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Nombre: Sergio Pavez – spavez@udec.

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Filosofía Política

Dicotomía del poder y la violencia según Hannah Arendt.

1. Introducción.

En uno de los apartados de la obra “Sobre la violencia”, de la filósofa Hannah Arendt, se


aborda la problemática que existe entre los conceptos de poder y violencia. La autora
defiende que estos términos aparentan estar íntimamente ligados, siendo utilizados como
sinónimos, cuando en realidad establecen una contradicción entre ellos, pues si bien poseen
cierta relación, es de carácter inverso; el poder disminuye ahí donde se presenta la
violencia. Esta afirmación viene a constituir una nueva perspectiva del concepto de poder.

2. Sobre la violencia...

En la actualidad, los teóricos políticos conciben una estrecha relación entre los conceptos
de poder y violencia, pues la violencia es constituye la manifestación del poder. Arendt dice
que este alcance es insuficiente, pues reduce al Estado a una entidad meramente coercitiva,
es decir, que busca la opresión de un grupo sobre otro; en este sentido, la autora realiza un
análisis del poder y la violencia por medio de autores que no consideran al Estado de dicha
forma.

H. Arendt recurre principalmente a Bertrand de Jouvenel y a Alexandre Passerin d'Entréves


para explicar el origen del concepto de poder. Para la autora, Bertrand comprende que “el
poder resulta ser un instrumento de mando mientras que el mando, nos han dicho, debe su
existencia al instinto de dominación” (Arendt, 1969, p. 49). El poder, para existir, precisa
del mando y la obediencia, es decir, es lo que constituye su esencia; en este sentido, el
poder más grande se ejerce por medio de la violencia1. En cambio, Passerin d’Entréves,
concibe el poder como una fuerza institucionalizada, es decir, reducida solo a ese ámbito.

La autora precisa que uno de los puntos a favor para ambas concepciones “tradicionales”
del poder, es que este se sustenta en la concepción clásica de Estado-Nación europea,

1
En el texto dice que la máxima expresión de poder está constituida por el uso de las armas para garantizar
el mando y la obediencia.
principalmente en lo que se refiere a la noción de dominación-obediencia (el dominio de un
gobierno o monarquía sobre el pueblo) y la forma en que esta se materializo en las
instituciones, ya sea en las monarquías y oligarquías, como también en las burocracias
modernas. Es más, se alude a cierta disposición psicológica de los seres humanos para
justificarlo, ya que el poder se cimentaría en los instintos de dominación y de sumisión, los
cuales posibilitan la existencia y hegemonía de los sistemas de poder; en este mismo
sentido se explican las rebeliones; cuando alguien siente rechazo a la obediencia, se sigue
un rechazo a dominar a otros. En conclusión, dichos instintos, de dominación y de
sumisión, se encuentran interconectados.

H. Arendt precisó que existe otro modelo aparte del ya expuesto, es decir, que el concepto
de ley y poder no se basa en la relación de mando-obediencia. Esta postura postula que no
debe existir obediencia entre hombres, sino que todos los hombres deben obedecer a la ley,
pero esta misma ley era consentida por la sociedad. En estas sociedades, como la republica
ateniense, la ley se sustentaba en la soberanía del pueblo, pues era esta quien la validaba y
posibilitaba su asentamiento. Se sigue de lo anterior que dichas leyes e instituciones
amparadas en ellas, de no contar con el apoyo popular, decaen y se vuelven inválidas. Es en
esta relación que Arendt concibe, primeramente, la contradicción entre el concepto de
poder y violencia, dado que en este tipo de sociedades, las veces en que se ejerce la
violencia es cuando las leyes se han visto invalidadas; es decir, el poder en este caso
depende del consentimiento social hacia las leyes imperantes; en cambio, la violencia
puede prescindir de dicho consentimiento.

Posteriormente, Arendt señala como distintos conceptos se toman como sinónimos de


poder y violencia, esto con el fin de proseguir su análisis y levantar su postura final.

La autora entiende por fuerza como la energía liberada por físicos o sociales; entiende por
potencia como propiedad inherentes de las cosas y/o personas, perteneciendo a su carácter,
es decir, constituye como la manifestación de la independencia de los sujetos; concibe la
autoridad como algo atribuible a las personas y/o instituciones, cuya atribución consiste en
ser reconocidas por un grupo que es dominado por ellas; la violencia se distingue por su
carácter instrumental, pues procura fomentar la potencia de quien la utilice (Arendt, 1969).
Las definiciones anteriores no consisten es visiones estratificadas de la realidad, sino que
mantienen una relación y termina siendo un factor constitutivos de las formas organizativas
de las sociedades. La autora nos presenta un ejemplo de esto: “así el poder
institucionalizado en comunidades organizadas aparece a menudo bajo la apariencia de
autoridad, exigiendo un reconocimiento instantáneo e indiscutible; ninguna sociedad podría
funcionar sin él” (Arendt, 1969, p. 64).

Finalizando ya su apartado, Arendt distingue la relación que existe entre violencia y poder,
presentándose la primera como un instrumento para la mantención del poder establecido en
las sociedades. La salvedad en dicha relación es que su naturaleza, por decirlo de algún
modo, es inversamente proporcional: cuando un gobierno, monarca, tirano, etc., requiere
utilizar la violencia con el fin de legitimar su poder, lo que significa que carece del poder
necesario, es decir, ahí donde aparece la violencia, es que no existe el poder. Esto último es
lo que lleva a afirmar a la autora que las tiranías son los sistemas menos poderosos, pues el
poder solo es detentado por uno y para revalidarse ejerce la violencia de manera déspota.

3. Conclusiones.

Si quisiéramos esgrimir una crítica a la concepción de poder y violencia de H. Arendt,


debemos de recurrir necesariamente a lo que ella rechaza en un principio: la de reducir la
acción del estado y los gobiernos a una naturaleza coercitiva. Si afirmáramos dicho
presupuesto, claramente la violencia y el poder están íntimamente ligados. Esto se
demuestra en los comentarios de la autora sobre la URSS stalinista, en cuanto concibe que
la aplicación de la violencia en el régimen llego a un estadio particular de terror que incluso
sus adeptos temían a la persecución política que se generaba constituía una deslegitimación
y, por ende, a una pérdida de poder. Pero en este caso se generó algo curioso pues, a pesar
de que el actuar jacobino del régimen era temido incluso por sus seguidores, ellos siguieron
legitimando el gobierno de Stalin, entonces ¿podemos hablar de una pérdida de poder en
este caso? Este ejemplo vendría a corromper lo planteado por la autora, pues a pesar de la
violencia desmedida que se utiliza el poder no se pierde, sino que por medio del temor
logra legitimarse y asentar su poder, entonces, la relación entre violencia y poder no es
inversa, sino que directa.
Pero, como dije en un comienzo, la respuesta a esto se presenta en lo que primeramente
planteo la autora: si se tiene una noción de estado coercitivo, la relación de poder y
violencia estarán ligados. En este sentido, no es que el análisis de los conceptos de Arendt
sea erróneo, sino que no puede abarcar todo el espectro político, en otras palabras, es
incapaz de analizar estados y/o sociedades que se salgan de su concepción. Cabe aquí
preguntarse entonces si el poder y la violencia no se manifiestan de igual manera en todas
las sociedades, o si los impulsos psicológicos que los provocan no son comunes a todas las
culturas.

4. Bibliografía.

Arendt, H. (1969). Sobre la violencia. Barcelona, Madrid: Alianza Editorial.

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