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Serafin de Sarov

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(Todo ojo, todo rostro)

Ser “todo ojo”. Esta expresión resume el ideal de santidad al que


tendía, a pesar de su ceguera, uno de los Padres del desierto del siglo V,
el Abba Bessarion. Evidentemente no hablaba de sus ojos corporales2.
A menudo se asocia la vista a la inteligencia surgiendo así
múltiples analogías, entre el ver de los ojos y el entender de la
inteligencia. Hablamos de la mirada interior para señalar un
pensamiento profundo y una meditación prolongada que ‘ve’, que
comprende. Nos referimos también al entendimiento como a una
capacidad de ‘develar’ lo inteligible, de ‘sacar a luz’ lo que permanecía
en la oscuridad. La lista podría ser infinita. A veces la analogía parece
retroceder y llegamos a pensar en la univocidad. Engaño de la
familiaridad.
La vista es una maravilla. Uno abre sus párpados y todo está allí
con su abrumadora evidencia. Allí están los paisajes, los rostros, las
fotografías, las películas, los escritos, el sol, los colores, los matices. Si
reflexionamos sobre la vista en profundidad no podemos salir de nuestro
asombro.
La inteligencia es una maravilla. Pero generalmente alcanza su
objeto con mayores dificultades. Naturalmente es curiosa y lo busca.
Basta contemplar a un niño pequeño y sus obstinadas demandas del por
qué y del porqué del por qué y del porqué del porqué del por qué.
¿Cómo sería nuestra existencia si a la inteligencia le ocurriera lo
mismo que a la vista? ¿Si diéramos, con sólo dirigirnos a ellos, con todos
los significados? Mirar con los ojos interiores y que estén allí los
sentidos de las cosas. El sentido de un gesto, de la expresión de un
rostro, de una mirada, de una situación, de una alternativa, de una
lectura, del girar del sol, de las razones que subyacen al dinamismo de
lo real, de nuestro paso por la historia con todo y sus demandas.
Es conocida una oración de Laudes que dice así: “Visum fovendo
contigat ne vanitates hauriat” (“Que -Dios- proteja la vista agudizándola
para que no absorba vanidades”). Aquí ‘vista’ se asimila a inteligencia y
se pide que Dios la ‘proteja’ ‘agudizándola’. Esta afirmación no es de

1 Este texto corresponde también al capítulo del mismo nombre de Marisa Mosto
Quereme así piantado. Notas filosóficas para el hombre de nuestro tiempo, Bs. As. Areté,
2000, pp. 100-108
2 El ideal del Abba Bessarion, relacionado con la espiritualidad de la iconografía, es

desarrollado en la obra de Michel Quenot, El icono, Bilbao, D.D.B., 1990, pp. 192-195
ningún modo un juego de ideas. Proteger a la inteligencia nunca podría
ser taparle los ojos. Si fuera así la estaríamos protegiendo de su propio
acto, en definitiva, de sí misma. Lograríamos inutilizarla, anularla.
Proteger a la inteligencia es más bien resguardarla de los males que
pudieran desviarla de su tendencia natural al sentido. Evitar que
confunda la verdad con la mentira, que caiga en el error, que quede
atascada fuera de su objeto. La única manera de lograr esta ayuda es
haciéndola fuerte en lo suyo, agudizándola, para que sea eficaz en su
contacto con lo real.
Por otro lado, es conmovedora la confianza del que así ora, en
poder sumergirse dentro de un mar de profundidades si logra esquivar
la vanidad, su confianza en un orden de sentido. Así como confía en ver
su paisaje cotidiano con sólo abrir los ojos, del mismo modo el que ora
pide que la inteligencia alcance lo que busca, que la vanidad -la
parcialidad, las distorsiones, las proyecciones, en definitiva, el error, la
mentira- no le impidan el acceso a lo que de veras es.
Lograr una transfiguración interior por la comprensión de las
coordenadas de lo real es verdaderamente un camino de santidad.

II

Decía Pascal que “el corazón tiene razones que la razón no conoce”3
(2). Esta sentencia es quizás su pensamiento más conocido. Tanto es
así que parece haber atravesado los siglos independizándose de su
autor. Pensamos que algo del ‘corazón’ de Pascal se relaciona con los
‘ojos interiores’ del Abba Bessarion. La mirada del corazón es más fina
y aguda que la de la razón racionalista que Pascal tuvo oportunidad de
contemplar en su génesis histórica. Gustaba distinguir también entre
el espíritu geométrico y el espíritu de finura4. De este modo, el ver del
corazón no es en absoluto ciego o irracional, sino sutil y dispuesto a los
matices y las profundidades, mientras que la razón tiende a la síntesis
y la cuantificación. Para decirlo de otra manera, la distinción de Pascal
apunta al modo como se dirige la mirada del hombre a lo real más que
al ‘órgano’ con que lo haga, pues el instrumento dependerá del objeto de
su propósito.
***

Mirar desde el corazón es situarnos frente al mundo a partir de


una actitud que implica múltiples consecuencias. Por lo pronto nos
viene a la mente una de ellas de forma inmediata: la vulnerabilidad.
Tener el corazón abierto, invitando a los sentidos a penetrarlo es
ser absolutamente vulnerable. Esto por varias razones. Podemos ser

3 Pensamientos, Bs. As. Hyspamerica, 1984, nro. 477, p. 162


4 Pensamientos, nro. 21, p. 30
heridos por lo real no sólo porque puedan presentársenos situaciones
dolorosas en la calle, en familia, con amigos o a través de los medios
(imposible empatizar con la totalidad de lo que éstos nos transmiten sin
enloquecer), sino también ser heridos en el modo propio en que la
inteligencia puede serlo: no llegar a entender; ser capaz de una docilidad
muy grande y, sin embargo, no terminar de entender.
‘No entiendo’ equivale a ‘soy limitado’ a ‘escapa a mis
posibilidades’. Esta debilidad unida a una herida está presente en
múltiples figuras sobre la relación del hombre con el misterio. Desde
aquellas aves nocturnas que no soportaban la claridad del día, en las
que Aristóteles veía simbolizada la sabiduría del hombre, hasta las
manos que cubren el rostro de Pedro, Santiago y Juan en las
representaciones de la Transfiguración de Jesús en el monte en los
iconos bizantinos y rusos, ha estado siempre presente la pequeñez de la
naturaleza humana frente a la densa luminosidad ontológica de lo real.
El iluminismo no confió en aquel ‘no temáis’ con que solía
presentarse el ángel. Prefirió, como dicen T. W. Adorno y M. Horkheimer
en su famosa Dialéctica del Iluminismo, “quitar el miedo a los hombres y
convertirlos en amos”5. El escudo con que intentó proteger la
vulnerabilidad de la naturaleza cerró los ojos de la intuición en lugar de
agudizarlos, a la vez que le otorgó carácter plenipotenciario a la razón
en sus relaciones de dominio con el mundo. Pero entre aquel marinero
de Locke, a quien le basta conocer la longitud del cordel de la sonda
para no atascar su nave y al que le son indiferentes las profundidades
del océano, la ‘revolución copernicana’ de Kant, la tropa de utilidad
común que constituye el género humano según Hegel 6 y el hombre sin
rostro de Foucault7 hay una perfecta continuidad.
Pretender al hombre invulnerable sin quitarle una dimensión
esencial de su humanidad, punto de partida para la gestación de su
rostro personalísimo, fue un gran error del Iluminismo que hoy pagamos
con creces mediante la estandarización y el vacío de la vida
contemporánea
***

Edith Stein sostiene en Ser finito y ser Eterno que lo mejor a lo que
podemos aspirar es al logro de la unidad de la propia vida8, que el
pensamiento, las preferencias afectivas y las obras pudieran plasmarse
con una misma forma. Que lo que pienso de algo o alguien estuviera en
conformidad con mis amores y acciones.
Conocer desde el corazón, en profundidad, parar y ver al otro,
ayuda a la unidad de la vida. Ir con proyectos, deslizándonos sobre la
superficie de los acontecimientos, contribuye a la división. La velocidad,

5 Bs. As., Sudamericana, 1987, p. 15


6 Fenomenología del Espíritu, Méjico, F.C.E., 1985, p. 331
7 Las palabras y las cosas, Méjico, S. XXI, 1985, p. 373 y ss.
8 Essere finito e Essere eterno, Roma, Città Nouva, 1988, p. 414
el primado de la eficiencia, la competencia, desordenan los afectos. Lo
más valioso pasa a tercero, cuarto, último lugar e insensiblemente
comenzamos a trabajar en contra de nuestros intereses más profundos.
No es raro sorprendernos afirmando verdades de Perogrullo como que el
afán del político debería ser el bien social, el del padre sus hijos, el del
médico la salud; en fin, todos los esfuerzos deberían tender como meta
a las personas y a la propia persona. Lo sabemos, ¿lo amamos?,
¿obramos en consecuencia? Es difícil lograr la unidad de la vida en un
sistema que está construido sobre la mentira de la primacía de lo
económico, peor aún, del mercado.
Quizás por eso el Abba Bessarion lo haya podido lograr sólo en el
desierto, paradigmatico lugar que nos revela nuestra total indigencia.
“Hay que orar, decía Edith Stein frente a la eminencia de lo que
más tarde sería su destino final en Auschwitz, por los muchos que han
de soportar más duras desgracias que yo y no están anclados en lo
eterno.”9 Ella había logrado dirigirse al mundo desde una sabiduría que
incluía su inmortalidad personal de un modo absolutamente encarnado,
confío sin reparos, luego de un largo camino espiritual, en aquel ‘no
temáis’ del ángel, aún en medio de las sospechas acerca de la
degradación y aniquilación que sufriría en el campo. Este es un ejemplo
extremo de la unión íntima que pueden desarrollar los pensamientos y
la afectividad configurando la plenitud de un rostro personal. Pero hay
moradas intermedias. Una mirada sabia, desestructura un sistema falso
y reordena los afectos logrando una armonía nueva. Lo valioso tiene un
peso específico y puede motivar un tono propio en la escala natural del
amor humano.
Suele confundirse el corazón con el ámbito de la irracionalidad, sin
embargo, habría que relacionarlo más bien con la ‘empatía’, la
‘intuición’, la ‘finura’. Quizás la confusión proviene del hecho de que
toda aprehensión fina y profunda, tiene aspectos que no permiten
encerrarla en la exigencia de claridad y distinción a que estamos
acostumbrados desde Descartes para el terreno de las ideas. Pero eso
no nos autoriza a hablar de irracionalidad. Más aún, sería una
contradicción pretender situarnos del lado del objeto que no terminamos
de definir, para diagnosticar su irracionalidad. Este último juego no es
más que un guiño cómplice al zorro que no le gustaban las uvas de la
fábula de Esopo.

9Cfr. Theresia a Matre Dei, Edith Stein. En busca de Dios., Navarra, Verbo divino, 1987,
p. 250-251
III

“Pero es tan difícil imaginarse a Nietzsche sentado hasta las cinco


en la mesa de una oficina en cuya antesala la secretaria atiende el
teléfono como jugando al golf cumplido el trabajo del día.”
T.W.Adorno 10

Hay un cuento de Julio Cortázar titulado El perseguidor11, donde giran


estos conceptos de vulnerabilidad, finitud, perspectiva por un lado y
dominio, ‘racionalidad’ y ubicación artificial, por el otro. Llaman la
atención la citas que encabezan el cuento: Se fiel hasta el final
(Apocalipsis, 2 ,10); O make me a mask (Dylan Thomas). Verdadero
rostro o dominio sobre un rostro falso. En las dos sentencias están
tejidas todas las hebras de las dos actitudes. Podríamos meditarlas
durante un tiempo sin medida y seguiríamos sacando conclusiones para
nuestra sorpresa.
Una distinción similar encontramos en Nietzsche cuando en el Gay
Saber 12 opone el especialista a quien él llama el literato en el ámbito de
la cultura. El especialista que aborda sus temas con gran pasión genera,
sostiene Nietzsche, una joroba. La joroba simboliza un alma que se
inclina, que se curva, que se entrega a lo que busca, que es fiel hasta el
final. El literato es el parásito de la cultura, “que carece, en efecto de
joroba, si no contamos con la que hace delante de nosotros, como
dependiente de la mercería del espíritu”. El literato se construye una
máscara sobre la ausencia de un verdadero rostro.
Bruno, en el cuento, tiene algo de ese literato. Crítico de jazz, vida
ordenada, prestigio y biógrafo -vive de la vida- de Johnny, nuestro
músico y perseguidor especialista.
Johnny padece el ansia de un encuentro, la búsqueda como lo
llama él, de un tiempo verdadero. Escarba desesperadamente en las
duras estructuras que el hombre ha construido para hallar tras los
escombros la verdadera realidad. Desfondar a patadas la puerta que la
oculta. Hasta la muerte, hasta el final, su agonía física es la lucha por
conseguirlo. La música es una excusa, un camino a lo real. “Johnny
necesitaba en ese instante tocar el suelo con su piel, atarse a la tierra
de la que su música era una confirmación y no una fuga”. La miseria de
Bruno se ve aumentada al mismo tiempo en que reconoce la legitimidad
de la búsqueda de su amigo: “Johnny no se mueve en un mundo de
abstracciones como nosotros, por eso su música es admirable” […] “Me
ha empezado a inquietar la cara de Johnny, su excitación. Cada vez
resulta más difícil hacerlo hablar de jazz, de sus recuerdos, de sus

10 Minima moralia, Madrid, Taurus, 1987, p. 130


11 Cuentos Completos, Bs. As., Alfaguara, 1994, vol I, p. 225 y ss.
12 Cfr. La gaya ciencia, Bs.As., El Ateneo, 2001, parágrafo 366
planes, traerlo a la realidad. (A la realidad; apenas lo escribo me da asco.
Johnny tiene razón, la realidad no puede ser esto, no es posible que ser
crítico de jazz sea la realidad, porque entonces hay alguien que nos está
tomando el pelo. Pero al mismo tiempo a Johnny no se le puede seguir
así la corriente porque vamos a acabar todos locos).” […] “Y a lo mejor
es por eso que Johnny me toca la cara con los dedos y me hace sentir
tan infeliz, tan transparente, tan poca cosa con mi buena salud, mi casa,
mi mujer, mi prestigio. Mi prestigio, sobre todo. Sobre todo, mi
prestigio.” […] “Johnny es un hombre entre los ángeles”.
La verdadera humanidad desesperada de Johnny toca el rostro de
Bruno y pone en evidencia su transparencia, el vacío que bordea la
figura. En verdad Johnny buscaba la luz, la claridad, pero lo hacía
situado desde una perspectiva que difícilmente le permitiría hallarla. Lo
que conmueve es la fidelidad a sus preguntas frente al conformismo y al
dominio de las respuestas establecidas por el sistema de Bruno.
Cuando Hegel describió el camino evolutivo de la Razón se
preocupó por dejar en claro como escalones firmes al escepticismo y el
estoicismo13. Grandes escudos que ‘protegen’ gnoseológica y
afectivamente el alma humana. Bruno tiene todo bajo control. Surge una
pasión que se le escapa y espontáneamente tiende a aplastarla. Pero
siente pena y envidia a la vez por el vulnerable Johnny. No ignora bajo
una tenue claridad que lo genuinamente humano se encuentra en otra
parte, en esa región que Johnny quiere habitar a las patadas, necesita
habitar sin saber cómo.

***

“A mi entender cualquier buena lectura paga una deuda de amor”


George Steiner14

“La semiótica estructuralista y la deconstrucción son expresiones


de una cultura y una sociedad que «se lo toman con calma» […] el
embarazo que sentimos al dar testimonio de lo poético, de la entrada en
nuestras vidas del misterio de la otredad en el arte y en la música, es
metafísico religioso.” […] “No pertenezco a la compañía citada más
arriba. Sin embargo, el intento de testimonio debe realizarse y hay que
incurrir en el ridículo. ¿Para qué otra cosa estamos hablando?”15
Una obra plasmada desde el corazón no puede ser disecada
‘racionalmente’ por el que la contempla sin que pierda su luminosidad
particular. Sólo llega a ella quien le abre a su vez el corazón, corriendo
el riesgo de ser invadido, de no poder ‘tomárselo estoicamente con
13 Hegel, Fenomenología del Espíritu, p. 121 y ss.
14 En diálogo con Ramin Jahanbegloo, Madrid, Anaya, 1994, p. 89
15 George Steiner, Presencias reales, Barcelona, Destino, 1991, p.218
calma’, de que lo hagan salir de la esfera del dominio a la del ser en sí.
La capacidad de recepción de lo otro es síntoma de crecimiento en lo
humano y es condición de ese crecimiento. En definitiva, es lo otro en
nosotros lo que consigue desestructurar y reordenar nuestros contornos
naturales. Al recibir al otro pagamos una deuda de amor, pero es la
entrega amorosa del otro la que causa la propia transfiguración.
Esa deuda es la que quería pagar el Abba Bessarion mediante la
lectura que hicieran sus ojos interiores del amor de Dios en la creación.
Ser todo ojos para ese amor, todo luz, todo rostro humano.

IV

“-Vuestro rostro se ha vuelto más luminoso que el sol. Me


duelen los ojos...
El padre Serafín dice:
- No tengáis miedo, amigo de Dios. También vos os habéis vuelto
tan luminoso como yo. Estáis en este momento en la plenitud
del Espíritu Santo, de otra manera no habrías podido verme.”
(Del relato de la transfiguración del padre Serafín de Sarov)16

***

16 Michel Quenot, El icono, p. 194

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