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Obras son amores, y no buenas razones.

En el Evangelio de hoy, Jesús narra la parábola de los dos hermanos. La estructura de la parábola es
sencilla: un padre tiene dos hijos, los envía a trabajar a la viña, ellos dan diferentes respuestas, de
palabra y de obra, a la invitación que les hace su papá. Uno dice sí, pero no va. El otro dice no, pero se
arrepiente y va a trabajar.
Es habitual en Jesús presentar en las parábolas a dos personajes, de los cuales aquél a quien las
gentes tienen por malo queda como ejemplar y queda descalificado el normalmente considerado bueno
por todos. Así ocurre en la narración de los dos hijos y la viña.
La consecuencia es clara: lo que Dios nos pide no es dirigirle oraciones, sino realizar su voluntad
cuidando de su pueblo. Los hechos dan contenido a las palabras (o en su caso a la oración); las
palabras sin hechos quedan convertidas en algo peor que simples sonidos: significan la negativa a
cumplir la voluntad del Padre.
La parábola está dirigida a los sumos sacerdotes y a los ancianos, esto es, los dirigentes político-
religiosos del pueblo en tiempos de Jesús. El contexto social de la parábola es la cruel discriminación
por parte de los que se consideraban poseedores de la verdad y la santidad, y miraban con desprecio a
los que consideraban pecadores; unos se sentían puros según la ley y esto les permitía actuar en la
vida social y participar en las celebraciones religiosas, mientras que otros eran considerados impuros y
estaban excluidos de las actividades de la comunidad.
Jesús rompe con este esquema discriminatorio y se acercó a los excluidos, a todos aquellos que eran
despreciados por los fariseos y los sacerdotes del Templo. Jesús actúa movido por una profunda
sensibilidad social y también por razones teológicas: los fariseos y los sacerdotes no acogieron el
llamado a la conversión que hizo Juan Bautista y rechazaron el anuncio del Reino; por el contrario,
fueron los pecadores y los excluidos de la sociedad los que se abrieron a la buena noticia del Reino de
Dios.
Al concluir la narración de la parábola Jesús presiona para que sus interlocutores tomen posición frente
al relato: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?” Y ellos responden: “el segundo”. Jesús
devuelve la explicación contra ellos, y les hace ver como los dirigentes de Israel, a pesar de su Sí
teórico, terminan diciendo No al plan de salvación de Dios. Los pecadores y los demás pueblos, que
inicialmente dijeron No, finalmente se abrieron a la salvación que se les ofrecía.
Aunque la parábola nos habla de dos hijos, echamos de menos un tercero, ¿Dónde está el hijo
obediente que cumple lo que promete? ¿Dónde está el hijo modelo? Jesús es ese hijo, es el que
haciéndose hombre cumple la voluntad del Padre hasta morir en la cruz.
La parábola de los dos hermanos nos ilumina hoy en diferentes ámbitos:
En los hogares: los padres y madres desearían que los hijos y los que están a su cuidado, recibieran
positivamente sus orientaciones y las pusieran en práctica. Pero no todos los hijos reaccionan de la
misma manera ante las orientaciones y normas de sus papas. Unos dicen sí para que sus papas y
mamas no sigan insistiendo, pero no hacen caso. Otros inicialmente dicen no protestando y rechazando
lo que se les dice, pero finalmente recapacitan y obedecen. Los papas no quieren palabras de promesa
de que se acatará sus orientaciones, sino acciones.
Muchos creyentes que dicen hermosas palabras sobre Dios y se sienten con autoridad de para juzgar
los comportamientos morales de sus vecinos, olvidan que al final seremos juzgados, no por las palabras
pronunciadas, sino por los gestos concretos de solidaridad y justicia que realizamos a favor de los
menos favorecidos.
Para nosotros, miembros de la Iglesia, la parábola de los dos hermanos es la condena de un
Cristianismo que se limita a la recepción de unos sacramentos por simple costumbre social, que repite
unas cuantas fórmulas doctrinales y que acude a unos ritos cuyo significado no interesa. Esta parábola
nos enseña que Dios nos pide hacer la verdad, no sólo estudiarla o simplemente repetirla.
P. Emil Armando Croce.

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