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Silvia Federici
Pero lo que vemos a partir de finales del siglo XIX, con la introducción del salario
familiar, del salario obrero masculino (que se multiplica por dos entre 1860 y la
primera década del siglo XX), es que las mujeres que trabajaban en las fábricas
son rechazadas y enviadas a casa, de forma que el trabajo doméstico se convierte
en su primer trabajo y ellas se convierten en dependientes.
Esta dependencia del salario masculino define lo que he llamado «patriarcado del
salario»; a través del salario se crea una nueva jerarquía, una nueva organización
de la desigualdad: el varón tiene el poder del salario y se convierte en el
supervisor del trabajo no pagado de la mujer. Y tiene también el poder de
disciplinar. Esta organización del trabajo y del salario, que divide la familia en dos
partes, una asalariada y otra no asalariada, crea una situación donde la violencia
está siempre latente. Esta nueva organización de la familia supuso un giro
histórico. Permitió un desarrollo capitalista imposible antes.
Nos llevó a pensar la sociedad y la organización del trabajo como formado por dos
cadenas de montaje: una cadena de montaje que produce las mercancías y otra
cadena de montaje que produce a los trabajadores y cuyo centro es la casa. Por
eso decíamos que la casa y la familia son también un centro de producción, de
producción de fuerza de trabajo.
Salud y genero
John Harold Estrada
En todas las edades, la percepción de salud de las mujeres es peor que la de los
hombres y lo es cada vez más con el paso de los años, factor que no se traduce
en una mayor demanda de servicios de salud por parte de ellas, ya que en
promedio consultan mucho más tarde que los hombres de su misma edad, lo que
posterga las posibilidades de prevención y de atención temprana de la mayoría de
enfermedades, con una consiguiente carga de enfermedad mayor para ellas que
para ellos.
La mujer es más vulnerable a esta infección desde los puntos de vista biológico,
epidemiológico y social;
Se puede afirmar que el problema del SIDA no se deriva sólo de las conductas
personales, y que más bien está relacionado con la condición de la mujer en la
sociedad. La mayoría de las mujeres están destinadas a vivir dentro de los roles
tradicionales y rígidos que la sociedad les impone, con dificultades para tomar
decisiones, las que corresponden generalmente a los hombres.
Sex/Gender
Mara Viveros Vigoya
This widely shared presupposition was questioned by the French collectives that
gathered around what is known as materialist feminism, a movement that
conceptualized the sexes not only as “biosocial” categories but also as classes (in
the Marxist sense), constituted by and through the power men have over women
(Mathieu 2000). For authors such as Nicole-Claude Mathieu, Christine Delphy,
Paola Tabet, Colette Guillaumin, and Danièle Kergoat, there are no natural
dominations, only those that are materially constituted by dividing people into
dominant and dominated groups. Delphy (2001), one of the emblematic figures of
this current of thought, emphasized that power relations between men and women
define gender, affording gender precedence over sex. For Delphy, gender
constructs sex by establishing a hierarchical sexual dichotomy, presenting sexual
categories as antagonistic and organizing unequal norms, rights, and opportunities
on the basis of sex.