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DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN

MARÍA

HASTA EL CONCILIO DE NICEA


La devocioó n a Nuestra Santíósima Senñ ora debe ser considerada en su uó ltimo
anaó lisis como una aplicacioó n praó ctica de la Comunioó n de los Santos. Notando que
esta doctrina no estaó contenida, al menos explíócitamente en las formas
tempranas del Credo de los Apoó stoles, tal vez sea por esto que no sea una
sorpresa el no encontrar claros trazos del cultus de la Santíósima Virgen en los
primeros siglos del cristianismo. Los maó s tempranos e inequíóvocos ejemplos de
la "adoracioó n" —usamos el teó rmino en sentido relativo, por supuesto— de los
santos estaó conectada con la veneracioó n mostrada a los maó rtires que entregaron
sus vidas por la Fe. A partir del siglo primero, el martirio fue considerado como
signo seguro de la eleccioó n. Los maó rtires, se consideraba, pasaban
inmediatamente ante la presencia de Dios. Sobre sus tumbas el Santo Sacrificio
era ofrecido (una praó ctica que muy posiblemente es aludida en Apocalipsis 6:9)
mientras que en la narrativa contemporaó nea del martirio de San Policarpio
(c.151) hacemos mencioó n del "cumpleanñ os", v.g. la conmemoracioó n anual, que
los cristianos se supone deben de mantener en su honor. Esta actitud mental se
vuelve maó s explíócita en Tertuliano y San Cipriano, y el eó nfasis sobre el sentido
"satisfactorio" del caraó cter de sufrimiento de los maó rtires, enfatizando la opinioó n
que por su muerte ellos podíóan obtener gracias y bendiciones para otros,
naturalmente e inmediatamente al invocarles en forma directa.
Un refuerzo adicional, de la misma idea, se derivoó del culto a los aó ngeles, que,
siendo pre-cristiano en su origen, fue entusiasmadamente aceptado por los fieles
de la era sub-Apostoó lica. Al parecer como una secuela de tal desarrollo, los
hombres voltearon para implorar la intercesioó n de la Santíósima Virgen. Esta es
cuando menos la opinioó n comuó n entre los estudiosos, aunque tal vez fuese
peligroso hablar de maó s a favor de ella. Evidencia relacionada la praó ctica popular
de los primeros siglos es casi totalmente ausente, y mientras por una parte la feó
de los cristianos sin duda se modeloó desde arriba hacia abajo (v.g. los Apoó stoles y
maestros de la Iglesia entregaban un mensaje que la feligresíóa aceptaba de ellos
doó cilmente) existen indicaciones que en asuntos de sentimiento y devocioó n el
proceso inverso algunas veces ocurríóa. Por tanto, no es imposible que la praó ctica
de invocar la asistencia de la Madre de Cristo resultara maó s familiar a los maó s
simples devotos algunas veces con anterioridad al descubrimiento de claras
expresiones de ello en las escrituras de los Padres. Algunas de estas hipoó tesis
podríóan explicar el hecho de la evidencia obtenida de las catacumbas y de la
literatura apoó crifa de los primeros siglos aparenta adelantarse cronoloó gicamente

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a la que se preserva por escritos contemporaó neos de aquellos que fueron los
autorizados portavoces de la tradicioó n Cristiana.
Sea como haya sido, el firme cimiento teoloó gico, sobre el cual posteriormente se
levantoó el edificio de la devocioó n Mariana, empezoó a ser montado en el primer
siglo de nuestra era. No deja de tener importancia el que se nos diga por los
Apoó stoles despueó s de la Ascensioó n de Cristo, que " todos los cuales, animados de
un mismo espíóritu, perseveraban juntos en oracioó n con las mujeres piadosas, y
con Maríóa madre de Jesuó s, y con los hermanos, o parientes de eó ste Senñ or"
(Hechos 1:14). Tambieó n se ha llamado justamente la atencioó n al hecho de que
San Marcos, que aunque no nos menciona nada de la infancia de Cristo, no deja
de describirlo como "el hijo de Maríóa" (Marcos 6:3), una circunstancia que, en
vista de ciertas peculiaridades conocidas del Segundo Evangelista, grandemente
enfatizan su creencia en su nacimiento Virginal.
El mismo misterio es referido por San Ignacio de Antioquia, quien, despueó s de
describir a Jesuó s como "Hijo de Maríóa e Hijo de Dios", continuó a para decir en
Efesios (7, 18, y 19) que " Nuestro Dios, Jesucristo, fue concebido en el vientre de
Maríóa de acuerdo a la dispensa de la semilla de David pero tambieó n del Espíóritu
Santo," y agrega: "Ocultas del príóncipe de este mundo estaba la virginidad de
Maríóa y su gestacioó n y asimismo la muerte del Senñ or—tres misterios que se
deben de proclamar". Aríóstides y San Justino tambieó n utilizaron lenguaje
explíócito al referirse al Nacimiento Virginal, pero es San Irineo mas
especialmente quien ha sido merecidamente llamado el primer teoó logo de la
Virgen Madre. Es asíó que el ha marcado el paralelo entre Eva y Maríóa, enfatizando
que, " la primera fue desviada por el discurso de un aó ngel para separarse de Dios
despueó s de violentar Su Palabra, de tal modo que la uó ltima por medio de un
discurso de un aó ngel recibioó el Evangelio en su persona para que pudiera
concebir a Dios, obedeciendo Su Palabra. Y aunque la primera desobedecioó a
Dios, la otra fue persuadida para obedecerlo: que la Virgen Maríóa pudiera
convertirse en abogada de la virgen Eva. Y como la humanidad fue atada a la
muerte por intermedio de una virgen, es salvada por medio de otra; por la
obediencia de una virgen, la desobediencia de una virgen es compensada"
(Irineo, V, 19). Nadie nuevamente disputa que la claó usula "nacido de la Virgen
Maríóa" formara parte de la primitiva redaccioó n del Credo, y el lenguaje de
Tertuliano, Hipoó lito, Origen, etc., estaó en directa conformidad con la de Irineo;
maó s auó n, aunque escritores como Tertuliano, Hevidio, y posiblemente Hegeó sipo
disputaron la virginidad perpetua de Maríóa, sus maó s ortodoxos contemporaó neos
la afirmaron.
Resulta entonces natural que en esta atmoó sfera podemos encontrar un continuo
desarrollo de la veneracioó n de la santidad y exaltados privilegios de Maríóa. En las
pinturas de las catacumbas en particular, podemos apreciar la excepcional
posicioó n que ella empezoó a ocupar, desde un temprano períóodo, en las mentes de
los devotos. Algunos de estos frescos, representando la profecíóa de Isaíóas, se cree
que datan de la primera mitad del siglo segundo. Otras tres que representan la
adoracioó n de los Magos son de un siglo posterior. Existe tambieó n un notable

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aunque muy mutilado bajorrelieve, encontrado en Cartago, que probablemente
se asigna a tiempo de Constantino.
Maó s impactante es la evidencia de ciertos escritos apoó crifos, notablemente aquel
llamado Evangelio de Santiago, o "Protoevangelio." Cuya primera parte, evidencia
profunda veneracioó n por la pureza y santidad de la Santíósima Virgen, y que
afirma su virginidad in partu et post partum, es considerado en forma general
ser una obra del siglo segundo. Similarmente, ciertos pasajes interpolados
encontrados en los Oraó culos Sibilinos, pasajes que probablemente datan del
tercer siglo, muestran un preocupacioó n similar con el papel dominante
desempenñ ado por la Santíósima Virgen en la obra de redencioó n (ver
especialmente II,311-12, y VIII, 357-479). El primero de estos pasajes
aparentemente atribuye a la intercesioó n " de la Santa Virgen" obtener el bono de
siete díóas de eternidad para que los hombres puedan tener tiempo para
arrepentimiento (ver el Cuarto Libro de Esdras, vii, 28-33). Maó s auó n, es muy
posible que la mencioó n de la Santíósima Virgen en las intercesiones de los díópticos
de la liturgia proviene desde los díóas anteriores al Concilio de Nicea, pero de esto
no tenemos evidencia definitiva puntualmente, y lo mismo debe de ser dicho de
cualquier forma de invocacioó n directa, incluso para los propoó sitos de devocioó n
privada.

LA EDAD DE LOS PADRES


La existencia de la oscura secta de los Coliridianos, a los cuales San Epifanio
(dc.403) denuncia por sus ofrendas de pasteles a Maríóa, puede ser mostrada
como prueba de que aun antes del Concilio de EÉ feso existíóa una veneracioó n
popular de la Virgen Madre que amenazaba con expandirse en forma
escandalosa. Por lo cual Epifanio establ3ecioó la regla: "Sea Maríóa honrada. Sean
Padre, Hijo, y Espíóritu Santo adorados, pero que ninguno adore a Maríóa" (ten
Marian medeis prosknueito). Sin embargo el mismo Epifanio abunda en
alabanzas a la Virgen Madre, y el creíóa que habíóa una misteriosa dispensa con
respecto a su muerte implicada en las palabras de Apocalipsis 12:14: " A la
mujer, empero, se le dieron dos alas de aó guila muy grande, para volar al desierto
a su sitio destinado." Ciertamente, en cualquier caso, es que Padres como San
Ambrosio y San Jeroó nimo, en parte inspirados por la admiracioó n de los ideales
asceó ticos de una vida de virginidad y en parte aferrados a un camino de maó s
clara comprensioó n en todo lo involucrado en le misterio de la Encarnacioó n,
empezaron a hablar de la Santíósima Virgen como el modelo de todas las virtudes
y el ideal de la ausencia del pecado. Algunos notables pasajes de este tipo se han
recopilado.
"En el cielo, nos dice San Ambrosio, "ella dirige los coros de almas víórgenes; con
ella las víórgenes consagradas alguó n díóa seraó n contadas."
St. Jeroó nimo (Ep. xxxix, Migne, P. L., XXII, 472) deja entrever la concepcioó n de
Maríóa como madre de la raza humana, concepto que animaríóa poderosamente la
devocioó n de eó pocas posteriores.
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San Agustíón en un famoso pasaje (De nat. et gratis, 36) proclama el privilegio
uó nico de Maríóa de ausencia del pecado.
En el sermoó n de San Gregorio Nazianzeno acerca del maó rtir San Cipriano (P.G.,
XXXV, 1181) tenemos un relato de la doncella Justina, que invocoó a la Santíósima
Virgen para preservar su virginidad.
Pero en esto, como en otros aspectos devocionales de las primeras creencias
Cristianas, el lenguaje maó s florido parece provenir de Oriente, y en particular en
los escritos Siríóacos de San Efreó n. Es verdad que no podemos confiar
completamente en la autenticidad de muchos de los poemas atribuidos a eó l, sin
embargo, en algunos de los incuestionablemente suyos es todavíóa muy notable.
Asíó en los himnos de la Natividad (6) leemos: " Bendita sea Maríóa, la que sin
votos y sin oraciones por su virginidad concibioó y tuvo al Senñ or de todos los hijos
de sus iguales, quieó n haya sido o sea, casto o justo, sacerdotes y reyes. Quien maó s
arrullo a un hijo en su pecho como Maríóa? Que se haya atrevido llamara a su hijo,
Hijo del Creador, Hijo del Hacedor, Hijo del Altíósimo? "
Similarmente en los Himnos 11 y 12 de la misma serie, Efreó n representa a Maríóa
en este soliloquio: "El bebeó que llevo me lleva, y EÉ l ha bajado Sus alas
tomaó ndome y colocaó ndome entre Sus garras y levantado el vuelo, y una promesa
se me ha dado que mi altura y profundidad seraó n las de mi Hijo". Etc.
Este uó ltimo pasaje parece sugerir una creencia, como la de San Epifanio ya
mencionado, que las santos restos de la Madre Virgen fueron en alguna forma
milagrosa trasladados desde la tierra. La muy desarrollada narrativa apoó crifa de
"El suenñ o de Maríóa" probablemente pertenezca a un períóodo ligeramente
posterior, pero al parecer en esta forma anticipa los escritos de Padres Orientales
de reconocida autoridad. Queó tan lejos la creencia en la "Asuncioó n" que se volvioó
prevalente en el curso de unos cuantos siglos, era independiente de o
influenciada por el apoó crifo "Transitus Mariae", que es incluido por el Papa
Gelasio en su lista de apoó crifos condenados, es una difíócil pregunta. Es factible
que alguó n germen de tradicioó n popular precediera la invencioó n de detalles
extravagantes de la propia narrativa. En cualesquier caso, la evidencia de la los
manuscritos Siríóacos prueba maó s allaó de ninguna duda que en Oriente antes del
final del siglo sexto, y probablemente maó s temprano auó n, la devocioó n a la
Santíósima Virgen habíóa asumido aquellos desarrollos con los que se le asocia con
la posterior Edad Media. En algunos manuscritos del "Transitus Mariae" —
fechados en la parte alta del siglo quinto— encontramos mencioó n de tres
celebraciones anuales de la Santíósima Virgen:
Una dos díóas despueó s de la fiesta de Natividad, otra en el díóa 15to. de Iyar,
correspondiente maó s o menos a Mayo, y una tercera en el 13er. (o 15to.) díóa de
Ab (aprox. Agosto), que probablemente da origen a nuestra actual celebracioó n de
la Asuncioó n.
Maó s auó n, la misma relacioó n apoó crifa contiene una coleccioó n de los milagros de la
Santíósima Virgen, supuestamente enviada por los Cristianos de Roma, y que

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cercanamente recuerda el "Marienlegenden" de la Edad Media. Por ejemplo
podemos leer:
Frecuentemente aquíó en Roma se aparece a la gente que la confiesa en sus
oraciones, porque ella se ha aparecido aquíó o en la mar cuando habíóa peligro de
que el barco fuese destruido en el que iban navegando. Y los marinos invocaron
el nombre de nuestra Senñ ora diciendo: " O Donñ a Maríóa, Madre de Dios, apiaó date
de nosotros," y tal cual ella aparecioó frente a ellos como un sol salvando al barco,
con noventa y dos de ellos, rescataó ndolos de la destruccioó n, sin perecer ninguno
de ellos
Y nuevamente escuchamos:
Ella aparecioó de díóa en la montanñ a donde bandidos habíóan caíódo sobre algunas
gentes buscando matarles. Y estas gentes clamaron: " Oh Santa Maríóa Madre de
Dios, ten misericordia de nosotros". Y se aparecioó ante ellos como en un
relaó mpago de luz, cegando los ojos de los bandidos que no les pudieron ver (ib.,
49).
Por supuesto que la extravagancia de esta literatura apoó crifa no puede ser
cuestionada. Es totalmente inventada y una comparacioó n entre los diversos
textos del "Transitus" muestra que este tratado en particular fue constantemente
modificado y agregado en sus varias traducciones, de tal suerte que no podemos
estar del todo seguros que el "Liber qui appellatur transitus, id est Assumptio,
Sanctae Mariae apochryphus," condenado por el Papa Gelasio en 494, fuera
ideó ntico con la versioó n Siríóaca justamente referida. Pero es altamente probable
que esta misma versioó n Siríóaca estuviese entonces en existencia, y apoó crifo como
fuese el texto, indudablemente testifica el estado mental de los entonces poco
instruidos Cristianos de ese períóodo. Tampoco es factible que las celebraciones
fuesen mencionadas y escritas a las instituciones de los mismos Apoó stoles si
tales celebraciones no hubiesen existido en las localidades en que esta ficticia
narrativa era ampliamente popular. De hecho, los estudiosos dan buenas razones
para creer que la celebracioó n mencionada como mneme tes hagias Oeotokou kai
aeikarthenou Marias fue celebrada en Antioquia tan temprano como el anñ o de
370, mientras que de las circunstancias de estar conectada con la Epifaníóa
podemos identificarla con la primera de las celebraciones referidas en el Siríóaco
Transitus.
Existe tambieó n evidencia confirmatoria de que tal celebracioó n es encontrada en
los himnos de Balai, un escritor Siríóaco del comienzo del siglo quinto, ya que no
solo emplea el maó s florido lenguaje acerca de Nuestra Senñ ora, pero tambieó n se
refiere a ella en teó rminos como estos: " Alabado sea El Senñ or en la fiesta
memorial de Su Madre" (Poema 4, p. 14, y Poema 6, p. 15). Otro claro testimonio
es el de San Proclo, que murioó como Patriarca de Constantinopla, y que en 429
predicoó un sermoó n en esa ciudad, en el que estuvo presente Nestorio,
comenzando con las palabras "El festival de la Virgen (parthenike panegyris)
incita nuestra lengua hoy para anunciar su alabanza." En esto, podemos notar,
como describe a Maríóa como

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Doncella y Madre, Virgen y cielo, el uó nico Puente de Dios a los hombres, hilo
misterioso de la Encarnacioó n, por el que en forma desconocida el ropaje de esa
unioó n fue tejido, del cual el tejedor es el Espíóritu Santo; y la rueca el poder del
altíósimo; la lana el antiguo velloó n de Adaó n; el velloó n la carne pura de la virgen, el
tejedor borda la inmensa gracia de El que lo realizoó ; el artíófice el Verbo
desplazaó ndose por la palabra" (P.G., LXV, 681).
Este discurso ilustra en grado notable como las controversias que fructificaron
en los caó nones de EÉ feso y el tíótulo theotokos condujeron a una profunda
comprensioó n del papel de la Santíósima Virgen en la obra de la Redencioó n.
Volviendo a otra tierra Oriental, encontramos un notable monumento a la
devocioó n Mariana entre el Coó ptico Ostraca (p. 3) fechado alrededor de D.C. 600.
Este fragmento lleva en griego las palabras: "Salve Maríóa llena eres de gracia, el
Senñ or es contigo; bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu
vientre, porque tu concebiste a Cristo, el Hijo de Dios, el Redentor de nuestras
almas". Esta variante Oriental del Ave Maríóa aparentemente se intentoó su uso en
la liturgia, tanto como la forma maó s temprana del Ave Maríóa en Occidente tomoó
forma de una antíófona empleada en Misa y el Oficio de la Santíósima Virgen.
Relativamente tarde como este fragmento pudiera parecer, es de lo maó s valioso
por la mencioó n directa de la Santíósima Virgen en nuestra temprana forma de
liturgia lo que constituye una rara ocurrencia. Nada de esto, por ejemplo, se
encuentra en el libro de oraciones de Serapioó n, o en la liturgia de las
Constituciones Apostoó licas, o en los fragementos del Canon de la Misa
preservados en el tratado Ambrosiano "De Sacramentis". Ciertos himnos Siríóacos
por Ciriloó n en (c. 400) y especialmente por Rabnlas de Edessa (d.435) hablan de
Maríóa en teó rminos de caó lida devocioó n; pero como en el caso de San Efreó n existe
cierto grado de incertidumbre acerca de la autoríóa de estas composiciones. Por
otra parte la dedicacioó n de muchas Iglesias tempranas permite sin duda un
indicio del autorizado reconocimiento que en este períóodo se brindaba al cultus
de la Santíósima Virgen. De hecho al principio del siglo quinto San Cirilo escribioó :
" Salve Maríóa, Madre de Dios, a la que en pueblos y villas y en islas se han
fundado Iglesias de verdaderos creyentes" (P.G., LXXVII, 1034). La Iglesia de
EÉ feso, la que en 431 reunioó el Concilio Ecumeó nico, fue el mismo dedicado a la
Santíósima Virgen. Tres Iglesias fueron fundadas en su honor en o cerca de
Constantinopla por la Emperatriz Pulqueria en el curso del siglo quinto, mientras
que en Roma la Iglesia de Santa Maríóa Antiqua y la de Santa Maríóa en Trastevere
son ciertamente maó s antiguas que el anñ o 500. No menos notable es la creciente
preeminencia dada a la Santíósima Virgen durante los siglos cuarto y quinto en el
arte cristiano. En las pinturas de las catacumbas, en las esculturas de los
sarcoó fagos, en los mosaicos, y en tales objetos menores como el viales de aceite
de Monsa, la figura de Maríóa aparece con mayor frecuencia, mientras que la
veneracioó n que se le dedica es indicada por varias formas indirectas, por ejemplo
por la gran nubosidad, que se puede observar en las imaó genes de la Crucifixioó n
en el manuscrito de Rabulas de 586 D.C. (reproducido en La Enciclopedia
Catoó lica VIII). Tempranamente como 540 encontramos un mosaico en el que ella

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aparece entronizada como Reina del Cielo en el centro del aó pice de la catedral de
Parenzo en Austria, construida en esa fecha por el Obispo Eufrasio.

LA TEMPRANA EDAD MEDIA


Con los desarrollos Merovingio y Carolingio de la Cristiandad en Occidente
arriboó una aceptacioó n autorizada de la devocioó n Mariana como aprte integral de
la vida de la Iglesia. Es difíócil dar fechas precisas para la introduccioó n de diversos
festivales, pero ya ha sido mencionado en el artíóculo CALENDARIO que las
celebraciones de la Asuncioó n, Anunciacioó n, Natividad y Purificacioó n de Nuestra
Senñ ora pueden con certeza ser trazadas a este períóodo. Tres de estas
celebraciones aparecen en el Calendario de San Wilibrodo del final del siglo
seó ptimo, la Asuncioó n siendo asignada tanto al 18 de Enero, siguiendo la praó ctica
de la Iglesia Gaó lica, y a Agosto ( que se aproxima a la actual fecha Romana),
mientras que la ausencia de la Anunciacioó n se deba probablemente a una
situacioó n accidental. Nuevamente podemos afirmar confiadamente que la
posicioó n de la Santíósima Virgen en la foó rmula lituó rgica de la Iglesia estaba para
esta eó poca firmemente establecida. Aunque ignoraó ramos el Canon de la Misa
Romana que para entonces ya teníóa la forma que actualmente retiene antes del
cierre del siglo sexto, el "parefatio" para el festival en Enero de la Asuncioó n en el
rito Gaó lico, asíó como otras oraciones que pueden ser asignadas con seguridad a
un momento no posterior al siglo seó ptimo, dan prueba de un ferviente cultus a la
Santíósima Virgen. En lenguaje poeó tico Maríóa es declarada no solamente
maravillosa por la ofrenda de concebir a traveó s de la fe pero gloriosa en la
translacioó n de su partida ( (P. L., LXII, 244-46), la creencia en su Asuncioó n que ha
sido clara y repetidamente tomada en cuenta, como lo fue un siglo maó s temprano
por Gregorio de Tours. Ella es tambieó n descrita en la liturgia como "la hermosa
caó mara de donde proviene la valiosa esposa, la luz de los gentiles, la esperanza
de los fieles, la deshacedora de demonios, la confusioó n de los Judíóos, vaso de
vida, tabernaó culo de gloria, templo celestial, cuyos meó ritos, tierna doncella como
era, son maó s claramente demostrados cuando se ponen en contraste con el
ejemplo de la antigua Eva" (ib., 245). En el mismo períóodo un sinnuó mero de
Iglesias eran construidas bajo la dedicacioó n a Maríóa, muchas de estas estaó n entre
las maó s importantes de la Cristiandad. Las catedrales de Reims, Chartres, Rouen,
Amiens, Níîmes, Evreux, Paris, Bayeux, Seó ez, Toulon etc., aunque construidas en
eó pocas diferentes, todas fueron consagradas en su honor. Es verdad que el origen
de muchos de estos santuarios franceses de Nuestra Senñ ora esta
impenetrablemente cubierto en la niebla de las leyendas. Por ejemplo, nadie en
la actualidad cree con seriedad que San Troó fimo en Arles dedicoó una capilla a la
Santíósima Virgen mientras ella todavíóa vivíóa, pero existe evidencia concluyente
que muchos de estos sitios de peregrinacioó n eran venerados desde fechas muy
tempranas. Sabemos por Gregorio de Tours (Hist. Fr., IX, 42) que San Radegundo
habíóa construido una capilla en su honor en Poitiers, y habla de otras en Lyon,
Tolouse, y Tours. Tambieó n contamos con la tableta dedicatoria de una Iglesia
levantada por el Obispo Frodomundo en 677 "in honore almae Mariae, Genetricis
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Domini", y que el díóa nombrado es el medio del mes de Agosto (mense Augusto
medio), debe de haber poca duda en que la consagracioó n ocurrioó durante el
festival de la Asuncioó n, que para entonces empezaba a suplantar el festival de
Enero. En Alemania los santuarios de Altoö tting y Lorch profesan ser capaces de
trazar su origen como sitios de peregrinaje a la remota antiguö edad y, aunque
seríóa brusco pronunciarse con tanta seguridad, probablemente nos sentamos
seguros en asignarlos al menos al períóodo Carolingio. En Inglaterra e Irlanda, la
evidencia que sugiere que desde el maó s temprano períóodo la Cristiandad estaba
fuertemente fermentada de devocioó n Mariana es muy fuerte. Beda nos cuenta de
la Iglesia consagrada en honor de Nuestra Senñ ora en Canterbury por San Melitoó n,
el sucesor inmediato de Agustíón; tambieó n sabemos por la misma fuente de
muchas otras Iglesias Marianas, v.g. Weremouth y Hexam ( esta uó ltima
dedicacioó n debida a la milagrosa curacioó n de San Wilfrido despueó s de invocar a
la Madre de Dios), y Lastingham cerca de Whitby, mientras que San Aldelmo,
antes de finalizar el siglo seó ptimo, nos informa como la Princesa Bugga, hija del
Rey Edwin, dedicoó una Iglesia a la Santíósima Virgen durante la celebracioó n de su
Natividad.
Istam nempe diem, qua templi festa coruscant, Nativitate sua sacravit Virgo
Maria.
Y el altar de Nuestra Senñ ora estaba en el aó pside:
Absidem consecrat Virginis ara.
Probablemente la poesíóa vernaó cula maó s temprana en Occidente en celebrar la
alabanza de Maríóa fue la Anglo-Sajona; ya que Cynewulf, poco antes del tiempo
de Alcuin y de Carlomagno, compuso los maó s brillantes en este tema; por
ejemplo nos referimos a la traduccioó n de Gollancz de " el Cristo" (ii,214-80):
Salve, tu Gloria de este medio mundo!
La maó s pura mujer a traveó s de toda la tierra.
De todos aquellos que fueron desde tiempo inmemorial
Cuan justamente eres llamada por todos los dotados
Con dones de habla! Todos los mortales de la tierra
Declaran de todo corazoó n que tu eres la novia
De Aquel que gobierna la esfera celestial.
Para detallar todo lo que encontramos en los escritos de Aldelmo, Beda, y Alcui
seríóa imposible; empero es de hacer notar el testimonio de un escritor Anglicano
en relacioó n a la totalidad del períóodo anterior a la conquista Normanda. "El
Santo," nos dice, "maó s persistentemente y frecuentemente invocado, y a quien los
maó s apasionados nombres fueron aplicados, invadiendo terreno de prerrogativas
divinas, era la Santíósima Virgen. La Mariolatríóa no es un desarrollo moderno del
Romanismo"; indicaó ndonos como ejemplos de un manuscrito ingleó s del siglo
deó cimo ubicado en Salisbury, invocaciones tales como " Sancta Redemptrix
Mundi, Sancta Salvatrix Mundi, ora pro nobis"; El mismo escritor despueó s de
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referirse a oraciones y praó cticas de devocioó n conocidas en tiempos Anglo-
Sajones, por ejemplo la Misa especial ya asignada a la Santíósima Virgen los
saó bados en el misal Leofrico, comenta acerca de la extranñ a delusioó n, como eó l la
llama, de muchos Anglicanos, que pueden ver a una Iglesia que tolero tales
abusos tan primitivos y ortodoxos.
No resultan menos notables los desarrollos de devocioó n a la Madre de Dios en
Irlanda. El calendario de Aengus al principio del siglo noveno es particularmente
notorio por el ardor del lenguaje utilizado cada vez que el nombre de la
Santíósima Virgen era introducido, mientras que Cristo era continuamente
referido como " Jesuó s Mac Mary " (v.g Hijo de Maríóa). Tambieó n existen aparte de
ciertos himnos Latinos, una letaníóa Irlandesa muy llamativa en honor de la
Santíósima Virgen, que en lo que se refiere a lo folcloó rico de los nombres aplicados
a ella, estos no desmeritan en nada con la presente Letaníóa de Loreto. Maríóa es
llamada "Senñ ora de los Cielos, Madre de la Celestial y terrestre Iglesia,
Recreacioó n de la Vida, Senñ ora de las Tribus, Madre de los Hueó rfanos, Seno de los
Infantes, Reina de la Vida, Escalera del Cielo." Esta composicioó n puede ser tan
antigua como la mitad del siglo octavo.

LA PARTE ALTA DE LA EDAD MEDIA


Fue caracteríóstico de este períóodo, que para nuestros propoó sitos actuales
podemos considerar que inicia con el anñ o 1000, que el profundo amor y
confianza en la Santíósima Virgen, que desde antes se habíóa expresado en forma
vaga y de acuerdo con las iniciativas piadosas de individuos, empezoó a tomar
forma organizada en vasta multitud de praó cticas devocionales. Mucho antes de
esta fecha era probable encontrar altares de Nuestra Senñ ora en la totalidad de las
maó s importantes Iglesias.—El poema de San Aldelmo en el altar nos lleva poco
atraó s del anñ o 700 y muchos registros atestiguan que tales altares, pinturas,
mosaicos, y finalmente esculturas representando la figura de Nuestra Senñ ora
para deleite de la mirada de sus devotos. La famosa figura sentada de la Senñ ora
con el Divino Infante en Ely data de antes de 1016. La estatua de la Santíósima
Virgen en Coventry, de cuyo cuello se colgoó el rosario de Lady Godiva, pertenece
al mismo períóodo. Incluso en tiempos de Aldelmo Nuestra Senñ ora era solicitada
para escuchar las oraciones de aquellos hincados ante su santuario.
Audi clementer populorum vota precantum
Qui . . . genibus tundunt curvato poplite terram.
Fue especialmente para tales salutaciones que el Salve Maríóa, que probablemente
en un comienzo se familiarizoó como antíófona utilizada en el Pequenñ o Oficio de la
Santíósima Virgen, ganoó favor popular entre todas las clases. Acompanñ aó ndose
cada vez con una genuflexioó n, tal como la tradicioó n relata que el mismo Arcaó ngel
Gabriel realizoó , los devotos de Maríóa repetíóan esta foó rmula una y otra vez. Como
en un principio carecíóa de la peticioó n final, el Salve se sentíóa como una verdadera
forma de salutacioó n, y en el siglo duodeó cimo se volvioó de uso universal. De la

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misma eó poca pertenece el ampliamente popularizado Salve Regina, que tambieó n
al parecer procede del siglo undeó cimo. A pesar de que originalmente iniciaba con
las palabras "Salve Regina Misericordia" desprovisto del "Mater", no podemos
dudar que algo de la moda del himno se debíóa a la inmensa difusioó n de la
coleccioó n de relatos Marianos (Marien-legenden) que se multiplicaron
excesivamente en este tiempo (del siglo doce al catorce), y en el que el motivo
Mater Misericordia era continuamente recurrente. Esta coleccioó n de relatos
debioó haber producido un efecto notable en popularizar variedad de otras
praó cticas devocionales ademaó s de repeticiones del Salve y el uso del Salve
Regina, por ejemplo la repeticioó n de las cinco salutaciones comenzando con el
"Gaude Maríóa Virgo", la recitacioó n de los cinco salmos, cuyas iniciales componen
el nombre de Maríóa, la dedicacioó n del Saó bado de ciertas praó cticas especiales a la
Santíósima Virgen, el uso de oraciones asignadas, tal como la secuencia "Missus
Gabriel", el "O Intemerata", el himno "Ave Maris Stella", etc., y la celebracioó n de
fiestas particulares, como la Concepcioó n de la Santíósima Virgen y su Natividad.
Los cinco Gaudes recieó n mencionados originalmente conmemoraban las cinco
alegríóas de Nuestra Senñ ora y para cotejar esos gozos espirituales se
conmemoraban los cinco dolores correspondientes. No es sino hasta finales del
siglo decimocuarto que siete dolores empiezan a ser mencionados, e incluso por
excepcioó n.
En todo esto el primer impulso parece provenir en gran parte de los
monasterios, en los que los relatos Marianos fueron mayormente compuestos y
copiados. Fue en los monasterios que el Pequenñ o Oficio de la Santíósima Virgen
empezoó a ser recitado como un agregado devocional al Divino Oficio, y que el
Salve Regina y otros himnos de Nuestra Senñ ora fueron agregados a Compline y
otras horas. Entre otras oó rdenes los Cistisercianos, particularmente en el siglo
doce, ejercieron una influencia inmensa en el desarrollo de la devocioó n Mariana.
Ellos reclamaban una especial conexioó n con la Santíósima Senñ ora, a la que
consideraban estar presidiendo invisible la recitacioó n del Oficio. A ella dedicaron
sus Iglesias, y eran especiales en decir sus horas, dando preeminencia especial
en el Confitero y frecuentemente repitiendo el Salve Regina. Este ejemplo de
especial consagracioó n a Maríóa fue seguido por ordenes posteriores,
notablemente la de los Dominicos, los Carmelitas, y los Servites. De hecho, casi la
totalidad de tales instituciones desde este tiempo en adelante adoptaron alguna
forma especial de devocioó n para destacar su lealtad particular a la Madre de
Dios. Santuarios se multiplicaron naturalmente, aunque algunos, ya
mencionados, se originan en fechas posteriores al siglo undeó cimo, es en este
períóodo que famosos sitios de peregrinacioó n surgen como Roc Amadour, Laon,
Mariabrunn cerca de Klosterneuburg, Einsiedeln etc. y en Inglaterra,
Walsingham, Nuestra Senñ ora de Undercroft en Canterbury, Evesham, y muchos
maó s.
Estos santuarios, que ha medida del paso del tiempo se multiplicaron maó s allaó de
lo esperado en cada parte de Europa, casi siempre debíóan su fama a los favores
temporales y espirituales que se creíóa la Santíósima Virgen otorgaba a aquellos
que la invocaban en estos sitios favorecidos. La gratitud de los peregrinos incluso
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los enriquecíóan con los maó s costosos regalos; coronas de oro y gemas preciosas,
vestimentas de lujo, y ricos ornamentos nos encuentran a cada paso en el
registro de tales santuarios. Debemos mencionar, como muestra, aquel de Halle,
en Beó lgica, que era excepcionalmente rico en tales tesoros. Tal vez la forma maó s
comuó n de ofrendas votivas era la representacioó n en plata un oro de la persona o
miembro que habíóa sido curado. Por ejemplo el Duque Felipe de Borgonñ a envioó a
Halle dos estatuas de plata, una representando un caballero montado, el otro a
un soldado de infanteríóa en gratitud por la cura de dos de sus guardaespaldas.
Con frecuencia la moda especial de un santuario se debíóa a una manifestacioó n
milagrosa que se críóa habíóa ocurrido en ese sitio. Sangre se decíóa haber fluido de
ciertas estatuas y pinturas de Nuestra Senñ ora que habíóan sido desacralizadas.
Otras habíóan llorado o exudado humedad. En otros casos, la cabeza se habíóa
inclinado o la mano levantado para impartir bendicioó n.
Sin negar la posibilidad de tales eventos, no puede dejar de dudarse que en
muchas ocasiones la evidencia histoó rica de estas maravillas era insatisfactoria.
Que la devocioó n popular a la Santíósima Virgen era frecuentemente mostrada con
extravagancia y abuso, es imposible de negar. Sin embargo, podemos pensar que
la feó simple y devocioó n de la gente fue con frecuencia recompensada en
proporcioó n a la honesta intencioó n de su muestra de respeto a la Madre de Dios. Y
no hay razoó n para pensar que estas formas de devocioó n tuvieran un efecto de
enganñ o, y que hayan ahijado nada maó s que formas de supersticioó n. La pureza,
devocioó n, e imagen maternal de Maríóa siempre fueron el motivo dominante,
incluso el "Milagro" de Max Reinhardt, la obra muda que en 1912 arrasoó la
taquilla de Londres, persuadioó a muchos acerca de lo verdadero que el
sentimiento religioso debioó de resaltar incluso las maó s extravagantes
concepciones de la Edad Media.
El maó s reconocido de los santuarios Ingleses de Nuestra Senñ ora, el de
Walsingham en Norfolk, fue en cierta forma una anticipacioó n del todavíóa maó s
famoso Loreto. Walsingham profesaba el conservar, no el Santo Hogar por síó
mismo, pero si un modelo de su construccioó n sobre las medidas traíódas de
Nazareth en el siglo undeó cimo. Las dimensiones de la Santa Casa de Walsingham
fueron tomadas por William de Worcester, y estas no coinciden con las de Loreto.
La de Walsingham mide 7.15 por 3.9 metros; la de Loreto es maó s grande con 9.5
por 4.0 metros.
En cualesquier caso el homenaje rendido a Nuestra Senñ ora durante la parte alta
de la Edad Media era universal. Incluso un escritor nada ortodoxo como John
Wyclif, en uno de sus primeros sermones, dice: " Pareciera imposible el poder
obtener la recompensa del Cielo sin la ayuda de Maríóa. No hay sexo o edad, ni
rango o posicioó n, de nadie de la raza humana, que no tenga la necesidad de
clamar por ayuda a la Santíósima Virgen". Asíó que nuevamente el intenso
sentimiento evocado del siglo doce al dieciseó is sobre la doctrina de la
Inmaculada Concepcioó n es solo un tributo adicional a la importancia que todo el
tema de la Mariologíóa poseíóa a los ojos de los maó s estudiosos cuerpos de la
Cristiandad. EL dar incluso una pequenñ a muestra de las diferentes praó cticas de

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devocioó n Mariana en la Edad Media seríóa imposible de realizar en este espacio.
La mayoríóa de ellos—por ejemplo el Rosario, el AÉ ngelus, el Salve Regina, etc. y los
maó s importantes se discuten en encabezados separados. Es suficiente el hacer
notar la prevalencia de portar rosarios de todas las modas y largos, algunos de
quince deó cadas, algunos de diez, algunos de seis, cinco, tres, o uno, como
artíóculos de adorno en cada ropaje; la mera repeticioó n de Salve Maríóas a ser
contados con la ayuda de tales Pater Nosters, o cuentas, era comuó n en el siglo
doce, antes del tiempo de Santo Domingo; el tema de meditacioó n en "misterios"
asignados no llegoó a estar en uso sino hasta 300 anñ os despueó s. Ademaó s, hemos
de notar la casi universal costumbre de dar donaciones para tener una Misa
Mariana, o Misa de Nuestra Senñ ora, celebrada diariamente en un altar particular,
asíó como el mantener encendidas luminarias frente a una estatua o santuario
especíóficos. Auó n maó s interesantes fueron las fundaciones dejadas por testamento
para que el Salve Regina u otros himnos de Nuestra Senñ ora fueran cantados
despueó s del Compline en el altar de la Senñ ora, mientras que luminarias ardíóan
frente a su estatua. El "salut" comuó n en Francia en los siglos diecisiete y
dieciocho se formaron solo como desarrollo posterior de esta praó ctica, y de estos
uó ltimos hemos derivado casi con toda certeza nuestra comparativamente
moderna devocioó n de Benediccioó n del Sagrado Sacramento.

TIEMPOS MODERNOS
Tan solo unos cuantos puntos aislados pueden ser tocados en el desarrollo de la
devocioó n Mariana desde la Reforma.
Destaca entre estos la introduccioó n general a la Letaníóa de Loreto, la que, como
hemos visto, tuvo precursores en otras tierras tan remotas como Irlanda en el
siglo noveno, sin dejar de mencionar de formas aisladas en la alta Edad Media, la
que por síó sola solo llegoó a ser de uso comuó n hasta el cierre del siglo
decimosexto. Lo mismo puede mencionarse de la adopcioó n generalizada de la
segunda parte del Salve Maríóa. Otra manifestacioó n de gran importancia, que al
igual que la anterior siguioó poco despueó s del Concilio de Trento, fue la institucioó n
de ordenes de la Virgen Santíósima, particularmente en casas de educacioó n, un
movimiento principalmente promovido por la influencia y ejemplo de la
Sociedad de Jesuó s, cuyos miembros hicieron mucho, por la consagracioó n de
estudios y otros instrumentos similares, para colocar la labor de la educacioó n
bajo el patronazgo de Maríóa, la Reina de la Pureza. A este períóodo tambieó n se
debe, con algunas excepciones, la multiplicacioó n en el calendario de fiestas
menores de la Santíósima Virgen, tales como el del Santo Nombre de Maríóa, el
festum B.V.M. ad Nives, de Mercedes, del Rosario, de Bono Consilio, Auxilium
Christianorum, y otras maó s. Tambieó n en la parte alta (siglo diecisiete como maó s
temprano) es la adopcioó n de la costumbre de consagrar el mes de Mayo a
Nuestra Senñ ora por mandatos especiales, aunque la praó ctica de recitar el Rosario
cada díóa durante el mes de Octubre apenas se pueda mencionar sea mayor que
las Encíóclicas del Rosario de Leo XIII. No se mantuvo mucha controversia acerca
de la Inmaculada Concepcioó n despueó s del pronunciamiento indirecto del
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Concilio de Trento, pero el dogma fue solo definido por Píóo IX en 1854.
Indudablemente, sin embargo, el gran íómpetu a la devocioó n Mariana en tiempos
recientes lo ha proporcionado las apariciones de la Santíósima Virgen en 1858 en
Lourdes, y por medio de numerosos favores sobrenaturales otorgados a los
peregrinos, tanto ahíó como en otros santuarios, que derivan de este. La "medalla
milagrosa" conectada con la Iglesia de Nuestra Senñ ora de las Victorias-Notre
Dame des Victoires en Paris merece tambieó n mencioó n, generando gran impulso a
esta forma de devocioó n en la primera mitad del siglo decimonoveno. Siendo
relevante mencionar las apariciones marianas ocurridas en el cerro del Tepeyac
en Meó xico, a los diez anñ os de finalizar la conquista espanñ ola, en 1531
testimoniadas por el beato Juan Diego-Cuautlatoatzin. Mismas que dieron origen
al establecimiento de su actual santuario y basíólica de Santa Maríóa de Guadalupe,
en la villa de Guadalupe Hidalgo, actualmente parte de la metroó polis de la Ciudad
de Meó xico. Y en plena edad moderna, a principios del siglo XX en plana Primera
Guerra Mundial, no se pueden dejar de mencionar las apariciones de Faó tima en
Portugal ocurridas en 1917 a los tres ninñ os pastores, que dan origen al muy
visitado e importante Santuario de Nuestra Senñ ora de Faó tima.

HERBERT THURSTON
Traducido del ingleó s por Edmundo B Durell
Dedicado a Nuestra Senñ ora de Guadalupe
En profundo agradecimiento por dones y bendiciones recibidos.
ENCICLOPEDIA CATOLICA
www.encliclopediacatolica.com

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