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El cerebro del corrupto – Por Dr.

Elmer
Huerta
12 diciembre, 2016

Artículos de Opinión
El 9 de diciembre pasado se conmemoró el Día Internacional Contra la Corrupción y
también la semana pasada, la Comisión Presidencial de Integridad -formada luego del
vergonzoso destape del asesor médico del presidente Pedro Pablo Kuczynski- dio a
conocer su informe final, en el que se revela que la corrupción le cuesta al Perú 12,600
millones de soles al año, lo que equivale al 10% del Presupuesto General de la República.

¿Pero qué se sabe acerca del cerebro del corrupto? ¿Existe algún mecanismo
neurobiológico que pueda explicar la deshonestidad? Pues parece que sí, un revelador
estudio del University College de Londres publicado en Nature Neuroscience, encuentra
que el cerebro humano es capaz de aceptar y adaptarse a la deshonestidad.

La amígdala cerebral

Diferente de la amígdala palatina o tonsila, que se encuentra en la garganta, la amígdala


cerebral es una región cerebral responsable del desarrollo de las emociones humanas y es
parte del sistema límbico, un conjunto de núcleos cerebrales responsables de la vida
afectiva, el desarrollo de la memoria, el instinto de preservar el organismo y la especie y
el nexo entre el medio ambiente y nuestros órganos internos antes de realizar una acción.
Al estimular la amígdala cerebral de un animal, este responde con agresividad, pero si es
extraída, el animal se vuelve indiferente y ya no reacciona ante un estímulo que antes le
había causado miedo o excitación sexual. Una persona con lesión de la amígdala cerebral
no solo es incapaz de expresar sus emociones, sino que –a pesar de reconocer el rostro de
otros- es incapaz de reconocer las emociones en el rostro de otras personas. La amígdala
cerebral es responsable del “creer en nuestros instintos” (gut feeling en inglés), en que -
sin pensarlo dos veces- interpretamos instantáneamente una experiencia y la aceptamos o
rechazamos de plano.

El experimento

Lo que hicieron los científicos fue estudiar dos hechos de común observación. 1) Cómo
se explica que los grandes actos de corrupción empiecen siempre con pequeñas
transgresiones, las cuales van creciendo progresivamente, hasta convertirse en delitos de
gran magnitud. En otras palabras cómo es que el corrupto empieza de a poquitos y sus
delitos van progresivamente haciéndose cada vez mayores. 2) Cómo se explica que el
miedo inicial que desarrolla el corrupto al darse cuenta de que está haciendo algo malo,
va desapareciendo poco a poco con subsecuentes actos de deshonestidad; convirtiéndose
progresivamente en un sinvergüenza que -como se dice popularmente- “ya no tiene sangre
en la cara”.

Debido a que previos estudios habían demostrado que la disminución de la actividad de


la amígdala cerebral hacía que las personas se acostumbren progresivamente a estímulos
negativos y que un estudio demostró que los estudiantes que tomaban un medicamento
inhibidor de la función de la amígdala cerebral eran más propensos a copiar que los que
no estaban medicados, los investigadores pensaron que la actividad de la amígdala
cerebral tenía mucho que ver con la deshonestidad.

Para demostrarlo, diseñaron un experimento en el que 55 voluntarios participaron en un


juego que los tentaba a engañar a sus compañeros y favorecerse económicamente de
manera deshonesta. El juego estaba diseñado de tal manera que, al no enterarse de que
sus compañeros se den cuenta del engaño, el deshonesto iba perdiendo el miedo a sus
actos y se iba favoreciendo cada vez más y más.

Lo novedoso del estudio, y algo que nunca se había hecho antes, fue que se estudió la
actividad de la amígdala cerebral con la resonancia magnética funcional (fMRI), la cual
permitió ver si la actividad de la amígdala cerebral iba aumentando o disminuyendo a
medida que el deshonesto iba engañando más y más.

Los resultados fueron impresionantes. Con los primeros actos deshonestos, la amígdala
cerebral se activaba fuertemente, pero con cada subsecuente acto deshonesto, su actividad
disminuía progresivamente, es decir, la amígdala cerebral se iba “acostumbrando” a los
actos deshonestos. En otras palabras, el corrupto empieza poco a poco y al ir perdiendo
la actividad de su amígdala cerebral, va perdiendo el miedo y se va acostumbrando al
delito. La consecuencia es que al ir perdiendo el miedo al castigo, el corrupto avezado va
aumentando la magnitud de sus actos deshonestos. El gran corrupto pierde entonces
completamente la actividad de su amígdala cerebral.

Corolario

Este estudio tiene profundas implicancias para el individuo y la sociedad. En primer lugar,
debemos entender -y aceptar- que el mecanismo descrito –que el cerebro humano es capaz
de ir escalando y adaptándose a los actos deshonestos- es un fenómeno natural y que
puede ocurrir en cualquiera de nosotros. La gran pregunta es entonces ¿por qué ocurre
más frecuentemente en ciertas sociedades y mucho menos en ciertas otras?

Raymond Fisman, economista y especialista en comportamiento humano de la


Universidad de Boston dice que el asunto de la corrupción no es un asunto de la persona,
sino del sistema en que vive. Si la corrupción es percibida como normal en un país, hasta
la persona sin inclinación a serlo puede iniciarse y aprovechar del mecanismo cerebral
descrito para acostumbrarse. Sin duda, el cerebro del ser humano es capaz de adaptarse a
la corrupción cuando el sistema en que vive lo permite.

Christoph Stefes, profesor de ciencia política de la universidad de Colorado dice que la


historia enseña que una manera de luchar contra la corrupción sistémica es creando
“islas de honestidad” en la sociedad, lideradas por individuos honestos, rodeados de
personas honestas y que logren movilizar grandes segmentos honestos de la población,
inclinando la balanza de la sociedad hacia el lado de la honestidad.

¿Algunos voluntarios para liderar ese movimiento en el Perú?

Fuente Diario El Comercio

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