huelva y de


Acebuchal (Carmona). Se puede suponer que se celebraban banquetes fu-
nerarios ya que se han encontrado platos vacíos en ambas necrópolis.

En general, los restos quemados se introducían en una urna de ce-


rámica que se depositaba en un hoyo o fosa en el suelo junto con las
ofrendas y objetos personales. La fosa se cubría con un túmulo de tie-
rra. Estos sepulcros se señalaban con una estela. En otros casos el cadá-
·er se quemaba en la propia tumba y luego la sepultura se cerraba con
túmulo.

El ajuar funerario de la alta sociedad tartésica incorpora abundantes


restamos derivados de los contactos de fenicios y griegos y es por tanto
las necrópolis orientalizantes donde se ve clara la aculturización reli-
sa, aunque hay que tener en cuenta que en ellas solo recibía sepultura
alta sociedad tartésica.

En yacimientos tartésicos se han encontrado magníficos productos de


nce. En las necrópolis se han encontrado joyas y braserillos - pátera
asas- que debían utilizarse en ceremonias de libación o purificación
te los enterramientos, como pudo ocurrir en la ya citada necrópolis
Joya.

El m arfil tuvo gran importancia y fue utilizado para realizar piezas


decorar muebles o arquetas, peines, cucharas y objetos de tocador.
dó en torno a Carmona, Setefilla, Osuna, Huelva y otros lugares tar-
o relacionados con su comercio.

tesoros más ricos en joyas de oro son los encontrados en La Ali-


Cáceres), como parte de un ajuar funerario y Carambolo (Sevilla),
- e ocultado en un agujero abierto en una cabaña, lo que hace pen-

363
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

sar, como ya se ha señalado, que tal vez fuera un lugar de culto. Este últi-
mo está formado por 21 piezas de oro puro, con un peso de 3 kilogramos,
con brazaletes, collares, diademas y pectorales, y son productos de unta-
ller local, realizadas en distintos momentos cronológicos, desde finales
del siglo VIII hasta el siglo VI a. C. Actualmente se ha propuesto una nueva
hipótesis de funcionalidad para este tesoro. El conjunto se divide en dos
partes, una serviría para engalanar a los dos bóvidos que protagonizaban
el sacrificio a las divinidades (una vaca blanca para la diosa y un toro cas-
taño para el dios) durante la procesión previa a la inmolación (las placas
irían forrando el fajín ritual que colgaba del lomo de cada animal, 8 y 8, y
los frontiles en el testuz) y la otra pertenecería al ajuar litúrgico del sacer-
dote (collar y brazaletes) (Fig. 16).

Figura 16. Tesoro de oro del Carambolo y propuesta de funcionalidad de las piezas
(de Amores y J. L. Escacena).

En cuanto a la escritura, será en el periodo orientalizante de Tarteso


cuando se documente por primera vez entre las sociedades autóctonas de
la península ibérica. Existen signos y grafitos en algunas cerámicas y en
otros objetos, pero de momento son de difícil identificación.

364
TARTESO Y EL PERJODO COLONIAL

3.2. Andalucía oriental

En la parte oriental de Andalucía existe un notable y característico


desarrollo cultural en relación con el área tartésica del suroeste y con
las áreas costeras de Granada, Almería, Murcia y Alicante. Durante el si-
glo vn a. C. se aprecia en la provincia de Jaén una serie de zonas de pro-
ducción agrícola compuesta de pequeñas aldeas con construcciones de
planta rectangular como las Calañas de Marmolejo. Igualmente existen
grandes poblados como el de Torreparedones, con potentes murallas, y
necrópolis de prestigio de las elites locales evidente en el Cerrillo Blanco
de Porcuna, con 24 fosas de inhumación que contenían ricos ajuares se-
mejantes a los de las tumbas del suroeste; siendo igualmente notable la
tumba de cámara circular cuya cubierta estaba sostenida por una pilas-
tra que contenía dos individuos carentes de ajuar. Este hallazgo ha sido
interpretado que fueran los primeros personajes del linaje familiar que
p asaron de la antigua estructura aldeana a una sociedad jerarquizada.
Otro poblado sería Cástula, ubicado a unos 7 km al sur de Linares,
obre el río Guadalimar, con un inicio ya desde el Bronce Final y que se
desarrollará durante el período orientalizante como un gran asentamien-
o urbano que, unido a su proximidad con las minas de Sierra Morena,
se convirtió en el centro más importante de Andalucía oriental, además
e enlazar con las rutas de la Meseta por el norte, con las poblaciones
el sureste y las factorías fenicias del sur, y con Gadir y baja Andalucía
cia el oeste.
Es importante el santuario de La Muela en los taludes del río Guadali-
con pavimentos de guijarros que tienen paralelos en Chipre y con una
tancia de huesos de bóvidos y ovicaprinos, vinculado a las actividades
talúrgicas de la primera fase del Bronce Final.
Por lo que se refiere a las necrópolis, aunque no muy numerosas, des-
por ser indicadoras de la influencia oriental del ámbito fenicio. Una
ella es la del Estacar de Robarinas, que continuará en el mundo ibérico,
objetos orientales de bronce (figurillas de tipo hathórico de un quema-
es, calderos con trípodes, braseros ... ), así como una espada de hie-
onsideradas una de las primeras piezas fabricadas de este material. La
' polis de Los Patos o la de Los Higuerones con varios túmulos de los
obresalen una tumba saqueada con algunos objetos también broncis-

365
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

tas de estilo claramente oriental, como un quemaperfumes con figuras


animales en el borde, así como otras figuras correspondientes a una esfin-
ge y a un león, posiblemente apliques de un caldero.

3.3. Área mediterránea

En este ámbito se manifiestan evidentes contactos con el mundo fe-


nicio. El texto de Avieno dice que el río Segura sería como la frontera de
los tartesios. Son importantes los yacimientos de esta época que se si-
túan en puntos estratégicos que abarcan tierras cultivables, el control de
las vías de comunicación y las zonas mineras. Destaca el ejemplo de Cas-
tellar de Librilla, donde estuvo ubicado un taller metalúrgico de hierro, o
los yacimientos de Peña Negra y de Los Saladares, que aprecian el con-
tacto oriental como demuestran sus importaciones, sin que por ello no
muestren relaciones con otras áreas tartésicas. Por otra parte el centro
fenicio de la Fonteta del siglo VIII a. C. asentado en la desembocadura del
río Segura y el Vinalopó es un claro ejemplo de estas relaciones orienta-
les de forma directa.
Los yacimientos de la zona valenciana experimentan un cambio de
emplazamiento respecto a la etapa anterior. Se ubican en altura o en va-
lles, abandonando las laderas. Se encuentran fortificadas por medio de
una muralla y sus viviendas son de planta rectangular, con zócalo de pie-
dra y paredes de adobe, a veces con un hogar central. Existen pocas ne-
crópolis y el r ito usual es de cremación. En cuanto a la economía es
agropecuaria, se basa en la agricultura de subsistencia, trigo, cebada ... ,
y en la ganadería de ovejas y cabras, así como del cerdo. Frente a estas
producciones existe en el poblado de l'Alto de Benimaquía, cerca de De-
nía (Alicante), del siglo VII a. C., la elaboración especializada del vino , ex-
plotación fenicia y producto de lujo, en contenedores de ánforas de tipo-
logía fenicia, algunas de ellas procedentes de las colonias de la costa de
Andalucía.
En el área catalana se aprecia durante el siglo VIII a. C. una continuidad
en los asentamientos, cabañas y silos, y cuevas como hábitats en las zonas
costeras, manifestándose durante el siglo VII a. C. asentamientos pequeños,
fortificados, con casas rectangulares ordenadas a una calle o plaza. Por
ejemplo, Aldovesta (Tarragona) es un pequeño asentamiento ubicado junto

366
TARTESO Y EL PERIODO COLO NIAL

a la antigua desembocadura del Ebro, que funciona como centro de alma-


cenamiento y distribución de los productos fenicios para los habitantes de
la zona.

4. LOS GRIEGOS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Un fragmento de una píxide ática de la primera mitad del siglo VIII a. C.


nos muestra las relaciones comerciales de fenicios y griegos, éstos espe-
cialmente de Eubea. Posiblemente tras distintos viajes llega a manos de un
fenicio que la trae consigo a Occidente, tal vez a Gadir y posteriormente a
la Huelva tartésica. Este vaso pasará por diferentes manos y cada poseedor
le dará un diferente significado. Su final será el de un objeto de prestigio
por su rareza en el mundo tartésico, siendo posiblemente un regalo de hos-
pitalidad.
Existe una amplia distribución de las llamadas ánforas SOS euboicas y
áticas que vuelven a mostrar las relaciones primero euboicas y más tarde de
os corintios con los fenicios. Estas ánforas SOS contendrían aceite ático,
siendo transportadas a partir de finales del siglo vrn a. C. hasta los puertos de
Sicilia e Italia donde los fenicios comerciaban y éstos llegaran hasta las cos-
tas malagueñas (Toscanos-Torre del Mar, Málaga) y la tartésica (Aljaraque,
Huelva). Estas ánforas SOS no sólo contuvieron aceite sino también vino, so-
re todo aquellas que son imitaciones de ánforas áticas, las cuales pudieron
estar acompañadas de vasos como los dos escifos euboicos de Huelva y las
tiles corintias y sus imitaciones de Toscanos, que son las que constituyen la
mayoría de las escasas importaciones de cerámica griega en esta época.
Hay que destacar el hallazgo de un casco corintio de principios del si-
o VII a. C. en el río Guadalete. Sobre este objeto existen distintas conjetu-
' aunque nos quedaremos con aquella visión de ser una ofrenda a una
- iniciad fluvial. Éste fue agujereado antes de arrojarlo para no poder ser
· ·zado con posterioridad.

l. Expansión focense

Los movimientos migratorios en busca de nuevas tierras no son nuevos


el mundo griego. Será la caída de los principados micénicos la culpable
u e parte de su población fundara colonias en Jonia y una de ellas, Fo-

367
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

cea en el siglo VII a. C. intervendrá en esta segunda colonización, pero con


un siglo de retraso, por lo que tendrá que encontrar nuevos lugares donde
asentarse, llegando hasta la península ibérica.
Focea, según describe Justino, destacaba por la pequeñez y pobreza de
su territorio, por lo que no es de extrañar su fabulosa expansión. La rela-
ción que se desarrolla entre tartesios y foceos, Herodoto nos la describe
bajo el concepto de hospitalidad según los términos Xenia y Filía, con lo
que los foráneos se integraban en la sociedad tartésica como miembros de
la familia, garantizándoles su seguridad.
A pesar de las buenas relaciones entre los foceos y los tartesios, esta re-
gión rica en oro, plata y estaño, se encontraba ya desde siglos anteriores
comerciando con los fenicios, los cuales enseñarían a los foceos distintos
lugares para su comercio y atraque de sus barcos.
Existen testimonios de los lugares que los foceos utilizaron para ha-
cer sus escalas, pero en la actualidad es difícil saber con certeza a que
localidad corresponden. Así, por ejemplo, Alonis (¿Santa Pola?) y He-
meroskopeion (¿Calpe?, ¿Denia?). Más al norte encontramos Emporion
(Ampurias), y en la costa francesa Massalia (Marsella).
En Huelva se han encontrado por ahora más de un millar de frag-
mentos de cerámica arcaica griega y comprende un periodo que va des-
de 600 a. C. hasta 540 a. C. aproximadamente (Fig. 17). Desde el 580 a. C.
disponemos de una amplia serie de cerámica griega de gran calidad. Ma-
teriales cerámicos de transporte como las mencionadas ánforas SOS áti-
cas y jonias.
Será durante el último tercio del siglo VI, cuando la aventura focea en
Tarteso termine. No se sabe si fue o no la causante de ello la batalla del
Mar Sardo o de Alalia del 535 a. C., pero sí que desde ese momento los fo-
ceos se implantan de forma estable en los puntos de escala levantina, or-
ganizando una verdadera actividad económica. Con ello comienza la gran
influencia griega sobre las costas de la península ibérica que quedan refle-
jados en los hallazgos y en el desarrollo histórico de los pueblos indígenas.
Con la presencia de la población focea en la península ibérica llegan
distintos productos que permiten conocer los intercambios, aunque no to-
dos las productos griegos que aparecen podemos atestiguar que fueran
traídos por los propios griegos.

368
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

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Figura 17. Cerámicas griegas halladas en Huelva: L Crátera. 2. Kylix.


3. Ánfora. 4. Kylix. 5. Kylix. 6. Cántaro. 7. Olpe (de A J. Dominguez Monedero) .

.2. Consolidación de la presencia griega. Asentamientos

Es innegable que tras los primeros contactos debió producirse un


oceso de consolidación de la presencia griega en la península ibéri-
A este proceso no debieron ser ajenos los problemas por los que in-
blemente estaban pasando las colonias fenicias de la península ibé-
. problemas agravados por la situación que a inicios del siglo VII a. C. ,
estaba produciendo en Tiro, asediada por los ejércitos de Nabucodono-
En cierta medida los griegos vinieron a sustituir en parte al elemen-
enicio peninsular. A. Domínguez Monedero, a nuestro modo de ver, ha
muy acertadamente esta situación y considera que en los
~.... Lu.uu"utos fenicios de la costa meridional de la península ibérica bien
-"•"'•rr.n existir barrios de comerciantes griegos, algo que ya se ha visto
laridad en la colonia fenicia de Panormos en Sicilia donde aparecen
_ .......<Jvutados contingentes griegos dentro de la ciudad.

369
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Por otra parte los escritores griegos y latinos hablan de esta prime-
ra presencia griega en colonias o emporia de los foceos de Massalia en las
costas peninsulares y que no han sido confirmadas arqueológicamente,
como Hemeroskopeion (donde Estrabón cita la existencia de un templo de
la diosa Artemisa) ubicada en Denia o en Calpe; o Alonis (famosa por su ri-
queza salina, recordemos que el vocablo griego para la sal es als), que bien
pudiera ser Santa Pola, así como Mainake que se ha asociado con Malaka,
topónimo feniciu, y Mainobora, indígena. Probablemente no fueran funda-
ciones, tratándose únicamente de referencias que los navegantes griegos
hacían a lugares a los que se debía prestar especial interés a la hora de es-
tablecer los contactos comerciales, o accidentes geográficos que permitan
la navegación con seguridad.

En algunos poblados, puede apreciarse la influencia griega incluso en su


urbanística, como es el caso de La Pícola (Santa Pola, Alicante) (Fig. 18), que
tuvo una corta vida, tan solo unos 80 años, siendo abandonado a mediados

Figura 18. Recinto fortificado ibérico de influencia griega de La Picola


en Santa Pola, Alicante (de A. J. Dominguez Monedero).

370
TARTESO Y EL PER10DO COLONIAL

del siglo IV a. C. En su levantamiento puede apreciarse una planimetría per-


fectamente planificada, con calles y casas perfectamente regulares en las que
se ha empleado como medida el pie de 30 cm, para muchos de origen grie-
go. Un elemento que recuerda a las ciudades griegas es el sistema defensivo
de muros y foso, a los que se contraponen elementos de claro origen indígena
como las torres de esquina, a lo que se suma la escasa presencia de cerámicas
griegas, ya sean de importación o de imitación. Este hecho ha sido interpre-
tado como que se trata de una fundación indígena que servía de apoyo a las
actividades del puerto de Elche. Para el profesor Bendala no se puede poner
en duda que la presencia griega en el sudeste del litoral hispano va más allá
de los simples y esporádicos contactos comerciales, pues esto no es suficien-
te como para explicar la adopción, por ejemplo, de la escritura jonia por las
poblaciones ibéricas de la zona de Alicante y Murcia entre los siglos V-III a. C.,
para escribir documentos en lengua ibérica, así como la adopción de las lámi-
nas de plomo como soporte para la escritura, algo que se generaliza en todo
el mundo ibérico dado que se trataba de un material muy abundante.
Hacia el año 600 a . C. los foceos fundan Emporion en el Golfo de Rosas,
que a lo largo del primer siglo de existencia consolidó su posición y extendió
su área de influencia, por lo menos comercialmente, por las costas medite-
rráneas españolas y posiblemente por las costas del Languedoc.
El primer asentamiento se produce en un pequeño islote, Palaiapolis o
iudad antigua, hoy unido a tierra firme, y que situado en el extremo sur
del Golfo de Rosas, junto a una pequeña bahía natural cercana a extensas
m arismas fruto de la desembocadura de los ríos Ter y Fluviá.
Las últimas excavaciones en la Palaiapolis nos constatan la existencia
e un poblado indígena fechado entre los siglos XII y VII a. C. y en sus úl-
timos estratos revelan la presencia de cerámicas de importación, griegas
e incluso etruscas, fruto del comercio. Esto lleva a pensar que nos encon-
tramos con un puerto franco, frecuentado por indígenas, fenicios, etrus-
os y griegos. Tras la fundación de Massalia, los massaliotas se adueñarán
el lugar en la primera mitad del siglo VI a. C. De este primer asentamiento
apenas se conocen restos arquitectónicos, tan sólo escasos vestigios de las
~iendas domésticas; así mismo podemos suponer que en este lugar debió
-antarse un templo dedicado Ártemis Efesia. En una pequeña elevación
bre la costa, al sur de la isla, una serie de tumbas de inhumación pudie-
n pertenecer a estos primeros colonos.

371
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 19. Plano de la Neapolis de Ampurias: l. Puerta meridional; 2. Santuario de Asclepio;


3. Santuario de Serapis; 4. Torre del siglo V a. C.; 5. Agora; 6. Stoa
(de A. J. Dominguez Monedero).

A mediados del siglo VI a. C., el núcleo foceo se traslada hacia el sur dan-
do origen a la Neapolis. La nueva ciudad posee un trazado hipodámico con
algunas irregularidades, ocupando un superficie total que no superaba las
tres hectáreas, rodeada de muralla defendida por torres por tres de sus la-
dos y abierta en la zona que da al mar (Fig. 19). Fuera del recinto amura-
llado se levantó un santuario que debió de utilizase como territorio neutral
entre los griegos y los indígenas (indiketes) que vivían junto a la colonia.
En la zona exterior a la muralla también se han localizado las casas de los
indígenas. En la primera mitad del siglo IV a. C., se rehizo la muralla refor-
zándose el sistema defensivo mediante un foso y una torre que protegía la
entrada sur. Esta remodelación provocó la destrucción del santuario del si-
glo v a. C. y de parte del poblado ibérico, integrándose ambas comunida-
des, la indígena y la griega, dentro del mismo hábitat. Sobre el más antiguo
templo de la ciudad se levantó uno nuevo, que en opinión de los arqueólo-
gos estaría dedicado a Asclepios, del que se conserva el oikos, o morada de
la divinidad, con el podium, en el cual fue hallado el conocido torso de As-
clepios (el resto de la escultura apareció en una cisterna) y el altar.

372
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

Con anterioridad al siglo 11 a. C. se adelantó la muralla unos 25 me-


tros para dar cabida al abatan, destinado a acoger a los enfermos, for-
mado por una galería porticada que rodeaba la plaza central y un ca-
nalización cuya función era recoger el agua lustral empleada para
funciones terapéuticas. Al lado del oikos, se añade un templo gemelo
cuyo pronaos se encontraba sobre el antiguo pozo. El santuario dedica-
do a Asclepios pervivió hasta el siglo 1 a. C., momento en el que se intro-
duce en él el culto a Serapis y se amplia el recinto sagrado absorbiendo
el espacio que antes ocupaba el abatan. El nuevo templo, dedicado al dios
egipcio Serapis, como demuestra la inscripción bilingüe y los pies de
una escultura de la divinidad, y probablemente también a Isis, se com-
p one de dos columnas in antis, tetrástilo de estilo dórico y provisto de
accesos laterales.
Hasta inicios del siglo n a. C. la ciudad permaneció sin cambios im-
portantes. Es una vez iniciada la etapa romana cuando éstos se produ-
cen. A mediados de ese siglo se pueden fechar los edificios públicos de
carácter civil, que se levantan en la parte norte de la ciudad. El ágora, en
su lado norte, aparece ocupada por una stoa de doble nave al fondo de
la ·cual se levantan las tabernae, mientras que en el lado occidental apa-
r ecen dos altares; en la zona suroeste pudo levantarse un pequeño mer-
cado del que quedan las tabernae . Por lo que se refiere al resto del urba-
nismo privado apenas hay restos anteriores al siglo na. C., solo algunas
casas de estructura rectangular con el hogar en la parte central. En tan-
to que el resto de las edificaciones son las típicas casas helenísticas de
peristilo o las casas de tradición itálica, de atrio, articuladas en torno a
un patio central con impluvium para la recogida del agua.
El puerto de Emporion era uno de los elementos claves de la ciudad
desde sus orígenes y hay diversas opiniones acerca del lugar donde po-
dría estar. La zona portuaria aún está sin identificar aunque al este de la
ciudad existe un largo muro, datado en el siglo n a . C., que se ha inter-
pretado como malecón o rompeolas.
Las necrópolis de Emporion estaban situadas fuera de la ciudad, al
ur y al oeste de la misma y al borde de los caminos. El rito funerario es
de inhumación, las tumbas están excavadas directamente en la tierra, y
los cadáveres se colocaban en su interior o dentro de fosas naturales, ge-
neralmente con la cabeza orientada hacia el oriente. Como ajuar se de-

373
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

positaban los objetos personales del difunto: anillos, collares y fíbulas,


además de innumerables ungüentarios fabricados en vidrio y en cerámi-
ca usados en las ceremonias fúnebres, así como figuras de terracota.

La necrópolis indígena se considera que estaba en la muralla noreste,


frente a Palaiapolis, ya que allí predominan incineraciones y en sus ajua-
res hay objetos metálicos semejantes a los existentes en otras necrópolis
ibéricas contemporáneas de aquéllas en el este peninsular.

Los últimos estudios llevan a la creencia de que Emporion, nunca po-


seyó un territorio circundante (chora). Datos muy interesentes nos lo
pueden dar las extracciones del yacimiento de Mas Catellar de Pontos,
ya que ha quedado demostrado que a sólo diecisiete kilómetros de Em-
porion se sitúa un poblado ibérico de fines de siglo VII a. C. pero que es
arrasado a finales del siglo v a. C. y en él se construyen una torre de vi-
gilancia junto numerosos silos (lavaderos de lino) lo que es posible que
formara parte del territorio ampuritano quizá desde el siglo v a. C. ac-
tuando como frontera o límite. En estas excavaciones han aparecido es-
tatuillas de Deméter en un lugar de culto que son los que suelen marcar
los confines territoriales de las colonias griegas.

La fundación de Emporion producirá un impacto en la civilización


de los indiketes. Entre los primeros objetos griegos aportados por Ullas-
tret (Gerona) encontramos cerámica gris de Asia Menor, cerámica jo-
nia, focense, vasos etruscos, ánforas y otros elementos datados en el si-
glo VI a. C.

El poblado de Puig nos muestra en sus murallas afinidad con los mo-
delos helénicos y fue construida en tres fases que corresponden a los si-
glos VI, V y IV a. C.

El auge de Ullastret se destaca en el periodo que va desde finales del


siglo v y el primer cuarto del siglo IV a. C. Ofrece un incremento genera-
lizado de cerámicas hasta mediados del siglo IV a . C., con lo que por es-
tos datos han hecho pensar que Ullastret estaría integrado en Ampurias,
dentro de su ámbito territorial, aunque no ha quedado demostrado que
dependiera jurídicamente de él.

En cuanto a Rhode se encuentra en el extremo norte de la bahía de


Rosas y dista de Emporion unos 17 km. Estrabón al hablar de Rhode la

374
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

definía como un poblado perteneciente a los emporitanos, y que otros


autores antiguos señalan que era fundación de los radios, anteriormen-
te al año 776 a. C. Sin embargo desde el punto de vista arqueológico, los
primeros testimonios de su existencia son del siglo v a. C.

Las fuentes literarias nos hablan que el puerto de Rhode era el único
que merecía ese nombre en todo el Golfo de León. Hasta la fundación de
la ciudad debió de servir como lugar de aprovisionamiento de los griegos,
al igual que otras bases que tenían a lo largo de la costa. Otra posible ex-
plicación a su origen está en que su fundación fuese promovida por Mas-
salia, que hacia la segunda mitad del siglo IV está consolidando su domi-
nio costero sobre las costas del sur de Galia y el nordeste de Iberia.

De los siglos v y IV a. C. aparece cerámica griega y restos de viviendas,


que tendrán su continuidad en el siglo m cuando se remodela la ciudad
con un trazado ortogonal propio de las ciudades griegas. Fue la época
más floreciente de la ciudad, que tenía talleres y artesanos comparables
a los de Emporion.

En el siglo III a. C. Rhode y Emporion desarrollan unas produccio-


n es artesanales que presentan semejanzas entre sí, lo que se puede inter-
pretar como intereses compartidos o complementariedad de funciones:
Emporion más volcada hacia el control de su ya importante territorio, y
Rhode manteniendo las relaciones entre los centros griegos del Golfo de
Rosas y el sur de Galia y Massalia, en función de sus mayores facilida-
des portuarias.

Desde el siglo IV a. C. Rhode empieza a acuñar moneda, utilizando


casi los mismos motivos que las monedas emporitanas, y tal vez es tam-
bién cuando empieza a forjarse la leyenda de su origen radio, bien por-
que eligieron la rosa para ilustrar sus acuñaciones o porque, al igual que
en otras ciudades de fundación griega, estas leyendas servían para en-
noblecer el origen de las ciudades y también a sus moradores. Tuvo sus
propias relaciones comerciales que llegaron hasta el sur de la penínsu-
la ibérica, y por el norte hasta Masalia, como lo demuestran sus ánforas
m asaliotas y la distribución de la cerámica de barniz negro de talleres
propios, siguiendo prototipos itálicos. Rhode, desde su fundación, estu-
YO a la sombra de Emporion, finalizando como tal ciudad griega en el si-
glo m a. C. como consecuencia de la II Guerra Púnica.

375
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Los griegos se convirtieron en el referente cultural de las comunida-


des indígenas que entraron en contacto con ellos. En diversas manifesta-
ciones culturales, tanto en urbanismo, lugares de culto o creencias, como
en producciones artesanales, como cerámicas o terracotas, los distintos
ámbitos mediterráneos desarrollaron producciones propias. Aunque se
aprecia un elemento que las relaciona a todas, y que les da un aire fami-
liar que a veces ha sido señalado por la investigación, como es su relación
con los prototipos griegos. Lo cierto es que cada ámbito cultural, ya sea
Sicilia, el sur de Italia o el norte de África, adaptó y modificó esos mode-
los de acuerdo con sus propias necesidades y tomó también como refe-
rencia sus propias tradiciones autóctonas. Esto determinó una amplía
variedad cultural. De todo este panorama creemos, sin embargo, que
merece la pena destacar dos tipos
de producciones que, aun compar-
tiendo estas manifestaciones, pre-
sentan una notable originalidad. Se
trata de la escultura en piedra y de
los bronces. La pieza griega de pie-
dra más antigua aparecida en Am-
purias es una cabeza de felino del
siglo VI-V a. C. Sin embargo la escul-
tura más insigne es la de Asclepio/
Esculapio, de mármol pentélico y de
Paros, de los siglos m-na. C. (Fig. 20),
·· además se localizaron de una ser-
piente, unos pies, restos de una figu-
ra de Apolo y otra de Afrodita, todas
ellas de mármol y fechadas en el si-
glo n a. C. Además un relieve con es-
finges que parece corresponder al
friso de un templo.

Dentro de los bronces se distin-


guen los hallados en Baleares y los
encontrados en la península. Los
bronces de Baleares son mucho más
Figura 20. Escultura de mármol
del dios Asclepio, Ampuria, Gerona. numerosos que los de la península.
(Museo de Ampurias). Se fechan entre finales del siglo VI y

376
TARTESO Y EL PER10DO COLONIAL

el m a. C. y se supone que llegaron a las


islas por medio de los comerciantes pú-
nicos que las adquirían en Etruria,
.Magna Grecia o Sicilia.
Las piezas más antiguas, siglos VI y
,- a. C., presentan iconografía más va-
riada (arqueros, sirenas, dioses y dio-
sas ..... ) y entre ellas podemos destacar
el llamado «arquero de Lluchmayor»
y el guerrero de Son Gelabert de Dalt
(Fig. 21), ambos en Mallorca, que re-
presenta un arquero desnudo con el
carcaj al hombro. Se suele interpretar
como Apolo, divinidad popular entre
los marinos.
En la península se conservan pocas
figuras de bronce: una cabeza de pan-
tera (aplique de lanza de carro), una
cabeza de sirena y un prótomo de toro
procedente de una caldero, todos ellos
ocalizados en Emporion, se datan en
el siglo VI a. C.
De Murcia procede el «centauro de
Royos» (Caravaca) de mediados del si-
glo VI a. C., que representa el mode-
Figura 21. Guerrero de bronce de Son
o arcaico de centauro. Es posible que Gelabcrt de Dalt, Mallorca. (Museo
adornara el borde de un recipiente jun- d'Arqueología de Catalunya.
o con otros centauros y Heracles, en Barcelona).
una representación del episodio mítico.
Del siglo IV a. C. se han encontrado bronces en Albacete (un sátiro itifá-
·co) y Badajoz (un Sileno con caracteres de sátiro).
A estas piezas habría que añadir el mencionado casco corintio de Huel-
-a y otro casco también de procedencia corintia localizado a orillas del río
Guadalete, fechados en el siglo VI a. C., así como restos de varias piezas
r once que debieron servir de adorno en armas y carros.

377
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

5. CRISIS EN LA BAJA ANDALUCÍA

A partir del siglo VI a. C. se asiste a un periodo de intensos cambios que


provocarán transformaciones de gran calado en todo el mundo de la Baja
Andalucía; aunque no quedan claras cuáles son sus causas, se ha apuntado
a problemas en el abastecimiento de metal de las minas onubenses y a los
cambios sociales y políticos que todo ello provoca. Un signo de esa crisis
puede haber sido el final de la presencia griega en el suroeste peninsular
así como los cambios en los modelos de ocupación fenicios, todo ello uni-
do al final de importantes culturas locales como la tartésica.

5. 1. Final de Tarteso

En el siglo VI a. C. comienza la decadencia de Tarteso por causas aun no


determinadas. Se apunta al declive de la actividad minera, al haber agota-
do los filones superficiales por falta de tecnología adecuada para conti-
nuar la explotación en profundidad. O bien, la reorientación del mercado
internacional de metales que habría frenado la demanda de plata tartésica.
Lo que se ha comprobado es que hubo un descenso de la labor de extrac-
ción en Riotinto. La crisis repercutió en otros sectores económicos como
el agropecuario, lo que provoca el descenso demográfico como en Setefi-
lla o incluso la desaparición de pequeños asentamientos rurales. Respec-
to a ello J. Alvar señala que el origen del conflicto estaría en las relaciones
entre población autóctona y la colonial. Existirían dos sistemas, uno hori-
zontal, entre los grupos dominantes locales y los fenicios; y otro vertical,
entre dominantes y dominados, como consecuencia de las transformacio-
nes introducidas desde la presencia colonial. Esta posición de privilegio
arranca del Bronce final cuando la economía agropecuaria permite la con-
solidación de los grupos dominantes locales.
Por otro lado la fuerte dependencia de Tarteso de los colonos fenicios,
hizo que la caída de Tiro en 573 a . C. arrastrara a los tartesios. Hay que in-
cluir también como causa de la caída de Tarteso la penetración de pueblos
célticos del interior peninsular.
De cualquier manera los investigadores han evidenciado una continui-
dad entre Tarteso y las culturas posteriores en la zona tartésica. De hecho,
las culturas ibéricas se formarán sobre la importante plataforma asentada
por la civilización tartésica (área turdetana)

378
TARTESO Y EL PERIODO COLONIAL

5.2. Área de influencia tartésica

Las cerámicas de retícula bruñida halladas en Extremadura, en Anda-


lucía oriental y en el sureste, dan una extensa zona de influencia tartésica
desde fines de la Edad del Bronce. Con posterioridad, el comercio fenicio
incrementó la explotación de los recursos locales para atender a la de-
manda de materias primas y la concentración de poder en aquellos secto-
res que acapararon los beneficios que aportaban los intercambios.
Hoy día se estima que toda el área el Guadiana está vinculada al mun-
do tartésico. Destaca en esta región el importante asentamiento de Mede-
llín, que controla el paso del ya mencionado Guadiana. Allí se ha excavado
una necrópolis que presenta unos rituales y unos materiales muy semejan-
tes a los del mundo tartésico del Guadalquivir. La influencia orientalizante
llega también hasta las costas atlánticas de la península ibérica, en las que
aparecen tanto materiales de tradición fenicia como tartésica. Queda toda-
vía por determinar, y es algo que está siendo objeto de estudio, si este fe-
nómeno de «tartesización» de los territorios en torno al Guadiana es con-
secuencia de contactos de tipo económico y cultural entre el área tartésica
nuclear y esas regiones o si de trata de fenómenos migratorios que algunos
autores como el profesor Almagro consideran que se extendieron incluso
hasta las costas atlánticas portuguesas.

COMENTARIO DE TEXTO

Lea el siguiente fragmento de texto sobre Emporion y realice un breve


comentario del mismo tomando como referencia la información del Tema
y aquellas lecturas recomendadas que haya realizado.

«La ciudad es doble, dividida en dos por una muralla, por haber tenido ante-
riormente como cohabitantes a algunos indiquetes, los cuales, aunque se regían
por leyes propias, quisieron por razones de seguridad tener en común con los
griegos el recinto amurallado, y éste fue doble, dividido por una muralla mediane-
ra. Pero con el tiempo convergieron hacia la misma constitución política, mezcla
de leyes bárbaras y griegas, cosa que sucedió también en muchos otros lugares>>.
EsTRABÓN III, 4,8. Geógrafo e historiador griego de Amasia, en Capadocia (Turquía),
que vivió en el siglo I a . C. Su obra más famosa, Geografía, consta de 17 volúmenes y se
fecha entre el 29 a . C. al 7 d .C.

379
TEMA 10
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO
Y NORTE PENINSULAR

José Manuel Quesada

Estructura del tema: l. Historiografía. 2. La Primera Edad del Hierro. 3. La Se-


gunda Edad del Hierro. 3.1. Paleoetnología. 3.2. Territorio y hábitat. 3.3. En-
terramientos. 3.4. Sociedad. 3.5 . Economía y subsistencia. 3.6. Cultura mate-
rial. 3.7. Religión. Comentario de texto. Lecturas recomendadas. Actividades.
Ejercicios de autoevaluación. Bibliografía. Solucionario a los ejercicios de au-
toevaluación.
Palabras clave: Edad del Hierro, celtas, indoeuropeos, península ibérica.
Introducción didáctica: La Edad del Hierro representó un período singular en
la Protohistoria peninsular porque se asocia de manera inmediata con los
pueblos indoeuropeos llamados celtas. Pero parte de esta singularidad se ha-
lla también en la disponibilidad de fuentes históricas, que permiten trazar por
primera y única vez en la Prehistoria un cuadro paleoetnográfico, con la dis-
tribución de pueblos o etnias a lo largo del territorio. No obstante, resulta cu-
rioso que a pesar del incremento notable de la documentación respecto a los
períodos anteriores de la Prehistoria reciente, la Edad del Hierro no ha sido
aj ena a las controversias más vehementes, que han llegado incluso a cuestio-
nar la personalidad de sus protagonistas: los pueblos celtas .

• IDSTORIOGRAFÍA

Las regiones de las mesetas, la cornisa cantábrica y el occidente adán-


o forman el «área indoeuropea» de la Península Ibérica. Esta denomi-
"ón es la contrapartida al área ibérica de los pueblos mediterráneos y
tende dar sentido a una realidad particular: los pueblos del sustrato pe-
ar que se habían mantenido ajenos a la influencia de las altas cultu-
- m editerráneas y que habían mantenido intacta su personalidad indíge-
latente desde los milenios anteriores. Pero para comprender en su justa
·da qué significa el término indoeuropeo y las consecuencias que se
r enden, hemos de analizar siquiera mínimamente el marco historio-
ca general.

387
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Realmente el término indoeuropeo no procede del mundo de la arqueo-


logía sino de la lingüística. Los indoeuropeos representan un grupo nume-
roso de lenguas emparentadas que surgieron en las estepas ubicadas ha-
cia el sur de Rusia y norte del mar Negro, para extenderse por un inmenso
territorio situado entre el río Indo y la Europa occidental. Las vicisitudes
de su origen son muy controvertidas: para muchos lingüistas los primeros
indoeuropeos surgieron de la cultura calcolítica de los kurganes; para un
prehistoriador de prestigio como Colín Renfrew aparecieron en la cultura
neolítica danubiana. Pero también resulta problemático registrar su deve-
nir posterior, que parece fue una sucesión de movimientos, migraciones e
invasiones, muy difíciles de demostrar con pruebas arqueológicas. Pero a
pesar de todo la teoría de la migración indoeuropea ha sido aplicada para
analizar los orígenes de tres culturas principales de la Prehistoria reciente:
los Campos de Umas, que se extendieron por Europa durante el Bronce Fi-
nal; el Hallstat, que dominó buena parte de Centroeuropa en el Hierro I; y
los celtas, que representaron la idiosincrasia del Hierro II.
En este marco general caben varios interrogantes: ¿hubo indoeuro-
peos en la Edad del Hierro de la Península Ibérica? ¿Cuáles fueron sus
orígenes? ¿Tuvieron alguna relación con los pueblos centroeuropeos? Las
respuestas a tales preguntas preocuparon sobremanera a prehistoriado-
res de principios del siglo pasado, como Peré Bosch Gimpera, que dedicó
publicaciones muy sesudas al llamado «problema indoeuropeo». Trans-
curridos cien años no se han aportado soluciones convincentes y los mo-
dos de encarar a los pueblos peninsulares han cambiado notablemente al
socaire de interpretaciones más autoctonistas. Merece la pena hacer un
bosquejo historiográfico breve para comprender en su justa medida tal
cuestión.
En la península ibérica hay una doctrina oficial que sitlla la presen-
cia de los pueblos indoeuropeos en el Bronce Final, momento en el que se
VL uÚ:UJV 11i:l 'uu_l..h<:uilac'!Úll ae 'lOs pr'lmeros pueolüs ae 'la cultura ae 'los Cam-
pos de Umas en las comarcas catalanas. La transición a la Primera Edad
del Hierro pudo representar una continuidad con aquellas tradiciones del
Bronce Final; dicho con otras palabras un período parsimonioso y paulati-
no de expansión de la cultura indoeuropea hacia regiones interiores de la
península. Realmente los datos arqueológicos para conocer las sociedades
de la Primera Edad del Hierro son muy pocos y plantean más interrogan-
tes que respuestas. Por tal razón la delimitación del área indoeuropea no

388
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

parece hacerse realidad hasta la implantación de los pueblos celtas de la


Segunda Edad del Hierro. He aquí los criterios que permiten identificar a
los pueblos indoeuropeos celtas en el solar peninsular, siguiendo las pautas
dictadas por prestigiosos lingüistas como Jürgen Untermann y prehistoria-
dores como Martín Almagro-Garbea:
• La presencia de topónimos terminados con el sufijo -briga, que sig-
nifica 'lugar fortificado' (por ejemplo, Arcóbriga, Segóbriga, Nertó-
briga). Este sufijo parece relacionarse con otro término similar en
irlandés antiguo: brig (genitivo breg), que significa 'colina'. En con-
trapartida, en el área ibérica abundan los topónimos con el prefijo il-
(Iliberris, Ilerda).
• La aparición en documentos epigráficos de nombres propiamente
celtas como Celtius, Celtiber o Ambatus.
• El registro epigráfico de divinidades indoeuropeas celtas, algunas de
ellas presentes en otros sitios del continente europeo.
• La presencia de un modelo de organización social propiamente indo-
europea: las gentilidades y los pactos de hospitalidad (hospitium).
Estos rasgos caracterizarían a los pueblos prerromanos que protagoni-
zaron la Segunda Edad del Hierro y que la historiografía tradicional reco-
oce bajo el sobrenombre de celtas. En realidad la imagen que tenemos de
celtas hispanos está muy influida por los relatos que escribieron cronis-
romanos (historiadores, geógrafos, literatos): Ptolomeo, Estrabón, Dio-
oro Sículo, Plinio o Polibio entre otros. Estos relatos no narraron la lar-
- historia de los celtas hispanos sino tan solo una parte muy reducida, la
e correspondía a los llamados «celtas históricos», muy conocidos por los
manos al librar las guerras de conquista de los siglos m-u a. C. Pero re-
cir la Edad del Hierro a la historia particular de aquellos «celtas histó-
os» resulta inoportuno ya que no representan a los celtas más antiguos
s que vivieron en los siglos VIII-IV a. C.) y revelan una realidad muy tar-
posiblemente mediatizada por la mentalidad romana. De ahí que hasta
años setenta del siglo pasado muchas hipótesis relativas a las raíces de
- celtas peninsulares no pasaban de la mera especulación y carecían del
_or académico oportuno. Para conocer muchos de los problemas asocia-
.: a la llamada «Cuestión céltica» merece la pena realizar una breve sínte-
e las teorías historiográficas más relevantes .

389
PREIDSTORJA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

a) Los celtas, invasores guerreros indoeuropeos

Durante largo tiempo se pensó que los celtas hispanos pertenecieron a la


comunidad keltiké que había dominado la Europa occidental en la Edad del
Hierro. De acuerdo con esta teoría, los celtas de la Península habrían sido uno
de aquellos pueblos guerreros provistos de un innato afán conquistador y una
personalidad agresiva muy expansionista, que nacieron en las tierras germá-
nicas en el período del Hallstat y que en años siguientes invadieron gran par-
te del continente. En línea con esta interpretación, la aparición de los celtas
en nuestra península sería simplemente resultado de una invasión procedente
del sur de Francia, protagonizada por hordas guerreras que bajo la fuerza de
las armas sometieron a la población nativa. Esta idea comenzó a cuajar con el
romanticismo decimonónico del siglo XIX, que participaba de una visión his-
tórica muy literaria basada en una concepción nacionalista de los pueblos.
Era una idea más romántica que otra cosa, pero el estereotipo del guerrero
resultó tan poderoso que la arqueología no pudo resistirse. Fue así como a
principios del siglo XX la arqueología asumió tal interpretación y la barnizó
con las ideas del difusionismo, un paradigma historiográfico que consideraba
la difusión como el mecanismo de propagación de las culturas, bien a través
de la migración pacífica, bien a través de la invasión militar.
Pero a inicios del siglo xx no había casi datos arqueológicos para confir-
mar la teoría invasionista, manteniéndose en un nivel muy especulativo hasta
que un joven arqueólogo llamado Pere Bosch Gimpera halló en Cataluña las
primeras necrópolis de la cultura paneuropea de los Campos de Urnas. Las
necrópolis de incineración catalanas eran tan idénticas a los « Umenfelder»
centroeuropeos que parecía sensato interpretar su aparición como resulta-
do de la llegada de pueblos indoeuropeos celtas oriundos del otro lado de los
Pirineos. Después de la guerra civil la teoría invasionista se radicalizó para
convertirse en una tesis institucionalizada que agradaba al régimen político
franquista, muy interesado por vincular su ideal nacional con las tradiciones
germánicas y aunar lazos ideológicos con la doctrina nacionalsocialista. Ni
siquiera la caída alemana refrenó la manipulación política del celtismo por el
régimen franquista, que idealizó a los celtas como una de las almas que cris-
talizaron la identidad española: una mistificación de raza, guerreros y espíri-
tu nacional; un pueblo ancestral con una personalidad militar que tras mu-
chos avatares hallaron en el solar hispano su destino patrio y pasaron así a
formar una parte trascendental del glorioso espíritu nacional.

390
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

Figura l. En el cuadro de Alejo Vera titulado <<El último día de Numancia» (1881) se con-
ensa la iconografía tradicional de los celtas hispanos: valor, audacia, sentido del honor
_· un arrojo ante el sacrificio que les impulsó al suicido colectivo antes que a rendirse
te las armas romanas. Este imaginario romántico del siglo XIX enlazó con el paradigma
ionista de principios del siglo xx y fue manipulado posteriormente por la historiografía
del régimen franquista .

La teoría del sustrato indoeuropeo precelta

En los años ochenta aparecieron las primeras investigaciones interesadas


iniciar una nueva etapa en los estudios sobre el celtismo peninsular, por
retar la «cuestión celta» bajo un prisma estrictamente académico a la
que interdisciplinar (aunando historia, lingüística y arqueología). Entre
romotores de la nueva tendencia se halló Gonzalo Ruiz Zapatero, cuya
- doctoral mostraba las dificultades para relacionar la cultura de Campos
-mas del noroeste con los pueblos celtas, lo que significaba renunciar a
ria de Bosch Gimpera. También por entonces Martín Almagro-Gorbea
.,.LIIILJ,.._-ó sus primeros trabajos sobre los celtas hispanos, iniciando una teo-
rpretativa que superaba las ideas del difusionismo tradicional. En

391
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

opinión de Almagro-Gorbea los celtas hispanos tuvieron raíces propias muy


lejos de los celtas centroeuropeos: habrían sido un crisol cimentado en po-
blaciones indoeuropeas autóctonas muy remotas (datadas en la Edad del
Bronce) pero renovado con aportaciones indoeuropeas más recientes (que
califica como propiamente celtas porque se datan a partir del siglo VI a. C.).
En palabras más sencillas, los celtas hispanos resultaban herederos de las
comunidades autóctonas peninsulares del Bronce Final (sustrato), influidos
bastante más tarde o celtizados por la migración de pequeños grupos celtas
venidos del norte bajo la tutela de huestes militares.
Esta teoría resulta sumamente innovadora por muchas razones: reivin-
dica la personalidad singular de los celtas peninsulares; reclama el autoc-
tonismo como raíz cultural del celtismo hispano; no niega la aportación
foránea pero la considera un agregado posterior; y apela a indagar los orí-
genes de los celtas históricos en los lejanos tiempos del Bronce Final. La
propensión a indagar las raíces del celtismo en momentos antiguos se ins-
titucionalizó en la reunión Paleoetnología de la Península ibérica, que en
1989 reunió en la Universidad Complutense de Madrid a la práctica totali-
dad de especialistas del celtismo peninsular. El título parecía servir como
homenaje a uno de los trabajos más conocidos de Bosch Gimpera y marcó
la línea de investigación principal a partir de entonces: buscar, indagar y
relacionar los orígenes de aquellos celtas históricos que protagonizaron la
Segunda Edad del Hierro con los tiempos previos, con el llamado sustrato
cultural de la Primera Edad del Hierro. Estas interpretaciones han repre-
sentado un interesante cambio de tendencia: la reivindicación de los «mo-
delos de continuidad cultural» ante los modelos más rupturistas propugna-
dos por la teoría invasionista.

e) ¿Y si nunca existieron los celtas?

En los primeros años noventa surgió una interpretación revolucionaria


sobre los pueblos indoeuropeos celtas de la Edad del Hierro. Esta teoría
proponía una idea absolutamente radical y extrema: los celtas no existie-
ron como una realidad histórica, jamás hubo un pueblo celta, ni etnias cel-
tas, ni lenguas, ni tradiciones y ni siquiera una cultura celta más o menos
compartida no solo en la Península Ibérica sino en todo el continente euro-
peo. Era una idea tan aparentemente inaudita que revolucionó por comple-
to toda la historiografía e inauguró una línea de investigación sumamente

392
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

C01111111ldades de IG Edad del Hierro de la Etrcpa


centro-occidental
¿CELTAS?

CELTAS en fuentes
• PERCEPCIÓN CLÁSICA
"Interpretatio" griegasy romanas
romana

Percepción clásica
• PERCEPCIÓN liNGÜÍSTICA

1700-

1800-

1900-

'\

CELTAS SIGLO XXI

Figura 2. Para algunos arqueólogos los celtas son una construcción artificial manipulada
a lo largo de muchos años. Primero fue la interpretación romana, que inventó el término
icélticoi para nombrar a los pueblos situados más allá de sus fronteras. Luego una larga
rradición clásica que mistificó las fuentes romanas. Más tarde la visión romántica decimo-
ónica, que creó una imagen novelada pseudohistórica de intereses nacionales. Finalmente
el interés actual por buscar en los celtas muchas raíces populares. El resultado es una
sucesión de estereotipos falsos (celtas inventados, celtas tradicionales, celtas populares ...)
sin ninguna base histórica o arqueológica. Imagen de Ruiz Zapatero, 2005.

-ontrovertida, pero no por ello menos interesante. La propuesta surgió de


universidades británicas alentada por una nueva generación de profe-
- res partícipes del paradigma historiográfico llamado postprocesualismo
e plantea que muchos de nuestros conocimientos son meramente cons-
cciones ficticias, manipulaciones sociopolíticas o recreaciones más o
enos intencionadas ajustadas a los intereses de individuos y colectivos.
ohn Collis es el representante más conocido de esta interpretación tan ra-
.cal, que ha sido seguida en nuestro país por arqueólogos como Gonzalo
uiz Zapatero. En su opinión los celtas jamás existieron porque son senci-
ente una invención que hace veinte siglos propagaron los romanos y
e h a trascendido hasta la actualidad, en una especie de imaginario co-

393
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

lectivo, en una suerte de recreación imaginada más allá del tiempo, en


«collage» construido a lo largo de los años, una mera invención artificio
de la historiografía sin ninguna base histórica.

2. LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO

En la actualidad los protohistoriadores poseen una información ar-


queológica muy restringida sobre la Primera Edad del Hierro en las mese-
tas, la cornisa cantábrica y la fachada atlántica. En términos generales, la
transición entre el Bronce Final y el Hierro 1 en aquellas regiones se pro-
dujo entre los años 800-700 a. C. Para algunos especialistas la transición
representó un proceso imperceptible a corto plazo, una transformación
paulatina sin modificaciones repentinas, un marco de continuidad cultural
quepermitiría relacionar las primeras culturas del Hierro con las tradicio-
nes milenarias registradas en los tiempos del Bronce Final. En contraparti-
da, para otros prehistoriadores la transición hacia el Hierro representó una
novedad que irrumpió de manera modesta en el marco tradicional de las
culturas del Bronce y que habría que relacionar con la aparición de nue-
vas culturas y modos de vida independientes del sustrato autóctono. En lo
que hay más consenso es en valorar la Primera Edad del Hierro como un
período clave en el que se forjaron las posteriores culturas del Hierro II,
calificadas de manera genérica como celtas: celtíberos, vacceos o castre-
ños entre otros. De ahí que varias culturas del Hierro 1 se califiquen bajo el
prefijo proto-: protoceltíbero, protovacceo o protocastreño.

Los Campos de Urnas tardíos navarros

Hacia el año 800 a. C. las llanuras regadas por el Ebro medio ya habían
sido pobladas por algunas de las comunidades de Campos de Urnas oriun-
das de las tierras del Bajo Aragón. Estas poblaciones penetraron hasta las
llanuras navarras tras un largo y paulatino proceso de colonización moti-
vado por la búsqueda de nuevas tierras, probablemente relacionado con un
lento pero implacable aumento de la población. La mejor representación ar-
queológica de aquellas poblaciones se halla en el yacimiento de Cortes de
Navarra, un poblado que se levantó en los tiempos del Bronce Final por una
pequeña comunidad de trescientas personas. Para ello eligieron un altozano
de poca altitud sobre el valle en cuya cumbre cimentaron simples cabañas

394
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

de planta triangular, de paredes de adobe y muros medianeros a veces refor-


zados por postes. El poblado padeció un incendio en el año 650 a. C., pero
no tardó en levantarse nuevamente en solo una hectárea de extensión, man-
teniendo el modelo de vivienda tradicional aunque alzando una muralla de
adobes, que apunta hacia una mayor inestabilidad social. Las cabañas se ali-
nearon una tras otra a partir de una calle central, que para algunos prehisto-
riadores representaría una manera precaria de protourbanismo.
En las viviendas del poblado se recogieron útiles de hierro y fíbulas de
doble resorte, que representan una metalurgia de pequeña escala parata-
reas cotidianas. Estas innovaciones no resultaron particularmente impor-
tantes para una comunidad que mantenía muchas costumbres del pasado.
De hecho en materia funeraria conservaban el ritual propio de los Campos
de Urnas de la Edad del Bronce: incineraban los cuerpos, introducían las
cenizas en vasijas y se enterraban en hoyos, con ajuares modestos. Lapo-
blación vivía de una agricultura mixta compuesta por trigo, cebada, mijo y
col (una especie muy concreta de suelos húmedos). Esta agricultura diver-
sificada suministraría un nivel de subsistencia bastante seguro y requiere
una selección prioritaria de las zonas más idóneas. También poseían reba-
ños de ovejas y cabras que por los restos de huesos recuperados formaban
cabañas relativamente grandes. De paso mantenían bóvidos y cerdos, que
se sacrificaban para el consumo al cabo de uno o dos años. Estas manadas
pastaban en las cercanías del poblado y acaso migraban estacionalmente a
las montañas, pastoreados por parte de la población. En opinión de varios
arqueólogos los orígenes de las primeras poblaciones protoceltibéricas se
podrían hallar precisamente en estos desplazamientos episódicos de gru-
pos de ganaderos pastores hacia las montañas próximas del Alto Tajo, si-
guiendo la vía natural de paso hacia la Meseta Sur. Es así como interpre-
tan los más remotos orígenes de culturas tan peculiares como los castros
orianos.

La cultura castreña soriana

Las montañas del Sistema Ibérico que bordean el valle del Ebro habían
sido regiones poco habitadas en tiempos del Bronce, no más allá de pobla-
.ones pastoriles marginales que se aventuraban ocasionalmente para a pro-
echar los pastos de altura. Las inhóspitas condiciones naturales de estas
regiones posiblemente representaban un impedimento importante para la

395
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

instalación de una población estable. Pero hacia el año 700 a. C. unas com -
nidades de pastores-ganaderos decidieron alzar unos poblados pequeños o
bastante sólidos como para inaugurar un poblamiento estable. Los origenes
de estos pastores-ganaderos son inciertos pero se suele plantear una relación
con la cultura de los Campos de Urnas del Ebro Medio. En estas condicio-
nes, bien podria pensarse en pequeños grupos que abandonaron los pobla-
dos de las tierras bajas y optaron por buscar un nuevo modo de vida entre
las agrestes montañas, quizás instigadas por la excesiva presión demográfi-
ca. Sea como fuere, para algunos protohistoriadores los poblados soriano
levantados en aquel momento serian el origen más remoto de una cultura
protoceltibérica, que con el paso del tiempo darla lugar a los celtíberos.
De esta manera las serranías sorianas sirvieron de solar para más de me-
dio centenar de poblados amurallados. Eran aldeas bastante estables aun-
que de reducida extensión ya que no superaban la hectárea. Los poblados
han sido calificados como castros porque se encaramaban en lugares eleva-
dos para controlar zonas estratégicas sobre el entorno (pastos, pequeñas ve-
gas o vías naturales) y se habían rodeado de resistentes fortificaciones. Es-
tas consistían básicamente en murallas de piedra que no siempre rodeaban
en su totalidad del poblado pues en ocasiones se interrumpían para incor-
porar riscos, cantiles y taludes a manera de defensas naturales. En las zonas
más vulnerables se levantaron torreones, se cavaron fosos y se empotraron
piedras aguzadas extramuros. En el interior del poblado habían cabañas de
planta rectangular (similares a las halladas en poblados del Ebro como Cor-
tes de Navarra) pero también circular (que recuerdan a las registradas en
poblados del Duero como Soto de Medinilla). La población usaba cerámicas
a mano variadas (desde vasitos finos hasta grandes vasijas de provisiones)
que decoraban con multitud de motivos. La metalurgia no pasó de la peque-
ña producción en bronce para satisfacer las demandas locales, pues se limi-
taba al autoabastecimiento de carácter doméstico. El marco económico de
estos poblados indica una economía eminentemente ganadera, que se com-
pletaría con la agricultura y la caza (de ciervos y jabalíes).

La cultura de Soto

En tomo al siglo VIII a. C. unas nuevas comunidades agricolas irrumpie-


ron en la meseta de manera repentina, instalando poblados ex novo en me-
dio de las mejores llanuras aluviales del Duero. Estos agricultores tenían un

396
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

modo de vida muy distinto del modelo tradicional de subsistencia que carac-
terizó a la Meseta en los milenios anteriores, basado en el pastoreo y la gana-
dería trashumante. Las nuevas poblaciones practicaban una cultura agrícola
que los arqueólogos han bautizado con el nombre del yacimiento más cono-
cido: Soto de Medinilla. En verdad no hay un consenso acerca de los orígenes
de esta cultura. Para algunos arqueólogos en la cultura de Soto se reunieron
poblaciones indoeuropeas originarias del valle del Ebro y quizá de las tierras
más meridionales de la península, de las culturas orientalizantes. Pero para
otros arqueólogos la cultura fue resultado de una evolución autóctona, de
un cambio en el estilo de vida de las poblaciones nativas meseteñas, que tras
años de practicar la trashumancia decidieron adoptar la agricultura como
principal medio de vida y levantar poblados permanentes para vivir.
El poblado de Soto de Medinilla se levantó en un montículo de apenas cin-
~o metros sobre su entorno inmediato. El sitio ocupaba unas dos hectáreas
e extensión junto a las orillas del Pisuerga, en plena llanura vallisoletana.
Las viviendas tenían una planta circular de seis metros de diámetro, paredes
e adobe remachadas con estacas de madera y techumbre cónica de ramas,
añas y barro. Las plantas de tipo circular resultan ajenas al prototipo

.:usión sobre los orígenes de las


ladones del Hierro I se hallan
-ormas de las viviendas. Las ca-
de planta circular se suelen
'derar dentro de las tradiciones
onas, siendo su representa-
emblemática las de Soto de
.-::>u..L·J..U·,.,_,a (A), según la reconstruc-
de Romero (1993). Por contra,
.:abañas de planta rectangular
ciben como prototipo de vi-
indoeuropea, asociada a la
wac::·IO·n de los Campos de Urnas,
mo sucede en el poblado de
de Navarra (B), según recons-
8
rrucción de Maluquer (1954).

397
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

de las cabañas indoeuropeas y su único paralelo peninsular se halla en mo-


delos meridionales de la cultura orientalizante, parecido que ha llevado a
algunos a pensar que estas gentes agrícolas migraron desde aquellas tie-
rras del sur. Sea como fuere, poco después de construir aquellas peculiares
cabañas los habitantes levantaron una muralla de adobe reforzada con una
empalizada de madera, que un incendio demolió a finales del siglo VII a. C.
Estas comunidades fueron las primeras que practicaron en la meseta
norte una agricultura intensiva y sistemática. Las provechosas cosechas de
trigo y cebada permitieron cubrir las necesidades de subsistencia a largo
plazo, tal como prueban los numerosos silos recubiertos de adobe que ca-
varon entre las cabañas para almacenar de manera conveniente los granos.
Pero para complementar la dieta principal de cereales, también cultivaron
leguminosas como las habas y recogieron productos silvícolas como las se-
tas. El cuidado de cabañas de ovejas y cabras permitió contar con suple-
mentos de carne, leche y sus derivados. Esta riqueza económica contrasta
con la precariedad registrada en otros aspectos culturales. Por ejemplo, no
hay conciencia de hábitos funerarios salvo la sepultura de los cuerpos de
niños bajo los suelos de las casas, una costumbre que algunos arqueólogos
interpretan como la única huella de enterramiento pero que otros valoran
como los restos de sacrificios para ritualizar la construcción o el uso de
las cabañas. Los restos de cultura material resultaban humildes como por
ejemplo cerámicas realizadas a mano a modo de cuencos de siluetas esfé-
ricas o troncocónicas, en ocasiones sujetas con pies altos. La metalurgia
era una actividad reducida y limitada al ámbito doméstico, particularmen-
te bronce y en momentos muy avanzados ya de hierro.

Las culturas atlánticas

Los conocimientos sobre los inicios de la Edad del Hierro en las regio-
nes de Portugal, Galicia y Cornisa Cantábrica son muy precarios. En esa
coyuntura parecen haber influido las condiciones de vida de la población,
basadas en las prácticas nómadas propias de los pastores/ganaderos y en
un patrón de poblamiento breve y provisional que ha dejado restos arqueo-
lógicos muy escasos. Pero también pudo influir la personalidad de las co-
munidades que vivían en aquellas regiones, caracterizadas por cierto con-
servadurismo y por una propensión a mantener unos hábitos enraizados
en las tradiciones milenarias del Bronce Final. En estas circunstancias

398
LA EDAD DEL H IERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

resulta comprensible la notable dificultad para discernir los inicios de la


Edad del Hierro con una mediana precisión.
No obstante los arqueólogos han insinuado la aparición de algunos ras-
gos innovadores en tomo al siglo VIII a. C., que podrían marcar un tímido
cambio de tendencia en los modos de vida. Fue por entonces cuando sur-
gieron los primeros poblados amurallados permanentes, los llamados cas-
tros, que si bien no pasarían de pequeñas aldeas fraguadas al amparo de un
puñado de viviendas muy humildes, podrían compendiar un nuevo mode-
lo de vida en la región. Hay prehistoriadores que interpretan los primeros
poblados estables como la secuela inmediata de los primeros cambios en la
base económica tradicional, como la conversión de algunas comunidades
de pastores-ganaderos trashumantes o agricultores itinerantes en pobla-
ciones agrícolas estables. Estos podrían haber sido los inicios más lejanos
de la Cultura castreña del noroeste, que singularizará la Segunda Edad del
Hierro en la región.

3. LA SEGUNDA EDAD DEL HIERRO


3. 1. Paleoetnología

Los protohistoriadores han datado los inicios de la Segunda Edad del


Hierro en el siglo VI a. C., punto de partida de los pueblos prerromanos que
tro siglos más tarde se convirtieron en los «celtas históricos» rememo-
os por las fuentes latinas hacia los primeros años ·de nuestra era. Para
ocer los primeros pasos de los pueblos celtas prerromanos hay que in-
~ar en las informaciones arqueológicas, pero para aproximarnos a los
mentos más avanzados podemos recurrir a los numerosos datos de ca-
er geográfico, histórico y etnográfico que suministran las narraciones
-.uu=. Los relatos de Polibio, Ptolomeo, Estrabón, Diodoro Sículo, Pli-
o Apiano han suministrado una inmejorable panorámica de cómo fue
osaico étnico peninsular de la Segunda Edad del Hierro, que ya qui-
os tener para períodos anteriores de la Prehistoria. Es cierto que
as crónicas latinas presentan numerosos inconvenientes y tienen
juzgarse con la oportuna prudencia, pues la mayoría de griegos y ro-
•llk>S n o tenían un conocimiento riguroso de los pueblos peninsulares,
ocieron de primera mano su vida, ni enjuiciaron de manera objeti-
costumbres, que consideraban propias de tribus bárbaras ajenas a la

399
-~-----

PREHISTORlA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRlCA

VASCONES

!/)
BELOS \

TITOS \

LOBETANOS
OLCAO§S

Figura 4. En el siglo rr d.C. Ptolomeo compendió en su obra Geographiké Hyphegesis unos


seiscientos lugares y ochenta entidades indígenas de la península ibérica. Pero la obra que
permite conocer mejor la distribución de las etnias prerromanas hispanas es la Geografía
que redactó Estrabón en el cambio de era. Los mapas paleoetnográficos prerromanos se
basan en este autor, que proporciona interesantes datos de tipo geográfico y etnográfico
para conocer la dispersión de las principales etnias y tribus.

civilización. Pero no es menos cierto que las fuentes históricas clásicas per-
miten retratar con nombres concretos a los pueblos de entonces y poner un
marco preciso a las informaciones de carácter arqueológico.

3.1.1. Tierras altas del Sistema Ibérico y aledaños: los celtíberos

Los celtíberos ocupan un lugar principal en el panorama paleoetnográfi-


co de las tribus celtas hispanas. Diríamos que en nuestro imaginario repre-
sentan la imagen prototípica de los celtas y simbolizan la idiosincrasia del
celtismo hispano tradicional. En realidad este papel debe mucho a las narra-

400
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

ciones de las fuentes romanas, que relataron los numerosos avatares milita-
res de las célebres guerras celtibéricas de manera bastante pormenorizada
aunque no menos desinteresada (nada mejor que hallar un enemigo indo-
mable para realzar su propia gloria). En los relatos de Diodoro Sículo, que
seguramente conoció de primera mano el conflicto, los celtíberos reunían
el estereotipo del pueblo celta bravo, luchador, un pueblo capaz de plan-
tar cara a las heroicas legiones romanas durante más de veinte años. Pero
lo sorprendente es que al mismo tiempo, los celtíberos aparecen en nuestro
imaginario como uno de los pueblos celtas más avanzados, por la influencia
que recibieron de la cultura ibérica. La vecindad con los pueblos iberos me-
diterráneos permitió que los celtíberos conocieran el torno, la moneda y el
alfabeto.
Decía Estrabón en el tercer capítulo de su libro Geografía (dedicado en su
totalidad a la Península Ibérica) que los celtíberos habían institucionalizado
la estructura política más complicada de los celtas hispanos: una auténtica
confederación pactada por cuatro tribus o meres, por belos, titos, lusones y
arévacos (si bien otros autores incluyen también a pelendones, lobetanos y
turboletas). En el siglo n a. C. los arévacos se alzaron como la tribu princi-
pal de la confederación, se convirtieron en los líderes indígenas de las céle-
bres guerras celtibéricas y levantaron contra los romanos a sus poderosas
civitas como Numancia, en sus tierras natales sorianas. Pero la Celtiberia in-
os cluía también las montañas del Sistema Ibérico que lindan con Guadalajara
ue oriental, Zaragoza occidental, La Rioja, Teruel y tal vez norte de Cuenca.
cía
se La periodización de la cultura celtibérica ha servido como punto de an-
co claje para la reconstrucción arqueológica de otras regiones, particularmen-
te de la meseta. Francisco Burillo ideó una periodización que se ha con-
,·ertido en un referente indiscutible, basado en la sucesión tipológica de
~r­
los ajuares de las necrópolis. Su secuencia ha servido incluso como punto
m de referencia para periodizaciones de carácter más antropológico, como
la desarrollada por Alberto J.Lorrio recientemente. Estos son los período
principales que concurren en la larga historia de los celtíberos:

1) Período protoceltibérico (VII-VI a. C.)


fi-
e- En opinión de Almagro Gorbea los orígenes más lejanos de los pue-
el los celtibéricos se remontan hasta los años de la primera Edad del Hie-
a- rro, pues fue por entonces cuando surgieron los castros y rituales de in-

1
- ---===-- - - - -

PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

cineración, a la sazón dos de los rasgos prototípicos de esta etnia. Para


Alberto J. Lorrio los siglos VII-VI resultaron un período trascendental en
el que se produjo la «gestación de la sociedad celtibérica», merced a la
consolidación de una singular organización social, basada en grupos gen-
tilicios y aristocracias hereditarias que amasaron su poder gracias al con-
trol de los medios de producción (pastos, ganado, salinas, hierro) y que
usaron el armamento como símbolo de prestigio social. El arma por ex-
celencia del período fue la larga lanza con regatón, símbolo social del in-
fante o guerrero a pie.

2) Período celtibérico inicial o antiguo (VI-mediados va. C.)

En los últimos años del siglo VI a. C. la cultura celtibérica ya presentaba


nítidamente todas sus características singulares: castros, necrópolis de inci-
neración y sociedad gentilicia. Las investigaciones avalan una proliferación
de los castros a resultas de un probable incremento de la población que in-
dujo a tensiones internas en la organización del poblamiento, y el arraigo de
la sociedad jerarquizada que arrancó en tiempos del Bronce Final.

3) Período celtibérico pleno (mitad v-m/n a. C.)

En este período clásico se produjo un aumento de la complejidad in-


terna de los castros, a la sazón un fiel reflejo de la propia evolución de la
sociedad. En paralelo aumentaron las necrópolis y el número de tumbas,
como demostración de una mayor accesibilidad de la población a ritua-
les de enterramiento. El centro de poder político se situaba en el Alto Tajo/
Tajuña. Estos fueron los siglos de los «guerreros aristocráticos» que se con-
virtieron en cabecillas sociales tal como se advierte en sus ricos ajuares.
Los príncipes se hacían sepultar junto a su armamento: espadas, puñales y
de manera destacada arreos de caballo y piezas suntuarias de bronce para
mostrar en actos de parada (cascos, discos-coraza, umbos de escudos).
Este armamento representa mejor a una casta de caballeros o jinetes, más
que a simples infantes. En cualquier caso la guerra se limitaba a las luchas
entre poblados o clanes y habitualmente a meras escaramuzas motivadas
por robos de ganado. En suma, nada que ver con los combates multitu-
dinarios que tuvieron lugar más adelante, con las guerras celtibéricas. En
los últimos momentos del período se produjo un importante cambio en el

402
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

centro de poder político: la tribus del Alto Jalón/Henares dejaron el prota-


gonismo a las tribus del Duero y particularmente a los arévacos, populus
que lideraría más tarde la lucha contra Roma.

4) Período celtibérico tardío (m/n a. C.)

En este periodo los cambios se aceleraron sobremanera para dar paso a


un mundo netamente alejado del modo de vida tradicional. Desde el pun-
to de vista político los principales cambios afectaron al traslado del poder
político a las tierras del Duero y a la institucionalización de las relaciones
merced a la creación de la famosa confederación celtíbera. En el plano del
poblamiento los cambios produjeron un crecimiento de los poblados, una
jerarquización precisa del territorio, una militarización territorial, una re-
ordenación interna de los castros y un proceso de conversión de varios
de ellos hacia la civitas merced a la introducción del urbanismo. Desde la
perspectiva económica se intensificaron las relaciones de producción y de
intercambio, aumentó el volumen de mercancías y aparecieron nuevas
bases de negocio. En el plano social se produjo el ascenso de los príncipes
guerreros como alternativas a los poderes tradicionales de base colectiva,
la pérdida de poder del orden gentilicio, la militarización de la sociedad y
democratización del acceso a la milicia con la proliferación de infantes.
De ahí la desaparición de las piezas de prestigio propias de los jinetes (cas-
o , pectorales, umbos) en los ajuares de la época.

- Periodo de romanización

La conquista romana no supuso la desaparición drástica del modelo de


indígena. Pero la mentalidad romana actuó para disolver lentamente
iejas tradiciones celtibéricas, imponiendo su propio modo de vida en lo
podríamos llamar romanización. De manera paulatina se introdujo una
-a concepción de la ciudad, se impuso el estatus censatario que carac-
a la sociedad urbana, se incentivaron los lazos con las élites indíge-
para promover su conversión en nobiles u oligarquías al modo romano
~LLLL.a.das en consejos o senatus), se desmilitarizó la sociedad (las armas
..,~Tnn de ser objetos de prestigio, sustituidas por torques, fíbulas, vajilla
•llllll.alc:t·a), se impuso la economía monetaria para cambiar las bases eco-
-UI.lG:llS del trueque y se institucionalizó el derecho romano.

403
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

3.1.2. Llanuras del Duero: los vacceos

En las merindades de la Meseta Norte que circundan el curso medio del


río Duero habitaron los vacceos. En el libro de su Historia Universal, Dio-
doro Sículo les calificó como el pueblo celta más civilizado, pues poseían
hábitos vinculados con la mentalidad civilizadora romana. Los arqueólo-
gos han llamado la atención sobre sus grandes castros, repartidos por las
fértiles llanuras del Duero situadas entre los ríos Odra y Esla, desde Sala-
manca a Palencia. Dado que esta región fue solar de la cultura de Soto de
Medinilla hay prehistoriadores que apuestan por vincular los orígenes de
los vacceos con aquellas modestas comunidades agrícolas del Hierro l. En
contrapartida otros prehistoriadores relacionan a los vacceos con migra-
ciones de pueblos oriundos de la Celtiberia, particularmente con los aré-
vacos, siguiendo una antigua idea de Bosch Gimpera que interpretaba la
etimología are-vaccei como vacceos orientales o del extremo. En cualquier
caso los vacceos han pasado a la escena arqueológica como una de las cul-
turas_más prósperas y más singulares del mosaico indoeuropeo, con una
serie de peculiaridades propias: su orientación agrícola, sus instituciones
colectivas, la magnitud de sus poblados y un relativo carácter pacífico que
les diferenciaba de sus más inmediatos vecinos, los belicosos pastores-
guerreros celtíberos y vetones.

3.1.3. Sierras y dehesas del occidente: vetones, lusitanos y célticos

En los márgenes montañosos más occidentales de las dos mesetas, en-


tre las vertientes del Sistema Central, habitaron los vetones. La arqueolo-
gía ha situado su territorio en las provincias de Salamanca, Ávila y zonas
de Toledo (occidente), Cáceres (oriente) y Badajoz (norte). Los comenta-
rios sobre esta cultura no son particularmente numerosos en la literatura
clásica, pero esta carencia ha sido resuelta por la intensa labor arqueoló-
gica, que reconoce al pueblo vettón con dos sobrenombres: cultura de Ca-
gotas II y cultura de los verracos. Jesús Álvarez-Sanchís ha propuesto una
complicada génesis para estos pueblos: por una parte, heredera de las po-
blaciones autóctonas que ocupaban la región; por otra parte, deudora de
comunidades foráneas de un origen incierto; y finalmente, participe de las
influencias lejanas procedentes del rico mundo orientalizante que irradió
la cultura tartésica meridional. Esta intrincada amalgama dio lugar a una

404
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

Figura 5. Los castros representa-


ron un rasgo esencial del mundo
indoeuropeo peninsular. El castro
e Monte Bernorio (Palencia) es
un buen ejemplo de poblado ex-
tenso con una excelente ubicación
estratégica. Se enclava en la tierra
e los turmogos, una etnia mal
:unocida (que podría relacionarse
on los celtíberos) a pesar de los
uchos restos arqueológicos ha-
os. De hecho Monte Bernorio
nombre a una de las modali-
es de espadas más bellas del
do meseteño y los ajuares de
necrópolis ofrecen una imagen
ejorable del mundo de los gue-
aristocráticos.

as culturas prerromanas con mayor personalidad a juzgar por la pecu-


.dad de sus castros y de algunas de sus expresiones culturales más co-
·das, como los verracos.
crónicas latinas son más pródigas en noticias con otra de las etnias
poblaban estas remotas regiones occidentales: los lusitanos. El imagi-
romano pensaba en la Lusitania como una región muy pobre, pobla-
r humildes pastores; por bandidos «diestros en emboscadas y persecu-
ágiles, listos y disimulados» según decía Estrabón; y por temerarios,
----~ caudillos del prestigio de Viriato, a la sazón el cabecilla militar más
---'''-''"' de la época de la conquista romana. El historiador Floro dedicó
personaje palabras muy respetables: «hombre de astucia agudísima,
cazador se hizo bandolero, de bandolero, general e imperator; y si lo
permitido la fortuna, Rómulo de Hispana» . Lo curioso es que estas
. . . . . . . . .-::>

...__"''""'<;: noticias históricas contrastan con la pobreza de los restos ar-


••>IDcos, un grave inconveniente que impide conocer los orígenes de los
••lOS y dilucidar su identidad. Tal es así que los arqueólogos discrepan
erpretación de este pueblo: para algunos fueron una etnia constitui-
stores-guerreros dedicados a la ganadería en la región portuguesa
ajo y el Duero; para otros no tuvieron personalidad propia sino

405
------

PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

que fueron una de las muchas tribus de los pueblos galaicos; y para otros ni
siquiera existieron pues lysitanoí era una denominación genérica que usa-
ron los romanos para nombrar a los pueblos más lejanos y desconocidos
del occidente.
En los confines meridionales las crónicas romanas situaron un pueblo
cuyo nombre representa por si mismo la esencia indoeuropea: los célticos.
Todos los protohistoriadores interesados por este pueblo acuden a un co-
mentario que el historiador Plinio incluyó en su Historia Natural: «Los cél-
ticos venidos de la Lusitania son oriundos de los celtíberos, lo que se mani-
fiesta en los ritos religiosos, la lengua y los nombres de sus ciudades». De
esta manera los célticos se convirtieron en la muestra ideal de una etnia en
constante periplo territorial por las tierras peninsulares. No obstante la rea-
lidad que se desprende de la arqueología vuelve a negar las fuentes históri-
cas, de tal manera que algunos especialistas consideran la presencia de ob-
jetos celtas en estas regiones como casos aislados, imposibles de interpretar
como una migración masiva de gentes procedentes de la Celtiberia.

3.1.4. Las tierras más remotas: galaicos y tribus del norte

En el remoto cuadrante noroccidental de la península, en las proximi-


dades del Finis Terrae vivieron los pueblos galaicos. Realmente la Gallaecia
no se limitaba a Galicia pues incluía también zonas de Portugal (norte), As-
turias (centro-occidente), León y Zamora. Las primeras noticias sobre este
pueblo llegaron a los romanos en el año 138 a. C., cuando las legiones del ge-
neral Decimo Junio Bruto se adentraron en sus remotas tierras para realizar
una incursión punitiva. En realidad los galaicos reunían un mosaico abiga-
rrado de populus que los romanos agruparon bajo el mismo nombre y conci-
bieron simplemente como gentes bárbaras. En palabras de Estrabón «SU ru-
deza y salvajismo no se deben solo a sus costumbres guerreras, sino también a
su alejamiento, pues los caminos marítimos y terrestres que conducen a estas
tierras son largos, y esta dificultad de comunicaciones les ha hecho perder toda
sociabilidad y humanidad». Sea como fuere la arqueología ha revelado que
los numerosos populus nombrados por los romanos tenían unos rasgos
culturales muy similares, procedentes probablemente de un tronco común
relacionado con los tiempos del Bronce Final. De ahí que los arqueólogos
hayan unificado la región bajo un calificativo común: la Cultura Castreña
del Noroeste.

406
LA EDAD DEL HIE RRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

Los orígenes de la Cultura castreña podrían remontarse a los siglos VIII-


VII a. C., un período bastante desconocido por ahora que los arqueólogos
han llamado protocastreño y que enlaza con la primera Edad del Hierro.
Pero la aparición de la cultura castreña propiamente dicha se produjo ha-
cia el siglo IV a . C., un período acreditado como etapa clásica y que a decir
verdad tampoco es bien conocida. Realmente la mayoría de los castros co-
nocidos pertenecen a un período muy posterior, hacia el siglo 11 a. C. Fue
por entonces cuando el mundo castreño alcanzó su mayor desarrollo, aca-
so como reflejo de un movimiento de reconocimiento colectivo, de unión
bajo las mismas señas de identidad ante el peligro romano que asomaba
por entonces. Fue entonces cuando proliferaron los castros potentes (qui-
zás un signo de concentración poblacional), cuando se extendió el uso del
hierro, apareció la cerámica torneada, la exuberante orfebrería y la pecu-
liar plástica escultórica (como las cabezas cortadas). La propagación de
patronímicos célticos indica que hubo un proceso intenso de celtización,
justamente en el período crítico del enfrentamiento con Roma. Pero el
proceso duró poco pues comenzó a languidecer en la segunda mitad del si-
glo I d. C., generando una decadencia que arrastró consigo el abandono de
m uchos castros y la introducción de nuevas bases socioeconómicas.
En relación con la órbita castreña pero con matices propios se hallaban
s pueblos astures, que ocuparon Asturias centrooccidental y las tierras altas
leonesas. De hecho los astures recibieron tal nombre por el río Astura, que se
·dentifica con el Esla. En los relatos romanos se citan varias tribus, si bien la
arqueología revela un mundo bastante homogéneo al menos en la región cis-
montana (León y Zamora), pues en la zona cantábrica se registraba una ma-
--or fragmentación sociopolítica. Esta tendencia al fraccionamiento era un
enominador común en todos los pueblos de la franja cantábrica: cántabros,
utrigones, caristios y várdulos. En cierto modo también del pueblo vascón,
e habitaba las tierras altas y bajas de Navarra en un complicado mosai-
;:o cultural con dos áreas bien diferenciadas: el llamado ager Vascorum en las
uras del Ebro y el saltus Vasconum en las montañas pirenaicas .

.2 . Territorio y hábitat

Desde los primeros momentos de la segunda Edad del Hierro se produ-


la proliferación de los poblados amurallados: los castros. Pero la gene-
ción del fenómeno castreño no representó la concentración de la po-

407
PREillSTORlA RECIENTE DE LA PENÍNSULA lBÉRJCA

blación en grandes poblados. En regiones como la Gallaecia y la Cornisa


Cantábrica la población residía en castros pequeños que se diseminaban
de manera extensa por el territorio. En la Vetonia los castros nunca alcan-
zaron grandes dimensiones ya que como mucho acogieron a unos dos mi-
llares de individuos. Ni siquiera en una región tan avanzada como la Cel-
tiberia hubo grandes núcleos de población más allá de Numancia, Uxama
o Tiermes. Decía Polibio en su libro Historias que los romanos habían ha-
llado en tierras celtibéricas unas trescientas ciudades, pero para Estrabón
era una cantidad imaginaria pues muchas de las supuestas urbes eran real-
mente torres para la defensa del territorio.
Es precisamente la Celtiberia la región que proporciona más documen-
tación sobre las pautas de poblamiento a partir del siglo v a. C. Los datos
revelan que buena parte de la población celtibérica vivía en un medio ru-
ral: poblados de reducida extensión pero protegidos por murallas o empa-
lizadas, con las viviendas planificadas de manera sencilla pero eficaz a par-
tir de calles. Esta vida aldeana perduró hasta bien entrado el siglo II a. C.
como una contrapartida a las civitas de Numancia o Tiermes. La planifica-
ción jerarquizada alcanzó su plenitud hacia el siglo na. C., como un instru-
mento ideal para mantener la autoridad política-administrativa, proteger a
la población propia, controlar los medios de producción y salvaguardar las
rutas de comunicación. El sistema se componía de tres niveles de pobla-
miento: los pequeños sitios fortificados (menores de 2 has); las aldeas me-
dianas o castellae (3-6 has); y los poblados grandes (más de 10 has) recono-
cibles en los oppida, polis, urbs y civitatis.
La organización interna de muchos castros apunta hacia una planifica-
ción muy sencilla. Las viviendas se desperdigaban por su amplio espacio
interior de manera aleatoria, lejos de una planificación precisa pero tam-
bién lejos de una imagen anárquica. En muchos castros se cuidaban de
emplazar las cabañas en los sitios apropiados; se alineaban una tras otra
mediante muros medianeros; y se situaban con cuidado por los caminos.
Los talleres, corrales y pastizales se apostaban lejos de las viviendas. Estas
decisiones podrían interpretarse como pruebas de una planificación próxi-
ma al patrón protourbano, que para Alfredo Jimeno se inició en el siglo IV
a. C. como un proceso de transformación indígena. Pero otros autores nie-
gan una planificación tan temprana y aseguran que las auténticas transfor-
maciones de los castros solo se produjeron en el siglo n a . C., con la incor-
poración del patrón urbano estimulado por la influencia romana.

408
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

1. Entrada principal
2. Muralla exterior
3. Muralla interior
4. Campos de Frisia
5. Torreones defensivos
6. Casas adosadas a la muralla
7. Barrios bajos
8. Barrios altos
9 .. Recinto interior
10. Berrocales

Figura 6. El castro de Las Cogotas tenía dos murallas continuas que cercaban la totalidad del
_ , varias torres y piedras hincadas ante la entrada principal (con una peculiar embocadura
esviaje). El interior ocupaba 14,5 hectáreas y albergaba dos recintos con tres entradas cada
. El recinto superior concentraba las viviendas en tomo a caminos; pero el inferior estaba
quizá por funcionar como encerradero para el ganado. Recreación del castro (arriba) y
casas situadas junto a la entrada principal según Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1995.

Los castros presentaban sólidas fortificaciones. Los lienzos amuralla-


: e levantaron a base de muros gruesos de varios metros de espesor,
ras irregulares construidas con una mampostería en seco, ajustando
ilmente grandes bloques de piedra, pequeñas losetas, tierra y guijarros

409
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

menudos. En muchos casos la muralla rodeaba completamente los cas-


tros pero en otras ocasiones se interrumpía por accidentes naturales (es-
carpes, riscos e incluso cursos fluviales), que servían como proteccione
naturales. Para proteger mejor los lugares más vulnerables se levantaron
torres adosadas a las murallas, se cavaron fosos exteriores y se clavaron
grandes piedras aguzadas ante los muros para crear unas amplias zonas
de defensa extramuros que los especialistas llaman campos de Frisia (cos-
tumbre considerada de origen centroeuropeo, destinada a impedir los ata-
ques de la caballería).
La aparatosidad de las murallas contrastaba con la humildad de las
cabañas levantadas intramuros. Los celtíberos, vacceos y vetones proyec-
taron sus viviendas según el patrón indoeuropeo: planta rectangular di-
vidida en varias cámaras, zócalo de mampostería, muros de adobe y te-
chumbres vegetales a dos aguas sostenidas por una trama de vigas. Este
modelo de vivienda se relaciona con el patrón indoeuropeo que un mile-
nio antes habían introducido las gentes de los Campos de Urnas antiguos
en la península ibérica. Pero aquel patrón originario se había complicado
bastante: las viviendas habían incorporado corrales en la parte delante-
ra/lateral para albergar los rebaños de ovejas o cabras; porches cubiertos
frente a la entrada; y sótanos a modo de bodegas para almacenar cereales
y guardar aperos de labranza. La vida cotidiana se realizaba en la estancia
intermedia, alrededor de un hogar y de una serie de bancos corridos ado-
sados a la pared que recuerda la siguiente cita de Estrabón: «Comen sen-
tados sobre bancos construidos alrededor de las paredes, alineándose en
ellos según sus edades y dignidades».
Pero no todos los pueblos indoeuropeos peninsulares levantaron vivien-
das rectangulares tripartitas. Las tribus galaicas y cantábricas habitaron
también cabañas circulares independientes entre sí, que algunos protohis-
toriadores relacionan sin dudar con las remotas tradiciones arquitectóni-
cas asociadas a los pueblos atlánticos desde la Edad del Bronce. La cons-
trucción circular podría haber sido una buena fórmula para el estilo de
vida trashumante que llevaban aquellas poblaciones. En cualquier caso, las
cabañas circulares no superaban los cinco metros de diámetro por lo gene-
ral, y presentaban una sola estancia en torno a un poste central que sos-
tenía una cubierta cónica de materiales vegetales y barro. Los castros de
Coaña, Santa y San Chuis repiten este modelo de manera muy clara. Pero
en algunos castros como Sanfins se aprecian unidades arquitectónicas más

410
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

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DETALLE DEL SUELO QUE


CUBRÍA LA BODEGA

7. Las casas de Numancia representan la tradición indoeuropea: recintos rectangulares


os 50 m 2 , divididos en tres estancias interiores: un vestíbulo cerrado al principio; la
¡jeuda propiamente dicha en el medio, con hogar de piedra sobre un suelo con tierra apiso-
que servía como cocina, comedor y dormitorio; y una despensa postrera. En algunas vi-
~~ta.s se excavó una estancia bajo el nivel del suelo, accesible por una escalera, para almacén
secundario (bodega). Abajo, reconstrucción de la vivienda según A. Schulten (1945).

411
PREHISTOR1A RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉR1CA

complejas, que servían de vivienda a familias más o menos extensas, co


puestas por recintos rectangulares que se delimitaban a partir de muro
piedra, en cuyo interior se alojaban una o dos cabañas circulares, la
yor dedicada a la vivienda y la menor a actividades complementarias co
despensa o almacén.
En los momentos más avanzados del período prerromano muchos
tros progresaron hacia poblados semiurbanos, recibiendo distintos
ficativos: oppida, civitates o urbs. El oppidum de Numancia constituye
muestra más conocida de estos poblados avanzados que representan
incorporación de la trama urbana y que manifiestan una planificación oc-
gánica estricta con calles dispuestas hábilmente para evitar el azote de l
vientos; calzadas empedradas a base de cantos rodados para allanar los pa-
sos; desagües en las viviendas para verter aguas; y casas agrupadas e

Figura 8. En el castro o citania de Sanfins (Porto) se ordenaban de manera regular más de


un centenar y medio de construcciones, agrupadas en unas cuarenta unidades domésticas,
cada una de las cuales era la residencia de familias extensas (hijos, nietos, abuelos y colate-
rales). En la imagen aparece uno de estos núcleos familiares, compuesto por un patio y dos
recintos, uno de ellos cumpliendo la función de vivienda.

412
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

manzanas entre otros. Pero la metamorfosis del castro en oppidum no se li-


mitó al plano del urbanismo, pues concitó multitud de factores interrelacio-
nados y asociados a una gran variedad de elementos socioeconómicos: un
incremento de la población, una tendencia hacia la concentración del pobla-
miento, una intensificación de la producción económica, un enriquecimien-
to de las redes de intercambio, un desarrollo del individualismo social y una
pujante influencia exógena motivada por la presencia cartaginesa y romana.

3.3. Enterramientos

En su crónica sobre las guerras púnicas Silio Itálico relataba las cos-
tumbres funerarias de los celtas del siguiente modo:
«Dan sepultura en el fuego a los que mueren de enfermedad, más a los que
pierden la vida en guerra los arrojan a los buitres, que estiman como animales
sagrados»; [siendo que] «los celtíberos consideran un honor morir en el com-
bate y un crimen quemar el cadáver del guerrero así muerto; pues creen que
su alma remonta a los dioses del cielo, al devorar el cuerpo yacente el buitre».

Estas desigualdades mortuorias revelan a fin de cuentas la categoría


social del difunto en vida: los individuos humildes solo habrían mereci-
o la sencilla incineración de sus cuerpos en piras; pero los individuos de
ayor dignidad social (como los guerreros) habrían merecido un ritual
ás egregio, como servir de alimento a los buitres, aves carroñeras que
presentaban intermediarios ante las divinidades y transportaban las al-
as hasta las esferas celestes.
Los pueblos indoeuropeos de la meseta norte compartían ritual funera-
·o: la incineración. Entre los celtíberos y vetones se acostumbraba a cal-
los cadáveres en piras elevadas sobre el suelo mediante pilotes de
era , unas estructuras perentorias llamadas ustrinum. La arqueología
sacado a la luz los rastros de las piras funerarias en lugares como Las
:::otas: restos de cenizas, huesos calcinados y pequeñas escorias se dise-
b an sobre los canchales, más o menos a medio camino entre la ne-
polis y el castro. El análisis de los restos incinerados en Numancia con-
que estas piras alcanzaron unas temperaturas entre los 600-800° C.
- enizas resultantes eran recogidas en una tela e introducidas en un
·ente precario o urna de cerámica, para proporcionales sepultura en
excavados en el suelo a poca profundidad. Las urnas cerámicas se

413
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA lBÉRlCA

calzaban con piedras pequeñas, se


recubrían con otras vasijas o lajas y
finalmente se cubrían con tierra,
bien aplanando su superficie, bien
alzando un túmulo de tierra o de
piedra (como en la necrópolis veto-
na de La Osera). En varias tumbas
de la Vettonia, junto a los hoyos se
clavaba una piedra a modo de estela
para honrar el lugar.
Las tumbas de incineración se
agrupaban en necrópolis junto a los
castros y ocupaban las laderas y
los cerros inmediatos. Las necrópo-
lis vettonas más célebres albergaban
miles de tumbas: Las Cogotas (más
de mil quinientas) y La Osera (necró-
polis del poblado de la Mesa de Mi-
Figura 9. En las necrópolis vettonas como randa, más de dos mil). De las necró-
La Osera se identificaron varios túmulos de polis vacceas sobresale Las Ruedas
piedra en las que concentraban las tumbas (uno de los cementerios del castro
de familiares de un mismo clan. Las estelas
de Las Quintanas, con varios miles
de granito hincadas junto a ellas servían
para ritualizar el lugar. de tumbas). Y las necrópolis celtibé-
ricas más famosas son Numancia y
Carratiermes. Muchas de estas necrópolis rondaban los cursos fluviales que
circundaban los poblados, lo que parece apuntar una importancia del agua
en la liturgia funeraria.
En la mayoría de las tumbas los arqueólogos solo han hallado las ce-
nizas de los difuntos pero unas pocas han suministrado objetos de diver-
so tipo, que compusieron los ajuares fúnebres. Las piezas más pequeñas se
introducían en las urnas junto a las cenizas: punzones, agujas, fíbulas, mo-
nedas ... Pero los objetos de tamaño mayor se alojaron fuera de las urnas,
particularmente las armas: puñales, espadas, puntas de lanza, regatones y
cuchillos entre otras. Muchas armas se inutilizaron en el momento del en-
tierro, destruyéndose de modo intencionado para evitar que pudieran ser
desenterrados por personas ajenas y mancillar así el alma del difunto gue-
rrero que simbólicamente subsistía en ellas.

414
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

Figura 10. Los túmulos de piedra de La Osera reunían tumbas de varios individuos
que podrían pertenecer a una familia extensa. De esta manera, cada vez que fallecía un
pariente se abría el círculo de piedras para sepultar sus cenizas y se volvía a cubrir hasta
la siguiente ocasión. Este ritual de tra nsmisión hereditaria del espacio funerario refor zaba
imbólicamente los derechos del clan en la comunidad y su visibilidad convertía a los
difuntos en una realidad cotidiana.

Los arqueólogos han utilizado los ajuares de las tumbas para recons-
rruir los procesos de jerarquización social. Las numerosas sepulturas que
ontienen tan solo cenizas (hasta un 85% del total) representarían a los in-
dividuos que componían la base social, la inmensa mayoría de la colecti-
'idad dedicada a humildes labores agrícolas y ganaderas. Las tumbas que
poseían vasos cerámicos y pequeños objetos de adorno (9%) recaerían en
individuos de posición modesta pero en cierta manera significada, cuya in-
erpretación precisa aún resulta incierta. Las pocas tumbas que poseían
ayolas, brazaletes, anillos y fíbulas (3%) representarían a mujeres de
-lanes distinguidos. Finalmente, las escasas tumbas que alojan armas y oh-
tos de valor (3%) representarían a la categoría más notable de la comuni-
d : los guerreros.
En las tumbas de los guerreros se enterraban las cenizas junto a las
armas personales del difunto. Las sepulturas de los personajes más aris-

415
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

tocráticos contenían arreos de caballos con sus cadenas y argollas de hie-


rro, dando a entender que los equites, jinetes o caballeros representaban
la casta más elevada. En ninguna tumba militar faltaban las espadas y
los puñales - junto a las vainas y tahalíes- , cuyas empuñaduras y hojas
habían sido bellamente ornamentadas a base de damasquinados geomé-
tricos trenzados con finos hilos de plata. El equipamiento militar se com-
pletaba con pequeños escudos redondos llamados caetra, largas lanzas de
hierro de una pieza llamadas soliferrum, discos-coraza usados como pec-
torales, cuchillos de hoja curva y cascos de bronce. Pero además en las
tumbas de la aristocracia guerrera se colocaron pequeñas pertenencias:
fíbulas, broches, hebillas de cinturón, brazaletes, pulseras y collares de
pasta vítrea.
Pero no todos los pueblos prerromanos se caracterizaron por la apa-
riencia y la monumentalidad de los túmulos fúnebres, ni por sus extensas
necrópolis, ni por la exhibición ante la muerte. La ausencia de necrópolis
entre galaicos, astures y cántabros revela que la sepultura no formaba par-
te del repertorio fúnebre: ¿quizás quemaban los cuerpos para no darles se-
pultura?; ¿acaso dispersaban las cenizas en tierra?; ¿las diseminaban en
las aguas?; ¿tal vez dejaban los cadáveres ante la voracidad de los animales
carroñeros? No hay respuesta convincente para la pregunta pero esta au-
sencia de prácticas de enterramiento no resulta casual si pensamos que en-
laza con la tradición lejana originada en la Edad del Bronce, con unas raí-
ces ancestrales que se remontan miles de años antes .

3.4. Sociedad

Los pueblos indoeuropeos de la meseta instituyeron una sociedad con


un carácter patriarcal, basada en los lazos de sangre, y así, por tanto, el pa-
rentesco. La relación parental nutría urias organizaciones de carácter «SU-
prafamiliar» que los romanos llamaron gens y gentilitates, y que unían a
numerosas personas bajo la idea - real o ficticia- de proceder de unan-
tepasado común. La antropología ha demostrado que este modelo de co-
hesión social resulta habitual en las comunidades que viven del ganado y
practican de manera regular la trashumancia pues se trata de una manera
de preservar la comunidad a priori inestable, mediante el reconocimien-
to de lazos comunitarios, de una relativa igualdad entre los individuos y la
ritualización de los hábitos de solidaridad colectiva.

416
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

Esta idea de fraternidad llegó incluso a institucionalizarse como cos-


tumbre social no solo en el seno de las gentilitates, sino incluso en las re-
laciones con los individuos extranjeros. Decía Diodoro a modo de cumpli-
do que «Los celtíberos son crueles en sus costumbres con los malhechores
y enemigos, pero honorables y humanos con los extranjeros. A aquellos
que llegan ante ellos los invitan a detenerse en sus casas y disputan entre sí
por la hospitalidad, y aprueban a todo aquel que atiende a los extranjeros,
considerándolo amado por los dioses». Estas líneas describen el llamado
hospitium (hospicio), un pacto de hospitalidad concebido como auténtico
contrato, que permitía a un individuo o colectivo foráneo gozar de la amis-
tad hospitalaria e incluso participar de los derechos del pueblo que le aco-
gía temporalmente. Los beneficiarios se convertían en huéspedes (hospites)
mutuos y su pacto quedaba rubricado en documentos llamados tesera hos-
pitalitas (tesera de hospitalidad).
La parentela consanguínea suprafamiliar no era la única organiza-
ción social en el mundo indoeuropeo. Entre las tribus galaicas, astures
y cántabras la personalidad jurídica no consistía en pertenecer a una fa-
m ilia o clan sino al poblado. De modo que para mencionar a un indivi-
duo había que completar su nombre con el topónimo de origo, es decir,
con el castro natal (llamado castella en la epigrafía latina) . El marco so-
cial de los pueblos norteños tenía otras peculiaridades a los ojos de los
romanos, como una marcada impronta matriarcal (no obstante rechaza-
da por muchos especialistas) que otorgaba un papel más que decisivo a
la mujer: cultivaba la tierra, heredaba las posesiones, casaba a sus her-
manos y concedía dotes, en suma una especie de ginecocracia del máxi-
mo nivel.
La organización jurídica en castella perduró a lo largo del tiempo pero
o así las raíces tradicionales basadas en la parentela. Las gentilitates em-
pezaron a quebrarse en el siglo IV a . C., cuando surgió un nuevo modelo
e cohesión social: lazos clientelares sancionados con pactos de fidelidad
rsonal que se apalabraban entre individuos humildes y personajes nota-
es como los caudillos guerreros. De este modo surgieron clientelas per-
- nales forjadas en términos de vasallaje e investidas de una impronta mi-
rar, una especie de milicias o huestes armadas que recibían sustento del
_ ñor a cambio de la prestación de servicios y ante todo de la protección
· ·tar. Los integrantes de las milicias se hermanaron a manera de cofra-
(fratrías) unidas por inquebrantables lazos de solidaridad, tanto en la

417
PREHISTORIA RECIE NTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 11. El Vaso de los Guerreros


de Numancia recrea un combate
singular entre guerreros a la mane-
ra de héroes clásicos. Estas luchas
recuerdan las exequias fúnebre
de caudillos como Viriato, cuyo
acólitos honraron el cadáver duran-
te toda la noche combatiendo en
parejas hasta que uno de los con-
tendientes moría en.Ja lucha. Era el
modelo de fides llam'ada devotio.

vida cotidiana como en el combate, antesala del más allá. Bajo estas cofra-
días latía una nueva realidad social basada, no en la solidaridad colectiva,
sino en las relaciones desiguales de poder y la individualidad.

Las cofradías guerreras fueron una institución muy habitual en la vida


de los pueblos celtas y germanos, que los cronistas latinos denominaban
soldurios y comitatus. En el caso de los celtas peninsulares, los historiado-
res clásicos han transmitido la fórmula clientelar bajo la palabra fides, que
resume en sí misma el pacto de fidelidad entre cliente y señor. Pero había
una especie singular de fides que llamaba devotio pues representaba un
pacto singular entre patrón y cliente consagrado por un profundo vínculo
religioso más allá de la vida: según la devotio si el patrón moría tal suerte
había de correr sus acólitos. De esta manera se forjaba una alianza incon-
dicional en la batalla que unía la suerte del cliente con su señor sin con-
templaciones.

Los señores, príncipes, cabecillas o caudillos militares representaron


lo que en términos antropológicos se llama jefatura compleja. En el caso
concreto de los celtas hispanos reunía a una aristocracia indígena que
monopolizó el poder militar probablemente al tiempo que se hizo con el
control de varios medios de producción como los ganados, los pastos y las
salinas. Pero junto al control político-militar los princeps persiguieron una
sanción pública del poder y para tal fin modelaron un código de conducta
basado en estos principios: honor y valor en la lucha; prestancia como ji-
netes o caballeros; y heroización mítica. La reivindicación del valor suele
ser una norma suprema en las instituciones castrenses y convirtió al prin-

418
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

en modelo máximo de conducta a imitar. La aparición del princeps


o un caballero convenía a la máxima expresión del poder pues el ca-
imbolizaba potestad política, prestigio social, poder económico y li-
go militar (de hecho la caballería era un arma excepcional en un
do de combate a pie). Y la identificación del princeps como héroe le
-ertía en un ser de resonancias míticas. Esta heroización de los líderes
_ erreros se produjo en muchas manifestaciones: pinturas cerámicas
-rrando luchas de guerreros que recuerdan la ética agonística de los
oes griegos; báculos con jinetes portando orgullosamente la cabeza
nada del enemigo; monedas grabadas con efigies de jinetes; y grabados
e tres. En estas prácticas heroicas subyacía la cruenta mística guerre-
omo la costumbre de mutilar las manos diestras y cabezas de los ene-
·gos para apropiarse de su valor y su alma.

Los caudillos militares celtas repre-


sentaron el cenit de un largo proceso
concentración del poder en las ma-
o de las jefaturas que el prehistoria-
or Kristian Kristiansen considera fue
a tendencia de la Protohistoria eu-
ropea, que condujo a los modelos esta-
----~'<'ttes . Pero para comprender en su me-
dida lo que significó la proliferación
de las clientelas militares hay que am-
pliar la mirada hacia otros procesos so-
ciopolíticos que concurrieron a partir
de los siglos v-rv a. C.: el agravamien-
to paulatino de la desestabilización so-
cial; el incremento de la desigualdad;
la fragmentación de las instituciones
de corte comunitario; el aumento de
las tensiones internas; la creciente im-
portancia del militarismo; la mayor
jerarquización política; la ascenden- Figura 12. La aristocracia ecuestre plas-
te acumulación del poder; el refuerzo maba públicamente su poder en objetos
del control monopolista de los recursos de parada como este báculo decorado
con un jinete sobre prótomos de caballo
económicos por las élites; la apertu- (procedente de la tumba 38 de la necró-
ra de las relaciones de producción más polis de Numancia).

419
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

i::li~rs11r-o~:\léln• e;l'ric•os4:acias y persecuciones,


de dos pies de
suspendido por
:abr•azader1as

Figura 13. En las fuentes romanas hallamos numerosas descripciones de carácter etno-
gráfico sobre los pueblos prerromanos. Diodoro Sículo y Estrabón suministraron informa-
ciones interesantes sobre las cualidades de los guerreros, su habilidad en el manejo de las
armas, su destreza en las artes de la guerra y su audaz comportamiento en el combate.

allá del nivel de autoabastecimiento familiar; la ampliación de los merca-


dos regionales; el avance de los modelos urbanos bajo la sombra creciente
del helenismo ...
Las clientelas se consolidaron como el modelo de liderazgo alterna-
tivo a los consejos de ancianos y notables, que representaban un siste-
ma de carácter asambleario y por tanto popular, sobre la base de crite-
rios como la dignidad y la edad. Por las fuentes romanas conocemos la

420
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

importancia que tenía un consejo de ancianos en los vacceos y la presen-


cia de asamblea de nobles en algunas tribus celtíberas. Frente a la auto-
ridad de los consejos, muchos caudillos aparecían como líderes ocasio-
n ales, elegidos únicamente durante las situaciones de guerra. De ahí su
trascendencia en los momentos críticos de la lucha contra Roma. Pero la
prueba de que la aparición de clientelas militares superaba el ámbito de
la sociedad indígena fue su pervivencia más allá de la conquista. Los ro-
m anos no solo no acabaron con la institución clientelar sino que la in-
centivó para su instrumentalización política y militar. En las guerras que
lastraron la crisis de la República romana en el siglo 1 a. C., los generales
(Sertorio, Pompeyo y Julio César) incorporaron estas milicias indígenas
en sus tropas, particularmente las legendarias tropas de caballería consi-
deradas unidades auxiliares.

3.5. Economía y subsistencia

Los pueblos celtas mantenían bases económicas muy dispares basa-


das en la adaptación particular a las condiciones naturales y a su propia
identidad colectiva. Enclavados en medio de las llanuras del valle medio
del Duero los vacceos representaron un pueblo eminentemente agríco-
la , centrado en una producción intensiva de cereal, que en su día elogia-
r on incluso las crónicas romanas . La orientación agrícola del pueblo va-
cceo resultó una adaptación natural sensata al potencial cerealista de la
región y podría responder acaso a una larga tradición agrícola iniciada
por las comunidades de la cultura de Soto de Medinilla. Sea como fue -
r e, la producción agrícola vaccea superaba con creces la modesta esfera
de la economía de subsistencia, sosteniendo hábilmente una capacidad
para la exportación de notables cantidades de grano a otras regiones.
Por Estrabón sabemos que los pueblos del Duero medio habían abaste-
cido de grano a las tribus celtíberas y vetonas, hasta el punto de que los
r omanos decidieron afrontar la conquista del pueblo vacceo para pri-
var de cereales a los temibles celtíberos. El incremento de la producción
agrícola tuvo mucho que ver con la incorporación de avances tecnológi-
cos. La producción de aperos de labranza en hierro como las rejas per-
mitió rentabilizar las tareas de roturación de tierras . Además se hicieron
h oces, azadas, podaderas, sierras y una larga lista de instrumentos antes
r ealizados en bronce.

421
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

La dimensión agrícola del pueblo vacceo podría relacionarse con varias


de las peculiaridades conocidas por las fuentes clásicas. Es muy conocida
esta cita que redactó Diodoro para ilustrar la especie de colectivismo agra-
rio que practicaba aquel pueblo:
«No había propiedad individual pues la tierra pertenecía íntegramente
a la comunidad de modo que las labores del campo requerían realizar un
sorteo anual y los elegidos habían de trabajar la tierra (bajo pena de muer-
te para los contraventores de la norma)>>.

Era un sistema colectivo de producción que procuraba repartir de ma-


nera equitativa las cosechas entre todos los miembros de la comunidad, y
que ha sugerido las interpretaciones más dispares: para algunos historia-
dores es un modelo primitivo de producción, previo al modo de propiedad
privada; mientras que para otros representa un modelo económico propio
de una colectividad que ansía el igualitarismo social.
En contrapartida los pueblos celtibéricos, vetones y lusitanos mantenían
un modelo ganadero/pastoril. Este modo de vida se adaptaba perfectamen-
te a los parajes montañosos, a los suelos pobres y a las condiciones climáti-
cas extremas de las altas tierras y montañas. Los pastos, majadas, robledales
y encinares prestaban el medio natural ideal para la ganadería trashumante
estacional de corto alcance llamada trasterminancia. En realidad la mayoría
de las cabezas eran ovejas y cabras, rebaños poco exigentes que admitían un
pastoreo muy sencillo. Las cabezas de cerdos y bóvidos proporcionaban una
cabaña menor pero bastante importante como recursos de riqueza, ya que
constituyeron probablemente reservas económicas de primer nivel. La cría
de caballos representó un tercer nivel, una producción limitada pero de mu-
cha calidad (alabada por Posidonio, Estrabón y Diodoro) y controlada por
las altas capas de la sociedad, que convirtieron este animal en un símbolo
de su poder. Pensemos que en las comunidades ganaderas, los animales re-
presentan más que un recurso económico: aportan símbolos de un modo de
vida peculiar a partir de una iconografía propia. Prueba de la utilización de
animales como iconos fueron esas toscas esculturas vettonas llamadas verra-
cos, peculiares figuras de toros, cerdos y jabalíes talladas en bloques de gra-
nito. Más complejo resulta determinar su interpretación: acaso fueron imá-
genes funerarias; quizás apotropaicas (protectoras de la comunidad); tal vez
dotadas de un simbolismo reproductivo (para avalar la multiplicación de los
rebaños); y puede que marcadores territoriales de pastos.

422
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

Figura 14. Los verracos se han interpretado recientemente como hitos territoriales sim-
bólicos para marcar la posesión de los pastos. Así se desprende de su presencia aislada en
zonas naturales junto a fuentes de agua, prados y pastizales de excelente calidad situados
por debajo de los 1500 metros. Esta cota marca la ubicación de los pastos permanentes
o altos pastos de verano y críticos y escasos los pastizales de otoño-invierno. Toros de
Guisando (Ávila)

De este modo la alimentación de los pueblos prerromanos difería se-


gún sus bases económicas. Por las crónicas romanas sabemos que los nu-
m antinos comían básicamente productos animales, carne y leche; que con-
sumían en menor medida productos agrícolas, cereales y legumbres; que
recogían de manera ocasional frutos secos; y que eran aficionados al vino
mezclado con miel y a una cerveza hecha de trigo fermentado llamada cae-
lia. Los pueblos vetones también mantenían una dieta ganadera de carne y
leche, en la que incorporaban habitualmente castañas y bellotas, que ade-
más servían para hacer una harina muy estimada. La alimentación de ga-
laicos, astures y cántabros era muy variada porque reunía cereales, vegeta-
les de huerta, frutos, productos ganaderos, pescado e incluso marisco.
Estos modos de subsistencia revelan una inteligente adaptación par-
ticular a las condiciones naturales de cada región. No obstante antaño se
tenía una imagen muy negativa de los modos de vida de los pueblos cel-
tas, trasmitida por los relatos romanos de la conquista. Para la mentali-

423
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

dad romana muchas de las poblaciones indígenas vivían en unas condi-


ciones de vida miserables y apuradas. De los vetones y lusitanos dijeron
que padecían una pobreza tan profunda que tuvieron que buscar en las
luchas permanentes, razzias, saqueos y crímenes los alimentos que les pri-
vaba la mísera tierra. De los pueblos del norte dijeron que eran montañe-
ses austeros, rudos, feroces y salvajes, con la costumbre de «andar gue-
rreando y dedicarse a la práctica del bandidaje». Estas valoraciones están
inspiradas por los intereses de los romanos, preocupados por justificar su
actuación aplicando estereotipos de barbarie a los indígenas que habita-
ban más allá de sus limes . En verdad los pillajes y saqueos eran unas acti-
vidades habituales entre algunas comunidades pastoriles/ganaderas (lusi-
tanos, vetones, incluso celtíberos), pero acaso no como actos de barbarie
causados por la miseria, sino como unas costumbres propias de las socie-
dades clientelares guerreras: un modo de hermanar cofradías, fomentar la
camaradería y ritualizar los pasos iniciáticos de los jóvenes (en su camino
preparatorio para la vida militar).
Lejos de las actividades de subsistencia habituales se hallaban las prác-
ticas productivas complementarias como la minería y el comercio. La pro-
ducción minera fue particularmente importante en dos regiones. En el no-
roccidente hubo una minería de oro y plata particularmente notable, que
dio lugar a una interesante orfebrería. Y en tierras celtíberas del Moncayo
se desarrollar on minas de cobre, plata, plomo y sobre todo hierro, tal vez
no de modo masivo pero sí en la medida suficiente para mantener una ac-
tividad siderúrgica de primera calidad cuya mejor expresión fueron las ar-
mas (espadas y puñales). El prehistoriador Juan Maluquer llegó incluso a
considerar la explotación minera del Moncayo como una razón principal
en el desarrollo del pueblo celtibérico, como un detonante de su firme con-
solidación en el territorio.
En el plano comercial los trueques resultaban habituales no solo en la
pequeña esfera doméstica sino al nivel del intercambio a gran escala. Lo
romanos nos hablan de un circuito de intercambio entre los productos ga-
naderos celtíberos y los recursos agrícolas vacceos. Los primeros incluso
utilizaron los productos de sus ganados como instrumento de cambio para
pagar las cuentas de guerra con los romanos, particularmente unas arte-
sanías de calidad tan alabada como las pieles curtidas de buey y los afa-
mados vestidos hechos con capas de lana que se llamaban sagum. Hacia
el siglo II a. C. la moneda hizo su aparición entre los celtíberos a raíz de la

424
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

influencia romana, usándose como un patrón de intercambio limitado a


ciertas actividades como el pago de mercenarios o de clientes. La mone-
da alcanzó relativa importancia en los últimos años del período celtibéri-
co, cuando aparecieron unas treinta cecas y se emitieron diversas monedas
con rótulos indígenas identificadas con civitas concretas. Pero no pasó de
una esfera limitada a las clases políticas dirigentes pues la inmensa mayo-
ría de los intercambios siguió usando el trueque.

3.6. Cultura material

Durante los primeros siglos la producción cerámica se limitó a toscas


vasijas realizadas a mano, provistas de tonalidades parduscas por la apli-
cación de una cocción reductora. Estas piezas presentaban una pobre cali-
dad pues se empleaban para las tareas domésticas cotidianas. No obstante
se realizaron producciones más cuidadas como las cerámicas a peine, lla-
madas así por su peculiar decoración de incisiones paralelas, que apareció
a mediados del siglo VI a. C. y tuvo un importante desarrollo a mediados
del IV a. C. En este repertorio se incluían otras variantes: impresas, estam-
pilladas y la cerámica de tipo Simancas (que presentaba curiosos frisos co-
rridos decorativos como los realzados por aves). Pero la producción alfare-
ra más llamativa fue la que utilizó el torno, como no podía ser menos. Las
primeras vasijas realizadas a torno que aparecieron en la Celtiberia fueron
importaciones de las regiones mediterráneas ibéricas; más tarde aparecie-
ron las producciones propias que realizaron talleres locales a manera de
imitación pero no exentas de calidad. La mejor producción alfarera a tor-
no fue la llamada cerámica celtibérica, que incluía vasos, cuencos, jarras e
incluso platos. Estas piezas se trataban en hornos oxidantes de doble en-
trada, recibían un posterior baño de engobe y finalmente se pintaban en
gamas rojas oscuras y negras. Las decoraciones formaban composiciones
geométricas, series de animales, incluso escenas con seres humanos y ani-
males. La producción ceramista se completó con un pequeño conjunto de
piezas no vasculares: trompas de guerra; figurillas de cerdos, toros y pies;
cajitas; y sonajeros o canicas.
La metalurgia del hierro se dirigió hacia una producción especializada
en el armamento: la mayoría puñales y espadas Uunto a sus vainas) pero
también lanzas, arreos de caballo y pectorales. Era por tanto una siderur-
gia limitada, generada por unos pocos especialistas y muy orientada hacia

425
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 15. La alfarería celtibérica más delicada es la cerámica numantina, que se ca-
racterizó por la decoración pintada a base de frisos corridos formando escenas (que dan
información sobre hábitos, vestimenta y armamento). Esta cerámica denota la influencia
ibérica pero adaptada a gustos e intereses plásticos celtíberos.

producciones aristocráticas. Las armas principales fueron las espadas, que


Polibio alabó por sus cualidades para el combate (de hecho los romanos las
incorporaron en su armamento con el apelativo gladius hispaniensis ). Las
espadas celtas hispanas recordaban los modelos europeos, de empuñadu-
ra con antenas, aunque de menor tamaño. Posidonio y Diodoro comenta-
ron que lusitanos y celtíberos empleaban armas parecidas, por lo que pare-
ce probable hubiera una estandarización por lo menos durante las guerras
contra Roma. El caso es que a partir del siglo IV a. C. surgieron multitud de
tipos, particularmente las espadas Atance, Arcóbriga, Alcacer do-Sal y Mi-
raveche-Monte Bernorio. Estas últimas revelan el barroquismo de algunas
producciones: presentaban gavilanes curvos en las empuñaduras, jabalíes y
ánades cincelados en los pomos, incrustaciones y nielados de plata (diseños
complejos y delicados) en las hojas, y unas vainas con discos solares deco-
rativos muy llamativos.
La producción en bronce se concentró en dos modalidades: las piezas
para la exhibición (parada) aristocrática, como cascos, pectorales o umbos
de los escudos; y los pequeños accesorios para vestir, como hebillas para

426
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

Figura 16. El armamento de hierro destacó por las espadas de tipo Alcacer de Sal (1-2) y
las espadas de estilo Arcóbriga (3), esta última procedente de la tumba 513 de la necrópolis
de Las Cogotas. Pero también por los puñales, como los de estilo Miraveche-Monte Berno-
rio (4-5), que aquí aparecen enfundados en unas curiosas vainas con sus extremos finales
decorados con discos solares. Dibujos de J. Cabré.

cinturón y fíbulas para prender los vestidos. Estas han sido muy impor-
tantes para los arqueólogos porque su variación formal en el tiempo las ha
convertido en piezas imprescindibles para la periodización. Entre los ti-
p os de fíbulas mas habituales se hallaron las de pie vuelto, de doble resor-
te, anulares, las de caballito y las de jinete. Entre los broches de cinturón

427
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

sobresalieron los de tipo céltico a base de placas rectangulares y garfios


para su ajuste.
Finalmente la producción de orfebrería alcanzó las mayores cotas en-
tre los pueblos castreños. El trabajo del oro y la plata se benefició de la mi-
lenaria tradición del trabajo de metales que caracterizó a los pueblos del
cuadrante noroccidental peninsular desde los tiempos de Bronce. Las jo-
yas castreñas revelan una habilidosa armonía de recursos técnicos: repu-
jado, estampado, filigrana, granulado y martillado. Tan variadas técnicas
sirvieron para crear delicadas diademas, anillos, pendientes y sobre todo
torques. Estas últimas piezas consistían en macizas varillas arqueadas con
una peculiar sección circular o poligonal y remates volumétricos, que se
ceñían al cuello como un objeto de prestigio social.

Figura 17. El otro capítulo importante de la metalurgia del hierro lo formaron los objetos para
la vestimenta, en numerosos casos concebidos como pequeños objetos de prestigio social. En
la lámina figura una típica hebilla de cinturón cuadrangular con escotaduras, procedente de la
localidad soriana de San Martín de Ucero (1) . Las fíbulas de caballito representaban un signo
propio de los equites, como las procedentes de La Hoya (2) y Numancia (3).

428
LA EDAD DEL HIERRO EN EL CENTRO Y NORTE PENINSULAR

3. 7. Religión

Muy pocos son los datos registrados sobre la religión de los pueblos
-eltas, más allá de unas pocas inscripciones relacionadas con algunas di-
inidades, que también se veneraban en otros puntos del continente eu-
ropeo: Lug, que representaría una deidad suprema; Epona, interpretada
-omo una divinidad ecuestre; y las Matres, relacionadas con la fecundi-
dad. Pero las inscripciones señaladas pertenecen a épocas ya muy avan-
zadas, plenamente implicadas con los procesos de romanización. Tam-
ién parece probable que rindieran culto a divinidades astrales relativas
al sol y a la luna, quizá recordando esta cita de Estrabón sobre una divi-
"dad innominada «a la que, en las noches de luna llena, las familias rin-
en culto hasta el amanecer danzando en la puerta de la casa». El pan-
teón indoeuropeo se completaría con otros dioses menores de carácter
animista o totémico, que pudieron tener un trasfondo naturalista con
ultos al aire libre.
Los pueblos meseteños celebraban ritos en santuarios naturales al aire
"bre (identificados en el vocablo celta nemeton), ubicados en cimas mon-
tañosas, claros boscosos, peñas, cuevas, ríos o manantiales. Los santuarios
ue se conocen se levantan en canchales de granito y poseen varios com-
ponentes: escaleras, cubetas y canales horadados en la roca. El santuario
itano de Painoias posee inscripciones epigráficas latinas donde se rela-
tan los ritos de sacrificio que se realizaban en su plataforma a cielo abier-
o, centradas en la quema de entrañas de las víctimas sobre los nichos .
Y tanto Tito Livio como Estrabón también narraron los cruentos ritos que
-elebraban entre los lusitanos, basados en el sacrificio de hombres y ani-
ales en un simbolismo que asociaba la sangre, el fuego y el agua. Decía
Estrabón que «los lysitanoí hacen sacrificios y examinan las vísceras sin
separarlas del cuerpo; observan asimismo las venas del pecho y adivinan
pándolas. También auscultan las vísceras de los prisioneros, cubriéndo-
conságoi».
Pero no todos los santuarios habrían albergado cruentos sacrificios.
ede que algunos lugares aislados en medio de la naturaleza sirvieran
congregar a la gente tras marchas de peregrinación colectivas.
La presencia de intermediarios especializados a modo de sacerdotes re-
- ta m ás controvertida. Estrabón sugiere que había personajes responsables

429
PREIDSTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 18. El santuario que corona la cúspide del oppidum vettón de Ulaca en Solosancho
(Ávila) presenta una estancia rectangular tallada en la roca, una peña, una escalera labrada
y una plataforma hollada por dos concavidades comunicadas. La ubicación del lugar en lo
alto y su orientación hacia una montaña cercana parecen revelar su carácter celeste.

de inmolaciones rituales con habilidad para la adivinación: «Cuando la


víctima cae por manos del "hieroskópos", hacen una primera predicción
por la caída del cadáver». En realidad muchos de los aspectos relaciona-
dos con posibles actividades culturales resultan problemáticas. El mejor
ejemplo se halla en la incierta interpretación de los llamados «monumen-
tos con horno», unas construcciones monumentales de piedra que pre-
sentan una zona abierta y otra soterrada. Estas construcciones poseen ca-
nales de agua, un ábside semicircular y las llamadas «pedras formosas»
(bloques monolíticos decorados con motivos geométricos), lo que pare-
ce apuntar hacia varias hipótesis: acaso fueran monumentos funerarios y
quizás baños con carácter termal o medicinal (si bien no faltan las opinio-
nes más banales, como la de hornos artesanales para la metalurgia, la ce-
rámica o la elaboración de pan).

430
TEMA 11
.ID DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA.
LA CULTURA IBÉRICA

Luis Benítez de Lugo

llllldura del tema: l. Introducción. 2. Cronología y periodización. 3. Territo-


. Poblamiento. 5. Necrópolis. 6. Religión, culto y santuarios. 7. Artes: es-
:a orfebrería, cerámica y mosaicos. 8. Lengua y escritura. 9. Economía,
rcio y moneda. 1O. Organización social. 11. Guerra y armamento. Co-
-~::u.·o de texto. Lecturas recomendadas. Actividades. Ejercicios de autoeva-
n. Bibliografía y recursos en la red. Solucionario a los ejercicios de au-

. . . .m oción didáctica: La llegada a la península ibérica de colonizadores orien-


- -griegos y fenicios- procedentes del Mediterráneo supuso un enorme
_ cto para las poblaciones autóctonas de la primera Edad del Hierro .

.:onsecuencia de esos contactos es posible detectar durante la segunda Edad


Hierro un horizonte cultural conocido como «ibérico», que se extiende
- e el Languedoc-Rosellón francés hasta la Andalucía occidental, por todo
área mediterránea y el sur de la península ibérica.

Es e amplio horizonte cultural presenta una uniformidad común de base, pero


bién ciertas particularidades regionales derivadas tanto de la idiosincra-
·ia de los diferentes sustratos indígenas como de los distintos aportes colo-
::üzadores a cada zona. A pesar de las influencias y peculiaridades regionales,
principales manifestaciones culturales ibéricas (poblados, enterramientos,
materiales, etc.) poseen una marcada identidad que permite diferenciarlos de
otros pueblos peninsulares y europeos.

La cultura ibérica quedó plenamente configurada a partir del siglo VI a. C. y per-


\ivió durante toda la Protohistoria hasta el proceso romanizador, que provocó
su disolución. Frente a este proceso las áreas ibéricas fueron más flexibles que
otras zonas del área atlántica y del interior peninsular, en donde la pervivencia
del sustrato cultural prerromano fue mucho más prolongada. Las áreas iberiza-
das se adaptaron más rápidamente que éstas a las costumbres romanas.

439
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNS ULA IBÉ RICA

Las fuentes literarias clásicas de los historiadores griegos y romanos han le-
gado información sobre la cultura ibérica, que ha de ser considerada por vez
primera en el estudio de una época histórica peninsular. Junto a las evidencias
legadas por las fuentes literarias clásicas han de sumarse los datos proporcio-
nados por la Arqueología y otras disciplinas auxiliares de la Historia.
A partir de estas evidencias es posible concluir que los iberos fueron un pueblo
prerromano con un elevado nivel de desarrollo cultural, protagonista principal
de la Protohistoria peninsular y del tránsito hacia la Edad Antigua.

l. INTRODUCCIÓN

El vocablo griego «iberoi» implica una idea más geográfica que étnica.
Fue usado por los escritores clásicos griegos para designar a las poblacio-
nes de lengua y cultura no célticas residentes en torno al río Ebro, el Le-
vante y el sur de la península ibérica; nunca se empleó para referirse a una
sola etnia.
La cultura ibérica agrupa, por tanto, un conjunto de pueblos que nunca
llegó a formar una unidad política ni social. Estos grupos se consideraron
entre sí distintos. Herodoro, en su Historia de Heracles, unificó todo el po-
blamiento hispano de la costa mediterránea en un sólo grupo, señalando
ya entonces que «este pueblo ibero que habita la costa del Estrecho recibe
varios nombres, siendo un solo pueblo con distintas tribus». Aquellas «tri-
bus» o pueblos, aún siendo distintos, muestran evidentes rasgos culturales
comunes, configurando una comunidad de intereses comerciales y rasgos
culturales que se detecta como factor de cohesión ya en el siglo VI a. C. El
factor de unión entre los diferentes grupos iberos se encuentra en determi-
nadas producciones industriales y en otros rasgos culturales como su es-
critura, así como en un proceso de aculturación - influencia económica e
ideológica- desarrollado por los grupos coloniales y comerciales del Me-
diterráneo.
El concepto de «cultura ibérica» surgió en el último tercio del XIX, tras
la puesta en valor del «arte ibérico» tras el descubrimiento del Cerro de los
Santos (Montealegre del Castillo, Albacete).
Las fuentes literarias clásicas más antiguas, del siglo VI a. C., proporcio-
nan datos básicamente sobre territorios costeros, procedentes de los viajes

440
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA . LA CULTURA IBtRICA

de marineros y comerciantes que inte-


graban a la península ibérica en sus
periplos por el Mediterráneo. Herodo-
ro de Heraclea, Heródoto, Hecateo de
~1ileto, Estrabón, Rufo Pesto y Avie-
no, con su Ora Marítima, son las prin-
ipales referencias para esta época.
;.... : · ~ ·,:,..
Sus aportaciones son fragmentarias y
en ocasiones dudosas o de escaso va-
or, pues el interés de estos autores no
era geográfico ni histórico; por ejem-
plo, en el caso de Avieno, era literario
y marcadamente mitificador, como
recuerda A. Ruiz. Esta circunstancia
debe tomarse en cuenta a la hora de
m anejar estas fuentes, y también, de
-orma crítica, en el momento de ma-
nejar interpretaciones históricas que
han considerado las informaciones
lásicas como verdades absolutas.
Con la llegada de los romanos a '
a península ibérica la calidad Y can- Figura 1. Esculturas del Cerro de los Santos
·dad de las informaciones sobre los (Montealegre del Castillo, Albacete) , según
pueblos ibéricos, así como la minu- De la Rada y Delgado, 1875 (Olmos 1999).
iosidad de las descripciones geo-
gráficas, aumentaron.
Sin embargo no debe pasarse por alto que estas fuentes narran la per-
cepción del espacio y de las circunstancias históricas que tuvieron los con-
quistadores. Para esta época los relatos de Plinio, Ptolomeo, Polibio, Tito
Livio o Diodoro son fuentes importantes, que revelan realidades cambian-
es a partir de los avatares políticos y de las alianzas sucesivas de los oppi-
da, en constante evolución. Las nuevas identidades y grupos de esta época
e constituyeron sobre las viejas etnias anteriores, cuyas denominaciones
pudieron perdurar algún tiempo como referencias geográficas, pero acaba-
ron siendo borradas y sustituidas por otras nuevas identidades territoriales
ostenidas sobre las relaciones políticas que tenían al oppidum como lugar
entral del poder territorial.

441
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

2. CRONOLOGÍA Y PERIODIZACIÓN

La llegada de los fenicios a las costas andaluzas durante la Edad del


Bronce Final produjo un fenómeno de aculturación en el sustrato indíge-
na local conocido como Período Orientalizante, tan relevante que ha sido
utilizado para señalar el fin de la Prehistoria y el inicio de la Protohistoria.
Las influencias orientalizantes se extendieron hacia el interior peninsular
por la Meseta Sur, así como por las costas levantina y catalana. A este im-
pacto colonial se sumaron primero el griego y más adelante el púnico,
como se ha visto.
Andalucía, sede de la cultura tartésica, fue la zona en la cual los contac-
tos interculturales fueron más intensos. En levante y en la meseta meridio-
nal las culturas autóctonas del Bronce Final no alcanzaron un nivel de de-
sarrollo comparable al de las costas andaluzas.
En Cataluña a comienzos del siglo VI a . C. fue fundada la colonia grie-
ga de Emporion (Ampurias); un siglo después lo fue la de Rhode (Rosas),
a 17 km de la primera. Ambas colonias se asentaron en un territorio cuyo
substrato cultural era el de los Campos de Urnas.
Con estos precedentes y aportaciones hoy se considera que la cristali-
zación y origen de la iberización se produjo durante el siglo VI a . C. y hasta
finales del siglo v a. C., momento que tradicionalmente se identifica como
«Ibérico Inicial» o «Ibérico Antiguo».
La época de mayor esplendor de la cultura ibérica se ha denominan-
do frecuentemente «<bérico Pleno», que se desarrolla entre los siglos v y III
a. C. En esta época se produce un aumento demográfico, crecen grandes
ciudades fortificadas (oppida) y se importa una gran cantidad de cerámi-
cas áticas de barniz negro. En lo referido a la escultura se aprecia un nota-
ble fenómeno, pues al tiempo que existe un desarrollo de este tipo de arte
se producen también, a finales del siglo v a. C., destrucciones de grandes
monumentos escultóricos que denotan inestabilidad interna y el tránsito
de un modelo de poder a otro, como veremos más adelante.
En el «Ibérico Final» o «Ibérico Tardío», entre los siglos m y r a. C., se
abandonan o destruyen los poblados y prácticamente desaparecen las im-
portaciones de cerámica griega, si bien es también el momento en el que
se desarrollan algunas de las mejores colecciones cerámicas ibéricas (es-

442
L A EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y AREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

o Elche, Archena, Liria, etc.), acuñaciones monetales y la extensión del


beta ibérico-levantino. Es un periodo que coincide con la conquista pú-
ca y romanización en la península ibérica, y con los enfrentamientos en-
cartagineses y romanos por el control del Mediterráneo.
Dicho esto, conviene señalar que esta tradicional división tripartita
ede tener cierta utilidad, pero debe ser considerada con suma cautela
ido a que es en realidad un artificio que no responde satisfactoriamen-
a la diversidad cultural y territorial del pueblo ibero. Muestra de ello es
e, por ejemplo, F. Gracia y G. Munilla en 1991 distinguieron los siguien-
- periodos: Preibérico (S. VII a. C.), Ibérico Antiguo (S. VI a. C.), Ibérico
no (S. v-m a. C.) e Ibérico Tardío (s. IH a. C.). Por su parte, A. Ruiz y M.
olinos en 1993 dividieron la cultura ibérica en Ibérico I (600/580-540/530
C.), Ibérico II (540/530-450/425 a. C.), Ibérico III (450/425-350/300 a. C.),
'rico IV (350/300-175/150 a. C.) e Ibérico V (175/150 a. C.-60 d.C.). Es-
- intentos válidos de periodización presentan necesariamente disfuncio-
e regionales o locales; por ejemplo, Gracias y Munilla advirtieron que
niveles inferiores y más antiguos del nordeste de Cataluña o del curso
erior del Ebro - sobre los que actúa el comercio fenicio y etrusco en la
segunda mitad del siglo VII a. C.- no podrían integrarse en la cronología
rribuida a la fase «Ibérico l» por Ruiz y Molinos.
El problema de la adscripción cronocultural de los iberos se agudiza al
tentar introducir en las secuencias conceptos como Protoibérico, Orien-
·zante (con sus fases antiguo, medio y tardío) o Iberorromano.

3. TERRITORIO

Los turdetanos, herederos de Tartesos, ocuparon la baja Andalucía,


n el suroeste del territorio andaluz y hasta tierras de Jaén. Algunas de
principales ciudades fueron Onuba (Huelva) , Hispalis (Sevilla), Ursa
Osuna, Sevilla) o Caetobriga (en Setúbal, Portugal). Una de sus peculiari-
des fue su lengua, descendiente del tartésico, que escribieron con alfabe-
propio y diferente al de otros pueblos iberos.
El sudeste peninsular fue habitado por los bastetanos o bástulos, cuya
'udad principal - Basti (Baza, Granada)- se situó al sur de su territo-
·a, que se extendía por las actuales provincias de Granada, Almería, sur
e Murcia y Albacete y este de Jaén. Otra de sus ciudades notables fue

443
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 2. Mapa de las poblaciones ibéricas, según Victorino Mayoral (Olmos 1999).

Acci (Guadix, Granada). Este pueblo produjo la Dama de Baza, una de las
esculturas más relevantes de la cultura ibérica. Fueron expertos en la ela-
boración de garum y salazones, platos de tradición mediterránea y gran
comercialización.
Los oretanos fueron un pueblo del interior peninsular asentados en el
norte andaluz y en el sur de la Submeseta Sur; es decir, en un territorio
vertebrado por Sierra Morena que se extendió por tierras septentriona-
les cordobesas y jiennenses, occidentales albacetenses y de Ciudad Real.
Hacia el años 100 a . C. Artemiodoro afirmaba que las urbes principales
de los oretanos fueron Or(i)sia y Castalon. En el mismo sentido, Estra-
bon señaló que las ciudades principales de este territorio eran Kastoulon
y Oria. Oretum se ha venido tradicionalmente situando en la Oretania

444
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

entrional (al norte de Sierra More-


en Cerro Domínguez (Granátula
Calatrava), aunque algunos expertos
planteado la posibilidad de su re-
-~ió n geográfica en el Cerro de las
zas (Valdepeñas, Ciudad Real), po-
o mayor y con una más dilatada
pación en época ibérica, a la luz de
recientes investigaciones. La califi-
·ón que el geógrafo griego Ptolomeo
-e de Oretum Germanorum, «de los
rmanos», hace pensar en el fuerte
ponente humano indoeuropeo de
iudad, que debió ser más acusado
las tierras interiores de la Meseta
e en las áreas litorales. Otros oppida Figura 3. Dama de Baza, descubierta en
alizados en la Oretania septentrio- la necrópolis de Basti por F.J. Presedo
en 1970 dentro de uria cámara funeraria
son Lacurris-Alarcos (Ciudad Real), bastetana. En el momento de descubri-
atrava la Vieja (Carrión de Calatra- miento conservaba la policromía origi-
' Laminium (Alhambra, Ciudad Real), nal y contenía en el interior del trono los
isapo (La Bienvenida-Almodóvar del huesos quemados de una mujer adulta
joven (Chapa 2012: 84).
ampo, Ciudad Real) o Mentesa Oretana
illanueva de la Fuente, Ciudad Real).
En la Oretania meridional destacaron
ciudades de Kastilo-Cástulo (Linares,
aén), Giribaile (Vilches, Jaén) o Puen-
e Tablas (Jaén).
La Cueva de la Lobera (Castellar de
Santiesteban, Jaén) y el Collado de los
Jardines (Santa Elena, Jaén) son dos
antuarios étnico-rurales oretanos situa-
dos en Sierra Morena que han propor- Figura 4. Reconstrucción ideal de la Casa
0
cionado numerosos pequeños exvotos n. 2 del oppidum oretano Puente Tablas
de bronce entregados como ofrendas a (Jaén), según Victorino Mayoral. El patio
de origen mediterráneo es frecuente en
la divinidad. las casas iberas. Las de personajes de
mayor rango pueden tener una segunda
No en vano la minería fue una de las planta o un cuerpo lateral adosado, como
actividades destacadas de los oretanos, se aprecia en la imagen (Olmos 1999).

445
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Figura 5. Recreación de ofrenda en la Cueva de la Lobera. Es un santuario étnico-rural


oretano situado en Sierra Morena (Castellar de Santiesteban, Jaén) (cit. en Rueda 2012: 185.
Imagen de <<Viaje al tiempo de los Iberos», Diputación de Jaén).

Figura 6. En una fosa en Cerrillo Blanco (Porcuna,


Jaén) fue fracturado y enterrado un conjunto de escul-
turas excepcionales. Investigadores como Quesada, Ne-
gueruela o Chapa han explicado las hendiduras laterales
del casco del «Guerrero n. 0 1» como soportes de alas. El
casco -arma defensiva pero también elemento dotado
de una fuerte carga simbólica, distintiva del rango del
representado- iría coronado con una cimera comple-
mentada con crines de caballo (Chapa 2012: 86).

446
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

atrayendo sus explotaciones primero a cartagineses y luego a romanos. Si-


sapo, en la Oretania septentrional, y Cástula, en la meridional, fueron dos
importantes ciudades desde las cuales se organizó el comercio metálico.
Cuando Aníballlegó a Cástula contrajo matrimonio con Imilce, la hija del
jerarca local.

Los túrdulos habitaron las actuales tierras del sur de Córdoba y Jaén,
llegando hasta la vega del Genil (Granada). Distribuidos entre los valles del
Guadalquivir y del Guadiana su capital fue Ipolka (Porcuna, Jaén), Obulco
en épÓca romana. Al igual que los turdetanos, este grupo se diferenció de
otros iberos por hablar tartesio.

Al este, las tierras levantinas fueron habitadas por contestanos y, al nor-


te de éstos, los edetanos.

Los contestanos vivieron en Alican-


te, este de Albacete y sur de Valencia
hasta Murcia. Su límite meridional es-
tuvo marcado por la cuenca del río Se-
gura, mientras que la del río Segura
marcó su frontera septentrional. Por el
interior se extendieron hasta Almansa.
Sus principales enclaves fueron Lucen-
m m (Alicante), Illici (La Alcudia de El-
h e, Alicante) La Serreta y El Puig (Al-
-oy, Alicante), La Illeta de Campello, El
Amarejo (Bonete, Albacete), El Tolmo
de Minateda (Hellín, Albacete), Coim-
ra del Barranco Ancho (Jumilla, Mur-
cia) o El Cigarralejo (Mula, Murcia). La
Contestania - que Plinio cita como re-
-· ón, pero nunca como pueblo- des-
taca por su legado escultórico. De Illi-
·, de casi 10 ha de superficie, procede, Figura 7. Rostro y mirada de la Dama de
entre otras esculturas, la Dama de El- Elche descubierta en el yacimiento con-
~he, busto femenino datado entre los testano de La Alcudia de Elche - Illici-
_'glos IV y v a. C. El Cerro de los Santos (Alicante) en 1897. Su contexto arqueo-
lógico fue destruido en el momento de su
_- el Llano de Consolación (Monteale- hallazgo . Museo Arqueológico Nacional
f!Te del Castillo, Albacete) o Los Villares (Ministerio de Cultura) (Olmos, 1999).

447
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

(Hoya Gonzalo, Albacete) tambié


han proporcionado escultura
abundantes y de gran interés.
El estilo cerámico Elche-Arche-
na fue otra de las aportacione
excepcionales del grupo contesta-
no al arte ibérico.
Los edetanos vivieron en el
territorio de Edeta-Tossal de San
Miquel (Llíria, Valencia). Esa ca-
pitalidad probablemente se halla
en relación con el liderazgo regio-
nal de su régulo Edecán, o Edes-
co, que ha sido transmitido p or
las fuentes literarias clásicas como
protagonista principal de una con-
Figura 8. Vaso de los Guerreros . Pithos proce-
federación de ciudades ibérica
dente del yacimiento edetano de la Serreta de
Alcoi (Alicante). Estilo Elche-Archena. La esce- que decidieron agruparse en cir-
na narra los trabajos iniciáticos en un espacio cunstancias extraordinarias. Arse
salvaje de un joven que caza un ciervo, lucha (Sagunto, Valencia) o Suero (Cu-
con un lobo y pelea con un guerrero (Dibujo de
E. Cortell. González Reyero 2012: 114).
llera, Valencia) fueron otras ciu-
dades edetanas, que en general en
este territorio se caracterizaron
por su modelo de calle central.
Las cerámicas del estilo Llíria-
Oliva constituyen una de las ma-
nifestaciones singulares de la per-
sonalidad edetana.
Los olcades se extendieron en
torno al territorio actualmente
conquense y del sur de la provin-
cia de Guadalajara, ocupando las
abruptas tierras meridionales del
Figura 9. Plato edetano con decoración Sistema Ibérico y de la cuenca
pintada a base de pescados, procedentes del
Tossal de Sant Miquel -Edeta- (Valencia) del Júcar situada al sur de la Se-
(CSIC, en Principal 2012: 144) rranía de Cuenca.

448
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRIC..\

Yacimientos arqueológicos como el


de Iniesta (Cuenca) - probablemente
Egelasta o Iskalesken (ceca que acuñó
numerario de plata y bronce)- y Bar-
chín del Hoyo, en La Manchuela con-
quense, avalan mediante su cultura
material la adscripción de este grupo a
la cultura ibérica, en contacto con sus Figura 10. Moneda acuñada en la ceca
poderosos vecinos carpetanos, celtíbe- Iskalesken a mediados del siglo n a. C.
En el anverso muestra una cabeza mas-
ros situados al interior en tierras más culina con collar a derechas, bajo gráfila
occidentales. de puntos. Al reverso se aprecia un jinete
con lanza, rodela y casco a izquierdas,
En el valle del Ebro se localizan al bajo el cual se escribió una gráfila lineal
E ste los ilercavones, cultura relaciona- en ibérico: IKaLENSKeN.
da con los edetanos, y, más al interior,
los ilergetes, asentados sobre las cuencas de los ríos Cinca y Segre.
Los ilercavones habitaron la Depresión del Ebro, por las actuales pro-
vincias de Castellón y sur de Tarragona. Sus asentamientos más destaca-
dos fueron Castellet de Banyoles (Tivisa, Tarragona) y Coll del Moro (Gan-
desa, Tarragona).
Los ilergetes vivieron al sur de Huesca y Lérida, extendiéndose por el
Este de Zaragoza y al oeste de Tarragona. !lerda (Lleida) fue una de sus
ciudades principales, llegando a ser considerada como la ciudad más
grande de la península ibérica al norte de Arse-Sagunto. El régulo Indi-
bil y su lugarteniente Mandonio alcanzaron gran trascendencia históri-
ca por su relevante papel en las luchas contra Roma, en principio como
aliados de Cartago, y al frente no sólo de los ilergetes, sino también de
los ausetanos y lacetanos. Se sublevaron contra Roma en el 195 a . C.,
iendo sometidos por Catón. Eliminadas las defensas de sus ciudades y
o metidos a vasallaje sus caudillos la personalidad de este grupo decayó,
egando al punto de pedir en el 192 a. C ayuda a Roma para defenderse
e sus vecinos.
Kesse (posiblemente Tarragona), ceca con abundante acuñación de mo-
eda , fue el núcleo central de los cessetanos . En este territorio es preciso
reseñar la presencia de la ciudadela ibérica de Calafell, en la cual se han
aplicado los principios de la Arqueología Experimental para construir el
parque arqueológico «Alorda Park». El asentamiento, excavado desde la dé-

449
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

cada de los 80, es un recinto fortificado emplazado frente al Mediterráneo


fundado a principios del siglo VI a. C. Este yacimiento arqueológico ha sido
el primero en España en ser reconstruido de forma completa con criterio
de museografía didáctica sobre los propios restos arqueológicos, median-
te un proyecto dirigido por J oan Santacana entre 1992 y 1994. El visitante
puede acceder a las viviendas, encaramarse a torres y murallas y apreciar
reproducciones de los objetos cotidianos iberos.

Figura 11. Almacén de ánforas reconstruido en Calafell


(Tarragona). La diversidad en los tipos de recipientes indica
comercio con productos de muy diversas procedencias
(Fumadó 2012: 190).

Siguiendo la línea costera hacia el norte se encontraban en territorio


actualmente barcelonés los layetanos - distribuidos por El Vallés y la vega
del Llobregat- , los indigetes en El Ampurdán y La Selva de Gerona y los
sordones en el Rosellón francés. El interior catalán fue controlado por los
ausetanos en la región de la Plana de Vic - cuya ciudad principal fue Ausa
(Vic)- y por los lacetanos - cuyas ciudades principales fueron Iesso (Guis-
sona) o Sigarra, de localización incierta- . Principales ciudades layetanas
fueron Ailuron (Mataró), Baitulon (Badalona) o Blanda (Blanes). En Ullas-
tret -una de las ciudades iberas más notables- , Palamós y Lloret de Mar
se conocen poblados indigetes de este grupo que habitó el Golfo de Rosas

450
LA EDAD DEL HIERRO E N EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

hasta el Pirineo; el mismo territorio


elegido por los griegos para instalar
sus colonias en Ampurias y Rosas. La
influencia de las colonias griegas en la
zona se aprecia en la organización
económica del entorno, muy volcada
acia la producción agrícola exceden-
taria. Así lo ponen de manifiesto los
numerosos silos de la llanura gerun-
dense, especialmente estudiados en el
yacimiento de Mas Castellar (Pontós,
Girona).

El entorno de la actual Zaragoza Figura 12. Silo de Mas Castellar con


- e habitado por suessetanos y sedeta- ánforas de comercio. Foto de E. Pons
os, situados al sur de los oscetanos, (Olmos 1990).
cuyas peculiaridades se detectan en la
rovincia de Huesca.

Los suessetanos, considerados por


os iberos y por otros celtíberos, se
extendieron por el este hasta el río Gá-
ego ocupando básicamente la comar-
-a zaragozana de las Cinco Villas. Su
·udad más importante fue Corbio, que
ultó arrasada por el ejército roma-
o al mando del cónsul Terencio Va-
ón en el 184 a. C. Tras este suceso el
erritorio suessetano fue cedido a los
eones.

Los sedetanos tomaron su nombre


la capital, Sedis o Sedeisken, no loca-
da aún pero conocida por su mane-
Algunos investigadores han propues-
i
i
\ 1

su reducción geográfica en el Cabezo ~


e Alcalá (Azaila, Teruel), uno de los
Figura 13. Explicación de la construcción,
entras alfareros del importante esti- uso y abandono de un silo.
erámico Azaila-Alloza. Otra ciudad Dibujo de María Jesús Ruiz.

451
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

notable sedetana fue Kelse (Velilla


Ebro, Zaragoza), que también emi ·
moneda.

4. POBLAMIENTO

La cultura ibérica generó un mode-


lo económico, territorial y social basa-
do en los oppida -singular oppidum-
Este tipo de modelo genera relaciones
- sociales, territoriales y económicas-
que giran en torno a tres concepto :
poblado, aristocracia y gens. En lo que
ahora corresponde -el poblado-, res-
pecto a los oppida podemos decir que
la cultura ibérica desarrolló un sistema
de control territorial basado en los po -
Figura 14. Sombrerodecopa - kalathos- tulados de la «Teoría del Lugar Cen-
de los Pájaros (Azaila, Teruel). Museo
Arqueológico Nacional. (Olmos 1990). tral» de C. Renfrew, en la que un nú-
cleo asume la capitalidad del territorio
y controla a otros núcleos subordina-
dos, que asumen funciones de explota-
ción y control de un territorio.
Los primeros procesos de urbaniza-
ción en los territorios de Iberia se ini-
ciaron en el sur de la península ibérica
en fechas muy tempranas. Los pobla-
dos ibéricos estaban constituidos por
agrupaciones de casas de unos 20 m 2 •
A partir del siglo VII a. C. progresiva-
mente se implantaron los modelos de
planta cuadr angular con muros de tie-
rra (tapial o adobes) levantados sobre
zócalos de piedra, en ocasiones susten-
tantes de entramados de madera. Las
Figura 15. Recreación interior de
un oppidum . Dibujo de Sara Olmos cubiertas se construían con elementos
(Grau 20 12: 18). vegetales y barro; los pavimentos eran

452
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

·erra apisonada, lajas de piedra, valvas de moluscos o cal. Los alzados


~~. . .ser de una planta, si bien existe constancia de la construcción oca-
nal de una segunda planta, a la cual se accedía por escaleras de madera
-edra, interiores o exteriores.
Las edificaciones ibéricas se agrupan formando manzanas, comunica-
entre sí por calles que, en ocasiones, eran verdaderas avenidas por las
es podían circular carros en ambos sentidos. Algo sorprendente en las
dades ibéricas es el escaso número de construcciones destinadas al al-
enaje de agua.
El diseño de la trama urbana se aprecia con claridad en los oppida, sig-
cando el origen del urbanismo. La extensión de los oppida fue muy varia-
llegando en ocasiones a ser verdaderas ciudades con más de 40 hectáreas;
el caso de las jiennenses Cástulo, en Linares, y Obulco, en Porcuna. Las
cipales características de estos oppida fueron: fácil defensa del lugar,
tiplicada por la edificación de fortificaciones; amplia área de captación
recursos, sobre la cual se ejercía un estrecho control visual directo o in-
to; control de las vías de comunicación; y proximidad a los recursos hí-
os o naturales. En función de estas características se plasmó el urbanis-
concreto de cada oppidum, articulándose su trazado urbano.
En Puente Tablas, por ejemplo, se constata cómo existe una organiza-
-on política bien establecida que permite organizar un diseño ordenado
urbanismo interior. Las calles son de trazado rectilíneo y discurren en
elo, abriéndose las casas a ambos lados desde un muro trasero com-
"do. Aunque los módulos pueden variar de anchura la longitud perma-
e constante, lo que provoca un carácter unificador para muchas de las
:iendas del asentamiento. Las dimensiones de las viviendas han permiti-
con fundamento calcular que el número de habitantes de este poblado
- eron aproximadamente 750 personas.
Frecuentemente las viviendas son tan pequeñas y poco confortables
e debieron ser más un lugar de pemocta y refugio que de habitación co-
. ana. Además fueron verdaderas unidades de producción, pues en ellas
_ elaboraba de manera autónoma una buena parte de las cosas necesarias
la vida diaria.
Entre las construcciones ibéricas se diferencian con claridad vivien-
, almacenes o instalaciones industriales (alfares, homos de pan, hornos

453
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

metalúrgicos, etc.). Algunos poblados parecen haber sido dedicados inten-


sivamente a ciertas actividades productivas; es el caso de la producción y
almacenamiento de vino en La Quéjola (San Pedro, Albacete) o Alt de Be-
nimaquia (Denia, Alicante).
Los poblados ibéricos fueron defendidos mediante fosos y potentes mu-
rallas reforzadas con torres y bastiones, de tipos muy variados. Las mura-
llas fueron las grandes obras públicas de la cultura ibérica, destacando en-
tre ellas la muralla de Tarragona. Es una potente y alta construcción con
dos paramentos ciclópeos y alzados de sillería.
La muralla perimetral, además del papel de fortificación defensiva, sirvió
como elemento ideológico y simbólico; para fijar la pertenencia del individuo
a un grupo concreto y para mostrar el poder de los dirigentes de la ciudad.

Figura 16. Recreación de la muralla ibérica de Puig d'Alcoi (Alicante).


Dibujo de R. Botella (Grau 2012: 17).

Los oppida controlaban el territorio y los pequeños asentamientos rura-


les distribuidos a su alrededor para la explotación de los recursos locales,
apoyándose para ello en atalayas. Estas torres de vigilancia se localizaron
en lugares de gran visibilidad y difícil acceso. Existen pequeños poblados
ibéricos de carácter agropecuario situados en llano o suave ladera, caren-
tes de sistemas defensivos. Los productores rurales acudirían al oppidum
para intercambiar sus excedentes y tener acceso a las artesanías especiali-
zadas, como la cerámica o los metales. Los habitantes de las aldeas rurales

454
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

\ieron modos de vida diferentes a los pobladores de los oppida, especial-


mente en lo interpersonal, pues las relaciones debieron ser más de carácter
familiar o de linaje, menos complejas y variadas que en las comunidades
urbanas, que estaban mucho más pobladas.

5. NECRÓPOLIS

Una de las novedades de la cultura ibérica fue la gran importancia


oncedida a los aspectos funerarios. El tratamiento de la muerte entre los
beros resultó un elemento de cohesión social, en el que participaban los
miembros de la familia, del clan, de la tribu o territorio, según fuera la re-
·ancia del difunto. El ritual y el tipo de tumba utilizados tienen en mu-
has áreas relación directa con el estatus de la persona muerta. Así, por
e·emplo, hay casos de necrópolis iberas correspondientes a clases sociales
específicas. Debido a esta función social, la elección para situar las necró-
lis tuvo en cuenta factores de índole social (facilidad de observación,
ontrol territorial, etc.). La proximidad de las necrópolis a los poblados
- a las cercanías de las vías de comunicación fueron factores recurrente-
ente considerados. Algunos grandes oppida contaron con varias necró-
polis funcionando simultáneamente.
Caso singular por haber sido encontrados fuera de las necrópolis
n los enterramientos infantiles en ámbitos domésticos. No fueron una
ráctica generalizada, dado que su número es excesivamente reducido
ara la mortandad infantil estimada. Este tipo de enterramientos pare-
en denotar que la edad fue un factor clave para tener acceso a los ritos
funerarios iberos de purificación (cremación y lavado ritual de los restos
umanos).
Las «ciudades de los muertos» ibéricas proporcionan relevante informa-
ión acerca de la salud, sociedad, religión y estatus social de los difuntos.
Por ejemplo, por ellas sabemos que la esperanza de vida media de una per-
sona ibera pudo situarse en tomo a los 35 años. Sin embargo hay diferen-
ias entre hombres y mujeres. La esperanza de vida de las mujeres iberas
-entre 21 y 30 años- fue notablemente menor que la de los hombres -en-
30 y 40 años- fundamentalmente debido a factores relacionados con el
o, de forma similar al elevado número de defunciones no violentas que
bitualmente registran las mujeres de las sociedades preindustriales.

455
PREIDSTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 17. Recreación de paisaje ibérico; con oppidum fortificado, necrópolis


junto a la ciudad, asentamientos rurales, atalayas y colonia comercial portuaria.
Dibujo de Victorino Mayoral (Olmos 1990).

Para honrar la memoria de sus difuntos los iberos celebraron ritos


como sacrificios de animales sobre el bustum (plataforma cuadrangular
para ofrendas), presentación de ofrendas al difunto, libaciones y banquetes
(silicernia) en los que se podían romper y quemar los vasos cerámicos em-
pleados, además de otras ceremonias varias (procesiones funerarias, trans-
porte del difunto sobre carro, música, danzas, combates fúnebres, plañide-
ras, etc.).
Los ritos funerarios y las necrópolis no fueron uniformes en todo el
territorio ibero. En el nordeste, por ejemplo, predominaron los campos de
urnas sin estructuras constructivas asociadas. Sin embargo en el sur este
tipo de tumbas se consideran pertenecientes a las capas sociales inferiores
de la población y se encuentran junto con elementos arquitectónicos que
contribuyen a caracterizar los espacios de las tumbas concretas y de las
necrópolis, cosa que no sucede en el nordeste.
Otro ejemplo de diferenciación territorial en lo funerario son los pilares-
estela. En el sudeste los túmulos escalonados frecuentemente fueron utilizados

456
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

mo base de pilares-estela, coro-


os por una escultura animal o
ana y en los que se combinan
oraciones en relieve con figuras
xentas dispuestas como remates
tructivos.
E n el nordeste peninsular no
e-xisten diferencias apreciables en-
e las diferentes tumbas, por lo que
_ o el ajuar podría ser considerado
-omo indicador de las diferencias
iales. Sin embargo, no es seguro
e ese dato sea válido a la hora de
stablecer una interpretación social,
ues la posición y reconocimiento
ial de ciertos individuos en oca- Figura 18. Pilar estela de Corral
.:iones se encuentra por encima de de Saus (Valencia) (Chapa 2012: 88) .
os exponentes de la cultura mate-
rial que se le asocia.
El ritual más común de trata-
miento a los muertos se basaba en
cremación (que no incineración,
u es los huesos no eran totalmen-
e reducidos a cenizas por la acción
el fuego) del cadáver e inhumación
posterior de los restos óseos no des-
rruidos por el fuego. La cremación
m ás o menos completa dependía de Figura 19. Umas y ajuar de la Tumba 155
necrópolis de Baza (siglo IV a. C.) (González
la cantidad de leña empleada y po- Reyero 2012: 118. CSIC). Falcata ibera en
día realizarse directamente sobre el primer plano.
terreno de enterramiento (crema-
ción primaria o in bustum), o bien en un horno o lugar de cremación (us-
rrinum), en el caso de las cremaciones secundarias. El cadáver se quemaba
a una temperatura de entre 600° e y 800° e, según delatan los restos óseos
no destruidos por el fuego. El muerto se depositaba en la pira vestido y con
sus objetos personales. Tras la cremación los restos del difunto eran reco-
gidos para ser depositados y enterrados posteriormente, directamente en

457
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 20. Reconstrucción de incineración ibérica.


Dibujo de Victorino Mayoral (Olmos 1999).

un hoyo (loculi) abierto en el suelo o bien dentro de una urna funeraria, o


en una recipiente cerámico. A su alrededor se colocaba el ajuar: cerámicas,
fíbulas, armas, placas de cinturón, etc. Elloculi podía estar revestido por
cal y cubierto por una laja, acumulación de piedras o estructura tumular
cuadrangular.

Siguiendo a M. Almagro Gorbea y a J. Pereira podemos señalar que los


tipos básicos de enterramientos ibéricos son:

• Tumbas simples de cremación en fosa, bien cubiertas por un adobe


o losa o bien sin cierre significativo. Ambos tipos pueden presentar
urna o no, y ser circulares o cuadrangulares.

• Sepulcros turriformes tumulares, propios del sudeste y la baja Anda-


lucía y desarrollados entre el siglo VI a. C. y la romanización. Los de
Pozo Moro, Alcoy y Osuna son los casos más destacados.

• Sepulcros rematados en pilares estela, de los que se han encontra-


do cerca de dos centenares distribuidos entre Sagunto y la Baja An-
dalucía, con una cronología comprendida entre los siglos VI y IV a. C.
El monumento consiste en una base sobre la cual se levanta un cuer-
po rectangular que es rematado por un capitel que soporta una figu-
ra zoomorfa real (bóvidos, toros y leones) o fantástica (esfinges o si-
renas). I. Izquierdo ha clasificado estos monumentos en dos grandes
grupos: los que tienen más de un componente y los que tienen sólo
un componente.

458
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

• Sepulturas tumulares principescas. Se distribuyen por el sudeste pe-


ninsular entre los siglos· v y IV a. C. Algunos ejemplos se hallan en El
Cigarralejo, Corral de Saus y también Pozo Moro.
• Sepulturas tumulares, consistente en pequeños túmulos de hasta 2m
de lado, que suelen cubrir el ustrinum, que era también usado como
tumba. Perviven desde el siglo v a. C. hasta la romanización y se dis-
tribuyen por el sudeste peninsular. También se encuentran en Pozo
Moro.
• Sepulturas de cámara, concentradas en la Alta Andalucía. Fueron ex-
cavadas en el terreno y cubiertas con un túmulo, tienen planta cua-
drada y subdivisiones internas. En ellas destaca el concepto de puer-
ta al mundo de ultratumba. Pueden ser individuales, como la de Baza
(Granada), o colectivas, como las de Toya (Jaén) o Galera (Granada).
Éstas últimas fueron tumbas colectivas que acogieron a miembros
preeminentes de una misma estructura gentilicia a lo largo de un pe-
ríodo de tiempo prolongado. Las tumbas en cámara colectivas son de
planta compleja y estuvieron decoradas con pinturas hoy desapare-
cidas. En las cámaras de estas tumbas se depositaban objetos varios.
Frecuente fue la utilización de cráteras griegas, cajas y esculturas
como urnas cinerarias, a menudo decoradas con motivos pintados o
grabados. La Dama de Baza formó parte del ajuar de una tumba de
cámara individual, habiendo sido depositados los restos del difunto
en el receptáculo situado en la parte trasera de la escultura entre el
brazo derecho de la figura y el respaldo del trono.
Los túmulos de Tútugui (Galera, Granada) conservan uno de los pocos
estos de pinturas murales de época ibérica que han llegado hasta nuestros
'as. Dos urnas cinerarias de piedra encontradas en este yacimiento tam-
ién han conservados excepcionales y únicas decoraciones pintadas, de
spiración griega.
En Los Villares (Hoya Gonzalo, Albacete) dos tumbas muestran un rito
amado de la cultura griega como es la celebración de un banquete funerario
en honor del fallecido (silicernia) . En ambas sus familiares y amigos bebieron
_·comieron en cerámicas griegas, que luego fueron rotas y enterradas.
Un monumento de heroización funeraria de un rey puede ser el heroon
de Porcuna (Jaén), fechado a principios del siglo va. C.

459
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Figura 21. Fosa funeraria n. 0 362 de Mas Castellar (Pontós, Girona) . Representación ideal
de la vajilla arrojada al interior de la fosa una vez terminado el banquete funerario (izquierda).
A la derecha de la imagen se representa el número mínimo de ejemplares animales e inci-
dencia de las especies consumidas en ese banquete (Principal2012: 157).

Excepcional es el monumento funerario de Pozo Moro (Pozo Cañada,


Albacete) , un edificio monumental de origen orientalizante fechado en el
500 a. C. a través de los materiales griegos de su ajuar. La necrópolis ibéri-
ca de Pozo Moro es una referencia obligada en el estudio de los orígenes y
evolución del mundo funerario ibérico. A partir del estudio de los ajuares
de las tumbas conservadas en el Museo Arqueológico Nacional y de la do-
cumentación de los diarios de excavación, así como las planimetrías reali-
zadas en las campañas de excavación de 1973 y 1978, fueron diferenciadas
por M. Almagro Gorbea cinco fases de utilización de la necrópolis:
• Fase I: Monumento turriforme, origen de la delimitación del espacio
funerario. Conjunto fechado en el 500 a. C. por el ajuar documentado
y los motivos orientalizantes de la iconografía del monumento.

• Fase II: Núcleo inicial de la necrópolis ibérica con tumbas tumulares


de grandes dimensiones fechadas desde inicios del s. va. C. a finales
del mismo siglo.

460
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

se III: Corresponde al momento de apogeo en el uso del espacio fu-


---io con una extensión máxima de unos 500 metros cuadrados y
_-or concentración de tumbas por metro cuadrado.
~IV: Se produce una restricción en el espacio ocupado por los en-
.""""'..,..., ........,·en tos y se reduce drásticamente el número de tumbas.
sc Y: Está representada por una única tumba fechada en el 69 d.C.
rrespondiente por tanto al periodo de aculturación del mundo ro-
o.

Figura 22. Necrópolis de Pozo Moro (Chinchilla, Albacete).


Foto de M. Almagro Gorbea (Olmos 1999).

ozo Moro es de vital importancia para establecer la relación entre el


o orientalizante y los orígenes de la cultura ibérica. Es la primera re-
cia cronológica segura para el inicio de una necrópolis ibérica y para
portante conjunto escultórico. Su importancia radica en haber con-
do la alta cronología de la cultura ibérica.
El conjunto escultórico y arquitectónico de Pozo Moro permitió replan-
los estudios sobre el arte ibérico, ya que posibilitó una interpretación
· 'stica, histórica y funcional. El principal resultado de estos trabajos fue
e\i dencia de una arquitectura funeraria ibérica de carácter monumen-
, además de poder identificar la existencia de numerosos monumentos
· ' ricos que constituyen un ciclo de gran interés y personalidad en la ar-
- 'tectura prerromana del Mediterráneo, y se clasificaron en monumentos

461
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

turriformes y «pilares-estela», éstos rematados por animales. Los leones de


esquina y el resto de los relieves, junto a su cronología, permitieron abor-
dar la clasificación estilística del numeroso conjunto de escultura zoomor-
fa ibérica e, indirectamente, también de la humana. Esta tarea la realizó T.
Chapa (1984), cuyo corpus sigue siendo esencial.
Pozo Moro se situó en un cruce de vías prerromanas: la que penetra-
ba desde Carthago Nova en la Meseta hasta Complutum, y la Vía Augusta
que desde Cádiz remontaba el Guadalquivir y llegaba a la costa del levan-
te peninsular. El monumento turriforme se interpretó como una marca de
dominio y propiedad territorial en un punto estratégico de control de vías
de comunicación. El monumento orientalizante de Pozo Moro dio lugar a
la formación de la necrópolis ibérica, al aparecer el monumento regio bajo
ésta. Fue un monumento de carácter sacro, como evidencian sus relieves y
su orientación, que se interpreta como la tumba o heroon de un monarca
sacro cuyo poder político simbolizaba y que se habría convertido en un an-
tepasado heroico mitificado, por lo que pasó a ser, hasta época romana, e
lugar de enterramiento de quienes se consideraron sus descendientes.
En el aspecto artístico, la técnica orientalizante de la estereotomía y el
sorprendente estilo neohitita de leones y relieves, constituye el mejor expo-
nente de arquitectura ibérica orientalizante, cuando las tradiciones cultu-
rales y artísticas de Tartesos pasaron a la cultura ibérica antes de que ésta
asimilase influjos grecoorientales, que caracterizan la siguiente fase del
arte ibérico. Pozo Moro es explicable como obra de artistas formados en
ámbito fenicio, seguramente de Gádir, aunque siguiendo estímulos origi-
narios de la costa siria.
Pozo Moro ha sido la clave para explicar el sistema monárquico de tipo
sacro de la fase orientalizante del inicio de esta cultura por influjo fenicio,
y para comprender cómo, a partir del siglo va. C., y debido a nuevos estí-
mulos ideológicos, indoeuropeos y griegos, el mundo ibérico se fue trans-
formando en monarquías heroicas, sustituidas progresivamente a lo lar-
go del siglo IV a. C. por un sistema de aristocracias guerreras cada vez más
isónomas que prosiguieron su evolución hasta un parcial renacimiento del
sistema monárquico durante la dominación bárquida, justo antes de desa-
parecer con la romanización.
El monumento de Pozo Moro debe considerarse obra de artesanos for-
mados en el ámbito colonial fenicio, tal vez de Cádiz, como indican su es-

462
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IDÉRICA

omplejo simbolismo orientalizante. Pero su ajuar, fechado hacia


a. C., aunque mantiene la tradición ritual orientalizante del «jarro
ero» para libaciones, está ya constituido por un oinochoe de bron-
= ente griego, y un kylix probablemente del pintor del Pith os y
. - w s de la clase Atenas decorado con escenas dionisíacas. La proce-
-=a:J;o1 griega de todas estas selectas piezas son muestra de las corrientes
y de los gustos helenizantes de la clase dirigente. Este h echo
'••xa el inicio de una actitud filohelena del personaje regio allí enterra-
cionable con la progresiva intensificación de los influjos escultóri-
- ecoorientales documentados desde mediados del siglo VI a. C. en la
el sureste.

GIÓN, CULTO Y SANTUARIOS

investigaciones arqueológicas han permitido identificar santuario


os de diferente tipo. Los hay rurales y urbanos.
os santuarios rurales cuentan con una situación estratégica, ubicados
largo de vías de comunicación o cursos de agua, al borde del mar, en
- limítrofes o en lugares de alto valor natural, como bosques sacros,
, manantiales de aguas minero-medicinales o paisajes agrestes elev-a-
- on amplio control visual. Algunos santuarios rurales pudieron jugar
papel destacado en el aglutinamiento y configuración de etnias, como
el caso de la oretana. En efecto, los santuarios de Sierra Morena - la
-a de la Lobera (Castellar de Santiesteban, Jaén) y el Collado de los
· es (Santa Elena, Jaén)-, se hallan alejados de núcleos urbanos im-
nantes pero pudieron desempeñar el papel de verdaderos «santuarios
-ionales», como punto sacro de encuentro entre los oretanos del norte y
oretanos del sur de Sierra Morena, a fin de reafirmar su cohesión.
Resulta interesante comprobar la amplitud cronológica de Collado de
-Jardines, en donde se detectan varias fases: un santuario rupestre ante-
·or al siglo va. C.; diversas construcciones y recintos del siglo v y N a. C. y
fase de culto iberorromana, siendo a continuación utilizado el santua-
-o hasta el siglo IV d.C.
Los santuarios urbanos fueron menos monumentales, pero cuentan
-on elementos característicos como los altares, baetilos, fosas sagradas
ara enterar antiguos objetos de culto, exvotos o quemaperfumes. Un tipo

463
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

de santuarios urbanos son los de entrada, situados bien intramuros del po-
blado, en el lugar de acceso a éste, o bien extramuros (se detectan ad por-
tam y portuarios). Dentro de los urbanos, además de los santuarios de en-
trada, se han detectado otros domésticos dinástico-gentilicios, enmarcado
dentro de residencias notables; y también otros recintos sacros o templo
de tipo clásico, asociados a las clases sociales dominantes.
Torreparedones (Castro del Río-Baena, Córdoba) fue un santuario ur-
bano situado fuera de la muralla del oppidum junto a una fuente manan-
tial. Estuvo vinculado a ritos de protección y purificación, aunque debió
servir, además, de almacén de exvotos para celebrar ceremonias religiosas
vinculadas a Dea Caelestis , versión romanizada de la diosa púnica Tanit.
Así lo parece demostrar una inscripción aparecida en una cabeza femenina
velada construida en piedra hallada en el edificio.
En el territorio de Albacete, una pequeña eminencia ubicada junto a la
Cañada de Yecla, el Cerro de los Santos, gozó de esa consideración como
santuario de ámbito territorial. Allí hubo un bosque (deforestado en el si-
glo XIX a consecuencia de un incendio)
y a sus pies corría un arroyo de aguas
sulfatado-magnesiadas, de las que se
han señalado sus propiedades terapéu-
ticas. Además, se situaba junto a una
de las vías de comunicación más tran-
sitadas en la Antigüedad en la Penínsu-
la Ibérica, como es la que unía las cos-
tas de Levante con Andalucía señalada
por los Vasos de Vicarello. Desde el si-
glo IV a. C. el Cerro de los Santos debió
ser lugar de peregrinaje al que fieles
devotos, agradecidos por un bien re-
cibido, iban a depositar sus ofrendas.
Desconocemos si allí hubo una edifi-
cación antigua de culto y cuáles serían
sus características. Lo que sí es seguro
es que en el siglo n a. C. se construyó
Figura 23. Gran Dama Oferente del Cerro -o remodeló- un edificio de planta
de los Santos (Montealegre del Castillo,
Albacete). Fotografía F. Witte-DAI. Museo rectangular, elevado, al que se accedía
Arqueológico Nacional (Olmos 1999). a través de tres escalones que daban

464
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

a una puerta flanqueada por dos columnas. En su interior contaba


una nave y un banco corrido adosado a las paredes.
En el Cerro de los Santos fueron encontradas numerosas esculturas
ya en el siglo XIX, contribuyeron a identificar y conferir notoriedad a
tura ibérica.
Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz) es un gran edificio sin-
ar aislado que fue interpretado inicialmente como un palacio pero que
-ido reinterpretado más recientemente como un santuario monumen-
fechado en los siglos V-IV a. C. y situado en la periferia occidental del
·torio ibero. El cuerpo principal del edificio, de planta cuadrada, se
·enta hacia el Este, y está rodeado por un foso de escasa profundidad,
contenía agua de forma permanente; al parecer la idea de sus cens-
ores era que mantuviese una lámina de agua todo el año. Aunque se
noce con exactitud su función, el carácter religioso es innegable debi-
a los altares que contiene; aunque también puede tratarse de un pala-
antuario, a juzgar por su dispositivo defensivo.
En la base del cerro El Pajarillo (Huelma, Jaén) se edificó un santua-
a un héroe que fue representado preparándose para atacar a un enorme
'voro. Este santuario pudo formar parte de una estrategia demográfi-
expansiva legitimadora de la apropiación de un territorio natural y asil-
·estrado, no colonizado por los iberos hasta ese momento. Al, contrario de
os que sucedió en otros santuarios, en los que la población establece con-
tacto con la divinidad mediante estatuillas que representan a la población,
en este caso la comunidad se identifica
con un héroe mítico aristócrata y mili-
tar que se apropia para la comunidad
e un nuevo territorio, siendo la pose-
sión de la tierra una de las claves de la
riqueza económica.
En El Cigarralejo (Mula, Murcia) es
muy llamativa la acumulación de ex-
·otos de piedra que representan équi-
os exclusivamente. Probablemente se
trate de un enclave para la veneración
Figura 24. Reconstrucción de Cancho
a una divinidad - Potnia Hippón, la Roano, según S. Celestino. Dibujo retoca-
Señora de los Caballos»- protectora do por Victorino Mayoral (Olmos 1999).

465
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

tanto de los équidos como de la clase


social que tenía el emblema ecuestre
como símbolo nobiliario y distintivo de
estatus social.
Los exvotos iberos fueron muy di-
versos, mostrando sacerdotes y sacer-
dotisas, guerreros (a pie y a caballo) y
personas oferentes tanto vestidas como
desnudas, representaciones de partes
del cuerpo o figuras de animales.
en oro en plata
La interpretación de los exvotos es
difícil de concretar debido a la falta de
textos alusivos a este aspecto del cul-
to, por lo que es preciso recurrir a la
analogía etnográfica. La tradición pre-
rromana de presentar exvotos a la di-
vinidad ha pervivido a través de dos
mil años de cristianismo, hasta la ac-
tualidad.
en bronce en piedra No parece existir entre los iberos
una clase sacerdotal, al menos social
itodos y todas y políticamente importante. El contac-
to con la divinidad era muy personal,

~ siendo representados en mucha mayor


medida los devotos que las deidades.
Con la divinidad el devoto ibero esta-
bleció un diálogo recurrente a través
de la antigua fórmula do ut des («te
doy para que me des»), que tiene su
reflejo en el registro arqueológico me-
diante la presencia de ofrendas y sa-
en barro cocido crificios rituales.
En los santuarios iberos se rindió
Figura 25. Los objetos entregados como
exvotos a la divinidad fueron de muy
culto a divinidades varias, vinculadas
diversas formas y materiales (Rueda con el mundo natural, con el más allá
2012: 180). y con los antepasados. Dentro de unas

466
LA EDAD DEL H IERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

orrientes comunes en el I milenio antes de Cristo, algunos lugares asocia-


os a bosques, fuentes o manantiales gozaron de un prestigio sagrado.
En cuanto a las divinidades hay que mencionar que la cultura ibérica plas-
mó en su iconografía varias de las deidades griegas o fenicio-púnicas, como
Deméter, Bes, Tanit, Dea Caelestis, Venus o Potnia Hippón, Potnia Therón, la
Señora de los Animales» (Artemisa) o Despotes Therón (El Domador de los
Caballos). Todas ellas fueron asimiladas a las deidades indígenas, siendo con-
sideradas representaciones derivadas de una única gran divinidad indígena
-emenina. El santuario de La Serreta y en el de Coimbra del Barranco Ancho
se han encontrado terracotas con figuras femeninas interpretadas como De-
éter, en sus aspectos de diosa madre de la fertilidad y de la agricultura.
La documentación arqueológica no permite un tratamiento unitario y dis-
- tivo de la religión ibera, pudiendo observarse fuertes diferencias entre áreas
_eográficas, tanto en lo religioso como en las necrópolis. Parece evidente la
· tencia de áreas religiosas iberas diversificadas, a buen seguro en relación
n las diversidades culturales existentes entre los diferentes grupos iberos .

. ARTES: ESCULTURA, ORFEBRERÍA, CERÁMICA, MOSAICOS

El arte ibérico se encuentra en estrecha vinculación con el mundo reli-


- ·oso, ya que se detecta tanto en sus santuarios como en las necrópolis.
En general fue elaborado por artesanos especialistas que trabajaban al
servicio de los grupos gentilicios, aunque también se detectan piezas de
e cargo depositadas como exvotos en los santuarios; piezas que fueron so-
itadas por devotos de diverso rango social, no sólo aristócratas.
Los artistas utilizaron un lenguaje propio, en el cual plasmaron influen-
cie otras culturas mediterráneas - orientalizantes, griegas, púnicas y ro-
as- , tanto en el estilo como en la temática. Los objetos de arte ibérico
n buen exponente del alto nivel de desarrollo alcanzado por esta cultura .

. 1. Escultura

Los iberos produjeron representaciones gráficas de medio bulto y hui-


redondo ricas y variadas, llegando hasta nuestros días las elaboradas en
·ersos soportes: piedra, bronce y terracota. Un problema recurrente para

467
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

el estudio de la escultura ibera es la falta de un contexto estratigráfico fia-


ble que permita establecer el proceso evolutivo a partir de las tipologías es-
cultóricas encontradas.
Las terracotas ibéricas suelen ser exvotos de arcilla ofrecidos a la divi-
nidad. En el Santuario de La Serreta (Alcoy, Alicante) se han encontrado
pequeñas terracotas elaboradas a mano y con molde, de tipos variados.
Una temática extendida mediante este tipo de representaciones femeninas
ha sido la vinculada a la diosa de la agricultura y fertilidad, Deméter.
Los bronces ibéricos alcanzaron no-
table desarrollo y difusión. Resultan
muy significativos y abundantes los ex-
votos oretanos y del Sudeste. Se trata
de pequeñas figurillas de bronce de 4
a 12 cm de altura fabricadas bien me-
diante la técnica de la cera perdida,
bien mediante martilleado (en los casos
de figuras más finas y esquematizadas).
Algunas figuras muestran influencias
mediterráneas. Probablemente fueron
producidas en los mismos santuarios,
con un fin exclusivamente cultual. Han
sido fechadas desde el siglo VI a. C. hasta
la romanización. Los motivos represen-
tados son personas normales iberas de
ambos sexos, jinetes y partes del cuerpo
humano como dentaduras, ojos, piernas
o brazos, probablemente creadas con
una finalidad salutífera. Algunas piezas
masculinas portan armas propias de la
panoplia ibérica y pueden tener carác-
ter itifálico. Las mujeres suelen portar
largas túnicas y tocado o tiara sacerdo-
tal, siendo una buena muestra de la re-
catada sociedad ibérica. Su actitud es
orante y oferente, portando en las pal-
mas de las manos vasos oferentes y ob-
Figura 26. Exvoto ibérico en bronce. jetos circulares (posiblemente panes).

468
LA EDAD DEL HIERRO E N EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

La tradición ibérica prerromana de portar exvotos a santuarios como


· nda a la divinidad en acción de gracias o para pedirle favores es un
o cultural que ha pervivido hasta nuestros días.
Los santuarios iberos que han proporcionado más exvotos de bronce
los oretanos Collado de los Jardines y Cueva de la Lobera, enclavados
~uevas situadas en medio de los bosques de Sierra Morena, que verte-
on y cohesionaron a los oretanos del norte y del sur. El santuario de
- e tra Señora de la Luz (Verdolay, Murcia) también ha proporcionado
·otos de bronce, aunque en una cantidad mucho menor.
La escultura en piedra constituye una de las manifestaciones más sig-
~ ca ti vas de la cultura material ibérica, y también la primera en ser co-
i da. El concepto de heroon fue muy difundido a través de este soporte,
n el fin de glorificar la memoria de un difunto mediante el ensalzamien-
de sus hazañas y símbolos personales. La escultura votiva conforma
o de los conjuntos notables en este tipo de soporte, tanto en el caso de
piezas antropomorfas como las zoomorfas. Es así porque fueron preci-
samente obras escultóricas como las del Cerro de los Santos o la Bicha de
Balazote las primeras piezas de esta cultura que asomaron al panorama
·entífico durante el último tercio del siglo XIX.

Figura 27. Bicha de Balazote (Albacete). Toro androcéfalo de


influencia griega fechado en el siglo VI a. C. que debió formar
parte de un monumento funerario. Museo Arqueológico
Nacional (Olmos 1999).

469
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Dado que toda la escultura ibérica conocida hasta el presente procede


de contextos funerarios o religiosos resulta posible descartar la existencia
de una gran escultura pública de carácter civil.
La escultura ibérica en piedra surge en las postrimerías del siglo VI a. C.
en un espacio geográfico con dos focos centrados en el Alto Guadalquivir
(Jaén y Córdoba) y el Levante, conectados por la Vía Augusta a través de las
tierras de Albacete. Hallazgos en regiones del interior como la oretana es-
finge de Alarcos (Ciudad Real) permite indicar un límite territorial mucho
más occidental para la plástica ibérica que el inicialmente considerado.
El grupo más antiguo está representado por el monumento funerario
de Pozo Moro (Chinchilla, Albacete), fechado por contexto estratigráfico
hacia el 500 a. C. como ya hemos señalado.
Desde el siglo v a. C. la presencia de los colonos griegos se deja sentir en
algunas piezas de la estatuaria ibérica, como es el caso de la Bicha deBa-
lazote o la Esfinge de Haches, ambas procedentes de Albacete. Con ellas se
introduce un nuevo concepto de belleza, más idealizado, que se concreta
en representaciones como la del Caballero de Los Villares.
Desde las fases más antiguas de la
estatuaria ibérica se aprecian influen-
cias varias y el funcionamiento de di-
versos talleres. Diferenciaciones arte-
sanales son también las que explican
la diversidad de calidad que ofrecen las
esculturas del Cerro de los Santos, cu-
yas representaciones pueden reducir-
se a esculturas femeninas, masculinas
y animalistas y exvotos de bronce. Las
figuras femeninas del Cerro de los San-
tos, cuantiosas por su número, se han
dividido en tres grupos atendiendo a su
actitud sedente, orante o estante. Todas
son buenos ejemplos para conocer ves-
timentas y adornos de las mujeres ibe-
ras. La Gran Dama Oferente, que siem-
Figura 28. Monumento funerario turrifor-
me de Pozo Moro (González Rayero 2012: pre destacó por su inusual altura de
108. Museo Arqueológico Nacional). 135 cm, es la que mejor lo explica. Las

470
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

turas masculinas del Cerro de los Santos ofrecen ejemplares antiguos,


r o otros están inmersos en las nuevas corrientes. La presencia de algu-
ejemplares ataviados con la toga o el palium romanos, en una fecha
temprana como es el siglo II a. C., hace pensar en la adopción de mode-
foráneos que llegaron en el ambiente cultural que había propiciado la
erosa factoría de Carthago Nova.

En probable relación con el ámbito funerario se recuperó en los años


enta el conjunto escultórico de Cerrillo Blanco, en Obulco (Porcuna,
én). Según los datos disponibles, en torno al 400 a. C. se enterraron allí
número de estatuas que habían sido intencionalmente destruidas, y
_-os trozos fueron cuidadosamente recogidos y depositados en un gran
yo excavado para esa ocasión, y que fue después cubierto con losas de
nisca. Estas estatuas debieron estar asociadas a unas construcciones ar-
'tectónicas de las que apenas se recogieron unos fragmentos, lo cual
e pensar en la importancia simbólica de la escultura frente a la arqui-
a. Son, en general, figuras más pequeñas que los originales natura-
. Representan guerreros en lucha, personas de ambos sexos con trajes
emoniales y complementos diversos, un individuo que lucha con un gri-
una divinidad envuelta por dos cabras, animales varios (águilas, leones,
ros, un grifo) y también altorrelieves, como las escenas de dos púgiles en
m bate o un cazador con perro y la liebre que han cazado en la mano.
n excepcionalmente realistas y dra-
'ticas las escenas que muestran lu-
de pares de guerreros, que pueden
reflejo de combates sacrificiales ri-
es en honor de difuntos ilustres. La
-o tia iberica mencionada en los tex-
latinos fue una costumbre consis-
ente en el juramento de los súbditos
e fidelidad sin límites a un jefe, que
do llegar hasta el sacrificio mismo
forma ritual cuando éste fallecía. En
ación a esta idea puede recordarse
e las fuentes mencionan a parejas de
erreros luchando sobre el túmulo de Figura 29. Relato escultórico de la lucha
·ato muerto, en ofrenda por su entre un héroe y un gran lobo, proceden-
te del conjunto escultórico de El Pajarillo
erte. Actualmente se interpretan (González Rayero 2012: 113-CSIC).

471
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

este tipo de destrucciones de esculturas no por factores exógenos (ataques


cartagineses o de pueblos peninsulares de la periferia), sino por una crisis
social interna de la sociedad ibérica, que en aquellos momentos sufría
cambios en las formas de poder imperantes hasta entonces.
El fin de la escultura ibérica en piedra está influenciado por Roma. El
contestano Tolmo de Minateda lo ejemplifica en algunas de las esculturas
allí halladas, que ornamentaron la ciudad en un tiempo en que ya era ro-
mana, pero cuyas técnicas de ejecución son típicamente ibéricas.

7 .2. Orfebrería

Los orfebres iberos crearon piezas suntuarias en oro, plata, cobre, esta-
ño, plomo, hierro. Los objetos de hierro comenzaron a ser frecuentes a lo
largo del siglo VI a . C., en una fecha ciertamente tardía que se ha explica-
do porque los primeros hierros eran excesivamente dulces y no competían
con los bronces, y fue precisa la presencia del hierro carburado para obte-
ner una mayor dureza en los instrumentos, relegando el bronce a objetos y
piezas ornamentales.
La orfebrería ibérica ofrece una gran variedad de motivos decorativos
y una muestra espléndida del trabajo de los artesanos. Sus precedentes
están en el mundo orientalizante, en los tesoros de la Aliseda y del Ca-
rambolo.
La estatuaria ibérica ha mostrado
la riqueza e importancia del adorno
personal, especialmente de las muje-
res . Las Damas de Elche, del Cerro de
los Santos, o de Baza, son ejemplos de
ese gusto, a veces sobrecargado, por la
orfebrería.
La técnica de fabricación más usa-
da fue el batido, sobre todo para tra-
bajos en oro, consistente en el marti-
lleado y calentamiento sucesivo de las
Figura 30. Detalle del granulado fino
del cinturón de oro del Tesoro de Jávea pepitas de oro hasta obtener de ellas fi-
(Alicante) (Perea 2012: 95). nas láminas. A esta primera técnica se

472
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

sumó luego el fundido y el forjado. Entre las técnicas decorativas, las más
simples utilizadas fueron el repujado y el grabado. Más complejas fueron
la filigrana, que consiste en la aplicación de hilos metálicos; el granulado,
en el que se soldaban diminutos gránulos y el nielado mediante el cual se
r ellenaba con metales nobles un espacio previamente trabajado.
Entre los objetos más frecuentes destacan los anillos, diademas, arra-
cadas y brazaletes, a los que se añaden los torques. Los anillos más comu-
nes son de bronce, generalmente un aro liso, o con un pequeño chatón; si-
guen los de plata, y entre los de oro hay preciosos ejemplares con
chatones giratorios. Los pendientes pueden ser simples, un aro, amorcilla-
dos, formados por una lámina batida a veces decorada, o arracadas deba-
rroca decoración con filigranas, granulados, motivos fitomorfos o zoomor-
tal y como se deja ver en las damas ibéricas del Cerro de los Santos.
collares son flexibles, formados por cadenas y trenzados, o rígidos
torques), los primeros decorados a veces con colgantes labrados o de pie-
dras. Entre los brazaletes destacan los rematados en cabezas de serpien-
es, como el ejemplar hallado en Almadenejos (Ciudad Real). Entre las fí-
ulas predominan las anulares hispánicas y las del Tipo La Tene I.
También se encuentran braseros, jarros y otros objetos suntuarios caseros
y de adomo personal.

Una de las mejores muestras de orfebrería ibérica se han encontrado


en Albacete, en la necrópolis de Los Villares con pequeñas piezas con de-
oraciones de granulado (con representaciones de palmetas y esfinge) y
filigranas trenzadas. Entre las piezas de vajilla fabricadas en metales pre-
ciosos destaca la vajilla argéntea de
Abengibre (Albacete), formada por nu-
m erosos cuencos de plata con inscrip-
ciones ibéricas.

7.3. Cerámica

La cerámica ibérica surgió como un


derivación regional de la cerámica feni- Figura 31. Fíbula de plata. Jinete a caba-
cia. A partir del siglo VII a. C. las colonias llo persigue a un jabalí. Procede de Chi-
clana de Segura (Jaén). Museo Arqueoló-
fenicias de la costa andaluza produjeron gico Nacional. Fotografía: Ministerio de
ánforas, tinajas y otras cerámicas que Cultura (Olmos 1999).

473
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

en principio fueron toscas, pero que pronto alcanzaron un alto nivel debido
a los avances tecnológicos del tomo alfarero y el horno de cámara.
Así, las cerámicas de pasta clara o beige, elaboradas a torno y decora-
das con pinturas rojizas constituyen uno de los elementos más característi-
cos de la cultura ibérica.
De influencia oriental es la urna de orejetas, forma cerámica muy po-
pular y de gran difusión durante el periodo Ibérico Antiguo. Aparece a fi-
nales del siglo VI a. C. y desaparece a comienzos del siglo IV a. C., siendo
por tanto un fósil guía de este período. Esta clase cerámica es importante,
además, porque su aparición marca el final del periodo orientalizante. Su
distribución regional abarca desde la cuenca del río Segura al Hérault, se-
ñalando para esta zona y periodo la comunidad cultural ibérica. Su cierre
hermético con tapadera unida al vaso mediante orejetas perforadas hizo de
esta clase cerámica un recipiente idóneo para su uso como urna cineraria.
Desde el siglo IV a. C. los diversos ámbitos regionales de la cultura ibé-
rica elaboraron diferentes formas y decoraciones. En el noreste peninsular
la cerámica pintada cayó en desuso y fue sustituida por la cerámica gris,
mientras que en el sureste las cerámicas pintadas evolucionaron para al-
canzar un alto grado de creatividad y sofisticación.
En las cerámicas ibéricas pintadas de cocción oxidante se aprecian cla-
ramente variedades estilísticas regionales, vinculadas a las diferentes áreas
geográficas y centros de producción.
Uno de éstos es el Estilo Elche-Archena, procedente de la Contestania
y caracterizado tanto por sus decoraciones pintadas como por lo limitado
de la variedad de sus tipos cerámicos. Una de sus formas más repetidas es
el kalathos o sombrero de copa. Las decoraciones pintadas sobre los reci-
pientes de este estilo destacan por su estilo narrativo, que asocia motivos
geométricos a figuras vegetales, animales y humanas. Son notables los ani-
males mitológicos, posiblemente ligados al mundo de ultratumba. Destacan
las águilas contrapuestas con sus alas abiertas, los feroces carniceros (lobo-
león) con fauces abiertas o las representaciones de divinidades, como la dio-
sa Tanit. Las representaciones de hiedras y flores de loto son también recu-
rrentes. Este estilo se conoce también como Estilo Simbólico debido a la alta
carga de significado de su iconografía, que fue usada para transmitir mensa-
jes a quienes conocían las claves de este rico lenguaje expresivo. Se trata de

474
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

a puerta abierta para el estudio del


pensamiento mítico y religioso ibero. Es
un estilo simbólico asociado en ocasio-
nes a contextos funerarios y claramente
diferenciado de otras decoraciones me-
ramente ornamentales o simplemente
narrativas.

Este estilo se difundió por el levan-


e y Murcia partir del siglo u a.C, fi-
alizando su producción al final del
iglo I d.C.. Por ello se considera una
expresión artística del período ibero-
romano, aunque es auténticamente ibé-
rico en cuanto a expresión y contenido.
Algunas de sus piezas han sido halla- Figura 32. Figura femenina alada
pintada sobre tinaja procedente de
das en el interior peninsular, norte de La Alcudia (Elche, Alicante) . Foto de
Africa e Italia, fruto de exportaciones. R. Olmos (Olmos 1999).
Los principales hallazgos se han pro-
ucido en los yacimientos de La Alcudia (Elche, Alicante) y Cabecico del
Tío Pío (Verdolay, Murcia).

Las cerámicas de Estilo Llíria-Oliva son fósiles directores edetanos que


tuvieron como centro principal el asentamiento de Edeta (Llíria, Alican-
e), extendiéndose por el norte de Alicante, por Valencia y hasta Castellón.
Aparece desde mediados del siglo m a.C, durante el período Ibérico Pleno,
y desaparece a partir del siglo I a. C. Se trata de otro estilo narrativo que
m uestra personas cazando, en combate o escenas espirituales, además de
m otivos geométricos y vegetales, en ocasiones acompañados de leyendas
epigráficas en alfabeto levantino. A diferencia del estilo anterior, las esce-
n as figuradas se presentan en frisos corridos con grafías iberas que pue-
den ser explicativas de la acción presentada, o bien indicativa de la pro-
piedad o taller de elaboración. Este estilo combina el dibujo en silueta y
en contorno, utilizando ambos combinados en ocasiones. Las escenas de
caza y recolección son frecuentes, así como los bailes, procesiones y lu-
chas, reales o simbólicas.

El Estilo Azaila-Alloza toma su nombre de dos importantes yacimientos


aragoneses: Cabezo de Alcalá (Azaila, Teruel) y El Castelillo (Alloza, Teruel).

475
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Este estilo se difunde durante el período


ibero-romano, siendo considerado coetá-
neo al de Elche-Archena. Se caracteriza
por las urnas con tapadera y los pebete-
ros, todos ellos decorados con motivo
pintados geométricos, vegetales esque-
máticos, de animales (predominan las
aves) muy esquematizados y, ocasional-
mente, de caballeros formando escenas.
A diferencia del estilo Elche-Archena, el
de Azaila-Alloza es un estilo más bien
narrativo sin contenido ideológico ni
simbólico. Las piezas suelen ser de gran
tamaño y estar decoradas mediante fri-
sos pintados con pinturas naturalistas
pardas sobre fondo blanco. La técnica
pictórica usada es la de la silueta sobre
un engobe o fondo blanco.

Un estilo diferente es el de las ce-


rámicas Tipo Valdepeñas, caracterís-
Figura 33. Pinturas sobre sombreros de ticas de la etnia oretana y que com-
copa - kalathos- procedentes de Alcorisa
(Teruel). Museo Arqueológico de Teruel binan las decoraciones estampilladas
(Olmos 1999; Principal 2012: 144 y 148). con la pintada de bandas y círculos
Destaca el realismo de las escenas; por concéntricos en tonos rojos. Aunque
ejemplo, un varón arando con una yunta
entre las estampillas predominan los
de bueyes, o los varones saludando con un
brazo levantado, o un joven cazador con motivos geométricos, en algunas apa-
perro que muestra la liebre capturada. recen figuraciones zoomorfas o hu-
manas. La aparición en el Cerro de las
Cabezas de dos alfares, de sellos con matrices geométricas y de múltiples
tipos de cerámicas estampilladas - principalmente sobre cerámicas de
cocción oxidante y decoración pintada, pero también sobre piezas de pas-
tas grises- , permite con fundamento plantear la posibilidad de que este
oppidum fuera centro productor y distribuidor de esta clase de cerámi-
cas estampilladas a partir de mediados del siglo IV a. C., con un fuerte de-
sarrollo durante el siglo m a. C. (Ibérico Pleno). En otros oppida oretanos
como Sisapo, Alarcos, Calatrava la Vieja, Laminium y Mentesa Oretana
también se han detectado este tipo de piezas cerámicas con decoración

476
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

Figura 34. Galbos pintados y estampillados procedentes del ore-


tano Cerro de las Cabezas (Valdepeñas, Ciudad Real) (González
Reyero, 2012: 119). De arriba a abajo y de izquierda a derecha
las estampillas representan a un lobo bajo dos astros, una
máscara de toro, un cérvido y dos guerreros enfrentados.

pintada y estampillada, cuya presencia es menor en los oppida de la Ore-


tania meridional.
Desde el último cuarto del siglo m a. C. y durante todo el siglo n a. C.,
al final del período Ibérico Pleno y durante el Ibérico Tardío, las cerámi-
cas pintadas del este peninsular denotan la existencia de alfareros muy
especializados. Éstos reflejan sobre sus productos los valores, símbolos y
lenguaje propios de la aristocracia ibérica, escribiendo a veces sobre sus
cerámicas. Los temas representados son epigráficos, vegetales, florales,
animales y humanos, aunque predominan las formas con decoraciones es-
nictamente geométricas. El destino de estos recipientes son las clases más
privilegiadas que dominan los oppida.
Además de cerámica pintada y estampillada los iberos elaboraron tam-
bién otros tipos de recipientes en barro. Sus cerámicas de cocina, destina-
das al ámbito doméstico, presentan una gran variedad de tamaños pero

477
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

pocos tipos diferentes. En sus pastas, que son de cocción reductora, se in-
corporan desgrasantes que proporcionan propiedades refractarias a las ce-
rámicas, y así evitar su fracturación al ser puestas al fuego.
Otra clase de cerámicas ibéricas son las de barniz rojo, con o sin decora-
ción impresa, que imitan las formas y el engobe propio de las cerámicas feni-
cias. No fueron decoradas por inmersión en el engobe, sino a base de pincel.
Las cerámicas de barniz negro, por contra, intentan imitar la cerámi-
ca campaniense helenística o gris ampuritana, careciendo de decoración
pintada.

7 .4. Mosaicos

En la necrópolis del Cerro Gil, vinculada al oppidum olcade localiza-


do en lniesta (Cuenca), ha sido encontrado el único mosaico del arte ibe-
ro y uno de los más antiguos del mediterráneo, fechado entre los siglos Y
y IV a. C. Este pavimento musivario de cantos es excepcional no sólo por
su singularidad y antigüedad, sino también por ser una manifestación de
las influencias griega y fenicias fusionadas en el arte ibero. Entre las fi-
guras representadas se hallan el lobo - animal sagrado ibero-, el pega-
so -animal mitológico griego- y Astarté -diosa fenicia-, centrada en
medio de la composición. La cultura ibera está representada por el lobo,
animal sagrado; la griega por Pegaso y la fenicia por la representación de
la diosa Astarté, alada en el medio de la composición. El mosaico estaba
colocado como pavimento ornamental alrededor de un túmulo de gran
tamaño, al exterior de éste. El túmulo albergó restos de cuatro personas,
posiblemente familiares.

Figura 35. Mosaico del Túmulo 1.026 de la necrópolis de


Cerro Gil (Iniesta, Cuenca), expuesto en el Museo de lniesta
(Foto: González Reyero, 2012: 110).

478
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

LENGUA Y ESCRITURA

Aunque la escritura ibérica puede transcribirse, su traducción es una


a en la que aún es preciso avanzar. Una de sus dificultades es que sus
os no tienen el mismo significado en las diferentes regiones ibéricas.
El ibérico es un alfabeto semisilábico que se escribe de derecha a iz-
.erda normalmente. La Contestania desarrolló además otra escritura de
alfabético, aunque se usó durante un corto período de tiempo.

Figura 36. Plomo de La Serreta (Alcoi, Alicante), según Bel-


trán 2012: 161. La transcripción de estos dos textos, grabados
consecutivamente hacia el siglo IV a. C. en una variante del
alfabeto griego sobre una laminita de plomo recuperada
en 1920 de La Serreta, ofrece las aproximaciones fonéticas
más fidedignas a la antigua lengua ibérica, un idioma casi
ininteligible para nosotros. Probablemente se trata de dos
documentos de carácter económico.

El signario contestano es de origen griego, mientras los demás parecen


proceder del alfabeto fenicio, bien de forma directa o bien a través del sig-
nario tartésico.
Inscripciones ibéricas han llegado hasta nuestros días en estelas, plo-
mos, monedas y cerámicas.

479
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Estrabón se refirió a los turdetanos señalando que eran los más cultos
entre los iberos porque, además de tener escritura propia, contaban con
poemas, leyes en verso y crónicas históricas para la conservación de su
acervo cultural.
De Hoz ha planteado la posibilidad de que la lengua que hablaron los ibe-
ros de Kastilo y los de !polca - ambas ciudades situadas en la actual provin-
cia de Jaén- fuera distinta, tras estudiar las inscripciones conservadas en la
segunda de estas ciudades, que cuentan con elementos grafemáticos que han
de ser puestos en relación con el mundo turdetano de la Baja Andalucía.
En definitiva, en diferentes territorios iberos pudieron coexistir diferen-
tes dialectos.
En todo caso, el empleo de la escritura ha de relacionarse con la noble-
za y la aristocracia gentilicia, debido a que los documentos epigráficos son
mayoritariamente de dos clases: marcas de propiedad sobre piezas de va-
jilla de mesa - esencialmente importada- y plomos escritos vinculados a
actividades comerciales.
La utilización de la escritura ibera en sus diferentes modalidades se ha
documentado hasta época de Augusto, cuando empezó a ser reemplazada
por el alfabeto latino. La escritura ibérica fue empleada durante unos se-
tecientos años, y constituye otros signo distintivo de la cultura ibérica, en
abierto contraste con la situación imperante en el resto del Mediterráneo
occidental, en donde se utilizaron los alfabetos coloniales con muy pocas
variaciones para anotar las lenguas vernáculas.

9. ECONOMÍA, COMERCIO Y MONEDA

La cultura ibérica basó su economía de forma generalizada en la agri-


cultura y en la ganadería, jugando también la minería un papel muy im-
portante en las zonas aptas para ello. Las actividades artesanales espe-
cializadas -especialmente la alfarería y la metalurgia- se desarrollaron
notablemente, debido en buena parte a una creciente demanda de objetos
artísticos y suntuarios. Los talleres de los especialistas se encuentran a me-
nudo en su misma vivienda, o anejos a la misma.
En lo relativo a la agricultura los productos básicos fueron los cereales
de secano (trigo y cebada). Los avances tecnológicos derivados de la me-

480
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

urgia del hierro, del arado y del regadío permitieron un florecimiento


_ 'cola sin precedentes. El cultivo de especies leñosas de secano, como la
y el olivo, conoció una expansión en este momento.
La ganadería tuvo asimismo gran importancia, siendo fuente de rique-
y estatus. Especialmente significativo en este aspecto fue el caso del ca-
o, animal de prestigio vinculado a la aristocracia y a las elites ecues-
. Los ovicápridos se utilizaron para consumo cárnico y como fuente de
teria textil. Los cánidos y los cerdos aparecen con cierta frecuencia en
registro arqueológico. Las pieles de bueyes aparecen en grandes cantida-
en las listas de regalos y tributos.
La pesca y la caza tuvieron un papel secundario y complementario
la cultura ibérica, al igual que la recolección de productos varios. Por
m plo, aún hoy existen en la Península grandes extensiones de dehesa,
e las que la bellota es una fuente de alimentación esencial para el ganado,
especialmente el porcino. Aunque hoy resulte raro pensar en este producto

Figura 37. Productos de la dieta ibera y escena agrícola, según Principal2012:160.

481
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

como parte de la alimentación cotidiana de los humanos, expertos como


J. Pereira han enseñado que ese estigma es una herencia de penurias pasa-
das, que choca con la abrumadora evidencia del consumo de bellotas a lo
largo de la Prehistoria y Protohistoria peninsular. Dichas evidencias no sólo
se encuentran en los abundantes restos orgánicos detectados en excavacio-
nes arqueológicas, sino también en manifestaciones artísticas en las que se
la representa con profusión. No obstante, la bellota no es tan apta para la
digestión humana como los cereales más panificables. Además contiene en
su composición algunas toxinas, como los taninos, que es preciso eliminar
antes de ser ingeridas. Una vez recolectada y eliminados los taninos la for-
ma de consumo más común sería en forma de harina, bien para la elabora-
ción de gachas o para preparar masas en forma de tortas o panes.
Los almacenes domésticos llegaron a ser muy sofisticados. En ocasio-
nes fueron construidos sobreelevados sobre una serie de muros en parale-
lo y a una corta distancia entre sí, sosteniendo un entarimado de madera;
son los harrea. Esta disposición favorecía la circulación de aire bajo ellos,
con el fin de mantener ventilado el interior. Al ser de gran tamaño parecen
haber acogido unos excedentes importantes. Han sido interpretados por
F. Gracia y G. Munilla como estructuras correspondientes al conjunto del
grupo social, o por V. Mayoral como pertenecientes a una estructura gen-
tilicia, o por A. Ruiz y M. Molinos a una organización de clase. Se han de-
tectado construcciones de este tipo tanto en el interior peninsular (Alarcos
o Cerro de las Cabezas) como en Tarragona (Moleta del Remei) o Alicante
(Illeta dels Banyets). En caso de ser preciso el almacenaje durante un tiem-
po más prolongado se utilizó el silo.
Durante la Edad del Hierro las explotaciones mineras fueron desarro-
lladas, aplicándose nuevas tecnologías para beneficiar nuevos metales. Es-
pecialmente significativa fue la producción de plata en los centros mineros
de Huelva, Cartagena, Sierra Morena y el Alto Llobregat. Es en esta época
cuando previsiblemente comenzó la explotación del mercurio, organizada
desde el oppidum Sisapo.
La recuperación arqueológica del pecio del Sec - una pequeña nave
hundida en la costa de Calviá (Mallorca)- permitió documentar alrede-
dor de 500 ánforas procedentes de Samos, Sicilia, Corinto, Cnidos, Rodas
y Thasos. El barco hundido portaba también vasos áticos de figuras rojas y
barniz negro, similares a los encontrados en la Alta Andalucía y el sureste

482
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

, de ello se infiere que esos vasos podían haberse dirigido a esas


--':.- Las transacciones y entregas se llevaron a cabo en lugares seguros.
e o adquirieron relevancia los santuarios y templos costeros, que se
protegidos por la divinidad. A ellos se adosaban almacenes
-que se depositaban mercancías. Las construcciones excavadas en La
de Campello son un buen ejemplo de este tipo de organización.

Figura 38. Reconstrucción ideal de intercambio comercial


en el Mediterráneo clásico. Dibujo de F. Riart.

Mercaderes y buhoneros iberos debieron ocuparse del comercio inte-


.or, que favoreció el enriquecimiento y el prestigio de algunos poblados y
_ aristocracia. Para ello el control de las rutas comerciales fue fundamen-
' desarrollándose los oppida que estaban junto a éstas. Este comercio in-
erior utilizó los animales de carga y los carros, que se prodigaron a la par
u e el uso de la rueda. En el Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete) o el
Castellar de Meca (Ayora, Valencia) las
ruedas iberas dejaron sus huellas sobre
a roca. Exvotos y pinturas de carros
atestiguan la proliferación de su uso,
así como su importancia económica.
Las actividades textiles tuvieron un
carácter familiar. Los telares utilizados
fueron verticales o pequeños telares Figura 39. Fusayolas (izquierda) y pon-
dera (derecha). Las fusayolas iban enca-
horizontales, tiñéndose algunas piezas jadas en el huso (de hueso o madera) y
antes de su uso. lo hacían girar (Mayoral2012: 51-52).

483
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Además de la lana fueron usadas como materias primas el lino y el es-


parto. Los romanos que conquistaron Toletum en el 193 a. C. denominaron
«Campo Espartario» a amplias zonas de las provincias de Albacete y Ciu-
dad Real en las que el esparto crecía de forma natural. Ésta fue una mate-
ria prima muy demandada para la fabricación de cestas, gorros, calzado,
redes y aparejos de barcos; Plinio relata cómo los pastores iberos elabora-
ban sus vestimentas con esparto.
En la costa ibérica meridional que conoció la influencia oriental de los
fenicios fue muy relevante la industria de los salazones y de fabricación del
garum. Era una salsa elaborada con vísceras fermentadas de pescado, con-
siderada afrodisíaco; se utilizó como
hoy se usa la salsa de soja: como com-
.... ' 1 plemento culinario para dar sabor sala-
do a los alimentos.
En las viviendas se molía harina en
molinos rotatorios de dos piezas - so-
lera y volandera- y se cocía pan en
hornos de adobe caseros.
En las áreas ibéricas más orientales
y vinculadas al Mediterráneo el vino fue
distribuido por comerciantes griegos, fe-
nicios y etruscos. Su precio y demanda
fueron elevados, siendo usados en ritua-
les funerarios y de cohesión social. Al-
gunos poblados se especializaron en su
producción, almacenamiento y distribu-
ción. Recordemos que ese fue el caso de
La Quéjola o Alt de Benimaquia.
Figura 40. Reconstrucción hipotética
La producción de cerveza se ha ve-
del proceso ibero de elaboración de pan,
desde la molienda del grano con m olino rificado en algunos poblados, como la
rotatorio de mano para la obtención de Ciutadella de Calafell.
harina hasta la cocción del pan en hor-
nos de adobe, a partir de las evidencias La sal fue fundamental no sólo para
encontradas en la Estancia 154 de la ciu- las factorías de salazón, sino también
dad ibérica de Molí d'Espigol (Lleida).
Dibujo de F. Riart. Museu d'Arqueología
para el ganado y conservar la carne.
de Catalunya. Además de las salinas costeras Plinio

484
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

arras en el interior, como las de Egelasta (Iniesta, Cuenca), que propor-


ba una sal con fama de medicinal.
La economía ibérica fue mayoritariamente premonetal, intercambián-
- los productos en actos de trueque. La aparición de la moneda se pro-
-e con la llegada del mundo púnico y griego, pero será con la roma-
ción cuando la moneda empiece a ser utilizada como patrón real de
ercambio.
Los griegos acuñaron moneda en Ampurias desde el siglo v a. C. y en
w de a mediados del siglo IV a. C. Los cartagineses acuñaron moneda en
Gades (Cádiz), Ebusus (Ibiza) y Malaka (Málaga) en bronce y plata.
Las primeras acuñaciones indígenas se producen a finales del siglo m a. C.,
pulsadas durante la Segunda Guerra Púnica (218-201 a. C.). Este acon-
ecimiento bélico provocó la necesidad de disponer de elevadas cantida-
es de moneda para pagar las soldadas de los guerreros. Probablemente
primeras cecas indígenas fueron Arse (Sagunto), Saitabi (Játiva), Kesse
Tarragona) y Kástilo (Cástula), estableciendo emisiones con tipos propios,
tanto metrológicos como iconográficos.
A partir del siglo 1 a. C. coexisten leyendas iberas y romanas en la mis-
m a moneda - monedas bilingües- , de gran trascendencia para descifrar
la escritura ibérica.

1O. ORGANIZACIÓN SOCIAL

Las investigaciones arqueológicas han permitido detectar que la cultu-


ra ibérica estuvo jerárquicamente estructurada.
Entre mediados del siglo v y principios del siglo IV a. C. se produjo un
cambio muy importante en la estructura social ibérica. Las monarquías
heroicas - identificables dentro de la clase de «jefaturas complejas», den-
tro de los sistemas de organización tribal referidos a los sistemas de poder
unipersonal derivados de la herencia del poder de un linaje o gens- fue-
ron sustituidos por un nuevo sistema de gobierno dominado por las élites
aristocráticas de carácter militar; una suerte de nobleza guerrera, alguno
de cuyos representantes ocasionalmente asumió funciones monárquicas o
de dictador, pero con un significado muy alejado del existente con anterio-
ridad, más articulado en torno a la gens.

485
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

La gens había sido desde el siglo v a. C. un factor de relación ideológi-


ca vinculado al culto de carácter familiar a los antepasados y a las divini-
dades protectoras. Sin embargo fue sustituida como elemento vertebrador
del poder por las élites dirigentes vinculadas a las jefaturas militares, que
rigieron uno o varios oppida.
En la cima de la estructura aristocrática estuvieron los régulos o re-
ges, según el término usado por los autores latinos. Estos reges tuvieron
en principio, entre los siglos VI y va. C., una consideración heroica y casi
sacra, como parece desprenderse de monumentos funerarios como Pozo
Moro o Porcuna. Más adelante, en época del Ibérico Pleno, estos reyezue-
los debieron ser más bien un primus in ter pares de la aristocracia.
El historiador griego Polibio es la fuente de información más precisa
con la que contamos sobre esta materia por su formación, conocimiento
del terreno, y cercanía entre los hechos narrados y el momento de redac-
ción de su obra. Él realiza una clara separación entre las figuras del basi-
leus, di nas tés, tyranos y strategós. El basileus ibérico debió ser el monarca
con poder político perfectamente asentado; por ejemplo el rey Orisios, que
en el 228 a. C. dominó 12 oppida; o Indíbil, a quien se atribuye condición
real sobre los ilergetes. El dinastés - calificativo aplicado a Edecón por
Polibio y a Indíbil por Apiano y Dion Casio- supone una posición social
de menor rango que el basileus, pues es símplemente un noble que asu-
me los poderes reales sin que éstos le pertenezcan en derecho. El dinas-
tés debió ser un noble con poderes militares para el control de un territo-
rio, pero supeditados, al menos teóricamente, al basileus. Polibio aplicó el
concepto de tyranos también a Indíbil. Ello supone una contradicción con
la aplicación a la misma persona de la condición de basileus, pues el tyra-
nos no tiene derecho legítimo a ejercer un poder que ha obtenido por la
fuerza militar. El strategós fue un jefe militar capacitado para unir bajo su
mando tropas diversas.
Éste pudo ser el caso de lstolacio, jefe militar de una coalición de ibe-
ros, tartesios y celtas que luchó contra Amílcar Barca y al que, una vez de-
rrotado y crucificado por Amílcar Barca - cruel con los jefes pero benig-
no con los guerreros capturados- , sustituyó su hermano Indortes en ese
papel de dirección de las tropas en el combate. Indortes también fue de-
rrotado, al parecer antes de entrar en batalla. Tras su captura se le dispen-
só el duro castigo dado a los desertores: fue torturado, se le arrancaron

486
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

os ojos y fue crucificado por el general cartaginés. Para algunos, Istolacio


fue un general mercenario céltico o germano, mientras que para otros fue
un aristócrata oretano de origen germano. Él y su hermano son buen refle-
jo de la resistencia de las poblaciones de la Meseta meridional a la ocupa-
ión cartaginesa. Tras las derrotas de Istolacio e Indortes la rebelión ibérica
~ontra los cartagineses pasó a ser acaudillada por Orissón, rey de los orissos
oretanos). Orissón acudió en socorro de la ciudad de Heliké (Ilunum -El Tol-
mo de Minateda, en Hellín-Albacete según Gozalbes Cravioto), sitiada por
Amílcar Barca, logrando romper el cerco e infligiendo la primera derrota
en Hispania al general cartaginés, que murió huyendo en el río Segura en
el 228 a. C. Si el rey oretano combatió a los Barca, aproximadamente siete
años después - en torno al 221 a. C.- Imilce, hija del rey de Cástula, con-
rrajo matrimonio con Aníbal y marchó a Cartago, según relata Silio Itálico.
Las fuentes literarias clásicas latinas señalan excepcionalmente a Cul-
has como un rex (figura equiparable al basileus ). A ningún otro reconocen
esta condición real. De este turdetano dice Tito Livio que en el año 206 a.C
gobernaba 28 ciudades, mientras que en el 197 a. C. ya sólo dominaba 17.
Esta movilidad de su dominio y de las coaliciones y tratados - fides - da
cuenta de la autonomía de los oppida, bastante autónomos y regidos real-
mente por sus respectivos caudillos.
El concepto más empleado por las fuentes latinas para definir un es-
tatus menor que el de la realeza fue el de regulus, equiparable probable-
m ente a un dinastés . Esta condición se atribuye al turdetano Attenes, pero
también a Culchas, Bilistages, Luxinio, Indíbil y Mandonio. Cerdubeles lo
fue de Cástula, mientras que de Luxinio sabemos gobernó Carmo (Carmo-
na) y Bardo. El concepto latino de princeps hacia referencia a un noble con
poder político que controlaba un territorio y su tribu, como fue el caso de
Amusico, princeps de los ausetanos, o de los Hispaniae principibus Indíbil
y Mandonio en el 209 a. C.
La élite de las comunidades iberas estuvo integrada por comercian-
tes, sacerdotes y guerreros, mientras que la base social estuvo formada por
agricultores, ganaderos, mineros y artesanos, destacando por su número
los especialistas como los herreros y alfareros.
Un aspecto poco documentado es la existencia de la esclavitud en la
cultura ibérica, aunque debió existir porque hay constancia del tráfico de
esclavos - captura de personas para su posterior venta en mercados de la

487
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

costa o del interior-. Asdrúbal murió a manos de un esclavo; y los habi-


tantes de Arse-Sagunto fueron vendidos como esclavos a los turdetanos
tras el asalto de Aníbal a la ciudad en el 218 a. C. Se llegaba a la condición
de esclavo en general al ser capturado por pertenecer al bando perdedor
tras acontecimientos bélicos.
Como consecuencia de los trabajos realizados en 2012 se han presen-
tado en el Museo de Arqueología de Cataluña-Ullastret cráneos íntegros
atravesados por clavos de grandes dimensiones que ponen de manifiesto la
práctica de decapitaciones simbólicas de los enemigos muertos en el cam-
po de batalla durante en el siglo m a. C., para ser a continuación exhibidas
sus cabezas como trofeos en lugares públicos de la ciudad.
La escultura y las fuentes literarias revelan que la mujer ibérica pudo
ejercer como sacerdotisa o participar en las estrategias de la alta política.
Viriato, Aníbal y Asdrúbal contrajeron matrimonio con mujeres iberas de
alta posición social.
Las fuentes literarias clásicas denotan que el sistema matrimonial ibé-
rico era monógamo. La figura de la mujer como elemento vehicular de la
estructura doméstica y transmisora de la herencia mediante la procreación
debe ser considerada decisiva en el seno de la comunidad ibera. El núme-
ro de mujeres enterradas es similar al de hombres en necrópolis como Los
Villares o El Cigarralejo, aunque es considerablemente inferior en Pozo
Moro -hasta un 20% menos-. No se tiene conocimiento de que las muje-
res iberas tomasen parte activa en los combates, pero sí hay constancia de
tumbas femeninas en las que los ajuares incluyen armas; por ejemplo, en
la necrópolis de El Cigarralejo. Ello parece indicar que, a igual estatus so-
cial, no hay diferencia entre hombres y mujeres a la hora de componer sus
ajuares funerarios. Han de ser superados, por tanto, los planteamientos
clásicos que asociaban ciertos «elementos femeninos» (ungüentarios, fu-
sayolas, fíbulas, etc.) a las tumbas de mujeres, mientras que otros objetos,
como las armas, serían característicos de las de hombres.

11. GUERRA Y ARMAMENTO

A través de representaciones artísticas y objetos arqueológicos se cono-


ce bien la panoplia militar ibera, que no cuenta con unas características
uniformes -tipológicas ni territoriales- a lo largo del desarrollo de toda

488
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

cultura ibérica. Más bien se aprecia una evolución interna de las tradi-
·ones locales, con influencia de las tradiciones mediterráneas.
Los guerreros iberos contaban con armas defensivas y ofensivas, todas
e as cargadas de un fuerte valor simbólico.
Las armas ofensivas iberas fueron de dos tipos: las arrojadizas (solife-
rrum, falarica, honda y flecha) y las destinadas a herir empuñadas con la
mano (la espada y la lanza).
Entre las espadas destaca la falcata, sable grueso de hoja curva de una
-ola pieza y con un filo cortante recorrido longitudinalmente por una aca-
aladura longitudinal que acentuaba su carácter mortífero. Derivaba de la
1w.chaira griega. Su empuñadura podía estar decorada con damasquina-
dos de plata o cobre, o tener forma animal (cabeza de ave o caballo). Ade-
m ás de arma, la falcata - al igual que otras armas metálicas- fue símbolo
de poder y riqueza, en una sociedad fuertemente mediatizada por el carác-
er militar de la elite dominante. Es un tipo de pieza escaso en el nordeste
peninsular. Otros tipos de espadas son las de empuñadura con antenas, las
de empuñaduras de frontón o las tipo La Tene I y La Tene JI. Éstas últimas
están especialmente presentes en el nordeste peninsular.
La lanza para ser enristrada constaba de punta metálica (hierro o
bronce, de hasta 40 cm), asta de madera y regatón metálico (de hasta 20
cm) para proteger la base del astillamiento y permitir clavar el arma en
el suelo.
El soliferrum fue una lanza de hierro afilada, cuya longitud podía so-
brepasar los dos metros. La falarica, más corta, se usaba también como
arma arrojadiza, en ocasiones recubierta de estopa impregnada en materia
combustible incendiaria. Además los iberos usaron hachas de doble filo,
ondas y flechas pedunculadas. Estrabón mencionó que los baleáricos lle-
vaban hasta tres ondas diferentes enrolladas en la cabeza cuando iban al
combate, pudiendo lanzar el proyectil - de arcilla, piedra o plomo- hasta
200m de distancia con elevado índice de acierto.
Las armas defensivas del guerrero ibero son cuatro: casco, coraza, es-
cudo y grebas. El casco pudo ser de cuero o metal, y en ocasiones tuvo
guardanucas o fue decorado con penacho y cimera. Los cascos metálicos
iberos conocidos son escasos durante el Ibérico Pleno e inexistentes en el
Ibérico Antiguo.

489
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA lBÉRlCA

Las corazas metálicas tampoco fue-


ron frecuentes, quedando posiblemente
reservadas para los jefes de más rango
y poder. Sobre el pecho y la espalda
(petral y espaldar, respectivamente) po-
dían llevar discos-coraza, planos y cir-
culares. Se fabricaron en cobre repuja-
do, bronce o hierro, pero no en todos
los casos eran metálicos. De hecho, al-
gunos autores consideran que la mayor
parte de los discos-coraza representa-
dos en la estatuaria y en las cerámicas
pintadas iberas estuvieron fabricadas a
partir de material orgánico acolchado
- spolas- , o base de múltiples capas
Figura 41: Pectoral hallado en La Alcudia de lino fuertemente trenzado - linotho-
(Elche): La cabeza de lobo era reflejo de rax-. Sólo se ha documentado un caso
la fiereza y el valor del guerrero. de coraza anatómica ibera en Calaceite
(Teruel), del siglo v a. C.
Con el brazo podían portar dos tipos de escudos: el primero, el scutum,
se embrazaba, era grande, de influencia celta, oblongo y con umbo; el se-
gundo, la caetra, era más pequeño, circular y se agarraba con la mano. Es
curioso observar que durante los siglo IV y m a. C. abundan las armas ofen-
sivas, mientras que apenas existen noticias arqueológicas de protecciones
corporales.
Las grebas o espinilleras fueron de bronce o cuero y se sujetaban a la
pierna con un complicado sistema de fijaciones y correajes.
Muchas de las armas iberas se han encontrado en necrópolis deposita-
das como ajuar del difunto, frecuentemente dobladas y, de este modo, inu-
tilizadas. Su disposición en las tumbas parece estar más en relación con el
señalamiento del estatus del difunto que con su género.
Como hemos señalado en epígrafes anteriores, según se desprende de
las evidencias arqueológicas y literarias las guerras y la ideología militar
fueron muy importantes en las comunidades iberas. La heroización deje-
fes militares, la presencia de armas en las tumbas y las representaciones de
luchas así lo ponen de manifiesto.

490
LA EDAD DEL HIERRO EN EL SUR Y ÁREA MEDITERRÁNEA. LA CULTURA IBÉRICA

Además, sabemos que los iberos fueron contratados como mercenarios,


especialmente por Aníbal, quien los utilizó de forma decisiva en sus victo-
rias en Tesino, Trebia, Trasimeno y Cannas.

COMENTARIO DE TEXTOS

«Amílcar, habiendo sometido en España muchas ciudades en toda Iberia,


fundó una gran ciudad a la que, por su emplazamiento, llamó Acra Leuca.

Amílcar, establecido junto a la ciudad de Helike, a la que puso sitio, perma-


neció allí con el resto de sus efectivos, tras enviar a la mayor parte del ejército
con los elefantes a invernar en la ciudad de Acra Leuca, fundada por él.

He aquí que el rey de los orissos, acudiendo en auxilio de los sitiados, tras
un fingido pacto de amistad y alianza bélica con Amílcar le puso en fuga; pero
éste, en su huida, procuró la salvación de sus hijos y amigos desviándose por
otro camino. Perseguido por el rey, Amílcar se arrojó con su caballo a un cau-
daloso río y, descabalgado por la corriente, murió bajo su montura.

Sin embargo el grupo en el que iban sus hijos Aníbal y Asdrúbal llega-
ron salvos a la ciudad de Acra Leuca. Así pues, tenga Amílcar como epitafio,
aunque murió muchos años antes de nuestra era, el elogio que la historia le
dedica>>.
(D!ODORO SfcuLO: XXV, 10, 3-4).

<<[Amílcar] acabó su vida de una manera digna de sus hazañas anterio-


res. En una refriega contra unos hombres muy fuertes dotados de gran vi-
gor, se arrojó al peligro con audacia y sin pensárselo. Allí perdió la vida va-
lientemente>>.
(POLIBIO 11, 1, S-8).

<<Lo mataron [a Amílcar] de la siguiente forma: llevaron carros cargados


con troncos a los que uncieron bueyes y los siguieron provistos de armas. Los
aricanos al verlos se echaron a reir, al no comprender la estratagema. Pero
cuando estaban muy próximos los iberos prendieron fuego a los carros tirados
aún por bueyes y los arrearon contra el enemigo. El fuego, expandido por to-
das partes, provocó el desconcierto de los africanos. Y, al romperse la forma-

491
12TEMA
EL POBLAMIENTO PREHISTÓRICO
DEL ARCHIPIÉLAGO CANARIO

Alberto Mingo

Estructura del tema: l. Historiografía. 2. Poblamiento prehistórico. 2.1. Orígenes.


2.2. Asentamientos. 2.3 . Sociedad y economía. 2.4. Cultura material. 2.5. Arma-
mento. 2.6. Creencias y mundo funerario. 3. Manifestaciones artísticas. Comen-
tario de texto. Lecturas recomendadas. Actividades. Ejercicios de autoevalua-
ción. Bibliografía. Solucionarlo a los ejercicios de autoevaluación.

bras clave: Prehistoria, Canarias, poblamiento, orígenes, arte rupestre, arte


mueble, economía, sociedad, creencias, mundo funerario, cultura material, ar-
mamento, asentamientos

ucción didáctica: Con la inclusión de este tema queremos recoger de for-


ma sintetizada el estado de conocimiento que poseemos de la Prehistoria de
unos territorios que, aunque geográficamente no pertenecen a la Península
Ibérica, en el ámbito humano son parte de nuestra cultura y nuestra Historia
esde hace siglos.

El periodo anterior a la conquista castellana de las islas no es fácil de conocer


. · estructurar para la investigación debido principalmente a la propia naturale-
za tan diversa del registro y a ciertas deficiencias del modelo investigador (es-
ez en el desarrollo de trabajos de campo, ausencia de contextualización de
azgos e interpretaciones, etc.). La diversidad puede explicarse por el condi-
~onante geográfico (insularidad), el aparente aislamiento de las islas (posible
e demismo cultural) y el poblamiento de las islas por distintos grupos étnicos.
En este sentido, conocer la secuencia de poblamiento prehistórico en las dis-
tas islas que forman el archipiélago canario, a pesar de los avances produci-
s en los últimos años, continua siendo un reto para los prehistoriadores.

inalmente, debemos comentar que el contenido del tema se organiza a tra-


de una serie de ámbitos de conocimiento claves en Prehistoria, como pue-
ser los orígenes del poblamiento, la economía, la cultura material, el arte,
-. Pensamos que esta estructuración, por su claridad y sencillez, puede faci-
al estudiante la comprensión general del tema y ayudar a relacionar los
enidos.

sos
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

l. HISTORIOGRAFÍA

Actualmente se asume que el conocimiento científico de la Prehistoria


de las islas Canarias únicamente podrá incrementarse si valoramos en su
justa medida la influencia del continente africano en su desarrollo, no solo
como principal marco de referencia, sino fundamentalmente como parte
activa en los diferentes ámbitos de investigación.
La arqueología canaria a lo largo de sus más de cien años de investiga-
ciones ha experimentado momentos en que su devenir ha corrido paralela
a la del resto del país y otros en que fue muy influida por escuelas extran-
jeras. Hasta mediados del siglo XIX se constata un creciente interés por el
coleccionismo y el anticuarismo. Las momias, concretamente, supusieron
una fuente de comercio notable con el viejo continente.
La figura de Sabín Berthelot (Figura 1) supuso un cambio en los estu-
dios prehistóricos canarios. Imbuido del espíritu romántico de la época.
desde 1840 llevó a cabo investigaciones etnohistóricas, antropológicas, y ar-
queológicas, fundamentalmente de los guanches. En 1869 publicó su última
y, seguramente, principal obra Antiquités Canariennes. No obstante, el sur-
gimiento de esta figura ha de relacionarse con el contexto cultural que se vi-
vía en el archipiélago. La influencia de los descubrimientos europeos y del
nacimiento y consolidación de la ciencia prehistórica en Europa se reflejo
en la sociedad canaria, ávida de recupe-
rar y desentrañar las raíces de su origen
y del poblamiento de sus legendario
pueblos. En este ambiente se crearon
tres sociedades, que entre sus objetivo_
básicos, estaba la investigación del pa-
sado: el Gabinete Científico (Tenerife
1877); el Museo Canario (Gran Cana-
ria, 1879) y la sociedad La Cosmológica
,._ (La Palma, 1881). Entre los especialis-
tas más ilustres de aquellos momento
se encuentran Juan Bethencourt Alfon-
so, para el estudio de la sociedad guan-
che; y Gregario Chil y Naranjo, en lo re-
ferente a las comunidades prehistóricas
Figura l. Retrato de Sabín Berthelot. de Gran Canaria.

506
EL POBLAMIENTO PREHISTÓRICO DEL ARCHIPIÉLAGO CANARIO

F. Navarro, destacado prehistoriador canario, las prime-


ecadas del siglo XX no tuvieron especial relevancia en el avan-
to prehistórico de estas islas, constatándose una pervi-
e oque difusionista en los postulados teóricos que regían su
· auguración del Comisariado de Excavaciones Arqueológicas
_ · "có un sorprendente impulso, tratándose de las circunstan-
de este período, en las labores arqueológicas. S. Jiménez
_- L. Diego Cuscoy fueron las figuras más señaladas de aquellos
-"'r'"'· El último de ellos fue el primer especialista en Canarias que
uH:uH.'-V el recurso a la etnología comparada y al determinismo ambien-

tal como vías válidas de comprender los modos de vida de los primeros
pobladores del archipiélago. También surgieron aproximaciones al estu-
dio del pasado desde la antropología física, asociándose la cultura a una
determinada raza (muy propio de aquella época), a partir de los trabajos
de M. Fusté e Ilse Schwidetzky.
Ya en los setenta del siglo XX asistimos a la vinculación de la Prehisto-
ria canaria con el ámbito universitario, creándose específicamente un De-
partamento dedicado a la Arqueología y Prehistoria en la Universidad de
La Laguna (Tenerife). Este hecho supuso por un lado, la posibilidad de
formación de un buen número de jóvenes prehistoriadores, y por otro, el
desarrollo de estrategias de investigación sólidas y planificadas desde es-
tamentos docentes cualificados. Así, tanto M. Pellicer como P. Acosta tra-
zaron un plan de actuación que iba desde la creación de una completa Car-
ta Arqueológica de Canarias a la excavación sistemática de los principales
yacimientos tanto de hábitat como funerarios, pasando por generar ex-
haustivos análisis tipológicos de los objetos y útiles recuperados. Estos pa-
sos constituyeron una base lo suficientemente fuerte como para que, a par-
tir de ellos, en los años subsiguientes se pudieran sistematizar y abrir vías
y modelos de investigación e interpretación. Si en los setenta aún se evi-
denciaba en el archipiélago una clara influencia teórica de la escuela histó-
rico-cultural y del neopositivismo alemán, en los ochenta se rompe defini-
tivamente con estos enfoques dominadores, ampliándose y renovándose el
abanico de las corrientes teóricas con la aplicación de estudios basados en
el estructuralismo, ecología cultural, materialismo histórico, arqueología
procesual, e incluso en un eclecticismo de varias de ellas.
En los últimos años las líneas de investigación más fuertes y activas
priorizan la paleoeconomía (paleoambiente), la etnohistoria, las mani-

507
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

festaciones expresivas rupestres, la arqueología del territorio, las tecno-


logías en la creación de útiles, la bioantropología, la arqueología de la
religión, etc. Son numerosos los investigadores que desarrollan su activi-
dad en el conocimiento de la Prehistoria canaria, siendo injusto mencio-
nar a unos sobre otros, pero es importante reconocer su labor y el signi-
ficativo avance que hoy percibimos en la compresión de las sociedades
del primer poblamiento en las islas afortunadas, a pesar de que aun n o
existe un consenso sobre un aspecto tan relevante como el origen del po-
blamiento.
Finalmente, dentro de este apartado, debemos recoger las considera-
ciones de especialistas que apuntan a un deterioro notable (abandono y
falta de medidas adecuadas de conservación) del patrimonio arqueológi-
co en Canarias provocado por la intensa antropización derivada del de-
sarrollo económico (asentado en el turismo y la construcción) producida
a partir de la década de los sesenta del siglo pasado y que ha continuado
hasta la actualidad. Yacimientos como El Agujero (Gáldar) y la necrópo-
lis de Maspalomas, ambos en Gran Canaria, serían ejemplos claros de una
deficiente gestión patrimonial. Deseamos desde estas líneas que las auto-
ridades, no solo del Gobierno canario sino también del resto del estado
español e incluso europeas, sean sensibles al gran valor de los restos ar-
queológicos, sean conscientes de su frágil naturaleza y tomen las medidas
pertinentes para garantizar su protección, preservación y estudio.

2. POBLAMIENTO PREHISTÓRICO
2.1. Orígenes

El poblamiento del archipiélago canario no se inicia hasta el primer


milenio a. C. La duración de su período prehistórico abarcaría desde eso
momentos hasta la definitiva implantación de los castellanos a finales de
siglo xv. No obstante, ese cambio cultural entre una fase y otra no es tan
claro. Se tiene constancia de un comienzo de aculturación en Gran Cana-
ria ya en el siglo XIII, a la vez que se documenta la pervivencia de cierto
rasgos de la cultura indígena incluso hasta el siglo XVIII (buena parte de La
Gomera).
Las poblaciones nativas de estas islas tienen todas un origen norteafri-
cano de acuerdo con los datos que nos aportan la arqueología, la antropo-

508
EL POBLAMIENTO PREIDSTÓRICO DEL ARCHIPIJOLAGO CANARIO

ogía y la filología. El material arqueológico recuperado, la organización


-ocial y religiosa que las fuentes han descrito, y la existencia de numero-
os vocablos, topónimos, etc., de raíz bererer o protobereber demuestran
ese origen norteafricano. Estudios genéticos realizados en restos humanos
recuperados de diversos yacimientos prehispánicos, en algunos cemente-
rios históricos (siglo XVIII) y en poblaciones actuales muestran que la ma-
yor parte del ADN mitocondrial (transmitido exclusivamente por vía ma-
erna) canario tiene procedencia aborigen y que más del SO% de los linajes
aborígenes tienen sus homólogos más cercanos en el Magreb, lo que con-
aria su procedencia norteafricana occidental. Es curiosa la detección
e genes subsaharianos en la población histórica (15,6%) lo que sin duda
estimonia la importancia que debió tener el tráfico de esclavos negros tras
conquista. En la actualidad los linajes subsaharianos únicamente repre-
sentan un 6,8%
"'-a;;.;. . causa principal de estos movimientos mi~atorios_ ~l.H~_cl~- b-ªb_e_:r:_
--- --'L
sido la creciente desecación del Sahara (quizá en los momentos más se-
cos haya forzado el desplazamiento poblacional). Otras posibles expli-
caciones las hallaríamos en las presiones (tributos, reclutamientos, etc.)
a las que eran sometidos los pueblos norteafricanos por el estado carta-
ginés, lo que provocaría su huida y búsqueda de nuevos territorios . El
posterior dominio romano no varió la situación de los norteafricanos
que también tuvieron que soportar presión económica y social. En este
sentido, se ha atestiguado la presencia romana en las islas al aparecer
ánforas de distintas épocas y algunos fragmentos cerámicos supuesta-
mente romanos en Lanzarote. Finalmente, la conquista árabe, en oca-
siones despiadada, pudo suponer un nuevo desplazamiento de grupos
humanos (especialmente ésta última posibilidad se ha propuesto para
La Palma).
Algunos investigadores postulan que durante la primera mitad del
I milenio a. C. navegantes fenicios descubrieron el archipiélago pasan-
do sus islas a integrarse en la comunidad económica y comercial esta-
blecida en el estrecho de Gibraltar y sustentada fundamentalmente por
las ciudades de Gadir y Lixus. La vinculación fenicio-púnica decayó con
el dominio romano del Mediterráneo quedando las islas bajo la órbita
del imperio transalpino. A partir del siglo III d. C. la decadencia políti-
ca y económica de Roma generó en Canarias un fenómeno de aislamien-
to cultural que se prolongaría durante un milenio y que provocó ende-

509
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

mismos en cada una de las islas. Según esta hipótesis de poblamiento


los primeros moradores humanos poseían un componente mestizo nor-
teafricano y fenicio-púnico. A pesar del aislamiento antes indicado se
mantuvieron a lo largo del tiempo ciertos rasgos de origen semita en
ámbitos determinantes como las creencias y los rituales. Entre estos ele-
mentos se encontrarían las libaciones de leche, manteca y agua; los re-
cintos sagrados en lo alto de las montañas, las tumbas excavadas en la
roca, enterramientos infantiles en contenedores cerámicos, las represen-
taciones de toros, etc.

El hallazgo de estructuras y supuestas construcciones de pirámides es-


calonadas, como en las morras de Chacona (Güimar, Tenerife) disparó en
su día un alud de teorías esotéricas y alternativas sobre los pueblos que las
realizaron. Incluso se llegaron a vincular con las pirámides egipcias y con
las mayas y aztecas. Serían, así, testimonios y evidencias del poblamiento
de gentes de origen egipcio que en su desplazamiento hacia América tam-
bién se asentaron en las Canarias. La investigación (arqueología, antropo-
logía, historia) ha desvelado que, en realidad, se tratan de acumulaciones
ordenadas de piedras procedentes de la limpieza de los campos de labor
(terrenos volcánicos muy fértiles pero muy pedregosos) llevadas a cabo en
época histórica.

El estudio conjunto de la Prehistoria de un archipiélago, como el


de las Canarias, supone un gran esfuerzo investigador ya que no es fá-
cil identificar los rasgos comunes que comparten las culturas indígenas
de cada una de las islas y que deben dar coherencia y dotar de una es-
tructura al tema, cuando en cada isla se observan evoluciones cultura-
les, con matices sociales, económicos, religiosos, etc, que las singularizan
con respecto al resto. Aunque los primeros pobladores pudieran compar-
tir muchos rasgos de una cultura común, lo cierto es que el relativo ais-
lamiento de los grupos (no eran grandes navegantes y no se constatan
contactos frecuentes) significó como se apuntó previamente una propia
dinámica interna evolutiva y particular a partir de un mismo tronco so-
ciocultural. La heterogeneidad se constata en los restos arqueológicos, la
antropología física y también las diversas formas dialectales. Es intere-
sante recalcar que en las poblaciones bereberes y protobereberes del pri-
mer milenio a. C., según los textos clásicos, se ha observado igualmente
una notable diversidad cultural y dialectal.

510
EL POBLAMIENTO PREHISTÓRICO DEL ARCHIPIÉLAGO CANARIO

. Asentamientos

Es el medio ambiental el factor determinante en la localización de los


sentamientos. La proximidad al agua, las tierras fértiles, las orientado-
es, el resguardo de los vientos, etc., son aspectos fundamentales en la
e ección.
Se documentan dos tipos de hábitats: en cuevas y en superficie. Las cue-
aprovechadas suelen ser naturales, pero también hallamos artificiales
excavadas en las diversas rocas). Por lo general, el empleo habitacional de
las cavidades suele ser el asentamiento más generalizado, ocupando prefe-
rentemente las de mayor amplitud, con vertiente en solana, y distantes del
alveo de ]os barrancos. En las bocas de ]as cuevas se levantaban con fre-
cuencia muros de piedra seca para proteger el espacio, y también se organi-
zaba y estructuraba el espacio con un criterio funcional. Existen yacimien-
tos en cueva con una destacada estratigrafía como La Arena, Los Cabezazos
y Don Gaspar en Tenerife; la cueva del Sastre en Gran Canaria; El Roque de
la Campana y Los Guinchos en La Palma, Los Juaclos en El Hierro, etc.
En las islas donde las cuevas naturales escasean (Lanzarote, Fuerteven-
tura, y en menor medida, Gran Canaria) se llevan a cabo excavaciones de
otras artificiales. En Gran Canaria esta última modalidad era muy utiliza-
da formándose auténticos poblados de cuevas excavadas, generalmente de
planta oval, cruciforme o cuadrangular, con habitaciones secundarias, ala-
cenas, y silos. Poseían tragaluces para dejar pasar la luz natural. Algunas
de estas cuevas contenían pinturas de motivos geométricos en sus paredes,
como Cueva Pintada, y La Furnia.
Allí donde no existía abundancia de cuevas se encuentran más testimo-
nios arqueológicos de hábitats en superficie, aunque se localizan, en ma-
yor o menor grado, por todo el archipiélago. Se trata de viviendas adapta-
das al terreno, con planta circular o cuadrangular, con paredes de piedra
eca y aparejo bastante irregular, y con una cubierta vegetal (Poblado de
la Reina, La Palma; Roques de García y Guargacho en Tenerife; Fortale-
za de Chipude en La Gomera; en Lanzarote y Fuerteventura se documen-
tan más de un centenar de yacimientos reseñando Zonzamas, El Bebedero
y Buenavista (Figura 2) en Lanzarote y La Hermosa y Llano del Sombrero
en Fuerteventura). En Gran Canaria algunos de los poblados en superficie
registrados (Telde, Mogar, Galdar, etc.) presentan una arquitectura domés-

511
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

tica y otra para diversos usos (rediles, casas comunales, «Palacio de Justi-
cia», necrópolis, etc.), atisbándose una clara diferenciación y organización
del espacio y, por tanto, un protourbanismo.

Figura 2. Yacimiento de Buenavista (Teguise, Lanzarote).

Debemos destacar la aparición dispersa por casi todas las islas de cons-
trucciones aisladas con características constructivas semejantes a las estruc-
turas de los hábitats en superficie. Albergan pocos restos materiales en su
interior, y deben ser puestas en relación con un uso ganadero, funcionando
como rediles o estancias para estabular el ganado.
Finalmente, se constatan concheros en todas las islas, excepto La Pal-
ma y Gran Canaria. Son grandes acumulaciones de conchas de mariscos
consumidos por los grupos humanos. En el Julan (El Hierro) se encuen-
tran muy próximas a un nutrido grupo de grabados lo que podría estar in-
dicando algún tipo de ritual religioso o ideológico que involucrase el con-
sumo de bivalvos.

512
EL POBLAMIENTO PREIDSTÓRICO DEL ARCHIPIÉLAGO CANARIO

2.3. Sociedad y economía

Las sociedades prehispánicas canarias no eran igualitarias. Por el con-


trario, se ha atestiguado la existencia de marcadas diferencias sociales. Las
dos sociedades más jerárquicas habitaban la isla de Tenerife (Guanches) y
fundamentalmente la isla de Gran Canaria. En esta última es posible que
hasta hubiera alguna forma de esclavitud.
La estructura social y política de los grupos humanos que poblaban el
archipiélago podía variar de una isla a otra. Las formas de gobierno eran
jefaturas en todas ellas, excepto en Gran Canaria, donde se puede hablar de
un sistema más complejo y centralizado, repartiéndose las comunidades en
subdivisiones administrativas y políticas. Lanzarote y El Hierro parece que
estaban habitadas por una sola tribu, el resto de islas albergaban dos o más
grupos, que se diseminaban en poblados unidos por el parentesco. Estas tri-
bus estaban conformadas por un contingente de entre 200 y 500 personas.
La economía de estas poblaciones giraba principalmente en torno a la
ganadería. La cabaña ganadera la componían las cabras y ovejas. El cerdo
que no aparece apenas en el registro arqueológico es documentado por las
fuentes etno-históricas. La importancia de estos animales era básica, tanto
para la producción de alimentos (leche, queso, manteca, carne) como para
proporcionar materia prima (pieles, tendones, huesos, etc.).
La agricultura y la recolección vendrían a completar la dieta alimenti-
cia. Eran cultivos principalmente cerealísticos de secano (cebada y trigo).
Las habas se cultivaban además en Tenerife y Gran Canaria, a través de un
sistema de regadío. El almacenaje de estos productos se realizaba en silos
que podían tener un carácter familiar, al hallarse adjunto a las estancias de
ocupación, o incluso colectivo (silos de gran tamaño). En La Palma y Fuer-
teventura no se han registrado restos que evidencian el cultivo de las tie-
rras. La recolección en ellas parece haber jugado un papel más importante
que en el resto. En general, se recolectaban frutos, hojas, semillas, y rizo-
mas de ciclo estacional la mayoría de ellos. Así, se han observado restos de
madroños, mocanes, dátiles, cerrillos, cebadillas, moras, rizomas de hele-
cho, etc. El marisqueo también era una importante fuente de recursos ali-
m enticios. Sin embargo ni la pesca ni la caza tuvieron un peso notable. Se
sabe que se consumieron lagartos, diversas aves (palomas, cuervos, parde-
las) y cerdos salvajes.

513
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

2.4. Cultura material

La industria lítica desarrollada por estos pueblos ha sido generalmente


relegada a un segundo plano en la investigación. Recientemente si se están
llevando a cabo estudios más específicos sobre los procesos tecnológicos
de su realización. Las materias primas utilizadas suelen ser materiales efu-
sivos, piedras volcánicas como la obsidiana, basaltos, y en menor medida
sílex. Se documentan dos tipos de industria lítica: la piedra pulimentada y
la tallada. El pulimento se realiza principalmente sobre rocas basálticas.
Las piezas obtenidas son molinos circulares de dos piezas, picos-azuelas,
figuras geométricas provistas de ranuras (pudieron tener un uso múltiple
como el tratamiento de la piel, cordelería, cerámica, etc.), y esferoides.
La industria tallada se realizó sobre basaltos en todo el archipiéla-
go, también en obsidiana en Tenerife y en La Palma, e incluso en sílex en
Gran Canaria. Se observan dos tendencias en los tipos de útiles, una ma-
crolítica y una microlítica. Entre ellos destacan las raederas, raspadores,
denticulados, perforadores y buriles, efectuados sobre soportes que a su
vez han sido preferentemente obtenidos a partir de la gestión (talla) cen-
trípeta de los núcleos.
La cerámica presenta una gran variedad de formas por todas las islas.
Sin embargo, la totalidad de los tipos se ha ejecutado a mano, mediante la
técnica del urdido con un posterior alisamiento para regularizar las super-
ficies y poder someterlas a decoración. La decoración suele ser incisa o im-
presa (a veces, bruñida) y los motivos geométricos (líneas verticales, hori-
zontales, ángulos concéntricos, etc.). En Gran Canaria, junto a este tipo de
cerámica, se ha recogido otra, más cuidada, generalmente bruñida, con en-
gobe y pintada. Su morfología es muy diversa (cilíndricas, elipsoidales, se-
miesféricas, con dominio de las bases planas, etc.). Suelen presentar apén-
dices (orificios de suspensión, pitorros, etc.) Los motivos son igualmente
de formas geométricas aunque más elaboradas (triángulos, círculos, rec-
tángulos, líneas paralelas, etc.), en pintura roja, negra, y blanca.
Entre todos los tipos cerámicos de Gran Canaria debemos reseñar las pie-
zas conocidas como «pintaderas», muy características (Figura 3). Son obje-
tos que tienen una base de forma geométrica, decorada con motivos geomé-
tricos impresos y excisos, que albergan un apéndice, en ocasiones, perforado.

514
EL POBLAMIENTO PREIDSTÓRICO DEL ARCIDPIÉLAGO CANARIO

Su función no esta muy clara, se


ha puesto en relación con la or-
n amentación personal, como
ímbolo indicativo de propie-
dad, e incluso como instrumen-
to de decoración que podía ir
colgado de bolsos de piel.
Entre los útiles óseos docu-
mentados encontramos princi-
palmente punzones, y en me-
nor grado, espátulas, alisadores
y tubos óseos. La industria de
la piel está muy constatada. La
transformación de la cabaña
ganadera proporcionaba pren-
das de vestir (vestidos, zapa-
tos, faldas, etc.), recipientes, y Figura 3. Diversas «pintaderas>> (Gran Canaria).
objetos de adorno y de presti-
gio social (diademas, trenzas, etc.). La madera fue muy empleada por estas
sociedades. Se han hallado puertas, vigas, cucharas, peines, etc., sirviendo
incluso para fines sepulcrales al encontrarse sarcófagos y tapas de cistas
en este material.

2.5. Armamento

No se sabe demasiado sobre el armamento utilizado por los aborígenes


pero aparentemente era simple, varas de madera endurecidas al fuego que
servirían como lanzas y piedras para ser lanzadas. Las características vol-
cánicas de las Canarias implican la ausencia de metales. En aquellos luga-
res donde la conquista castellana (siglo xv) se prolongó más tiempo, como
en Gran Canaria y Tenerife, se constata como la nobleza indígena adoptó
formas de armamento occidental de la época como las espadas, realizadas
eso sí en madera, y los escudos de corteza de drago. Algunos escudos pre-
sentaban decoración con emblemas pintados.
Las únicas referencias textuales a sus formas de combate proceden del
periodo de la conquista, por lo que podemos tener una visión relativamente

515
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

parcial de las mismas. Parece ser que al tratarse de


grupos predominantemente ganaderos sus luchas
intestinas se enfocaban al control del territorio de
pasto y al robo de ganado (ovicápridos y cerdo). La
baja demografía fomentaba los combates indivi-
duales y la competición «Seudo» deportiva, valorán-
dose en gran medida la fuerza física y la pericia de
los líderes, y teniendo respeto al enemigo derrota-
do. Siendo niños ya se les adiestraba en el combate,
enseñándoles a esquivar las piedras y las lanzas.
La inferioridad que mostraban con respecto
a las huestes castellanas que poseían caballería,
ballestas y armaduras (no se emplearon armas de
fuego) la intentaban equilibrar evitando los cho-
ques frontales y refugiándose en lugares escarpa-
dos y elevados que les daban ventaja para lanzar
piedras y dardos. Los barrancos, por su fuerte oro-
grafía y vegetación, también eran lugares propi-
cios para realizar emboscadas con éxito. En este
sentido, la mayor derrota de los conquistadores
acaeció en el barranco de La Mantaza de Acente-
Figura 4. Armas de los
jo (Tenerife). Las batallas frontales solo tuvieron
indígenas de Tenerife: lugar en la isla de Tenerife y generalmente desem-
banote y añepas. bocaban en la derrota de los indígenas.
Por último, queremos destacar el carácter belicoso de los guerreros de
La Gomera que alcanzaron gran fama entre las tropas castellanas, siendo
utilizados para participar de forma muy activa en la conquista de las res-
tantes islas.

2.6. Creencias y mundo funerario

La arqueología, la comparación etnológica y los textos antiguos son las


principales fuentes para aproximarnos al conocimiento de las creencias de
estos pueblos. Las divinidades celestes, astrales o lunares, parecen haber te-
nido una fuerte presencia en su religiosidad. Asimismo, es probable que tu-
viesen espíritus protectores, como los antepasados, y malignos, con diversas

516
EL POBLAMIENTO PREHISTÓRICO DEL ARCHIPIÉLAGO CANARIO

expresiones plásticas. Los ciclos reproductores y los principios masculino y


femenino pueden estar vinculados con el culto a estas divinidades.

Como en otros ámbitos, las creencias de las sociedades canarias se ma-


nifiestan de formas diversas según las islas, aunque se compartan algunos
rasgos comunes. Gran Canaria, nuevamente, exhibe una mayor compleji-
dad en este sentido, reflejándose en una variada documentación de objetos
simbólicos. Las grandes divinidades de carácter celeste pueden apreciarse
en vasos cerámicos como el de Agüemes. Como espíritus ancestrales pro-
tectores vinculados, según las interpretaciones de los investigadores, a un
principio femenino (Diosa Madre, fecundidad, simbología sexual, etc.), en-
contramos una gran cantidad de ídolos cerámicos con formas femeninas
en diferente situación (destacando senos, o el sexo, o el vientre abulta-
do, o los glúteos) y siempre con caras que no presentan rasgos defini-
dos. Los ídolos masculinos son escasos (Figura 5). Es curioso constatar
la presencia, aunque reducida, de ídolos que tienen características hí-

Figura 5. Ídolo masculino de pumita de


la Cueva de Los Ídolos (Fuerteventura).

517
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

bridas.Los espíritus malignos o fuerzas negativas, que también podrían


tener una función de intermediación entre este mundo y el de ultratum-
ba, corresponderían a idolillos o figuritas esquemáticas de animales va-
riados (perros, cerdos, aves, tortugas) y de otras figuras indetermina-
bles. La categoría simbólica más reproducida en esta isla coincide con
las representaciones simbólicas femeninas, decorándose estas formas en
recipientes cerámicos, en pinturas y grabados de cuevas, e incluso sobre
soportes de madera. La localización de muchos de estos ídolos antropo-
morfos en contextos domésticos, ninguno en contextos funerarios, y po-
cos en lugares de culto, evidencian que su simbología se concibe más
dentro del ambiente doméstico y familiar. A pesar de esto, se debe seña-
lar la existencia de «Santuarios» específicos, generalmente sobre las ci-
mas de montañas o riscos. En Tenerife, la otra gran isla con sociedades
más complejas que el resto, se ha observado que el mundo simbólico y
religioso era, en las líneas básicas, semejante al de Gran Canaria.

En cuanto a los ritos funerarios, la inhumación colectiva en cueva es


la práctica más usual en todas las islas. Las capacidades de las diferen-
tes cuevas determina el número de cuerpos que contiene. Entre las cuevas
más grandes destaca la de Uchova (Tenerife), se han documentado en ella
más de 80 individuos. Estas cavernas suelen presentar malas condiciones
de habitabilidad, quizá fue esta la razón por la se destinaron a un fin fu-
nerario y no doméstico. Asimismo, las cuevas sepulcrales se suelen dispo-
ner agrupadas formando especies de necrópolis que estarían cercanas a las
cuevas de ocupación. La postura de los cadáveres era la de decúbito supi-
no y éstos solían depositarse sobre lajas, capas de arena, tablones de ma-
dera, e incluso sobre ramaje, evitando en la medida de lo posible colocar-
los directamente sobre el suelo. El ajuar que los acompañaba consistía en
cerámicas, adornos (fundamentalmente cuentas de diferentes materiales,),
alimentos, punzones, espátulas, etc. Los ritos de cremación, aunque exis-
tieron, fueron muy escasos.
Como en el resto de los ámbitos, Gran Canaria muestra el mundo fu-
nerario más complejo del archipiélago. Además de las cuevas, algunas
de ellas artificiales, se localizan enterramientos en túmulos (Arteara, La
Guancha, Mogán, los de la costa de Gáldar, etc.), hipogeos artificiales
(Juan Tello y Galdar), cistas (La Guancha), y sarcófagos de madera (Mai-
pez de Agaete).

518
EL POBLAMIENTO PREIDSTÓR1CO DEL ARCHIPIÉLAGO CANARlO

o enterramientos al aire libre (fundamentalmente túmulos y cistas)


·ben abundantes evidencias de uso del fuego. Parece relacionarse
ealización durante las ceremonias fúnebres de libaciones y ofrendas
entos y objetos, y quizá con la celebración de comidas rituales.
pesar de que siempre se ha considerado que la momificación era una
_...,_.r-ica común en los pueblos prehistóricos canarios, lo cierto es que ésta
: rva preferentemente en Gran Canaria y Tenerife (Figura 6). El proce-
istía en la exposición al sol del cadáver, frecuentes lavados, y aplica-
e sustancias astringentes y/o absorbentes como la piedra pomez. Una
esecado se vestía al individuo con pieles o juncos, para posteriormente
\·erlo en varias capas de pieles cosidas. Por último se ataba bien todo
jo. Normalmente, las vísceras no eran extraídas. La explicación que
los especialistas dan a esta momificación selectiva de algunos individuos,
los menos, gira en tomo a las diferencias sociales. Quizá los individuos o
clanes familiares más poderosos tenían derecho a la momificación.

Figura 6. Momia infantil del Barranco del Infiemo (Tenerife).

Independientemente del tipo de enterramiento observamos en todos los


casos un acondicionamiento del lugar (aunque sea mínimo) mediante la
preparación de un lecho con elementos vegetales, la colocación de tablo-
nes de madera o lajas de piedra, o simplemente mediante la nivelación del
terreno.

519
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Además de las prácticas funerarias descritas se ha documentado en la


Isla de Gran Canaria exclusivamente otra forma de enterramiento dirigi-
da a individuos infantiles. En el yacimiento de Portichuelo (Telde) apare-
cieron inhumaciones de neonatos en el interior de vasijas cerámicas con
ajuares compuestos fundamentalmente por restos de ovicápridos y vasijas
quemadas. La interpretación de estas evidencias ha generado controversia
pues para algunos investigadores significarían la constatación de fuentes
etnohistóricas que apuntan a un infanticidio femenino como respuesta a
crisis medioambientales y alimenticias y para otros no es sino el reflejo de
una necrópolis separada del lugar destinado a la deposición de los adultos,
pudiendo corresponder a la definición de Tofet. Estaríamos en este último
caso ante un elemento de ascendencia fenicio-púnica con las implicacio-
nes que esto supone con relación al origen de los primeros pobladores de
esta isla.
Probablemente la diversidad de ritos responda tanto al origen de las po-
blaciones que habitaron las islas como de los distintos procesos de adapta-
ción al medio de cada isla.

3. MANIFESTACIONES ARTÍSTICAS

E n las Islas Canarias se documentan preferentemente grabados rupes-


tres . La pintura está presente pero se circunscribe a Gran Canaria.
Las técnicas de grabado son variadas, observándose desde la incisión,
el bajorrelieve, y el rayado, hasta incluso el piqueteado. Los soportes don-
de se disponen pueden ser bien al aire libre, en peñas y rocas de diversa
naturaleza, bien en cuevas y abrigos. Las categorías temáticas que desarro-
llaron podrían englobarse en tres categorías:
• motivos geométricos (círculos, espirales, cúpulas, cruciformes, posi-
bles huellas de píes y/o sandalias, etc.) (Figuras 7 y 8);
• alfabetiformes (signos de escritura que pueden afiliarse en su gran
mayoría a caracteres líbico-bereberes, libio-fenicias y en ocasiones a
posibles grafías latinas) (Figura 9);
• y finalmente, figurativos (zoomorfos, fundamentalmente cuadrúpe-
dos y lagartos; antropomorfos; y signos sexuales, como el triángulo
púbico) (Figura 10).

520
EL POBLAMIENTO PREIITSTÓRICO DEL ARCIITPIÉLAGO CANARIO

Figura 7. Motivos geométricos sobre Figura 8. Calco de representaciones


las coladas de El Julan (Hierro) «podomorfas>> de Tindaya
(Foto. M. Mas Camella). (Fuerteventura).

Figura 9. Inscripción líbica de Peña Figura 10. Grabado antropomorfo


del Guanche (Lanzarote). de Aripe (Tenerife).

521
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Los grabados alfabetiformes han sido puestos en relación con el pobla-


miento de origen norteafricano y parecen recoger textos cortos que inclu-
yen nombres propios y referencias de tipo familiar. Los antropomorfos y
los signos sexuales podrían evidenciar, a tenor del énfasis mostrado en las
representaciones, un culto a la fecundidad. Las huellas de pies o sandalias
(podomorfos) han sido interpretados, por comparación con imágenes se-
mejantes aparecidas en contextos saharianos y magrebíes, como signos de
sacralidad de los lugares donde se encuentran. Para las formas geométri-
cas se sugiere la expresión de conceptos en torno a la vida, el sol, el agua,
etc. Para todas estas categorías temáticas encontramos paralelismos en el
norte de África.

Es destacable la identificación que hacen algunos investigadores


(P. Atoche entre otros) de la representación de la diosa fenicio-púnica
Tanit en una imagen, localizada en Zonzamas (Lanzarote) de una mano
abierta ejecutada mediante una ligera abrasión en la roca caliza a par-
tir de un trazo inciso previo que contorneaba la figura. La mano derecha
abierta y exenta sería un
símbolo del poder protec-
tor de esta divinidad. Otra
figura asimilada igualmen-
te a Tanit se halla grabada
en el conocido como Pozo
de la Cruz (construcción
subterránea de una sola cá-
mara y pequeñas dimen-
siones, con sección ovala-
da, cubierta por medio de
grandes losas y a la que se
accede por una larga es ca-
lera cubierta por una fal -
sa cúpula de aproximación
de hiladas) del yacimien-
to de Rubicón (Lanzarote).
Esta figura consiste en un
antropomorfo esquemáti-
Figura 11. Figura antropomorfa grabada que
podría representar a la diosa fenicio-púnica Tanit co (Figura 11) cuya singu-
(yacimiento de Rubicón, Tenerife). lar morfología se asocia en

522
EL POBLAMIENTO PREHISTÓRICO DEL ARCHIPIÉLAGO CANARIO

contextos norteafricanos a esta diosa, responsable tanto de la fertilidad


de la naturaleza como protectora de la muerte.
Aunque son numerosos los sitios con arte rupestre en el archipiélago,
podríamos citar entre muchos a La Peña de Luis Cabrera y La Peña del
Conchero (Lanzarote); Morro de la Galera, El Viso, y Montaña de Tinda-
ya (Fuerteventura); El Julan (El Hierro); Aripe (Tenerife); etc.; la isla de La
Palma es la que concentra el gran grueso de estaciones (casi doscientas).
En esta isla las manifestaciones rupestres se localizan en lugares de paso
del ganado, en áreas próximas a fuentes, y en lugares supuestamente dedi-
cados a los sacrificios. Además de grabados en so-portes rul_)estres \CU.e\la~,
paredes de barrancos, coladas, etc.), se perciben figuras en plaquetas, can-
tos y estelas. Se advierten curiosamente aparte de las tres categorías temá-
ticas comentadas algunos grabados incisos de barcos, reconocidos como
de época histórica. Entre los principales enclaves de La Palma destacan La
Zarza, Tamarahoya, Buracas, Belmaco, cueva de Tajodeque, Lomo Boyero,
Barranco de Nogales, Teneguía, etc.
Los motivos pintados, como anteriormente mencionaba, tan solo se eje-
cutaron en Gran Canaria, siendo los soportes preferentes el interior de las
cuevas (tanto naturales como artificiales) y los graneros colectivos, aunque
también hay restos al aire libre. Los colores utilizados son el rojo (alma-
gre triturado), el blanco (traquitas, fonolitas, tobas, etc.) primordialmen-
te, y en menor medida el negro (posiblemente lapilla negro). Los pigmen-
tos eran mezclados con agua y se aplicaban generalmente con pinceles.
En este caso, la temática ha sido dividida en motivos geométricos (círcu-
los, cuadrados, triángulos, espigas, etc.), los más numerosos; puntillados
(grandes superficies decoradas con puntos generalmente blancos, relacio-
nados con algún tipo de divinidad astral); y antropomorfos. No obstante,
también se han registrado triángulos púbicos (Cueva de los Candiles). La
cueva más destacada por su profusión decorativa y la espectacularidad de
los motivos geométricos que allí se ubican es la Cueva Pintada de Galdar
(Figura 12), sin embargo existen otras de notable relevancia como la cita-
da de los Candiles, la cueva de las Estrellas (puntillados) (Figura 13), y la
cueva de Majada Alta (antropomorfos), entre otras. Este tipo de ornamen-
tación pintada y dispuesta en los mismos lugares y parecidas construccio-
nes (cuevas artificiales, hipogeos excavados en la roca) es un fenómeno ge-
neralizado en el mundo bereber desde la época cartaginesa hasta incluso
la actualidad.

523
PREIDSTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA lBÉRJCA

Figura 12. Dibujo de un panel con motivos geométricos de la Cueva Pintada de Gáldar
(Gran Canaria) (Dibujo. A. Beltrán y J. M . Alzola).

Figura 13. Motivos puntillados en color blanco de la Cueva de las Estrellas (Gran Canaria).

524
EL POBLAMIENTO PREIDSTÓRICO DEL ARCHIPIÉLAGO CANARIO

La variada temática de las manifestaciones rupestres canarias, con sig-


nificativas diferencias entre unas islas y otras, ha sido explicada por fac-
tores corno el condicionante geográfico (insularidad), el aparente aisla-
miento entre islas y el posible poblamiento de las mismas por distintos
grupos étnicos.
Finalmente, hemos de mencionar que la atribución cronológica del arte
rupestre canario es generalmente difícil de conocer con exactitud, pues la
gran mayoría de las mismas son grabados y no permiten la obtención de
muestras carbónicas para su datación por C14. De este modo, la adscrip-
ción cronocultural depende directamente de la existencia de contextos ar-
queológicos adecuados, circunstancia que no es muy común.

COMENTARIO DE TEXTO

«El carácter agrícola de la sociedad prehispánica asentada en Gran Ca-


naria está corroborado por los datos aportados por los estudios relativos a la
dieta y la salud de los antiguos canarios que indican una alimentación sus-
tentada en productos vegetales, principalmente aquellos ricos en hidratos de
carbono, como cereales e higos. Otros testimonios arqueológicos, como los
numerosos y amplios graneros, así como la recuperación de abundantes can-
tidades de molinos en prácticamente todos los yacimientos de la isla, redun-
dan en la importancia que debieron desempeñar los alimentos agrícolas den-
tro de la sociedad prehispánica de Gran Canaria. Además, hay que tener en
cuenta el importante papel que desempeño la recolección vegetal, que no solo
abasteció de otros alimentos a la comunidad sino que además constituyó la
principal fuente de materias primas ... [ ... ] La mayor parte de la información
existente relacionada con la explotación de los recursos vegetales proviene
de los datos etnohistóricos, obtenidos por los primeros exploradores y colo-
nos europeos que llegaron a las islas entre los siglos XIV y xvr d.C. Si bien se
tratan de documentos que describen con cierto detalle hábitos alimenticios y
datos generales relativos a la agricultura, el carácter etnocéntrico de las des-
cripciones así como las imprecisiones obligan a ser críticos con la informa-
ción que presentan» (Morales, 2010: 24-25).
MORALES, J. C. (2010): El uso de las plantas en la Prehistoria de Gran Canaria: Ali-
m entación, Agricultura y Ecología . Monografías Cueva Pintada n. 0 l. Edita Cabildo de
Gran Canaria.

525
TEMA 13
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y
EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA.
EL ORIGEN DE LA DESIGUALDAD SOCIAL

Víctor M. Fernández

Estructura del tema: l. El Neolítico en la península ibérica. Causas y cambios


sociales. 2. Más cambios sociales al final del Neolítico: las culturas megalíti-
cas. 3. De tribus a jefaturas en la Edad del Bronce. 4. Los protoestados del fi-
nal de la Prehistoria. Comentario de texto. Lecturas recomendadas. Activida-
des. Ejercicios de autoevaluación. Bibliografía. Solucionario a los ejercicios
de autoevaluación.

Palabras clave: Neolítico, Calcolítico, Edad del Bronce, Edad del Hierro, jerar-
quización social, productos secundarios.

Introducción didáctica: En los siete u ocho milenios transcurridos entre la


aparición de la economía productora (agricultura-ganadería) en la penínsu-
la ibérica y el final de la Protohistoria con la incorporación al Imperio ro-
mano, se produjeron cambios económicos y sociales de naturaleza funda-
mental, tal vez los más importantes de toda la evolución humana desde la
aparición del Hamo sapiens. Pasar de una economía recolectora que se limi-
ta a recoger el alimento (animales salvajes, plantas silvestres) directamente de
la naturaleza con un sistema de almacenamiento muy limitado, a una eco-
nomía productora compleja, con mantenimiento de una cabaña domestica-
da y cultivos sofisticados, con división del trabajo, almacenamiento a gran
escala, división social con determinados grupos o familias ejerciendo un po-
der efectivo sobre el resto de la sociedad, etc., es algo realmente difícil de
explicar por cuanto rompe con un modelo que había durado centenares de
miles de años. En este capítulo examinaremos con detalle en qué consistie-
ron dichos cambios, las resistencias que hubo frente a los mismos, toman-
do la información de regiones próximas a la Península Ibérica e intentando
contrastar la idoneidad del modelo con los cada vez más abundantes datos
arqueológicos peninsulares.

533
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

l. EL NEOLÍTICO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA.


CAUSAS Y CAMBIOS SOCIALES

Como se ha visto en capítulos anteriores, el final de la última glacia-


ción, hace unos 12000 años, supuso una mejoría climática que provocó
unas mejores condiciones de vida prácticamente para los humanos de todo
el globo. Aunque habían existido antes largos períodos más cálidos, la di-
ferencia es que ahora el Hamo sapiens estaba, por así decir, más prepara-
do después de haber alcanzado una altas cotas de sofisticación cultural du-
rante el Paleolítico Superior, cuando tuvo que hacer frente al clima más
terriblemente frío que se había conocido en muchos milenios.
La suavidad del nuevo medio ambiente trajo consigo una abundancia
de alimento (tanto vegetal como animal) que debió de resultar gratamen-
te sorprendente para aquellas gentes, que en algún caso pudieron experi-
mentar el cambio en el espacio de unas pocas generaciones. Lo extraño
es que precisamente entonces, cuando muchas partes de la Tierra eran
una especie de paraíso terrenal donde una abundante comida estaba al
alcance de la mano con muy poco esfuerzo si lo comparamos con los pe-
ríodos anteriores, los humanos decidieron cambiar completamente de
sistema y pasar a depender cada vez más de alimentos controlados y mu-
cho más previsibles, dejando poco a poco la esfera de lo «natural» o «sal-
vaje» para pasar al ámbito, que ha durado hasta hoy mismo, de lo «artifi-
cial» o «doméstico».
Las abundantes investigaciones realizadas en los últimos decenios so-
bre yacimientos neolíticos en todo el mundo nos han mostrado la forma
concreta en qué ese gran cambio se realizó: qué plantas y animales se do-
mesticaron primero, las fechas en que tales cambio tuvieron lugar, la for-
ma de procesar los nuevos alimentos, la persistencia de los antiguos (por
ejemplo la caza de animales salvajes), etc., pero han hecho poco para solu-
cionar el problema fundamental antes referido, las causas que promovie-
ron la transformación.
De las teorías que todavía gozan de alguna aceptación, destaca una que
resiste bien el paso del tiempo desde su presentación hace varias décadas:
la presión demográfica. La ventaja principal de la nueva economía produc-
tora es que genera una cantidad de alimento bastante mayor por área ex-
plotada que la depredadora. Eso no quiere decir que se incremente la cali-

534
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS M ETALES EN LA PENíNSULA IBÉRICA ...

dad: de hecho, muchos pueblos agricultores tradicionales, por ejemplo en


África, hasta hace poco seguían cazando y estimaban mucho más esta car-
ne que la alimentación normal basada en la agricultura. Tampoco que el
trabajo sea menor o más agradable en la nueva economía, sino más bien
todo lo contrario. Por esta razón se ha propuesto que los grupos humanos
se vieron obligados por entonces a dar este paso, y la única causa que apa-
r ece a primera vista es el aumento de población, pues a más bocas que ali-
mentar, mayor cantidad de alimento necesario. La causa de ese incremen-
to pudo estar en una relajación de los mecanismos de control de natalidad
que seguramente estuvieron vigentes durante milenios en el Paleolítico.
Esos controles pudieron ser conscientes (p. ej., el infanticidio en determi-
nadas circunstancias) o ligados directamente a los modos de vida, pues la
movilidad caracter ística de los pueblos cazadores provocaría una mayor
dificultad para embarazos y partos. La sedentarización provocada por el
nuevo clima y la consiguiente abundancia habrían eliminado muchas de
esas trabas. Por otro lado, todos estos cambios debieron también de provo-
car una crisis, primero, y luego seguramente el abandono de las construc-
ciones ideológicas ligadas a la vida cazadora y que habían imperado du-
rante mucho tiempo antes. Un inesperado aumento de la población debió
de ser una de las consecuencias, lo que llevaría a buscar modos de aumen-
tar la producción de alimentos experimentando con animales y plantas.
Esos experimentos fueron, lógicamente, en gran parte inconscientes
pues es imposible que aquellas gentes tuvieran idea del proceso en que
estaban inmersos y dónde conducía. Como hoy sabemos por la biología,
un proceso de selección y cuidado de plantas y animales activa los me-
canismos evolutivos de forma artificial y esas poblaciones naturales van
cambiando genéticamente hacia formas más provechosas para los huma-
nos. En los cereales, por ejemplo, se advierte claramente la aparición de
granos cada vez más grandes y nutritivos, simplemente porque nuestros
antepasados cogían para comer y luego plantaban esos tipos con más fre-
cuencia; mientras en los animales el cambio fue hacia una mayor docili-
dad además de mayor tamaño, dos variables que interesaban lógicamen-
t e mucho más que las contrarias. Algunos experimentos actuales han
mostrado, con todo, que esos cambios genéticos debieron de tomar su
tiempo, y sobre todo en el caso de los animales, las inversiones y vueltas
al estado inicial hubieron de ser muy frecuentes , dificultando consiguien-
temente el proceso.

535
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

J
...
e
Figura l. Cambios morfológicos producidos en el paso de los cereales silvestres (A y C) a
los cultivados (By D): aumento de tamaño de la espiga y los granos, desde el Triticum boeticum
(genéticamente diploide, A) hasta el trigo hoy usado para el pan, Triticum aestivum vulgare
(hexaploide, B), y variación de la base que une el grano con la espiga (raquis, en este caso
de la cebada), desde la forma silvestre fina y rígida (C) a la cultivada más grande y flexible
que mantiene unido el grano por más tiempo (D).

Desde una perspectiva más economicista o marxista, y comparando


cómo viven actualmente los cazadores y los campesinos, se ha propuesto
que debió de ser entonces cuando se pasó de un sistema económico de in-
tercambio definido por la reciprocidad positiva universal (todos dan, todos
toman) a uno que mantenía esa forma dentro del grupo, pero que era nega-
tiva (dar algo solo a cambio de algo) cuando se practicaba con miembros de
otros grupos. Antes no había división de funciones sino relaciones de paren-
tesco abiertas entre todos los miembros del grupo y la generosidad universal
servía para hacer frente a la escasez de recursos, mientras la mayor demo-
grafía y la incipiente propiedad de la tierra del nuevo sistema habrían incita-
do a un sistema de parentesco ya dividido y a la distinción entre «nosotros»
y «ellos» . Es probable que fuera entonces cuando surgieron los sistemas de
parentesco unilineales (patrilineales y matrilineales) y las divisiones en cla-
nes o linajes excluyentes, es decir, la partición de la sociedad (abandonando
la flexible y siempre cambiante «banda» de antes) en grupos amplios pero fi-
jos y a veces enfrentados, por la necesidad de negar el acceso de los extraños
a los recursos propios. Se trata del llamado modo de producción doméstico,
que vino a segmentar un mundo anterior tal vez organizado únicamente por

536
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA ...

género, en el que sólo existían hombres y mujeres. Una complicación ma-


_·or de esa unidad básica serán las familias extendidas, generalmente poli-
gínicas (un marido con varias mujeres), y a su vez clasificadas en distintos
· ajes, en función de su relación de parentesco con algún antecesor real o
mítico. A este sistema se le ha llamado «modo de producción "ordenado por
el parentesco"», cuando todas las relaciones económicas se expresan en fun-
ión de relaciones y obligaciones de parentesco (el hijo trabaja para el pa-
dre, o para el hermano de la madre, ésta para el marido y sus hermanos,
etc.). En un sistema así se habían sentado ya las bases para la desigualdad
-ocial que no haría sino ir aumentando en los siguientes milenios.
En otro sentido, no necesariamente opuesto sino complementario del
anterior, tenemos las propuestas de los estructuralistas, que se fijan sobre
todo en las formas de pensar que promueve cada modelo económico. El
cultivo agrícola y la domesticación animal tienen una aproximación a la na-
turaleza diferente de la visión personalizada que tienen de ella los cazado-
res, que la ven como una madre que cuida de sus hijos. De alguna forma, el
largo camino que llevó desde la sociedad primitiva a la sociedad campesina,
para acabar como estamos ahora, es decir, viendo generalmente a la natu-
raleza como una enemiga que hay que dominar y sobre todo poseer, debió
de iniciarse entre los últimos cazadores-recolectores complejos del Paleolí-
tico Superior y sobre todo del Mesolítico. Ese paso de la confianza al domi-
nio implica también pasar de una idea abierta del paisaje, del que se forma
parte en una relación móvil y al que se contribuye para su reproducción, a
una concepción limitada del territorio que comprende sólo aquellas zonas
que se explotan económicamente y son poseídas por el grupo. Esta transi-
ción no terminó con las primeras prácticas agrícolas, generalmente móviles
de roza (horticultura), sino con la llegada de la auténtica agricultura de ara-
do al final del Neolítico y durante la Edad del Bronce. El estructuralismo
(Hodder, Thomas, Remando, etc.) ve este período como la etapa definitiva
de un largo proceso humano de apropiación de la naturaleza por parte de
la cultura, de lo salvaje por lo doméstico, del campo (ager) por la casa (do-
mus). Desde el Paleolítico es posible detectar una línea continua de inten-
to de control de lo salvaje, mediante la tecnología, el arte, etc., cuyos logros
concretos habrían sido una fuente de prestigio y poder personal y grupal.
Aunque sin duda existieron conflictos en la larga época paleolítica, és-
tos debieron de ser de pequeño calibre y apenas dejaron restos arqueológi-
cos (ciertas representaciones de individuos alanceados en el arte rupestre

537
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

se han interpretado como algún tipo de castigo, aunque su significado más


probable sea simbólico). En el arte del Neolítico, por ejemplo el conocido
Arte Levantino español, se ven imágenes parecidas en mayor número, ade-
más de otras que parecen indicar batallas con arcos entre grupos. Hoy nos
parece lógico que la nueva economía haya provocado un número de con-
flictos sustancialmente mayor, por la mayor población y la posibilidad de
acumular ansiados recursos frente a la «pobreza» del período anterior. Se-
guramente existieron luchas entre los agricultores recién llegados y los ca-
zadores que ocupaban previamente los territorios, pero han dejado poca
huella. Los datos más bien apuntan a que haya existido una convivencia re-
lativamente pacífica e intercambios mutuos durante milenios. Por ejemplo,
en la península ibérica observamos que los concheros mesolíticos portugue-
ses seguían existiendo un milenio después de la llegada de los grupos neolí-
ticos con cerámica cardial al levante, y en África los abrigos rocosos de toda
1a región oriental y septentrional del continente fueron ocupados por caza-
dores hasta fecha reciente, pequeños grupos que usaban cerámicas presta-
das por sus nuevos vecinos los agricultores bantúes y cuyos restos queda-
ron en los depósitos de las cuevas que hoy excavan los arqueólogos.

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.......

Figura 2. Nivel de violencia durante el Neolítico: figuras de individuos alanceados en el


arte levantino español (según L. Dams, tomado de Guilaine y Zammit 2002, fig. 31).

538
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOlÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENíNSULA IBÉR1CA. ..

Parece más bien que los antagonismos más importantes se dieron en-
tre unos grupos neolíticos y otros, o tal vez dentro de los mismos grupos.
En casi todas las aldeas del Neolítico centroeuropeo (Danubiano) hay se-
pulturas, predominando las de mujeres con ajuares generalmente de tipo
doméstico (agujas, molinos) y adornos de concha, mientras las masculinas
tienen ajuares de tipo guerrero (puntas de flecha) y agrícola (azadas). Una
sepultura colectiva registrada entre las casas del poblado de Talheim al
SO de Alemania, de finales del VI milenio a. C., nos ofrece una inquietante
imagen de la sociedad de aquel período. En un pozo se hallaron los cadá-
veres de 34 individuos, 18 adultos (por lo menos 7 mujeres) y 16 niños, que
en su mayoría mostraban huellas de muerte violenta, por golpes propina-
dos con azadas pulimentadas y por flechas, todas ellas, curiosamente, en
la parte trasera de los cuerpos y sin que existan huellas de ningún tipo de
resistencia, lo que sugiere una especie de «ejecución» . Que las armas sean
azadas sugiere que los homicidas eran también campesinos, y los análi-
sis genéticos de los huesos muestran que los muertos pertenecían todos a
unas pocas familias . Otra fosa colectiva de la misma época se conoce en
Schletz (Austria), con 67 cuerpos con heridas en su mayoría de azadas pu-
limentas, arrojados dentro del foso circular que rodea éste y otros muchos
yacimientos de la época, cuya función se ha pensado que fuera ritual pero
que este hallazgo lleva a pensar más bien en una finalidad defensiva.

Figura 3. Restos óseos humanos en Talheim (Alemania).

539
PREIDSTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Datos etnográficos actuales sobre la guerra entre pueblos horticulto-


res indican que entre las causas posibles está la resolución de viejas dispu-
tas (acuerdos no satisfechos, préstamos de alimentos o intercambios de
mujeres no devueltos, etc.), o bien la pura necesidad de robar alimento en
épocas de hambruna. Esta segunda explicación también aclara la presen -
cia de huesos humanos aislados, que fueron consumidos en prácticas an-
tropofágicas, en muchos yacimientos neolíticos europeos: para un caso le-
jano pero bien estudiado, las culturas de los indios Pueblo del SO de lo
Estados Unidos, se comprobó que la presencia de canibalismo en los ya-
cimientos excavados se daba en niveles formados en momentos de fuertes
sequías, las cuales seguramente causaron graves carencias de alimento en
la población de entonces.
Aunque al principio de la investigación la gran mayoría de los yaci-
mientos neolíticos ibéricos conocidos eran dentro de cuevas, datos más re-
cientes muestran que también aquí hubo poblados al aire libre como en el
resto de Europa. Las cabañas eran casi siempre redondas y continuarán
así hasta la Edad del Bronce, cuando empezarán las rectangulares con pa-
redes de mampostería. Se conocen unos pocos casos de casas neolíticas
rectangulares como las centroeuropeas, por ejemplo en Mas d'Is (Alicante)
y también fosos circulares que curiosamente no rodean a las cabañas sino
que están fuera del poblado (por eso se piensa, como vimos, que tenían
una función ritual). Un descubrimiento reciente es el doble círculo de ho-
yos y postes de madera, con más de 90 metros de diámetro máximo, en La
Revilla del Campo (Soria), donde los restos de banquetes de carne animal
sugieren también algún tipo de uso ritual.
También durante el Neolítico comenzaron los sistemas de intercam-
bio de materias primas a lo largo de extensas regiones, según han demostra-
do los análisis físico -químicos de artefactos hallados en los yacimientos.
Entre el sureste y el levante peninsular existió un amplio protocomercio
de pizarra que se usaba para fabricar brazaletes y que se prolongó hasta
la Edad del Bronce, cuando se incorporaron los botones de marfil proce-
dentes de África, mientras en el norte existieron al menos dos centros de
distribución, en Can Tintorer (Gavá, Barcelona) y Palazuelo de las Cuevas
(Zamora), de una piedra de color verdoso, la calaíta, con la que se fabrica-
ron cuentas de collar y hachas pulimentadas, y cuya presencia en determi-
nados contextos funerarios, precisamente las tumbas más ricas, nos está
indicando su probable alto valor simbólico.

540
PALEOETNOLOGÍA DEL N EOLÍTICO Y EDADES DE LOS M ETALES EN LA PENíNSULA IBÉRICA ...

Ese mismo valor parecen haber tenido entonces materias que hoy nos
parecen simplemente utilitarias, como el sílex de buena calidad, la sal y un
poco después el cobre, antes de que sirviera éste último para realizar he-
rramientas y más tarde alearse en forma de bronce. Tal y como observa-
mos actualmente en muchas sociedades tradicionales, el aprecio por esas
materias probablemente radicaba más en su rareza que en sus cualidades
propias, y es probable que fueran un símbolo del prestigio social (más que
verdadero poder, que vendría más tarde) típico de los cabecillas o líderes
de los grupos o linajes. Según un modelo muy conocido hasta hoy mismo
en las sociedades de tipo tribal, la forma de llegar a ser un líder (big man,
«gran hombre») consiste en poder movilizar una cantidad grande de traba-
jo ajeno (realizado por familiares o seguidores ocasionales) para acumular
consiguientemente más alimento (grano, rebaños, etc.), el cual luego se re-
distribuye dentro del mismo clan, periódicamente y/o en momentos de es-
casez, o se intercambia con otros grupos que lo necesitan. Es corriente que
una forma de «firmar» esos intercambios o simbolizar el capital acumula-
do sean ahora y hayan sido en la Prehistoria determinados objetos precio-
sos que se pasaban de unos a otros cabecillas siguiendo las llamadas «Ca-
denas de prestigio», que al final hacían llegar los materiales a cientos de
kilómetros de distancia de su origen.

Figura 4. Objetos cotidianos y de prestigio depositados


como ajuar funerario en una tumba neolítica.

541
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

El tema de la desigualdad social vuelve a aparecer cuando se enfoca un


asunto importante en los orígenes de la nueva economía en Europa suroc-
cidental: la gran velocidad a la que se expandió la economía neolítica por
las costas mediterráneas y peninsulares, lo que plantea de nuevo las razo-
nes de esos movimientos. En sólo tres o cuatro siglos el «paquete neolítico»
llegó siguiendo la costa desde el sur de Francia hasta el norte de Portugal,
lo cual representa un avance de casi 10 km por año. Para explicar esto pue-
de ser útil ver lo que había ocurrido antes, a comienzos del Neolítico, en el
Próximo Oriente: después de un proceso rápido de formación de grandes
asentamientos, casi protociudades, la población volvió de repente a disol-
verse en pequeñas aldeas, en las que vivieron durante casi dos milenios de-
sarrollando la economía y la tecnología neolíticas, incluyendo la cerámica.
A partir de un cierto momento esos grupos campesinos comenzaron a mo-
verse hacia el oeste para ocupar prácticamente toda Europa en menos de
un milenio. Más que por una demografía desbocada, que es la explicación
habitual pero que parece muy improbable en las condiciones sanitarias del
momento, el origen de esa migración podría haber sido más bien un de-
seo firme, e incorporado dentro del habitus de las prácticas sociales ruti-
narias del Neolítico inicial, de mantener las estructuras sociales en un nivel
simple e igualitario, lo que implica una subproducción económica además
de unos grupos sociales de tamaño reducido. Mantener esas variables pudo
haber impulsado a las primeras gentes campesinas europeas, y entre ellas
a las del Mediterráneo Occidental, a cambiar tan rápidamente de asenta-
miento a medida que la población iba aumentando.
Otros elementos que nos permiten atisbar la organización social de es-
tos antepasados son las prácticas funerarias en la Península Ibérica. Al
principio se enterraba sólo a unos pocos individuos, en tumbas simples
o dobles dentro de cuevas naturales, tanto en las usadas como vivienda
como en otras más pequeñas de las proximidades. En algunos casos, como
en Los Cascajos (Navarra), la abundancia de tumbas (37, curiosamente la
mayoría masculinas) sugiere la existencia de una verdadera necrópolis,
pero si observamos el tiempo durante el cual se enterraron, más de un mi-
lenio, se aprecia claramente que solo una mínima parte de la población te-
nía derecho a la inhumación.
Algo después de 5000 a. C. se diversificaron las prácticas funerarias
apareciendo los primeros enterramientos colectivos, tanto en cuevas como
en los megalitos que luego veremos con mayor detalle, y también los ce-

542
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS M ETALES EN LA PENíNSULA IBÉRICA . . .

nterios compuestos por un cierto número de tumbas individuales. Mu-


s investigadores tienden a pensar que las tumbas colectivas, donde los
dáveres aparecen todos juntos sin apenas ajuares diferenciadores, co-
ponderían a sociedades más igualitarias que aquéllas que practicaron
sepulturas individuales con contenidos distintivos que marcan la tra-
taría o el estatus de cada uno de los enterrados. Aunque se ha podido
mprobar que los enterramientos colectivos no siempre ni necesariamen-
contenían a todos los miembros de la comunidad, es en los individuales
n de es mucho mayor la posibilidad de seleccionar, para una muerte «es-
ial» como un símbolo de una vida importante, a unas personas por de-
te de otras. Parece revelador que la zona peninsular donde más predo-
. an los cementerios de tumbas individuales, la cultura de los Sepulcros
e Fosa de Cataluña, sea donde se desarrolló con mayor fuerza la distribu-
;:ión por intercambio de las prestigiosas piezas de calaíta que antes vimos.

Por otro lado, las cuevas que, como


as de Or o Sarsa (Valencia), tienen
más tumbas individuales son también
que cuentan con más vasijas deco-
radas, recalcando las relaciones que
debieron de existir entre cerámica y ri-
tual. En el mismo sentido apuntan al-
gunas decoraciones impresas que des-
tacan entre la gran mayoría de motivos
geométricos, como los «soles» o unas
curiosas figuras humanas con los bra-
zos levantados y manos abiertas, que
algunos han interpretado como «oran-
tes». Esas imágenes son muy parecidas
a otras de gran tamaño, pintadas de
forma esquematizada en el arte rupes-
tre, descubiertas hace poco en la pro-
vincia de Alicante y que se han llamado
Arte Macroesquemático y parecen an-
ticipar el que aparece más adelante en
muchas otras zonas peninsulares, co-
Figura S. «Orante» pintado en rojo
nocido hace ya tiempo como Arte Es- del arte macro-esquemátido de Pla de
quemático. Petracos (Alicante).

543
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

2. MÁS CAMBIOS SOCIALES AL FINAL DEL NEOLÍTICO:


LAS CULTURAS MEGALÍTICAS

La extraña costumbre que adoptaron las poblaciones europeas de la


Fachada Atlántica unos pocos siglos después del 5000 a. C., enterrar a sus
muertos de forma conjunta dentro de arquitecturas pétreas que pudieron
variar (diversos tipos de megalitos artificiales, cuevas naturales o artifi-
ciales, etc.), ha dado y sigue dando que hablar entre arqueólogos y profa-
nos desde su descubrimiento hace varios siglos. Seguramente la primera
«idea» surgió en un solo lugar (tal vez la Bretaña francesa donde se dan
las fechas más antiguas conocidas), pues sería muy raro que se les hubie-
ra ocurrido a tantos grupos a la vez, y se trasmitió de unas comunidades a
otras por vía marítima: algunos análisis de huesos humanos del final del
Mesolítico muestran que su alimentación contenía mucho pescado (luego
cambiará a productos ganaderos con el Neolítico) y probablemente aque-
llos «marineros» se movían de una lado a otro en pequeñas barcas.
En la mentalidad popular, desde hace tiempo y sin que tenga trazas
de disminuir sino todo lo contrario, se ha identificado a los megalitos
con la astronomía: los círculos de piedra y alineamientos de menhires
tendrían como fin principal observar y seguir los movimientos del sol, la
luna o las estrellas. Sin embargo, y aunque muchos de los megalitos apa-
recen orientados hacia el sureste-sur, es decir, hacia la salida y ascenso
del sol, a muchos arqueólogos eso no les parece prueba suficiente y no
han sido convencidos por los defensores de una «arqueoastronomía» ge-
neralizada en la Prehistoria. Por otra parte, si hace cuatro mil años la
gente se reunía en un sitio tan emblemático como Stonehenge al sur de
Inglaterra para ver salir el sol a finales de diciembre o de junio entre el
cuadro formado por los bloques y el dintel centrales, está claro que no
pudieron ser muchas las personas que accedieran a ese «Conocimiento
sagrado», puesto que el espacio disponible en el centro del monumen-
to es pequeño. Ese mismo privilegio, del tipo que fuera y cuyos detalles
desconocemos desgraciadamente por completo, intenta ser recuperado
hoy por los practicantes de las modernas religiones «paganas» que ado-
ran la naturaleza e intentan recuperar las creencias prehistóricas euro-
peas, visitando los megalitos con tal frecuencia que resulta ya difícil ac-
ceder hoy a ellos sin tener cerca a alguien rezando a esos extraños dioses
desaparecidos .

544
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOL!TICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PEN!NSULA IBÉRICA .. .

Figura 6. Recreaciones imaginarias de ceremonias druidas en el complejo megalítico de


Stonehenge (Inglaterra).

Hace siglos se pensaba que eran tumbas de gigantes, moros o duendes,


y luego se creyó que eran monumentos celtas donde los sacerdotes druidas
realizaban sus ritos poco antes de la llegada de los romanos. Hoy sabemos
que los megalitos (que no solo fueron tumbas, también hay monumentos
exentos como menhires y círculos de grandes piedras) se empezaron a elevar
mucho antes, al poco de llegar al extremo occidental de Europa las primeras
comunidades neolíticas al final de su expansión europea y seguramente tras
mezclarse con los mesolíticos locales (esta mezcla está en el origen de la dis-
cusión principal actualmente: si la nueva costumbre funeraria y ritual fue
obra principal de uno u otro grupo). Ese «punto final» del movimiento es la
base de la explicación que más éxito ha tenido de su comienzo, de nuevo re-
lacionada con la presión demográfica: se había acabado la tierra nueva que
ocupar, no había un «más allá» a donde seguir desplazándose.
Si algo destaca de los megalitos es su gran visibilidad, pues son algo
sólido que suele estar colocado en zonas altas y destaca claramente en el
paisaje. Esto no era entonces algo nuevo, porque los granjeros que se iban

545
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

moviendo rápidamente por Europa ya


habían seguido un modelo parecido
antes con sus casas, desde los tells del
Neolítico griego y balcánico a las
grandes viviendas de madera danubia-
nas: la necesidad de marcar claramen-
te la presencia humana, sea por los
propios asentamientos o más tarde por
las tumbas.

Consultando esa gran fuente de hi-


pótesis interpretativas para la prehis-
toria que es la etnoarqueología, vemos
que hay muchos datos de sociedades
tradicionales actuales sobre la rela-
ción causal que suele existir entre la
presión demográfica y la consiguien-
te competencia por los recursos, por
Figura 7. Distribución de megalitos en un lado, y la aparición de lugares fijos
la isla de Arran (Escocia). de enterramiento que vienen a otorgar
un cierto derecho a los descendientes
de los allí enterrados. La teoría funcionalista (y consiguientemente la ar-
queología procesual) combina todo lo anterior con su idea básica de que
las sociedades crean instituciones (en este caso, una ideología funeraria
y una forma de enterramiento) que ayudan a formar un estado de equi-
librio, tanto entre el grupo y el medio ambiente como dentro de la socie-
dad misma. Por su parte, la teoría evolucionista nos dice que individuos
y grupos compiten entre sí por los recursos, estando mejor adaptados los
que consigan un mejor encaje con el medio natural y social correspon-
diente. Con todo ello obtenemos una cierta imagen de por qué se hicieron
los megalitos, todavía hoy válida como explicación para muchos arqueó-
logos: esos impresionantes monumentos no fueron sino marcadores terri-
toriales de grupos segmentarios (es decir, pequeñas tribus iguales e inde-
pendientes), con una economía cuya alta movilidad (primero los últimos
cazadores, luego los ganaderos y/o horticultores de roza) impedía ejercer
un control efectivo de la tierra por otros medios (por ejemplo, un poblado
estable), en una época de conflicto demográfico y a lo largo de la última
frontera prehistórica de Europa.

546
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA . . .

Por otro lado, el hecho de que en las culturas megalíticas no se hayan


encontrado apenas restos de los poblados, que debieron de ser muy livia-
nos, de materias vegetales y cambiando con frecuencia de sitio como aca-
bamos de ver, está en la base de la idea posprocesual de Ian Hodder, quien
propuso que las grandes tumbas representaban simbólicamente a las casas
(de hecho existen similitudes entre algunos de los primeros túmulos me-
galíticos bretones y la forma de las largas casas danubianas), y que por lo
tanto pudieron tener un carácter simbólico doméstico y femenino.
Otras hipótesis intentan explicar el megalitismo en relación a los con-
flictos internos existentes en las sociedades de la época. Esta postura ha
recibido un apoyo empírico en los últimos años por un descubrimiento
importante: en diversas regiones europeas (Escandinavia, Bretaña, Galicia,
Cataluña, sudeste español, etc.), las primeras tumbas megalíticas, muchas
veces en pequeñas cistas de piedra pero otras ya con túmulos encima, fue-
ron individuales, es decir que contenían uno solo o unos pocos individuos,
aunque enseguida cambiaron para ser colectivas enterrando a todos, o casi
todos, los miembros de la comunidad.
Como ya vimos, durante el Neolítico tuvo lugar el origen de la desigual-
dad social como consecuencia de la conversión de la tierra, que antes era
sólo un medio de trabajo, en un medio de producción. Ya no se trataba
simplemente de coger lo que la naturaleza ofrece a los humanos, sino que
ahora se necesita una gran cantidad de trabajo acumulado, que en la agri-
cultura incluye roza, layado, siembra, desherbado, irrigación en ocasiones,
cosecha, barbechado, etc. Lo mismo ocurre con el ganado, que es necesa-
rio atender y proteger de forma continua, desplazándose con él a los pun-
tos de agua y alimento, etc. Todo ello supone la movilización de una gran
fuerza de trabajo, ya no un pequeño grupo de cazadores sino la familia al
completo, y no de manera esporádica como antes sino permanente y con
previsión de futuro: la labor se realiza una temporada para recoger los fru-
tos en la siguiente (cosechas y crías).
Ese último hecho se ha propuesto como origen del extendido culto a los
antepasados (que arqueológicamente se puede detectar por la conservación
de sus cráneos en algunos poblados, ya desde el Neolítico del Próximo
Oriente), pues ellos hicieron el trabajo del que sus descendientes se benefi-
cian, y también del habitual prestigio de los ancianos en las sociedades
campesinas tradicionales. (En algunos yacimientos neolíticos peninsulares

547
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

se han registrado huesos humanos que no parecen corresponder a prácticas


antropofágicas y que tal vez fueran una especie de «reliquias» de antepasa-
dos). Seguramente eran los ancianos los que distribuían el alimento acu-
mulado (que, sin embargo, era producido sobre todo por los varones jóve-
nes, lo que ya supone una injusticia) y quienes decidían los matrimonios de
las mujeres (no ellas mismas), mediante alianzas que trajeran más hijos al
grupo para así incrementar el número de brazos disponibles y la produc-
ción. En la transición al Neolítico y a lo largo de este período parece detec-
tarse, en muchos puntos diferentes y a través de los datos funerarios, un
proceso de pérdida del prestigio femenino en favor del masculino, en un ca-
mino quizás paralelo a la cada vez mayor importancia de la producción
(económica y masculina) frente a la reproducción (biológica y femenina).

El resultado natural del sistema descrito es que, por diversos motivos,


algunas familias crecerán más que otras, al tener más matrimonios, muje-
res e hijos, mayor producción
en suma. Es probable que los
hombres que aparecen ente-
rrados en las tumbas indivi-
duales del Neolítico y el Mega-
litismo inicial hayan sido los
cabezas de ese tipo de fami -
lias, «grandes hombres» que
consiguieron movilizar con
éxito un trabajo mayor que
otros. Su sepultura, destacada
también, pudo servir en oca-
i siones para convertirlo así en
i el «antepasado» al que rogar
protección en los rituales du-
rante muchos años después.
'-'...:•t..---..:1,..
Pero es lógico pensar que en
Figura 8. Cráneos y estatuas del Neolítico Acerámi-
muchos casos la parte con me-
co B: 1) Cráneo humano cubierto por una máscara nos éxito de la sociedad, siem-
de arcilla, de Kfar HaHoresh (Israel). 2) Máscara pre la mayoría, se haya negado
humana de Jericó (Israel). 3) Busto humano de a aceptar de brazos cruzados
'Ain Ghazal (Jordania). 4) Enterramiento de figu-
ras human~s de 'Ain Ghazal. (Adaptado de Kuijt y esa situación, con mayor mo-
Goring-Morris 2002, figs . 8 y 10). tivo cuando todos ellos debían

548
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA ...

de estar aún imbuidos de una ideología igualitaria procedente de la época de


los cazadores.
Por todo ello no parece descabellado suponer que las tumbas individua-
les de inicios del Megalistismo hayan correspondido a un momento de di-
ferenciación social en el inicio del Neolítico europeo, y que las tumbas co-
lectivas subsiguientes, en las que se movilizó una gran cantidad de trabajo
al servicio de la comunidad, fueran, como señaló Felipe Criado, una forma
de «estrategia antipoder», el último esfuerzo de las sociedades atlánticas
por conjurar el fantasma de la división social. Lo cual no quiere decir que
las tensiones hacia la desigualdad hubieran desaparecido, como sugiere
el hecho de que algunos individuos enterrados en megalitos contasen con
ajuares mejores que el resto.
De esos conflictos, y al igual que hemos visto que ocurrió poco antes
en el Neolítico centroeuropeo, tenemos testimonios en España a través
de los restos de varios yacimientos. Un sitio de gran interés es el de Costa
de Can Martorell en Barcelona, un hipogeo artificial con casi 200 indivi-
duos inhumados, de los que una mayoría eran jóvenes y sanos y parecen
haber sido enterrados en poco tiempo y posiblemente por muerte violen-
ta, según muestran algunas heridas en los huesos y las abundantes puntas
de flecha de sílex (68) que aparecieron entre los cadáveres, y que segura-
mente les causaron la muerte en un momento ya del final del Megalistis-
mo y comienzos del Calcolítico, a finales del III milenio a. C. También de
esa época es el hipogeo de Longar (Navarra) con unos 80 individuos de
los que algunos tenían asimismo puntas de flecha entre los huesos. Otras
huellas de muertes parecidas, de fecha anterior (finales del IV milenio) se
registraron en el enterramiento colectivo en cueva natural de San Juan
ante Portam Latinam (Álava), con cerca de 300 cuerpos, de los que nueve
tenían huellas de heridas por punta de flecha, curiosamente la mayoría de
ellas por la espalda.
Sobre la ideología y el ritual concreto que sustentó la actividad mega-
lítica contamos con algunos testimonios artísticos, que aparecen tanto re-
presentados sobre las grandes losas de los monumentos como en piezas de
arte mueble asociadas a los cadáveres. Los primeros suelen ser grabados,
o algunas veces pinturas, con motivos geométricos: aunque existe gran va-
riedad, en Irlanda predominan los círculos concéntricos; en Bretaña, los
laberintos de líneas cruzadas que a veces unen pequeños hoyos o cazoletas

549
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA lBÉRlCA

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Figura 9. Arte megalítico. Fila superior, imágenes sobre las rocas de los megalitos, de izquierda
a derecha: grabados de líneas y cazoletas de la tumba de corredor de Le Petit-Mont (Bretaña),
pinturas en rojo y negro del dolmen de Pedra Cuberta (Galicia) y grabados de la tumba de co-
rredor de Knowth (Irlanda) (según Boyle, Leisner y Eogan en Müller-Karpe 1974, figs . 583, 571
y 640). Abajo, «ídolos» de la misma época (algunos denominados <<diosas madre» o <<diosas de
los ojos>>): a) <<báculo>> de esquisto, Portugal; b) placa de Vega del Guadancil, Cáceres; e) figura
oculada de cerámica de Monte do Outeiro, Portugal, d) estatua-menhir de St. Theodorit,
Francia; e y f) grabados de Les Pierres Plates y Mané-Rutual, Bretaña; g-j) estatuas-menhir de
Ciudad Rodrigo (España), Usle-sur-Sorge, St. Semin y Lauris (Francia) (diferentes escalas,
según Arnal, Rugues, Crawford, Gagniere, Granier y :tHelgouach en A. FLEMING, <<The myth
of the mother goddess>>, World Archaeology, 1969. fig. 31)

550
picadas en la piedra, y en la península ibérica, las líneas ""
penteantes. También en nuestros megalitos tenemos algun - ~
rativos, como posibles soles, animales, humanos y armas, y r.
comprobar que tales imágenes se efectuaron con un estilo muy par.... ~
del arte rupestre esquemático que aparece en las paredes rocosas de
chas regiones peninsulares, recalcando la conexión que debió de existir en-
tre dicho arte y el mundo funerario. También es interesante el parecido de
los motivos geométricos con los que aparecen en el arte rupestre de los ca-
zadores (tanto los prehistóricos del Paleolítico europeo como los actuales
bosquimanos de Suráfrica y algunos indios americanos) que algunos inter-
pretan como signos alucinatorios visionados durante los trances chamáni-
cos, y que sugiere el mismo origen también para los megalíticos, ligados
tal vez al consumo de drogas durante o después de los ritos funerarios.

3. DE TRIBUS A JEFATURAS EN LA EDAD DEL BRONCE

En el apartado anterior hemos visto cómo un brusco cambio de tumbas


individuales a colectivas podía ser un indicio de que las sociedades neolíti-
cas resistían la desigualdad promovida por ciertos «grandes hombres». Pues
bien, si el Megalitismo fue el resultado funerario de dicha oposición, veremos
ahora que aunque duró bastante, algo más de dos milenios, al final fue ba-
rrido por una nueva ideología que, de una forma cuyos detalles tal vez nun-
ca conoceremos, se apoyaba materialmente en la vuelta de nuevo a los restos
funerarios individuales. No fue sin duda casual que el cambio haya coincidi-
do con la aparición de una nueva tecnología, el fundido de un metal, cobre
primero y enseguida bronce; y luego el fundido y forjado de otro mucho más
eficaz, el hierro, que posibilitaron la obtención de mayores recursos alimen-
ticios y la adquisición de un prestigio más alto por parte de sus poseedores.
Tampoco fue una coincidencia que al mismo tiempo que se formaban las so-
ciedades metalúrgicas europeas en otros lugares del planeta (Egipto, Meso-
potamia, Valle del Indo, China, etc.) apareciesen los primeros estados centra-
lizados, que a la tecnología metalúrgica pronto unieron un artilugio muy útil
para el necesario control que este nuevo tipo de organización requería peren-
toriamente: la escritura. Este detalle marca, para el estudio del pasado que
realizamos aquí, la diferencia y frontera entre la prehistoria y la historia.
En Europa la creciente complejidad social se vio propulsada por ade-
lantos tecnológicos y económicos que se irán introduciendo poco a poco:

551
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

el uso del arado para trabajar la tierra, la explotación de los «productos


secundarios» de los animales domesticados, además de su carne como se
había hecho únicamente hasta entonces (fuerza de tracción que se ha ad-
vertido por las deformaciones de algunos de los huesos de bóvidos, pro-
ductos lácteos por la presencia de recipientes cerámicos para elaborar
quesos, lana, pieles, etc.), el abonado de los cultivos con estiércol y la irri-
gación mediante canales en algunas zonas más secas, la invención de la
rueda para el transporte terrestre y de la vela para el fluvial y marítimo, la in-
troducción de nuevas plantas cultivadas (sobre todo la vid y el olivo en la
zona mediterránea) y la creciente importancia del comercio a larga distan-
cia, sobre todo de los productos metálicos procedentes de la nueva indus-
tria de la minería (cobre, estaño, etc.), como las herramientas y armas de
cobre y bronce. Causa extrañeza que todos estos cambios no hayan provo-
cado la aparición del Estado en tierras europeas hasta mucho más tarde,
y entonces más por la influencia exterior de los sistemas «despóticos» de
Asia suroccidental y Egipto que como resultado de presiones internas en
esa dirección. El nuevo modelo político sólo pudo introducirse en nues-
tro continente, extraña y prontamente «democrático», mediante la guerra:
contra los griegos, contra los republicanos romanos, contra los territorios
que fue conquistando Roma y finalmente contra las tribus de la periferia
nórdica ya en la Edad Media. Ello no quiere decir que las sociedades euro-
peas e ibéricas del Calcolítico, Edad del Bronce y Edad del Hierro no pre-
sentaran variados niveles de desigualdad y complejidad, además de origi-
nales sistemas de organización social, que resumiremos a continuación.
Al igual que había pasado en el período cultural precedente, también la
llegada de los metales ocurrió desde el este. En Europa central y occiden-
tal, su primera difusión coincidió, a fines del IV y comienzos del III mile-
nio a. C., de nuevo con un período de llamativa uniformidad cultural, defini-
do por dos grandes tipos cerámicos, primero la cerámica con decoración de
cuerdas impresas (cerámica cordada) al norte y noreste, y luego con otra de
abundante decoración impresa e incisa, la cerámica campaniforme, al oeste
y suroeste. Los vasos cordados aparecen enteros en tumbas masculinas bajo
un pequeño túmulo desde Holanda hasta las estepas rusas, acompañados
por unas hachas de piedra pulida que imitan otras metálicas del Calcolítico
balcánico (al norte no aparecen los primeros objetos de cobre hasta media-
dos del III milenio), y los vasos seguramente sirvieron para beber algún tipo
de bebida alcohólica como hidromiel, en reuniones de guerreros que pare-

552
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA ...

cen haber imitado las fiestas donde se bebía vino con vasos metálicos en el
Egeo y Anatolia, ya por entonces en la plena Edad del Bronce. Nos encontra-
mos con una situación parecida a otras muchas posteriores, incluso hasta la
misma actualidad: las élites de los pueblos «bárbaros» de la periferia asien-
tan su prestigio mediante la imitación de las conductas de sociedades más
ricas y sofisticadas, aunque sea con objetos que solo remedan la forma de
los originales. También en esta época los asentamientos son pequeños y ape-
nas han dejado huella, destacando en cambio los cementerios de pequeños
túmulos que imitan a los que poco antes se habían empezado a construir en
las llanuras del sur de Rusia, llamados «kurganes» y ligados a pueblos de
origen asiático, que habían domesticado el caballo y parecen haberse exten-
dido después hacia el oeste. Hasta hace un par de décadas era habitual iden-
tificar a estas gentes como las introductoras de los idiomas indoeuropeos en
Europa (hablados hoy en todo el continente, salvo excepciones como el eus-
kera, húngaro o finlandés), según la idea de Marija Gimbutas, aunque la hi-
pótesis ha perdido fuerza ante las nuevas teorías que ven esa introducción
como obra de la expansión más antigua del Neolítico Danubiano.
Desde antes de mediados del III milenio a. C. comenzó a manifestarse
en Europa Occidental, llegando hasta la costa norte de Marruecos, un fe-
nómeno también llamado por una sola de sus partes, la cerámica, el «Com-
plejo» del vaso campaniforme. Con este nombre se ha querido agrupar a
muchas culturas distintas, pero que tuvieron todas la costumbre de ente-
rrar a algunos de sus individuos en una fosa individual, a veces bajo túmu-
lo y otras no, con una o varias vasijas sin asa y otros objetos distintivos,
como puñales y equipos de arquero (puntas de flecha de sílex, brazal pro-
tector de piedra fina), a los que pronto se añadió el metal (puñales de co-
bre). Hace años se pensaba que las tumbas correspondían a un «pueblo»
viajero de buhoneros, comerciantes de cobre y otras materias prestigio-
sas llegados de lejos. Hoy la idea está abandonada, pero el descubrimien-
to reciente de una tumba en Amesbury, al sur de Inglaterra, de un hombre
adulto con las típicas vasijas campaniformes y todo el equipo de arquero,
en piedra y metal, además de un pequeño yunque de piedra para trabajar
el metal, y cuyo análisis de isótopos de oxígeno en los dientes reveló que
había pasado su niñez en el continente, podría volver a ponerla de moda.
Algunos han pensado que se trató de un metalúrgico, tal vez también espe-
cialista en ritual (chamán), admirado por ello mismo y por su condición de
viajero poseedor de conocimientos exóticos.

553
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Es curioso que la expansión campaniforme haya sido casi igual que la


megalítica ocurrida apenas dos milenios antes, tal vez utilizando las mis-
mas vías costeras, y de hecho muchas tumbas campaniformes se hicieron ,
de forma individual y ya no colectiva, dentro de los mismos megalitos que
ya tenían siglos o incluso milenios de antigüedad por entonces. Al igual
que los vasos cardados, también los campaniformes debieron de estar aso-
ciados con rituales masculinos para consumir alguna bebida alcohólica
(los residuos de algunas cerámicas corresponden a hidromiel sazonada
con hierbas y frutos silvestres, y la combinación de vasijas grandes y vasos
pequeños sugiere que era bebida por varias personas), tal vez en fiestas de
hospitalidad dentro de un sistema ideológico llegado del norte y relaciona-
do con la monta de caballos y también muy pronto con la metalurgia: exis-
te una clara asociación entre la presencia de las cerámicas y los centros
productores y mineros en muchas regiones (no solo de cobre sino de otros
metales como la sal en el yacimiento zamorano de Villafáfila).

Figura 10. Cerámicas campaniformes (vaso y cazuela).

554
PALEO ETNOLOGÍA DEL NEOlÍTICO Y EDADES DE LOS METALES E lA PEslxsl..L~ IBÉRICA ...

Por otro lado, recientes hallazgos en la República Checa mues-


tran que bastantes enterramientos eran femeninos, lo que p odría ayu-
dar a explicar la difusión del estilo decorativo mediante el caracterís-
t ico y tradicional intercambio exogámico de esposas, que serían a su
vez las encargadas de fabricar los vasos y por ello mismo éstos serían
tan parecidos (al tener todas las mujeres de un poblado el mismo ori-
gen, el grupo con el que se establecieran los acuerdos familiares). Ya
vimos la importancia del cambio de mentalidad social que este nue-
vo ritual insinúa: las tumbas eran muy ricas para la época, pues el en-
terrado iba provisto de todas sus riqueza incluidos los nuevos vesti-
dos de lana teñida y los adornos de oro en ocasiones (tal vez para que
todo ello fuera bien visible durante los rituales fúnebres, se empezó
a enterrar en ocasiones al cadáver extendido y no siempre flexionado
como antes), y todo ello sugiere una ideología individualista y una so-
ciedad dividida muy diferente de la anterior colectiva de los megalitos
Un yacimiento importante para entender cómo se produjo el cambio es
el túmulo de La Atalayuela en Agoncillo (Logroño), donde hacia 2700-2600
a. C. se enterraron unos 70-80 individuos con materiales campaniformes
(cerámicas de los estilos puntillado e inciso, puntas de flecha en piedra y
punzones de cobre), en una curiosa mezcla de lo antiguo (tumba colectiva)
y lo reciente (símbolos de la nueva ideología) . En general, da la impresión
de que esos artefactos distintivos no llegaron a penetrar en todas las regio-
nes peninsulares y que más bien suponían una producción minoritaria y
extraña, lo que concuerda con el significado ideológico exclusivo que antes
vimos. En algunas regiones, con todo, acabaron incorporados a la práctica
diaria de mucha gente, tal como muestran las abundantes cerámicas regis-
tradas en poblados, por ejemplo, del área central española, donde en am-
bas mesetas el campaniforme continuó durante la Edad del Bronce Anti-
guo hasta ya bien entrado el II milenio a. C., entroncando con las culturas
del Bronce Medio y Final de la zona (Cogeces-Cogotas), y cuando ya otras
regiones habían desarrollado nuevas formas materiales y sociales.
Un fenómeno social curioso de la Península fue la cultura de Los Milla-
res en Almería, que surge de una fase anterior de tipo megalítico, la «Cultu-
ra de Almena>>, cuando aparece el cobre por vez primera un poco después de
3000 a. C. Lo interesante es que combina aspectos nuevos de un tipo de socie-
dad jerarquizada (asentamientos grandes y amurallados, bastiones y fortines,
etc.) con el antiguo rito de enterramiento colectivo, con un centenar de tú-

555
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

mulos megalíticos en tomo al asentamiento que da nombre a la cultura. Tal


vez los individuos importantes, aunque fueran depositados junto a los demás,
se distinguieran por los distintivos ajuares que parecen haberles omado: ha-
chas y puñales de cobre, cerámicas ricamente decoradas, objetos de marfil y
huevo de avestruz africanos, etc. El interés de Los Millares se redobla por la
existencia de poblados parecidos hacia la misma época, mediados del III mi-
lenio, en Portugal (Zambujal, Vila Nova de Sao Pedro) y otros incluso con
mayor tamaño en Badajoz (La Pijotilla), Sevilla (Valencina de la Concepción)
o Jaén (Marroquíes Bajos, el mayor de todos, con unas 100 hectáreas).

Figura 11. Cerámicas de Los Millares (Almería)


con las características decoraciones incisas.

Al igual que otras zonas mediterráneas, Andalucía y el sudeste de la


costa levantina presentan unos rasgos geográficos que recuerdan a los
típicos allí donde se produjo la aparición de los primeros Estados: cli-
ma cálido con suelos ricos y agua suficiente para permitir una agricul-
tura muy productiva. Por eso no fue casualidad que también aquí, como
en el Próximo Oriente, Grecia, el Egeo y Egipto, surgieran formas políti-
cas complejas antes que en otras regiones europeas. Por la importancia
del tema se han planteado arduas polémicas teóricas sobre su organiza-
ción social prehistórica, en las que han participado buen número de in-
vestigadores españoles y extranjeros. La discusión ha girado en torno a
dos cuestiones, la situación de esas sociedades dentro de una tipología de
complejidad creciente (Tribu-Jefatura-Estado) y la actividad económica
principal cuya intensificación sirvió para soportar el poder de las élites
(metalurgia o agricultura).

556
P ALEOETNOLOGÍA DEL N EOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENíNSULA IBÉRICA ...

El problema de la primera cuestión es que no existen criterios universa-


les para distinguir claramente entre un tipo u otro de organización social,
y así, las sociedades del sudeste fueron un sistema de Tribu con líderes in-
cipientes («grandes hombres» , big men) para Antonio Ramos, una inci-
piente Jefatura para Robert Chapman o Antonio Gilman, o un Estado ini-
cial para Vicente Lull o Francisco Contreras. La aplicación de un criterio
estricto de separación de clases y opresión de unas por otras, visible en la
jerarquía de asentamientos con unos orientados a la agricultura mientras
que otros son fortificados y de vigilancia militar, llevó a Francisco Nocete
a defender un pleno Estado en las campiñas de Jaén ya durante el Calco-
lítico del III milenio. Pero según un criterio muy extendido, para que exis-
ta un Estado la clase superior debe ser capaz de movilizar los excedentes
en su favor mediante algún tipo de tributo, y por eso los primeros Estados
han sido a veces encuadrados en la terminología marxista dentro de un
modo de producción tributario. La carencia aquí de datos sobre esas con-
tribuciones, en forma de grandes edificios o templos que pudieran haber
servido de almacenes, como tenemos claras pruebas en los Estados próxi-
mo-orientales, ha llevado a hablar más bien de Estados «tributarios débi-
les» que serían incapaces de definir la naturaleza y cuantía de esos tributos
(Leonardo García Sanjuán).
De las posturas teóricas anteriores, la intermedia que se decanta por las
jefaturas resulta atractiva porque describe una unidad política en la fase
intermedia de un proceso y analiza las causas que la empujan en una di-
rección de mayor desigualdad. En los apartados anteriores vimos algunos
mecanismos de resistencia para mantener el «modo doméstico de produc-
ción», típico del Neolítico y generalmente identificado con el estadio de
«tribu». En esa situación económica el poder o prestigio no es todavía he-
reditario sino adquirido gracias a la capacidad de individuos, familias o
linajes para establecer más alianzas matrimoniales que aumenten su ca-
pacidad productiva, y las cambiantes circunstancias pueden hacer que el
sistema se nivele y la supremacía pase en cualquier momento a otras ma-
nos. En una jefatura se refuerza el sistema de parentesco jerárquico en
manos de los varones y ancianos, con redes más extensas en las que los ex-
cedentes se mueven hacia las posiciones sociales superiores, de una mane-
ra que algunos ya consideran una especie de «tributo». Por ello a veces se
clasifica a las jefaturas (al menos las «complejas», más desiguales que las
«simples») dentro del modo de producción tributario.

557
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Sea mediante la formación de unidades familiares cada vez mayores


como dijimos, o estableciendo jerarquías entre las diferentes familias con
tributos que suben desde los hermanos menores a los mayores, de los jóve-
nes a los ancianos y de las familias más pequeñas a las más numerosas (mo-
delo antropológico del «clan cónico»), el poder se va concentrando en las
manos de uno o unos pocos varones, que en muchos casos cuentan con el
soporte «ideológico» (es decir, probablemente «falso») de estar situados más
cerca de un antepasado real o mítico, supuesto fundador del linaje. De esta
manera se consigue en muchas ocasiones un poder hereditario, lo que en el
registro arqueológico se suele identificar con la presencia de tumbas ricas de
algunos niños, que serían miembros por nacimiento del linaje dominante y
por ello con un prestigio adscrito desde la cuna y no adquirido por el trabajo
o el esfuerzo a lo largo de la vida. Ahora bien, ese poder todavía no se ejerce
mediante la violencia, sino que se justifica exclusivamente en el plano ideo-
lógico (p. ej. siendo los varones mayores los únicos «capaces» de comuni-
carse con los antepasados, o los garantes de la fertilidad reproductora de las
familias). Con una tecnología simple como la hortícola y el espacio geográ-
fico limitado que es capaz de abarcar una jefatura, a menudo el sistema se-
ría incapaz de mantener un crecimiento de la producción acorde con el de-
mográfico, lo que tuvo que provocar carencias insoportables para algunos,
obligando a pasar a la organización estatal coercitiva si se quiere mantener
la desigualdad o, con mucha mayor frecuencia, a retornar al estadio tribal,
perdiendo los jefes una parte o todo su poder. En el registro arqueológico se
conocen muchos ejemplos de culturas «florecientes» que no tuvieron con-
tinuidad en el tiempo, con interrupciones bruscas que pudieron deberse en
muchos casos a la resistencia del cuerpo social frente a la centralización del
poder, resultando en lo que se llama una «devolución» política.
Durante el II milenio a. C., procesos del tipo que acabamos de descri-
bir tuvieron lugar en amplias regiones del Mediterráneo europeo, dejan-
do por todas partes sus «marcas» arqueológicas: paso a tumbas individua-
les cada vez más ricas, poblados fortificados, agricultura intensiva y uso
cada vez mayor de los metales. En la península ibérica la unidad social
más importante durante la Edad del Bronce fue la cultura del Argar, así
llamada por el primer yacimiento estudiado en la provincia de Almería, y
fechada aproximadamente entre 2200 y 1500 a. C. Se extendió por las pro-
vincias del sudeste pero la presencia de cerámicas iguales o parecidas a
las de esa zona en gran parte de la península llevó a hablar de un «Bronce

558
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENíNSULA IBÉRICA .. .

argárico» de mucha mayor exten-


sión. Los poblados argáricos se si-
tuaban en lugares elevados con
fortificaciones defensivas, acen-
tuando un sistema que ya existía
en la zona suroriental desde la
época de Los Millares, y tenían
casas rectangulares separadas en
Yarias estancias, sin grandes di-
ferencias entre ellas aunque en
Fuente Álamo (Almería) se exca- Figura 12. Reconstrucción del poblado argárico
varon varias viviendas especia- de Peñalosa (Jaén) (según F. Contreras, ed.,
les de funcionalidad incierta, y Proyecto Peñalosa, Sevilla, 2000).
en Peñalosa (Jaén) había algu-
nas casas mejor situadas en el poblado y con mayor abundancia de res-
tos de fauna (vaca y caballo) en su interior.
La división social se aprecia todavía más en el registro funerario, siem-
pre con tumbas individuales que al principio se hacían en pequeñas cistas de
lajas de piedra y luego en grandes tinajas cerámicas, normalmente debajo o
cerca de las propias casas (en Peñalosa una de las tumbas se hizo bajo una
de las estancias especiales antes citadas). Según los análisis de Lull y Estévez,
los distintos ajuares funerarios se usaron para marcar los grupos dentro de
la sociedad, con una clase dominante (con armas de bronce, diadema, oro,
etc. para las tumbas masculinas, y plata y adornos en las femeninas; también
los tipos cerámicos eran distintos para ambos géneros), una clase inferior
pero todavía importante (hacha para los hombres y punzón para las muje-
res), los servidores (sólo con cerámica) y finalmente los posibles esclavos sin
ningún ajuar. Es curioso que las diferentes clases de ajuar se hayan registra-
do a veces bajo la misma casa, quizás porque sirvientes y esclavos habitasen
también en ella o se enterraran junto con sus amos. La presencia de tumbas
infantiles con ajuares significativos indica un estatus adscrito ya desde el na-
cimiento (heredado), típico de las jefaturas y los Estados como vimos.
La economía argárica era agrícola con abundante ganadería, destacando
la presencia del caballo, que tal vez fuera un símbolo de riqueza. En el tema
de la agricultura ha existido bastante polémica sobre si se usó la irrigación:
aunque el clima no parece haber sido tan árido como hoy, un sistema de ca-
nales sí pudo haber aumentado claramente la productividad en la zona. En

559
PRElllSTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

el registro arqueológico no existen restos claros de acequias, pero un análi-


sis de isótopos de carbono (13 C) en semillas de la época halladas en los yaci-
mientos sugiere que algunas leguminosas como las habas pudieron haber
recibido un aporte extra de agua, lo que por el contrario no parece probable
en el caso de los cereales: éstos se cultivarían en secano mientras otras plan-
tas más necesitadas de humedad (legumbres, lino, etc.) pudieron tener algún
tipo de irrigación artificial. Este tema de la economía agrícola y ganadera es
importante por cuanto la antigua idea que ponía en la metalurgia del bron-
ce la base económica de El Argar ha sufrido un duro revés tras los recientes
análisis de Ignacio Montero. Aunque se fabricaron muchos tipos de objetos
distintos (herramientas, armas, adornos), la tecnología metalúrgica no al-
canzó un gran desarrollo en comparación con otras zonas europeas, no sólo
por lo escaso de su producción sino también por su calidad: en su mayor
parte no se trataba de verdadero bronce (cobre y estaño), sino cobre aleado
con arsenio de inferior calidad. Por ello parece probable que los objetos me-
tálicos sirvieran para almacenar y exteriorizar la riqueza (sobre todo en la
ostentación funeraria), y quizás también para imponerla por la fuerza, pero
no para producirla. Tampoco otras artesanías, como la cerámica o el tejido,
mostraron signos de una producción normalizada y abundante como para
haber tenido una importancia económica por encima de la esfera local.

La escasa potencia económica de El Argar pone incluso en tela de juicio


la denominación antes vista de «Estado tributario débil», si lo comparamos
con los Estados contemporáneos del Mediterráneo oriental en Creta y Mice-
nas. Por un lado, el policultivo de vid y olivo, una de las bases de la riqueza
minoica y micénica, no ha podido hasta ahora atestiguarse con seguridad en
El Argar. Por otro, no sólo se trata de que los poblados argáricos fueran pe-
queños (los mayores sólo pudieron albergar a unas 1500 personas), pues
también lo eran las ciudadelas micénicas, sino que faltan además muchos
elementos de tipo ideológico que deberían estar ahí: arte, arquitectura defen-
siva, templos, santuarios, palacios, etc. Las diferencias sociales visibles en
los ajuares de las tumbas (también apreciables en la alimentación, según los
análisis de paleodieta en los huesos humanos de Peñalosa), y la existencia de
armas ofensivas de metal parecen sólo suficientes para caracterizar a esta
sociedad como una jefatura desarrollada, tal vez ya con algún tipo de control
centralizado sobre territorios grandes, en la que los miembros de las fami-
lias dominantes accedieron a ciertos privilegios, quizás en cierta manera re-
lacionados con la irrigación, respecto a los componentes inferiores de la so-

560
PALEOETNOLOGÍA DEL N EOLITICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENíNSULA IBÉRICA .. .

ciedad. Al final del período argárico se produjeron cambios en los lugares de


asentamiento y los tipos cerámicos, empezando también aquí una época os-
cura (el Bronce Final del sureste) cuyo escaso conocimiento actual tal vez se
explique por una reducción demográfica ocurrida entonces en la región.

Por la misma época y un poco después que en el Mediterráneo ocurrie-


ran los cambios sociales que acabamos de ver, en la Europa occidental se
dio el fenómeno cultural llamado «Bronce Atlántico», desarrollado sobre
todo en las costas e interior de los países atlánticos durante los últimos si-
glos del II milenio y primeros del 1 milenio a. C., al mismo tiempo que en
Centroeuropa comenzaban los llamados «Campos de Urnas» que veremos
luego. A través de contactos que, al igual que pasó con el megalitismo y
el campaniforme, tuvieron que basarse en el tráfico marítimo, se produ-
jo una unidad tecnológica en toda
la región, de forma que los mismos
tipos de útil de bronce, en general
A
armas y sobre todo espadas (se ha
hablado de la «época de los espada-
chines»), aparecen repetidos desde
w
Portugal hasta las Islas Británicas y
los Países Bajos. Por esta época se
empieza también a advertir una ten-
dencia hacia la distinción simbólica
de los dos géneros, tanto iconográ-
fica en el arte rupestre o las estelas
(hombres con sexo bien marcado, ca-
zando, con armas, etc.), como en los
ajuares de las tumbas, con una aso-
ciación recurrente de varones con
armas y de mujeres con ornamentos
metálicos. A lo largo de la Edad del
Bronce se había ido creando un ethos
del guerrero, relacionado con la be-
lleza masculina y que, además del Figura 13. Armas, armadura y casco de un
armamento, incluía los jarros y va- guerrero del Bronce Final en Europa Occiden-
sos para las bebidas alcohólicas, la tal, c. 1000-700 a.C., asociados posiblemente
al primer ideal de la fuerza y belleza mascu-
monta de caballos y conducción de linas (según P. SCHAUER, en Ausgrabungen in
carros guerreros y el adorno perso- Deutschland, 3, Mainz, 1975).

561

•IL _ H¡j,
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

nal, con elementos de aseo (peine, espejo, cuchilla de afeitar, pinzas, etc.) y
cabellos largos que se creían asociados a la potencia sexual.
Durante el Bronce Final fue también cuando la metalurgia alcanzó su
mejor expresión con un dominio total de sus aspectos técnicos, lo que a la
vez permitió que muy pronto se difundiera la fundición y forja de un nue-
vo metal, cuyas mejores herramientas acabarían pronto reemplazando a las
del anterior: el hierro. Pero lo más curioso del Bronce Final es que prácti-
camente lo único que conocemos de esta época son los «depósitos» de me-
tal (conjunto de objetos que se enterraron o sumergieron en agua juntos y
así son hallados hoy en día), pues faltan en el registro arqueológico tanto
los asentamientos como las tumbas. Aunque investigaciones de los últimos
años han descubierto un mayor número de los primeros, y también que ce-
menterios que antes se creían de épocas anteriores pudieron seguir usándo-
se ahora (por ejemplo, los túmulos de Wessex en Inglaterra y los «armori-
canos» de Bretaña), sigue sorprendiendo esa dualidad entre la abundancia
metalúrgica y el aparente eclipse de otras facetas de la vida.
Es posible que todos esos pueblos atlánticos tuvieran una ideología si-
milar, unas lenguas parecidas de tipo indoeuropeo precéltico, y unos ri-
tos de enterramiento que no dejasen huellas, como por ejemplo la exposi-
ción del cadáver al aire o incineración y dispersión de las cenizas, aunque
lo más probable es que los cuerpos se arrojasen al agua, tal como sugiere el
frecuente hallazgo de objetos de metal, que pudieron formar el ajuar de los
muertos, en ríos, lagos e incluso en el mar. En este último contexto tenemos
el famoso «tesoro de la ría de Huelva» en España, donde más de 400 piezas
halladas en el dragado de la ría en 1929 se interpretaron durante mucho
tiempo como procedentes de un barco hundido en el siglo x a. C., pero que
hoy se las cree más bien arrojadas en uno o diferentes momentos como de-
pósitos votivos o funerarios, una costumbre ritual que sabemos que duró
hasta la Edad Media en algunas zonas del norte europeo.
Los depósitos terrestres que aparecen enterrados pudieron ser amorti-
zaciones niveladoras de las diferencias sociales (retirando una parte de ri-
queza de la circulación), aunque también es posible que en algunos casos
fueran dotes de novias en un sistema más exogámico que los de épocas an-
teriores: se han encontrado tumbas de mujeres importantes, en el norte de
Europa y también en España (Carpio de Tajo en Toledo, ya de comienzos
de la Edad del Hierro), acompañadas por un ajuar metálico valioso y pro-

562
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNS ULA IBÉRICA . . .

cedente de su lugar de origen, a veces muy alejado de donde al final de su


vida fueron enterradas, y tal vez esta costumbre de tomar esposa de luga-
res relativamente alejados pudiera explicar la presencia general de objetos
similares a lo largo de toda la costa atlántica. Según muestran los trabajos
de la geógrafa E. Boserup y el antropólogo J. Goody, mientras que los tra-
bajos en las agriculturas de azada (horticultura del Neolítico) suelen ser
realizados por mujeres, lo que lleva a las familias a buscar un máximo
de esposas, por las que se paga un «precio de la novia», en las de arado
(a partir de la Edad del Bronce) el trabajo agrícola lo realizan sobre todo
los hombres y las mujeres acuden al matrimonio provistas de «dote» here-
dada de su familia, que es la única parte de la herencia no destinada a los
varones y les asegura una cierta independencia respecto de sus maridos.
La península ibérica, en especial sus áreas costeras, fue entonces escena-
rio del cruce de dos amplios sistemas comerciales, del Atlántico y el Medi-
terráneo, hallándose en nuestros depósitos metálicos (como el de Baióes en
Portugal, o el citado de la ría de Huelva) elementos de ambas tradiciones. El
valor simbólico del metal y las armas durante el Bronce Final tiene en la re-
gión del suroeste (Extremadura y el Alemtejo portugués) una original e inte-
resante expresión en las grandes estelas de piedra decoradas con grabados
figurativos que representan guerreros con cascos (a veces de cuernos), ca-
rros, lanzas, espadas y otros elementos metálicos de prestigio como peines,
fíbulas o instrumentos musicales. Los carros son interesantes porque nos
hablan de cómo debió de efectuarse el transporte terrestre en aquella épo-
ca, igual que los numerosos barcos que se grabaron en el arte rupestre del
sur de Escandinavia nos informan por su lado sobre el tráfico marítimo. Las
primeras interpretaciones de las estelas las veían como marcadores de tum-
bas, seguramente de los mismos guerreros representados, pero el que ningu-
na aparezca asociada a restos humanos (aunque éstos pudieron disponerse
sin dejar huella, como dijimos antes) ha llevado a proponer que fueran más
bien marcadores territoriales, pues muchas de ellas aparecen cerca de lími-
tes comarcales, vados y lugares de paso que pudieron haber sido las fronte-
ras entre los espacios de unas y otras jefaturas. Estelas de tipo especial son
las «diademadas» que representan a mujeres con algo que parece un toca-
do prominente en la cabeza, y que tal vez representen las alianzas consegui-
das entre los grupos mediante intercambios de esposas, aunque también po-
drían ser figuras rituales femeninas (las famosas «diosas») que continuaban
la tradición de imágenes similares desde el arte esquemático y megalítico.

563
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Figura 14. Estelas decoradas del SO peninsular: 1) Zarza de Montánchez (Cáceres),


2) Fuente de Cantos (Badajoz), 3) Ategua (córdoba), 4) Torrejón el Rubio (Cáceres), 5) El
Viso (Córdoba). En las tres primeras se ve a un guerrero (en la n. 0 2 con cascos de cuernos)
junto con el carro, escudo, espada, lanza, espejo, fíbula, animales y otros personajes; la
n. 0 4 es una figura «diademada>>, supuestamente femenina, y la n. 0 5 parece representar a
una de estas últimas figuras entre dos guerreros, tal vez en una ceremonia de intercambio
de mujeres (según Galán Domingo 1993, passim).

Siguiendo con este tipo de arte, suponemos que el arte esquemático,


que había empezado durante el Megalitismo, continuó pintándose y gra-
bándose en las rocas de las sierras peninsulares durante la Edad del Bron-
ce. De hecho algunas de las figuras representan armas hechas con este me-
tal, aunque en su gran mayoría resultan más difíciles de identificar. En
muchas otras zonas europeas se conoce arte rupestre fechado aproximada-
mente en el Calcolítico o la Edad del Bronce, con los círculos concéntricos
o espirales como motivos más abundantes, por ejemplo en los petroglifos
gallegos y portugueses. Dos zonas sobresalientes con arte rupestre de esta
época, en concreto grabados, son la zona norte de Italia y sureste de Fran-
cia, y Escandinavia. Cerca de los Alpes italianos está el valle de Valcamoni-
ca y en la costa mediterránea francesa Mont Bego, con una gran cantidad
de grabados, relativamente esquemáticos, que muestran animales (alces,
ciervos, cabras salvajes), seres humanos y armas (puñales); es posible que los

564
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA ...

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Figura 15. Ejemplos de figuras de Arte Esquemático rupestre de la Península


Ibérica. Fila superior: tres figuras de hombre, una con un arco, dos figuras de
mujer, una posible figura humana, figura con ojos (<<Diosa de los ojos») y dos po-
sibles figuras humanas. Segunda fila: dos cuadrúpedos, dos pájaros, dos figuras
geométricas cuadrangulares y un carro. Tercera fila: dos arboriformes, espiral,
sol, circulo con aspa, líneas en zigzag con círculos, serie de puntos y dos herra-
duras. Cuarta fila: escena de caza, escena de domesticación, hombre con tocado
(<<brujo») y escena de baile femenino (adaptado de P. AcoSTA, La pintura rupestre
esquemática en España, Universidad de Salamanca, 1968, passim, sin escala).

grabados hayan sido coloreados encima originalmente. Aunque existen imá-


genes que parecen de la vida diaria, por ejemplo bueyes tirando de arados,
hay muchas representaciones abstractas y signos de pies humanos sueltos,
así como figuras humanas con los brazos levantados delante de una ima-
gen solar u otra con cuernos de ciervo en la cabeza que recuerda al dios
celta Cernunnos, conocido muchos siglos después, todo lo cual lleva a pen-
sar en una finalidad religiosa para este arte.

565
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

4. LOS PROTOESTADOS DEL FINAL DE LA PREHISTORIA

A finales del II milenio a. C. se produjeron en Centroeuropa una serie de


cambios que fueron cruciales para dar origen un poco más tarde a las fuer-
tes jefaturas de la Edad del Hierro y los protoestados que vinieron después
y duraron hasta la conquista por Roma. Las novedades consistieron en nue-
vas formas de rito funerario, nuevas tecnologías metalúrgicas que llevaron
a fabricar mejores armas, una mayor intensificación agraria para sustentar
el poder creciente de las élites, provistas de una ideología de estatus perso-
nal basado en la destreza militar y la generosidad para con sus propios se-
guidores, y expresada en elementos de prestigio que se extendieron por zo-
nas cada vez más amplias. Todo ello se aprecia hoy también a través de la
proliferación de asentamientos cada vez más grandes y fortificados.
Desde algo antes de 1300 a. C. la gente empezó a enterrarse de una for-
ma muy poco usual hasta entonces: la cremación del cadáver e introduc-
ción de las cenizas en una urna cerámica que luego se depositaba en un
pequeño hoyo junto a otras fosas, de aquí el nombre dado a estos cemen-
terios y de paso a todo el período: Campos de Urnas. Parece que los prime-
ros se hicieron en el centro-este de Europa, tal vez en Hungría donde la in-
cineración se había practicado ocasionalmente desde el Calcolítico, pero
muy pronto se expandió la «moda» hacia el oeste hasta llegar al NE de Es-
paña, donde las fechas más antiguas que tenemos están también en torno
al 1300 a . C., una muestra de la gran rapidez con que avanzó el nuevo ri-
tual. Las necrópolis de urnas eran enormes, en ocasiones con varios miles
de enterramientos, lo que lleva a pensar en un gran aumento demográfico
o mejor en que por primera vez todos los miembros del grupo merecieron
ser enterrados. Si a esto unimos que junto a las urnas se colocaron ajua-
res escasos, y que existen pocas diferencias entre el tratamiento de unas y
otras con muy pocos enterramientos importantes, tenemos la imagen de
un mundo funerario más bien «democrático» que contrasta con la época
anterior de los enterramientos tumulares con tumbas casi siempre indivi-
duales, y de alguna manera este período europeo vuelve a enlazar con los
enterramientos colectivos que vimos de tiempos más antiguos. Es proba-
ble que se tratase de una nueva religión, que además de igualar a la mayo-
ría de la población después de la muerte debió de contar con una mitolo-
gía que desconocemos pero de la que nos han llegado algunos enigmáticos
indicios en la iconografía de ciertos vasos metálicos, como las figuras

566
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLíTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA ...

Figura 16. Reconstrucción de la tumba «principesca» con carro bajo túmulo de Eberdingen-
Hochdorf (Baden-Württemberg, Alemania) (según O.H. FREY en S. MoscATI, ed., 1 Celti,
Milán, 1991).

de pájaros en contextos inusuales, por ejemplo asociados a círculos (¿so-


les?) o arrastrando barcos o carretas.
Pero la igualdad no debía de ser tan acusada como parecen indicar esas
necrópolis, pues por encima de la gente común, que vivió en pequeños pobla-
dos, existió una élite guerrera que utilizaba las espléndidas armas de bronce
de la época, y que vivió en las aldeas mayores fortificadas (a veces con acró-
polis aún más protegidas en su interior, como si existiera una casta aún más
poderosa dentro del poblado), donde vivieron unas 500-1000 personas, ente-
rrándose en túmulos con ajuares mucho más ricos que la mayoría incluyen-
do en ocasiones un vehículo de ruedas. Una interpretación aceptable es que
e trataba de sociedades de tipo «germánico» o «democracias militares», en
la denominación clásica de Friedrich Engels, con una organización pirami-
dal de guerreros que vivían del saqueo y la conquista territorial obteniendo
un tributo por la fuerza de los humildes granjeros de los poblados y aldeas

567
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Tumu l os
N
• •• Posib l es
Oo t umu los
.!'Jo.. Carnp o S
-e::'- celticos
. . - Fosos
tt~~~~~ Si n da tos
t
1km

(
Figura 17. Plano de un sistema de campos vallados (<<campos célticos>>) de la Primera
Edad del Bronce en el sur de Inglaterra (según R. BRADLEY y J. RrcHARDs, <<Prehistoric fields
and boundaries on the Berkshire Downs>>, en H.C. BROWN, ed., Early Land Allotment in the
British Isles , Oxford, 1978).

dispersas, quienes por lo demás llevaban una vida económica igualitaria y


descentralizada como nos indican sus tumbas de incineración. Es posible
que de esas guerras, en un momento en que la disponibilidad de buenas tie-
rras agrícolas había disminuido gravemente en Europa, surgiese algo pare-
cido a una propiedad privada de los campos, un elemento que será básico
después en el afianzamiento de los Estados, como veremos enseguida. En

568
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA ...

algunos yacimientos se han encontrado pruebas de que por debajo de los


campesinos pudo existir una clase aún más baja, tal vez los esclavos obteni-
dos en las guerras, cuyos huesos han aparecido revueltos en fosas de basu-
ra dentro del mismo poblado, en ocasiones con sus cráneos aplastados por
lapidación.
El poder guerrero y la prosperidad de muchas de esas aldeas grandes
estuvieron a menudo ligados al control de la producción y comercio de
metales, en especial las famosas espadas (con empuñadura de antenas),
hachas (de alerones y de cubo) y calderos de bronce batido con decoracio-
nes repujadas. La misma técnica de bronce batido para obtener finas lámi-
nas del metal se utilizó en cascos, escudos y armaduras, de escasa eficacia
militar pero de segura vistosidad y novedad por entonces. Los asentamien-
tos fortificados mejor conocidos son los de la cultura de Lausacia entre
Alemania Oriental y Polonia, destacando entre ellos Biskupin, una aldea
de 1.5 Ha situada en la península de un lago, cuyas complejas murallas de
madera tenían casi 500 metros de longitud y unos seis metros de altura.
Hacia 1300 a. C. aparecen, como h emos dicho, los primeros influjos de
los Campos de Urnas en la península ibérica, que se aprecian en la utiliza-
ción por una parte de la población de la región catalana del nuevo ritual
funerario en vasijas bitroncocónicas con decoración acanalada (p. ej., ne-
crópolis de Can Missert en Tarrasa, y más tarde Agullana en Gerona), aun-
que perduran muchos rasgos culturales anteriores como el antiguo hábitat
en cuevas y la inhumación en muchos enterramientos, lo que nos habla de
la convivencia de rituales antiguos y nuevos como ha ocurrido tantas ve-
ces a lo largo de la historia. También se crean nuevos poblados al aire libre
con un sistema de varias filas de casas alargadas separadas por paredes
medianeras y con el muro del fondo en común, separadas por calles que
pudieron servir de paso y para guardar el ganado; algunos se erigieron en
lugares elevados y pudieron tener torres de vigilancia.
Todos estos cambios surgen asociados a una agricultura cerealista in-
tensificada con nuevas técnicas de cultivo, una ganadería diversificada (bó-
vidos, ovicaprinos y cerdos), y nuevos desarrollos metalúrgicos en bronce y
muy pronto en hierro. Hace tiempo se pensaba que en general la difusión
de los Campos de Urnas por Europa se correspondía con la expansión de
los idiomas indoeuropeos (ya vimos como otras teorías los asocian con las
migraciones neolíticas o con los kurganes y cerámica de cuerdas del este

569
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

europeo), y dado que las lenguas de ese tronco más importantes en el occi-
dente europeo antes de la conquista romana eran las célticas, durante años
los investigadores denominaron a la aparición de estos nuevos tipos cultu-
rales en la península como «invasiones celtas». Aunque hoy ya no se usa
tal etiqueta, aún no se ha resuelto del todo la cuestión de si hubo migracio-
nes o no las hubo, si bien la mayoría de los prehistoriadores admiten que
la población local se vio sometida a grandes influencias exteriores, llegaran
éstas a manos de nuevas gentes o fueran adquiridas simplemente por imi-
tación de los grupos vecinos del sur de Francia.
Mientras tanto, las mesetas interiores peninsulares permanecieron más
bien aisladas, tanto de los Campos de Urnas del nordeste como del Bronce
Atlántico que vimos antes. En las tierras castellanas se dio culturalmente
una evolución local de la base anterior campaniforme, cuyos influjos son
todavía visibles en las cerámicas de la cultura de Cogotas I. La aparición
de estas cerámicas por toda la meseta y en algunas zonas fuera de ella ha
llevado a sugerir que pertenecían a un pueblo de pastores trashumantes,
de ahí su movilidad, y aunque hoy se sabe que también eran agricultores,
su técnica hortícola de rozas pudo haber tenido el mismo efecto de cam-
bio frecuente de los asentamientos. La verdad es que los poblados de Ca-
gotas I son de difícil detección, apenas unas pocas cabañas realizadas con
materiales vegetales, y lo que ha quedado más visible hasta hoy son unos
hoyos practicados entre las viviendas, rellenos de diversos materiales, que
han sido interpretados de diversas formas : «fondos de cabaña» (su nom-
bre más conocido, aunque la función de suelo de unas casas semienterra-
das ha sido desechada), silos, basureros, tumbas en algunos casos, etc. Es
muy significativo que, en una época en la que hemos visto una eclosión del
ritual funerario y los símbolos de poder metálicos por toda Europa, nues-
tra región castellana haya permanecido aislada de esas influencias, mante-
niendo con toda probabilidad un sistema social muy igualitario, tal como
se desprende de haberse encontrado escasas tumbas de la época, y que las
pocas conocidas, con los cadáveres depositados en los agujeros menciona-
dos, prácticamente no tengan ningún ajuar. Interesante es apreciar este fe-
nómeno en una región que más tarde, en épocas históricas, siempre presu-
mió de poseer un sistema igualitario y democrático (la insurrección de los
Comuneros, el «nadie es más que nadie» castellano, etc.).
La entrada de la Península en la «historia», es decir cuando nuestras
tierras aparecen citadas por vez primera en textos escritos, se produjo con

570
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. ..

la llegada los primeros colonos fenicios a nuestras costas mediterráneas,


en algún momento entre 1100 a. C. (fecha histórica de la fundación de Cá-
diz) y unos trescientos años después en el siglo VIII, que es la fecha de los
restos fenicios más antiguos conocidos arqueológicamente. Ellos fueron
los introductores de importantes novedades como la implantación genera-
lizada de la metalurgia del hierro y de nuevas técnicas para la obtención de
la plata, la cerámica a torno, algunos animales domésticos (gallina, asno), la
urbanización de los poblados, la escritura (con la que se expresó la lengua
local del suroeste peninsular, que aún no se ha conseguido traducir) y fi-
nalmente la propia organización estatal que luego desembocaría en los pe-
queños Estados ibéricos poco antes de la romanización.
Los primeros colonos llegaron desde Tiro (Líbano), a la que enviaban
un diezmo de todas sus ganancias, y en muchos de sus asentamientos edi-
ficaron santuarios a los dos dioses protectores de aquella ciudad, el mas-
culino Melkart (luego asimilado por los griegos a Hércules) y la femenina
Astarté (luego llamada Tanit en Cartago). Como Gadir en la desembocadu-
ra del Guadalete y muy cerca de la del Guadalquivir, muchas de las colo-
nias, a menudo fortificadas, que como un rosario se extendían por toda la
costa andaluza, se fundaron junto a un río que les sirviera de vía de comu-
nicación comercial hacia el interior: Castillo de Doña Blanca (Cádiz) en el
Guadalete, Huelva (Cabezo de San Pedro) en el Tinto y Odiel, El Carambo-
lo (Sevilla) en el Guadalquivir, Cerro del Villar (Málaga) en el Guadalhorce,
La Fonteta en el Segura, Villaricos (Almería) más tarde en el Almanzora,
etc. Algunos de estos asentamientos tuvieron un tamaño apreciable y por
ejemplo tras las murallas del Castillo de Doña Blanca pudieron vivir en-
tre 1500 y 2000 personas (6-7 Ha), por lo que se piensa que la población no
debió ser totalmente foránea sino más bien mezclada entre fenicios e indí-
genas locales, lo que hace difícil distinguir entre los restos dejados por una
u otra comunidad. Lo mismo ocurre con ciertas necrópolis, como la de Se-
tefilla (Lora del Río, Sevilla), con rituales mezclados de incineración (los
enterramientos más simples) e inhumación (los más ricos en la parte cen-
tral de los túmulos), donde existe división de opiniones respecto a quiénes
eran los personajes importantes (casi siempre varones), si comerciantes fe-
nicios asentados en comunidades locales o los cabecillas de estas últimas
que habían aprendido de los recién llegados.
Uno de los motivos de venir hasta tan lejos era conseguir plata, que no
solo enriquecía a los comerciantes sino que también servía para pagar los

571
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PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

tributos que las metrópolis fenicias del Mediterráneo oriental debían al cer-
cano imperio asirio. La zona de Huelva era especialmente rica en mineral,
al que los fenicios aplicaron sistemas nuevos de reducción por copelado,
una mezcla de cal y huesos que al calentarse con el mineral se combina con
el plomo y deja un producto mucho más rico en los metales preciosos de
plata y oro. Parte del plomo pasaba a la atmósfera en forma de óxidos, y es
significativo de la intensidad con que se practicó el sistema, y de la conta-
minación resultante, que en los sondeos efectuados en el hielo de Groenlan-
dia los niveles correspondientes a aquellos siglos presenten un alto conte-
nido de isótopos de plomo. Los colonizadores también enseñaron métodos
novedosos para trabajar el oro, consiguiendo piezas de gran belleza, deco-
radas con filigrana y granulado, y ello usando menos cantidad de metal que
los orfebres locales durante el período anterior del Bronce Final.
Pronto la influencia colonial se dejó sentir en el interior peninsular, y la
zona del suroeste donde antes vivían unos pueblos seguramente pastores,
de los que apenas conocemos algo más que las estelas que representan a sus
guerreros acompañados de un ajuar que recuerda el funerario, como vimos
en el apartado anterior, ve producirse ahora un gran cambio: la economía
se desplaza a la agricultura intensiva con el policultivo mediterráneo (vid
y olivo) como base, se crean poblados de tipo estable con arquitecturas de
mampostería, y de la «democracia» funeraria anterior (en apariencia, nadie
se enterraba, luego debían de existir pocas diferencias sociales) se pasa a
las necrópolis en las que sólo una parte de la población tiene derecho a des-
cansar. En estas últimas aparecen enseguida tumbas muy ricas con ajuares
de origen oriental (piezas egipcias, otras en marfil y huevo de avestruz afri-
canos), además de jarras y palanganas para abluciones y piezas idénticas a
las que antes se veían grabadas en las estelas (armas, fíbulas), lo que sugie-
re que se trata de los descendientes de aquella misma casta dominante.
De acuerdo con textos romanos muy posteriores, entonces existió en el
suroeste peninsular un reino que se llamó Tartessos, con reyes cuyos nom-
bres ya entonces pertenecían al acervo mitológico y de los que no nos ha
llegado ninguna noticia arqueológica o histórica directa, es decir, de su
misma época: Gárgoris, Habidis, Argantonio, Gerión, etc. Sobre la comple-
jidad social de esa sociedad se ha discutido mucho (aunque no tanto como
de la localización exacta de la ciudad de Tartesos, si es que existió algún
poblado o ciudad con ese nombre), y las opiniones van desde una jefatura
«avanzada» (es decir, más desigual que otras «simples») hasta una serie de

572
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA ...

«monarquías sacras orientalizantes»


que imitarían a las originales egipcias o
fenicias del Próximo Oriente, para lo
cual se aduce la presencia de algunos
tesoros que demuestran la gran riqueza
de las élites (como el impresionante de
oro hallado en El Carambolo, Sevilla),
los motivos iconográficos que testimo-
nian la propagación de las religiones fo-
ráneas en la región, etc.
Es interesante observar que esos je- Figura 18. Tesoro de El Carambolo.
fes o reyes del suroeste empezaron a es-
tablecer alianzas con zonas más al interior, a veces apoyadas en intercambio
de esposas, como muestra la tumba ya citada de El Carpio del Tajo (Toledo),
donde una supuesta «princesa tartésica» fue enterrada con varias jarras fe-
nicias y un recipiente de libaciones en plata, además de cerámicas locales
decoradas. Además de lo que suponemos que ocurrió en la esfera ideológi-
ca o religiosa, las élites de entonces intentaron imitar los comportamientos
más prestigiosos llegados desde fuera, entre los que estaba el consumo de
vino en fiestas, algo típico de todas las sociedades orientalizantes del Medi-
terráneo que en ningún sitio se representó mejor que en los gozosos frescos
de banquetes que adornan las tumbas etruscas. Una prueba palpable de la
fabricación de vino la tenemos en el poblado fortificado del Alt de Benima-
quia (Denia, Alicante), en cuyas estancias se hallaron miles de pepitas de uva
en cubetas destinadas a su prensado; la producción se envasaba en ánforas
de tipología fenicia, algunas de ellas procedentes de la costa andaluza.
Parece que un importante acontecimiento ocurrido en el otro extremo
del Mediterráneo, la toma de Tiro por los babilonios en 573 a. C., tal vez uni-
do a otras causas interiores, provocó a mediados del siglo VI la crisis de todo
el sistema colonial en las costas levantinas y sobre todo andaluzas, cayen-
do las primeras bajo control griego desde Massalia y pasando las segundas
a depender enseguida de la gran colonia púnica de Occidente, Cartago. La
misma circunstancia, unida al agotamiento de las minas de plata de Huelva
y del sistema agrícola intensivo seguido hasta entonces, provocaron el final
del mundo tartésico tal como se había desarrollado hasta entonces en todo
el suroeste y Baja Andalucía. Parece que también hubo revueltas populares
en la región, pues las fuentes escritas hablan de un intento indígena de asal-

573
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

tar Cádiz, que tuvo que ser asistida por tropas cartaginesas, y en muchos ya-
cimientos abundan las puntas de flechas de bronce con el extremo doblado
por el impacto. Durante este siglo y el siguiente abundan en el Mediterráneo
las huellas de destrucciones de símbolos del poder aristocrático (por ejem-
plo, en España de los impresionantes conjuntos de escultura ibérica como
Obulco o El Pajarillo, etc.), que probablemente se originaron en revueltas
contra la clase dominante, aunque su efecto parece haber sido pasajero y no
haber conseguido una vuelta a los tradicionales sistemas igualitarios.
Con el paso a la II Edad del Hierro peninsular, a mediados del último mi-
lenio a. C., también se observa una concentración de la población en grandes
asentamientos, ya verdaderas ciudades (oppida), como Málaga en la zona
occidental o Los Villares (Andujar, Jaén) en la oriental, mientras otros sitios
entran en declive, como Huelva. A partir de entonces el dinamismo cultural
se desplazó hacia áreas que antes eran la periferia de Tartessos, en concreto
la zona extremeña, la meseta sur y el sureste. En la primera continuaron y
se reforzaron los asentamientos protegidos en altura, y se conoce algún san-
tuario que continúa la tradición tartésica como Cancho Roano (Badajoz),
un complejo edificio rectangular que pudo ser al mismo tiempo residencia
de algún jefe o rey. Más al este, en la región manchega existió un sistema de
asentamientos agrícolas dispersos, pequeños poblados o residencias de fa-
milias terratenientes que duraron hasta finales del siglo v a. C., cuando se
produjo un abandono repentino y a veces violento de muchos de ellos para
pasar la población a concentrarse en grandes oppida fortificados, igual que
había ocurrido un siglo antes en Andalucía. Tanto en los pequeños yacimien-
tos como en los grandes más recientes (p. ej., Cerro de las Cabezas y Alarcos
en Ciudad Real) aparecen abundantes cerámicas griegas importadas, que se-
guramente llegaban desde el sudeste para ser utilizadas en los ritos de bebi-
da característicos como ya vimos de todas las culturas mediterráneas. Ese
comercio era dirigido desde los grandes centros griegos de Massalia y Em-
porion (Gerona), aunque los cartagineses realizaron nuevas fundaciones en
Ebussus (Ibiza) o Villaricos (Almería). Pronto la ideología de corte oriental
traída por estos últimos fue utilizada por las elites locales para asentar su
poder, según se aprecia en el notable monumento funerario de Pozo Moro
en Albacete, donde hacia 500 a. C. una persona notable se incineró bajo una
torre de grandes sillares adornada por leones y frisos esculpidos con las ha-
zañas de un héroe mítico, todo ello de influencia fenicia aunque el ajuar
contenía también elementos de origen griego.

574
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA ...

Todos esos movimientos e influencias contribuyeron a la formación


de lo que hoy conocemos como cultura ibérica, desarrollada desde los si-
glos VIIv a. C. hasta el inicio de la conquista romana a fines del siglo m,
en toda la región situada aproximadamente al este de una línea diagonal
imaginaria que iría de Cataluña a Huelva. Aunque formada por multitud
de diferentes jefaturas y algunos pequeños Estados, la compleja sociedad
ibérica aparece desde el principio definida por una serie de elementos cul-
turales comunes, como fueron la cerámica clara a torno, decorada con mo-
tivos geométricos de lejana influencia fenicia (salvo excepciones de bellas
decoraciones figuradas, como la escuela de Liria), las importaciones cerá-
micas griegas, instrumentos de hierro y armas como la característica espa-
da falcata, broches circulares, etc.
Por lo que sabemos, la sociedad ibérica se organizó jerárquicamente se-
gún un modelo clientelar típico de otras sociedades en esta misma época,
con la población concentrada en grandes asentamientos fortificados, donde
vivían los jefes o pequeños reyes, y desde donde se controlaba una gran ex-
tensión de territorio de producción agrícola además de la red de comunica-
ciones comerciales. Algunos de estos centros tuvieron una estructura urba-
nística muy avanzada, por ejemplo Cástula y Puente Tablas en Jaén, o Illici
(La Alcudia, Elche) y Sagunto en la comunidad valenciana, ambas con una
extensión en torno a las 1O Ha y dominando puertos de gran actividad co-
mercial, o la extensa red jerarquizada, con asentamientos de diversos tama-
ños, que se advierte en Cataluña, muy influidos todos ellos por la proximi-
dad de la activa colonia griega de Ampurias, como por ejemplo Ullastret. El
hallazgo de un barco hundido en El Sec (Calviá, Mallorca) nos informa de
cómo era el comercio marítimo que entonces alcanzaba la península: más
de 500 ánforas procedentes de Sicilia, Grecia y el Egeo, vasos áticos de bar-
niz rojo y de figuras rojas (cerámica que aún hoy se considera una de las
cumbres artísticas de todos los tiempos), etc. En Ampurias y Pech Maho,
otro centro comercial en el sur de Francia, se han encontrado varias cartas
escritas en griego sobre rollos de plomo, a través de las cuales tenemos ac-.
ceso a los nombres personales de algunos de aquellos comerciantes: Basped
de Sagunto, que esperaba un cargamento marítimo desde Ampurias, y Ba-
sigerros, Bleruas y Segedon, testigos de una venta en Pech Maho. Otro nom-
bre que sale de la oscuridad del pasado es Imilce, hija del «rey» de Cástula,
cuya belleza hizo que el general cartaginés Aníbal se casara con ella, hacia
220 a. C., en un descanso de las guerras púnicas contra Roma.

575
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

1
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Figura 19. Planta del poblado ibérico de Ullastret (Gerona),
con las murallas y torres defensivas, construidas hacia 500 a. C.
y las estructuras de habitación interiores (según M. A. MARTíN
ORTEGA, Ullastret, Poblat Iberic, Barcelona, 1985).

576
PALEOETNOLOGíA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENíNSULA lBÉRlCA ...

Figura 20. Exvotos ibéricos. Figuras femeninas en bronce


(según C. RUEDA, Palaeohispanica 8, 2008).

Una forma de acercarnos a la esfera ideológica ibérica es a través de


sus necrópolis, del tipo de campos de urnas como entonces era ya típico en
toda la península, donde suponemos que las cenizas de todos los fallecidos
eran introducidas dentro de las vasijas, que se colocaban de acuerdo con
los sistemas de parentesco. Otra forma es a través de los santuarios, en-
tre los que destacan algunos, como el Collado de los Jardines o Santa Ele-
na en Jaén, donde la gente común acudía a solicitar beneficios personales
a los dioses en parajes de una belleza especial (desfiladero de Despeñape-
rros), depositando miles de exvotos en bronce y otros materiales, pequeñas
estatuas que representan al donante con los brazos separados del cuerpo y
manos abiertas. Un sitio aún más especial es el monumento de El Pajarillo
(Huelma, Jaén), con esculturas de un personaje masculino y un niño frente
a dos leones y un lobo, posible adaptación de un relato mítico frecuente en
el Mediterráneo y que cuenta cómo un héroe, identificado con los rasgos
de la clase aristocrática dominante, hace frente a las alimañas para facili-
tar el control de la naturaleza por parte de toda la sociedad. La gran cali-
dad de las estatuas citadas no sorprende, con todo, si se conocen otros pro-

577
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

duetos de los escultores ibéricos, como los guerreros de Porcuna (Jaén),


los toros de Sagunto (Valencia) y Osuna (Sevilla), la «bicha» (animal con
cabeza humana) de Balazote (Albacete), las «damas», impresionantes figu-
ras femeninas de tradición más griega que fenicia, del Cerro de los Santos
(Albacete), Baza (Granada) o la más famosa de todas, la Dama de Elche,
como la anterior conteniendo dentro de la estatua las cenizas funerarias
de un personaje importante, en la gran necrópolis de La Alcudia (Alicante).
Otra fuente de información sobre la vida ibérica podría ser la escritura
utilizada entonces, si fuéramos capaces de ir más allá de su mera lectura
y traducir lo que significa. Desde el siglo VIII a. C. se utilizaron signos feni-
cios para la escritura tartéssica, tampoco traducida, que luego se dejó de
usar hasta la aparición poco después de la ibérica, también basada en le-
tras fenicias y púnicas, hacia el siglo IV. Los análisis lingüísticos indican
que la lengua escrita no es indoeuropea, por lo que se cree que, con sus
variantes locales, se hablaba desde tiempos muy remotos en la región ibé-
rica (entre el sur de Francia y el de Portugal). Los intentos de traducirla
por comparación con otros idiomas no indoeuropeos de Europa, como el
euskera, y del norte de África (bereber) no han dado resultado, aunque se
han advertido sus relaciones con el primero, debidas más a que ambas
son lenguas muy antiguas del occidente europeo que a que exista algún
tipo de relación genética o
similitud entre ellas.
Fuera del área ibérica,
en la meseta norte españo-
la también se detectan algu-
nos cambios desde inicios
del 1 milenio: la pobre socie-
dad ganadera y hortícola mó-
vil de Cogotas 1 cambió hacia
una agricultura más fijada
al terreno, tal como sugieren
los asentamientos estables,
con viviendas circulares de
adobe, de la cultura del Soto
de Medinilla, yacimiento cer-
Figura 21. Fragmento de cerámica pintada de la escuela
de Liria (Valencia), con parte de un texto en escritura cano a Valladolid. Esa inten-
ibérica. sificación económica pudo

578
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA ...

empezar por influjos de los Campos de Urnas del nordeste, puesto que las ce-
rámicas de Soto tienen elementos comunes con ellos, y provocó a su vez la
aparición poco después de murallas defensivas, tanto en los poblados de las
zonas llanas como sobre todo en los castros de las sierras orientales, aunque
la división social sigue siendo invisible (si es que existió), como ocurría en la
fase anterior, al no haberse encontrado tampoco ahora ningún cementerio;
únicamente los niños pequeños parecen haber merecido enterramiento, bajo
los suelos de las cabañas como ocurre en otras muchas culturas de la época.
La tendencia a la fortificación del hábitat comenzada en la cultura del
Soto (y que sugiere que la jerarquización social sí que debió de existir) se
consolida en el siguiente período, llamado Celtibérico, que va desde el si-
glo VI a. C. hasta la conquista romana a finales del s. rr. Las influencias exte-
riores se acentúan, tanto en la cultura material (cerámicas a tomo de inspira-
ción ibérica) como en el terreno ideológico, con la aparición de los primeros
cementerios de incineración para una gran parte, sino toda la población, en
campos de urnas que constituyen las famosas necrópolis celtibéricas (con tú-
mulos de piedras), de ricos ajuares cerámicos y metálicos, que fueron exca-
vadas en su mayoría a comienzos del siglo XX. Por otro lado, vemos que la
homogeneidad cultural que existía durante el Bronce Final y primer Hierro
dejó de existir dando paso a grupos culturales diferenciados que, al igual que
en otras zonas peninsulares, se pueden equiparar ya con las etnias prerroma-
nas citadas por las fuentes clásicas: celtíberos, vacceos, vetones y lusitanos.
La economía meseteña se concentró en la agricultura, ahora con arados
de hierro que potenciaron la producción y apareciendo las primeras parce-
laciones de las tierras ligadas a la propiedad privada, aunque la ganadería
seguía siendo importante: los conocidos «verracos», esculturas en piedra
de bóvidos hechas por los vetones, se interpretan hoy como indicadores te-
rritoriales del derecho a usar los pastos por parte de determinados grupos.
El incremento demográfico y la gran concentración poblacional se obser-
va en los grandes castros que se ocupan o amplían en este momento, como
Las Cogotas, La Mesa de Miranda y Ulaca en Ávila con 15, 30 y 60 Ha res-
pectivamente de extensión, en cuyo interior hubo no solo áreas de habita-
ción sino otras funcionales como barrios artesanos de herreros y alfareros,
centros religiosos, recintos de ganado, etc. En las sierras orientales los cas-
tros son más pequeños pero existieron también grandes «lugares centra-
les» como la ciudad de Numancia, famosa por su larga resistencia ante los
ejércitos romanos entre 153 y 133 a. C.

579

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PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Figura 22. Recreación de una comunidad castreña del Oriente de la Meseta (según BENITO, J. P.;
TABERNERO, C.; SANz, A.; GUILLEN, R. (2006): Guía arqueológica. Pelendones. Castros célticos
en la serranía norte de Soria . Editorial Areco, Soria).

Tanto la distribución de viviendas en los castros como las diferencias


de ajuar en las necrópolis muestran que las sociedades de la meseta tenían
una organización social basada en el parentesco de linajes regidos cada
uno por su jefe respectivo (sistema gentilicio), más igualitario que los co-
nocidos en el área ibérica (siguiendo con esa tradición «castellana» que an-
tes referíamos) y que duró hasta la incorporación al imperio romano. Tam-
poco aparecen muchas huellas de desigualdad social, salvo la presencia de
torques de oro, que debieron de distinguir a sus poseedores, entre los pue-
blos del noroeste peninsular (galaicos, astures), cuyos castros muestran
una organización interna equilibrada, aunque la progresiva influencia ro-
mana se irá notando en la especialización de algunos de ellos en la minería
para la exportación, el surgimiento de grandes centros con áreas funcio-
nales diferenciadas (p. ej., el castro de Santa Tecla en Pontevedra) y en las
primeras necrópolis con tumbas diferenciadas, todo ello anunciando una
mayor complejidad social antes de la entrada de esta última zona de la Pe-
nínsula en la órbita romana a finales del siglo I a. C.
Para una gran parte del continente europeo, no sólo la Península Ibé-
rica sino también el norte de Francia, la mayoría de Gran Bretaña o los

580
PALEOETNOLOGÍA DEL NEOLÍTICO Y EDADES DE LOS METALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA ...

Balcanes, la conquista por Roma significó el final de la Prehistoria y la in-


rroducción de sus sociedades en un mundo totalmente diferente, adminis-
rrado desde las ciudades por medio de la escritura y en beneficio de los
grandes propietarios, terratenientes y comerciantes que dirigían una eco-
nomía que para su tiempo ya podríamos llamar global. Merece la pena ob-
ervar que en el éxito de la conquista no intervino únicamente la mejor or-
ganización militar de los ejércitos romanos, sino las alianzas muchas veces
establecidas con las élites locales que, al igual que ocurrió después en mu-
chas situaciones coloniales a lo largo de la historia, vieron en esa coalición
la mejor manera de conservar sus privilegios económicos. De hecho, en
muchos casos los objetos de lujo romanos habían antecedido y preparado
el camino de las legiones romanas . La conquista de la Galia por César, por
ejemplo, fue una tarea relativamente fácil no sólo porque la población vi-
vía concentrada en grandes asentamientos, cuya conquista facilitaba lue-
go el control de todo el territorio, sino también porque los galos se estaban
adaptando por entonces a un gobierno de tipo centralizado, no muy dife-
rente al que vino después desde fuera. Por el contrario, los sucesivos inten-
tos de dominar la Germanía nunca llegaron a dar resultado por vivir los
germanos en tribus más dispersas y difíciles de vencer en pocas batallas,
además de estar lejos todavía de conocer un poder unificado.
A una escala geográfica menor tenemos que lo mismo ocurrió con la in-
corporación de Hispania al Imperio, que fue fácil y rápida en todo el Me-
diterráneo pero mucho más ardua, hasta necesitar casi dos siglos y mu-
chas guerras y escaramuzas, en la zona meseteña y las montañas del norte.
Como se ha señalado, también ocurrió algo parecido mucho después du-
rante la conquista de América por los españoles, donde las regiones más fá-
cilmente sometidas fueron aquellas en las que existían imperios centrales,
México y Perú. En el mismo sentido, es significativo que en las zonas euro-
peas al norte del Imperio romano casi no se conozcan signos de diferencia-
ción social durante la Edad del Hierro, al contrario de lo que había ocurri-
do al final de la Edad del Bronce, y hasta prácticamente el cambio de era
una inmensa mayoría de las tumbas fueron allí de incineración, iguales y
casi sin ajuar, mostrando la imagen de una sociedad igualitaria y tal vez por
ello más preparada para resistir la anexión e imposición de cualquier auto-
ridad exterior. Una vez establecido el Imperio, toda esa gran región entró
por primera vez en contacto directo con el rico mundo mediterráneo, y en
consecuencia empezaron de nuevo a aparecer los enterramientos ricos con

581
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

objetos llegados desde el sur. Hacia el siglo 111 d.C. esas diferencias habían
cristalizado en la aparición de grandes asentamientos y jefes importantes,
los mismos que acabarán dirigiendo a esos «bárbaros» del norte, que ya
desde mediados del milenio anterior venían sufriendo una dura combina-
ción de escasez de recursos y presión demográfica, en las grandes invasio-
nes que terminarán con la dominación central de Roma, incorporando al
mismo tiempo el centro y norte del continente europeo a la historia.

COMENTARIO DE TEXTO

Lo femenino ante la muerte

La arqueología tiene en los enterramientos una fuente documental suscepti-


ble de contribuir a equilibrar la percepción de una sociedad antigua mediante va-
loraciones de lo masculino y lo femenino asociadas a la tumba y a su ajuar (Pra-
dos, 2010: 205-224). La diversificación de las elites guarda una relación directa
con la visibilidad de las mujeres en la sociedad ibérica y desde este punto de vista
tiene especial interés la significativa irrupción de útiles propios del hilado y teji-
do en las ofrendas funerarias, a partir del siglo IV a. C., puesto que se presta a una
amplia interpretación, tanto desde la óptica del auge de los textiles, como desde la
valoración de la rentabilidad del comercio de tejidos y, en particular, de la partici-
pación femenina en el ámbito artesanal cuando el imaginario asocia a las muje-
res a la actividad de hilar y tejer (Rafel, 2007: 115-146), dedicándoles un espacio
en el arte. La incidencia más alta de indicadores se da en El Cigarralejo (Mula),
con un 40 por 100 de sus 547 enterramientos con algún instrumento textil, que
coincide con la ofrenda simultánea de armas en casi la mitad de las ocurrencias
(Rísquez y García Luque, 2007: 147-173); en la tumba doble número 200 se iden-
tificaron un huso, cincuenta y siete contrapesos o ponderales para montar un te-
lar vertical, noventa fusayolas, carretes de madera de boj, placas de hueso con
perforaciones para hacer galones de pasamanería, agujas de bronce o hueso y
un juego de pesas, además de cerámica ática. Se trata de un conjunto rico en su
contexto, aunque resultaría arriesgado calificarlo como exclusivamente femeni-
no, porque también podría reflejar la relevancia de un productor de tejidos. En
otras necrópolis (Cabecico del Tesoro, Verdolay; Cabezo Lucero, Guardamar del
Segura), la deposición de utensilios para hilar o tejer afecta a alrededor de una
quinta parte de los enterramientos, coincidiendo rara vez con armamento, de
modo que, como sucedía con las armas respecto a los hombres, los objetos para
hilar, tejer o coser no certifican que una tumba sea femenina, aunque en ambos

582
TEMA 14
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓN DE PALEODIETA
Y SU APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE
DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

Gonzalo J. Trancho
Beatriz Robledo

Estructura del tema: Introducción. l. El patrón de desgaste y la microestriación


dental. 2. Fitolitos. 3. El análisis paleoquímico: isótopos estables y elementos
traza. 4. Elementos traza y paleodieta en la Península Ibérica. Bibliografía.

Palabras clave: Antropología, Arqueometría, elementos traza, isótopos estables,


fitolitos, paleodieta.

Introducción didáctica: Este capítulo pretende iniciar a los alumnos en un aspec-


to hasta ahora poco habitual en los manuales de Prehistoria como son las paleo-
dietas, pero que ganan importancia progesivamente en el análisis del registro ar-
queológico, sin duda por las relevantes informaciones que proporcionan. Para
ello se exponen los principios metodológicos que permiten estimar el tipo de ali-
mentación que poseían las sociedades humanas que nos precedieron, aspecto
complementario de las variables esencialmente culturales que hemos visto en los
anteriores temas. En su contenido se hace referencia a métodos cuantitativos,
generalmente poco conocidos por los alumnos de Historia, como el desgaste y la
microestriación dental, la identificación de fitolitos, el análisis paleoquímico de
isótopos estables y de elementos traza, aplicados sobre restos óseos o dentales
del propio ser humano sometido a estudio, indicando ventajes e inconvenientes.
Por último, se presentan algunos resultados referidos a distintas poblaciones de
la Prehistoria reciente de la Península Ibérica. No incluye comentario de texto ni
ejercicios de evaluación por el citado carácter complementario que se le asigna.

INTRODUCCIÓN

Establecer el tipo de dieta de un grupo humano no solo permite deter-


minar su alimentación preferencial, también facilita entender algunos de
sus patrones de conducta relacionados con la adquisición de alimentos,
e incluso, ocasionalmente, evaluar su estado de salud. Sin duda, conocer
esta información resulta vital para reconstruir el patrón de subsistencia y

595
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

responder a cuestiones básicas sobre la capacidad de adaptación biológi-


ca y cultural al medio. Por tanto, su estudio puede sugerir la utilización de
distintas estrategias de subsistencia, la existencia de intercambios comer-
ciales, el estatus social o diferencias de comportamiento alimenticio en
función del sexo y la edad (Roebroeks, 2007).
Hasta la segunda mitad del siglo XX la dieta en las poblaciones de nues-
tra especie se evaluaba tan solo mediante el estudio de indicadores de recur-
sos de flora y fauna disponibles (evaluación del peso del material faunístico,
análisis palinológicos, coprolitos, etc.); la evidencia basada en estructuras o
artefactos (silos, análisis de herramientas o útiles, cerámica, basureros, etc.)
y la presencia de indicadores paleopatológicos (caries, desgaste dental, pro-
cesos anémicos, etc.) (Figura 1). Afortunadamente, desde comienzos de los
años setenta se dispone también de nuevos y sofisticados métodos de deter-
minación basados tanto en la aplicación de técnicas microscópicas específi-
cas, caso del patrón de microestriación dentaria o la identificación de fito-
litos en el sarro dental, como en el examen químico directo de los propios
restos humanos, utilizando el análisis de isótopos estables (Sr8 6 , bC 13 , bN 15 ) o
el contenido en elementos traza (oligoelementos) del hueso.

Figura l. Cribra orbitalia, un indicador paleopatológico de procesos anémicos


durante la infancia (Peñalosa, Edad del Bronce).

596
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓN DE PALEO DIETA Y SU APLICACIÓ N A LA PREHISTORIA RECIENTE .. ·

1. EL PATRÓN DE DESGASTE Y LA MICROESTRIACIÓN DENTAL

Las piezas dentarias son las estructuras anatómicas más mineralizadas


del esqueleto. Probablemente por esa razón son también las más frecuen-
tes y mejor preservadas del registro fósil. La extraordinaria variabilidad de
su morfología ha provocado que gran número de investigadores desarro-
llen técnicas de estudio centradas en evaluar aspectos macroscópicos o mi-
croscópicos de la dentición. Actualmente se analizan, entre otros aspe.ctos,
el origen, evolución y dimensiones de las piezas dentales, la presencia de
caracteres morfológicos discretos que definen la forma de la corona o de la
raíz (método ASUDA: Arizona State University Dental Analysis), el ritmo de
crecimi~nto y desarrollo, el ~atrón de des_~s_t~- ~ 13: i_n.~_!5!.e~r;~! ~~ii;~~'L~­
res patológicos y alteraciones culturales.
La morfología de las piezas dentarias está determinada por la
composición genética del individuo. En ausencia de lesiones patológicas
los genes establecen la forma inicial de la corona, su tamaño, color, ca-
lidad del esmalte, etc., sin embargo, tras su erupción en la cavidad oral,
la utilización cotidiana de los dientes genera el desgaste de su superfi-
cie y altera su forma original. Básicamente, las modificaciones estructu-
rales de las piezas dentarias pueden ser de dos tipos: intencionales y no
intencionales. Las primeras tienen una naturaleza activa, es decir, el in-
dividuo busca, causa o quiere alterar conscientemente la morfología del
diente (caso de la odontología reparadora o la mutilación dental). Las se-
gundas aparecen de forma pasiva, accidental o involuntaria, asociadas
por lo general con patologías (caries), actividades alimenticias (selección,
preparación o consumo de nutrientes), ocupacionales (uso de los dientes
como herramienta o tercera mano) o hábitos higiénicos y culturales (pali-
llos, pipa de fumador) entre otras.
Tras la erupción en la cavidad oral, los tejidos dentales están sometidos
a un paulatino proceso de deterioro estructural; caries, traumatismos y
desgaste son sin duda factores esenciales que influyen en dicho cambio. El
desgaste progresivo de la corona tiene una etiología multifactorial y es re-
sultado de la acción concurrente de distintos mecanismos fisicoquímicos.
Dejando al margen la erosión dental producida por vómitos crónicos o la
ingestión reiterada de alimentos y bebidas con pH ácido, el desgaste pue-
de ser de dos tipos: atrición y abrasión. El primero se refiere al producido
por el contacto físico y directo entre dientes opuestos, estén o no situados

597
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

en distintos maxilares. Es el causado por el bruxismo (rechinar involunta-


rio de los dientes), las facetas de contacto entre superficies oclusales de las
piezas dentarias o entre las caras interproximales de los dientes adyacen-
tes. Sin embargo, la abrasión está relacionada con el desgaste mecánico
provocado por las distintas estrategias de supervivencia. No genera facetas
tan delimitadas como la atrición, pero causa una pérdida generalizada de
definición en la superficie de la corona. Es originada por cualquier partí-
cula u objeto duro que llega a la cavidad oral y alcanza los dientes gracias
a la presión de las mejillas, la lengua o la propia comida. Por lo general,
se asocia con la ingestión de alimentos, pero también puede deberse a eJe-
mentas culturales como la utilización de palillos, mascar chicle o tabaco,
el uso de cepillos orales e incluso la implantación estética de objetos extra-
ños a la cavidad oral, caso del piercing labial o lingual.
La evolución del desgaste también depende de factores genéticos,
como por ejemplo la calidad del esmalte, su dureza, plasticidad, etc. y de
factores exógenos relacionados con la forma de vida, hábitos nutriciona-
les, o la composición de la dieta, entre otros. Lógicamente, el nivel de des-
gaste está asociado al tiempo de utilización de las piezas dentarias, por
eso está correlacionado con la edad del individuo y puede verse afecta-
do por el nivel abrasivo de la alimentación o la utilización de la dentición
como herramienta cultural. Por tanto, estudiar el desgaste dental de una
población permite estimar no sólo el nivel de atrición de las piezas den-
tarias, sino obtener información sobre aspectos culturales y el modo de
aprovechamiento del en torno. El desgaste se aprecia macroscópicamen-
te por la paulatina eliminación de la capa de esmalte y la subsiguiente ex-
posición de dentina, lo que provocará una disminución en la altura de la
corona dental hasta llegar a la raíz o provocar la pérdida del diente (Figu-
ra 2). Datos experimentales demuestran que la disminución en la altura de
la corona está correlacionada con la edad (tiempo de uso de los dientes)
y con el tipo de patrón económico de las poblaciones humanas. En 1984
Holly Smith estableció que, al margen de la edad, las poblaciones neolíti-
cas con agricultura presentan un desgaste más acusado en la cara bucal
de las piezas mandibulares respecto a la cara lingual, lo que hace que el
ángulo de inclinación de la cara oclusal sea mayor que el detectado en las
sociedades cazadoras recolectoras. La diferencia alcanza hasta 8-10° en
las fases avanzadas de desgaste de la corona y es consecuencia del efecto
que tiene durante la masticación la mayor consistencia de los vegetales, la

598
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓN DE PALEO DIETA Y S U APLICACIÓ N A LA PREHISTORIA RECIENTE . ..

fibrosidad de los cereales, el


uso intensivo de piedras de mo-
ler y la utilización de cerámica
en la elaboración de la comida.
El desgaste paulatino de la
corona de nuestros dientes es
la expresión macroscópica de
las alteraciones que se produ-
cen desde que comienza su uti-
lización fisiológica en la cavi-
dad oral. El análisis mediante
técnicas de microscopía de-
muestra que la superficie de la
corona presenta microestrías
producidas, en su mayoría, por
la ingestión de nutrientes. Al-
gunos autores asocian dicha
estriación con tres factores: el
contacto entre sí de las piezas
dentarias, el contacto de las
partículas que se interponen en-
tre los dientes cuando las man-
díbulas actúan y el movimiento Figura 2. Patrón de desgaste dental en una man-
de introducción de sustancias díbula. Se aprecia que el borde bucal tiene menor
alimenticias u otros objetos altura que el lingual porque el desgaste no es hori-
en la cavidad oral ( Gordon y zontal sino oblicuo. La flecha indica la presencia
de una caries de cuello en el espacio interdental.
Walker, 1983). Los elementos L: Cara Lingual, 0: Cara Oclusal, B: Cara Bucal.
abrasivos afectan al esmalte de- (Peñalosa, Edad del Bronce).
jando una microestriación cuya
anchura es siempre inferior al diámetro de la propia partícula que genera la
huella. La profundidad de la impronta, o capacidad de penetración en el es-
malte, será directamente proporcional a la presión aplicada por la partícula
sobre la corona. Si la penetración es ligera se producirá un leve pulido de la
superficie, si es más intensa, causará la formación de hondas estrías.
De ese modo, el grado de estriación observable dependerá del tipo de
partícula, tamaño, capacidad de adherencia, concentración, intensidad
de la presión, zona de la corona, tiempo de contacto, dureza del esmalte,

599
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

etc. (Hillson, 1996). La enorme variabilidad de posibles agentes causales


de la abrasión dental sugiere la presencia de diferentes tipos de huellas de
microdesgaste. Morfológicamente suele considerarse la existencia de dos
clases: estriaciones y depresiones (Puech et al., 1983). Las estriaciones son
líneas incisas de longitud mucho mayor que su anchura. La proporción
entre ambas dimensiones varía de unos autores a otros (2: 1 para Gordon,
1988) (4:1 para Grine 1986) (10:1 para Teaford y Walker, 1984) por lo que
la división es en realidad arbitraria. Las depresiones son zonas hundidas
en las que longitud y anchura son prácticamente del mismo tamaño.
La intensidad de la huella también está relacionada con el tipo y gra-
do de esfuerzo que se produce durante la trituración de los alimentos que
componen la dieta. Esta característica se utilizó para demostrar diferen-
cias en la ingesta entre formas robustas y gráciles de Australopithecus (Gri-
ne, 1984, 1986). Los primeros tienen superficies oclusales de la corona con
mayor número de depresiones, lo que se interpreta como una dieta basada
en elementos duros, semillas, frutos secos, raíces o rizomas; mientras que
los segundos tienen esencialmente estrías, lo que sugiere una dieta signifi-
cativamente más blanda, frugívora y/o folívora. En chimpancés, gorilas y
orangutanes la microestriación dental es más evidente en la cara oclusal
de las piezas anteriores (Gordon, 1982), disminuyendo su intensidad se-
gún avanzamos en la serie dental hasta valores mínimos en los molares. Si
se analiza la cara bucal de la corona, zona no afectada por el contacto con
otros dientes, la estriación es mucho más evidente en el tercio oclusal que
en el medio y cervical. Este último parece estar especialmente protegido
por debajo de la curvatura del diente en donde suele conservarse el aspec-
to inicial de la corona, de manera especial si presenta la barrera que supo-
ne el propio sarro dental (Puech et al., 1980) (Figura 3).
¿Cómo medir o valorar la presencia de estrías? El patrón de estriación
dental puede definirse mediante el estudio de características como núme-
ro, dirección, longitud, anchura y profundidad de las estrías. El microdes-
gaste dental se cuantifica mediante microscopía electrónica de scanning
(SEM) debido a su mayor resolución respecto a la microscopía lumínica
convencional. El SEM se basa en la imagen que genera un rayo de electro-
nes que recorre la superficie de la muestra sometida a estudio. Los electro-
nes son reflejados por la superficie del diente y producen variaciones de lu-
minosidad (brillo) que se registran en la pantalla de un monitor. El análisis
se realiza sobre microfotografías electrónicas de la zona elegida y puede

600
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓN DE PALEODIETA Y SU APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE ...

Figura 3. División espacial de la corona del diente. La flecha indica la presencia de sarro
dental. 0: Tercio Oclusal, M: Tercio Medio, C: Tercio Cervical.

aplicarse tanto a la pieza dental original como a réplicas o moldes de su


superficie (Teaford, 1991). La superficie original del diente puede estudiar-
se de ese modo sin riesgos muy graves para la preservación de la muestra.
Para ello, la superficie de la corona es sometida a un baño o recubrimien-
to, de unos 300-SOOÁ de espesor, con materiales conductores, generalmen-
te metales nobles (plata-oro-paladio), para incrementar su capacidad o in-
tensidad de reflexión. Este procedimiento tiene algunas limitaciones: no
puede utilizarse en individuos vivos, ni en restos museísticos o fósiles poco
frecuentes o de gran valor; ni sobre dientes con amplia exposición de den-
tina dada la mayor porosidad de dicho tejido orgánico.
El procedimiento alternativo es la utilización de réplicas de la super-
ficie del diente en alta resolución (Rose, 1983 ). Para obtenerlas se suelen
emplear resinas epoxy del tipo Araldita usando para la impresión inicial
Polyvinylsiloxano, Reprosil, Mirror 2, Triafol o Xantopren Azul. Las répli-
cas permiten obtener una resolución mínima de unas 0.2 pm. El mayor in-
conveniente de este método es la dificultad de obtención de un molde en

601
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

el que no aparezcan artefactos o imágenes falseadas. El problema más fre-


cuente consiste en que la réplica en resina presenta falta de definición o de
detalle respecto a la superficie dental original; este hecho provoca pérdida
de información y la consiguiente subestima del número y/o dimensiones
de las estrías (Teaford y Tylenda, 1991).
La orientación y el número de estrías varía en función de aspectos
como el movimiento mandibular durante la masticación (Hillson, 1996)
y la erosión que producen los objetos o la comida que penetra en la cavi-
dad oral. La acción de las partículas abrasivas depende de la dinámica del
bolo alimenticio mientras está en la boca. Los animales carnívoros mantie-
nen los nutrientes en ella durante menos tiempo que los herbívoros. La ra-
zón es que la masticación en los primeros consiste fundamentalmente en
movimientos verticales que permitan fragmentar la carne hasta un tama-
ño que facilite su ingestión; mientras que los segundos, y en especial los
rumiantes, realizan un movimiento de rotación lateral u horizontal por-
que necesitan triturar mucho más el alimento para posibilitar su posterior
aprovechamiento energético. Esa diferencia de comportamiento mecánico
hace que el patrón de estriación varíe en función de la importancia relati-
va en la ingestión de productos animales o vegetales; de manera que el núme-
ro de estrías será menor en los individuos con dieta rica en proteínas respecto
a los que ingieren mayoritariamente productos vegetales (Pérez-Pérez et al.,
1999). La razón es la distinta resistencia a la compresión de cada uno de
los nutrientes y en especial la existencia de partículas de sílice (fitolitos)
y restos de tierra o polvo en las plantas. En todo caso, la incorporación de
productos cárnicos provocará la aparición preferencial de estrías vertica-
les, mientras que los grupos humanos con dieta basada en productos agrí-
colas tendrán esencialmente estrías horizontales.
Existe una correlación positiva entre la longitud de las estrías y la dieta
vegetal, de modo que sería posible determinar el comportamiento agrícola
de algunas poblaciones humanas atendiendo a las dimensiones de las hue-
llas detectadas en el esmalte. Estudios realizados en el yacimiento sirio de
Tell abu Hureyra (Molleson et al., 1993) demuestran que las piezas denta-
rias de los habitantes mesolíticos presentan microdepresiones de mayores
dimensiones que las poblaciones neolíticas de la misma zona. Resumien-
do, la dieta basada en proteínas animales genera menor número de estrías
que la dieta vegetariana y la tasa de microdepresiones disminuye desde se-
ries cazadoras-recolectoras a las de economía agrícola (Teaford, 1991).

602
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓ N DE PALEODIETA Y SU APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE ...

Sin embargo, existen numerosos factores que condicionan la interpre-


tación de los resultados y sobre los que se hace necesario llamar la aten-
ción. Considerar el análisis tafonómico resulta esencial (Martínez y Pérez-
Pérez, 2004). Sabemos que el microdesgaste dental no se ve afectado por
la presencia de álcalis, pero tanto el ácido cítrico como el acético o el clor-
hídrico alteran el patrón de estriación (King et al., 1999; Aliaga-Martínez
et al., 2012). También influye el tamaño macroscópico de las partículas del
suelo. El sedimento de gran tamaño (cuarzo de 2000 a 11000 J.Im) pule el es-
malte y difumina las estrías, aunque son las partículas de 250 a 500 J.lm las
que generan mayor abrasión (King et al., 1999). Análisis experimentales
que simulan el roce con partículas del suelo utilizando óxido de aluminio
de 95-150 J.lm, parecen indicar que el número de estrías disminuye duran-
te las fases iniciales de exposición para posteriormente aumentar según se
prolonga la misma, por tanto, al principio, la superficie de la corona su-
fre un pulido que disimula o elimina las estrías originadas durante la vida,
pero posteriormente aparecen nuevas líneas abrasivas no relacionadas con
la ingesta (Aliaga-Martínez et al., 2012).
Tampoco conocemos de forma totalmente precisa el efecto que tienen
sobre el patrón de microestriación el sexo, edad, tamaño corporal, posi-
ción o tipo de diente (Fine y Craig, 1981; Bullington, 1991); sólo reciente-
mente se han publicado algunos artículos en los que se evalúan parte de
estos factores (Ungar y Spencer, 1999; Kuhn y Stiner, 2006; Stiner y Kuhn,
2009). Desconocemos si distintos alimentos pueden dejar huellas similares,
o si cambia de forma significativa el comportamiento erosivo de las partí-
culas alimenticias tras su preparación cultural o cocinado, suponemos que
es así, pero aún no se ha cuantificado con precisión. Otro aspecto esencial
es considerar los tamaños muestrales de nuestras investigaciones. ¿Cuál es
el grado de fiabilidad de las inferencias cuando analizamos exclusivamente
un diente fósil? Creemos que muy débil; en Atapuerca (Pérez-Pérez et al.,
1999) el patrón de estriación de ciento veinticuatro piezas dentarias mues-
tra una extraordinaria variabilidad intrapoblacional. El análisis de esta se-
rie prehistórica sugiere que el estudio de individuos aislados puede ofrecer
una información poco relevante para estimar el tipo de dieta de las pobla-
ciones del pasado ya que está condicionado por parámetros como la edad,
el sexo o la posición anatómica del diente; incluso las comparaciones in-
terpoblacionales podrían simplemente estar afectadas por factores como
el clima y la distinta estacionalidad de acceso a los nutrientes, o por cam-

603
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

bios culturales en la preparación del alimento. En ese caso, ¿podemos ex-


trapolar las deducciones obtenidas en poblaciones actuales a series prehis-
tóricas? ¿Y trasladar los resultados analíticos de una especie a otra? (Ryan
y Johanson, 1989). ¿Realmente existen diferencias estacionales en la dieta
humana actual lo suficientemente importantes como para modificar de for-
ma significativa el patrón de estriación dental? ¿Cuál es la velocidad de cam-
bio de dicho patrón? La profundidad de las estrías depende de la dureza de
los nutrientes, de modo que las improntas de los alimentos más duros se
conservan durante más tiempo aún ingiriendo menor cantidad, por con-
siguiente, su mayor persistencia relativa provocaría una sobrestima en la
cuantificación de su importancia dietética. Algunas de estas preguntas co-
mienzan a ser desveladas por los investigadores de este campo y sus resul-
tados son esperanzadores. La comunidad científica considera que se hace
necesario controlar muchas de las variables indicadas en los próximos es-
tudios, pero la técnica parece ser de utilidad para estimar el tipo de dieta
de las poblaciones humanas actuales y del pasado, en especial la relativa-
mente próxima a la fecha de muerte del individuo.

2. FITOLITOS

Llamamos microrrestos botánicos a diferentes partículas microscópi-


cas de origen vegetal, tales como fitolitos, gránulos de almidón, granos de
polen y esporas, que constituyendo inclusiones intracelulares, intercelula-
res o células reproductivas, persisten tras la muerte y la descomposición
orgánica de las plantas. Su detección en muestras arqueológicas permite
analizar las relaciones entre la flora y los grupos humanos del pasado. Sin
duda, los estudios polínicos y de esporas ofrecen valiosa información so-
bre la vegetación presente en un área geográfica determinada, reflejan el
tipo de ecosistema, y de forma indirecta, permiten estimar el tipo de dieta,
aunque no siempre los elementos vegetales identificados fuesen utilizados
como nutrientes. Los fitolitos y el almidón suelen preservarse como micro-
fósiles asociados al hábitat, útiles y restos humanos, siendo especialmente
interesantes los que detectamos en el sarro dental, ya que disponemos de
residuos orgánicos directos de los propios elementos ingeridos (Figura 4).
Almidón y fitolitos son substancias ergásticas, es decir, son compuestos
biominerales generados por el metabolismo de la planta como productos
de reserva o desecho. El almidón es un polisacárido de reserva energética

604
TÉCNICAS DE DETERM INACIÓN DE PALEODIETA Y SU APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE . ..

Figura 4. Fito~ito recuperado a partir del sarro dental. Imagen a lOOX.

constituido por amilosa y amilopectina que se almacena fundamentalmen-


te en semillas, tubérculos, bulbos, raíces y rizomas. Se presenta en forma
de gránulos birrefringentes, relativamente densos, insolubles y que se hi-
dratan muy mal en agua fría, los cuales se muestran blancos con una cruz
de extinción negra al ser observados con luz polarizada. El estudio micros-
cópico y químico de ambos residuos ayuda a resolver numerosos análisis
paleoetnobotánicos relacionados con las prácticas de molienda. La razón
es que son muy frecuentes en los utensilios (molinos, morteros, etc.) em-

605
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

pleados para procesar productos vegetales que generan harinas, caso de


cereales y frutos secos (Babot, 2001 y 2009).
Los fitolitos pueden ser definidos desde un punto de vista sedimento-
lógico como partículas minerales sintetizadas por las plantas. Metabólica-
mente se trata de una biomineralización microscópica de origen botánico
cuya génesis está relacionada con el hecho de que un elevado número de es-
pecies vegetales incorpora silicio por sus raíces junto con los nutrientes del
suelo y el agua. El silicio que las raíces absorben en forma de ácido monosi-
lícico (Si0 4 H 4 ) es depositado como sílice amorfa hidratada (Si0 2 .nH2 0) en
los espacios ínter o intracelulares. Lo interesante de este proceso es que di-
chas partículas preséntan características morfológicas con valor taxonómi-
co a nivel de familia, género o especie botánica (Piperno, 2006). Por lo ge-
neral, la composición química esencial de los fitolitos es el óxido de silicio
(silicobiolitos) aunque, ocasionalmente, pueden contener otros elementos
como calcio (calcibiolitos), magnesio, hierro, etc. e incorporar pequeñas
cantidades de materia orgánica y agua (Rovner, 1983). Estas estructuras
no están presentes en todas las plantas con la misma frecuencia: por ejem-
plo, las fabáceas (haba, guisante, garbanzo) tienen un número muy bajo,
mientras que las equisetáceas (cola de caballo), cyperáceas (chufa) o poá-
ceas (centeno, arroz, cebada, maíz) son muy ricas en estos compuestos.
Como es lógico, los análisis arqueométricos permiten estimar la pre-
sencia de fitolitos en el medio atendendiendo a su aparición en el terreno,
suelo de ocupación, hogares y recipientes cerámicos (Cabanes et al., 2007);
pero dada su composición y dureza es lógico pensar que este tipo de subs-
tancias tai:pbién puedan dejar huella en la superficie de la corona dental
produciendo microestnas. Incluso, ocasionalmente, pueden encontrarse fi-
tolitos asociados a la propia estría (Figura S) y por tanto, puede aceptarse
que la huella fue generada, probablemente, por dicho elemento biológico.
Mucho más frecuente es localizar fitolitos integrados en el cálculo o sarro
dental de animales herbívoros (Armitage, 1975; Middleton, 1990, 1992;
Middleton y Rovner, 1994) y seres humanos (Holt, 1993; Middleton, 1993).
Incluso es relativamente sencillo estudiarlos en coprolitos (Danielson y
Reinhard, 1998; Afonso, 2010), aunque en este caso son mucho más comu-
nes los fitolitos de oxalato cálcico. Su presencia (ya sea en la superficie del
esmalte, el cálculo dental, ellumen del tubo digestivo o los coprolitos) y
posterior identificación taxonómica permite estimar el tipo de ingesta ve-
getariana de los grupos humanos antiguos (Rovner, 1983; Piperno, 1988) y

606
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓ N DE PALEODIETA Y SU APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE ...

Figura 5. Microfotografía de SEM mostrando estriación dental. La flecha


destaca la presencia de un fitolito incrustado en la corona.

reconstruir el paleoambiente en el que vivieron. No olvidemos que los fi-


tolitos o los gránulos de almidón del sarro dental fueron incluidos al mis-
mo tiempo que se mineralizaba la saliva, por lo que constituyen una prue-
ba directa del tipo de plantas a las que tenía acceso el individuo, ya fuesen
utilizadas como alimento, tratamientos medicinales o estuviesen implica-
das en otras prácticas culturales como la elaboración de cuerdas, tejidos o
recipientes en donde las fibras vegetales se introdujesen, si quiera parcial-
mente, en la boca.
Los estudios de silicofitolitos son relativamente frecuentes, qmza por
su aplicación a nivel de diagnóstico en paleodieta; sin embargo, en los úl-
timos años y a pesar de su menor valor taxonómico, también se analizan
los de oxalato cálcico. Los fitolitos de oxalato son, según muestra el test de
Moh, mucho más duros que el esmalte y se encuentran con mayor frecuen-
cia en las plantas suculentas o crasas como por ejemplo en los cactus (Da-
nielson y Reinhard, 1998). Posiblemente, el mayor inconveniente desde el

607
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

punto de vista arqueobotánico es que la forma y el tamaño de los fitolitos


no es constante; depende del tipo de planta, pero al mismo tiempo varía
según el tejido o célula donde es almacenado, de su situación intra o extra-
celular, etc. lo que condiciona enormemente su identificación taxonómica
(Piperno, 1988; Kaplan, et al., 1992). Para reducir este inconveniente meto-
dológico se han desarrollado protocolos internacionales que sistematizan
la denominación de cada una de las formas o morfologías (Madella et al.,
2005) como es el International Code for Phytolith Nomenclature propues-
to por la Society for Phytolith Research, disponible en internet. Estudios re-
cientes (Madella et al., 2009) sugieren que la producción de fitolitos por la
planta está condicionada parcialmente por la disponibilidad de agua en
el medio. Algunas especies como el trigo panificable (Triticum aestivum),
trigo espelta (Triticum dicoccum) y la cebada de doble hilera (Hordeum
distichon) muestran este tipo de comportamiento, incrementando el nú-
mero de fitolitos en las hojas en medios húmedos mientras que no parecen
existir cambios importantes en el tallo.
Otro factor a considerar es la distribución de especies botánicas apro-
vechables en actividades sociales y ceremoniales desde el punto de vista
cultural. Como es lógico, la explotación económica de las plantas depen-
de de las condiciones climáticas del entorno y por tanto es lícito suponer
que las poblaciones humanas basan su economía en distintas fuentes vege-
tales. Este hecho obliga a la diagnosis e identificación taxonómica por re-
giones geográficas (Piperno, 1985; Twiss, 1992; Pearsall y Dinan, 1992), a
estimar la presencia y cantidad de los restos arqueobotánicos, su represen-
tatividad, etc., a fin de evaluar el modelo de aprovechamiento del entorno
y reconstruir el medio natural en el que se desarrollaron las actividades de
las poblaciones humanas del pasado (Buxó, 1997). De ese modo, los fito-
litos recuperados en contextos arqueológicos pueden ser útiles tanto para
determinar patrones de subsistencia, uso antrópico de ciertas especies bo-
tánicas o la identificación y reconstrucción de antiguas vegetaciones, como
para interpretar el origen, evolución y propagación de prácticas agrícolas
específicas centradas en el consumo de cereales como pueden ser el trigo o
el arroz (Houyuan et al., 1997; Piperno, 2006).
No todas las plantas que entran en contacto con la cavidad oral son
aprovechadas desde el punto de vista nutricional; pensemos en la utili-
zación de fibras vegetales para la producción de ropa (lino), cuerdas (es-
parto) o recipientes (mimbre), que ocasionalmente son manipulados con

608
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓN DE PALEODIETA Y S U APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE ...

los dientes. Sin duda, muchas de estas especies vegetales, u otras de dis-
tinta naturaleza, pueden ser responsables de la aparición de fitolitos y es-
trías, especialmente en las superficies bucales o vestibulares de las piezas
anteriores, generalmente incisivos y caninos. Un problema añadido desde
el punto de vista aplicado podría ser la conservación diferencial de cier-
tos fitolitos en función de su forma, composición y/o tamaño. Sabemos
que ciertas características morfológicas de los fitolitos podrían favorecer
su inclusión en el sarro o bien su eliminación o asociación con la superfi-
cie del diente. Por ejemplo, las macias de los fitolitos de oxalato cálcico fa-
vorecerían su inclusión y la formación de estrías en el esmalte respecto a
los de silicato con forma festucoide de las Poáceas. Estas limitaciones, en-
tre otras, podrían modificar su estima cuantitativa y condicionar de forma
significativa la aplicación de los fitolitos en los estudios de paleodieta. Más
grave aún resulta la reducida información disponible sobre las caracterís-
ticas morfológicas de los fitolitos a nivel sistemático de especie; posible-
mente esto se debe a la casi nula utilización taxonómica de dichos restos
biológicos, de forma que en muchas ocasiones ante una imagen SEM sólo
puede identificarse la familia botánica. Como vemos, queda aún trabajo
importante por desarrollar en este campo, se hace imprescindible la rea-
lización de estudios experimentales que permitan caracterizar la morfolo-
gía de fitolitos y almidones de las especies botánicas cultural y localmen-
te aprovechables a fin de obtener colecciones de referencia y clasificar las
muestras arqueológicas recuperadas.

3. EL ANÁLISIS PALEOQUÍMICO: ISÓTOPOS ESTABLES


Y ELEMENTOS TRAZA

A lo largo de los últimos cuarenta años, numerosos estudios científicos


han demostrado que existe una correlación significativa entre la com-
posición química del hueso y el tipo de alimentación. Gracias a estos resul-
tados, el análisis paleoquímico resulta de gran utilidad para establecer el
patrón de subsistencia de las poblaciones antiguas y responder a cuestiones
específicas sobre su adaptación biológica y cultural. Como se señalaba más
arriba, dos son los procedimientos analíticos esenciales en este campo: los
isótopos estables y el análisis de elementos traza.
Muchos de nosotros aún recordamos el primer contacto con la Quími-
ca mediante experimentos visuales en los que se producían cambios de co-

609
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

lor, precipitados, explosiones y otros fenómenos misteriosos al poner en


contacto distintos elementos o sustancias. Algo después, en el colegio o
instituto, llegó la tabla periódica de Dmitri Mendeleiev y Julius Meyer, los
nombres de los iones y las fórmulas. Quizá pudiera pensarse que en la na-
turaleza sólo existen los elementos que aparecen en dicha tabla, incluso
en su versión actualizada al siglo XXI; sin embargo, la realidad es bien dis-
tinta, ya que coexisten diversos isótopos químicos de un mismo elemento.
En realidad, los isótopos son variantes de un mismo elemento, por eso se
les denomina igual, pero presentan diferente masa atómica, porque aun-
que todos tiene el mismo número de protones, cada uno de ellos tiene un
número de neutrones diferente. Por ejemplo, el carbono (C) tiene un nú-
cleo con seis protones, pero sus números atómicos pueden ser 12, 13 o 14
si los neutrones son 6, 7 y 8 respectivamente. De ahí que los denominemos
isótopos de carbono, C12 , C 13 y Cl 4 para diferenciarlos. Ciertamente algunos
de los isótopos son inestables y sufren desintegración espontánea de for-
ma más o menos rápida, caso del radiocarbono (C 14 ), mientras que otros
son estables, es decir, no se ven sometidos a dicho proceso y persisten en
el tiempo. Entre estos últimos, desde el punto de vista nutricional, se utili-
zan con mucha frecuencia los isótopos de carbono (C), nitrógeno (N) y es-
troncio (Sr) obtenidos a partir del colágeno preservado en las muestras es-
queléticas. La proporción de isótopos estables como el C13 y N 15 respecto a
sus isótopos básicos C12 y N 14 , se expresa a través de la relación por cocien-
te 12 C/ 13 C o 14Nf1 5 N, identificándose internacionalmente mediante la deno-
minación C>C 13 y C>N 15 respectivamente. Estos isótopos permiten establecer
el origen terrestre, lacustre-fluvial o marino de los principales recursos ali-
menticios. Su presencia se pone de manifiesto mediante Espectrometría
de Masas, técnica de alta precisión que permite la utilización de muestras
óseas o dentales de pequeño tamaño, menos de un miligramo.
Los análisis paleoquímicos se basan en que la composición química de
nuestros tejidos, condicionada por la dieta, que depende del fraccionamien-
to de ciertos iones a través de la cadena trófica (Sillen y Kavanagh, 1982).
¿En qué consiste el fraccionamiento isotópico? En general, existe un lige-
ro incremento en la concentración del isótopo según se sube por la cade-
na trófica de forma que el escalón superior (animal) tiene algo más que el
inferior (su dieta). Diversos procesos pueden contribuir a dicho enrequeci-
miento; por ejemplo, en relación al C13 -el aumento es del 1.1 %o- podría
ser consecuencia de una pérdida preferencial del C 12 durante la respiración,

610
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓN DE PALEODIETA Y SU APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE . . .

de una captación selectiva del C13 durante la digestión o de un depósito dife-


rencial durante la formación de los diferentes tejidos. ¿Por qué se produce?
Los compuestos orgánicos e inorgánicos disueltos en el suelo son incorpora-
dos por las plantas reflejando en su estructura la concentración de elemen-
tos disponibles en el medio. Eso no significa que siempre sea la misma. Las
plantas también reflejan el efecto neto de toda una serie de procesos relacio-
nados con el entorno en el que viven y su fisiología. Esto hace que el conte-
nido isotópico del xilema de la planta sea similar al del suelo en el que vive
y sucede así porque los vegetales no parecen poseer dispositivos activos de
eliminación diferencial en sus raíces, si exceptuamos quizá a los manglares.
Los animales, por el contrario, disponemos de mecanismos fisiológicos don-
de el aparato digestivo y el sistema excretor son los encargados del control
iónico, de la homeostasis, y además de utilizarlos como elementos circulan-
tes o metabólicamente funcionales, podemos depositar la mayor parte de los
minerales como elementos estructurales de la matriz ósea, de forma que el
hueso actúe como reservorio. De lo anterior puede deducirse la existencia de
un flujo iónico, de manera que una dieta basada en alimentos vegetales pro-
porcionará una mayor ingestión y depósito de ciertos elementos químicos
respecto a una alimentación basada en la carne. Esto es lo que permite eva-
luar las diferencias entre animales herbívoros y carnívoros diferenciando los
distintos niveles tráficos.
No todos los huesos del esqueleto son iguales en forma, tamaño y re-
sistencia pero, en promedio, su composición química está constituida en
un 25% por agua, 30% por materia orgánica (colágeno y otras proteínas)
y un 45% por minerales (esencialmente hidroxiapatita, rica en fosfatos y
carbonatos). La concentración final de colágeno depende en gran parte de
los aminoácidos esenciales presentes en la ingesta de proteínas, mientras
que la de hidroxiapatita del hueso o del diente obedece al aporte de carbo-
hidratos, lípidos y proteínas. Un aspecto metabólico esencial es que el co-
lágeno y la apatita del hueso son remodelados constantemente en función
de las necesidades fisiológicas del organismo, por lo que su composición
isotópica refleja el promedio de la alimentación durante los últimos diez
años de vida aproximadamente. Por el contrario, el depósito de esmalte
dental no se remodela; evidencia la concentración iónica presente en la die-
ta durante la fase de formación y mineralización de la corona y dado que
los dientes se desarrollan a diferentes edades, el estudio de distintas piezas
dentarias de una misma persona ofrece información sobre su alimentación

611
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

en distintos momentos de la vida. Por ejemplo, la introducción de alimen-


tos sólidos tras el destete, cambios en la dieta infantil o juvenil respecto a
la edad adulta, o la causada por movimientos migratorios. El cabello, con
tasas de reposición aún más breves que el hueso, puede reflejar modifica-
ciones para períodos más cortos, de manera que segmentos de un mismo
pelo podrían demostrar la existencia de variaciones estacionales en la ali-
mentación (White, 1993).
Lamentablemente, la valoración química del colágeno no es siempre
posible ya que se trata de una molécula orgánica sometida a procesos ta-
fonómicos y diagénesis. No se recupera en restos cremados o incinerados,
suele aparecer degradada en ambientes húmedos o calurosos y raramente
se preserva en muestras anteriores al Paleolítico Superior. La hidroxiapa-
tita, sin embargo, es relativamente frecuente detectarla en restos óseos del
Holoceno e incluso en el esmalte dental de los primeros homínidos o del
Mioceno (Tykot, 2004).
El análisis isotópico del C>C 13 comenzó a utilizarse a comienzos de los
años ochenta (Tauber, 1981; Chisholm et al.,1982). Su contenido permite es-
timar el peso relativo de proteínas y vegetales en la ingesta. Resulta útil para
determinar grupos de plantas con distinta actividad fotosintética ya que pue-
den detectarse especies que forman compuestos moleculares con tres áto-
mos de carbono (vía Calvin-Benson -plantas C3) como el trigo, arroz, fruta-
les, almendros, nogales, avellanos, legumbres o tubérculos y diferenciarlas
de aquellas que originan moléculas de cuatro átomos de carbono (ciclo
Hatch-Slack- plantas C4) caso del maíz, sorgo; o de las crasuláceas (meta-
bolismo del ácido crasuláceo - plantas CAM) como los cactus o las piñas tro-
picales (Figura 6). El contenido de C>C 13 presente en la atmósfera es aproxi-
madamente del - 7%o, mientras que las especies C3 tienen en torno al - 27%o
y las C4 hacia el - 12%a. En otras palabras, las plantas C3 y los animales que
se nutren de ellas, tienen menores concentraciones de C>C 13 que el dióxido de
carbono atmosférico, mientras que las plantas C4 y los herbívoros que se ali-
mentan con ellas, presentan valores de C>C 13 más similares a los del aire (Fi-
gura 7). En la Europa preneolítica, niveles de C>C 13 próximos al - 12%a in-
dicarían que la mayoría de las proteínas proceden de alimentos marinos o
fluviales, mientras que valores próximos a - 20%o sugieren que la dieta esta-
ría basada en alimentos terrestres. Cifras intercalares entre ambos límites
deben interpretarse como de ingesta protéica mixta, de forma que -16%a co-
rrespondería a una alimentación con un 50% de aporte terrestre y marino.

612
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓ N DE PALEODIETA Y SU APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE ...

Figura 6. Tipos de fotosíntesis y presencia de cC13 y 6N15.

Figura 7. Distribución de cC13 y cNlS en la cadena trófica.

613
PREHISTORJA RECIENTE DE LA PENíNSULA lBÉRlCA

Sin embargo, para interpretar de forma adecuada el análisis químico


debemos tener en cuenta la valoración de muestras de suelo y fauna que
actúen como controles sedimentario y vegetariano del yacimiento. Pense-
mos que la cantidad detectada en el hueso depende de la concentración
inicial en el suelo y de la distinta distribución de elementos de flora y fau-
na consumidos. La proporción entre plantas C3 y C4 en una región geográ-
fica depende entre otros factores de las características geológicas del terre-
no, de la temperatura y pluviosidad, de modo que grandes modificaciones
en la composición isotópica permitirían estimar cuantitativamente cam-
bios paleoclimáticos. Por ejemplo, el bC 13 del colágeno del bisonte actual
es de un - 7%o mientras que en los restos de hace 10.000 años alcanza un
- 19%o. Este resultado podría ser consecuencia del cambio ambiental hacia
condiciones más secas ocurrido a lo largo del Holoceno, lo que sin duda
influyó en la distribución del alimento de los bóvidos.
Los análisis de bN 15 , iniciados más o menos simultáneamente con los
anteriores (DeNiro y Epstein, 1981) sirven para estimar el nivel que ocupa
un organismo en la cadena trófica. Con ellos se valora la distinta propor-
ción de bN 15 que es transferida desde las plantas a los herbívoros y que es
finalmente fijada al colágeno del hueso. Resultados analíticos demuestran
que el fraccionamiento isotópico del bN 15 alcanza un incremento próximo
al 3%o según subimos de escalón en la cadena trófica (Katzenberg, 1992).
La proporción de isótopos de nitrógeno en las plantas depende principal-
mente de si la fijación se realiza gracias a la presencia de bacterias sim-
biontes asociadas a las raíces (rizobios), como sucede en las leguminosas
(tréboles, alfalfa, fabáceas), o se efectúa directamente a partir de los nitra-
tos del suelo. Otra fuente potencial de nitrógeno orgánico es el incorporado
a través de cianobacterias en líquenes y helechos o gracias a las algas azules
presentes en el agua dulce y marina. Los organismos acuáticos tienen nive-
les más altos de bN 15 que los terrestres debido a que los nitratos presentes
en el fitoplancton -base de la cadena trófica marina- están enriquecidos
por la disolución en el agua de nitratos y amoniacos. Es, precisamente, esta
diferencia la que puede aprovecharse como indicación del origen terrestre o
marino de las proteínas, pues las cadenas tróficas de los ecosistemas acuá-
ticos son mucho más complejas. Por ejemplo, los carnívoros terrestres, con
promedios en torno al 6%o, no suelen superar el 9%o, mientras que los ma-
míferos marinos pueden duplicar esas cifras, alcanzando valores en torno
al18%o (Schoeninger y DeNiro, 1984). De ese modo, los niveles de bN 15 per-

614
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓ N DE PALEODIETA Y SU APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE . ..

miten poner de manifiesto la ingesta de leguminosas - alubias, guisantes,


soja- y de productos fluviales, lacustres o marinos.
Los primeros estudios de isótopos estables se centraron en determinar el
papel del maíz en la dieta de las poblaciones americanas y en analizar la in-
gesta de pescado, en especial del salmón, en poblaciones mesolíticas y neo-
líticas europeas o en poblaciones precolombinas (Chilsholm et al., 1983;
Hayden et al., 1987). En la actualidad, los análisis se centran en estimar la
evolución de la dieta durante el Paleolítico Superior y el contraste que pro-
vocó a nivel económico la llegada del Neolítico (Richards, 2009). Los datos
isotópicos demuestran que las proteínas animales fueron la principal fuente
alimenticia de las poblaciones centroeuropeas durante dicho período. Proce-
dían fundamentalmente de la caza de herbívoros terrestres, aunque, en algu-
nas circunstancias, los recursos pesqueros formaron también parte de la in-
gesta. Con la llegada del Gravetiense se incrementó de forma significativa el
aporte de pescado y marisco, alcanzando hasta un 20% de la dieta, aunque a
finales del Paleolítico Superior existen claras evidencias de un consumo de
proteínas marinas aún más elevado en algunas poblaciones costeras. Este
tipo de comportamiento no debe llamamos especialmente la atención ya que
disponemos de datos faunísticos fiables en los que se demuestra que el apro-
vechamiento de moluscos ya era frecuente hace 150.000 años entre los nean-
dertales de la cueva del Bajondillo (Málaga) (Cortés-Sánchez et al., 2011).
¿El modelo alimenticio centroeuropeo es válido para otras zonas del
continente? ¿Acaso en el sur de Europa, en donde las condiciones climáti-
cas eran más favorables, la ingesta de vegetales pudo ser más abundante?
¿Tenía importancia la pesca? En la Península Ibérica, para fases cronoló-
gicas más recientes, también se han constatado diferencias de comporta-
miento alimenticio entre los cazadores recolectores mesolíticos de los con-
cheros portugueses y los pobladores neolíticos (Lubell et al., 1994), lo que
ha permitido interpretar procesos de neolitización en el centro y sur de Por-
tugal (Zilhao, 1997). En la comisa cantábrica (Tabla 1) se han analizado res-
tos mesolíticos, neolíticos y de la Edad del Bronce, procedentes de distintos
enterramientos de la costa y de zonas del interior (Arias, 2005). Los elevados
niveles de bC 13 y bN 15 de las poblaciones costeras de Colomba, La Poza l'Egua
y J3, se han atribuido al consumo de proteínas de origen marino, dado que
para ese período cronológico el aprovechamiento de las plantas C4 sería
practicamente inexistente. Sin embargo, en el VI milenio cal BC, y en fun-
ción de los niveles isotópicos, los individuos de la cueva de los Canes, lejos

615
PREIDSTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Tabla l. Niveles isotópicos 6C 13 y 6N 15 en yacimientos prehistóricos


de la Cornisa Cantábrica (Modificado de Arias, 2005)

Cronología
Yacimiento Localidad 1lC13 (%o) llNlS (%o)
C14 (BP)

La Poza !'Egua Llanes (Asturias) 8550 ± 80 -16.73 12.18

J3 Hondarribia (Guipúzcoa) 8300 ±50 -16.68 11.48

Colomba Llanes (Asturias) 7090 ± 60 -15.78 12.58

Los Canes Cabrales (Asturias) 6930 ± 95 -19.29 7.71

Los Canes Cabrales (Asturias) 6860 ± 65 - 19.20 9.39

Cabrales (Asturias) 6770 ± 65 -19.75 8.05


Los Canes
Cabrales (Asturias) 7025 ± 80 -19.60 7.85

Los Canes Cabrales (Asturias) 6265 ± 75 - 20.00 7.87

Los Canes Cabrales (Asturias) 5980 ± 70 -20.99 7.70

Cotero de la Mina S. Vicente de la Barquera (Cantabria) 5133 ±55 -20.25 9.50

La GarmaA Ribamontán al Monte (Cantabria) 3320 ± 60 - 20.99 9.50

de la costa, en el interior asturiano, basaban su alimentación en proteínas de


origen terrestre, incorporando también nutrientes de tipo vegetal, quizá
vinculados a plantas de tipo C3 ricas en frutos secos. De ser cierta esta in-
terpretación, existiría una marcada correspondencia tanto con los datos ar-
queozoológicos que proponían la presencia de restos de jabalí, ciervo y re-
beco, como con los registros paleopatológicos, porque una dieta rica en
carbohidratos podría explicar la presencia de caries en uno de los esquele-
tos de los Canes. Con la llegada del Neolítico, representada por el enterra-
miento megalítico cántabro de Cotero de la Mina, se produjo una disminu-
ción significativa en el aprovechamiento de los nutrientes marinos típicos
de las poblaciones costeras, comportamiento que aparentemente se mantu-
vo durante la Edad del Bronce en La Garma a pesar de su relativa proximi-
dad a la costa, situada a menos de tres horas.

616
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓN DE PALEO DIETA Y SU APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE ...

Según estos resultados, las poblaciones costeras mesolíticas más an-


tiguas del norte de la península ibérica contarían con una dieta muy rica
en proteínas, en la que incorporaban habitualmente los recursos marinos
(pescado, marisco y crustáceos). Dicha práctica económica se abandonó
con la llegada del neolítico, centrando la alimentación en plantas de tipo
C3 y proteínas de origen terrestre, adaptándose así a una dieta similar a la
que previamente poseían los grupos humanos de las zonas montañosas del
interior de la cornisa cantábrica.
Durante el VI milenio cal BC sabemos que algunas poblaciones del sur
peninsular también disfrutaban de un patrón económico basado en el con-
sumo de proteínas procedentes de la caza y de la pesca. En el yacimiento
de El Retamar, en la bahía de Cádiz, se documenta la presencia de restos
faunísticos de fauna salvaje y doméstica como vacas (Bos taurus), caba-
llos (Equus sp), ciervos (Cervus elaphus), ovicápridos (Ovis ares, Capra hir-
cus), cerdo (Sus domesticus), perro (Canis familiaris), conejo (Orytolagus
cuniculus) e incluso aves, como la perdiz roja (Alectoris rufa). Al mismo
tiempo, los restos malacológicos e ictiológicos parecen tener una gran im-
portancia, ya que se identifican al menos treinta y dos especies de fauna
marina, destacando el aprovechamiento de moluscos, especialmente bival-
vos, como las navajas (Salen marginatus) y las almejas (Tapes decussatus),
gasterópodos y crustáceos. Los restos de pescado corresponden funda-
mentalmente a la familia de los espáridos, dorada (Sparus aurata), dentón
(Dentex dentex) y a túnidos. La información arqueológica sugiere que el
consumo de estas especies se producía tras someterlos a la acción del fue-
go, bien asados o cocidos, aunque también pudieron ser aprovechados tras
ahumados, secarlos o salarlos (Ramos et al., 2005).
La aplicación paleoquímica de los elementos traza está relacionada ini-
cialmente con las pruebas atómicas del pasado siglo xx. A finales de los
años 50 se pudo demostrar que las explosiones nucleares incrementaban
los niveles de estroncio 90 (Sr90 ) en la estratosfera y surgió la necesidad de
evaluar el grado de contaminación e incorporación de este elemento en la
biosfera. Los primeros análisis demostraron que la integración del estron-
cio en la cadena alimenticia se produce a través de las plantas, disminu-
yendo su concentración según se asciende en la pirámide trófica. La expli-
cación fisiológica de este proceso es la discriminación del tubo digestivo
de los animales que, a cualquier dosis, absorbe mayor cantidad de calcio
- elemento esencial para el metabolismo y el soporte esquelético- y sólo

617
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

incorpora una fracción del estroncio presente en la dieta para, posteriormen-


te, depositar gran parte del mismo en el tejido óseo (Sillen y Kavanagh,
1982). De lo anterior se deduce, que el contenido de estroncio en el hue-
so de un animal herbívoro será mayor que en un carnívoro; mientras que
un omnívoro, incluido el hombre, presentará niveles intercalares, con un
valor más similar a unos u otros en función del componente vegetal de su
dieta. La aplicación de este avance científico en los estudios arqueológicos
fue casi inmediata; se disponía de una técnica que permitía cuantificar di-
rectamente la concentración de estroncio en los restos humanos, asignar
un comportamiento alimenticio específico a cada individuo y reconstruir
el patrón de subsistencia de las poblaciones del pasado.
Desde finales de los años ochenta, se han integrado muchos otros ele-
mentos químicos en los estudios de paleodieta. Algunos de ellos, aparecen
referenciados en la Tabla 2, donde se muestra un resumen de las fuentes
alimenticias y el comportamiento trófico en función de su mayor concen-
tración en herbívoros o carnívoros.

Tabla 2. Fuente alimenticia y comportamiento biológico esperado


de seis oligoelementos

Fuente alimenticia Nexo trófico Observaciones

Frutos secos, bayas, tubérculos,


Ba Herbívoro-Carnívoro Algo diagenético
legumbres, fibra vegetal, carne

Vegetales verdes, cereales, Altos niveles se asocian con


Mg Herbívoro-Carnívoro
legumbres, frutos secos, carne dietas ricas en cereales

Tubérculos, legumbres, frutos Poco conocido aún a nivel


V Herbívoro-Carnivoro
secos, leche de paleodieta

Ecosistemas marinos, dieta


Sr Herbívoro-Carnívoro Muy utilizado en paleodieta
vegetal en general

Crustáceos, moluscos, vísceras,


Cu Carnívoro-Herbívoro Similar al bario
carne, frutos secos, miel

Crustáceos, moluscos, carne, Diagenéticamente estable.


Zn Carnívoro-Herbívoro
cereales Muy utilizado en paleodieta

618
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓN DE PALEO DIETA Y SU APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE ...

Bario (Ba), magnesio (Mg), vanadio (V) y estroncio (Sr) se consideran


indicadores de ingesta de vegetales. El Ba es un elemento frecuente en to-
dos los alimentos de dicha naturaleza. Se asocia, en general, con produc-
tos ricos en fibra, como son las bayas, frutos secos, tubérculos y legum-
bres. También está relacionado con el consumo de pescado, mariscos y
crustáceos (Burton y Price, 1990). Su mayor radio atómico respecto del
calcio (Ca) hace que la absorción del tubo digestivo sea menor, de forma
que se detectan diferencias entre cada nivel trófico. Por su parte, el magne-
sio tiene una distribución muy amplia; es abundante en vegetales verdes,
cereales, legumbres y frutos secos. Interviene en el metabolismo del calcio,
fósforo, sodio y potasio, afectando a la contractibilidad de las células mus-
culares y a la síntesis de proteínas y grasas. Aunque no desplaza iones de
la matriz cristalina del hueso puede ser retenido en la superficie de la hi-
droxiapatita y contribuir de ese modo a la contaminación diagenética, fac-
tor que debe siempre cuantificarse a nivel analítico. El vanadio interviene
en el metabolismo de las grasas y es imprescindible para la formación de
huesos, cartílago y piezas dentarias. Una dieta rica en tubérculos, legum-
bres o lácteos parece elevar las concentraciones de vanadio en el hueso.
Análisis previos (Robledo, 1998) han permitido asociar la concentración
de este elemento con la ingesta de leche o sus derivados en individuos in-
maduros o personas de edad avanzada.
El estroncio no se encuentra controlado metabólicamente y por esa ra-
zón la cantidad ingerida y la retenida en el hueso están fuertemente rela-
cionadas. Se asocia con el consumo de productos vegetales y de pescado y
de acuerdo con el mecanismo de fraccionamiento o discriminación selec-
tiva del tubo digestivo, los herbívoros deben tener una concentración su-
perior a las muestras de omnívoros y carnívoros. Más del 99% del estron-
cio corporal está depositado en el hueso sustituyendo al calcio en la matriz
ósea. Este es precisamente el motivo por el que puede utilizarse la relación
Sr/Ca como indicador de dieta vegetal (Fornaciari y Mallegni, 1987). Sin
embargo, como los niveles de estroncio del hueso dependen del disponible
en la base de la pirámide trófica, en el suelo, resulta inútil comparar direc-
tamente el valor Sr/Ca detectado en los yacimientos. Para obviar ese pro-
blema se procede a corregir la relación Sr/Ca respecto al valor observado
en el tejido óseo de un herbívoro estricto - el nivel trófico anterior- del
propio yacimiento. Este nuevo valor, denominado índice de vegetarianis-
mo corregido (Sr/Ca e), establece el patrón económico-dietético y ha sido

619
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

subdividido en cuatro intervalos que se definen como: economía pastoril


(0-0.4), mixta (0.41-0.6), agrícola (0.61-0.7) y vegetariana (mayor de 0.7).
Cobre (Cu) y zinc (Zn) son elementos químicos que se utilizan como in-
dicadores de la ingesta de proteínas. El cobre es necesario para el desarro-
llo de tejidos orgánicos y la síntesis de hormonas. Participa en la mayor
parte de las reacciones químicas en las que intervienen las enzimas y re-
sulta esencial en la formación de la vaina de mielina y la osificación de las
estructuras esqueléticas. Se encuentra fundamentalmente en las vísceras,
moluscos, crustáceos y frutos secos.
El zinc (Zn) es un elemento frecuente en el medio y está presente en las
leguminosas y principalmente en la carne roja. A diferencia de otros iones,
no es eliminado selectivamente por el organismo y forma parte de enzimas
metálicos como la anhidrasa carbónica, interviniendo en el equilibrio or-
gánico del dióxido de carbono, en control de la acidez o pH y en procesos
de mineralización ósea. Las deficiencias en Zn están asociadas con retra-
so en el desarrollo esquelético, disminución de la resistencia inmunitaria y,
por tanto, con un aumento de procesos patológicos. El índice Zn/Ca del te-
jido óseo depende de las necesidades metabólicas del individuo (González-
Abad, 1996) pero, en general, puede considerarse casi constante. Según
Fornaciari y Mallegni (1987) la relación Zn/Ca permite estimar la ingesta
carnívora, aunque la presencia en la dieta de fitatos procedentes de los ce-
reales, puede reducir la capacidad de absorción intestinal del Zn. En fun-
ción del cociente Zn/Ca se consideran tres niveles de ingesta cárnica: pobre
(0-0.35), media (0.36-0.5) y rica (mayor de 0.5).
¿Cómo valorar la ingesta en base a los elementos traza? ¿Cuál es el pro-
cedimiento? Sin duda el primer paso es la elección de la muestra analítica.
La selección es un proceso clave debido a que la calidad y estado de con-
servación condicionan el grado de contaminación y repercute de forma
crítica en el resultado final. Todos los restos biológicos sufren cambios en
su estructura como consecuencia de fenómenos tafonómicos. La severidad
de esos cambios depende del modo de enterramiento y varía desde peque-
ñas alteraciones microscópicas a cambios macroscópicos evidentes que
pudieran llegar a la desaparición total del resto orgánico. Considerando lo
anterior, parece lógico pensar que tras la muerte del individuo se producen
modificaciones más o menos importantes en la composición química del
hueso que afectarán al contenido mineral de forma más o menos acusa-

620
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓN DE PALEODIETA Y S U APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE ...

da. Esos cambios son más evidentes en el tejido esponjoso, y en los restos
óseos con corticales finas. Por esa razón se procura analizar muestras de
hueso compacto de los huesos largos, generalmente tibias o fémures, que
no presenten alteración macroscópica. Pensemos además que el ritmo de
deposición ósea no es el mismo para todas las estructuras, la renovación
química de una costilla varía en tomo al 23% anual, mientras que en una
tibia sólo se remodela en ese tiempo el 3%, por lo que resulta importante
seleccionar, si es posible, siempre el mismo tipo de hueso para poder com-
parar resultados.
En la práctica, el tejido óseo podría incrementar o disminuir la concen-
tración inicial de algunos de sus iones al entrar en contacto con el medio
ambiente más próximo, en general, el propio terreno en el que está deposi-
tado. Pero desde el punto de vista tafonómico, la paulatina incorporación
o disolución de la estructura mineral del hueso podría también verse afec-
tada por el ajuar funerario que suele actuar como un factor diagenético
más. Tal es el caso de los objetos metálicos de cobre o bronce que forman
parte del ajuar en algunos de los enterramientos y por tanto pueden gene-
rar altos niveles de contaminación ajuar-hueso. Por esta razón, conocer el
tipo de ofrenda recuperada en cada enterramiento puede ser especialmen-
te útil a la hora de explicar la diagénesis y por ello resulta esencial evaluar
la información arqueológica en el momento de interpretar los resultados
de paleodieta referidos a la incorporación de nutrientes ricos en cobre.
Análisis experimentales sugieren minimizar los efectos que producen los
cambios postdeposicionales eliminando los primeros 400 pm de la cortical,
pero a pesar de dicha práctica preventiva, el resto óseo puede estar some-
tido a intercambio iónico a mayor profundidad, de modo que la abrasión
mecánica, incluso la utilizada en nuestros protocolos analíticos, que elimi-
na aproximadamente 2 mm en una superficie de unos 2 cm2 , puede no ser
siempre suficiente para solventar el problema de contaminación. De ese
modo se suprime la presencia de agentes contaminantes adheridos al hue-
so como restos de tierra, vegetación, hongos, mohos, etc. y aquellos que pe-
netran ligeramente en la cortical. En realidad, debe asumirse que todas las
muestras arqueológicas sufren diagénesis en mayor o menor grado y todo
investigador de este campo está obligado a valorar el nivel de contamina-
ción de sus muestras y a conocer a qué elementos implica. Para ello se hace
imprescindible analizar muestras sedimentarias y valorar el posible flujo
diagenético de los componentes minerales del suelo al hueso, o a la inversa.

621
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENíNSULA IBÉRICA

Este es sin duda uno de los factores limitantes, ya que incrementa de forma
significativa el coste económico, de por si elevado, de los análisis.
La extracción de la muestra analítica se obtiene mediante perforación del
tejido compacto con broca de carburo, para posteriormente calcinar a 600° C
en horno microondas, eliminando así los posibles restos de materia orgánica
en su práctica totalidad. A continuación, las muestras son digeridas en solu-
ción ácida y valoradas mediante espectrometría de plasma ICP-AES. La téc-
nica permite obtener la concentración de los elementos químicos seleccio-
nados en muestras de hueso humano, herbívoro y suelo. La concentración
de los elementos traza minoritarios (Ba, Mg, V, Sr, Zn y Cu) se expresa en
microgramos/gramo (partes por millón - ppm) de hueso calcinado, mien-
tras que las de los componentes mayoritarios de la hidroxiapatita del hue-
so (Ca y P) se indican en porcentaje.
Podría pensarse que este procedimiento, al igual que los isótopos esta-
bles, son definitivos, que siempre ofrecen solución y respuesta ante cual-
quier muestra analítica. No es siempre así; existe un gran número defacto-
res que inciden en la fiabilidad de las determinaciones. Sirvan de ejemplo
las variaciones en la composición química del lugar de enterramiento, la
pluviosidad, el pH, incluso el efecto metabólico que supone la gestación,
lactancia, edad, ciertas enfermedades, etc., pasando por la contaminación
diagenética de las muestras. Solucionar cada uno de esos problemas en
una necrópolis es complejo. Sin embargo, puede afirmarse que excepto la
diagénesis, el resto de factores es metodológicamente controlable; porque,
en general, el investigador puede realizar diseños experimentales que per-
miten obtener respuestas objetivas e interpretables desde el punto de vista
arqueológico y antropológico.

4. ELEMENTOS TRAZA Y PALEODIETA EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Desde comienzos de los años 90, nuestro equipo ha analizado más de


una treintena de yacimientos de la península ibérica de distinta cronología
y situación geográfica. Lógicamente, en ellos variaba el número de mues-
tras, el estado de preservación, el ritual funerario, etc., sin embargo, cada
uno de estos estudios aportó información relevante sobre el modelo eco-
nómico y el patrón alimenticio de los individuos recuperados en distintas
intervenciones arqueológicas. Mostraremos algunos ejemplos centrados

622
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓN DE PALEODIETA Y SU APLICACIÓN A LA PREHISTOR1A RECIENTE ...

en el intervalo cronológico comprendido entre los ámbitos megalíticos del


interior peninsular (V y IV milenio cal BC) y la Edad del Hierro (1 milenio
a. C.), resumiendo sustancialmente los resultados obtenidos.
Comentaremos aquí datos correspondientes a tres yacimientos situados
específicamente en la submeseta sur, en las proximidades del valle del Tajo;
se trata del Túmulo de El Castillejo de Huecas, el Dolmen de Azután y los
enterramientos del Valle de las Higueras (Huecas, Toledo). En El Castillejo
existen dos niveles arqueológicos datados en el 5710 ± 150 BP (Nivel 1) y
3810 ± 70 BP (Nivel 11), pero solo haremos referencia aquí al más antiguo.
Las siete muestras analizadas hasta el momento en El Castillejo sugieren
la presencia de una sociedad de economía basada en el aprovechamiento
de artículos vegetales, con una dieta pobre en productos cárnicos. Su ali-
mentación tiene un importante aporte de nutrientes ricos en fibra, bayas,
legumbres, tubérculos y frutos secos; pero con una ingesta de proteínas de
origen animal reducida. Los datos arqueológicos confirman la presencia
de trigo y habas en el yacimiento (Bueno et al., 2002).
La intervención arqueológica en el dolmen de Azután puso de manifies-
to la presencia de dos niveles culturales, Nivel 11 (IV milenio a. C.) y Nivel
1 (mitad del 111 milenio a. C.) en los que se identificaron fundamentalmen-
te restos de fauna, elementos de cerámica, microlitos, punzones de hueso
y molinos de granito. La población megalítica analizada corresponde esen-
cialmente a una sociedad de economía mixta incipiente con una dieta rica
en productos cárnicos. Su alimentación tenía aporte de lácteos y produc-
tos ricos en fibra, bayas, legumbres y frutos secos (posiblemente bellotas),
pero predominaba una ingesta media o alta de proteínas de origen animal.
Más que una sociedad de economía agrícola completamente dependien-
te, puede pensarse en el aprovechamiento vegetal procedente fundamen-
talmente de la recolección estacional, quizá con ciclos cereal, legumbres,
bellota en función de la época del año (Bueno et al., 2005). Dicho patrón
general aparecía interrumpido claramente por un individuo, probable-
mente femenino, netamente vegetariano, con una ingesta pobre en carne,
pero rica en fruta, cereales, frutos secos y derivados lácteos. La presencia
de molinos de granito permitiría analizar el contenido de fitolitos y ácidos
grasos de su superficie y determinar definitivamente si eran mayoritaria-
mente utilizados para moler bellotas o algún tipo de cereal, aunque sabe-
mos que al menos en uno de ellos, recuperado al pie del monumento, se
molió trigo.

623
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

En el Valle de las Higueras disponemos de fechas de Cl 4 obtenidas a par-


tir de dos fragmentos óseos craneales que arrojan una antigüedad de 3970
± 40 BP y de 3330 ± 40 BP respectivamente, ambas sin calibrar. La infor-
mación arqueológica sobre la deposición de los restos humanos sugiere que
los cadáveres se situaban en el interior de cuevas artificiales, en cámaras ex-
cavadas en el suelo y en posición flexionada. Sin duda, la existencia de este
tipo de enterramientos colectivos, así como la presencia de cuevas con más
de una cámara o con espacios interiores de menores dimensiones, conside-
rados arqueológicamente como nichos, permite relacionar dichas estructu-
ras funerarias con modelos de similares características detectados en varias
zonas de Portugal. Al mismo tiempo, la presencia de elementos de ajuar
como cerámica campaniforme incisa tipo Ciempozuelos, vasos lisos, pun-
tas metálicas, cuentas de collar de color verde (variscita?), ámbar y con-
chas de moluscos marinos (Trivia sp.) permite interpretar que estos grupos
humanos tenían contacto con sociedades o culturas situadas más al oeste,
en la costa atlántica. Los habitantes del Valle de las Higueras destacan por
su dieta centrada en cereales, vegetales verdes y frutos secos, probablemen-
te bellotas, con una aportación importante de alimentos fluviales, especial-
mente pescado, como fuente de proteínas animales. La presencia de restos
de ganado doméstico en el registro arqueológico podría explicar el aprove-
chamiento de los lácteos, pero estos animales no eran sacrificados y consu-
midos de forma habitual, como una fuente alimenticia más. Las bellotas en
la dieta pueden darse por constatadas al haberse confirmado la presencia
de harina de bellota en uno de los molinos del área de habitación próxima.
Los datos de los yacimientos toledanos parecen indicar que los habitan-
tes del Neolítico Medio y del Calcolítico de esta región disfrutaban de un pa-
trón económico asociado al entorno de dehesa y los humedales. Como agri-
cultores disponían de cereales, esencialmente trigo, legumbres y frutos secos;
mientras que el ganado estaba representado por ovicápridos y bóvidos. Sin
embargo, existían diferencias claras en su alimentación; los habitantes de El
Castillejo y El Valle de las Higueras aparecen como marcadamente vegetaria-
nos -con índices de vegetarianismo (Sr/Ca e) elevados- aunque a pesar de
su similitud socioeconómica también difieren en el aprovechamiento de los
productos fluviales ya que estos últimos consumen significativamente más
pescado, mientras que los de Azután, claramente menos vegetarianos, tienen
una dieta rica en carne roja, tal y como indica el índice Zn/Ca, lo que permite
clasificarles como de economía mixta, casi pastoril.

624
TÉCNICAS DE DETERMINA CIÓ N DE PALEODIETA Y SU APLICACIÓN A LA P REHISTORIA RECIESTE . . .

0,56

A4
o A3A2 Castillejo de Huecas
00 Azután
0,50
AS Valle de las Higueras
o

0,44

A6
o
ro
¡¿ 0,38 H4
e o C6 H3
N
• 0 A1
o
C7

H70 C3
H5
0,32 o C2
• • HLc15
C14 o •
• C13

H1
o
0,26
C9

0,20
0,3 0,5 0,7 0,9 1'1 1,3 1,5
lndice de vegetarianismo corregido

Figura 8. Patrón alimenticio de diferentes poblaciones prehistóricas de la Submeseta Sur


(Cuenca del Tajo, Toledo).

En la provincia de Madrid contamos con datos paleoquímicos refe-


ridos al yacimiento calcolítico de Camino de las Yeseras del que se dis-
pone de dataciones de C14 y Termoluminiscencia que reflejan actividad
ininterrumpida a lo largo de buena parte del III milenio a. C. y los pri-
meros siglos del II milenio a. C. El yacimiento, todavía en fase de investi-
gación, ofrece información esencial sobre las sociedades de ese momen-
to en el interior peninsular, sugiriendo no sólo la existencia de zonas de
hábitat, sino también de centros de producción, intercambio y redistri-
bución de bienes. La actuación arqueológica realizada en el poblado de
silos del Camino de las Yeseras ha revelado una serie de aspectos del
Calcolítico madrileño de extraordinario interés porque pone de mani-
fiesto la práctica de dos rituales funerarios diferenciados, bien en fosa,
en la que no se incluye vajilla campaniforme pero se practican inhuma-
ciones individuales, por parejas o colectivas, casi sin ajuar; o bien en co-
vacha o en hipogeo, donde se incluye cerámica campaniforme y parecen
respetar un estricto orden social, incluyendo, ocasionalmente, elementos
de prestigio costosos o de lejana procedencia, que sólo serían obtenidos

625
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

mediante la producción e intercambio de excedentes (Blasco et al., 2007;


Liesau et al., 2008).
El patrón económico de Camino de las Yeseras corresponde al de una
sociedad con una alimentación basada fundamentalmente en la dieta vege-
tariana, con alto contenido en fibra, vegetales verdes, bayas, legumbres, ce-
reales y frutos secos. Su ingesta cárnica, centrada en la carne roja, es más
heterogénea pero mayoritariamente de tipo medio o rica, basada en el con-
sumo de grandes mamíferos, esencialmente bóvidos, súidos, y ovicápridos,
taxones que aparecen representados en el yacimiento en distintas proporcio-
nes (Trancho y Robledo, 2011). Los datos publicados hasta el momento su-
gieren un aprovechamiento frecuente de animales jóvenes, incluso de recién
nacidos y subadultos. La coexistencia de vacuno y ovicápridos también per-
mitiría ampliar el rango alimenticio de la carne a los lácteos; nutrientes cuya
presencia puede deducirse tanto a nivel paleoquímico, por el contenido en
vanadio, como a partir de algunos recipientes recuperados en el yacimiento,
cuya función se ha asociado con la elaboración del queso, y a los datos paleo-
patológicos, que demuestran la existencia de signos compatibles con un diag-
nóstico de brucelosis en la columna vertebral de un varón adulto (Figura 9).

Figura 9. Vértebra con una lesión patológica compatible con brucelosis (Síndrome de
Pedro Pons, una zoonosis provocada por consumo de leche contaminada por la bacteria
Brucella sp.) (Camino de las Yeseras, Calcolítico).

626
'IECNICAS DE DETERMINACIÓN DE PALEODIETA Y SU APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE .• .

El aporte de proteínas animales basadas en la carne roja de grandes ver-


tebrados terrestres pudo verse incrementado gracias a la ingesta de quelonios
y pescado. En el yacimiento se han detectado importantes depósitos con res-
tos esqueléticos de galápagos y la presencia de vértebras de sábalo, un pez
de grandes dimensiones que remonta los cursos de agua dulce desde el mar
para realizar la puesta en primavera, entre mayo y junio (Figura 10). Las di-
mensiones de las vértebras sugieren la presencia de un individuo adulto y por
tanto indicarían en qué época del año se pudo preciar sobre la especie.

Figura 10. Vértebras de un ejemplar adulto de sábalo (Alosa alosa)


(Camino de las Yeseras, Calcolítico).

Cronológicamente más moderna es Peñalosa (Baños de la Encina,


Jaén). Se trata de un poblado metalúrgico de la Edad del Bronce, el más
septentrional de la cultura del Argar conocido por el momento. En Peñalo-
sa se realizaron distintas campañas de excavación a lo largo de la última
década del siglo x:x y primera del XXI (Contreras et al., 1993, 1995, 2005),
en las que tras una primera fase centrada en el análisis planimétrico y to-
pográfico se abordó el estudio de la última fase de ocupación del poblado,
desde el 1500-1300 a. C. hasta el abandono repentino del mismo. Sabemos
que los resultados paleoquímicos corresponden a una sociedad de econo-
mía mixta con una alimentación rica en productos vegetales y un aporte

627
PREHISTORIA RECIENTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

significativo de carne roja. Cereales, frutos secos, legumbres, tubérculos y


fruta fueron los vegetales que formaban parte habitual de la dieta. El ele-
vado consumo de carne permite deducir que procedía mayoritariamente
de grandes mamíferos, esencialmente ovicápridos y bóvidos, ya que entre
los nutrientes también está presente de forma significativa la leche o sus
derivados. Tampoco debe obviarse el consumo de fauna silvestre, ciervos,
corzos, quizá súidos, dado el tipo de hábitat de la zona. La disponibilidad
de frutos secos, probablemente bellotas, estaba asegurada dada la presen-
cia en el entorno de condiciones favorables a los encinares, lo que explica-
ría también la presencia de súidos en la dieta.

Existen algunos aspectos de interés en relación a la presencia de dife-


rentes marcadores paleopatológicos, artrosis, fracturas, etc. que sugieren
unas duras condiciones de vida
en este poblado minero; de to-
dos ellos destacaremos aquí
la presencia de hipoplasia del
esmalte dental. La hipoplasia
es un defecto que según la Fe-
deración Dental Internacional
(FDI) puede observarse en la
corona del diente en forma de
cambios de color, punteadu-
ras, surcos horizontales, surcos
verticales, o ausencia del es-
malte. La lesión afecta a la co-
rona del diente en el momen-
to de su formación ya que se
manifiesta como una reduc-
ción en el espesor del depósito
de esmalte durante el proceso
de amelogénesis. Tradicional-
mente se ha relacionado con
el momento de destete, pero
como puede observarse en la
Figura 11, existen varios episo-
Figura 11. Hipoplasia del esmalte dental. Se obser-
van episodiso repetidos de depósito inadecuado del dios en la corona, de donde se
esmalte (Peñalosa, Edad del Bronce). deduce que los agentes causa-

628
TÉCNICAS DE DETERMINACIÓN DE PALEO DIETA Y SU APLICACIÓN A LA PREHISTORIA RECIENTE . ••

les, malnutrición, parasitosis, enfermedades infecciosas gastrointestinales,


se repetían de forma reiterada. Igualmente interesante es el que los varo-
nes incorporaban mayores concentraciones de productos cárnicos y tenían
un tipo de dieta más homogéneo que las mujeres. El mayor vegetarianismo
femenino es habitual én casi todas las poblaciones humanas, pero la hete-
rogenidad femenina podría manifestar un comportamiento diferencial res-
pecto a la elección de nutrientes, podría estar asociada con factores socia-
les, de salud y lo que es más importante, con un origen geográfico distinto,
de forma que existiese una exogamia en relación a su sexo.
Finalmente expondremos como ejemplo de la Edad del Hierro los re-
sultados obtenidos en el poblado ibérico de El Molón (Camporrobles, Va-
lencia), uno de los poblados más importantes del reborde suroriental de
la Meseta, actualmente transformado en un parque arqueológico visitable
que se inaguró en el año 2008 . Los trabajos de excavación sistemática, ini-
ciados en 1995, permitieron documentar una ocupación continua a lo lar-
go del primer milenio a. C. - entre el siglo VII y la segunda mitad del 1 a. C.,
ya que después de la ocupación romana fue abandonado-. La valoración
analítica se realizó en este caso sobre restos cremados, tratamiento del ca-
dáver que provoca alteraciones estructurales muy severas (Trancho, 2010),
que impiden su estudio paleoquímico a nivel de isótopos estables por des-
trucción del colágeno, pero no desde el punto de vista del análisis de ele-
mentos traza. Los resultados analíticos obtenidos indican que la población
de la necrópolis de El Molón tenía un patrón dietético basado esencial-
mente en vegetales verdes y cereales, con una ingesta pobre de carne roja,
con aportes importantes de pescado en algunos individuos. El alto conte-
nido en magnesio del suelo impide asegurar la proporción exacta en algu-
nas muestras debido al posible efecto diagenético diferencial. En general,
los pobladores de El Molón no disponían de un aporte significativo de fru-
tos secos y debe desecharse el aprovechamiento habitual de lácteos, crus-
táceos y moluscos.

BIBLIOGRAFÍA

AFONSO, J.A. (2010): <<Fitolitos y otros microfósiles en la prehistoria de Canarias,


una propuesta metodológica desde la microarqueología». En M.E. SAIZ, R. Ló-
PEZ, M.A. CANO y J.C. CALVO (eds.): Actas VIII Congreso Ibérico de Arqueometría.
Teruel, pp. 297-304.

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