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Una mujer tenía la intención de escribir un gran libro. Se compró un montón de papel, cincuenta
lápices nuevos y un buen sacapuntas. A partir de hoy su marido y sus hijos sólo hablarían bajo y
andarían de puntillas, pues la mujer quería empezar enseguida a escribir el libro.
Preparó el papel y afiló el lápiz. Mientras tanto pensaba en la primera frase.
Afiló otro lápiz y siguió pensando la primera frase.
Afiló el tercer lápiz y todavía pensaba en la primera frase.
La mujer afiló hasta el final los cincuenta lápices y otros siete mil quinientos doce.
No tardó ni tres semanas. Todavía no había escrito la primera frase, pero ya era campeona del
mundo en afilar lápices.
Salió en el periódico.
Era el año 5800 d.C. iba caminando por la calle. Una calle sin personas. Todos estaban en casa,
disfrutando un paseo por las Pirámides de Egipto gracias a la realidad virtual. Entré a la tienda. Una
tienda sin personas. Todos habían pedido delivery a sus hogares por medio del sistema A-38 X de
envío automático. ¿Los cocineros? Reemplazados por computadores.
A la noche fui al cine. Un cine sin personas. Todos prefirieron quedarse en casa, el nuevo
televisor modelo NexF8 era mucho más potente que una pantalla gigantesca.
Al terminar la película regresé a casa. Fue entonces que noté que nunca había salido de ella.
Seguía con mis lentes de realidad virtual en la cabeza. ¿Por qué no había nadie en mi mundo virtual?
No lo sé. Quizá es cuestión de adquirir un sistema operativo más actualizado…