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El Libro de Toth
Introduccion
(Extraído de “Les Livres Maudits”, de Jacques Berguier. 1976. Plaza & Janés, Editores.)
Link: http://www.taringa.net/posts/apuntes-y-monografias/5508750/Apologia-del-Libro-de-
Toth---Libros-Prohibidos.html

Para estudiar el problema del Libro de Toth debemos situarnos en la hipótesis de una
antiquísima civilización pre egipcia. Toth es un personaje mitológico, más divino que
humano, el cual, según los documentos egipcios, fue anterior a Egipto. En el instante del
nacimiento de la civilización egipcia, hay que suponer que los sacerdotes y los faraones
poseían tal libro el cual era, probablemente, un rollo o una serie de hojas de papiro que
contenían todos los secretos de los diversos mundos y que daban un poder considerable a
sus poseedores.

2.500 años antes de nuestra Era los egipcios ya conocían la escritura y escribían
libros. En la literatura egipcia de esa época encontramos tratados de ciencia y de medicina,
textos religiosos e, incluso, obras de ciencia - ficción. Por ejemplo, el relato de las aventuras
del faraón Snofru, padre de Keops, es una verdadera novela de anticipación, con
extraordinarios inventos, monstruos y máquinas. Podría haber sido publicada en nuestros
días y nadie sospecharía un origen de 25 siglos antes de nuestra Era.

El libro de Toth debía ser, pues, un papiro antiquísimo (si acaso era papiro), copiado
en secreto en sucesivas ocasiones, y cuya antigüedad se remontaría a 10.000 o quizá 20.000
años. Pero un objeto material no es, en modo alguno, un símbolo. Un objeto material que
podría ser destruido, principalmente por el fuego. Veamos lo que fue de él. Pero fijémonos
ante todo en el propio Toth. Este es representado como un ser humano con cabeza de ibis.
Tiene en la mano una pluma de caña y una paleta con la tinta que se utilizaba para escribir
sobre pergamino. Sus otros dos símbolos son la luna y el mono. Según la tradición más
antigua, fue quien inventó la escritura y actuó de secretario en todas las reuniones de los
dioses. Está asociado con la ciudad de Hermópolis, de la que sabemos muy poco, y con unos
reinos subterráneos de los que sabemos menos. (¿Agartha – Sangrilla?). Transmitió la
escritura a la humanidad y escribió un libro fundamental, el más famoso y antiguo de todos
los libros, que contenía el secreto del poder ilimitado.

La primera alusión a este libro aparece en el papiro de Turis, descifrado y publicado


en París, en 1868. Este papiro relata una conspiración mágica contra el Faraón, conspiración
encaminada a aniquilarlo junto con sus principales consejeros, por medio de hechizos
practicados con figuritas de cera construidas a su imagen u semejanza. La represión fue
terrible. Cuarenta funcionarios y seis encumbradas damas de la Corte fueron condenados a
muerte y ejecutados. Otros se suicidaron. Entonces, el libro condenado de Toth fue
quemado por primera vez. Este libro reaparece más tarde en la historia de Egipto, en manos
de Kanuas, hijo de Ramsés II. Por lo visto, este poseía el original escrito de puño y letra de
Toth y no por un escriba. Según los documentos, este libro enseñaba la manera de mirar al
sol, cara a cara. Confería poder sobre la tierra, el océano y los cuerpos celestes. Daba la
facultad de interpretar los medios secretos utilizados por los animales para comunicarse
entre ellos. Permitía resucitar a los muertos y obrar a distancia.
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Naturalmente, un libro como éste constituye un peligro insoportable. Kanuas quema


el libro original, o finge hacerlo. Como el mismo texto dice que el libro, nacido del fuego, es
incombustible, el relato es contradictorio. Pero si [acaso] produjo realmente esta
“desaparición”, la misma solo fue provisional. El libro reaparece en las inscripciones de la
“estela Metternich”, llamada así porque fue regalada al político y estadista Klemens von
Metternich por Mohamed Alí Bajá. La estela había sido descubierta en 1828 y data del año
360 antes de nuestra Era. A escala de la historia egipcia es, pues, un documento moderno.
Aparecen representados en esta estela más de trescientos dioses y, entre ellos, los dioses de
los planetas que giran alrededor de otros astros. La mayoría de los descifradores modernos
de esta estela dicen que interesaría mucho a los autores de ciencia-ficción. El propio Toth
anuncia en esta estela que hizo quemar su libro y que expulsó al demonio de Set y los siete
señores del mal.

Esta vez, la cuestión parece solventada. En el año 360 antes de nuestra Era, el libro
de Toth es solemnemente destruido. Sin embargo, la historia no ha hecho más que empezar.
A partir del año 300 antes de nuestra Era, (apenas 60 años después) vemos aparecer de
nuevo a Toth, esta vez identificado con Hermes Trismegisto, fundador de la Alquimia, y todo
Mago que se respete, particularmente en Alejandría, alardea de poseer el Libro de Toth,
pero este libro no aparece nunca: cada vez que un Mago se jacta de poseerlo … ¡ un
accidente pone fin a su carrera !

Entre principios del Siglo I antes de nuestra Era y finales del Siglo II de la Era Vulgar,
aparecen numerosos libros que constituyen, en su conjunto, el Corpus Hermeticum. A partir
del Siglo V, se coleccionan estos textos, en los cuales aparecen referencias al Libro de Toth,
pero sin indicaciones precisas que permitan encontrarlo. Los textos más célebres de esta
serie son los titulados Asclepios, Koré y Poimandres. El Asclepios, en particular, nos brinda
extrañas imágenes del poder de las civilizaciones desaparecidas. Aún considerados como
obras de ciencia-ficción, estos textos excitan vivamente la imaginación. San Agustín y
numerosos teólogos y filósofos se interesaron mucho por ellos. Sin duda, estos textos son los
que propagaron el Libro de Toth. Este aparece tan a menudo, desde el Siglo V de la Era
cristiana hasta nuestros días, que podemos preguntarnos cómo fue reproducido antes de la
invención de la imprenta y de la fotografía. La católica “Santa” Inquisición lo quemó al
menos treinta veces, y se necesitaría todo un libro para enumerar los extraños accidentes
sufridos por los que se jactaban de poseerlo. En el Siglo XVIII, todo charlatán que se
respetase también alardeaba de poseerlo y, aunque ninguno de ellos pudo mostrarlo,
muchos murieron en las hogueras de la “Santa” Inquisición católica por esta causa, hasta el
año de 1825.

El Libro de Toth es, entonces, el libro que existe pero no existe. Lo que sí parece
existir es una asociación internacional de lo que se ha dado en llamar “Hombres de Negro”.
Si existe tal organización, debe necesariamente poseer el libro, o lo que queda de él. Y si los
egipcios aplicaron al papiro las mismas técnicas de conservación que a las momias, no es en
modo alguno absurdo pensar que un papiro pudiese conservarse hasta el Siglo XIX, época a
partir de la cual pudo ser fotografiado, a menos que la organización de que se trata
conociese la fotografía desde mucho antes, hipótesis que no debe descartarse a juzgar por
ciertas pistas que nos otorga la historia.
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Todo esto hace que sintamos afán por saber más, pero es comprensible que algunos
piensen que la Humanidad no está preparada para recibir estos conocimientos, y que una
organización haga todo lo posible por impedir su publicación. Hasta hoy parece que lo han
conseguido y, a la luz de las aplicaciones que le dan algunos hombres al Conocimiento, hasta
puede que tengan razón. Lo cierto es que si existiese una traducción del Libro de Toth con
fotografías y pruebas de autenticidad del texto original, todos los editores vacilarían antes
de publicarlo. ¿Lo haría usted?

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Toth
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Apología del Libro de Toth


Por

Eleuzel
“En nombre, en fe y a la memoria de Barath,
el Maestro Atlante, que ha vuelto.”

ISBN: 84-85799-02-X
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PROLOGO

En el preciso momento en que el sol emergía en el horizonte del mar atlante, el


Escriba Supremo abandonó el Templo y descendió al valle sin equipaje alguno, sin las
insignias de su rango. Un nuevo discípulo había ascendido con éxito los primeros peldaños
de la Iniciación y quedaba encomendado a su guía. El discípulo se llamaba Eleuzel de Delfos,
y su origen se remontaba también a la época milenaria de los hombres-pájaro, los hombres-
ele, los hombres libres que, habiendo descendido al planeta del maya, se habían prendado
de las hijas de los hombres y habían cohabitado con ellas.

Como otras veces, el Escriba – cuyo nombre no diré – partió acompañando y


protegiendo los primeros pasos de quien había recibido la Luz en el Gran Templo y sobre la
Gran Colina dorada defendida por cuatro puertas invisibles. Mientras caminaban juntos, el
Maestro dijo a su Discípulo: “Tomarás la dirección de Oriente y encaminarás tus pasos hacia
la patria de las Pirámides, donde un río nuevo bañará los pies de una nueva raza portadora
de la única semilla que no será aniquilada en la séptima generación”.

El discípulo llevaba impreso a fuego, en su corazón y en su mente, el Gran Libro y los


dos Libros Subsidiarios. Mientras caminaba, en una visión retrospectiva, fue reconociendo
cada una de las páginas, numeradas del cero al veintiuno, que le habían sido transmitidas en
el idioma milenario en que era comunicado el Verbo a quienes eran hallados dignos de la
Sabiduría y el Poder.

Tres septenarios hacen veintiuno, y siete ternarios señalan las siete razas, los siete
principios y las siete generaciones. Más importante que la función, es el conocimiento, y
nadie puede bañar su corazón en Sabiduría si no ha renunciado antes a la vana ciencia de
quienes defendieron en el pasado, y defenderán en el futuro, que saber es poder, y poder es
triunfar sobre la materia y sobre los semejantes.

Todo es energía y fluye en movimiento constante. Quien pone su mente en las


coordenadas verdaderas de Tiempo y Espacio, entra en comunicación con el gran mar del
Conocimiento, y en él es acrisolado, transmutado y renacido a solas con el Cosmos, la
esencia de todo lo que existe. Cuando Eleuzel se hubo quedado solo en el camino y su
Maestro le fue arrebatado, recordó los versos que había escrito un día como apología del
Gran Libro:

“Todo se ajusta al Tiempo y al Espacio.


Lo que en el planeta está sucediendo
- o va a suceder - ya fue antes de ahora.
La Gran Rueda de los doce rayos
gira ininterrumpidamente
y nadie puede detenerla ni detenerse
en su movimiento de morir y renacer.

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El Loco, o el Discípulo

El discípulo inició su camino en solitario, en el momento en que comenzaba sobre el


planeta un eclipse de sol. No llevaba oro ni armas; tampoco a su lado el Maestro que le
acompañara a través del maya, pero recordaba su voz: “El discípulo, como el Maestro, están
por fuera de todo orden, por encima de toda Ley”. Por el camino, algunos de los que le
observaban le llamaban loco. Los hechiceros y los perros intentaron hacerle variar de
dirección para que cayera en un precipicio sin retorno. Su tiempo se medía por las lunas, y su
acción debía guiarse únicamente por la dirección y la luz del sol.

En una mano llevaba el símbolo de la Orden en que había sido iniciado: una rosa de
color blanco. Sobre los hombros apoyaba una vara con doble equipaje defendido por su
mano izquierda. En el equipaje de atrás guardaba los signos y las claves para no detenerse ni
errar en el camino; en el equipaje delantero, acumulaba la Sabiduría. Sobre la cabeza del
Loco podía verse este símbolo: Un círculo y una cruz en el centro, el símbolo del planeta
donde debía conquistar la vieja serpiente.

El Loco no era loco. Era un discípulo puesto en camino, tildado de loco por quienes no
habían tenido el valor de emprender la búsqueda alquímica del Conocimiento…
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El Mago, o el Aprendiz

A una determinada altura del camino, el discípulo ya no fue llamado Loco por las
turbas. Los prodigios que hacía le merecieron el apodo de Mago. Pero, en realidad, seguía
siendo un discípulo: un Aprendiz que había comenzado a practicar y obrar con sus
conocimientos, a través de la materia que le proporcionaban los cuatro Elementos.

Cuando se presentaba a la gente, lo hacía como un hombre libre, con el signo de


Infinito sobre su cabeza: en su mano derecha, la vara de poder, y con su mano izquierda,
encaminando la fuerza que venía de lo alto hacia los materiales sobre los que obrar el
cambio. Los materiales, los cuatro Elementos con que había comenzado a trabajar, estaban
simbolizados delante de él sobre la Piedra Cúbica defendida por el Ibis Sagrado: el Pentáculo
dorado extraído de la Tierra; la Copa rebosante de Agua primitiva; el Fuego inextinguible
brotando del Ánfora; la Espada curva delimitando el aire y las heridas.

La mayor parte de sus semejantes no comprendían ni los símbolos ni el lenguaje;


otros tenían miedo en su presencia por la forma como manejaba y dominaba los materiales:
Por eso le llamaron mago, dios, profeta; pero en verdad era un discípulo que todavía llevaba,
ceñida a la cintura, la serpiente que se muerde la cola, y estaba aprendiendo a experimentar
con la materia, aunque defendido constantemente por Mercurio. El Mago era el Aprendiz
Alquimista buscando, a través de sí mismo y de la materia, la Sabiduría y el don de la Gran
Obra.
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La Sacerdotisa, o Isis con Velo

El Discípulo sabía que antes de llegar a ser Maestro, debía vencer las siete
tentaciones, y que éstas serían sutiles como los más secretos deseos, y que podrían
disfrazarse de aparentes formas de dominio del mundo de la materia. Su primera tentación
fue la Sacerdotisa. Al discípulo se le apareció cubierta de un velo negro, y su primer deseo
fue conquistarla y levantar el velo para entrar en su mirada, porque en ella averiguaba la
matriz virgen y el himen puro de la sabiduría que andaba buscando.

Cuando dio el primer paso para conseguir su objetivo, advirtió que la Sacerdotisa
llevaba sobre su cabeza la Tiara de Triple Círculo, símbolo de la Trinidad Superior
conquistada; que su velo era defendido por los signos zodiacales de Virgo y la Luna; que
llevaba en sus manos, escrita, la Ley Cósmica de Causa y Efecto; y que en su pecho estaba
grabado el símbolo de la unión fecunda del Arriba y el Abajo.

Parado, el discípulo contempló largamente a la Sacerdotisa vestida de blanco, oculto


su brazo derecho por un manto azul; defendida por las Columnas de los dos Principios que
determinaban toda Polaridad y todo movimiento, dejando ver, en su mano izquierda, la ley
escrita, y en su pecho, el símbolo de Mercurio que es entregado a todos los que pretenden
la Iniciación. Entonces, el Discípulo retrocedió hasta el Atrio sin dar la espalda y comprendió
que había vencido la primera Tentación.
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La Emperatriz, o Isis sin Velo

Atravesando la gran ciudad, el Discípulo llegó a las puertas de un palacio y fue


invitado a entrar. En medio de la gran avenida que recorría los jardines, se encontró con una
mujer sentada, en actitud hierática, sobre una piedra que llevaba dibujados cinco ojos en los
ángulos y el centro de la cara visible.

Al contrario de la Sacerdotisa, la mujer no llevaba los ojos vendados, y dejaba sus


pechos núbiles al descubierto; pero ella no lo miró ni varió su actitud contemplativa.
Apoyaba sus pies sobre una luna en cuarto creciente; su mano derecha sostenía el Cetro
terminado en un círculo, expresión de su poder ilimitado y de su rango; en el dedo índice de
su mano izquierda se posaba el Águila protectora de los procesos alquímicos. La mujer
revelaba el estado de fecundidad incipiente; adornaba su cuello con un aro de siete piedras
preciosas y su cabeza estaba coronada por doce estrellas. En su frente se erguía la Serpiente
de la Sabiduría. Un río de Agua Primitiva que operaba la transmutación de los campos y de
los animales atravesaba los jardines.

La carne débil del Discípulo se conmovió ante la presencia de la Emperatriz, y cruzó


su mente, como una idea divina, que tal vez fuese el alma gemela que andaba buscando. En
ese instante apareció el símbolo de Marte sobre la cabeza de la Emperatriz y el discípulo
supo que no debía moverse en ninguna dirección, sino sentir y esperar hasta ser conducido,
dentro o fuera, por sus guías invisibles.
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El Emperador, o el Príncipe Alquimista

Al cumplirse el signo de Aries, el Discípulo fue conducido ante la presencia del


Emperador. Lo encontró con la mirada fija en el Infinito, en la misma actitud hierática de la
Emperatriz. El discípulo se detuvo y lo miró en silencio.

El Emperador estaba sentado sobre una Piedra Cúbica y, en la cara visible, podía
verse un animal con cabeza de gato y cuerpo de pantera, guardián del Secreto del Templo.
En su mano izquierda sostenía una cobra erguida y, sobre ella, un círculo, símbolos del Poder
conquistado y ejercido. Eran sus atributos dominar y transmutar los Cuatro elementos, y
poseía en sus manos la vida y la muerte de sus semejantes.

El Emperador llevaba un anillo con un rubí tallado en forma de pirámide triangular y


el mismo símbolo bordado en oro en el cinturón que ceñía su vestido. El discípulo
comprendió que ya habían sido reunidos por el Emperador, el cuatro y el tres, y por tanto,
había descendido con el derecho de poseer el planeta y ejercer la Justicia. Entonces, sobre la
cabeza del Emperador se dibujó el signo de Escorpión, y en su pecho, con alas desplegadas,
se dejó entrever sobre un disco dorado, el Águila que indicaba la constelación de origen, y su
pierna derecha formó, sobre la izquierda, un ángulo de 90º. De este modo el Discípulo
averiguó que el Emperador era el Príncipe Alquimista, por cuyas venas corría también sangre
roja, el germen venido de las estrellas. No medió palabra alguna entre ellos, pero el
Discípulo sintió que debía seguir su camino. Lo hizo y supo que su búsqueda había entrado
en el tiempo número cinco.
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El Hierofante, o el Guía Alquímico

Antes de abandonar la ciudad, el Discípulo pasó nuevamente por las Puertas del
Templo. Un grupo de jóvenes se preparaba para cruzar el umbral y entrar en el Atrio de la
Iniciación. Era una escena que ya había vivido. El Gran Hierofante había sido conducido hasta
el tercer escalón del atrio bajo un dosel de columnas doradas rematado por el Sol Alado bajo
el cual se dibujaba un friso con los siete sellos y los siete guías alquímicos correspondientes a
las siete razas y a las siete generaciones.

El Gran Hierofante adornaba su cabeza con la cobra de la Sabiduría; iba revestido de


un manto rojo y una túnica dorada, pues sus pies se apoyaban en el suelo, señalando a
Occidente. Dos jóvenes coronados con el símbolo del Primer Grado de la Iniciación pedían
ser introducidos en los Misterios de Isis.

El Gran Hierofante mostró a los aspirantes los siete sellos, luego empuñó la Triple
Corona con su mano izquierda, símbolo del control y la armonía de los tres cuerpos y los tres
mundos manifestados del Cosmos: La Materia, el Alma, el Espíritu, el Cuerpo Físico, el
Cuerpo Astral y el Cuerpo Mental. Finalmente, el Gran Hierofante elevó su mano derecha y,
juntándolos dedos pulgar, índice y medio, flexionó el anular y el meñique y bendijo a cada
uno según sus deseos, pero no les entregó todavía las llaves del Gran Secreto, y éstas
permanecieron cruzadas, a sus pies, esperando que sobrepasaran el umbral. Sobre la cabeza
del Guía Alquímico se dibujaron los signos de Aries y de los planetas Júpiter y Marte. Había
pasado otro tiempo y el Discípulo entró en el tiempo de Tauro.
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Los Amantes, o los dos Caminos

En el día quinto, el Discípulo había acumulado suficiente Sabiduría para discernir


entre las distintas formas de poder, y ejercerlo ante la admiración de sus semejantes. Ya
conocía el Árbol de la Vida y había probado sus frutos; también sabía distinguir entre los
demás árboles del Conocimiento y había olido sus doce flores. Era el tiempo en que había
sentido la presencia de la Serpiente Antigua que, enroscada en el tronco del Árbol de la vida,
tanto le había costado vencer. En lo alto brillaba el Sol que todo lo fecunda, lo miró y fue
deslumbrado. En la visión pudo distinguir al mismo tiempo a la Luna, avanzando. En el
mismo camino, frente a sí, distinguió a un hombre joven, ataviado con los atributos de un
Príncipe. Al caer la tarde le salieron al encuentro dos princesas bellamente engalanadas. A su
lado derecho se colocó la mujer vestida de blanco con una sobre toga azul y coronada por la
cobra de la Sabiduría. A su lado izquierdo se colocó la mujer vestida de negro que se
ataviaba con un collar de oro y dejaba al descubierto sus senos y que también coronaba su
cabeza con la cobra de la Sabiduría. Cada una de ellas se separó más adelante y tomó un
camino divergente. Sobre el Príncipe estaba el Disco Solar de 29 rayos, 14 menores, 14
mayores, más uno aún mayor, y en su centro se dibujó Lucifer disparando un arco en
dirección a su cabeza.

Entonces el Discípulo supo que el Príncipe era él mismo y que debía elegir entre dos
caminos. Paró sus sensaciones hasta la caída del sol, y cuando vio dibujarse en el cielo los
signos de Venus y Tauro, supo que debía elegir según la Ley, armonizando las dos serpientes
y evitando el punto sin retorno en el camino del Conocimiento.
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El Carruaje, o la Energía Bipolar

Cuando el Discípulo hubo elegido el camino, sintió temblar la tierra bajo sus pies. A su
espalda apareció un carruaje de base cuadrada tirado por dos esfinges, negra la del pescante
derecho, blanca la del pescante izquierdo. El carruaje iba protegido por un dosel sostenido
por cuatro columnas. En el pescante aparecía el Sol Alado, y sobre el dosel, el círculo con un
punto. Cuando el carruaje llegó a su altura envuelto en un torbellino, una voz potente venida
de lo alto resonó con fuerza en sus entrañas y dijo: “Salta al pescante, toma las riendas y
cambia tus vestidos”.

El Discípulo, que había hecho un largo esfuerzo, obedeció instintivamente la


indicación, cambió sus vestidos y tomó las riendas. En ese momento vio dibujarse sobre él el
signo de la Tau rematado hacia arriba por una flecha. La Voz le impulsó desde su interior:
“Toma tus atributos: el cubo, la esfera y la pirámide. No detengas el carro y acelera la
búsqueda de la Sabiduría utilizando las fuerzas que te han sido dadas. La Luna te es propicia
y el Sol Alado está entrando en la constelación de las grandes transmutaciones. Sobre tu
frente está ya la Cobra de la Sabiduría y, en tu pecho, la Tau soporta las dos Escuadras”. El
Discípulo agradeció a sus guías la ayuda, y aceleró el ritmo, aprovechando la fuerza de las
dos esfinges, equilibrando con las riendas que sostenía en su mano derecha, el tiro de cada
una. Mientras guiaba el carro que le había sido dado generosamente, anheló el momento en
que el Arriba y el Abajo se unirían, el momento en que la Obra Concluida vendría a sus
manos, y el Masculino y el Femenino se manifestarían patentemente a sus ojos, como una
Unidad invisible y fecunda.
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La Fuerza, o el León Vencido

Conduciendo su propio carruaje, el Discípulo, revestido con los atributos de un


Príncipe, tuvo una última aparición: una Princesa ataviada con una túnica bordada en oro,
abría, sin aparente esfuerzo de sus manos, las fauces de un león.

La Princesa llevaba sobre su frente la cobra de la Sabiduría; sobre su cabeza, un


ánfora con el líquido transmutado que había conseguido y, encima, el Águila con las alas
plegadas. El Discípulo pensó: “Es la diosa de la Transmutación; puedo hacerla mía esta noche
y apropiarme de su Secreto”. Pero debía conseguirlo sin detener el carruaje ni utilizar su
apariencia de Príncipe. La visión no le siguió y, entonces, supo que acababa de vencer la
última tentación que le hubiera costado la Obra entera e interrumpido su camino. La misma
voz le habló en su interior: “Al amanecer, estarás preparado para emprender otro viaje.
Cambiarás tus vestiduras y dejarás todos los vehículos que has utilizado, porque ya no los
necesitas. Al amanecer, el Águila y el León se pondrán a tu lado y defenderán tu Obra para el
resto de los días en este planeta. En el ánfora de tu interior brota el Agua Primitiva que
nunca se agota, y las dos serpientes se han unido en tu Árbol. Vete en paz”.

Había transcurrido otro Tiempo, el último Tiempo. Ya no era el Discípulo que había
sido acompañado hasta el arranque del Camino. Otros estaban llamando a las puertas del
Gran Templo, y él debía emprender el camino de regreso y devolver en Justicia lo que en
Justicia había recibido. En ese instante, sobre el cielo, se dibujaron los signos de Marte y
Neptuno.
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El Ermitaño, o el Iniciado

Al levantarse el sol en el horizonte, el Príncipe, disfrazado de Ermitaño, se puso en pié


y partió hacia donde sentía la llamada de una nueva generación de aspirantes al
Conocimiento. Su vestido era una túnica blanca de lino, y se protegía con un amplio manto
gris de forro azulado. En su mano derecha empuñaba el Bastón de su poder; una vara en
forma de Tau y dos serpientes enroscadas de abajo arriba; la una, negra, y la otra, dorada.
Con su mano izquierda protegía y llevaba la Lámpara encendida de siete rayos que iluminaba
día y noche, sin consumirse. Era la Luz que ningún viento podía apagar y ningún salteador
arrebatar, porque formaba parte de la herencia del Conocimiento, y estaba destinada a guiar
a quienes habían invocado su nombre.

El Príncipe, el Iniciado disfrazado de Ermitaño, analizaba el camino de regreso y veía


cuán diferente era a su partida de la patria de origen. La Iniciación y la Sabiduría le habían
convertido en un hombre sin patria, y las gentes a su paso no le llamaban ni loco, ni mago, ni
profeta. Sólo se fijaban en su humilde aspecto quienes llevaban el signo del sol en la frente y
le habían pedido ayuda en silencio interior.

Ahora, de regreso, alcanzado el Secreto de la Obra Alquímica, devolvía a los


Hermanos lo que a su vez había recibido, cumpliendo en Justicia la vieja Ley del
Conocimiento: El encuentro es para el amor, el amor para la fuerza, la fuerza para la Obra, la
Obra para los Hermanos. Su acción tenía lugar bajo la influencia de Júpiter y Urano, entre
Leo y Acuario.
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La Rueda de la Fortuna, o El Gran Cambio

La aparición del Príncipe disfrazado de Ermitaño por el planeta, marcaba en realidad


un nuevo tiempo, otro giro de la rueda de doce radios. En este nuevo giro quedaría al
descubierto lo que había estado oculto, y sepultado todo cuanto había estado patente, la
vida se manifestaría en un espectro de colores desconocidos hasta entonces.

Esta fue la primera visión que el anciano Ermitaño comunicó a todos cuantos
solicitaban el Conocimiento. Una rueda de doce radios se movía lentamente apoyada en un
eje de soporte vertical atacado en su base por las dos serpientes que habían sido reunidas y
dominadas armónicamente por los Maestros, y debían también serlo por los Iniciados que
ahora cruzaban el umbral.

El movimiento de la Rueda estaba determinado y controlado por la Gran Esfinge


alada, con cara de mujer, alas de águila, cuerpo delantero de león y cuerpo trasero de toro.
El movimiento de la Rueda se realizaba bajo los cuatro puntos fijos del Zodíaco: Acuario,
Escorpión, Tauro y Leo. Sobre la Rueda obraban alquímicamente Mercurio y Urano, y en la
aceleración y desaceleración de la Rueda influían, por su lado derecho, una figura de hombre
con cabeza de chacal que conducía los elementos de los planos astrales y de la materia, y
por la izquierda, un hipopótamo alado con cabeza de cocodrilo que intentaba cambiar el
giro de la rueda.

Estos eran los primeros signos que debían ser interpretados por todo Aprendiz.
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La Justicia, o la Ley del Karma

La segunda visión que el Ermitaño comunicó a los que habían solicitado el


Conocimiento, fue la de la Justicia. Ante los ojos de los aspirantes apareció una Princesa
ataviada con vestidos de oro, coronada por la cobra de la Sabiduría, con los ojos vendados,
sentada sobre un trono cúbico elevado sobre tres escalones cuadrangulares, con una espada
curva en su mano derecha y una balanza en su mano izquierda. La Princesa estaba de perfil,
preparada para presidir el Juicio de cada uno de los que habían solicitado la Iniciación, y
aplicar la Ley del Karma que, o les conduciría a la Muerte Alquímica o les haría regresar al
mundo del maya.

Detrás de la Princesa obraban, como testigos, los Cuatro Guardianes alquímicos de


los cuatro Elementos: de pie sobre el tercer escalón, un león; sobre el león, la esfinge con
cuerpo de toro; detrás de la esfinge un ángel alado; y sobre el ángel, una tortuga en posición
de vuelo. En presencia de la Princesa se inició el Juicio de los que habían solicitado ser
admitidos en el atrio del Templo.

El Juicio se llevaba a cabo colocando una pluma en uno de los platillos de la balanza, y
el corazón del aspirante en el otro. Si el corazón pesaba más que la pluma y desequilibraba la
balanza, entonces el chacal con cuerpo de hombre lo conducía de regreso al mundo del
maya y lo dejaba sujeto a la ley común. Si, por el contrario, el corazón era tan ligero de peso
como una pluma, el aspirante era conducido al atrio y admitido en la Iniciación. Para los
aspirantes, el Juicio y la aplicación de la Ley del Karma tenían lugar en vida, se celebraba bajo
la influencia de Venus y entre los signos de Cáncer y Capricornio.
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El Colgado, o el Holocausto

El Anciano transmitió luego, a los que habían entrado en el Atrio, una visión en la que
ellos mismos serían a la vez espectadores y protagonistas. “Esta visión – les dijo – no es una
visión. Es la imagen real de lo que sucederá a todos los que han cruzado el umbral del
Templo, han superado el juicio y han aceptado la Ley Cósmica que se aplica con anticipación
a todos cuantos un día recibirán el Conocimiento”.

Después les dejó ver un hombre suspendido en un travesaño colocado sobre dos
troncos de árbol a los que previamente se les habían talado sus seis ramas. El hombre joven
estaba colgado de una cuerda atada a su pie izquierdo. La pierna derecha estaba cruzada
sobre la izquierda formando un ángulo de 90º. Tenía enlazadas sus dos manos sobre la
cabeza, en dirección al suelo, sobre el que caían monedas de oro transmutado.

El hombre estaba solo, ante su propio destino, ajeno a la tierra y al cielo; sometido
voluntariamente a un holocausto que previamente había aceptado. Nadie podía acercársele
ni arrebatarle las monedas durante tres días y tres noches consecutivos. Su posición
impulsaba hacia abajo lo que había estado arriba y hacia arriba lo que había estado abajo. En
su desdoblamiento provocado, el hombre podía ponerse en contacto con su raza y su patria
de origen sin abandonar definitivamente la materia, a la que permanecía unido por el frágil
lazo que le había ocultado hasta entonces la serpiente. El Holocausto debía celebrarse bajo
el signo de Libra y estando la Luna en Cuarto Menguante.
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La Muerte, o la Transmutación

El Hombre Sabio salió para ver atardecer sobre los campos. Se detuvo frente a la mies
y comprobó que las espigas estaban maduras. Entonces hizo que los Neófitos le
acompañasen hasta el extremo de los sembrados.

El espectro de la Muerte había comenzado la siega, blandiendo la guadaña de


izquierda a derecha, rítmicamente. De los sembrados se levantaba, en oleadas, el miedo de
la mies que faltaba por segar, pero las espigas que yacían en tierra ya nada temían, porque
se habían liberado y esperaban su preparación para una nueva sementera. Entonces, el
Hombre Sabio se volvió hacia los que habían iniciado el Aprendizaje del Conocimiento y les
dijo: ¿Conocen, acaso, el destino del grano de trigo? Si la espiga no se siega, si el grano de
trigo no es separado de la paja, entonces no puede ser depositado nuevamente en el surco y
renacer en una espiga, según la Ley. Quien pide el Conocimiento lleva escrita, en su carne, la
ley: primero morir, luego, renacer. El orden inviolable para quien solicita el acceso al Gran
Secreto es desear y conseguir, primero ser justo, luego ser bueno, y después, sabio.

Cuando entren en el signo de Aries y el planeta Marte haga sentir sobre ustedes la
fuerza de su fuego, sepan que está próximo para ustedes el momento de la transmutación,
de la muerte alquímica. Dominen en ese momento el miedo, porque sobre sus cabezas no
está solamente la guadaña, sino el arco iris de siete colores, como prueba del pacto del
Arriba y el Abajo y un nuevo Sol que hará renacer virgen, de la materia opaca, el cuerpo sutil
de sus deseos, purificados según la Ley.
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14
La Templanza, o la Alquimia Espiritual

Cuando el Anciano Maestro sintió que todos los aspirantes al Conocimiento habían
asimilado el contenido y el amor a la Muerte, los transportó mentalmente a otra parte. En
medio de un campo florecido apareció un ángel que plegó las alas en forma de ángulo recto
y se puso a caminar de Norte a Sur. Sobre su cabeza brillaba la llama de todas las
transmutaciones alquímicas y en ella residía el espíritu del Agua Primitiva. El ángel llevaba el
precioso líquido en un ánfora de oro que sostenía en su mano izquierda y se puso a verterla
en un ánfora de plata que llevaba en su mano derecha.

Al caminar, el ángel desplegó unas pequeñas alas que llevaba en los talones, y a su
espalda apreció el signo de Mercurio, protagonista y guardián de todos los trabajos
alquímicos, y sobre él, el Sol en posición fecundadora y el signo de Escorpión a la derecha,
propiciando la manipulación de los materiales. Luego, el ángel desapareció de la imagen, y
llenó la escena el número 14, que expresaba todas las fases lunares necesarias para que el
velo de Isis fuera levantado.

Gradualmente, el 14 se fue convirtiendo en un 5. En ese instante la visión se esfumó y


los Aspirantes fueron sumidos en un gran sueño: El líquido que vertía el ángel con su copa de
oro en la copa de plata había rebosado y se había convertido, al caer en tierra, en un gran
río, y todos los aspirantes habían caminado hasta sus orillas y habían comenzado a
sumergirse en él para ser purificados y no tener en el futuro necesidad de otra agua.
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15
El Diablo, o el Guardián del Secreto (Custos Arcani)

Sin salir del sueño, a medida que los Aspirantes iban bebiendo el agua y ganaban la
otra orilla del río, asistían a la transformación del que hasta entonces se les había
presentado como Príncipe Iniciado, Ermitaño y Guía, en Diablo y Lucifer.

El Diablo y Lucifer eran el Guardián del Secreto, y tenía la forma de monstruo


enorme, con patas de macho cabrío, vientre de hipopótamo, pechos de mujer, manos de
hombre, alas de murciélago y cabeza de cocodrilo. En su mano izquierda blandía una tea
encendida y a su espalda, bajo sus pies, podían verse, humeantes, los restos de un Templo
que acababa de incendiar. En su mano derecha sostenía un cetro cuya vara era una doble
Tau terminada en una V en cuyo centro había un círculo: atributo exclusivo de los Príncipes
que tenían el poder del Conocimiento.

Encadenadas a una de las piedras del Templo destruido, aparecían dos figuras
humanas: una, con cuerpo de hombre y cabeza de macho cabrío, y otra con cuerpo de mujer
y también cabeza de macho cabrío. Las dos estaban semidesnudas y postradas de rodillas a
los pies del monstruo. El monstruo tenía sobre su cabeza la llama del Espíritu Alquímico, y
sobre él se dibujó el signo de Sagitario. En ese preciso instante, los Aspirantes
comprendieron que el propio guía podía convertirse en tentador, porque era a la vez el
Guardián del Gran Secreto y a nadie permitiría acceder a él antes del tiempo.
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16
La Torre, o la Segunda Muerte

El Anciano volvió a tomar la forma física habitual, condujo a los Discípulos fuera del
sueño y les sumergió en una nueva visión. En ella podrían ver los acontecimientos que
habían sucedido y los que iban a suceder muy pronto.

Sobre un cielo de bronce se destacó la silueta de una Gran Pirámide que coronaba un
Gran Templo. En el cielo brilló un rayo que hizo blanco en la Piedra Angular de la Pirámide.
La Piedra Angular saltó como impulsada por un resorte y rodó hacia el vacío, causando
enormes daños en las zonas bajas del Templo. Con la caída de la Piedra Angular salieron
despedidos, y cayeron también, el Constructor que se había adueñado del Gran Secreto y el
Gran Sacerdote que había usurpado los poderes al Príncipe Supremo del Pueblo. En la caída,
el Sacerdote-Rey perdió la corona y también el cetro de mano y la espada. El constructor, en
cambio, perdió el Compás, la Escuadra y el rollo de papiro en que estaban escritos los
números-clave del Gran Secreto.

La destrucción de la Gran Pirámide que coronaba el Templo no continuó. A los ojos


de los Aspirantes se iluminó la puerta inferior de entrada que daba acceso a la cripta de las
Grandes Iniciaciones. Sobre el dintel apareció entonces el signo de Marte y, a sus lados,
obrndo, los planetas Saturno y Júpiter, propiciadores del cambio. En la cripta, ajenos a los
acontecimientos exteriores, grupos de iniciados en distinto nivel continuaban estudiando la
Ley y buscando la Sabiduría. Ellos sabían que cuando todo hubiera acabado, deberían salir al
exterior y poner de nuevo la Piedra Angular en la cúspide de la Pirámide.
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17
La Estrella, o la Fecundación Alquímica

Desde que el Maestro proyectó sobre sus discípulos la visión del Ángel vertiendo el
Agua Primitiva de un ánfora a otra, habían pasado tres días completos, el tiempo exacto para
permitirles ver la imagen complementaria.

Arrodillada, con un pie en tierra y otro en el mar, apareció una doncella desnuda, de
perfil que portaba las mismas ánforas de oro y plata que había utilizado el Ángel. La doncella
vertía el contenida del ánfora de oro sobre la tierra, y el del ánfora de plata sobre el mar. De
este modo, el espíritu de la vida fecundado alquímicamente en su interior se expandía y
fecundaba a su vez las dos matrices de toda cosa en el planeta renovado.

Sobre la cabeza de la doncella apareció una estrella de ocho puntas y, en su interior,


dos triángulos unidos por la base, dorado y luminoso el superior, negro y opaco el inferior.
De este modo, el de abajo era elevado por el de arria y la materia era elevada hacia el
Espíritu de la Luz.
Al lado derecho de la doncella, sobre el horizonte celeste, se iluminaron las siete Pléyades, y
por el lado izquierdo, emergiendo del mar, brotó un tallo de loto con tres flores y sobre la
flor principal se posó una mariposa con las alas desplegadas. A ambos lados de la estrella
mayor aparecieron los signos de Géminis y el planeta Mercurio. Eran las señales indicadoras
de que una nueva generación estaba siendo germinada y brotaría en breve sobre el planeta.
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18
La Luna, o la Sepultura

Cuando la doncella terminó de verter su líquido en el mar y en la tierra, sobre la


tierra se hizo el crepúsculo. Entonces, el Espíritu Alquímico que había derramado, fecundó el
óvulo y comenzó la germinación.

En el cielo apareció una Luna Nueva coincidiendo con el Solsticio de Verano y de las
dos Pirámides cuyas siluetas se distinguían en la noche, solamente iluminó la que estaba del
lado derecho. Bajo la luz del crepúsculo y sobre el cielo, pudo verse dibujado, con caracteres
de fuego, el signo de Cáncer, y sobre el dintel de la puerta que daba acceso a la cripta de las
Iniciaciones en la Pirámide iluminada, aparecieron los signos de Acuario y Venus. Procedente
del interior de la tierra, en dirección a las Pirámides, iluminado directamente por la luna, un
escorpión hacía su camino.

Dos perros con cabeza de chacal, sentados, montaban guardia al lado de las
Pirámides. El de la Pirámide iluminada era negro y el de la pirámide oscura, blanco. Cada uno
conducía el Proceso Alquímico de la Pirámide respectiva y guiaba los Cuerpos Sutiles hacia su
propio destino: la muerte, el de la pirámide oscura; el renacimiento, el de la pirámide
iluminada. El proceso debía terminarse antes de que el Sol iluminara la Piedra Angular del
Gran Templo en la Ciudad Dorada. En ese preciso instante, la Luna terminaría su recorrido y
la cripta debería ser abierta y revelar su Secreto.
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19
El Sol, o el Alumbramiento

Al día siguiente, alumbró un Sol poderoso sobre las cabezas de los Iniciados. Tenía
veintinueve rayos, catorce mayores, catorce menores más un rayo que unía Cielo y Tierra. En
el símbolo del Sol se manifestaba también la Clave de la Procreación. En la Tierra florecieron
en forma circular 21 flores blancas, y dos Príncipes, hombre y mujer, entraron dentro del
círculo, tomados por la mano. El Príncipe iba vestido con túnica blanca que tenía bordada en
el pecho, con hilos de oro, un Águila con alas desplegadas. La Princesa iba ataviada con una
túnica azul que tenía la Cruz Ansada bordada en oro, a la altura del pecho.

Bajo la influencia del Sol y de Júpiter, con Piscis y Leo obrando astrológicamente, el
Sol hizo germinar y alumbrar los campos. Los dos Príncipes entraron en comunión, y en sus
mentes se hizo la Luz, alimentada por las dos Serpientes armónicamente reunidas.

Era un día nuevo, el primer día de la Nueva Raza sobre la Tierra del Nuevo Reino. Era
el día preanunciado y profetizado desde milenios, para el que habían sido guiados, iniciados
y celosamente guardados los portadores de la semilla y sus receptáculos, unidos por fin en el
Círculo Alquímico, alumbrado en las mismas coordenadas de tiempo y espacio, según estaba
escrito.
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20
El Juicio, o la Reencarnación

Una de las últimas lecciones y visiones que el Anciano Maestro hizo aprender y
guardar celosamente en el Secreto de su Corazón a los Discípulos, fue la del Juicio y el
retorno a la Materia. En la cumbre del Universo, desde los Altos Cielos, un Ángel hizo sonar
su Trompeta de Oro que se oyó en los cuatro ángulos del mundo que había sido juzgado.

El Ángel se cubría el cuerpo con alas de oro y llevaba una llama encendida sobre su
cabeza. En el lugar de las tumbas sagradas, un sarcófago se iluminó, y tres momias – un
varón, una mujer y un niño – se levantaron, despertando de su sueño al toque de la
trompeta, y regresaron a la Materia y a la experiencia del mundo de los vivos.

El sarcófago tenía en el lateral visible siete columnas de inscripciones, cada una de


ellas correspondientes a las siete generaciones y a las siete razas del planeta. En la columna
Nº 4 aparecía el Escarabajo Dorado, símbolo de la Iniciación y la reencarnación; y un Sol
Alado - el Sol Naciente - cubría con sus alas las siete columnas.

Un Anubis, con cabeza de Chacal, montaba guardia en el lateral izquierdo de la


tumba, testigo de todo juicio y todo viaje de retorno desde el mundo de las sombras al
mundo del maya. Presidiendo la acción obraba el signo de Saturno, regidor del Karma y de la
Ley Evolutiva a través de todas las mutaciones y ascensiones propiciadas por la Luna.
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21
El Mundo, o la Tierra Prometida

En la última visión, el Anciano se puso al frente de los que habían pedido la Iniciación.
Primero tomó el aspecto de un Ermitaño, luego se transmutó en Hierofante, luego en Mago
y, finalmente, tomó la forma de un Discípulo ataviado como ellos mismos. Les dijo, en un
idioma sin palabras: “Esta será la última visión antes de mi partida. Espero que comprendan
lo que deben hacer, porque en adelante serán dispersados y quedarán solos en el camino, a
merced de su propia Sabiduría, su Fuerza y los Cuatro Elementos.

Apareció en los cielos una corona de 12 rosas, con tres capullos cada una.
Nuevamente las flores hacían renacer la Rueda de la Fortuna, y se iniciaba un nuevo giro
presidido por los Cuatro Elementos: Tierra, Fuego, Agua y Aire. Éstos estaban protegidos
según la ley, respectivamente, por un ángel en el signo de Acuario, por un águila en el signo
de Escorpión, por un toro en el signo de Tauro y por un león en el signo de Leo. En medio de
la corona de flores, una paloma con las alas desplegadas remontó el vuelo verticalmente. Era
la Paloma de Noé, que anunciaba una Nueva Era. Completó luego la escena una mujer de
rodillas tocando una lira de tres cuerdas. El armazón de la lira se apoyaba en una cabeza
tallada en forma de Esfinge. La cobra de la Sabiduría soportaba los símbolos fundamentales
de los dos cuerpos.

En los cielos se iluminó el signo del Sol Universal fecundado, y los discípulos fueron
enviados a los Cuatro Ángulos del Nuevo Mundo para obrar y repartir lo que habían recibido,
entre los nuevos herederos de la Tierra Prometida.

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