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TEMA RELEVANTE
El autor analiza el contrato de suministro, determinando que este recae sobre cosas
muebles y no sobre servicios. Destaca también la futuridad de los bienes y el carácter
conmutativo del contrato que lleva a que solo se celebre bajo la modalidad de cosa
esperada, lo que excluye la aleatoriedad del riesgo de su existencia. Asimismo,
considera al suministro como un contrato oneroso, siendo un desacierto del legislador
el haber admitido la figura del suministro gratuito, apartándose, de esta manera, del
tipo contractual social que lo configura como un contrato de índole comercial por
naturaleza.
MARCO NORMATIVO
• Código Civil: arts. 144, 225, 1352, 1402, 1409, 1410, 1604, 1605, 1608, 1609 y
1610.
No puedo dejar de considerar en esta breve introducción y para fines de apreciar los
alcances de la regulación legislativa sobre el suministro, al proceso de unificación de
las obligaciones civiles y comerciales al cual se adscribe –al menos de manera
temporal– la dación del Código Civil de 1984, proceso que explica –por ejemplo– los
alcances del artículo 2112 del Código Civil, el mismo que derogó las disposiciones del
Código de Comercio tratándose de los contratos de compraventa, permuta, mutuo,
depósito y fianza, de manera que dichos contratos quedaron regulados por las normas
del Código Civil, más allá que correspondan a un acto comercial y de los efectos que
de ello puedan desprenderse. Y es que, conforme ha expresado Benavides en un
lúcido trabajo sobre el suministro1, este contrato es definitivamente el más “mercantil”
de los diversos contratos regulados en el Código Civil2, lo cual debería ser
necesariamente considerado al momento de postularse interpretaciones sobre su
regulación “civil”, por cuanto no debería haber un desfase entre la realidad negocial,
propia del intercambio o tráfico económico (que define los tipos contractuales sociales)
y la regulación legislativa civil (que reconoce a los tipos contractuales sociales:
tipicidad legislativa).
La descripción legislativa del suministro consta en el artículo 1604 del Código Civil:
“Por el suministro, el suministrante se obliga a ejecutar a favor de otra persona
prestaciones periódicas o continuadas de bienes”, artículo sobre el cual ya se han
generado diversas críticas a las cuales me remito3. Resulta cierto que lo más
adecuado hubiese sido expresar que el suministrante se obliga frente al suministrado a
entregarle bienes de manera periódica o continua, pero la redacción actual del artículo
bajo comentario (que se refiere a la ejecución de prestaciones, lo cual es aplicable –
por su generalidad– a todo contrato en función a su objeto obligacional sancionado en
el art. 1402 del CC) puede ser interpretada adecuadamente sin mayor complicación,
considerándose que el lenguaje legislativo no es necesariamente tan preciso como el
académico, de manera que debe distinguirse entre lo que es criticable en función de
forma de aquello que lo es por razones de fondo. En todo caso la crítica bien podría
ser en que, habiéndose reproducido casi totalmente el antecedente legislativo italiano,
dado que se sustituyó “cosas” por “bienes”, bien pudo hacerse lo mismo tratándose de
“prestaciones” por “entregas”. Empero, no debe olvidarse que lo perfecto es enemigo
de lo bueno.
Estimo que hay ciertos temas –relacionados a la delimitación del tipo contractual del
suministro, esto es, a su identidad negocial– que requieren ser considerados.
Los bienes –como objeto del tráfico económico– se contraponen a los servicios,
más allá que los señalados bienes sean materiales o no. Si bien en todo intercambio la
actuación humana tiene un rol innegable porque es finalmente una manifestación de
cooperación, la contratación sobre servicios incide en que estos son lo fundamental y
que el interés del acreedor se estructura en función de ellos.
Nuestro Código Civil adscribe al suministro dentro de la categoría de contratos
relacionados al intercambio que recae sobre bienes, no sobre servicios, siendo que
estos últimos son regulados bajo el régimen de “prestaciones de servicios” (en
cualquiera de sus modalidades). Por lo tanto, aplicando los criterios lógicos de
“calificación jurídica” de un determinado negocio contractual5, esto es, la
determinación de la disciplina aplicable al mismo al contrastar su contenido negocial
concreto con el tipo abstracto definido normativamente, no resulta posible en nuestro
medio calificar como suministro a un contrato en el cual una de las partes se
compromete esencialmente a cierta conducta –por más que concluya en la entrega de
bienes–, dado que la naturaleza de este último contrato corresponderá al de una
prestación de servicios, siendo que en Derecho valen los contenidos antes que las
denominaciones. Sobre el particular, merece destacarse que los tipos contractuales
son inderogables por su propia naturaleza, de manera que la autonomía privada
permite someterse a un determinado régimen contractual, pero sobre la base de que el
negocio (concreto) celebrado coincida o calce con su descripción, identidad o tipo
(abstracto) normativo. En cualquier caso, no debe olvidarse de que el hecho que un
determinado contrato no coincida con cierta tipificación, sea social (contratos
nominados) o legislativa (contratos típicos), no afecta su existencia ni eficacia en
función a la libertad de configuración inherente a la autonomía privada, y a la finalidad
práctica perseguida finalmente, sin perjuicio de que existan límites de maniobra que no
deben ser traspasados y que están representados por las normas que interesan al
ámbito de lo imperativo, así como al orden público y buenas costumbres.
De otro lado, el hecho de que el suministro sea una modalidad negocial que
corresponde a una derivación de la compraventa, y de manera específica de la
compraventa mobiliaria sobre cosas de carácter fungible por lo general (sin dejar de
destacar su carácter consumible o perecible, conforme se destacará más adelante)9,
por más que haya adquirido autonomía conceptual, no es un aspecto que puede ser
obviado en el análisis de la identidad del contrato bajo comentario. El suministro no
puede recaer sobre bienes de naturaleza inmaterial o incorpórea, ni sobre bienes
inmuebles, por cuanto se trata de un contrato orientado a satisfacer determinada
necesidad, el abastecimiento operativo –sea de consumo o de uso– sostenido en el
tiempo, aspecto este último que a su vez se asocia al tracto sucesivo. Y es que
tratándose de los bienes incorporales (respecto de los cuales no está en discusión que
puedan ser objeto de tráfico jurídico-patrimonial), se advierte que los mismos no son
propiamente susceptibles de entrega material, de un “dar”, identificándose más bien
con una conducta a observar que se identifica con un “hacer”, lo cual permite
relacionarlos con el régimen de las prestaciones de servicios, priorizándose o
privilegiándose el aspecto conductual. Los inmuebles, aunque posean corporeidad,
carecen de las notas de fungibilidad y perecibilidad; por lo que resulta forzado asumir
que son susceptibles de entregas periódicas o continuadas por parte de un
suministrante para fines de satisfacer una necesidad de abastecimiento operativo del
suministrado.
Aunque el Código Civil no señala un ápice sobre estos temas, lo enunciado está
orientado a delimitar el ámbito de aplicación del contrato bajo comentario, atendiendo a
lo que se desprende no solo de la doctrina10 y de la legislación comparada sino del
intercambio mismo. Y es que las categorías jurídicas y las regulaciones legislativas
deben tener arraigo en la realidad, de lo contrario pierden sentido y utilidad.
Pero tampoco se trata de que el suministro recaiga sobre cualquier bien mueble
corporal o material (cosa); ya que debe entenderse que el suministro solo recae sobre
cierta clase de cosas muebles.
3. Un tercer tema relativo al objeto mismo del suministro corresponde a qué clase
de cosas muebles corresponden ser consideradas en el ámbito de un suministro.
Admito que podría sostenerse que nada impide que un bien final, manufacturado o
terminado pueda ser materia de un suministro, de manera particular (mas no única) de
un suministro de uso. La cuestión radica en que allí podría generarse una duplicidad
de fin práctico con un contrato de arrendamiento. En nuestro medio, Arias-Schreiber
manifiesta que no hay tal duplicidad porque existen diferencias entre un contrato de
suministro en uso (goce) y un arrendamiento12, las mismas que radican en la
reiteración de las entregas (lo cual es manifiesto en el suministro de ejecución
periódica) y en la singularidad de las prestaciones (aunque esto último es inherente al
tracto sucesivo, que es uno de los caracteres jurídicos comunes entre ambas
modalidades negociales). Ante ello, Benavides postula la tesis en el sentido de que el
suministro debería ser un contrato conceptualizado en rigor como uno de consumo o
en propiedad, ya que para fines de tomar cosas en uso (para restituirlas luego) existen
otras figuras contractuales que resulten pertinentes13, por más que el modelo
legislativo italiano haya considerado la posibilidad de pactar un suministro en uso.
Creo que hay que introducir algunas precisiones, y para ello nos podemos remitir al
mutuo, contrato que recae no solo sobre dinero sino sobre bienes muebles fungibles y
consumibles (que hemos identificado como ámbito material y natural del suministro),
por lo que se califica también como préstamo de consumo a diferencia del préstamo en
uso (goce) que corresponde al comodato.
La diferencia entre los préstamos de consumo y de uso radica en la identidad del bien.
Si el bien es consumible se está en el ámbito del mutuo (que conlleva una
transferencia de propiedad que me atrevo a calificar como meramente circunstancial,
por la naturaleza del bien comprometido, dado que no puede olvidarse que se está
ante un préstamo, temporal por naturaleza), por lo que habrá devolución del mismo en
su oportunidad a través de otro bien equivalente en especie, calidad y cantidad
(fungibilidad). En cambio, si el bien no es consumible, el préstamo (temporal por
naturaleza –reitero–, ya no conlleva –no justifica– transferencia de propiedad) implica
que el mismo bien deberá restituirse. Así, en el mutuo podemos referirnos
estrictamente a una devolución, en cambio en el comodato (y en el arrendamiento) a
una restitución (el mismo bien, no uno equivalente, aunque incorporando obviamente
el desgaste por el uso).
Los conceptos anteriores se aplican de alguna manera para fines de las modalidades
de suministro en consumo y en uso.
De otro lado, la invocación de la autonomía privada y del poder negocial de las partes
de regular los términos y condiciones del intercambio económico en función a sus
intereses concretos, no justifica la necesidad de modificar el tipo o descripción
contractual de carácter abstracto, no solo por una cuestión principista, conforme a la
cual los tipos contractuales (tipicidad legislativa) no los crea el legislador (según su
saber y entender) sino que corresponden a la realidad negocial misma (tipicidad social)
que identifica las reglas aplicables, sino porque la necesaria onerosidad del suministro
no impide que las partes puedan convenir un contrato con la misma finalidad práctica
pero de carácter gratuito, conforme ocurre por ejemplo tratándose de la locación de
servicios, contrato que es definido legislativamente como oneroso pero sin que ello
impida que pueda convenirse una prestación de servicios gratuita (conforme se aprecia
en los hechos), solo que esta no es ni será estrictamente una locación de servicios (ya
que los tipos contractuales legislativos son inderogables)18, aunque se le aplicará
finalmente (en función a su orientación práctica) en gran medida el mismo régimen por
analogía, sin perjuicio de la aplicación general del régimen de prestaciones de
servicios.
¿Qué nos llama la atención en esta regulación, aparte del tema de la postiza gratuidad
del suministro y correlativo perfeccionamiento constitutivo escrito? Lo concerniente a la
acreditación del suministro oneroso, al cual bien podemos calificar como un suministro
“propio”, para contraponerlo al gratuito o “impropio”.
De acuerdo al primer párrafo del artículo 1605 bajo comentario, “La existencia y
contenido del suministro pueden probarse por cualesquiera de los medios que permite
la ley, pero si se hubiera celebrado por escrito, el mérito del instrumento respectivo
prevalecerá sobre todos los otros medios probatorios”. Adviértase que la ley no señala
una determinada forma sin sancionar con nulidad su inobservancia, no estamos
conforme al artículo 144 del Código Civil ante un contrato consensual relativo o sujeto
a forma ad probationem, empero se regula finalmente una situación semejante a la que
se aplicaría a una forma probatoria legal, si esta así hubiese sido prescrita. Y es que si
el contrato consta por escrito, no se convierte en un medio de prueba sino en el medio
de prueba, porque de haber una pluralidad de medios contradictorios entre sí, debería
privilegiarse la calidad del medio probatorio escrito, situación que podría colisionar con
la regla contenida en el artículo 197 del Código Procesal Civil, en el sentido de que no
se admite la “prueba tasada”, dado que el valor probatorio lo asigna el juez bajo criterio
de apreciación razonada. Distinto hubiese sido si el Código Civil hubiese establecido
que el suministro oneroso debe constar por escrito, pero sin sancionar con nulidad la
inobservancia de dicha forma, porque en dicho caso hubiese sido aplicable la
conceptualización sobre si la forma se convierte o no de manera implícita en un
requisito de eficacia negocial21.
El detalle sobre cuál es el tipo de bien, sobre el cual recae este contrato, bien puede
quedar para un desarrollo doctrinario, ya que, insisto, el Código Civil no es un texto
académico, debiendo ser interpretado en función a variables que no pueden, ni deben,
estar alejadas de la realidad.
En ese orden de ideas, me atrevo a sostener que en materia de suministro existe una
presunción legal, relativa e implícita de onerosidad, de tal manera que el carácter
gratuito debería convenirse expresamente, no pudiéndose deducir tal gratuidad por el
solo hecho que el acuerdo negocial conste por escrito (ya que dicha forma no resulta
incompatible con una eventual onerosidad) o que en el acuerdo se haya omitido lo
concerniente a la fijación del precio. Si admitimos que el suministro es un contrato de
sólida raigambre comercial, que la nota característica de esta actividad está
representada por el animus lucrandi, y que estamos ante una derivación de la
compraventa que ha adquirido identidad propia en función al elemento temporal y al
tracto sucesivo, en caso de duda por falta de declaración expresa, debería concluirse
en la onerosidad antes que en la gratuidad del negocio.
El Código Civil, al igual que cualquier otra ley, no es una pieza de museo ni un texto
académico o un manual universitario, su actual tenor responde ciertamente a una
determinada tradición jurídica en nuestro medio, con las bondades y problemas que de
ello se desprenden, pero no es menos cierto que dicha tradición jurídica no debe
sacrificar el concepto que las leyes son esencialmente operativas y contienen reglas a
ser interpretadas y aplicadas por los distintos operadores jurídicos, en función de sus
propias necesidades y convicciones, conforme lo destaca Fernando de Trazegnies
cuando prologó lo que se convertiría en el primer volumen de la colección Para leer el
Código Civil publicado por el Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del
Perú, siendo además que no puede negarse que muchos aspectos de la tipificación del
contrato bajo comentario se han generado sin la necesaria evaluación y análisis, por lo
que siempre resulta pertinente –pasado un tiempo prudente– reexaminar la regulación
y apreciar qué es aquello que merece ser corregido, dado que admitir un error no nos
disminuye, por el contrario.
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