Vous êtes sur la page 1sur 2

31º Domingo del tiempo ordinario (B)

El mandamiento más grande: amar a Dios y al prójimo


Marcos 12,28-34
En el Evangelio de hoy presenciamos un diálogo entre Jesús y un letrado de la Ley, que le hace una pregunta clave al Señor:
“¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” (Mc. 12, 28-34). Y al concluir este diálogo Jesús le hace un comentario
final: “No estás lejos del Reino de Dios”.
Y en esta respuesta el Señor hace gala de una promesa anterior: “No crean que yo vine a suprimir la Ley o los Profetas. No
vine a suprimirla, sino a darle forma definitiva” (Mt. 5, 17).
Efectivamente, para responder a la pregunta, Jesús recordó un texto antiguo que nos trae la Primera Lectura tomada del
Deuteronomio (Dt. 6, 2-6). Este libro es uno de los libros de la Ley antigua y la Primera Lectura contiene el texto que los
judíos repetían dos veces al día como plegaria de la mañana y de la tarde, el cual comienza con la palabra: “Escucha” y
continúa con el mandato: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”.
Pero no se queda el Señor con el solo mandamiento de amar a Dios, sino que le da a éste un toque nuevo, agregando que hay
un segundo mandamiento también: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Con esta novedad complementaria del precepto
antiguo, Jesús está cumpliendo lo que había dicho sobre la Ley de Moisés en el Sermón de la Montaña, cuando advirtió que no
la eliminaría, sino que la completaría, dándole la forma final.
Ahora bien, ¿por qué el precepto antiguo comienza con la palabra “escucha”? ¿Por qué la oración judía comienza también con
esa palabra? “Escucha” es una invitación a meditar el precepto del Señor, para vivir de acuerdo a ese precepto. No es casual
que el mandato de Yahvé comience con esa orden de “escuchar”. Porque para hacer vida la Palabra de Dios y sus mandatos no
basta hablar y pedir, sino que hay que escuchar. Hay que escuchar a Dios. Es necesario orar, escuchando, para poder dejar que
la Palabra de Dios penetre y se haga vida en nosotros, para poder ir haciendo la Voluntad de Dios en cada instante de nuestra
vida, no importen las circunstancias. Siempre es necesario “escuchar” para poder cumplir lo que Dios nos pide, pero la oración
en escucha se hace particularmente importante cuando las “circunstancias” se vuelven especialmente difíciles en nuestro amor
a Dios y al prójimo, y requerimos gracias especiales de Sabiduría y Fortaleza del Espíritu Santo.
Sobre la necesidad de orar escuchando para poder hacer la Voluntad de Dios, también nos advierte el mismo Jesús: “No es el
que me dice ¡Señor! ¡Señor! el que entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo” (Mt.
7, 21).
Volviendo al personaje del Evangelio, el letrado que había hecho la pregunta a Jesús no podía dejar de estar de acuerdo con El,
pero no se queda sólo en decir que está de acuerdo, sino que agrega que el amar a Dios y el amar al prójimo como a uno
mismo, “vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Se ve que conocía la Ley y los Profetas, pues con esto recuerda
palabras de los antiguos Profetas. Uno de ellos, Samuel, que fue el último Juez de Israel y también profeta dijo: “A Yahvé no le
agradan los holocaustos y sacrificios, sino que se escuche su voz.” (1 Sam. 15, 22). También Oseas, que supo bien lo que era el
perdón y la misericordia, ya que a él el Señor le hizo experimentar el dolor y la vergüenza de la traición, nada menos que de su
esposa, a quien nunca dejó de amar. Así dice el Señor por su boca: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Os. 6, 3-6).
Ahora bien ¿significa esto que Dios no desea nuestras ofrendas? De ninguna manera. Significa que primero que nuestras
ofrendas desea que lo amemos a El sinceramente y que amemos a nuestros hermanos, como El nos ama. De allí que
posteriormente Jesús profundice esta idea con esta exigente advertencia: “Si al presentar tu ofrenda en el altar, te recuerdas que
un hermano tuyo tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ahí ante el altar, anda primero a reconciliarte con tu hermano y
vuelve luego a presentar tu ofrenda” (Mt. 5, 23-24).
Esto textos son exigentes. ¡Bien exigentes! Responder bien por mal no es fácil. Perdonar cuando se nos ha ofendido
injustamente no es fácil. Saludar y amar a quien es nuestro enemigo no es fácil. Amar a quien nos ha hecho daño no es fácil. Y
más que difícil, es imposible. Imposible si pretendemos cumplir estas exigencias con nuestras fuerzas “humanas”, que más
bien nos orientan hacia otras direcciones: hacia el rencor, la venganza, el desquite, la discordia, la pelea, etc.
De allí que la oración en escucha a Dios sea indispensable para poder cumplir los mandatos exigentes y nada fáciles del Señor.
De allí que requiramos ese “escuchar” a Dios, el experimentar su misericordia para con nosotros, para dejar que sea El Quien
ame a través de nosotros, ya que por nosotros mismos no podemos amar.
Esta incapacidad de amar por nosotros mismos nos lo recuerda San Juan en su Evangelio y en sus Cartas:
“Este en mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como Yo los he amado” (Jn. 15, 12). “Amémonos los unos a los
otros, porque el Amor viene de Dios. Todo el que ama conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es
Amor ... El Amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que El nos amó primero” (1 Jn.4, 7-8 y
10). El Amor viene de Dios. Es decir: no podemos amar por nosotros mismos, sino que Dios nos capacita para amar. Es más:
es Dios Quien ama a través de nosotros.
Si amamos a Dios como El nos lo pide, “con todo el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas”, poniendo a Dios
primero que todo y primero que todos, y si amamos a nuestros hermanos “como a nosotros mismos”, tratándolos como
deseamos ser nosotros tratados, haciéndoles el bien, reconciliándonos cada vez que sea necesario, perdonando aunque seamos
ofendidos, Jesús nos diría también lo que le dijo al letrado del Evangelio: “no estás lejos del Reino de Dios”.
www.homilia.org

Vous aimerez peut-être aussi