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3 manifestaciones de violencia a través

del lenguaje
La violencia en el lenguaje es una de las más nocivas formas de agresión. Por un
lado las palabras tienen el poder de dejar huellas que tienen repercusión incluso muchos
años después. Por otro lado, muchas veces la violencia en el lenguaje es soterrada y/o
legitimada socialmente. No es tan visible como la violencia física, por lo que es más
difícil que se produzca una intervención al respecto.

Las palabras tampoco dejan huellas físicas. Por eso suele haber cierto halo de
impunidad frente a ellas. Muchos dicen que no dijeron o que fueron malinterpretados
o que no hay que tomar en serio lo que se dice cuando hay ira de por medio. Lo cierto es
que las palabras violentas equivalen a golpes, a veces muy fuertes, en el alma. Por eso
no son admisibles.

“Desconfío de la incomunicabilidad; es la fuente de toda violencia”.

-Jean Paul Sartre-

El lenguaje violento daña a las personas y deteriora las relaciones. Una vez que se
dicen ciertas palabras o frases afiladas, una relación ya no volverá a ser la misma.
Suponen traspasar la barrera del respeto y la consideración que merece el otro, de hecho
por eso afectan y dejan cicatrices. Enseguida te hablamos acerca de tres de esas
manifestaciones de violencia a través del lenguaje.

Animalizar: una clara expresión de violencia


Aunque se trata de una comunicación en la que la violencia es evidente, la verdad es
que está muy presente en el lenguaje cotidiano. Hay quien elige decir que el otro es
un cerdo, una mosca o una bestia. Lo de cerdo, para quienes son poco elegantes o
tienen un índice de masa corporal alto. Lo de mosca para expresar que alguien es un
incordio. Lo de bestia para quienes se equivocan o realizan una gran fuerza sin
reflexión.

Es tan usual que se utilicen este tipo de palabras que se han incorporado al
lenguaje corriente. Son aceptadas socialmente y de hecho no se puede decir que tengan
un corte demasiado afilado, salvo que se repitan con frecuencia o no vayan
acompañadas de otros indicadores de desprecio.

Las personas también se animalizan a sí mismas. No dicen que trabajan fuertemente,


sino que “se rompen el lomo”. No dicen que se sienten explotados por otros, sino que
son “el burro de carga” de los demás. Lo más tóxico de estas animalizaciones, y otras,
es que despojan a la persona de su condición de persona. Utilizadas con frecuencia,
validan una suerte de “ley de la selva” en la que el respeto deja de ser importante.
Uso de hipérboles para las emociones negativas
Es frecuente en las personas muy ansiosas o sobrepasadas por la ira. Optan por
plantear todos sus sentimientos o emociones negativas en términos gigantescos. No
dicen que les molestó que otro desordenara la mesa. En cambio, vociferan que les
indigna y les revuelve el estómago esa desconsideración extrema.

Ellos no sienten ira, sino rabia o furia. No experimentan tristeza, sino que se sienten
heridos en el alma o como con un puñal en el corazón. Siempre están eligiendo la
forma más extraordinaria de manifestar el dolor, la ira o la aflicción. Su propósito no es
expresarse, sino violentar al otro con esas expresiones.

Lo malo es que esas hipérboles finalmente causan un efecto opuesto. En lugar de


impresionar a los demás terminan insensibilizándolos. Puede que surtan cierto efecto
en un comienzo, pero si se convierten en una fórmula rutinaria pierden su aparente
eficacia. De este modo, los demás, más temprano que tarde, terminarán haciendo oídos
sordos a esas expresiones.

La eterna repetición: la cantinela


La reiteración extrema de denuncias o quejas también constituye una forma de
expresión que entraña violencia en el lenguaje. Insistir en las misma fórmulas para
recriminar, equivale a un intento de marcar a los otros con las palabras.
Estigmatizarlos o limitarlos a un significado.

El discurso reiterativo es una forma de comunicación unilateral. Pero más allá de eso es
un intento por imponer un significado. Lo peor es que se trata de un intento que se
realiza por la vía más primaria -inocular las palabras en la conciencia del otro- y por eso
precisamente anula al interelocutor. Lo reduce a objeto de un mensaje unívoco, de una
marca.

Cualquiera de las tres fórmulas, la animalización, la hipérbole y la “cantinela” son


caminos para viciar la comunicación. En ellas, los significados se distorsionan o se
pierden. No son expresiones destinadas a propiciar el entendimiento, sino dispositivos
de lenguaje cuya principal función es agredir. Piensa si sueles utilizar alguno de estos
tres caminos para comunicarte y, si la respuesta es afirmativa, te animamos a que
pongas al comienzo de esos senderos una vaya que ponga “Prohibido el paso”. Por ti y
por los que te rodean.

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