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Manuel García-Carpintero
Las palabras
y las cosas
Una presentación
de la filosofía
del lenguaje
E ditorialAriel, S.A ¡
Barcelona
Diseño cubierta: Nacho Soriano
ISBN: S4-344-8742-X
impreso en España
sión. Filósofos, en otras palabras, que reconocen en las grandes obras de Fre
ce Russell y Wittgenstein ejemplos paradigmáticos de un nuevo modo de
abordar los problemas tradicionales de la filosofía. Si bien el conocimiento de
las crandes aportaciones de la tradición analítica a nuestra comprensión del
lenguaje nos ha de dejar aún a una gran distancia de vislumbrar respuestas a
preguntas como las anteriores, sí están esas aportaciones en condiciones de
delinear de manera precisa los contornos de los problemas, de delimitar el
alcance de nuestra ignorancia. La familiarización con la filosofía contemporá
nea del lenguaje, por consiguiente, habría de resultar de ínteres no solo para
los interesados en la filosofía, sino también para todos aquellos que, desde
cualquiera de las muchas perspectivas en que se aborda el lenguaje, deseanan
alcanzar una mejor comprensión teórica de su naturaleza.
Michael Dummett — uno de los más importantes filósofos contemporáneos
en esta trad ición - ha defendido con gran p e j a e t r a c ió iH ^ e ^ que ciaste un
conjunto sustantivo de ideas distintivas de la^oncepcion a n a ^ d e la^fiiosoña. ^ (Oí'-C ■
La idea sustantiva central es, según D u m m k r r d l T K ^ t a n ^ É i ^ i
I auaie sobre el pensamiento. Los filósofos del pasado pensaron que el lengua-
[ Te i s un fenómeno sin excesivo interés filosófico en sí mismo. Un lenguaje no
sería nada más que un medio arbitrario para hacer perceptibles nuestros pen-
■ samientos- nuestros juicios, nuestros deseos, nuestras emociones, nuestras
'i dudas ^etc., con el fin de hacerlos accesibles a los demás; o, simplemente, con
: el de ’a yudanios'a recordarlos nosotros mismos después. Los grandes probie-
. mas filosóficos (la naturaleza y ios límites del conocimiento humano; el carac-
^ter de la realidad “externa”, por relación a la cuaUvaluam os la corrección o
incorrección demuestras concepciones, la satisfacción o no de nuestros desig
nios) eran pues planteados directamente a propósito del pensamiento, hacien-
: do caso omiso de ese intermediario prescindible, el lenguaje mediante tí que
los expresamos. Por contra, la filosofía analítica se caracteriza, según
mett, por defender la — quizás intuitivamente paradójica— tesis contrana. Filo-
■ sofos como el Wittgenstein de las Investigaciones, Quine, Sellars, Davidson o
el propio Dummett han sostenido, en efecto, que estrictamente hablando so o
, piensa quien habla. El contenido de los pensamientos de alguien se identifica
’’ con el sit^nificado que cabe atribuir a las palabras mediante las que los expre-
' sana en función de la comunidad lingüística a la que pertenezca (o, en el caso
: de Davidson, en función de lo que aventuraría al respecto un hermeneuta cua-
í lificado). Estrictamente hablando, los seres que no hablan (los animales o los
' niños pequeños) no piensan; cuando nos referimos a ellos com o si lo hicieran, ■
estamos llevando a cabo una proyección ilegítima, o arbitraria.
~ Esta concepción tiene en su favor que proporciona un fundamento claro a
lo que un observador externo aprecia inmediatamente como lo más caracterís
tico de ese nuevo modo de abordar los viejos problemas practicado por los filó
sofos analíticos desde Frege, Russell y Wittgenstein; a saber, tí papel que
desempeñada filosofía del lenguaje como la materia filosófica fundamental, e
lugar donde deben plantearse, propiamente hablando, las cuestiones tun a-
mentales de la disciplina. La tesis de-Dummett acuerda bien con la practica
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I -
INTRODUCCIÓN
xvn
k -
analítica de plantear los grandes problemas filosóficos como probíemaq lin.-
güísticos. Sin embargo, tal y como está enunciada esa tesis parece poco nlau-^
sible, pues deja fuera de la tradición analítica ni más ni menos que a sus padres'"
k~ 4 fundadores (Frege, Russell y el Wittgenstein del Thicrams), ademfc
nmchos filósofos analíticos contemporáneos (este último es seguramente un-
efecto buscado por Dummett). churamente up
A mi juicio, existe una descripción más débil de la caractenstica distinti
va de la filosofía, tal y como se entiende en el ámbito analítico, que se adecúa
mejor a la práctica de esta tradición y recoge aún d distintivo enfásis que en
e la se pone en la comprensión del lenguaje y en la enunciación de los pro
blemas filosóficos como problemas lingüísticos. Pese a ser más débil, ¡a des
cripción es aún susceptible de provocar controversia; muchos-filósofos que uti
lizando cntenos puramente sociológicos (tales cómo qué revistas leen y en
cuáles publican, qué conceptos y conocimientos se presuponen en sus trabajos
a que autores citan frecuentemente) contarían como “analíticos” no se reco
nocerán a buen seguro en la misma. A cambio, la concepción es interesante.
Las que algunos ofrecen, llevados quizás por la desesperación que produce no
dar con una caracterización no sociológica que sea aceptable por todos, no ¡o
son, estas caracterizaciones suelen tener como consecuencia que cualquier filó
sofo que ofrezca argumentativamente justificaciones inteligibles para las tesis
que defiende, comenzando por Platón y Aristóteles, sea analítico. Por lo
demás, la corrección de la concepción no depende de que losfque practican la
actividad descrita se reconozcan en ella, sino de que su práctica misma quede
en erecto bien caracterizada así. ^
D e acuerdo con esta propuesta, la práctica de la filosofía analítica no s f i
distingue por presuponer la tesis sustantiva de la prioridad del lenc^uaje sobre
e! pensamiento, sino más bien una tesis metodológica análoga: la prioridad "
filosófica del estudio dei lenguaje, y de los concepibslaT ycdm o se expresan I
H en el lenguaje, sobre el estudio de ¡os pensamientos. La filosofía, en estacón - í
Co-'V-í! ¿ r
capción, es una actividad intelectual teórica, coincidente con la lexicot^rafía en ^
tCfri ■ particular y con la semántica de los lenguajes naturales en general en sus méto- i
dos y en su objetivo; la investigación del significado de las expresiones lin- '
gmsttcas. La diferencia con estas disciplinas es doble. En primer lugar el '
ámbito de la filosofía es más restringido; a la actividad filosófica interesa sólo I'
el estudio^ de ¡os significados de ciertas expresiones, a propósito de las cuales í
ía tradición filosófica viene planteando (desde los presocráticos) o'enuinos pro-
dkm as teóricos: términos tales como ‘saber’ y ‘opinión’; ‘objetivo’ y ‘su b íe-"
tivo'; ‘causa’; ‘realidad’ y ‘apariencia’; ‘mente’ y ‘cueipo’, etc. De este m o d o ,;
la filosofía sena, si acaso, una parte propia de la lexicografía o la semántica.;!
Pero no cabe en rigor hablar de inclusión, como consecuencia de la se<^undá'
diferencia; pues las explicaciones que la filosofía pretende, ofrecer al elucidar '
de palabras como las mencionadas (o, como diremos aíterna-
tivamente, al elucidar los conceptos expresados por estas palabras)~no sbñ'^
meramente descriptivas (como ocurre en el ;caso. de_]aJem^^^
cas, regulativas. La actividad filosófica se arroga a sí misma la capacidad de
XVIII INTRODUCCIÓN
1 “Pudieri pensarse; si la filosofía habla del uso de la palabra ' filosofía’ , entonces tiene que haber una filo
sofía de segundo orden. Peto no es así; sino que el caso se corresponde con el de la ortografía, que tambren tiene que
ver con las palabra ‘ortografía sin ser en tal caso una onogtafía de segundo orden." L. Wmgenstem, Investisactones
Filosóficas, § 121.
INTRODUCCIÓN XDC
ciertos modos, las narraciones de cierto tipo, etc.) sean recomendables- es decir;
que nos insten a vedas, oídos, leerlos, etc. Es esencial a la actividad artística
el buscar producir objetos que, potencialmente, nos insten de este modo a la
acción, a verlos, oírlos o leerlos. La moral y el derecho persiguen enunciar nor
1 mas públicas o privadas con arreglo a las cuales sea apropiado formar las iníen-
ciones que rigen nuestras acciones. La ingeniería busca producir objetos útiles
ia para ayudamos a realizar determinados proyectos, designios, etc. Es, de nue
*,■
vo, esencial a lo que hacen quienes practican estas actividades que sus resul
tados sean sensibles a las intenciones, deseos, etc., de seres como nosotros. Por
otro lado, la realización de los objetivos de las actividades teóricas puede cier
t
tamente tener (y usualmente tiene) consecuencias prácticas; estas consecuen
cias guian además las decisiones privadas y públicas sobre a cuáles de ellas
dedicar tiempo y recursos. Pero tales consecuencias son sólo efectos sobrevi-
nientes a la actividad misma, no los objetivos que las caracterizan.^
¿Cuáles son esos objetivos? Lo expondré, de nuevo, en términos lingüís
ticos, para facilitar la comprensión ilustraré mis observaciones con dos ejem
plos. Los ejemplos provienen de la práctica que he declarado paradigmática de
las actividades intelectuales teóricas, la ciencia; con el fin de que resulten real
mente ilustrativos, los ejemplos (la teoría genética de Mendel y la mecánica
celeste de Copemico) conciernen a conocimientos que forman parte ya del
bagaje cultural de cualquier posible lector de estas páginas.
Las actividades inteiectuaíes teóricas se caracterizan por buscar explica
ciones conceptiialmente aumentativas que solucionen problemas planteados a
propósito de un cuerpo de conocimientos cognoscitivamente independiente de
las soluciones, cualesquiera que éstas puedan ser. Consideremos el caso de la
mecánica celeste copemicana, para ilustrarlos conceptos que se utilizan en esta
caracterización.'' La percepción visual nos informa de diversos hechos sobre
los movimientos aparentes, relativos al lugar que nosotros ocupamos, de obje
tos luminosos en el firmamento visible. Los hechos son, básicamente, de tres
tipos. En primer lugar, el movimiento diurno aparente del Sol, y el movimien
to nocturno de las constelaciones. En segundo lugar, el movimiento anual del
Sol con respecto a las constelaciones a lo largo de la eclíptica. Finalmente, el
movimiento aparentemente errático de los planetas con respecto a las conste
laciones (incluyendo los incrementos y disminuciones en la intensidad de la luz
que proyectan que acompañan a estos movimientos “erráticos”). Todos estos
hechos conciernen, como he dicho, a objetos luminosos; la percepción visual
no nos informa de si los objetos emiten luz o la reflejan, ni de su naturaleza:
por lo que a los informes de la percepción visual respecta, el Sol podría ser
una hoguera que Zeus reaviva cada día, o un carro de fuego. Y conciernen al
movimiento aparente-, son compatibles con que seamos nosotros ios que nos
2. Pese a estar enunciada en términos analíticos, esta exposición resultará sin duda familiar: se parece estre-
chameate a ¡a clasiRcaaón del saber que lleva a cabo Aristótefes al eamietiza de la Meca/lska.
que sigue se apoya en los excelentes trabajos de Norwood R. Hanson, Constelaciones v con-
jeturas (Alianza: Madrid, 1978) y Thomas S. Kuhn, La rsvolución copemicana, Ariel: Barcelona, 1978.
w
INTRODUCCION
XX
movemos, y no ellos, por ejemplo, y también con que nos movamos tanto los
observadores como los objetos luminosos observados. Sin embargo, por más
que los califiquemos de meramente “aparentes”, todo lo que he descrito son
hechos que conocemos', si se prefiere algo menos rotundo, he descrito convic
ciones bien fundadas comunes a la inmensa mayoría de los seres humanos.
Tanto las convicciones como los conocimientos son actividades representado-
nales doxásticas, no conativas.
La mecánica celeste copemicana ofrece una familiar explicación de estos
fenómenos. La explicación pertenece también a la familia de las actividades
doxásticas; es una conjetura, una opinión, o a estas alturas, más bien ya un
conocimiento. N o hace falta enunciar sus detalles, pues todos los conocemos.
Sí importa observar que la explicación es cognoscitivamente independiente de
los hechos que he descrito en el párrafo anterior. Con esto quiero decir que
aceptar la verdad de todas las oraciones mediante las que expresaríamos los
hechos descritos en el párrafo anterior no fuerza a un usum o competente,
reflexivo y sincero del español a aceptar la verdad de la explicación copem i
cana. (Como, por ejemplo, fuerza a un usuario competente, reflexivo y since
ro del español el aceptar la verdad de ‘hoy es martes’ a aceptar también la de
‘mañana es miércoles.) Antes bien: quienes se enfrentan por primera vez con
la explicación copemicana, pese a aceptar los hechos antes descritos, la
enciíehtran increíble, inaceptable. Y el que así lo hagan no conlleva, en abso
luto, que cuando aceptaban la verdad de las oraciones con que expresamos los
hechos descritos en el párrafo anterior, no las entendieran bien, no supieran lo
que estaban diciendo o padecieran algún trastorno psíquico. Mientras que si
alguien que acepta como verdadera ‘hoy es martes’ nos informa también de
que considera falsa ‘mañana es miércoles’, pensaríamos que es un extranjero
que no domina la lengua, que no sabe lo que dice, que no entiende algunas
palabras, o que padece algún otro trastorno.
Las explicaciones que una actividad intelectual teórica tiene por objetivo pro
porcionar solucionan problemas. La mecánica celeste copemicana explica los
hechos sobre los movimientos aparentes de objetos luminosos, en tanto que enun
c ia las causas de esos hechos. De modo que, en este caso, el problema es enun-
Iciar las causas de los hechos observados. Un problema concerniente a un domi-
!nio sobre el que poseemos algún conocimiento se puede plantear mediante una
Ipregunta; ‘¿por qué se mueven de tal y cual modo tales y cuales objetos lumino
sos?’ Las preguntas son actividades representacionales, que sabemos distinguir
tanto de las aseveraciones como de los mandatos. Las preguntas quedan a medio
í camino de las actividades doxásticas y de las conativas; una pregunta puede bus-
í car obtener información (‘¿dónde está el cine Verdi?’), o puede buscar obtener
' más bien una instrucción (‘¿qué camino he de seguir para llegar al cine Verdi? ).
Una pregunta teórica es una cuyas ,respuestas razonables pertenecen al grupo de
\ las actividades lepresentacionales doxásticas, una pregunta práctica es una cuyas
i respuestas razonables pertenecen al gmpo de las actividades representacionales
I conativas. Los problemas que buscan resolver las prácticas teóricas son aquello
! planteado por preguntas teóricas; los significados de preguntas teóricas.
ÍNTRODUCCIÓN
XXÍ
No debe suponerse que las preguntas para las que las prácticas teóricas
ofrecen explicaciones están cabalmente planteadas con anterioridad temporal a
la existencia de la explicación propuesta por la actividad teórica. En ocasiones
(como han puesto de manifiesto filósofos contemporáneos de la ciencia como
Karl Popper), sólo después de disponer de ia explicación, somos capaces de
formular correctamente ei problema. Puede incluso ocurrir que sólo la expli
cación nos permita ver la existencia del problema. Alguien que no conozca la
teoría copemicana (o sus más precisas versiones contemporáneas) puede no ver
ninguna necesidad de responder a ia pregunta ‘¿por qué se mueven de tal y
cual modo tales y cuales objetos luminosos?’; simplemente, diría esta persona
■se mueven así, no hay más explicación que ofrecer. Lo que es más, disponer
de ia explicación puede servimos para rechazar alguno de ios “hechos” reiati-
^ vamente a ¡os cuales se había planteado originalmente el problema. El caso
copemicano es aquí particularmente claro, pues la explicación nos llevó a
corregir radicalmente los términos en que antes se había planteado el proble
ma. Es por eso que, cuando enunciamos ex post /acto el problema (como
hemos hecho en los párrafos anteriores), aceptando ya la verdad de la explica
ción copemicana, hablamos de movimientos aparentes. Los hechos explicados
por una teoría son muchas veces construidos” por la teoría; pero no, natural
mente (como pretenden los teóricos contemporáneos de la ciencia corno “cons
trucción social” de fenómenos) en el sentido de ‘construir’ en que los cons-
tractores construyen casas, sino en aquel en el que el microscopio electrónico /
nos permite “construir” hechos microscópicos: propiamerjíe hablando, lo que /
el microscopio nos permite construir es una representación correcta de ios'
hechos microscópicos, que sin él no estaríamos en disposición de constmir.J
Una buena indicación de que hemos conseguido una explicación satisfac
toria en cualquier ámbito teórico es que, con ayuda dé la teoría, somos capa-l
ces de predecir correctamente hechos relativos al ámbito de problemas que no
habríamos podido predecir sin ayuda de la teoría; típicamente, hechos relati
vos al futuro. (El carácter futuro no constituye un rasgo necesario de las pre
dicciones, empero. La.teoría de Darwin se confirma en gran medida por sus
predicciones sobre ei pasado, como ocurre con Ja teoría geológica de la deriva
de los continentes.) A ojos de muchos, la teoría de Newton resultó confirma
da cuando, con su ayuda, Halley predijo la reaparición dei cometa que lleva su
nombre con una precisión en su tiempo impensable. La filosofía de la ciencia
contemporánea, que ha enfatizado tanto esta observación como la que hemos
mencionado en el párraío anterior, revela claramente hasta qué punto la ima
gen tradicional del método inductivo” (amontonar “hechos observables” para
obtener de ellos apropiadas “generalizaciones inductivas”) es un mito. Eso no
significa, en absoluto, que las actividades intelectuales teóricas de! tipo de las
que hasta aquí estamos considerando (del tipo del que la ciencia es el para
digma) no sean disciplinas empíricas: sus explicaciones se aceptan sólo en la
medida en que son corroboradas por datos observables, obtenidos experímen-
talmente en situaciones controladas e intersubjetivamente contrastables. La
caracterización más ajustada a los hechos que podemos hacer del “método
■'*í
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■Mfii
INTRODUCCION Itp
XXII
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4. Cf. Giere, Utulerstanding Scientific Reasoning, donde se exponen además los aspectos epistémicos.
XXIV INTRODUCCION
Sería vano pretender establecer más allá de toda duda que la filosofía es una
disciplina teórica interesante: ningún hecho interesante puede establecerse con
esa certidumbre, “más allá de toda duda”. Pero sí sería deseable mostrarlo de
una manera suficientemente convincente. Bajo el supuesto explícito de que la
filosofía es el tipo de actividad intelectual que aquí se ha descrito, este libro
intentará establecerlo así. Para ello, es preciso explicar primero cómo la semán
tica es una actividad intelectual teórica; es decir, cuáles son sus problemas teó
ricos y qué aspecto tienen sus propuestas explicativas. Esta tarea se lleva a cabo
en el capítulo segundo, por el procedimiento de estudiar de manera relativa
mente exhaustiva un caso ilustrativo. Inevitablemente, para que el esmdio pue
da ser suficientemente exhaustivo, el ejemplo ha de ser en sí mismo no muy
interesante. Con el fin de que el caso examinado posea algún interés adicional
al de servir de ilustración del tipo de actividad intelectual teórica que, según la
presente propuesta, es la filosofía, he elegido presentar un caso — el de las
citas— que, con el fin de prevenir ciertos malentendidos, es en cualquier caso
necesario estudiar en una introducción a la filosofía del lenguaje. N o sería ni
preciso ni aconsejable hacerlo con la exhaustividad con que aquí se trata, de
no mediar la motivación que acabo de ofrecer.
En el resto del libro he tratado de presentar los problemas filosóficos de
acuerdo con la propuesta, aunque sin hacer mención expresa de que procedo
de ese modo. La mejor justificación para la misma estará por tanto en que el
lector aprecie que, así planteados, los problemas filosóficos tradicionales son
genuinos problemas teóricos: problemas complejos, para alcanzar siquiera a
plantearse correctamente los cuales hace falta un largo entrenamiento (no diga
mos ya para hacer propuestas interesantes sobre su solución). Problemas dríí-
ciles, por tanto; pero no arcanos: problemas relativos a hechos que en efecto
se dan, para solucionar los cuales existe un camino relativamente claro, apli
cando el mismo método que utilizamos en general para justificar explicaciones
teóricas.
Que la filosofía haya de ser “difícil” en el mismo sentido en que lo es la
ciencia resulta sorprendente, y no sólo para el “hombre de la calle”. La tardía
vocación filosófica de algunos científicos ilustres les revela creedores de que,
en su madurez, una buena tarde de reflexión les capacita para hacer propues
tas filosóficas interesantes. Nunca, desde luego, se les ocurriría pensar lo mis
mo respecto de los problemas de cualquiera de sus colegas en otras discipli
nas. Los resultados a que luego llegan evidencian que hubieran hecho mejor
mostrando el mismo respeto hacia la filosofía. Es de lamentar que el respeto
que en esta concepción de la filosofía se manifiesta hacia la ciencia no se vea
devuelto con una actitud recíproca. Friedrich Engels observó muy acertada
mente en su Dialéctica de la Naturaleza lo siguiente: “Los científicos creen
librarse de la filosofía ignorándola o denigrándola. Pero puesto que sin pensa-'
miento no pueden avanzar y para pensar necesitan pautas de pensamiento, ¡
toman estas categorías, sin darse cuenta, del sentido común de las llamadas ^
personas cultas, dominado por los residuos de una filosofía ampliamente supe- ’
rada, o de ese poco de filosofía que aprendieron en la universidad, o de la le e -;
XXVI INTRODUCCION
litativa entre explicar, el significado de un término, y decir cómo son las cosas.
Decir qué significan los términos sería, meramente, describir convenciones ó
estipulaciones arbitrarias. Decir cómo son las cosas es, por contra, algo verda
A S S ig iW íS f
deramente sustantivo. Sin embargo, justamente el caso anterior de los concep
tos teóricos sugiere que una distinción así es más difícil de fundamentar de lo
que pueda parecer. No parece haber una diferencia radical entre decir qué sig
nifica ‘gen’, y decir cómo se comportan ios genes en sus aspectos fundamen
tales. Una objeción análoga es la de que la filosofía es “a p rio rr, y sus resul
tados no pueden justificarse, como los de la ciencia, mediante el “método
inductivo”. Esta objeción presupone una concepción del conocimiento a prio~
ri que habremos también de poner en cuestión. Por último, otra versión de la
. objeción que he oído a veces se expresa elegantemente diciendo que la filoso
fía analítica es filosofía que no se deja traducir de un lenguaje a otro. Se tra
taría de un trabajo centrado en matices idiomáticos, minucias desde el punto
de vista de lo que tradicionalmente se ha entendido por ‘filosofía’. La respuesta
a esto es que incluso estudiando aspectos concretos del español podemos estar
estudiando a la vez aspectos completamente generales, comunes a cualquier
lenguaje.
El énfasis en los aspectos teóricos del estudio de la filosofía (como de
cualquier actividad intelectual de esta naturaleza) no pretende hacer que se
pase por alto sus virtudes prácticas. Como hemos dicho, y elaboraremos en los
dos primeros capítulos, el objetivo teórico de la filosofía es análogo al de las
disciplinas lingüísticas; se tratajje enunciar de manera explícita un cierto saber
que poseemos de maneriTídcim (cf. I, § 4)7 Ahora'bien, ¿para qué quererri'os
tener conocimiento explícito de la sintaxis y de la semántica de nuestras len
guas? La razón fundamental, que hemos destacado hasta aquí (una razón por
sí sola bastante y en cualquier caso la más importante) es puramente teórica;
allá donde hay algo que ignoramos, es legítimo buscar teorías que alivien nues
tra ignorancia, Pero hay también una razón práctica. Sea cual fuere la natura
leza del conocimiento tácito, su ejercicio hace pensar que está constituido por
muy burdas generalizaciones inductivas basadas en una experiencia limitada.
El resultado es un saber sin duda ninguna muy eficiente en su aplicación en
los contextos cotidianos que están vinculados con su misma existencia, pero
también uno muy poco reflexivo y por ende muy poco crítico. Nuestro cono
cimiento tácito de la sintaxis de nuestra lengua no es suficiente muchas veces
para, confrontados con una oración “rara”, saber si es gramaticalmente correc
ta o no. En ocasiones, puede ser que al hacer explícitas las reglas pertinentes
ai caso que se puedan extrapolar de casos “normales”, resulte que las reglas
dejen también la cuestión sin decidir. Pero en otras ocasiones ocurre lo con
trarío; hacer explícitas las regias nos permite resolver la cuestión reflexiva
mente.
Todos sabemos usar ios predicados evaluativos; en cierto sentido de
saber , por tanto, sabemos qué diferencia hay entre los predicados evaluativos
( ‘la película es mala’) y los descriptivos ( ‘los personajes no tienen nada que
ver con la gente de la vida real’, ‘la trama es incomprensible’, etc.). Pero es
INTRODUCCION
XXVffl
este un saber irreflexivo del que no sabemos dar cuenta, un saber que no sabe
mos hacer explícito. Estamos así sujetos a que cualquier Sócrates haga mofa
de nosotros; o. dicho con más seriedad, nuestro saber carece de una dimensión
autorreflexiva, y, por ende, crítica, de la que (al menos algunos) lo querríamos
poseedor. . j ,
A mi juicio, la cuestión fundamental de que se ocupa la filosona del len- '
CTuaje es también la cuestión fundamental de que se ocupa la filosofía. Esta es
la cuestión del realismo: ¿hay una realidad independiente de nuestro lenguaje
y de nuestro conocimiento, que nuestro lenguaje representa y que podemos al
menos esperar conocer? (Parte del problema es formular la cuestión con mayor
precisión; de ello nos ocuparemos a lo largo del capítulo V.) De la respuesta
que se ofrezca a este problema dependen claramente cuestiones prácticas, y
cuestiones prácticas muy importantes. El cinismo de muchos de nuestros con
temporáneos va de la mano con su antirrealismo; se diría que, para ellos, |
alguien ha demostrado ya, con claridad meridiana, que la respuesta a la cues -1
tión anterior ha de ser necesariamente negativa, y de ello se obtiene una c o n -:
clusión escépticd sobre la importancia del saber y, en general, sobre los gran
des ideales ilustrados del pasado. La actitud se ha transmitido (muchas veces
por el mecanismo descrito por Engels en el texto antes citado) incluso a los
científicos: Este libro no pretende ofrecer una respuesta a la cuestión del rea
lism o,pero sí material para abordarla de una manera más crítica. ,
El objetivo fundaifíéhtal de las páginas que siguen, conío indica el subtí
tulo de esta obra, es presentar, de la manera más clara que me es posible, los
problemas más importantes de que se ocupa la filosofía del lenguaje: y las apor
taciones de los más notables investigadores en este ámbito, que deben ser baga
je de cualquiera que desee reflexionar el mismo sobre ellos. No he pretendido
exponer mi propio punto de vista, mucho merlos aún de una manera sistemá
tica. Una presentación de problemas filosóficos, sin embargo, no puede ser
meramente expositiva; iniciarse en su estudio requiere apreciar las dificultades
más patentes de las propuestas, las razones que parecen sostenerlas y los argu
mentos en contra. Es inevitable, pues, que los puntos de vista del autor afloren
aquí y allá, en la selección del material, y en el énfasis en críticas o encomios.
Confío en que ello tenga el efecto beneficioso de suscitar en el lector el es
tímulo para la reflexión propia.
Pese a que el objetivo principal es introducir las contribuciones funda
mentales a la filosofía del lenguaje — y no mis propios puntos de vista— y a
que, por consiguiente, la estructura del libro está determinada por la presenta
ción de las aportaciones de los autores relevantes en una disposición sustan-
cíalmente cronológica, puede también discernirse una cierta estructura narrati
va, que traiciona más que ninguna otra cosa mis propias convicciones filosófi
cas. El título de esta obra refleja el “triángulo” al que se hace tradicionalmen
te referencia, al mencionar los problemas fundamentales de que se ocupa la
filosofía del lenguaje. En un vértice se útúaa las palczbras — expresiones como
‘el día en que lo asesinaron, Julio César no teñía más de 30.000 pelos ; en
otro, las cosas — hechos constituyentes del mundo o la realidad extralingüísti
INTRODUCCIÓN
XXIX
1. Tipos y ejemplares
momento, nos basta para servirnos sin más de las nociones de tipo y ejemplar
que tenga un contenido razonablemente distinto y que nosotros seamos capa
ces de distinguir un tipo de un ejemplar en casos clarosl pl&'demos darla por
supuesta, sin cuestionamos si la relación entre tipos y ejemplares debe enten
derse en términos nominalistas, conceptualistas, realistas aristotélicos o realis
tas platónicos. Esta capacidad nuestra se manifiesta, por ejemplo, en la habili
dad que todos tenemos para apreciar la ambigüedad presente en enunciados
como ‘Juan y Luis están leyendo el mismo libro’. (¿Están leyendo el mismo
libro-tipo, o más bien el mismo libro-ejemplarl) Sin duda, desearíamos contar
con mayor claridad; desearíamos saber, por ejemplo, si los tipos lingüísticos de
que vamos a hablar repetidamente después deberían verse como “meros nom
bres”, es decir, como teniendo una realidad creada arbitrariamente (como sos
tienen los nominalistas a propósito de los universales en general); o si, más
plausiblemente en este caso, aun teniendo una entidad menos arbitraria, son
“meros conceptos”, debiendo esencialmente su realidad a aspectos de la men
te humana (como sostendrían los conceptualistas) o como universales objeti
vos, independientes de la mente y el lenguaje.
Los signos lingüísticos admiten la distinción entre tipo y ejemplar. En esta
página hay muchos ejemplares distintos de la misma letra-tipo, la primera letra
del alfabeto español. En la primera frase de este párrafo, sin ir más lejos, hay
tres. Las letras pueden servimos para hacer una observación que hemos guar
dado hasta aquí, a saber, que un mismo particular puede ejemplificar muchos
tipos distintos. Las tres letras a continuación: a, a, A ejemplifican diversos
tipos. Como los tipos se identifican por una serie de rasgos generales, repeti
dos en sus ejemplares, caracterizamos esos diversos tipos ejemplificados por
las letras indicando los rasgos que los identifican: tenemos así el tipo primera
letra del alfabeto español (ejemplificado por las tres), el tipo letra en cursiva
(que sólo la segunda ejemplifica), el tipo letra en minúsculas (ejemplificado
por la primera y por la segunda). El segundo de los particulares exhibidos antes
ejemplifica, pues, estos tres distintos tipos. Si A y B son dos tipos ejemplifi
cados por un particular, puede ser que uno de ellos sea, por así decirlo, una
“versión” más abstracta del otro; esto es, que las propiedades o rasgos que
identifican a uno (el más específico) incluyan propiamente a las que identifi
can ai otro (el más genérico). Esto es lo que ocurre con los tipos primera letra
del alfabeto español y primera letra del alfabeto español en mayúsculas. Pero
no siempre tiene que ser así, como ilustran los tipos antes mencionados: nin
guno de los tipos cursiva, minúscula, primera letra del alfabeto español es una
versión más o menos abstracta de alguno de los otros. Son simplemente tipos
distintos.
La comunicación lingüística se efectúa mediante ejemplares: lo que llega
a nuestros oídos o alcanza nuestras retinas son ejemplares. Pero sólo en la
medida en que los ejemplares son ejemplares de ciertos tipos lingüísticos pue
de producirse tal comunicación: hablando metafóricamente, sólo porque el
hablante elige para transmitir sus pensamientos expresiones con rasgos reco
nocibles por su audiencia puede típicamente producirse la comunicación. Aho-
4 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS C O SA S'" '.lio ríp :
A sí pues, habida cuenta de que ser una palabra del español es una pro
piedad sistemática y de que dar cuenta de tal sistematicidad es una empresa
teóricamente pertinente, se comprende que ya las teorías morfológicas se sir
van de nociones teóricas. Una teoría morfológica del español, por ejemplo,
introducirá dos morfemas para el plural, una serie de morfemas-raíz detrás de
los que esos morfemas se pueden adjuntar, y reglas generales para adjuntar uno
u otro en función de ios sonidos finales del morfema-raíz. Relativamente al
ámbito explicativo de la morfología, pues, los morfemas y sus modos posibles
de combinación {poner delante, poner detrás, etc.) son objetos teóricos, y tam
bién lo son aquellas de sus propiedades invocadas en las reglas de cons
trucción, las leyes o reglas postuladas por la morfología del español.
Los datos empíricos que se utilizan para la elaboración de una teoría mor
fológica consisten primariamente en intuiciones de los hablantes del lenguaje
sobre la estructura de las palabras del mismo. (Sólo “primariamente”: es con
siguiente al carácter explicativo de las teorías lingüísticas el que no tenga sen
tido imponer restricciones a priori sobre qué datos empíricos puedan servir
para contrastarlas o refutarlas. Chomsky ha venido defendiendo, a mi juicio de
manera convincente, que determinados hechos sobre el aprendizaje del len
guaje son también datos empíricos que una buena teoría debe explicar.)' El lin
güista puede recurrir a sus intuiciones, o a las de los otros hablantes d el len
guaje, sobre cuál sería el pretérito perfecto de un supuesto nuevo verbo; al
menos, puede recurrir a esas intuiciones cuando conciernen a casos claros. Las
predicciones de su teoría serán de este mismo tipo, y habrán de ser confronta
das con las intuiciones de los hablantes. Al igual que ocurre con otras disci
plinas científicas, los elementos empíricos (las intuiciones de los hablantes)
pueden en ocasiones ser corregidos por la teoría, cuando están en contradic
ción con ella, en lugar de ser la teoría corregida por los datos empíricos.
Las palabras no son, sin embargo, los objetos teóricamente privilegiados
en el estudio de los lenguajes naturales, en el sentido de que no son los po
seedores de las propiedades observables que nos permiten formular los pro
blemas, las perplejidades, que las disciplinas lingüísticas más características (y
más interesantes para la filosofía) persiguen resolver. Si, en lugar de la defi
nición inapropiada de ‘palabra’ en que nos hemos apoyado para esta discusión,
tratásemos de construir una más satisfactoria (una válida también para lengua
jes exclusivamente orales), apreciaríamos hasta qué punto las palabras son
objetos relativamente abstractos, ellos mismos altamente teóricos respecto de
los objetos con los que habríamos de empezar el estudio teórico del lenguaje.
De hecho, sólo nuestra gran familiaridad con nuestro propio lenguaje materno
(y particularmente con su versión escrita) explica que la división de los frag
mentos más largos de discurso en palabras nos parezca tan “natural”. Pense
mos, por contra, en lo difícil que nos resulta hacer esta misma distinción cuan
do oímos una frase en una lengua que no dominamos plenamente, o en las difi
cultades que encuentran para llevar a cabo esa misma tarea incluso respecto de
su lengua materna quienes no están familiarizados con el lenguaje escrito. En
rigor, la noción de palabra sólo tiene un sentido preciso relativamente a com
plejas consideraciones sintácticas y semánticas. Si descubriésemos una co
munidad de seres que parecen utilizar un lenguaje, no serían las palabras de
ese lenguaje los objetos con los que primero tropezaríamos; a ellas llegaríamos
a través de una serie de pasos de abstracción teórica. Lo que observaríamos
sería actos lingüísticos, acciones tales como expresar opiniones, ofrecer infor
mación, preguntar, dar órdenes, etc. Estos actos se llevan a cabo con oracio
nes. Diremos, siguiendo una propuesta de Wittgenstein, que una oración es la
unidad mínima con la que podemos llevar a cabo una de estas acciones lin
güísticas. En este sentido, ‘Juan’, proferida en ciertos contextos, bien puede ser
una oración — ^por cuanto se puede utilizar para llevar a cabo acciones típica
mente lingüísticas, tales como llamar a Juan o responder a una pregunta
(“¿quién se comió el pastel?”). Son h s oraciones {oraciones-tipo, no oracio
nes-ejemplar), típicamente construidas a partir de varias palabras, las entida
des epistémicamente básicas el estudio del lenguaje.
Las oraciones del español son típicamente combinaciones de palabras,;
pero no toda combinación de palabras castellanas es una oración castellana.)
‘Sergi come papilla’ es una oración castellana, pero no lo es ‘Sergi comen
papillas’, ni tampoco ‘Sergi me propuso de que me fuera al cine con él’. Estas
últimas son combinaciones agramaticales de palabras castellanas. Las orado- i
nes castellanas tienen, pues, la propiedad de ser gramaticales. La sintaxis es la
actividad teórica que trata de explicar en qué consiste la gramaticalidad de las
oraciones. Mucho más aún que en el caso de las palabras, es fácil observar que
ésta es una propiedad sistemática. El mismo test que mencionamos antes lo
pone de manifiesto. La mera introducción del verbo ‘implementar’, efectuada
junto con las pertinentes indicaciones sobre su uso, basta para que ‘Sergi
implementó el programa’ pase a ser una nueva oración gramatical del español;
á no es precisa ninguna nueva regla al respecto. La única explicación de esto ha
I de ser que la gramaticalidad y la agramaticalidad dependen de que las oracio
nes estén o no compuestas, de modos específicos, de entidades más pequeñas,
poseedoras de ciertas propiedades. Una explicación satisfactoria de la grama
ticalidad debe dar cuenta de esta sistematicidad, y tal es el objetivo prioritario
de una teoría sintáctica.-
.-“-a
I 2. En la lingüística contemporánea se distingue usualmente la sintaxis del español de la sititaxis, sin más. Esta
distinción la motiva la creencia de que es posible dar una descripción general de ciertos aspectos de la sintaxis de
todo lenguaje natural iiumano.
10 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
m
LOS OBJETIVOS EXPLICATIVOS DE LAS TEORÍAS LINGÜÍSTICAS 11
D e modo que ahora ya no hay lugar a la equivocidad, por cuanto los sujetos
de ( 1 ) y ( 2 ') no sólo nombran cosas distintas, sino que son también ellos mis
mos palabras distintas.
En este trabajo hemos seguido hasta ahora la convención de entrecomillar
mediante comillas simples las expresiones cuando queremos mencionarlas, en
lugar de usarlas del modo habitual. Será útil que examinemos más de cerca esta
convención. Ningún recurso lingüístico parece tan simple como el de las citas.
Y, ciertamente, se trata de un mecanismo simple, en comparación con otros.
Pero, como ,se puede ver examinando el próximo capítulo, ya aquí el desa
cuerdo teórico es significativo: alguien podría pensar que en los párrafos
anteriores se ha dicho todo lo que es preciso decir sobre ellas, pero ese pensa
miento sería ingenuo. Cualquier investigación sobre el lenguaje conlleva cons
tantemente la mención de expresiones. Un mayor grado de explicitud en nues
tro dominio de esta herramienta redundará en una mejor disposición a evitar
frecuentes confusiones que su uso provoca.*
Dos aspectos de la distinción entre el uso y la mención de una expresión
requieren comentario, uno sintáctico y otro semántico. El aspecto sintáctico es
que las expresiones entrecomilladas son nombres (o sintagmas nominales,
como dicen los gramáticos), sea cual fuere la función sintáctica de las ex
presiones flanquedas por las comillas en las oraciones en que tienen su uso
habitual. En el ejemplo anterior, la expresión flanqueada por las comillas era
también un nombre, pero, en general, la expresión mencionada puede pertene
cer a cualquier categoría: un verbo, un adjetivo, una oración completa, como
en (5), o incluso una expresión que ni siquiera es una palabra; en cualquiera
de esos casos, la expresión resultante de entrecomillarlas es, sintácticamente,
un nombre:
4. En esta sección expongo la teoría de las citas que yo mismo considero correcta. Esta teoría se propuso ori
ginalmente con el fm de superar los problemas de las teorías que se examinan en el próximo capítulo.
L O S O B JE T IV O S E X P L IC A T IV O S D E L A S T E O R ÍA S L IN G Ü ÍS T IC A S 17
5. La explicación aquí ofrecida del funcionamiento de las comillas está tomada de Donald Davidson, “Quo-
M
LO S O B JE T IV O S E X P L IC A T IV O S D E LA S T E O R ÍA S L IN G Ü ÍS T IC A S 19
Para m e n c io n a r a lg o u sa m o s su n om b re, o a lg u n a d e sc r ip c ió n . C u an d o
d e c im o s q u e B o s to n tie n e trece c o n c e ja le s u sa m o s e l n o m b r e d e la ciu d a d y c o n
e llo m e n c io n a m o s la c iu d a d , tal y c o m o a ca b o d e hacer. E s c a s o lu g a r para el
m iste r io h ay en e s to , g r a cia s a la fe liz cir c u n sta n c ia d e q u e h a y 'p o c a s c o s a s
m e n o s p a r ecid a s a u n a ciu d a d q u e un nom bre. M e n c io n a r c iu d a d e s y otros o b je
to s c o n c r e to s e s un j u e g o de n iñ o s; sim p le m e n te , u se su s n o m b r e s.
E l c u id a d o c o m ie n z a a se r a c o n se ja b le , sin em b a r g o , c u a n d o p a sa m o s a
m e n c io n a r n o m b r e s. Para m e n c io n a r un n o m b re , c o m o c u a lq u ie r otra, c o s a , se
u sa un n o m b re s u y o . B o s to n n o e s b isíla b o , p ero ‘B o s t o n ’ lo es; la c ita sir v e
c o m o un n o m b re d el n om b re. U n a c ita n om bra su interior. E s un n o m b re d e su s
p ro p ia s entrañas.
T a m p o c o s e d e b e su p o n e r q u e ‘B o s to n ’ e s u n a c ita . ‘B o s t o n ’ e s s im p le
m e n te una p a la b ra d e s e is letra s, y no c o n tie n e c o m illa s . P ara m e n c io n a r
la c ita u sa m o s su n o m b r e , u n a c ita d e la c ita . “ B o s t o n ” c o n t ie n e un par de
com illas.®
20 LA S P A L A B R A S , L A S ID E A S Y LA S C O S A S -r' " ’v r
• 'V
En esta sección discutiremos una dificultad que suscita la tesis que veni
mos defendiendo, a saber, que el estudio del lenguaje permite elaborar teorías
explicativas. ^
^ El propósito d eja s teorías semánticas es ofrecer explicaciones lob re los
significados de las palabras. A h or^ B lerfiéxp ficq rp s^ sea FcTque sea ade-
masf para expífciüEemos'de émpTeáfTign'oT En el próximo^capítúlo ilustrare-,;
fiñós, describiendo exhaustivamente el casó "de las citas, cómo las teorías se -1
o , i
mánticas intentan explicar fenómenos semánticos (el funcionamiento de las ;
citas) formulando leyes o reglas semánticas; enunciando los significados de las
unidades léxicas (como las comillas) y, especialmente, el modo sistemático en
que los significados de expresiones complejas (las citas) se obtienen a partir de
la contribución semántica de las partes. Ahora bien, si las teorías semánticas
intentan ofrecer información de este tipo, ellas mismas deben estar formuladas
en un lenguaje; un lenguaje en que se mencionen las expresiones complejas,
en que se diga en qué consiste su complejidad, cuáles son sus partes, cuáles
sus significados respectivos, etc. Distingamos el lenguaje cuya semántica que
remos explicar del lenguaje que, necesariamente, hemos de usar en la explica
ción, denominando lenguaje-objeto al primero y metalenguaje — ‘meta’, por
su carácter de lenguaje usado para hablar sobre el lenguaje— al segundo. (La
distinción vale también cuando estamos intentando ofrecer explicaciones sin
tácticas o pragmáticas, exactamente por las mismas razones.) En ocasiones
ocurre que el lenguaje-objeto y el metalenguaje difieren completamente; por
ejemplo, puedo ofrecer una teoría semántica para el latín en español. Pero la
posibilidad de ofrecer explicaciones semánticas no puede depender de que len
guaje-objeto y metalenguaje difieran de este modo: dado que el único lengua
je hablado sobre la capa de la tierra podría ser, por ejemplo, el swahili, si es
posible construir una teoría semántica para el swahili, debe ser posible cons
truirla en swahili — o, con mayor precisión, en un lenguaje estrechamente rela
cionado: swahili ampliado con los términos teóricos de que una teoría semán
tica haya de proveerse.
Esto es, justamente, lo que la objeción que estamos presentando discute;
según esta objeción, es imposible ofrecer genuinas explicaciones semánticas
para el swahili en swahili (ni en swahili ampliado). Se seguiría de esto, por lo
que acabamos de decir, que la semántica, como una disciplina genuinamente
explicativa, es imposible. Este es un esbozo del argumento que se aduce para
defender este punto de vista. Para que un fragmento lingüístico me proporcio
ne información, su contenido tiene que resultarme novedoso; antes de conocer
la información en cuestión, yo debía desconocerla. Ahora bien, ¿cómo puede
ser esto posible, en lo que respecta a la información que una teoría semántica
del swahili formulada en swahili intenta proporcionarme? Si yo no poseo esa
información, es que no entiendo el swahili; y, en tal caso, no estoy en disposi
ción de entender la propia teoría, que está formulada precisamente en swahili.
Y si poseo la información necesaria para entender la teoría, es que ya entien-
LOS OBJETIVOS EXPLICATIVOS DE LAS TEORÍAS LINGÜÍSTICAS 2p:
do swahili; esto es, ya conozco la semántica del swahiri',: y por tanto ya conoz
co aquello que la teoría pretende proporcionarme. -
Una definición circular es una definición que, por estar'fórínulada explíF;
cita o implícitamente en términos de aquello que se intenta definir, no podría
servir a nadie que no entendiera ya la expresión definida para aprender su sig-,
nificado. Dado que las teorías semánticas constan esencialmente de explica
ciones del significado de términos, pueden verse como un conjunto de defini
ciones. Así, la teoría davidsoniana de las citas define las comillas. La dificul
tad que se apunta en esta objeción es entonces la de que las teorías semánticas
son necesariamente circulares. Son, por tanto, explicativamente tan inadecua
das como las definiciones circulares. El siguiente texto contiene un razona
miento de este tipo:
S e ha se ñ a la d o a m e n u d o q u e lo s s ig n ific a d o s no p u e d e n s e r d e sc r ito s e n e l le n
g u a je. E n a lg u n o s c a s o s p u ed en se r d em o stra d o s m e d ia n te un a c to -d e o ste n s ió n ;
p e r o c u a lq u ie r d e sc r ip c ió n q u e s e h aga d e e llo s e n té r m in o s d e u n 'le n g u a je , se a
natural o a r tific ia l, n e c e s a r ia m e n te habrá d e ten er su p r o p io s ig n ific a d o , una
d e sc r ip c ió n d e l cu a l tendrá a su v e z su p ro p io s ig n ific a d o , y a s í su c e siv a m e n te .
S i e s to e s a sí, lo m á s q u e p o d e m o s ha cer e s agru p ar e x p r e s io n e s s in ó n im a s en
c la s e s .’
Este argumento es especioso. Pero, antes de mostrar que lo es, haré dos
observaciones, cuyo objeto es hacer patente que todo argumento como éste tie
ne que ser falaz. Mostraré, primero, que la conclusión es increíble. Y, en segun
do lugar, que la presunta excepción que el texto hace respecto de los signos
definidos por ostensión no existe: si la conclusión del argumento fuese válida,
tampoco las definiciones ostensivas serían informativas. Sólo después explica
ré por qué el argumento no es válido, y cómo tanto las definiciones ostensivas
como las lingüísticas pueden ser informativas.
La primera observación es que la conclusión del argumento es una para
doja. Una paradoja es o bien un argumento aparentemente plausible del que
se sigue una consecuencia que contradice una proposición que también nos pa
rece plausible, o bien un par de argumentos plausibles con conclusiones con
tradictorias. Los argumentos de Zenón para tratar de establecer la inexistencia
del movimiento son paradojas. Que el argumento que estamos considerando
aquí constituye una paradoja lo podemos ver de varios modos. Uno es con
trastar la conclusión con un hecho obvio, a saber, que una discusión exhausti
va como la que a propósito de las citas se lleva a cabo en el próximo capítulo
nos proporciona información: la teoría davidsoniana, que se propondrá como
la empíricamente más adecuada, constituye una explicación satisfactoria, e in
formativa, de la semántica de las citas. Antes de conocer una discusión así,
difícilmente hubiésemos sido capaces de proponer una teoría similar sobre
7. En Pieter A. M. Seuren, Operators and Nucleus, Cambridge: Cambridge University Press, 1969. Citado
por Gareth Evans y John McDoweIl en su “Introduction” a Tnuh and Meaning. Essays on Seniantics, del que son edi
tores..
22 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
cómo significan las citas. Un segundo modo de apreciar lo paradójico del ar
gumento es observar que sus conclusiones se habrían de extender a la sintaxis.
Una teoría sintáctica para el español presentada en español estará formulada
mediante oraciones que, ellas mismas, tendrán la sintaxis de las oraciones del
español. Quien no conozca ya la sintaxis del español, por tanto, no estará
siquiera en disposición de saber si las oraciones que formulan la teoría son gra
maticales o no, y por tanto no podrá entenderlas. Quien sea capaz de enten
derlas, por otro lado, ya conoce aquello que la teoría le intenta explicar: la sin
taxis del español. Sin embargo, y en contraste con esta conclusión, parece
obvio que las teorías sintácticas para el español (o para fragmentos del espa
ñol) que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida son informativas. (Y esta
ban formuladas en español, ampliado con los términos teóricos necesarios para
la sintaxis: sería absurdo requerir que una teoría sintáctica del español esUi-
viese formulada en latín para que fuese informativa.)
La segunda observación concierne a la vía de escape que se ofrece en el
texto para algunas expresiones; se trata de una vía de escape que se le ocurre
a casi todo el mundo que ha encontrado alguna vez plausible un argumento
como el que-estamos aquí considerando. Esta vía de escape la proporcionan las
llamadas definiciones ostensivas. Una definición ostensiva es la explicación del
significado de una expresión a través de la demostración, como cuando le
explicamos a un niño qué significa ‘rojo’ señalando a una superficie roja, o qué
significa ‘elefante’ señalando a un elefante en el zoo. En el texto se indica que
el problema no afecta a aquellas expresiones cuyos significados se pueden defi
nir ostensivamente; y muchos pensarían que tenemos una salida al problema
aquí, pues los significados de todas las expresiones del lenguaje se pueden
definir, directa o indirectamente, a través de definiciones ostensivas. Es ésta
una idea cara a la filosofía empirista tradicional, como veremos en el capítu
lo IV. Pues bien, la segunda observación consiste en apreciar que esto es un
grave error. Como mostrara Ludwig Wittgenstein, si la objeción fuese válida,
afectaría también a las definiciones ostensivas. Inmediatamente después m os
traremos que la objeción no es válida; pero es conveniente apurar el carácter
paradójico de la objeción antes de refutarla, poniendo claramente de manifies
to que la salida a través de la ostensión que contempla quien la suscribe no
existe en realidad.
Las explicaciones semánticas son objetables, según el argumento que esta
mos considerando, porque para explicar el funcionamiento semántico de una
expresión o de una estructura se usan otras expresiones. La presunta ventaja de
las explicaciones por ostensión, frente a ellas, estribaría en que en las explica
ciones ostensivas se correlacionan las expresiones o estructuras directamente
con sus significados, sin la mediación de signos que habrían de ser entendidos
previamente para que se pueda entender la explicación. En las explicaciones
no ostensivas se correlacionan en realidad los signos con sus significados
mediante el uso de otros signos, cuyos significados habrían de ser descritos a
su vez; en las ostensivas, se correlacionan directamente los signos con sus sig
nificados. Sin embargo, y por plausible que esto suene, las cosas no son así.
r á iiL v ¡ v á ’L v i ’Á^-
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LOS OBJETIVOS EXPLICATIVOS DE LAS TEORÍAS LINGÜÍSTICAS 23
K s
W iS?. En las explicaciones ostensivas se correlacionan los signos con sus significa
dos también a través de otros signos — signos de una naturaleí&iieculiar a los
que llamaremos signos ostensivos. Y si, como sostiene el qife así razona, las
definiciones no ostensivas son circulares — ^porque las mismas razones que
existían para requerir una explicación de los signos cuyos significados se pre
tende explicar mediante ellas, existen también para requerir una explicación de
los signos que usamos en la explicación— , resulta que las ostensivas.no están
en una situación mejor, porque las mismas razones existen también'para exigir
una explicación del funcionamiento de los signos ostensivos.
Una explicación no ostensiva, del significado de ‘río Guadiana’ (el expla-
nandum) podría ser: ‘río español que nace en los Ojos del Guadiana y desemr
boca en el Atlántico a la altura de Ayamonte’ (el explanans). Aquí el expía-,
nans está sujeto a la objeción anterior; usamos palabras, de modo que cualquier
razón que tuviéramos para querer una explicación del significado del expla-
nandum es también una razón para querer una explicación de cada una de las
palabras usadas en el explanans. Supongamos, sin embargo, que explico osteii-
sivamente el significado del explanandum, semiando a un cierto río. “El rio
Guadiana es este río.” ¿He correlacionado aquí el explanandum directamente
con su significado? Claramente no. Lo que he hecho es usar para mi explica
ción las palabras ‘este río’, el acto de señalar, y lo señalado; lo señalado, ade
más, no es el río significado por ‘río Guadiana , sino en el mejor de los
casos— un fragmento de él. Adviértase que alguien que entienda la expresión
‘río Guadiana’ debe saber que la misma se aplica a un objeto que incluye par-^
tes situadas en lugares distintos a aquel en el que señalo - - d e modo, por ejem-:
pío, que si digo ‘el río Guadiana tiene una anchura máxima de 25 metros ,;
fragmentos del río situados en lugares distintos a aquel en el que me encuen
tro son pertinentes para determinar la verdad o falsedad de lo que digo; y debe^
saber también que la expresión se aplica a un objeto que presumiblemente exis-|
tió en momentos anteriores y presumiblemente seguirá existiendo en m omen-\
tos posteriores a aquel en el que se produce la ostensión de modo, por ejem - 1
pío, que si digo ‘el caudal medio anual máximo del río Guadiana es de |
15 mVs’, la verdad o falsedad de mi aseveración-depende del caudal del río en -
momentos de tiempo distintos a aquel en el que se produce la ostensión. Mi 1
audiencia tiene que inferir el significado a partir del fragmento señalado, y a j
partir de los significados de las palabras ‘este’ y ‘río’. ^
Obsérvese también que la relación entre el fragmento de río señalado y el j
significado de ‘río Guadiana’ es distinta a la relación entre lo mostrado y (
ei°significado en otras definiciones ostensivas. Así, si defino ‘rojo’ diciendo ‘el ;
rojo es este color’ mientras señalo a un tomate, lo que demuestro es meramente |
el rojo de un cierto tomate, mientras que lo que significo es una propiedad de ¡
muchos objetos — de modo que es apropiado predicar la misma palabra ‘rojo’, |
sin cambiar con ello el significado así definido, al color de otros objetos. E s ;
patente que la relación entre el rojo demostrado y la propiedad significada por i
‘rojo’ es muy distinta a la relación entre el fragmento del río señalado y el río.;
La relación es distinta también si explico el significado de ‘Juan Pablo IL
24 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
8. Los seres humanos poseemos la capacidad cognoscitiva de “abstraer” un tipo a partir de sus ejemplares,
bien sea porque los tipos los crean esos mismos procesos cognoscitivos —como dicen los nominalistas— , bien por
que esos procesos cognoscitivos nos proporcionan la capacidad de descubrirlos —como sostienen los realistas. Cf. IV,
§ 3 para la distinción entre realismo y nominalismo sobre los universales.
L O S O B JE T IV O S E X P L IC A T IV O S D E L A S T E O R ÍA S L IN G Ü ÍS T IC A S . 25
objeto y ebobjeto (en el caso del río); la que hay entre una propiedad ejem
plificada en un objeto y la propiedad (en el caso del color), y la que hay entre
un aspecto temporal de un objeto y el objeto (en el caso de la persona).»
En las definiciones ostensivas, así pues, no se correlacionáa los expla-
'yíy.’’ nanda directamente con sus significados, sino que la correlación se establece
utilizando para ello otros signos, en este caso signos ostensivos. La única dife
rencia entre el explanans de una definición ostensiva (como “este río”, dicho
en la presencia del oportuno pedazo de río) y el de una no ostensiva (como “el
Guadiana es un río español que nace en los Ojos del Guadiana y desemboca
en el Atlántico a la altura de Ayamonte”) estriba en que la relación entre sig
no y significado es totalmente convencional en el segundo caso, pero parcial
mente «atura/en el primero.
Una consecuencia de esta diferencia es que los seres humanos estamos
cognoscitivamente bien dotados para entender sin más ni más las definiciones
ostensivas; mientras que entender las no ostensivas requiere entrenamiento lin
güístico. Es esta diferencia la que confunde a los que razonan como el autor
del argumento anteriormente citado. Pero es fácil ver que esta diferencia no es
relevante para la cuestión de si las definiciones ostensivas son inmunes al argu
mento de la circularidad. Porque es evidente que, por las mismas razones que
requerimos una explicación de cómo funcionan semánticamente los signos
convencionales (tanto el explanandum como los que aparecen en el explanans
de las explicaciones no ostensivas), podríamos requerir también una explica
ción del ñmcionamiento semántico de los signos ostensivos.
Veámoslo. Lo que sabemos de los signos convencionales es cómo usarlos
en situaciones concretas; pero no sabemos dar cuenta de eso que sabemos. Si
quisiéramos explicarle a un extraterrestre inteligente qué convenciones rigen el
ftincionamiento semántico de las palabras, o si quisiéramos construir un robot
que fuese capaz de entenderlas, no sabríamos por dónde empezar. La exhaus
tiva discusión de las citas en el próximo capítulo probará suficientemente esta
afirmación. Las citas son uno de los mecanismos aparentemente más simples
del lenguaje; y veremos cómo autores inteligentes e informados han propues
to explicaciones de su funcionamiento que resultan ser claramente inade
cuadas. Es más, no tenemos ninguna certidumbre de que la teoría davidsonia-
na que nosotros hemos adoptado no se revele finalmente inadecuada, por ra
zones que ahora somos incapaces de entrever. Exactamente lo mismo ocurre
con los signos ostensivos. Si al extraterrestre, por su peculiar naturaleza cog
noscitiva, las relaciones en que nos apoyamos no le resultan naturales — si, por
ejemplo, se muestra incapaz de pasar del fragmento espacial del río al río com
pleto, meramente a partir de nuestro apuntar al primero— , si hubiésemos de
decirle expresamente qué ha de hacer para obtener el significado a partir del
9. De acuerdo con la leoría davidsoniana de las citas que propusimos antes, y defenderemos en el próximo
capítulo, las citas son también signos ostensivos, en los que la relación implicada es de la misma naturaleza que la
existente entre el sonido-ejemplar pronunciado como ejemplo y el significado en el signo ostensivo ‘este sonido: «ru*
del ejemplo anterior.
26 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
alguien haga eso, pues alguien puede tener el conocimiento explícito sin tener
la capacidad constituida por el conocimiento tácito así explicitado. N o es que
el conocimiento explícito de las reglas del tango no permita hacer nada; po
seer conocimiento explícito es poseer una caracterización teórica de algo, y una
.caracterización teórica permite hacer cosas; por ejemplo, ofrecer descripciones
y explicaciones a otros, hacer aseveraciones sobre aquello, etc. Lo que ocurre
más bien es que el conocimiento explícito de algo, por sí mismo, rio permite
hacer aquello para lo que capacita el conocimiento tácito explicitado én ese
conocimiento; permite hacer otras cosas. Alguien que tenga conocimiento
explícito de los mecanismos cognoscitivos que permiten bailar el tango p u ed e,'
naturalmente, ser un excelente bailarín de tango; pero para ello debe poseer
además conocimiento tácito del tango.
Esta misma distinción, exactamente en estos mismos términos, se aplica
en el caso del lenguaje; pero (a causa de una confusión en todo análoga: a la
confusión entre uso y mención), la similitud en este caso existente entre el
conocimiento explícito y el conocimiento tácito por él explicitado explica que
la pasemos por alto. Nosotros tenemos, como hablantes competentes de nues
tras lenguas, conocimiento explícito de los significados de las emisiones lin
güísticas en contextos concretos de uso; y ese conocimiento debe estar basa
do, por las razones que hemos examinado en este capítulo — fundamental
mente, por la sistematicidad y la productividad de ese conocimiento— en un
conocimiento tácito de su sintaxis y de su semántica. Es ese conocimiento táci
to el que necesitamos también para entender una teoría de la sintaxis o de la
semántica de nuestras lenguas formulada en esas mismas lenguas, y para enun
ciarlas en ellas. Por otra parte, tales teorías intentan damos conocimiento explí
cito de las mismas. La discusión de las citas pondrá de manifiesto que, pre
viamente a la teorización semántica, carecemos de conocimiento explícito del
conocimiento tácito de las reglas sintácticas y semánticas de nuestro lenguaje
del que hacemos uso en cada acto de comprensión.
Naturalmente, las nociones de conocimiento tácito y conocimiento explí
cito suscitan todo tipo de preguntas y perplejidades, muy especialmente a pro
pósito del lenguaje. Sobre ello volveremos en diferentes ocasiones a lo largo
de esta obra. Pero no cabe duda alguna sobre la existencia de los fenómenos
en cuestión y sobre su carácter distintivo; y eso es lo único que necesitamos
para disolver la paradoja de la circularidad. Nosotros tenemos conocimiento
tácito del funcionamiento de las citas. La teoría que propusimos antes, y defen
deremos en el próximo capítulo, de ser correcta, hace explícita la naturaleza de
aquello que conocemos. Una buena teoría de las citas nos proporciona conoci
miento explícito de ese conocimiento tácito, conocimiento que sólo la reflexión
teórica (y no meramente nuestra capacidad para usar las citas) es capaz de pro
porcionamos. Además, el conocimiento explícito no servirá para hacer aquello
que permite hacer el conocimiento tácito por él explicitado. El conocimiento
explícito del mecanismo de las citas nos permite ofrecer caracterizaciones
razonables de qué hay que hacer para citar; pero, por sí mismo, no nos capa
cita para citar, ni para entender las citas del modo en que las entendemos habi
28 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
Las citas (las com illas y las expresiones que ellas encierran) son un
expediente semánticamente muy simple; explicar su funcionamiento parece
mucho más fácil que explicar el funcionamiento semántico de la mayoría de
las expresiones de que se han ocupado lingüistas y filósofos del lenguaje.
La semántica de las citas no puede a buen seguro compararse en com pleji
dad con la de otras expresiones de las que nos ocuparemos a lo largo de las
páginas sucesivas; por ejemplo, con la de las expresiones que introducen lo
que se denomina ‘contextos indirectos’ ( ‘piensa que’, ‘dice que’, ‘desea
que’, etc.), de las que se trata en VI, § 3 y VII, § 5. Sin embargo, su exa
men ofrece el suficiente interés como para que la combinación de -ambos
factores, simplicidad e interés, justifique una reflexión sobre la función
explicativa de la semántica tomando diversas propuestas sobre las citas
com o modelo.
En la sección 3 del capítulo anterior propusimos una primera explicación
tentativa del funcionamiento de las citas, la “teoría natural”, y la descartamos
mediante un argumento. La teoría describía el funcionamiento de las comillas
del siguiente modo: dada una expresión cualquiera, la expresión-tipo que la
30 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
contiene flanqueada por un par de comillas es una nueva expresión que nom
bra a la primera. El argumento en contra consistía en obtener una conse
cuencia de esta teoría incompatible con la evidencia empírica que nos pro
porcionan nuestras propias intuiciones. Según esta teoría de las comillas, la
cita de una determinada expresión-tipo debería designar siempre lo mismo;
pero, como vimos, éste no es el caso. La refutación de la teoría natural nos
llevó a proponer otra, la teoría davidsoniana, que se ajusta a los hechos hasta
el punto de lo que somos capaces de decir, y que por eso aceptamos tentati
vamente como verdadera: a saber, que, dada una expresión cualquiera, el
resultado de incluir entre comillas un ejemplar suyo es una nueva expresión
que se usa para mencionar uno de los tipos ejemplificados por el ejemplar.
Los hechos a que esta teoría se ajusta conciernen al mecanismo de las citas
en el lenguaje natural: en primer lugar, la productividad que este mecanismo
exhibe; en segundo, el qpe citando la misma expresión podamos mencionar
diferentes expresiones-tipo en distintos contextos, y por último el que median
te el mecanismo de la cita podamos mencionar expresiones que no pertene
cen propiamente al lenguaje.
A todas luces, este proceder no es, en lo metodológico, en nada diferente
al de cualquier otra disciplina científica. Un texto de Quine nos permitirá abun
dar en esta idea, mostrando cómo una tercera teoría .sobre el funcionamiento
semántico de las citas que en ese texto defiende Quine tiene consecuencias que
son incompatibles con algunos de los hechos mencionados, y otros que la dis
cusión nos permitirá exhumar.
-Al final de una excelente sección sobre el uso y la mención de signos
incluida en su libro Lógica matemática. Quine construye un argumento desti
nado a justificar la siguiente afirmación:
La cita ... tiene una cierta característica anómala que exige precaución especial:
desde el punto de vista del análisis lógico la. totalidad de cada cita debe ser con
siderada como un único vocablo o signo, cuyas partes no cuentan más que como
serifs o sflabas. ... El significado del todo no depende de los significados de los
vocablos que lo constituyen.'
niñeados de ciertas partes en que se debe poder descomponer cada una de esas
formas, como lo prueba el hecho de que basta atribuir significado al infinitivo
de una nueva forma verbal para que todas las restantes formas lo adquieran
ipso fa d o . Por contra, ‘teja’ no es una parte componente semánticamente
signiificativa de ‘lenteja’; el significado de ‘lenteja’ no se obtiene ápartir del
significado de ‘teja’. De hecho, ‘lenteja’ — considerado en abstracción del
niorfema indicativo del número— carece de estructura semánticamente signi
ficativa: sus partes no cuentan (para el análisis semántico) “más que como sfla
bas o serifs”. ‘Lenteja’ es un término semánticamente primitivo, una unidad del
léxico del castellano.^
¿Qué estructura semánticamente relevante sería razonable distinguir en las
citas? Por un lado, las comillas (las comillas más externas, si la expresión cita--
da es ella misma una cita); por otro, lo que queda dentro'de ellas. La teoría
davidsoniana distingue esa estructura, precisamente, y también lo hacía la teo
ría natural, que rechazamos por su incapacidad para dar cuenta de la multivo-
cidad de las citas. En la cita « ‘Excalibur’», la teoría davidsoniana distingue,
por un lado, las dos comillas extemas, y, por otro, la expresión que queda den
tro de ellas, a saber, la expresión compuesta por una ‘e ’, seguida de una ‘x ’,
seguida de una ‘c ’, ... seguida finalmente de una ‘r’. Por supuesto, la teoría
davidsoniana no dice que el significado habitual de la expresión que queda
dentro de las comillas (por mor de evitar consideraciones ahora inapropiadas,
podemos suponer que el significado de esa expresión es la espada de Artús)
tenga algo que ver con el significado del todo (en este caso, el de la cita
« ‘Excalibur’»). Si el significado de una cita dependiera de algún modo del sig
nificado de la expresión que aparece entre las comillas, no podríamos citar ex
presiones carentes de significado, y, como ya indicamos, sí podemos hacerlo.
Según la teoría davidsoniana, sin embargo, la expresión que aparece entre
las comillas debe ser estructuralmente distinguida de éstas, y tiene un cierto
papel semántico; contribuye de un cierto modo, junto con el significado que la
teoría atribuye a las comillas, a la determinación del significado del todo, esto
es, de la cita completa. Las comillas más externas en una cita significan algo
así como el tipo (contextualmente relevante) del que esto que está aquí dentro
= ? _____ es un ejemplar, las comillas, según la teoría, son una abreviación de
este prolijo demostrativo descriptivo. La función de la expresión que queda
dentro de las comillas (a la que apunta ficticiamente la flecha en la paráfrasis
anterior del significado de las comillas), según la teoría, es la misma que la
función de mi cuchillo de cocina cuando, apuntando hacia él, digo “el filo de
2. Los serifs son adornos que embellecen las letras en algunos tipos de imprenta; por ejemplo, el tipo que se
usa en este escrito. Otros tipos más austeros son satis serif. Ciertamente, los serifs son partes de las expresiones que
el análisis semántico no reconoce, porque no poseen significados que contribuyan de un modo sistemático al signifi
cado del lodo. Lo mismo ocurre con la mayoria de las sílabas; por ejemplo, con las sílabas ‘len’, ‘te’ y ‘ja ’ en ‘len
teja’. Ni que decir tiene que algunas sílabas sí son componentes semánticamente significativos de las palabras en que
aparecen; por ejemplo, la sílaba ‘bi’ sí es un componente semánticamente significativo de ‘bisílabo’, que, por consi
guiente. es una expresión semánticamente articulada. En su referencia a las sílabas en el texto anterior. Quine sólo tie
ne en mente sílabas como las que componen ‘lenteja’, no sflabas como ‘bi’ en ‘bisílabo’.
32 LA S P A L A B R A S , L A S ID E A S Y L A S C O S A S
Las citas pueden ser tratadas como unidades del vocabulario de un lenguaje,
esto es, como expresiones sintácticamente simples. Las unidades constituyen
tes de estos nombres —las comillas y las expresiones que aparecen entre
ellas— cumplen la misma función que las letras y los complejos de letras suce
sivas en las unidades léxicas. De aquí que no puedan poseer significado inde
pendiente. Cada cita es entonces un nombre específico invariante de una cier
ta expresión (la expresión incluida entre las comillas), de hecho un nombre del
mismo tipo que el nombre propio de un hombre. ... esta interpretación ... pa
rece ser la más natural y estar por completo de acuerdo con el modo habitual
de usar las citas.3
3. Alfred Tarski, “The Concept of Truth in Formalized Languages”. Este artículo se publicó originalmente
en 1936.
TEORÍAS DE LAS CITAS 33Í
(1 1 ) ‘C ic e r ó n ’ tie n e s ie te letra s.
e s ló g ic a m e n te tan a je n o al e n u n c ia d o e n c u e s tió n c o m o lo e s la p r e p o s ic ió n
‘tras’, q u e fo rm a p a rte d e ¡a ú ltim a p alab ra. S i e s to n o fu era a sí, la id e n tid a d d e
T u lio y C ic e r ó n n o s p erm itiría c ie r ta m e n te in te rcam b iar e s o s n o m b r e s e n e l c o n
te x to d e la s c o m illa s tal y c o m o p o d e m o s h a c e r lo e n c u a lq u ie r o tro c o n te x to , y
p o d r ía m o s , p o r c o n s ig u ie n te , arg ü ir d e la verd ad d e ( 1 1 ) a la fa lse d a d :
(P2) La única explicación de que PS falle dentro de las citas es que el sig
nificado de las expresiones que aparecen dentro de las comillas sea
semánticamente (Quine dice “lógicamente”) ajeno al significado del
enunciado completo en que aparece la cita.
Una palabra como ‘Excalibur’ puede nombrar una espada, o puede nom
brarse a sí misma. Sin las comillas, puede no estar completamente claro si en
(1) nombra la espada (y el enunciado es patentemente falso) o se nombra a sí
misma (y entonces es verdadero). Las comillas, según esta teoría, se limitan a
eliminar la ambigüedad, poniéndole una especie de marca distintiva a la pala
bra cuando funciona como un nombre de sí misma. Pero si el contexto deja
36 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
tibie de provocar confusión.” (IF, § 16).^ (El interés filosófico específico de este
ejemplo se pondrá de manifiesto más adelante, en XI, § 2.)
Las razones de Wittgenstein son las siguientes. Un “signo”, en el sentido
más usual de la expresión, es uno convencional, uno que “pertenece al lenguaje
de palabras”. Un signo convencional es, necesariamente, uno repetible; por lo
tanto, es o bien un signo-tipo, o bien un objeto físico concreto en cuanto que
ejemplifica un signo-tipo (I, § 1). Ahora bien, ¿qué es lo que hace un signo a
un signo convencional? Esta es una pregunta por la esencia del significado, que
por el momento no estamos en situación de responder de manera teóricamen
te precisa. Pero sí podemos extraer conclusiones pertinentes de ejemplos cla
ros. Supongamos que, señalando a una cierta casa, digo:
6. Pero ¿por qué “segunda", si en la oración no h aba aparecido antes ningún ejemplar de «‘la’»? (Había
aparecido un ejemplar de ‘la’, pero no uno de «‘la’».) Supongo que hay un error en el texto, y que debería decir:
contarás también la segunda ‘la’ como parte de
40 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
7. El lector habrá reconocido la relación entre esta discusión y la de I, § 4 sobre la ostensión. Lo que allí lla
mamos ‘signos ostensivos' se caracteriza por incluir signos naturales.
" :A'i:;.£í-?■ > -
mántica que el conjunto formado por la expresión ‘en una casa como ésa’ y la
casa señalada. Las comillas corresponden a la expresión, y tienen significado
convencionalmente, y lo que aparece en el interior de la cita, flanqueado por
las comillas más externas, corresponde a la casa, constituyendo el objeto del
que el oyente ha de inferir las características mencionadas en la expresión
demostrativa. (En el caso de las citas, la expresión-tipo a la que el hablante se
quiere referir.) Se trata, pues (en este contexto), de un signo natural. V'
La teoría de las citas de Davidson nos ayuda a resolver un célebre acerti
jo; la resolución del acertijo nos permitirá acabar de comprender lo distintivo
de esta teoría de las comillas, frente a la de Frege y a la de Tarski-Quine. (3)
presenta problemas a la aplicación del principio de sustituibilidad similares a
los que hemos encontrado hasta aquí, pero el diagnóstico de los problemas rio
parece sencillo;
digo Otra (una proposición falsa sobre la expresión-tipo ‘Induráin’). Cuando los
enunciados contienen demostrativos u otras expresiones indicadoras, la propo
sición que expresamos depende parcialmente del objeto señalado, y por tanto
del contexto en que se efectúa la preferencia lingüística. El objeto señalado
actúa en estos casos como un signo natural.?
Aunque a primera vista no lo parezca, (3) y (4) contienen una expresión
demostrativa, ‘así’; en efecto, esta expresión es un modo menos prolijo de decir
‘con ese nombre’. La única diferencia entre el caso de (3) y el de (4) está en
que el objeto señalado por el demostrativo en (3) está dentro de la oración.
‘Miguelón’ juega dos papeles en (3), el que desempeña ‘Induráin’ en (4) (es
decir, la función puramente semántica de mencionar al ciclista) y el que juega
la expresión escrita en la hoja de papel señalada por el hablante en el contex
to de preferencia de la oración (4). Por lo que respecta a la primera función,
no existe ninguna dificultad en aplicar el principio de sustituibilidad (que se
puede aplicar, sin ningún, problema, a ‘Induráin’ en (4)); es sólo el segundo
papel el que impide la sustitución. Las citas, según la teoría davidsoniana, están
compuestas de una parte genuinamente lingüística correspondiente al ‘así’ de
(3) — las comillas— , y otra parte — la expresión dentro de las comillas, que
funciona exactamente como el objeto señalado en un acto de ostensión—
correspondiente al ‘Miguelón’ de (3) en su segundo rol, o, lo que es lo mismo,
a la expresión en la hoja señalada al proferir (4).
Resumamos loá' hechos sobre las cuatro teorías de las citas que hemos exa
minado. La teoría de Tarski-Quine considera a las citas expresiones carentes
de estructura, que funcionan como unidades léxicas. Esta teoría es in
compatible con el hecho de la sistematicidad y la productividad que observa
mos (reflexionando sobre nuestras intuiciones semánticas) en el uso de las ci
tas. Según esta teoría, el hecho de que tanto « ‘Excalibur’» como « ‘Cicerón’»
empiecen y acaben por la misma expresión (las comillas) es tan accidental des
de el punto de vista de la determinación de su significado como lo es el hecho
de que tanto ‘Antártida’ como ‘Atlanta’ empiezan y acaban con la misma
expresión (la letra ‘a’) respecto de la determinación del suyo. Esto,* sin embar
go, es falso. La segunda regularidad sí es, desde el punto de vista semántico,
una mera coincidencia; la primera, con toda seguridad, no lo es. Cualquier
argumento que se elabore en favor de esta teoría tiene que ser falaz, y hemos
mostrado por qué el de Quine lo es.
La teoría de Frege, por otro lado, com o las dos restantes, sí explica la
estructura semántica sistemáticamente observable en las citas. Según esta
teoría, tanto las comillas como la expresión flanqueada por ellas tienen una
cierta función semántica. La expresión en el interior de las com illas se desig
na a sí misma; las comillas advierten de que la expresión o expresiones que
9. Más adelante, en Vil, § 4, corregiremos esta propuesta sobre el funcionamiento de las expresiones deícti
cas. De acuerdo con la propuesta final allí defendida, el único “signo natural” que es preciso suponer de manera gene
ral es la emisión concreta que ejemplifica la oración tipo.
TEORIAS DE LAS CITAS 43
Hay una razón más sutil por la que la teoría de Tarski-Quine no puede ser
correcta, y será útil completar la discusión del fenómeno de las citas median
te su examen. Enunciaremos así un nuevo problema, un nuevo hecho empírico
sobre el uso de las citas que cualquier teoría razonable debe explicar. Las
expresiones son también entidades, y nada nos impide bautizarlas; es decir, re
ferimos a ellas mediante nombres ad hoc, éstos sí del mismo tipo que los nom
bres propios de personas. Las expresiones no son entidades que centren nues
tro interés cotidiano, y eso quizás explique que no acostumbremos a ponerles
nombres propios, como se los ponemos a los seres humanos, a las batallas, a
las películas o a los cines que las proyectan. Pero no hay ninguna razón teóri
ca por la qué no podamos hacerlo. Podríamos, por ejemplo, bautizar a la expre
sión ‘Excalibur’ con el nombre ‘Heathcliff’, tal como se sugirió en una sec
ción anterior. En ese caso, (5) sería verdadero;
10. Este aspecto no ha sido puesto de manifiesto en la exposición precedente debido a que, .en lugar de expo
ner las teorías en el orden en que fueron históricamente propuestas, hubimos de explicar y defender ya al comienzo
la davidsoniana. Hemos sacrificado este elemento en aras de aligerar la presentación inicial del problema del uso y la
mención de signos.
TEORIAS DE LAS CITAS 45
11. Lewis Carroll, Alice's Advenlures in Wonderlami aml Through the Looking Glass, 218.
TEORÍAS DE LAS CITAS 47
Carroll debida a alguien llamado ‘Holmes’: «El profesor Holmes ... cree que
Carroll nos toma el pelo cuando hace decir al Caballero Blanco que la canción
es Sentado sobre una cerca. Evidentemente, ésta no puede ser la canción mis
ma, sino otro nombre. “Para ser coherente”, concluye Holmes, “el Caballero
Blanco, al decir que la canción es... lo que debería hacer es empezar a cantar
la canción propiamente dicha.”»'^
Esta descarriada “corrección”, sin embargo, es el producto de la confu
sión entre el uso y la mención de los signos. La “coherencia”, medida por
los estándares de Holmes, me obligaría a colocar a Boston, con todas sus
casas — frente al “incoherente” pero indudablemente más cómodo recurso
usual de usar un nombre de Boston— , en los puntos suspensivos a continua
ción: ‘Esta ciudad e s ...’, y a Mark Twain, en toda su estatura — en lugar de
un nombre suyo— en los de ‘Samuel Clemens e s .. . ’. Por fortuna, nada de
esto es necesario. Para decir de Barcelona que es idéntica con la ciudad don
de se celebró la Olimpíada de 1992 no necesitamos usar a Barcelona; basta
con que usemos ‘Barcelona’, así: ‘La ciudad donde se celebró la Olimpíada
de 1992 es Barcelona’; y para decir de Mark Twain que es idéntico con
Samuel Clemens, no necesito utilizar a Mark Twain, me basta con utilizar
‘Mark Twain’, así: ‘Samuel Clemens es Mark Twain’. (Esto es sumamente
conveniente cuando queremos hablar de personas con mal genio, que no se
prestarían de buen grado a dejarse usar cuando queremos hablar de ellos mis
mos; y mucho más conveniente aún cuando queremos hablar de individuos
que ya no están en disposición de rehusar ser usados en las curiosas “ora
ciones” que Holmes contempla.) Para decir algo de los cuchillos hemos de
utilizar expresiones; para cortar, usamos los cuchillos. Y si utilizamos cuchi
llos (o canciones) para decir, es que mediante alguna relación convencional
o de otro tipo los hemos convertido en “herramientas del lenguaje”. No hay
aquí misterios profundos (a algunos filósofos franceses contemporáneos
parece suscitarles enorme perplejidad el que nuestra relación con el mundo
esté ""mediada por los signos”), sólo trivialidades. Si, com o estos filósofos
franceses parecen creer, la necesaria “mediación” de los signos para el decir
fuese una desventura metafísica, deberíamos generalizar el abismo: también
nuestras relaciones cortantes con el mundo están mediadas por objetos afila
dos. Cualquier cosa con la que mencionamos cosas para hablar de ellas,
hacer asertos acerca de ellas, etc., es un signo; pues son signos esos instru
mentos con los que mencionamos las cosas.
El apócrifo Holmes (quienquiera que sea) supone que el signo de iden
tidad sólo puede colocarse entre las cosas mismas que son idénticas; pero
esto traiciona una confusión, manifiesta en cuanto se enuncia explícitamen
te. El signo de idéntidad se coloca con verdad entre nombres que designan
lo mismo. (Como el signo ‘< ’ se coloca con verdad entre nombres que desig
nan números, respectivamente el primero menor que el segundo.) D ice Gard
ner, “Holmes ... cree que Carroll nos toma el pelo cuando hace decir al
■í#|SSS
Caballero Blanco que la canción es Sentado sobre una cerca. Evidentem en'
te, ésta no puede ser la canción misma, sino otro nombre.” Por supuesto que
‘Sentado sobre una cerca’ es un nombre de la canción, y no la canción m is
ma; justamente por esa razón, ‘la canción es Sentado, sobre una cerca’ es ver
dadero. (Recuérdese que aquí ‘Sentado sobre una cerca’ está usado, no m en
cionado, y que lo ponemos en cursiva sólo para indicar que las expresiones
no tienen su significado usual, no para indicar la mención.) ‘Venus’ es un.
nombre de un planeta, el lucero del alba, y no el planeta m ismo; por eso ‘el
lucero del alba es Venus’ es verdadero, y por eso « e l lucero del alba es
"Venus’» es falso. El Caballero Blanco tiene, pues,, todo el derecho a usar
‘Sentado sobre una cerca’ para mencionar la canción, y decir de; ella que es
la canción que va a ejecutar.
Por lo demás, cantar la canción a continuación de las palabras ‘la canción
e s ...’, como Holmes quiere, simplemente convertiría al acto de cantar la can
ción en un signo (de la peculiar clase que en la sección precedente definimos
como signos naturales) de la canción misma. N o nos sacana.de penas; no redu
ciría el “abismq” entre el s i ^ o y su significado. La propuesta de Holm es úni
camente nos forzaría a seguir el consejo dé los-sabios de Lagado imaginados
por Jonathan Swift, que decidieron usar los objetos m ismos de los que quere
mos hablar en lugar de palabras. Podía verse así a estos sabios, “abrumados
por el peso de sus fardos, como van nuestros buhoneros, encontrarse en la
calle, echar la carga adierra, abrir los talegos y conversar durante una hora; y
luego, meter los utensilios, ayudarse mutuamente a reasumir la carga y despe
d i r s e ” , d Swift parece haberse dado perfecta cuenta de que una propuesta com o
la de Holmes sólo conllevaría una muy poco práctica sustitución de unos sig
nos por otros.
Puede tener algún interés señalar aquí una aparente excepción a la trivia
lidad antes establecida: a veces decimos cosas sin usar explícitamente signos
para ellas. Los signos de tráfico que contienen, pongamos por caso, una flecha
curvada hacia la derecha, no significan meramente curva a la derecha', signi
fican curva a la derecha a pocos metros de aquí. Sin embargo, nada hay en el
signo mismo que signifique a pocos metros de aquí, ni siquiera una expresión
demostrativa equivalente a ‘aquí’. La razón es muy sencilla: todos esos signos
habrían de contener la misma expresión para indicar el lugar; se trataría, por
así decirlo, de un parámetro fijo. Si lo pusiéramos en palabras, sería algo así
com o“ a pocos metros de donde está situado este signo”. Como éste es un pará
metro constante, podemos economizar ahorrándonos esas palabras — u otros
signos al mismo efecto— bajo la convención de que se han de entender siem
pre presentes. A sí que esto no constituye una verdadera excepción a la regla
anterior; los signos para indicar el lugar están allí, sólo tácitamente gracias a
su carácter paramétrico.
'S i
! ■
13. Jonathan Swift, Viajes de GuUiver, 148.
TEORÍAS DE LAS CITAS 51
F U N D A M E N T O S E P IS T E M O L Ó G IC O S
53f
1. El problema de la intencionalidad
1. Para el concepto que aquí se expresa con Mntemismo’ se emplea generalmente el término ‘iniernalismo’.,
Éste, sin embargo, me parece un anglicismo injustificado, a cuya institucionalización convencional cabe aún opo^'
nerse. ‘Nacionalismo’ es correcto, porque el adjetivo es ‘nacional’; pero a partir de ‘extremo’ derivamos ‘extre
mismo’, y no ‘extremalismo’, de ‘sexo’ ‘sexismo’, de ‘macho’ ‘machismo’, etc. Similares consideraciones susten
tan el uso de ‘externismo’ en vez de ‘extemalismo’, ‘mínimísmo’ en vez de ‘minimalismo’, ‘cognoscitivo’ en vez'
d e ‘cognitivo’, etc. ‘
54 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
T o d o fe n ó m e n o p s íq u ic o e stá ca ra cteriza d o p or lo q u e lo s e s c o lá s t ic o s d e la
E d a d M e d ia lla m a r o n la in e x is te n c ia in te n c io n a l (o m e n ta l) d e un o b je to , y q u e
n o so tr o s lla m a r ía m o s, si b ien n o c o n e x p r e s io n e s e n te r a m e n te in e q u ív o c a s, la
r e fe r e n c ia a u n c o n te n id o , la d ir e c c ió n a un o b je to (p o r e l cu a l n o h ay q u e e n te n
d er a q u í u n a rea lid a d ['R ealitat']) o la o b je tiv id a d in m a n e n te . T o d o fe n ó m e n o
56 LA S P A L A B R A S , LA S ID E A S Y L A S C O SA S
psíquico contiene en sí algo como su objeto, aunque no todos del mismo modo.
En la representación hay algo representado; en el juicio, algo admitido o recha
zado; en el amor, amado; en el odio, odiado; en el apetito, apetecido, etc.^
Este texto contiene la Tesis de Brentano. La tesis sostiene que lo que dis-n. m
tingue a un estado mental de un estado no mental es que el primero, pero no ‘
el segundo, está “dirigido” hacia algo, está relacionado con algo (el objeto del
estado mental) que, sin embargo, “no es una realidad”, sino que es -“inmanen- j
te” al estado mental, en tanto que el objeto “inexiste” — este término no s ig - |
mfica aquí no existe, sino existe en— en el estado mental en cuestión. E lu c i-i
daremos después la Tesis de Brentano de la manera específica en que lo haría
Locke. Nuestro objetivo es clarificar, mediante la explicación específica que de
ello hace Locke, algo que revelan todos los adjetivos que Brentano enfatiza.(el
objeto intencional no “es una realidad”, meramente “inexiste”, es “inmanen
te”), a saber, que la tesis va más allá de la simple afirmación de que es distin
tivo de ios estados mentales que en ellos se establezcan ciertas relaciones con
otras cosas (sus objetos intencionales). Pues también otros estados que no son
mentales mantienen relaciones con otras cosas. Por ejemplo, la explosión de
una estrella en Alfa Centauri sucede simultáneamente con la muerte de César:
suceder simultáneamente con es sin duda una relación entre la explosión, que ÍH
a buen seguro es un estado no mental, y una cosa diferente de ella misma.
Las relaciones de que se habla en la Tesis de Brentano pertenecen a una
.. i r-
variedad muy particular, la de las relaciones intencionales. Por anticipar bre
tS S i
vemente lo que vamos a desarrollar después, lo que distingue a estas relacio
llt
nes de todas las demás, y las hace tan peculiares como hemos,sugerido, se cen fWl
tra en dos hechos, que nuestras intuiciones^obre el modo en que hablamos de
;,sii
los estados mentales ponen de manifiesto- (i) el objeto intencional
puede no existir, sin que la relación intencional deje por ello de darse. Es como
si un estado intencional pudiera quedarse en un mero intento frustrado de “atra
par” a su objeto, sin que el fracaso del intento conlleve que la relación no se
da. El fracaso conlleva sin duda algún tipo de apertura a la censura, o recusa
ción, del estado mental; pero no reduce al estado a la inexistencia. Otras rela^
ciones, como la de ser simultáneo con o la de golpear a no pueden quedarse
de este modo frustradas: una explosión no puede darse simultáneamente con
algo que no existe, ni se puede golpear a algo que no existe.((ii)yntensionali- ,fp
dad:'^ el objeto intencional no basta para individuar al estado mental; dos esta
dos mentales diferentes pueden sin embargo “tender hacia” el mismo objeto.
La simultaneidad de la explosión en Alfa Centauri con la muerte de César es
un caso diferente de simultaneidad que la simultaneidad de esa misma expío-
2. Franz Brentano: Psychologie vom empirischen Standpunkt, págs. 124-125. El término 'intencionalidad’ pro
viene del verbo latino 'imendere', cuyo sentido es "estar dirigido a", "tender hacia". Obsérvese que, en este sentido,
todos los estados mentales son “intencionales”, no sólo aquellos que comúnmente llamamos ‘intenciones’.
3. Nótese la ‘s’ que distingue ‘intencionalidad’ de ‘intensionalidad’, términos que, como se verá, expresan I
conceptos diferentes (aunque relacionados entre sO- ' 71
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS 57
sión con algún otro suceso diferente que ocurriera en Marte a la vez. Pero la
simultaneidad de la explosión con la muerte de César no es un caso diferente
que la simultaneidad de la explosión con el asesinato de César a manos de Bru
to y de otros senadores romanos. Sin embargo, el objeto intencional del esta
do mental de un sujeto puede ser la muerte de César, sin serlo el asesinato de
César por Bruto. Un sujeto puede conocer la muerte de César (en virtud de su
saber que César murió) sin conocer por ello el asesinato de César por Bruto y
otros (ese mismo sujeto, digamos un romano que ha oído de fuentes fiables la
noticia de la muerte de César, ignora aún que César fue asesinado por Bruto y
otros senadores romanos).
Estos son sólo datos intuitivos, que nos permiten ofrecer una caracteriza
ción a la vez introductoria y general (compatible con diferentes explicaciones
teóricas) de la naturaleza de los estados intencionales. Son los dos criterios que
utilizaremos, a lo largo de todo el libro, para atribuir un carácter intencional o
representacional (utilizaremos los dos términos como meras variantes estilísti
cas) a algo, por ahora a los estados mentales. No constituyen empero, por sí
solos, explicaciones del carácter intencional de algo; antes bien, en vista de que
representar es una relación, y en vista de la diferencia que los dos criterios
revelan con respecto a las relaciones más usuales, los criterios manifiestan que
las relaciones intencionales requieren una explicación filosófica. La teoría de
las ideas de Locke constituye una elucidación particular de estos hechos; se tra
ta de la primera teoría de la intencionalidad que examinaremos en esta obra.
Es una versión bien desarrollada de una teoría (el realismo por representación,
o representacionalismo) esencialmente motivada por ciertas consideraciones
sobre la naturaleza del conocimiento. Sus partidarios la presentan com o una
corrección necesaria (y la única apropiada) de una concepción contrapuesta, a
la que los representácionalistas acostumbran a referirse como realismo inge
nuo, que se atribuye al sentido común. Podríamos resumir la esencia de la teo
ría de Locke del siguiente modo: (i) Los objetos intencionales inmediatos de. T-'f
los estados mentales no son ob|etos reales ni sus propiedades, sino entidades
mentales {ideas) (ii) que representan en virtud de relaciones causales a lo.s
objetos de la realidad y sus propiedades. En lo que queda de sección, y en las
dos sucesivas, trataremos de elucidar esta tesis y de indicar las razones de Loc
ke en su favor. -
Comenzaremos introduciendo las consideraciones epistemológicas que
están en la base de teorías representacionalistas como la teoría de las ideas de
Locke. Enunciados como (1) y (2) expresan proposiciones cuya verdad cree
mos conocer:
conocimiento. Así, si yo voy al cine Verdi con la intención de ver una cierta
película, sin haber consultado la cartelera, recordando que días atrás la pro
yectaban y suponiendo que no la han cambiado aun porque no hace mucho
desde el estreno, diríamos que creo que en el Verdi proyectan tal película, pero
no que sé que en el Verdi proyectan tal película. Un aspecto crucial que dis
tingue el saber de la mera opinión es que en el primer caso disponemos de una
justificación fiable de lo que creemos. Qué haya de entenderse por justifica
ción fiable constituye uno de los problemas fundamentales de que se ocupa la
epistemología.
Los epistemólogos influidos por Descartes (Locke entre ^ILps) se caracte
rizan por exigir al conocimiento dos requisitos muy exigentesi^^Certózn: sólo
puede contar como justificación a.cep'table aquella que proporciona a un suje
to consciente y reflexivo certidumbre completa, una convicción tan firme que
no pueda ser puesta en cuestión por duda alguna — por extravagante o “hiper
bólica” que la duda sea. Diremos, pues, que
L'
Una consecuencia del carácter cierto del conocim iento, así entendido,
es que la pretensión de conocer por un sujeto reflexivo no puede ser ulte
riormente corregida. Probablemente, la intuición que el epistem ólogo carte
siano pretende salvaguardar al entender el conocimiento de este m odo es la
de que la convicción de quien posee “verdadero” conocim iento (a diferen
cia de lo que ocurre con la de quien se atribuye lo que en el uso común pasa
por tal), una vez adquirida, no puede nunca ya ser abandonada.!;^ Funda-
cionalismo: hay justificaciones directas (o “intuitivas”, com o se dice a
veces) y justificaciones demostrativas. Las segundas envuelven argumenta
ciones, más o menos complicadas, en último extrema basadas en proposi
ciones conocidas directamente. Estas últimas son conocidas sin que en su
justificación se apele a la verdad de ninguna otra proposición. La mayoría
de nuestros conocimientos son de este segundo tipo. Comúnmente, acepta
ríamos que sé, y no meramente opino, que el café acaba de salir, cuando
percibo el sonido del café al salir. Éste sería un caso de conocim iento de
mostrativo.
Considérese un enunciado como ‘hay una esfera roja ante m í’, proferi
do en una situación en que, aceptando que mis sentidos funcionan nor
malmente, me supongo percibiendo una esfera roja ante mí. El lenguaje es
bastante inadecuado para el propósito de caracterizar con rigor el contenido
de un estado de este tipo; una fotografía sería más apropiada. La fotografía
nos indicaría, por ejemplo, el tamaño y la posición de la esfera, caracterís
ticas ambas que son parte del contenido de mi estado mental y quedan inde
terminadas en la descripción lingüística. El lector debe entender que esas
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS 39
u características que una imagen revelaría de modo más perspicuo son tam
bién parte del contenido preposicional de ‘hay una esfera roja ante m í’. Pues
■
’iftt bien, en circunstancias com o las descritas, la efectuada con ‘hay una esfera
roja ante m í’ es una aseveración cuya verdad pensaríamos, ingenuamente,
conocer, y conocer directamente ó Desde el punto de vista característico del
realismo ingenuo que cuestiona el realismo por representación de Descartes
y Locke, enunciados com o ‘hay una esfera roja ante m í’ expresan proposi
ciones empíricas.
__ ____________ fCa-OA-f'-o i ■ ■
4. Un punto de vista en epistemología que ha sido desarrollado fundamentalmente por filósofos contemporá
neos, entre los que Fred Dreíske es quizás el mejor conocido, conviene con el sentido común en que, efectivamente,
podemos conocer directamente la verdad del enunciado mencionado. Este realismo directo rechaza las dos tesis de la
epistemología cartesiana. Sostiene, en primer lugar, que el conocimiento no es, salvo en casos derivados, cierto, sino
que es generalmente recusable', en los casos básicos, la pretensión de conocer es siempre corregible, incluso cuando
la mantiene un sujeto reflexivo en condiciones epistémicas ideales. Además, y en contra del fundacionalisroo carte
siano, la relación entre unos y otros conocimientos no es lineal, sino (parcialmente) de coherencia.
60 L A S P A L A B R A S , LA S ID E A S Y L A S C O S A S
2. Lo objetivo y lo subjetivo
darse sin que nadie se los represente. (JiiQ¿i^¿ciáad. Los acaecimientos pue
den describirse con precisión en términoTcientíñcos,'en último extremo en tér
minos de la ciencia que explica los fenómenos físicos, expresamente introdu
cidos por razones teóricas (no necesariamente los términos de la ciencia del
presente, sino quizás términos que la ciencia del presente no es aún capaz de
formular), alcanzándose así una mejor comprensión de su naturaleza. La expli
cación de esto reside en el hecho, antes indicado, de que los acaecimientos son
aquello que, proto tipie amen te, causa y es causado. Existen buenas razones para
pensar, por ejemplo, que podemos describir en términos físicos el acaecimien
to al que nos referimos como “la caída del rayo”, de modo que podríamos pro
porcionar entonces una explicación más satisfactoria de por qué ese acaeci
miento causó la destrucción del árbol.* (ivj) iVo/Tnadvidad. .Los-acaecimientos
sirven de norma para evaluar nuestras representaciones. Por ejemplo, es en vir
tud de qué acaecimientos se dan concurrentemente con ella que describimos
una actividad mental como una verdadera percepción, o más bien com o una
aparente percepción que no ha logrado su objetivo. ia
De acuerdo con el realismo ingenuo, podemos conocer directamente la
' verdad de enunciados como ‘hay una esfera roja ante m í’ a través de la per
cepción del acaecimiento de cuya existencia depende su verdad; la presencia
::;ÍW
de la esfera roja ante nosotros. El objeto intencional de la percepción es este
r r. iC (
■í-'lí aqaecimiento objetivo; de su existencia, o no, depende la verdad o falsedad de
.lutC
‘hay una esfera r^ á ante m í’. El representacionalista, por otro lado, acepta que
1. conocemos la verdad de un enunciado así; es decir, acepta que percibimos
;.flC 'f acaecimientos objetivos. Pero niega que tales conocimientos sean directos-, los
casos de lo que llamamos percibir son, más bien, casos de conocimiento a *
¿ e \ c r ir
demostrativo. Expongo a continuación tres de los argumentos característicos
aducidos por los representacionalistas. . ■sip
(a) In daga de Macbeth, o el argumento de las alucinaciones. Como Mac-
beth al contemplar ante sí una daga ensangrentada, yo podría estar padeciendo il
una alucinación. Podría no haber nada esférico, ni rojo, ante mí. Peor aún:
podría no haber nada esférico, ni rojo, en el mundo “real”. Yo podría ser en
realidad un cerebro en una vasija en un mundo que no tuviese nada que ver
con el mundo tal como yo pienso que es, sin colores, sin formas espaciales, sin
solidez, sólo un cerebro conectado mediante cables a un ordenador manipula
do por un extraterrestre muy listo y muy malvado, habitante de un mundo radi wm
f®í
calmente muy distinto a como yo concibo la realidad, quien se divierte tomán
dome el pelo.'’ Obsérvese que, pese a lo exagerado (o “hiperbólico”) de estas
5. Como se explicará más adelante (V, § 6), la fisicidad de los acaecimientos no tiene por qué conllevar que
todo sea “reducible" a lo físico, cuando menos no en ciertos sentidos de ‘reducible’.
6. Ésta es una versión propia de la época de la ciencia ficción de la historia cartesiana del Genio Maligno,
debida a Hilary Putnam (cf. su Ravin, verdad e historia)-, la función de arabos ejemplos es la misma. El mérito de la
versión moderna reside en que la situación que se nos presenta es más accesible intuitivamente que la concebida por
Descartes. Su defecto es que el mundo descrito no puede ser tan disímil de la realidad tal y como la suponemos, cuan
do contiene al menos un cerebro en el que cabe producir estados alucinatorios por el mismo procedimiento por el que,
suponemos, se pueden producir en cerebros humanos.
m
m
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS 63
todo ser humano normal, que podrían servir al mismo propósito; por ejemplo,
la percepción de la temperatura extema com o cálida cuando se está haciendo
ejercicio físico, o cuando se ha ingerido alcohol, pese a que sea “en realidad”
! relativamente fría. Lo que estos ejemplos parecen mostrar es que el contenido
i ' de nuestros estados mentales se ve grandemente afectado por “lo que pasa den-
i tro” de nosotros, por aspectos por completo independientes de cóm o sea real-
■
'mente el mundo. (Las explicaciones conocidas de las ilusiones perceptivas
comunes a todos ios seres humanos tienen que ver con diferentes peculiarida
des del funcionamiento de nuestro sistema cognoscitivo.) Y la conclusión es la
misma que antes: aquello necesario para caracterizar el contenido de esos esta-
í dos no puede ser nada “objetivo”; no son características de las cosas que “están
■ a h r independientemente de nuestras representaciones mentales de las mismas.
; (Aunque en este caso no se siga que puedan ser completamente “fabricados”
i por nosotros, como parecía seguirse de los argumentos resumidos bajo el epí-
! grafe anterior; de ahí que aquéllos sean más radicales.)
í ( c ) La,distancia de las estrellas, o el argumento del lapso temporal. Este
puedé^verse com olifi'caso dé^íó anterior, como una ilusión que afecta a todos
nuestros estados perceptuales. En mi descripción anterior del contenido de mi
percepción he omitido la referencia temporal; pero el contenido proposicional
de mi estado mental también incluye aspectos temporales. Yo me represento la
esfera como siendo roja ahora, en el momento en que- estoy teniendo la per
cepción, simultáneamente con ella. Este elemento temporal es fuente de noto
rias ilusiones, las más conocidas de las cuales tienen que ver con las estrellas:
ese cuerpo luminoso que yo percibo situado relativamente cerca de Orion qui
zás ha dejado de existir hace millares de años. Pero no es esta ilusión especí
fica la base del argumento que estamos considerando. Lo que el caso de la per
cepción de una estrella pone manifiestamente de relieve es algo que, por lo
demás, se da igualmente en todo caso de percepción de un modo menos paten
te — incluidos aquellos en que la percepción es verídica y completamente
fiel— ; a saber, la existencia de un lapso temporal entre la situación real obje
to de la percepción y la percepción misma.
El argumento para esto se apoya en una explicación bastante natural.de lo
que queremos decir aquí con “la situación real objeto de la percepción”, la que
ofrece la teoría causal de la percepción. Según esta teoría, la idea de que la
percepción nos presenta generalmente de modo verídico una situación objeti
vamente existente está relacionada con la idea de que la percepción (por ejem
plo, la percepción de que la esfera es roja) está causada por la situación que
constituye el contenido de la misma (la esfera, de tal y cual tamaño y situada
i en tal lugar relativamente al que yo ocupo, siendo roja). Este elemento causal
i permite entender, entre otras cosas, la idea de que lo percibido es objetivo e
^independiente del acto específico de percepción. La causa, en general, no debe
' su existencia ni sus características al efecto; la causa (la esfera siendo roja)
hubiera estado allí, con sus mismas características, aunque el efecto (la per
cepción de que la esfera es roja) no se hubiese dado. D el mismo modo, el dis
paro que mató a Kennedy podría haberse dado, con todas sus características
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS 65
7. Decimos que dos cosos son lo mismo en dos sentidos distintos. Decimos, por ejemplo, que Juon lleva
hoy la misma corbata que llevaba ayer (como se ve porque la mancha de vino no ha sido lavada); y decimos que Juan
y Pedro llevan hoy la misma corbata (aunque una está manchada y la otra no). Disíinguimos estos dos sentidos como
el /luméríco y el específico de la identidad: dos corbatas del mismo modelo son especíjícamente idénticas, pero numé
ricamente distintas. La identidad en sentido numérico es identidad de ejemplares, mientras que la identidad en senti
do específico es identidad de cipos. Véase í, § I.
m
66 LAS PALABEIAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
(el dolor “como acaecimiento objetivo”) es, por tanto, diferente del dolor-como-
vivencia. A diferencia del dolor-como-yivencia, el dolor-como-acaecuniento
está claramente ubicado en el espacio externo (un lugar específico en el cuer
po); puede no existir, incluso aunque exista el dolor-como-vivencia; cuando
existe, causa normalmente el dolor-como-vivencia; dada su virtualidad causal,
posee, posiblemente, una caracterización física. Tenemos, así, dos “dolores”; el
dolor-como-acaecimiento objetivo, existente en el sujeto que padece el calam
bre pero no en el sujeto que padece hernia discal, y el dolor-como-vivencia.
Consideremos ahora una situación en que S experimenta un dolor del tipo
indicado. Llevado por el realismo ingenuo, S puede sentirse inclinado a supo
nerse conociendo directamente un acaecimiento objetivo (aquel del que depen
de que su experiencia sea correcta o más bien “imaginaria”). Ciertamente, sen
timos la experiencia de un dolor com o poniéndonos directamente en relación
con una condición objetiva de nuestro organismo. (Ello es aun más claro en el
caso de las experiencias visuales, como las del ejemplo que hemos venido con
siderando hasta aquí; pero limitamos ahora al más sencillo ejemplo presente,
pese a este inconveniente — que en seguida remediaremos— tiene la ventaja de
que nos permite una exposición inicial más fácilmente comprensible.) La obje
ción del representacionalista, sin embargo, parece inatacable: mientras que S
sabe con certidumbre (sabe, por tanto, dada la explicación cartesiana de qué es
saber) de la existencia del dolor-como-vivencia que siente, no puede pretender
conocer con esa certidumbre (la certidumbre de lo conocido directamente) de
la existencia de-un dolor-como-acaecimiento. Pues, como hemos visto, sería
i compatible con que tuviera la. sensación que tiene el que sus supuestos sobre
i el dblor-como-acaecimiento se revelasen completamente infundados. La exis-
I tencia de estos supuestos sobre la ubicación del dolor-como-acaecimiento, etc.,
evidencia que, por el contrario, ese dolor se conoce indirectamente. Un estado
mental cuyo objeto intencional se conozca directamente, por consiguiente, sólo
puede estar dirigido a entidades análogas a los dolores-como-sensación.
Para referirme de manera general a lo que, en esta sencilla ilustración pre-
í liminar, he llamado “dolor-como-sensación” y distinguirlo de los acaecimien
tos, usaré ‘vivencias’. Las vivencias tienen en común con los acaecimientos lo
siguiente; (1) como algunos acaecimientos, son particulares; suceden aun indi
viduo en un momento concreto; (2) intervienen en la caracterización del con
tenido de estadps mentales, y (3) son generalmente complejas (tienen diversos
elementos “constituyentes”); una vivencia visual o auditiva (a diferencia de un
dolor) es típicamente muy rica. La diferencia respecto de los acaecimientos
\ está en que los constituyentes de las vivencias son entidades de naturaleza
“ subjetiva”. Locke denomina ideas simples a entidades de esa naturaleza. Otros
les han llamado fenómenos — del término griego para apariencias. El filósofo
británico de principios de siglo George Moore introdujo para ellos el término
sense-data, o datos sensibles, que utilizaron después filósofos contemporá
neos como Bertrand Russell o Ayer. Quizás el término contemporáneo más
extendido sea cualidades sensibles, o sus correspondientes latinos quale (en
singular) o qualia (en plural). Utilizaré en adelante estos términos indistinta
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS 67
mente, aunque los supuestos teóricos que los filósofos indicados asocian con
esas expresiones son seguramente distintos entre sí, y distintos,de los míos. El
sentido que tienen en mi uso es el que voy a explicar a continuación.
Las vivencias son paradigmáticamente “eso” que tendríamos ante nosotros
incluso si no estuviésemos percibiendo nada real, sino padeciendo una aluci
nación. “Eso” manifiestamente fabricado por nuestra mente (con la ayuda de
la imagen bidimensional producida por el ordenador, en el caso de las aluci
naciones tridimensionales producidas por las imágenes de libros como El ojo
mágico, o la del electrodo del neurocirujano) es una vivencia. En el sentido
puramente espacial de la palabra ‘externo’, las vivencias son tan “extemas”
como los acaecimientos; pues entre los constituyentes de algunas vivencias hay
no sólo características sensoriales tales como color, sonido, etc., sino también
características espaciales (las imágenes alucinatorias que acabo de mencionar
son tridimensionales — al menos las mías; en lo que a vivencias concierne, la
introspección es la fuente privilegiada de conocimiento— y se perciben en el
espacio “externó”) á uña cierta distancia de nuestros ojos, etc.) y temporales
(los sonidos producidos por el electrodo tienen duración; nos los representa
mos, por muy alucinatorios que sean, como formando parte de un cierto “cur
so” en el que distinguimos un antes y un después, un “ya ocurrido” de un “por
venir”, etc.). Es justamente a propósito de esto que el ejemplo del dolor era
excesivamente simple (aunque, como he indicado, también los dolores los sen
timos a veces como ubicados en el espacio “extemo”, en una parte de nuestro
cuerpo). Tanto las características sensoriales correspondientes en las vivencias'
a los colores, como las que corresponden a propiedades espaciales o témpora- ’
les, son qualia, cualidades sensibles.
El realismo ingenuo del sentido común se manifiesta, entre otras cosas, enr^
que no tenemos términos que, inequívocamente, hagan referencia a un estado
mental cuyo contenido concierna a una vivencia y no a un acaecimiento.^ Por
eso, para exponer con claridad una teoría del contenido preposicional de los
estados mentales corno la de Locke — ^una teoría representacionalista de la
intencionalidad— necesitamos un nuevo término técnico que, sin ambigüedad,
haga referencia a un estado mental que se dirija a vivencias y no a estados de
cosas. Utilizaré ‘notar’ para este fin, y hablaré de notares para referirme a actos
o estados mentales en que un individuo nota las características de una de sus
vivencias. El término que he elegido quiere sugerir la propiedad central de
estos estados mentales, a ojos de filósofos como Locke o Descartes: se trata de
estados característicamente conscientes-, estados cuyo objeto conoce el sujeto
de un modo inmediato por introspección. Notar las características de una
vivencia es paradigma de un estado consciente.
Locke reconoce que se hace difícil mantener estrictamente la distinción
•si.
8. Sólo los términos que utilizamos, para referirnos a emociones y a sensaciones muy poco específicas (la
ansiedad, el júbilo, la rabia, ciertos tipos de placer o de malestar general) parecen referir inequívocamente a viven
cias. Se trata precisamente de los términos que utilizamos para caracterizar el contenido de estados mentales que ponen
en cuestión la validez general de la tesis de Brentano, pues no parecen tener objeto intencional.
L A S P A L A B R A S , L A S ID E A S Y L A S C O SA S
68
Hemos dicho que los notares son estados de consciencia, y que lo son'i
paradigmáticamente. Es preciso andarse con cuidado aquí, empero, pues la;
palabra ‘consciencia’ se usa con diversos significados. En uno de estos sig n i-:
ficados, que es absolutamente preciso distinguir del aquí invocado, un estado!
consciente es un estado a«toconsciente.jm estado de consciencia reflexivq.'En ¡
este sentido, un estado consciente es un estado cuyo objeto intencionaFcuentaí
entre sus constituyentes a la persona o ser racional que está en ese estado.í
Cuando, mirándonos en un espejo y viendo en la imagen que tenemos unaj
mancha de ceniza, movemos la mano hacia nuestra frente (no hacia el espejo)’
con el fin de limpiamos, nuestra conducta la explica un estado de consciencia
reflexiva. Lo que llamamos notares son, sin embargo, estados mucho más pri-;
mitivos, con menos presupuestos. Es sumamente plausible creer que tanto los
bebés, como animales tales como perros y gatos, notan vivencias; pero es másj
que dudoso que tengan estados de consciencia reflexiva. ~
Aunque algunos representacionalistas confunden los notares con estados
de consciencia reflexiva (paradigmáticamente. Descartes; él parece sostener
que nos sabemos — con certidumbre Cartesiana— teniendo pensamientos,
incluso cuando contemplamos la posibilidad de que ninguno de los objetos
intencionales de tales pensamientos exista realmente), otros han advertido con
tra esa confusión. Así, Lichtenberg sostuvo que lo verdaderamente cognosci
ble con certidumbre cartesiana se expresaría mejor con una frase con la estmc-
mra de ‘llueve’ que con una con la estructura de ‘corro’: “se piensa (aquí y
ahora) tales y cuales contenidos proposicionales”, no “yo pienso tales y cuales
contenidos proposicionales” es, según Lichtenberg, la conclusión correcta del
“cogito” cartesiano. En la medida en que, admitiendo conjeturas escépticas
radicales como las de Descartes o la de Putnam, dudamos de la existencia de
una realidad con las características que le suponemos habitualmente, estamos
también dudando de que nosotros mismos seamos como creemos ser: de que
tengamos el cuerpo que creemos tener, de que tengamos el pasado que cree
mos tener, de que las expectativas que el futuro abriga para nosotros estén entre
las que suponemos están, etc.
Por otra parte, aunque los notares no son estados de consciencia reflexiva,:
es esencial también para la propuesta representacipndista que sean estados de
consciencia, estados cóg'ñoscitivos. Un materialista radical, por ejempró7des-i
cribiría típicamente situaciones como la anteriormente descrita a propósito del {
paciente de hernia discal diciendo que lo que hemos denominado “el d o lo r'"
como vivencia” es, simplemente, un estado físico del cerebro, y no algo (dis
tinto del dolor-como-acaecimiento) conocido en un estado mental. Cuando S
experimenta un calambre, así como cuando experimenta el dolor análogo, pero
“imaginario”, producido por la hernia discal, hay dos cosas que son idénticas;
el estado físico de su órgano cognoscitivo, su cerebro; y el objeto intencional
de un estado con esa “base” física, que es otro acaecimiento físico (la condi
ción de su pierna que, en condiciones normales, causa el estado físico de su
cerebro. Pero no hay nada más, según el materialista radical; en particular, no
hay nada a la vez existente en ambos casos y conocido en ambos casos.
70 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
10. El ejemplo del murciélago lo desarrolla Thomas Nagel en “Wliat Is It Like To Be A Bat?”. El de la cien
tífica encerrada en un mundo incoloro, Frank Jackson en “What Mary Didn’t Know".
72 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
tente también con los datos a que se apela en los cuatro argumentos en favor
del representacionalismo. Enunciaremos a continuación las características que
distinguen a las vivencias y sus constituyentes de los acaecimientos, sin pre
juzgar por tanto al hacerlo la cuestión en favor del representacionalismo. Pre
tendemos que aceptar la existencia de vivencias en el sentido que definimos a
continuación sea compatible con el tipo de realismo que se irá elaborando en
páginas sucesivas. De acuerdo con este realismo extemista, no sería correcto
I rechazar la existencia de vivencias ni de estados (conscientes) de notar sus
' características; no lo sería tampoco rechazar el papel de la. conciencia en un
análisis satisfactorio de la intencionalidad, la capacidad que tienen la mente y
el lenguaje de representar el mundo. El error está en la tesis lockeana de que
los estados que representan características de estados de cosas se infieren a par-
: tir de notares. Lejos de ser todo posible contenido preposicional reducible a
características de vivencias, como Locke quiere, son éstas las que — como
explicaremos— individualizamos más bien por el papel que desempeñan en
ciertos estados con contenidos trascendentes.
^ Las vivencias no son objetivas; carecen de las cuatro propiedades en que
hicimos consistir la objetividad de los estados de cosas. La no-objetividad de
las vivencias se traduce en que poseen cuatro propiedades opuestas a las cons
titutivas de la objetividad de los estados de coyásífí)^ Privacidad. Una persona
puede sentir vivencias similares a las que siente ofra fp ero es^ su rd o decir que
dos personas notan la misma vivencia. Dos individuos pueden oír, literalmente,
el mismo sonido objetivo, pero no pueden sentir el mismo dolor ni experi
mentar la misma sensación m r m t i .^ : Jranspar;mciq^ No hay vivencias que
se den realmente sin ser notadas; seV ^ á r a la ^ iv en cia s, es ser notado. Estas
dos primeras características se originan en que, tal como hemos dicho, las
vivencias son esencialmente correlatos de estados conscientes, y los estados
conscientes los pensamos com o necesariamente articulados, a través de diver
sas relaciones, en un todo que conforma una mente. Un estado consciente es
un recuerdo, porque forma parte de la misma mente constituida también por
ciertas experiencias anteriores; otros son la confirmación de una expectativa, o
la constatación de la satisfacción de una intención, porque conforman la mis
ma mente de la que son también parte la expectativa o la intención anteriores;
otro es una conclusión obtenida inferencialmente, porquq.fqrma parte de la
misma mente a la que pertenecen también las p remis as., (iii) jirreducdbilidad^
Hay al menos un sentido natural de “conocer” tal que, fípicanáéñtéTninguna
descripción en términos científicos permitiría precisar las características de
las vivencias de modo que, así precisadas, serían mejor conocidas. El modo
propio de conocerlas es notarlas; y, notándolas, uno las conoce tan perspicua
mente como las vivencias pueden ser conocidas. Conocer las propiedades de
las vivencias es conocer un modo de la experiencia consciente o de la subjeti
vidad, y no hay otro procedimiento para “conocer modos de la experiencia
I consciente que experimentarlos uno mismo: todo el conocimiento científico
1 que podamos adquirir sobre las experiencias que su particular aparato senso-
1 rial proporciona a los murciélagos (suponiendo que se las proporcione) no nos
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS 73
aproxima un ápice a conocer las pjQpiedades de las vivencias que los murcié
lagos notan en tales experiencias/(iv) Incorregibilidad. Típicamente, las viven
cias no constituyen una norma para:^valuar con respecto a la misma algunos
notares como incorrectos. (Ni, por tanto, para evaluar con respecto a la misma
los restantes como correctos, pues donde no existe la posibilidad del error no
cabe hablar tampoco de corrección.) No hay notares frustrados; no hay nota
res incorrectos, discemibles de los correctos por relación a las características’
“reales” de las vivencias notadas. "
Tal como he dicho antes, las vivencias paradigmáticas, como los hechos,
son “moleculares”: poseen “elementos” o constituyentes, en el sentido de que
un sujeto capaz de representarse un hecho o una vivencia es capaz de repre
sentarse otros hechos o vivencias que tienen en común alguno de los constitu
yentes con aquéllos. El argumento fundamental para atribuir constituyentes a
unos y a otros es que tanto los estados mentales cuyos objetos intencionales
son acaecimientos, como los notares, son sistemáticos en el sentido expuesto
anteriormente (I, § 2). Una persona capaz de percibir una esfera roja ante sí es,
típicamente, capaz también de percibir una esfera verde de otro tamaño a una
distancia de sí diferente. Lo mismo ocurre con los notares. Y la aprehensión
de una nueva idea simple (un color que no habíamos experimentado antes) per
mite experimentar nuevas vivencias resultantes, en modos predecibles, de la
||« ?
.8í®Í#S: combinación de la nueva sensación con otras viejas (esferas de ese color ante
nosotros). En ciertas situaciones, un notar puede tener por objeto una vivencia
relativamente simple (un dolor, por ejemplo; pero en ciertas situaciones pare
ce que es incluso posible experimentar un color sin ubicación espacial). Los
representacionalistas piensan generalmente en experiencias de este tipo, cuyos
objetos son lo que Locke llama ideas simples. (Kant, por ejemplo, presume una
“multiplicidad de sensaciones”.) Es conveniente recordar que las vivencias ^
paradigmáticas no son tales “multiplicidades” caóticas, sino que son comple-;
jas estructuras articuladas; a las “ideas simples” llegamos mediante el análisis,^
por abstracción teórica, sobre la base de consideraciones de sistematicidad'
como las apuntadas. -
'B tiS Í
wém
11. Las cuatro características de las vivencias han sido formuladas de modo compatible con la posibilidad de
que las vivencias sean un cierto tipo de acaecimientos (en lugar de pertenecer a una clase disjunta con la de los acae
cimientos). Por ejemplo, lo que he llamado ‘privacidad’ no se opone a que podamos saber que las cualidades sensibles
notadas por otros individuos sean exactamente del mismo tipo que las notadas por nosotros. Lo que he llamado ‘irre-
ducibilidad no se opone a que las características de las vivencias puedan, también ellas, ser descritas de un modo más
perspicuo por la ciencia (por ejemplo, en términos neurofisiológicos). Sólo se opone a que —en el sentido de ‘cono
cer’ apropiado para las vivencias, es decir, en el de ser consciente de ellas— tales descripciones ayuden a “conocer
y,- las mejor. Y lo que he llamado incorregibilidad’ no pretende oponerse a que en algunos casos estemos dispuestos a
aceptar rectificaciones en la identificación fina del tipo de nuesüras sensaciones. (Por ejemplo, puedo aceptar, sobre la
base combinada de datos químicos y datos neurofisiológicos, que, después de todo, el sabor que he notado en esta cer
veza es el mismo que el de la que bebí ayer — aunque ai notarlo me pareció algo diferente— si se me convence de que
la cerveza es químicamente idéntica a la de ayer, y de que la parte relevante de mi cerebro estaba en el mismo estado
en que estaba ayer al notar el sabor.) La irreducibilidad y la incorregibilidad de las vivencias se opone a que uno pue
da confundir un dolor con un color, un dolor de cabeza con uno de muelas o el #rojo# con el #verde#.
74 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
giriéndole que su creencia de que hay al menos una vaca negra en el lugar es
igualmente una mera opinión, obtenida mediante una inferencia igualmente
imprudente a partir de una creencia menos arriesgada y mejor justificada dados
los datos disponibles; a saber, la de que hay una vaca que es negra por el lado
visible.
El realismo por representación lockeano sugiere añadir a la historia un
cuarto viajero, el filósofo cartesiano, quien diría al filósofo del chiste original:
“tú también vas demasiado lejos. Lo más que puedo concluir con certidumbre
es que, en este lugar, las cosas producen en mí ideas de vaca por un lado
negra”. D e la contemplación de ideas de vaca-negra-por-im-lado inferimos
(con mayor o menor osadía) la presencia de vacas negras por un lado (y de
ello, si somos aún más atrevidos en nuestras inferencias, podemos inferir des
pués la presencia de vacas negras por ambos lados o el color de las vacas en
la región). El filósofo del chiste comparte con el matemático y el físico la idea
de que el contenido de la única creencia que en su opinión está justificado ase
verar concierne a un acaecimiento: la negrura-por-un-lado de la vaca, por
ejemplo, es una característica objetiva en los cuatro sentidos que hemos indi
cado antes.
Podemos ahora formular con precisión la tesis del filósofo cartesiano. Su.\^
tesis es que lo único que se puede aseverar propiamente en esa situación es i
noto que #hay una vaca negra p or un ladoff. A partir de este estado de cono- |
cimiento, y mediante una inferencia más o menos atrevida, . se obtiene la opi- ¡
nión de que hay una vaca que es negra por un lado; aún más inciertas son las i
inferencias que llevan ulteriormente a las opiniones del matemático y del físi-!
co. La tesis de Locke es ésta: los estados mentales básicos son notares: J todo j
otro estado mental posible compendia inferencias, más o menos atrevidas, a
partir de uno o varios actos de notar. En el caso básico, yo noto que #la esfe
ra ante mí es roja#. Estos estados mentales básicos no pueden ser incorrectos.
A partir de ellos infiero que hay un estado de cosas, con las propiedades, cua- i
lesquiera que sean, que típicamente causan en mí vivencias con las caracterís- i
ticas de la vivencia que noto.' Esta inferencia es esencialmente del mismo tipo'
que la que lleva de la percepción de una vaca negra por un lado a la opinión:
de que la vaca es negra por ambos lados; o que la que lleva de la comproba-i
ción de que en un lugar hay una vaca negra a la opinión de que las vacas del;
lugar son todas negras. La única diferencia entre una y otras es accidental; a\
saber, que la primera es una inferencia que hacemos sin advertirlo, aún más
automáticamente de lo que hacemos cualquiera de estas otras. En la sección;
primera introdujimos el concepto de proposición empírica, diciendo que uní
enunciado expresa una cuando su verdad, caso de que la proposición sea ver#
dadera, puede ser conocida sin llevar a cabo inferencia alguna, sólo a través de
información proporcionada por los sentidos, por un ser humano cuyos meca
nismos cognoscitivos funcionan correctamente. Para el realista por representa
ción, una proposición empírica trata exclusivamente de vivencias notadas; pues
sólo las vivencias pueden ser conocidas directamente.
Con percibo que la esfera ante m í es roja expresamos de modo compacto
íS S S
la inferencia que acabamos de describir, la que nos lleva del notar las caracte- /
rísticas sutyetivas de nuestra vivencia (es decir, de las proposiciones empíricas \
del representacionalista) a las características colegidas del estado de cosas que j
supuestamente la ha producido. ‘Percibo que hay una esfera roja ante m í’ debe
entenderse, según concepciones como la de Locke, como una abreviatura de
noto M g o esférico y rojo ante mí#, y juzgo que algo tiene características que
normalmente causan esas características #esféricas# y #rojas#. Los productos
de estas inferencias sí pueden ser incorrectos: por ejemplo, si estoy padeciendo
una alucinación, las características de mi vivencia no las causa lo que típica
mente causa vivencias con esas características, sino alguna cosa excepcional
(la imagen fabricada por el ordenador, el electrodo del neurocirujano). Sigue
siendo el caso entonces que noto que #la esfera ante mí es roja#, pero es fal
so que perciba que la esfera ante m í es roja (porque el juicio que forma parte
de la atribución de percepción es falso). J
Consideremos un sujeto reflexivo, que cree estar percibiendo que hay una
esfera ant& él, y considera el estatuto epistémico de esta opinión. Evidente
mente, un sujeto así puede poner inicialmente en cuestión la corrección de su
juicio. Quizás, pese a que está notando vivencias visuales como las que nor
malmente producen las esferas situadas ante nosotros, no hay tal esfera; o qui
zás sí la hay, pero no es la esfera, sino un proceso esquizofrénico, una droga,
o un mago muy poderoso, el verdadero responsable de que las tenga (de modo
que las hubiera tenido estuviese o no la esfera ante él); o — apuestos a suscitar
dudas extravagantes— podría ser que sea en realidad un cerebro palpitando en
una vasija ubicada en un laboratorio de Alfa Centauri, conectado a un potente
ordenador manipulado por un perverso científico extraterrestre que se entretie
ne haciéndole creer que es un ser humano hecho y derecho, ubicado en un pla
neta muy alejado de Alfa Centauri, percibiendo una esfera roja ante sí, etc.
Para el cartesiano, la mera posibilidad de cuestionar el juicio de que estamos
percibiendo que hay una esfera ante nosotros — o, simplemente, el de que hay
una esfera ante nosotros:— como lo acabamos de hacer muestra que tal juicio,
incluso cuando es correcto, es el resultado de una inferencia. El único conoci
miento directo presente en este caso es el notar las vivencias visuales de #esfe-
ra# #ante uno#. Supongamos que, de hecho, la simación es perfectamente nor
mal y la vivencia ha sido producida por la esfera real a través de un proceso
perceptivo usual. En tal caso. Descartes y Locke admiten la posibilidad de que
el sujeto reflexivo que hemos considerado construya un complejo razonamien
to (pasando en el caso de Descartes, entre otras cosas, por el convencimiento
de la existencia de Dios y su bondad) como resultado del cual el sujeto puede
concluir que su juicio inicial de que percibe una esfera roja ante sí es correc
to. Relativamente a la justificación ofrecida por ese razonamiento, cabe decir
entonces que el sujeto conoce (con la certidumbre que el cartesiano requiere)
el hecho objetivo consistente en que hay una esfera ante él. Pero, evidente
mente, este conocimiento es demostrativo.
Es así como los objetos intencionales inmediatos de los estados mentales
no son objetos reales ni sus propiedades, sino entidades mentales {ideas). En
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS 77
co m p a r a c ió n a p artir d e e s to , d e s e o q u e p e n s é is q u e la lu z n o e s o tra c o s a en
lo s cu erp o s, q u e so n lla m a d o s lu m in o s o s , q u e un c ie r to m o v im ie n to o una
a c c ió n m u y rápida y m u y v iv a q u e s e d ir ig e a n u estros o jo s a tra v és d e l aire y
d e lo s o tro s c u e r p o s tra n sp a ren tes, d e ig u a l fo r m a q u e e l m o v im ie n to o la r e s is
te n c ia d e lo s c u e r p o s q u e e n cu en tra e s te c ie g o lle g a a su m a n o a tra v és d e l b a s
tón. Tal c o n sid e r a c ió n o s im p e d ir á en co n tra r ex tra ñ o . . . q u e p o r m e d io d e la lu z
p o d a m o s v er to d a c la s e d e c o lo r e s , a s í c o m o q u e e s to s c o lo r e s n o se a n otra c o s a
e n lo s cu er p o s, sin o la s d iv ersa s fo r m a s en q u e lo s m is m o s r e c ib e n y r e fle ja n la
lu z co n tra n u estro s o jo s , si c o n sid e r á is q u e la s d ife r e n c ia s co n sta ta d a s p o r un
c ie g o en tre d iv e r s o s á r b o le s, p ie d r a s, a g u a y c o s a s se m e ja n te s p o r m e d io d e su
b a stó n n o le p a recen m e n o r e s d e lo q u e so n para n o so tr o s a q u e lla s q u e e x is te n
en tre e l rojo, e l a m a rillo , e l v erd e y to d o s lo s o tro s c o lo r e s . Y sin em b a r g o ,
to d a s a q u ella s d ife r e n c ia s n o so n otra c o s a e n to d o s e s o s c u e r p o s q u e la s d iv e r
sa s fo rm a s d e m o v e r e s te b a stó n o d e resistir a su s m o v im ie n to s [ . . . ] n o e s n e c e
sa rio su p o n er q u e h a y a n ad a en e s to s o b je to s q u e se a se m e ja n te a la s id e a s o
se n tim ie n to s q u e d e e llo s te n e m o s , d e la m ism a form a q u e [ . , . ] la r e s is te n c ia o
m o v im ie n to s d e e s o s c u e r p o s , q u e e s la ú n ic a c a u sa d e lo s s e n tim ie n to s q u e [el
c ie g o ] tie n e , n o e s en n ad a se m e ja n te a la s id e a s q u e c o n c ib e {ibid., 6 1 - 6 2 ).
r La explicación que Locke podría dar del error que llamamos “realismo
I ingenuo” está en que, siendo la inferencia de las ideas directamente conocidas
I a sus causas completamente habitual, la hacemos de un modo tan automático
! que incluso nos olvidamos de que la hacemos. La naturaleza de la inferencia
i queda perfectamente reflejada con el símil de Descartes, particularmente si nos
imaginamos a nosotros mismos — no habituados a utilizar el bastón como se
describe— utilizando las sensaciones táctiles obtenidas por medio del bastón
para hacemos conjeturas sobre las cosas “externas”. No hay aquí error posible:
lo que conocemos directamente son las sensaciones transmitidas por el bastón.
Quizás, una vez habituados (como el ciego de nacimiento) a hacer la inferen
cia, daríamos en el error del realismo ingenuo. La reflexión filosófica nos
recuerda la existencia de tales inferencias.
Estamos ahora en disposición de comprender las ideas expresadas en el
texto de Brentano citado en la sección primera, que sintetizan una concepción
análoga a la defendida por Locke. En los términos del texto de Brentano, el
objeto intencional al que los estados mentales hacen referencia, y al que están
dirigidos, no es una “realidad”; es decir, el objeto intencional de un estado
mental prototípico no tiene por qué existir. Esta era la primera de las caracte
rísticas de los estados intencionales, su falibilidad. Se trata de una falibilidad^
extrema, pues el representacionalista supone que hipótesis escépticas radicales
como la del Genio Maligno son lógicamente coherentes: cabe dudar de todas
nuestras convicciones sobre el mundo dedos acaecimientos objetivos. De lo
único de que no cabe dudar es de que tenemos esas convicciones, con esos
objetos intencionales. Los representacionalistas precisan explicar esto postu
lando, para dar cuenta del contenido proposicional de uno cualquiera de estos
estados, exclusivamente entidades que no son constituyentes de acaecimientos,
sino sólo de vivencias; entidades, en suma, que sólo existen inmanentemente
7-.:v :i:-ía É ;S & ¿ G B ;': :o v ;.:a ^ ':v 7 if.;'a :Y .;a :;i:;L :L d L S á L :G á k :u ;G ^ ^
FUNDAMENTOS EPISTEMOLOGICOS 79
FUNDAMENTOS EPISTEMOLOGICOS 83
12. Cf. “Empiricism and íhe Philosophy of Mind”, en su Science. Perception and Reality.
13. Cf. Boghossian, “Contení and Self-Knowledge”.
84 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
tesis más ambiciosa; a saber, que ei contenido de los estados cuyos objetos
intencionales son entidades no observadas consiste enteramente en relaciones
inferenciales, de fundamentación racional, que remiten en último extremo a
otros estados cuyos objetos intencionales son entidades observadas. Así, el
representacionalismo postula una base de estados (correspondiente a mis nota
res) cuyo contenido proposicional los hace dirigidos a vivencias (este es el pri
mer estadio), y presenta el contenido de todos los demás como consistiendo en
los vínculos inferenciales de fundamentación racional a través de los cuales se
relacionan con la base; éste es el segundo estadio. El modelo del representa
cionalismo es el mismo que aplicaríamos a los enunciados que tratan de enti
dades teóricas: entenderlos (es decir, conocer su significado) es conocer las
relaciones inferenciales que vinculan causal-explicativamente a las conjetura
das entidades teóricas con entidades observables (cf. V, §§ 1-2), en el supues
to de que lo único que “observamos” son las afecciones sensibles subjetivas de
que somos conscientes.
Se ve en este breve sumario cóm o es fundamental para garantizar el
, internismo perseguido por el representacionalismo que haya estados cuyos
objetos intencionales son vivencias, y que esos estados estén, epistémica-
mente, en la base racional que determina el significado de todos los demás;
aceptando, desde luego, que en la fenom enología subjetiva los juicios sobre
el mundo externo no son percibidos com o dependiendo racionalmente de ju i
cios sobre nuestras sensaciones. Todas las dificultades del representaciona
lismo (las que dan pie al argumento que lleva al fenomenalismo y al solip-
sismo, cf. V, § 4 y X, § 5, y las que elabora el argumentó contra la posibili
dad de un lenguaje privado, cf. XI, § 7) derivan de esta característica decisi
va. Por contra, en la alternativa de inspiración sellarsiana que he bosquejado
brevemente, las vivencias no son los objetos intencionales de los estados
epistémicamente más básicos. Los objetos intencionales de estos estados son
ya acaecimientos objetivos; los estados básicos no serían los que son si tuvie
sen objetos intencionales distintos a los que tienen. Las vivencias son sólo
objetos intencionales de estados que, com o el de aquellos dirigidos a acaeci
mientos teóricos, tienen contenidos constituidos por relaciones inferenciales
con los básicos.
Ciertamente (y en esto reside la principal dificultad para hacer defendible
esta propuesta), las vivencias desempeñan ya un papel en los estados episté
micamente básicos. He sugerido que su papel es análogo al de los “modos de
presentación” o sentidos fregeanos que se introducirán más adelante (cf. VI-
VII). No cabe estar en estados intencionales dirigidos de manera suficiente
mente bien definida a acaecimientos objetivos (como lo son ya los racional
mente básicos), sin “saber” cosas sobre uno mismo, sin sentir conscientemen
te las propias vivencias. Pero este “saber” de uno mismo no es un estado inten
cional, ni desempeña un papel de fundamento racional en la posesión de esta
dos dirigidos al mundo externo. Es un modo de saber sui generis, primitivo e
irreducible, sobre el que ciertamente se pueden decir todas las cosas que esta
mos diciendo (en especial, que desempeña en la representación el papel que le
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS 85
estamos atribuyendo), y que en parte cada uno de nosotros conoce por su pro
pio caso. La diferencia fundamental entre el representacionalismo y la posición j
aquí bosquejada está por tanto en que, como hemos visto, para el representa- i
cionalismo los notares son estados intencionales epistémicamente básicos; son j
estados que desempeñan por sí mismos un papel de justificación racional. En i
la concepción bosquejada, los notares son sólo subsidiarios coadyuvantes en la
posesión de estados epistémicamente básicos dirigidos a acaecimientos obje
tivos. , ' r
De aquí derivan, en esta concepción, las cuatro características de las
vivencias que resumimos calificándolas de subjetivas (§ 2). N o es que
las vivencias sean entidades en sí mismas distintas de los acaecimientos; las
vivencias son, presumiblemente, acaecimientos consistentes en estados de
nuestros cerebros. Estos acaecimientos son “subjetivos” sólo en la medida en ■
que, siendo notados, desempeñan el papel de modos de presentación de acae
cimientos objetivos en los, estados representacionales racionalmente más
básicos. Algo que en sí mismo es un acaecimiento objetivo es también una
vivencia subjetiva en cuanto desempeña un cierto papel en un sistema repre-
sentacional. Ser una vivencia es como ser viudo, o com o ser doblemente j
grande-, es una propiedad que se tiene en virtud de mantener relaciones con J
otras cosas.
Cabría decir que la posición bosquejada es también “representacionalista”,
ya que comparte con el representacionalismo la idea de que conocemos el
mundo externo en virtud de nuestro acceso consciente a las afecciones sensi
bles sobre nuestra mente. Mas en esta objeción se juega de manera teórica
mente inaceptable con las palabras; pues, si se quiere que esta afirmación
caracterice correctamente la propuesta anterior, debe darse a ‘en virtud de’ un
significado crucialmente diferente al que tiene en la formulación del represen
■I tacionalismo. En este último caso, significa la relación de fundamentación
racional. En la propuesta anterior, sin embargo, significa algo más cercano a lo
que significa cuando decimos que percibimos el mundo externo en virtud de
que nuestro cerebro está en ciertos estados. Aquí, la relación es meramente de
fundamentación causal-explicativa-, nadie pensaría que, comúnmente, inferi
mos juicios sobre el mundo externo a partir de juicios sobre los estados de
nuestro cerebro. La objeción ignora, en definitiva, la ciertamente sutil, pero
profunda diferencia entre las dos propuestas. En razón de ella la posición bos
quejada es extemista, con lo que está libre de las graves objeciones que el
representacionalismo debe afrontar; por otra parte, también se debe a la dife
rencia que la posición de inspiración sellarsiana parece contraponerse a lo que
de razonable hay en la intuición de que podemos conocer, de manera privile
giada, el contenido de nuestros estados mentales. La sutileza de estas distin
ciones, dicho sea de paso, es la que cabe esperar de las propuestas filosóficas.
En definitiva, en la concepción analítica el objetivo de tales propuestas es per
mitimos hablar con propiedad, ayudándonos a describir correctamente hechos
que rehúsan obstinadamente dejarse describir de manera coherente, clara y dis
tinta.
*í«s»(fe
86 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
(1 ) L o s d in o s a u r io s d e s a p a r e c ie r o n a f i n e s d e l c r e t á c ic o .
axioma de las paralelas, que dice que por un punto exterior a una recta pasa
sólo una recta paralela a ella. Ahora bien, la siguiente parece una justificación
no empírica de la misma: sea l una línea recta infinita orientada como lo están
los renglones de este escrito, P un punto extemo superior a ella y m una línea
cualquiera que pasa por P y corta a l por un lugar situado a la derecha del lec
tor respecto de una perpendicular a l que pasase por P. Imagínese a m rotan
do en la dirección contraria a las manecillas del reloj en tomo a un eje per
pendicular al plano que atraviesa P. Según se mueve m, el punto de intersec
ción Q con / se mueve hacia la derecha a lo largo de esa recta; en algún
momento Q “desaparece”, y vuelve a “aparecer” por la izquierda, moviéndose
de nuevo hacia la derecha. Intuitivamente, parece que debe existir a lo largo de
esta trayectoria una posición de la línea m para la que no existe ningún punto
Q, y que esa posición es única, w
Las proposiciones aritméticas, como la expresada por (4), constituyen un
caso similar, aún más claro si cabe:
(4) 7 - f 5 = 12.
Esta definición no recoge todas las connotaciones del término latino ‘a prio
ri’, que significa “previamente”. Pero podemos recoger parte de esas connota
ciones tomando en cuenta además que las proposiciones conocidas a priori están
de algún modo involucradas, por su generalidad, en la articulación de cualquier
cuerpo de conocimiento a posteriori. Una parte del conjunto de proposiciones
cognoscibles a priori constituye la provincia de la filosofía; en la medida en que
sean verdaderos, enunciados como ‘el efecto sucede temporalmente a la causa’,
o ‘todo objeto tiene propiedades esenciales que determinan condiciones riecesa-
rias de su identidad’ serían también cognoscibles a priori. Debe resultar com
prensible la atracción que el epistemólogo cartesiano experimenta hacia e l cono
cimiento a priori-, pues este conocimiento parece, tanto como el conocimiento
. consistente en notar una vivencia, paradigmáticamente cierto, en el sentido pre
viamente definido: conocimiento que un sujeto reflexivo puede atribuirse con
fiadamente, sabiendo que esa atribución, no podrá ser ya recusada.
14. El Pedro de Platón contiene una demostración análoga a esta de que el área de un cuadrado cuyo lado es
la diagonal de otro es dos veces el área de éste.
15. Tanto los empirisias como los racionalistas tradicionales tenían proyectos epistemológicos igualmente
fundacionalistas: asentar el conocimiento en una base cierta, incorregible. Los primeros (como Locke) se apoyan en
proposiciones empíricas, conocidas a posteriori; los segundos, en proposiciones conocidas a priori.
88, LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
*«a tal conocimiento a información proporcionada por los sentidos? Estas pregun
tas carecen de una respuesta que tenga al menos el grado de plausibilidad que
tiene la explicación aristotélica bosquejada antes de por qué tenemos conoci
n® miento a posteriori con validez objetiva general. .
Es importante reparar en que la pregunta no es: “¿cómo es posible que
hayamos adquirido conocimiento sin utilizar los sentidos?”. Aunque resulta
natural tomar a priori en el sentido temporal de “anterior a la adquisición de
conocimiento empírico”, éste no es un sentido útil. Una razón es que las cues
tiones relativas a la adquisición del conocimiento son, en muchos casos,
epistémicamente irrelevantes. Sólo si se pudiera mostrar que, en este caso, las
cuestiones relativas a la adquisición poseen significación para la cuestión de la
justificación serían epistémicamente relevantes. Una segunda razón es que,
puesto que podría haber conocimiento a priori en el sentido que hemos dado
al término (no relativo a la prioridad temporal en la adquisición, sino a la inde- ,
pendencia en la justificación), pero no haberlo en el sentido temporal, afirmar |
la existencia de conocimiento a priori en el sentido aquí definido es menosj
comprometido de lo que lo es afirmar la existencia de conocimiento a priori\
li en el sentido temporal. Quizás no poseamos conocimiento a priori en este sen-!
tido temporal. Quizás para estar en disposición de conocer a priori la verdad
de una proposición como (3), por ejemplo, sea necesario previamente poseer
Í-©
iifc información facilitada por los sentidos. Sin ir más lejos, para estar siquiera en
disposición de entender (3) y (4) es preciso adquirir el lenguaje, y la adquisi
ción del lenguaje entraña ciertamente elementos empíricos. (Este problema se
evita en la filosofía tradicional al soslayar el método analítico que aquí segui
SBftS mos, presentando los problemas y los conceptos haciendo referencia al len
guaje.) Sin embargo, incluso concediendo todo esto, los ejemplos (3) y (4)
SgsHgi
seguirían mostrando que parece haber conocimiento a priori en el sentido
UBI — relativo a la posibilidad de \ísjustificación a priori de conocimiento con vali
lis ®
dez general en el mundo objetivo, y no a la de su adquisición “a priori" — que
hemos dado al término. Ahora bien, la pregunta no es menos problemática
cuando se plantea en estos términos; de modo que es más útil considerar las
discusiones sobre la adquisición como irrelevantes para nuestro problema.'^
Quizás contribuya a acrecentar la sensación de perplejidad que quiero
infundir formular de un modo muy burdo — tanto que resultará quizás insul
tante para sus partidarios— las que parecen ser las soluciones de dos de los
filósofos que con mayor penetración se ocuparon de esta cuestión. Platón y
Kant. Según el primero, el conocimiento a priori es posible porque el mun
do de los acaecimientos objetivos fue dispuesto por un ser racional, que d e s - ,
pués nos hizo a nosotros (o a nuestras almas inmortales) el favor de “antici- j
parnos” algunos de los rasgos que había puesto en su disposición, ahorrán
donos así el esfuerzo de descubrirlos. Según el segundo, el conocimiento a
16. Tomar a priori en el sentido temporal parece estar detrás de una de las “demostraciones” platónicas de la
inmortalidad del alma. .
90 LAS palabras ,las IDEAS Y LAS COSAS
(5) es una verdad analítica. Según Kant, una verdad analítica es una pro
posición “cuyo,predicado está contenido en su sujeto”. La idea de Kant es ésta;
una proposición consta de un concepto-predicado y de un concepto-sujeto.
Algunos conceptos son complejos; están “constituidos” por otros conceptos, un
conjunto de “notas características” (al modo en que las moléculas están “com
puestas” de átomos). Por ejemplo, el concepto de soltero está “constituido” por
los cónceptos persona, no-casada. La metáfora molecular de la constitución de
unos conceptos por otros se puede eliminar, expresando la idea literalmente; se
trata en definitiva de que quien posee la capacidad de aplicar un concepto com
plejo a un individuo o posee necesariamente con ello también la capacidad de
inferir que a o se aplican también los conceptos constituyentes. Si, analizando
en sus constituyentes un concepto complejo que aparece como sujeto en una
proposición, se topa uno con el concepto que aparece como predicado en la
proposición, la proposición es analítica. (5) es un ejemplo, y la proposición
expresada por ‘todo cuerpo es extenso’ proporciona otro — en el supuesto de
que el concepto cuerpo incluya las notas características objeto, extendido en el
espacio, extendido en el tiempo.
Con su definición de ‘verdad analítica’, Kant no trataba meramente de
introducir una estipulación arbitraria. Por el contrario, Kant trataba de enunciar
con precisión un rasgo que (5) tiene en común con otros enunciados; por ejem
plo, (6), (7) y (8);
(8) Si los caballos son animales, las cabezas de caballos son cabezas de
animales.
FUNDAMENTOS EPISTEMOLOGICOS 91
cluyó en uno de los más famosos fracasos que registra la historia del pensa
miento; Bertrand Russell le indujo a ver -e n 1903, después de la publicación
de la obra en que Frege creía haber llevado a término su objetivo, Gnindge-
setze der Arithmetik- que el sistema de axiomas pretendidamente lógicos que
había elaborado para demostrar proposiciones aritméticas era inconsistente. (Es
de justicia recordar aquí que, en el desarrollo de su proyecto, Frege hizo apor
taciones a la lógica y a la semántica contemporáneas que harían com
pletamente injusto considerar su trabajo enteramente baldío. Algunas de esas
aportaciones se exponen en el capítulo VI.)
Incluso si el proyecto de Frege hubiese tenido éxito (o si lo tuviese, en
alguna versión distinta a la del propio Frege), sin embargo, es más que dudo
so que, por sí solo, hubiese contribuido a resolver, o al menos aliviar, el pro
blema del conocimiento a priori. La razón no es, únicamente, que seguiríamos
sin saber a qué atenemos en lo que respecta a las proposiciones geométricas
como (3). La razón más profunda es que, aunque todas las verdades cognosci
bles a priori (no sólo las aritméticas, sino también las geométricas o cua
lesquiera otras) fuesen verdades analíticas (verdades lógicas, o verdades lógi
cas dadas las definiciones de algunos términos), seguiríamos sin tener una
explicación satisfactoria de cómo es posible un conocimiento a priori con vali
dez objetiva general. No, cuando menos, hasta tanto no dispusiésemos de un
análisis satisfactorio de la noción de verdad analítica que despejase nuestra
perplejidad. Pues las verdades lógicas no tienen menos el carácter de proposi
ciones con validez general objetiva de lo que lo tienen proposiciones como (3)
o (4). En rigor, cabe censurar que Kant no encontrase igualmente problemáti
co el carácter a priori de nuestro conocimiento de las verdades analíticas. Qui
zás explique esto el que las verdades analíticas, según la definición de Kant,
sean verdades casi triviales, manifiestas “a simple vista”. Pero que se pueda
explicar así que Kant pasara por alto el problema no justifica que lo hiciera.
En cualquier caso, nada comparable puede decirse de las verdades analíticas
según la definición de Frege; en la mayoría de los casos,^ sólo complejos argu
mentos nos convencen de su carácter de tales verdades. (Piénsese sólo que el
último teorema de Fermat, que el matemático de Princeton K. Wilkes sostiene
haber probado recientemente mediante una prueba que dista de haber sido
aceptada por sus colegas, sería una verdad analítica si el programa iogicista
fuese acertado y el teorema verdadero.)
liM i
Frege sugiere en algunos pasajes de su obra que la pretensión de dar una
explicación de la naturaleza de la analiticidad, o de la verdad lógica, ha de que
dar necesariamente insatisfecha. El problema estaría, según él, en que una
explicación así sería necesariamente circular; pues la lógica es tan básica, que
estaría presupuesta en la presunta explicación. Tanto él como Russell — tam
I®
bién partidario del programa Iogicista, y significado contribuyente a su desa
rrollo— ofrecieron, sin embargo, algunas indicaciones sobre la naturaleza de
la verdad lógica. Todas ellas eran, a juicio del joven Wittgenstein, insatisfac
torias; una de las motivaciones fundamentales del Tractatus (publicado en
1921) fue la de ofrecer una explicación alternativa de la naturaleza de la ver-
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS 93
(10) El día en que asesinaron a César había más de diez cra^ de agua en
el Mediterráneo.
17. En la película de Frank Capra ¡Q u é b e llo es v iv ir !, cuando el personaje que interpreta James Stewan está
a punto de suicidarse, un ángel le muestra cómo hubiera sido el mundo sin él -convenciéndole así de que, vistas las
cosas desagradables que hubiesen acaecido si su presencia no lo hubiera evitado, quizás merezca la pena, después de
todo, esperar por si hubiere otras en el futuro. En la terminología anterior, el ángel le muestra algunos aspectos de
otros m undos posibles.
FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS 95
18. Si ‘pata’ se aplicase también a las colas, ¿cuántas patas tendrían los caballos? Según lo anterior, cuatro.
Pues, incluso cuando hablamos de un mundo posible en que las palabras no se usan como nosotros usamos las nues
tras, las palabras que nosotros utilizamos al hablar preservan el significado que nosotros les damos.
96 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
Los conceptos rriodales son, a mi juicio, los más escurridizos para el análi
sis filosófico. Creo que ello se debe a que se trata de nociones muy abstractas.
Para evaluar propiamente cualquier propuesta al respecto hemos de tener a la vis
ta un vasto panorama de ejemplos y contraejemplos todos ellos igualmente per
tinentes, desde enunciados matemáticos hasta enunciados éticos y estéticos,
pasando por enunciados científicos. Como nos falta la habilidad para tener a la
vista un ámbito así de extenso de una manera pese a todo ordenada, olvidamos
fácilmente que, también aquí, sólo de nuestras intuiciones sobre ejemplos con
cretos (pero sobre ejemplos de todos los tipos relevantes) depende en último
extremo la corrección o incorrección de las conjeturas filosóficas y caemos así
en el error de hablar en el vacío. Por esa razón, iremos acercándonos a una
correcta comprensión de los mismos mediante aproximaciones sucesivas. En este
. capítulo nos hemos limitado a introducir su uso.
Un representacionalista-eontemporáneo cuyas ideas puede ser útil con
trastar con las de Locke es John S e a ^ . Véase, en particular, su Intentionality;
traducción castellana con é l título Intencionalidad en Tecnos, Madrid. El libro
de Fred Dretske, Knowledge ancTílié'Flow of Information (traducción castella
na como Conocimiento e Información, Salvat) presenta de una manera muy
clara una concepción epistemológica anticartesiana. La presentación del exter-
nismo que se hizo en § 3 está inspirada en el artículo de John M cDowell “Sin
gular Thought and the Extent of Inner Space”.
C apítulo IV
■ *
s llü l. Al comienzo de las Investigaciones filo s ó fic a s , Wittgenstein atribuye a san Agustín el tomar el modelo
nombre propio-objeto nombrado como paradigma de la relación de significado, y denomina en adelante concepción
a cualquier propuesta que se base en alguna generalización de ese modelo. (Los calificativos ‘burda’ y
agu stinian a
— posteriormente— ‘depurada’ los añado yo; es el propio Wittgenstein, sin embargo, quien considera las dos versiones
de la concepción agustiniana de que se habla en el texto, y quien sugiere que a la versión ‘depurada’ se llega al tomar
en cuenta objeciones a la versión ‘burda’ como las que aparecen en el texto.)
100 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
agustiniana burda, empero, pues ¿en lugar de qué “cosa” están ‘pero’ o ‘todos’
— ^palabras que sin duda tienen significado— ?
Cuando se intenta responder a estas preguntas y objeciones tratando de
preservar el paradigma nombre propio-objeto nombrado com o modelo del sig
nificar, es fácil dar en la concepción agustiniana depurada, una versión primi 1^
tiva de la concepción del lenguaje que nos presenta Locke. En la concepción
agustiniana burda, las palabras significan estando en lugar de cosa&físicas. En
j la concepción depurada se quiere distinguir los tipos de cosas que diferentes
j expresiones pueden nombrar, que pueden ser al menos, como acabamos de ver,
Iobjetos, especies y propiedades; y, típicamente, por falta de un lugar mejor, se
I ubican todas estas cosas en la mente de quienes usan adecuadamente las expre-
[ siones. Las palabras significan estando en lugar de cosas, también en la con
cepción agustiniana depurada. Pero las “cosas” significadas por las palabras
son ahora ideas. Podemos encontrar esta versión primitiva en un fascinante
pasaje de Cien años de soledad, la ya clásica novela de García Márquez. El
contexto és Copio sigue: los habitantes de Macondo han contraído comunal
mente la enfermedad del insomnio, enfermedad que tiene como consecuencia
la pérdida de la memoria;
F u e A u r e lia n o q u ie n c o n c ib ió la fó r m u la q u e h a b ía d e d e fe n d e r lo s d u ran te
v a rio s m e s e s d e la s e v a s io n e s d e la m e m o r ia . L a d e sc u b r ió p o r c a s u a lid a d .
In s o m n e ex p erto , p o r h a b er s id o u n o d e lo s p rim ero s, h a b ía a p r e n d id o a la p e r
f e c c ió n e l arte d e la pla tería . U n d ía e s ta b a b u sca n d o e l p e q u e ñ o y u n q u e q u e
u tiliz a b a para la m in a r lo s m e ta le s , y n o r e co r d ó su n om b re . S u p ad re s e lo dijo:
« ta s» . A u r e lia n o e s c r ib ió e l n o m b re e n un p a p el q u e p e g ó c o n g o m a e n la b a se
d e l y u n q u e c ito : tas. A s í e s tu v o s e g u r o d e n o o lv id a r lo en e l futuro! N o s e le
o cu rrió q u e fuera a q u e lla la p rim era m a n ife s ta c ió n d e l o lv id o , p o r q u e e l o b je
to ten ía un n om b re d ifíc il d e recordar. P e r o p o c o s d ía s d e s p u é s d e s c u b r ió q u e
ten ía d ific u lta d e s para reco rd a r c a s i to d a s la s c o s a s d el la b o ra to rio . E n to n c e s
la s m a rcó c o n e l n o m b re r e s p e c tiv o , d e m o d o q u e le b a stab a c o n le e r la in s
c r ip c ió n para id e n tifica rla s. C u a n d o su p a d re le c o m u n ic ó su alarm a p o r hab er
o lv id a d o h a sta lo s h e c h o s m á s im p r e sio n a n te s d e su n iñ e z , A u r e lia n o l e e x p li
c ó su m é to d o , y J o sé A r c a d lo B u e n d ía lo p u so e n p rá ctica en to d a la c a s a y
m á s tarde lo im p u so a to d o e l p u e b lo . C o n u n h iso p o en tin ta d o m a r c ó c a d a c o s a
c o n su nom bre: mesa, silla , reloj, puerta, pared, cama, cacerola. F u e al corral
y m arcó lo s a n im a le s y la s p lan tas: vaca, chivo, puerco, g a llin a , yuca, m atan- i
ga, guineo. [ . . . ] A s í c o n tin u a ro n v iv ie n d o e n una realid ad e sc u r r id iz a , m o m e n - \
tá n e a m e n te cap turada p o r la s p a la b ra s, p ero q u e h ab ía d e fu g a r se s in r e m e d io
c u a n d o o lv id a ra n lo s v a lo r e s d e la letra escrita.^
cepción agustiniana burda — las palabras significan objetos físicos— y. nos per
mite ilustrar de un modo práctico las dificultades de esta “teoría” . Así, tanto
dos personas que se llamen ‘Juan Pérez García’ como dos yunques tendrán eti
quetas con las mismas palabras, lo que hará pensar erróneamente al amnésico
que ‘yunque’ es un mero nombre propio del objeto sobre el que está coloca
do, y que (“para evitar confusiones”) podría poner un nombre distinto sobre
cada uno de los dos yunques, como podría bautizar con nombres distintos a
cada una de las dos personas. Y sobre un yunque rojo encontrará las etiquetas
‘yunque’ y ‘rojo’, lo que quizás le haga preguntarse por qué una misma cosa
tiene dos nombres distintos.
Las virtudes prácticas del remedio son, sin embargo, más que dudosas; los
amnésicos presumiblemente acabarán olvidando también la función práctica de
las etiquetas, e incluso el concepto mismo de etiqueta. Quizás por esto el pro
blema deja enseguida de ser en el texto el olvido de los nombres, y pasa a ser
el olvido de las cosas (“tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del
laboratorio”). Uno podría pensar que esto es un lapsus del autor, que lo que
quería decir es que las dificultades mencionadas estaban en recordar los nom
bres de las cosas. Pero la última oración (vivían “en una realidad escurridiza,
momentáneamente capturada por las palabras”) deja claro que no es así. Laf
idea ahora parece ser más bien la de que las palabras tienen ciertos “valores”; j
estos valores son presumiblemente de naturaleza mental, digamos conceptos, |
o, por utilizar la palabra equivalente de Locke, ideas. La amnesia hace a losf
habitantes de Macondo olvidar las cosas, en el sentido de que éstas pierden su;
“significación”: colocados ante una mesa, un yunque o una vaca, no saben ante)
qué objeto están, porque han perdido la capacidad de conceptuarlos, de atri- ’
huirles una cierta naturaleza; que esto sirve para comer, que aquello da leche, i
etc. Ponerles una etiqueta tiene ahora la finalidad de evocar los conceptos nece- i
sarios para saber qué son las cosas etiquetadas. Es así que los habitantes d e !
Macondo viven “en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por ¡
las palabras”; las cosas adquieren su “ser” sólo momentáneamente, a través d^j
la mediación de las palabras colocadas sobre ellas,
r Bajo esta concepción seguimos pensando en el significado a través del
i modelo de la relación entre un nombre propio y el objeto por él nombrado;
i pero ahora los objetos nombrados han pasado a ser conceptos, entidades men-
i tales. El significado de ‘yunque’ consiste en su estar en lugar de un cierto con
cepto, el concepto de un yunque, y el de ‘rojo’ su estar en lugar de otro
concepto, el concepto de rojo. La generalidad de estas expresiones se puede
ahora explicar fácilmente, bajo el supuesto de que los conceptos por ellas sig
nificados son ellos mismos generales: universales, en el marco de la teoría con
ceptualista. Esta es una versión de la concepción agustiniana depurada. __
Es ésta una concepción del significado de las expresiones lingüísticas
poseedora de una gran plausibilidad intuitiva. Uno de los fundamentos intuiti
vos de su plausibilidad descansa, a buen seguro, en la conexión entre la con
cepción agustiniana depurada y la cuestión discutida en la sección 4 del capí
tulo primero. Como vimos allí, , existe un argumento a primera vista convin-
102 LAS.PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
obvia es que ahora ya no cabe la explicación que antes habíamos tomado por
buena de la presencia aquí de un objeto con forma de flecha; a saber,-que
alguien, deseando que formásemos la creencia de que el camino a seguir, con
tinúa en la dirección de la presunta flecha, y pensando que formaríamos esa
creencia si viésemos un objeto en forma de flecha indicando la dirección, ha
dispuesto el objeto en la forma indicada. A menos que nuestro supuesto inter
locutor sea un consumado domador de hormigas, tal posibilidad ya no existe.
Pero si esto es así, y si cabe una explicación similar de por qué los signos lin
güísticos expresan proposiciones, entonces estam.os aquí ante una significación
derivada, sólo posible cuando se dan las intenciones y las creencias (los esta
dos mentales) que, como los del ejemplo anterior, “dotan” a los signos de sus 5
significados en virtud de que ellos mismos ya los tenían previamente. «_
Locke sostiene una versión de esta concepción del lenguaje. Su tesis
semántica fundamental la formula de este modo: las palabras, en su significa
ción primaria o inmediata, no están sino por las ideas en la mente de aquel
que las usa? Aquí ‘ideas’ está por lo que antes llamamos ‘conceptos’. Eluci
damos esta tesis en las próximas secciones.
4. Essay, Ubro iii, cap. íi, § 2. En la edición preparada por Sergio Rábade y Esmeralda García para Editora
Nacional se traduce la oración que yo he traducido como no pueden ser signos voluntarios impuestos por él a las
cosas que desconoce' por 'no pueden ser signos voluntarios impuestos por el que desconoce las cosas’, y la que yo
he traducido como 'Un hombre no puede hacer de sus palabras los signos de las cualidades de las cosas ni de las con
cepciones en la mente de los otros hombres' por ‘Un hombre no puede hacer de sus palabras los signos o cualidades
de las cosas, o de las concepciones en la mente de los otros hombres’. Ambas traducciones son fiagrantemente erró
neas, como se puede comprobar contrastando el original inglés. Pero lo peor es que, especialmente la segunda, tergi
versan el texto de modo sustancial cuando éste trata cuestiones fundamentales. ¿Qué es eso de “hacer de sus palabras
los signos o cualidades de las cosas”? ¿Se están contemplando aquí dos alternativas, en una de las cuales las.pala
bras son cualidades de las cosas? ¿O es más bien que ser una ciuüidud es una variante de ser un íig/m? Ambas posi
bilidades son igualmente absurdas.
108 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
mes de nuestras convicciones sobre el mundo extramental. Pero para que estos
enunciados modales sean aceptables es necesario concluir que sólo lo que las
palabras significan en su significación primaria (es decir, características de
las vivencias del individuo que las usa) cuentan entre las propiedades esenciales
de esas palabras. Esta es nuestra justificación, por tanto, para considerar la con
cepción del lenguaje de Locke internista, por más que Locke, en consonancia con
su realismo por representación, conceda también un cierto papel semántico (como
“significaciones secundarias”) a características objetivas. Las “significaciones^
secundarias” que Locke concede a las palabras están a la par que Federico Mar-1
tín Bahamontes respecto de ‘el primer español en ganar el Tour de Francia’ en el |
español que yo utilizo; son propiedades semánticas meramente accidentalesJ
Estas consideraciones, por sí solas, no deben verse cómo una objeción a
la concepción del lenguaje de Locke. Por el contrario, a la luz de lo dicho, se
líW i
puede inferir una consecuencia del externismo semántico que a muchos lecto
res resultará sin duda sorprendente: de acuerdo con el externismo semántico,
el significado no es por completo independiente de la verdad. Qué significado
tengan las expresiones de un lenguaje depende en cierta medida de qué enun
ciados de ese lenguaje sean verdaderos, de cómo de hecho sea el mundo extra
mental y extralingiiístico. Si el externismo fuese correcto, posibilidades escép
ticas radicales como la del Genio Maligno serían estrictamente ininteligibles.
Como la gente suele considerar al menos inteligible la historia del Genio
Maligno, tenemos aquí una nueva razón para dudar de que una concepción
extemista sea razonable. Por otra parte, las hipótesis escépticas radicales son
tan extravagantes, que su inteligibilidad no puede considerarse un dato empí
rico inapelable. En capítulos posteriores se ofrecerán consideraciones teóricas
en favor del externismo, y se desarrollarán estas observaciones sobre la rela
ción entre el significado y la verdad. ;c
La concepción internista del lenguaje de Locke deriva en su caso de unaA^^' '
tesis oñtbrá^ca ín m |fu 5i5w iE jñ tjj^ 2 saber, la prioridad del péñsá-
mieñtó s'oB'fe eí lenguaje. Las expresiones del lenguaje sólo deriyativamente, ^
tlgñéfT'cimTeñrdoi Los pehsamíehtos~tienén íntrínsécamenté cóñtehidó; río I
deben su contenido al contenido de nada distinto de ellos mismos. En par-i
ticular, no lo deben al contenido de las expresiones lingüísticas, /^ r tantoj
podría,haber pensamientos sin lenguaje. (Los animales y los niños pequeños
hacen real ésa posibilidad.) Las palabras deben su contenido a su conexión
convencional con los contenidos de los pensamientos; sólo extrínsecamente (en
tanto que asociadas con ideas en el pensamiento de seres con la capacidad para
el mismo) tienen las expresiones lingüísticas significado. Por tanto, no podría
haber lenguaje sin pensamiento. Esta concepción está en Locke filosóficamen
te sostenida por una teoría clara, y justificada mediante sólidos argumentos,
sobre el contenido de ios pensamientos. Por lo demás, esta concepción onto-
lógica sobre las relaciones entre lenguaje y pensamiento no debe ser confian-,
dida con el intemismo. Teóricamente al menos, es posible combinar la priori-1
dad del pensamiento con puntos de vista extemistas; esta posibilidad teórica se
explorará en los capítulos XIII y XIV. —I
112 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
Hasta aquí hemos tratado de exponer las ideas de Locke del modo más
favorable a las mismas posible, realzando su carácter internista. Filósofos de
nuestro siglo, como el Wittgenstein de las Investigaciones, Sellars o Quine, han
señalado dificultades provenientes de ese intemismo de la concepción lockea-
na del significado, que serán expuestas más adelante. Concluiremos este capí
tulo apuntando con mayor detalle dos fuentes de insatisfacción con la concep
ción lockeana (pero sin pretender deducir de ellos una refutación de la misma).
La primera, que se expondrá a continuación, abunda en el conflicto entre las
tesis de Locke y el carácter social del lenguaje. La seg unda, que se desarrolla
rá en la siguiente sección, pone de manifiesto cómo las tesis de Locke conlle
van puntos de vista antirrealistas intuitivamente poco plausibles.
Una muestra de las dificultades de Locke la encontramos en su explica
ción de la convencionalidad del lenguaje. Este fenómeno (del que daremos una
explicación cumplida en el capítulo séptimo) está estrechamente relacionado
con el carácter social de los lenguajes naturales. Locke echa mano de su cul
tura latina para referirse a él; “Y es así que el gran Augusto, en la posesión de
aquel poder que gobernaba el mundo, reconoció que no podía crear una nueva
palabra latina.” (Essay, libro ¡II, cap. ii, § 8 .) El pensamiento de Augusto que
aquí recoge Locke, sin duda acertado, debe interpretarse como un humilde
correctivo a pretensiones como la de Humpty Dumpty en este texto de Alicia
a través del espejo:
5. Lewis CaiTolI, Alice’s Adventures ut Wonderland and Throiigh ¡he Louking Glass, 190.
LENGUAJE Y PENSAMIENTO EN LOCKE 113
Pero, en cualquier caso, crear una práctica social no es tan sencillo como
Humpty Dumpty pretende. Ese parece ser también el sentido del pensamiento
de Augusto,
Sin embargo, Locke no puede interpretar así este pensamiento. Para Loe-
ke, la convencionalidad del lenguaje no puede consistir en algo muy distinto |
de aquello que Humpty Dumpty parece tener en mente cuando dice “cuando |
yo uso una palabra, esa palabra significa exactamente lo que yo escojo que sig- ¡
nifique”; a saber, en la arbitrariedad que me asiste al asociar una expresión'
con un significado. Y es así como de hecho interpreta Locke el pensamiento i
de Augusto; a las palabras antes citadas en que expone ese pensamiento suce-1
den éstas: “que es tanto como decir que no quedaba a su arbitrio [el de Augus-;
to] determinar de qué idea había de ser signo un sonido cualquiera en las bocas j
y en el lenguaje común de sus súbditos”. Es cierto que estas palabras parecen;
apuntar no sólo al elemento de arbitrariedad que destaco com o su modo de i
entender la convencionalidad lingüística, sino también al elemento social; y
este mismo elemento parece estar presente en la siguiente afirmación del mis-|
mo texto: “Es cierto que el uso común, a través de un acuerdo tácito, hace|
corresponder en todos los lenguajes ciertos sonidos a ciertas ideas, limitando!
de modo tal la significación del sonido que un hombre no habla con propiedad?
a menos que lo aplique a la misma idea; y me permitiré añadir que, a menos?
que las palabras del hablante provoquen en su audiencia las mismas ideas quei
aquellas por las que él las hace estar, no habla inteligiblemente.” Pero se apun->
ta un matiz adversativo en esta concesión de Locke al “uso común”; este matiz?
se hace explícito en la última frase del parágrafo: “Pero cualesquiera que sean!
las consecuencias del hecho de que un hombre use sus palabras de modo dife-j
rente, ya sea del significado común, ya sea del sentido particular de la persona?
que se dirige a él, es bien cierto que su significado, en el uso que él hace de;^
ellas, se limita a sus ideas, y que no pueden ser signos de ninguna otra cosa.?)?'
La convencionalidad lingüística, pues, consiste puramente en la libertad que
me asiste de asignar a un sonido una cualquiera de mis ideas; pues la signifi
cación de las palabras descansa en último extremo en estas asociaciones que
cada hablante realiza entre ellas y sus particulares ideas. La convencionalidad
del lenguaje, tal como entendemos ordinariamente esta noción, reside en que
usamos las palabras con la intención de atenemos al hacerlo a una práctica
común-, una práctica común que, necesariamente, suponemos comúnmente
conocida. Para Locke, tal convencionalidad consiste en algo bien distinto; con-T
siste exclusivamente en que las palabras son “signos voluntarios” y no natura
les, signos relacionados con sus significados primarios por la imposición arbi-'
traria de cada usuario.
Quizás parezca excesiva la afirmación de que Locke no puede interpretar
la convencionalidad del lenguaje en los términos sociales en que intuitivamen
te entendemos esa idea. Podría decirse (y ése parece ser el sentido de las pala
bras del propio Locke) que, incluso admitiendo que la convencionalidad lin- i
güística consista primero en la libertad de cada hablante para asociar palabras i
con ideas, ulteriormente Locke puede recoger el aspecto social en términos de i
114 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
,1a exigencia de que los hablantes de un mismo lenguaje asocien las mismas
¡palabras con las mismas ideas. Eso es precisamente lo que sugiere en los tex-
¡tos precedentes: compartir un lenguaje, comunicarse mediante él, consiste en
Ique los hablantes “impongan” de hecho las mismas palabras a las mismas
¡ideas. En la concepción del lenguaje de Locke, los lenguajes son necesaria
mente idiolectos: pues las propiedades semánticas esenciales de las expresio
nes lingüísticas las vinculan con entidades esencialmente subjetivas, según
hemos explicado con detalle. Las propiedades semánticas esenciales de las
palabras no pueden ser compartidas por diferentes individuos. Ahora bien, aun-
' que dos individuos no pueden compartir las mismas vivencias-ejemplar, cabe
que tengan vivencias con caracerísticas similares. Lo que sí parece accesible a
Locke — y lo que él mismo parece sugerir en los textos citados— es definir, a
partir de su noción fundamental de lenguaje como el idiolecto de un individuo,
el lenguaje como una entidad social. En ese sentido social, las palabras podrí
an quizás significar tipos que se suponen compartidos por las vivencias de los
diferentes hablantes.
Hay aún, sin embargo, una dificultad sutil, pero grave en esto. Lo sutil de
la dificultad explica que la pasemos por alto fácilmente. En mi opinión, es
innegable que hay vivencias, con cualidades sensibles de las que somos cons
cientes, caracterizadas por las cuatro propiedades que enunciamos en III, § 2.
Pero la tesis crucial de la filosofía de Locke va más allá de la mera consta
tación de Inexistencia de qualia. La tesis'crucial;— que desarrollamos en III,,
§ 3— es más bien que el contenido de todo estado intencional está constitui
do por estas entidades. Sólo nuestras vivencias nos son directamente conoci
das, y nuestro concepto de cualquier cosa distinta de nuestras vivencias (los|
estados de cosas que presuntamente las causan, o las vivencias que los pre-l
suntos estados de cosas presuntamente causan en otros) se puede expresar sin!
residuo alguno haciendo exclusivamente referencia a nuestras vivencias. Esi
esta tesis, y sus implicaciones, lo que tendemos a pasar fácilmente por alto: 1
Nada más natural, pues es realmente difícil perseverar en tenerla presente. Uno
examina los argumentos que la sustentan, le parecen razonables, la “siente” por
un momento... y se oivida de ella en cuanto deja de “filosofar”. Hay una bue
na razón para ello. Como expusimos en III, § 3, cabe aceptar la existencia de
vivencias y sus cualidades sensibles invirtiendo sin embargo la tesis central de
Locke: en lugar de constituir los estados cuyo contenido concierne al mundo
extemo inferencias implícitas basadas en actos de notar nuestras vivencias, son
más bien los estados cuyos objetos intencionales son vivencias los que inferimos
a partir de aquéllos. La concepción de las vivencias en las que éstas juegan un
papel como el que se acaba de bosquejar es mucho más plausible que la de Loc
ke; es una concepción así la que, sin apreciarlo, confundimos con la suya.
Al caer en esa confusión, perdemos de vista las verdaderas implicaciones
de la teoría de Locke; entre ellas, una pertinente para esta discusión. Desde e l :
punto de vista de Locke, sólo puede ser una hipótesis, que en ningún caso pue - !
de constituir conocimiento, el que otros hombres tengan vivencias del mismo
tipo que las mías. El propio Locke formuló la célebre hipótesis del espectro
. %;'ú-Ó>.vN• si-
‘oro’, ‘sal’, ‘agua’ o ‘pimienta’. La diferencia entre los primeros y los segun
dos no es muy importante para nuestros fines presentes. Tanto los primeros
como los segundos nos sirven para identificar objetos a través del tiempo; deci
mos ‘el tigre que nos hemos encontrado hoy es el mismo que nos atacó ayer’,
y también ‘el oro de este anillo es el mismo que el de los pendientes de mi
abuela’. En este sentido, tanto los unos como los otros identifican particulares, 11
o, como Locke dice, sustancias. La diferencia entre los primeros ( ‘tigre’), y los
segundos ( ‘oro’) está en que aquéllos nos permiten coníar. Dado un dominio
de sustancias, la pregunta ¿a cuántas se aplica P? puede en general recibir
como respuesta un número cardinal determinado si P es un término como
‘tigre’, pero no si P es uno de masa. Matices irrelevantes al margen, la expli
cación de esto reside en que las partes de los tigres nO son tigres, mientras que
las partes de un material cualquiera como el oro son ellas mismas oro también.
Es así que una pregunta como ‘¿cuántos “oros” hay aquí?’ — caso de estar sin
tácticamente bien construida— no podría recibir una respuesta determinada;
por eso, probablemente, no está bien construida: los términos de masa no se
pueden poner en plural (sin que, al hacerlo, dejen de funcionar como términos
de masa).
Más relevante que las diferencias que los distinguen es para nosotros lo
que tienen en común: inmitivamente, aquellas sustancias a los que unos y otros
se aplican — como su nombre ( ‘géneros naturales’) sugiere— tienen, indepen
dientemente de nuestros intereses y hábitos clasificatorios— esto es, de un
modo “natural”— , “algo en común”. Es precisamente por relación a la persis
tencia de “eso común” que identificamos particulares a través del tiempo con
ayuda de términos de género natural. Que un objeto sea una punta de lanza o
más bien la cabeza de un hacha depende de la función a que se le destina en
una cierta sociedad; que algo sea o no un ejemplo de suciedad o de desorden
depende de preocupaciones humanas relativamente arbitrarias desde un punto
de vista cósrnico. Términos como éstos no clasifican las cosas siguiendo
coyunturas objetivamente trazadas (y, en consecuencia, sus criterios de aplica
ción son sumamente vagos). Por contra, que un objeto sea un murciélago, o
una cantidad de oro, no parece depender en absoluto de nada arbitrario. Este
“algo en común” que suponemos comparten objetivamente los particulares a
los que se aplica un término de género natural (objetos que por lo demás pue
den diferir en muchas de sus propiedades: una pieza de oro puede ser un ani
llo, y otra unos pendientes; dos murciélagos pueden tener distinto tamaño,
etc.), es, diremos, su esencia. La esencia tigre es aquello, sea lo que sea, de
cuya presencia o ausencia depende que ‘tigre’ se aplique o no a una entidad^
Locke sostiene que hay dos modos distintos de entender las esencias, y,
con ello, dos teorías distintas del significado de los términos de género natu
ral. Con el fin de distinguir ambos sentidos, Locke acuñó un término para cada
uno de ellos: ‘esencia nominal’ y ‘esencia real’, respectivamente. La esencia
nominal constitutiva de un cierto género natural son las propiedades (primarias
o secundarias) que correspondan a un conjunto de ideas simples, conjunto que
nosotros utilizamos para clasificar a los objetos como perteneciendo al género
118 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
la esencia nominal de los tigres y no fiiese un tigre (que fuese, por ejemplo,
un robot hábilmente diseñado), porque careciese de la esencia real de los tigres.
Y podría también ocurrir que un objeto fuese un tigre y no tuviese la esencia
nominal de los tigres (porque, digamos, diversos fallos en el desarrollo del
fenotipo a partir del genotipo han producido un monstruo que se parece más a
un perro que a un tigre). Si la significación secundaria de un término de géne
ro natural es aquello que determina las condiciones necesarias y suficientes que
un objeto debe cumplir para que el término se aplique a él, esta propuesta sos
tiene que la significación secundaria de los términos de género natural es una
esencia real.
Loche parece estar en lo cierto al pensar que una teoría como ésta se acer
ca mucho más a dar cuenta de nuestras intuiciones semánticas que la que él
propone en su lugar. La teoría del significado de los términos de género natu
ral que el propio Loche recomienda (según la cual esos términos significan
esencias nominales) violentaría nuestras intuiciones, haciéndonos llamar ‘tigre’
al aparente tigre que no comparte en absoluto el genoma con lo s demás tigres,
por cuanto ni siquiera es un ser vivo (es un robot hábilmente diseñado), pero
sí comparte su esencia nominal; y obligándonos a no considerar correcto lla
mar ‘tigre’ al tigre malformado, que no comparte la esencia nominal con los
otros tigres, pero sí el genoma — ^proveniente de la dotación genética de tigres
bien constituidos y que quizás capacite a su portador para engendrar tigres bien
constituidos.
La teoría según la cual los términos de género natural significan esencias
reales, por contra, no sólo nos permite describir estos casos de acuerdo con
nuestras intuiciones, sino también el ejemplo anterior relativo a la introducción
de un nuevo criterio observacional com o marca característica del oro (solubi
lidad en mercurio). Modificar la esencia nominal asociada con un término de
género natural, de acuerdo con esta teoría, no es más que introducir nuevos
modos de determinar la presencia de la esencia real, pero no supone en abso
luto modificar su significado. Así, cuando descubrimos que un anillo que nos
habían vendido como siendo de oro no pasa este nuevo test, podemos descri
bir la situación, de acuerdo con esta teoría, tal como intuitivamente lo haría
mos; diciendo que nos habíamos equivocado al juzgar que el anillo era de oro,
en lugar de decir, como la teoría de Loche nos forzaría a hacer, que el anillo
era de oro en el sentido anterior de la palabra ‘oro’ pero no lo es en el nuevo.
La teoría de las esencias reales permite también entender la finalidad de intro
ducir nuevos elementos en la esencia nominal; lo que pretendemos es acercar
nos a determinar mejor la esencia real, y con ello el significado del término.
Que esta segunda teoría se adecúa mejor a nuestras intuiciones semánticas
que la recomendada por Loche se ve también considerando situaciones ficti
cias populares en la filosofía contemporánea. Imaginemos que hay un planeta
lejano (llamémosle ‘Bitierra’) en que hay océanos, lagos y ríos, llenos de una
sustancia incolora, inodora e insípida que calma la sed. Imaginemos, sin
embargo, que estnicturalmente esa sustancia es muy distinta del agua. No está
constituida por moléculas de H^O, sino por moléculas completamente distintas.
LENGUAJE Y PENSAMIENTO EN LOCKE 121
8. Cf. Essay, libro m, cap. vi, §§ 48-49; libro m, cap. ix, § 13; libro tii, cap. x, § 19. El arguraeiuo de la Bitie
rra procede de Hilary Pumam, “El significado de ‘significado’”. En este artículo Putnam recupera la idea de Locke
de que los términos de género natural se aplican como si significasen esencias reales (pero discrepa de la tesis de Loc
ke de que no deberían usarse asO. Ideas similares se encuentran en El nombrar y la necesidad, de Saúl Kripke.
122 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
9. Cf. Essay, libro iii, cap. vi, §§ 8-9; libro m, cap. vi, § 49-50; libro iii, cap. ix, § 13; libro iii, cap. x, § 20,
fia
I;
es que algo puede pertenecer a un género natural sin que nosotros estemos nun
ca en disposición de determinar que ello es así, por favorables que sean las cir
cunstancias epistémicas; otra, que algo puede no pertenecer al género natural,
aunque nosotros, en las más favorables circunstancias cognoscitivas, decidiría
mos que sí pertenece a él.
El lector puede estarse preguntando por qué piensa Locke que existe una}
incompatibilidad entre la tesis de que sólo la esencia real constituye las c o n -:
diciones necesarias y suficientes para la aplicación de un término de género -
natural y su concepción del significado. Locke admite que una palabra c o m o :
‘rojo’ significa indirectamente una propiedad objetiva de las cosas, la propie-¡
dad causalmente responsable de la idea. Del mismo modo, una palabra como j
‘fierre’ significa indirectamente una esencia nominal, el conjunto de propieda-|
des causalmente responsables de las ideas simples que constituyen la idea com-1
pleja directamente significada por la expresión. ¿Por qué no decir que esa ideal
compleja significa de modo natural, no la esencia nominal, sino la esencia real?_^^
Ello permitiría a Locke decir que ‘tigre’ significa indirectamente esa esencia"
real, la constitución interna de los tigres. Y la propuesta parece estar perfecta-
meríte en la línea de las ideas de Locke, porque del mismo modo que la esen
cia nominal causa la idea compleja, por hipótesis la esencia real (caso de que
exista) causa la esencia nominal, y, por ende, la idea compleja. Que el agua
esté constituida por moléculas de HLO explica, entre otras cosas, que el
agua tenga las propiedades que causan en mí ideas de objeto incoloro, inodoro,
imípido, calmante de la sed, etc. Los rasgos genéticos característicos de los
tigres explican causalmente que los tigres tengan (típicamente) una cierta for
ma, un cierto color, etc., es decir, una esencia nominal, y a su vez que esa esen
cia nominal se me manifieste como una cierta idea compleja.
La razón por la que Locke encuentra esta propuesta incompatible con su
epistemología y su concepción de la representación (de las expresiones lin 111
güísticas así como de los estados mentales) ha sido ya apuntada, pero hacerla
completamente explícita nos permitirá apreciar mejor las consecuencias de esta
concepción deí lenguaje. El problema está en que suponer la existencia de
esencias reales es epistéraicamente arriesgado, mientras que (según Locke) no
lo es suponer la existencia de propiedádes que¿ típicamente,, corresponden a
nuestras ideas simples. Las ideas simples son, por decirlo así, diáfanas. El rojo,
por ejemplo, como propiedad de las cosas, es un “poder” para producir en mí
cierta idea (cf. V, § 2). Como tal, no puede darse que algo me parezca rojo (que
yo tenga en su presencia la idea de rojo) en circunstancias epistémicamente
propicias y, sin embargo, no haya algo rojo ante mí. Lo único que se requiere ,
para que mi juicio de, que hay ahora ante mí no sólo mi idea #rojo#, sino algo |
rojo, es que haya algo que causa esa idea. ' „~'
Las ideas de propiedades primarias, como #cúbico#, no son tan “diáfanas”.
Las ilusiones perceptivas muestran que es posible que algo parezca un cubo a
un ser humano normal y, sin embargo, no sea un cubo. Pese a ello, es parte
fundamental de las ideas epistemplógicas de Locke la creencia de que también
las ideas de propiedades primarias son “diáfanas”, en el sentido de que se pue-
124 L A S P A L A B R A S , L A S ID E A S Y L A S COSAS
l e n g u a je y p e n s a m ie n t o e n l o g k e 125
pueden tener las mismas vivencias y estar ante géneros naturales distintos. Ésta
es la razón profunda por la que Locke propone corregir al sentido común en
este aspecto; es esto lo que indica cuando insiste en que de las esencias reales
“no tenemos ideas”: lo que quiere decir es, en suma, que nuestra experiencia
consciente no nos proporciona representantes fidedignos de las esencias reales.
Es importante reparar en los elementos antirrealistas presentes ya en las'
ideas semánticas de Locke, independientemente de los extremos a que sus
sucesores fenomenistas las llevaron.‘o Dijimos anteriormente que la idea de que
los términos de género natural significan esencias reales es un aspecto del
extemismo semántico que caracteriza a nuestras intuiciones sobre los sig
nificados. Cuando digo ‘esto es agua’, pensamos, la verdad o falsedad de mi,
aserto depende de que el líquido acerca del que hablo pertenezca, objetiva-,
mente, al mismo género al que pertenecían los líquidos que venimos llamando |
así. Todos esos líquidos tienen, objetivamente (es decir, independientemente d e :
que yo y mis semejantes estemos aquí para clasificarlos, y de que estemos en
disposición de tomar constancia de ello), “algo en común”; independiente
mente de nuestras prácticas clasificatorias, las cosas están ya, naturalmente,
clasificadas en géneros. ‘Agua’ significa esa esencia real que comparten.
Precisamente porque la esencia real es objetiva, llegar a conocerla con preci
sión puede ser difícil; los indicios que utilizamos como muestra d e ja presen
cia de la esencia cuando introducimos el término pueden ser engañosos. Por
eso puedo creer que ‘esto es agua’ es verdadero, aunque de hecho sea falso;
puede parecerme que el líquido es agua, sin que lo sea en realidad (o^ vice- ^
versa). Esto sólo es posible si el significado de ‘agua’ (lo que hace que ‘agua’ ,
se aplique o no verdaderamente a algo) es una entidad objetiva, independiente j
del lenguaje y del pensamiento humanos. En esta concepción, el significado de /
un término de género natural es una entidad decididamente externa al pens^'
miento y al lenguaje, no determinada por ellos.
Este extemismo semántico del sentido común, que se pone claramente de
manifiesto en la teoría semántica de los términos de género natural que nues
tras intuiciones apoyan, va asociado a una actitud realista. El realismo es la,---.,
creencia (propia del sentido común) de que el mundo que representan el len-
guaje y el pensamiento humanos es un mundo objetivo, independiente de la
mente y del lenguaje que lo representan.
Una consecuencia del realismo (que podemos tomar como definitoria de una acti
tud realista) es la siguiente; puede haber enunciados cuyo significado entendemos
plenamente y cuyo valor de verdad no seríamos capaces de determinar, ni siquie
ra en situaciones cognoscitivamente ideales; enunciados, por ejemplo, que son de
hecho verdaderos, pese a que no podríamos establecer que lo son.
10 Usamos 'antirrealismo' para teferiraos en general a las doctrinas filosóficas coniranas al realismo,
siguiendo de este modo a Michael Dumraett. El término es más neutro que ‘idealismo’, que agraviaría a algunos de
los filósofos cuyas doctrinas queremos clasificar con él.
126 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
clones que reflejan divisiones ya dadas, por así decirlo, por el mundo. Según
la teoría de Locke, no existen clasificaciones de este último tipo: todas las cla
sificaciones de los objetos en géneros son igualmente arbitrarias, igualmente
determinadas por nuestras concepciones. La teoría de Locke es en rigor (como
él mismo indica) una teoría nominalista, según la cual no hay, objetivamente,,
universales o géneros: sólo las esencias reales podrían contar com o universales |
objetivos, pues las esencias nominales son construidas por nosotros.
HM
C apítu lo V
FUNDAMENTOS METAFÍSICOS;
LAS RELACIONES NÓMICAS
1. £1 uso de ‘participación’ quiere poner de relieve que el ‘es’ en una característica afirmación de esta rela
ción, “e es c , no expresa estrictamente la relación de identidad. Un caso análogo lo encontramos cuando decimos que
una determinada estatua “es” el bronce de que está hecha. La estatua no se identifica estrictamente con el material,
porque ese mismo material fue quizás una campana antes que estatua, y quizás será una estatua diferente cuando ésta
ya no exista. Pero la estatua es, en parte, el material; pues si el escultor hubiese hecho una estatua con la misma for
ma a partir de otro material, y el material con el que de hecho fabricó la estatua permaneciese informe en su estudio,
la estatua presente no hubiera existído: la estatua fabricada sería otra estatua, aunque una con la misma forma que
ésta. Análogamente, sin el movimiento de Marte y de la Tierra no existiría el movimiento aparente de puntos lumi
nosos desde la Tierra, así que el movimiento aparente es, en parte ai menos, el movimiento de Marte y la Tierra en
torno al Sol; y, sin la presencia de cienos genes, no aparecería tampoco cierto rasgo fenotípico. Pero, en mi opinión,
no cabe identificar estrictamente el movimiento real de los planetas con el movimiento aparente de los puntos lumi
nosos, ni el rasgo fenotípico con la presencia de los genes. Pues, por considerar sólo el caso planetario, quizás el movi-
132 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
Clv
;sólo sea definible por relación a la existencia de observadores con ciertas natu-
a ■ iracterización de ese acaecimiento observable requiera, por ejemplo, clasíficacio'
les ó'' .i que sólo tienen sentido dada la naturaleza del aparato sensorial de los seres huma-
js imaginar mundos posibles en que no se dan hechos cognoscitivos, en los que se
pnfn real de tos planetas sin que se hubiese dado ningún movimiento aparente.
FUNDAMENTOS METAH'SICOS: LAS RELACIONES NÓMICAS 133^
Para dar cuenta de estos datos, diremos que el significado de las nociones
teóricas incluye dos aspectos: una descripción, y una aplicación. La aplicación
consiste en una especificación de los acaecimientos observables concretos que
se pretende explicar causalmente introduciendo las entidades teóricas. Esta
especificación debe remitir a acaecimientos concretos ya sucedidos, y debe
permitir reconocer nuevos acaecimientos del mismo tipo. Por ejemplo, en el
caso de la teoría del flogisto, la aplicación estaba implicada al decir que se pre
tende explicar con la teoría casos de combustión, herrumbre, etc. Presumimos
al hablar así que ha habido casos concretos de tales procesos, y que somos
capaces de reconocer nuevos casos independientemente de la teoría del flogis
to. Del mismo modo, en el caso de Vulcano, la aplicación remite a la presen
cia, en el firmamento nocturno, del objeto luminoso que corresponde a Mer
curio, y a sus movimientos aparentes respecto de otros objetos luminosos (el
Sol, y los restantes planetas). La descripción, por otro lado, consiste en una
caracterización del modo en que, según la teoría, la existencia de la entidad
teórica explicaría los acaecimientos indicados por la aplicación. En el caso de
Vulcano, la descripción consiste en que se trata de un planeta, que posee las
propiedades que se atribuyen a los planetas en la dinámica celeste newtoniana,
y se comporta con respecto a otros como se dice en esa teoría. En el caso del
flogisto, que se trata de una materia presente en los cuerpos combustibles,
suceptibles de herrumbrarse, o de ser templados, que se elimina parcialmente en
esos procesos.2 He presentado la caracterización anterior en el marco del realis
mo ingenuo; la misma idea puede aplicarse al realismo por representación, sus
tituyendo, en la especificación del significado de los términos teóricos, la refe
rencia a acaecimientos observados por referencias a vivencias notadas. ■
Bajo el supuesto crucial de la concepción de la verdad analítica y del
conocimiento a priori que se defenderá más adelante (XII, § 3), según la cual
una y otro pueden ser corregibles, podemos ahora explicar cómo es posible
refutar las teorías (y contemplar la falsedad del explicans incluso en el supues
to de la verdad del expücandum). Lo que quiere decirse cuando se afirma que
las entidades teóricas postuladas en una propuesta explicativa no existen es que
los acaecimientos constitutivos de la aplicación de esos términos no consisten
en acaecimientos con las características enunciadas en la descripción. Esto
parece estar de acuerdo con los datos intuitivos sobre los ejemplos considera
dos. La teoría que postulaba Vulcano era falsa; no hay un planeta entre Mer
curio y el Sol que dé lugar a las variaciones en los movimientos aparentes des
de la Tierra del objeto luminoso al que llamamos ‘Mercurio’. Estos m ovi
mientos, dicho de otro modo, no consisten en los acaecimientos que la teoría
de Galle postulaba. Y lo mismo ocurre con la teoría del flogisto: nada que se
elimine de los cuerpos que se queman, o se herrumbran, explica esos casos.
Todos ellos son procesos de oxidación.
2. Esta descripción está influida por la “concepción semántica” de las teorías científicas. El libro de Giere que
se mencionó en la introducción ofrece una excelente iniciación. Véase también B. van Fraassen, The Scientific Ima-
ge, y C. U. Moulines, Exploraciones metacienCificas.
FUNDAMENTOS METAFISICOS: LAS RELACIONES NÓMCAS 135‘
Vemos así cóm o los restantes tres criterios (i)-(iii) utilizados para carac
terizar las relaciones causales son aplicables también a las relaciones de par
ticipación, uno por uno: relacionan acaecimientos objetivos concretos; si el
acaecimiento participante no se hubiese dado, tampoco podría haberse dado
el acaecimiento participado; y, en condiciones parejas, si se diese un acaeci
miento del tipo del participante, se daría uno del tipo del participado. Ade
más, la independencia cognoscitiva del acaecimiento explicado respecto del
que lo explica en las relaciones de participación, garantiza también la objeti
vidad de estas relaciones. Las relaciones causales, las relaciones de participa
ción (ambas entre acaecimientos-ejemplar), junto con las relaciones entre
tipos que una y otras presuponen según el criterio (iii), constituyen las rela
ciones nómicas.
3. Los términos ‘imagen manifiesta’ e ‘imagen científica’ los acuñó Wüfrid Sellars. Véase su Ciencia, percep
ción y realidad, Tecnos. La imagen manifiesta es la representación del mundo que nos ofrece el sentido común —
según la cual el mundo físico está compuesto de objetos de tamaño medio, impenetrables, coloreados, etc. La imagen
científica es la que nos ofrece la ciencia — según la cual el mundo físico está compuesto de entidades invisibles a sim
ple vista, carentes de color, etc., o quizás de campos'electromagnélicos y otras entidades cuya naturaleza aún somos
menos capaces de comprender en términos intuitivos.
I »
136 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
dades que explican causalmente la existencia de las ideas). Ahora bien, dice
Locke para explicar la diferencia, la propiedad objetiva que causa la idea #línea
recta de aprox. un palmo# “se parece” a esa idea, mientras que la propiedad
que causa la idea #rojo# “no se parece” a esa idea. (El lector recordará que
Descartes, en el texto citado en III, § 3, dice algo similar a propósito de los
colores: “no es necesario suponer que haya nada en estos objetos que sea seme- <
jante a las ideas o sentimientos que de ellos tenemos”.) Una caracterización
alternativa de la diferencia la ofrece Locke diciendo que las propiedades secun
darias, a diferencia de las primarias, son meros “poderes” para producir ení
nosotros las ideas correspondientes. ^
Ninguna de las dos elucidaciones ofrecidas por Locke es, por sí misma,
particularmente clara. En lo que sigue, ofrezco una propuesta interpretativa.
Comencemos con el concepto de “mero poder”. Las propiedades objetivas a
las que Locke califica así son las que hoy se llaman disposiciones. Contempo
ráneamente se contrastan las propiedades disposicionales con las propiedades
categóricas. En una primera aproximación, la distinción concierne al modo en
que se definen unas y otras: las propiedades disposicionales se definen esen
cialmente en subjuntivo, en términos de lo que podría acaecer en ciertos casos
mejor o peor especificados a los objetos a que se aplican; las propiedades
categóricas, en cambio, se definen en términos de lo que acaece realmente a
esos objetos. La propiedad de ser soluble, o la de ser elástico, son dispo
siciones. Decir de un objeto que es soluble en mercurio, pongamos por caso,
es describirlo en términos de la característica disolverse en mercurio-, sin
embargo, predicar la solubilidad del objeto no implica que se esté de hecho
disolviendo en mercurio, o que se haya disuelto de hecho en mercurio alguna
vez, o que se vaya a disolver en mercurio en-algún momento durante su exis
tencia. Lo mismo cabe decir a propósito de la elasticidad, relativamente a su
manifiestación (que podri'amos formular así: extenderse un cuerpo ocupando
un espacio superior al que ocupa normalmente, cuando se le somete a ciertas
fuerzas). Decir de un objeto que es soluble en mercurio sólo conlleva que si se
le pusiera en un líquido, se disolvería, o que s í se le hubiese puesto en un líqui
do se habría disuelto. Las propiedades disposicionales, en suma, son propie
dades definidas subjuntivamente, en términos de rasgos (las manifestaciones de
la disposición) que cabe no se apliquen de hecho a los objetos, pero se aplica
rían a ellos si se diesen ciertas condiciones (las condiciones de manifestación
de la disposición). Las propiedades categóricas, por otro lado, son propiedades
definidas en términos de rasgos que se aplican de hecho a los objetos que las
tienen. Buenos ejemplos de propiedades categóricas son masa y líquido-, ense
guida se entenderá por qué lo son.
Supongamos que llamamos ‘oxidabilidad’ a una entidad caracterizada del
siguiente modo: se trata de algo, cualquier cosa que ello sea, que explica cau-
salmente la combustión, la herrumbre y el temple de los metales, en el bien
entendido de que puede ser algo diferente en los tres tipos de casos, e incluso
algo diferente en algunos acaecimientos concretos de los tipos indicados. Ésta
es una propiedad puramente disposicional: la oxidabilidad es algo que haría
FUNDAMENTOS METAFISICOS: LAS RELACIONES NÓMICAS 137
Veamos ahora cómo aplicar esta explicación para hacer más clara la dis
tinción de Locke entre propiedades primarias y propiedades secundarias. La
propuesta que sigue parece la más razonable compatible con sus ideas. No se
encuentra en estos términos en el propio Locke, pero sí en los escritos de par
tidarios posteriores del realismo por representación (como Hermann Helm-
holtz).'* Según Locke, tanto ‘línea recta de aprox. un palmo’ como ‘rojo’ están
definidos primariamente en términos de ideas, #línea recta de aprox. un pal
m o# y #rojo#, respectivamente. Ahora bien, las ideas — los objetos fenoméni
cos en general— no son entidades aisladas, sino que mantienen relaciones
estructurales con otras ideas. Lo que queremos decir con esto es que conocer
una idea no es, meramente, “tenerla presente distintivamente” (con respecto a
otros objetos que se tienen igualmente presentes), en contra de lo que supone
quien está bajo el dominio de la concepción agustiniana. Conocer una idea
requiere bastante más que eso (aunque requiera eso como mínimo); requiere
conocer relaciones del objeto fenoménico con otros objetos fenoménicos. Estas
relaciones, por lo demás, son ellas mismas también entidades subjetivas, cog
noscibles por introspección. (Deben serlo, o, de otro modo, la concepción deja
ría de ser internista.) Por ejemplo, cuando notamos un color que nos es fami
liar, no sólo notamos el color, sino también su carácter familiar: es decir, su
similitud a otros notares de ese mismo color-tipo que hemos tenido antes.
Nuestro estado consciente involucra, por así decirlo, tanto nuestro notar pre
sente, como nuestro reconocer el color como uno ya conocido; involucra, por
así decirlo, una “imagen” del color conservada en la memoria.3 Un sujeto nota
las diferentes ejemplificaciones concretas de #rojo#, en diferentes vivencias
(quizás una vivencia que el sujeto se supone teniendo ahora, y otras que se
recuerda habiendo tenido anteriormente), como similares entre sí, o, para ser
más precisos, como ejemplificaciones de la misma idea; y lo mismo ocurre con
las ejemplificaciones de #línea recta de aprox. un palmo#, etc.
Existen otras relaciones entre las ideas. Así, por ejemplo, las diferentes
sensaciones cromáticas conforman un grupo, reconociblemente diferente {nota
blemente diferente, en nuestro sentido técnico de ‘notar’) para un sujeto capaz
de tenerlas, pongamos por caso, respecto de las sensaciones de dolor, o de las
sensaciones acústicas. Además, algunas sensaciones, como por ejemplo
■sensaciones cromáticas, conforman un “espacio”, en el sentido de que un
■’alquiera capaz de tenerlas puede ordenar de mayor a menor sus sensa-
■'ir, consistentemente, con arreglo a una serie de “dimensiones” (tres:
k
gil
' (1921); Schrifteti zur Erkenntnistheorie.
V ' enfermedad llamada prosopagnosia son incapaces de reconocer ros-
sigui’t .cluso si son los rostros más familiares de las personas más queridas, no
sahneh^ ^ >les falta, en el caso de los rostros, el aspecto estructural de la e.xperien-
-ro aquí de modo general: les falta la "Imagen" del rostro-tipo en la memo-
entendia. j e Oliver Sacks, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, don
algo difea de excelentes de la condición de estos (y otros) individuos con problemas cog-
reflexión que estamos haciendo. (Las reflexiones filosóficas de Sacks son menos
es una próp .-clínicas.)
\
FUNDAMENTOS METAFÍSICOS: LAS RELACIONES NOMICAS 139
6. Los axiomas pueden ser exactamente los mismos, sustituyendo simplemente las designaciones de aspectos
de las vivencias por designaciones de las propiedades reales correspondientes.
• I S í í r i i i - ; ' ; U V
Las relaciones entre las ideas espaciales nos llevan a esperar, pongamos
por caso, que un cubo que contemplamos desde una cierta perspectiva pre
sente tal y cual apariencia cuando se le hace rotar 30 grados. Haciéndolo
rotar así, confirmamos la predicción, y con ello la conjetura de que las rela
ciones espaciales objetivas tienen una estructura análoga a la que tienen las
ideas espaciales que causan (sobre la base de las cuales hemos hecho la con
jetura).
En suma, según la presente propuesta interpretativa, la propiedad objeti
va significada por ‘línea recta de aprox. un palmo’ no es disposicional, sino
categórica, porque es razonable creer que, incluso cuando no hay un observa
dor teniendo la sensación #línea recta de aprox. un palmo#, un objeto real al
que se aplique ‘línea recta de aprox. un palmo’ ejemplifica de hecho rasgos
constitutivos de la propiedad. Otra cosa ocurre con ‘rojo’: en este caso, L oc
ke creía más que probable — dados los resultados de la ciencia de su época—
que las cosas mismas resultaren carecer de propiedades con las características
definitorias del color (las relaciones entre sí y con otras ideas que caracteri
zan a las ideas cromáticas). La única característica restante que se puede aso
ciar con los objetos a que se aplica el término es, pues, la disposición a cau-l
sar #rojo# en ciertas condiciones. Pero esta característica (causar una viven
cia que incluye la idea #rojo#), la manifestación de la disposición, no tiene |
por qué tenerla de hecho ningún objeto al que apliquemos correctamente el]
término. En ausencia de un perceptor no hay de hecho en el objeto nada de|
naturaleza cromática; sólo el “poder” para producir la sensación. De manerai
análoga, un objeto soluble no se está disolviendo a menos que se den las con
diciones pertinentes. ^
Naturalmente, no cabe establecer a priori qué propiedades son primarias
y cuáles secundarías; ello es consecuente a los resultados de la investigación
empírica. Tal y como hemos presentado la distinción, la afirmación de que una
propiedad es primaria o más bien secundaria es no sólo a posteriori, sino teó
rica. Ni que decir tiene que Locke podría estar equivocado en sus conjeturas
sobre qué propiedades son primarias y cuáles secundarias. En los férminos en
que yo he presentado la distinción, y a juzgar por lo que hoy sabemos, es
mucho menos claro de lo que podía serlo en el siglo xvil que los colores o los
sonidos, pongamos por caso, sean realmente propiedades secundarias. La cues
tión continúa siendo disputada; en parte, desde luego, porque se manejan expli
caciones de los conceptos de propiedad primaria y propiedad secundaria dife
rentes a las aquí proporcionadas, pero en parte también porque los datos no son
concluyentes. Las propiedades físicas que parecen ser responsables de las sen
saciones en cuestión, hasta cierto punto, mantienen entre sí relaciones corres
pondientes a las relaciones constitutivas de la naturaleza de las sensaciones.
Por ejemplo, las propiedades categóricas que provocan sensaciones sonoras
mantienen entre sí relaciones estructuralmente análogas a las existentes entre
las sensaciones sonoras en virtud de su altura y su intensidad fenoménicamen
te experimentadas. Por otra parte, las relaciones no son completamente análo
gas; pues, por ejemplo, las relaciones de intensidad que ordenan, respectiva
144 LAS PALABEIAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
mente, ios sonidos reaies y sus correiatos fenoménicos, varían con arregio a
escaias de diferente tipoJ En todo caso, sabemos demasiado poco com o para
que ia cuestión pueda ser resueita con nitidez.
j Lo que permite el realismo por representación de Locke es formular la dis-
finción. Según Locke, hacemos tácitamente la inferencia de ios contenidos pro-
íposicionales, íntegramente constituidos por entidades puramente mentales, a un
¡mundo objetivo que los causa. La ciencia debe elaborar los detalles de esa infe
rencia intuitiva, justificándola al mismo tiempo. La ciencia del siglo xvii lle
vaba a Locke a sospechar que si bien la explicación científica del mundo y de
nuestras percepciones iba a recurrir a algunas de las características que utili
zamos para describir el contenido de nuestros estados mentales, tales com o las
formas espaciales, los diversos tipos de fuerza (solidez, impenetrabilidad, etc.),
el movimiento, etc., de otras (como los colores, los olores, los sabores, las sen
saciones táctiles, etc.), río sólo iba a prescindir, smo que la existencia de esta
dos mentales caracterizados parcialmente por tales cualidades iba a poder ser
explicada atribuyendo a las cosas exclusivamente propiedades del primer tipo.
Es así como se origina intuitivamente la distinción entre propiedades prima
rias y propiedades secundarias. Que ‘rojo’ sea una propiedad disposicional
que no parece serlo es algo que (según Locke) resulta por tanto de la investi
gación científica; pero sólo la filosofía de Locke, su realismo por represen
tación, le permite interpretar en tai sentido los resultados de la ciencia. Cabe
pensar, pues, que fue una motivación importante para la teoría de las ideas de
Locke el que ofrezca la elaboración conceptual necesaria para realizar esa dis
tinción, y, con ello, acomodar la imagen ordinaria que tenemos del mundo con
la que nos presentan los científicos. Bertrand Russell utiliza esta discrepancia
— la discrepancia entre la mesa impenetrable que nos presentan los sentidos, y
la “agujereada” que describen los científicos— como un argumento en favor de
una teoría hasta cierto punto similar a la de Locke.» Si la rojez no es una pro
piedad objetiva de los estados de cosas, es preciso buscarle otro alojamiento.
Locke, como hemos visto, explica la diferencia entre propiedades prima
rias y propiedades secundarias diciendo que las primeras, pero no las segun
das, “se parecen” a las ideas que producen en nosotros. Hemos ofrecido una
interpretación de qué podría querer decir con esto. Afirmaciones de Locke
como ésta, junto con el alto componente “imaginístico” de su concepción de
los significados, ha hecho a algunos pensar que su teoría de la significación
natural de las ideas era una según la cual las ideas significan en virtud de su
parecido con sus significados. Podría decirse que una foto mía me representa
a mí porque la foto se parece a mí; ésta sería una teoría del parecido para expli
car la noción de significación (o representación) natural. Sin embargo, ésta no
puede ser una interpretación acertada de la teoría de Locke sobre la relación
entre las ideas y las cosas, por cuanto a su juicio también las Ideas de propie
dades secundarias representan o significan naturalmente propiedades — ^los
poderes en las cosas que las causan— aunque, en este caso, su conjetura expre
sa era (como hemos visto a lo largo de esta sección) que no se parecen a ellas.
Una teoría de la significación que sólo se apoye en el parecido es, en cual
quier caso, una teoría equivocada. Supongamos que A y B son hermanos
gemelos, y que una foto tomada a B se parece más a A que a él, porque, diga- i
mos, el trasfondo hizo que la nariz del modelo saliera en la foto menos agui- j
leña de lo que en realidad es, y con ello más parecida a la de A. La foto no I
por ello representa a A, sino que representa a B. La explicación que de esto ¡
daría Locke es que hay también un elemento causal en la noción ds significa-¡
ción: la diferencia entre A y B, que explica que la foto sea de B y no de A, no|
está en el parecido (no existe diferencia en ese respecto, o, si existe, más bien
llevaría a considerar a A lo representado por la foto), sino en que B posó para
la foto, y no A. Es decir, en que B fue un factor causal en la producción de la
foto, mientras que A no lo fue. Namralmente, una vez que se le ha concedido i
al elemento causal la importancia que debe tener en la explicación de la noción ¡
de significado, a buen seguro habrá que atribuirle también algún papel al ele- \
mentó pictórico, o de parecido, al menos en el caso de signos tales como i
u s a
fotografías. La interpretación que hemos ofrecido de la distinción entre pro- l
piedades primarias y secundarias requiere también tomar en consideración este i
aspecto.
9. En este párrafo recurro a la notación lógica usual por razones de simplicidad expositiva. El lector no fami
liarizado puede encontrar una exposición de sus elementos centrales en VI, § 6.
148 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
de hacerlo por una razón fundamental, que es preciso tener bien presente
durante la discusión posterior. Al partidario del análisis humeano, com o a cual
quier empirista, le motiva un proyecto ilustrado. Lejos de pretender conven
cem os de que todo vale en materia de asertos causales, lo que busca es utili
zar su doctrina para eliminar la superstición; pretende describir claramente
aquello que separa las afirmaciones causales “científicas”, positivas, de las que
hacen los amigos del oscurantismo.‘<> (Es saludable a este respecto leer, por
ejemplo, el capítulo X del Inquiry Concerning Human Understanding de
Hume, “O f Miracles”.) Quedaría, por tanto, en muy mal lugar si su análisis
conllevase que también los asertos causales que hacemos de la manera empí
ricamente más cuidadosa (los que aceptamos a partir de los datos que nos pro
porciona la investigación científica responsable) tienen, después de todo, el
mismo estatuto que, pongamos por caso, la creencia en la concepción virginal
no asistida por procedimientos refinados de fecundación.
Pero eso es lo que ocurriría, si no se modifica la definición. Para empezar,
en la mayoría de las afirmaciones causales empíricamente mejor contrastadas
la causa y el efecto no tienen correlatos empíricamente verificables espacio-
temporalmente contiguos (sólo hay que pensar en las causas socialmente más
notorias del alumbramiento); además, en la mayoría de los casos las afirma
ciones causales no se apoyan en generalizaciones empíricas estrictas. (N i todos
los que fuman contraen cáncer de pulmón, ni sólo ios que fuman lo hacen, y,
sin embargo, por todo lo que sabemos, fumar causa cáncer de pulmón; de
modo que hay casos concretos en que el proceso de fumar una cierta cantidad
de tabaco durante un cierto tiempo causa el desarrollo de un cáncer de pulmón
concreto.) La definición tentativa, pues, no nos da una condición necesaria-.
hay relaciones causales que no la cumplen. Además, si no se cualifica sustan-
cialmente el concepto de generalización empírica cognoscitivamente acepta
ble, la definición (incluso tal como está, sin debilitarla como es preciso hacer
— en vista de lo anterior— para obtener una condición necesaria) no nos da
una condición suficiente. Después (§ 6) examinaremos la razón para esto.
La inapropiada propuesta inicial, sin embargo, es muy adecuada para
hacer patente algo que las correcciones posteriores no modificarán un ápice; a
saber, el carácter antirrealista de la propuesta humeana con respecto a la cau
salidad — y, cuando se generaliza a todas las relaciones nóraicas, con respecto
también a los objetos teóricos introducidos a través de relaciones de participa
ción. En rigor, existen dos interpretaciones de la concepción humeana de la
causalidad, ambas igualmente antirrealistas, una más radical que la otra. Tam
bién para comprender la diferencia entre ambas es conveniente considerar ini
cialmente la propuesta inaceptablemente simple. Estas dos variedades de anti
rrealismo causal corresponden a dos tipos genéricos de antirrealismo, adopta-
lO. Esto también vale p a a Wittgensiein (a quien en X» § 4 presentamos como un caso claro de partidario del
análisis humeano radical), pese a que sus preocupaciones no tenían nada de ilustradas ni “positivas”. Su peculiar nihi
lismo ético, del que algo diré después, requiere que haya relaciones “causales” huméanos, coincidenles con las que
establecemos como tales mediante la práctica cienuTica.
FUNDAMENTOS METAFÍSICOS: LAS RELACIONES NÓMICAS 149^
11, Naturalmente, el reduciivista tiene perfecto derecho a llamar ‘relaciones causales’ a las que satisfacen su
definición. Hume no dice que no haya relaciones causales, sino que no hay relaciones causales “reales”; él mantiene
el uso del término para las relaciones definidas según su propuesta.
FUNDAMENTOS METAFl'SICOS; LAS RELACIONES NÓMICAS 151
12. El predicado está inspirado en *glue’, que Neíson Goodman introdujera para enunciar su justamente céle
bre “nuevo enigma” de la inducción en “The New Riddle of Induction". Pero el problema que presento ahora no es
el “nuevo enigma”; éste se expone después.
Si
i l
FUNDAMENTOS METAFÍSICOS; LAS RELACIONES NÓMICAS 153
13. No podemos extendemos aquí en explicar de manera detallada la forma precisa que podría adoptar un
imálisis humeano de las relaciones de participación. Lo esencial es que también estas relaciones se reduzcan a gene
ralizaciones empíricas; por tanto (en el marco internista), a relaciones entre ideas. Una propuesta tentativa para ana
lizarlas es ésta: e es (está constituido por) c (donde ‘c’ y ‘e’ están por acaecimientos concretos) significa lo siguien
te: c es de un tipo C, caracterizado por una cierta leona T; el correlato empíricamente verificable de e, #e#, es de tipo
#E#, y se da en circunstancias empíricamente verificables de tipo hay al. menos una generalización nómica
estricta que vincula #CI# y #E#, que puede ser lógicamente deducida de la teona T a partir del darse de C ( ‘CI’ abre
via ‘condiciones iniciales’)- Esto es. cabe decir que un acaecimiento observable a explicar (el “efecto”) consiste en un
cierto acaecimiento teórico (la “causa”) cuando la teoría que describe al acaecimiento teórico implica una generaliza
ción nómica estableciendo que en ciertas circunstancias observables (las “condiciones iniciales” en que se dio el “efec
to”) se dan acaecimientos observables como el “efecto" observable. Así, por ejemplo, ‘el movimiento aparente de tal
y cual objeto luminoso rojizo durante el intervalo temporal entre t y t’ es (está constituido por) el movimiento X de
Marte y el movimiento Y de la Tierra en tomo al Sol en ese mismo intervalo temporal’ dice que la teoría por rela
ción a la cual describimos el tipo del acaecimiento-participante — la teoría copemicana— como uno consistente en
los movimientos de planetas copemicanos (la Tierra incluida) en tomo al Sol permite deducir una generalización
nómica, confirmada en este caso como en casos anteriores. La generalización nómica será algo así como esto: cuan
do (y sólo cuando) se observa en un momento dado tal y cual objeto luminoso rojizo en tal y cual disposición con
respecto a otros objetos luminosos celestes, se observa después de un intervalo temporal de tal y cual duración (igual
a la diferencia entre t y l') al objeto rojizo en tal y cual otra disposición.
154 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
vivencias, y estén constituidos por los mismos “materiales” que las vivencias.
Los acaecimientos a que llamamos “objetivos” son aquellos coherentes con
otros que notamos (rememoramos, anticipamos, etc.), relativamente a las gene
ralizaciones que consideramos nómicas: confirmadas por casos notados, y
“proyectables”. Si una vivencia no es coherente con otras que notamos, recor
damos, etc., relativamente a las generalizaciones nómicas en que creemos,
decimos de ella que es alucinatoria, o que es un sueño, etc. Este es todo el con
cepto de objetividad que el fenomenalista puede permitirse. En cierto modo,
las alucinaciones son tan reales como las verdaderas percepciones: todo lo que
hay es, en ambos casos, una vivencia notada. La diferencia que establecemos
concierne sólo a la coherencia de la primera con las generalizaciones nómicas
en que creemos.
El siguiente pasaje de Borges trata de caracterizar la visión fenomenalista
del mundo; aunque es literalmente imposible describir coherentemente una
visión fenomenalista del mundo (puede parecer que lo acabo de hacer, pero,
como se verá, las apariencias engañan), Borges se aproxima a hacerlo tanto
como es posible:
L a s n a c io n e s d e e s e p la n e ta s o n — c o n g é n ita m e n te — id e a lista s. S u le n g u a je y
la s d e r iv a c io n e s d e su le n g u a je — la r e lig ió n , la s letras, la m e ta fís ic a — p r e su
p o n e n e l id e a lis m o . E l m u n d o para e llo s n o e s un c o n c u r so d e o b je to s en e l
e s p a c io ; e s u n a s e r ie h e te r o g é n e a d e a c to s in d e p e n d ie n te s . E s s u c e s iv o , te m p o
ral, n o e s p a c ia l. N o h a y su sta n tiv o s en la co n jetu ra l Ursprache d e T lo n , d e la
q u e p r o c e d e n lo s id io m a s “ a c tu a le s ” y lo s d ia le c to s: h ay v e r b o s im p e r s o n a le s ,
c a lific a d o s p o r s u fijo s (o p r e fijo s ) m o n o s ilá b ic o s d e valor"adverbial. P o r e je m
p lo : n o h ay p a la b r a q u e c o r r e sp o n d a a la p ala b ra luna, p e r o h a y u n v e r b o q u e
se ría e n e s p a ñ o l lu n e c e ro lunar. Surgió la luna sobre e l río se d ic e h ld r u fa n g
axaxaxas m ió o s e a en su orden: h a c ia arriba (upward) detrás d u ra d ero -flu ir
lu n e c ió . (X u l S o la r tra d uce c o n breved ad : u p a tras p e r flu y u e lu n ó . Upward,
behind the onstreaming, it mooned.) L o an terior s e refiere a lo s id io m a s d el
h e m isfe r io austral. E n lo s d e l h e m isfe r io bo rea l [ . . . ] la c é lu la p r im o rd ia l n o e s
e l v erb o , sin o e l a d je tiv o m o n o s ilá b ic o . E l su sta n tiv o s e fo r m a p o r a c u m u la c ió n
d e a d je tiv o s. N o s e d ic e luna: s e d ic e aéreo-claro sobre oscuro-redondo o ana-
ranjado-tenue-del-cielo o c u a lq u ie r otra a g r e g a c ió n . E n e l c a s o e le g id o la m a sa
d e a d je tiv o s c o r r e sp o n d e a un o b je to real; e l h e c h o e s p u ra m e n te fo r tu ito . [ . . . ]
E s te m o n is m o o id e a lis m o to ta l in v a lid a la c ie n c ia . E x p lic a r (o ju z g a r ) u n h e c h o
e s u n irlo a otro; e s ta v in c u la c ió n , en T lo n , e s un e sta d o p o ste r io r d e l su je to , q u e
no p u e d e afecta r o ilu m in a r e l e s ta d o anterior. [ . . . ] D e e llo ca b ría d e d u c ir q u e
no h ay c ie n c ia s e n T lo n ni siq u ie r a r a z o n a m ien to s. L a p a ra d ó jic a v erd ad e s q u e
e x is te n , en c a si in n u m era b le n ú m ero . J. L . B o r g e s: ‘T 1 5 n , U q b ar, O rb is T er-
tiu s” , en Ficciones, 2 3 .
noscitivo adicional que podemos utilizar concierne a qué teoría permite calcu
lar de una manera más eficiente y simple (relativamente, por supuesto, a nues
tra constitución cognoscitiva) los movimientos aparentes.
Bellarmino aceptaba que la teoría copemicana tenía una ventaja indudable
a este respecto sobre las teorías geocéntricas conocidas, así que proponía acep
tarla; es decir, proponía hablar como si la teoría fuese verdadera. La sugeren
cia de Bellarmino, pues, era aceptar como verdaderos enunciados tales como 11
‘Marte y la Tierra se movieron entre t y t' de tal y cual modo en tomo al S o l’. l i
Ahora bien, este enunciado hay que leerlo — según la propuesta instramenta-
lista de Bellarmino— como un enunciado dentro de la ficción; literalmente,
puede ser falso (y él, naturalmente, pensaba que lo era). Correctamente enten
dido, como un enunciado dentro de la “ficción científica” — una práctica cuyo
objetivo es predecir eficiente y acertadamente sucesos empíricamente consta-
tables— la justificación para el enunciado sólo puede provenir de los hechos
sobre los movimientos aparentes de objetos luminosos en el firmamento visi
ble, y de consideraciones sobre cóm o calcular de una manera simple esos
movimientos. Entendido desde el punto de vista del realismo fingido sobre las
entidades teóricas, por tanto, es coherente aceptar ‘Marte y la Tierra se m ovie
ron entre t y t' de tal y cual modo, en tomo ai Sol’, a la vez que se cree que
este enunciado es (estricta y literalmente tomado) falso (o que se suspende el
juicio sobre su verdad o falsedad literal). Pues cuando se acepta ‘Marte y la
TieSa se movieron entre t y t' de tal y cual'modo en tomo al S ol’ esto se acep
ta dentro de la ficción; lo único que se acepta es que los hechos empíricamen
te observables son fácilmente predecibles para individuos con nuestra consti
tución cognoscitiva dando por buena una teoría que permite hablar así. Pero
esto es compatible con que la teoría “verdadera” sea enteramente otra.^ Es pre
ciso enfatizar algo, para impedir un posible malentendido que el término ‘rea
lismo fingido’ bien puede engendrar. Como este ejemplo ilustra, el realista fin
gido no piensa que las entidades teóricas sean “ficticias”; esto es más bien lo
que piensa el fenomenalista. Bellarmino creía que hay realmente objetos que
producen los movimientos aparentes de puntos luminosos en el firmamento (y
que, por comportarse como su religión le decía, falsifican la teoría heliocéntri
ca). Lo que sostiene el realista fingido es que esas entidades, en su verdadera
naturaleza, no nos son racionalmente accesibles, y por tanto no pueden tener
incidencia en nuestras prácticas cognoscitivas. Estas se basan en otras cosas.
El primer paso del argumento tradicional de los fenomenalistas (y de los
proyectivistas que estudiaremos a continuación) contra el realismo por repre
sentación consiste en hacer notar que, dados los supuestos internistas que los
representacionalistas aceptan, el realismo por representación debe necesaria-
14. Quizás esta sea. contemporáneamente, la concepción más popular de la ciencia. En muchas ocasiones,
este punto de vista se defiende de modos intelectualmente risibles. (De acuerdo con los proponentes de la “construc
ción social de la ciencia”, son los funcionarios ministeriales quienes deciden qué teorías son empíricamente acepta
bles, al conceder y rechazar recursos para la investigación.) Pero no siempre ocurre así, desgraciadamente para quie^ " ■ ■ 'r
nes tenemos convicciones realistas. La obra de Bas van Fraassen es, a mi juicio, la más significativa a este respecto.
Véase su The Scientific Image.
j|
FUNDAMENTOS METAFÍSICOS: LAS RELACIONES NÓMICAS 159
mente ser un realismo fingido respecto de las relaciones nómicas en general (y¡
por tanto, debe aceptar también el instmmentalismo sobre las entidades teóri
cas, incluidas para el internista entre ellas los objetos reales). Para el repre-
sentacionalista, como hemos visto, las relaciones nómicas son entidades reales
y objetivas, tanto como puedan serlo los genes o Venus. Por consiguiente, su
intemismo requiere que acepte que deben ser entidades enteramente caracteri
zables en términos puramente internos. La única caracterización aceptable de
ese tipo es la humeana, sea la versión inicial presentada en la sección previa o
la más refinada propuesta finalmente al final de § 6. Ahora bien, si ñiese así
como conocemos las relaciones nómicas, entonces sería al menos posible que
las cosas fuesen como las presenta el fenomenalista; es decir, sería al menos
concebible que no hubiese relaciones causales, ni relaciones de participación
reales y objetivas. Que esa posibilidad se diese realmente, sin embargo, no
afectaría a nuestras prácticas cognoscitivas relativas a las relaciones nómicas;
seguiríamos aceptando y rechazando las que de hecho aceptamos y rechaza
mos, sobre las mismas bases, con independencia de ello. Pues nuestro conoci
miento de las relaciones nómicas es puramente interno; es un conocimiento del
tipo caracterizado por el humeano. Por consiguiente, las relaciones nómicas
reales y objetivas que supone el realista por representación son, a efectos de la
justificación de nuestros asertos nómicos, un adorno tan irrelevante como las
entidades teóricas en la concepción instrumentalista.
A mi juicio, este argumento es irreprochable. Es esencial advertir que de
él no se sigue la refutación del realismo por representación (para ello es pre
ciso añadir consideraciones como las de Wittgenstein que se presentan en X,
§ 5). En contra del fenomenalismo, un realista por representación que aprecie
la validez del argumento insistirá aún, como Bellarmino respecto de nuestras
afirmaciones astronómicas, en que la verdad o la falsedad estricta y literal de
nuestras afirmaciones sobre relaciones causales y de participación (a diferen
cia de su justificación, o adecuación empírica) no depende sólo de cuestiones
subjetivas. Es más, al igual que Bellamino mantenía, sobre la base de su jui
cio más ponderado, que de hecho el mundo es geocéntrico, el representacio-
nalista puede decir, sobre la base de su mejor ponderado juicio, que. de hecho
hay un mundo de entidades teóricas (incluidas entre ellas los objetos reales, las
cosas), relacionados por relaciones causales y de participación. No solamente
niega Bellarmino que existan sólo los movimientos aparentes que observamos
directamente, y nuestras creencias subjetivas sobre cómo calcularlos de la
manera más simple posible; sino que dice que la verdad misma es muy distin
ta a lo que los copemicanos concluyen, sobre la base de lo que observamos
directamente y de nuestras actitudes sobre cómo predecir lo que observa
mos directamente de la manera más simple posible. El realista por representa
ción, igualmente, insistirá contra el fenomenalista en que no hay solamente
regularidades empíricas que consideramos “proyectables” confirmadas por los
casos observados, sino que hay además un mundo de cosas reales objetiva
mente interconectado por relaciones nómicas reales. Pero lo que no puede
negar es que, como el fenomenalista muestra, ese mundo es, por así decirlo.
160 LAS pa la b r a s, la s IDEAS Y LAS COSAS
costosos experimentos a través de los cuales tratamos de separar los meros epi
fenómenos de los verdaderos efectos, si la propuesta del reductivismo elimi-
natorio sobre la causalidad fuese correcta? Si, en último extremo, todas las
“leyes causales” que podamos formular, no importa cuán refinada la justifica
ción empírica que podamos conseguir para ellas, son meras generalizaciones
empíricas tan igualmente faltas de justificación racional como otras igualmen
te concebibles, tal práctica sería pragmáticamente absurda. Mejor, si acaso,
esperar hasta el final de los días para conocer qué generalizaciones empíricas
son verdaderas. Pero el verifícacionismo contenido en esta sugerencia, intuiti
vamente, es tan absurdo como lo anterior; pues ni siquiera al final de los días
sabríamos aún (según nuestras intuiciones) qué relaciones causales se dan de
hecho: quizás las generalizaciones empíricas que conseguiríamos establecer si
fuésemos empíricamente omniscientes respondieran meramente a coinciden
cias. Estas consideraciones bastan, a mi juicio, para concluir al menos que, si
hubiese una explicación de los datos conceptuales sin estas consecuencias,
sería preferible.
Los partidarios de concepciones metafísicas como las que hemos expues
to son conscientes de la dificultad, y tratan de confrontarla recurriendo a la dis
tinción entre “teoría” y “práctica”. A efectos de nuestra conducta cotidiana, no
podemos tomamos en serio las propuestas del fenomenalismo ni las del rea
lismo fingido. Cuando nos recluimos en la habitación oscura donde filosofa
mos, por otra parte, no tenemos más remedio que abrazarlas. Sin embargo,
mostramos en la introducción que los problemas que aquí discutimos son, en
un sentido perfectamente claro y razonable, problemas puramente teóricos; las
consecuencias intuitivamente inaceptables del fenomenalismo y del realismo
fingido sobre las relaciones nómicas son consecuencias puramente teóricas.
Para remachar esto, anticipo a continuación sumariamente el núcleo de un
célebre argumento de las Investigaciones Filosóficas, del que se seguiría que
el reductivismo eliminatorio y el realismo fingido sobre las relaciones nómicas
no sólo parecen absurdos intuitivamente — en tanto que tienen consecuencias
contráintuitivas sobre la concepción que tenemos de nuestro lenguaje y de
nuestro pensamiento— sino que lo son literalmente: son concepciones con
ceptualmente inconsistentes.
Incluso el fenomenalista debe admitir, como hemos visto, un concepto
mínimo de objetividad. Lo mínimo que es necesario admitir está relacionado
con una de las cuatro características que distinguen a los acaecimientos de las
vivencias: su carácter normativo. Esto, a su vez, está relacionado con ia falibi
lidad característica de muchos estados intencionales: el dato mínimo innegable
para cualquier teoría de la representación (negarlo es tanto como afirmar que
hay solteros casados) es que algunos estados intencionales son recusables. Des
pués de todo, éste es el dato sobre el que se basa el edificio internista (aluci
naciones, ilusiones, etc.). Similarmente, el realismo fingido debe mostrar que
esos aspectos puramente internos de las relaciones nómicas — los únicos que
según esta concepción pueden guiar nuestras prácticas— proveen un modo de
separar tos juicios correctos sobre relaciones nómicas de los incorrectos.
162 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
15. Éste es el verdadero “nuevo enigma” de la inducción presentado por Goodman. Saúl Kripke enfatiza su
conexión con el argumento central de las Investigaciones, en su libro sobre esta obra del que hablaremos en XI.
FUNDAMENTOS METAH'SICOS; LAS RELACIONES NÓMICAS 163
I 166 L A S P A L A B R A S , LA S ID E A S Y LA S C O SA S
16. Ésta es una maniobra habitual en los escritos del período “realista interno” de Hilary Putnam Véase su
m a m , verdad e historia.
FUNDAMENTOS METAFÍSICOS: LAS RELACIONES NOMICAS 167^
17. Como dice GUben Ryle — un notorio partidario de esta concepción— en afortunada metáfora, los con-
írafáctícos im plicad os por las a fim ia c io n c s causales otorgan según el proyectivismo “licencias para inferir".
18. Ésta es la solución, o “disolución”, del problema de la inducción a manos de los huméanos refinados que
Goodinan describe con su habitual claridad en las primeras secciones de su “New Riddle"; es la solución que Popper
y sus seguidores parecen no comprender. Popper es un huracano reductivista (cf. C o n o c m ie n to o b je tiv o ), que no pue
de acabar de creerse las radicales conclusiones de sus razonamientos. Eso le lleva al especioso problema'de definir la
“verosimilitud"; pero, en la medida en que le veo algún interés, el proyecto de definir “verosirailitud" lleva a adop
tar la concepción proyecdvista, que la presunta “solución" popperiana al problema de la inducción le impide adoptar
consistentemente. Es una cuestión históricamente controvertida cómo inleiprctar las propuestas del mismo Hume,
Unos pocos textos, y la intención manifiestamente ilu s tra d a de su discusión, sugieren —como Goodman indica la
concepción proyectivista. Literalmente tomados, sin embargo, la mayona de los textos proponen la concepción reduc
tivista, como explica muy bien Mackie en el primer capítulo de su excelente The Cement o fth e U niverse.
19. incluidas en su libro sobre Wittgenstein, W ittgenstein on Rules a n d P rívate Language.
FUNDAMENTOS METAHSICOS: LAS RELACIONES NOMICAS 169
ri,.m T " “ ncepio de participación ofrecido en una nota anterior debena revisarse acor-
uno n í t ' ““ condición NS en lugar del concepto de generalización estricta. Dicho sea de paso
lleva de r T é L s ü n ' “ "" ““ ™ acaecimiento puramente teórico; en la cadena qu¿
lleva de la i n p u o n por una persona del aceite de colza al desarrollo de ios síntomas del síndrome, muchos de los
eslabones serán de esta naturaleza. Naturalmente, no puede haber objeción alguna de pnncipio a incluir e n te los L
e” és acaecimientos causales Como en al caso de acaecimientos teóricos simples, cada uno de estos
b « ¿ L c i r T h rí “ "ki acaecimientos potencialmente observa
bles Es decir, debena ser posible diseñar expenmentos en que se comprueba que se da una generalización emnírica
mente determinable, que puede ser lógicamente deducida del darse el suceso teórico de que c rí-cmun s a partir de la
teona que caractenza este hecho teórico. M e u cum a e a parar oe la
4 :
FUNDAMENTOS METAFÍSICOS: LAS RELACIONES NÓMICAS m
r \ Por eiemplo, experimenlando con animales. De manera un tanto confusa e 'mcierta (como era de esperar,
dado qñe'la aduitóradón del aceite de colza no consisüó en un único proceso químico m se sabia muy
c o n L tlS , este criterio estableció que fue el aceite adulterado la causa del síndrome. Vease A. Pestaña W -). 1983,
Programa del CSIC para el estadio del síndrome tóxico. Trabajos reunidos y comunicaciones solicitad s.
174 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
22. Por simetría con ‘realismo fingido’, sería de esperar que utilizásemos algún epíteto para cualificar esta
concepción. Sucede, sin embargo, que todos los epítetos apropiados han sido utilizados para etiquetar concepciones
que no tienen nada de realistas. (Kant, por ejemplo, utiliza ‘realismo empírico’ para referirse a lo que no es sino una
forma de realismo fingido, y Putnam ‘realismo interno’ para una versión astrológicamente imprecisa del proyectivis
mo.) La actitud verdaderamente realista carece —como Ulrich, el inolvidable personaje creado por Evíusil— de “epí
tetos” o “atributos”; no pretende imponer preconcepciones a (o que es.
-•'v í A^-.^jS ^ ^ ’I ’Í í L-í -Ííí I k í S&'Ii-
23. En la literatura analítica. Quine y Goodman han presentado el debate tradicional entre nominalismo y rea
lismo como haciendo referencia a si hay entidades repetibles, tipos, o sólo hay particulares. Así presentado, el deba
te carece a mi juicio de interés. Pues, por razones puramente lógicas, no puede no haber tipos; hablar y pensar pre
supone proposiciones elementales, articuladas como mínimo con la estructura predicativa S es P. Así, el nominalista
tradicional de la variedad conceptualista {el propio Locke) necesita, como mínimo, tipos de sensaciones, además de
sensaciones concretas: y el nominalista de la variedad propiamente nominalista (Hobbes) necesita como ira'nirao tipos
de nombres, además de nombres-ejemplar. No es de extrañar que Quine concluya que el nominalismo es falso. Sin
embargo. Quine es un nominalista, en el sentido expuesto en el texto.
FUNDAMENTOS METAFÍSICOS: LAS RELACIONES NOMICAS 177
r
#
I.
-I-
i
C a pítulo VI
cado de las palabras (o, mejor, por el de las unidades semánticas, que no tie
nen por qué coincidir con las palabras) que la componen: esto es el núcleo del
Principio de Composicionalidad. Especificar el significado de cada unidad
semántica requiere indicar el modo general en que las palabras de su misma
categoría semántica contribuyen al significado de las oraciones: éste es el
núcleo del Principio del Contexto. El principio fregeano es así una tesis que
contradice la concepción agustiniana del lenguaje. El correlato de la concep
ción agustiniana es la idea de que los significados de las palabras se explican
mediante actos de ostensión (que criticamos en I, § 4); el principio fregeano
del contexto pone de manifiesto una deficiencia de esta idea, insistiendo en que
las palabras no significan todas del mismó modo. Es en parte ésta la razón por
la cual no puede bastar un acto de ostensión para entenderlas. Mediante actos
de ostensión explicamos, indiferentemente, el significado de palabras cuya
categoría semántica es muy diferente: nombres propios como ‘Guadiana’,
nombres comunes como ‘tigre’, adjetivos como ‘rojo’. El acto de ostensión,
por sí solo, no puede pues bastar para dar cuenta de todos los aspectos del sig
nificado de estas expresiones.
Un hecho básico sobre el lenguaje es que en su uso la unidad mínima es
la oración. Con las expresiones lingüísticas comunicamos información, expre
samos deseos, damos órdenes, hacemos preguntas, etc.; todas estas acciones
se llevan a cabo mediante oraciones, no con palabras sueltas ni con listas de
palabras sueltas.: Dado que un usuario competente del lenguaje es capaz de
producir coherentemente oraciones nuevas, así como de entender oraciones
nuevas, debemos suponer que la propiedad que tienen las oraciones de tener
un cierto significado es sistemática (I, § 2): no se comprenden las oraciones
como un todo, sino que de algún modo su significado se obtiene del signifi
cado de sus partes. Esto es lo que dice el Principio de Composicionalidad, y
en este sentido el significado de las oraciones depende del significado de las
palabras. Por otro lado, una explicación del significado de una palabra debe
consistir en una explicación de cóm o esa palabra contribuye a determinar el
significado de las oraciones en las que aparece; porque, dado que las oracio
nes no son meras sartas de palabras, es claro que las palabras deben contri
buir de modos distintos al significado de las oraciones. Esto es lo que el Prin
cipio del Contexto nos pide tomar en cuenta. Ambos principios se com ple
mentan así coherentemente. D e acuerdo con el Principio del Contexto, una
teoría del lenguaje debe especificar el significado de cada palabra, no com o
si la palabra ftiese un signo dotado por sí solo de significado, sino — en el
entendimiento de que las palabras sólo tienen una función semántica de
terminada en el lenguaje cuando aparecen combinadas con otras formando
oraciones completas, que no son meras cadenas de palabras— indicando al
hacerlo de qué modo específico contribuyen las palabras pertenecientes a una
misma categoría al significado de las oraciones. Por otra parte, en la medida
en que la especificación del significado de las unidades léxicas sé atenga al
Principio del Contexto, el significado de cada oración estará completamente
determinado por las reglas que especifican el significado de las unidades
LA DISTINCION DE FRECE ENTRE SENTIDO Y REFERENCIA 18 3
I. Frege sí formula en sus artículos tardíos — particularmente en “Composición de pensamientos” .(en sus
Investigaciones lógicas)— ideas muy cercanas a las que se han expuesto. Para entonces, sin embargo, se había
entrevistado con el joven Wittgenstein y había mantenido alguna correspondencia con él, de modo que es difícil deter
minar la autoría de las ideas tal como aquí han sido expuestas.
I
LA DISTINCION DE FREGE ENTRE SENTIDO Y REFERENCIA 185
186 LA S P A L A B R A S , LA S ID E A S Y LA S C O SA S
3. Si, suponiendo que los hechos están determinados, un mismo enunciado puede ser evaluado como verda
dero y como falso, el enunciado es ambiguo y tiene al menos dos conjuntos de condiciones de verdad distintos. ‘Vi
a Sergi con unos prismáticos' puede ser evaluado como verdadero y como falso, aun suponiendo que los hechos en
cuanto a si Sergi llevaba o no unos prismáticos (no los llevaba), y a si yo lo vi con ayuda de unos prismáticos o no
(sí lo hice), han quedado fijados. Ello se debe a que el enunciado es ambiguo, y cabe interpretarlo atribuyéndole dos
conjuntos distintos de condiciones de verdad: puede significar que con ayuda de unos prismáücos vi a Sergi, o que vi
a Sergi, quien llevaba unos prismáticos.
LA DISTINCIÓN DE FREGE ENTRE SENTIDO Y REFERENCIA 187
4. En rigor, el significado de un enunciado no puede idenliñcarse exclusivamente con sus condiciones de ver
dad. El significado debe incluir también lo que en XIII, § 2 denominaremos fuerza ilocutiva. ‘Venus es una estrella’
y ‘¿Es Venus una estrella?’ tienen las mismas condiciones de verdad, pero diferente fuerza ilocutiva; es obvio que su
significado, en el sentido preteórico de la noción, difiere. Concentrándonos en los enunciados, podemos hacer abs
tracción por el momento de lo que concierne a la fuerza.
5. Incluyo de modo regular entre los ejemplos que ofrezco enunciados falsos, con el fin de que el lector no
olvide que el significado de un término es su contribución al significado de los enunciados en que aparece; esta contri
bución se hace independientemente de que los enunciados sean verdaderos o falsos (y es, en verdad, condición pre
via a que sean evaluables como verdaderos o
188 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
(3) y (4) ilustran, ciertamente, el mismo hecho que ilustran (1) y (2). Sin
embargo, presentar la segunda proposición de ACF considerando exclusiva
mente enunciados de identidad puede inducir al error de buscar soluciones a la
paradoja que sólo valen para este tipo de enunciados, y que resultan inacepta
bles una vez que reparamos en la generalidad del problema (error este del que
ip fé
3-3S:| :Í ■
í v
tino (se introduce ese “otro” nombre señalando al punto luminoso prominente
en el crepúsculo), pese a que los usuarios ignoran que el lucero del alba y el
lucero vespertino son una y la misma entidad. (Bien puede sucedemos a noso
tros algo similar con alguno de los nombres que usamos; usamos la misma
expresión-tipo para designar a lo que creemos son dos objetos distintos, pero
resulta que son los mismos.) Supongamos ahora que ‘Sunev es visible al ama
necer’ se ha proferido en un contexto en el que, manifiestamente, se está
hablando de Sunev, el lucero del alba. Un usuario de este lenguaje aceptará sin
duda el enunciado. Ese mismo hablante, sin embargo, lo rechazará taxativa
mente en un contexto en el que se está manifiestamente hablando de Sunev, el
lucero vespertino.
Pasemos ahora a la otra posible explicación excluida por la tercera propo
sición que quiero considerar aquí. Lo que excluye a este respecto la proposi
ción es que las diferencias entre (1) y (2), (3) y (4) o (5) y ( 6 ) sean explica
bles como lo son las diferencias entre (7) y ( 8):
6, Quizás éste sea un rasgo necesariamente asociado a la noción de objeto. Tradicionaimente, un objeto
— entre los cuales se encuentran prominentemente lo que en IV, § 3 caracterizamos como sustancias— es algo que exis
te por sí mismo, “independientemente’'. Ahora bien, ¿en qué consiste esta independencia? Se habla tradicionaimente
de “existencia independiente”; pero la existencia de (o que ordinariamente (lamamos “objetos” no es independiente,
en un sentido claro: la existencia deí descendiente depende, pongamos por caso, de (a de sus progenitores, o de la
existencia de los gametos a partir de los cuales se ha desarrollado. Esta explicación de la “independencia” de los obje
tos llevó a algunos filósofos del pasado a recorrer las sendas aventuradas de la teología: ¿acaso sólo Dios sea una
“sustancia”? El tipo de actividad que nosotros denominamos ‘filosofía’ es ajeno a tales consideraciones. Una allema-
tiva razonable es explicar la independencia característica de los objetos como independencia de nuestro pensamiento.
r :
Una manifestación distinta de la independencia respecto de nuestro pensamiento del objeto o, al que identificamos
mediante el conjunto de características individuativas sería entonces que o sea potencialmente identificable y distin^
guible de modos alternativos, a través de un conjunto de características individuativas diferente de Otra (de la que
nos haremos eco más adelante, en lo que respecta a las ideas de Frege) que nuestra creencia de que hay. un o al que
las características individuativas ^ identifican de hecho, por más firme y justificada que sea, puede.revelarse inco
rrecta. El lector puede apreciar que ambas características son correlatos específicos de las dos características distinti
vas de las relaciones intencionales (IK, § I); por consiguiente, resulta por razones prácücas conveniente centrar la dis
cusión de las diferentes teorías de la intencionalidad (internistas y extemistas) sobre la discusión de las diferentes teo
rías del significado de términos con las dos características que hemos indicado. Así procederemos en lo sucesivo.
7. El ejemplo procede de uno de Saúl Kripke. Véase su “A Puzzle aboui Belief’.
196 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
Algún lector podría sentirse tentado a negar esto, a solventar ACF recha
zando que Pedro, sa'i ¿in usuario competente del lenguaje. Pero ésta es una pro
puesta inaceptable; porque es fácil advertir que, si se impone como requisito
para ser un usuario competente en el uso de un término singular el que este tipo
de situaciones no puedan producirse, ello nos obligaría a concluir que ninguno
de nosotros es un usuario competente en el uso de ningún término singular de
los que empleamos habitualmente. Sea cual sea el objeto designado por un tér
mino singular respecto de cuyo uso nos creemos competentes, basta un poco de
imaginación para describir una situación en que aceptaríamos un enunciado in
cluyendo ese término, y rechazaríamos sin embargo otro que incluyese en su
lugar otro término con el mismo referente.* Basta con que cada uno de los dOs
términos singulares sea asociado con conjuntos distintos de características indi-
viduativas o modos de presentación de un objeto, características que de hecho
identifican la misma entidad, pero que un usuario por lo demás competente del
lenguaje podría asociar coherentemente con objetos distintos.
Así, Pedro asocia con ‘Londres’ el modo de presentación capital del Rei
no Unido, en la que se hallan la famosa Torre de Londres, el Big Ben y el Pala
cio de Buckingham. Este conjunto de características ciertamente identifican a
Londres entre todas las demás cosas. Pero también lo hace el modo de pre
sentación que Pedro asocia con ‘London’, a saber, ciudad en la que llevo tres
meses trabajando, donde habitan mayoritariamente individuos de procedencia
pakistaní o hindú y en la que nació mi amigo Mohammed, en cuya calle
Casaubon se halla el pub "The Crown’s Arms" junto a la tintotería “My Beau-
tijid Laiindrette”? Y Pedro no puede imaginarse que ambos conjuntos de
características identifican uno y el mismo objeto.
Una vez identificado el principio que .permite reproducir arbitrariamente
ejemplos del tipo de los utilizados para justificar la segunda proposición en el
argumento de Frege, ¿qué conclusión hemos de extraer entonces del- argu
mento? Es natural sentirse inclinado a concluir que la primera proposición era
falsa después de todo, que los términos singulares no significan en realidad
cosas tales como planetas o ciudades, sino más bien modos de presentación o
características individuativas. Pero esto sería un error, en opinión de Frege.
8. Incluso si el término singular es uno que nos designa a nosotros mismos, nuestro nombre propio incluido:
las grandes obras literarias suministran una gran cantidad de casos que nos permitirían construir ejemplos así, comen
zando con el de Edipo.
9. Las características aquí asociadas a ‘London’ son ficticias; cualquier coincidencia con la realidad es
accidental.
10. Es éste uno de los lugares en que conviene tener presente que ‘significación’ sería una mejor traducción cas
tellana para ‘Bedeutung’ que ‘referencia’. Lo que Frege llama Bedeutimgen no son entidades en su opinión prescindibles o
relegables en una caracterización semántica completa del funcionamiento del lenguaje; son la significación de los términos
singulares, en el sentido de que el propósito convencionalmente supuesto a quien los usa es introducir en el discurso sus
Bedeiitiingen. De hecho, lo único que realmente le importaba a Frege eran precisamente las referencias. Para el desarrollo
de sus objetivos filosóficos — centrados en tomo al llamado “programa logicista”— son éstas las relevantes; en la obra que
el propio Frege consideraba su principal logro intelectual, los Gnwdgesetze der Arithmeíik, los sentidos son mencionados
en las páginas iniciales para desaparecer después por completo. Es posible que, desde el punto de vista de sus principales
objetivos intelectuales. Frege introdujese la distinción entre sentido y referencia sólo para justificar sus peculiares pumos de
vista sobre los significados de las expresiones que realmente le importaban, a saber, los términos generales.
LA DISTINCION DE FREGE ENTRE SENTIDO Y REFERENCIA 197
11. La referencia de una expresión es, así, su vinculación semántica con una determinada entidad, y no la
entidad con la que está semánticamente vinculada (el referente). En ocasiones, sin embargo, se evita una excesiva pro
lijidad en la expresión hablando como si la referencia fuese esto último. Tener presente la definición oficial debe bas
tar para prevenir confusiones.
200 LAS PALABILAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
ip
■á
pecto de los cuales nuestras intuiciones serían las mismas. (El lector puede
comparar los valores de verdad que, dada la historia narrada en la sección ante-
ríor, atribuiría, respectivamente, a ‘Pedro juzga que Londres tiene parajes lin
dos’ y a ‘Pedro juzga que London tiene parajes lindos’.) Esto, desde un punto
de vista fregeano (quizás desde cualquier punto de vista), es verdaderamente
extraño. En rigor, no es sólo extraño, sino aparentemente contradictorio, dada
la definición que hemos ofrecido de ‘referencia’: si la referencia de una ex
presión es su asociación semántica con una entidad por relación a la cual se
evalúa el valor veritativo de los enunciados en los que la expresión aparece,
sustituir en un enunciado una expresión por otra con el mismo referente no
puede afectar al valor veritativo del mismo.
Frege proporciona una explicación razonable de estas intuiciones. La
explicación la hace posible el hecho de que su teoría dispone ya de sentidos,
introducidos a través de los argumentos presentados en la sección anterior. Por
tanto, su explicación transforma lo que a primera vista era una anomalía para
su teoría en una virtud de la misma, que a fin de cuentas la refuerza. La expli
cación fregeana de intuiciones como la que acabamos de ejemplificar consiste
en que la referencia de un término varía cuando aparece en lo que llam eem os
contextos indirectos (como en (12)) respecto de la referencia que el térmirio
tiene en contextos usuales como (11); Frege propone (y justifica) una teoría
según la cual la referencia de una misma expresión cambia sistemáticamente,
según el contexto lingüístico en que la expresión se encuentre. (No se debe
confundir el Principio del Contexto — expuesto en § 1— con la tesis fregeana
de que las referencias de las expresiones sufren cambios inducidos por el con
texto lingüístico en que aparecen. Que no establecen lo mismo se puede ver
en que el Principio del Contexto podría ser correcto incluso si la tesis de la
variabilidad sistemática de referencia de las expresiones no lo fuese.) Un con
texto indirecto es un contexto lingüístico regido por ‘decir que’, ‘opinar que’,
í_,, ^■■'-r-X ‘pensar que’, ‘desear que’, etc. Sintácticamente, estas expresiones deben ir
" í^ ^ ^ S w í
seguidas por una oración; es esta oración sintácticamente regida por un verbo
como los anteriores lo que constituye, con mayor precisión, un contexto indi
recto.
Frege se inspira para su solución en su propio análisis de lo que ocurre en
lo que llamaremos contextos directos, como en (13):
Las palabras que se hallan después de los dos puntos constituyen un con
texto directo. La función de las mismas es recoger las palabras de otro, en este
caso Raúl. Son contextos directos todas aquellas expresiones que forman par
te de una cita literal de un cierto texto (de las palabras de otro, de un escrito,
etc.). Es claro que ‘el lucero vespertino’ no es tampoco sustituible salva veri
tate por ‘el lucero del alba’ en (13). La solución del problema es aquí inme
diata, según Frege, en tanto que ‘el lucero vespertino’ (así como el resto de
palabras que forman el contexto directo) no tiene en (13) la misma referencia
J ls
:.:.'b
que tiene usualmente. Quien profiere (13) no pretende con ‘el lucero vesperti
no’ mencionar Venus, decir algo sobre ese planeta; lo que pretende es referir
se a la expresión-tipo ‘el lucero vespertino’ misma, con el fin de decir que Raúl
profirió un ejemplar de esa expresión.
Los contextos directos constituyen un caso particular de mención de sig
nos] las palabras que los componen están mencionadas y no usadas. Como par
te de una más extensa discusión de las citas, presentamos (y discutimos) en II,
§ 2, la teoría fregeana de las citas. Según esta teoría, las palabras que se encuen
tran en contextos directos se auíodesignan. Lo característico de la teoría fre
geana de la cita (y lo que es relevante para nuestros fines presentes), que la dis
tingue de la teoría que propusimos y defendimos en el primer capítulo, es que
de acuerdo con ella las comillas no tienen más que la función de advertimos
de un cambio de referencia en las expresiones entrecomilladas, respecto de la
referencia que usualmente tienen. Lo que tiene referencia, según la teoría fre
geana, no es la cita completa, la expresión entrecomillada junto con las comi
llas que la flanquean cuando escribimos con propiedad, sino las expresiones
que están' dentro de las comillas', así lo pone claramente de manifiesto el decir
— como dice Frege— que en los contextos directos'las palabras se auíodesig-
nan. Pues si lo que designase en el enunciado « ‘Sergi’ comienza con ese» fue
se la cita (la expresión que comienza y acaba con una comilla), y esta expre-
%::§jón se autodesigna, lo que el enunciado propone sería falso; ninguna cita
comienza con una ese, sino que todas comienzan con la comilla inicial. Frege
debe pensar; por consiguiente, que lo que designa no es la cita, sino la expre
sión dentro d t las comillas; la función de las comillas, com o hemos indicado,
debe ser en su concepción meramente la de señalar los límites de un contexto
lingüístico (un contexto directo) donde la referencia de las expresiones varía,
con respecto a su referencia usual.
A sí pues, la expresión ‘el lucero vespertino’ tiene un referente (en el sen
tido técnico fregeano de ‘referente’ que hemos expuesto anteriormente: aque
lla entidad, asociada con la expresión, p or relación a la cual se evalúa el valor
veritativo del enunciado) en (13), al igual que la tiene en (11). (11) constituye
lo que llamaremos m contexto usual] en ellos, los términos tienen su referen
cia usual. El referente usual de ‘el lucero vespertino’ es, por tanto, el planeta
Venus. En (13), la misma palabra que en (11) refiere al planeta Venus, a saber,
‘el lucero vespertino’, tiene una referencia distinta; eso a lo que la expresión
refiere en (13) — aquella entidad semánticamente asociada con ‘el lucero ves
pertino’ por relación a la cual se debe evaluar el valor veritativo de (13)— no
es el planeta Venus, sino la expresión-tipo misma ‘el lucero vespertino’.
No importa ahora que ésta sea o no una teoría correcta de las citas. Lo
importante es entender cabalmente que, de acuerdo con el análisis fregeano,
contextos directos como el incluido en (13) ponen claramente de manifiesto
cómo las mismas expresiones, en distintos contextos lingüísticos, poseen sis
temáticamente distintas referencias. Denominemos referencias directas (por
oposición a referencias usuales) a las referencias que tienen las palabras en
contextos directos. Examinando estos casos, resulta según Frege patente que
LA DISTINCION DE FREGE ENTRE SENTIDO Y REFERENCIA 203'
ai atardecer’), y Raúí no sabe que el lucero vespertino y el lucero del alba son
uno y el mismo cuerpo celestial — de modo que a Raúl nunca se le ocurriría
decir ‘el lucero del alba es visible al atardecer’— , en tal caso, ‘Raúl dijo que
el lucero del alba es visible al atardecer’ sería, según Frege, falso. (Como antes,
puede que en circunstancias cotidianas seamos más laxos, pero, en contextos
en que importa seriamente hablar con exactitud, tal descripción de lo que Raúl
dijo sería incorrecta.) Es porque éste es el criterio de fidelidad al texto en el
discurso indirecto que las palabras en contextos indirectos no refieren a sus
referentes usuales, sino a sus sentidos usuales: con ‘el lucero vespertino’ en
(14) no pretendemos referimos a Venus, sino al sentido asociado a esa expre
sión; es decir, al conjunto de características individuativas de un objeto semán
ticamente asociado con esa expresión. La función semántica de ‘el lucero ves
IB pertino’ en (11) es hacer que el enunciado sea acerca de Venus: la presencia
íp . de ‘el lucero vespertino’ en (11) hace que su verdad o falsedad dependa de
li hechos relativos a Venus. La fiinción semántica de la misma expresión en (13)
es hacer que el enunciado sea acerca de la expresión-tipo ‘el lucero vesperti
no’; la presencia de ‘el lucero vespertino’ en (13) hace que su verdad o false
dad dependa de hechos relativos a esa expresión, no a Venus (a saber, de si
Raúl produjo ejemplares de la misma o no). Por ultimo, la función de la mis
ma expresión en (14) es hacer que el enunciado sea acerca de\ sentido nor
malmente asociado a esa expresión: la presencia de ‘el lucero vespertino’ en
íiP (14) hace que la verdad o falsedad de (14) dependa de hechos relativos a las
características individuativas semánticamente asociadas con ‘el lucero vesper
tino’ (a saber, de si Raúl profirió o no una expresión con ese sentido) .12
D el mismo modo que, según la teoría de las citas directas de Frege, en el
lenguaje escrito utilizamos a veces comillas para advertir del cambio de refe
rencia en las palabras cuando éstas están mencionadas — y así, escribiendo pro
piamente, (13) se debería escribir como (13')— introduciremos la convención
de flanquear con el signo ‘# ’ las expresiones cuando éstas signifiquen, en lugar
I I de sus referencias usuales, sus sentidos. (14) entonces se expresaría, propia
mente hablando, como (14');
‘'í' 12. A estas alturas, el lector puede muy bien estarse preguntando lo siguiente: si la referencia de las palabras
en contextos indirectos no es la usual, sino que es más bien el sentido que esas mismas palabras tienen en contextos
m usuales, ¿qué ocurre con los sentidos de las palabras en contextos indirectos? ¿Son los mismos que en contextos usua
les. o son también ou-os? Dado el papel teórico de los sentidos, parece que deberían ser otros; pues el sentido deter
mina la referencia, y dado que la referencia de las palabras difiere en contextos indirectos respecto de la que tienen
en contextos usuales, habría que concluir que los sentidos son también distintos. Por otro lado, dado que un contex
r to indirecto puede contener incrustado otro contexto indirecto (‘Víctor piensa que Sergi cree que la pelota es roja'),
esa decisión parece conllevar la necesidad de asignar un número potencialmente ilimitado de sentidos diferentes aúna
misma palabra. Los escritos de Frege no permiten resolver la cuestión; diferentes fregeanos han ofrecido diferentes
respuestas a la misma.
1 -
206 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
(El motivo para elegir esta tipografía es sugerir una analogía entre las
ideas de Locke y las de Frege que probablemente ya ha pasado por las mien
tes al lector; la analogía se discute explícitamente en VII, § 1. Naturalmente,
Locke nunca desarrolló una teoría del discurso indirecto; y Frege nunca pensó
seriamente en los sentidos de expresiones como ‘rojo’ o ‘línea de aprox. un
metro’, ni en la necesidad — ajuicio de alguien con puntos de vista com o los
de Locke— de incluir vivencias en su caracterización.) Estrictamente hablan
do, estas convenciones son, según Frege, innecesarias: el contexto ya deja cla
ro que se ha producido un cambio en la referencia de las palabras, y la gra
mática indica en este caso bastante bien cuáles son los límites del contexto lin
güístico en que las palabras mudan sus referencias. Pero atenerse a la conven
ción puede solventar dudas, y evitaría perplejidades como aquella con la que
comenzamos esta sección. Como las expresiones flanqueadas por ‘# ’ refieren
a sus sentidos, y el sentido de ‘el lucero vespertino’ es distinto del sentido de
‘el lucero del alba’, es imnediato que ambas expresiones no pueden ser inter
cambiadas en (14') — por más que sí puedan serlo en (11). Supuesto que ‘el
lucero vespertino’ y ‘Héspero’ tengan el mismo sentido, ambas expresiones sí
son intercambiables salva veritate en (14'); como son expresiones distintas, no
lo son en (13').
Esta exposición del tratamiento fregeano del discurso indirecto ha tratado
del discurso indirecto en el sentido estricto de los gramáticos. No es inmedia
to que las mismas tesis que valen para (14) hayan de aplicarse a (12) — que no
hace alusión, directa ni indirecta, a ningún texto; uno puede tener creencias sin
revestirlas de ninguna forma lingüística— . La conjetura de Frege es que la
explicación de la no sustituibilidad de expresiones con la misma referencia
usual pero diferente sentido en enunciados como (12) es la misma que la que
acabamos de justificar para enunciados del'tipo de (14). Podemos hacer la ana
logía mucho más inmediata si suponemos, con algunos filósofos medievales
y otros contemporáneos, la existencia de un “lenguaje del pensamiento”
(no necesariamente un lenguaje natural: quizás un lenguaje cuyos “caracteres”
serían análogos a los que manipulan los ordenadores, estadós consistentes en
la activación o desactivación de una serie de unidades representables median
te numerales en notación binaria) en que se formularían todos nuestros estados
intencionales.'3 Si, además, existieran razones para extender la distinción fre-
geana entre sentido y referencia a las expresiones de este “lenguaje del pensa
miento”, bajo estos supuestos, las palabras que aparecen en contextos indirec
tos gobernados por verbos de actitud proposicional, en oraciones com o (12),
tendrían literalmente la misma función que tienen las palabras en contextos
indirectos como el de (14): servirían para hacer referencia a las palabras en un
cierto texto (escrito en el “lenguaje del pensamiento”), en el entendido de que
13. Véase Jerry Fodor, E l le nguaje d e l pensam iento, así como el apéndice “¿Por qué debe haber aún un len
guaje del pensamiento?" a su P sicoseniántica. La idea de un “lenguaje del pensamiento” se justifica también en mis
trabajos «El funcionalismo», en el volumen La M ente H u m ana de la E nciclop e dia Ibe ro a m erica na de F ilo s o fía , y
“The Philosophical ímport of Connectionism: A Criticai Notice of Andy Clark’s A ssociative E ngines".
■
■
LA DISTINCION DE FREGE ENTRE SENTIDO Y REFERENCIA 20T ::
Con ayuda de las teorías fregeanas del discurso directo y del discurso indi
recto podemos ahora poner de manifiesto la confusión a la que puede dar lugar
el presentar ACF, como Frege hace, exclusivamente atendiendo a enunciados
de identidad. Como dijimos al exponer ACF en § 2, Frege no presenta el argu
mento utilizando parejas de enunciados como los pares (1) y (2) o (5) y (6),
sino que lo hace considerando enunciados como (3) y (4), que repito a conti
nuación para comodidad del lector:
liticos, y por tanto a pn o n .) Sm embargo, si (4) es verdadero, ios términos sin *-■
gulares a un lado y otro del signo de identidad tienen la misma referencia (es
precisamente porque tienen la misma referencia que (4) es verdadero) Ahora
bien, la diferencia en valor cognoscitivo entre (4) y (3) parece tener que ver con
las referencias de las palabras; pero si (4) es verdadero, (4) y (3) no difieren en
eso; las referencias de las dos expresiones pertinentes son una y la misma.
Frege se refiere a este problema como el de “explicar el valor cognosciti
vo de Ja identidad ; pero, una vez expuesto, es claro que el problema no es más
que un caso particular del “argumento central de Frege” presentado en § 2 Sin
embargo, cuando el problema se presenta exclusivamente respecto de los enun
ciados de identidad, es posible caer en el error consistente en proponer una
incorrecta solución ai mismo. La solución — en los términos de la sección pre
cedente— consiste en decir que los enunciados de identidad constituyen imolí-
citamente, contextos directos. Esto es, los enunciados de identidad constituyen
contextos en los que los términos que flanquean el signo de identidad están
mencionados y no usados. Las palabras que aparecen en (3) y (4) hacen la m is
ma función'que las palabras que aparecen después de los dos puntos en (13);
en lugar de tener su referencia usual (Venus), están ahí para designarse a sí
mismas Es decir, los enunciados de identidad del lenguaje natural com o (3) y
(4) son formulaciones encubiertas de enunciados como (3') y (4’);
(3') ‘el lucero del alba’ codesigna con ‘el lucero del alba’
(4') ‘el lucero vespertino’ codesigna con ‘el lucero del alba’
sea útil o procedente decir que “son” la misma. Naturalmente, cuando la cues
tión se presenta de este modo, suscita todo tipo de perplejidades. Si son dis
tintas (y si no, ¿por qué hablar en plural?), ¿cómo pueden ser la misma! ¿No
es la ley de Leibniz — el principio de indiscemibilidad de los idénticos— , a
saber. Ja tesis de que si dos entidades son discernibles en algún respecto, no
son la misma cosa, la regla fundamental que gobierna el funcionamiento de la
identidad? La lectura metalingüística de los enunciados de identidad alivia esta
perplejidad, en cierto modo. Aseverar la identidad es decir, de dos nombres,
que designan lo mismo. Quizás por ello, el propio Frege había defendido este
punto de vista en su primera obra, Begriffsschrift, § 8.
Sin embargo, una vez que vemos que el problema de los enunciados de
identidad no es más que un caso particular de ACF — que puede construirse a
propósito de enunciados de cualquier tipo— la plausibilidad de la solución
metalingüística se esfuma por completo. Para generalizar esta solución, ha
bríamos de decir que también los enunciados (1) y (2), (5) y (6) de la sección
segunda constituyen “contextos directos implícitos” en los que las expresiones-
tipo ‘el lucero del alba’ y ‘el lucero vespertino’ no significan sus significados
usuales, sino que se significan a sí mismas. Pero esto es absurdo. N os vería
mos obligados a concluir así que, siempre que hablamos, hablamos en realidad
de las palabras que utilizamos para hablar.
En el prináer párrafo de “Sobre sentido y referencia”, Frege ofrece otra crí
tica a la teoría metalingüística de los enunciados de identidad (que él mismo
había propuesto anteriormente, como dije). El sentido de su crítica no es pre
cisamente transparente; pero la idea (que ya expusimos anteriormente, al cla
rificar la tercera premisa de ACF) parece ser la siguiente. Leídos metalingüís-
ticamente, enunciados como (4) dicen que dos expresiones-tipo distintas desig
nan la misma cosa — como (4') pone de manifiesto explícitamente. Es ésta una
información relativa a ciertas convenciones lingüísticas; damos una informa
ción del mismo tipo cuando decimos, por ejemplo, que la palabra ‘plumífero’
es en español una mera variante con connotaciones peyorativas de la palabra
‘escritor’. Ahora bien, sostiene Frege, la información que (4) proporciona no
es meramente una información de este tipo. No.es una información sobre prác
ticas lingüísticas (aunque quizás, secundariamente, pueda verse así); directa
mente, (4) proporciona información astronómica.
En el último párrafo de “Sobre sentido y referencia”, Frege vuelve a la
cuestión inicial de la identidad y explica cómo su distinción entre sentido y
referencia permite responder la pregunta de partida, a saber, si la identidad es
una relación entre los referentes de las palabras o relaciona más bien (en tan
to que la relación de codesignación) las palabras mismas. Erróneamente enca
minados por la discusión del primer párrafo, algunos lectores malinterpretan
(en mi opinión) el último. De acuerdo con esta interpretación errónea, la nue
va solución de Frege al “problema de los enunciados de identidad” sería una
teoría simétrica a la teoría metalingüística, en la que los sentidos pasarían aho
ra a ocupar el papel que en la teoría metalingüística desempeñan las expre
siones. Designemos con la expresión ‘presentar’ a la relación existente entre
210 l a s p a l a b r a s , l a s id e a s y l a s c o s a s
(3 ) #el lucero del alba# copresenta con #el lucero del alba#
(4") #el lucero vespertino# copresenta con #el lucero del alba#
(15) el lucero del alba es más voluminoso que el lucero del alba
dimientos, o quizás otro diferente. Es natural, por tanto, decir que las tres
expresiones funcionales que acabamos de utilizar refieren a la misma función,
aunque la “presentan” a través de sentidos diferentes. Frege propone aplicar la
misma idea a los predicados lingüísticos, bajo el supuesto de que sus referen
cias son funciones que asignan a las referencias de los nombres con ios que se
componen para formar enunciados los valores veritativos de los enunciados
resultantes de la composición.
Un lector de “Sobre sentido y referencia” puede apreciar a primera vista
que son estas conclusiones sobre las referencias de los enunciados (y las de
los términos generales, aunque éstas no aparecen tratadas explícitamente más
que en el escrito no publicado “Consideraciones sobre sentido y referencia”),
y no las ideas que nosotros hemos discutido por extenso en las tres secciones
precedentes, las que de verdad interesan a Frege; pues el grueso del artículo
está dedicado a hacerlas aceptables. Esta conjetura resulta corroborada cuan
do se tienen presentes los objetivos filosóficos de Frege (el desarrollo del lla
mado “programa logicista”, del que se habló en III, § 4). El argumento de Fre
ge para concluir que la referencia de los enunciados es su valor veritativo, no
muy claramente elaborado en “Sobre sentido y referencia”, es muy poco con
vincente. Por su influencia posterior, expongo una versión precisa, inspirada
en lo que Frege dice, debida a Alonzo Church. Considérense los siguientes
enunciados:
(ii) Sir Walter Scott es la persona que escribió las 29 novelas Waverley.
(iii) El número de de novelas Waverley escrito por sir Walter Scott es 29.
Church sólo presupone que los enunciados tienen referencia (quizás sobre
la base del argumento que hemos ofrecido en el párrafo inicial de esta sección);
está todavía indeterminado qué son esas referencias. Su argumento concluye
que, sean lo que sean las referencias de los enunciados, (i) y (iv) han de tener
la misma. Ahora bien, ¿qué pueden tener esos dos enunciados en común, apar
te del valor veritativo (ambos son verdaderos)? Parece que nada; por lo tanto,
sólo los valores veritativos pueden ser las referencias de los enunciados.
Para concluir que (i) y (iv) deben tener la misma referencia, sean lo que
sean las referencias de los enunciados, Church usa dos premisas. La primera
es que, si dos enunciados sólo difieren en contener términos singulares que tie
nen la misma referencia (como (1) y (2), o (3) y (4), o_(5) y (6)), entonces los
enunciados mismos deben tener la misma referencia. Éste es un principio que
se sigue del modo en que definimos qué es la referencia de un término singu
lar, al presentar la primera proposición de ACE Ahora bien, según este princi
pio, los pares (i)-(ii), (iii)-(iv) deben tener la misma referencia. Obsérvese que
LA DISTINCIÓN DE FREGE ENTRE SENTIDO Y .REFERENCIA 215
SU. estructura es análoga a la de (3) y (4); son enunciados de identidad, que sólo
difieren en que contienen términos singulares con la misma referencia. (Res
pectivamente, ‘el autor de Waverley’ y ‘la persona que escribió las 29 novelas
Waverley’, en el primer caso, y ‘el número de novelas Waverley escrito por sir
Walter Scott’ y ‘el número de condados en Utah’, en el segundo.) La segunda
premisa que invoca Church es la siguiente: si dos enunciados son, intuitiva
mente, “sinónimos” (analíticamente equivalentes), entonces deben tener la mis
ma referencia. D e nuevo, esta premisa parece sumamente plausible. En virtud
de la misma, (ii)-(iü) tienen la misma referencia. De aquí se sigue la conclu
sión indicada en el párrafo anterior, w
El argumento de Church es objetable sobre la base de que..s.e apoya en un
ejemplo particular; no tenemos razones para pensar que pueda ser generaliza
do. Kurt Godel construyó una versión completamente general, que parte sólo
de premisas análogas a las de Church.'^ D e modo que tenemos aquí un argu
mento muy poderoso, por su simplicidad, para establecer la conclusión busca
da por Frege: las referencias de los enunciados son sus valores veritativos. Lo
que esto tiene de sorprendente es que, preteóricamente, hubiésemos esperado
que aquello que es a un enunciado (como ‘hay una esfera roja ante m í’) como
Venus es a ‘el lucero del alba’ fuese algo como lo que en III, § 2 llamábamos
acaecimientos-, y es natural pensar que los acaecimientos referidos por enun
ciados como ‘hay una esfera roja ante m í’ y ‘hay un cubo verde ante m í’ , inclu
so si ambos enunciados son verdaderos, son distintos. Algo así merecería pro
piamente ser considerado la condición para la verdad del enunciado, aquello
de cuyo darse o no darse depende la verdad del enunciado.
Si, por otro lado, persistimos en considerar a la referencia de un enuncia
do su “condición de verdad” — aquello que lo hace verdadero— , el argumento
Frege-Church-Godel nos fuerza a decir que todos los enunciados verdaderos tie
nen la misma “condición de verdad”, y lo mismo con todos los enunciados fal
sos. Según esto, hay una única gran condición, un único gran acaecimiento, que
de hecho se da y de cuyo darse depende a la vez la verdad de todos los enun
ciados verdaderos; podemos pensar en este referente único de todos los enun
ciados — la Verdad— como análogo quizás a lo que Pannénides llamó el Ser.
Algo similar ocurre con todos los enunciados falsos; su falsedad la determina
el no darse de otro gran acaecimiento — digamos, el No-ser— . A lo sumo, estas
entidades comparten con la idea intuitiva de una condición para la verdad de un
enunciado (tal y como la presentamos ai comienzo del capítulo) su carácter con
tingente. (El Ser podría haber sido otro, imagino, si otros mundos posibles
hubiesen sido reales; hay un mundo posible en que el No-ser, íntegramente, es,
y mundos posibles según los cuales el Ser combina aspectos de lo que en el
mundo real es el Ser y de lo que es el No-ser) Pero difieren de los acaeci
mientos, tal y como los pensamos intuitivamente, en su carácter global.
Una cuestión relacionada, sobre la que nos importa decir algo brevemen
te, es la del tratamiento fregeano de las llamadas “expresiones lógicas”; expre
siones como ‘no’, ‘y ’, ‘s i __entonces ‘o b ien __ o bien ‘algo’, ‘todo’.
La aplicación del Principio del Contexto, junto con las tesis sobre la referen
cia de enunciados y términos generales que acabamos de mencionar, permiten
a Frege una explicación muy plausible de cóm o funcionan estas expresiones en
el lenguaje natural. La sintaxis y la semántica de estas expresiones en el len
guaje natural, sin embargo, es muy compleja. (Piénsese sólo en las po
sibilidades sintácticas que admite el fenómeno semántico de la negación; ‘Juan
no es competente’, ‘No es el caso que Juan sea competente’, ‘Juan es incom
petente’.) Por ello, para caracterizar el funcionamiento de esas expresiones,
estipularemos un lenguaje artificial, mucho más simple que el lenguaje natu
ral, que contenga expresiones análogas en lo esencial a las expresiones lógicas
del lenguaje natural. La idea es presentar un modelo abstracto, en que los fac
tores que meramente complicarían la explicación sin afectar (pensamos) .sus
tancialmente a lo que queremos decir han sido omitidos.
Esta es una técnica útil, y perfectamente en consonancia con la práctica
científica usual. La idea es similar a la de describir el comportamiento físico
de un objeto en un mundo “sin fricción”; en el mundo real, por supuesto, exis
te la fricción; y es la física del mundo real la que nos interesa describir. D es
cribir un modelo abstracto no es un modo de olvidarnos de nuestro interés en
la física del mundo real, sino, por el contrario, un modo de seleccionar los
aspectos del mundo real que nos interesan para poder describirlos con la mayor
claridad posible. Lo mismo sucede en nuestro caso; el que describamos lá
semántica de un lenguaje artificial no debe hacemos olvidar que el mismo se
propone como un modelo abstracto que preserva y pone de relieve lo sustan
cial de los aspectos semánticos en que estamos teóricamente interesados del
lenguaje cuyo funcionamiento nos interesa comprender, a saber, el lenguaje
natural.
Las expresiones análogas a ‘no’, ‘y ’, ‘si _ entonces . . . ’, ‘o __ o . . . ’,
‘algo’ y ‘todo’, cuya semántica fregeana describiremos bajo el supuesto que se
acaba de indicar, son, respectivamente; ‘- i ’, ‘a ’, ‘v ’, ‘3 ’, ‘V ’.Su sintaxis
está bien determinada: la sintaxis de nuestro lenguaje artificial está estipulada
de modo que el conjunto de las oraciones gramaticales está bien determinado.
LA DISTINCION DE FREGE ENTRE SENTIDO Y REFERENCIA 217 "
16. Las ideas semánticas de Frege forman pane del bagaje de conocimientos que conforman la lógica con
temporánea, y, como tal, se encuentran expuestas en cualquier texto introductorio. El tratamiento de las. expresiones
de cuantificación en el de Benson Mates, Lógica Elemental (Tecnos, Madrid, 1974) se encuentra particularmente pró
ximo a los puntos de vista de Frege.
17. Las tres observaciones precedentes sobre las expresiones lógicas (dos sintácticas y una semántica) se ela-
boran con mucho más detalle en el capítulo ÍX, § 4, en el marco de (a exposición de las ideas del Tractatus', pues,
como se verá, esta obra desarrolla de un modo sumamente interesante las ideas de Frege.
218 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
este enunciado lo que diga, el enunciado resultante de negarlo dice que lo que
el enunciado de partida decía no se cumple, ‘ a ’ , y ‘v ’ son conectivas pro-
posicionales diádicas: se combinan con dos enunciados, cr y p, para formar
un enunciado más complejo, ( a a p), ( a p) o ( a v p). Pero su semántica
es igualmente simple y general, com o la del signo para la negación, ( a a p)
es verdadero si tanto cr como p lo son, y falso en cualquier otro caso. (a
p) es verdadero si cr es falso o si p es verdadero, y falso en cualquier otro
caso, fcr v p) es falso si tanto a com o p lo son, y verdadero en cualquier otro
caso.
Se advertirá que las explicaciones precedentes del significado de las
conectivas se atienen escrupulosamente al Principio del Contexto: explicamos
el significado de esas expresiones indicando cómo contribuyen a las condicio
nes de verdad de los enunciados en que aparecen. Es esto lo que hace que esta
explicación del funcionamiento de las “partículas” sea mucho más plausible
que la sugerida por Locke en la sección séptima del libro tercero del Essay, en S iis
términos de actitudes mentales de rechazo, suposición, “reserva mental”, etc.
El problema de la explicación de Locke está en que Locke da por supuesto que
el significado de las expresiones se puede explicar “separadamente”, indican
do algo (una entidad mental) que la expresión “nombra”. Obsérvese también
que la idea de que la referencia de los enunciados es su valor veritativo adquie
re una cierta entidad cuando se toma en consideración el hecho de que la con
■
tribución serrjántica de expresiones como ‘ a ’ y ‘i ’ a las condiciones de verdad
de enunciados complejos ( a a p) o -ares sólo relativa al valor veritativo de cr
» ■
■
y p (y no a los aspectos semánticos más específicos de ese enunciado que
recoge su sentido).
N os queda, por último, explicar el funcionam iento semántico de las
expresiones cuantificacionales, ‘3 ’, ‘V ’ — correlatos de ‘algo’ y ‘todo’ en
nuestro modelo abstracto del lenguaje natural. A una oración com o ‘algo
asiwi
es visible al atardecer’ le corresponderá en nuestro m odelo una com o ‘3x: 1 ®
X es visible al atardecer’ (se lee: “hay al m enos un x tal que x es visible ál
amanecer”), y a una com o ‘todos murieron’, una com o ‘V x x m urió’ (“para
todo X , X murió”). Vemos así que las expresiones cuantiñcacionales van
seguidas de una variable (una letra com o ‘x ’, ‘y ’, ‘z ’ en cursiva), y, típi
camente, de una expresión con la estructura de un enunciado, salvo que en
el lugar que podría ocupar un término singular aparece de nuevo la va
riable. Este hecho hace más complicada la tarea de explicar su funciona
miento semántico, bajo el supuesto de que se trata de expresiones que se
usan para construir enunciados moleculares a partir, en último extremo, de
enunciados atómicos; pues no son, en rigor, enunciados lo que está en la
base del proceso de construcción de enunciados que incluyen cuantifica-
ción, sino, por así decirlo, protoenunciados en los que una o varias varia
bles ocupan posiciones de término singular. Erege ofrece una idea para
mantener el supuesto de que en la base de la construcción siempre hay
enunciados atómicos, que hemos incorporado en el artificio al que vamos
a recurrir: suponer que podemos ampliar el lenguaje con un número arbi-
LA DISTINCIÓN DE FRECE ENTRE SENTIDO Y REFERENCIA 2® :
' V;, A : ' L ' i ; - ' : - ;
tracto”, apartado de los modos del objeto real del que es una maqueta simplifi
cada. Expresaremos en nuestro modelo abstracto el contenido de enunciados
como éstos con la ayuda de conectivas preposicionales, de modo que la traduc
ción del primero sena ‘3x (x es un cuerpo celeste a x es visible al atardecer)’ y
la del segundo ‘Vx (x es un cuerpo celeste x es visible al atardecer)’. De modo
general, traduciremos un enunciado cualquiera eren el que aparezca la expresión
cuantificacional algún 7t, afalgún n), por 3x (n(x)A a(x)), y traduciremos a(todo
Tt) por Vx (7t(x)-^ ofxj). (Utilizaremos ‘x ’ siempre que esta variable no aparez
ca ya en cr o n:, y una variable diferente en otro caso; a(x) indica el resultado
de colocar la variable en la posición que ocupaba la expresión cuantificacional
algún K (o todo tt) en a. El lector debe comprender que estas reglas no produ
cen traducciones apropiadas de un modo mecánico, y que es preciso ejercitarse
en su uso para adquirir la habilidad de traducir apropiadamente.)
ren en términos que, por lo demás, tienen una y la misma referencia; y ello en
casos que sólo pueden ser explicados si el usuario interpreta diferentemente
esas expresiones. Un corolario de este argumento (§ 2) es que los sentidos
deben estar estrechamente relacionados con las referencias. Análogamente, en
el caso de Locke, las referencias secundarias estaban relacionada con las pri
marias por la relación de significación namral.
Hemos estudiado la interesante propuesta de Frege, sustentada por la exis
tencia de la distinción entre sentido y referencia, para dar cuenta del anómalo
funcionamiento semántico de las expresiones en contextos indirectos (§ 3).
Según la propuesta de Frege, las palabras mudan su referencia en estos contex
tos; en lugar de la referencia que tienen en contextos usuales, significan en ellos
los sentidos que llevan asociados en esos contextos usuales. Hemos advertido
contra habituales errores de interpretación consiguientes a conceder mucha
importancia a los ejemplos de enunciados de identidad, por medio de los cuales
Frege presenta su distinción. Finalmente, hemos presentado una elaboración,
debida a Church, del argumento fregeano para concluir que la referencia de todos
los enunciados verdaderos es la misma (la Verdad, o el Ser), y la referencia de
todos los enunciados falsos es también la misma (la Falsedad, o el No-ser).
Los textos originales cuya lecmra es necesaria para la reflexión personal
sobre los temas discutidos en este capítulo son: Gottlob Frege, “Sobre sentido y
referencia”, “Consideraciones sobre sentido y referencia”, “Función y Concep
to” y “El pensamiento”. La exposición que he hecho de las ideas de Frege está
basada en las excelentes obras de Michael Dummett; principalmente, en su Fre
ge: Philosophy o f Language. Por imponente que la obra sea, y, todo sea dicho,
por exasperante que resulte su estilo (un vagar distendido aunque fatigoso, sin
itinerario definido, donde no existen límites al número de ramales secundarios
que uno se concede explorar ni ai detenimiento con que uno los explora antes de
volver al camino de partida), no tengo una mejor recomendación que hacer al
lector que proponerle que aborde pacientemente su estudio. Mis retornos a la
obra de Dummett han conllevado siempre la apreciación de nuevos matices,
siempre penetrantes y estimulantes, sobre las cuestiones filosóficas más variadas.
También la exposición de Evans, en el primer capítulo de The Varieties of
Reference, ha tenido alguna influencia; aunque, en mi opinión, Evans no apre
cia suficientemente la importancia de consideraciones internistas en Frege. Es
preciso tener en cuenta que, si bien Frege hizo enormes aportaciones a nuestra
comprensión de cuestiones filosóficas relativas a la lógica y a la matemática
— amén de las que hemos examinado en este capítulo— , su conocimiento de
la filosofía tradicional parece haber sido bastante escaso. Las cuestiones deci
sivas pára formarse una opinión reflexiva acerca de las relaciones entre el len
guaje y el pensamiento, así como de las relaciones entre el lenguaje y el mun
do, son las que introdujimos en el capítulo III, a propósito de la distinción entre
hechos y vivencias y de las relaciones que esas entidades guardan entre sí y
con expresiones lingüísticas. Los comentarios ocasionales de Frege al respec-,
to (por ejemplo, los que hace en “Sobre sentido y referencia” y en “El pensa
miento”) son generalmente ingenuos y desinformados.
C apítulo VII
Yo opino que el Mont-Blanc mismo, pese a todas sus nieves, es una parte com
ponente de lo que aseveramos con la oración ‘el MontBlanc tiene una altura
superior a los cuatro mil metros’. No se asevera el pensamiento, pues éste es
un asunto psicológico privado; se asevera el objeto del pensamiento, y éste es,
para mí, un cierto complejo (se podría decir, un hecho objetivo) del cual es par
te componente el Mont-Blanc mismo. Si tal cosa no se admitiera, obtendríamos
la conclusión de que no podemos saber nada en absoluto acerca del Mont-Blanc
mismo. [...] En el caso de un nombre propio, como 'Sócrates', no soy capaz de
distinguir sentido de referencia. Sólo veo la idea, que es psicológica, y el obje
to. O mejor: sólo admito la idea y la referencia, no el sentido. Sólo contemplo
la diferencia entre sentido y referencia en el caso de los complejos cuyo signi
ficado es un objeto, como por ejemplo los valores de las funciones ordinarias
en matemáticas. (/¿írí., 250-251.)
2. Frege denomina ‘conceptos’ a las referencias de los términos generales, no a sus sentidos. Su uso, sin
embargo, es reconocidamente excéntrico; de acuerdo con este uso, cualesquiera dos predicados coextensionales (‘ani
mal con corazón’ y ‘animal con hígado’, ‘es agua’ y ‘es HjO’) significarían el mismo concepto. El uso de ‘intuición’
para significar conceptos de individuos no es infrecuente en la literatura.
FREGE, RUSSELL Y LAS PROPOSICIONES SINGULARES 22T'
ceptos, las referencias de las partes del enunciado— sus condiciones de ver
dad. Los enunciados, como los pensamientos, poseen la característica a la que
Brentano denomina intencionalidad: representan entidades objetivas, que pue
den darse o no. Estos objetos intencionales son aquello de lo que depende la
verdad o falsedad de los enunciados. La proposición expresada por el enun
ciado codifica, por así decirlo, cuáles son los objetos intencionales del enun
ciado, aquello de lo que depende que el enunciado sea verdadero o falso; sus
condiciones de verdad. Y lo hace de manera estructurada, composicional y
contextualmente.3
Considérese ahora la referencia de ‘el autor de Madame Bovary’ en (1),
es decir, Gustave Flaubert. ¿Puede ser tal entidad idéntica a la intuición que es
uno de los dos constituyentes del pensamiento expresado por (1)? A l sostener
en su polémica con Russell que entidades como el Mont-Blanc o Flaubert no
son “parte componente” de los pensamientos, Frege defiende una respuesta
negativa a esta cuestión. La discusión del capímlo precedente nos permite ofre
cer una reconstrucción obvia de su justificación para la misma. Los sentidos
han sido introducidos teóricamente, para dar cuenta del valor cognoscitivo de
las expresiones, en vista del argumento que venimos denominando ‘ACF’.
Ahora bien, (1) y (2) pueden muy bien tener diferente valor cognoscitivo para
un hablante competente, pese a que las referencias de los términos singulares
en ambos son una y la misma, a saber, Flaubert. (El conferenciante de nuestra
historia bien podría haber utilizado (2) en lugar de (1), esta vez bajo el supues
to de que las personas en su audiencia saben quién es el amante de Louise
Colet.)
- 3. Pese a que, como sabemos (VI, § 5), el argumento Church-Frege pretende concluir que aquello de lo que
depende la verdad de todos los enunciados verdaderos es idéntico para todos ellos, y aquello de lo que depende la fal
sedad de todos los enunciados falsos es, igualmente, idéntico para todos ellos (y diferente, por supuesto, de lo ante
rior). Esta cuestión, sin embargo, no afecta a la discusión de este capímlo. •
iL
228 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
cación, ACF permite rechazar esta tesis; pues, com o se recordará (VI, § 2),
ACF puede cosstruirse utilizando exclusivamente nombres propios (recuérde
se el ejemplo de Pedro, ‘Londres’ y ‘London’). La posibilidad de un argumento
como ACF no depende del tipo de término singular que utilizamos, sino sólo
de la objetividad de las referencias.
Lo que acabamos de apreciar es que, en el marco específicamente lin
güístico que ahora estamos considerando, ACF elabora una de las dos caracte
rísticas de las relaciones intencionales, a saber, su intensionalidad (III, §1). (1)
y (2) están relacionados con el mismo objeto intencional; pero son cognosciti
vamente diferentes, por lo que su objeto intencional no puede servir, por sí
solo, para identificar la proposición que expresan. Más concretamente (dado
que las proposiciones estás sistemáticamente construidas a partir de sentidos
pertenecientes a diferentes categorías), la “parte” del objeto intencional apor
tada por el término singular (su referencia) no puede servir para identificar la
intuición expresada por esos términos singulares, los sujetos gramaticales de
(1) y (2). Aunque los sujetos gramaticales son sustituibles salva veritate, no
son sustituibles salva significatione^
Al sostener que las referencias usuales de las palabras — como el Mont-
Blanc o Flaubert— no pueden ser una parte componente de los pensamientos,
pues, Frege defiende que no se puede identificar la intuición que el sujeto de
(1) aporta al pensamiento expresado por esa oración con Flaubert; y ACF
muestra por qué. Sin embargo, parece que Frege asevera algo más; él quiere
concluir que las referencias no tienen ningún papel en la especificación de los
pensamientos, ni por tanto en la de las intuiciones que forman parte de ellos.
¿Qué puede querer decir esto? ¿Qué significa que las referencias no tengan
ningún papel en la identificación de los sentidos? Mi propuesta interpretativa
desarrolla la ya avanzada en IV, § 2. Lo que significa es que las referencias,
los objetos intencionales de los enunciados, desempeñan un papel accidental
en la especificación de los contenidos proposicipnales, en el sentido en el que
Federico Martín Bahamontes parece desempeñar un papel accidental en la
especificación del significado lingüístico de ‘el primer español en ganar el Tour
de Francia’. Los sentidos (intuiciones y conceptos) son puramente internos, en
cuanto que son especificables sin indicar para hacerlo corai (IB, § 2), ningu
na entidad objetiva constituyente de acaecimientos.
Supongamos que dos individuos profieren ‘el primer español en ganar el
Tour de Francia nació en Toledo’, el uno en el mundo real, el otro en una cir
cunstancia imaginaria en que Federico Martín Bahamontes sufrió una caída
4. Técnicamente, se aplica el término ‘intensional’ a contextos lingüísticos en los que expresiones que en con
textos usuales (VI, § 3) son intercambiables salva veritate no lo son. Así, son intensionales los contextos indicados
por los puntos suspensivos en ‘Víctor cree que ... ’ y en ‘es necesariamente verdadero que ... ’. ( ‘es necesariamente
verdadero que el lucero vespertino sea visible al atardecer' es verdadero, pero ‘es necesariamente verdadero que el
lucero del alba sea visible al atardecer’ es falso.) Mi uso de ‘intensional’ aplicado a las relaciones intencionales no es
meramente analógico, sino que puede definirse en términos de este sentido técnico. Estas relaciones son intensiona
les porque una expresión lingüística que pretenda identificar su contenido proposicionai (como ‘decir que’) crea un
contexto iniensional, en el sentido que acabamos de explicar.
B
fe:' FREGE,'RUSSELL Y LAS-PROPOSICIONES SINGULARES 229
m
que le impidió ganar el Tour de 1959, de modo que fue en realidad Luis Oca
ña el primer español en ganar el Tour. En ese caso, el primero dice la verdad,
el segundo dice algo falso. Pero esta diferencia no conlleva, por- sí sola, que
los dos individuos estén hablando lenguajes diferentes. Por todo lo que hemos
dicho, podrían estar utilizando las mismas palabras con los mismos significa
dos.L a tesis de Frege, según la presente propuesta interpretativa, es una gene
ralización de esta idea. Basta para que dos individuos que aseveran el mismo
enunciado estén hablando el mismo lenguaje que sus enunciados expresen el
mismo pensamiento fregeano, que las partes del enunciado expresen los mis
mos sentidos. Las referencias son lingüísticamente accidentales, en cuanto que
dos individuos pueden estar utilizando las mismas palabras con los mismos
significados lingüísticos, incluso si (por “habitar” diferentes situaciones, reales
o imaginarias, donde ios acaecimientos realmente sucedidos difieren) las refe
rencias de sus palabras son diferentes, e incluso si, a consecuencia de ello, los
valores veritativos de los enunciados que aseveran difieren. Las referencias no
son un componente esencial del significado.
Ahora bien, ACF no basta para concluir esto, pues la única conclusión que
podemos extraer válidamente del mismo es que no se puede identificar refe
rencias e intuiciones (como Russell pretende, cuando la referencia ha sido
aportada al discurso por un nombre propio). Nada en ACF nos obliga a con
cluir que las referencias de los términos singulares en (1) y (2) no puedan inter
venir esencialmente en la individuación de los pensamientos que esos enun
ciados expresan. ACF sólo requiere que no sean sólo las referencias objetivas
las que intervengan en los pensamientos como los constituyentes aportados por
los términos singulares. Dicho de otro modo, ACF nos lleva a concluir que las
entidades en que piensa Frege como sentidos de los términos singulares son
necesarias para determinar la naturaleza de los pensamientos expresados; pues
son ellas las que distinguen (1) y (2). Pero ACF, por sí solo, no permite con
cluir que esas entidades sean suficientes', y es esto lo que Frege pretende
concluir, al sostener que las referencias “no pueden ser parte componente” de
ios pensamientos. Sería consistente con ACF sostener que las referencias
de los términos singulares, además de los sentidos fregeanos, intervienen en la
especificación de los pensamientos expresados.
Digamos que un sentido en general, o, más específicamente, una intuición
(el componente de un pensamiento como el expresado por (1) aportado por el
término singular) mixta o russelliana cuando es necesario, para especificar
de qué intuición se trata, hacer mención expresa a referentes fregeanos (es
decir, entidades “objetivas” en el sentido expuesto en II, § 3). Y digamos que
es puramente conceptual ofregeana si no lo es. Si algunas palabras expresan
intuiciones mixtas, no basta que dos individuos asocien los mismos sentidos
a las mismas expresiones para que estén utilizando el mismo lenguaje: tam
bién las refencias deben ser las mismas. Sí bastaría, si los sentidos de todas
las palabras fuesen puramente conceptuales. En estos términos, lo que hemos
visto es que ACF es compatible con que las intuiciones sean mixtas; mientras
que Frege (según la interpretación que estoy proponiendo de la metáfora de
23Ó LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
c™ p S “ =“ “ ““ “0 “ ‘
Tanto si concluimos que los sentidos pueden ser mixtos, com o si resultan
ser p u r ^ e n te conceptuales, han de tener - e n vista del argumento de F r e S
que. justifica la distinción entre sentido y referencia— ciertas propiedades que
conviene enunciar explícitamente. Se trata de las siguientes: (i) carácter p Z -
dicativo (n) mtersubjetividad y (iii) diafanidad cognoscitiva ^
(1) Carácter predicativo. El sentido de un término singular es un modo de
dentificar la referencia, de definirla; para ello, debe involucrar una caracteris-
üca, aspecto, o propiedad distintiva de la presunta referencia. Dicho en téimi-
nos lingüísticos, una expresión capaz de expresar este elemento del sentido de
un tenuino singular debe ser, lógicamente, un predicado. Esto puede r e l l í
paradójico dado que ios sentidos individualizan las referencias; pero un poco
de reflexión muestra que no lo es: ‘menor número prímo’, o ‘saíélfie d eía
na" y- embargo, permiten individualizar objetos La nece
| d a d de tmntemplar entidades con esta primem ca r a cter ístL a t d íh
.. t i fregeana, popularizada por Quine: ninguna entidad sin
denudad. No cabe atnbuir a un sujeto pensamientos acerca de un objeto deter-
minado, a menos que ese individuo sea capaz de distinguirlo de otrís- y para
ello, debe conocer propiedades que identifican a ese objeto ’ ^
(11) Intersubjefmdad. Frege insiste en que ios pensamientos (y por consi
ef oto
«uiente, los sentidos que los componen) .son comunicables: un individuo pue
de cm ocer. sin genero de dudas, el pensamiento expresado por Una
justificac on para esto puede derivarse de la discusión sobre carácter con
vene,onal del lenguaje al final de IV, § 2. Obsérverse que ia teoría del disc^r'
so indirecto de Frege presupone la intersubjetividad de los sentidos. D e acuer-
do con esto teona, cuando atribuyo a otro un pensamiento, o cuando expreso
e( contenido de sus palabras, con las mías me refiero al sentido de las suyas
¿Como podrían los términos que un sujeto utiliza en contextos indirectos p^ara
atribuir actitudes preposicionales a otros sujetos tener una referencia deJnni-
nada SI - d e acuerdo con la teoría de Frege— esas palabras en esos contextos
Significan sentidos, pero los sentidos de las palabras de un individuo no fue-
s n accesibles a otros? La referencia de una expresión depende de las propó
sitos comunicativos de quien la profiere, según venimos suponiendo con Fre
ge. mas un sujeto no podría tener las intenciones requeridas por la teoría del
introducidos por
ACF, para dar cuenta del valor cognoscitivo de las oraciones Bas
que un sujeto capaz de conocimiento pueda razonablemente adoptar actí-
FREGE, RUSSELL Y LAS PROPOSICIONES'SINGULARES 23 r
tar uno pero no el otro (o recibir información al aceptar uno pero no al acep
tar el otro, etc.):
5. Los internistas contemporáneos (como Jerry Fodor en “‘Methodological Solipsism Considered as a Rese
arch Strategy in Cognitive Psychplogy” y en Psicosemántica, o como Hartry Field en “Logic, Meaning and Concep
tual Role” y en “Mental Representation”), advertidos de ios poderosos argumentos en contra de la utilidad de las
vivencias para construir una teoría internista que examinaremos a partir del capítulo undécimo, hacen propuestas apa
rentemente internistas y aparentemente ajenas a las sensaciones. Tales propuestas son, en sí mismas, irremediable
mente vagas: dejan sin respuesta casi todas las preguntas que podemos formular. (Véase, a este respecto, los siguien
tes trabajos de R. Stalnaker: “Narrow Content” y “How to Do Semantics for che Language of Thoughl”.) Si produ
cen la impresión de comprensión, es, me temo (aquí hablo sólo por experiencia propia), porque en último extremo se
tiene en mente una concepción análoga a la de Locke.
240 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
que han sido de hecho utilizadas (es por eso que son expresiones deícticas o
indéxicas).
Algo similar cabe decir respecto de los nombres propios. Una fábula me
permitirá sugerir una explicación plausible de su función en el lenguaje om i
tiendo una discusión teórica —Hjue habría de ser más larga y compleja de lo
que es apropiado aquí. A y B son biólogos que tienen a su cargo el seguimiento
de una población de focas. Si, cuando desean comunicarse proposiciones acer-
ca de focas determinadas, hubieran de invocar para identificarlas las caracte-
nsticas que Ies vienen más fácilmente a las mientes, se verían sin duda en gra
ves apuros. Aseveraciones tales como ‘la foca grande con la piel moteada de
azabache y el hocico enorme está enferma’ difícilmente permitirían transmitir
una proposición acerca de una foca determinada, en contra de las intenciones
del hablante. Recurrir a deícticos, por otro lado, no es generalmente posible
porque en las ocasiones en que A y B deben transmitirse información no siem
pre resulta suficientemente prominente la foca de la que quieren hablar. Una
solución es introducir características tan diáfanas cognoscitivamente para A y
B como la^ que inútilmente se invocan en la tentativa anterior (el color el
tamaño, la enormidad del hocico, etc.), que, como ellas, sean poseídas’ de
manera suficientemente estable con independencia del contexto de uso, pero
que, a diferencia de ellas, sean realmente individuativas (al menos en la situa
ción en que A y B se comunican). Pueden, por ejemplo, poner una etiqueta con
un adjetivo cardinal a cada foca — un adjetivo diferente para cada una— ase
gurándose de que las etiquetas permanezcan adjuntas a la foca con ellas ini-
cialmente etiquetada. ‘1.235 está enferma’ sirve ahora sin dificultad para trans
mitir un pensamiento definido. El término singular ‘1.235’ tiene com o refe
rencia en el lenguaje que A y B utilizan una foca determinada; la intuición
puramente conceptual asociada con el término es algo así co m o /o ca etiqueta
da con un ejemplar de la expresión-tipo ‘1.235’. Si esta parábola recoce los
elementos centrales de la función de los nombres propios en el lenguaje natu
ral, cabe concluir (apoyándonos en la lógica de las parábolas) que el sentido
fregeano del sujeto de (1 ) sería persona “etiquetada” con un ejemplar de la
expresión-tipo 'Gustave Flaubert’
Supuesto que una explicación que siga las líneas sugeridas en la parábola
7. Etiquetar a una persona es algo mucho más complicado que etiquetar a una foca; queremos aludir con
ese tennmo a practicas tan complejas y tan diversas como e! bautismo, la inscripción de un nombre en registros ecle-
siales o jundicos, la introducción y el uso de moles, apelativos familiares, etc. En el caso de las calles, cines o luga
res geográficos, las practtc.is a que aludimos con ‘etiquetar’ son más afines a las ilustradas con la parábola, pero inclu
yen también la existencia de mapas, guías, etc., en las que reaparecen las “etiquetas". La virtud principal de la pará-
bo a es precisamente la de aliorramos ¡a difícil tarea de proporcionar una descripción precisa de los aspectos rele
vantes de estas pracücas. Lo común a todas ellas (lo esencial de la institución de los nombres propios si la concep
ción aquí sugerida es correcta) es esto: el objetivo de etiquetar es hacer que los objetos a que queremos referimos
adquieran y mantengan, gracias al eliquetaje, una propiedad disúntiva, intersubjetivamente accesible y cognoscitiva
mente diafana. La propiedad en cuesuón es linguísüca; la posibilidad de darle este uso peculiar a ios s ig m j reouiere
por constgu,ente la existencia independiente de la institución del lenguaje. Si la referencia a particulares es esencial
institución del lenguaje (como yo creo que es), entonces los nombres propios no pueden ser el único mecanismo
8. En el caso de los nombres propios más usuales, lo que ocurre más bien es que está ausente la necesidad
de evitar ambigüedades (dado que nunca dos miembros de diferentes “comunidades” de usuarios de un nombre pro
pio precisan hablar de los respectivos referentes), o, simplemente, que se confía a la manifestación contextúa! de las
intenciones del hablante la eliminación de la ambigüedad cuando esa necesidad surge.
234 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
‘Vulcano’, que, situado entre Mercurio y el Sol, causaba tales alteraciones.' Súr
embargo, las anomalías que llevaron a conjeturar la existencia de Vulcanotaoi
las causaba ningún planeta, sino la incorrección de la teoría newtoniana.tóíscáá
(5) Vulcano tiene la más corta órbita entre los planetas del Sistema Solar..
(5) contiene una expresión sin referencia; no existe objeto alguno, asocia-;
do con ‘Vulcano’, por relación al cual podamos evaluar la verdad o falsedad
de (5). Por esa razón, según Frege, (5) carece de valor veritativo; no es verda
dero ni falso. Sin embargo, (5) no es en absoluto asimilable a esos enunciados
__¿el tipo de los que componen el poema-galimatías ‘Jabberwocky’ en Alicia
a través del espejo— que contienen expresiones sin ningún sentido. (5), en opi
nión de Frege, tiene perfecto sentido. El monismo semántico produciría aquí
una paradoja. El pluralismo de Frege le permite disolverla; aunque ‘Vulcano’
no tiene de hecho referencia, sí tiene sentido. No hay nada extraño, según él,
en que un conjunto de características individuativas en realidad no identifique
nada. Puede apreciarse la similitud de este argumento secundario con respecto
a las consideraciones de Locke basadas en las alucinaciones.
Lo interesante de este argumento es que nos permite elaborar razones de
las que sí parece seguirse que la identificación de los sentidos no debe depen
der de las referencias objetivas; es decir, que las referencias no son “parte com
ponente” de los pensamientos. Un usuario competente del lenguaje no es capaz
de distinguir la proposición que entiende cuando oye (5) de la que entiende
cuando oye (1) o (2). Parece, por consiguiente, que “lo” que capta debe tener
la misma “naturaleza”. D e acuerdo con una teoría que postulase intuiciones
mixtas, russellianas, sin embargo, las proposiciones expresadas por (1) y (2) no
puedeti ser más diferentes a la expresada por (5); las primeras incluyen intui
ciones mixtas, y, por consiguiente, la referencia; en el caso de la segunda, no
hay referencia alguna que pueda jugar ese papel. (Una teoría russelliana sería
análoga a la propuesta extemista que bosquejamos en III, § 3, para estados per-
ceptuales.) La razón última por la que las referencias no pueden ser “parte” de
los pensamientos (es decir, según la interpretación que ofrecimos, la razón por
la que las referencias deben desempeñar un papel meramente accidental en la
individuación de los sentidos) está en estas consideraciones a partir de fali
bilidad de las relaciones intencionales. Pues lo que un hablante competente
comprende cuando oye o profiere un enunciado es, en sus aspectos esenciales,
el significado del enunciado. Las referencias, pues, no pueden nunca ser un
componente esencial del significado. Pues, precisamente porque las referencias
son esencialmente objetivas, el caso de Vulcano podría darse a propósito de
cualesquiera referencias,
A mi juicio, hay que buscar en estas consideraciones el verdadero argu
mento de Frege para su afirmación de que el Mont-Blanc, con todas sus nie
ves, no es parte componente de ningún pensamiento. En virtud de ellas, su teo
ría del significado es internista exactamente en el sentido en que lo era la de
Locke (definido en El, § 3, y IV, § 2). Los aspectos objetivos, externos (la refe
236 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
S ilW 6. Cf. i. Perry, “Frege on Demonstratives” y “The Problera of the Esséntial Indexical .
238 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
que han sido de hecho utilizadas (es por eso que son expresiones deícticas o
indéxicas).
Algo similar cabe decir respecto de los nombres propios. Una fábula me
permitirá sugerir una expiicación plausible de su función en el lenguaje om i
tiendo una discusión teórica — que habría de ser más larga y compleja de lo
que es apropiado aquí. A y B son biólogos que tienen a su cargo el seguimiento
de una población de focas. Si, cuando desean comunicarse proposiciones acer J
ca de focas determinadas, hubieran de invocar para identificarlas las caracte T*
rísticas que les vienen más fácilmente a las mientes, se verían sin duda en gra
ves apuros. Aseveraciones tales como ‘la foca grande con la piel moteada de
azabache y el hocico enorme está enferma’ difícilmente permitirían transmitir
una proposición acerca de una foca determinada, en contra de las intenciones
del hablante. Recurrir a deícticos, por otro lado, no es generalmente posible,
porque en las ocasiones en que A y B deben transmitirse información no siem
pre resulta suficientemente prominente la foca de la que quieren hablar. Una
solución es introducir características tan diáfanas cognoscitivamente para A y
B como las que inútilmente se invocan en la tentativa anterior (el color, el
tamaño, la enormidad del hocico, etc.), que, como ellas, sean poseídas de
manera suficientemente estable con independencia del contexto de uso, pero
que, a diferencia de ellas, sean realmente individuativas (al menos en la situa
ción en que A y B se comunican). Pueden, por ejemplo, poner una etiqueta con
un adjetivo cardinaTa cada foca — un adjetivo diferente para cada una— ase
gurándose de q ü eías etiquetas permanezcan adjuntas a la foca con ellas ini
cialmente etiquetada. ‘1.235 está enferma’ sirve ahora sin dificultad para trans
mitir un pensamiento definido. El término singular ‘1.235’ tiene como refe
rencia en el lenguaje que A y B utilizan una foca determinada; la intuición
puramente conceptual asociada con el término es algo así como foca etiqueta
da con un ejemplar de la expresión-tipo ‘1.235’. Si esta parábola recoge los
elementos centrales de la función de los nombres propios en el lenguaje natu
ral, cabe concluir (apoyándonos en la lógica de las parábolas) que el sentido
fregeano del sujeto de (1") sería persona “etiquetada” con un ejemplar de la
expresión-tipo ‘Gustave Flaubert’.^
Supuesto que una explicación que siga las líneas sugeridas en la parábola
7. "Etiquetar" a una persona es algo mucho más complicado que etiquetar a una foca; queremos aludir con
ese término a prácticas tan complejas y tan diversas como el bautismo, la inscripción de un nombre en registros ecle-
siales o jurídicos, la introducción y el uso de motes, apelativos familiares, etc. En el caso de las calles, cines o luga
res geográficos, las prácticas a que aludimos con 'etiquetar' son más afines a las ilustradas con la parábola, pero inclu
yen también la e.'dstencia de mapas, guías, etc., en las que reaparecen las “etiquetas''. La virtud principal de la pará
bola es precisamente la de ahorramos la ditícil tarea de proporcionar una descripción precisa de los aspectos rele
vantes de estas prácticas. Lo común a todas ellas (lo esencial de la institución de los nombres propios, si la concep
ción aquí sugerida es correcta) es esto: el objetivo de etiquetar es hacer que los objetos a que queremos referimos
adquieran y mantengan, gracias al etiquetaje, una propiedad distintiva, intersubjetivamente accesible y cognoscitiva
mente diáfana. La propiedad en cuestión es lingüística; la posibilidad de darle este uso peculiar a los signos requiere,
por consiguiente, la existencia independiente de la institución del lenguaje. Si la referencia a particulares es esencial
a la institución del lenguaje (como yo creo que es), entonces los nombres propios no pueden ser el único mecanismo
para ello, ni tampoco el más básico. (Los deícdcos y las descripciones definidas son las expresiones apropiadas para
cumplir ese papel, a mi juicio.)
FREGE, RUSSELL Y LAS PROPOSICIONES SINGULARES 239:
»
m sea correcta, resulta patente que la intuición puramente conceptual convenció*
nalmente asociada a un nombre propio, que sirve de modo de presentación de
la referencia, es tan poco capaz de determinarla como lo es la de una expresión
deíctica. A sí lo muestra esta ampliación de nuestra parábola; sucede que dos
comunidades distintas de biólogos han dado con la misma idea para comuni
carse información, instrucciones, etc., acerca de las diferentes poblaciones de
focas de que, respectivamente, se cuidan. Ignorantes de la existencia de la otra
comunidad, cada una ha iniciado su serie de etiquetas a partir del primer nume-
ral.8 Cuando se profiere ‘1.235 está enferma’ en una y otra comunidad, la refe
rencia de ‘1.235’ es distinta, pese a ser el mismo el modo de presentación aso
ciado. Es obvio, por otro .lado, que este aspecto ulterior de nuestra parábola se
da también, análogamente, en el caso de los nombres propios cotidianos. Per
sonas “etiquetadas” con un ejemplar de ‘Gustave Flaubert’ hay, o puede haber,
más de una; por no hablar de ‘John Smith’ o ‘Manuel Pérez García’. Al igual
que ocurre con las expresiones deícticas, pues, los modos de presentación que
cabe atribuir a los nombres propios, por sí solos, no determinan la referencia;
contribuyen, ciertamente, a remitir el discurso a ella, pero sólo en conjunción
con elementos contextúales.
A lo largo de esta discusión he adoptado dos supuestos; (i) que ios modos
de presentación de los términos singulares habrían de estar asociados conven
cionalmente con los mismos; y (ii) que deben determinar un referente defini
do para las expresiones-tipo con las que están convencionalmente asociados.
Éste es el modo más natural de interpretar el segundo dedos requisitos fre-
geanos sobre los sentidos, el de intersubjetividad. Ahora bien, no es el único;
y la evidencia textual (constituida por una nota a pie de página en “Sobre sen
tido y referencia”, donde Frege considera el caso, de los nombres propios, y por
el artículo tardío “El pensamiento”, donde discute los problemas presentados
por las expresiones deícticas) sugiere que Frege podría acogerse a una de dos
soluciones al problema que hemos presentado. Una (la sugerida por la nota en
“Sobre sentido y referencia”) es abandonar el supuesto de que los sentidos
están, en el lenguaje común, convencionalmente asociados con las expresiones.
Como veremos enseguida, esta idea no es por sí sola muy prometedora. La
segunda idea es abandonar el supuesto de que son las expresiones-tipo las que
tienen referencia. Esta segunda idea, como defenderé en la sección § 4, resuel
ve la dificultad; pero parece conllevar que los sentidos no pueden ser, como
Frege quiere, internos.
En lo que resta de sección examinaré la primera posibilidad, el recurso
más usual de los partidarios de las ideas de Frege. En la nota mencionada, Fre
ge indica que el sentido de ‘Aristóteles’ podría ser el de la descripción ‘el
maestro de Alejandro Magno y discípulo de Platón’. La idea aquí implícita es
8. En el caso de los nombres propios más usuales, lo que ocurre más bien es que está ausente la necesidad
de evitar ambigüedades (dado que nunca dos miembros de diferentes “comunidades" de usuarios de un nombre pro
pio precisan hablar de los respectivos referentes), o, simplemente, que se confía a la manifestación contextual de las
intenciones del hablante la eliminación de la ambigüedad cuando esa necesidad surge. ' - ‘- '
240 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
(6) Un ciudadano español cuyo D.N.I. tiene un número primo de siete dígiy
tos es portador del virus Ebola. ;F
to, su supuesta referencia.^ A primera vista, resulta difícil admitir esta tesis de
Russell; mientras que quien usa un n deja abierta la posibilidad de que' haya
más de un individuo que caiga bajo tt, no ocurre lo másmo con quien usa el iz.
Esto produce la impresión de que ninguno de los dos criterios para la genera
lidad de un contenido arroja el resultado esperado por Russell en el caso de (7)
y, por tanto, que Frege tenía razón al clasificar (7) junto a (1), (!') y (1"),
Correctamente expuesto, como veremos, el argumento de Russell no depende
en último extremo de esta cuestión. Podemos aceptar que, en cierto sentido, (7)
expresa un pensamiento singular, y defender sin embargo que (1), (V) y (1")
expresan pensamientos singulares de otro tipo; la objeción de Russell, presen
tada en términos menos polémicos, es entonces que las ideas de Frege impi
den dar cuenta de esta diferencia.
Obsérvese que la intuición que constituye el sentido del sujeto de (7) eS
puramente conceptual, como Frege sostiene que deben ser las intuiciones.
Quien emite (7) conoce de la referencia del término singular únicamente una
serie de características individuativas: su número de D .N .I, que se trata de un
ciudadano español. Es razonable pensar que esas características generales, en
este caso, determinan unívocamente la referencia del término. Esas caracterís
ticas constituyen también lo único que es preciso saber para entender el enun
ciado, y por lo tanto para conocer la referencia del término general. Digamos,
por tanto, que quien comprende cabalmente (7) comprende una proposición
singular en sentido fregeano', y que la capacidad de entender (7) requiere la
capacidad de conocer un objeto en sentido fregeano. Las proposiciones singu
lares así comprendidas son proposiciones singulares fregeanas. Enunciada cau
tamente, entonces, la crítica de Russell es que hay otros modos de comprender
proposiciones singulares — ilustrado por (1), (!') y (1")— que comprenderlas
en sentido fregeano, y otros modos de conocer objetos que conocerlos en sen
tido fregeano. Es para dar cabida en nuestra teoría semántica a esos otros
modos de comprender proposiciones singulares y de conocer objetos que
hemos de incorporar proposiciones con intuiciones mixtas, de las que el Mont-
Blanc, con todas sus nieves, podría bien ser un constituyente. Las intuiciones
puramente conceptuales son sólo apropiadas para dar cuenta de lo que cono
cemos cuando conocemos proposiciones singulares en sentido fregeano. Deno
minaremos en lo sucesivo proposiciones russellianas a esas proposiciones
heterogéneas, que incluyen intuiciones mixtas.
9. Dada su tesis según la cual la distinción entre sentido y referencia se aplica a las descripciones pero no a
los nombres propios, Russell sostendría lo mismo para (l), y para cualquier enunciado que incluya una descripción;
también (l) expresa una proposición con contenido general. Esta cuestión se discutirá por extenso en el próximo capí
tulo. Como allí se verá, nada de lo dicho en el texto se opone, estrictamente, a la opinión de Russell sobre la gene
ralidad del contenido de (l). Todo lo que sostenemos es que, proferidos en los contextos exiralingüístic'os que se han
descrito, ( l) expresa un pensamiento singular mientras que (7) expresa un pensamiento general. Pero éste puede ser
un fenómeno pragmático, compatible con la tesis de que semánticamente, (l), al igual que (7), expresa un pensamiento
general. (En rigor, también (6) puede usarse, en un contexto distinto de aquel en el que se ha propuesto, para expre
sar un pensamiento singular. Un contexto así sería uno en que el fundamento epistémico del hablante que profiere (6)
sólo puede ser su conocimiento de una persona concreta con el virus Eboití.)
WMi
p¡|
i8 ü utilizada en aquél. Las propiedades intrínsecas a que se apela en el principio
reductivo de identidad de los indiscernibles pueden ser las más recónditas.pro
piedades, ajenas incluso a las investigación científica más avanzada; mientras
iit
v tm
l que las propiedades intrínsecas que pueden configurar intuiciones puramente
conceptuales fregeanas han de ser intersubjetivas, es decir, compartidas por los
usuarios competentes del lenguaje, y cognoscitivamente diáfanas, es decir, pro
piedades manifiestas para los usuarios de los términos singulares, inmediata
mente reconocibles por ellos.
Parece claro, pues, que incluso si el principio reductivista de identidad de
los indiscernibles fuese verdadero, no existiría tampoco ninguna garantía de
que las intuiciones fregeanas basten para individualizar objetos. Si los objetos,
las referencias de nuestros términos singulares, son verdaderamente objetivos,
¿cómo podemos esperar individualizarlos mediante modos de presentación fre
geanos? Si hubiéramos de estipular un “lenguaje perfecto” de acuerdo con los
designios de Frege, ¿qué características podríamos asociar con el nombre pro
pio ‘Flaubert’, que constituyan una intuición puramente conceptual e identifi
quen a su referente? ¿Huellas dactilares? Sólo tenemos una garantía práctica
de que dos personas distintas no pueden compartir las mismas huellas dactila
res. ¿Un código genético? Ocurre exactamente lo mismo. Y éstas no son, en>
absoluto, propiedades que quepa contar como cognoscitivamente diáfanas; la
cuestión es mucho más problemática si consideramos, en lugar de éstas, pro
piedades que los usuarios normales del lenguaje puedan asociar de-manerá
transparente con el n om b re‘Flaubert’. ’ ': .;!í Giuald
248 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS C O S A S
Russell remite a los nombres para poner de manifiesto esta dificultad fun
damental de la concepción fregeana de las proposiciones singulares, y nosotros
hemos añadido también los deícticos. Pero, si bien se piensa, el problema sur
ge ya con muchas de las descripciones que utilizamos con el propósito paten
te de traer al discurso una referencia definida, y (1) así lo ilustra. El sujeto de
(1) incluye un nombre propio, ‘Madame Bovary’. Imaginemos que damos una
caracterización puramente conceptual de la referencia de este término; digamos
que el modo de presentación asociado a ese término individualiza su referen
cia como una serie ordenada de los tipos de las palabras francesas que confor
man Madame Bovary. (Se trata de una propuesta totalmente implausible, entre
otras cosas porque un usuario competente de ‘Madame Bovary’ no conoce la
obra bajo ese modo de presentación, pero es lo suficientemente clara com o
para ilustrar la dificultad, y cualquier otra compatible con las exigencias de
Frege produciría los mismos problemas.) En ese caso, no tenemos ninguna
garantía de que ‘el autor de Madame Bovary’ tenga una única referencia; y no
porque la historia anteriormente imaginada sobre el fraude a propósito de Flau-
bert pueda ser correcta, sino porque en algún planeta ignoto, un extraterrestre
listo podría haber puesto, una detrás de otra y en el mismo orden, expresiones
del mismo tipo que las dispuestas por Flaubert para configurar la versión final
de Madame Bovary. (Quizás se trate de una realización fáctica de la Bibliote
ca de Babel que soñara Borges.) Que el uso de ‘el autor de Madame Bovary’
por el conferenciante en (1) determine efectivamente una referencia, con res
pecto a la que evaluar la corrección de su aseveración, estaría expuesto a este
avatar.
En un revelador pasaje de “Sobré sentido y referencia”, dice Frege: “El
sentido de un nombre propio lo comprende-todo aquel que conoce el len
guaje o el conjunto de designaciones al que pertenece, pero con ello la refe
rencia, caso de que exista, queda sólo parcialmente iluminada. Un con oci
miento completo de la referencia implicaría que, de cada sentido dado,
pudiéramos indicar inmediatamente si le pertenece o no. Esto no lo logra
mos nunca.” El pasaje muestra bien a las claras cóm o, para Frege, conocer
un objeto (comprender la proposición expresada por un enunciado con algún
término singular) es conocer características individulizadoras “inmediata
mente” asociadas por “todo aquel que conoce el lenguaje” con el nombre
que lo significa. (La inmediatez corresponde a lo que venimos denominan
do ‘diafanidad cognoscitiva’ y la segunda característica a la que; denomina
mos ‘intersubjetividad’.) Frege admite que, en cierto sentido, este conoci
miento no nos da un verdadero conocim iento del objeto; para ello haría fal
ta, per impossibile, conocer todos los conjuntos posibles de características
que individualizan a ese objeto. Pero esto no debe confundirse con una
aceptación premonitoria de la crítica de R ussell, en el sentido de que la con
cepción fregeana de las proposiciones singulares tendría por resultado que
no sabemos nada de los objetos. Por el contrario, la concesión de Frege no
es más que una manifestación más del error que Russell critica. Pues el pro
blema no está en que no podamos conocer todos los conjuntos posibles de
FREGE, RUSSELL Y LAS PROPOSICIONES SINGULARES 249:
U . Ésta es una versión paralela — para términos singulares— del argumento de Fumara para términos de
género natural presentado en IV, § 3. Es también una versión, puesta en los términos de Putnam, del argumento cen
tral de El nombrar y la necesidad, de Kripke. . - ;. ; 2
250 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
12. Existe una gran controversia sobre la interpretación correcta de las propuestas de Frége sóbre íóV'déíctí-
cos. Véase Perry, “Frege on Demonstratives”, Evans, “Undersianding Demonsiratives”, y KünneV'^‘Hybrid Proper
Ñames”. La que sigue es mi propia versión de lo que parecen ser las ideas de Frege; y la prbpuesia que se desairoiía
después sobre los nombres propios es enteramente mía; nada en los textos de Frege la s u g ie r e .- ' - ,.V
252 L A S P A L A B R A S , L A S ID E A S Y L A S C O SA S
13. Ni siquiera ‘la nieve es blanca’ es una oración eterna, según mis puntos de vista, aunque el verbo carez
ca aquí de un indéxico temporal implícito. Los términos de género natural del lenguaje común, como ‘nieve’, tienen
también un componente indéxico, análogo al de los nombres propios. Un término como ‘tigre’ podría ser utilizado en
otro planeta, asociado con los mismos rasgos observacionales vinculados a la expresión en castellano, para designar
una especie distinta de la designada por los ejemplares de lá expresión que usamos los hablantes del español. Lo que
determina una única especie como referente para nuestro término es el hecho de que asociamos esos rasgos observa
cionales a los ejemplares de la expresión-tipo que nosotros mismos usam os.'
FRECE, RUSSELL Y LAS PROPOSICIONES SINGULARES
14. ‘Knowledge by acquaiiilance’ se traduce a veces al español como conocimiento directo. Las connotacio
nes de esa traducción castellana hubiesen agradado a Russell. en la medida en que sugieren que en el caso del conoci
miento por “acquaintance” no hay conocimiento de características generales de lo conocido (es decir, sugieren que el
conocimiento por contacto de, o la familiarización con, un objeto no involucra sentidos fregeanos). En esa misma
medida, la traducción no resulta aceptiüjle cuando queremos usarlo sin presuponer esa idea.
FRECE, RUSSELL Y LAS PROPOSICIONES SINOULARES 257
tivas lo son; así se explica que una proferencia como la indicada no sea tautoló
gica, incluso en un contexto en el que (sin que el hablante lo haya advertido, por
que apuntaba en cada caso a una parte distinta de un mismo árbol extraordina
riamente grande y retorcido) los dos términos singulares refieren al mismo árbol.
Tomemos el enunciado T.235 está enferma’, proferido por A para trans
mitir cierta información a B en el contexto de la parábola sobre la naturaleza
de los nombres propios propuesta en la sección anterior. La intuición pura
mente conceptual fregeana asociada convencionalmente con el sujeto, T .235’
es objeto cuyo etiquetado con el numeral ‘1.235’ es relevante en el contexto
en que se ha emitido el ejemplar de ‘1.235’. Quizás en el contexto de profe
rencia existan otros aspectos puramente generales no asociados convencional
mente con el término, pero que también ayudan a. identificar el referente en
este uso específico; por ejemplo, que el objeto es una foca, que la-foca referi
da es una foca enferma, con una cierta apariencia, etc. Estos aspectos indivi-
duativos no identifican al referente; una comunidad encargada del estudio de
otra población de focas puede utilizar un sistema similar para referir a las
focas, y quizás la etiquetada con un ejemplar del mismo numeral esté también
enferma y tenga un aspecto parecido. Incluso si ello fuese así, el término sin
gular T .235’, en el contexto de la proferencia que consideramos, tiene una
referencia definida; porque el referente se determina en parte por relación con
el ejemplar específico utilizado en la proferencia. 13
Si bien se piensa, lo que en todos estos casos determina la referencia
— dado que los modos de presentación puramente freganos asociados sólo con
tribuyen a ello pero no son suficientes— es, pues, el hecho de que el uso del
espécimen concreto (de T .235’ o de un deíctico) que estamos considerando,
asociado con los modos de presentación indicados, se ha producido en con
tacto causal-explicativo con el referente {y no, pongamos por caso, con la foca
de la otra población) y con el propósito de producir efectos que afectan al refe
rente (y no a la foca de la otra población). El uso que se hace de T .2 3 5 ’ en la
comunidad que estamos imaginando remite al etiquetado de una foca concreta
(una relación de contacto causal), y a la satisfacción de los propósitos de los
miembros de esa comunidad relativos a la foca en cuestión — lo que requiere,
dicho sea de paso, no sólo el “bautismo” o etiquetado original, sino también,
por ejemplo, la preservación en buenas condiciones de las etiquetas.I^ Estas
complejas relaciones, aquí meramente apuntadas, sí parecen suficientes para
determinar un objeto con precisión.
15. Obsérvese que, incluso si de hecho sólo un objeto reúne las características en cuestión, eí término con
serva esa referencia definida cuando lo utilizamos para describir situaciones imaginarias en las que son otros los obje
tos que las reúnen. Esto resulta patente si consideramos afirmaciones como ésta; “ayer estuve a punto de cambiar las
etiquetas, aunque ai final no !o hice; a i.235 le hubiese correspondido ‘3.42Í' si lo hubiese hecho como pensaba”. Lo
que identifica al referente es que está etiquetado con ‘1.235’ en el mundo real, incluso cuando hablamos de situacio
nes imaginarias en que está etiquetado de otro modo. ' -
16. El artículo de Gareth Evans “The Causal Theory of Ñames” pone en cuestión el carácter casi mágico que
algunos lectores de Kripke conceden al “bautismo original” del objeto mediante el nombre, y enfatiza la impprttmeia
de las prácticas posteriores. Las referencias en el texto a los efectos que se consiguen con el uso del nómbre se hacen
atendiendo a los problemas expuestos por Evans. ... -p. , t:
258 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
17. La idea de que lo decisivo para determinar la referencia de los nombres propios es una cadena causal de
comunicación procede de Kripke; véase El nombrar y U¡ necesidad. En general, procede de esta obra la idea de la
importancia de la relación causal en los usos de términos singulares que producen proposiciones russelliMas. Ideas
análogas (defendidas por Kripke y Putnam) pueden utilizarse para jusüficar la tesis defendida en W , § 3, según la
cual la extensión de los términos de género natural está constituida por los objetos que comparten una cierta esencial
real (y no por los que comparten la esencia nominal asociada al término). En una discusión de la semántica de los tér
minos generales (que aquí hemos decidido omitir) se reproducinan muchos de los aspectos de la que hemos desarro
llado en las dos últimas secciones.
■VíA':.
íriSiiSSSSiSi i® a
5. Actitudes proposicionales d e d ic to y d e r e
18. Véase Searle, Intencionalüiad, y Lewis, “Altitudes Díf Dicío and De Se".
FREGE, RUSSELL Y LAS PROPOSICIONES SINGULARES 261
Frege explica este dato empírico, por analogía con lo que ocurre en con
textos directos (los mismos términos tampoco son intercambiables salva veri
tate en (10)), sosteniendo que en contextos indirectos las palabras modifican
su referencia, al igual que lo hacen según él en contextos directos: sólo que,
mientras en los segundos pasan a significarse a sí mismas, en contextos indi
rectos pasan a tener como referencia lo que en contextos usuales es su sentido.
(12) Raúl cree que #3x(x es ciudadano americano A X es portador del virus
Ebola)# •
(13) 3x(x es ciudadano americano a Raúl cree que #x es portador del virus
Ebola#)
19. Este es el sentido técnico de ‘intensionalidad’, cuyas relaciones con el sentido que aquí hemos venido
dándole al término se expusieron anteriormente, en la nota 4 de este capítulo.
264^ LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
20. Como dice I. Hacking {Representin^ and Intenenins), “si puedes rociarlos, existen”. La mejor prueba de
la existencia de entidades teóricas la tenemos cuando las usamos, particularmente para fines insospechados cuando se
introdujeron. Que podamos “bombardear” experimenlalmente cuerpos con electrones quita sustancia efectiva a las
dudas escépticas sobre la existencia de electtones.
FREGE, RUSSELL Y LAS PROPOSICIONES SINGULARES 265:
§ 2. (El ejemplo es del propio Kripke.) Un principio plausible y básico que uti
lizamos para atribuir a un sujeto actitudes preposicionales es el siguiente: Si S '
acepta la verdad de una proposición que él expresa con el enunciado de su len-‘
guaje a, si tenemos además las mejores razones disponibles para pensar'que S
es sincero, entiende perfectamente bien a, etc., y si el enunciado de nuéstfo.
lenguaje p ofrece una buena traducción del contenido proposicional aceptado
por S, entonces la siguiente atribución de actitud proposicional, expresada en
nuestro lenguaje, es verdadera: S cree que p. Ahora bien, com o se recordará,
Pedro acepta (con sinceridad, entendiendo lo que dice, etc.) las proposiciones
que él expresaría así: (i) ‘Londres tiene parajes lindos’, y (ii) ‘London no tie
ne parajes lindos’. La mejor traducción de (i) a nuestro lenguaje la ofrece ese
mismo enunciado; y la mejor traducción de (ii) a nuestro lenguaje la ofrece
‘Londres no tiene parajes lindos’ (pues la ciudad a la que Pedro quiere refe
rirse con ‘London’ no es otra que Londres). De modo que, sobre la base del
poco discutible principio anterior, parece que hemos de aceptar la verdad de
‘Pedro cree que Londres tiene parajes lindos’ y también la de ‘Pedro cree que
Londres no tiene parajes lindos’. Es decir, hemos de atribuir a Pedro creencias
contradictorias. Pero esto parece absurdo; Pedro no parece hallarse en la inin
teligible condición de quien cree a la vez que hay vida en Marte y que no la
hay. Su tesitura puede muy bien ser la nuestra, a propósito de otros objetos;
¿hemos de creer de nosotros mismos sólo por eso que tenemos opiniones con
tradictorias? La situación es aún peor. Pues un principio que también utiliza
mos generalmente es éste: es válido inferir de S [act. prop.] que no o lo
siguiente: S no [act. prop.] que a. Así, si es verdad ‘Sergi cree que no hay vida
en Marte’, también lo es ‘Sergi no cree que haya vida en Marte’. Según este
principio, ‘Pedro cree que Londres no tiene parajes lindos’ implica ‘Pedro no
cree que Londres tenga parajes lindos’. Y ahora somos nosotros, no sólo Pedro,
los que nos contradecimos: principios aparentemente razonables nos llevan a
mantener a la vez ‘Pedro cree que Londres tiene parajes lindos’ y ‘Pedro no
cree que Londres tenga parajes lindos ’ .21
Este es un argumento serio, y su cauta conclusión debe sin duda ser acep
tada. Pisamos un terreno resbaladizo, en el que las intuiciones lingüísticas no
tiene una validez apodíctica. Por lo demás, (como ilustramos en el segundo
capítulo mediante el examen pormenorizado de las teorías de las citas), ésta
debería ser nuestra actitud en general hacia los datos empíricos para las teo
rías lingüísticas, si las tesis metodológicas que vengo defendiendo desde la
introducción sobre la semántica y la filosofía son válidas. Las intuiciones lin
güísticas desempeñan exactamente el papel de los datos empíricos en la cien
cia; y, como es familiar a estas almras para todo el mundo, las teorías intere
santes no se atienen ciegamente a los datos empíricos, sino que están legiti
madas incluso para corregirlos drásticamente.
Hemos ofrecido abundantes razones para no aceptar la conclusión millia
na; tampoco las intuiciones que manifiestan la existencia de atribuciones de re
Todos los términos que aparecen dentro de las “comillas para mencionar
sentidos” refieren ahora a sentidos, como debe ser el caso según la teoría fre
geana del discurso indirecto. La presencia de una variable que “varía” sobre
sentidos (y debe ser sustituida, al aplicar las reglas semánticas para la cuanti-
ficación de VI, § 6, por pseudo-nombres que refieran a sentidos) ligada a un
cuantificador existencial pone de manifiesto la relativa ignorancia con que el
hablante se representa a sí mismo en cuanto al componente en cuestión del
pensamiento de Julia. El término ‘la amante de su marido’ aparece ahora en
una posición perfectamente extensional, y la referencia explícita a la relación
de “significación natural” entre el sentido indefinido y el objeto real pone de
relieve la manera oblicua mediante la que el hablante caracteriza ese sentido:
sólo dice de él que es un sentido que, a través del “contacto” con su compo
nente concreto, presenta a Julia a quien de hecho es la amante de su marido.
En los mismos términos, el contenido de los otros dos ejemplos que hemos
ofrecido en esta sección de atribuciones de re podría ser representado, de
manera enteramente compatible con la teoría fregeana del discurso indirecto,
en los siguientes términos:
(18) 3 a (Pedro cree que # a tiene parajes lindos a a no tiene parajes lin
dos# A A(a, Londres)).
Por otro lado, si bien, en virtud del principio arriba indicado, que permite
pasar de “cree que no” a “no cree”, (17) implica (20), (16) y (20) no son en
absoluto contradictorios, exactamente por la misma razón que no lo son
‘alguien bailó con Pau’ y ‘alguien no bailó con Pau’:
23. Dudo, sin embargOv de que la conclusión pretendida en último extremo por Kripke (en contraste con la
explícitamente defendida por él) sea tan modesta. La impresión que uno tiene es que Kripke sí desea defender indi
rectamente la concepción milliana.
■
sentidos de nombres propios e indéxicos, con las aparentes excepciones que las
atribuciones de re constituyen para la teoría fregeana del funcionamiento
semántico de las expresiones en contextos indirectos (VI, § 3). Adoptando una
idea de Kaplan, y partiendo de la propuesta que se había efectuado previamente
para acomodar los términos singulares en un marco fregeano, hemos indicado
cómo podría mantenerse el supuesto fundamental fregeano de que las actitu
des son siempre de dicto (§5).
Los textos originales cuya lectura es recomendable para la reflexión sobre
los temas discutidos en este capítulo son los siguientes. Para la discusión
sobre términos genuinamente referenciales en §§ 1-3: Saúl Kripke, “Identidad
y Necesidad”, y El nombrar y la necesidad — seguramente la obra más pro
funda e influyente sobre los temas de que sé ocupa este libro elaborada des
pués de las Investigaciones filosóficas de Wittgenstein— , y John Searle, “Nom
bres propios y descripciones”. Para la noción de proposición- singular russe-
lliana (§3): Bertrand Russell, “Conocimiento directo y conocimiento por des
cripción”. Para contrastar la propuesta de § 4 puede verse “Demonstratives”,
de Kaplan, los trabajos de Perry “Frege on Demonstratives” y ‘T h e Problem
o f the Essenti'al Indexical”, y The Varieties of Reference, de Gareth Evans. Este
último es un libro muy difícil, pues la temprana muerte de su autor le impidió
dejarlo preparado para su publicación. Los puntos de vista hacia los que se
inclina este trabajo son casi siempre los de Evans. La teoría de los nombres
propios bosquejada en §§ 2 y 4 está inspirada en la ofrecida por Evans en el
capítulo 11 de esa obra, aunque no coincide enteramente con ella.
Sobre el análisis del discurso indirecto (§ 5), los dos clásicos necesarios
son “Cuantificadores y Actitudes Preposicionales”, de Quine, y “Cuantifica-
ción, creencia y modalidad”, de Kaplan.
C apítulo VIII
Vn, 1,En los meses posteriores a la redacción del texto citado al comienzo de
§ Russell llegó al convencimiento de que la teoría de Frege (o, mejor
dicho, su propia versión de la misma, en la que sólo las descripciones defini
das tienen sentido y referencia) produce dificultades insuperables. Las presun
tas dificultades (que, en palabras de Russell, hacen de la teoría fregeana un
“enredo inextricable”) conciernen a la posibilidad de que el sentido de una
expresión sea en algunos casos su referencia (posibilidad de la que depende la
teoría fregeana del discurso indirecto, y con ello uno de los aspectos más atrac
tivos de la distinción). Russell trató de explicar la naturaleza del “enredo inex
tricable”, sin ningún éxito, en un pasaje extremadamente oscuro de “Sobre la
denotación” (de lo que no cabe duda es de que el pasaje mismo es un “enredo
inextricable”), al final del cual concluye que la distinción “ha sido, en su tota-
LA TEORÍA DE LAS DESCRIPCIONES DE RUSSELL
27S
dúos del dominio del discurso contemplado (las personas que han podido
entrar en la tienda ese día, pongamos por caso), al menos uno es cliente, y se
ha marchado sin pagar. En una situación como la que hemos descrito antes
(ningún cliente ha visitado la tienda), la oración es simplemente falsa. Por esta
razón, diremos que la aportación de ‘un cliente’ a las condiciones de verdad
de (2) es una aportación general.'^
Consideremos ahora un enunciado com o (4), proferido en circunstancias
en las que el hablante tiene claramente en mente un individuo específico, acer
ca del cual quiere comunicar algo; si utiliza la descripción indefinida ‘un clien
te’ es, quizás, porque en el contexto no parece razonable suponer que el
hablante dispone de los recursos necesarios (un nombre propio, una descrip
ción definida, un deíctico) que le permitirían introducir ese individuo específi
co a su audiencia:
(4) Un cliente vino esta mañana. Ya cuando entró, vi que pasaba algo raro.
2. Esta manera indirecta de introducir la idea de aportación general es sólo un recurso conveniente. Es con
veniente, porque nos evita presentar un lenguaje artificial mediante el cual caracterizar de un modo más directo, y más
realista, las condiciones de verdad de enunciados como (2), y definir de una manera precisa qué es, para una expre
sión, hacer una aportación general a las condiciones de verdad. El carácter poco realista de la propuesta se pone de
manifiesto en que hemos de introducir, en la traducción lógica, conectivas (la conjunción, en el caso de la cuantifi-
cación existencia!, y el condicional, en el caso del universal) que no estaban presentes en el enunciado traducido. No
resulta inmediato imaginar (y puede mostrarse que no es posible) cómo habríamos de üaducir enunciados españoles
estructuralmente análogos, en los que las expresiones de cuaniificación son ‘la mayoría’, ‘muchos’, ‘unos pocos’, etc.
Existen propuestas en la literatura que permitirían formulaciones más directas y precisas. Sin embargo, las ventajas
indudables que tendría una caracterización más precisa y realista palidecen ante la dificultad de que la exposición
requeriría un buen número de páginas, y obligaría al lector a familiarizarse con una serie de recursos técnicos com
plejos. Por lo demás, tal complicación expositiva no parece necesaria para nuestros fines: la familiarización con la téc
nica de la representación en primer orden y el conocimiento de la semánüca de estos lenguajes bastan para una com
prensión suficientemente precisa de lo que queremos exponer. Un lenguaje que permitiría dar una explicación más
realista de la semánüca de las expresiones de cuantificación y definir de un modo riguroso el concepto de aportación
general de una expresión es el que se utiliza para dar cuenta de la cuantificación generalizada. Véase Neale, Des-
criptions.
LA TEORÍA DE LAS DESCRIPCIONES DE RUSSELL
27#:
general, una explicación de ese tipo. Baste ahora indicar que, al describir ante
riormente la situación en que se profiere (4), ya hemos sugerido el núcleo de
la explicación para este caso específico. Como hemos dicho, se trata de una
situación en :que el hablante manifiestamente quiere comunicar proposiciones
r ■
singulares,, pero no es razonable pensar que comparta con su audiencia los
recursos .necesarios para expresarla a la manera convencional (utilizando, por
ejemplo,.un deíctico, o un nombre propio). Si, por otro lado, el hablante pue
de pensar que su audiencia va a apreciar la dificultad en que se encuentra,
entonces puede esperar razonablemente que ese receptor o receptores, cono
ciendo el significado convencional que la descripción indefinida tiene también
en este caso (a saber, exactamente el mismo que tiene el término determinado
‘un cliente’ en (2), donde claramente hace una aportación general), aprecie que
el hablante pretende usarla aquí de modo no-literal: no para expresar conteni
dos generales, sino como una conveniente herramienta ad hoc para “traer al
discurso” al individuo de quien quiere hablar. Y no es descabellado suponer
que esas condiciones se cumplen en los casos en que las descripciones defini
das se usan para hacer aportaciones singulares. (Naturalmente, no hace falta
caer en el absurdo de pensar que los hablantes se dicen explícitamente todo lo
anterior; basta suponer que lo saben “implícitamente”, en el sentido de que
serían capaces de hacerse explícito este razonamiento si mviesen el tiempo y
la paciencia como para reflexionar sobre ello.)
Semánticamente,^la contribución de ‘un cliente’ en (2) es tal que el enun
ciado dice; hay al meñós un individuo x tal que x es cliente y x se ha marcha
do sin pagar. No hay aquí referencia a un individuo particular: no tiene senti
do preguntar al hablante a quién se refería, y, si en el universo del discurso pre
Ifiil
supuesto, nadie pertenece al género “cliente”, (2) posee el tipo de infortunio
de los enunciados lisa y llanamente falsos. Según la presente propuesta, exac
tamente lo mismo ocurre con el primer enunciado coordinado en (4); semánti
camente dice: hay al menos un individuo x tal que x es cliente y x vino esta
mañana. Semánticamente hablando, no tiene sentido inquirir ulteriormente por wm
un supuesto referente, y, en las condiciones antes descritas (el género de los
clientes no' cuenta con ningún espécimen en el universo del discurso presu
puesto) se ha dicho algo lisa y llanamente falso. Pragmáticamente, las cosas
son distintas aquí. Es manifiesto que el hablante desea hablar de un individuo
particular; por consiguiente, relativamente a lo que el hablante quiere,decir (no
a lo que las palabras que usa, semánticamente, significan) sí tiene sentido
hablar de referencia a un individuo particular. Pero este es un fenómeno prag
mático, del que una teoría semántica debe despreocuparse. Este significado
específico del hablante, además, se consigue gracias a que las palabras que
usa mantienen su significado puramente genérico incluso en este caso. Pues el
hablante “espera” (tácitamente) que sus oyentes razonen más o menos así:
“Estas palabras significan, convencionalmente, una proposición puramente
general; que hay al menos un individuo x tal que x es cliente y x vino esta
mañana. Ahora bien, llevar a cabo esta aseveración puramente general no pare
ce muy pertinente en este caso. Yo ya puedo imaginarme por mí mismo que
LA TEORÍA DE LAS DESCRIPCIONES DE RUSSELL 279
3. Russell, probablemente, estaba presuponiendo la concepción agustiniana a que el Principio del Contexto
fregeano se opone. Una “expresión completa”, seguramente, es una expresión subenunciativa que tiene significado,
independientemente del contexto oracional: los nombres propios serían el paradigma de “expresiones completas”. La
lección de Frege es que no hay expresiones completas, en este sentido. Todas las expresiones subenunciativas a las
que cabe asignar significado lo tienen como una contribución específica al significado de los enunciados en que pue
den aparecer. No hay, pues, diferencia entre los nombres propios y las expresiones de cuantificación.
282 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
4. Es decir, si damos “intervención secundaria” (cf. nota 6) a la descripción respecto del negador.
5. La aplicación directa de la teoria de las descripciones a un enunciado de la forma ‘el k no existe.’, supo
niendo “intervención secundaria” (cf. nota 6) a la descripción, produce ‘no es el caso que haya un único 7C, y que (ello)
exista’. Por otra parte, según Russell, ‘existir’ no es un verdadero predicado, sino que es una forma variante del cuan-
tifícador exisiencial ‘hay al menos un’; de modo que, en el caso indicado, ‘y que (ello) exista’ es redundante.
284 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
6, Una de las limitaciones que hemos asumido al no introducir un lenguaje artificial apropiado mediante el
que exponer de un modo técnicamente preciso la teoría de Russell es la de no poder elaborar ahora ulteriormente esta
afínnación. Tampoco podemos explicar con precisión, en consecuencia, la distinción de Russell entre las interven
ciones primarias y las intervenciones secundarias de las descripciones. Digamos, brevemente, que se trata de un caso
particular de las bien conocidas “ambigüedades de alcance” ex-islentes en el lenguaje natural. Un enunciado como
‘todos los filósofos admiran a un lingüista’ tiene dos sentidos posibles, que podemos representar asignándole dos tra
ducciones diferentes a un lenguaje de primer orden: una de la forma Vx 3y (xRy), en la que el cuantificador exisien-
citü queda bajo el alcance del universal, y otra de la forma 3y Vx (xRy), en la que ocurre lo opuesto. En el segundo
caso, la verdad del enunciado requiere que haya un mismo lingüista admirado por todos los filósofos; en el primero,
no lo requiere. Una descripción tiene “intervención primaria” cuando aparece en un enunciado que contiene otro ope
rador poseedor de alcance, y la descripción se interpreta de modo que queda bajo el alcance de éste; tiene “interven
ción primaria” cuando ocurie a la inversa. Dado que ‘no’ es un operador poseedor de alcance, ‘el actual rey de Fran
cia no es calvo’ es un enunciado así. Si la descripción tiene intervención primaria, el enunciado dice (según la teoría
de Russell) que hay un único rey en Francia ahora, y no es calvo; es, por tanto, falso. Si tiene intervención secunda
ria, el enunciado niega que haya ahora un único rey en Francia, y sea calvo. En el segundo caso, el enunciado es ver
dadero, con independencia de ia calvicie del rey de Francia, simplemente porque no se cumple la condición de uni
cidad en la clasificación', sería igualmente verdadera si el predicado fuese ‘tiene ima buena cabellera’, en lugar de ‘es
calvo’. Esta última sería la lectura que deberíamos darle al enunciado en ‘el actual rey de Francia no es calvo, por
que no hay ningún rey en Francia’, para dar cuenta de la intuición de que este enunciado es verdadero. Dado que un
enunciado puede contener, además de la descripción, dos o más operadores con alcance, la distinción de Russell pre
cisa de una formulación convenientemente general: puede haber “intervenciones ternarias”, “cuaternarias”, etc.
LA TEORÍA DE LAS DESCRIPCIONES DE RUSSELL 285
t.
“rompecabezas” resultan intuitivamente muy implausibles. Siguiendo a Keith
Donnelian (que llamó la atención recientemente sobre estos casos), denomma-
f í remos usos referenciales a estos usos.'^ En el capítulo anterior discutimos poí
extenso uno de ellos, que aquí repetimos como (6). El contexto deja claro que
el hablante utiliza la descripción como una alternativa estilística al uso de: un
i-- i nombre propio u otro término singular, bajo el supuesto de que su audiencia
í í dispone de la información necesaria para, con ayuda de la descripción, identi
■■ ficar al individuo de quien habla.
\
I
(6) El autor de Madame Bovary nació en Rouen.
dado que, como hemos visto, hay usos nissellianos que sí son convencionales,
habríamos de concluir que las descripciones son semánticamente ambiguas.
Ésa es, indudablemente, una posibilidad; una, además, que al menos le da par
cialmente la razón a Russell. Ahora bien, si pudiéramos explicar los usos refe-
renciales como un fenómeno meramente pragmático (aunque muy común), es
decir, como un ejemplo más de significado no-literal, entonces el hecho inne
gable de la existencia de usos referenciales no refutaría la corrección comple
ta de la teoría de Russell. Diversos autores, comenzando por Giice, han defen
dido que éste es el caso.^
Me limito aquí a exponer brevemente la idea de los partidarios de la tesis
de que los usos referenciales son casos de significación no-literal. Un contex
to como el de (6) es uno en el que la audiencia puede claramente comprender
que el hablante desea expresar un aserto con contenido singular, pero no pue
de (o no quiere) hacerlo mediante los recursos convencionales para ello (deíc
ticos, nombres propios). También en un caso así, la descripción que usa (el tér
mino determinado de (6)) tiene, literalmente, la significación que una descrip
ción definida tiene en otros casos, como (5); es decir, su significado literal es
tal que el término hace una aportación general. Sin embargo, el contexto deja
claro que lo que el hablante pretende co a el uso del término es hacer una cier
ta aportación singular al contenido expresado; esta aportación singular clara
mente perseguida por el hablante es la significación no-literal del término en
este caso. ",
Una evaluación detallada de los pros y los contras de esta explicación está
fuera del alcance de este trabajo. Su mayor virtud consiste en que hace la
semántica más simple que la propuesta alternativa, al no postular una ambi
güedad. Su mayor defecto está en la intuición de que, regularmente, usamos
las descripciones (particularmente las incompletas) como términos singulares;
pero esto no es decisivo, pues, como mostramos antes, existen ejemplos claros
de expresiones que se usan frecuentemente de manera no-literal. Sin una deci
siva justificación racional para ello, y por tanto sin mucha convicción, daré por
buena la explicación griceana: por todo lo que hasta ahora se ha dicho, la
semántica de las descripciones definidas es unívocamente russelliana. La jus
tificación racional para la tesis de que algunos usos perfectamente convencio
nales de las descripciones son russellianos sí es, a mi juicio, tan decisiva como
pueda ser la justificación racional para cualquier propuesta teórica en este
ámbito. Y ello basta para darle a la propuesta de Russell aplicaciones filosófi
camente interesantes como las mencionadas anteriormente.
Russell tenía expectativas filosóficas mucho más ambiciosas para su teo
ría. Él buscaba sustentar con ella el monismo semántico que ya defendía antes
de dar con la teoría, a propósito de los nombres propios, como vimos en las
primeras secciones de este capítulo. En cuanto a eso, no hemos encontrado nin
guna razón favorable a Russell, sino todo lo contrario. Las razones que moti-
§ 2) es, por tanto, falsa. Por otro lado, existe una buena explicación de por qué
parece verdadera. ‘Héspero es un planeta’ y ‘Fósforo es un planeta’ son, res
pectivamente, de la forma ‘el 7: 9 ’ y ‘el ^ 0 ’. Los términos determinados que ofi
cian de sujetos gramaticales no tienen, como hemos visto, la misma referencia.
Ahora bien, en este caso particular, los términos clasificatorios 7C y ^ se aplican
a una misma entidad, el planeta Venus; dada la semántica de ‘el’, que antes
hemos explicado, los términos ‘el tz’ y ‘el son intercambiables salva veritate.
Una consideración análoga permite rechazar el argumento de Frege, reconstrui
do por Church, para establecer que la referencia de las oraciones es su valor veri-
tativo (VI, § 5). Dado que las descripciones definidas tienen diferentes valores
semánticos — referencias— , incluso cuando describen al mismo individuo, los
pasos de (1) a (2) y de (3) a (4) en el argumento son inaceptables.
Cabe plantear, para concluir, una perplejidad. Hemos introducido la teoría
de las descripciones contrastando las descripciones indefinidas y definidas con
términos que hacen una aportación singular. Como paradigmas de esos térmi
nos, pensábamos entonces en nombres propios comunes y corrientes, como
‘Héspero’ o ‘Flaubert’. Pero vemos ahora que, en la concepción última de Rus-
sell, estos últimos resultan ser, también, descripciones definidas; términos, por
tanto, que no hacen aportaciones individuales, sino generales. Parece, por tan
to, que nos estamos quitando la alfombra de debajo de nuestros propios pies;
¿con respecto a qué hemos de entender entonces el contraste que queremos
hacer al decir que las descripciones definidas hacen “aportaciones generales”?
¿Qué términos, si alguno, hacen aportaciones singulares?
Russell denomina “nombres propios genuinos” a los que verdaderamente
hacen aportaciones singulares. El criterio básico para él es que estos términos
no pueden dar lugar a la necesidad de distinguir sentido de referencia, ni a par
tir de consideraciones del tipo de las invocadas en ACF, ni a partir de la inte-
legibilidad del término cuando aparece en oraciones en las que carece de refe
rencia (particularmente, oraciones de la forma ‘x no existe’). Russell concluye
de estos criterios — como no cabía menos que esperar— que los “nombres pro
pios genuinos” sólo pueden significar objetos fenoménicos: vivencias, o cons
tituyentes de vivencias (datos sensibles, en su propia terminología), o bien el
sujeto de tales vivencias. Sólo ‘yo’ y ‘esto’ — dichos mientras “señalamos”
introspectivamente a nuestras vivencias— son “nombres propios genuinos”;
sólo de entidades como las indicadas tenemos en verdad, según Russell, “cono
cimiento por contacto”. Nuestro acceso a todo lo demás es “por descripción”.
En estas afirmaciones está contenida una inquietante concepción fenomenalis-
ta de las relaciones del lenguaje con la mente y con el mundo, que aún debe
mos elucidar claramente.
Los dos próximos capítulos están dedicados al examen del Tractatiis Logi-
co-Philosophicus de Ludwig Wittgenstein (1921). La obra contiene, argumen
tada con el mayor vigor que yo conozco, la tesis más simple que puede ofre
cerse sobre la modalidad (III, § 4). Se trata de la tesis de que, en el fondo, todas
las nocioneYmodaíes se reducen a una; verdad lógica. Esta es una tesis que
muchos filósofoOiiñ'máiuéñídoT'purticiílarmente aquellos con inclinaciones
“empíricas” o “positivas”, desde Hume a Camap. Pero el Tractatus la presen
ta de la manera a mi juicio más convincente. Desgraciadamente, esta tesis sim-
plificadora 4_cuya verdad aliviaría indudablemente nuestras preocupaciones—
es/faísa) Lejos de reducirse todas las nociones modales a una, el tratamiento
adecüado de los problemas fundamentales de la filosofía del lenguaje requiere
multiplicarlas más allá de lo que Wittgenstein hubiese podido siquiera im agi
nar cuando redactó el Tractatus.
En este capítulo expondremos las ideas del Tractatus pertinentes para esta
cuestión. Además de exponer la teoría tractariana de la modalidad, examinare
mos las ideas sobre la naturaleza del lenguaje en que se sustenta. Entre ellas,
la aportación de la obra a la comprensión del fenómeno de la estructura lin
güística — que subyace a los principios fregeanos de Composicionalidad y del
Contexto— de cuyo ftmdamento Wittgenstein ofreció una atractiva explica
ción; .su “teoría figurativa” del significado, de acuerdo con^ k cual la sigpj^^^^^^
ción conlleva necesariamente elementos icónicos. Profundizaremos también en
lakOmprehsión de la noción de cñndícíbnex de verdad, ya examinada ante
riormente.
La estructura del Tractatus (observaciones numeradas de modo tal que las
n.x supuestamente conciernen a la observación n, para elucidarla, ampliarla,
etc., las n.mx a la n.m, y así sucesivamente) no facilita una exposición simple.
A algunos lectores conocedores de la obra puede incluso haberles sorprendido
mi referencia a los poderosos “argumentos del Tractatus', pues su modo de
composición no revela que los haya. Los epígrafes contienen observaciones
lapidarias, sin que sea nada claro que exista una estmctura argumentativa. Cier
tamente, el autor del Tractatus no era muy amigo de hacer explícitos sus argu
LA ICONICIDAD DEL SIGNIFICADO Y LA NATURALEZA DE LA LÓGICA 291
L
292. LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
lar). Quien entiende signos preposicionales como los de (l)-(3 ) conoce cuáles
son esas condiciones, y sabe de su carácter condicional-, sabe que podrían no
darse. ' ■
Una segunda propiedad interesante de los signos utilizados en los ejem
plos, que también conoce quien los entiende correctamente (aunque posea sólo
tácitamente este .conocimiento, aunque sólo gracias a la reflexión repare en
ello), es que los signos utilizados pertenecen a sistemas de signos proposicio-
nales similares entre sí. Podríamos decir que los signos de nuestros ejemplos
se han construido en virtud de reglas de construcción implícitas, que permiti
rían haber formado, alternativamente, otros signos emparentados. El parentes
co a que me refiero es, en ios ejemplos, bastante obvio. En el primer caso, se
trata de un parentesco cromático, en tanto que el hablante y su audiencia saben
que el signo utilizado pertenece a una gama de otros signos que podrían haber
sido utilizados alternativamente, para dar instrucciones diferentes, consistentes
todos ellos en cartulinas coloreadas con diversos colores. En el segundo, se tra
ta de un parentesco espacial, mediante las mismas reglas de construcción que
han llevado al' hablante a escribir ‘A, E ’, podría haber escrito alternativamen
te ‘A , E’ o ‘A, E ’ (dando, de hacerlo de uno de estos otros m odos alternati
vos, informaciones diferentes). Por último, las reglas de construcción son en el
tercer caso temporales; en un signo alternativo, las imágenes habrían sido pro
yectadas en el orden inverso, o simultáneamente (haciéndose con ello, por
supuesto, sugerencias diferentes).
. ;En virtud de su pertenencia a sistemas de signos emparentados, los signos
proposicionales mismos (y no sólo lo que representan) son contingentes-, es
decir, existen reglas específicas con arreglo a las cuales han sido construidos;
cabe decir significativamente, presumidas esas reglas, que en lugar de esos sig
nos específicos se podría haber formado otros. La existencia de las reglas es
esencial, para que los signos sean, en el sentido que estamos dando a la noción,
contingentes. La contingencia de que habíamos es la que se da sobre, un fon
do regulado, nómico; no la que se da donde no existe regla alguna. En esta
acepción, sería incorrecto (por vacuo) decir, con respecto a un conjunto de enti
dades dispuestas de un modo completamente aleatorio, que podrían no haber
sido dispuestas así.
Hay algo más que podemos observar sobre las reglas de construcción uti
lizadas tácitamente en los ejemplos; a saber, que pueden ser enunciadas sin
hacer referencia al significado de los signos. Diremos, para referimos a este
hecho, que las regias de construcción son formales. Esta formalidad consiste
en que podríamos describir cada uno de los conjuntos de signos a los que per
tenecen los utilizados en los ejemplos, sin hacer referencia en absoluto a los
significados que pensamos darles. Tomemos por caso la segunda ilustración.
Podemos describir completamente los aspectos esenciales de su sintaxis dicien
do que el lenguaje consta de tres signos proposicionales, consistentes cada uno
en una ‘a’ y una ‘e ’, respectivamente, la primera más grande que la segunda,
la segunda más grande que la primera, o ambas del mismo tamaño. (Nótese
que, al enunciar explícitamente las reglas de construcción, hacemos manifies-
LA ICONICIDAD DEL SIGNIFICADO Y LA NATURALEZA DE LA LÓGICA 297’
^
to algo que también puede verse fácilmente en los ejemplos; a saber, que no'
todos los rasgos de los signos son pertinentes para su función sígnica. Por
ejemplo, en este caso el orden en que escribimos las letras es irrelevante;.Noí
es que podamos prescindir de este rasgo. El medio que utilizamos como signo;
nos impone ciertas limitaciones, y, posiblemente, cualquier medio nos impon-;
ga limitaciones: en este caso, no podemos escribir las letras sin ponerlas en un'
orden u otro. Es sólo que este rasgo inevitable es irrelevante para la función
lingüística del signo.) En el primer ejemplo, podemos decir que el conjunto de
signos proposicionales que conforma el lenguaje consta de cartulinas unifor
memente coloreadas; podemos ser todo lo precisos que sea necesario, enume
rando expresamente los colores posibles mediante un muestrario. (En este caso,
son lingüísticamente irrelevantes características tales como la forma de las car
tulinas, su textura, la manera en que los colores se han producido — quizás, con
arreglo a una técnica de impresión usual, todos los colores se forman combi
nando en diversas proporciones minúsculas manchas de uno de tres colores
básicos— , etc.) Describimos la sintaxis del lenguaje en la tercera ilustración
diciendo que hay tres signos proposicionales, consistentes en dos secuencias
proyectadas, respectivamente, la primera antes que la segunda, la segunda antes
que la primera, o simultáneamente.
Por último, es manifiesto que los signos de los ejemplos tienen un carác
ter icónico. Un icono es un signo que significa, en parte al menos, en virtud
de algún parecido, algún rasgo que comparte con su significado. Pero ¿cuál es
el parecido en estos casos? La cartulina coloreada significa la habitación, pero
no se parece a ella; las letras ‘a’ y ‘e ’ significan, respectivamente, a cada uno
de los cines, pero no se parecen a ellos; las dos secuencias proyectadas signi
fican actos dentro de la ceremonia, pero tampoco se parecen mucho a ellos (las
secuencias son bidimensionales, están hechas de luz, etc.). Estos elementos,
empero, no son los únicos que componen los signos proposicionales, ni los
más importantes para apreciar el parecido. El signo proposicional en el primer
ejemplo no es meramente la cartulina particular, sino la cartulina junto con el
color que ejemplifica. El signo es complejo: consta de dos elementos, la car
tulina y el color. Del mismo modo, en el segundo caso, el signo proposicional
no consta sólo de las letras ‘a’ y ‘e ’, sino también de su específico tamaño rela
tivo: la relación entre la ‘e ’ y la ‘a’ consistente en que la primera es más gran
de que la segunda. Finalmente, el tercer signo proposicional consta no sólo de
las dos secuencias, sino también del tipo de acto que representan, la duración
de cada uno y el orden temporal específico en que se presentan.
La naturaleza del parecido podría entonces e.xplicarse en los siguientes tér
minos: los signos proposicionales se parecen a su significado, en tanto que al
menos una parte del signo proposicional se parece a una parte del significado
de ese signo proposicional. La dificultad con esto — que sin duda se acerca a
la verdad— está en hacer comprensible la naturaleza de este parecido entre las
partes respectivas del signo proposicional y su significado, sin contradecir al
hacerlo el primer hecho antes observado; a saber, que el significado de los sig
nos proposicionales no tiene por qué darse en la realidad, es de naturaleza con-
298 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
que el color represente uno de varios usos a que se propone destinar unaf deter-
minada habitación, subrogada por la cartulina, según una cierta convención qué
vincula colores a usos. El segundo hecho consiste en que, incluso en el caso
de signos intuitivamente icónicos como los que estamos considerando',-" la
característica considerada en el signo proposicional y la característica subro
gada no tienen por qué coincidir enteramente. Quizás, como hemos dicho, el
color de las cartulinas se consigue mediante la técnica puntillística de impre
sión antes mencionada, mientras que el color correspondiente de la pared tie
ne una naturaleza muy distinta.
En virtud de estas relaciones de subrogación, a todo signo proposicional
permitido por las reglas de construcción le corresponde una determinada con
dición de verdad. En virtud de las relaciones de subrogación entre los elemen
tos de los signos y las entidades de que son vicarios, cada uno de esos signos
proposicionales alternativos tiene, a su vez, un significado distinto al que tie
ne el signo proposicional efectivamente utilizado; cada uno tiene diferentes
condiciones de verdad. Así, en el segundo ejemplo, los tres signos proposicio
nales determinados por las reglas de construcción son el que ha sido utilizado
de hecho, ‘A, E ’, y los potenciales ‘A , E’ y ‘A, E ’. Las reglas que permiten
construir con los elementos un conjunto definido de signos proposicionales dis
tintos son aquí reglas espaciales, pues descansan en el hecho espacial de que,
dados dos objetos espaciales, el primero puede ser más grande que el segun
do, el segundo más grande que el primero, o ambos tener el mismo tamaño.
Cada uno de los tres signos proposicionales construidos con estos elementos
tiene un significado distinto; si se hubiera utilizado ‘A , E’, en lugar del signo
realmente utilizado, ‘A, E ’, se hubiese proporcionado una información distin
ta, con diferentes condiciones de verdad. Tenemos así, por un lado, la serie de
los signos proposicionales permitidos por las reglas de construcción, una serie
espacialmente relacionada; por otro, los significados (las condiciones de ver
dad) correspondientes a cada uno de esos signos proposicionales, al realmente
utilizado y a los meramente posibles. Las relaciones de subrogación se esta
blecen de modo tal que, necesariamente, las relaciones cromáticas, espaciales
o temporales entre los signos proposicionales reflejan fielmente relaciones
correspondientes entre sus condiciones de verdad respectivas. Es en esto en lo
que reside, según la idea de Wittgenstein, el carácter icónico de los signos que
estamos considerando. Los signos tienen propiedades espaciales, pues pertene
cen a sistemas de signos determinados por propiedades espaciales; sus signifi
cados son, igualmente, hechos espaciales, pues las relaciones de subrogación
se han establecido de modo que a cada signo proposicional del sistema le
corresponda una específica condición de verdad.
Es, pues, entre los elementos de cada una de estas dos series (los signos
proposicionales, por un lado, y sus respectivas condiciones de verdad, por otro)
que se da, según la explicación de Wittgenstein, el parecido que apreciamos
intuitivamente entre signos y significados. Existe el parecido si las relaciones
de subrogación se han establecido de modo tal que a las relaciones espaciales
que constituyen el sistema de los signos proposicionales corresponden análo-
300 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
3. Lenguajes figurativos
2. Los partidarios de ía “interpretación nominaJisia” deí Tractains (defendida, por ejemplo, en Anscombe, An
Intrüduction to Wut^enstem s Tractatus, por lo demás uno de los mejores libros sobre la obra) toman literalmente
‘nombre’ y ‘objeto’ en el Tractatus, sosteniendo que los nombres son todos propios y los objetos todos individuos
particulares. Nosotros suponemos la interpretación opuesta, con Stenius.
LA ICONICIDAD DEL SIGNIFICADO Y LA NATURALEZA DE LA LÓGICA '30J'
3. Utilizo las siguientes traducciones de los términos cuasi-técnicos del T ractatus: ‘Sachverhali', ‘acaeci
miento’; ‘Sachlage’, ‘hecho’; ‘Tatsache’. ‘hecho que se da’ (o ‘que es el caso’, ‘que acaece’, ‘que existe’); ‘abbilden’,
‘figurar’; ‘Bild’, ‘figura’; ‘vertreien’, ‘subrogar a’ o ‘ser vicario de’; ‘dar/vor-stellen’, ‘representar’ o ‘presentar’;
‘Satz’, ‘proposición’ — hay que advertir que el sentido wittgensteiniano de esta expresión difiere del que se le da
contemporáneamente y vengo utilizando hasta aquí: una “proposición” tractariana no es lo que un signo p ro p o s ic io
n al dice, sitio e l signo p ro p o s ic io n a l interpre tad o — ; ‘Satzzeichen’, ‘signo proposicional’ o ‘enunciado’; ‘Bedeutung’,
‘referencia’; ‘Sinn’, ‘sentido’; ‘sagen’, ‘aseverar’; ‘zeigen’, ‘aufweisen’, ‘mostrar’, ‘exhibir’.
304- LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
4. Al ilustrar el isomorfismo lógico entre el lenguaje y el mundo mediante esta regla de construcción, seguí-,
mos una sugerencia de Wittgenstein: “Es evidente que percibimos una proposición de la forma ‘aRb’ como una figu
ra. Aquí el signo dene manifiestamente un parecido con lo designado” (4.012).
308 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
sienes diferentes, cosa que también ocurre con ‘<k, I, m, n > ’ y ‘<k'. I', ra', n'>’,
sino que, a diferencia de lo que ocurre en este caso, son expresiones de dife
rente categoría;:-;-
Debemos exponer aquí la distinción que Wittgenstein hace entre signo y
símbolo. Las reglas de construcción como la que hemos enunciado son reglas
sintácticas: son reglas que determinan qué signos proposicionales son oracio
nes sintácticamente bien formadas. En el sentido usual de “sintaxis”, es claro
que ni ‘<k, 1, m, n><k', 1’, m', n'>una-octava-más-alto-que’ ni ‘Red<*, f , f , /> ’
son oraciones sintácticamente bien construidas de LFI. La primera contiene
dos nombres propios y un nombre predicativo diádico pertenecientes a LFI,
pero en ella las expresiones no están dispuestas en el orden espacial apropia
do. La segunda contiene expresiones que podrían servir, exactamente igual que
las de LFI, para formar un signo proposicional en el que se combinan un nom
bre predicativo monádico y un nombre propio; pero son dos expresiones dife
rentes a las que integran las categorías de LFI. Las expresiones-tipo que ejem
plifican, simplemente, no pertenecen a LFI. El objetivo de la distinción de
Wittgenstein entre signo y símbolo es hacer claro que, si bien los hechos lógi
cos sobre las expresiones en que se apoyan las reglas lógicas de construcción
de signos proposicionales son hechos sintácticos, lo son en un sentido más abs
tracto que; él sentido usual a que nos acabamos de referir. “La proposición
posee rasgos esenciales y accidentales. Son accidentales los rasgos que depen
den, del modo particular en que la oración se profiere. Son esenciales aquellos
sin los cuales la proposición no estaría capacitada para expresar su sentido. Lo
esencial en la proposición es, por consiguiente, aquello que tienen en común
todas las proposiciones que pueden expresar el mismo sentido.” (3.34-3.341)
D e acuerdo con la estipulación en 3.31(a-b), es justamente a estos rasgos esen
ciales ?que Wittgenstein denomina ‘símbolos’. En general, “lo esencial en el
símbolo es aquello que tienen en común todos los símbolos que pueden servir
a un mismo propósito” (3.341). Ciertas propiedades sintácticas de un lenguaje
particular se identifican con las propiedades igualmente sintácticas de muchos
otros, sistemas de notación, por lo demás muy distintos sintácticamente. Éstas
son, “propiedades simbólicas”. Las propiedades lógicas no son sólo propieda
des sintácticas de un cierto lenguaje, sino también propiedades simbólicas.
Siempre consideramos algún lenguaje específico, con una sintaxis especí
fica; por ejemplo, uno como LFI, en que un signo proposicional elemental con
un predicado diádico se escribe como ‘<k, 1, m, n>una-octava-más-alto-que<k',
r, m', rí>’ y no como ‘<k, 1, m, n x k ', 1', m', n'>una-octava-más-alto-que’, y
en el que ‘Rojo<k', 1', m', n'>’ es un signo proposicional construido con signos
del lenguaje, mientras que no lo es ‘Red<*', f , T, Sin embargo, las reglas
lógicas de construcción (por oposición a las reglas específicamente sintácticas)
consideran sólo los aspectos simbólicos de la notación: aquellos que estarían
presentes en cualquier notación con la que podríamos expresar lo mismo. En
el caso del signo proposicional ‘<k, 1, m, n>una-octava-más-aIto-que<k', 1', m',
n’> ’, los aspectos simbólicos a que hacen referencia las reglas lógicas de cons
trucción son: que haya un nombre predicativo diádico, y dos nombres- propios
LA ICONICIDAD DEL SIGNIFICADO Y LA NATURALEZA DE LA LÓGICA 3Q9:
diferentes del primero y diferentes entre sí. Estos aspectos son; más abstractósi
que los aspectos “sígnicos” a que hacen referencia las reglas sintácticas: fie los
gramáticos, en tanto que estarían presentes también en signos proposicionales
pertenecientes a otros lenguajes; por ejemplo, ‘<k, 1, m, n x k ', F, m',.n''>unaé
octava-más-alto-que’, o t', 1', /'>una-octava-más-alto-que<*, t , I, /> ’ O;
dicho de otro modo, desde un punto de vista signíco, esto es, “sintáctico”;en
el sentido usual del término, estos signos pertenecen a diferentes lenguajes.;
Desde un punto de vista simbólico, todos ellos podrían pertenecer a lo que es,
esencialmente, el mismo lenguaje.
Obsérvese que es esencial para la expresión del sentido que queremos dar
le a ‘<k, 1, m, n>una-octava-más-alto-que<k', 1', m', n'>’ no sólo que ‘<k, 1, m,
n>’ y ‘<k’, F, m', n'>’ difieran en categoría de ‘una-octava-más-alto-que’, sino
también que sean nombres diferentes. De otro modo, la diferencia entre ‘<k, 1,
m, n>una-octava-más-alto-que<k', F, m', n'>’ y ‘<k, 1, m, n>una-octava-más-
alto-que<k, I, m, n>’ no sería esencial para la expresión del sentido de estas
oraciones, y, por tanto, podríamos expresar el mismo sentido con cualquiera de
ellas. Como esto no es así, hemos de incluir la diferencia de tipo entre expre
siones de la misma categoría entre los elementos simbólicos. (Pero no el hecho
de que esa diferencia se establezca mediante las diferencias entre ‘<k, 1, m, n>’
y ‘<k', F, m', rí>’, que es propiamente sintáctico] f , f , !'>’ y ‘<*, t , I,
J>’ podrían haber servido al mismo fin.) Es por eso que “el símbolo caracteri
za una forma y un contenido” (3.31). La diferencia entre ‘<k, 1, m, n> ’ y ‘una-
octava-más-alto-que’ es una diferencia de forma y de contenido. La diferencia
entre ‘<k, 1, m, n>’ y ‘<k', F, m', n’> ’ no es una diferencia de forma, pero sí
es, como hemos visto, una diferencia que constituye necesariamente parte del
símbolo; como lo que esa diferencia indica es que los referentes de ‘<k, 1, m,
n>’ y ‘<k’, F, m', n'>’ podrían ser distintos, Wittgenstein se refiere a ella como
una de “contenido”. Cualquier signo capaz de expresar el mismo significado
que ‘<k, 1, m, n>una-octava-más-alto-que<k', F, m', n'>’ debe recoger también
la diferencia entre ‘<k, 1, m, n>’ y ‘<k', F, m', n'>’; así, el símbolo en ‘<k, 1,
m, n>una-octava-más-alto-que<k', F, m', n’> ’ caracteriza no sólo “formas”, sino
también “contenidos”.^
En resumidas cuentas; los hechos en que se apoyan reglas de construcción
como la que, siguiendo la sugerencia de Wittgenstein (4.012), estamos consi
derando a efectos ilustrativos — la regla de las predicaciones diádicas, “es legí
timo construir un signo proposicional concatenando un nombre propio, un
nombre predicativo transitivo y otro nombre propio (el mismo, o uno distin
to)”— son, necesariamente, hechos formales] pueden ser enunciados sin hacer
referencia alguna al significado de los signos. Además, son hechos que deter-
5. ‘Contenido’ tiene el mismo uso en la exposición de la ontología al inicio del Tractatus. El mundo tiene
una sustancia, una fonna fija; “esta forma fija está constituida por los objetos” (2.023); “los objetos conforman la sus
tancia del mundo” (2.021). En la próxima sección examinaremos por qué tiene que haber algo “sustancial” en el mun
do. Tal sustancia “es fprma y contenido” (2.025). La forma fija es así forma y contenido. Esto significa que no sólo
constituye lo sustancial en el mundo la existencia de diferencias en forma o categoría lógica, sino también la de dife
rencias que distinguen objetos de una misma forma.
•Sáfe®-
310 LAS P.ALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
minan qué signos proposicionales han sido bien construidos. Por ambas razo
nes, cabe decir que son hechos sintácticos. Sin embargo, sería un error con
cluir de esto que se trata de los hechos necesarios para caracterizar la sintaxis
de un lenguaje específico, en el sentido usual de “lenguaje” y “sintaxis”. Pues
to que, como veremos, lo que los hace hechos lógicos es que determinan qué
se puede juzgar y aseverar (y qué se ha de juzgar o aseverar, dado que se ha
juzgado o aseverado ya algo otro), hay que verlos como hechos sintácticos
relativamente abstractos, ejemplificados en lenguajes por lo demás diferentes
entre sí. El mismo hecho lógico que en un lenguaje se expresa ubicando el ver
bo transitivo entre el sujeto y el objeto directo, se expresa en otro recurriendo
Sp
al orden espacial inverso, mientras que en un tercero las diferencias no se esta
blecen mediante el orden espacial en absoluto, sino a través de ciertas desi m
nencias (“declinaciones”) que se colocan al final de las palabras, etc.
Tenemos ahora todos los elementos para comprender qué es ese parecido
común a los signos proposicionales de cualquier lenguaje posible (incluido a
los que puefian constituir nuestros pensamientos) y a la realidad por ellos
representada.^Ea idea central de la teoría figurativa del Tractatus es ésta: la sin
taxis lógica dé un lenguaje, como LFI, establece qué signos se pueden utilizar
en el caso mínimo (signos proposicionales elementales) invocando para ello o
bien diferencias de categoría (diferencias de forma y contenido), o bien dife
rencias entre las expresiones de una misma categoría (diferencias sólo de con
tenido), entre los nombres del lenguaj^ Estas reglas establecen, por ejemplo,
que la expresión ‘<k'¡ I, m, n>’ no se puede escribir sola, sino que debe escri
birse junto con otra como ‘Rojo’, o junto con una como ‘una-octava-más-alto-
que’ y otra de la misma categoría que ‘<k, 1, m, n>’, ella misma o una distin
ta, etc. Correlativamente, ‘una-octava-más-alto-que’ no puede escribirse sola,
ni ‘Rojo’ sola, sino que deben ser “completadas” por expresiones como ‘<k, 1,
m, n>’ o ‘<k’, r, m', n'>’ (la primera por dos, la segunda por una). Todos estos
son hechos lógico-sintácticos sobre las expresiones. Ahora bien, a ellos corres
ponden, uno por uno, hechos sobre sus significados; corresponden tan'estre
chamente, que unas y otras propiedades (las que determinan las diferencias de fÜIl»
í
“contenido” y las que determinan las diferencias de “forma”) son las mismas.
Es decir, al igual que ocurría en las ilustraciones de la sección anterior, las rela
ciones de subrogación entre los nombres y sus referencias se han establecido
de modo tal que, necesariamente, existe una isomorfía entre los signos propo
sicionales y los hechos que éstos representan. La isomorfía es en este caso más
abstracta que las isomorfías cromática, espacial o temporal en los ejemplos de
la sección anterior. Es una isomorfía lógica.
Así, isomorfamente a lo que ocurre con las expresiones, la referencia de
‘una-octava-más-alto-que’ es algo que no se puede dar “solo”, sino que se ha
de dar en hechos, relacionando pares de cosas como las referidas por ‘<k, 1, m,
n>’ o ‘<k', 1', m', n'>’. Lo mismo pasa con el referente de ‘Rojo’. Y el refe
rente de ‘<k, 1, m, n>’, por su parte, no se da “solo”, sino que es el tipo de
entidad que necesariamente ejemplifica propiedades como las significadas por
‘Rojo’ (es decir, propiedades monádicas), o está con otras de su misma cate
LA ICONICIDAD DEL SIGNIFICADO Y LA NATURALEZA DE LA LÓGICA 311 '
P q
m, 1 1
m. 0 1
mj 1 0
m. 0 0
Lo que mejor corresponde en LEI a cada uno de los tres signos proposi
cionales posibles en el lenguaje espacial de la segunda ilustración en la sec
ción tercera es, por consiguiente, cada una de las filas de esta tabla; es decir,
cada una de las descripciones exhaustivas posibles que podemos obtener yux
taponiendo signos proposicionales elementales. Cada una de ellas ofrece una
descripción exhaustiva, e incompatible con la que ofrecen los demás, de aque
llo que LEI permite describir. En virtud de la presumida isomorfía lógico-sin
táctica entre signos proposicionales elementales lógico-sintácticamente permi
tidos, por un lado, y los hechos que significan, por otro, del mismo modo que
cada signo proposicional puede ser o no construido, cada hecho significado
puede darse o no. Análogamente, del mismo modo que cada signo proposicio
nal elemental puede pertenecer a una yuxtaposición exhaustiva lógico-sintácti-
camante permitida, con independencia de que los demás pertenezcan o no a
ella, el hecho que significa puede o no existir, con independencia de la exis- sise
PEI
i
t-
LA ICONICIDAD DEL SIGNIFICADO Y LA NATURALEZA DE LA LÓGICA
315
tencia o no existencia de los demás.6 Cada una de las filas representa tambié ’
por consiguiente una posibilidad exhaustiva de existencia y no existencia'd^íHs^^
hechos representados por los signos proposicionales elementales (4.27) Aho-
ra bien, en lugar de hablar de la existencia y no existencia de los hechos ató-
micos correspondientes a los signos proposicionales elementales, podríánio^
hablar simplemente de la verdad o la falsedad de los signos proposicionales
elementales; pues un signo proposicional elemental es verdadero si el hecho
que representa existe, y sólo en ese caso (4.25). Si utilizamos ‘V ’ para verdad
y ‘F’ para falsedad, obtenemos entonces (en nuestro pequeño modelo) la
siguiente tabla, isomorfa a la anterior;
P Q
m, V V
mj F V
mj V F
m„ F F
6. Ésta es la afirmación que sería preciso corregir si [as proposiciones elementales no son independientes entre
sí. En ese caso, no todo signo proposicional elemental pertenece a una yuxtaposición permitida por las reglas lógico-
sintácticas. Las reglas de construcción de yuxtaposiciones permisibles, dicho de otro modo, no son puramente estnic-
turales; no son sólo relativas a la categoría de las expresiones. Pues, presumiblemente, ‘Rojo’. ‘Verde’ y ‘Esférico’
pertenecen a la misma categoría, pero mientras que ia yuxtaposición de ‘RoJo<k, 1, m, n>’ y ‘Verde<k, 1, m, n>’ no
es permisible, sí lo es la de la *RoJo<k, I, m, n>’ y ‘Esférico<k, 1, m. n>’. Es decir, ya no es un simple asunto de com
binatoria determinar cuáles son los mundos posibles representables mediante LFI. Alternativamente, puede introdu
cirse un sentido distinto, ad Itoc, de “categoría”; pero, en ese caso, una parte muy importante del atractivo del Trac-
tatiis (el acuerdo con ciertos datos intuitivamente aceptables sobre la formalidad de un cierto subconjunto de las ver
dades analíticas, las propiamente lógicas) se perdería.
316 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
p q. C3 O4
m, V V Sí Sí Sí No Sí
m-,. F V Sí No Sí Sí No
m.
113 ■ V F Sí S í. No No No
m^ F F Sí No No Sí No
LA ICONICIDAD DEL SIGNIFICADO Y LA NATURALEZA DE LA LÓGICA 317
explicación que ofrece Wittgenstein del concepto lógico de aseveración. Debe í"_
recordarse que este concepto es más genérico que el que usualmente se expre
sa con el mismo término. Aseverar es, aquí, meramente presentar algo como \»
verdadero, entendiendo ‘verdadero’ en el sentido genérico que se expuso en
§ 2. Es decir, se “asevera”, en el sentido del Tractatus, no sólo cuando se hace
un aserto, sino también cuando se hace una propuesta, una sugerencia, cuando
se da una orden, incluso cuando se hace una pregunta (en este último caso,
naturalmente, no se presenta algo como verdadero, pero se presenta algo sobre
cuya verdad se inquiere); “Un pensamiento puede ser un deseo o una orden.
La verdad y la falsedad consisten entonces en que las órdenes sean obedecidas
o desobedecidas. [...] La esperanza, el temor y la duda son formas de pensa
miento” (Lee, p. 24).
No debe confundirse el sentido que una proposición representa — la región
del espacio lógico con la que está semánticamente asociada— con la asevera
ción de ese sentido. El signo proposicional p tiene el mismo sentido, tanto
cuando es usado para hacer una aseveración, como cuando forma parte de un
signo preposicional complejo, ^p, por ejemplo; pero en este último caso no
está aseverado. Esto es lo que expresa Wittgenstein cuando distingue mostrar
el sentido de una proposición de decirlo (4.022). La proposición p muestra su
sentido en los dos casos anteriores, pero sólo se dice o enuncia en el primero.
Por otro lado, la posesión de sentido es una condición necesaria para la posi
bilidad de la aseveración. (Wittgenstein lo explica en 4.063 mediante una ana
logía introducida‘para aclarar el concepto de verí/nr/’.)
Hasta aquí hemos venido considerando signos preposicionales elementa
les. La propuesta de Wittgenstein es, en resumen, identificar los “hacedores de
verdad” o condiciones de verdad por ellos representados con una selección del
conjunto de todos los mundos posibles determinados por la totalidad de las
proposiciones elementales: “Las condiciones de verdad determinan el ámbito
que la proposición deja abierto a los hechos. (La proposición, la figura, el
modelo, son en un sentido negativo como un cuerpo sólido, que limita la liber
tad de movimientos de los otros; en un sentido positivo, como el espacio lim i
tado por la sustancia sólida, dentro del cual hay lugar para un cuerpo)” (4.463).
En sentido negativo, una proposición excluye mundos posibles; en sentido
positivo, deja al hacerlo abierto un espacio para que sea ocupados por el mun
do real. Si se me dice ‘Clinton ganará las elecciones del 96 en USA’, podemos
pensar que lo que se hace es excluir que el mundo sea uno de entre ciertos
mundos posibles; se imponen ciertas condiciones que, por lo demás, dejan
muchas cosas abiertas que somos igualmente capaces de contemplar. (La pro
posición aseverada con ‘Clinton ganará las elecciones del 96 en USA’ deja
muchas posibilidades abiertas: es compatible con mundos en los que Aznar ha
ganado antes las elecciones de ese mismo año en España, y también con mun
dos en los que no; con mundos en los que ha habido un gran terremoto en San
Francisco, y con mundos en los que no, etc.) La metáfora de 4.463, pues,
sugiere que éste es un modo intuitivamente razonable de explicar la idea de
condiciones de verdad'. “Las posibilidades de verdad y falsedad de las propo-
!
LA ICONICIDAD DEL SIGNIFICADO Y LA NATURALEZA DE LA LÓGICA - 31^
nes de verdad las caracteriza la “expresión del acuerdo y desacuerdo con las
posibilidades de verdad y falsedad de las proposiciones elementales” (4.431).
Supuesto esto,-¿qué ocurre con ‘->Rojo<k;', 1', m', n’> ’? Es fácil ver quedas
reglas semánticas dadas en VI, § 6 transforman condiciones de verdad así
entendidas en nuevas condiciones de verdad; asignan a ios conjuntos de mun
dos posibles determinados por las proposiciones a que se aplican nuevos con
juntos de mundos posibles. Así, por ejemplo, según la regla semántica ofreci
da para la negación en VI, § 6 , la negación de una proposición produce un con
junto de mundos posibles, a partir del conjunto representado por la proposición
negada: el conjunto complementario con el seleccionado por el signo proposi-
cional que se niega. La proposición p (= ‘Rojo<lc', 1', m', n'>’), en nuestro
modelo reducido, era idéntica a la región 0 j, {m^mj}; su negación, ‘-'Rojo<k',
r, m', n’> ’, es simplemente la región a^, {m2,m4}. Si el sentido de una propo
sición no es más que la especificación de un conjunto de mundos posibles, si
“la expresión del acuerdo y desacuerdo con las posibilidades de verdad y fal
sedad de las proposiciones elementales expresa las condiciones de verdad de
la proposición” (4.431), entonces, ciertamente, a* es una proposición tan legí
tima como la expresada por p, acuerdo con la regla que dimos en VI,
§ 6 para la conjunción, ‘(Rojo<k', 1', m', n’> a Rojo<k, 1, m, n>)’ representa la
región del espacio lógico en la tabla de más airiba (como se recordará, q =
‘Rojo<k, 1, m, n>’), {m ,}. Por último, y en virtud igualmente de la regla que
dimos para la cuantificación existencial en VI, § 6 , el signo preposicional ‘3x
Rojo x ’ caracteriza en nuestro reducido espacio lógico la región {raí, m 2, .m3}.
“Supongamos que me fueran dadas todas las proposiciones elementales.
Entonces cabe considerar simplemente qué proposiciones puedo construir a
partir de ellas. Y ésas son todas las proposiciones, y están a íf limitadas” (4.51).
El sentido de una proposición es una región del espacio lógico determinado por
las proposiciones elementales; por tanto, hay proposiciones no expresadas por
proposiciones elementales. Esas otras proposiciones no expresadas por ningu
na proposición elemental (denominémoslas ‘complejas’), sintácticamente
hablando, las construimos con ayuda de las constantes lógicas; junto con las
elementales, constituyen todas las proposiciones. Podemos decir, con expre
sión afortunada de lan Hacking,’ que las constantes lógicas son ‘subproductos
del sistema de representación’. Lo esencial para que haya un sistema de repre
sentación son las relaciones de subrogación entre los nombres y sus referentes
y las propiedades lógico-sintácticas de los nombres que determinan qué pro
posiciones elementales (y yuxtaposiciones de las mismas) son permisibles. La
existencia de las constantes lógicas es subsiguiente a la de las relaciones
semánticas de subrogación y al isomorfisrao entre nombres y cosas en que con
siste el “parecido” lógico entre el lenguaje y el mundo.
De modo general, por consiguiente, una proposición es una función veri-
tativa de proposiciones elementales (5); pues cada región del espacio lógico
7. En “What is Logic?”.
LA ICONICIDAD DEL SIGNIFICADO Y LA NATURALEZA DE LA LÓGICA 321'-
puede verse como una función (en el sentido matemático del término) que ásig-d
na un ‘S í’ o un ‘N o’ a cada combinación posible de los valores veritativós déí
. las proposiciones elementales. Por las razones combinatorias que dimos antés-i
si hay n proposiciones elementales, habrá 2" combinaciones diferentes de valo-'
res veritativós para ellas; por esas mismas razones, si 2" = k, habrá 2* proposi
ciones diferentes (4.42). En nuestra pequeña maqueta ilustrativa hay cuatro
combinaciones diferentes de valores veritativós para las dos proposiciones ele
mentales, y 16 funciones veritativas o regiones del espacio lógico diferentes;
entre ellas, las cinco representadas en la tabla. Cada función veritativa es una
proposición, y todas ellas constituyen la totalidad de las proposiciones dife
rentes expresables en un lenguaje con esas dos proposiciones elementales.
Todas las constantes lógicas que precisamos son las necesarias para significar
todas las regiones posibles del espacio lógico, todas las proposiciones posibles.
Desde un punto de vista lógico, un lenguaje figurativo ideal es, según
Wittgenstein, un lenguaje de primer orden, cuyo universo del discurso contie
ne entidades de diferente categoría. Wittgenstein no lo dice en esos términos,
porque la distinción entre lenguajes de diferentes órdenes (tal y como se
entiende contemporáneamente) no se había hecho en su época. Wittgenstein
habla de lenguajes como los del los Grungesetze de Frege o los Principia Mat-
hematica de Russell y Whitehead (3.325). Los signos proposicionales elemen
tales de esos lenguajes contienen expresiones para designar entidades de dife
rentes “tipos”; particulares de particulares y relaciones entre particulares,
propiedades de propiedades del primer tipo y relaciones entre ellas (y quizás
también con particulares), etc.^ Es sabido que las conectivas lógicas usual
mente empleadas en los lenguajes de primer orden son interdefinibles; la nega
ción y la conjunción, por ejemplo, bastan por sí solas para expresar todas las
funciones veritativas, y ‘todo es IT puede expresarse como ‘no es el caso que
algo no sea FT. La negación, la conjunción y el cuantificador existencial ser
virían por tanto para expresar todos los sentidos distintos permitidos por LFI.
Elegantemente, Wittgenstein propone reducir todas las constantes lógicas
(incluidas los cuantificadores) a una sola, que expresa con la letra ‘N ’ (5.5).
No viene aquí al caso que expliquemos cómo Wittgenstein consigue expresar
todo lo que se puede expresar en un lenguaje usual de primer orden con su úni
ca constante lógica.»
Sobre la base de la concepción semántica que se acaba de exponer, Witt
genstein dice que p y ~'P “tienen sentidos contrapuestos”, pero “les corres
ponde una y la misma realidad” (4.0621); les corresponde una y la misma rea-
8. En la concepción del Tractaius, sin embargo, todos los objetos (incluidas las propiedades, relaciones, etc.)
son nombrables\ por lo tanto, aunque se puede cuantiñcar sobre propiedades, relaciones, etc., al hacerlo no se cuan-
tifica sobre subconjuntos arbitrarios de los objetos particulares del universo. Por eso un lenguaje figurativo es, esen
cialmente, uno de primer orden. En un lenguaje de segundo orden se cuanüfica sobre subconjuntos arbitrarios de las
entidades que conforman el universo del discurso. Cuantifícar sobre propiedades es. en el Tractaius, simplemente
cuaniificar sobre uno de los tipos de objeto que conforman el universo.
9. Fogeiin negó esto en su Wiugensiein, pero Geach y Soames mostraron que sus argumentos no son con
vincentes. Véase Miller, “Tractarian Semantics for Predícate Logic”, para un resumen accesible de los hechos.
■
T ie n e q u e h a c e r s e e v id e n te en n u estro s s ím b o lo s q u e l o q u e s e c o n e c ta p o r
m e d io d e V , ‘a ’ , e tc ., han d e s e r p r o p o s ic io n e s . Y e llo e s a sí, p u e s e l s ím b o
lo e n « p » y « q » p r e su p o n e y a V , S ’, etc . S i e l s ig n o « p » en « p v q » n o e s tu
v iera e n lu g a r d e un s ig n o c o m p le jo , e n to n c e s, p o r s í s o lo , n o p o d r ía ten er s e n
tido; e n e s e c a s o , ta m p o c o p o d ría n ten er se n tid o lo s s ig n o s «p v p » , «p a p»,
e tc ., q u e tie n e n e l m ism o s ig n ific a d o q u e « p » . P ero s i « p v p » n o tie n e s e n ti
d o , ta m p o c o p u e d e ten erlo «p v q » ( 5 .5 1 5 ).
Para que exista significado, en el caso más básico, debe haber un signo
complejo, un signo proposicional articulado de acuerdo con ciertas reglas
lógico-sintácticas. D e ahí que, según Wittgenstein, un signo proposicional no
pueda nunca ser un nombre, ni tener referencia. El caso básico es el de los
signos preposicionales elementales; y, como hemos visto, que tengan senti
do conlleva inmediatamente que lo tengan también otras proposiciones,
expresables sólo con ayuda de las constantes lógicas (“el símbolo en «p» y
«q» presupone ya ‘v ’, ‘A , etc.”). “Donde hay composición, hay argumento
y función; y donde ellos están, están todas las constantes lógicas” (5.47).
Donde hay com posición (en la proposición, por más que sea elemental), hay
articulación, expresiones de diferente categoría lógica (“argumento y fun
ción”). Esta articulación determina el espacio lógico, y, con él, la función de
toda constante lógica. “Se podría decir: la única constante lógica es lo que
todas las proposiciones, dada su esencia, deben tener en común. Pero esto es
la forma general de la proposición” (ibid.). En esencia, una proposición es
algo susceptible de verdad o falsedad, algo que representa una entidad con-
tingente-si-real-y-posible-si-irreal; por consiguiente, el signo mismo que la
expresa tiene una articulación lógica en común con las cosas significadas.
Pero la existencia de esta articulación común a los signos y a las cosas con
lleva la existencia de todos los recursos necesarios para expresar cualquier
sentido posible.
10. En las hiKaigadoiies Filosóficas, y en el curso de lo que considero un examen cn'tico sistemático de las
doctrinas del Tractams, pone Wittgenstein en boca de su “yo" anterior una queja: que, al hacer sus propuestas alter
nativas, el autor de las Investigaciones está pasando por alto el problema fundamental, la “gran cuestión’’ que le ocu
pó en la fase anterior: “Podn'a objetarse: «¡Tú cortas por lo fácil! Hablas de todos los juegos del lenguaje posibles,
pero no has dicho en ninguna parte qué es lo esencial de un juego del lenguaje y, por tanto, del lenguaje. Qué es
común a torios esos procesos y los convierte en lenguaje. Te ahorras, pues, justamente la parte de la investigación que
te ha dado en su tiempo los mayores quebraderos de cabeza, a saber, la tocante a Informa general de la proposición
y del lenguaje.» Y eso es verdad."
L A IC O N IC ID A D D E L S IG N IF IC A D O Y L A N A T U R A L E Z A D E L A L Ó G IC A . 325
son permisibles, rigen también para los objetos por ellos referidos, especifi
cando ahora qué hechos atómicos son posibles. El sentido de un signo prepo
sicional elemental es, así — como el signo que lo expresa, y por las mismas
razones— algo contingente-si-se-da-y-posible-si-no-se-da.
(iv) {Postulado de independencia) Las reglas lógico-sintácticas determinan
también qué aseveraciones de signos proposicionales elementales son compa
tibles entre sí. La aseveración de un signo proposicional elemental no es
incompatible con la aseveración de cualquier otro signo proposicional elemen
tal; pueden, por tanto, yuxtaponerse aseveraciones de cualesquiera signos pro
posicionales. Una yuxtaposición exhaustiva consiste en una indicación, para
cada signo proposicional elemental, de si se asevera o queda en suspenso su
aseveración. Las yuxtaposiciones exhaustivas son incompatibles entre sí.
(v) En vista de (iv), eí sentido de un signo proposicional elemental se iden
tifica con una región del espacio lógico constituido por todas las yuxtaposi
ciones exhaustivas posibles. Esta región se identifica a su vez con una función
veritativa de las proposiciones elementales: a saber, la función que selecciona
toda yuxtaposición exhaustiva de la que forma parte la aseveración del signo
proposicional. Hay regiones de este espacio — funciones veritativas de propo
siciones elementales, y, por tanto, sentidos potenciales— no expresadas por
ninguna proposición elemental. Las constantes lógicas son operaciones que
transforman funciones veritativas en funciones veritativas, permitiendo expre
sar todos los sentidos potenciales; todos los hechos contingentes-si-se-dan-y-
posibles-si-no-se-dan determinados conjuntamente por las reglas semánticas
icónicas y ostensivas.
Wittgenstein aduce tres consideraciones en favor de la tesis de que estos
rasgos constituyen la “esencia del lenguaje”: (a) La tesis explica la sistemati-
cidad de la propiedad semántica fundamental, la de expresar un acto lingüísti
co una cierta proposición, (b) La tesis resuelve el problema de la intencionali
dad, en el caso de los enunciados (que, según él, es el único en el que el
problema surge); es decir, explica cómo es que entendemos lo que los actos
lingüísticos básicos expresan, pese a que puede no darse realmente, (c) La tesis
asigna un lugar único a las proposiciones lógicas entre todas las proposiciones;
es decir, explica la naturaleza de la verdad analítica (que coincide-con la ver
dad cognoscible a priori y la verdad necesaria). Desarrollamos a continuación
los dos primeros puntos, y en la siguiente sección el tercero.
(a) Una aseveración de la teoría figurativa se encuentra en 4.01: “la pro
posición es una figura de la realidad”. La justificación para esa aseveración se
da en 4.02: “Esto se ve a partir del hecho de que podemos entender el sentido
de un enunciado sin que nos sea explicado de antemano”.” Un comentario
ulterior a esto es: “es una característica esencial de los enunciados el que con
ellos se nos puede comunicar nuevos sentidos” (4.027). Es claro que aquí Witt-
l í . El demostrativo ‘esto’ refiere a lo que se dice en el parágrafo que le precede inmediatamente en él órdén
de prelación determinado por la mmeración de la obra, esto es, 4.01, y no a lo que se dice en eí parágrafo qiié fe
precede inmediataroente en el orden en que están impresos, a saber, 4.016. . -
326 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
genstein nos llama la atención, con el fin de justificar la teoría figurativa, sobre
el dato ya familiar de la sistematicidad del significado de los enunciados:
mientras que los significados de las unidades léxicas con las que no estamos
familiarizado nos los tienen que explicar de antemano, para que seamos capa
ces de entenderlas, no ocurre así con los enunciados: somos capaces de enten
der enunciados que nunca antes habíamos encontrado; y esto no es una casua
lidad, sino que pertenece a la esencia del lenguaje. “Los significados de los
signos simples (las palabras) nos deben ser explicados, para que podamos enten
derlos. Con las proposiciones nos entendemos por nosotros mismos” (4.026).
Los principios fregeanos del Contexto y de Composicionalidad (VI, §1)
nos permitieron profundizar en la idea de la sistematicidad lingüística. Adver
timos entonces que en la idea de que el lenguaje posee estructura hay dos ele
mentos separables: por un lado, hay propiedades lingüísticas que no se esta
blecen caso por caso, sino por reglas que toman en consideración en último
extremo propiedades, ellas sí, determinadas por enumeración; esto es lo que
propiamente venimos llamando ‘sistematicidad’. Por otro, hay propiedades lin
güísticas que sólo se ejemplifican contextualmente, contribuyendo a la ejem-
plificación de otras propiedades. La teoría figurativa también recoge este
segundo elemento: entender una palabra requiere no sólo saber en lugar de qué
está, sino también cpál es el poder combinatorio común a la palabra y a su sig
nificado, es decir, saber cómo se combina ia palabra con otras palabras para
formar oraciones. “Sólo la oración tiene sentido; sólo en el contexto de la pro
posición tiene un nombre significado” (3.3). 2.0122 proporciona el correlato
ontológico.*-
E1 Principio del Contexto no es en el Tractatus meramente una guía meto
dológica, como lo era en Frege. Se fundamenta en el carácter icónico de todo
lenguaje; esto, a su vez, explica los dos datos que vamos a examinar a conti
nuación, el carácter intencional, y, por tanto, falible, de las relaciones semán
ticas fundamentales (las que vinculan los enunciados a los sentidos que aseve
ran) y la existencia de verdades analíticas, cognQ,scibles a priori y necesarias.
Pero ambas son propiedades esenciales del lenguaje; de modo que, si la teoría
figurativa es verdadera, no preguntarse por el significado de las unidades léxi
cas separadas de los signos preposicionales en los que pueden aparecer es
mucho más que una conveniencia metodológica. Es algo que viene exigido por
la estrucmra lógica del mundo, que todo lenguaje necesariamente reproduce.
El que nuestras intuiciones lingüísticas revelen el carácter estructurado del
12. Dicho sea de paso, en esto reside ía razón última por la que “el mundo es la totalidad de los hechos, no
de las cosas” (I.I); como el mismo Wittgenstein glosara a Lee: “Lo que el mundo es se da por descripción, y no
mediante una lista de objetos. Del mismo modo, las palabras no tienen sentido excepto en las proposiciones, y la pro
posición es la unidad del lenguaje” (Lee, 119). Es esencial a una palabra aparecer en una u otra oración, aunque no
en ninguna específica; análogamente, es necesario a las cosas constituir unos u otros hechos, aunque no ningún hecho
específico. Por tanto, una lista de palabras sólo remite a todos los enunciados que se pueden construir con ellas, y
entre ellos los habrá verdaderos y los habrá falsos; análogamente, una lista de cosas sólo remite a los hechos que pue
den constituir, y entre ellos los podrá haber que se dan y podrá haberlos que no se dan. Así. un intento de describir
el mundo dando una lista de cosas lo deja todo indeterminado. Para describir el mundo hemos de hacer más: herhos
de aseverar hechos.
r
lenguaje, en los dos sentidos indicados confirma, por consiguiente, la tesis del
Tractatus. .
(b) La idea central de la teoría figurativa, tal y como la hemos expuesto
en las secciones precedentes, consiste en que existe una isomorfía profunda y
esencial entre cualquier sistema de representación y lo que el sistema repre
senta, análoga a la que observamos en los ejemplos de § 2; todo lenguaje inclu
ye, necesariamente, un elemento icónico. Wittgenstein lo expresa así: “Para
que la figura tenga siquiera la posibilidad de figurar lo figurado, algo debe ser
idéntico en la una y lo otro” (2.161). Según Wittgenstein, pues, hay algo pecu
liar que hace difícil a las figuras “figurar lo figurado”; por ello, la figuración
sólo puede “lograrse” si existe-una isomorfía entre signos y cosas. Entre otros
muchos textos, 2.17 y 2.18 ponen de manifiésto' cuál es esa peculiaridad; Witt
genstein lo expresa poco despúés así: “No se puede saber si la figura es ver
dadera o falsa sólo por ella misma” (2.224). Lo mismo dice respecto de los
enunciados en 4.024: “Entender un enunciado significa saber qué es el caso si
es verdadero. (Puede entenderse, por tanto, sin que se sepa si es verdadero.)”
Es manifiesto que los actos lingüísticos ordinarios tienen esta característica:
representan algo que no tiene por qué darse realmente. Eso ocurría ya con las
tres ilustraciones ofrecidas a modo de ejemplo de signos intuitivamente icóni-
cos en § 2, y ocurre con la primera preferencia “normal” que se nos ocurra.
Lo que tenemos aquí no es más que uno de los criterios indicativos de la pecu
liaridad de las relaciones intencionales, su falibilidad (III, § 1).
La teoría figurativa da cuenta de esto, generalizando la explicación que
presentamos al final de § 2 para los casos intuitivamente icónicos allí conside
rados. Wittgenstein dice (2.1511): “Es así que la figura está ligada a la reali
dad; llega hasta ella”, en un contexto que deja claro que con ‘así’ no se refie
re — como las glosas de algunos intérpretes sugieren— meramente a la corres
pondencia en virtud de la cual los nombres subrogan a sus representados. El
contexto indica con claridad que con ‘así’ se refiere más bien a ese “algo idén
tico” que deben compartir los enunciados y lo que representan, a que Witt
genstein denomina la “forma lógica”. El texto dice que la -figura “llega” a la
realidad en virtud de que tiene la misma forma que la realidad; es decir, en vir
tud de que los modos de combinación de los nombres son idénticos a los
modos de combinación de los objetos nombrados. “La proposición nos parti
cipa un hecho; por tanto, debe estar esencialmente conectada con el hecho. Y
la conexión es, justamente, que la proposición es la figura lógica del hecho”
(4.03).
Lo que la teoría figurativa propone, pues, es una solución al problema de
la intencionalidad alternativa a la ofrecida por los representacionalistas (III,
§ 3). Si los enunciados pueden representar hechos no existentes, es porque los
hechos representados están necesariamente compuestos de objetos, con pro
piedades lógicas (la posibilidad de combinarse de ciertos modos, entre ellos el
simbolizado en el enunciado), y estas posibilidades lógicas de las cosas que
dan reproducidas por las posibilidades de combinación de los signos antecpr
dentemente conocidas. Wittgenstein excluye así una explicación como las de
LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
(c) Aunque no ocurre así con los que proferimos usualmente, hay enun
ciados que no podrían ser falsos; uno paradigmático en LFI podría ser
‘-'(Rojo<k, 1, m, n> a ->Rojo<k, 1, m, n>)’. Este enunciado es una tautología
(4.46); su sentido es el conjunto de todos los mundos p o sib les— en el peque
ño modelo de la sección anterior, la región a ,— . Si aseverar una proposición
es seleccionar una región del espacio lógico, con la intención de “capturar” al
hacerlo el mundo real, entonces aseverar una tautología es la manera menos
arriesgada de hacerlo; no excluimos al hacerlo ninguna posibilidad, de modo
que no podemos equivocamos. Pero una aseveración es más informativa cuan
tas más posibilidades excluye, cuanto más probable es su falsedad; por consi
guiente, aseverar una tautología es aseverar algo completamente falto de poder
informativo. La proposición negada por nuestro ejemplo, ‘(Rojo<k^ 1, m, n> a
-iRojo<k, 1, m, n>)’, por otra parte, es una contradicción: representa la región
a la que ningún mundo pertenece. Esta proposición es hasta tal punto “infor
mativa”, en el sentido anterior (es decir, excluye tantas posibilidades), que no
puede ser verdadera. Tampoco puede cumplir ninguna función usual aseverar
este “hecho”.
Tautologías y contradicciones son, pues, proposiciones cuya aseveración
no tiene objeto; son proposiciones “sin sentido” (4.461). Pero en un lenguaje
como LFI su existencia es necesaria. Lo que es más, su existencia está nece
sariamente garantizada por las propiedades (i)-(v), que el Tractatus pretende
son esenciales a todo sistema de representación. La existencia de las tautolo
gías y de las contradicciones se sigue inmediatamente de la existencia de reglas
semánticas icónicas, que son las que explican la intencionalidad de la repre
sentación y las que conllevan la sistematicidad de las representaciones. Pues
estas reglas permiten identificar el hecho representado por un signo proposi-
cional con una región del espacio lógico (un conjunto de mundos posibles), y
a toda región del espacio lógico con un sentido potencialmente representable
en el lenguaje dado. Las reglas conllevan de este modo la necesidad de que el
lenguaje contenga signos proposicionales complejos, y las constantes lógicas
con las que construirlos a partir de signos proposicionales elementales; y entra
ñan así ipsofacto la existencia de tautologías y contradicciones. Tautologías y
contradicciones, por consiguiente, no son batiburrillos sólo en apariencia inte
ligibles de expresiones lingüísticas, sino enunciados inteligibles (4.4611).
Las reglas icónicas entrañan también, necesariamente, la existencia de la
siguiente relación entre conjuntos de enunciados (“premisas”) y enunciados
(“conclusiones”):- la relación consistente en que el conjunto de los mundos
LA ICONICIDAD DEL SIGNIHCADO Y LA NATURALEZA DE LA LÓGICA 329
posibles en que son verdaderas a la vez todas las premisas, pertenecen también
al conjunto de mundos posibles en que es verdadera la conclusión. Esta rela
ción (la relación de consecuencia lógica, 5.11) se da, por ejemplo, entre el con
junto de premisas constituido sólo por ‘Rojo<k, 1, m, n > ’ (que en el modelo de
§ 4 representaba la región {m,, m^}) y la conclusión ‘3x Rojo x' (que repre
sentaba la región {m,, m^, mj}); y se da también entre el conjunto constituido
por ‘-i(-tRojo<k, 1, m, n> a -iSólido<k', 1', m', n'>)’ y por SSólido<k', 1', m',
n’> ’, y la conclusión ‘Rojo<k, 1, m, n>’. Determinadas tautologías (por ejem
plo, ‘Rojo<k, 1, m, n> 3x Rojo x ’) sirven para expresar relaciones de con
secuencia entre enunciados perfectamente significativos. De hecho, toda rela
ción de consecuencia, en la medida en que el número de las premisas sea fini
to, puede expresarse mediante una tautología de estas características. Dado que
el objetivo de la lógica es sistematizar todas las relaciones de consecuencia
lógica entre proposiciones enteramente significativas, la lógica consiste así en
un conjunto de tautologías (6.1221, 6.1201, 6.1264, 6.1).
El principal objetivo filosófico de Wittgenstein al emprender la investiga
ción que llevaría al Tractatus era. dar cuenta de la singularidad de la verdad
lógica y de las relaciones de consecuencia lógica (6.112), por oposición a la
verdad empírica y a las relaciones de inferencia que establecemos sobre fun
damentos empíricos. La teoría figurativa da cuenta de esta singularidad, en los
siguientes términos: “La marca característica de las proposiciones lógicas es
que su verdad puede reconocerse en el símbolo sólo, y este hecho encierra en
sí la totalidad de la filosofía de la lógica” (6.113). Para apreciar cabalmente
esta concepción — evitando el error común de confundirla con otra— es pre
ciso comprender el papel recíproco desempeñado por los dos tipos de reglas
semánticas necesariamente presentes en todo lenguaje figurativo, las reglas
ostensivas y las icónicas. Wittgenstein recoge esta diferencia mediante su dis
tinción entre la “lógica” y la “aplicación de la lógica”.
La lógica de un lenguaje está determinada por el conjunto de reglas
semánticas icónicas; la aplicación de la lógica a un lenguaje dado está deter
minada además por el conjunto de las reglas semánticas ostensivas. La con
cepción wittgensteiniana de la singularidad de la lógica se puede resumir así:
la lógica es siempre lógica aplicada', no hay lógica, sin que haya una aplicar
ción. Pues el lenguaje es icónico en tanto que las propiedades lógico-sintácti
cas de los nombres (su necesitar ser completada con nombres de determinadas
categorías para dar lugar a signos proposicionales) es compartida por el signi
ficado subrogado por el nombre; para que este significado sea icónico, por tan
to, la unidad debe también poseer un significado no icónico, una referencia.
Las expresiones no pueden tener significados icónicos, por consiguiente, a
menos que tengan también significados ostensivos. Mas, por otro lado, cada
aplicación particular es lógicamente irrelevante. No es necesario entender nin
gún conjunto específico de nombres, para comprender los significados icónrí
eos relevantes; diferentes nombres, con diferentes significados específicos, ser
virían para el propósito. Ningún conjunto particular de significados ostensivos
es necesario, para que las expresiones posean significados icónicos. :; r:
330 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
13. He elegido el término ‘modelo’ con el fin de sugerir una impoaante relación entre la concepción tracta-
riana de la lógica y la concepción contemporánea, debida a Tarski. Nótese que los modelos no son mundos posibles;
son sólo interpretaciones posibles del lenguaje, que determinan diferentes conjuntos de mundos posibles. Y, por tan
to, diferentes mundos; pues “el mundo” es uno de los mundos posibles. Sólo relativamente a una aplicación concrer
ta de la lógica, a un lenguaje específico, cabe remitirse definidamente a “el” mundo; Wittgenstein sigue esa práctíca:
(Como veremos en el próximo capítulo, “el” mundo del Tractatus es el mundo de un.sujeto en un mpmenlo dado.i
332 LAS PALABRAS, LAS K)EAS Y LAS COSAS
Por Otra parte, la lógica presupone una u otra aplicación-, ú bien cada
aplicación particular es lógicamente irrelevante, la lógica es siempre lógica
aplicada] cabe hablar de verdad lógica y de consecuencia lógica sólo relativa
mente a la existencia de uno u otro modelo para los nombres del lenguaje. La
lógica sistematiza y expone las proposiciones lógicamente verdaderas, las tau
tologías, y con ello también los argumentos lógicamente válidos. N o presupone
ninguna aplicación particular. Es decir, no presupone que los nombres que apa
recen en las proposiciones lógicas mantienen tales y cuales relaciones semán
ticas ostensivas, por oposición a tales y cuales otras. Sin embargo, las propo
siciones lógicas sí “presuponen que los nombres tienen significado y las
proposiciones elementales sentido; y ésta es su conexión con el mundo. Es
manifiesto que algo tiene que indicar sobre el mundo el que determinadas com
binaciones de símbolos — a los que es esencial poseer un determinado carác
ter— sean tautologías” (6.124). Que determinadas combinaciones de símbolos
sean tautologías revela algo sobre el mundo: pues sólo en virtud de que, a tra
vés de unas u otras correlaciones irrelevantes en su especificidad, el mundo y
los símbolos comparten algo —justamente esa forma que constituye el “carác
ter determinado” de cada símbolo— , hay tautologías y relaciones de conse
cuencia lógica.
Ésta es la clave para entender dos de los pasajes a mi juicio más oscuros
del Tractatus, 5.552 y 5.5521; son también éstos los pasajes donde con más
firmeza se argumenta en el Tractatus que la lógica presupone una u otra apli
cación. “La «experiencia» que necesitamos para entender la lógica no es la de
que algo se comporta de tal y cual modo, sino la de que algo es. Pero ésta,
justamente, no es una experiencia. La lógica precede a cada experiencia, de
que algo es así". Es anterior al cómo, no al qué” (5.552). Una experiencia pro
piamente dicha es un tipo de pensamiento; y un pensamiento es en esencia
corno una proposición: es algo que, pese a tener la capacidad de “llegar” a la
realidad, podría ser falso. Una experiencia propiamente dicha es, por tanto, la
experiencia de que algo es así] esto presupone que ese algo que se experimenta
como siendo así, podría ser de otro modo. Hemos dicho antes que, para cono
cer las propiedades lógicas, no es necesario saber qué referencias específicas
se han asignado a los nombres; pues esto también depende de la experiencia.
(La lógica es independiente de cada aplicación.) Pero hemos dicho también
que la lógica no puede ser independiente de todas las aplicaciones. Entender
la lógica, por tanto, requiere saber que los nombres tienen referencias (no
importa cuáles). Pero esto es tanto como decir que entender la lógica requiere
saber que hay cosas, que hay entidades extralingüísticas (unas u otras, no
importa cuáles, ni de qué tipos) que han sido correlacionadas con signos, a tra
vés de correlaciones que preservan la forma lógica. Que haya cosas, pues, que
haya un mundo, es — desde el punto de vista del Tractatus— tan necesario como m
necesaria pueda ser la verdad de cualquier proposición lógicamente verdadera. ;
Por otra parte, como hemos de ver, es una consecuencia de la tesis del
Tractatus que ninguna proposición propiamente dicha puede expresar lo que,
sin ser una tautología, es necesariamente el caso. No es sólo que las proposi
m^pm.
.1'" É
ciones sean figuras, y gracias a ello puedan ser entendidas incluso si son fal
sas; es que, dado que das proposiciones son figuras, toda proposición propia
mente dicha que no sea una tautología o una contradicción debe poder ser fal
sa. Por tanto, ninguna proposición propiamente dicha puede expresar que hay
cosas; y, como una experiencia es esencialmente una proposición (un pensa-
mientoX no hay una experiencia propiamente dicha de que hay cosas, de que
hay mundo. Aunque eso es verdadero — es más, es necesariamente verdade
ro— , una experiencia de ello es, necesariamente, sólo una “experiencia” entre
comillas, una presunta experiencia.
Esta interpretación se ve confirmada por la que se ofrece a continuación
para el aún más oscuro epígrafe que sucede al anterior, 5.5521, en que clara
mente se pretende ofrecer un argumento para la afirmación.de que la lógica no
es anterior al qué. “Y si esto no fuese así, ¿cómo podríamos aplicar la lógica?
Se podría decir: si habría lógica incluso si no hubiese un mundo, ¿cómo pue
de haber lógica, dado que hay un mundo?” Si las propiedades lógicas fuesen
meramente formales; si no fuese parte de la explicación que proporciona una
teoría lógica el que las propiedades lógicas son propiedades de los signos y
también de las cosas correlacionadas con esos mismos signos a través de rela
ciones referenciales, entonces esas propiedades serían inútiles para explicar
cómo las proposiciones cotidianas, con el significado que cotidianamente tie
nen (parte del cual está necesariamente constituido por las referencias de algu
nas palabras, y por tanto presupone la existencia de una realidad extra
lingüística) se siguen lógicamente de otras. En ese caso, existiría otra expli
cación de que unas proposiciones con significado pleno (proposiciones
ordinarias sobre el mundo externo determinado por las referencias de los nom
bres) se sigan de otras, ajena a la que nosotros ofrecemos bajo la rúbrica
‘lógica’; pero como ésa es justamente la explicación que buscamos, en tal
caso nuestra “lógica” no existiría (hablando más propiamente; sería teórica
mente prescindible).
Las propiedades lógico-sintácticas no son pues, en absoluto, propiedades
meramente formales para Wittgenstein. Es esencial que sean también propie
dades del mundo con el que las referencias de ios nombres nos ponen en con
tacto. La concepción “formalista”, que puede ser atribuida a algunos de los
filósofos que elaboraron explicaciones de la naturaleza de la lógica inspirán
dose en el Tractatus (particularmente a Camap), y al propio Wittgenstein en el
período de transición del Tractatus a las Investigaciones, es com,pletamente
ajena a las ideas del Tractatus. La lógica no es convencional, sino trascenden
tal, un “espejo” del mundo (6.124, 6.13): ‘“¿Estás hablando entonces de “mera
convención”, de mera convención en el sentido en que las reglas del ajedrez o
de otros juegos son “mera convención”?’ La gramática no es meramente, des
de luego, las convenciones de un juego en este sentido, el juego del lenguaje.
Lo que distingue al lenguaje de un juego en este sentido es la aplicación a la
realidad”, y “la aplicación depende de cómo es el mundo” (Lee, págs. 12 y.l8);.
Las verdades lógicas (y las relaciones de consecuencia lógica) son cognosci
bles a priori y son necesarias, porque descansan en hechos puramente forma--
334 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
Mas, ¡uno sólo debe inferir lo que se sigue realmente! - ¿Pretende esto signi
ficar: sólo lo que se sigue, ateniéndose a las reglas de inferencia; o pretende
significar: sólo lo que se sigue, ateniéndose a reglas de inferencia tales que
corresponden de algún modo a algún (tipo de) realidad? Lo que aquí tenemos
en mente de una manera vaga es que esta realidad es algo muy abstracto, muy
general, y muy rígido. La lógica es una suerte de ultra-física, la descripción de
la “estmctura lógica” del mundo, que percibimos a través de una suerte de
ultra-experiencia (con el entendimiento, etc.) {Remarles on the Foundations of
Mathematics, 1, § 8).
cientes a diferentes categorías, son contingentes; estos hechos existen así sobre
el fondo de un “espacio lógico” constituido por otros hechos que, alternativa
mente a los que de hecho se dan, esos mismos objetos podrían haber configura
do. Segundo, todo sistema de representación refleja necesariamente esa estruc
tura abstracta; pues las unidades expresivas mínimas de un sistema de represen
tación (enunciados) tienen el cometido de representar los hechos del mundo, y
sólo si reflejan su estructura modal abstracta pueden los enunciados representar
tales entidades contingentes, cuyo darse no puede quedar garantizado por el mero
representarlos. Tercero, la existencia de proposiciones necesariamente verdade
ras es un efecto sobrevenido, aunque necesario, consiguiente a la erección de un
sistema de representación capaz de reflejar la abstracta estructura modal del
mundo. Lejos de ser las verdades a priori “hechos” que nuestro sistema de repre-
"sentación impone al mundo (como parece ocurrir en la “explicación” kantiana),
se trata de verdades muy generales sobre el mundo que es necesario conocer para
poder representarse hechos igualmente relativos al mundo sólo cognoscibles a
posteriori, cuyo estatuto ontológico en nada desmerece al de éstos.
Creo q ué esta explicación parece “poco interesante” en la misma medida en
que lo parece la análoga explicación aristotélica de la posibilidad del conoci
miento general basado en la inducción, expuesta brevemente en IH, §4. Aunque
ambas explicaciones son hasta cierto punto informativas, y — al menos cuando
se exponen con una cierta plausibilidad— involucran un aparato teórico y argu
mentativo sutil, no dejan de tener el aire de “es así porque es a sf’. A mis oídos,
empero, la explicación de las propiedades lógicas del Tractatus suena tan con
vincente como la explicación aristotélica de la posibilidad de la inducción. La
esperanza — ^proclive a la metafísica correctiva— de que la filosofía proporcione
explicaciones reductivas tan insospechadas como algunas explicaciones científi
cas, como vieron tos más grandes metafísicos descriptivos (Aristóteles y Rus-
sell), es sólo la manifestación de una comezón intelectual cuyo desahogo sería
más saludable buscar en la literatura. Aunque, como vamos a ver, la teoría figu
rativa del Tractatus no puede ser correcta, cualquier concepción alternativa del
lenguaje debería acomodar la idea rectora de la obra, presentada en esta sección.
explicación consiste en que las posibilidades que la realidad admite están prefi
guradas, a priori, en las posibilidades lógico-sintácticas de las palabras que con
figuran el signo proposicional: las representaciones son, ellas mismas, hechos
modalmente isomorfos a los hechos que representan (§ 3). Los objetos que con
forman la realidad admiten, para configurar hechos atómicos posibles, todas las
posibilidades de formación de signos proposicionales que la sintaxis lógica per
mite a las palabras que los nombran, y sólo ellas. La realidad misma es, pues,
lógica; la sintaxis lógica que articula el lenguaje no es en rigor sino un reflejo
de la sintaxis lógica que articula el mundo. La sintaxis lógica no es impuesta
arbitrariamente a las cosas por el lenguaje, sino que las posibilidades en ella re
cogidas para los “nombres” son exactamente las posibilidades que de hecho
admiten sus significaciones, los “objetos” (§ 6). Del mismo modo que la unidad
mínima del lenguaje es el signo proposicional elemental, la unidad mínima del
mundo es el hecho atómico. El signo proposicional está construido composicio-
nalmente a partir de palabras; pero las palabras se presentan siempre necesaria
mente junto con otras, en el contexto mínimo de un signo proposicional ele
mental — lo que a su vez refleja que los objetos se presentan siempre junto con
otros, en el contexto mínimo de hechos atómicos^— (§ 5 ).
Una proposición elemental verdadera es, pues, una que corresponde ple
namente a la realidad: no sólo sus palabras nombran objetos reales (esto ocu
rre también en el caso de las proposiciones falsas), sino que la particular posi
bilidad lógico-sintáctica con arreglo a la cual se ha configurado el signo pro
posicional configura de hecho igualmente a los objetos. Es una consecuencia
de la teoría figurativa que todas las proposiciones son o bien verdaderas, pero
contingentes, o bien falsas, pero posiblemente verdaderas, o bien tautologías o
contradicciones. El último caso es el de la verdad lógica; la existencia de ver
dades lógicas está garantizada por la isomorfía lógica que vincula el lenguaje
al mundo, dada la necesidad de que todo lenguaje icónieo incluya recursos (las
constantes lógicas) necesarios para expresar proposiciones complejas partien
do de las proposiciones elementales (§ 4). Dado que los hechos lógicos comu
nes al lenguaje y al mundo que garantizan la existencia de verdades lógicas son
independientes de tas aplicaciones, la verdad lógica es formal (un enunciado
lógicamente verdadero lo es en todo modelo, § 6). Es así que las verdades lógi
cas son verdades analíticas, cognoscibles a priori y cognoscibles con certeza;
como todas las proposiciones que no son lógicamente verdaderas o falsas son
contingentes, las verdades lógicas son las únicas proposiciones con estas pro
piedades. Las modalidades (verdad necesaria, cognoscible a priori, analítica,
lógica) resultan ser la misma propiedad.
Como lecturas, además del propio Tractatus Logico-Philosophicus (traduce
ción española de Jacobo Muñoz e Isidoro Reguera, Madrid: Alianza Editorial;
1987), recomiendo dos libros clásicos: Anscombe, An Introduction to Wittgens-
tein's Tractatus, y Stenius, Wittgenstein's Tractatus. El personaje Wittgenstein¡es
tan singular, que el conocimiento de detalles biográficos es también de interés.
Es muy recomendable a este respecto la lectura de la biografía de R. Mqnk, Witt-
gensteín: The Duty of Genius. icíri
f.L -i36
C apítu lo X
com o veremos, esto conlleva que tales referencias sean objetos fenoménicos.
Comenzaremos desarrollando (i) en esta sección.
Hay una excepción a (i) que, com o hemos visto, el propio Wittgenstein
admite: las tautologías y las contradicciones, que, pese a “dejar sólo una opción
a la realidad” (careciendo por consiguiente de sentido u objeto su aseveración),
son inteligibles. Sin embargo, bajo el supuesto de que las categorías lógicas
nos son familiares, es fácil ver que el lenguaje incluye muchos otros ejemplos
de enunciados necesariamente verdaderos o necesariamente falsos, que, sin
embargo, no son lógicamente verdaderos a la luz de la explicación del Tracta-
tus. Rechazar el supuesto de que las categorías lógicas nos son familiares, por
otro lado, conlleva dejar completamente indefinida la tesis del Tractatus, y, en
esa medida, quita toda plausibilidad a los datos en favor de esa tesis presenta
dos en las secciones 5 y 6 del capítulo anterior.
El Tractatus se muestra más reticente de lo que desearíamos en cuanto a
informamos sobre las propiedades lógico-sintácticas que conforman \?lforma
lógica y determinan la naturaleza de las proposiciones elementales. La justifi
cación que se nos da es que no es tarea de la lógica (ni de la filosofía) ofrecer
tal información — ^pues no es una tarea que pueda llevarse a efecto con éxito a
priori— . Quizás esto sea en realidad una excusa, y la motivación última esté
en la imposibilidad con que se topa Wittgenstein de encontrar proposiciones
elementales que satisfagan todos sus requisitos teóricos, en particular el postu
lado de independencia.' Ahora bien, para que quepa decir que nuestras intuiti-
ciones apoyan la explicación de la naturaleza de la verdad lógica y la conse
cuencia lógica que la obra proporciona, las categorías lógicas en que tal expli
cación se asienta deben tratarse de propiedades que nos son familiares:
propiedades que somos capaces de reconocer, sobre la base de nuestras intui
ciones lingüísticas. Debe tratarse de categorías como aquellas a las que nos
venimos remitiendo cuando precisamos caracterizar la “forma lógica” de las
oraciones del lenguaje natural (cf. especialmente VIII, § 1), cuyas ejemplifica-
d on es somos ciertamente capaces de reconocer tras adquirir algún entrena
miento.
Los epígrafes 6 del Tractatus consideran algunos de esos ejemplos, ofre
ciendo diferentes modos de acomodarlos. Están los enunciados matemáticos,
‘7 + 5 = 12’. (O ‘7 + 5 = 11’; es indiferente que consideremos enunciados
necesariamente verdaderos, que sólo dejan a la realidad la posibilidad de decir
“s f ’, o enunciados necesariamente falsos, que sólo dejan la posibilidad contra
puesta.) Están los enunciados causales, y las “leyes naturales”, que considera
remos en la próxima sección. Están las oraciones que se presentan com o impe
rativos categóricos. A modo de ilustración inicial, consideremos este último
caso.
1. Wittgenstein señalaría después '‘que ni Russeü ni él mismo habían sido capaces de ofrecer ejemplos de
‘proposiciones atómicas’, y dijo que esto revelaba algún upo de error” (Moore: “W ittgenstein's Lectures, 1930-33”,
p. 297).
LA METAH'SICA DEL ATOMISMO LÓGICO 341:
2, Véase su “Lecture on Ethtcs”. Dos ejemplos que allí proporciona de circunstancias con valor absoluto posi
tivo (sintomáticos del “narcisismo axiológico” que acompaña a la actitud solipsista defendida en el Tractatus) son las
experiencias de que "hay cosas” (de la “existencia del mundo”) y de “sentirse a salvo”. Su ejemplo de valor absolu
to negativo es la experiencia de "culpa”. El narcisismo axiológico de que hablo se fundamenta en su reductivismo eli-
minatorio hacia la causalidad, como se expone después. A consecuencia de que no existen "verdaderas” relaciones
causales, no hay que buscar el valor en los efectos de nuestras intenciones (porque los “efecios” de niiéstrás inten
ciones no son cognoscibles). SÍ acaso, hay que buscarlo en la intención misma. (El uso de ‘narcisismo’ para referir
me a esta ética se justifica más adelante.) . '^
.1 ■■
342 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
s
(a) La primera estrategia la ilustra el tratamiento de un tipo de contrae
jemplo que ya habíamos mencionado, los contraejemplos al postulado de inde
pendencia. ‘Juan es padre de sí m ismo’ o ‘el dos es mayor que él m ism o’ tie
nen la forma de enunciados elementales, pero son necesariamente falsos. ‘La
superficie A es enteramente roja y es también verde’ es necesariamente falso,
pero no es una contradicción lógica. Wittgenstein considera este último ejem
plo (el caso de la exclusión de los colores) en 6.3751. Lo que allí dice es esto:
dado que ‘A es enteramente rojo’ (donde ‘A’ nombra una región específica de
mi campo visual en un momento concreto) y ‘A es verde’ son contradictorios,
no pueden ser enunciados elementales. Por consiguiente ‘rojo’ y ‘verde’ deben
ser analizables. Un término “analizable” es, para Wittgenstein, uno definido en
términos de otros; el análisis consiste en hacer explícita la definición primero,
y reemplazar después el término definido por la expresión que lo define.
Consideremos, por ejemplo, ‘Sergi es hermano de Víctor y Víctor no es
hermano de Sergi’; se trata de un enunciado intuitivamente contradictorio, pero
no lógicamente contradictorio en el sentido explicado en IX, § 6. (Si lo fuese,
habría de ser verdad en todos los modelos; pero podemos fácilmente pensar en
modelos para un signo proposicionai de la forma aRb a -'bRa en que el enun
ciado resultante es verdadero. Basta interpretar ‘R’ como la relación de amar.)
Supongamos sin embargo que la relación ‘x es hermano de y ’ está definida del
siguiente modo: “x e, y descienden de los mismos progenitores”. En ese caso,
c tras reemplazar en el enunciado problemático el término definido por su defíni-
..ción, obtenemos ‘Sergi y Víctor descienden de los mismos progenitores, y V íc
tor y Sergi no descienden de los mismos progenitores’. Esto sí podría contar
como una contradicción puramente lógica.^ Así, la primera estrategia de Witt
genstein para solventar los casos problemáticos consiste en matizar la tesis del
Tractatus, recurriendo al concepto fregeano de verdad analítica (III, § 4). Para
Frege, como dijimos, una verdad analítica'es o bien una verdad lógica, o bien
una que puede convertirse en una verdad lógica con ayuda de definiciones. La
tesis de Wittgenstein no es que todos los enunciados necesariamente verdade
ros del lenguaje natural sean tautologías, sino que son verdades analíticas, en el
sentido de Frege. O, dicho de otro modo, su tesis es que una vez analizados,
todos los enunciados del lenguaje natural satisfacen los postulados de la teoría
figurativa: son tautologías, contradicciones, o enunciados contingentes. Esto es
aún compatible con su concepción descriptiva y no correctiva de la metafísica.
“Todas las proposiciones de nuestro lenguaje común están ya, tal y com o están,
en perfecto orden lógico” (5.5563), “toda proposición posible está correcta
mente construida” (5.4733); pero “el lenguaje disfraza el pensamiento. Hasta tal
punto, que de la forma externa del ropaje no puede deducirse la forma del pen
samiento que está por debajo”; “es humanamente imposible extraer de él inme-
3. Abreviando \x es progenitor de y’ con ‘PCr, y)’, ‘Sergi’ con ‘a’ y ‘Víctor’ con ‘b ’. su forma lógica podría
representarse aproximadamente así: 3x3y(P(x,a) a P(y,a) a x y) a 3x3y(P(x,b) a P(y,b) a x y) VxVy(P(x,a)
P(y.b)) A 3x(PCx,a) A -’P(x.b)). Ningún modelo puede hacer que un enunciado con esta forma sea verdadero.
« g g g S s g jíl «a~
LA METAHSICA DEL ATOMISMO LÓGICO 343
2. Decir y mostrar
‘decir’, puesto que un enunciado así no será una tautología, lo que p representa”
debe ser algo que podría no darse. Debe existir por tanto la posibilidad que, al'
aseverar p pretendemos excluir, es decir, que lo representado p o rp no se die
ra. Pero tal cosa es imposible, pues el propio p es una representación, y exhi
be por ello necesariamente — con independencia de las referencias específicas
de los nombres que puedan aparecer en p— las características que asevera; por
ejemplo, los nombres que aparecen en p deben pertenecer a diferentes catego
rías lógico-sintácticas, etc. La misma enunciación de p contradice así la exis
tencia de la posibilidad que se pretende excluir al aseverarlo. O (contrapo
niendo lo anterior), si existiese la posibilidad que la aseveración de p pretende
excluir, tendría que existir alguna posibilidad sintáctica para los nombres del
lenguaje a que p pertenece que en realidad no existe; una que la sintaxis lógi
ca con arreglo a la cual están configurados los nombres en p excluye.
Este argumento es una reconstrucción plausible, a mi juicio, de la única
consideración argumentativa que Wittgenstein proporciona en el Tractatus:
“Para poder representar la forma lógica, deberíamos situamos con la proposi
ción fuera de la lógica, es decir, fuera del mundo” (4.12; cf. también 2.174).
Para poder caracterizar la forma lógica (tal como, en el curso de la presente
exposición de las ideas del Tractatus, hemos venido haciendo hasta aquQ debe
ríamos presuponer que está abierta (para excluirla con nuestro aserto) una
“posibilidad” impensable; y, lo que es peor, deberíamos hacerlo empleando
para ello modos de representación que no pueden existir, pues están excluidos
por la estructura modal del mundo que todo sistema de representación debe
reñejar.
Hasta aquí el argumento. Veamos ahora cómo (inconsistentemente) Witt
genstein pretende proporcionarse una salida del callejón sin salida al que su
argumento y sus tesis le han llevado. Los “¿echos” lógico-sintácticos que
garantizan la posibilidad de la representación (la isomorfía lógica entre los
hechos representacionales y los hechos representados) están ahí, y deben ser
conocidos áQ algún modo por quien quiera que sea capaz de entender una
representación. Para entender lo que un signo proposicional dice (para conocer
el hecho o situación posible que representa) es preciso “conocer” los hechos
lógico-sintácticos sobre el propio sistema de representación (qué ejemplares lo
son del mismo nombre y cuáles lo son de nombres diferentes, así como las
categorías a las que los nombres pertenecen); además, es preciso “conocer” que
los objetos admiten exactamente las mismas posibilidades de combinación.
Sabemos explícitamente aquello que podemos decir, en el sentido anterior
mente definido. Es claro, entonces, que, según el Tractatus, no podemos saber
explícitamente todo lo anterior, si bien, como acabamos de decir, hemos de
“conocerlo”. Hemos de saberlo de un modo necesariamente tácito) es un cono
cimiento que no sabemos expresar, y uno además que no estaremos nunca en
disposición de expresar. Pero el uso que hacemos del lenguaje para decir lo qué
sí puede decirse revela que poseemos tal conocimiento. Estos hechos, necesa
rios para la representación, que deben ser tácitamente conocidos, constituyen
lo que se muestra. Nuestra capacidad de crear y entender representaciones
7'
i, _
muestra, o exhibe, que poseemos ese conocimiento, pese a que no pueda m os
trarse a la manera usual consistente en expresar lo que sabemos.
La información-que un signo transmite, el hecho contingente o meramen
te posible que un enunciado representa, es lo que el signo dice. Ahora bien,
para ser capaz de entender un signo es preciso conocer ya otras cosas; es pre
ciso poseer cierta otra “información”. Esa información necesaria para entender
un signo, distinta de lo que el signo dice, es lo que el signo muestra. También
la información mostrada al decir debe ser conocida por quien quiera que dice.
El siguiente ejemplo pretende ilustrar esto, poniendo en evidencia ios malen
tendidos que pueden producirse cuando no se conoce lo que los signos mues
tran. Supongamos que le doy a mi sastre una pequeña pieza de tela azul con
finas rayas blancas a lo largo cada dos centímetros (dado el ancho de la pieza,
ésta contiene tres rayas en total), con la intención de que le sirva de muestra
de cómo quiero el traje. Las características que el traje ha de tener constituyen
lo que el signo dice. Supongamos que cuando voy a buscar el traje éste resul
ta ser azul, con sólo tres rayas verticales en un lado. Obviamente, el sastre no
ha entendido lo que mi signo decía. Si no lo ha hecho, es porque no ha capta
do correctamente la información que el signo mostraba. El sastre no ha com
prendido cuáles son exactamente las propiedades de la pieza que indican pro
piedades que ha de tener el traje; en particular, no ha comprendido que el
numero de rayas de la pieza no es una de ellas; es una propiedad del signo
carente de significación. Si al ir a buscar el traje me encuentro con un traje
azul, con rayas cada dos centímetros, pero de papel, el problema hubiera sido
similar — esta vez por defecto, en lugar de por exceso— : parte de lo que mi
uso del signo mostraba era que el material de que la pieza estaba hecho era
significativo; el sastre no lo entendió así, con lo que no captó la proposición
por mí dicha.
Entre eso que se muestra, pero no se puede decir, están las tesis filosófi
cas interesantes. “Lo que pertenece a la esencia del mundo no puede expre
sarse en el lenguaje. [...] Lo que pertenece a la esencia del mundo, sim ple
mente, no se puede decir. Y la filosofía habría de describir la esencia del mun
do, si hubiera de decir algo” (PB, § 54). El criterio de corrección e incorrec
ción que Wittgenstein nos ofrece para distinguir entre los arcanos es, pues, que
los arcanos correctos enuncian condiciones necesarias para la representación,
condiciones que es preciso conocer tácitamente para entender lo que la repre
sentación dice, y de cuyo conocimiento tácito es un indicio la capacidad de
comprender lo dicho.
El argumento de Wittgenstein es especioso, y la distinción entre decir y
mostrar no puede servir para hacer comprensible una contradicción (la de que
hay signos ininteligibles pero iluminadores y “verdaderos”). Sin embargo
— como ocurre con los argumentos especiosos interesantes— , hay hechos pro
fundos que aprender sobre el lenguaje tanto del argumento como de la distin
I
ción entre decir y mostrar. A éstas alturas de la discusión parece razonable acep
tar que existen condiciones necesarias para la representación. Las representa lili
ciones son esencialmente intencionales — falibles e intensionales (HI, § 1)— , y
LA METAFISICA DEL ATOMISMO LÓGICO 34Í:
5. La revisión de las ideas habituales en la comunidad ñlosófica sobre la modalidad (que ni siquiera eran las
del Tractatus, sino una versión convencionalista —o aguada de algún otro modo— de las mismas, en que la idea de
una modalidad objetiva no tenía lugar) es quizás la más profunda aportación de la obra filosófica más incisiva e influ
yente de los últimos anos. El nombrar y la necesidad, de Saúl Kripke'. La revisión de Kripke supone un cambio de
rumbo tan considerable, que hay que volyer a los escritos de Aristóteles para encontrar una idea similarmenie opues
ta a todo reduciivismo de la modalidad. Todas las propuestas de este trabajo en el sentido de que es crucial, para com
prender correctamente los problemas fundamentales relativos al lenguaje, refinar considerablemente las distinciones
modales, están en último término inspiradas en tas ideas de Kripke; incluso cuando se utilizan para afirmar tesis que
Kripke no suscribiría.
LA METAFÍSICA DEL ATOMISMO LÓGICO 349':
<^.:í
r
352 L A S P A L A B R A S , L A S ID E A S Y L A S C O S A S
m
cunstancia que podamos pensar (2.022-2.023). Los simples son una “sustan
cia” porque no pueden no existir: existen en todos los mundos posibles. I ^
Lfn aspecto ulterior de esta condición límite que impone el Tractatus\ los i
simples y a las proposiciones elementales que tratan de ellos aparece implíci-
tamente aseverado en estas preguntas retóricas: “¿Podemos entender dos nom
bres sin saber si designan la misma cosa o dos cosas diferentes? ¿Podemos
entender una proposición en que aparecen dos nombres, sin saber si significan
lo mismo o algo diferente?” (4.243). Naturalmente, si con ‘nombre’ nos refe
rimos a los términos que aparecen en enunciados elementales del lenguaje
natural, la respuesta a ambas preguntas es claramente positiva: eso es lo que
ocurre con ‘Héspero’ y ‘Fósforo’, o ‘agua’ y ‘HjO’. Más aún, eso es lo que
cabe esperar si las referencias son objetivas. Pues las significaciones objetivas
de los términos sólo pueden ser conocidas si hay, asociada con el término,
información que nos permite identificar la significación; y dos términos pue
den estar asociados con informaciones distintas que identifican sin embargo la ;
misma referencia (VI, § 2). ■
Todas estas son consideraciones limitativas: excluyen candidatos a “sim
ples”. Vemos así cómo el Tractatus contempla un proceso de análisis, al final
del cual hemos de obtener proposiciones construidas mediante las operaciones
que introducen constantes lógicas a partir de proposiciones elementales, todos
cuyos nombres se limitan a estar en lugar de indefinibles.(No hay distinción
entre sentido y referencia para ellos, porque las dos razones que requieren
introducir sentidos además de referencias están excluidas: es imposible que un
usuario competente piense que dos nombres con referencias distintas tienen la
misma referencia, y es imposible que sean comprendidos aunque no tengan
referencia. D e este modo, ni el problema de la vaguedad ni el de los términos
sin referencia se dan, en realidad; una vez completamente analizadas, se pue
de ver que las proposiciones del lenguaje natural tienen un sentido determina
do, y que es imposible que haya situaciones en que carecerían de valor verita-
tivo; “[...] sentimos que el mundo ha de constar de elementos. Y parece como
si esto fuera idéntico con la proposición de que el mundo debería ser lo que
es, debería estar definido. O con otras palabras: lo que vacila son nuestras
determinaciones, no el mundo. Parece' como si negar los objetos fuera tanto
como decir: el mundo puede ser indefinido en el sentido, acaso, en el que nues
tro conocimiento es incierto e indefinido. El mundo tiene una estructura fija”
(Diarios Filosóficos, 17-6-15).^
Es claro que se sigue de estas condiciones limitativas que ninguna entidad
W*
8. Dado que la filosofía no puede consistir en decir cosas (pues las verdades filosóficas conciernen a lo que
se muestra, pero no se puede decir), el Tractatus identifica la filosofía con la práctica de esta actividad de analizar las
proposiciones del lenguaje común reemplazando los términos definidos por los que los definen, con el fin de elimi
nar los malentendidos (4 .111). Quizás lo único común al Tractatus.y a las Investigaciones esté aquí: el autor de ambas
obras recomienda a los filósofos tareas aburridas; tareas, por cierto, que él mismo se ahorra, dedicándose en lugar de
ello a la mucho mas interesante actividad de justificar sus recomendaciones. Ello requiere examinar todos los proble
mas filosóficos de que, de atenerse a sus recomendaciones, después de cada una de las obras de Wittgenstein los demás
filósofos habnan de olvidarse. . ■ .: ■
t
objetiva (IH, § 2) puede ser un simple! La Luna, pongamos por caso, no pue
de ser un simpl?„„ pues podemos describir coherentemente situaciones en que
nos convencemos de que ‘la Luna’ carece después de todo de significación:
«Lo que designan los nombres del lenguaje tiene que ser indestructible:
pues se tiene que poder describir el estado de cosas en el que se destruye todo
lo que es destructible. Y en esta descripción habrá palabras; y lo que les corres
ponde no puede entonces destruirse, pues de lo contrario las palabras no ten
drían significado.» No debo serrar la rama sobre la que estoy sentado. {Inves
tigaciones, § 55).
[...] se siente la tentación de hacer una objeción contra lo que ordinaria
mente se llama «nombre»; y se puede expresar así: que el nombre debe desig
n a r realmente un simple. Y esto quizás pudiera fundamentarse así: Un nombre
propio en sentido ordinario es, pongamos por caso, la palabra «Nothung». La
espada Nothung consta de partes en una determinada configuración. Si se com
binasen de otra manera, no existiría Nothung. Ahora bien, es evidente que la
oración «Nothung tiene un tajo afilado» tiene sentido tanto si Nothung está aún
entera como si ya está hecha pedazos. Pero si «Nothung» es el nombre de un
objeto, ese objeto ya no existe cuando Nothung está hecha pedazos; y como
ningún objeto correspondería al nombre, éste no tendría significado. Pero
entonces en la oración «Nothung tiene un tajo afilado» figuraría una palabra
que río tiene significado y por ello la oración sería un sinsentido. Ahora bien,
tiene sentido; por tanto, debe corresponder algo a las palabras de las que cons
ta. Así piles, ,1a palabra «Nothung» debe desaparecer con el análisis del senti
do y en su lugar deben entrar palabras que nombran simples. A estas palabras
las llamaremos con justicia los nombres genuinos {Investigaciones, § 39).
9. Confróntense igualmente las consideraciones sobre los diferentes tipos de composición de una figura visual
en las Investigaciones^ § 47 (justamente después de una referencia explícita al Tractatus).
LA METAHSICA DEL ATOMISMO LÓGICO 3S5i
gencia de respetar (al final del análisis) el principio de bivalencia. Sin émbar-
. go, sí incluye afirmaciones que sólo cabe interpretar ( a las’-íómamos literal
mente) supuesta la corrección de la única interpretación razonablemente clara
que, por lo demás, parece capaz de pasar la condición límite que la obra sí
impone. En mi opinión, es claro que los simples deben ser objetos fenoméni
cos, constituyentes de las vivencias subjetivas que experimentamos en estados
conscientes (notares, como los llamé en III, § 2) independientemente de que
lo experimentado corresponda a algo que se da realmente o no. Nada habría de
extraño en esto si el Tractatus contemplase algo análogo a la distinción de los
representacionalistas entre los objetos intencionales objetivos de nuestros pen
samientos y proposiciones, y las entidades internas que permiten especificar
los — sin compromiso alguno con la existencia de nada objetivo— . Pero, en el
contexto del Tractatus, decir que los referentes de los nombres son entidades
fenoménicas implica que los hechos atómicos existentes (los representados en
proposiciones elementales verdaderas, 4.21), la totalidad de los cuales consti
tuye el mundo (2.04), son entidades con el estatuto ontológico de las vivencias.
Los “hechos” del Tractatus no tienen así nada que ver con lo que en DI, § 2
denominamos “acaecimientos”: no son objetivos}^
I Si esta interpretación es correcta, la metafísica del Tractatus es fenome-
nalista. Naturalmente, es necesario cualificar la identificación de los hechos
con vivencias. Como vimos en V, § 3, también los fenomenalistas reconocen
que, en algún sentido, los objetos intencionales de las proposiciones y los pen
samientos verdaderos — los que constituyen “el mundo”— son hechos “obje
tivos”; pues también ellos deben reconocer una diferencia entre las alucinacio
nes y los sueños, por un lado, y la “realidad”, por otro. En V, § 3, vimos cómo
hacen los fenomenalistas esta distinción, recurriendo al concepto de generali
zación nómica; Wittgenstein la traza en los mismos términos.1
I Sobre la base de que el libro no da ningún ejemplo específico de simples,
algunos comentaristas han concluido que Wittgenstein no tenía ideas definidas
al respecto: sabía que debe haber simples, y no le importaba no tener ningún
ejemplo. Esto es, hasta cierto punto, verdadero; Wittgenstein no podía dar con
ningún ejemplo compatible con el postulado de independencia, a su vez nece
sario para pretender siquiera identificar todas las verdades analíticas con ver
dades lógicas. Pero una cosa es que no pudiera dar ejemplos concretos, y otra
muy distinta que no tuviera ideas definidas sobre el estatuto ontológico de los
simples, y sobre las consecuencias metafísicas de sus propuestas semánticas!
Esto es sin duda falso, como en las páginas sucesivas muestro con un buen aco
pio de datos.
tinto. No existe un nexo causal que justifique tal inferencia. N o podemos infe
rir los acaecirriíd'iios futuros a partir de los presentes. La creencia en el nexo
causal es la superstición” {Tractatus, 5.135-5.1361; cf. también 6.37-6.372,
6.31). Existen dudas sobre si Hume defendió la concepción humeana de las
relaciones causales en la interpretación reductivista eliminatoria (V, § 3), pero
no me cabe ninguna en cuanto a que el Tractatus sí lo hace. Según el Tracta
tus, hay hechos que podemos conocer. Como Anscorabe señala acertadamen
te, 5.156 presupone que, según el Tractatus, existe conocimiento cierto; “Sólo
usamos la probabilidad en ausencia de la certidumbre; cuando no conocemos
plenamente un hecho, pero sabemos algo sobre su forma.” Ua.y, pues, hechos
que sí “conocemos plenamente”. Podemos conocer con certidumbre he
chos concretos, percibidos o recordados. Pero no podemos conocer la verdad
de una generalización empírica, por más compatible que sea con los hechos
conocidos y por más “nómica” que sea. Pues muchas otras generalizaciones
igualmente empíricas son lógicamente compatibles con esos datos; pero “la
conexión entre lo ya sabido y el saber es la de la necesidad lógica” (5.1362).
Si no conocemos acaecimientos futuros, es porque no conocemos leyes causa
les que justifiquen el paso del conocimiento del presente y del pasado al del
futuro. Este modo de argumentar es el de quien defiende la concepción reduc
tivista sobre las relaciones nómicas; todo lo que puede haber de real en una
relación causal se reduce a una generalización fáctica, y la verdad de las gene
ralizaciones Tácticas sólo se conoce cuando se conocen todos los casos. Y esto
es lo coherente con la tesis del Tractatus según la cual la única necesidad es
la necesidad lógica.
Éste es el sentido de los pasajes pertinentes entre 6.3 y 6.372; la única
diferencia entre ellos y los argumentos tradicionales de Hume está en que la
explicación del modo en que elaboramos conjeturas sobre la naturaleza de las
generalizaciones empíricas verdaderas, a partir de la experiencia pasada, es en
el Tractatus más refinada. Como Hume, Wittgenstein admite que tenemos
expectativas sobre el futuro, y, por tanto, que creemos confirmadas unas gene
ralizaciones empíricas y no otras. A diferencia de Hume, Wittgenstein sostie
ne que no se trata, meramente, de un proceso psíquico basado en el hábito.
Wittgenstein incluye como parte del proceso la práctica científica de elaborar
generalizaciones que satisfacen ciertos principios generales, como la ley de la
acción mínima, la ley de conservación, el principio de razón suficiente, etc.
“ ‘Ley causal’, este es un término de género” (6.321). La mecánica misma per
tenece a este grupo. La verdad de estos principios es a priori, pero no lógica;
por tanto, según Wittgenstein, pertenece a lo que se muestra, y no se puede
decir. Se muestra en las expectativas que formamos, en las predicciones que
hacemos sobre el futuro; ellas revelan qué generalizaciones empíricas conside
ramos nómicas, de entre todas las que son compatibles con lo que sabemos con
certidumbre a través de la experiencia.
De manera general, sin entrar en los detalles de qué hormas específicas
utilizamos para construir generalizaciones nómicas, cabe decir: “El procedi
miento de la inducción consiste en que asumimos la ley más simple que cabe
LA m e t a f ís ic a d e l ATOMISMO LÓGICO 357
armonizar con la experiencia” (6.363). La idea de “ley más simple” podría ser
elaborada, detallando cuáles son, específicamente, las leyes del grupo de las
“causales”; la mecánica, etc. (O, mejor dicho, podría ser elaborada si pudiera
decirse lo que en realidad sólo se muestra.) Pero “este procedimiento no tiene
una fundamentación lógica, sino psicológica”. Las generalizaciones empíricas
de hecho verdaderas no tienen por qué ajustarse a ninguna de las hormas con
arreglo a las cuáles construimos nuestras expectativas; ni siquiera a las elabo
radas de la manera científica más refinada. (Véase la analogía de 6.341.) Unas
generalizaciones empíricas u otras serán de hecho verdaderas, y todas las gene
ralizaciones verdaderas tendrán una u otra forma genérica en común; pero las
I
generalizaciones empíricas verdaderas pueden ser justamente aquellas que
nuestros criterios inductivos descartan, como #C(^# (V, § 3). “A
toda la visión moderna del mundo subyace el espejismo de que las llamadas
leyes de la naturaleza son las explicaciones de los fenómenos de la naturaleza.
Y así se afeitan a las leyes de la naturaleza como a algo intocable, al igual que
los antiguos a Dios y al destino. Y ambos tienen razón y no la tienen. Pero los
antiguos son, en cualquier caso, más claros, en la medida en que reconocen un
final claro; mientras que el nuevo sistema hace parecer como si todo estuviera
explicado.”
La suposición de que son “leyes naturales” unas generalizaciones empíri
cas y no otras, de todas las que coinciden igualmente con los casos observa
dos, es intocable — como lo era la creencia de los antiguos en Dios o el desti
no— , pues no podemos dejar de hacer esa distinción. El criterio inductivo para
trazar la distinción entre unas y otras generalizaciones es un elemento semán
tico necesario de un sistema de representación; pues la distinción entre qué
generalizaciones coincidentes con lo observado son nómicas, y cuáles no, es
algo que se muestra; es una característica necesaria de los lenguajes. Es, por
tanto, un final último. Pero se trata de fundamento tan poco firme como el de
los antiguos; pues no estamos aquí ante un hecho lógico, común a todo siste
ma de representación posible y que por tanto refleja la estructura del mundo,
sino ante uno que puede variar de lenguaje a lenguaje. Es decir, los principios
generales utilizados para construir las generalizaciones sobre la base de las
cuales elaborar nuestras expectativas sobre el futuro a partir de lo que conoce
mos (la “finura de la malla”, en la metáfora de 6.341) pueden variar arbitra
riamente. No hay ninguna razón lógica por la que haya de adoptar para elabo
rar mis expectativas a partir de los casos observados la generalización #C(y#
^ # E , (rojo) en^ lugar de ,. ■ - ■
ni. hay
.
ninguna razón lógica por
la que no podría adoptar un lenguaje con un criterio inductivo mucho más per
misivo, “abierto” a la posibilidad de todas las generalizaciones contrapuestas
compatibles con los datos, y, así, suspender el juicio sobre todo suceso futuro.
Lo esencial de la interpretación reductivista de la concepción huméaná es
que descarta la existencia de una relación objetiva entre acaecimientos cog
noscible a posteriori, y, sin embargo, con alcance modal (manifiesto enTos
contrafácticos y las generalizaciones subjuntivas que implica). Quizás Humé
defendiera en realidad la menos radical interpretación proyectivistá (V § ■5)í
í
358 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
10. Lo que sí es posible, desde luego (como muestra el ejemplo de Wittgenstein) es la confusión filosófica
que lleva a pretenderlo. Aunque no es éste el lugar apropiado en que abundar sobre estas cuestiones, observaré que
hay rabones para juzgar también moralmente extraviada a la ilusión que lleva a practicar la ética recomendada por
Wittgenstein. (Esta idea es la que quiero sugerir al describir com-) '‘narcisismo” filosóficamente articulado la propuesta
ética del Tractatus.) A mi juicio, la fascinación que producen las ideas éticas del Tractatus está fuera de lugar. Son
ideas absurdas, cuya aceptación puede muy bien tener consecuencias negativas.
360 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
í*
}
V
A la m ism a conclusión nos lleva el examen de puntos de vista análogos;
los defendidos por Russell, así com o por Wittgenstein en el período interme
dio. Russell vincula explícitamente con su aplicación filosófica de la teoría de
las descripciones — con la idea de que hay “nombres genuinos”— tesis feno-
menalistas. Los nombres genuinos, sostiene Russell explícitamente en di
ferentes escritos (a partir de la segunda mitad de la primera década del siglo
en adelante), son ‘esto’ y ‘y o ’; el primero, utilizado para designar mis propios
datos sensibles. Sus significados son entidades cognoscibles “por contacto”
(acquaintance), no por descripción; es decir, teniéndolas inmediatamente pre
sentes ante nuestra consciencia. D esde 1918, Russell abandona la idea de que
‘yo’ sea un tal nombre genuino, adoptando lo que él llama “monismo neutral”:
la tesis de que el mundo “real” y el sujeto están “fabricados”, por así decirlo,
a partir de los mismos materiales — ordenados con arreglo a criterios diferen
tes— . Tal monismo neutral se aproxima al solipsismo del Tractatus, aunque no
coincide con él (pues, misteriosamente, Russell pensaba que las vivencias no
tienen necesariamente las propiedades de la privacidad y la transparencia, III,
§ 2). Ahora bien, sabemos (por el Tractatus, y especialmente por los diferen
tes comentarios al respecto de Russell, en cartas, etc.) que Wittgenstein criticó
durante el período que nos ocupa (a veces ferozmente) muchas ideas de Rus
sell. Pero no hay ninguna constancia de que criticase ésta. Por otra parte, cuan
do en las Investigaciones discute la tendencia de los filósofos a tomar ‘esto’
como el verdadero nombre propio (§§ 38-46), son tanto el Tractatus com o los
puntos de vista de Russell los que están explícitamente en cuestión.
Existen suficientes datos que manifiestan la simpatía de Wittgenstein
durante la época de la redacción del Tractatus hacia puntos de vista fenome-
nalistas. A sí, Russell explica a su amante Ottoline Morrell en una carta de 1912
que Wittgenstein “admite que si no existe la materia, entonces no existe nadie
salvo él mismo, pero dice que tal cosa no es problemática, porque la física y
la astronomía y todas las otras ciencias podrían aún ser interpretadas de m odo
que fuesen verdaderas”. En una carta de Frege fechada en 1920, en que éste
replica a observaciones de Wittgenstein sobre su artículo “E l pensamiento”
(artículo que contiene una crítica filosóficamente no muy sutil del idealismo),
se presupone que Wittgenstein había hablado de un “fundamento profundo
para el idealismo” que Frege habría pasado por alto. En el curso de la exposi
ción que del Tractatus hizo a Ramsey en 1923 le dijo que “carece de sentido
creer en algo no dado en la experiencia” (M. y J. Hintikka, Investigating Witt
genstein, 77). Según el testimonio de Moore, “en lo que respecta al idealismo
y al solipsismo, dijo que a menudo él mismo había estado tentado a decir ‘todo
lo que es real es la experiencia del momento presente’ o ‘todo lo que es cier
to es la experiencia del momento presente’; y que cualquiera que se ve tenta
do de algún modo a defender el idealismo o el solipsismo conoce la tentación
de decir ‘la única realidad es la experiencia presente’ o ‘la única realidad es
mi experiencia presente’. D e los dos últimos dijo que ambos eran igualmente
absurdos, pero que, pese a que eran falaces ambos, ‘la idea que expresan es de
enorme importancia’” (Moore, 311). Que las tesis solipsista y fenomenalista
LA METAHSICA DEL ATOMISMO LÓGICO 361'
sean para Wittgenstein “absurdas” o “falaces” es compatible con que las sus
criba; pues (como después mostraré a propósito del solipsismo) las suscribe
como parte de lo que se muestra-, lo absurdo es sólo decirlas. El fenomenalis
mo y el solipsismo cuentan entre los arcanos del Tractatus-, que sean arcanos
no significa que sean falsos, pues, com o hemos visto, para él hay arcanos “ver
daderos” y arcanos que no lo son.
Los escritos del “período intermedio” anteriores a Philosophische Gram-
matik, particularmente las Philosophische Bemerkungen, pero también las no
tas tomadas por Lee de las clases de Wittgenstein entre 1930 y 1931, los
recuerdos de Moore de esas mismas clases y las conversaciones con Wais-
mann, incluyen textos del siguiente cariz: “Los datos sensibles son la fuente de
nuestros conceptos [...]. En el sentido primario, uno no ve con sus ojos; la
correlación es contingente. Uno ve lo que sueña, pero no con sus ojos” (Lee,
81). “Un fenómeno no es un síntoma de algo otro: es la realidad. Un fenóme
no no es un síntoma de algo otro, que sería lo que haría verdadera o falsa la
proposición: es ello mismo lo que verifica la proposición” (PB, § 225). “Los
idealistas tenían razón en cuanto que nunca trascendemos la experiencia. Men
te y materia son distinciones dentro de la experiencia” (Lee, 80). (Esto es, en
sustancia, la tesis central del “monismo neutral” de Mach y Russell.) “Resulta
peculiar que aquellos que adscriben realidad sólo a las cosas y no a nuestras
ideas transiten por el mundo como idea sin ponerlo en cuestión — y que nun
ca se alejen lo suficiente como para escapar de él— . [...] ¡Eso que damos por
supuesto, la vida, se considera algo accidental, subordinado; y, por otro la
do, algo que normalmente no entra en mi cabeza, la realidad!” (PB, 80). Los
“idealistas tenían razón” al poner en cuestión de este modo la actitud realista;
según Wittgenstein, la actitud de los realistas se caracteriza por el absurdo
según el cual “aquello más allá de lo cual no podemos ni queremos ir no sería
el mundo” (ibid). Eso más allá de lo cual no podemos ni queremos ir, el ver
dadero mundo, la “vida”, son nuestras vivencias.
La concepción defendida por Wittgenstein a partir de los escritos del perío
do intermedio no es, no obstante lo que pueda parecer meramente a partir de los
textos que acabo de citar, fenomenalista; es una forma de proyectivismo, un pri
mer paso (posiblemente una forma aún individualista de proyectivismo, V, § 5)
hacia el intemismo comunitario que defendería Wittgenstein en adelante, y se
expone en XI. La diferencia entre el proyectivismo que caracteriza los puntos de
vista de Wittgenstein sobre las relaciones nómicas a partir de los años treinta y
el Tractatus se ponen de manifiesto, en estos textos, en su admisión de que “el
mundo que vivimos es el mundo de los datos sensibles; pero el mundo de que
hablamos es el mundo de los objetos físicos” (Lee, 82). “Los realistas vieron que
una hipótesis no es meramente una proposición sobre la experiencia” (Lee, 80).
Seguramente como resultado de su reflexión sobre el problema de la exclusión
del color, Wittgenstein ya no cree que sea posible analizar todo lo que decimos
mediante un cálculo fenomenológico, cuyas proposiciones elementales tratan
directamente de la experiencia. El lenguaje común no requiere análisis; lo rque
decimos no puede reducirse a proposiciones sobre sensaciones.
362 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
raleza; el hecho representado es, a priori, el hecho que la figura debería con
tribuir a realizar, M, G.-C.] La situación representada debe ser más bien como
una sombra de la situación real misma. Pero ¿conoces una sombra tal? Y por
sombra no entiendo aquí algo como una figura de la situación real, —pues una
tai figura no tendría por qué ser la figura de esta situación real precisamente.
Más bien, la situación posible representada tiene que ser justamente la po
sibilidad de esta situación real {Investigaciones filosóficas, § 194).'>
11. En la traducción caslellana se omite traducir la frase correspondiente a la última en rai paráfrasis, “Más
bien, la situación posible Además, la frase anterior a ésa, que es la más impórtame en el te-xio, se traduce de un
modo que se presta a confusión.
12. Ese razonamiento aparece casi explícitamente en Lee, pp. 9 y 30. Este texto del período intermedio se
aparta en algunos aspectos de las ideas del Tractatus, pero no en éste.
LA METAFÍSICA DEL ATOMISMO LÓGICO
3fit'
13. Lee, 9. Wittgenstein considera en el texto una conjetura sobre el futuro, o expectativa, en lugar de una
aseveración; he cambiado ‘expectativa’ por ‘proposición’ ptu-a mantener la consistencia con la discusión precedente.
LA METAHSICA DEL ATO^aSMO LÓGICO 369
(V) S es V en L si y solamente si p.
14. Una salvedad crucial, necesaria para hacer creíble que aquí tenemos una explicación de la verdad, es mos
trar cómo evitar las paradojas semánticas. Pues, sin salvedad alguna, es manifiesto que el criterio propuesto es incon
sistente. (La aplicación del esquema (V) id enunciado (1), *(l) es falso’, produce una contradicción en el supuesto de
que el predicado definido sea ‘ser verdadero’,) Tarski mostró cómo solucionar este problema, haciendo así p rim a fa c ie
plausible una concepción de la verdad que dé una importancia fundamental al esquema (V). Cfi su “The Concept of
Truth in Formalized Languages”.
15. El Tractatus identifica a todas las oraciones con enunciados, e identifica la fuerza asertórica con la pre
dicación de la verdad; es por eso que se dice que un signo para indicar la fuerza asertórica sería redundante (4.442):
’p ’ es verdadera s p . •
370 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
16. “¿Y ha de morir contigo el mundo mago / donde guarda el recuerdo / los hálitos más puros de la vida, /
la blanca sombra del amor primero, / la voz que fue a tu corazón, la mano / que tú queridas retener en sueños, / y todos
los amores / que llegaron al alma, al hondo cielo? / ¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo, / la vieja vida en orden
tuyo y nuevo? / ¿Los yunques y crisoles-de tu alma / trabajan para el polvo y para el viento?” Para el fenomenalista,
el mundo está fabricado a partir de los mismos materiales que el “mundo mago” de Machado; no es de extrañar que
corra igual suerte con la muerte.
B
nos que subrogan siniples, aunque no es una cuestión lógica cuáles sean^estoi?
y la totalidad de las relaciones referenciales determina (junto con las regláS'
lógico-sintácticas) todo lo que se puede expresar en ese lenguaje. La aplicación
de la lógica delimita pues qué proposiciones son verdaderas, determinando qüé
proposiciones son construibles. Esto es lo que especifica el modelo. No se pue
de decir, porque es necesariamente verdadero, aunque no sea lógicamente ver
dadero: no podría ser de otro modo; por esto “se muestra”.
Ahora bien, según Wittgenstein, al delimitar a qué cosas me puedo refe
rir, delimito también el mundo: “[l]os Imites de mi lenguaje señalan los lími
tes de mi mundo” (5.6). Y esta es, precisamente, la justificación a la que ape
la para afirmar que “lo que el solipsismo pretende decir es enteramente correc
to”: “Que el mundo es mi mundo se muestra en que los límites del lenguaje
(del único lenguaje que yo entiendo) señalan los límites de mi mundo” (5.62).
A mi juicio, esto sólo puede entenderse en el supuesto fenomenalista de que el
“mundo” así delimitado está fabricado a partir de sensaciones, de constituyen
tes de vivencias. No se me ocurre si no cómo cuáles sean los objetos para los
que uno dispone en su idiolecto de unidades léxicas que los subrogan pueda
“limitar” el mundo del que depende la verdad o falsedad de lo que decimos.
El contexto del fragmento que cito a continuación hace explícito que “el mun
do” es en él “el mundo como idea”, “la vida”: “Una vez y otra se hace el inten
to de usar el lenguaje para limitar el mundo y ponerlo de relieve — ^pero no pue
de hacerse. La evidencia del mundo se expresa a sí misma en el hecho de que
el lenguaje sólo puede referir a él, y así lo hace. Porque, dado que sólo a par-
■tir de su significado, del mundo, deriva el lenguaje el modo en que significa,
no es concebible ningún lenguaje que no represente este mundo.” (PB, 80) En
resumidas cuentas: el conjunto de objetos fenoménicos con que estoy familia
rizado, y que pueden ser referentes para las unidades léxicas de mi lenguaje en
un momento dado, delimita el mundo: aquello de lo que depende la verdad o
falsedad de mis juicios, deseos, etc. Tratar de decir esto sugeriría que ello
podría ser de otro modo; por eso no puede decirse. Pero es así.
Es bien cierto que Wittgenstein también dice: “el solipsismo, llevado a sus
últimas consecuencias, coincide con el realismo” (5.64). Pero esto no contra
dice lo anterior sino que, como vamos a ver, lo reafirma. Las vivencias, como
dijimos al introducirlas, son necesariamente de un sujeto, y de un único suje
to: las vivencias son privadas y transparentes. Según el Tractatus, todos los
términos no lógicos del “cálculo fenomenológico” en el que cabe expresar todo
lo expresadle en el único lenguaje que yo entiendo significan vivencias mías;
y es un hecho necesario que tales significados son vivencias mías. “Cuando
me apeno por alguien con dolor de muelas, me pongo en su lugar. Pero me
pongo a m í mismo en su lugar” (PB, § 63). Esto es, son mis propias vivencias
las que están siempre, necesariamente, en juego. No hay nombres de mi len
guaje que refieran a cosas que no sean constituyentes de vivencias potenciales,
pero tampoco los hay que refieran a las vivencias de otros. “Si digo ‘A tiene
dolor de muelas’, uso la imagen de sentir dolor del mismo modo en que.úso,
pongamos por caso, la imagen del flujo cuando hablo del flujo de la corriente
374 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
eléctrica. Las dos hipótesis, que los demás tienen dolor de muelas, y que se
comportan como yo pero no tienen dolor de muelas, tienen posiblemente el
mismo sentido” CPB, § 64). Consiguientemente, no digo nada susceptible de
verdad o falsedad (nada que pudiera ser de otro modo) cuando digo que los
nombres de mi lenguaje significan vivencias mías. “En el sentido de la expre
sión ‘datos sensibles’ en el que sería inconcebible que algún otro los tuviera,
no se puede decir, por esa misma razón, que algún otro no los tiene. Por ello
mismo carece de sentido decir que yo, en contraste con algún otro, los tengo”
(PB, § 6 1 ).
Como no puede ser de otro modo que todos los objetos de que hablo son
mis vivencias, tampoco puede ser expresadle mediante una proposición genui-
na. Por otra parte, no es algo lógicamente verdadero. Wittgenstein elucida esto
diciendo que el término ‘yo’ (o ‘m i’) no funciona aqüí como, por ejemplo,
cuando decimos; ‘yo calzo el 4 2 ’, o ‘yo peso 75 kilos’. Estas oraciones per
miten enunciar, ciertamente, proposiciones genuinas; en ellas, ‘yo’ refiere a un
objeto del mundo físico, del mismo modo que lo hacen ‘la Luna’ y ‘Julio
César’ (o ‘A’ en ‘A tiene dolor de muelas’). En cambio, cuando pretendemos
expresar el solipsismo diciendo que el mundo es mi mundo, el término ‘m i’ no
refiere a un objeto. “Dijo que «del mismo modo que ningún ojo (físico) está
involucrado en ver, ningún ego está involucrado en pensar o en tener dolor de
muelas»; y citó, con aparente aprobación, el dicho de Lichtenberg «en vez de
‘yo pienso’ habríamos de decir ‘se piensa’» (donde ‘se’ se usa, dijo, como ‘E s’
se usa en ‘Es blitzet’); y creo que diciendo esto quería expresar algo similar a
lo que dijo acerca del «ojo del campo visual» cuando dijo que no es algo que
esté en el campo visual” (Moore, 309). (Cf. el pasaje de IH, § 2, donde expli
camos por qué no hay que confundir estados de consciencia como los notares
con estados de auíoconsciencia.) El “yo” que es sujeto de mis vivencias no es
algo que podamos contrastar con ningún otro objeto, porque, necesariamente,
todos los objetos son constituyentes á t mis vivencias: entre ellos no encuentro
a ese sujeto para referirme a él —y distinguir, pongamos por caso, algunas
vivencias que son suyas de otras que son de otro— , como no encuentro al ojo
que ve en el campo visual. (C f '5.631.)
Representacipnalistas cómo Locke intentan explicar la atribución de sen
saciones a otros por analogía con las que conocemos por introspección en
nuestro propio caso. El solipsismo encuentra esta idea profundamente inco
rrecta. El Wittgenstein del Tractatiis hubiese suscrito plenamente esta crítica de
las Investigaciones a esa concepción representacionalista de las “otras mentes”:
“Es como si yo dijese; «Tú ciertamente sabes lo que quiere decir ‘son las cin
co en punto aquí’; luego sabes también lo que quiere decir que sondas cinco
en punto en el Sol. Quiere decir que allí es la misma hora que aqüí cuando
aquí son las cinco en punto.»— ^La explicación mediante la identidad no fun
ciona aquí. Pues yo sé, naturalmente, que se puede llamar «la misma hora» a
las cinco aquí y las cinco allí; pero lo que no sé es en qué casos se debe hablar
de identidad de momentos de tiempo, aquí y allí” {Investigaciones, § 350). Si
supiéramos que se puede decir que son “las cinco” aquí y “las cinco” allí.
LA METAHSICA DEL ATOMISMO LÓGICO
entonces entenderíamos que es la misma hora aquí y allí; pero lo que está;en.
cuestión es esa precondición. S i supiéramos en qué condiciones se pueden
aplicar expresiones para las mismas ideas a nosotros y a los demás, entende
ríamos también qué es para los otros “tener las mismas ideas” que yo; pero no
debemos pensar, automáticamente, que porque entendemos ‘dolor de cabeza’
o ‘idea de rojo’ dicho de mí, podemos entender también la expresión cuando
se aplica a otro. Pues puede haber un aspecto esencial al significado de ‘dolor
de cabeza’ que haga que ‘dolor de cabeza’ signifique algo completamente dis
tinto cuando se aplica a otros, del mismo modo que, dado que la posición rela
tiva del Sol al lugar al que aplicamos nuestras expresiones horarias es esencial
al significado de esas expresiones, aplicarlas al Sol carece de significado.
Podríamos ciertamente darle algún significado a esos términos cuando se dicen
del Sol, pero sería uno distinto, y haría ociosa la explicación en términos de la
identidad.
Algo similar es, en realidad, lo que ocurre con los términos para las sen
saciones privadas. Para el solipsista, que yo tengo dolor de cabeza o una idea
de rojo no son hechos contingentes; es esencial al dolor de cabeza y a la
idea de rojo que sean míos. El dolor de cabeza o la idea de rojo del solipsista
no podrían ser de otro. Y no sólo este particular dolor de cabeza', uno de mis
dolores de cabeza, en el sentido del solipsista, es el tipo de cosa que no podría
ser de otro. Yo puedo^ ciertamente, imaginarme tus muelas produciendo dolor;
puedo imaginarme que cuando toco tus muelas duele, cuando masticas un dul
ce duele más, cuando las extraen deja de doler, etc.; pero el dolor en cuestión
sería también “m i” dolor; lo que así imaginaría sería, propiamente, que me due
len tus muelas, en lugar de, como habitualmente, las mías. Una vez más:
“Cuando me apeno por alguien con dolor de muelas, me pongo en su lugar.
Pero rae pongo a mí mismo en su lugar” (PB, § 63). Esto no significa que ‘a
Julio César le duelen las muelas’ carezca de sentido; pero su sentido no tiene
nada que ver con el que promete la explicación analógica de Locke, a saber,
que Julio César tiene una idea como la mía. Su sentido tiene exclusivamente
que ver con las sensaciones que “yo” puedo tener; es decir, con la conducta de
Julio César que puedo percibir visualmente, con sus aullidos de dolor que pue
do oír, etc. Para el fenomenalista, las atribuciones de estados internos a otros
han de entenderse de un modo estrictamente conductual.
¿Qué significa, pues, ‘yo’ o ‘m i’ en las expresiones del solipsismo? Witt
genstein propone, como Hume antes que él, y como Russell (en la etapa del
“monismo neutral”), que este sujeto del solipsismo se identifica, si con algo,
con el conjunto de las vivencias; “Yo soy mi mundo (el microcosmos)” (5.63),
hecho que “está conectado con que [...] todo lo que podemos describir podría
ser de otro modo” (5.634). (Que las vivencias a que me refiero sean mías no
podría ser de otro modo; que si “yo” soy algo, soy la totalidad de mis viven
cias, es consecuencia de que ello no podría ser de otro modo.) Por supuesto,
el mundo que es la totalidad de los hechos atómicos existentes y “mi” mundo
(la “vida”, 5.621) no son la misma cosa. Pero están construidos, por así decir
lo, a partir de los mismos materiales. “Mi” mundo son todas las vivencias que
376 LAS PALABRAS, LAS K)EAS Y LAS COSAS
tengo: las que noto, las que rememoro, las que anticipo, las que imagino, las
que conjeturo, etc.; es el “mundo mago” de Machado. “El” mundo es la tota
lidad de los hechos que configuran la realidad, construidos igualmente a partir
de constituyentes de vivencias, y dispuestos de acuerdo con las generalizacio
nes nómicas verdaderas: las vivencias que estoy cierto de que se dan (bien a
través de la percepción o de la memoria), junto con hechos que guardan con
éstas ciertas relaciones generales de carácter regular bien confirmadas que
constituyen las leyes naturales.
Es sólo en este sentido que “el solipsismo, llevado a sus últimas conse
cuencias, coincide con el realismo”. El solipsismo que Wittgenstein rechaza es
el que pretende enunciarse. La verdad del solipsismo no puede decirse (según
la teoría figurativa), sino que se muestra: es una condición necesaria para la
representación. Pues es una condición necesaria para la representación que
haya nombres que subrogan simples que son la sustancia del mundo; y tales
cosas sólo pueden ser constituyentes de las vivencias de un sujeto en un
momento dado. Todo lo que ese sujeto en ese momento puede representarse
(incluido aquello que haría verdadera a una de las descripciones exhaustivas
que pueden hacerse mediante proposiciones elementales, es decir, el mundo)
está necesariamente construido a partir de esos objetos fenoménicos, necesa
riamente suyos. Por eso, ‘yo’, en las afirmaciones del solipsista, designa un
parámetro vacuo. Las afirmaciones del solipsista presuponen (para excluirlo)
que los objetos que constituyen el mundo podrían no ser suyos; mas, tanta
razón tiene el solipsista, que esto es una imposibilidad (aunque no una contra
dicción lógica). “El yo del solipsismo se reduce a un punto inextenso, y que
da la realidad por él coordinada” (5.64). La exposición muestra hasta qué pun
to es poco “realista” esta tesis. Sigue siendo el caso que todos los términos no
lógicos del cálculo en el que se puede expresar todo lo que yo digo significan
sensaciones mías, y que aquello que determina la verdad o falsedad de lo que
digo está constituido por sensaciones mías. Esto no tiene nada que ver con el
realismo, en el sentido usual del término. El verdadero realismo se caracteriza
por suponer un mundo de entidades objetivas que son conceptualmente inde
pendientes de nuestras vivencias, y las causan; un mundo que no cambia con
los cambios en la experiencia fenoménica de un sujeto, y al que no se puede
hacer “crecer o decrecer” adoptando una cierta actitud ética.
íornao
í iX d b ; ! ®
Capítulo XI
EL ARGUMENTO DE WITTGENSTEIN
CONTRA LOS LENGUAJES PRIVADOS
Pese al riesgo de resultar un tanto repetitivo, será conveniente que com en
cemos recordando los elementos básicos de las convicciones mentalistas. Sin
el detalle con que las hemos estudiado en capítulos precedentes, lo que sigue
EL ARGUMENTO DÉ WITTGENSTEIN CONTRA LOS LENGUAJES PRIVADOS 379'
no tendría un sustento teórico aceptable. Pero, por otra parte, los detalles pue
den impedimos la visión general del problema, y esta visión general es nece
saria para comprender la pertinencia de la crítica al mentalismo que seguirá.
Sin la visión general, es fácil dar inadvertidamente por buenas ideas plausibles,
pero incompatibles con las tesis filosóficas definitorias del mentalismo, y pen
sar en consecuencia que las críticas no se dirigen a ese mentalismo razonable
que hemos así formado — inconsistentemente— en nuestras mentes, sino qui
zás a un hombre de paja construido ad hoc para hacer fácil la “refutación”.
Evitarlo merece sobrellevar el riesgo de la redundancia.
El mentalista presume un supuesto muy exigente sobre el conocimiento.
No es verdadero conocimiento aquello que en la vida cotidiana consideramos ,
tal; sólo cuenta com o verdadero conocimiento aquel que puede ser justificado'
sin dejar resquicio a la duda. S sabe que p cuando S se ha asegurado de que
no es posible que estuviera en una situación en que, teniendo exactamente la
misma justificación sobre la base de la cual cree que p, p serí’a sin embargo
falsa. Hay también conocimiento que se “autojustifica” — es decir, que se jus
tifica directamente, por el mero hecho de darse— ; éste también debe satisfa
cer esta condición de certeza. Supongamos que, sobre la base de lo que creo
percibir, juzgo que se da ante m í en este momento la situación que describiría
en palabras así:
Tanto este enunciado como el juicio que expresa tienen como objeto inten
cional un acaecimiento “objetivo”: este es un dato de partida. Ahora bien, no
cabe decir que conozco directamente tal acaecimiento “objetivo”, pues su
“objetividad” consiste, mínimamente, en que quizás no se dé de hecho un
acaecimiento como el que describo. Quizás esté padeciendo la ilusión conoci
da como fenómeno phi, y todo lo que ha ocurrido realmente es que se ha ilu
minado un disco rojo inmóvil, iluminándose después de 35 milisegundos, tam
bién brevemente, un disco verde igualmente inmóvil situado a mi derecha, a
1,4° de distancia del primero respecto del centro de perspectiva. Por tanto, si
éste fuese un caso de presunto conocimiento directo, incluso si se da realmen
te el acaecimiento descrito en (1) habría que concluir que no sé. Pues simple
mente por el hecho de tener esa convicción basada en lo que creo percibir, no
puedo excluir que ésta sea una situación en que mi juicio es incorrecto.
Sin embargo, parece que este mismo caso nos ofrece un ejemplo del tipo
de conocimiento que busca el cartesiano (lo que mostraría que su definición de
conocimiento es razonable). Pues cabe decir que sí hay algo en la situación que
conozco directamente (simplemente por el hecho de estar en ese estado de
conocimiento): conozco cuál es mi propio estado mental. Sé que es un juicio,
y sé cual es su contenido. Sé, igualmente, que (1) expresa un juicio con ese
contenido. Para que esto sea así, para que realmente tenga conocimiento direo
380 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
sensaciones cromáticas se parecen más entre sí de lo que se parecen a las sen a^i
saciones auditivas, ,sabemos poner en diferentes órdenes las sensaciones cro
máticas, auditivas,: etc., conocemos la “geometría” de nuestras sensaciones
espaciales y la cronometría de nuestras vivencias dinámicas, sabemos qué
experimentamos en el presente y qué creemos haber experimentado en el pasa
do, tenemos expectativas sobre qué habríamos de experimentar dado que expe
rimentamos contemporáneamente unas u otras sensaciones; y muy poco más.
Y la investigación de Hume revela que todo esto es compatible con que no
existan las relaciones nómicas objetivas específicas que postulan representa-
cionalistas como Descartes y Locke, ni, por tanto, las entidades teóricas pos
tuladas junto con ellas.
Tomemos como paradigma de fenomenalismo al sohpsista refinado que,
como el Wittgenstein del período intermedio, rechaza su anterior reductivismo
eliminatorio sobre las relaciones nómicas y adopta un proyectivismo indivi
dualista. Para él, un acaecimiento “objetivo” es únicamente uno coherente con
las generalizaciones “nómicas” — aquellas que mecanismos de inferencia a
priori parecen llevamos a preferir a otras, dada la experiencia pasada, y se
ponen de manifiesto en las expectativas que nos parece razonable formar sobre
el futuro a partir del pasado— . Una vivencia que experimenté en un sueño no
es objetiva en este sentido. (1) trata exclusivamente, como todo enunciado, de
las. entidades que conforman vivencias directamente cognoscibles. Representa
un acaecimiento, objetivo si otros enunciados, igualmente sobre entidades cog
noscibles directamente, son verdaderos. Por ejemplo, (1) representaría un aca
ecimiento “objetivo” caso de que fuese verdad que habría experimentado tales
y cuales sensaciones visuales si hubiese situado un aparato para medir si se ha
emitido o no luz en los puntos intermedios entre el comienzo y el final del
movimiento aparente del disco, etc. ,,
El argumento en favor de este fenomenalismo es muy poderoso; concedi
mos anteriormente (X, § 5) su premisa central. El argumento presume la con
cepción mentalista, y muestra primero que, cuando menos, el mentalismo deja
al representacionalista en la incómoda posición de ser un realista fingido res
pecto de las referencias o significaciones secundarias que constituyen las con
i*
diciones de verdad para (1); es decir, el representacionalista tiene que admitir
— como admite cualquier persona razonable sobre los enunciados en el marco
de la ficción— que tales entidades no pueden afectar al modo en que juzga
mos la corrección o incorrección de nuestros juicios. Cuando decimos ‘Don
Quijote nunca se hubiera casado, incluso si Dulcinea se lo hubiese propuesto’,
hablamos como si los hechos relativos a un individuo real hubiesen de deter
minar la verdad o falsedad de lo que decimos; no es preciso dejar de hablar
así, pero sí advertir que sólo los hechos relativos a una historia que alguien
inventó podrían ser pertinentes para determinar si lo que decimos es aceptable
o no. En el mejor de los casos, esa misma es la situación en lo que respecta al
referente objetivo de (1). Pues sólo podemos establecer la aceptabilidad o ina
ceptabilidad de (1) relativamente a lo que conocemos; pero los argumentos
huméanos muestran que no podemos asegurar que ese mundo nómicamente
EL ARGUMENTO DE WITTGENSTEIN CONTRA LOS LENGUAJES PRIVADOS 383'
i. Como nuestro interés reside en la filosofía del lenguaje, y no en la fílospíTa de la mente, el ejemplo no cbh-
cieme a la adquisición del concepto suma meramente, sino a la adquisición del significado de la palabra Ambas
1 cosas están obviamente relacionadas, pero no es menos obvio que son diferentes. Nada se opone en principio a que
alguien posea el concepto de suma, y sin embargo no entienda el significado de ninguna expresión (de un lenguaje
público) que signifique la suma, . :.
i ■
388 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
siones en que empleamos correctamente una palabra, no como loros, sino sig
nificándola, no tenemos nada “en mente” que pueda constituir el significado
que el mentalista busca, y lo único que es razonable decir que podríamos
“tener” es una lista de los casos pasados. Los significados, entendidos de
acuerdo con la concepción mentalista, no son necesarios para la significación:
puede haber significación sin significados mentalistas. Por tanto, los significa
dos no son los significados mentalistas.
Este argumento, sin embargo, no es por sí solo muy convincente. A buen
seguro el mentalista insistirá en que los significados están ahí cuantas veces
hay significación, sólo que a veces se hace difícil “extraerlos”, hacerlos explí
citos (“el lenguaje disfraza el pensamiento . ..”). Después de todo, ¿qué, si no,
nos diferencia de los loros? ¿Qué nos justifica cuando decimos que la respuesta
correcta — correcta de acuerdo con lo que siempre habíamos querido decir
cuando usamos ‘+ ’ en el pasado— a “¿68 + 57?” es “125”, qué razón tenemos
para dar esa respuesta? Porque sin duda lo que nos diferencia del loro, inclu
so cuando el loro da esa misma respuesta, es que nosotros tenemos una razón,
mientras que el loro acierta por casualidad.
Wittgenstein es bien consciente de estas consideraciones del mentalista
(son las suyas propias de tiempo atrás), de modo que no ofrece el argumento
mencionado más que como elemento adicional para apuntalar su propia posi
ción y para resquebrajar los cimientos de la del contrario. Como tal argumen
to, subsidiario, eliector puede considerarlo de nuevo una vez que tenga a la vis-
ta~¿l argumento pfmcipal de Wittgenstein con toda su fuerza. Él mismo no se
opone a la existencia de imágenes mentales; por el contrario, repite una y otra
1 vez que es muy posible que las haya, incluso que sean un auxiliar necesario
I (al menos en el caso de los seres humanos) para el uso del lenguaje. Lo que
I dice es que tales entidades, en contra del mentalista, no son ni pueden ser los
] significados. ' .
En lo que respecta a la invocación de imágenes mentales (y, en general, a
la naturaleza de esas “interpretaciones” que han de servir para fijar los signi
ficados desde el punto de vista mentalista), a lo que Wittgenstein sí se opone
es a convertirlas en objetos misteriosos. De admitir tai maniobra, el argumen
to no puede continuar, porque no sabemos cuál es la naturaleza de las entida
des postuladas. Por el contrario, Wittgenstein propone “objetivar” las im áge
nes. En la medida en que la introspección ciertamente revela imágenes menta
les como auxiliares para la significación (en casos como el de ‘rojo’ y ‘cubo’),
tales entidades no son distintas de muestras físicas. Igual que tuvimos una
barra patrón para determinar la aplicación correcta de la expresión ‘un metro’,
bien podríamos tener muestras de color para determinar la aplicación correcta
de las palabras de color. (De hecho, existen tales muestras, aunque no para el
uso cotidiano.) Tales muestras consistirían en manchas de color consideradas
paradigmáticas, asociadas con palabras. La “asociación” tampoco ha de ser
misteriosa; puede consistir, por ejemplo, en escribir un ejemplar- de la palabra
debajo de cada una de las muestras. Wittgenstein propone que, en la medida
en que la introspección revela un proceso real, es asimilable la invocación de
TT
EL ARGUMENTO DE WITTGENSTEIN CONTRA LOS LENGUAJES PRIVADOS 3'9®í
una imagen mental asociada con una palabra (“mirar la rojez con e! ojd'd'é, láí
mente”) al ir a busctir en un libro una muestra de color debajo de la cuáLha^.
escrita una palabra. Y lo mismo para ‘cubo’. En cuanto a las palabras Gomo
‘+ ’, cuya interpretación no invoca muestras, Wittgenstein sostiene igualmente
que el único modo razonable de entender la propuesta mentalista es asimilar
su “interpretación” a una definición explícitamente efectuada con ayuda de
otras palabras, como la que se propuso arriba para ‘+ ’. La “interpretación”
sería aquí la serie de palabras que constituye la definición, tal y como podría
aparecer en un diccionario. Wittgenstein repite que la introspección, el instru
mento privilegiado por el mentalista, sólo revela entidades de esta naturaleza
que estén, o pudieran estar al menos — “recuperadas” quizás mediante el aná
lisis filosófico— , inmediatamente presentes en la,consciencia dél usuario de las
expresiones mediante ellas “interpretadas”.
Esta propuesta es esencial para la viabilidad del argumento de Wittgens
tein. El mentalista podría alegar aquí que se comete una petición de principio;
que es fundamental para su punto de vista el que las muestras sean epistémi-
camente privadas. El “argumento contra el lenguaje privado” tiene la función
de refutar esta pretensión. Pero ese argumento sólo se puede comprender bien
cuando se conocen ya las tesis negativas y positivas de Wittgenstein sobre el
significado en particular y la naturaleza de las normas en general. Lo que hare
mos será ocupamos por el momento de exponer esas tesis, dando por supues-,
to que, si hay imágenes mentales, éstas pueden asimilarse a objetos intersub-|
jetivos como las muestras de color. Intentaremos convencer con ello, si no al i
mentalista filosóficamente refinado, al menos al mentalista ingenuo que surge i
en cada uno de nosotros, cuando nos detenemos, sin parar por mucho tiempo 1
mientes en ello, a reflexionar sobre los significados. Después expondremos el j
argumento contra el lenguaje privado, y entonces el lector podrá por sí mismo :
juzgar si en este punto Wittgenstein está facilitándose de un modo inaceptable
la tarea, al dotarse de una hipótesis que en rigor le está vedada.
A sí pues, las “interpretaciones” que (quizás junto con la enumeración de
los casos correctos pasados) constituyen para el mentalista los significados son
definiciones explícitas, bien mediante el uso de palabras (como en el caso de
la definición de ‘+ ’), bien mediante el uso de muestras de color, muestras de
figuras geométricas, etc. Las definiciones del segundo tipo son definiciones
ostensivas.
Ahora el lector puede anticipar el curso del argumento. El significado pro
puesto por el mentalista para '+' no es más que un montón de signos, que, a
su vez, admiten cualquier interpretación. ‘Contar’, en la definición anterior
mente proporcionada de ‘+ ’, quizás signifique contar, y en ese caso la res
puesta correcta a “¿68 + 57?” es 125; pero quizás signifique más bien para
contar, una operación similar en todo a contar excepto en que para montones
de ciento veincinco objetos arroja como resultado cinco. Es decir; dos perso
nas pueden suscribir exactamente las palabras antes ofrecidas como definición
de la una aplicarla consistentemente de modo que preguntado “¿68 -t- 57?”
responde “125” y la otra aplicarla consistentemente de modo que su respuesta
392 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
m
es “5”. “¡Pero eso es sólo porque interpretan la palabra ‘contar’ de modo dis
tinto!”, protesta nuestro espíntu mentalista. Muy bien; entonces a la inicial
“interpretación” debe añadírsele una interpretación adicional de las palabras
empleadas en la primera. Mas si las nuevas interpretaciones son, a su vez,
correlaciones de palabras con palabras, es manifiesto que este camino no lleva
a ninguna parte.
“Si las nuevas interpretaciones son, a su vez, correlaciones de palabras con
palabras . .. ”. Pero el mentalista no piensa que lo sean. “AI final del camino”
hay para él, debe haber, interpretaciones del segundo tipo, definiciones osten-
' sivas. La suma, diría Locke, es una idea compleja; com o tal, está construida a
partir de otras más simples. La definición de ‘+ ’ puede invocar otras palabras,
y éstas, a su vez, otras más. Pero al final tenemos palabras que significan
ideas simples; éstas se definen mediante su correlación directa con las palabras
que significan. Lo mismo, vimos, pensaba en último extremo el Wittgenstein
del Tractatus — si bien él mantuvo puntos de vista más complejos que los de
Locke sobre los significados de las partículas lógicas y de las expresiones
matemáticas— . “En el Tractatus yo estaba confundido en cuanto ai análisis
: lógico y a las definiciones ostensivas. Pensaba entonces que existía un engan
che entre el lenguaje y la realidad” {Conversaciones con Waismann).
El lector que recuerde la discusión sobre los signos ostensivos y las defi
niciones ostensivas en I, § 4 sabe ya por qué estaba Wittgenstein confundido
en el Tractatus, por qué no hay aquí una escapatoria real para el mentalista.
Pues los signos ostensivos son también signos, com o las palabras, y pueden,
como ellas, ser interpretados de cualquier modo. La diferencia con las palabras
radica únicamente en que los seres humanos tendemos a interpretarlos, de
manera natural, de un cierto modo. (Otro error típico de los lectores de Witt
genstein es pensar que él negaría esto. Por- el contrario, com o veremos, insis
tir en ello es un elemento esencial de su propia concepción del significado.)
: Pero esto es inesencial respecto de la cuestión que nos ocupa. Si los signos
; ostensivos pueden interpretarse de cualquier modo (aunque, de hecho, no sean
interpretados de cualquier modo por los seres humanos), las muestras (menta
les o físicas) correlacionadas con las palabras en las definiciones ostensivas no
pueden ser tampoco los significados de esas palabras.
Consideremos una definición de ‘rojo’ a través de una muestra, una man-
_cha roja. Ciertamente, un ser humano típico aplicará esta definición del modo
i esperado. Pero un venusino podría aplicar esta misma definición de modo tal
i que, consistentemente, confrontado con una superficie verde y preguntado “¿es
rojo?” responde “s f ’, y confrontado con una muestra de cualquier otro color
dice “no”. O podría aplicar esa misma definición de tal modo que si se le pre
gunta hasta antes de ayer, responde como nosotros, pero a partir de hoy res
ponde “s f ’ sólo cuando la superficie es verde. (Eso sí, en ambos casos,
después de abrir el cajón, examinar la definición, y comparar atentamente la
muestra con la superficie.) Y es obvio que lo mismo podría ocurrir si la mues
tra fuese puramente mental. En cualquiera de ambos casos, ciertamente, no
_ diríamos que el marciano da el mismo significado que nosotros a ‘rojo’. Pero
EL ARGUMENTO DE WITTGENSTEIN CONTRA LOS LENGUAJES PRIVADOS 393
la definición que utiliza, esta vez una ostensiva, es la misma que nosotros uti- '
fizamos. A sí pues, las muestras, mentales o físicas, no son los significados
(como en el caso de “+ ’ no podían serlo las palabras que dábamos como defi
nición), porque las mismas muestras son compatibles con distintos si<mifica-
dos. O incluso con la ausencia de significado; eso es lo que habría que decir
si el marciano “aplicara” la definición sin ningún orden, sin ninguna regulari
dad, ahora a cosas rojas, depués a cosas azules, luego a cosas añil, etc. La
“aplica” sólo en el sentido de que, por ejemplo, antes de decir “s f ’ o “no”, mira
atentamente la muestra, vuelve la cabeza repetidamente del objeto presentado
a la muestra y viceversa, y cuando no tiene a mano la muestra simplemente se
encogiera de hombros. Pero lo que hace después no es una verdadera “aplica
ción”, porque no hay orden alguno discemible en ello.
Quizás sea esclarecedor ver el problema fundamental que esta discusión")
revela desde otro ángulo, que ya apuntamos en V, §5. En un texto de Borges /
que citamos en V, § 3 con el fin de expresar la visión fenomenalista del mun-/
do, decía Borges que el mundo del fenomenalista “es sucesivo, temporal”. Estol
es así, en dos sentidos diferentes; el segundo es el que provoca el problema. El
mentalista debe considerar que un lenguaje sólo está bien definido si nos resj
tangimos al idiolecto de un individuo en un momento determinado. En el casd
del solipsista tractariano, las proposiciones elementales de este lenguaje tienen
el carácter que Borges describe; caracterizan un mosaico de acaecimientos des-:
hilvanados, lógicamente independientes entre sí. Éste es el sentido no relevan
te. El problema está en que también la sucesión de idiolectos de un mismo
individuo, de momento a momento, queda deshilvanada. Sin embargo, la nor-
matividad de los significados requiere que estén hilvanados. Para que lo que
decido ahora muestre que aplico correcta o incorrectamente una regla que he
seguido antes, no es importante qué recuerdo ahora sobre mis decisiones ante
riores. Lo importante es qué significado, de hecho, daba antes a los términos.
Como el sujeto cognoscente es la única autoridad, y el sujeto cognoscente e s '
el usuario de uno de los idiolectos deshilvanados, no se ve cómo efectuar la
diferenciación básica entre parecer y ser que requiere la normatividad del s ig - ;
niñeado.
En resumen, tanto si definimos las palabras mediante otras palabras, como
si las definimos mediante signos ostensivos, las definiciones (las “interpreta- :
ciones”) no pueden ser los significados, porque no determinan una distinción
entre cursos de acción correctos y cursos de acción incorrectos. Por ello, no :
recogen el aspecto normativo esencial a los significados: cualquier curso de)
acción es compatible con ellas, según alguna “interpretación”. Y suponer que/:
se resuelve el problema añadiendo las interpretaciones de los términos ;
que pueden ser interpretados de diferentes modos no nos lleva a ninguna par- ;
te, porque tales “interpretaciones”, en el marco de la concepción mentalista, i
serán a su vez nuevos signos que pueden ser aplicados de cualquier modo. ¡
Nada de lo que razonablemente podamos decir que podría estar consciente
mente presente en mi mente cuando empleo un signo con significado es bas
tante para ser el significado. J
394 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
p Esta era nuestra paradoja: una regla no podía determinar ningún curso de
j acción, porqué'todo curso de acción puede hacerse concordar con la regla. La
i reacción era: si todo puede hacerse de acuerdo con la regla, entonces también
j puede hacerse en desacuerdo. De donde no habría concordancia ni desacuerdo,
l Que hay aquí un malentendido se muestra en que en el curso de estos pen
samientos proponemos interpretación tras interpretación; como si cada una nos
satisficiese al menos por un instante, hasta que pensamos en una interpretación
que de nuevo está detrás de ella. Lo que con ello mostramos es que hay una
aprehensión de una regla que no es una interpretación, sino que se pone de
manifiesto, de caso en caso de aplicación, en lo que denominamos “seguir la
regla” y en lo que denominamos “contravenirla” (Investigaciones, § 201).
iría) es éste: desde el punto de vista mentalista, un hombre, una sola vez en la
historia del mundo, podría seguir una regla, podría aplicar una palabra con un
cierto significado. Desde el punto de vista de Wittgenstein, esto es imposible
(§ 199). (La posibilidad y la imposibilidad aquí en juego son la posibilidad yj
la imposibilidad lógicas.) No discutiré la cuestión de si nuestras intuicione^
están claramente de parte de Wittgenstein, ni aquí ni en el segundo argumen-'
to subsidiario.
Obsérvese que Wittgenstein deja claramente abierta la posibilidad de que
un solo hombre siga una regla (aplique una expresión con cierto significado),
sin que ningún otro lo haga.^ Es decir, Wittgenstein no rechaza (y sería absur
do que lo hiciera) un “lenguaje privado”, entendiendo por tal un código que un
hombre utiliza para su propio y particular uso, sin que ninguna otra persona
conozca de hecho el significado de las palabras del código. El hombre en cues
tión podría ser un Robinson Crusoe o un espía. Lo que Wittgenstein rechaza
es la posibilidad de un lenguaje epistémicamente privado, un lenguaje que no
sólo de hecho un solo hombre domina,, sino uno que nadie más tendría la
garantía de dominar: un lenguaje como lo es el nuestro, según la concepción
de Locke y del Tractatus.
Wittgenstein utiliza varios argumentos subsidiarios para reforzar su propia
y revolucionaria concepción de las reglas en general y de los significados en
particular. Uno de ellos fue mencionado anteriormente: los significados del
mentalista no son necesarios para la significatividad. En muchos casos en que
significamos algo, no tenemos presente a la mente nada que el mentalista
podría contar como el significado del término; y puede ser que carezcamos
incluso de la capacidad para elaborar una definición mentalista, que podamos
tener inmediatamente ante la mente.
Un segundo argumento subsidiario concierne a la vaguedad de las reglas.
Wittgenstein indica que conceptos tales como conocer el significado de ‘rojo’
son mucho más vagos de lo que lo serían si la concepción mentalista fuese
correcta. Cuál es el significado de ‘rojo’ lo aprende un niño a lo largo del tiem
po, y sentimos que durante ese proceso hay muchos instantes en los que no
está en absoluto determinado — no es sólo ignorancia por nuestra parte— si ya
lo conoce o aún no. Pero si sólo se tratara de establecer la conexión mental con
la idea o el quale apropiado, esta indeterminación no debería ser vaguedad,
sino mera ignorancia. Lo mismo cuando se pierde el significado (pensemos en
alguien con la enfermedad de Alzheimer, que está perdiendo gradualmente
memoria y otras capacidades mentales). Esto es lo que cabe esperar, si los sig
nificados son propiedades dependientes de la reacción (V, § 5). Por otra parte,
2. Esta comentario concierne a la interpretación “coraunitaria" del argumento de Wittgenstein propuesta por
Xripke en el (excelente) libro recomendado ai final, criticada por McGlnn y Budd en las obras mencionadas al final.
En el fondo de ia cuestión, K ripte no está, me parece a mi, equivocado. Como se verá, la posibilidad de un único
usuario de un lenguaje requiere la existencia de regularidades en su uso; y aquí regularidad quiere decir regulan.
tiníl desde nuestro punto de vista — aunque Wittgenstein indicaría que la coletilla desde nuestro punto de vista es
superílua y provoca confusión, porque no nene sentido suponer siquiera otro: una regularidad que no lo es para noso
tros no es una regularidad.
T
los significados mismos, las normas mismas, serían menos vagos de lo que em
realidad lo son si la concepción mentalista fuese correcta. (Tal como se indicó
antes, en el Tractatus Wittgenstein se vio obligado a defender, para sostener la
teoría de la figura, que en realidad la vaguedad no existe, que nuestros signi
ficados están perfectamente determinados.) Pero las normas son vagas. ¿Cuen
ta como una infracción a la regla que prohíbe pasarse un semáforo en rojo
pasarse uno en rojo en una ciudad abandonada, donde sólo el semáforo en
cuestión parece funcionar? ¿Cuenta como una tal infracción pasarse un semá
foro en rojo después de esperar cinco minutos sin que cambie de color? ¿Cuán
to tiempo hay que esperar para no cometer una infracción? Los significados
parecen ser así de vagos. ¿Sería una silla algo con apariencia de silla que apa
rece y desaparece cada cinco minutos durante una hora?
La principal consideración en favor de una concepción mentalista del sig-'
niñeado es una apelación racionalista, una apelación que el lector puede
retrospectivamente descubrir en algunos de los pasajes en que anteriormente '
tratamos de hacer plausibles puntos de vista como los de Locke o el de Witt- ■
genstein en el Tractatus. Un loro que dijese ‘rojo’ ante una superficie roja l o :
haría por causalidad, accidentalmente. Un ser humano, en cambio, tiene una \
razón. Y ¿qué puede ser una razón sino una formulación de la regla a seguir I
que el ser humano puede tener conscientemente ante sí? -
Wittgenstein utiliza la palabra ‘razón’ en ese preciso sentido del mentalista;
una razón es una razón consciente, o una razón que puede ser consciente. Invo
cando ese sentido, y en completa coherencia con lo anterior, rechaza el raciona
lismo (el racionalismo, en este caso, de Locke, y el suyo propio anterior). En los
casos básicos, aplicamos los términos sin razones, seguimos las reglas sin razo
nes. (Puede haber una explicación causal de lo que hacemos, pero una explica
ción causal no es una razón en el sentido indicado.) La diferencia entre el loro
y el ser humano no está en que el segundo tenga razones. (Estoy pensando aquí
en casos básicos; tal como advertí anteriormente, Wittgenstein admite la obvie
dad de que muchos términos adquieren sentido a través de definiciones explíci
tas a partir de otros; en la aplicación de esos términos sí puede decirse con pro
piedad que atendemos a razones) La diferencia está meramente en la regulari
dad en las acciones de los seres humanos, inexistente en el caso del loro. Por
supuesto, sería igualmente absurdo decir que cuando aplicamos uno de estos
términos “básicos” examinamos acciones pasadas a la busca de la regularidad
seguida, para que ella nos justifique en la aplicación presente; eso sería, de nue
vo, intentar buscar una razón que complaciera al mentalista, ahora modelada de
acuerdo con la concepción del significado propuesta por el segundo W ittgens-,
tein. La cuestión es, simplemente: somos tales que aplicamos la palabra ‘rojo’ ¡
de este modo regular, sin tener ninguna razón consciente para ello; hacerlo a sí:
está en nuestra naturaleza. (Este namralismo antirracionalista es común a los i
puntos de vista de Wittgenstein sobre el significado y a los de Hume sobre la |
causalidad y sobre los valores, como Kripke enfatiza en la obra recomendada al |
final. Es un aspecto de la actimd proyectivista que tratamos de poner de relieve >
fe iííá ^ ts s ^ ^ ; en V, § 5 con el ejemplo de la concepción adolescente del amor.) "
402 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
“C ó m o p u ed o se g u ir una r e g la ? ” — s i é s ta n o e s u n a p regu n ta p or la s c a u
sa s, e n to n c e s lo e s p or la ju s tific a c ió n d e q u e a ctú e a s í sig u ié n d o la .
S i h e ag o ta d o lo s fu n d a m en to s, h e lle g a d o a roca dura y m i p a la s e retuer
c e . E sto y e n to n c e s in c lin a d o a decir: “A s í sim p le m e n te e s c o m o a c tú o ” (§ 2 1 7 ).
cierto idiolecto emite sus aseveraciones, y quizás algunas de ellas sirvan dl^
“elucidaciones” para que otros capten sus significados. Uno mismo ni siquie#
ra puede contemplar esa conjetura, pues los nombres de nuestros lenguajes sófe"
pueden designar entidades de nuestra experiencia presente. Para el Witt<^eris-
tein de las Investigaciones, eso no puede ser suficiente. Según hemos visto las’
definiciones por sí solas no constituyen significados; es preciso que estén sus
tentadas por modos de actuar regulares, a su vez no “racionalizables” en tér
minos de la aplicación de definiciones. Por consiguiente, para que exista comu
nicación debe haber acuerdo en esos modos de actuar. Hace falta que haya
acuerdo particularmente en las acciones que dan sentido a esos signos ostensi- i
vos que corresponderían razonablemente bien a los definiens de las defínicio-í
nes que Locke y el autor del Tractatus tenían en mente; que lo que para uno,j
de modo natural, son casos paradigmáticamente regulares de aplicación de i
‘rojo’ lo sean también para otro.
Las definiciones tampoco pueden funcionar como el partidario de la con
cepción mentalista cree, como consecuencia del carácter de propiedades depen
dientes de la reacción de los significados en la concepción proyectivista de!
Wittgenstein (cf. V, § 5). Si, por definición, el término ^ se aplica a o en
circunstancias X, esto, para el mentalista, significa que el que se dé X es con
dición necesaria y suficiente para que se aplique a o; después de todo, las
circunstancias en cuestión han de poder ser especificadas con precisión
mediante ideas. Para Wittgenstein eso sólo significa que existe una disposición
a aplicar ^ a un objeto o en circunstancias externas X. Las disposiciones, sin
embargo, se realizan sólo cuando las circunstancias son normales, o, como sue
le decirse, cceteris paribus (una cerilla no es menos inflamable por el hecho de
que no se encienda cuando se la frota en un ambiente sin oxígeno). Por tanto,
puede ser que se dé X en la presencia de un objeto o, y éste no sea en reali
dad f , y puede ser que un objeto sea C, sin que se de X. Pero si todo parece
normal, se da X, e insistimos en que o no es tenemos la obligación de indi-
¡ car qué no es normal. X, en este caso, es lo que Wittgenstein llama un crite
rio para está asociado por definición con la aplicación de pero no es con-
. dición necesaria ni suficiente de su aplicación. Un ejemplo de una definición
' de este tipo, mediante un criterio, una condición ni necesaria ni suficiente, lo
constituiría la definición de un término de color, digamos ‘añil’, mediante una
muestra. El parecido con la muestra es un criterio del color: por definición,
algo es añil si y solamente si se parece a la muestra en circunstancias norma
les. Así, puede ser que un objeto se parezca a la muestra y no sea añil, si las
circunstancias son anormales (por ejemplo, que me parezca que se parece a
causa de una reacción química extraña en mi cerebro), y puede ocurrir también
lo contrario, que no se parezca y sea añil.
En general, lo que es necesario para que haya comunicación es una coin
cidencia en el comportamiento. Wittgenstein lo enfatiza indicando que para l a '
comunicación es necesaria una coincidencia en “formas de vida”: modos d e !
actuar regularmente, en último extremo sin justificación racional, que son par-/
te de una cierta manera de ser. Lo necesario para la comunicación, por tanto.
t
La comunicación por medio del lenguaje requiere no sólo acuerdo en las defi
niciones, sino también (por extraño que esto pueda sonar) acuerdo en los jui
cios. psto parece suprimir la lógica, pero no la suprime. —^Una cosa es descri
bir los métodos de medida, y otra hallar y enunciar resultados de mediciones.
Pero lo que llamamos “medir” está también determinado por una cierta cons
tancia en los resultados de las mediciones (§ 242).
dad filosófica “adquiere su finalidad” (y por tanto su valor) “de los problemas
filosóficos” (§ 109), esto es, de los berenjenales en que — por falta de una
visión suficientemente abarcante— nos metemos cuando reflexionamos sobre
el funcionamiento de algunos de nuestros términos.
^ Es por esta razón que Wittgenstein rechazaría la objeción del partidario de
la filosofía correctiva a su apelación a que en el lenguaje común atribuimos
normatividad a los significados. Que podamos definir una noción no normati
va de. ‘significado’, y que quizás esa noción sea útil para ciertos propósitos, es
totalmente irrelevante con respecto a la tarea de desmontar los castillos en el
aire del mentalista. Lo que aquí procede es una descripción correcta de nues
tro uso de la palabra ‘significar’, efectuada de tal modo que se pueda llamar la
atención del mentalista a todo lo que su simplista descripción ha dejado fuera.
Pese a las grandes diferencias filosóficas entre el Tractatus y las Investi
gaciones, la concepción de la filosofía en una y otra obra guarda cierta rela
ción. Tienen además en común el ser igualmente increíbles, y el quedar igual
mente refutadas por el ejemplo mismo de la obra en que se defienden. En el
Tractatus se nos prohíbe decir lo que sólo se puede mostrar; es decir, las ver
dades analíticas pero no lógicas cuya enunciación interesa a la filosofía. Pese
a ello, su autor se las arregla para decimos algunas. En las Investigaciones se
insiste en que no merece la pena hacer afirmaciones filosóficas verdaderas,
porque ello equivaldría a enunciar trivialidades. Pero las afirmaciones filosófi
cas que hace la obra están bien lejos de ser triviales; son, como estamos vien
do, sumamente controvertidas.
A mi juicio, persiste a lo largo de toda la obra de Wittgenstein un error
básico, con el que comenzamos ya a enfrentamos en la discusión sobre el
carácter informativo de las teorías lingüísticas al comienzo mismo (I, § 4). La
vinculación del significado al uso que hace Wittgenstein, así como el falibilis-
mo epistemológico con el que va asociada, son a mi juicio enteramente correc
tas; son también parte de una concepción extemista. Es cierto que el conoci
miento tácito que tenemos del lenguaje y del contenido de nuestros juicios está
esencialmente vinculdáo uso; y es cierto también que los casos claros de
ejercicio de ese conocimiento han de ser perfectamente obvios. Es obvio, por
ejemplo, que quien asevera el enunciado (1) al comienzo podría aseverar lo que
no es el caso. Pero una enunciación explícita de tal conocimiento (aquello
que persiguen las teorías lingüísticas en general, y la filosofía en particular), ela
borada tomando como datos esos casos obvios, no tiene por qué tener nada de
obvio. De hecho, sabemos ya que no va a serlo. No sólo a partir del ejemplo ini
cial de las citas (II), o de todos los problemas semánticos que hemos discutido en
este libro: modalidades, oraciones de atribución de actitudes preposicionales, etc.
Sino, por encima de todo, a partir de lo tremedamente enrevesado que se está
revelando el problema que más interesa a la filosofía del lenguaje; clarificar las
relaciones entre las palabras, las ideas y las cosas. Sólo pasamos esto por alto por
que nos ocultamos el verdadero problema (a saber, caracterizar correctamente de
manera explícita la sistematicidad de las propiedades lingüísticas), por el proce
dimiento de discutir ejemplos aislados tales como ‘añil’ o ‘cubo’.
EL ARGUMENTO DE WITTGENSTEIN CONTRA LOS LENGUAJES PRIVADOS 411
lo; es decir, quizás sea én principio imposible que nosotros, con nuestro apa
rato cognoscitivo, detectemos nunca la presencia del agujero negro en cuestión.
Para distinguir las condiciones de verdad de las condiciones de constata
ción de un enunciado precisamos imaginar una situación en que se dan las pri
meras, pero no las segundas, en un sentido más fuerte que el meramente de
facto: en el caso de la conjetura de Goldbach, no se trata de que, de hecho,
pueda ocurrir que la humanidad no dé con la prueba; esa posibilidad no per
mite distinguir las ideas de condiciones de verdad y condiciones de constata
ción. Es decir, incluso aunque las condiciones que habrían de cumplirse para
que la conjetura de Goldbach fuese verdadera fuesen precisamente las condi
ciones que habrían de cumplirse para que seres con nuestras capacidades cog
noscitivas conociesen su verdad, podría ocurrir que, por accidente, nadie diese
con una prueba. (Porque, pongamos por caso, un accidente nuclear destruye la
humanidad, que resulta además ser el único producto inteligente de la evolu
ción, antes de que pingún matemático dé con ella.) Lo mismo cabe decir sobre
el enunciado acerca del agujero negro en Andrómeda. De lo que se trata, para
que haya una genuina distinción entre condiciones de verdad y condiciones de
constatación, es de que haya un enunciado tal que las condiciones para su ver
dad se dan, pero sea en principio imposible que seres con nuestras capacida
des cognoscitivas comprueben que ése es el caso.
Si los términos de género natural como ‘tigre’ u ‘oro’ significan esencias
reales, los enunciádos de la forma esto es un donde un término de género
natural ocupa el lugar de la variable, ofrecen nuevos ejemplos. Se mostró antes
(IV, § 3) que, intuitivamente, usamos esos términos bajo el supuesto de que hay
una “esencia real”, una “constitución” o “estructura” interna, común a todos
los casos de aplicación correcta del término, que explica causalmente las pro
piedades observables de los objetos en cuestión (el que los tigres, general
mente, tengan una cierta forma, ciertas rayas, ciertas apetencias alimenticias,
sexuales, etc.; el que las piezas de oro tengan generalmente un cierto color, un
cierto brillo, un cierto peso relativo, etc.). D e acuerdo con esto, las condicio
nes que han de darse para que el enunciado ‘esto es un tigre’ sea verdadero se,
resumen en que el objeto indicado tenga la constitución interna en cuestión.
Por otra parte, com o se recordará, Locke sostenía que usar los términos de
género natural bajo el supuesto de que hay una tal esencia real que guía su apli
cación constituye un abuso del lenguaje. Su propuesta nominalista (IV, § 3) era
corregir este abuso, usándolos bajo el supuesto de que lo que guía la aplica
ción es una cierta esencia nominal, un conjunto de propiedades observables
l_comunes a los objetos de los que es correcto aplicar el término.
Si el significado de un término como ‘tigre’ es el que Locke propone,
/entonces no cabe una distinción entre las condiciones de verdad de ‘esto es un
/tigre’ y sus condiciones de constatación, en el sentido indicado dos párrafos
I más arriba. Cabe pensar un enunciado de ese tipo que es verdadero, aunque
ningún ser humano nunca vaya a constatar que lo es (digamos que la humani
dad ya ha desaparecido, pero aún hay tigres); pero no cabe pensar en un enun
ciado así que es verdadero aunque un ser con las capacidades cognoscitivas de
?
EL ARGUMENTO DE WITTGENSTEIN CONTRA LOS LENGUAJES PRIVADOS 415
un ser humano normal no podría constatarlo. Las condiciones que han de dar
se para que ‘esto es un tigre’ sea verdadero, de acuerdo con la propuesta de
Locke, se reducen a que el objeto indicado tenga ciertas características obser
vables: y aquí “observable” significa propiedad cuyo darse en casos concretos
un ser humano normal puede constatar. Las propiedades secundarias, dado lo
magro del compromiso que adquirimos al caracterizarlas, son para Locke un
ejemplo de esto; las propiedades primarias también lo son, aunque los com
promisos sean en este caso mayores.
Por otra parte, si el significado de los términos de género natural es el que
intuitivamente pensamos que es (es decir, si es la esencia real la que guía la
aplicación correcta del término, y la esencia nominal no es sino un indicador
falible de ella), entonces sí que parece pensable una situación en que las con
diciones de verdad y las condiciones de constatación van por caminos distin
tos. Esto es, parece pensable que haya un objeto que tenga las características
observables de los tigres, pero que no tenga la constitución interna de los
tigres, porque la estructura interna que produce las distintivas características
observables de los tigres no tenga nada que ver con la que las produce en el
caso de los tigres, y que a seres con nuestras capacidades cognoscitivas les
esté vedado averiguarlo. N o se dan, pues, las condiciones para la constatación
de ‘esto es un tigre’. Nunca sabremos que esta preferencia de ‘esto es un tigre’
es falsa; de hecho, pensaremos que es verdadera, porque se dan las condicio
nes que típicamente permiten constatar un enunciado de esas características.
También podría ocurrir al revés. Quizás hay una constitución interna común a
los tigres, que explica sus características observables; quizás este objeto tiene
esa constitución interna (aunque se parece bastante más a un puma que a un
tigre), pero la esencia real en cuestión es demasiado compleja, y nunca vamos
a ser capaces de determinarla.
Esta discusión revela que la posibilidad de distinguir verdad de verifica
ción depende de nuestra teoría del significado. Se dice que una explicación del
significado que identifica las condiciones de verdad de un enunciado con sus
condiciones de constatación es una teoría verificacionista. Por supuesto, la
identificación se hace en los términos idealizados expuestos; toda explicación
del significado debe-permitir decir que hay enunciados que son verdaderos
1 -. aunque, de hecho, no hemos averiguado que lo son, y quizás no lo averigüe
mos nunca, y viceversa. Esto se sigue, una vez más, de la intencionalidad del
mmm significado. La propuesta de Locke es, pues, una teoría verificacionista en el
ámbito específico de los términos de género natural. Hay muchas diferencias
de detalle entre los partidarios de teorías verificacionistas del significado, pero
es común a todos ellos la defensa de un cierto principio verificacionista, que
el verificacionista W. V. O. Quine formula elegantemente así; el significado de
un enunciado es la diferencia que su verdad produciría en nuestra experiencia.
1 ■* Según este principio, las condiciones que han de cumplirse para que un enun
ciado sea verdadero han de manifestarse en experiencias que podríamos tener.
Las propuestas verificacionistas sobre el significado están en muchas oca
siones motivadas por impulsos ilustrados. Ése es ciertamente el caso en lo que
ivíi.-v-xO'X’O:.-'.*:
estar en un estado que sería clasificado de ese modo por un usuario compe-(
tente del lenguaje de las vivencias, en condiciones consideradas apropiadas pori
los usuarios competentes del lenguaje de las vivencias. Y esto es, como haré!
patente después, intuitivamente inaceptable. Pero lo importante ahora es que í
apreciemos la fuerza de su argumento contra el realismo a este respecto del |
mentalista. J
, En lo que respecta al discurso sobre estados conscientes expresado en
/ nuestro lenguaje común (quizás remozado un tanto artificiosamente, mediante
j la adición de “comillas de vivencias”), el único realismo compatible con la
i concepción mentalista es un realismo fingido. Y este realismo fingido es refu-
I table del mismo modo que lo son el realismo fingido sobre el mundo externo,
el solipsismo y el proyectivismo individualista: porque no pueden dar cuenta
de la normatividad de nuestras aseveraciones y pensamientos, de su carácter
intencional. Es decir, el mismo argumento que muestra en general cómo la
-concepción mentalista no puede dar cuenta de la normatividad del significado
(§ 2), muestra también que esa misma concepción no puede dar cuenta de la
normatividad de nuestros juicios y asertos sobre estados conscientes. El argu
mento contra el lenguaje privado (§§ 243-315) no es más que una aplicación
del argumento expuesto en § 2. A sí lo revela el pequeño anticipo que aparece
en el curso de ese argumento (§§ 138-242) : «Por tanto, “seguir la regla” es
una práctica. Y creer seguir la regla no es seguir la regla. Y por tanto no se
puede seguir “privadamente” la regla, porque, de lo contrario, creer seguir la
regla sería lo mismo que seguir la regla» (§ 202).i
Podemos, así, exponer brevemente el núcleo del argumento. Supongamos
que uso ‘#dolor-cpi#’ para registrar cuándo experimento una cierta vivencia.
En t, me digo que está justificado atribuirme ‘#dolor-cpi#’. En t^ me digo lo
mismo; está justificado atribuirme ‘#dolor-cpi#’. La condición mínima que
‘#dolor-cpi#’ debe satisfacer, para ser una expresión lingüística (no importa
ahora si pertenece a un lenguaje público o a un idiolecto personal) es que que
pa j l menos considerar la posibilidad de, que se usa incorrectamente; por ejem
plo, de que aseverar en para registrar mi estado interno, fue hacer algo inco
rrecto (incluso aunque, de hecho, no ocuííiéfa así; incluso aunque mi registro
hubiese sido, de hecho, enteramente acertado). Esta posibilidad debe existir,
incluso si convenimos en que (a causa de la incorregibilidad de los juicios
sobre los propios estados conscientes) un hablante sincero que comprenda el
término no puede equivocarse cuando se atribuye ‘#dolor-cpi#’ a sí mismo.
Para que exista, debe existir, como mínimo, alguna relación entre usos pasados
del término (por ejemplo, el uso en t,) y el uso presente. Pero, en la concep
ción mentalista, tal conexión no existe. Pues un lenguaje es el idiolecto priva
do de un individuo en un momento dado. Desde luego, cuando registro en
‘#dolor-cpi#’ tengo recuerdos sobre cómo creo ahora que usaba el término en
t|. Pero, en lo que respecta a los sentidos que definen sus propiedades semán-
3. Ponerlo así de manifiesto es el gran acierto de Kripke (y no se trata del único acierto).
LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
“¿ N o er e s d e sp u é s d e to d o un c o n d u c tis ta e n m a sca ra d o ? ¿ N o d ic e s re a lm e n te ,
en e l fo n d o , q u e to d o e s fic c ió n e x c e p to la c o n d u c ta h u m a n a ? ” — S i h a b lo d e
una fic c ió n , s e trata d e una f ic c ió n g ra m a tica l (§ 3 0 7 ).
5 Entiendo la posición de Dennett, por ejemplo, en "On the Absence of Phenomenology”. No la entiendo, en
cambio, en su reciente La conciencia explicada. No la entiendo.porque la obra incluye afirmaciones que me parecen
inconsistentes.
EL ARGUMENTO DE WITTGENSTEIN CONTRA LOS LENGUAJES PRIVADOS 423 ^
■'F cada, según Wittgenstein, por nuestras muy ligeras reflexiones sobre nuestros
modos de hablar. Pero si examinamos atentamente nuestro lenguaje, veremos
que lo que queremos decir cuando hablamos de significados o de la mente no
requiere suponer tales entidades. Por supuesto que hay significados, conceptos
y estados conscientes; pero son enteramente manifiestos: cualquiera los puede
observar, desperdigados en nuestra conducta. -
“El significado de una palabra ya no es para nosotros un objeto que le
corresponde” (Moore, 261) Ya hemos visto cómo, en lo que respecta a los
enunciados sobre el mundo externo, el proyectivismo comunitario de Witt
genstein implica la identificación de condiciones de verdad y condiciones de
constatación; no hay, pues, referentes objetivos correspondientes a algunas uni
dades léxicas — tales como las esencias reales del nominalista sobre los térmi
nos de género namral, o las sustancias aristotélicas que las ejemplifican— que
constituyan condiciones de verdad que pueden quizás trascender lo que pode
mos constatar. Necesariamente, hay circunstancias perfectamente ordinarias en
que podríamos constatar si ‘esto es un tigre’ es verdadero o no lo es, pues ‘esto
es un tigre’ significa un conjunto de condiciones de constatación: condiciones,
accesibles a los usuarios competentes de esa oración, que se dan en circuns
tancias consideradas por los usuarios competentes de la expresión apropiadas
para ello.
Exactamente lo mismo ocurre con los enunciados sobre estados conscien
tes. Es esto lo que Wittgenstein quiere decir cuantas veces rechaza construir la
semántica de términos para los estados internos — como ‘#dolor-cpi#’— sobre
el modelo nombre-objeto (como en el famoso texto sobre la caja con el esca
rabajo, § 293). ‘#dolor-cpi#’ significa una disposición humeana a la conducta
observable en circunstancias observables, igual que ‘#rojo#’, etc. Es compati-!
ble con la concepción humeana de las disposiciones que, en cada caso par-'
ticular en que la disposición se ejercita (cada vez que juzgamos, correcta o:-
incorrectamente, sobre la base del criterio cuasi-infalible que nos da sentir ef
dolor, que tenemos un calambre en la pierna, o que nos comportamos manN
■festándolo asQ, lo que causa que se produzca la manifestación'dé la disposi-t:
ción sea algo distinto a lo que lo causa en las ocasiones anteriores. Es incluso’
compatible con la concepción humeana que nada “cause” la manifestación de^
la disposición, que no haya nada más que la regularidad observable. “«Imagí
nate un hombre que no pudiera retener en la memoria qué significa la palabra .
‘dolor’ — y que por ello llamase así constantemente a algo diferente— ¡pero'
que no obstante usase la palabra en concordancia con los indicios y presupo
siciones ordinarios del dolor!» — que la usase, pues, como todos nosotros.
Aquí quisiera decir: no pertenece a la máquina una rueda que puede hacerse-,
girar, sin que con ella se mueva el resto” (§271; c f también § 270). Este hom
bre usaría ‘dolor’ exactamente con el mismo significado que nosotros; su posi
bilidad muestra que la existencia de una sensación objetiva es irrelevante para
entender nuestro uso del término. _
Estas conclusiones chocan patentemente con nuestras intuiciones. Para
reparar en ello, basta observar que suponen atribuir a los objetos externos y a
L
.‘IB
LA INDETERMINACIÓN DE LA TRADUCCIÓN
RADICAL SEGÚN QUINE
embebido de ellos a través de su relación con los filósofos del llamado “Círcu
lo de Viena” — a su vez grandemente influidos por el primer Wittgenstein— ,
con quienes estudió en su juventud y con algunos de los cuales mantuvo estre
chos contactos posteriormente. {Palabra y Objeto está dedicado a Rudolf Car-
nap, el más emblemático de los miembros del Círculo.) En segundo lugar, la
concepción del lenguaje alternativa a las propuestas mentalistas defendida por
ambos es similarmente conductista. Sus estilos, sin embargo, son completa
mente dispares. Por fortuna para el lector, el de Quine es académico, aten
diendo a la explicitud de los argumentos y a la precisión de los términos
empleados en ellos. No cien por cien académico, sin embargo. Pues un delei
te, en ocasiones quizás excesivo, en un estilo literario que cultiva la concisión
conceptista sale en ocasiones victorioso sobre las exigencias del más riguroso
estilo académico; y lo que se gana en impacto literario, se pierde en claridad.
I. El libro de Ramón Cirera Camap i el Cercle de Viena mencionado entre la bibliografía secundaria reco*
mendada consütuye una excelente introducción a los diversos puntos de vista defendidos por los miembros del
Círculo de Viena. Quine dedicó Palabra y Objeto a Camap, y es de destacar también que sus ideas están estrecha
mente emparentadas con las de otro miembro del Círculo, Otto Neurath, creador de la sugerente imagen hecha céle
bre desde que Quine hiciera de ella su lema en Palabra y Objeto: “Somos como marineros que se ven obligados a
reparar su barco en alta mar, sin poder nunca desmantelarlo en un puerto y aparejarlo de nuevo con materiales mejo
res.” (El barco representa en la metáfora a nuestro conocimiento. El sentido de la metáfora es que no podemos num
ca corregir completamente nuestras teonas; estamos condenados a llevar a cabo sólo correcciones parciales, contra el
trasfondo de la aceptación de la mayoría de nuestras creencias.)
430 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
es una actividad por completo independiente del estudio de los hechos extra
lingüísticos, que puede llevarse a cabo lejos del laboratorio. Le muestra así el
filósofo al científico cóm o comprobar la verdad de una afirmación sobre
quarks es comprobar la verdad de ciertas afirmaciones enteramente expresa-
bles en términos de ideas. Además, quizás, el filósofo legitima las afirmacio
nes bien justificadas de los científicos, al mostrar cómo las afirmaciones en que
se basan cualesquiera de ellas (las afirmaciones sobre la existencia de propie
dades que corresponden a las ideas simples que estamos teniendo) son verda
deras.
Quine sintetiza los supuestos que sustentan la creencia en la filosofía pri
mera en dos tesis, cuyo carácter injustificado, meramente dogmático, va a
intentar mostrar a lo largo del artículo: se trata justamente de los “dos dog
mas”. La primera es la existencia de una distinción no de grado, sino de cua
lidad, entre verdades sólo en virtud de los significados (o de los conceptos),
verdades analíticas, y verdades que además lo son en virtud de los hechos
{extralingüísticos), verdades sintéticas. Esto se sigue de la tesis internista del
filósofo mentalista, según la cual qué significados o conceptos sean expresa
dos por las'palabras no depende en nada de qué hechos extralingüísticos se
den, y justifica la distinción tajante entre la actividad científica y la actividad
filosófica que se expresó en el párrafo anterior. La imagen cartesiana del Genio
Maligno refleja este supuesto: incluso aunque el mundo sea radicalmente dis
tintó a como me^ lo represento; incluso aunque la mayoría de mis creencias
sean falsas, los significados de mis palabras (y de-mis estados mentales) se
rían justamente los que son. Por ejemplo, de acuerdo con Locke, ‘el oro es
í B
amarillo’, supuesto que la propiedad correspondiente a la idea de amarillo sea
parte de la esencia nominal del oro, es una verdad analítica: no se justifica esa
WP
verdad apelando al color de los pedazos de oro que hemos encontrado en el
pasado y a la inducción, sino a qué idea compleja hemos correlacionado como
su significado con ‘oro’. Por otra parte, la verdad de ‘llovió en Roma el día en
que asesinaron a César.’ depende de las condiciones meteorológicas en Roma ..
ese día,- y^ por supuesto, de los significados; de las palabras. (Aunque lloviera
en Roma el día en cuestión, el enunciado podría ser falso si ‘llover’ significa
ra nevar.)
El segundo “dogma” es el fundacionalismo. El contenido de algunos de
nuestros enunciados (los que expresan proposiciones empíricas) está entera
mente formulado en términos relativos a la experiencia sensible; en la termi
nología lockeana, se trata de los enunciados que hablan explícitamente de
ideas simples: hay una idea de rojo cubriendo completamente la superficie
determinada por una idea de esfera situada en tal lugar de mi espacio visual
(igualmente “ideal”). Otros no parecen tratar de la experiencia inmediata:
hablan de Julio César, o del oro, o de los genes. El “dogma” fundacionalista
de los empiristas concierne a estos últimos; lo que esta tesis, según Quine dog
mática, asevera es que cada uno de estos enunciados “en realidad” trata tam
bién, sólo que de un modo complicado, de la experiencia sensible.
Este dogma está estrechamente relacionado con el anterior; la idea es que.
_______
LA INDETERMINACIÓN DE LA TRADUCCIÓN RADICAL SEGÚN QUINE ÍJ l- '
C£•£&
2. Objeciones a la distinción analítico/sintético
É
.U í.:o .a.:':v .v ;;L
3. Describir la segunda tarea como “la del científico” sólo es usar un sinécdoque ilustrativo. Cada ser huma
no es un buscador de verdades, aunque se trate de modestas verdades que sólo conciernan a cuál e s la mejor pelícu
la hoy en la cartelera o a si es peligroso cruzar ahora; en cada ser humano, pues, se pueden separar las tareas “analí
tica” y “empírica”, el análisis de conceptos y la constitución de creencias.
438 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
Incluso aquellos que no han adoptado el conductismo como filosofía están obli
gados a guiarse por el método conductista en ciertas prácticas científicas; y la
teoría lingüística es una práctica tal. Un científico del lenguaje es, por el hecho
de serlo, un conductista ex officio. Cualquiera que eventualmente resulte ser la
mejor teoría de los mecanismos internos del lenguaje, debe conformarse al
carácter conductual del aprendizaje lingüístico, a la dependencia de la conduc
ta lingüística respecto de la observación de la conducta lingüística. Un lengua
je se adquiere mediante la emulación social y mediante la información obteni
da de la reacción social a la propia conducta, y estos controles ignoran cual
quier idiosincrasia en las imágenes o en las asociaciones del individuo que no
tengan manifestación en su conducta. Las mentes son indiferentes para el len
guaje en la medida en que son conductualmente inescrutables.'*
ahora estaría constituido por condicionales subjuntivos del tipo “si tuviese la
retina en tal y cual condición (aquí, una descripción psicofísica del estado pro
ducido en una retina por un campo del alfalfa en primavera, en condiciones
normales de iluminación, etc.), cceteris parífiíís, disentiría de ‘hay una esfera
roja ante m í’”.
Es preciso hacer una serie de observaciones inteipretativas. En primer
lugar, la noción de significado estimulativo se define para oraciones, no para
términos. Los significados estimulativos son disposiciones a asentir o disentir
y sólo se asiente o disiente de oraciones completas. Entenderemos que una ora
ción es una expresión suficiente para “llevar a cabo una jugada en el juego lin
güístico”, y que un término es una parte propia de una oración. Esto significa
que las nociones de oración yjérmino no pueden entenderse en términos pura
mente formales; la misma entidad formal (la misma expresión-tipo) que en un
contexto es una oración, en otro es un término. ‘Conejo’ puede ser utilizado
como oración, abreviando ‘hay un conejo aquí’, y puede ser utilizado también
como término, en la oración no abreviada. Algo es una oración o un término
relativamente al uso que se hace de ello en un contexto dado.
En segundo lugar, la noción de significado estimulativo debe relativizarse
a una persona en un momento dado, pues el mismo estado de los receptores
olfativos que haría a un individuo asentir a la oración ‘Cabemet Souvignon’, a
otro le dejaría indiferente; y lo mismo podría ocurrir si comparamos las dis
posiciones de un único individuo, antes y después de hacer un curso de eno
logía.
En tercer lugar, los significados estimulativos son, como todas las dispo
siciones, hipótesis causales que conectan tipos de situaciones con tipos de
situaciones; y como todas las leyes causales sobre entidades “macroscópicas”,
deben entenderse restringidas por cláusulas de salvaguardia cceteris paribus.
Cuando hablamos de estados de la retina o de los receptores olfativos, nos refe
rimos a estados-tipo, a universales. Es así que cabe atribuirme a mí, ahora,
muchísimas disposiciones que nada tienen que ver con los estados reales pre
sentes de mis receptores sensoriales. Por otro lado, como todas las disposicio
nes, los significados estimulativos llevan anejas cláusulas de salvaguardia ccete
ris paribus. El hecho de que si mi cerebro hubiese sufrido ciertos daños yo no
asentiría a ‘hay una esfera roja ante m í’ aun cuando mi retina estuviese en un
estado típicamente producido por una esfera roja en circunstancias normales de
iluminación, etc., no invalida la verdad de que yo tengo ahora una disposición
a asentir a esa oración cuando mi retina está en ese estado. De ahí la necesi
dad de incluir la cláusula de salvaguardia, dejando al margen tanto esa even
tualidad como otras muchas que ni siquiera somos capaces de formular. Como
en casos similares, la existencia de esas cláusulas convierte a los significados
estimulativos en afirmaciones bastante vagas, mucho menos comprometidas
epistémicamente que las leyes de las ciencias más básicas, pero no las vacía de
contenido completamente: una persona tiene en un momento ciertas disposi
ciones a asentir, y no tiene otras.
Los significados estimulativos son disposiciones a la conducta observable
■
í^uc Bprcndc su Icnguujc. Pues no tendnu sentido empezur con oraciones eter
nas, o con oraciones ocasionales no observacionales. La primera tarea, pues, es
dilucidar cuáles son las manifestaciones nativas de asentimiento y disenti
miento, y después empezar a traducir las oraciones observacionales. Para ellas,
qué es el significado — eso que se preserva en una traducción aceptable—
parece bastante claro: el significado es el significado estimulativo. Lo que el
lingüista ha de hacer es correlacionar las oraciones nativas con oraciones de su
lenguaje con el mismo significado estimulativo. Naturalmente, para hacerlo
deberá elaborar conjeturas sobre el significado estimulativo de las oraciones
nativas, y estas conjeturas no son epistémicamente nada inmediatas. Recuér
dese que los significados estimulativos son en definitiva conjuntos de disposi
ciones, y las hipótesis sobre disposiciones son hipótesis generales, con el
carácter de las hipótesis científicas en general. No bastan unas pocas observa
ciones para contrastarlas; es preciso hacer “experimentos”, repetir la oración
en otras circunstancias para comprobar si la respuesta del nativo responde a las
expectativas determinadas por nuestra conjemra, etc.
Las hipótesis científicas están infradeíerminadas por los datos empíricos;
éste es el viejo problema de la inducción. Diferentes hipótesis son compatibles
con los datos empíricos que hemos recogido; desde una perspectiva realista,
cabe pensar que diferentes hipótesis sobre los últimos reductos no observables
del mundo físico son compatibles con la totalidad de los datos empíricos dis
ponibles, con los de hecho recogidos y con los que podrían ser recogidos aun
que de hecho no lo hayan sido o vayan a ser. Por tanto, no es nada extraño que
una cierta hipótesis, por muy bien corroborada empíricamente que esté, resul
te ser falsa. Lo mismo ocurre con las hipótesis que elabora el lingüista sobre
la traducción de oraciones observacionales. Podría ocurrir, por ejemplo, que el
lingüista haya decidido que la oración observacional del lenguaje nativo ‘Gava-
gai’ tiene el mismo significado estimulativo ’que la oración observacional del
español ‘hay un conejo aquí’; que esta hipótesis esté muy bien corroborada (el
lingüista ha propuesto la oración nativa en varias ocasiones en que el nativo
debía estar estimulado por imágenes de conejos de distintas formas,, pelajes,
tamaños, y éste siempre ha asentido, y en otras en que no debía estarlo, pues
no había ningún animal delante, o había lo que ostensiblemente era un conejo
de peluche y no un conejo real, y éste ha disentido), y, sin embargo, que la
hipótesis sea incorrecta. Puede que la hipótesis de que el significado estimu
lativo de ‘Gavagai’ sea más bien el de ‘hay un conejo joven aquí’ sea com
patible con los mismos datos empíricos, y que de hecho esa sea la hipótesis
correcta.
No debe confundirse la tesis de la indeterminación de la traducción radi
cal con la tesis de la infradeterminación de la traducción radical por los datos
empíricos disponibles. La traducción de un lenguaje a otro, como cualquier
otra teoría científica, estará infradeterminada por los datos empíricos disponi
bles; nos podemos llevar por tanto sorpresas, podemos descubrir que un
manual que creíamos correcto no lo es después de todo. No sería nada nove
doso sostener que la traducción radical está indeterminada, si todo lo que se
LA INDETERMINACIÓN DE LA TRADUCCIÓN RADICAL SEGÚN QUINE 451
tiene que ver con la noción intuitiva de analiticidad, porque no sólo ‘llueve o
no llueve’ o ‘todo cuerpo es extenso’, sino tanto ‘la nieve es blanca’ como
‘Dios no existe’ (en una comunidad atea, o politeísta) son estimulativamente
analíticas. En una palabra, la analiticidad estimulativa no discrimina las verda
des “en virtud del significado” de las creencias muy extendidas. Pero es razo
nable exigir también de un buen manual de traducción que las oraciones esti
mulativamente analíticas de la lengua nativa sean traducidas por oraciones
ü a ® estimulativamente analíticas del español.
D el mismo modo podemos definir una cierta noción conductista de “sino
nimia” para un único hablante, o sinonimia “intrasubjetiva”. El significado esti
mulativo de ‘esa persona es soltera’ para A es muy diferente al que la expre
sión tiene para B; pues la oración en cuestión no es observacional, y el asen
timiento o disentimiento a ella depende en buena medida de información cola
teral y no de la situación estimulativa de ios receptores sensoriales. Por la mis
ma razón, el significado estimulativo de ‘esa persona es soltera’ para A, y el
significado estimulativo de ‘esa persona no está casada’ para B diferirán gran
demente. Pero el significado estimulativo de ambas oraciones para un mismo
hablante es el mismo: esas oraciones son intrasubjetivamente sinónimas en
significado estimulativo, es decir, comparten el significado, estimulativo para
iü i i cada sujeto en la comunidad lingüística (aunque difieren mucho de unos a
otros). El cuarto criterio que Quine considera razonable imponer a un manual
í8S#l de traducción para ser aceptable es que las hipótesis analíticas sean tales que
M sífl
las oraciones intrasubjetivamente sinónimas para la mayoría de hablantes de la
lengua nativa se traduzcan por oraciones a su vez intrasubjetivamente sinóni
mas para la mayoría de los hablantes del español.
- - -fe
Esto es todo lo que da de sí la reconstrucción quineana de un concepto de
significado aceptable supuesta la epistemología naturalizada y su motivación.
Quizás podría añadirse algún criterio más, pero, piensa Quine, la cuestión no
variaría sustancialmente. Dijimos más arriba que desde el punto de vista de la
§ “epistemología naturalizada” el significado de una expresión será aquello en
virtud dé lo cual una expresión de otra lengua es una buena traducción de la
primera a esa otra lengua. Concluiremos la discusión de esta sección enume
rando los hechos sobre las disposiciones lingüísticas constitutivos de ese
“aquello en virtud de lo cual” una expresión de otra lengua es una buena tra
ducción de la primera a esa otra lengua, que nuestros cuatro criterios han saca
do a la luz: (i) El significado estimulativo de las oraciones observacionales, (ii)
los “criterios semánticos” para las constantes lógicas preposicionales, (iii) la
analiticidad estimulativa, y (iv) la sinonimia estimulativa intrasubjetiva. La
indeterminación de la tradución radical (en definitiva, la indeterminación de la
semántica, o de los significados) consiste, como vamos a ver enseguida, en que
estos hechos permiten establecer identidades y diferencias de significado entre
oraciones con mucha menor precisión de lo que intuitivamente pensamos. Una
de las razones para ello es que estos criterios (los únicos que, según Quine, es
razonable aceptar) sólo proporcionan un criterio bolista de identidad de signi
ficado.
rr
454 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
M, Mj ^3,
Cfl hay un único conejo hay una única parte no hay un único estadio de
aquí separada de conejo aquí conejo aquí
CT3 todos los conejos todas las partes no todos los estadios de
son animales separadas de conejo son conejo son animales
animales
M. M j. My ,,
Las traducciones ofrecidas por los tres manuales M ,, Mj. y Mj. de las tres
oraciones que utilizamos anteriormente para poner de relieve las diferencias
empíricas entre los tres manuales anteriores, Mi, M . y Mj, serían ahora las
siguientes:
My2 Mj.
. hay una suma de partes no hay una suma de estadios
cj| hay un conejo aquí
separadas de conejo aquí de conejo aquí
8 ‘Suma’ abrevia aquí '‘suma roereológica”. La M.reolosía -in v e n ta d a pot el tógico polaco L e ^iew sk i--
es una leona formal comparable a la leona de conjuntos en su aspiración a ser la leona mas fundamental. Si en
leona de conjuntos la relación fundamental es la de pertenencia, entre objetos y conjuntos, en la mereologia la e -
d ó u t a d r e n m u s la de ser parte de. entre objetos y sumas. Una diferencia está en que m rentr^ que un co ^ u m
de Q b U s espacioteraporales es una entidad de distinto tipo, “abstracta” , una ^
temnorales es ella misma un objeto espaciotemporal. Intuitivamente, la suma inereologtca de dos objetos es un nue
s in partes. La s u L mereológica de dos semtesferas concretas es una esfera tgualmente
concreta.
460 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
ciado de la, lengua nativa signifique algo sobre conejos o que signifique más
bien algo sobre estadios de conejos, etc., depende de' qué s i g n i S o s a X
Ícr? ? ^ lo que
^ Algo similar ocurre con la tesis quineana. Sostener que una propiedad apa
rentemente absoluta es en realidad “relativa” implica admitir que, una vezóla
relatividad ha sido hecha explícita, toda indeterminación d esa p íec e. Por ejem
plo, quien dice que el movimiento de un objeto no es absoluto, sino relativo a
r n o S m íí admitiendo que, fijado un marco de referencia el
movimiento de algo relativamente a ese marco de referencia s í es absoluto
Decir que la propiedad O (por ejemplo, ser el doble de alto, ser verdad que
hace frío, estar en movimiento o medir cinco) es “relativa”, indica que e « á
mdeterminado s, un objeto dado la tiene o no. Pero indica tmnbién que una
vez fijado un termino apropiado p para la relación, sí está determinado si un
objeto tiene o no la nueva propiedad, respecto de p. Por ejemplo- ser el
doble de alto que Baltasar Gracián, ser verdad que hace frío respecto del esta
do del sistema tem roreceptor de Juan Pablo II el 31 de diciembre de 1992 a
las veinticuatro horas, estar en movimiento respecto del sistema solar o medir
prní L"” ' t o d a s ellas propiedades no relativas. Al menos, así es com o
entendemos la expresión "‘ser relativo”.
LA INDETERMINACIÓN DÉ LA TRADUCCIÓN RADICAL SEGÚN QUINE 465 .
xw.r
cosa puede querer decir la repetida afirmación quineana, que hemos discutido
antes, de que las traducciones ofrecidas para una misma oración de la lengua
nativa por esos manuales alternativos igualmente compatibles con las disposi
ciones lingüísticas que prueban la tesis de la indeterminación de la traducción
difieren “en sustancia”. Una vez más, ¿puede Quine permitirse este supuesto?
La pregunta, por supuesto, es en ambas ocasiones retórica; Quine no pue
de permitirse ninguno de los dos supuestos mencionados, a propósito de la
relatividad ontológica y de la indeterminación de los significados. La excursión
a la jungla no era más que un artificio para construir una noción razonable de
significado; la noción así construida, que recogen los cuatro criterios a los que
llamamos conjuntamente “las disposiciones lingüísticas”, se aplica por igual a
las expresiones de la lengua nativa y a las expresiones castellanas. El resulta i l
do es que la relatividad ontológica y la indetéifninación de la traducción no son
problemas de nuestro antropólogo imaginario, sino que, com o dice Quine,
empiezan en casa:
Nuestra ventaja cuando tratamos con un compatriota es que, con escasas des
viaciones, la hipótesis de la traducción automática u homofónica ... cumple ¡a
tarea. Si fuéramos retorcidos y agudos podríamos arruinar también esa hipóte
sis y arbitrar otras hipótesis analíticas que atribuyeran a nuestro compatriota
opiniones inimaginadas, pese a recoger al mismo tiempo todas sus disposicio
nes a la respuesta verbal a toda estimulación posible. El basarnos en la traduc
ción radical de^lenguajes exóticos nos ha servido para presentar de un modo
vivo los factores; pero la lección principal que hay que aprender de todo esto
se refiere a la laxitud empírica de nuestras propias creencias.’
9. P a la b ra y objeto, p. 9L
LA INDETERMINACIÓN DE LA TRADUCCIÓN RADICAL SEGÚN QUINE
467
[...] puede afirmarse que dos sistemas de hipótesis analíticas son globalmente
equivalentes, mientras no haya comportamiento lingüístico que las diferencia;
y que si ofrecen traducciones al español aparentemente discrepantes, es que el
aparente conflicto lo es sólo entre partes vistas fuera de contexto. Esta expli
cación es bastante digna de fe, dejando a un lado la ligereza con que trata el
tema de la significación; y ayuda, por otra parte, a formular el principio de la
indeterminación de la traducción de un modo que choque menos y parezca
menos paradójico. Cuando dos sistemas de hipótesis analíticas satisfacen y
recogen la totalidad de las disposiciones lingüísticas con la misma perfección
y, sin embargo, entran en conflicto en sus traducciones de ciertas sentencias,
entonces el conflicto lo es precisamente entre partes vistas sin los todos. El
principio de la indeterminación de la traducción debe tenerse en cuenta preci
samente porque la traducción procede poco a poco, y las sentencias se conci
ben aisladamente portadoras de significación.'»
10. Palabra y objeto, pp. 91-92. En este caso, he modificado ligeramente la traducción castellana.
LA INDETERMINACIÓN DE LA TRADUCCIÓN RADICAL SEGÚN QUINE 469
I I
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CAPfrULQ xni
ELEMENTOS DE PRAGMÁTICA
1 La acción racional
alguien que sólo utiliza un dedo de cada mano; ambos, no obstante las dife
rencias, están escribiendo la secuencia ‘e’, ‘s’, ‘o’ en un teclado;) Y ocurre así
en la mayoría de las ocasiones {tocar "para Elisa” al piano, ir al cine Verdi,
matar a Kennedy). Sin embargo, hay buenas razones para considerar a los
movimientos corporales como las acciones racionales más básicas, y para con
centrarse en su estudio. Parafraseando a Davidson, podríamos decir que todo
lo que nosotros hacemos es mover nuestro cuerpo; lo demás queda al arbitrio
del mundo.
N o todos los movimientos corporales son acciones racionales; algunos
son simplemente “cosas que nos pasan”, no cosas que hacemos. ¿Cuál es la
diferencia, conceptualmente hablando, entre unos y otros? Mientras estamos
tomando un aperitivo en un café, la parte inferior de la pierna de la persona
a nuestro lado se levanta hacia arriba, golpeándonos. ¿Es un “mero reflejo”,
algo que le ha pasado, o es más bien algo que ha hechol ¿Cuál es la diferen
cia entre el que sea una cosa o el que sea más bien la otra? Querríamos decir
que, si fuese un reflejo, las causas del movimiento serían neurofisiológicas.
Pero esto no sirve, porque, presumiblemente, las causas del movimiento,
supuesto que sea una acción y no un mero reflejo, también son neurofísioló-
gicas. Incluso si la persona ha decidido de manera plenamente consciente
levantar la parte inferior de su pierna, si trazamos hacia atrás la cadena cau
sal que lleva al movimiento de la pierna a buen seguro que encontraremos en
su origen estados neurológicos. Lo que habríamos de decir, más bien, es que
si fuese un reflejo, las causas serían puramente o meramente neurofisiológi-
cas. Esto indica que los movimientos corporales que son acciones se diferen
cian de los que son “meros reflejos” en que los primeros tienen causas que no
son sólo neurofisiológicas.
Esto es justamente lo que propone Davidson, Una acción racional es un
movimiento corporal cuyas causas son ciertos estados mentales del individuo
que las lleva a cabo; simplificando, ciertas creencias y ciertos deseos suyos.
Él movimiento corporal de mi vecino en la cafetería sería una acción suya si
entre sus causas estuviesen, por ejemplo, el deseo de golpear con su pierna
mi cuerpo y la creencia de que moviendo su pierna de tal y cual modo con
seguirá golpear con ella mi cuerpo. Si el movimiento corporal es un reflejo,
no cabe pedir cuentas al agente; entre los factores causales del movimiento
corporal no hay estados mentales del agente — tales como intenciones, dese
os, juicios, etc.— , sólo estados físicos. Si es una acción, entre sus factores
causales sí hay estados mentales (haya o no, además, estados físicos). D e ahí
que, en tal caso, se pueda pedir cuentas al sujeto, o quepa preguntarse qué
quiere conseguir, etc.
La propuesta de Davidson tiene dos elementos esenciales. En primer lugar,
las creencias y ios deseos deben racionalizar el movimiento corporal, deben
hacerlo inteligible. Típicamente, tal cosa se consigue a la manera del ejemplo
anterior. Entre los estados mentales que producen el movimiento corporal, los
hay al menos de dos tipos; uno de la variedad de las creencias, los juicios, etc.,
y otro de la variedad de las intenciones, los deseos, etc. El deseo concierne a
476 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
1. No podemos examinar aquí la relación entte esta forma de materialismo y el probiema cuerpo-mente.
ELEMENTOS DE PRAGMÁTICA
477
2. Una cierta variación sobre el ejemplo muestra también que ‘‘causar” en el análisis debe ser complementa
do. Porque el ejemplo podna ser consíruido de modo que es precisamente el descubrirse a sí mismo capaz de alber
gar tales deseos .y conjeturas lo que causa un cierto irasiomo psíquico momeiuáneo en el sujeto, trastorno que causa
compulsivamente la fatal liberación de la sujeción. En este escenario, la creencia y el deseo causan el rnovimiento
corporal y sin duda lo racionalizan, como antes— , pero el movimiento corporal no es tampoco una acción, sino; de
nuevo, algo que al sujeto le pasa . Está claro cómo se debe enmendar el análisis: hay que decir que, en las genuínas
acciones, las creencias y deseos que las racionalizan deben causarlas “directamente” o “a través de una cadena cau
sal no desviada”; pero explicar ulteriormente estos términos se ha revelado difícil.
480 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
3. Que los puntos de vista de Searle son representacionalisias ya estídsa claro en sus obras iniciales, pero resul
la particularmente manifiesto en su producción más reciente. Véase su Intencionalidad, especialmente el cap. 6.
ELEMENTOS DE PRAGMÁTICA 485
íSSi
4. Una teoría razonable del contenido proposicional no puede identificarlo con las “condiciones de corres
pondencia”. Las razones son las ofrecidas por Frege (VI, § 2, y V il, § 1): ‘Héspero es un planeta’, y ‘Fósforo es un
planeta’ tienen las mismas condiciones de correspondencia, pero difieren en algo que no es tampoco la fiaerza ilocu-
liva. El contenido proposicional debe incluir, además de las condiciones de correspondencia, un sentido que las deter-
ELEMENTOS DE PRAGMÁTICA 487
ría de los actos del habla, Austin fijó su atención en acciones lingüísticas com o
las mencionadas a modo de ejemplo unos párrafos más arriba, bautizos, matri
monios, apuestas o decisiones judiciales, acciones lingüísticas a la vez som e
tidas a rígidos criterios convencionales y, en un sentido fundamental que se
explicará después, altamente derivativas: acciones que no podrían darse si no:
se dieran ya otras acciones lingüísticas menos sofisticadas. Si Austin centró su
interés en ellas es quizás porque sugieren mejor que otras la errónea distinción
entre preferencias con significado puramente pragmático y preferencias con
significado puramente proposicional que él parecía interesado en establecer
inicialmente; ‘sí, quiero’ no parece tener un gran contenido proposicional.
Austin propone un marco general para la especificación de las condicio
nes de ejecución afortunada características de cada una de las fuerzas ilocuti-
vas y para constmir una taxonomía de las mismas, claramente motivado por
esos ejemplos ritualizados y derivativos. Austin divide las condiciones de eje
cución afortunada en tres categorías: condiciones de tipo A, condiciones de
tipo B y condiciones de tipo C. Cuando las condiciones de los dos primeros
tipos no se cumplen, no se ha llevado a cabo un acto del tipo pretendido. Cuan
do se cumplen éstas, pero no las de tipo C, sí diríamos que se ha llevado a cabo
el acto, pero se ha llevado a cabo de un modo impropio. Cada una de las tres
categorías está subdividida a su vez en dos subcategorías. A (i): Debe existir
un procedimiento convencional. Por ejemplo, decir tres veces ‘te repudio’ el
marido a la mujer en determinadas comunidades constituye un repudio; pero
decirlo en España no lo constituye, porque no existe un procedimiento con
vencional que incluya la preferencia de esa oración en tres ocasiones. A (ii):
Las circunstancias y las personas deben ser las adecuadas, relativamente al pro
cedimiento convencional en cuestión. Por ejemplo, que alguien que no es
sacerdote diga ‘te bautizo “Laura” . . . ’ no constituye un bautizo, como tampo
co el que lo diga un sacerdote en presencia del niño equivocado. B (i): El pro
cedimiento se debe ejecutar correctamente. Decir el novio “Vale” en respues
ta a la pregunta del sacerdote “¿Quieres a fulanita ...? ” en el curso de una
ceremonia matrimonial invalida el carácter matrimonial del acto lingüístico. B
(ii): El procedimiento se debe ejecutar completamente. Por ejemplo, para que
las palabras “ va una cena a que los nacionalistas catalanes no se alian con la
derecha” constituyan una apuesta, el acto debe ser completado mediante una
aceptación de la misma por parte de la audiencia.
Como se dijo, las condiciones de éxito/fracaso del tercer tipo tienen un
carácter distinto; su violación no invalida, en cada caso particular, la existen
cia misma de los presuntos actos, sino que los hace de algún modo inapropia
dos. Las condiciones que Austin clasifica como C (i) tienen que ver con la pre
sencia de ciertos estados mentales por parte del hablante; en el caso de las pro
mesas, la intención de cumplirlas, en el caso de las aserciones, la creencia en
su verdad, en el caso de los consejos, la creencia de que su cumplimiento bene
ficiará a la audiencia, etc. C (ii) tiene que ver con la realización de ciertas
acciones posteriores, como el cumplimiento de la promesa, etc. Austin tenía
especial interés en hacer notar que el cumplimiento de las condiciones de tipo
ELEMENTOS DE PRAGMATICA 489
3. Significados no literales
%
Concluiremos este examen de cuestiones pragmáticas presentando la teo:
ría de Grice de las “implicaturas conversacionales”, y de modo más general
una concepción de los significados no literales propuesta por Grice en “Lógi
ca y conversación”.
II
Intuitivamente hablando, se ve fácilmente que, en muchas ocasiones, los
....
hablantes consiguen dar a sus palabras, en virtud del contexto en que hacen
uso de ellas, significados que las palabras literalmente no tienen. Considere
mos el siguiente ejemplo, que usaré a lo largo de esta sección. Begoña, quien
tiene ciertas inclinaciones feministas, conduce el coche y yo la acompaño. Nos
precede otro vehículo. El vehículo que nos precede realiza todo tipo de manió-
ELEMENTOS DE PRAGMATICA 493^
para su detalle; aquí me limito a mencionar las más relevantes. Entre las m áxi
mas de cantidad se encuentra la que dice “haga usted una contribución tan
informativa como sea necesario”; entre las de cualidad, “no diga lo que crea
falso”, y “no diga aquello sobre lo que no tiene los datos apropiados para pen
sar que es verdadero”; entre las de relación, “sea pertinente”; entre las de
modo, la supermáxima “sea perspicuo”, y sus detalles “evite la innecesaria
oscuridad”, “evite la innecesaria ambigüedad”, “evite la innecesaria proliji
dad”, “proceda de modo ordenado”.
Obviamente, estas máximas no son respetadas en las conversaciones coti
dianas; para empezar, pocas de esas conversaciones cotidianas están, com o ya
advertimos, guiadas por el mutuo interés comunicativo. Se dice de Gottlob Fre-
ge, como muestra de un rasgo de carácter extraordinariamente fuera de lo
común, que nunca hablaba de otra cosa que de aquello sobre lo que podía hacer
aseveraciones suficientemente justificadas. (Esto se dice para provocar admi
ración, pero uno no puede dejar de pensar que el hombre debía de ser segura
mente insufrible y sin duda muy aburrido.) Pero según lo hasta aquí dicho, tal
curso de conducta no es más que el resultado de atenerse a lo que es de espe
rar de cualquier conversador racional (repárese en la segunda máxima de cua
lidad). Lo que sí parece razonable decir es que cuanto más se aproximan los
fines de,,una conversación a los “intereses comunicativos”, más es de exigir la
satisfacción de las máximas. Las máximas enuncian, en otras palabras, condi
ciones de feliz ejecución válidas para las conversaciones en. general, que se
derivan del hecho de que en las conversaciones se echa mano de recursos (sig
nos) que convencionalmente se usan para la satisfacción de ciertos fines.
: En ocasiones, pues, los participantes en una conversación violan de hecho
alguna de las máximas. Esto puede ocurrir de varios modos. Pueden violarlas
de modo no manifiesto] por ejemplo, alguien repite algo que se acaba de decir,
sin dar ninguna indicación de que ha oído perfectamente lo dicho antes. En ese
caso provocarán confusión en su audiencia. O bien pueden anunciar explícita
mente que no se atienen a las máximas, que por alguna razón han dejado de
sentirse regidos por el objetivo común que guía la conversación. A sí lo hace
quien dice o da a entender “no puedo decir más;, mis labios están sellados”, en
una ocasión en que manifiestamente dispone de información pertinente para el
curso de la conversación. En ese caso, los demás entienden simplemente que
tiene otros fines que coloca por encima de las máximas conversacionales, por
la razón que sea, justificadamente o no. Una tercera posibilidad es que se vio
le una máxima, porque ése es el único modo de no violar otra (por ejemplo,
no aseverar algo que sería perfectamente pertinente, porque no se tiene buena
justificación para ello). Pero existe una cuarta posibilidad, que es la que nos
interesa aquí.
Esta cuarta posibilidad es la siguiente; que alguno de los participantes,
supuesto que sus palabras se toman como usadas con el significado que con
vencionalmente tienen, viola manifiestamente una máxima, sin que exista para
ello ninguna explicación del tipo de las que hemos considerado en los otros
tres casos: conflicto con otras máximas, inadvertencia, conflicto con
ELEMENTOS DE PRAGMATICA 497
otros fines. Estos son los casos que, según Grice, generan las implieataras
conversacionales. La implicatura se obtiene como una interpretación de las
palabras del hablante, posible a partir del significado literal de las palabras, y
de otros elementos contextúales que son también conocimiento recíproco com
partido por el hablante y su audiencia, que hace meramente aparente el con
flicto con las máximas, eliminándolo así. El hablante razona como sigue: “M i
audiencia necesariamente advertirá que, si suponen que lo que quiero decir es
lo que las palabras que uso literalmente dicen, habré violado manifiestamente
tal máxima conversacional. Pero la existencia de esas máximas es conoci
miento mutuo entre nosotros: yo las conozco y ellos también, yo sé que ellos
las conocen, ellos saben que yo las conozco, que ellos saben que yo sé que
ellos las conocen, etc.; y yo voy a hacer que no tengan ninguna explicación
satisfactoria de mi actitud, atribuyéndome inadvertencia, fines contrapuestos al
cumplimiento de las máximas, etc. Por tanto, lo que harán será buscar una
explicación alternativa de lo que en realidad quiero decir, que elimine el con
flicto; y, dados tales y cuales elementos contextúales, el único significado no
literal que es razonable atribuirme es . . . La audiencia, si todo va bien, repro
duce el razonamiento que se espera de ella. En estas circunstancias, lo que está
en lugar de los puntos suspensivos es la implicatura conversacional, el signifi
cado no literal que en esta ocasión de uso el hablante consigue, dar a sus pa
labras.
La idea de Grice es, en resumidas cuentas, que una implicamra conversa
cional es un significado distinto al convencional que el hablante intenta trans
mitir con sus palabras, basándose para hacerlo en que la hipótesis de que eso
es lo que está haciendo es el único supuesto razonable que permitiría conver
tir en meramente aparente el conflicto con las máximas conversacionales;
mientras que la hipótesis alternativa y más natural de que está dando a sus
palabras el significado que convencionalmente tienen provoca un conflicto
inexplicable con las máximas de la conversación. Grice denomina “derivar”
úna implicatura a reproducir paso a paso el razonamiento detallado según el
esquema anterior que permite obtener, en un contexto de uso dado, la impli
catura conversacional. El criterio fundamental de que q es una implicatura
conversacional de la expresión S usada por el hablante H es que q es deriva-
ble siguiendo el esquema. Grice insiste en que no se puede hablar de la exis
tencia de una implicatura conversacional si la implicatura no es derivadle. La
derivación debe mostrar en detalle qué máximas se violarían si no se supusie
ra que el hablante quería en realidad dar a entender la implicatura, y cómo,
dado el contexto, la implicatura es la única interpretación razonable que haría
mmM el conflicto meramente aparente.
Un caso muy habitual de implicatura es el que consigue un cierto hablan
te diciendo “Hoy Felipe no él mismo.” Derivémosla. Si suponemos que el
hablante ha querido decir lo que las palabras convencionalmente significan,
_ F^ obtenemos que lo que ha querido decir es una contradicción manifiesta, pues
pocas verdades lógicas son tan claras como que toda cosa es idéntica a sí mis
. ■'
ma. Por tanto, habría violado la primera máxima de cualidad; y no hay aquí
■;
498 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
mujer, porque esa explicación sería tan infundada como explicar su ineompéá:
tencia apelando a que conduce un coche blanco: tan poca relación causal hay>
entre ser mujer y conducir mal como la hay entre conducir un coche blanco:
y conducir mal!’ Supuesto lo cual, no ha violado ninguna máxima conversar^
cional.
La derivabilidad es una condición necesaria de la existencia de una imph-
catura conversacional. Otra es la cancelabilidad: si q es una implicatura con
versacional transmitida por el hablante con la oración S, entonces la conjun
ción de S y un enunciado que exprese la negación de q debe ser lógicamente
consistente. Este criterio pretende distinguir implicaturas conversacionales de
implicaciones lógicas.^ Las implicaciones lógicas no son cancelables, natural
mente; porque “algo es de algún color” es una implicación lógica de “el coche
es blanco”, la conjunción “el coche es blanco y no es el caso que algo sea de
algún color” es lógicamente inconsistente. Como advertí anteriormente, exis
ten analogías entre implicaturas e implicaciones (ambas se obtienen inferen-
cialmente), pero también existen diferencias. La diferencia fundamental es que
las implicaciones lógicas de un enunciado dependen exclusivamente de su sig
nificado convencional; mientras que, como hemos visto, las implicaturas con
versacionales de un enunciado dependen esencialmente de elementos pragmáti
cos, a saber; (i) las máximas que expresan los fines genéricos de los partici
pantes de esas actividades racionales cooperativas que son las conversaciones,
y (ii) información contextual no necesariamente lingüística. Es en virtud de
esta dependencia respecto de elementos “pragmáticos” quedas implicaturas son
cancelables.
El análisis del fenómeno de las implicaturas conversacionales por Grice
tiene un gran atractivo. El lector habrá sospechado que en este marco teórico,
con las herramientas proporcionadas por Grice, se puede llevar a cabo el aná
lisis de muchos fenómenos ciertamente atractivos para todos los interesados en
las “humanidades”: fenómenos como el chiste, la ironía, la metáfora, muchos
elementos en fin de la critica literaria, parecen a primera vista tratarse de mani
festaciones de la significación no literal. Ese atractivo, empero, no deberia
hacernos olvidar la lección principal del anáfisis de Grice, que no es otra que
la de la autonomía de la semántica respecto de la pragmática. Pues, como
hemos tenido oportunidad de subrayar, el análisis griceano de las implicaturas
presupone la existencia independiente de los significados convencionales. Es
5. Y también de lo que Grice llamaba implicaturas convencionales, un fenómeno nunca bien definido pero
que parece aproximarse, a juzgar por los ejemplos que Grice proporciona, al fenómeno de las presuposiciones. Si.q
expresa una presuposición de p (por ejemplo, que Alberto golpeaba a su mujer anteriormente, en el caso de ‘Alberto
ha dejado de golpear a su mujer’, o que hay un único rey de Francia, en el caso de ‘eí rey de Francia es calvo', según
la teoría de las descripciones definidas de Strawson), entonces, según los teóricos del fenómeno, si bien p implica q,
q no es parte de lo que p, semántícamente, “dice”. En esto las presuposiciones se parecen a las implicaturas; no son
implicaciones lógicas del contenido de la proposición que las conlleva. Pero, a diferencia de las implicaturas, las pre
suposiciones están semánticamente determinadas. Por eso, como las implicaciones lógicas, y a diferencia en esto de
las implicaturas conversacionales, no son cancelables. ‘Alberto ha dejado de golpear a su mujer, y no es el caso que
la golpeara antes’ y ‘el rey de Francia es calvo, y no hay un único rey de Francia’ son tan impropios como una con
tradicción íem'u ííríc/o. V
-:v',;-'~>,;';J':'..:
rí
bien cierto que, como sostuviera Austin, “el acto lingüístico total, en la situa
ción lingüística total, constituye el único fenómeno real que, en última instan
cia, estamos tratando de elucidar.” Pero eso no invalida una tesis quizás cerca
na a la que los lingüistas designan como “la autonomía de la sintaxis respecto
de la semántica”. La tesis en cuestión, en una versión simplista, sostendría que
los aspectos sintácticos de los actos lingüísticos totales” son independiente de
sus aspectos semánticos. Una justificación para esto está en la convencionali-
dad de la sintaxis: diversas sintaxis (no digamos ya diversas fonologías, e t c )
hubiesen servido en principio de vehículos para la transmisión de los mismos
significados^ (de los mismos actos del habla”, combinaciones de fuerza y con
tenido). Análogamente, lo que la tesis de la autonomía de la semántica respecto
de la pragmánca sostiene es que los aspectos semánticos convencionales del
acto lingüístico total (la fuerza ilocutiva y el contenido proposicional con-
vencionalmente asociados con las expresiones) son independientes de los
aspectos “pragmáticos” (la fuerza ilocutiva y el contenido que el hablante con
sigue dar en la ocasión concreta de uso a sus palabras), sea el que convencio
nalmente tienen o sea uno creado por él, mediante mecanismos com o los que
acabamos de estudiar. . ^
Jim fíiggínbotham hizo en cierta ocasión una observación inteligente en
favor de la autonomía de la semántica respecto de la pragmática. Existen infi
nidad de ejemplos de oraciones que, convencionalmente, admiten ciertos sig
nificados con la siguiente peculiaridad; aunque, con paciencia e imaginación
se puede convencer a cualquier hablante competente de que esas oraciones tie
nen convencionalmente ese significado, por sí solos nunca hubieran reparado
en ello. Nunca hubieran reparado en eUo porque, “pragmáticamente” (es decir,
atendiendo a todos esos factores, por ejemplo conversacionales, que hacen de
esperar que la gente diga ciertas cosas en ciertos contextos y no otras) esas
oraciones nunca o cí^i nunca podrían haber sido proferidas con esos significa,
dos. Mas como decía, los tienen. Un ejemplo (como digo, entre infinidades):
ademas del^ significado que el hablante inferirá, la oración ‘me llevé el cesto
que contenía la merluza’ tiene (convencionalmente) este significado- me llevé
un cesto que había estado contenido en una merluza. (Compárese la oración
con ésta, en que el significado correspondiente se obtiene “a la primera”
igualmente por razones pragmáticas; ‘me llevé la caja que contenía el coche’.)
En relación con esto examinaré para concluir dos problemas muy debati
dos. Parece razonable pensar que existen indicadores convencionales de alt^u-
nas fuerzas ilocutivas, al menos de las más fundamentales para explicar la ins
titución del lenguaje: informes, aseveraciones, órdenes, preguntas, promesas
etc. Los indicadores obvios son los llamados “modos”: indicativo, imperativo,
interrogativo, etc. Sin embargo, es un hecho manifiesto sobre el uso que ha
cemos del lenguaje el que, en muchas ocasiones, los modos en cuestión se usan
para llevar a cabo actos del habla distintos de los asociados convencionalmen
te con ellos. ‘¿Puedes pasarme la sal?’ o ‘la sal está a tu lado’ no son, típica
mente, una pregunta o una aseveración, sino una petición o un mandato. ‘D es
pués de responder a la primera pregunta, responderéis a la tercera’ no es tara
ELEMENTOS DE PRAGMATICA 50K
poco una aseveración predictiva, sino, de nuevo, una orden, etc. Se'dénóminaí
“actos del habla indirectos” a los casos de esta naturaleza. La discusión ptecesi
dente basta para que el lector dé por sí mismo con el modo de reconciliar; lá;
hipótesis de la asociación convencional entre ciertos recursos sintácticos y cieri'
tas fuerzas ilocutivas y los hechos sobre ios actos del habla indirectos: el meca-,
nismo griceano de las implicaturas conversacionales es suficiente para ello.’De
hecho, el lector puede observar que el ejemplo que hemos discutido constituía
uno de estos actos del habla indirectos: según la forma convencional de las
palabras, la proferencia de Begoña era una confirmación, pero su acto era en
realidad una advertencia. Una razón para justificar esta afirmación es que un
hablante competente sabe que ‘¿querrías pasarme la sal?’ es, convencio
nalmente, una pregunta, y ‘la sal está a tu lado’ una aseveración. Esto se ve
porque somos capaces de responder, en una situación en que se profieren con
la intención de hacer una petición, simplemente, ‘sí, nada me lo impide’, o ‘ya,
lo advertí en cuanto me senté a la mesa’, respectivamente. (Para hacer una bro
ma, o por cualquier otra razón.)
En contra de la explicación griceana de los actos del habla indirectos, se
hace notar la ubicuidad de estos fenómenos; ‘¿puedes pasarme la sal?’ es el
mandato generalmente más apropiado en ciertos contextos. La respuesta a esto
es que no se debe confundir generalidad con convencionalidad. Existen expli
caciones namrales de por qué en muchas ocasiones damos una orden median
te una pregunta. Para que otro acepte nuestro deseo de que algo suceda como
motivo para que él mismo lo lleve a efecto debe existir alguna relación entre
ambos que justifique que “nuestros deseos sean órdenes” para él. Típicamen
te, se trata de una relación de autoridad. Ahora bien, es claro que en muchas
ocasiones en que necesitamos que otros hagan algo que nosotros queremos que
se lleve a cabo, no tenemos autoridad sobre él. Sería imperdonable que nos su
pusiéramos implícitamente con ella, utilizando recursos convencionales sólo
justificados cuando la relación se da, por más que se trate de los recursos con
vencionales que nos convendría utilizar en la situación. Hacemos entonces algo
directamente menos comprometido, como preguntar a nuestra audiencia si tie
ne la capacidad de hacer lo que queremos que haga. (Esperando que, como
existe conocimiento mutuo de que tiene esa capacidad, y como él comprende
mis dudas en cuanto a darle una orden directamente, aprecie qué es lo que en
realidad quiero hacer.) Esta explicación es sumamente general, así que explica
que, en muchas ocasiones distintas, hagamos peticiones indirectamente. Pero,
por general que sea, el mecanismo no es aún uno convencional. Esto puede
verse por la razón dada al final del párrafo anterior: seguimos entendiendo la
pregunta como una pregunta.
Ciertamente, la decisión sobre si un determinado significado regularmen
te asociado a una expresión constituye una implicatura conversacional genéri
ca, o es más bien uno de los significados que tiene convencionalmente esa
expresión, no puede llevarse a cabo simplemente sobre ¡a base de nuestras
intuiciones. Tampoco son suficientes los criterios de la derivabilidad y de la
cancelabilidad. Pues, si una oración S ( ‘vi a Juan junto al banco’) tiene.
502 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
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C apítulo XIV
EL PROGRAMA DE GRICE
lisis de Grice será conveniente que expongamos el núcleo central del: mismOi
Grice piensa que la existencia de significación requiere sólo la existencia'dé
ciertos estados mentales, como los necesarios para dar cuenta de la acción
racional; es decir, ciertas creencias y ciertos deseos. Su presencia permite dis
tinguir los signos no naturales, en los términos de Grice, de signos naturales
como pueda serlo el humo del fuego o los treinta y ocho círculos concéntricos
en el tronco del árbol de los treinta y ocho años de vida del árbol. Los signos
no naturales, a diferencia de los signos naturales, son acciones racionales. Son
un cierto tipo de acción racional: acaecimientos causados y racionalizados por
intenciones comunicativas; acciones racionales el objetivo de cuyo agente es
producir, a través de un procedimiento característico (al que denominaré “el
procedimiento griceano”) otros-estados mentales en su audiencia.
Como se ha dicho antes, también en el caso de los signos no regidos por
convenciones, debemos distinguir, como quería Austin, una fuerza y un conte
nido. En ios casos básicos aquí tratados pueden discernirse dos tipos de fuer
za ilocutiva, digamos la de signos a los que denominaremos peticiones y la de
signos a los que denominaremos informes. La diferencia entre ellas depende de
una diferencia en los objetivos del agente. Lo característico de la fuerza “infor-
macional” es que en los signos que la poseen el objetivo del agente es produ
cir un estado doxástico en su audiencia, un juicio. Lo característico de la
fuerza “petitoria” es que el objetivo del agente al producir los signos que
la poseen es producir un estado conativo, una intención, en su audiencia. Ulte
riormente, lo que el agente espera producir con una petición es una acción de
su audiencia. Pero la acción en cuestión puede estar en el futuro lejano, con
respecto al momento en que se emite el signo. Es más razonable, pues, decir
que se trata de una intención lo que el hablante quiere producir con su signo.
Ha de ser, eso sí, una intención y no un mero deseo. Deseamos muchas cosas
para alcanzar las cuales, por diversas razones, no tenemos ninguna intención
de hacer nada en absoluto. Una intención es un deseo para alcanzar el cual nos
proponemos en firme hacer lo preciso cuando llegue el momento. En cuanto al
contenido proposicional del signo (a diferencia de la fuerza), se trata del con
tenido del estado mental, creencia o deseo, que el agente intenta producir en
su audiencia.
En ambos casos, el de los signos petitorios y el de los signos informacio-
nales, lo que hace de la acción del agente la producción de un signo es, como
se mencionó, que el agente pretende alcanzar su objetivo (la producción del
estado mental de que se trate en la audiencia) a través de un cierto pro
cedimiento, el “procedimiento griceano”. Tal procedimiento consiste fundamen
talmente en un razonamiento que el agente espera que su audiencia lleve a cabo,
un razonamiento que involucre esencialmente (como una de sus premisas) pre
cisamente el reconocimiento por parte de la audiencia de la intención del agen
te de producir en él un cierto estado psíquico. Dicho brevemente, un signo es,
según Grice, un acaecimiento que es una acción, por tanto el producto de cier
tas intenciones; se distingue de otros acaecimientos que también son acciones
en que las intenciones que explican los signos persiguen producir ciertos esta-
508 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
(ii) H pensaba que llevar a cabo S (poner los cuatro intermitentes eri-mafí?
cha) podía ser un medio para conseguir su objetivo, expresado en í(i)|
de producir una cierta opinión en A, la de que H iba a detener su ve-*
hículo. '
(iii) El plan de H para conseguir su objetivo expresado en (i) a través del
medio expresado en (ii) es que A, a quien supone racional, lleve a cabo
un pequeño razonamiento teórico, cuya conclusión será precisamente la
verdad de la proposición que H quiere que A crea; y que, aceptando A
la verdad de las premisas de su razonamiento, acepte también la con
clusión, formando así el juicio que H quiere producir en él.
Las tres primeras premisas del razonamiento que H planea que A lleve a
cabo son exactamente las antes; las diferencias se cifrarían en las dos siguien
tes y en la conclusión, que podrían resumirse así;
(d') En tal caso, lo que debe estar intentando conseguir es algo com o lo que
los razonamientos producen, juicios o intenciones. Y en este contexto,
dado lo que encender los cuatro intermitentes ordinariamente significa
y dado que lo hace mientras frena, lo que está intentando conseguir es
que yo me dé cuenta de que él quiere que yo forme la intención de
detener mi propio vehículo; quiere, en otras palabras, que yo advierta
(1) H cree que llevar acabo S es un medio para producir (el juicio/la inten
ción} de que p en A, y H quiere producir (el juicio/la intención) de
que p en A, y
(2) H quiere que su intención de producir {el juicio/la intención} de que p
en A sea reconocida por A, y
(3) H quiere que el reconocimiento por parte de A de su intención de pro
ducir en él {el juicio/la intención} de que p sea para A una razón, y no
meramente una causa, para la satisfacción de su intención, es decir,
para que A forme {el juicio/la intención} de que p.
La tesis de Grice es que cada una de las tres condiciones del analysans es
necesaria, y juntamente son suficientes para el analysandum. Examinemos la
justificación de esta tesis. La primera condición sirve para distinguir significa
do no natural de significado natural; para que haya significado no natural debe
haber acción racional. Por ejemplo, un modo en que se puede producir en
alguien el juicio de que yo encuentro indecente que me expliquen historias
lúbricas es a través de mi violento enrojecimiento. Mi enrojecimiento, el pre
sunto signo aquí, es un signo natural de mi encontrar indecente que me expli
quen esas historias; pero, según Grice, no es un signo con las características de
los signos lingüísticos. La justificación más interesante de la necesidad de la
primera condición está en excluir estos signos: mi enrojecimiento no es un sig
no como lo son los signos lingüísticos, dice la primera condición, porque no
es una acción mía, sino algo que me pasa.
Otro modo en que puedo provocar en alguien el juicio de que yo encuen-
512 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
tro indecente que me expliquen historias lúbricas (y ésta sí es una acción racio
nal mía) es mediante la colocación disimulada (es decir, sin que e l otro advier
ta lo que hago) en algún lugar bien visible de una cartulina con un adagio sobre
las virtudes de la castidad impreso en ella. Tampoco esto sería, intuitivamente,
un signo que yo le hago a mi audiencia; al menos, no sena un signo tan pro-
totípico como lo es la activación de los cuatro intermitentes en el ejemplo ante
rior. Lo que lo excluye es la segunda condición; aunque yo pretendo producir
con mi acción un estado mental en alguien, no quiero que esa intención mía
sea reconocida por la persona en cuestión.
La más importante justificación de la necesidad de la segunda condición,
sin embargo, proviene, naturalmente, de su invocación en la tercera. Esta ter
cera condición es la más característica de la concepción del lenguaje de Grice.
Lo que dice es que, para que quepa hablar de un signo, el hablante no debe
querer que su intención sea satisfecha de cualquier modo, sino precisamente a
través del “procedimiento griceano”, es decir, de un modo racional, mediante
una argumentación teórica o práctica por parte de la audiencia, cuya conclusión
conlleve la producción del efecto esperado, y una de cuyas premisas esencia
les sea justamente el reconocimiento por parte de la audiencia de la intención
significativa del hablante expresada en la segunda condición. En los dos ejem
plos anteriores hemos reproducido ejemplos de “procedimientos griceanos”, de
esos raciocinios a que se apela en la tercera condición. En ambos casos, la
cuarta premisa — (d), (d')— contenía expresamente el reconocimiento por par
te de la audiencia de la intención del hablante expresada en la segunda condi
ción. Los ejemplos pretenden precisamente justificar la necesidad de la terce
ra condición, y poner de manifiesto el modo en que se pretende que funcione
en la producción de significados, ilustrándolo con dos casos paradigmáticos de
aplicación del “procedimiento griceano”.
Grice justifica la necesidad de la tercera condición- con ejemplos en los
que, aunque el agente tiene la intención de producir un cierto suceso psíquico
en la audiencia, y aunque quizás quiera también que su intención sea recono
cida (o al menos no tiene ninguna razón para no quererlo), no puede querer
que el reconocimiento de su intención sea una parte esencial de un proceso ra
cional que lleve a su satisfacción porgue existe un modo mucho más simple de
satisfacerla. Su famoso ejemplo es el de Salomé presentando la cabeza del
Bautista a Herodes. El presunto signo es la presentación de la cabeza; el pre
sunto significado, la aseveración de la muerte del Bautista; y la razón de que
la tercera condición no se cumpla, que es patente para Salomé la existencia de
un razonamiento muy simple que llevará a Herodes a formar el juicio de que
el Bautista ha muerto sin pasar en absoluto p or el reconocimiento de la inten
ción de Salomé, a saber: “he aquí la cabeza del Bautista; si alguien no tiene la
cabeza, ese alguien está muerto; por lo tanto, el Bautista ha muerto”. Salomé,
pues, no puede (sensatamente) querer que el reconocimiento de su intención de
que Herodes crea que el Bautista ha muerto juegue un papel esencial en la for
mación de esa creencia por parte de Herodes.
Esta discusión es suficiente para poner de relieve lo esencial de los puntos
EL PROGRAMA DE GRICE 51J
que podría dar una plausibilidad espúrea a este punto de vista de Wittgenstein;
Otros conceptos intuitivos parecen estar también constituidos por la represerita.;
ción de un espécimen paradigmático y la coletilla “y cualquier otro como
esto”; sin ir más lejos, los conceptos de animales, por ejemplo el de íigre. Pero
hay una diferencia crucial entre parecido característico de los Habsburgo y
tigre. En el primer caso, es razonable pensar que no hay nada más en aquello
que con el concepto tratamos de recoger, que lo que el concepto mismo esta
blece; no hay, en otras palabras, una realidad independiente del concepto que
el concepto pretende “captar” — mejor o peor— , sino que lo que el concepto
caracteriza “agota la realidad” en cuestión. En otras palabras, ‘parecido de
familia’ expresa un concepto ya intuitivamente adecuado para defender a pro
pósito del mismo una tesis proyectivista (V, § 5); es el concepto de una pro
piedad dependiente de la reacción. En el segundo, por contra, alguien con los
puntos de vista realistas que a propósito de los géneros naturales presentamos
en rV, § 3 no aceptaría que valga lo mismo. Según este realista, mediante el
concepto intuitivo de tigre estamos tratando de “capturar” una realidad
independiente de nuestro concepto; una realidad objetiva, en el sentido que
venimos dando a esa expresión desde III, § 2, una realidad no constituida por
nuestras respuestas. Dicho en otras palabras, mientras que la teoría de Locke
para los términos de género natural, según la cual éstos designan esencias
nominales, se aplica sin discusión a ‘parecido Habsburgo’, hace falta un po
deroso argumento filosófico (un argumento verificacionista como el de Locke)
para concluir que se aplica también a ‘tigre’. Como vimos en IV, § 3, un argu
mento así está condenado a resultar cuando menos discutible.
Como consecuencia de esto, mientras que la propuesta de ofrecer un con
cepto alternativo de parecido Habsburgo al concepto intuitivo, o está fuera de
lugar, o puede tener tan sólo un mérito práctico, si el realista tiene razón, la
propuesta de ofrecer una definición alternativa de ‘tigre’ (quizás en términos
de condiciones necesarias conjuntamente suficientes, apelando por ejemplo al
genoma de los tigres) ni está fuera de lugar, ni tiene por qué decidirse
exclusivamente en términos de utilidad o falta de ella: una propuesta así pue
de justificarse teóricamente, sobre la base de que la nueva definición caracte
riza de un modo más preciso la misma realidad que el concepto intuitivo pre
tendía recoger, su referencia. Quizás la caracterización intuitiva del prototipo,
te pese a ser una buena caracterización de los tigres en las circunstancias coti
h dianas en que aplicamos el concepto, no constituya un conjunto de condicio
nes bastante para ser un tigre. En tal caso, completar la definición intuitiva
mediante condiciones adicionales — en modo alguno parte del concepto intui
tivo— que nos permitan excluir a los tigres sólo aparentes, tiene un genuino
interés teórico. Igualmente, desde el punto de vista realista cabe que las con
diciones que caracterizan al prototipo no sean necesarias en un sentido mucho
más radical que el ya contemplado al admitir que sólo caracterizan al prototi
po; pues cabe que existan cosas que sean verdaderamente tigres, pese a ale
jarse tanto del prototipo que ni siquiera la vaguedad de la coletilla ‘y cualquier
cosa como esto’ admite recogerlas bajo el concepto intuitivo. En tal caso, es
516 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
preciso especificar qué hace que esas entidades sean tigres; hacerlo no es pro
poner un nuevo y sui generis concepto de tigre. Es necesario insistir en que
esta actitud parcialmente correctiva que sustenta el realismo es compatible con
la admisión de que, restringido a su ámbito propio de aplicación, el concepto
intuitivo es plenamente adecuado. Un realista razonable debe aceptar esto, no
sea que los tigres acaben resultando por completo ajenos a aquello que noso
tros, generalmente, venimos recogiendo con nuestro concepto tigre (resultando
su realismo con ello uno jftng/Jo).
En resumidas cuentas, la actitud que Wittgenstein recomienda (tratar toda
propuesta de corrección de un concepto como algo a evaluar en términos pura
mente pragmáticos, y en todo caso alejado del objetivo filosófico primordial)
está justificada con respecto a parecido Habsburgo, pero que lo esté también
para tigre requiere que adoptemos un punto de vista filosófico controvertido,
pese a que los conceptos intuitivos asociados están en ambos casos constitui
dos por un prototipo.
Adoptar la actitud que Wittgenstein recomienda para dos conceptos intui-
tivQs que tratamos de analizar en filosofía requiere, por tanto, no sólo que se
muestren constituidos por casos prototípicos, sino también que existan razones
para considerarlos semejantes a parecido Habsburgo y no a. tigre, en la conr
cepción realista de este último concepto. Y es aquí que la invocación del ejem
plo de los parecidos de familia puede dar una plausibilidad espúrea a la opi
nión de Wittgenstein, Pues podemos sentimos inclinados a pensar, sin refle
xionar mucho sobre ello, que, sea lo que fuere respecto de tigre, los conceptos
de interés filosófico son a buen seguro como parecido Habsburgo: Pero la cosa
no es tan clara; al menos, no debe ser decidida meramente a partir del poder
de sugestión de una analogía, en ausencia de un examen concienzudo. Supon
go que la razón que lleva a asimilar los conceptos que estudiamos en filosofía
a parecido Habsburgo, más que a tigre, es su carácter “a priori”. Lamentable
mente,: cuáles sean exactamente las consecuencias de que un cierto conoci
miento (en particular, un concepto) sea “a priori” no resulta muy claro, como
no lo resulta la idea misma de conocimiento a priori. En particular (y en rela
ción directa con nuestra discusión), no resulta nada claro que el que una
creencia sea a priori conlleve inmediatamente que no tenga implicaciones fác-
ticas, ni que no sea, por consiguiente, potencialmente recusable sobre la base
de la adquisición de nueva información empírica — como la crítica de Quine y
el propio Wittgenstein a la concepción tradicional del conocimiento a priori y de
la filosofía misma que examinamos en capítulos anteriores pone de manifiesto.
Considérese este ejemplo, concerniente a un concepto no menos a priori.
Los números cardinales infinitos tienen las propiedad de que una subclase pro
pia A con un número tal de elementos de una clase B puede tener el mismo
número de elementos que la clase B. Esta propiedad ha parecido extremeda-
mente paradójica, incluso contradictoria, a muchos de lo que han pensado
sobre estas cuestiones (se lo pareció a Duns Scoto y a Galileo, por ejemplo).
Esto sugiere que es una condición componente del concepto intuitivo de núme
ro cardinal la idea de que, si A es una subclase propia de B, el número cardi-
EL PROGRAMA DE GRIGE 51?:-.
nal de A es menor que el de B. Tratar los números cardinales infinitos como'
números requeriría entonces modificar ese concepto, abandonando la naráctelí
rística anterior como una condición necesaria de número cardinal. (Lo queres;
compatible con aceptar que, restringido el concepto de número cardinal a. los?.
ámbitos finitos en que se aplica usualmente, la condición es en verdad nece^
saria.) Es preciso entonces proponer alguna condición suficiente de número
cardinal, aplicable tanto a los números finitos como a los infinitos. Una con
dición así es la propuesta por Frege: dos clases tienen el mismo número si y
solamente si existe una función biyectiva que relaciona los elementos de una
con los de la otra. Ahora bien, prima facie al menos, las razones que se esgri
men para aceptar esta propuesta no son menos teóricas que las razones que se
pueden esgrimir para defender una alternativa más precisa al concepto intuiti
vo de dgre. Y, prima facie igualmente, la razón no tiene por qué ser tampoco
que la condición de Frege es el “verdadero elemento esencial” del concepto
intuitivo de número. Quizás el concepto intuitivo de número también esté cons
tituido por algunos especímenes prototípicos (los primeros números cardinales
finitos).
Las analogías entre los conceptos de tigre y número que así se ponen de
manifiesto están hasta cierto punto en consonancia con la “naturalización de la
epistemología” que Quine propone. Pero lo están hasta cierto punto solamen
te. Pues mi propósito al traerlas a colación es prevenir no sólo el error de Witt
genstein, sino también uno contrapuesto al suyo, en que puede caerse como
consecuencia de una reacción exagerada de rechazo a sus puntos de vista. Qui
ne nos hace notar que no existen, entre las creencias “ordinarias” sobre los
tigres que constituyen el concepto intuitivo de tigre, y las creencias “científi
cas” que darían lugar al concepto más preciso, la diferencia epistémica que la
filosofía tradicional pretendía. Ambos conjuntos de creencias persiguen carac
terizar, de modo general, una clase de entidades; ambos pueden igualmente
revelarse inadecuados, a la luz de futuros resultados empíricos. Concediéndo
le esto a Quine, podemos sin embargo insistir — con Wittgenstein en esto— en.
que hay una diferencia entre las primeras y las segundas (que hace a las pri
meras “a priori”, aunque no en el sentido tradicional ya abandonado). Es difí
cil enunciar con precisión la naturaleza de esa diferencia, pero la idea es ésta:
a menos que supongamos que las creencias ordinarias sobre los tigres que con
forman el prototipo, pese a ser estrictamente falsas en su pretendida generali
dad, caracterizan correctamente a los tigres en un cierto ámbito más restringi
■ do que el que presumían caracterizar, las creencias científicas carecerían a su
gilí
K vez de dominio de aplicación. Dicho de otro modo, la significación del térmi
no ‘tigre’ caracterizado mediante los resultados científicos depende de la sig
nificación del término caracterizado ordinariamente (y por tanto, de la verdad
al menos parcial de las creencias que lo caracterizan), mientras que la conver
Imsm sa no es cierta. Esto equivale al rechazo del holismo quineano, por supuesto,
pero parece razonable. Similarmente, la analogía entre ‘tigre’ y ‘número car
- I.: dinal’ persigue conceder a Quine que no hay una diferencia cualitativa entre
las creencias ordinarias constitutivas del concepto número cardinal y las cons
518 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
titutivas del concepto tigre. Es, por consiguiente, posible corregir también uno
de esos conceptos cuyo análisis interesa particularmente a la filosofía, y hacer
lo por razones puramente teóricas en lugar de meramente sobre la base de con
sideraciones pragmáticas. Pero esto no implica, en ausencia de un buen argu
mento en favor del holismo quineano, que hayamos de confundir la empresa
de analizar el concepto intuitivo con la empresa de proponer una alternativa
más precisa.
Rentengamos, en conclusión de este excursus por el páramo de la m eto
dología filosófica, la idea de que debemos distinguir cuidadosamente dos face
tas de la empresa filosófica, una puramente descriptiva, otra prescriptiva. La
primera es, en el caso de los conceptos que así lo justifiquen, la caracteriza
ción del prototipo. La propuesta que hagamos en este sentido es decididamen
te evaluadle en términos de verdad o falsedad; pero no puede establecerse la
falsedad de una propuesta simplemente indicando que alguna característica no
es necesaria — si para ello se utilizan ejemplos alejados de lo paradigmático, y
ai eliminar la característica perdemos uno de los rasgos prototípicos— ; ni tam
poco mostrando que la caracterización del prototipo no da una condición sufi
ciente de aplicación del concepto, si los casos que así lo indican están aleja
dos de los casos regularmente presentes en el ámbito pretendido de aplicación
del concepto, y para excluirlos debemos añadir condiciones que alejarían la
propuesta de lo que, es razonable suponer, constituye el prototipo del concep
to analizado. Ambos tipos de consideraciones, por otro lado, tienen su lugar
apropiado en la segunda fase — pese a su carácter prescriptivo— en la medída
en que nos convenzamos (de acuerdo con consideraciones como las preceden
tes sobre número cardinal) de que el concepto intuitivo estudiado es como tigre
más que como parecido Habsburgo, y de que existen por consiguiente moti
vaciones teóricas que justifican la formulación de una alternativa más precisa
al mismo. Naturalmente, Wittgenstein puede 'estar también parcialmente en lo
cierto; la alternativa conceptual que propongamos puede concernir también a
casos no resolubles en absoluto mediante consideraciones teóricas. La correc
ción de nuestra propuesta para tales casos, si es que existen, sólo puede ser
evaluada en términos pragmáticos. En afortunada expresión de David Lewis,
deben dejarse como “despojos para el vencedor”; es decir, debemos aceptar la
estipulación que sobre ellos haga la construcción teórica que mejor recoja
todas las consideraciones teóricas pertinentes.
Como dije antes, que se hayan propuesto tanto objeciones a la necesidad
como a la suficiencia de las condiciones en la definición original de Grice es
a mi juicio un indicio de que el concepto intuitivo de significación (no natu
ral) está realmente constimido por especímenes prototípicos, que las condicio
nes de la definición original de Grice caracterizan acertadamente. Compáren
se estos dos casos, en que un hablante H pretende producir una intención en
otro, A. (i) H quiere que A, al llegar a casa, lave la ropa. Para ello deja el ces
to con la ropa sucia en un lugar no habitual, adonde sólo H (en circunstancias
normales) puede haberlo llevado, de modo que A se tropezará con él; (ii) H
quiere que A — quien lleva media tediosa hora explicándole algo que no le
EL PROGRAMA DE GRICE 519
interesa en absoluto— le deje en paz; para ello, sabiendo que A es avaro y dés-
honesto, deja caer mientras pasean un billete de cinco mil pesetas, simulando
que eso ocurre sin que él lo advierta, de modo que A lo vea claramente. La
tesis de Grice sería que, mientras en (i) la acción de H es, prototípicamente,
una señal a A que significa la petición de que A lave la ropa, en (ii) la acción
de H no es, prototípicamente ai menos, una señal a A que significa la petición
de que le deje pasear solo. La diferencia está, según la propuesta de Grice, en
que, en (i), H quiere que A reconozca su intención de que A lave la ropa, y
quiere que forme la intención de hacerlo a partir de tal reconocimiento, Mien
tras que, aunque en (ii) H también quiere producir en A una intención, la de
dejar a H, su estrategia para-conseguirlo no pasa por que A reconozca su inten
ción (sino más bien todo lo contrario).
Similarmente, compárense estos dos casos en que H pretende producir un
juicio en A. (i) H ha conocido que el resultado de unos análisis muy impor
tantes para su salud ha sido positivo; A, con quien vive, está muy interesado
en conocerlo también cuanto antes. Como H no estará en casa cuando A lle
gue, H deja, en un lugar bien visible al que no habría podido ir a parar (en cir
cunstancias normales) sin la intervención de H, una copa de cava, (ii) H quie
re que A, su jefe, con quien juega una partida de póker, le gane. Para ello,
sabiendo que A recurre a cualquier cosa cuando se trata de ganar, ha simula
do un gesto reflejo cada vez que ha tenido buenas manos. Ahora tiene una bue-,
na mano, y hace el gesto en cuestión, con la intención de que el jefe lo advier
ta, y, juzgando correctamente que H tiene una buena mano, no apueste. De nue
vo, en los términos que he propuesto, la tesis de Grice sería que sólo en (i) es
la acción de H, prototípicamente, una señal cuyo significado es la aseveración
de que la prueba ha ido bien. La acción de H en (ii) no es, prototípicamente,
una señal cuyo significado es la aseveración de que H tiene una buena mano,
pese a que H tiene la intención de producir un juicio en A. La diferencia, según
la propuesta griceana, está en que en (i), pero no en (ii), H desea que A forme
el juicio en cuestión a partir del reconocimiento de su intención de producirlo.
En los términos de la propuesta metodológica anterior, la discusión sobre
el análisis de Grice concierne fundamentalmente a cómo legislar adecuada
mente sobre los casos no paradigmáticos, y el carácter teórico de la disputa
indica que la significación es un fenómeno objetivo no menos que los géneros
naturales, un fenómeno cuya realidad no la agota la representación a priori que
tenemos de ella (a diferencia de lo que ocurre con parecido Habsburgo). Natu
ralmente, para defender esta propuesta hay que justificar que, como yo vengo
sosteniendo, la noción de intenciones comunicativas de Grice caracteriza los
casos prototípicos de significación. Una parte de esta justificación ha de pro
venir de nuestras intuiciones al respecto, en el sentido de que los casos reco
gidos son realmente prototípicos, y los que suscitan dudas están realmente ale
jados de ellos; este tipo de justificación ha sido aportado ya, y se darán otras
indicaciones al respecto después. Otra, más teórica, requiere un- contraste
__como el que venimos ofreciendo a lo largo de todo este trabajo— con pro
puestas teóricas alternativas, que ponga a la propuesta griceana en una posi-
520
L a s Pa l a b r a s , l a s id e a s y l a s c o s a s
len.naie en e í s o X ^ o t o t r e s ’ : “
rnMismm
Los contraejeraplos a la suficiencia del análisis fuervnn a Orirv» n - j-
como ulteriores condiciones necesarias para que se dé si<inificnción r
r e . » . e “n . i ™ , e ¡n“S r a ,L Í ; 'e J :
f*
r Mente y significado en los monos”, febrero 1993.
ass
ii
EL PROGRAMA DE GRICE 523
3. Convenciones lingüísticas
2. Uaa siiuadón del Upo “dilema del prisionero” es la siguieiue. Dos participantes en un crimen, A y B, han
sido detenidos. No pueden comunicarse entre sí. y no tienen especial confianza el uno en el otro. Arabos pueden con
fesar Que cometieron el crimen, o no hacerlo. SI uno de ellos confiesa, y el otro no, el que confiesa recibirá una con-
dena de un año, y el que no lo hace, una de diez. Si ambos confiesan, recibirán ambos una condena de cinco Si
nin»uno confiesa, quedarán ambos libres por falta de pruebas. Es claro que esta última es la circunstancia prefenble
oara arabos. Peto, en una situación de incertidurabre como la descrita, parece que la estrategia racional es elegir el
curso de acción que, ocurra lo que ocurra con los factores que no están bajo nuestro control, data lugM al resultado
menos malo de todos los posibles. Ahora bien, desde el punto de vista de A, esa esVategia exige confesar (el resul
tado de no confesar sería, en el peor de los casos - q u e B confiese— mucho peor de lo que sena el resultado de con
fesar también en él peor de los casos —que B confiese, una vez más— ); y lo mismo ocurre con B. Asi que, como
resultado de sus estrategias racionales combinadas, A y B producirán una situación menos deseable que otra, que en
principio también está a su alcance.
528 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
la comunidad desean que otro forme la intención de que p, emiten para ello S
(esperando que su audiencia, conocedora de esa práctica, reconozca esa inten-!
ción suya de que formen la intención de que p, y que eso les lleve a formarla;
de hecho; mientras que (b) cuando otro miembro emite S, ello les lleva a reco-.
nocer la intención del emisor de que formen la intención de que p, y a formar
la intención de que p en consecuencia. Y la conformidad con estas regulari
dades se autopreserva por el mecanismo de las convenciones, es decir, en vir
tud de la existencia de un objetivo común (a saber, un interés común en saber
cosas que otros saben pero uno mismo no estaría en disposición de saber, y un
interés común en coordinar las acciones para alcanzar fines que no podrían
alcanzar por sí solos: en breve, un interés común en la comunicación) y del
conocimiento mutuo de la existencia de la regularidad.
Haciendo gala de su mucho ingenio, David Lewis ha propuesto una des
cripción genérica de las convenciones lingüísticas, que expongo a continua
ción. Pero es dudoso que la descripción tenga otro interés que el de permitir
nos contar con una fórmula mnemotécnicamente eficiente. Lo sustancial es lo
que acabamos de decir; como veremos, un uso rígido de la fórmula de Lewis
podría tener el efecto indeseado de hacérnoslo pasar por alto. Será convenien
te, una vez más, tener a la vista un ejemplo; el anteriormente ofrecido bien pue
de servimos aquí, pues, de hecho, poner en marcha los cuatro intermitentes al
tiempo que se frena cuando se circula a gran velocidad por la autopista se ha
convertido, con la repetición, en una convención lingüística. (Una, además, con
toda seguridad introducida sin ayuda del lenguaje: después de que uno o varios
conductores tuvieran la feliz idea, sus audiencias utilizaron probablemente el
recurso en circunstancias similares, hasta que, a fuerza de repeticiones, la prác
tica pasó a adquirir un carácter convencional.) Como antes, podemos conside
rarla alternativamente una convención petitoria o una informacional. La cues
tión es; ¿qué es lo que hablantes y oyentes convencionalmente hacen en este
caso? ¿Cuál es la acción regular de cada uno de ellos, que constituye esa con
vención lingüística?
Inspirándose en parte en Grice y en parte en el artículo de Stenius “Mood
and Language-game”, Lewis ofrece la siguiente respuesta. Supongamos que
tomamos al signo (encender los intermitentes) como uno informacional. En
este caso, lo que los miembros de la comunidad hacen regularmente cuando
ofician de hablantes es ser veraces: a saber, poner en marcha los intermitentes
sólo cuando piensan que van a detener completamente sus vehículos; y lo que
hacen, cuando ofician de audiencia, es ser confiados: juzgar que el conductor
de delante va a detener completamente su vehículo. Supongamos ahora que
consideramos al signo uno petitorio. En ese caso (estirando un poco el sentido
de las palabras, con el fin de tener etiquetas, como se ha dicho, mnemotécni
camente convenientes), lo que los miembros de la comunidad de conductores
de la autopista hacen regularmente cuando ofician de hablantes es confiar en
que sus audiencias detendrán el vehículo, y lo que hacen cuando ejercen de
audiencia es xer veracex deteniendo sus vehículos.
En resumen, podemos decir brevemente que las convenciones lingüísticas.
530 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
O '¡Lo siento tanto!’, ¿son tales términos útiles para comprender el mecanismo
que preserva el uso de tales expresiones? Al suscitar estas dudas no pretendo
negar la utilidad de la definición de Lewis, sólo asignarle su verdadera función.
Ciertamente, las regularidades en la acción constitutivas de las convencio
nes lewisianas tienen poco que ver con las reglas entendidas al modo conduc-
tista; antes bien, la sospecha es que este punto de vista no es una genuina altec-
nativa al mentalismo, dado lo complejo de los estados mentales que se postu
lan como condiciones necesarias de la existencia de convenciones lingüísticas
El análisis no presupone la noción á& lenguaje, como queríamos, de modo que
su uso para explicar el lenguaje no es viciosamente circular. Y parece permi
timos tratar de un modo intuitivamente adecuado casos simples, com o el del
lenguaje de la autopista. Naturalmente, quedan cuestiones fundamentales sobre
las que no hemos dicho nada. Las más importantes son relativas a la posibili
dad de entender un lenguaje natural com o el castellano (en contraste con una
mera señal aislada, como la que constituye el lenguaje de la autopista) como
un sistema de convenciones lewisianas de veracidad y confianza. A este res
pecto, es esencial recordar las razones, expuestas a lo largo de este trabajo, por
las que es necesario aceptar que el significado de las emisiones lingüísticas está
estructurado — en los dos sentidos que, según hemos visto, tiene el lenguaje
estructura: el significado de las proferencias está sistemáticamente determina
do a partir de expresiones cuyo significado es asistemático, pero que, por su
parte, sólo tienen significado en determinados contextos— . (Cf. I, § 2; VI,
§ 1; y IX, §§ 3-6.) Para acomodar estos hechos, una caracterización apropiada
del sistema de convenciones que constituye un lenguaje natural ha de ser, ine
vitablemente, mucho más complicada que la caracterización del “lenguaje de
la autopista”. Y nadie está por el momento en disposición de llevar a cabo una
tarea similar. Nuestro objetivo no podía ser otro que el de indicar las líneas
generales de una caracterización tal, y sus consecuencias conceptuales más
abstractas.
3 Una proferencia de ‘¡Holal’ es uno de esos casos periféricos. En mi opinión, incluso en estos casos hay
contenido ptoposicional. (Mediante este signo, el hablante eapresa detenninadas etnoctones ralahvas a ciertas situa
ciones.) En todo caso, se trata de casos marginales, cuya naturaleaa no es pertinente discutir aquí.
534 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
4. Síephen Schiffer ofrece una muy elegante derivación de muchas de las fuerzas iiocutivas más característi
cas en el marco griceano, y una consiguiente ¡axonoraía, en Meaning, 92-104.
IF
5 Al emplear los términos ‘constataciones’ y ‘ejecuciones’ (que sugieren los términos de Austin, constad-
ves’ y ‘performadves’), quiero indicar que la distínción que Ausün tenía originalmente en mente pudiera quizás corres-
nonder Testa distinción entre las fuerzas con arreglo a l.ns dos direcciones de ajuste. Searle distingue otros tres gran
a s «éneros, además de estos dos: el de las promesas, el de los actos expresivos (saludar, congratularse, lamentarse,
alegrarse, etc.), y el de los actos rituaiizados (bautizar, apostar, declarar culpable, etc.); cf. “Una. taxonomía de los
actos ilocucionarios". En mi opinión, todos ellos caen bajo uno de los dos indicados. Por ejemplo, las promesas están
en el «mpo de las peticiones, en lo que respecta a la dirección del ajuste; se distinguen de ornas fuerzas en ese grupo
ñor ovos aspectos, como quién es el que ha de encargarse de la realización del contenido, si el hablante o el oyente,
etc. Muchas expresiones de emociones están en el grupo de las aseveraciones. (El hecho de que el conocimiento pn-
vileoiado que tenemos de nuestras propias emociones garantice que, en condiciones de realización afortunada, estas
proferenciT sean siempre verdaderas, no las priva - e n contra de lo que Searle sugiere— de la dirección dft-ajuste
de las aseveraciones.) De nuevo, lo que, en esas condiciones, les da una función en el lenguaje, y también lo que t e
distingue de otras aseveraciones, son oíros aspectos distintivos de su fuerza, pnncipalraente el papel que desempeña
en su función lingüística la transmisión empalica de emociones.
536 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
6. Esm ^im etría no es. de modo general, ni temporal ni causal; no es que las constataciones afortunadas se
hagan a caiLm de que su contenido se da en el mundo (ni, menos aún, después de la realización de tal contenido)
nuentiM que el contenido de las ejecuciones afortunadas se realice a causa de que se haya llevado a efecto la ejecu-’
Clon. Limpiaras las letrinas esta tarde’ puede ser una constatación (una predicción) o una ejecución (una orden)’ en
ambos casos, el contenido proposicional concierne a un suceso que, si se da, se da posteriormente a la proferencia.
La asimetna que distingue el que sea una predicción de que sea un mandato es más sutil: como se ha expresado en
el texto, se trata de una asimetría de dependencias. Si es una predicción feliz, la proferencia debe depender del esta
do de cosas que realizaría su contenido; si es una orden afortunadamente ejecutada, el estado de cosas que realiza el
contenido depende de la inferencia. Puede no entenderse como pueda depender algo que se hace ahora de lo que si
KUTO, ocum ta después. Existe esa dependencia, hablando laxamente, si hay una “ley" en virtud de la cual dados
hechos presentes, se ha de dar el hecho futuro aseverado, y la aseveración se hace sobre la base del conocimiento de
la misma.
EL PROGRAMA DE GRICE M r
das en los lenguajes naturales debe analizar también todos estos casos. Si la
discusión metodológica de § 2 es correcta, sin embargo, podría constituir un
error proponer, sobre la base de los mismos, análisis de la significación en que
se dejara de lado el papel prototípico de los informes y las peticiones en el con
cepto ordinario de significación. Es precisamente esto lo que hacen los parti
darios de la teoría grogasicionalista de los actos del había, com o Searle, según
los cuales la intención de producir efectos en la audiencia no es nunca un ele
mento de la fuerza ilocutiva de las proferencias lingüísticas.^ Según los propo-
sicioaaUsta, todo lo que esencialmente hacemos mediante el lenguaje es repre
sentar nuestras propias actitudes proposicionales. La propuesta que estoy
defendiendo insiste en el carácter prototípico de informes y peticiones, y evita
caer en el error de contentarse con una caracterización suficientemente genéri
ca — del tipo de la caracterización proposicionalista— como para incluir a la
vez todos los casos, incluidos los que acabamos de describir; pues una carac
terización así, precisamente por su carácter genérico, nos haría pasar por alto
los rasgos distintivos de los casos prototípicos de significación.
Examinemos finalmente la solución griceana a la tercera dificultad que
pusimos de manifiesto en el análisis de Austin. La objeción consistía en que el
análisis austiniano rio nos ofrecía un principio claro para distinguir las inten
ciones constitutivas de las fuerzas ilocutivas de otras intenciones meramente
perlocutivas. La propuesta de Grice ofrece una respuesta particularmente con
vincente aquí.8 Un efecto ilpcutivo es uno que, dados los hechos sobre la natu
raleza humana de los que dependen la existencia de intenciones comunicativas,
cabe esperar realizar, en condiciones de. ejecución afortunada, a través del
mecanismo griceano; es decir, a través del reconocimiento de la intención de
producirlos por parte de aquellos en quienes se espera producirlos. Una, inten
ción perlocutiva, y un efecto perlocutivo (el efecto producido si la intención
perlocutiva se realiza) es uno que, dados esos mismos hechos, no es razonable
esperar producir así. Las intenciones perlocutivas son aquellas que, si bien pue
den estar asociadas a la producción de signos lingüísticos, no son intenciones
comunicativas. Si son “efectos secundarios”, o “no esenciales” al acto lingüís
tico — como Austin indica— es precisamente porque ios actos lingüísticos
involucran, necesariamente, intenciones comunicativas. Por ejemplS, la inten
ción de alardear, o impresionar a nuestra audiencia, que muchos tenemos cuan
do usamos el lenguaje, es una perlocutiva, y el efecto conseguido cuando la
intención se realiza, uno perlocutivo; la razón es que, de hecho, los seres huma
nos no nos dejamos impresionar sólo porque reconozcamos en otro la inten
ción de impresionamos. La intención de convencer es igualmente perlocutiva.
7. La fórmula untformizadora de Lewis, según la cual las convenciones lingüisticas son convenciones de
veracidad y confianza, podría tener un efecto similar al de las propuestas de Searle. Si, en el caso de las constatacio
nes en general, lo que el hablante hace es ser veraz, entonces parece que la buena fortuna de uno cualquiera de tales
actos lingüísticos (incluidos lo que llamamos informes) sólo depende de que el hablante exprese lo que cree verdadero,
dé su audiencia en creerlo o no.
8, El análisis que sigue se debe a Strawson. Véase “Intention and Convention in Speech Act”,
EL PROGRAMA DE GRICE 53Í
por una razón similar: no nos basta reconocer en otro la intención de Gbhveii-
cemos de que p, para que nos demos por convencidos de que p. Naturálméfta
te, es de esperar que la distinción entre efectos ilocutivos y perlocutivos sBa
vaga, y haya casos en que no esté claro ante qué estamos. Pero esto mismo
ocurre con calvoMo calvo, y con la mayoría de los conceptos con que hace
mos las distinciones que más útiles nos resultan cotidianamente. Lo importan
te es que una clasificación no sea irremediablemente vaga; que haya un prin
cipio, quizás de difícil formulación, relativamente al cual existen casos claros
que ejemplifican cada uno de los conceptos en cuestión.
Esta cuestión está relacionada con los contraejemplos a la necesidad del
análisis griceano del significado, mencionados en la segunda sección (solilo
quios, exámenes, etc.), que los proposicionalistas tienen especialmente en men
te. De acuerdo con un análisis como el de Searle, las intenciones esencialmente
lingüísticas nunca van más allá dei hablante. La intención distintivamente lin
güística con la que el hablante lleva a cabo una constatación no sería nunca la
de producir un juicio en la audiencia, sino sólo la de representarse él mismo
como teniendo una creencia. La intención con que los hablantes hacen ejecu
ciones no sería nunca la de que la audiencia forme una intención, sino sólo la
de representarse a sí mismos como teniendo un deseo. En consecuencia, todos
los efectos que pueda desearse producir en la audiencia, o de hecho se pro
duzcan, son perlocutivos; ninguno de ellos es esencial al lenguaje, constitutivo
de los potenciales ilocutivos de los signos.
Lo que está en cuestión en este debate es justamente, como era de espe
rar, el pivote sobre el que gira el argumento de Wittgenstein en las /nv«íí¡ga-
ciones contra el mentalismo, a saber, la naturaleza de las normas constitutivas
de lo que iíamaraos significados. Como indiqué en XIII, § 2, Austin distingue,
entre sus condiciones de feliz realización, las A y B de las C. La violación de
las primeras daría lugar a que no se hubiese producido el acto en cuestión; la
violación de las segundas, en cambio, sólo constituye un “abuso”. Esta distin
ción era parte de la estrategia de Austin, destinada precisamente a oponerse a
la teoría proposicionalista de los actos lingüísticos; pues entre las condiciones
de tipo C se encuentran las que tienen que ver con la presencia u ausencia de
los estados mentales que el proposicionalista considera lingüísticamente esen
ciales. Tomemos el caso de un hablante que emite Ta plaza de Catalunya está
a dos manzanas en esa dirección’, en un contexto en que su preferencia cuen
ta convencionalmente como un informe. La clasificación de Austin persigue
defender la tesis plausible de que, en un caso así, con respecto a la determina
ción de la corrección o incorrección de la acción lingüística no es esencial la
presencia o ausencia en el hablante, pongamos por caso, de creencias en el sen
tido de que la plaza de Catalunya está en la ubicación indicada. Si no lo cree,
su acción será un abuso; sin embargo, si, de hecho, la plaza está en la ubica
ción que ha indicado, su acción puede haberse ejecutado felizmente. Pese a
compartir los objetivos finales de Austin, nosotros hemos rechazado recurrir a
su estrategia; pues esa estrategia pasa por la exigencia de la convencionaiidad
del significado, mientras que nosotros hemos insistido en que puede hacerse
540 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
como el soliloquio o los exámenes; por otro lado, las primeras podrían darse
por sí solas, en ausencia de las segundas-)'
En la propuesta de Wittgenstein, la normatividad proviene del hecho de
que los significados son disposiciones en cuanto a las que existe coincidencia
entre los miembros de nuestra comunidad. Las consideraciones precedentes
sugieren una explicación alternativa de la normatividad, de la que está ausen
te el proyectivismo característico de la explicación wittgensteiniana. D e acuer
do con esa explicación alternativa, los significados son funciones o propósitos
naturales de las preferencias. Hay objetos que tienen funciones o propósitos
artificiales, en tanto que han sido específicamente diseñados para satisfacerlos;
así ocurre, por ejemplo, con los limpiaparabrisas, y con los instrumentos y
herramientas en general. Sin embargo, no decimos de un corazón que tiene la
función de bombear sangre porque haya sido diseñado para ello. Una explica
ción razonable de lo que queremos decir cuando adscribimos una función o
propósito natural E" a un objeto o a un acaecimiento es la siguiente. En primer
lugar, el objeto o acaecimiento tiene rasgos que le capacitarían para llevar a
cabo F, en las circunstancias apropiadas. Es decir, una función es, en primer
lugar, una disposición, en el sentido realista del término (V, § 2). Hasta aquí,
el elemento normativo está ausente. En segundo lugar, el que el objeto o aca
ecimiento tengan esos rasgos se explica precisamente porque los rasgos le
capacitan para llevar a cabo F, en circunstancias apropiadas. Así, por ejemplo,
en el caso del corazón, la teoría de la evolución por selección natural propone
(simplificando mucho, con el fin de enfatizar los aspectos relevantes) que la
posesión por el corazón de rasgos que le capacitan para bombear sangre expli
ca la existencia de corazones con esos rasgos; pues esa capacidad da-cuenta de
la supervivencia y reproducción de organismos que los poseen.^
El mecanismo de autopreservación característico de las convenciones no
tiene mucho que ver con el mecanismo de la selección natural; pero tiene,
igualmente, el efecto de dar lugar a funciones o propósitos naturales, en el sen
tido expuesto. Una proferencia de la oración-tipo ‘la plaza de Cataluña está a
dos manzanas en dirección sur’ tiene un cierto significado (es un informe con
un determinado contenido), porque (i) tiene rasgos (ejemplifica ciertos tipos,
dispuestos de ciertos modos) que le capacitarían, en circunstancias apropiadas,
para satisfacer ciertas intenciones comunicativas (producir un juicio con un
cierto contenido en la audiencia, a través del reconocimiento de la intención
del hablante), y (ii) tiene esos rasgos precisamente porque la posesión de los
mismos le capacitaría para satisfacer tales intenciones comunicativas, (ii) se
justifica en este caso apelando a la naturaleza de las convenciones, expuesta en
la sección anterior; en especial, apelando a la satisfacción de la tercera condi-
9. Este análisis de las funciones se debe a Lany Wright. Véase su Teleological Explanation. Ruth MilUkan
ofrece una explicación análoga en los dos primeros capítulos de su ¿Mngiiage, Thoiight and Other Biological Cata-
gories. A mi juicio, la explicación de Millikan es defectuosa en varios respectos. Un defecto es que, cuando menos,
sugiere que todas las funciones naturales son propiedades biológicas, o reducibles a propiedades biológicas. Uno más
grave es su rechazo del elemento disposicional de las funciones.
542 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
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REFERENCIAS BIBUOGRÁHCAS 549
ÍNDICE ANALITICO
Prólogo........ IX
Introducción XV
C a p ít u l o I
C a p ít u l o n
C a p ít u l o III
Fundamentos epistemológicos:
el problema de la intencionalidad
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
íii ll
íite íi
Capítulo VE
C a p it u l o V I H .
C a p ít u l o I X
C a p ít u l o X ,
C a p ít u l o X I
C a p ít u l o X n
C a p ít u l o X in
Elementos de pragmática
C a p ít u l o XTV
El programa de Grice