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Lo normal y lo patológico

La cuestión acerca de lo normal y lo patológico es algo que afecta más al filósofo que al médico:
este último desea saber ante todo qué es lo que puede y lo que no puede hacer por su paciente,
antes que preocuparse por si ése es.
El psiquiatra infantil se halla interpelado por idénticas razones, a las cuales se añade la
incertidumbre acerca del desarrollo del niño, así como el lugar familiar y social preterminado
que este niño ocupa.
Al psiquiatra infantil se le ruega que haga desaparecer un comportamiento que la familia, la
escuela, los vecinos o la asistente social no juzgan correcto de acuerdo con unos criterios
puramente externos y de adaptación.
Los criterios de normalidad no pueden limitarse a la evaluación de la conducta que ha motivado
la exploración y resumirse en una simple enumeración de síntomas.

I. Lo normal y lo patológico: problemas generales.


Normal y patológico no pueden definirse uno sin el otro. Las diversas definiciones posibles
de lo normal giran todas alrededor de cuatro puntos de vista:

1. Lo normal referido a la salud, opuesto a la enfermedad.


2. Lo norma como media estadística.

3. Lo normal como ideal o utopía a realizar o hacia la que dirigirse.

4. Lo normal en tanto que proceso dinámico, capaz de retornar a un determinado


equilibrio.

El paciente es normal en el sentido de ausencia de los síntomas. Los sujetos de talla pequeña, los
individuos superdotados en el campo intelectual, ¿son patológicos? En psiquiatría, se considera
anormal toda conducta que se desvíe del promedio.
Existe el riesgo de reducir el concepto de normalidad a un estado de aceptación, sumisión o
conformismo con las exigencias sociales.
La sintomatología actual del niño no prejuzga en absoluto su futuro estadio como adulto.

II. El problema de lo normal y lo patológico en la psicopatología del niño


¿Debe concluirse que ser chico es más patológico que ser chica o que la normalidad ideal y/o
social corresponde mejor a las capacidades y necesidades de la niña? Este problema es tanto
más agudo cuanto que la distribución sexual de la población psiquiátrico adulta es la inversa
(mayoría de mujeres en relación con los hombres).
A. Normalidad y conducta sintomática
La descripción semiológica y la observación de una conducta no bastan para definir su papel
patógeno y organizador. Deben ir unidas a la evaluación económica y dinámica. El punto de
vista económico consiste en evaluar en qué medida la conducta incriminada no es más que una
formación recreativa o, por el contrario, implica una catexis de sublimación. ¿En qué medida el
Yo ha sido parcialmente amputado de sus funciones por el compromiso sintomático? El enfoque
dinámico y genético pretende valorar la eficacia con la que la conducta sintomática sujeta la
angustia conflictiva, autorizando así la continuación del movimiento madurativo.
Para la mayoría, la normalidad sintomática es el reflejo de su salud mental. Pero para algunos,
esta normalidad superficial no es otra cosa que un síntoma adaptativo, la organización en falso-
self según Winnicott, la sumisión a las presiones y a las exigencias del medio. Estos niños
conformistas, aparentemente adaptados, se revelan incapaces de construir una organización
psíquica interna coherente y de elaborar los inevitables conflictos del desarrollo.

B. Normalidad y enfoque estructural


Freud ha demostrado que la conducta del está cargada de tanto sentido como la del individuo
sano.
Freud no establece diferencia alguna entre el hombre sano y el hombre neurótico: ambos
presentan idéntico conflicto edípico, utilizan el mismo tipo de defensas y han atravesado en la
infancia los mismos estadios madurativos. La única diferencia entre el individuo neurótico sano
y el individuo neurótico enfermo radica en la intensidad de las pulsiones, del conflicto y de las
defensas. La compulsión de repetición, característica esencial del neurótico enfermo, representa
el elemento mórbido más característico. La definición de la normalidad, se puede definir como
la capacidad para utilizar la gama más extensa posible de mecanismos psíquicos en función de
las necesidades.
La neurosis infantil no más que la buena manera de curar estas angustias arcaicas. Los diversos
estados patológicos no son tan distintos de los estadios madurativos normales correspondientes
al nivel alcanzado en el momento del bloqueo evolutivo.
Un comportamiento fácilmente observable, cuán diversas son las tentativas para enmarcarlo en
un conjunto conceptual más amplio, refiriéndose a:

1. Marco lesional.
2. Marco estructural.

3. Marco genético.
4. Marco ambiental.

C. Normalidad y enfoque genético. Disarmonía e inmadurez


El crecimiento y la tendencia a la progresión constituyen el telón de fondo siempre cambiante al
cual el psiquismo del niño debe adaptarse. Dicho crecimiento tiene dos vertientes que la escuela
americana de psicología del Yo, de Hartmann, ha distinguido separando los procesos de
maduración y los procesos de desarrollo.

 Los procesos de maduración representan el conjunto de factores internos que presiden el


crecimiento. Además de los procesos somáticos del crecimiento, están aquellos que Anna Freud
llama fuerzas progresivas del desarrollo: el niño busca cómo imitar a su padre y a sus hermanos
y hermanas mayores, al maestro o, simplemente, a. Quiere poseer sus atributos o sus
características.
 Los procesos de desarrollo son las interacciones entre el niño y su medio; los factores
desempeñan aquí un papel negativo o positivo.

No es fácil separar el proceso de maduración del proceso de desarrollo, dada su interacción


permanente. Las investigaciones en psicología han demostrado claramente la importancia de la
interacción entre la dotación básica y la aportación ambiental.
La evaluación de la angustia asociada a estos conflictos, los compromisos y síntomas que de ella
resultan e incluso la evaluación de la organización estructural sincrónica no son suficientes para
distinguir lo normal de lo patológico. Solamente pueden apreciarse desde una perspectiva
diacrónica.
Freud propone como criterio de apreciación de lo patológico el estudio de la disarmonía entre
las líneas de desarrollo. Define varias líneas de desarrollo que representan ejes específicos del
crecimiento del niño: línea de desarrollo desde el estado de dependencia hasta la autonomía
afectiva y las relaciones de objeto de tipo adulto; línea de desarrollo de la independencia
corporal (desde la lactancia materna gasta la alimentación racional o desde la incontinencia
hasta el control de esfínteres); línea de desarrollo desde el cuerpo hasta el juguete y desde el
juego hasta el trabajo, etc.
Para A. Freud la patología puede nacer de la disarmonía en el nivel de maduración de dichas
líneas.
Nunca la mera existencia de un desequilibrio es suficiente para definir lo patológico.
Con frecuencia se utiliza en psicología infantil otra noción que se refiere implícitamente a un
modelo ideal o estadístico del desarrollo normal. Se usa tal noción al hablar de conductas
clínicas situadas en el límite de lo normal y de lo patológico: se trata de la inmadurez.
D. Normalidad y contexto ambiental
Winnicott plantea que un niño pequeño, sin madre, no existe: ambos, madre e hijo, constituyen
un todo sobre el cual debe volcarse la evaluación y el esfuerzo terapéutico.
Los criterios de evaluación aplicados al niño deben tener presente el contexto: una misma
conducta puede tener un sentido muy diferente, según se dé en un niño beneficiario de una
aportación familiar positiva o en un niño que esté viviendo en medio de una desorganización
general como es el caso de las familias-problema.
En consecuencia, querer definir en función del ambiente un niño normal y un niño patológico
supone, en parte, definir un ambiente normal o patológico, es decir; una sociedad normal o
patológica, lo cual nos remite a las diversas definiciones posibles de normalidad y nos advierte
sobre el riesgo de una reflexión cerrada en sí misma, cuando se aborda dicho problema en un
plano puramente teórico.

III. Conclusión
En el estudio de las conductas y del equilibrio psicoafectivo de un niño, lo normal y lo patológico
no deben ser considerados dos estados, distintos uno del otro. El desarrollo, la maduración del
niño, son por sí mismos fuentes de conflictos que, como todo conflicto, pueden suscitar la
aparición de síntomas.
Un niño puede ser patológicamente normal como puede ser normalmente patológico.

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