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La vida a cuestas
Miradas plurales al modo de vida de los cargadores del México
prehispánico, histórico y contemporáneo

Introducción
Para poder entender e interpretar a los grupos del pasado, existen diversas formas de
acercamiento y postulados teóricos que permiten aproximarnos a esa probable realidad. La
antropología física es la disciplina que se encarga de estudiar al hombre en interacción con
el medio en el que vive, lo que involucra un proceso de adaptación a un ambiente determinado
en dos direcciones: hombre-entorno y entorno-hombre, es decir, que el hombre siempre
buscará aquellos lugares cuyas características sean las ideales para la satisfacción de sus
necesidades primarias como la alimentación, la protección y la reproducción. Para
satisfacerlas, un grupo humano deberá establecer una dinámica de interacción con el medio
ambiente a través de la modificación del espacio que habita para facilitar su supervivencia,
pero también involucra que, al intentar modificarlo, ellos se adapten a diversas condiciones,
lo que repercutirá de manera directa en su calidad de vida (Lara e Islas 2017:87).
Aunque el resultado de esa interacción es la principal materia de estudio de las
investigaciones osteológicas, actualmente se busca contextualizar al paisaje, entendiéndolo
como el espacio en el que convergen los aspectos geográficos, naturales y culturales de uno
o varios grupos humanos. Es parte del contexto de estudio, porque a partir de la manera en
que éste se conforma -de su topografía, los recursos disponibles, lugares de protección,
etcétera- surge la distribución de los asentamientos humanos y los significados que éstos le
otorgan a las cañadas, ríos, cuevas, mesetas, entre otros. En ese sentido, las tendencias de
estudio recientes han tomado diversas direcciones y enfoques interpretativos como el
bioarqueológico, estrategia de investigación que surge a mediados de la década de los 70 y
plantea un modelo teórico metodológico para el análisis de las sociedades pretéritas (Buikstra
1977, Talavera 2003, Mansilla 2003, Arriaza 1988).
La Etnoarqueología se ha constituido como una herramienta teórico-metodológica
para el entendimiento del compendio arqueológico de diferentes áreas y periodos de tiempo.

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Para Binford (1989) existían cuestiones pendientes por discutir, aún mucho más sustanciales
que las teóreticas. Para él, la reivindicación de una arqueología científica dependía, sobre
todo del problema de las analogías. Una analogía es el uso de información derivada de un
contexto, en este caso el presente, para explicarnos información encontrada en otro contexto,
en este caso el pasado.
Mathew Johnson (2000:72-72) menciona que todos los arqueólogos, procedan de
donde procedan, hacen uso de analogías para entender el pasado mediante el presente,
tendiendo un puente que genera nexos y que permiten asumir, con más convencimiento, lo
análogo de dos situaciones. Partiendo de lo anterior, en el presente trabajo se presenta un
seguimiento diacrónico a un personaje que fue protagónico de algunas de las dinámicas
sociales más importantes del México prehispánico, el tameme. El tameme fue ese personaje
cuyo conocimiento sobre las rutas para el comercio y el intercambio le permitió interactuar
entre diversas regiones de Mesoamérica, adquiriendo en algunos casos, una importancia,
incluso, militar.
Para el presente trabajo, se conjuntó el conocimiento de diversas disciplinas para el
estudio de un conjunto de materiales esqueléticos cuyas características apuntan a que en vida
realizaron una serie de actividades relacionadas con la carga constante y el uso de algunos
elementos como el “mecapal”.
El trabajo se organiza a partir de la información existente sobredichos personajes,
luego se presentan algunos aspectos etnográficos sobre los cargadores de principios del siglo
pasado y de las décadas pasadas.
En un tercer apartado se presenta un caso en el que los esqueletos hallados en un
contexto arqueológico son relacionados con individuos que pudieron haber tenido dicha
actividad en vida. Posteriormente se presenta un estudio reciente que involucró una serie de
pruebas biomecánicas para determinar los niveles de esfuerzo y su relación con las marcas
ocupacionales que se observan en los huesos. Para finalizar, se presentan algunos
experimentos realizados que nos permitieron entender la lógica de la carga, el nivel de
esfuerzo y sus posibles implicaciones en la salud.

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El transporte de mercancías en tiempos prehispánicos
Por Eduardo Miranda Paniagua

El hombre en sus distintas latitudes tuvo que adiestrar animales para que le auxiliaran en la
transportación de mercancías. De tal manera que en Asia se utilizaron el camello y los bueyes,
en Europa, caballos, asnos y mulas, y en el sur de América se auxiliaron de la llama. En el
México prehispánico no existía animal alguno capaz de utilizarse para la carga, por lo que se
tuvo que emplear al hombre, es así como surgió el tameme. León Portilla (1963), describe
al tameme o tlalmeme como "cargador entrenado desde la infancia, procedente de la clase de
los Macehuales, dedicado exclusivamente al transporte de mercancías en la cultura azteca"
(León Portilla 1963:23-24).
El traslado de las mercancías se hacía a través de los pochtecas (gremio de
comerciantes) que empleaban esclavos: los tamemes -que servían de cargadores en los
caminos terrestres. Lo que sabemos sobre este particular grupo de personas, proviene de la
crónica de Fray Bernardino de Sahagún en la que refiere que los tamemes empezaban a
ejercitarse desde la infancia, transportaban en promedio 23 kilos y hacían un recorrido diario
de 21 a 25 kilómetros antes de ser relevados; utilizaban en su trabajo el mecapal, que era una
banda frontal ancha y gruesa de cuero con un mecate de ixtle en cada extremo que sostenía
la carga a la espalda del tameme (Figura 1).
La tecnología desarrollada para la carga, conocida como mecapal –del que ya hicimos
mención-, no se limitaba únicamente a sostener la carga en la espalda, algunos mecapales
utilizaban estructuras de textiles y madera, que se sostenían con la fuerza de la frente o los
hombros, por lo que muy posiblemente el peso recaía directamente sobre la columna
vertebral del cargador.
Acarrear todo a pie impuso un costo enorme al transporte en Mesoamérica, de modo
que esa masa de productos podía ser llevada al mercado en dos o, a lo sumo, tres días de
viaje. Más allá de esto, el costo de importar artículos relativamente baratos como maíz o
frijoles no resultaba práctico. en consecuencia, la mayor parte de las mercancías que afluían
a Tenochtitlan llegaban sobre las espaldas de productores-comerciantes locales, quienes
llevaban sus propios productos a los mercados de la ciudad. El grueso de esas mercancías
incluía cultivos desarrollados o cosechados en las cercanías y mercaderías utilitarias

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producidas localmente. Ya que la mayor parte de la clase popular dependía de esos mercados,
tales mercancías eran todas las regularmente importantes y todas ellas estaban a su alcance
(Hassig 2013).

Figura 1 Figurilla de un cargador prehispánico de Chupícuaro. Foto: Agapi Filini.

Los pochtecas, en contraste, comerciaban con mercancías más costosas y recorrían


igualmente mayores distancias. Puesto que comerciaban en largas distancias, a costa de sus
fatigosas caminatas al exterior, las cargas de exportación que llevaban sus tamemes
alquilados eran relativamente ligeras, y consistían principalmente en mercaderías selectas
manufacturadas, como objetos trabajados en oro, gemas talladas y elaborados objetos de
plumaria, todo lo cual era ligero en relación con su valor. Las cargas que importaban a su
regreso, sin embargo, eran más pesadas, pues consistían en materias primas –plumas, oro y
piedras preciosas–, y costaban menos por carga que sus mercaderías dirigidas al exterior,
pero eran también indispensables para aprovisionar los trabajos artesanales de Tenochtitlan
y fomentar el ulterior comercio a larga distancia (Hassig 2013).
Con la conquista española en 1521 llegaron las primeras especies domésticas de
carga, pero siguieron utilizándose a los tamemes por la carencia de caminos. Los tamemes
eran considerados de categoría inferior en la escala social, sólo un poco superior a la de los

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simples soldados de la milicia. Existían tamemes que, ubicados en la parte exterior de los
mercados o tianguis, prestaban servicios transportando las compras que en ellos se hacían;
sin embargo, los tamemes más considerados eran los que prestaban servicio en las
expediciones de los mercaderes (León Portilla 1963:29) (Figura 2).

Figura 2 Representación de los tamemes. Imagen del Códice Florentino.

Antes de salir cada expedición se calculaba cuidadosamente el número de tamemes


que se requerirían, tomando en cuenta el tiempo de su duración, el número de posibles bajas
en el trayecto, etc. cargaban toda la mercancía que el mercader se disponía a vender en el
viaje, lo que con frecuencia tenía una duración de años. Cuando la expedición llegaba a un
lugar de descanso, se les concedían especiales atenciones para el paso de la noche para que
pudieran recuperar lo extenuante de sus esfuerzos, reconociendo así el valor de su labor.
Cuando los tamemes de expedición regresaban a la base, se dedicaban a descansar no asistían
a los tianguis, ni se mezclaban con los otros tamemes (León Portilla 1963:31).
Al parecer, los tamemes formaban parte de un grupo que desde la niñez era entrenado
para llevar bultos; su trabajo era hereditario, aunque había tamemes que cargaban como
forma de tributo. El oficio de tameme era considerado honroso, y era desempeñado por gente

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de baja condición social, sin embargo, también podían alcanzar puestos importantes y su
opinión era tomada en cuenta al momento de emprender los viajes, por lo que su posición
dentro del gremio de comerciantes era altamente valorada.
Para Jauregui (2016), los tamemes estaban organizados en distritos políticos, de
manera que, como señala Díaz del Castillo, estaban obligados a transportar lo que los
caciques locales les ordenaran, siempre y cuando estos últimos correspondieran sus servicios.
En la mayoría de los casos, los tamemes recibían un pago por desempeñar su trabajo, a
excepción de cuando se trataba de transportar el tributo a la cabecera del distrito ahí el trabajo
no era retribuido. La forma de organización de los tamemes garantizaba una red uniforme de
transporte a lo largo de las tierras dominadas por los mexicas en el periodo inmediatamente
previo a la Conquista; estos se desplazan de la cabecera de su distrito a la zona adyacente, lo
que permite una organización más sencilla y centralizada, se sabe que esta corporación
socialmente móvil, tal como es descrita por Sahagún, estaba en un proceso de cambio en
1519 (Johansson 1999:51).
La obtención de proteínas tan necesarias para la supervivencia del ser humano, por
medio del consumo de carne fue un proceso difícil y de laboriosa consecución en toda la
extensión de Mesoamérica, puesto que la disponibilidad de carne fresca conseguida de
animales domésticos tuvo siempre escasas posibilidades. Se trataba, en esta ocasión, de la
única civilización que no tuvo opción a su alcance de una extensa gama de animales
domésticos para alimentación y carga. De esta escasez deriva la enorme importancia de la
caza y los famosos tamemes o cargadores en época precolombina y, a partir de estos últimos
la tradición que ha perdurado hasta nuestros días de cargar peso sobre las espaldas de una
persona, apoyándose en la frente por medio del mecapal (Gussinyer 2010:14).
Rivero (2015) señala que la labor realizada por tamemes desempeñó un papel muy
importante en el desarrollo económico de las comunidades durante el periodo prehispánico,
dado el intercambio interregional que existió de productos que sólo se encontraban o
producían en zonas específicas. La eficiencia del sistema de transporte de determinada
comunidad se reflejaba en el alcance comercial que ésta tenía, por lo tanto, cuando menos
eficiente sea el sistema de transporte, más corto será el alcance y más pequeño el centro
rector; por otro lado, el intercambio de recursos suscitado entre comunidades de distintas
zonas ecológicas generó una dependencia mutua entre algunas de ellas.

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Esta interdependencia se vio reflejada en el hecho de que los tamemes comúnmente
gozaron de libre tránsito por el territorio que recorrían, es decir, que por lo general no se
veían afectados por las comunidades indígenas que atravesaban, aun cuando existiera cierta
enemistad entre señoríos; esto no significa que dichos cargadores se encontraran a salvo en
tiempos de guerra, de hecho, los tamemes fueron un objetivo militar importante cuando
existía un conflicto bélico entre distintas comunidades (Rivero 2015:125).
Con la llegada de los españoles la situación de los tamemes se agravó, ya que los
mismos europeos los utilizaban como bestias de carga sin consideración alguna. Incluso les
echaban sobre sus espaldas más carga de la que soportaban, a grado tal, que el 27 de agosto
de 1529, el obispo Fray Juan de Zumárraga, por medio de una carta, denunció a viajeros
españoles que abusaban de este tipo de indígenas. Fue a partir de mediados del siglo XVI
cuando la Corona Española dictó disposiciones para que los tamemes fueran sustituidos por
mulas y aunque las medidas fueron aplicadas por el virrey don Luis de Velasco, no fue fácil
el cambio, ya que los tamemes eran más efectivos que las bestias, a pesar de haberse
construido caminos.

Entre mecapaleros (cargadores prehispánicos) y diableros. Una analogía etnográfica


actual con fines arqueológicos.
Por Giovanni Chávez Morales

Ancestral es la práctica del comercio en el tianguis entre los pueblos americanos. Al tianguis
normalmente concurren los mismos productores, es común encontrar entre ellos a los mismos
artesanos y fabricantes de esos productos especiales, quienes lógicamente, antes de la
introducción de medios de transporte modernos tenían que cargar sus productos únicamente
con su fuerza física. La institución del tianguis ha pervivido hasta la actualidad prácticamente
en toda América Latina. A remo y sobre chinampas y canoas transportaban en la antigüedad
estas cargas para su venta en el gran mercado de Tlatelolco. Más allá del hombre de a pie con
mecapal, la canoa y balsa fueron los principales medos de transporte prácticamente en todo
Mesoamérica.

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Los antecesores de los cargadores y mudanceros actuales fueron los mecapaleros,
también llamados tamemes o tlamemes, cargadores prehispánicos. Estos hombres se
encargaban de transportar, a distancias largas o cortas: muebles, utensilios de cocina, ropa,
mercancías en general, inclusive personas. Históricamente sabemos que estos individuos
sujetaban con un mecapal objetos embalados en grandes cajas de madera, que por 25 centavos
eran llevados a su destino, además de llevar cartas amorosas, ramos de flores y números
objetos más.
Es interesante imaginar la vida cotidiana de los mexicanos hace 100 años, cuando en
la capital había apenas 100 autos y las actividades rutinarias que hoy nos parecen tan
normales muchas veces requerían esfuerzos increíbles. Imaginemos, una mudanza hoy en día
basta con cargar las cosas en nuestro propio auto y realizar un par de viajes para completar
la tarea, o pagar a un camión especializado para transportar las cosas, pero, ¿Qué pasaba hace
100 años? ¿Qué pasaba cuando alguien que no podía pagar un carruaje, caballos o mulas
requería un servicio de este estilo? O intentemos ir más atrás en el tiempo, cuando no se
contaba con animales de carga, caminos o vehículos con ruedas. Este tipo de actividades las
realizaban los mencionados mecapaleros eran los encargados de llevar a cabo estas tareas tan
extenuantes.
Pero ¿qué es el mecapal? Es un instrumento conformado por un mecate y una faja,
que se colocaba sobre la cabeza para equilibrar y apoyar el peso de la carga, muy útil para el
trabajo pesado, como el transporte de leña, de materiales para construcción, o simplemente
alimentos y bienes materiales para su venta en el mercado. Etnográficamente se ha
documentado su uso en la Sierra Otomí-Tepehua y todavía es muy común observar a
lugareños, principalmente de la tercera edad, hacer uso de este mecanismo para desplazar
mercancía, apoyándose con la cabeza y cuello. Antonio Ríos, encargado del Museo Regional
Tepehua, ha mencionado que el mecapal data desde los tiempos prehispánicos, y que es
indispensable desde esos tiempos en el ámbito comercial actual de una gran cantidad de
personas. Algunos productos que aún se amarran directamente con el mecapal en la Sierra
Otomí-Tepehua son, entre otros: la leña, cañas o aquellos que se empacan en costales, como
tenates y trojes de madera, semillas y una gran variedad de productos.
Para la región de Oaxaca, los trabajadores de DICONSA (Programa de abasto
alimenticio del Gobierno Federal) transportan alrededor de 100 toneladas de alimentos en

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lanchas, luego los pasan a mulas, sin embargo, el dato etnográfico importante es que, cuando
no hay mulas tienen que cargar el alimento con mecapal. Así lo deja ver José Venacio, quien
vive en las faldas de la Sierra Madre Oriental y carga 35 kilos de comida en un mecapal, su
cabeza lleva todo el peso.
Estos ejemplos nos ayudan a ilustrar que aun hoy en día existen lugares a los que no
se puede acceder mediante los “modernos” medios de transporte, ya sea el caso de sierras,
pueblos en medio del desierto, ubicados a horas de las carreteras principales u otros lugares
donde los mexicanos decidieron vivir, estos grupos de personas aún dependen del mecapal
para recibir alimentos y diferentes materiales para su subsistencia, así como para el comercio
o el intercambio.

El uso del mecapal en La Piedad, Michoacán


Es de nuestro interés conocer a través de la etnografía la forma en que ha evolucionado el
oficio del antes mencionado tameme o cargador de mercancías. Actualmente en la ciudad de
La Piedad, Michoacán dicho oficio sigue existiendo con sus respectivas adecuaciones
tecnológicas y técnicas (diablitos, carretillas u otros objetos fabricados para facilitar la carga
de materiales o mercancías).
En el mercado de la ciudad y deambulando por los barrios aledaños es posible
encontrar cargadores que han logrado adaptar de forma sorprendente el antiguo mecapal para
responder a sus necesidades inmediatas. Buscando estos cargadores-mercaderes al más puro
estilo Pochteca, nos encontramos con un vendedor de pan, al cual se le pregunto por qué se
colocaba el mecapal (en su versión moderna) en el pecho y no en la frente como se muestra
en los códices de la época del contacto, a esto el comerciante respondió: “Porque no soy
menso”.
Además del dato anterior, y durante nuestra de búsqueda de un mecapal, con el fin de
llevar a cabo un experimento etnoarqueológico, nos topamos con el dato de un comerciante
de herrajes y arreos quien menciono que el uso de mecapales (fajitas) ya no existe, ahora los
cargadores enrollan un costal y lo atan a los mecates para sostener la carga sobre su pecho y
hombros, aunque hizo hincapié que anteriormente el uso de estas “fajitas” era para sostener
sobre la frente unos grandes cestos de forma cónica que eran llenados con mercancía ya fuera
perecedera o no (Figura 3).

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Figura 3 Vendedor de tostadas de La Piedad, Michoacán. Foto: Magdalena Sánchez

De acuerdo a lo anterior, buscamos en el mercado de La Piedad o en las tiendas


aledañas, y pudimos constatar que ya no llegan mecapales para su venta a la población,
desgraciadamente tampoco es posible conseguirlos ni por encargo especial, sin embargo, la
profesora investigadora del Colegio de Michoacán Magdalena García nos comentó que ha
visto albañiles ya mayores en edad cargando ladrillo y block con mecapales en la frente en
construcciones de algunas casas de la ciudad (García 2019 comunicación personal) como se
observó en la región de la sierra Otomí-Tepehua.
Los “mecapales” que los vendedores de pan y tostadas se ponen en el pecho son
adaptaciones y creaciones de ellos mismos, casi siempre de mecate y costal, amarrado o
cosido para formar la banda sobre la que descansará el peso de la canasta con mercancías.
Esto es interesante ya que podemos pensar que, a falta de la venta de estas
herramientas, los mercaderes y cargadores debieron aprender a fabricar los suyos. Es

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probable que los albañiles que han sido reportados utilizando mecapal para el transporte de
materiales provengan de comunidades cercanas donde aún sea posible conseguir mecapales
o que sean ellos mismos quienes los hayan fabricado.

El diablero como tameme actual


Al día de hoy en la ciudad de México el equivalente actual del tameme es el diablero, persona
encargada de cargar, descargar y mover mercancías asistido por un diablito. Un diablero
promedio carga entre 700 y 800 kilos de peso en su diablito en un traslado, dentro de la
central de abastos de la ciudad de México. La descarga y carga de camiones más pesada la
realizan los diableros más experimentados, o fuertes, quienes llegan a cargar hasta una
tonelada de peso en los diablitos. Pero este artefacto extraordinario no siempre fue infalible,
antes era muy común que la carga de fruta y verdura se cayera por el mal diseño de los
diablitos antiguos.
A la corta edad de 4 años, Waldo López, “el chavo”, ya andaba con un diablito
acarreando mercancía en La Merced. Cargaba cilantro, cebolla, jitomate o cualquier producto
que le pidieran. El menciona que aun en la actualidad, cuando hay fruta o verdura que no se
puede acomodar en el diablito, los cargadores llenaban un mecapal y se iban corriendo con
el peso encima. Nada de esto era muy cómodo al tratarse de kilos y kilos de cosas. El chavo
también mencionó que los diableros, normalmente, son gente que baja de la sierra en busca
de trabajo cuando hubo una mala cosecha.
Es prudente preguntarnos ahora, ¿Es el mecapal una herramienta del pasado? Ya
hemos visto que no siempre las circunstancias del terreno o la posibilidad económica nos
permiten el uso de vehículos o “tecnologías” modernas para el transporte de mercancías y
objetos diversos. Conviene ahora preguntarnos si el mecapal seguirá siendo una herramienta
que nos conecte con nuestro pasado y que nos recuerde, a través del cansancio y la fuerza
bruta, que somos personas y que ninguna tecnología, podrá sustituir al trascendental mecapal.

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La historia en los huesos. Estudio de la actividad ocupacional y el estado de salud en
Arqueología.
Por Israel D. Lara Barajas

Sabemos por las fuentes históricas que las actividades cotidianas estaban ligadas a la
organización social en cada población y relacionadas a la economía y estrato social de cada
grupo. La mayor parte de los habitantes en México Prehispánico ligaba estas actividades a
aspectos económicos, personales, familiares o comunales, tales como la pesca, siembra,
cacería y alfarería y actividades específicas como el militarismo, el comercio, la minería, etc.
Las improntas dejadas en los restos óseos, son conocidas como huellas de actividad y su
determinación nos ha permitido inferir el trabajo físico y su relación con algunas de las
ocupaciones mencionadas.
Los estudios de marcadores de estrés músculo–esquelético en Arqueología, son
relativamente nuevos y representan un aspecto importante para inferir estilos de vida y
entender mejor las poblaciones antiguas, reconstruyendo patrones de actividad especialmente
asociados a grupos de edad y sexo. A las huellas que comúnmente son halladas en los restos
óseos se les conoce como entesopatías, observables mediante la robustez de los huesos en los
sitios de inserción muscular y las lesiones causadas por la hiperactividad de músculos,
tendones y ligamentos, causando modificaciones o alteraciones del tejido esquelético como
formación de hueso nuevo (exostosis u osteofitos), facetas articulares, surcos, pocitos o
fisuras (Valenzuela, 2010).
Otras lesiones que se pueden observar en los cuerpos vertebrales son las llamadas
Hernias de Schmorl provocadas por actividades vinculadas a soportar objetos pesados sobre
la espalda o por sufrir caídas de pie o sobre los glúteos. El colapso o aplastamiento de
vértebras que también se puede observar en los restos óseos es el causado por cargar objetos
pesados ya sea sobre la cabeza o sobre la espalda (Medrano, 2006).
Tomaremos como caso de estudio un entierro localizado en la comunidad de Agua
Fría en el municipio de Peñamiller, Querétaro. Tal contexto contenía a restos óseos
correspondientes a dos individuos de sexo masculino, uno de ellos contaba con un rango de
edad al morir de 40 a 50 años y el segundo de 25 a 35 años. En ambos casos las evidencias
patológicas tales como la criba orbitalia y la hiperostosis porótica, señalan que tenían

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carencias nutricionales -de elementos esenciales como el hierro– causadas por episodios de
estrés durante su vida en las que la dieta deficiente y las constantes infecciones, acompañadas
de episodios diarreicos impedían la absorción adecuada de los nutrientes (Lara e Islas
2016:24). La presencia de padecimientos infecciosos, ocasionó la inflamación del periostio
(periostitis) como una respuesta normal del tejido a diversos agentes microbianos del medio
que habitaban estos individuos, tales como la contaminación del agua, lugares de vivienda
con mala ventilación y sobre todo la falta de medidas higiénicas. Lo anterior lo vemos
reflejado en la formación de estrías en la superficie cortical del hueso en su forma moderada,
y engrosamiento de la superficie ósea cuando el daño es crónico; característica observada en
la tibia derecha del individuo 1 (Lara e Islas 2016:25).
Debido a que las mandíbulas y los maxilares no se localizaron, salvo un fragmento
de maxilar, no fue posible determinar la pertenencia de las piezas dentales halladas. Sin
embargo, dichas piezas nos indican, gracias al desgaste de las mismas, que es resultado de
una dieta corrosiva por los materiales que, durante el procesamiento de los alimentos, se
desprendían del instrumento con el cual se procesaban; esta es una afectación común en las
poblaciones antiguas. Las caries presentes en el canino son indicadoras de una dieta rica en
carbohidratos.
Las huellas de estrés ocupacional observadas se relacionan con la práctica de diversas
actividades que requieren de un gran trabajo del sistema músculo-esquelético y que
demandaban un gran esfuerzo cotidiano como la caza, la recolección, el traslado de pesadas
cargas (con los brazos, espalda y cuello, por el uso del mecapal) y largas caminatas provocan
marcas evidentes en el tejido óseo, lo que se refleja en los sitios en donde se insertan los
músculos (Lara e Islas 2016:25).
En los huesos largos las huellas de inserción observadas fueron moderadas, gracias
al mal estado de conservación de las epífisis no fue posible valorar las afectaciones en las
articulaciones u otras partes del esqueleto como el hombro, el codo, la muñeca o la cadera
que nos permitiera establecer patrones de incidencia. Sin embargo, llama la atención una
fuerte inserción muscular en la protuberancia occipital del Individuo 1 y el aplastamiento del
cuerpo de la sexta vértebra cervical, ambos indicadores de que, en vida, el individuo sostuvo
grandes pesos sobre la espalda y cabeza; para llevar a cabo dicha actividad es posible que
recurriera al uso del mecapal (Lara e Islas 2016:26) (Figura 4 y 5).

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Figura 4 Dos cráneos con marcas de actividad en el occipital y en los procesos mastoideos. Foto: Israel D. Lara/INAH.

Figura 5 Marcas de actividad en cráneo y vértebras cervicales. Fotos: Israel D. Lara/INAH.

Aunque no se sabe cuándo se originó el uso del mecapal para el transporte de todo
tipo de bienes fue muy extendido en la época prehispánica, además, de acuerdo a las fuentes
históricas se relaciona también con el entrenamiento para ejercer el sacerdocio o la milicia,
con los dioses del comercio y las prácticas adivinatorias relacionadas con el destino de los
pochteca, así como en el sistema matemático relacionado al comercio. El mecapal o
mecapalli consiste en una banda de algodón o de ixtle – fibra de maguey -, sujeta por sus
extremos a dos cuerdas que sirven para sostener la carga. La banda protege la cabeza y el
cuello y al mismo tiempo hace que la carga se equilibre y que el peso de esta se distribuya

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por todos los músculos. Algunos productos eran atados directamente al mecapalli y otros se
empacaban en costales, tenates o trojes de madera (Morante 2009:70).

Figura 6 Uso del mecapal. Tomado de Lagunas y Hernández, 2007.

Como podemos observar en la figura 1, las alteraciones por el uso de mecapal coinciden con
las lesiones por estrés ocupacional localizadas en la vértebra cervical y en el cráneo, además,
como podemos observar, para sostener el mecapal es necesaria la abducción del brazo para
sostenerlo, este movimiento constante, también dejó marcas de actividad en el húmero
derecho, como se describió con anterioridad.

Antropología Física y Biomecánica, en el estudio de huellas de actividad ocupacional


con fines arqueológicos.
Por Magdalena Sánchez Ramírez
El estudio de marcas de estrés músculo-esquelético, producto de la actividad ocupacional en
restos óseos de poblaciones antiguas, ha sido tema de interés para la medicina y la
antropología física en varias partes del mundo (Valenzuela 2007:164). El estudio de las
lesiones en el esqueleto permite a la antropología física no sólo reconocer las probables
actividades ejercidas por los individuos en un contexto arqueológico los análisis de marcas

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de actividad cotidiana visibles en el esqueleto humano son novedosos en nuestro país y, como
muchos otros temas, tiene su origen en la medicina, sin embargo, la antropología física ha
adoptado esta línea de investigación y ha realizado importantes aportaciones.
La actividad ocupacional de cargador, machetero o estibador se registra en la historia
mexicana desde tiempos prehispánicos. En aquel tiempo las personas que desempeñaban tal
oficio eran llamados tlamemes y más tarde, en la época de la colonia, les llamaban gana panes
(Castillo 1997 apud Valenzuela 2007:178). A lo largo de su historia, los tamemes se han
caracterizado por poseer habilidades para cargar y trasladar grandes pesos, utilizando, su
propio cuerpo como herramienta de trabajo. El desarrollo de tal actividad ocupacional
implica grandes esfuerzos de la musculatura y del esqueleto de quien la realiza, sometiendo
al cuerpo al sobre uso de algunas partes corporales y su musculatura (Valenzuela 2007:178).
La vida cotidiana es prácticamente todo lo que hacemos diariamente. Es la suma de
las actividades y acciones que un grupo social realizada e implica a su vez todas las labores
que un individuo realiza de manera habitual o repetitiva. La actividad ocupacional forma
parte de la vida cotidiana y se refiere a la serie de procedimientos prácticos -que requieren
de habilidad física o destreza manual- realizados por un individuo con la finalidad de obtener
un bien para su subsistencia, ya sea para autoconsumo, intercambio, obsequio o venta a
terceros (Alfaro 2017).
La cotidianidad es definida como la organización, día tras día, de la vida individual
de los hombres y de las mujeres; la reiteración de sus acciones vitales se fija en la repetición
de cada día, en la distribución diaria del tiempo; toda organización social tiene su propia vida
cotidiana. Hombres y mujeres, sea cual sea su lugar en la escala social, participan de esa vida
diaria, repetitiva, que produce a la sociedad en su conjunto. La actividad ocupacional sería
sólo una parte de la vida cotidiana, y se refiere a la serie de procedimientos prácticos
realizados por un individuo que requieren de habilidad física o destreza manual para obtener
un bien para su subsistencia, ya sea para autoconsumo, intercambio, obsequio o ventas a
terceros (Valenzuela 2008:79).
Para realizar las diferentes actividades ocupacionales se necesita un tipo específico
de habilidades y esfuerzos; en consecuencia, en el esqueleto humano se refleja, de distintas
maneras y al cabo de muchos años, la práctica de esa actividad. Aunque el sistema esquelético
haya alcanzado su madurez, el hueso continúa remodelándose a lo largo de la vida y adapta

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sus propiedades a las demandas mecánicas ejercidas sobre él (Valenzuela 2008:80). Los
estudios bioarqueológicos se aproximan a la vida cotidiana de las poblaciones antiguas a
través del análisis de diversos indicadores arqueológicos y osteológicos entre los que se
destacan las marcas de estrés ocupacional o marcas de estrés musculo-esquelético (Alfaro
2017).
El estudio del estrés musculo-esquelético parte de la premisa que las personas realizan
diariamente múltiples actividades en las cuales se involucran diversos paquetes musculares,
sin embargo, algunas tareas pueden realizarse con una mayor frecuencia o requieren de
movimientos repetitivos o un gran esfuerzo físico. De manera que los huesos responden al
estrés de estas actividades modificando su forma, tamaño y estructura interna, por lo que
algunas de estas actividades "ocupacionales” pueden dejar un registro en el esqueleto de las
personas que las realizaban y el estudio de estas marcas dejadas por las inserciones
musculares en los huesos puede proporcionar en cierta medida información acerca de algunas
de las tareas que realizaban cotidianamente poblaciones pasadas (Alfaro 2017).
Es importante señalar que las fuerzas producidas por el cuerpo y las fuerzas que
actúan sobre él, así como las consecuentes modificaciones o deformaciones que éste sufre,
así como la permanencia en una misma postura por tiempo prolongado también puede
provocar lesiones, a este tipo de respuesta en el hueso se conoce como marcas de ocupación
(Valenzuela 2007:178).

Etnoarqueología experimental Vs Cargadores prehispánicos.


La biomecánica estudia la física del movimiento humano, en el que se integran las fuerzas
producidas por el cuerpo y las fuerzas que actúan sobre él, así como las consecuentes
modificaciones o deformaciones que éste sufre. En nuestro país son pocos los estudios
enfocados en biomecánica y los cuales han dado buenos resultados, que en este trabajo
adquieren importancia al intentar vincular un esqueleto directamente con el oficio de
cargador a partir de los datos antropofisicos, etnográficos, biomecánicos y de
experimentación.
Uno de los primeros ejemplos lo encontramos en la realización de un estudio
biomecánico de la actividad de machetero o estibador con técnicas de análisis de movimiento
humano para conocer la actividad muscular y rangos de movimiento en las diferentes

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articulaciones involucradas y las componentes de la fuerza de reacción que el sujeto ejerce
en las marcas del esqueleto número 2 de la Colección Osteológica San Nicolás Tolentino. La
información etnográfica y osteológica reveló que el individuo en cuestión pertenecía a una
clase económica baja, ya que, por lo general, las personas que se dedican a este tipo de
ocupación provienen de las provincias de la república y carecen de estudios, por lo que
laborar en un mercado o central de abastos como machetero es una alternativa, ya que el
oficio no requiere de preparación, sólo habilidad y fuerza (Valenzuela 2007:182).
El segundo caso se presentó en los antiguos cazadores-recolectores-pescadores
californianos, donde se observó una tendencia general hacia el incremento de la robustez
muscular de extremidades superiores en relación a la edad, debido a que, con el avance de
los años, los sujetos se exponen a mayor esfuerzo físico a medida que van creciendo sus
responsabilidades dentro del grupo social. Sobresalen también en los restos óseos una
marcada robustez de inserciones en huesos de pies y la presencia por ejemplo de espolones
calcáneos. Alteraciones relacionadas con las largas caminatas por terrenos arenosos de la
playa y los duros suelos escarpados de la serranía. Baegert hace referencia que los nativos
recorrían diariamente alrededor de 35km entre la sierra y la costa, e incluso podían hacer un
recorrido de 9 horas en tan solo 5 horas o caminar una jornada de 20 horas para regresar al
campamento sin apenas muestras de cansancio (Alfaro 2017), y en muchas de las ocasiones
ya con el producto de la caza, la recolección y la pesca a cuestas.

Jugándole al “Tameme”. Experimentación sobre las implicaciones de la carga.


Nuestro experimento está conformado por tres sujetos de prueba, una distancia de 200 mts y
un peso aproximado a los 20 kilogramos. El assamblage lo compone un cesto –también
llamado chiquihuite o Kiaguil-, un lazo de ixtle y una pieza de manta cuadrangular que funge
como mecapal (Figura 7).
El sujeto de prueba 01 (Giovanni), comento que el esfuerzo al sostener el cesto, lo
sentía directamente sobre el cuello. Mientras que en la espalda no parecía apreciarse esfuerzo.
Sin embargo, al ser el primer sujeto pudimos comprobar que mientras más pegado al cuerpo
se encuentre el cesto con la carga, se parecía mejoras con respecto al esfuerzo en la misma.
Probamos cambiando el lazo de unión entre mecapal y cesto en tres alturas diferentes: (1)
colocando el lazo en la parte superior del cesto pegado al borde, (2) en la parte baja del cesto,

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casi en límite con el fondo y (3) con el lazo exactamente a la mitad del cesto. El sujeto de
prueba, aseguro que era mejor en la parte media pues el peso se sentía menos (Figura 8).

Figura 7 Assamblage del cargador moderno. Foto: Magdalena Sánchez.

Figura 8 Sujeto de prueba 1. Prueba de cercanía del canasto al cuerpo. Foto: Magdalena Sánchez.

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El sujeto de prueba 02 (Eduardo), hizo un recorrido de 200 mts con el cesto cargado
con 20 kilogramos, sobre una ligera pendiente con un recorrido de 2´23” en total, es decir
que si tuviera que recorrer un kilómetro le llevaría cerca de 12 minutos. A lo que comento
que podría recorrer esa cantidad sin problema bajo condiciones ambientales favorables (otra
hora del día). Durante la prueba del sujeto notamos que la tensión y esfuerzo para llevar la
carga se sigue presentando en el cuello y con menos fuerza en la espalada. Mientras que a
más inclinación del cuerpo menor tención en el cuello y un poco más la espalda (Figura 9).

Figura 9 Sujeto de prueba 2. Prueba de inclinación del cuerpo. Foto: Magdalena Sánchez.

El sujeto de prueba 03 (Israel), hizo un recorrido de 100 mts con el cesto cargado con
20 kilogramos, sobre una ligera pendiente con un recorrido de 1´45” en total, es decir que si
tuviera que recorrer un kilómetro le llevaría cerca de 15 minutos. EL sujeto coincidió con los
anteriores con respecto a que la tensión del peso se siente en la parte del cuello. Y mientras
más inclinación del cuerpo menor tensión y esfuerzo.

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Figura 10Sujeto de prueba 3. Pruebas de la relación entre la altura e inclinación del individuo y el peso de la carga. Foto:
Magdalena Sánchez.

Comentarios finales.
Desde la perspectiva arqueológica, los materiales como la cerámica, la lítica y los restos
óseos puedes brindar mucha información para entender a una sociedad. Los huesos humanos,
son en un sentido amplio, el testigo más fiel de la vida en el pasado, en ellos se concentra
mucha de la información que nos es útil para la reconstrucción de la vida en el pasado.
A lo largo del texto se han expuesto diversos temas asociados al oficio del tlameme,
se abarcó su historia, una visión etnográfica del cargador, las evidencias arqueológicas de
éstos personajes y hemos expuesto un pequeño, pero significativo experimento con respecto
a los marcadores de carga y esfuerzo, los cales nos hablan de lo que implicaba ser tlameme.
Todo lo anterior ha tenido una finalidad muy clara, establecer un puente entre lo que
sabemos de estos personajes: su actividad cotidiana y su contrastación con algunos
ejemplares óseos del centro INAH Querétaro, cuyas marcas de actividad, hemos asociado
con los cargadores prehispánicos que pasaron por dicha entidad durante la época
prehispánica.

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Los resultados expuestos en el presente texto han permitido referir los restos óseos al
oficio de cargador desde tiempos Preclásicos, pues así lo dejan ver las dataciones de los
mismos. Por lo tanto, podemos considerar que este tipo de actividad estuvo presente en las
sociedades mesoamericanas desde mucho tiempo atrás, como se observa en las figurillas que
los representaron en Chupícuaro, Guanajuato.
Las marcas de actividad presentes en la colección ósea y los marcadores que nosotros
hemos identificado a partir del experimento permiten sustentar que los individuos en cuestión
eran cargadores. Además, el experimento ha mostrado el tipo de cargas y pesos que los
sujetos pueden cargar durante un tiempo o distancia. Lo anterior permite establecer valores
prudentes en cuanto a este tipo de actividades en donde los factores de tipo ambiental juegan
un papel importante en su devenir.
De la misma manera el trabajo nos ha permitido entender el proceso de evolución,
adaptación y transformación del oficio a lo largo del tiempo. De este modo de cargadores de
productos o mercancías, pasamos a comerciantes e incluso militares y espias, llegando a
cargadores de mercancías en mercados y vendedores de productos, donde el assamblage
dedicado a esta actividad se ha visto modificado y adaptado de acuerdo a las necesidades
propias de cada individuo.
Todo lo anterior, nos lleva a entender que de lo prehispánico queda muy poco y que
no es lo mismo el mecapal para construcción, que el que se usa para vender pan o tostadas,
ni la forma de colocárselo es la misma. A pesar de lo anterior, este trabajo nos deja claro que
las analogías y los estudios etnoarqueológicos interdisciplinarios y diacrónicos son una
excelente posibilidad para responder a preguntas de orden interpretativo, planteadas desde la
arqueología

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