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LA IMPORTANCIA DE LOS LÍMITES EN LA EDUCACIÓN DE

NUESTROS HIJOS

Tamara Chubarovsky

Por Sofía Pereira, autora del libro “El Arte de Educar en Familia”
En esta sociedad de consumo inmediato, de búsqueda de satisfacciones rápidas
que dan la espalda a los procesos, donde todo se confabula para que obtengamos
aquello que deseamos de la forma más veloz posible: comida rápida,
información y comunicación instantánea, cambios frecuentes de modas…,
hablar de límites es encontrar, en la mayor parte de los casos un rechazo frontal.
Y, sin embargo, todo en este universo está limitado. De hecho, es gracias a los
límites que aparecen las formas. Cada uno de nosotros estamos contenidos en
nuestra propia forma, lo cual hace inmensamente variado y rico todo el
panorama.
Desde el instante mismo de la concepción, nos encontramos límites que, a modo
de retos, trataremos de expandir en la medida en la que vayamos ampliando
nuestro conocimiento y experiencia: el vientre materno, la cuna, la cama, la
habitación, la casa, la familia, lo que puedo o no puedo hacer en este
momento…
Los límites enmarcan. Son una frontera que nos delimita, separándonos de lo
que no somos, y permitiéndonos distinguirnos de todo lo demás. En este sentido,
también son un manto protector que nos aporta seguridad y estabilidad. Al
contenernos, nos invitan a interiorizarnos y a no perdernos en el afuera. En
ausencia de límites todo se desbordaría.
Hay límites sutiles que se manifiestan en la forma de relacionarnos: las
conversaciones o los silencios, los deseos de compartir o de aislarnos, las
acciones o los momentos de quietud, los movimientos de empatía o los
rechazos, hacia dónde nos dirigimos o de dónde nos retiramos…. A través de
cada uno de estos movimientos buscamos nuestro equilibrio en una permanente
respiración que acepta o rechaza lo que viene de fuera. Tan necesario es que nos
auto-limitemos, como que limitemos a los demás cuando pretenden entrar sin
ser aceptados en nuestro espacio personal. Ya que mi libertad termina donde
empieza la del otro, y viceversa.
Es a través de este doble gesto (dentro-fuera) donde encontramos la estabilidad
que nos permite dirigir la propia vida. No es dejándonos llevar por cada uno de
nuestros deseos como extendemos nuestros límites, si no que estos se amplían
en función del conocimiento y la responsabilidad que vamos adquiriendo, pues,
a mayor conocimiento y responsabilidad, mayor libertad en todos los niveles de
nuestra vida.
Hay también pensamientos, recuerdos y emociones que nos limitan hasta el
punto de no dejarnos expresar todas nuestras potencialidades. Y estos son los
que crean los miedos, a veces irracionales, con los que tenemos que lidiar cada
día. Y no estamos hablando de ese impulso de lucha o de huida instintivo que
subyace a todo momento de peligro y que nos ayuda a sobrevivir, sino a aquellos
que nos impiden vivir con plenitud. Son estos miedos con los que hemos de
trabajar especialmente para ensanchar nuestras fronteras. De no hacerlo, vamos
a contaminar nuestra vida y la de aquellos a los que pretendemos guiar, es decir,
a nuestros hijos.
Educar implica un gran trabajo de auto-educación. Y este proceso ha de ir
acompañado de una comprensión de los límites en los que hemos de movernos,
con objeto de lograr el mayor beneficio para nosotros y para todo el conjunto
familiar y social. No deja de ser interesante comprobar que muchos padres que
tienen dificultades para poner límites a sus hijos, tampoco pueden soportar el
ponérselos a sí mismos ni el recibirlos desde otras fuentes externas. Hay, como
mencionamos antes, un considerable rechazo a ser limitados y a limitar.
Las razones las encontramos en los modelos educativos de las generaciones
precedentes en las que se vivía con un exceso de límites impuestos de manera
arbitraria y autoritaria, donde primaba la falta de respeto al ser del niño,
considerado casi como una prolongación del animal que simplemente debía
obedecer y acatar las órdenes sin rechistar. Hoy en día, asociamos los límites
con un ataque a nuestra libertad, en lugar de con un sistema de protección para
nuestra propia supervivencia, por lo cual muchas tendencias se han dedicado a
derribarlos. Hay movimientos educativos, por ejemplo, que consideran que no
hay que poner límites a los niños en pro de su libertad. Pero a los niños les falta
el conocimiento; su mente no está aún formada para descifrar cómo funciona el
mundo exterior, no tienen todavía suficientes experiencias como para auto
limitarse como ejercicio de simple supervivencia o de respeto hacia los demás.
A raíz del antiguo modelo educativo, muchos padres educan a sus hijos en un
paradigma radicalmente opuesto: ausencia casi total de límites que hacen del
niño un ser caprichoso, a menudo tirano, que lo quiere todo ya, sin esfuerzo, sin
creatividad y sin soportar ni saber gestionar la mínima frustración. La pregunta
es cómo va a poder desenvolverse en un mundo plagado de límites cuya
ferocidad competitiva y exigente aumenta cada día.
Un elemento que agrava la situación es la jerarquía, que también ha sufrido un
duro revés. Tras el despotismo anterior, el modelo actual es la inversión
jerárquica. Ahora es el niño quien decide cómo y cuándo, y el adulto el que se
sitúa en un rol inferior tratando de negociar con él, de pedirle permiso, de
intentar que no monte el escándalo, que no le castigue con sus coléricos
caprichos y exigencias. Esta inversión de los roles familiares crea consecuencias
graves a la larga, pues produce grandes desequilibrios en todo el grupo familiar
y en cada uno de sus componentes; desequilibrios con los que van a contaminar
a las nueva familias que vayan creando.
Falta, por tanto, encontrar ese nexo, que muchas veces es el simple sentido
común, que nos permita conjugar elementos de ambos extremos, de forma que
no confundamos el amor con la permisividad, ni la libertad con el libertinaje.
Una pedagogía sana ha de hallar la forma de educar desde el respeto, de limitar
desde el amor, y de acompañar desde el conocimiento.
Desde esta perspectiva, podríamos dar un nuevo enfoque a este asunto,
considerando los límites que establecemos para los niños como un préstamo sin
intereses que les ofrecemos de nuestra propia voluntad. Al estar en periodo de
aprendizaje y no tener conciencia de las cosas que pueden perjudicarles, no se
encuentran aún capacitados para ejercitarla desde su interior. Nosotros somos
sus guías, y tenemos que ayudarles a través de los límites para ir iniciándoles
en todo aquello que les redunde en una vida más positiva y feliz. Y, además, les
iremos enseñando a superar las frustraciones que puedan provocarles dichos
limites, así como a ampliarlos en la medida en la que vayan asumiendo
responsabilidades.
No se trata por tanto de educar en libertad, sino de educar para la libertad. Y la
libertad no es dejar que los niños hagan lo que quieran en cada momento. La
libertad es un proceso que va acompañado de la responsabilidad que vamos
asumiendo. ¿En qué modo me implico en la vida? ¿Cómo vivo mi vida? ¿Cómo
interactúo con los demás? ¿Soy consciente de que cada acto, pensamiento,
emoción, gesto y actitud míos están generando consecuencias? Una de las
mejores herramientas para ayudar a nuestros hijos a comprender e interiorizar
los límites son las actividades cotidianas. En la medida de lo posible, y en
función de su edad, les iremos introduciendo determinadas tareas de las que
puedan ir haciéndose responsables, como ayudar a poner la mesa, a recoger los
juguetes, a preparar la ropa del día siguiente, cocinar…. Y siempre
enfocándolas como un juego con el que además colaboran al bienestar de toda
la familia. En este sentido, es importante tener en cuenta cómo vivencia el niño
el paso del tiempo, pues es muy diferente a la manera en la que nos afecta a los
adultos, quienes lo vivimos como uno de los límites más severos y estresantes.
Para ellos, al no estar su mente tan llena de contenidos, el tiempo es un eterno
presente que se estira de forma casi permanente. Esta es una de las razones por
las cuales les cuesta tanto dejar de hacer algo que les gusta. ¡Nunca se irían a la
cama por iniciativa propia, ni dejarían de comer helado, ni terminarían de jugar,
ni…!
Al aplicarles límites les estamos enseñando que toda acción conlleva unas
consecuencias (si no duermo estoy cansado; si doy patadas nadie quiere estar
conmigo; si no presto mis juguetes tengo que jugar solo; si como muchos
helados me dolerá la tripa…). Esto significa enseñarles la ley de causa y efecto,
para que a través de las causas que produzcan puedan recibir los efectos
deseados. Semejante actitud les ayudará más adelante a hacerse plenamente
responsables por su vida, a no colgarse de manera dependiente, a gestionar sus
asuntos y a no culpar a los demás o al universo de los posibles desastres que
puedan acontecerles.
Ahora bien, hemos de ser muy creativos. No vale eso de: “porque lo digo yo”,
“porque sí”, etc. Que no quieren salir de la bañera…, quitamos con disimulo el
tapón y decimos: “Oh, el agua quiso irse con el río”. Gritan porque no quieren
irse a dormir…, su osito o muñeca favorita tiene mucho sueño y se va a la camita
y nosotros haremos la pequeña ceremonia de buenas noches con ella.No quiere
cepillarse los dientes…, “¡¡¡Por favor, límpianos, estamos sucios y no queremos
ponernos malitos!!!”. Los “nos” rotundos los dejaremos para ocasiones
especiales en las que sean necesarios. Y si nuestras artes dramáticas se agotan
y la comunicación no resulta suficiente, no pasa nada por llevar al niño rabioso
tranquilamente a su cuarto y decirle que se quede allí hasta que se haya
tranquilizado, o bien quedarnos sentados a su lado, sin el menor gesto de enfado
o impaciencia mientras le acompañamos, en perfecto silencio, hasta que él
mismo acabe con su proceso emocional. Es muy importante que el niño
comprenda que no es a él a quien estamos cuestionando o limitando, sino a su
actitud concreta que consideramos menos positiva o superviviente.
Ayudemos a nuestros hijos en el aprendizaje de la responsabilidad, el respeto y
la ayuda, haciendo que se sientan miembros de pleno derecho en la familia,
amados en sus diferencias, apoyados en sus capacidades, limitados en todo lo
que les impida desarrollar su potencial creativo y positivo, enseñándoles que no
todo les es dado graciosamente, sino que son ellos, con su constancia y esfuerzo
los que han de conquistar los logros que dependen de sus actitudes y de sus
procesos. En definitiva, enseñarles a dar los pasos hacia el desarrollo de su
experiencia de vida, y no a vivirles la suya como si fuera la nuestra. Nunca
hemos de evitar que se enfrenten a sus propios retos, porque solo en esa
contienda podrán sacar las fuerzas interiores para superarlos y ensanchar de ese
modo los límites que les convertirán en adultos sanos, felices y equilibrados.

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