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Desde esta perspectiva podemos afirmar que la formación de los fieles laicos sobre
la liturgia pode en relación diversos matices entre ellos la socialización de los fieles a las
nuevas disposiciones que se dan en conclusión del Concilio Vaticano I y el Concilio de
Trento, hay una necesidad de responder a la liturgia que se realizaba en aquellos tiempos
y tomar de punto de partida el movimiento litúrgico naciente en la década de los años 20
y a los aportes que acompañaron este movimiento entre ellos
El estudio de las Sagradas Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los
creyentes. Es fundamental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la catequesis y
todos los esfuerzos por transmitir la fe. La evangelización requiere la familiaridad con la
Palabra de Dios y esto exige a las diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas,
proponer un estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su lectura orante
personal y comunitaria. Nosotros no buscamos a tientas ni necesitamos esperar que Dios
nos dirija la palabra, porque realmente «Dios ha hablado, ya no es el gran desconocido
sino que se ha mostrado».
Con toda razón, Pío XII, en la Carta Encíclica Mediator Dei, en 1947, advertía
acerca de quienes introducen intencionalmente nuevas costumbres litúrgicas aún en
cuestiones de gravísima importancia; y enumeraba entre ellas el uso de la lengua vulgar
en la celebración del sacrificio eucarístico; destacaba el Papa que si bien en muchos ritos
el uso de la lengua vulgar puede ser útil para el pueblo (siempre que la Santa Sede lo
autorice debidamente), el empleo de la lengua latina, vigente en una gran parte de la
Iglesia, “es un claro y hermoso signo de la unidad y un eficaz remedio contra la corrupción
de la auténtica doctrina.