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DON SERAFÍN

Don Serafín vestía siempre un saco marrón y un sombrero negro, le repugnaba no estar afeitado ni
bien peinado, el no calzaba zapatos, sino zapatos brillosos (odiaba el polvillo). Él era un clásico
agente de policía, siempre vivió sólo e imbuido en los casos que la federal le proponía porque
cuando tomaba un caso se metía en él hasta tal punto que le quitaba horas de sueño. De aquí que
no tuvo esposa e hijos, y los días se fueron pasando y el continuaba en su trabajo.
Esa mañana se levantó, se asomó por la ventana y vio que el día era triste, llovía, hacía
mucho frío, y no había indicios que la tormenta desapareciese. Como era día de franco resolvió ir a
desayunar a un bar- café que se encontraba cerca de su casa, allí siempre lo esperaba un hombre
de edad avanzada, Pilo le apodaban.
Don Serafín cargó con su paraguas y salió al porge. Cuando bajaba las escaleras vio del lado
de afuera de su jardín a una mujer, grande en edad, que intentaba abrir su paraguas pero al parecer
no podía. El detective con la formalidad que lo caracterizaba, le dijo:
-Disculpe, permítame que le ayude. La mujer le dio su paraguas y una vez que Don Serafín lo abrió,
muy agradecida siguió su camino, que por lo visto no vivía más allá de unas casas.
El detective, continuó por la vereda hacia donde lo esperaba su desayuno. Hasta mientras se ponía
a pensar, muchas veces le sucedía esto y se iba en pensamientos e imaginaciones. Quienes lo
conocían se enojaban con él porque preguntaba cosas que ya se habían hablado y asentía pero no
escuchaba. El detective volvió en sí, ya estaba frente a esos vidriales amplios, desde adentro Pilo le
extendía los brazos.
El negocio consistía en una construcción amplia, delicadamente decorada, había allí lámparas que
cuelgan de los techos en forma de arañas, pero no de bronce sino con aspas de ciervo, cuyos focos
emitían luz amarilla (en ese tiempo no existían bombitas de lo que hoy se llama “luz de hospital”);
también ruedas de sulqui amuradas a las paredes en cuyos barrales se encastraban sobre
herraduras botellas de vino; una barra de cedro con firuletes bien trabajados; todo un piso de
parqués con madera de pinotea; y cuadros, cuadros y cuadros, algunos, con imágenes de la época
en que la ciudad se estaba formando, otros de un pintor argentino que Pilo apreciaba mucho: Molina
Campos. Junto al anciano trabajaba un joven mozo, lo cual era necesario porque el dueño debido a
su edad no hubiera podido con el negocio.
El lugar era poco recurrido, sea porque estaba en un barrio veterano, distante del centro, sea porque
otros negocios tenían mayor difusión, en fin, el anciano era feliz con sus clientes ya fijos y no
aspiraba a más.
Don Serafín apreciaba mucho a Pilo, le gustaba escucharlo por los dichos populares o los consejos
que cada tanto solía decir y por su constante alegría.
El detective entró en el local, se dirigió a su mesa, ubicada en un rincón. Le gustaba ese lugar porque
era distante de los demás, con mirada hacia la calle, y nadie sentado a sus espaldas. Entonces se
acercó Pilo lo saludó y le dijo:
-Aquí tiene su diario, en unos momentos ya le traen su desayuno.
Serafín, respondió:
-Agradecido Don Pilo, que parece como anda Racing en la tabla.
Pero el anciano ignoró con una sonrisa volviendo al mostrador.
En la tapa del diario se leía: “Se trata en el Congreso la ley de divorcio”, el detective se puso a pensar.
Estaba un tanto resentido con el gobierno actual, y siendo que no entendía mucho de política no le
gustaba la actitud de los gobernantes: introducían en el país ideas que no eran acordes al pensar
tradicional. Para colmo en la ciudad se corría un comentario que el presidente actual había apoyado
a los guerrilleros cuando estos quisieron tomar ciertas ciudades del país.
Don Serafín volvió en sí, atraído por el piano que había en la sala, pegado a la pared porque un niño
estaba tocando una canción que a él le resultaba conocida. El detective traía a la memoria, con cierta
emoción, un recuerdo de su infancia cuando su madre tocaba este instrumento. Ella más de una vez
había intentado introducir a su hijo en el mundo de la música pero fue inútil porque él terminó
dentro del mundo federal. Don Serafín no tenía paciencia para practicar, practicar y practicar.
Los pocos clientes que había en el negocio, atraídos por la habilidad del niño, se acercaban a
observarlo. Terminó “für elise” con ese final triste, y el chiquillo sonrojado se dirigió a donde estaba
su abuela mientras todos le observaban.
Don Serafín cayó en la cuenta que Pilo todavía no le traía su café y esto no era normal pues el
cuidaba mucho la puntualidad. Entonces para acortar la espera pidió permiso al mozo de pasar a la
zona de los baños. Esto era detrás de la sala donde se encontraban los clientes: por una puerta se
iba a los baños, por la otra a la cocina, y todo esto estaba separado de los clientes por una pared
que impedía la visión de un lado al otro.
Cuando Don Serafín entra al baño su rostro se cubre de espanto, queda sin movimientos, no
entiende nada, ¿en qué momento sucedió?, siente cierta impotencia, una angustia le inunda por
dentro. Pilo estaba en el suelo, le habían disparado. El detective intentaba revivirlo pero era inútil,
la hemorragia era grande y ya no respiraba. Entonces llama inmediatamente a un amigo de la
federal para que le mande refuerzos y luego pide al mozo que cierre el negocio. Cuando va hacía la
cocina la puerta que da a un patio interno estaba abierta. Unas huellas marcaban el césped y se
dirigían al otro lado del tapial que linda con el vecino. Evidentemente el crimen ocurrió cuando el
niño tocaba el piano, el asesino aprovechó ese momento en que todos estaban distraídos.
Aunque el veía mayor probabilidad que el asesino hubiese escapado interroga a todos los que
estaban en el negocio, pero no tenían aire de sospechosos: había dos banqueros, hombres
avanzados en edad gerentes de un banco cuya reputación no la tirarían por la borda por una
pequeñez, una pareja de novios en cuyo mundo no existía algo ajeno a ellos, un joven universitario
cuyo aspecto era todo lo contrario al de aquellos jóvenes que Serafín había atrapado en sus años de
servicio, y la anciana con el niño que casualmente era su vecina del paraguas.
El detective deja ir a todos y sale al patio interno, mira hacia el otro lado del tapial, es imposible
haber entrado por allí por la altura de la pared. Luego va al césped y mira fijamente las huellas, eran
de un pie mediano y angosto, parecían de una mujer, Done Serafín permanece unos minutos en esa
posición. Entonces, comprende y velozmente corre hacia calle cuando se está deteniendo el auto
de la patrulla:
-Vizcarra, sube al auto- dice el detective en tono imperativo. Y ambos marchan hacia un lugar que
parecía tener la solución.
El día ya estaba cerca del crepúsculo, continuaba lloviendo. Los policías llegan a una casa, que tiene
aspecto de estar abandonada, su jardín parece que hacía meses no se trabajaba, sus paredes de
madera estaban descascaradas en distintas partes del frente color blanco, de la pérgola oxidada
colgaba una enredadera seca. Don Serafín sube las escaleras y llega a una puerta de madera que
acompaña al frente en su color, como nadie atiende decide derribarla. Del lado de adentro se
escuchan sollozos de un niño y los policías van hasta allí, era el niño que tocaba el piano en lo de
Pilo y sobre su cabeza su abuela estaba muerta, se había horcado.
Don Serafín, dijo fríamente a su compañero:
-Saca al niño de aquí.
Era evidente que ella había matado a Pilo: a sus pies había dejado el arma como queriendo indicar
que ella lo mató.
Vizcarra se acercó Don Serafín luego de haber sacado al niño de aquella habitación y le mostró un
papel, diciendo:
-En la campera del niño estaba esto.
-¿Qué significa eso?, Vizcarra- preguntó el detective.
- Es alemán, quiere decir, “muero en paz”. Valla a descansar Serafín ya veremos cómo termina esto-
aconsejó el oficial- y Don Serafín asintió.
Esa noche el detective, cansado por el día, decidió no cenar y en reemplazo preparó un pequeño
trago de café, el mucho café le quitaba el sueño y observaba por la ventana, seguía lloviendo pero
ahora el viento había cambiado de dirección, parecía que iba a mejorar.
Postrado en su cama pensaba en el pobre anciano Pilo, también en la señora que lo había matado
y si en verdad no había podido abrir su paraguas en la mañana, en el niño ¿qué consecuencias le
traerían las acciones de su abuela?, en la habilidad de músico que poseía. Recordaba también el
pasado, cuando su madre tocaba “Für elise”, y le había explicado la obra, la historia que había detrás.
Resultó ser que Bethoveen se había enamorado de una mujer, al parecer la amaba mucho, pero
había un pequeño obstáculo ella era de familia adinerada y él era pobre. En esa época no había
posibilidad que un miembro de familia pudiente se uniera al de una familia de clase media o baja
pues era una deshonra. Bethooven quedó sumergido en tanta angustia que lo llevó a escribir esta
obra. Con los re sostenidos intercalados por el mi significaba el adiós de nunca más volver a ver a su
querida y es sobre lo que una y otra vez vuelve incansablemente. Luego le ataca esa tristeza con
mezcla de ira que lo lleva a trazar esos renglones que admiraron a los clientes en el bar cuando el
niño tocaba, finalmente, el final con el “la” en las tres octavas al unísono que expresan la
desesperación y cierta muerte interior.
A todo esto, Don Serafín se preguntó si la muerte de Pilo no se debió a ciertos hechos del pasado
que esta mujer guardaba contra él. El detective volvió en sí, el sol asomaba sobre la ciudad y
anunciaba un día agradable. Eran los albores del día.

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