Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
1
RESUMEN:
2
1. FUNDAMENTO Y FINALIDAD DE LA SUSPENSIÓN
Hoy en día la situación expuesta continúa siendo una realidad en la que los
porcentajes se mueven levemente en función de la prevalencia del consumo de unas u
otras sustancias en el periodo concreto al que se atienda, pero en la que sigue existiendo
un mismo denominador común: el consumo de drogas puede considerarse quizá como
la causa más determinante de que una persona se relacione con actividades delictivas.
De los 70.472 internos en establecimientos penitenciarios que había en España en el año
20111, podemos afirmar que un altísimo porcentaje de los mismos había tenido relación
con la droga. Así, la encuesta sobre salud y consumo de drogas en internos en
establecimientos penitenciarios de 2011 elaborada por el Plan Nacional sobre Drogas,
ponía de manifiesto cómo el 43% de los internos había consumido cannabis en los 12
meses anteriores a su ingreso en prisión, el 33% cocaína en polvo, el 21% cocaína base
y el 16% heroína2. Desde otra perspectiva, se concluye que el 42% de los consumidores
de droga ha ingresado en más de una ocasión en prisión (una media de 5,3 ingresos en
centros penitenciarios), produciéndose el primer ingreso a la edad media de 22,2 años3.
1
Datos obtenidos del Instituto Nacional de Estadística
(http://www.ine.es/jaxi/tabla.do?path=/t18/a052/a1998/l0/&file=j10050.px&type=pcaxis&L=0)
2
Datos obtenidos del Plan Nacional sobre Drogas
(http://www.pnsd.msc.es/Categoria2/observa/pdf/ESDIP_2011.pdf)
3
Datos obtenidos del Plan Nacional sobre Drogas
http://www.pnsd.msc.es/Categoria2/publica/pdf/encuestaPenitenciaria2006.pdf
3
Por lo tanto, cualquier medida de política criminal que se adopte en este sentido, estará
contribuyendo a esa deseada disminución de la delincuencia, además de contribuir,
igualmente, al logro de políticas que persiguen metas en relación con la salud de la
población.
4
MAPELI CAFFARENA, B. en “Las consencuencias jurídicas del delito”, Editorial Cívitas Thomson
Reuters (4ª Edición), Madrid, 2005, p. 115
4
constitucional de las penas que proclama el artículo 25 de la Constitución Española5. En
este caso se unen a la necesidad de rehabilitación del toxicómano los fines generales que
se proclaman respecto de la institución de la suspensión ordinaria de la ejecución de
penas privativas de libertad que, muy precisamente, sintetiza nuestro Tribunal
Constitucional (STC 209/1993, de 28 de junio), cuando señala que “el beneficio de la
remisión condicional de la condena viene inspirado por la necesidad de evitar el
cumplimiento de penas cortas privativas de libertad por aquellos condenados que
presenten un pronóstico favorable de no cometer delitos en el futuro, dado que, en tales
casos, la ejecución de una pena de tan breve duración no sólo impediría alcanzar
resultados positivos en materia de resocialización y readaptación social del penado,
sino que ni siquiera estaría justificada dada su falta de necesidad desde el punto de
vista preventivo. La condena condicional está concebida para evitar el probable efecto
corruptor de la vida carcelaria en los delincuentes primarios y respecto de las penas
privativas de libertad de corta duración, finalidad explícita en el momento de su
implantación”.
2. REGULACIÓN LEGAL
5
El artículo 25.2 de la Constitución Española proclama que “las penas privativas de libertad y las
medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social”.
5
Esta regulación, sin embargo, nunca resultó suficiente para dar respuesta a las
particulares situaciones que se planteaban en los supuestos de comisión del delito por
parte de toxicómanos que, posteriormente, iniciaban tratamientos de deshabituación,
que iban a quedar totalmente frustrados como consecuencia de una condena ulterior a
penas privativas de libertad, ante la inflexibilidad del sistema. Así, señala HERRERO
ALBELDO6 cómo en aquellos momentos, dos eran los subterfugios a los que acudían
los Tribunales para dar respuesta a las situaciones que se planteaban: la tramitación del
indulto, pocas veces atendida por el gobierno, o la aplicación de la eximente incompleta
o atenuante analógica de enajenación mental por toxicomanía en los supuestos de
drogodependientes que vendían droga (v.gr. STS de 3 de enero de 1988), lo que
permitía la aplicación de medidas de internamiento y tratamiento adecuado previstas
para los supuestos de enajenación mental completa o incompleta (artículos 8.1° y 9.1°
respectivamente del Código Penal entonces vigente).
No fue, sin embargo, hasta el año 1988 (Ley Orgánica 1/1988, de 24 de marzo,
de Reforma del Código Penal en materia de tráfico ilegal de drogas), cuando se
introduce el precedente inmediato de nuestro actual artículo 87, redactándose un artículo
93 bis que señalaba
6
HERRERO ALBELDO, E. en “La suspensión de la pena privativa de libertad: estudio del artículo 87
del Código Penal”, Universidad de Valencia.
6
Las principales diferencias que presentaba esta redacción con la que pocos años
después vino a recoger el artículo 87 del Código Penal de 1995, pueden concretarse en
las siguientes:
El artículo 87, con la redacción que hoy en día conocemos, resultó de la reforma
introducida en el Código Penal por Ley Orgánica 15/2003, de 25 de noviembre. Con
anterioridad a dicha reforma, la redacción originaria que contenía el Código Penal de
1995 no difería especialmente de ésta, ya que la reforma se limitó a ampliar hasta los
cinco años de pena privativa de libertad, los tres anteriormente previstos para la
aplicación de la medida, y a establecer la exigencia de los informes periódicos de los
centros o establecimientos de rehabilitación para controlar el comienzo o evolución del
tratamiento. La exposición de motivos de la ley de reforma justificaba la modificación
como una medida en la línea pretendida por el legislador, tendente a “favorecer la
rehabilitación de aquellos que hubiesen cometido el hecho delictivo a causa de su
dependencia de drogas, alcohol o sustancias psicotrópicas”.
Tras esta evolución, podemos concluir señalando que nuestro Código Penal
regula la suspensión de la ejecución de penas privativas de libertad en supuestos de
drogodependencia en su artículo 87, configurándola como un supuesto especial o
excepcional ya que, tanto los requisitos exigidos para su concesión como las
condiciones establecidas para su mantenimiento, varían sustancialmente con respecto al
régimen general u ordinario previsto y regulado en los artículos 80 a 86.
7
la suspensión ordinaria del artículo 81), para después referirse a sus cuatro requisitos
esenciales, tres de carácter sustantivo y uno procesal. En cuanto a los requisitos
sustantivos, prevé que la pena privativa de libertad no podrá exceder de cinco años, que
el delito se hubiese cometido a causa de la dependencia a las drogas del sujeto y que se
hubiera certificado adecuadamente que el condenado se encuentra deshabituado o
sometido a tratamiento para tal fin, imponiendo necesariamente para apreciar tales
extremos un informe del Médico Forense. El requisito procesal, consiste en el carácter
preceptivo de la audiencia de las partes. En cualquier caso, además, el precepto recoge
expresamente el carácter potestativo y no imperativo de la medida para el Tribunal.
Por último, para concluir con este apartado referido a la regulación legal de la
institución, resulta necesario hacer una breve referencia al Proyecto de Ley Orgánica de
reforma del Código Penal actualmente en trámite parlamentario, que introduce
profundas modificaciones en el régimen de la remisión condicional de la pena.
8
imperativa de informe del Médico Forense que actualmente recoge el último párrafo del
apartado primero del precepto y a la necesidad de los informes con periodicidad mínima
de un año que los centros o servicios responsables del tratamiento del condenado
toxicómano están obligados a facilitar ahora al Juez al preverlo de esta forma el
apartado cuatro del artículo. Es cierto que la incorporación de tales informes al
procedimiento pasa a ser potestativa frente al carácter obligatorio que ahora tienen, pero
también lo es que la nueva regulación prevé en el apartado quinto del artículo 80 que el
Juez o Tribunal pueda ordenar la realización de las comprobaciones necesarias para
verificar el cumplimiento de los requisitos que para la suspensión extraordinaria de la
pena que analizamos se establecen en el propio artículo. Además, se establece la
previsión específica de que las recaídas en el tratamiento no deberán entenderse como
abandono del mismo, a los efectos de la revocación de la medida, siempre que dichas
recaídas no evidencien un abandono definitivo del tratamiento de deshabituación.
7
Aunque en el momento de la redacción de este trabajo, como se ha dicho, existe un proyecto de ley de
reforma del Código Penal que introduce importantes modificaciones en los supuestos de suspensión
extraordinaria en los casos de drogodependencia, entendemos que el análisis de los requisitos necesarios
para la aplicación de la institución debemos hacerla con referencia al artículo 87 actualmente vigente, no
solo por la incertidumbre actual respecto del texto definitivo que saldrá de la reforma, sino también
porque consideramos que la esencia de los requisitos que actualmente se exigen permanecen con la
reforma, siendo extensibles a ella las consideraciones que podamos hacer con la regulación vigente
actualmente.
9
3.1 DEPENDENCIA A SUSTANCIAS SEÑALADAS EN EL NÚMERO 2º DEL
ARTÍCULO 20 DEL CÓDIGO PENAL
En este punto considero importante precisar, tanto las sustancias que constituyen el
presupuesto, como lo que debe entenderse por dependencia para justificar la aplicación
del precepto. Por lo que a las sustancias se refiere, el artículo hace una remisión al
apartado segundo del artículo 20 del Código Penal; en consecuencia, debemos entender
incluidas las bebidas alcohólicas, drogas tóxicas, estupefacientes, sustancias
psicotrópicas u otras que produzcan efectos análogos. Por lo tanto, no se trata de
cualquier clase de sustancia; únicamente podemos entender comprendidas en el
precepto aquellas que pudieran incluirse en las listas de estupefacientes sometidos a
fiscalización internacional por la Convención Única de las Naciones Unidas de 1961
sobre estupefacientes, a las que debería añadirse el alcohol y, conforme a la cláusula
abierta que utiliza el artículo 20 –u otras que produzcan efectos análogos- cualquier otra
sustancia cuyo consumo impida al sujeto conocer la ilicitud del hecho o actuar
conforme a esa comprensión. No se incluye, en consecuencia, cualquier tipo de
adicción, como podría ser la ludopatía, ni cualquier tipo de sustancia que pudiera
generar adicción, como podrían ser, por ejemplo, las sustancias dopantes, es decir,
aquellas que persiguen el desarrollo muscular de los deportistas o el incremento de los
resultados en actividades deportivas, al no afectar estas últimas sustancias a las
capacidades intelectivas o volitivas del sujeto.
Por lo tanto y por lo que a este primer requisito se refiere, deberemos delimitar las
sustancias a las previstas expresamente en el artículo 20.2 del Código Penal y
deberemos constatar una situación de adicción a las mismas entendida como “uso
habitual de estupefacientes al que el drogadicto no se puede sustraer”8.
8
Según definición de drogodependiente del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
10
3.2 RELACIÓN DIRECTA ENTRE LA SITUACIÓN DE DEPENDENCIA Y LA
COMISIÓN DEL HECHO DELICTIVO
Lo primero que sería preciso delimitar sería el alcance dicha causalidad, esto es, si
conforme a la teoría causal de la “conditio sine qua non” sería bastante para la
apreciación del requisito que la toxicomanía del sujeto aparezca como una hipotética
causa de motivación –condición no esencial- o que, por el contrario, conforme a la
teoría de la causalidad adecuada pudiéramos delimitar entre la totalidad de las causas o
presupuestos de la conducta delictiva del sujeto, aquellas que, conforme a la experiencia
y circunstancias del caso, se erijan como determinantes en cierto modo del resultado
causado, esto es, en el supuesto que analizamos, si la condición de toxicómano del
sujeto ha sido determinante, en el caso concreto y en relación con el concreto delito
cometido, para la comisión del ilícito. Pero quizá responda mejor a la cuestión que aquí
nos planteamos la teoría causal de la relevancia, desarrollada por Mezger, que invita a
suprimir “in mente” el presupuesto para comprobar si hubiera subsistido el resultado,
considerando solo causa a aquellos presupuestos cuya supresión suprimirían también el
resultado. De esta forma, quizá lo más adecuado sería preguntarnos si el sujeto hubiera
cometido el delito de no haber sido toxicómano o, quizá más concretamente –por lo que
a las finalidades del artículo 87 se refiere-, si rehabilitando al sujeto evitaríamos que el
mismo cometiera en el futuro un delito semejante. En este caso, sólo cuando
racionalmente pueda estimarse que el delito cometido pudiera haberse evitado si el
sujeto hubiera estado ya rehabilitado de su toxicomanía, podremos entender que
concurre la causalidad que exige el artículo 87 del Código Penal.
11
precepto no prevé su concesión a las personas drogodependientes, sin más, sino
únicamente a aquellos en los que pueda concluirse que esa drogodependencia tuvo una
importancia decisiva en la comisión del delito. Es importante recordar este extremo toda
vez que, en numerosas ocasiones, al permitir nuestro Código Penal resolver sobre este
beneficio en la ejecutoria y no necesariamente en la sentencia, se valora la situación de
drogodependencia del condenado muchos meses después de la comisión del delito,
haciendo una interpretación ilógica o, al menos, infundada, de que si el sujeto es
toxicómano en ese momento, debía serlo también cuando cometió el delito.
Debe recordarse aquí que la obligatoriedad del informe médico forense no figuraba
en la redacción inicial del precepto en 1995, sino que fue introducida por la reforma
llevada a cabo por Ley Orgánica 15/2003. La razón de tal introducción residía en una
cierta desconfianza que subyacía respecto de los centros o establecimientos privados, al
temerse que podrían llegar a elaborar certificados de deshabituación o de inicio de
tratamiento en cierto modo complacientes.
12
La intervención de estos centros o servicios públicos o privados debidamente
acreditados u homologados fue vista por algunos con reparo en el momento inicial de la
regulación, llegando el Consejo General de Poder Judicial, en su Informe sobre la
aplicación del nuevo Código Penal de 12 de julio de 1999, a censurar su intervención en
atención a “la efectiva desigualdad entre los justiciables en función del territorio en
que son condenados, ya que las posibilidades de aplicación del precepto y las garantías
de su eficacia son muy distintas en aquellas Comunidades Autónomas, una minoría, en
las que existe una oferta pública y en las restantes, en las que la ejecución penal se
entrega, prácticamente, a manos privadas”. Esta situación que, en sus orígenes, sí es
cierto que llegó a constituir un importante problema, se encuentra hoy en día superada,
pudiendo afirmarse que la oferta que hoy existe de centros que cumplan las exigencias
del precepto, resulta suficiente para culminar las exigencias del Código Penal, sin que
puedan constatarse situaciones reales de desigualdad entre distintos territorios.
Nótese que los informes médico forenses y certificados a que aquí hacemos
referencia deben aludir, no a la condición de toxicómano del condenado, sino a que el
mismo se encuentra deshabituado o sometido a tratamiento de deshabituación. En
principio, podría parecer evidente esta apreciación, pues solo quien tenga un problema
de adicción a las drogas puede deshabituarse o someterse a tratamiento de
deshabituación, sin embargo, no es superflua la mención. Decimos esto porque, como
antes advertíamos, el requisito esencial para que el condenado pueda acogerse al
beneficio de la suspensión reside en su condición de toxicómano en el momento de la
comisión del delito (que será lo que habrá determinado su conducta delictiva), mientras
que los certificados e informes a los que ahora nos referimos, deberán versar, no sobre
la toxicomanía del sujeto, sino sobre su sometimiento a un tratamiento o su curación, y
no referidos al momento del delito, sino al momento de decir sobre la suspensión.
Consecuencia de lo anterior puede resultar que nos encontremos con varios informes
médicos o certificados, los referidos a la condición de toxicómano del sujeto en el
momento de la comisión del delito y los referidos a su curación o tratamiento en el
momento de la suspensión, o bien que en un solo informe se haga referencia a todos los
extremos anteriores. Independientemente del número de informes, será necesario
acreditar todos estos extremos y, obligatoriamente, que exista un informe del médico
forense y otro del centro o establecimiento que certifique la deshabituación o el inicio
del tratamiento, exigencia ésta que, como hemos visto, desaparecerá si prospera el
actual proyecto de reforma del Código Penal.
Por último, merece una mención especial la inclusión en el supuesto de sujetos que
se encuentren ya deshabituados en el momento de la concesión del beneficio. Resulta
realmente extraña la extensión del beneficio a quienes ya se encuentren deshabituados
cuando, la razón de ser y fundamento de la institución, como venimos señalando, no es
otra más que conseguir la deshabituación del delincuente. Por lo tanto, si la finalidad
que se persigue está ya conseguida, aunque el delito se hubiera cometido como
consecuencia de esa situación de toxicomanía, la concesión del beneficio parece exceder
del alcance de la norma. Algunos autores como Serrano Pascual9 consideran que el
fundamento de la concesión, en estos casos, se encuentra en la lentitud de la
Administración de Justicia en nuestro país, que hace que la resolución sobre el beneficio
se produzca una vez transcurrido cierto tiempo desde la fecha de la comisión del delito.
En cualquier caso, la inclusión en la previsión de los supuestos de desintoxicación,
9
SERRANO PASCUAL, M., en “Las formas sustitutivas de la prisión en el Derecho Penal español”,
Editorial Trivium, Madrid, 1999, pág. 353.
13
consideramos que opera como un importante incentivo para el delincuente que ve como,
el retraso en la Administración de Justicia, le concede un plazo para comenzar ya con su
rehabilitación.
Ahora bien, la supresión de los dos primeros requisitos es más una sustitución que
una supresión completa, toda vez que el artículo 87 mantiene ciertas exigencias en
relación con los mimos. De esta manera, en el caso de los reincidentes, si bien se admite
la suspensión incluso en aquellos casos en que no sea la primera vez que el beneficiario
sufre una condena, matiza la previsión señalando que, cuando se trate de reincidentes,
será necesaria resolución judicial motivada que fundamente la concesión del beneficio
en las concretas circunstancias del hecho y de su autor; por lo que se refiere a la
duración de la pena, se amplían hasta cinco años los dos que con carácter general se
establecen como límite para la concesión del beneficio de la suspensión.
10
GRACIA MARTIN, LUIS en “La suspensión de la ejecución de las penas privativas de libertad”, en
“Lecciones de consecuencias jurídicas del delito”, Gracia Martín, Luis (coord.), Boldova Pasamar,
Miguel Ángel, Alastuey Dobón, M. Carmen, Editorial Tirant lo Blanch, 2ª Ed., Valencia, 2000, p. 244.
14
pudiera valorar las posibilidades de reinserción social en el caso concreto sometido a su
valoración, incluso en el supuesto de reos habituales. Por el contrario, a nadie escapa
que la posibilidad de conceder la suspensión de ejecución de la pena a reos reincidentes
o incluso habituales, ha supuesto en algunos casos la vía de materialización de
verdaderos abusos y fraudes de ley.
15
entendiendo que no cabe suspender las penas privativas de libertad impuestas en una
misma sentencia cuando la suma de las impuestas exceda de cinco años, y ello como
consecuencia de la previsión contenida en la condición segunda del artículo 81, que
entienden aplicable al 87, al considerar que los artículos 80 y 81 regulan las condiciones
generales de la suspensión, aplicables a todos los supuestos excepcionales si no se prevé
lo contrario en los mismos.
Una vez resuelta la concesión del beneficio, el artículo 87 del Código Penal
condiciona el mantenimiento de la suspensión o, dicho en otras palabras, la no
revocación de la misma, a que por parte del condenado se cumplan dos importantes
condiciones. La primera de ellas, que no cometa nuevo delito durante el plazo de la
suspensión que, en el supuesto de suspensión extraordinaria que analizamos, será de tres
a cinco años, frente al periodo de dos a cinco años que se establecen en el artículo 81
para las penas privativas de libertad inferiores al año. La segunda condición,
absolutamente coherente con la finalidad perseguida por el precepto que, en los
supuestos que proceda, no abandone el tratamiento de deshabituación hasta su
finalización12.
El aumento del plazo mínimo de suspensión de dos a tres años no parece encontrar
justificación en el propio precepto, por lo que habrá que entender que se hace en
atención a la mayor gravedad que se presume a los delitos que dan lugar a esta clase de
suspensión respecto de la ordinaria del artículo 8113, señalando Serrano Butragueño14
que dicho aumento del plazo de suspensión se debe, fundamentalmente, al “mayor
riesgo o mayores probabilidades de reincidir que tienen, especialmente, los
drogodependientes”.
12
Esta condición, lógicamente, no será exigible en los supuestos en los que la suspensión de la ejecución
de la pena se haya concedido por hallarse el sujeto deshabituado en el momento de la concesión.
13
En atención a que la suspensión ordinaria del artículo 81 se circunscribe a delitos castigados con pena
máxima de dos años de privación de libertad, en tanto que la extraordinaria del artículo 87 se extiende a
los delitos castigados con penas de hasta cinco años de prisión.
14
SERRANO BUTRAGUEÑO, IGNACIO, en “Comentario al art. 87”, en “Código Penal de 1995
(Comentarios y jurisprudencia)”, Editorial Comares, Granada, 1999, pág. 734.
16
ejecución de la pena. Como solución a la cuestión planteada, señalaba expresamente la
Fiscalía General del Estado que “la doctrina de la STC n° 97/2010 no es, en cambio,
trasladable a los supuestos de suspensión y sustitución de la ejecución de los artículos
80 a 89 CP. En estos casos estamos ante formas sustitutivas de cumplimiento
directamente incardinables en el tenor literal del artículo 134 del texto punitivo. En
relación con estas formas de ejecución sustitutiva, el Código Penal otorga una
cobertura legal suficiente a la interrupción de la prescripción a través de mandatos
expresos y taxativos que hacen innecesaria toda interpretación extensiva o analógica
de las normas legales aplicables”. En consecuencia, señalaba a continuación, la
suspensión de la ejecución de la pena, desde su notificación al reo, produce la
interrupción del plazo de prescripción, que volverá a correr de nuevo desde el momento
en que se quebrantaran las condicione fijadas a la suspensión, procediendo la
revocación del beneficio.
17
redacción final del precepto y, en su caso, la aplicación de estas excepciones por los
Tribunales.
15
CANO PAÑOS, MIGUEL ÁNGEL, en “La suspensión de la ejecución de la pena a
drogodependientes y los silencios del legislador del año 2010”, Estudios Penales y Criminológicos, vol.
XXXI, señala diversas posturas doctrinales a favor y en contra.
18
4. JURISPRUDENCIA EN MATERIA DE SUSPENSIÓN DE EJECUCIÓN
DE PENAS POR DROGADICCIÓN
Una vez analizada la regulación positiva de nuestro Código Penal, resulta preciso
acercarnos a la visión que nuestros Tribunales tienen acerca de la institución que en este
trabajo analizamos, visión que ha venido siendo plasmada a lo largo de numerosas
resoluciones que, en los últimos años, han llegado a formar un cuerpo doctrinal
ciertamente preciso en algunos extremos para interpretar el alcance de la regulación
legal. Debemos tener en cuenta, no obstante, que existe un importante número de
resoluciones de nuestros Tribunales dictadas en materia de suspensión extraordinaria de
ejecución de penas privativas de libertad que, al no dictarse en sentencia, sino en la fase
de ejecución, no son susceptibles de recurso de casación, lo que repercute decisivamente
en la inexistencia de un cuerpo jurisprudencial consolidado que interprete numerosos
extremos controvertidos de esta institución.
“El artículo 87.1 del Código Penal se presenta, así, como una excepción al régimen
común de suspensión de la ejecución de las penas privativas de libertad (contenido en
los artículos 80 y siguientes de ese mismo texto legal) para la suspensión de la
ejecución de las penas inferiores a dos años, cuya existencia está justificada por las
especiales características personales de los autores de ciertos tipos de delitos. A la
finalidad genérica de rehabilitación que persigue la institución del beneficio de
suspensión de la ejecución de las penas, destinado a evitar el cumplimiento en prisión
de determinadas penas privativas de libertad en quienes concurran los requisitos
previstos legalmente, se une, en el caso especial del artículo 87.1 del Código Penal, la
de propiciar que quienes han cometido un delito no grave por motivo de su adicción a
las drogas –caso habitual del llamado traficante/consumidor- reciban un tratamiento
que les permita emanciparse de dicha adicción con carácter preferente a un ingreso en
prisión que, lejos de favorecer su rehabilitación, pudiera resultar contraproducente
para ella” (SSTC 110/2003, de 16 de junio, FJ 4, ponente Rodríguez-Zapata Pérez y
222/2007, de 8 de octubre ponente Jiménez Sánchez)
“Medidas sustitutivas que son de la mayor importancia desde todos los puntos de
vista que se quieran analizar ya que las alternativas a la prisión en casos de
drogodelincuentes son el complemento imprescindible a la normal respuesta
prisionizada porque al actuar sobre la causa remota –la drogodependencia-, respecto
de la que el concreto delito enjuiciado en cada caso suele ser la consecuencia, se
constituyen en factor de disminución de la delincuencia, y lo que es más importante,
medio idóneo para la reintegración social de la persona y su recuperación como ser
libre en el sentido exigido por el artículo 25 de la Constitución, por lo que el acceso a
tales medidas tiene la potencialidad de convertirse en alternativa a la
drogodependencia” (STS núm. 278/1999, de 19 de febrero, ponente Giménez García)
19
correspondiente al delito. La posibilidad de la suspensión de la ejecución de la pena y
la adopción de medidas que incidan sobre la drogadicción, presupuesto de sus
continuas conductas delictivas, que se adopten conforme al artículo 87 del Código
penal, integran una alternativa a la pena privativa de libertad capaz de suponer, al
tiempo, una respuesta al hecho delictivo, siempre necesaria para afirmar la vigencia de
la norma, y una consecuencia que posibilita la reinserción que interesa,
indudablemente, al autor del hecho delictivo condicionado por su drogadicción, y
también a la sociedad que puede recuperar uno de sus miembros evitando la
continuidad en el delito” STS núm. 409/2002 de 7 de marzo, ponente Martínez Arrieta).
“No es preciso insistir sobre las ventajas desde todo punto de vista que supone
incidir sobre la causa remota –la toxicomanía- de lo que la actividad delictiva es sólo
su efecto, ya que la droga es un factor criminógeno de primer orden, frente a la opción
exclusivamente punitiva de sancionar el efecto -la actividad delictiva- dejando indemne
la causa –la toxicomanía- con lo que el periodo en prisión sólo se reduce a un periodo
de transitoria inactividad delictiva, que se reanudará tan pronto se disfrute de la
libertad. En este sentido es preciso saludar muy favorablemente el amplio margen de
sustitución de penas que para los drogodelincuentes permite el actual artículo 87 tras
la reforma de la Ley Orgánica 15/2003” (STS núm. 121/2006, de 7 de febrero, ponente
Giménez García).
“En particular, y dado que la suspensión constituye una de las medidas que tienden
a hacer efectivo el principio de reeducación y reinserción social contenido en el
artículo 25.2 de la Constitución Española, las resoluciones judiciales en las que se
acuerde deben ponderar las circunstancias individuales de los penados, así como los
valores y bienes jurídicos comprometidos en las decisiones a adoptar, teniendo
presente tanto la finalidad principal de las penas privativas de libertad, la reeducación
y la reinserción social, como las otras finalidades de prevención general que las
legitiman (SSTC 163/2002, de 16 de septiembre, FJ 4; 248/2004, de 20 de diciembre,
FJ 4; 320/2006, de 15 de noviembre, FJ 2; 57/2007, de 12 de marzo, FJ 2)” (STC
222/2007, de 8 de octubre, ponente, Jiménez Sánchez)
“Debemos subrayar, ante todo, que tal como se afirmó en las Sentencias 8/2001, de
5 de enero, FJ 2, y 25/2000, de 31 de enero, FJ 3, "la suspensión de la ejecución de la
pena, al igual que la libertad condicional o los permisos de salida de centros
penitenciarios, son instituciones que se enmarcan en el ámbito de la ejecución de la
pena y que, por tanto, tienen como presupuesto la existencia de una Sentencia firme
condenatoria que constituye el título legítimo de la restricción de la libertad del
condenado. De manera que las resoluciones que conceden o deniegan la suspensión de
la ejecución de la condena, si bien no constituyen decisiones sobre la restricción de la
libertad en sentido estricto, sin embargo afectan al valor libertad en cuanto modalizan
la forma en que la ejecución de la restricción de la libertad se llevará a cabo” (STC
110/2003, de 16 de junio, ponente Rodríguez-Zapata Pérez).
20
“La aplicación del artículo 87 del Código Penal que exige que tal delito se haya
cometido a consecuencia de la drogadicción... no exige la estimación de una
atenuatoria de drogodependencia, sino la comisión del delito como consecuencia de
aquélla” (STS núm. 296/2010 de 9 de abril, ponente Soriano Soriano).
“Y para la aplicación del art. 87.1 el tratamiento resulta por sí mismo insuficiente
por exigirse también para su aplicación que el delito se haya cometido "a causa de su
dependencia", lo que no resulta en este caso de los documentos invocados” (STS núm.
112/2010 de 15 de enero, ponente Prego de Oliver Tolivar).
“Dadas las previsiones del artículo 87 del Código Penal, que aunque no exijan la
apreciación de la atenuante requieren una relación entre la drogadicción y el hecho
cometido” (STS núm. 112/2010, de 20 de noviembre, ponente Colmenero Menéndez de
Luarca).
21
apreciado formalmente en la sentencia una atenuante genérica (artículo 21.2º o 21.6,
en relación al 21.2 del Código Penal), o una eximente incompleta (artículo 21.1º, en
relación al 20.2 del Código Penal), de este tipo, pero no es menos cierto que los
términos en que se expresa: "cometer el hecho delictivo a causa de su dependencia de
las sustancias señaladas en el nº 2 del artículo 20....." llevan implícitos los
condicionamientos que hacen posible su estimación. La condición de drogadicto, como
pretende el recurrente, no sería suficiente para la aplicación del precepto regulador de
esa modalidad de suspensión de pena (artículo 87 del Código Penal). Es preciso
acreditar que tal estado morboso o criminológico (hábito más o menos arraigado en el
consumo de sustancias psicoactivas prohibidas), vaya acompañado de cierta influencia
o repercusión en la comisión del hecho delictivo, circunstancia no acreditada. Como
tiene dicho esta Sala, es preciso para la apreciación de la atenuante de drogadicción
que la dependencia a la droga condicione o constriña en mayor o menor medida la
conducta del afectado, impulsándole a la comisión del delito, sin que sea suficiente su
condición de drogodependiente” (STS 809/2002, de 30 de abril, ponente Soriano
Soriano).
22
relación teleológica” (STS núm. 1287/2009 de 22 de diciembre, ponente Soriano
Soriano).
“Como hemos declarado en otras ocasiones son varios los preceptos del Código
penal que, específicamente en relación con la institución de la suspensión de la
ejecución de las penas privativas de libertad, requieren la audiencia de las partes
(artículos 80.2, 81.3, 84.2, 87.1, artículo 80.2, artículo 81.3, artículo 84.2, artículo
87.1). Dicha audiencia, aunque no se establezca de forma expresa en caso de
denegación de la suspensión, constituye una exigencia constitucional ineludible que
deriva directamente de la prohibición constitucional de indefensión (artículo 24.1 de la
Constitución Española) y que resulta tanto más relevante cuando lo que se dilucida es
el cumplimiento efectivo de una pena de prisión mediante el ingreso del condenado en
un centro penitenciario (SSTC 248/2004, de 20 de diciembre, FJ 3; 76/2007, de 16 de
abril, FJ 5). Pero también hemos de recordar que, conforme a nuestra doctrina, no se
produce indefensión material en aquellos supuestos en los cuales, aun privado el
recurrente en un determinado trámite o instancia procesal de sus posibilidades de
defensa, sin embargo pudo obtener en sucesivos trámites o instancias la subsanación
íntegra del menoscabo causado a través de sus posibilidades de discusión sobre el
fondo de la cuestión planteada y, en su caso, de la proposición y práctica de pruebas al
respecto (SSTC 134/2002, de 3 de junio, FJ 3; 94/2005, de 18 de abril, FJ 5)” (STC
núm. 222/2007 de 8 de octubre, ponente Jiménez Sánchez).
23
(reeducación y reinserción social y, específicamente la rehabilitación del
drogodependiente y la evitación del efecto desocializador del ingreso en prisión cuando
éste fuese presumible) como las finalidades que legitiman la imposición de penas
privativas de libertad" (STC núm. 222/2007 de 8 de octubre, ponente Jiménez
Sánchez).
“Ahora bien, el caso es prototípico para dar entrada a las previsiones del artículo
87 del Código Penal. Se trata de una persona que ha cometido el delito a causa de su
dependencia y adicción a las sustancias estupefacientes con las que traficaba en
pequeña escala para satisfacer también el consumo propio” (STS núm. 373/2007, de
27 de abril, ponente Martín Pallín).
“En definitiva, la concesión del beneficio es una facultad discrecional del Tribunal,
tanto en el caso del artículo 80 que faculta pero no obliga ("los Jueces y Tribunales
podrán dejar en suspenso...") cuando se dan las condiciones del artículo 81, como en el
caso del artículo 87 ("el Juez o Tribunal... podrá acordar la suspensión...") en las
condiciones que este mismo precepto establece. De ahí que, en este ámbito de
24
discrecionalidad en el cual se atiende "fundamentalmente a la peligrosidad criminal del
sujeto" en el caso del artículo 80 del Código Penal, y a "la oportunidad de conceder o
no el beneficio de suspensión atendidas las circunstancias del hecho y del autor", en el
caso del artículo 87, no se prevea en el vigente Código Penal el control casacional del
auto en que se conceda o se deniegue la suspensión de la ejecución de las penas
privativas de libertad. De modo que debemos declarar –de acuerdo con la sentencia de
esta Sala de 16-10-2000, núm. 1597/2000-, que contra tal Auto no cabe recurso de
casación..." (STS núm. 200/2006, de 20 de febrero, ponente Monterde Ferrer).
Bajo mi punto de vista, dos son las principales razones que abonan las
imperfecciones del sistema y, cuya corrección, sin duda redundaría en el
perfeccionamiento de la institución. Me estoy refiriendo, por un lado, a la falta de
control en la aplicación de la suspensión y, por otro, a la indefinición y laxitud general
en la interpretación del requisito de haber cometido el delito como consecuencia de la
adicción del sujeto a las drogas.
26
concede la suspensión de la ejecución de penas privativas de libertad a simples
consumidores que, además, iniciaron su consumo ex profeso para obtener dicha
suspensión.
Son muchas las soluciones que podrían apuntarse para corregir estos abusos, pero
quizá, la más importante, vendría determinada por exigir que la resolución sobre la
suspensión extraordinaria de la pena que aquí analizamos tuviera que adoptarse en
sentencia, con lo que dicha decisión quedaría sujeta a la revisión y unificación
jurisprudencial de nuestro Tribunal Supremo. Con ello, además, entiendo que no se
generaría ningún perjuicio a quienes ciertamente resultaran merecedores y destinatarios
de esta suspensión por haber cometido el delito como consecuencia de su adicción, que
deberían acreditar en el acto del juicio oral, tanto su adicción, como la relación de ésta
con la conducta delictiva cometida, obligando al Tribunal a valorar esa prueba y
fundamentar en la sentencia que se dictara, tanto la concesión, como la denegación de la
medida. De esta manera, los criterios seguidos por nuestros Tribunales, no solo podrían
ser objeto de revisión y unificación por el Tribunal Supremo, sino también objeto de
corrección lo que, sin duda, redundaría en la mejora de la aplicación del sistema. Como
ya se comentaba en este mismo trabajo, la exigencia de resolver sobre la suspensión en
la sentencia fue el sistema vigente en el artículo 93 bis del anterior Código Penal que, si
bien presentaba ciertas carencias que dificultaron la adecuada aplicación de la
institución, no fueron éstas precisamente por causa de tener que figurar la resolución en
la sentencia.
Por otro lado, consideramos también que existe una cierta contradicción en afirmar
que un delincuente es toxicómano y que ha cometido un delito como consecuencia de
esa adicción y, en consecuencia, otorgarle la suspensión de la ejecución de la pena
privativa de libertad conforme a las previsiones del artículo 87 del Código Penal y, al
mismo tiempo, negarle el reconocimiento de una circunstancia modificativa de
responsabilidad criminal, y más si se atiende a la actual construcción jurisprudencial de
la atenuante analógica de drogadicción. Decimos esto porque, realmente, entendemos
que no debería quedar espacio para esa categoría final de drogadicción que hoy en día
están apreciando los Tribunales que, sin llegar a integrar una circunstancia atenuante,
sirve para la concesión de la suspensión. En realidad, si un sujeto toxicómano comete
un delito movido por esa situación de toxicomanía, siempre deberá apreciársele una
circunstancia modificativa de la responsabilidad criminal que, si va acompañada de un
propósito de rehabilitación o deshabituación, deberá servir para la concesión de la
suspensión; por el contrario, si la toxicomanía del sujeto no alcanza el grado suficiente
para integrar una circunstancia atenuante –ni siquiera por analogía- o si esa toxicomanía
no ha resultado relevante en la comisión del delito como para no apreciar esa atenuación
de la pena, tampoco debería resultar relevante para la concesión de la suspensión de la
ejecución de la pena privativa de libertad que se le impusiera. De esta manera,
propugnamos que se condicione la concesión de la suspensión a la apreciación de
alguna modalidad de circunstancia modificativa de la responsabilidad criminal
relacionada con la toxicomanía del sujeto, con la certeza que, de esta forma, se
terminaría con la indefinición actualmente existente y, sobre todo, con el fraude y abuso
que, con la actual regulación, se produce en torno a la aplicación de esta institución.
27