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El riesgo

Recuerdo las palabras de Pablo:


«Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo».
Le pido al Señor que me ofrezca su corazón
Le veo cómo me quita mi corazón de piedra y pone en su lugar su corazón de carne
Tengo la extraña sensación de regresar a mi mundo con el corazón de alguien distinto
de mí.
Percibo en mí un vehemente deseo de orar.
Corro hacia mi lugar habitual de oración y siento cómo mi nuevo corazón hace cosas
desacostumbradas...
Paseo por una calle muy concurrida.
Por todas partes están las multitudes de siempre y, para mi sorpresa, hoy las miro de
un modo extrañamente diferente...
Su visión despierta en mí pensamientos y sensaciones totalmente distintos de los que
estoy acostumbrado a tener...

Me voy hacia mi casa, y por el camino miro a los árboles y a las aves, a las nubes, a los
animales y a toda la naturaleza con un modo diferente de mirar...

En casa, en el trabajo, miro a la gente que me desagrada y descubro que reacciono de


distinta manera...
Lo mismo ocurre con las personas que anteriormente me resultaban indiferentes...
Y, para mi sorpresa, me doy cuenta de que soy diferente incluso con las personas a las
que amo...

Observo que con este mi nuevo corazón soy fuerte en ciertas situaciones que
anteriormente trataba de eludir...

Hay ocasiones en las que mi corazón se deshace en ternura...


y otras en las que se consume de indignación ...

Mi nuevo corazón me hace independiente:


sigo estando apegado a muchas cosas... pero mi adhesión a ellas va desapareciendo
-me siento libre para desprenderme de ellas...
Y lo compruebo con deleite, pasando de un apego a otro...

Luego me asusto al comprobar que esto me lleva a situaciones que me ocasionan


problemas...

Me encuentro metido en asuntos que ponen fin a mi deseo de comodidad.


Digo cosas que provocan la enemistad.

Por último, vuelvo a la presencia del Señor para devolverle su corazón.


Ha sido emocionante estar provisto del corazón del propio Cristo.
Pero sé que aún no estoy listo para ello.
Todavía necesito proteger mi propio yo...
Pero, aunque vuelvo a tener de nuevo mi pobre corazón, sé que voy a ser una persona
diferente, porque, aun cuando sólo haya sido por un momento, he experimentado lo
que significa tener este corazón, tener en mí los mismos sentimientos que tuvo
nuestro Señor Jesucristo.

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