Vous êtes sur la page 1sur 10

LOS MODELOS Y LOS GUÍAS

El sistema

Para introducir el tema de los modelos, asunto que constituye uno de los
objetivos de este escrito y que iniciamos con este capítulo, es menester
considerar el papel fundamental que juega un agente decisivo a la hora de fijar
el modo de ver el mundo, que se forma en una base de creencias, y que se
constituye en un factor determinante en el ejercicio de la forma mental de todos
y cada una cada de las personas: «el sistema».
Todo individuo se encuentra, de un modo u otro, enmarcado y siendo
parte de un cuerpo social, de un modelo de sociedad que, en estas latitudes,
exhibe sin ambages, como una de sus características más distintivas, el afán de
impedir o controlar la verdadera manifestación del ser humano.
De esta suerte, las vidas se hallan chantajeadas por el dominio que ese
campo general ejerce sobre ellas con la finalidad de obstaculizar su libre
expresión.
Precisamente, ingentes recursos son aplicados con el objetivo de
establecer conductas, modos de pensar y de sentir, con la pretensión de instalar
estereotipos y promoviendo la censura1 con la voluntad de conservar, consolidar
e imponer un mundo que ya se fue.
De forma substancial, transmitidos por la educación desde la primera
infancia, los valores propios del sistema actúan procurando grabar en las
conciencias el «concepto de autoridad» para hacer respetar, sin discusión, los
dictámenes de lo establecido respecto de lo que es «bien visto» y aquello que
«no se debe hacer», cuidando de infundir en los individuos la idea de que la
valoración personal es directamente proporcional a las cosas que se poseen.
Estamos señalando uno de los valores máximos que, de modo incesante,
el sistema se ha preocupado de inculcar en forma tal que la existencia se ha
convertido en un sin fin de acumulaciones y de pérdidas, de éxitos y de fracasos,
siempre en relación con lo que se tiene.

Si hablamos del «dar» y de la «ayuda», tú pensarás sobre lo que te pueden dar, o


acerca de cómo te pueden ayudar... Digo que tu egoísmo no es un pecado sino tu
fundamental error de cálculo, porque has creído, ingenuamente, que recibir es más que
dar... Recuerda los mejores momentos de tu vida y comprenderás que siempre
estuvieron relacionados con un dar desprendido.
Esta sola reflexión debería ser suficiente para cambiar radicalmente la dirección
de tu existencia... Pero no será suficiente2.

En consecuencia, los detentadores del poder procuran reproducir los


rancios esquemas y los modelos de actuación en los que fueron formados,
sojuzgando a las conciencias mediante la manipulación y ejerciendo el control
con la finalidad de impedir al ser humano liberarse de la opresión ejercida para
domeñarle.
A través del tiempo, tres formas principales han sido usadas para
asesinar el espíritu: se ha separado al hombre del mundo por la ignorancia; se lo

1
Y lo que llega a ser aún más determinante: la autocensura.
2
SILO. Humanizar la Tierra, El Paisaje Interno XV. León Alado. Madrid, 2013.
ha acorralado con vigilantes, para mantenerlo en la docilidad por la fuerza,
infundiéndole temor; y, finalmente, se lo ha adormecido con hipócritas
persuasiones y con bellas falsedades3.
Es de tener en cuenta, además, que un hombre ignorante y apocado no es
tan útil como el obediente que ha sido educado según sus dogmas, sobre quien
no es necesario ejercer ninguna violencia porque está de acuerdo con la infamia;
es un contribuyente y un productor en bien de quien le sojuzga porque ha
vendido su libertad más íntima para lograr seguridad o bienestar material,
cooperando con los dictámenes del sistema, sometiendo a quienes han sido
desesperanzados en sus ideales, defraudados en sus afectos, escarmentados en
su fe y traicionados en su bondad.

Cuando un hombre no necesita de cercos ni de cuidadores y está conforme con


la falsedad de su vida es porque su espíritu ha muerto.
Un hombre que se ha degradado a tal punto es un triunfador y se le pone como
ejemplo de trabajo y como ejemplo de superación. Ese recibe su paga a costa del
sufrimiento de otros a quienes considera incapaces.
El triunfador puede llegar a serlo únicamente colaborando con los mandatos del
amo, se llame Estado, Moral o Religión4.

Pero cuando observamos a quienes viven de acuerdo a estos valores


aceptando y atracándose, de la mañana a la noche, con todo lo que se les ha
propuesto, advertimos que, en realidad, lo que han logrado es un gran vacío
interno y un considerable sufrimiento, para sí y para los demás, puesto que la
violencia que se vieron obligados a ejercer sobre otros, para conseguir todo
aquello en lo que les hicieron creer, los fue convirtiendo en enemigos de otros
seres humanos.
Silo siempre planteó que su enseñanza no es para los triunfadores, sino
que está consagrada a quienes se reconocen vencidos y, abrumados por las
contradicciones, llevan el fracaso en su corazón5.
Es peliagudo convenir en que internamente se vive sumido en un
naufragio y es por ese hecho por lo que muy pocas personas se consideran
fracasadas. Pero hasta tanto no se considere seriamente que no hay salidas y
que la vida es un círculo vicioso en una continua contradicción sin sentido,
tampoco será posible ocuparse honradamente de buscar otras posibilidades.

En muchos días descubrí esta gran paradoja: aquellos que llevaron el fracaso en
su corazón, pudieron alumbrar el último triunfo; aquellos que se sintieron triunfadores,
quedaron en el camino como vegetales de vida difusa y apagada6.

Hay quienes reconocen esa lastimosa situación y buscan nuevas salidas


pero el individuo aislado se siente inerme ante las inmensas dificultades a
superar, puesto que constituyen fuerzas extremadamente poderosas que lidian
en contra de un solo cerebro.

3
cf. Silo y la liberación. El espíritu y la opresión.
4
ibid.
5
«Pero, sicológicamente hablando, internamente hablando, si alguien no considera en profundidad y con
seriedad sus expectativas y los fracasos de sus expectativas, y las cosas que salieron bien o mal pero que
no salieron como quería que salieran y demás, si no considera el fracaso de esas expectativas en su vida,
no va a poder avanzar». SILO. Reunión con Mensajeros. Buenos Aires, 15/02/04.
6
SILO. Humanizar la Tierra. La Mirada Interna III. Editorial planeta. Buenos Aires, 1988.
En otros casos, aunque muchas personas son conscientes de la falsedad
de los valores y los modelos imperantes, no obstante los defienden por temor a
rebelarse o porque perdieron toda esperanza en la posibilidad de cambio.
Es indiscutible que, actuando de ese modo, obran de mala fe y
contribuyen así al sostenimiento del statu quo establecido.
No obstante, el oscurantismo y el miedo no parecen ser lo
suficientemente poderosos como para contener los impulsos de libertad.
Si tenemos en cuenta que los impulsos internos no siguen de un modo
inevitable la dirección propuesta por un modelo formal, aunque es característico
de todo paisaje cultural la imposición de modelos formales de conducta, el
grado de efectividad de este hecho reviste algunas dificultades.
A este respecto, Silo señaló que una de las grandes críticas que cosechan
las filosofías del siglo XIX radica en su negación de importantes aspectos de la
conducta, característicos del quehacer humano, dado que con esa repulsa
negaron rasgos que responden decididamente a los impulsos propios de la vida.
Ciertamente, con trasnochados métodos especulativos se situaban en la
esfera de la pura racionalidad, como si el ser humano no tuviera vísceras, como
si no registrara numerosas y variadas pulsiones en su interior, afirmando un
pensamiento conceptual donde todo tenía que encajar a rajatabla en un «como
debe ser»; así, por ejemplo, la verdad, la belleza o el bien…
El problema inevitable de tal modo de pensar estriba en que lo que siente
el individuo nunca se corresponde con tales ideas... en nada.
Si, por ejemplo, un determinado credo proclamara la excelencia de
ciertas «virtudes», que Dios se ha ocupado de infundir en la inteligencia y en la
voluntad de las personas, con objeto de dirigir sus acciones y dominar sus
instintos, exigiendo la represión de los deseos ¿cómo podría un individuo hacer
que su comportamiento se corresponda con esos modelos sin desembocar en
fuertes sentimientos de culpa? ¿Qué contorsiones internas debe hacer, cuando
se siente más identificado justamente con lo contrario, es decir, con las distintas
sugestiones que brinda la vida? Aun cuando el desdichado lo quiera de muy
buena fe, tratando de exigirse la obligación de creer a pies juntillas lo que se le
indica, termina lamentando que la fe no brote en él de modo espontáneo y se
encuentra con que le es imposible cumplir con tales preceptos, pura y
sencillamente porque no los siente.
De tal manera, catequesis dogmatizadoras generan un verdadero
conflicto interno al negar de manera inflexible tan poderosos impulsos sin
proponer dirección alguna. Al formular exacciones tales como: no apetezcas, sé
casto, no disfrutes de las comidas, educa la contención, no actives tus
hormonas, no te encolerices… se está reprobando y, mayormente, imponiendo
«lo que se debe hacer» y «lo que no debe aparecer» porque, en el caso de que
irrumpan tales pulsiones, será el pecado el que domine.
En consecuencia, son negados indiscutibles aspectos del ser humano,
como si estos fueran intrínsecamente maléficos porque no concuerdan con unos
modelos que, en rigor, no son propios del común de los mortales, sino que
responden a derivaciones de un exclusivo paisaje cultural.

Hay otras formas de violencia que son las impuestas por la moral filistea. Tú
quieres imponer tu forma de vida a otro, tú debes imponer tu vocación a otro... pero
¿quién te ha dicho que eres un ejemplo que debe seguirse? ¿Quién te ha dicho que
puedes imponer una forma de vida porque a ti te place? ¿Dónde está el molde y dónde
está el tipo para que tú lo impongas? 7

Estas situaciones son productoras de una gran desazón y los conflictos


internos resultantes se expresan, de modo invariable, en sufrimiento personal y
social porque se están tocando las dificultades que sufre la gente misma, su
paisaje, sus creencias, sus esquemas vitales, sus paradigmas personales, en
relación con distintos tipos de violencia ejercidos para forzar modos de vida, de
subsistencia, de credos y costumbres.
Como decíamos, es así como una reducidísima parte del conjunto de la
sociedad, impone sus particulares reglas por medio de la mentira, de la
coacción, la extorsión y la ignorancia (promovida y aprovechada), escondiendo
la mala fe bajo expresiones tales como «educación», «moral», «buenas
costumbres», «tradición», siempre con miras a moldear a las mayorías de
acuerdo a unos determinados estereotipos sociales, religiosos, jurídicos,
políticos y económicos, conforme a las exclusivas normas de administración, de
producción, de organización o de trabajo propias de una minoría.

Los que ilegítimamente se apropian del todo social negando la libertad y la


intencionalidad de otros reduciéndolos a prótesis, a instrumentos de sus propias
intenciones. Allí está la esencia de la discriminación y de la violencia instaurada y
perpetuada gracias al manejo del aparato de regulación y control social: el Estado8.

Así como generaciones anteriores se movieron en busca de la seguridad a


futuro, con modelos de conducta establecidos y una visión del mundo fija9, estos
valores siguen influyendo en el mundo cambiante y veloz de este tiempo.
La problemática general que vivimos hoy se ha venido formando a lo
largo de muchos años10.
Dada la atropellada celeridad con que se suceden los hechos, cuando todo
se precipita de tal modo que lo único que aparece como evidente es la
imposibilidad de elección, la búsqueda de referencias ha de abrirse paso porque
la desreferenciación no es tolerable, es neurotizante.
Por consiguiente, originados por la neurosis, vemos en nuestros días
surgir modelos monstruosos que esperan dar estabilidad a la desorientación y al
desorden generalizado.
De manera que no es asunto menor la reflexión sobre el hecho de que la
persistencia en el ciego seguimiento de las normas instaladas se constituye en
un factor que paraliza todo proceso e impide el crecimiento interno.
Crecer internamente consiste esencialmente en resolver un modo de estar
en el mundo que, desde el sentimiento profundo, debe partir de la definición de
lo que se quiere.
¿Qué es lo que quiero de la vida?
Esa pregunta indica que hay una búsqueda, la aspiración de hallar un
emplazamiento en el mundo, la esperanza de encontrar un registro interno que,

7
SILO. Habla Silo. La curación del sufrimiento. León Alado. Madrid, 2013. pg. 34.
8
cf. SILO. Cartas a mis amigos.4ª-8. Obras completas. Magenta Ediciones. Buenos aires, 1998.
9
cf. CABALLERO J. El místico influjo del Número Puro. León Alado. Madrid, 2016. pg. 207.
10
Ya Ortega exponía, como un hecho universal, que «ninguna figura de hombre y ninguna concreta
institución o política, o filosofía del pasado es válida como orientación para habérnoslas con nuestro
abismático futuro». ORTEGA y G, J. Meditación del pueblo joven. Espasa Calpe. Madrid, 1964. p. 162.
ganando en permanencia e intensidad, siente las bases para aprender a situarse
de modo coherente en todas y cada una de las actividades que se realizan.
Así las cosas, es ineludible advertir que únicamente las acciones válidas
pueden establecer la condición adecuada para que haya avance en proceso, sin
necesidad de que se ajusten a un determinado modelo.

Humanizar es salir de la objetivización para afirmar la intencionalidad de todo


ser humano y el primado del futuro sobre la situación actual.
Es la representación de un futuro posible y mejor lo que permite la
modificación del presente y lo que posibilita toda revolución y todo cambio.
Es necesario advertir que tal cambio es posible y depende de la acción
humana.
La acción válida es aquella que termina en otros y en dirección a su
libertad11.

Consideremos que, así como tiene que darse un mínimo orden para que
haya progreso, es preciso que se establezca un espacio de libertad para que las
cosas se puedan expresar, se manifiesten y se muevan.
Como hemos señalado, la propensión mecánica a la desestructuración
actual viene de lejos y, al día de hoy, no parece que vaya a terminar bien.
Es menester, pues, anteponer a esa tendencia irreflexiva una nueva
intención humanizadora y dadora de sentido.
En este desarreglo generalizado donde prima meramente lo analítico, lo
compositivo de lo compositivo, comprobamos la persistente influencia de
aquella corriente nacida en el siglo XIII12, que se desarrolló con el
«inductivismo»13 y que se expandió por el mundo con el auge comercial
anglosajón, imponiendo una forma cultural donde no tiene cabida una
perspectiva procesal ni una visión estructural.
En consecuencia, hoy no cabe hablar de procesos, de fenómenos que
derivaron de una determinada etapa, que se presentaron en una región y
llegaron a otros puntos, en ocasiones, muy alejados; no son percibidas las
múltiples relaciones que se originan entre los acontecimientos, como si todo
ocurriera «porque sí».
Un planteamiento ordenado y amplio no puede ser captado en la época
actual; el punto de vista es desestructurado, a esa visión le es imposible percibir
la estructura.
Se ha impuesto, por tanto, el enfoque analítico propio de un paisaje de
formación obsoleto. De manera que se podrán estudiar las hojas, las ramas, el
tronco de un árbol, cada una de las partes hasta el último detalle, pero no se
aprehenderá por esto la estructura porque el método es inadecuado.

11
cf. SILO. Conferencia: Pensamiento y obra literaria. Santiago de Chile. 1991.
12
A principios del siglo XIII la filosofía de Aristóteles sustituía cada vez más la tradición platónica de la
Edad Media. Este siglo, llamado el «siglo occidental», fue un periodo de ilustración y naturalismo que se
distinguió por el impulso de un análisis formal de la realidad, surgido de la aplicación de la razón a todo
el saber humano (religioso, ético, político, científico y social) y dio comienzo a serios desacuerdos
motivados por la separación entre la razón y la fe, así como entre filosofía y teología. Fue el momento
histórico donde las ciencias y la filosofía encontraron su cobijo en las universidades y donde se dieron las
discusiones sobre la dicotomía entre fe y razón, entre lo sobrenatural y lo natural, la posibilidad de que
ambas sean compatibles. Así establecieron un claro deslinde entre el campo racional y el supra-racional.
13
Teoría del método científico que saca conclusiones generales de algo particular.
Cuando Einstein planteó su Ley, indicó algo incondicionado: Todo es
relativo. No hubiera sido lo mismo decir: Algunas cosas son relativas y otras
no. Al plantear las cosas de esa manera se puso un freno a la visión analítica; al
afirmar que todo es relativo estableció un absoluto.
El tema de los universales y los particulares se viene discutiendo en
Lógica desde Aristóteles, pero en la actualidad se ha ido privilegiando la
«particularidad» que no tiene fin en su fragmentación.
Es claro que, en ocasiones, es juicioso enfatizar en lo particular si es que
se está buscando lo común y no las diferencias entre sí y en el interior de ellas
mismas. En estos casos es de importancia la dirección inclusiva, que permite
hacer jugar libremente lo específico, siempre convergiendo hacia lo universal.

[…]Las Tesis, no parten de una «idea», o de una creencia de la realidad.


Parten de la analítica de la vida humana, en cuanto existencia, es decir:
particularidad concreta. Este comienzo, que es más bien la dirección inicial de todas
nuestras tesis, no impide que se pueda llegar a un sistema muy amplio de comprensión,
tal cual sucede con aquellas ciencias que no parten de axiomas. Desde el punto de vista
lógico, defendemos la metodología de la analítica existencial y la oponemos a toda
Lógica anterior que pretenda pasar por inferencia de lo general a lo particular, ya que, si
no se tienen datos de lo particular, no se puede enunciar universales que los
comprendan. Retomamos, en este punto, la interpretación de las proposiciones
categóricas, según la cual las proposiciones particulares tienen carácter existencial, al
tiempo que las universales son su negación14.

A partir de la Edad Moderna, bajo la autoridad de las ciencias físico-


naturales, numerosos especialistas creyeron que la vida podía ser explicada en
términos materiales. De esta suerte, el punto de vista mecanicista
preponderante afirmaba la posibilidad de comprender a los seres vivos a partir
del conocimiento de los fenómenos físico-químicos y, también, sostenía que la
vida no era organizadora de una condición de la realidad diferente de la realidad
inorgánica. Igualmente, ese modo de pensar estaba persuadido de que la ciencia
era poseedora de la capacidad para analizar aisladamente toda circunstancia y
dar solución a cualquier problema, aplicando, puramente, el método científico
de control adecuado a cada caso y explicar todo fenómeno reduciendo los
campos más complejos de la biología al dogma de la física.

La «realidad» está restringida a la superficie de las cosas, pareciéndose más al


funcionamiento vinculado a las reglas automáticas de un artilugio que a la adaptabilidad
sutil de un organismo15.

En un universo mecanicista, todo lo que sucede no son sino respuestas a


fuerzas probadas que actúan según leyes deterministas que se despliegan en un
tiempo lineal y que son ajenas a los propósitos del ser humano. El carácter
atemporal, genérico y abstracto, propio de la razón ilustrada, fundamentado en
las ciencias naturales y en el método experimental, sólo podía concebir lo
repetitivo y constante sin llegar a imaginar que en el ser humano, en alianza
enigmática de cerebro y corazón, conviven su intención y su potencial de lucha,
sus ideales y sus proyectos, su desaliento y su esperanza, sus conquistas y sus
fracasos.

14
Algunos documentos fundacionales de «La Internacional Humanista». Florencia 07/01/1989.
15
v. CABALLERO, J. op.cit. pg. 340 y ss.
Fue a mediados del siglo XIX, como una reacción al racionalismo
imperante, con el «vitalismo», cuando nació la idea de una fuerza vital, de un
impulso inmaterial que, esencialmente, marcaba la gran diferencia entre los
organismos vivos y las cosas inanimadas.
Según los vitalistas, es la actividad de una energía, organizadora de la
materia, lo que da origen a la vida.
A esta línea adhirieron, entre otros pensadores, Schopenhauer16 y
Nietzsche y posteriormente, con substanciales variaciones, Dilthey17 y Ortega.

16
Arthur Schopenhauer concluyó que la realidad inherente de todas las formas materiales es la
«voluntad», que se manifiesta en el mundo como representación, siendo la realidad última una «voluntad
absoluta» v. SCHOPENHAUER, A. El mundo como voluntad y representación. Gredos. Madrid, 2010.
Para Schopenhauer la voluntad, la conciencia impulsora, era el estímulo incesante del ser humano hacia la
consecución de sus aspiraciones, ninguna de las cuales podían ofrecer una satisfacción permanente. De
este modo, la voluntad llevaba a la persona al dolor, al sufrimiento y a la muerte en una rueda sin fin de
muerte y renacimiento.
Las acciones humanas sólo podían ser llevadas a un fin bajo la condición de una actitud de renuncia, en la
que la razón rigiera la voluntad.
El sincretismo de ideas budistas y cristianas en el pensamiento, eminentemente fenomenológico, de
Schopenhauer ejerció una considerable influencia sobre Friedrich Nietzsche cuyo vitalismo se apoyó en la
naturaleza y en el cuerpo humano, en los instintos, lo irracional, la pelea por la vida que, en su dimensión
biológica, tenía valor en sí misma y configuraba el ámbito de la tristeza y la alegría, del placer y del
sufrimiento.
Nietzsche rechazó la moral judeocristiana occidental, porque imponía un vasto conjunto de normas y
leyes que frenaban la plenitud de la vida condenando los estímulos vitales y, por ende, todo desarrollo.
Reprobó la metafísica tradicional porque sus fundamentos derivaban hacia mundos irreales y, por otro
lado, atacó a las ciencias positivas por su tendencia ideológica y por una metodología que dificultaba el
conocimiento de las cosas al mostrar únicamente relaciones cuantitativas, en su pretensión de explicarlo
todo mediante leyes de la naturaleza de las cuales sólo se conocen sus efectos y su relación con otras
leyes, de las cuales tampoco se tiene la menor idea.
Afirmaba que la vida humana debía ser entendida en su total dimensión natural, como un complejo
conjunto de instintos, impulsos, emociones, intereses y posibilidades desplegándose en la vivencia
existencial como intención incesante de superación y de creación.
17
Según Dilthey, la vida era la existencia misma y la historicidad era lo fundamental del vivir humano
concreto, característico e individual.
También criticó el conocimiento que ofrecía el método experimental y sus explicaciones causales de
hechos aislados. Para él, la ciencia de la vida era la historia y era en ella donde el hombre podía
comprenderse a sí mismo.
Dilthey explicó la historia «desde adentro», afirmando que la historia no se da en el aire, se da en la vida
y, por consiguiente, era preciso explicar cómo funciona la vida, con sus características, su proceso y su
dinámica, en relación con el mundo. (cf. SILO. Contribuciones al pensamiento. «Discusiones
historiológicas». Plaza y Valdés. México, 1990).
«Las ideas del mundo no surgen de la mera voluntad del conocer, brotan de la conducta vital, de la
experiencia de la vida, de la estructura de nuestra totalidad psíquica. La elevación de la vida a la
conciencia en el conocimiento de la realidad, la estimación de la vida y la actividad volitiva es el lento y
difícil trabajo que ha realizado la humanidad en la evolución de las concepciones de la vida». cf.
DILTHEY, W. Teoría de las concepciones del mundo. Alianza Editorial. Madrid, 1988.
Por su parte, mediado el siglo XX, Ortega rechazó tanto el vitalismo como el racionalismo, en cuanto
cada uno trasluciera la pretensión de absorber al otro, entendiendo que ambos se podían integrar no de
modo ecléctico sino concibiendo a la vida como «realidad radical» dentro de la cual se daba «todo lo
demás». (cf. ORTEGA Y GASSET, J. Ni vitalismo ni racionalismo. Obras Completas. Taurus. Madrid
2005).
Este pensador señaló que, en efecto, el tema importante era la vida pero que a ésta habría que razonarla y
no solamente seguir sus impulsos. Es decir, poner la razón al servicio de los estímulos de la vida.
Nació, pues, el raciovitalismo, una filosofía cuyo discurso proclamaba a la razón como el único modo de
conocimiento, pero que era forzoso situar en el centro del sistema de pensamiento a la vida como el
problema mismo del sujeto pensante.
La filosofía de Ortega resalta la experiencia personal del ser humano, la vivencia, en su enmarque social e
histórico. Vivir es ser en el mundo, entendido no como naturaleza sino como el ámbito en el que vive el
Hoy es completamente imprescindible la toma de conciencia de los
valores que el sistema se ha ocupado de inculcar, imponiendo sus modelos de
familia, de relaciones, de prestigios, de conductas, como formas ineludibles para
alcanzar la «felicidad», consagrándose a emplazar al dinero en la cumbre de
toda aspiración, valiéndose de un gran armado artero que, a la mínima
reflexión, evidencia que todas esas pautas no funcionan en la práctica.
Es por esto que una propuesta de transformación en una dirección
humanizante apunta no sólo al sistema que vemos plasmado en sus
instituciones, edificaciones, medios de difusión, centros de poder y en el
comportamiento de sus satisfechos y probos personajes de prestigio, sino que
alude, también, al sistema que llevamos imbuido dentro de nosotros mismos y
que permanece en nuestros valores, creencias, prejuicios y, de igual forma, en
las distintas formas de violencia que ejercemos para imponerlos.
Para hacer frente a este sistema, el de «afuera» y el de «adentro», que
reconocemos esencialmente violento y asfixiante para el ser humano, si tenemos
el pleno convencimiento de que el valor de un acto no está en su conformidad
con un modelo externo sino en su verdad interior, es preciso asumir como
metodología de acción el tajante rechazo de una sociedad despiadada e
inhumana, refutando los modelos de ser humano y de sociedad que han sido
forzados mediante el engaño, el temor, el dinero o las armas, causantes del
encerramiento de la conciencia.
El sistema es la consecuencia palmaria de la coacción ejercida por lo
establecido y constituye el gran desvío de la intención humana.
La costumbre, la moral, la religión, el consenso social suelen ser las
fuentes invocadas para justificar la existencia de las leyes, pero cada uno de esos
factores, a su vez, depende del poder que los estableció.
¿No sería sensato dejar de creer en los manejos de un sistema instaurado,
que se da a sí mismo por justificado y que, desde una situación previa de poder,
dicta leyes que, a su vez, legitiman al poder?
El poder no es sino la imposición de una intención, aceptada o no.
La fuerza no sólo es el hecho físico brutal puesto que, en realidad, la
arbitrariedad económica, política, etcétera, no necesita ser expuesta
perceptualmente para hacerse presente y forzar su acatamiento. El ejercicio de
la fuerza depende de la intención humana y no de un derecho. Por otra parte,
cuando un autodenominado Estado inviste de legitimidad a un autodenominado
Ejército, es de una claridad meridiana que el imperio de las armas se utiliza para
imponer escenarios o preservar situaciones que son justificadas legalmente.
Es así como la ley establece un horizonte que, determinado en el
presente, compromete el futuro de todos por las decisiones de unos pocos.

individuo y del cual tiene conciencia. Vivir es actuar y el mundo está conformado únicamente por «el
repertorio de las ocupaciones» del ser humano. La más importante de esas ocupaciones, la que suscita
todas las demás, es avanzar hacia el futuro.
Vivir, entonces, es estar ocupado merced a un propósito, en vista del cual las personas orientan libremente
sus vidas, por consiguiente, la vida es siempre posibilidad.
Cada vivir humano se desarrolla en un medio que brinda un conjunto limitado de posibilidades dentro de
las cuales hay que decidir. El mundo es circunstancial, y dentro de la circunstancia ha de definirse el
hombre con su intención dirigida al futuro, considerando a la vida como una realidad dinámica y
cambiante.
La razón vital que propone Ortega, en lugar de la razón pura cartesiana, integra todas las exigencias de la
vida y considera las particularidades de cada cultura, o de cada persona, haciendo compatibles razón y
vida desde una precisa realidad social e histórica. La razón vital ha de formalizarse como razón histórica.
Como todo aquello que es impuesto por la fuerza, la ley es absolutamente
cuestionable puesto que, por esencia, es ilegal en sí misma18.
Nada es equitativo porque lo dicte una ley; una ley debe ser ley cuando es
justa.
A pesar de todo, aun cuando este sistema no es perfectible, sin posible
arreglo ni imaginable compostura, poco a poco, vaporosamente, surgidas desde
el corazón del ser humano, otras formas están aflorando producto de una fuerte
intención y una gran opción. De un modo gradual, se están incorporando
nuevos valores. La intencionalidad que impulsa hacia el triunfo del ser humano
solidario y no violento, una intención que tiene que ver con otra más profunda y
antigua, ya está lanzada.
Está naciendo una nueva civilización donde, de suyo, el valor del ser
humano será el otro ser humano.
En verdad, al inquirir históricamente en toda cultura, es factible
descubrir en sus raíces claras bases humanistas donde, expresado de un modo u
otro, resalta la regla de tratar a los demás como quisiera uno ser tratado. Esto
implica ideas tales como la universalidad del ser humano, el repudio de todo
acto de violencia, la afirmación de la igualdad esencial de todas las personas y el
respeto incondicional de las diferencias.
Estos conceptos están en la base de las culturas, donde es posible advertir
que sus períodos más relevantes brillaron al convertir estos valores en modelos
y en ideales de vida que sirvieron de acicate para que pueblos enteros se
movilizaran hacia la construcción de auténticas civilizaciones en una dirección
humanizadora.
Sin embargo, en algún momento, estos fundamentos se trocaron en
desvíos iniciando así su ciclo de decadencia.
En nuestros días comprobamos que las culturas, apartadas de sus raíces
humanistas, avanzan hacia el choque entre sí; este gran alejamiento es uno de
los factores que van dando lugar a que, fatalmente, el mundo se precipite hacia
la catástrofe.
¿Cuánto tiempo más se necesitará para comprender que una
determinada cultura y sus patrones intelectuales o de comportamiento, no son
modelos que toda la humanidad deba seguir?
Tal vez sea el momento de reflexionar juiciosamente sobre el cambio del
mundo y de nosotros mismos.
¿No será hora de que comencemos a reconocer al «otro» y apreciar la
diversidad del «tú»?
El antagonismo entre las culturas no parece caminar en la dirección
correcta, por consiguiente, debe ser requerida una revisión del declamativo
reconocimiento de la diversidad cultural y es obligado el estudio cabal de la
posibilidad de convergencia hacia una Nación Humana Universal19, si es que
estamos de acuerdo en que «humanista es todo aquel que lucha contra la
discriminación y la violencia, proponiendo salidas para que se manifieste la
libertad de elección del ser humano»20.

18
cf. SILO. Humanizar la Tierra. El paisaje humano. Cap. X.
19
v. SILO. Diccionario del Nuevo Humanismo. «Humanismo universalista».
20
v. SILO. Habla Silo. Conf. Qué entendemos hoy por Humanismo Universalista. Virtual. Santiago de
Chile, 1996. p. 256.
Hacemos hincapié en que estos tiempos plantean, con más urgencia que
nunca, una transformación del mundo que, para ser verdadera, debe estar
unida, en relación directa, al cambio personal.
La oposición entre lo personal y lo social no ha dado buenos resultados
porque no se ha logrado advertir que el mayor de los beneficios resulta de la
relación convergente entre ambos términos.
Convengamos en que, después de todo, la vida tiene un sentido si es que
se quiere vivir y si es que se puede elegir, al esforzarse por lograr las mejores
condiciones de la existencia.

José Caballero.
Madrid, 2018.

Vous aimerez peut-être aussi