Vous êtes sur la page 1sur 15

IMPLEMENTACIÓN DE MODELOS DE SEGURIDAD CIUDADANA CON

FUNDAMENTO EN LA REINSERCIÓN SOCIAL DE LAS


PERSONAS PRIVADAS DE LIBERTAD

RESUMEN
El contenido desarrollado sobre la implementación de modelos de
seguridad ciudadana con fundamento en la reinserción social de las
personas privadas de libertad, obedece a la preocupación existente sobre las
debilidades presentes en Venezuela en cuanto a las políticas inherentes
aplicadas en los últimos años. La actual política criminal sólo es susceptible
de una cabal comprensión si se asume la tesis de que se ha entrado en una
dinámica que tiende a superar, el hasta hace poco indiscutido, modelo penal
garantista y a sustituirlo por otro inherente al modelo penal de la seguridad
ciudadana. En ese movimiento, otros modelos penales disponibles, como el
resocializador o el de la justicia reparadora, han dejado de ser consideradas
alternativas dignas de consideración. En tal sentido, se trata de demostrar
cómo ese cambio de modelo tiene su sustento en las profundas
transformaciones espontáneas o inducidas de las actitudes sociales hacia la
delincuencia y en su acrítica acogida por relevantes agentes sociales con
capacidad para transformar la política criminal mediante una serie de
propuestas estratégicas para contrarrestar una deriva político-criminal que,
más allá de su nada convincente trasfondo ideológico, permite augurar todo
tipo de efectos negativos a medio y largo plazo en el abordaje de la
prevención de la delincuencia.

Palabras Claves: Modelos de seguridad ciudadana, Reinserción social.

Introducción

Resulta inaplazable llevar a cabo una cuidadosa caracterización de los


agentes sociales que están impulsando la vigente orientación de la seguridad
ciudadana, y de cuáles son sus intereses y motivaciones determinantes.
También conviene ser conscientes de las escasas aportaciones que el
pensamiento garantista convencional, atrapado en actitudes principialistas,
viene realizando a la acomodación de la intervención penal a los nuevos
problemas y necesidades sociales.
Ya no pueden ignorarse las crecientes corrientes doctrinales que han
optado por una contemporización con las nuevas propuestas ligadas al

1
modelo de la seguridad ciudadana, a las que están comenzando a dotar de la
cobertura ideológica necesaria para su acreditación científico-social.
Pues bien, el objeto del presente artículo aborda la última de estas
cuestiones; más en concreto, quisiera cuestionar los presupuestos analíticos
y las estrategias de intervención del discurso doctrinal que está consolidando
el nuevo modelo penal de la seguridad ciudadana. No obstante, una correcta
exposición y crítica de esas posturas doctrinales exige desarrollar una línea
argumental que preste la debida atención a un plus de legitimidad dialéctica
del que se han beneficiado, al menos en principio, las propuestas de la
seguridad ciudadana.
Este plus lo han obtenido por el hecho de haber tenido éxito en presentar
sus iniciativas como un aspecto más del fenómeno de la expansión del
derecho penal vinculado a la consolidación de la moderna sociedad del
riesgo. En efecto, el derecho penal de la seguridad ciudadana ha mostrado
una especial habilidad para integrar sus análisis y propuestas de intervención
en el previamente existente debate político-criminal sobre la conveniencia de
extender las intervenciones penales a ámbitos sociales hasta entonces fuera
de su radio de acción.
De este modo, ha logrado encubrir en buena medida que sus contenidos,
tanto en lo referente a las áreas de intervención como en lo concerniente a la
naturaleza de ésta, inciden sobre la delincuencia clásica y se limitan a
exacerbar medidas penales hace tiempo conocidas.
Así, resulta fácil apreciar la frecuencia con que las posturas doctrinales
favorables o contrarias a esa modernización del derecho penal a través de su
expansión a fenómenos propios de la llamada sociedad del riesgo, se
reproducen a la hora de abordar las propuestas de la seguridad ciudadana. A
juicio del autor, por el contrario, se está ante dos corrientes de signo opuesto,
que abordan realidades sociales diferentes desde perspectivas ideológicas
también distintas, y que merecen, en consecuencia, un juicio diferenciado.

Contexto Teórico
2
El debate original sobre el derecho penal de la sociedad del riesgo parte
de la constatación de un conjunto de realidades sociales que se podrían,
quizás, sintetizar en tres grandes bloques: por un lado, la generalización en
la sociedad moderna de nuevos riesgos, afectantes a amplios colectivos, y
que podrían ser calificados como artificiales en cuanto producto de nuevas
actividades humanas, en concreto, serían consecuencias colaterales de la
puesta en práctica de nuevas tecnologías en muy diversos ámbitos sociales;
tales riesgos resultan de difícil anticipación y suelen basarse en fallos en el
conocimiento o manejo de las nuevas capacidades técnicas.
Por otro lado, se aprecian crecientes dificultades para atribuir la
responsabilidad por tales riesgos a determinadas personas individuales o
colectivas: a la ya citada problemática previsión de su aparición, se añade la
realidad de unas actividades generadoras de riesgos que se entrecruzan
unas con otras, de manera que el control del riesgo no sólo escapa al
dominio de uno mismo, sino que tampoco está claro en manos de quién está;
se hacen ineludibles criterios de distribución de riesgos que no satisfacen
plenamente las exigencias de imputación de responsabilidad.
De igual manera, en la sociedad se ha difundido un exagerado sentimiento
de inseguridad, que, de acuerdo con Mendoza (2011), “no parece guardar
exclusiva correspondencia con tales riesgos, sino que se ve potenciado por
la intensa cobertura mediática de los sucesos peligrosos o lesivos” (p.24), es
decir, por las dificultades con que tropieza el ciudadano medio para
comprender el acelerado cambio tecnológico y acompasar su vida cotidiana a
él, y por la extendida percepción social de que la moderna sociedad
tecnológica conlleva una notable transformación de las relaciones y valores
sociales; así como una significativa reducción de la solidaridad colectiva.
En suma, todo ese conjunto de factores activa demandas de
intervenciones socio-estatales que permitan controlar tales riesgos y aplacar
tales temores, y a eso se aplica, entre otros mecanismos sociales la política
criminal. A su vez, la política criminal que pretendería dar respuesta a esa
3
sociedad del riesgo podría evocarse a partir de cuatro grandes rasgos: En
primer lugar, una notable ampliación de los ámbitos sociales objeto de
intervención penal, la cual pretendería incidir sobre nuevas realidades
sociales problemáticas, o sobre realidades sociales preexistentes cuya
vulnerabilidad se habría potenciado.
Entre los sectores de intervención preferente habría que citar la
fabricación y distribución de productos, el medio ambiente, los nuevos
ámbitos tecnológicos como el nuclear, informático, genético, entre otros, el
orden socioeconómico y las actividades encuadradas en estructuras
delictivas organizadas, con especial mención de los tráficos ilícitos de
drogas.
En segundo lugar, una significativa transformación del blanco de la nueva
política criminal, que concentraría sus esfuerzos en perseguir la criminalidad
de los poderosos, únicos sectores sociales capaces de desarrollar tales
conductas delictivas y que hasta entonces difícilmente entraban en contacto
con la justicia penal.
A tales efectos, se contaría con el aval derivado de las demandas de
intervención penal procedentes de las organizaciones sociales surgidas en
los últimos tiempos en defensa de los nuevos intereses sociales –
asociaciones de consumidores, ecologistas- con la decidida inserción en los
programas de la política de propuestas de criminalización de esas
actividades lesivas de los poderosos y, sobre todo, con el apoyo de unas
mayorías sociales que se identificaban con las víctimas de los abusos de los
socialmente privilegiados.
En tercer lugar, la preeminencia otorgada a la intervención penal en
detrimento de otros instrumentos de control social: la contundencia y
capacidad socializadora del derecho criminal se consideran más eficaces en
la prevención de tales conductas que otras medidas de política económica o
social, o que intervenciones llevadas a cabo en el seno de otros sectores
jurídicos como el derecho civil o el derecho administrativo; el principio de
subsidiariedad penal queda seriamente cuestionado.
4
Por último, la necesidad de acomodar los contenidos del derecho penal y
procesal penal a las especiales dificultades que plantea la persecución de
esta nueva criminalidad: a las nuevas técnicas delictivas Ahora bien, una de
las instituciones que más polémica genera es el de la prisión, puesto que se
ha puesto constantemente en tela de juicio el cumplimiento de su finalidad: la
readaptación social, atribuyéndole efectos negativos al grado de considerarle
como la “universidad del crimen”. Incluso, en la reciente reforma de Justicia
Penal y Seguridad Ciudadana, se ha dado un cambio de nomenclatura,
denominándole ahora “reinserción social” y aplicando nuevos elementos para
su logro.
De acuerdo con Hernández (2014), una amplia gama de académicos,
medios de comunicación y en el discurso político hacen referencia a la
Institución Penitenciaria como “Universidad del Crimen”, el calificativo
fundado en la contaminación penitenciaria, no deja de ser ligero sin revisar el
motivo por el que no se alcanza el objetivo de adaptar nuevamente al sujeto
a la vida en libertad. Al respecto, dicho autor señala: “No se debe apartar la
idea de que en la prisión, en muchas ocasiones opera más la disocialización
que la readaptación” (p.6).
No obstante, este punto no puede llevar a dar apreciaciones tan ligeras sin
profundizar en las cuestiones que provocan dicho fenómeno y alejan de su
finalidad a la pena privativa de libertad. No hay que olvidar que la prisión fue
el sustituto penal de la pena de muerte, pero hoy se cuestiona el
cumplimiento de los fines atribuidos; sin embargo, no se realizan
explicaciones acerca de sus deficiencias y si se propone una utilización de
ella en términos más severos, puesto que, generalmente, la propuesta
legislativa gira en torno al endurecimiento de las penas: con énfasis en el
aumento de los años de prisión.
Resulta paradójico que una institución que es atacada constantemente por
su ineficacia, no desaparece sino por el contrario se promueve su mayor
utilización. La readaptación social es severamente criticada por su
incapacidad de rehabilitación del delincuente, sin explicar por qué no
5
funciona y se tiende a regresar a la privación de la libertad como llano
castigo, como segregación, como en sus orígenes, una pena de contención y
de castigo.
Concebir la idea de la readaptación social requiere comprender que la
privación de libertad debe aprovecharse para alcanzar fines preventivos.
Según Hernández (ob.cit.), “la crítica a la privación de libertad con fines
readaptadores hace énfasis en su fundamento positivista y se reciben con
júbilo posturas como las del maestro Roxin que hace alusión a la tercera vía
que implica la sustitución de la prisión por la reparación” (p.7).
Efectivamente, la idea sería reducir el uso de la prisión con todo un
abanico de sustitutos penales; pero cuando sea necesaria su utilización,
hacerlo con la pretensión de la readaptación social o reinserción social,
siempre y cuando se reestructure el sistema penitenciario, pero no solamente
en la norma jurídica o en la nomenclatura sino en la realidad. Tal como lo
señalan Bringas y Roldán (2008), “en estos tiempos en que amanece la
democracia y nace una verdadera República, existe la necesidad imperiosa
de reestructurar y modificar esa maquinaria de aplastamiento de la dignidad
humana que es el sistema carcelario” (p.11).
A pesar de que en la actualidad existe, al menos formalmente, todo un
catálogo de sanciones penales, se continúa privilegiando el uso de la pena
privativa de libertad; no obstante de que hace ya mucho tiempo se advertía
esta problemática. En tal sentido, la Constitución de la República Bolivariana
de Venezuela, consagra lo siguiente:
Artículo 272.- El Estado garantizará un sistema penitenciario que
asegure la rehabilitación del interno o interna y el respeto a sus
derechos humanos. Para ello, los establecimientos penitenciarios
contarán con espacios para el trabajo, el estudio, el deporte y la
recreación; funcionarán bajo la dirección de penitenciarías
profesionales con credenciales académicas universitarias y se regirán
por una administración descentralizada, a cargo de los gobiernos
estadales o municipales, pudiendo ser sometidos a modalidades de
privatización.
En general, se preferirá en ellos el régimen abierto y el carácter de
colonias agrícolas penitenciarias. En todo caso, las fórmulas de

6
cumplimiento de penas no privativas de la libertad se aplicaran con
preferencia a las medidas de naturaleza reclusoria. El estado creará las
instituciones indispensables para la asistencia pospenitenciaria que
posibilite la reinserción del exinterno o exinterna y propiciará la
creación de un ente penitenciario con carácter autónomo y con
personal exclusivamente técnico.

Este artículo constituye un programa detallado de lo que hay que hacer


para restituir la dignidad humana a las personas privadas de libertad y que el
Sistema Penitenciario logre el propósito expreso de rehabilitación y de
reinserción en la sociedad. No hay mucho que inventar y quienes son
responsables de su dirección y administración, tendrían que darse cuenta de
que no se trata de ellos mismos sino de la institución para la cual trabajan y
de los nacionales a quienes sirven.
En este contexto, si se va a seguir privilegiando el empleo de la pena
privativa de libertad, se lo debe hacer de manera tal que contribuya con la
finalidad que se le atribuye constitucionalmente: la reinserción social. Es
decir, se debe garantizar a la sociedad que el sujeto privado
provisionalmente de la libertad, durante el tiempo que tenga lugar el
procedimiento penal, no correrá el riesgo de adaptarse a la subcultura que
priva en las prisiones, sino que solamente se encontrarán en un lugar de
contención hasta en tanto y cuanto se resuelve su situación procesal.
Desde luego, que tales problemas se evitarían con la utilización racional
de la pena privativa de libertad y no tomarla como en la actualidad: la pena
que se aplica por excelencia a pesar de la existencia de los diferentes
sustitutos penales. Una vez que se aplica la privación de libertad como
sanción en la sentencia condenatoria, va a tener lugar la aplicación del
tratamiento penitenciario que tiene como finalidad lograr la reinserción social,
cuyo objetivo será el de reintegrar al sujeto a la convivencia dentro de la
sociedad, respetando la normatividad implementada. Para ello, se
consideran los elementos: (a) trabajo; (b) capacitación para el mismo; (c)
educación; (d) deporte; y (e) salud.

7
Aunque parezca reiterativo, el problema no está en elevar los elementos a
rango constitucional o cambiar la nomenclatura, sino en hacerlos operativos.
Para comenzar, los elementos enunciados deben aplicarse al formar parte
de un tratamiento, pues en caso de no ser así, sería incompleto y los
objetivos esperados no se concretarían.
Durante mucho tiempo, por ejemplo, el trabajo penitenciario además de
las limitadas actividades realizadas, se ha practicado de acuerdo a la
voluntad de los internos, argumentando como fundamento la garantía en
torno a la libertad de trabajo, pues en caso de obligarles se violentaría el
referido precepto. Uno de los elementos para lograr la reinserción social es
el trabajo, por lo tanto, su ejercicio, en la privación de libertad, no solamente
es un derecho sino una obligación del interno.
Por otra parte, hay que establecer las condiciones que permitan contar
con algo más que las actividades rudimentarias que en la actualidad
conforman el trabajo penitenciario; hay que establecer las bases para
cimentar la industria penitenciaria que responda a las expectativas de un
establecimiento penitenciario autosuficiente y la posibilidad de que el interno
aproveche una actividad que pueda ser redituable al obtener su libertad.
Es importante tener en cuenta que, uno de los principales problemas a los
que se enfrenta la persona que recobra su libertad, es la imposibilidad de
incorporarse a una fuente de trabajo ante la existencia de los antecedentes
penales. Implementando la estructura correspondiente, se puede pensar en
que la industria penitenciaria serviría, incluso, en la aplicación de un
tratamiento post-penitenciario; ya que el individuo que tenga buen historial
laboral, se le colocaría en las instalaciones que la empresa participante
tenga fuera de la institución, reduciendo la angustia de dicha persona al no
encontrar trabajo y la posibilidad del reciclaje delictivo.
Otro de los elementos es la educación, el cual tiene su origen en la
concepción de enlazar a la falta de formación académica con la concreción
de un delito; este aspecto ya no es una regla general; sin embargo,
parecería que la tendencia sigue siendo la misma, pues en la actualidad no
8
sólo se cumple con la enseñanza obligatoria, sino que la educación
penitenciaria considera la impartición de estudios de bachillerato y de
formación profesional.
No se piensa que sea del todo erróneo, pero sí insuficiente, puesto que el
hecho de tener una licenciatura o un postgrado no es garantía para no
delinquir, múltiples ejemplos de sentenciados a privación de libertad lo han
demostrado. En este sentido, se ha olvidado que el término de educación es
más amplio que el de la simple instrucción, y considera aspectos como la
transmisión de valores y patrones de conducta, aspectos propios de un
proceso de socialización que tiene como punto de partida la familia, continúa
con la institución educativa, también tienen lugar los medios de
comunicación en esta tarea de socialización, que permite al individuo una
convivencia con respeto de la normatividad establecida en la comunidad.
Desde luego, que las personas que han cometido una conducta antisocial
tipificada han sufrido una ruptura en el referido proceso de socialización que
parece no considerarse en el tratamiento penitenciario. Ya en otros países
como Argentina, se trabaja con fundamento en el denominado proceso de
socialización que busca que el sujeto participe en actividades grupales, bajo
el otorgamiento de roles de responsabilidades que deben ser asumidas por
los participantes en su interacción social.
Esa interrupción o ruptura del proceso de socialización debe ser retomado
en la educación penitenciaria para lograr proyectar los valores y patrones de
conducta desechados por la actuación antisocial del individuo. De igual
manera, no se le resta importancia al deporte, puesto que se sabe que el
esparcimiento y el ejercicio físico también contribuyen a la socialización del
sujeto y consecuentemente, a su reinserción social.
Evidentemente, la salud es un punto primordial para que el sujeto
participe en el tratamiento penitenciario y logre alcanzar plenamente los
objetivos del mismo. Sin embargo, deben ser retomados por la legislación
nacional, el giro del trabajo penitenciario y el proceso de socialización que
debe incluirse en el tratamiento penitenciario.
9
En tal sentido, se hace referencia a la individualización de dicho
tratamiento y a la especialización del personal responsable del mismo. Debe
ser individualizado, a través del diagnóstico criminógeno que tiene su inicio
en el estudio de la personalidad del sentenciado, hasta llegar al pronóstico y
determinación del tratamiento.
Uno de sus objetivos debe ser el de lograr la individualización del
tratamiento penitenciario, puesto que son diferentes los factores que llevan a
un sujeto a delinquir; también deben ser diversas las medidas comprendidas
en el tratamiento para lograr la reinserción social del interno y no pensar en
un tratamiento estandarizado para personas con una diferente personalidad
y ubicadas dentro de un contexto diferente.
Esto implica que el equipo técnico interdisciplinario deberá conocer todas
las particularidades de la personalidad y ambiente del interno para
determinar y ejecutar el tratamiento más adecuado para lograr los objetivos
de la pena privativa de libertad. En tal sentido, el tratamiento penitenciario,
para un adecuado funcionamiento, debe ser individualizado, considerando la
constitución, temperamento, carácter, actitudes y aptitudes del sujeto al que
se va a aplicar.
La individualización implica la utilización variable de los métodos médico,
psicológico, pedagógico, psiquiátrico y social, tomando en consideración la
personalidad del interno. Es necesario prever que, la conducta del hombre,
incluyendo, la antisocial, es resultado de una serie de diferentes factores, por
lo que su estudio y tratamiento también debe provenir de un equipo
interdisciplinario; además, cada conducta tiene una etiología distinta, con lo
que se fundamenta la diversificación del tratamiento penitenciario.
Cabe agregar que, al individualizar el tratamiento penitenciario se
atenderá a un desarrollo planificado en el que se determinará la intensidad
de cada método, conforme a las particularidades y circunstancias de cada
interno. Incluso, la individualización del tratamiento, contribuye a la
diversificación del establecimiento, es decir, a la clasificación dentro de la
institución penitenciaria, fundamentada en los datos de la personalidad del
10
sujeto, la programación del tratamiento y el historial en la realización de
conductas antisociales tipificadas.
Evidentemente, la clasificación penitenciaria, también contribuye a la
ejecución del tratamiento, al ubicar a los internos en el establecimiento
penitenciario con base a los resultados de un estudio científico, incluso,
pudieran implementarse dentro del tratamiento métodos como el de la
comunidad terapéutica.
Es importante destacar que, todos los esfuerzos que se realicen en torno
al tratamiento penitenciario y su individualización no podrán alcanzar sus
objetivos si no se cuenta con el personal capacitado para ello. Se hace
referencia aquí a todo el personal de la institución carcelaria, desde el
custodio hasta el director. Son elementos fundamentales para alcanzar la
anhelada reintegración del sujeto a la vida social.
El grupo técnico interdisciplinario es quien determina y ejecuta el
tratamiento penitenciario, obviamente, el grupo que contribuye con su trabajo
a que el interno logre ser apto para la reinserción social. Al igual qu8e
muchas áreas que combaten la antisocialidad, el personal penitenciario
requiere de profesionalización, pues son los que mantienen un contacto más
cercano con el interno.
Por ello, la selección del personal debe ser rigurosa y evitar la llegada de
funcionarios que ven en la institución penitenciaria un escalón más en sus
pretensiones políticas, pero que se encuentran lejos de estar comprometidos
con los objetivos de la institución. Desde luego, la profesionalización del
personal penitenciario, no solamente implica una formación ya de
psicólogos, médicos, pedagogos, juristas, entre otros.
Con un conocimiento profundo de los aspectos penitenciarios, sino
también el mejoramiento de sus prestaciones laborales y una continua
actualización. El cambio en las instituciones penitenciarias no debe ser
únicamente de nomenclatura, sino debe ser el resultado de un trabajo que
contenga los elementos necesarios y suficientes para alcanzar la

11
operatividad del sistema, así como también, el anhelado fin de la reinserción
social.
En el marco de los anteriores planteamientos, se considera que el logro
de una eficiente reinserción social de las personas privadas de libertad, al
momento de cumplir su sentencia, facilitaría al Estado el cumplimiento de la
garantía constitucional de la seguridad ciudadana, que si bien, constituye
una responsabilidad concurrente de los distintos ámbitos político territoriales
del poder público, la política nacional de seguridad ciudadana, representa,
de acuerdo con Núñez (2006), “un buen revelador de las prioridades y
valores del Estado en el tratamiento específico de la materia y en general, de
los objetivos del sistema político como parte del sistema social global” (p.48).
Por ello, la prevención del delito no queda sólo en meras medidas caseras
o fortuitas, pasa por examinar las verdaderas causas que lo originan; hablar
de prevención es hablar de evitar el surgimiento de condiciones de
vulnerabilidad social, por lo tanto, debe ser integral y para lograr este
objetivo es vital el compromiso entre el Estado y la sociedad, para lo cual los
ciudadanos deberían exigir una mejor actuación de los cuerpos de seguridad
y mejores y más efectivas políticas de prevención por parte de los gobiernos,
llámese nacional, regional o municipal.
Como respuesta de la sociedad ante un Estado inerte se han creado
mecanismos de resguardo o de prevención del delito, los cuales han surgido
de forma espontánea mediante organizaciones civiles no gubernamentales;
los ciudadanos están comprendiendo y concluyendo que es necesario
asumir un nuevo rol ante la sociedad que clama por la colaboración de todos
por igual.

Conclusiones

El tema de la implementación de modelos de seguridad ciudadana con


fundamento en la reinserción social de las personas privadas de libertad
conlleva un análisis complejo de la realidad experimentada en las últimas

12
décadas en Venezuela. Una de las causas del incremento de la inseguridad
es que no existe una conexión directa con el Estado, no prevalece esa
identificación que permita denunciar y sentirse seguro.
Desde la creación de la Defensoría del Pueblo en 1999, no ha habido un
mayor impacto en la defensa de los derechos humanos, especialmente los
que implican la actuación de los cuerpos policiales en la vida, la integridad
física y la privacidad de la gente, en este contexto no se ha logrado obtener
seguridad, control de la criminalidad ni de prevención del delito.
Además, los cuerpos de seguridad en su accionar han sido rebasados por
la agudeza y astucia de la delincuencia para cometer sus delitos. Por ello,
suponer las causas de esta falta de capacidad pasaría por examinar
detenidamente el sistema de administración de justicia, la legislación sobre la
materia y sobre todo, la brecha social existente.
La delincuencia no es un problema político-partidista, es un problema
social, de salud pública; las personas están tomando conciencia de que el
problema no es solamente una percepción, la violencia está rebasando las
barreras de la división política que hay en el país en estos momentos. La
responsabilidad de cada ciudadano pasa por ser menos apáticos e
indolentes; ello conlleva a involucrar a las personas en el problema de la
delincuencia presente en la interacción social del día a día. No se puede
construir una sociedad alrededor de la inseguridad, por el contrario, se debe
levantar alrededor de la cultura, la educación, la música, la convivencia y la
participación de la comunidad.
Ahora bien, lo que más afecta la seguridad ciudadana, desde luego que
son los delitos de mayor impacto por su gravedad en la transgresión de los
intereses jurídicamente tutelados, pero muy cerca de estas manifestaciones
delictivas, está un colectivo de comportamientos de mayor realización, que
pueden ser el origen de muchos delitos y de situaciones que alteran la
convivencia y que por ende, afectan sustancialmente la seguridad pública o
ciudadana: son a los que comúnmente se les denomina de indisciplina,
incultura, contravencionales.
13
Son actos que de alguna manera violan normas legales, de convivencia o
de moralidad, que por lo general empiezan por arrastrar la ética y normas
elementales para darle paso a situaciones que pueden entrar en el mundo
del derecho punitivo. En este contexto, constituye una necesidad evidente, el
estudio de los factores relacionados con la violencia, el vandalismo, la
indisciplina social y las posibles soluciones desde la cultura ciudadana, como
aporte al fortalecimiento de la convivencia y la seguridad ciudadanas.
En tal sentido, es necesario reconocer que parte del problema de la
inseguridad ciudadana lo constituyen los comportamientos y conductas de
una gran mayoría de las personas que han recuperado la libertad, tras el
cumplimiento de una sentencia penal; y que no recibieron un efectivo
tratamiento de reinserción social por parte de la Institución penitenciaria. No
se generaron cambios positivos en sus maneras de pensar y actuar delictiva,
lo cual constituye un gran riesgo para el colectivo social.
Se considera que el logro de una eficiente reinserción social de las
personas privadas de libertad, al momento de cumplir su sentencia, facilitaría
al Estado el cumplimiento de la garantía constitucional de la seguridad
ciudadana.

14
REFERENCIAS

Bringas, A., y Roldán, L. (2008). Las Cárceles Mexicanas: Una Revisión de


la Realidad Penitenciaria. (2ª ed.). México: Grijalbo.

Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (2009). Gaceta


Oficial de la República Bolivariana de Venezuela. Nº 5.908
(Extraordinario), Febrero 19, 2009.

Hernández, R. (2014). La Reinserción Social. Caracas: Universidad


Católica Andrés Bello.

Mendoza, B. (2011). El Derecho Penal en la Sociedad del Riesgo. (2ª ed.).


Madrid, España: Civitas.

Núñez, G. (2006). Política de Seguridad Ciudadana en Venezuela.


Maracaibo, Venezuela: Universidad del Zulia.

15

Vous aimerez peut-être aussi