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El Libro de Toth
Introduccion
(Extraído de “Les Livres Maudits”, de Jacques Berguier. 1976. Plaza & Janés, Editores.)
Link: http://www.taringa.net/posts/apuntes-y-monografias/5508750/Apologia-del-Libro-de-
Toth---Libros-Prohibidos.html
Para estudiar el problema del Libro de Toth debemos situarnos en la hipótesis de una
antiquísima civilización pre egipcia. Toth es un personaje mitológico, más divino que
humano, el cual, según los documentos egipcios, fue anterior a Egipto. En el instante del
nacimiento de la civilización egipcia, hay que suponer que los sacerdotes y los faraones
poseían tal libro el cual era, probablemente, un rollo o una serie de hojas de papiro que
contenían todos los secretos de los diversos mundos y que daban un poder considerable a
sus poseedores.
2.500 años antes de nuestra Era los egipcios ya conocían la escritura y escribían
libros. En la literatura egipcia de esa época encontramos tratados de ciencia y de medicina,
textos religiosos e, incluso, obras de ciencia - ficción. Por ejemplo, el relato de las aventuras
del faraón Snofru, padre de Keops, es una verdadera novela de anticipación, con
extraordinarios inventos, monstruos y máquinas. Podría haber sido publicada en nuestros
días y nadie sospecharía un origen de 25 siglos antes de nuestra Era.
El libro de Toth debía ser, pues, un papiro antiquísimo (si acaso era papiro), copiado
en secreto en sucesivas ocasiones, y cuya antigüedad se remontaría a 10.000 o quizá 20.000
años. Pero un objeto material no es, en modo alguno, un símbolo. Un objeto material que
podría ser destruido, principalmente por el fuego. Veamos lo que fue de él. Pero fijémonos
ante todo en el propio Toth. Este es representado como un ser humano con cabeza de ibis.
Tiene en la mano una pluma de caña y una paleta con la tinta que se utilizaba para escribir
sobre pergamino. Sus otros dos símbolos son la luna y el mono. Según la tradición más
antigua, fue quien inventó la escritura y actuó de secretario en todas las reuniones de los
dioses. Está asociado con la ciudad de Hermópolis, de la que sabemos muy poco, y con unos
reinos subterráneos de los que sabemos menos. (¿Agartha – Sangrilla?). Transmitió la
escritura a la humanidad y escribió un libro fundamental, el más famoso y antiguo de todos
los libros, que contenía el secreto del poder ilimitado.
Esta vez, la cuestión parece solventada. En el año 360 antes de nuestra Era, el libro
de Toth es solemnemente destruido. Sin embargo, la historia no ha hecho más que empezar.
A partir del año 300 antes de nuestra Era, (apenas 60 años después) vemos aparecer de
nuevo a Toth, esta vez identificado con Hermes Trismegisto, fundador de la Alquimia, y todo
Mago que se respete, particularmente en Alejandría, alardea de poseer el Libro de Toth,
pero este libro no aparece nunca: cada vez que un Mago se jacta de poseerlo … ¡ un
accidente pone fin a su carrera !
Entre principios del Siglo I antes de nuestra Era y finales del Siglo II de la Era Vulgar,
aparecen numerosos libros que constituyen, en su conjunto, el Corpus Hermeticum. A partir
del Siglo V, se coleccionan estos textos, en los cuales aparecen referencias al Libro de Toth,
pero sin indicaciones precisas que permitan encontrarlo. Los textos más célebres de esta
serie son los titulados Asclepios, Koré y Poimandres. El Asclepios, en particular, nos brinda
extrañas imágenes del poder de las civilizaciones desaparecidas. Aún considerados como
obras de ciencia-ficción, estos textos excitan vivamente la imaginación. San Agustín y
numerosos teólogos y filósofos se interesaron mucho por ellos. Sin duda, estos textos son los
que propagaron el Libro de Toth. Este aparece tan a menudo, desde el Siglo V de la Era
cristiana hasta nuestros días, que podemos preguntarnos cómo fue reproducido antes de la
invención de la imprenta y de la fotografía. La católica “Santa” Inquisición lo quemó al
menos treinta veces, y se necesitaría todo un libro para enumerar los extraños accidentes
sufridos por los que se jactaban de poseerlo. En el Siglo XVIII, todo charlatán que se
respetase también alardeaba de poseerlo y, aunque ninguno de ellos pudo mostrarlo,
muchos murieron en las hogueras de la “Santa” Inquisición católica por esta causa, hasta el
año de 1825.
El Libro de Toth es, entonces, el libro que existe pero no existe. Lo que sí parece
existir es una asociación internacional de lo que se ha dado en llamar “Hombres de Negro”.
Si existe tal organización, debe necesariamente poseer el libro, o lo que queda de él. Y si los
egipcios aplicaron al papiro las mismas técnicas de conservación que a las momias, no es en
modo alguno absurdo pensar que un papiro pudiese conservarse hasta el Siglo XIX, época a
partir de la cual pudo ser fotografiado, a menos que la organización de que se trata
conociese la fotografía desde mucho antes, hipótesis que no debe descartarse a juzgar por
ciertas pistas que nos otorga la historia.
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Todo esto hace que sintamos afán por saber más, pero es comprensible que algunos
piensen que la Humanidad no está preparada para recibir estos conocimientos, y que una
organización haga todo lo posible por impedir su publicación. Hasta hoy parece que lo han
conseguido y, a la luz de las aplicaciones que le dan algunos hombres al Conocimiento, hasta
puede que tengan razón. Lo cierto es que si existiese una traducción del Libro de Toth con
fotografías y pruebas de autenticidad del texto original, todos los editores vacilarían antes
de publicarlo. ¿Lo haría usted?
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Toth
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Eleuzel
“En nombre, en fe y a la memoria de Barath,
el Maestro Atlante, que ha vuelto.”
ISBN: 84-85799-02-X
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PROLOGO
Tres septenarios hacen veintiuno, y siete ternarios señalan las siete razas, los siete
principios y las siete generaciones. Más importante que la función, es el conocimiento, y
nadie puede bañar su corazón en Sabiduría si no ha renunciado antes a la vana ciencia de
quienes defendieron en el pasado, y defenderán en el futuro, que saber es poder, y poder es
triunfar sobre la materia y sobre los semejantes.
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El Loco, o el Discípulo
En una mano llevaba el símbolo de la Orden en que había sido iniciado: una rosa de
color blanco. Sobre los hombros apoyaba una vara con doble equipaje defendido por su
mano izquierda. En el equipaje de atrás guardaba los signos y las claves para no detenerse ni
errar en el camino; en el equipaje delantero, acumulaba la Sabiduría. Sobre la cabeza del
Loco podía verse este símbolo: Un círculo y una cruz en el centro, el símbolo del planeta
donde debía conquistar la vieja serpiente.
El Loco no era loco. Era un discípulo puesto en camino, tildado de loco por quienes no
habían tenido el valor de emprender la búsqueda alquímica del Conocimiento…
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1
El Mago, o el Aprendiz
A una determinada altura del camino, el discípulo ya no fue llamado Loco por las
turbas. Los prodigios que hacía le merecieron el apodo de Mago. Pero, en realidad, seguía
siendo un discípulo: un Aprendiz que había comenzado a practicar y obrar con sus
conocimientos, a través de la materia que le proporcionaban los cuatro Elementos.
2
La Sacerdotisa, o Isis con Velo
El Discípulo sabía que antes de llegar a ser Maestro, debía vencer las siete
tentaciones, y que éstas serían sutiles como los más secretos deseos, y que podrían
disfrazarse de aparentes formas de dominio del mundo de la materia. Su primera tentación
fue la Sacerdotisa. Al discípulo se le apareció cubierta de un velo negro, y su primer deseo
fue conquistarla y levantar el velo para entrar en su mirada, porque en ella averiguaba la
matriz virgen y el himen puro de la sabiduría que andaba buscando.
Cuando dio el primer paso para conseguir su objetivo, advirtió que la Sacerdotisa
llevaba sobre su cabeza la Tiara de Triple Círculo, símbolo de la Trinidad Superior
conquistada; que su velo era defendido por los signos zodiacales de Virgo y la Luna; que
llevaba en sus manos, escrita, la Ley Cósmica de Causa y Efecto; y que en su pecho estaba
grabado el símbolo de la unión fecunda del Arriba y el Abajo.
3
La Emperatriz, o Isis sin Velo
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El Emperador, o el Príncipe Alquimista
El Emperador estaba sentado sobre una Piedra Cúbica y, en la cara visible, podía
verse un animal con cabeza de gato y cuerpo de pantera, guardián del Secreto del Templo.
En su mano izquierda sostenía una cobra erguida y, sobre ella, un círculo, símbolos del Poder
conquistado y ejercido. Eran sus atributos dominar y transmutar los Cuatro elementos, y
poseía en sus manos la vida y la muerte de sus semejantes.
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El Hierofante, o el Guía Alquímico
Antes de abandonar la ciudad, el Discípulo pasó nuevamente por las Puertas del
Templo. Un grupo de jóvenes se preparaba para cruzar el umbral y entrar en el Atrio de la
Iniciación. Era una escena que ya había vivido. El Gran Hierofante había sido conducido hasta
el tercer escalón del atrio bajo un dosel de columnas doradas rematado por el Sol Alado bajo
el cual se dibujaba un friso con los siete sellos y los siete guías alquímicos correspondientes a
las siete razas y a las siete generaciones.
El Gran Hierofante mostró a los aspirantes los siete sellos, luego empuñó la Triple
Corona con su mano izquierda, símbolo del control y la armonía de los tres cuerpos y los tres
mundos manifestados del Cosmos: La Materia, el Alma, el Espíritu, el Cuerpo Físico, el
Cuerpo Astral y el Cuerpo Mental. Finalmente, el Gran Hierofante elevó su mano derecha y,
juntándolos dedos pulgar, índice y medio, flexionó el anular y el meñique y bendijo a cada
uno según sus deseos, pero no les entregó todavía las llaves del Gran Secreto, y éstas
permanecieron cruzadas, a sus pies, esperando que sobrepasaran el umbral. Sobre la cabeza
del Guía Alquímico se dibujaron los signos de Aries y de los planetas Júpiter y Marte. Había
pasado otro tiempo y el Discípulo entró en el tiempo de Tauro.
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Los Amantes, o los dos Caminos
Entonces el Discípulo supo que el Príncipe era él mismo y que debía elegir entre dos
caminos. Paró sus sensaciones hasta la caída del sol, y cuando vio dibujarse en el cielo los
signos de Venus y Tauro, supo que debía elegir según la Ley, armonizando las dos serpientes
y evitando el punto sin retorno en el camino del Conocimiento.
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El Carruaje, o la Energía Bipolar
Cuando el Discípulo hubo elegido el camino, sintió temblar la tierra bajo sus pies. A su
espalda apareció un carruaje de base cuadrada tirado por dos esfinges, negra la del pescante
derecho, blanca la del pescante izquierdo. El carruaje iba protegido por un dosel sostenido
por cuatro columnas. En el pescante aparecía el Sol Alado, y sobre el dosel, el círculo con un
punto. Cuando el carruaje llegó a su altura envuelto en un torbellino, una voz potente venida
de lo alto resonó con fuerza en sus entrañas y dijo: “Salta al pescante, toma las riendas y
cambia tus vestidos”.
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La Fuerza, o el León Vencido
Había transcurrido otro Tiempo, el último Tiempo. Ya no era el Discípulo que había
sido acompañado hasta el arranque del Camino. Otros estaban llamando a las puertas del
Gran Templo, y él debía emprender el camino de regreso y devolver en Justicia lo que en
Justicia había recibido. En ese instante, sobre el cielo, se dibujaron los signos de Marte y
Neptuno.
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El Ermitaño, o el Iniciado
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La Rueda de la Fortuna, o El Gran Cambio
Esta fue la primera visión que el anciano Ermitaño comunicó a todos cuantos
solicitaban el Conocimiento. Una rueda de doce radios se movía lentamente apoyada en un
eje de soporte vertical atacado en su base por las dos serpientes que habían sido reunidas y
dominadas armónicamente por los Maestros, y debían también serlo por los Iniciados que
ahora cruzaban el umbral.
Estos eran los primeros signos que debían ser interpretados por todo Aprendiz.
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11
La Justicia, o la Ley del Karma
El Juicio se llevaba a cabo colocando una pluma en uno de los platillos de la balanza, y
el corazón del aspirante en el otro. Si el corazón pesaba más que la pluma y desequilibraba la
balanza, entonces el chacal con cuerpo de hombre lo conducía de regreso al mundo del
maya y lo dejaba sujeto a la ley común. Si, por el contrario, el corazón era tan ligero de peso
como una pluma, el aspirante era conducido al atrio y admitido en la Iniciación. Para los
aspirantes, el Juicio y la aplicación de la Ley del Karma tenían lugar en vida, se celebraba bajo
la influencia de Venus y entre los signos de Cáncer y Capricornio.
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El Colgado, o el Holocausto
El Anciano transmitió luego, a los que habían entrado en el Atrio, una visión en la que
ellos mismos serían a la vez espectadores y protagonistas. “Esta visión – les dijo – no es una
visión. Es la imagen real de lo que sucederá a todos los que han cruzado el umbral del
Templo, han superado el juicio y han aceptado la Ley Cósmica que se aplica con anticipación
a todos cuantos un día recibirán el Conocimiento”.
Después les dejó ver un hombre suspendido en un travesaño colocado sobre dos
troncos de árbol a los que previamente se les habían talado sus seis ramas. El hombre joven
estaba colgado de una cuerda atada a su pie izquierdo. La pierna derecha estaba cruzada
sobre la izquierda formando un ángulo de 90º. Tenía enlazadas sus dos manos sobre la
cabeza, en dirección al suelo, sobre el que caían monedas de oro transmutado.
El hombre estaba solo, ante su propio destino, ajeno a la tierra y al cielo; sometido
voluntariamente a un holocausto que previamente había aceptado. Nadie podía acercársele
ni arrebatarle las monedas durante tres días y tres noches consecutivos. Su posición
impulsaba hacia abajo lo que había estado arriba y hacia arriba lo que había estado abajo. En
su desdoblamiento provocado, el hombre podía ponerse en contacto con su raza y su patria
de origen sin abandonar definitivamente la materia, a la que permanecía unido por el frágil
lazo que le había ocultado hasta entonces la serpiente. El Holocausto debía celebrarse bajo
el signo de Libra y estando la Luna en Cuarto Menguante.
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La Muerte, o la Transmutación
El Hombre Sabio salió para ver atardecer sobre los campos. Se detuvo frente a la mies
y comprobó que las espigas estaban maduras. Entonces hizo que los Neófitos le
acompañasen hasta el extremo de los sembrados.
Cuando entren en el signo de Aries y el planeta Marte haga sentir sobre ustedes la
fuerza de su fuego, sepan que está próximo para ustedes el momento de la transmutación,
de la muerte alquímica. Dominen en ese momento el miedo, porque sobre sus cabezas no
está solamente la guadaña, sino el arco iris de siete colores, como prueba del pacto del
Arriba y el Abajo y un nuevo Sol que hará renacer virgen, de la materia opaca, el cuerpo sutil
de sus deseos, purificados según la Ley.
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La Templanza, o la Alquimia Espiritual
Cuando el Anciano Maestro sintió que todos los aspirantes al Conocimiento habían
asimilado el contenido y el amor a la Muerte, los transportó mentalmente a otra parte. En
medio de un campo florecido apareció un ángel que plegó las alas en forma de ángulo recto
y se puso a caminar de Norte a Sur. Sobre su cabeza brillaba la llama de todas las
transmutaciones alquímicas y en ella residía el espíritu del Agua Primitiva. El ángel llevaba el
precioso líquido en un ánfora de oro que sostenía en su mano izquierda y se puso a verterla
en un ánfora de plata que llevaba en su mano derecha.
Al caminar, el ángel desplegó unas pequeñas alas que llevaba en los talones, y a su
espalda apreció el signo de Mercurio, protagonista y guardián de todos los trabajos
alquímicos, y sobre él, el Sol en posición fecundadora y el signo de Escorpión a la derecha,
propiciando la manipulación de los materiales. Luego, el ángel desapareció de la imagen, y
llenó la escena el número 14, que expresaba todas las fases lunares necesarias para que el
velo de Isis fuera levantado.
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El Diablo, o el Guardián del Secreto (Custos Arcani)
Sin salir del sueño, a medida que los Aspirantes iban bebiendo el agua y ganaban la
otra orilla del río, asistían a la transformación del que hasta entonces se les había
presentado como Príncipe Iniciado, Ermitaño y Guía, en Diablo y Lucifer.
Encadenadas a una de las piedras del Templo destruido, aparecían dos figuras
humanas: una, con cuerpo de hombre y cabeza de macho cabrío, y otra con cuerpo de mujer
y también cabeza de macho cabrío. Las dos estaban semidesnudas y postradas de rodillas a
los pies del monstruo. El monstruo tenía sobre su cabeza la llama del Espíritu Alquímico, y
sobre él se dibujó el signo de Sagitario. En ese preciso instante, los Aspirantes
comprendieron que el propio guía podía convertirse en tentador, porque era a la vez el
Guardián del Gran Secreto y a nadie permitiría acceder a él antes del tiempo.
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La Torre, o la Segunda Muerte
El Anciano volvió a tomar la forma física habitual, condujo a los Discípulos fuera del
sueño y les sumergió en una nueva visión. En ella podrían ver los acontecimientos que
habían sucedido y los que iban a suceder muy pronto.
Sobre un cielo de bronce se destacó la silueta de una Gran Pirámide que coronaba un
Gran Templo. En el cielo brilló un rayo que hizo blanco en la Piedra Angular de la Pirámide.
La Piedra Angular saltó como impulsada por un resorte y rodó hacia el vacío, causando
enormes daños en las zonas bajas del Templo. Con la caída de la Piedra Angular salieron
despedidos, y cayeron también, el Constructor que se había adueñado del Gran Secreto y el
Gran Sacerdote que había usurpado los poderes al Príncipe Supremo del Pueblo. En la caída,
el Sacerdote-Rey perdió la corona y también el cetro de mano y la espada. El constructor, en
cambio, perdió el Compás, la Escuadra y el rollo de papiro en que estaban escritos los
números-clave del Gran Secreto.
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La Estrella, o la Fecundación Alquímica
Desde que el Maestro proyectó sobre sus discípulos la visión del Ángel vertiendo el
Agua Primitiva de un ánfora a otra, habían pasado tres días completos, el tiempo exacto para
permitirles ver la imagen complementaria.
Arrodillada, con un pie en tierra y otro en el mar, apareció una doncella desnuda, de
perfil que portaba las mismas ánforas de oro y plata que había utilizado el Ángel. La doncella
vertía el contenida del ánfora de oro sobre la tierra, y el del ánfora de plata sobre el mar. De
este modo, el espíritu de la vida fecundado alquímicamente en su interior se expandía y
fecundaba a su vez las dos matrices de toda cosa en el planeta renovado.
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La Luna, o la Sepultura
En el cielo apareció una Luna Nueva coincidiendo con el Solsticio de Verano y de las
dos Pirámides cuyas siluetas se distinguían en la noche, solamente iluminó la que estaba del
lado derecho. Bajo la luz del crepúsculo y sobre el cielo, pudo verse dibujado, con caracteres
de fuego, el signo de Cáncer, y sobre el dintel de la puerta que daba acceso a la cripta de las
Iniciaciones en la Pirámide iluminada, aparecieron los signos de Acuario y Venus. Procedente
del interior de la tierra, en dirección a las Pirámides, iluminado directamente por la luna, un
escorpión hacía su camino.
Dos perros con cabeza de chacal, sentados, montaban guardia al lado de las
Pirámides. El de la Pirámide iluminada era negro y el de la pirámide oscura, blanco. Cada uno
conducía el Proceso Alquímico de la Pirámide respectiva y guiaba los Cuerpos Sutiles hacia su
propio destino: la muerte, el de la pirámide oscura; el renacimiento, el de la pirámide
iluminada. El proceso debía terminarse antes de que el Sol iluminara la Piedra Angular del
Gran Templo en la Ciudad Dorada. En ese preciso instante, la Luna terminaría su recorrido y
la cripta debería ser abierta y revelar su Secreto.
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El Sol, o el Alumbramiento
Al día siguiente, alumbró un Sol poderoso sobre las cabezas de los Iniciados. Tenía
veintinueve rayos, catorce mayores, catorce menores más un rayo que unía Cielo y Tierra. En
el símbolo del Sol se manifestaba también la Clave de la Procreación. En la Tierra florecieron
en forma circular 21 flores blancas, y dos Príncipes, hombre y mujer, entraron dentro del
círculo, tomados por la mano. El Príncipe iba vestido con túnica blanca que tenía bordada en
el pecho, con hilos de oro, un Águila con alas desplegadas. La Princesa iba ataviada con una
túnica azul que tenía la Cruz Ansada bordada en oro, a la altura del pecho.
Bajo la influencia del Sol y de Júpiter, con Piscis y Leo obrando astrológicamente, el
Sol hizo germinar y alumbrar los campos. Los dos Príncipes entraron en comunión, y en sus
mentes se hizo la Luz, alimentada por las dos Serpientes armónicamente reunidas.
Era un día nuevo, el primer día de la Nueva Raza sobre la Tierra del Nuevo Reino. Era
el día preanunciado y profetizado desde milenios, para el que habían sido guiados, iniciados
y celosamente guardados los portadores de la semilla y sus receptáculos, unidos por fin en el
Círculo Alquímico, alumbrado en las mismas coordenadas de tiempo y espacio, según estaba
escrito.
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El Juicio, o la Reencarnación
Una de las últimas lecciones y visiones que el Anciano Maestro hizo aprender y
guardar celosamente en el Secreto de su Corazón a los Discípulos, fue la del Juicio y el
retorno a la Materia. En la cumbre del Universo, desde los Altos Cielos, un Ángel hizo sonar
su Trompeta de Oro que se oyó en los cuatro ángulos del mundo que había sido juzgado.
El Ángel se cubría el cuerpo con alas de oro y llevaba una llama encendida sobre su
cabeza. En el lugar de las tumbas sagradas, un sarcófago se iluminó, y tres momias – un
varón, una mujer y un niño – se levantaron, despertando de su sueño al toque de la
trompeta, y regresaron a la Materia y a la experiencia del mundo de los vivos.
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El Mundo, o la Tierra Prometida
En la última visión, el Anciano se puso al frente de los que habían pedido la Iniciación.
Primero tomó el aspecto de un Ermitaño, luego se transmutó en Hierofante, luego en Mago
y, finalmente, tomó la forma de un Discípulo ataviado como ellos mismos. Les dijo, en un
idioma sin palabras: “Esta será la última visión antes de mi partida. Espero que comprendan
lo que deben hacer, porque en adelante serán dispersados y quedarán solos en el camino, a
merced de su propia Sabiduría, su Fuerza y los Cuatro Elementos.
Apareció en los cielos una corona de 12 rosas, con tres capullos cada una.
Nuevamente las flores hacían renacer la Rueda de la Fortuna, y se iniciaba un nuevo giro
presidido por los Cuatro Elementos: Tierra, Fuego, Agua y Aire. Éstos estaban protegidos
según la ley, respectivamente, por un ángel en el signo de Acuario, por un águila en el signo
de Escorpión, por un toro en el signo de Tauro y por un león en el signo de Leo. En medio de
la corona de flores, una paloma con las alas desplegadas remontó el vuelo verticalmente. Era
la Paloma de Noé, que anunciaba una Nueva Era. Completó luego la escena una mujer de
rodillas tocando una lira de tres cuerdas. El armazón de la lira se apoyaba en una cabeza
tallada en forma de Esfinge. La cobra de la Sabiduría soportaba los símbolos fundamentales
de los dos cuerpos.
En los cielos se iluminó el signo del Sol Universal fecundado, y los discípulos fueron
enviados a los Cuatro Ángulos del Nuevo Mundo para obrar y repartir lo que habían recibido,
entre los nuevos herederos de la Tierra Prometida.
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