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catolicismo
del
doctrinas
las
bajo
encuentra
se
felicidad
La
ó,
Solitarios,
Los
F
M.
F.
F
y
Marmany
Fortuny
O.
J.
D.ont
.,
Ó LA FELICIDAD
BARCELONA :
IMPRENTA DB I. TAULO, CALLE DB LA TAPMERIA.
AÑO 1843.
lo compré en la
LIBRERIA B.OOS
C . SEGOVIA. 6-MADRID
o@38S8<>-
LIBRO PRIMERO.
3
DEL
l
49
mortal ha escalado los cielos, para poderlo ase
gurar á un pueblo que vacila
Pero, Señores, si reconocemos necesario,
ó si se quiere conservar todavía una religion ;
presentemos al pueblo el ídolo de la libertad,
( 1 ) proclamémosle el Dios de las naciones , y
hagámosle un código. Porque si intentamos
conservar las estravagancias de nuestras doctri
nas ; el catolicismo , como á desertores de sus
filas, nos combatirá con sus sofismas y sarcas
mos derrotándonos en ocasion en que nos con
sideraremos mas seguros. ¿Ignorais por ventura
su audacia? Sus sacerdotes penetran lo mas es
cabroso de las montañas predicando sus doc
trinas, los habitantes de estas regiones ignoran
tes abrazan el fanatismo, dejando sus casas,
su familia , sus ganados y su riqueza en manos
de estos frenéticos y codiciosos. ¡ De esta ma
nera intentan cercarnos ! Hasta ahora han de
fendido á todo trance al sistema monárquico
puro ; pero en el dia ya han seducido parte de
las repúblicas, que nosotros habiamos plantea
do. Con todo el mal no es tan grave, que no
tenga remedio. Que se levanten de entre noso
tros jóvenes valerosos y sabios, atáquese con
t eson el centro de las preocupaciones, haciendo
ver la impotencia del sucesor de un pobre pes
cador: una vez atacado su centro, una vez dese
cha la unidad que tanto cacarean sus defenso-
(1) Ucencia.
4
50
res, publicaremos nosotros la verdad]; enseñan
do que los pueblos del orbe son otras tantas (re
públicas, en una palabra que son libres, logra
remos la felicidad que ahora tenemos en pro
blema. Correrá un poco de sangre , á nosotros
nos será muy sensible la suerte de los crimina
les ; pero tambien admiraremos la ley que he
rirá las víctimas para consuelo de los sabios y
felicidad de la especie humana.
Apenas habia concluido el académico su dis
curso, cuando Boleslao dió señal de aplausos; los
demas académicos daban el parabien á su com
pañero, pbr la belleza de su plan y agudeza
de sus pensamientos, se felicitaban los unos á
los otros, regocijándose de que la academia pu
diese contar con un genio tan sabio y empren
dedor; ofrecían sus votos al nuevo presidente;
pero este echando fuego por los ojos estaba
pensativo, cuando al cabo de un rato de silen
cio dijo. Señores académicos, el honor que me
habeís hecho de obligarme á presidir vuestra
asamblea, habría en otro tiempo llenado mi
corazon de regocijo, mayormente al contemplar
la decision y encarnizamiento con que con pers
picacia y sabiduría digna, de mejor causa, se
intenta plantear una verdad que no existe : ne
gando la materia , pretendeis hallar un cuerpo
en medio de un espacio sin límites, cubierto de
tinieblas.
No pretendo por esto impugnar vuestras doc
trinas; pero sí haceros mis reflecsiones por si
51
algo puedan aprovecharos antes de que os aban
doneis á la corriente de un rio sin saber si os
conducirá á un precipicio. Es preciso analizar
las cosas con detencion, y jamas analizarlas co
mo nos las imaginamos , sino de la misma ma
nera que realmente existen. La esperiencia
unida con la ciencia y la desgracia , es la que
ilustra á los hombres , y la que regularmente
conduce a los ánimos razonables, no dejando de
aplacar muchas veces la fiebre del orgulloso,
llevándoselo como á los primeros á remolque de
la razon. Esta es, Señores, la que sin escalar
á los cielos me ha mostrado la existencia de mi
Dios por la misma brecha, que está abierta
desde el principio del mundo á los ojos de todo
viviente racional ; tal es la naturaleza , su me
canismo incomprensible, su orden, su division,
su procreacion y su existencia. El hombre no
pudo formarse á sí mismo, esto es cierto, por
que jamas se habría espuesto al padecimiento,
cargándose una naturaleza tan débil y limitada,
jamas habría consentido en fijar su período;
pues que su soberbia sola era capaz de inmorta
lizarle. La tierra ni por su pretendida fecundi
dad, pudo por sí sola dar el ser, no diré al
hombre, pero ni siquiera á animal alguno; para
la procreacion es preciso la concurrencia de dos
secsos como á instrumentos , y la tierra á no
ser dirigida por una potencia invisible, jamas
habría producido este orden en los animales;
una masa inerte jamas habría dado un impulso
fie velocidad , porque sin tenerla era imposible
que la transmitiera á un cuerpo hijo suyo. ¿ Se
habrá la tierra cansado en un dia de semejante
parto? ¿ S» habrán de una sola vez evaporado
sus potencias? | Ah ! La tierra por sí sola sin el
concurso del sol y lluvias no puede ni siquiera
alimentar los únicos objetos que ¡ le están con
fiados, como los árboles y las plantas.
Prescindamos de todo esto: la materia debe
ser creada , ó increada , en el primer caso ya
reconocemos á un criador, y en el segundo una
cosa que existe por sí, eterna ó hija de la ca
sualidad. Analicemos el caso segundo, si existe
por sí y por lo mismo eterna ¿ qué papel re
presentaría seis mil años atras el universo antes
de comparecer el hombre? Y cuando todas las
cosas de la tierra parece le prestan vasallage,
¿ no parece que la tierra es críada para que le
sirva? El hombre habria encontrado vestigios
de su eternidad si el universo fuera eterno é
increado, y de la misma manera queabrazamos
una cosa factible y convincente, habríamos creí
do una materia permanente, como un ser ne
cesario é incapaz de alteracion. Si á la materia
la consideramos hija de la casualidad ¿ negare
mos que sea creada cuando la llamamos obra de
la casualidad? Por otra parte la materia en mi
concepto, es una masa inerte, un cuerpo que
solo sigue la ley de la gravedad , que sin el im
pulso de mano agena, su quietud seria eterna.
La ma.no que cifra las tres fuerzas en el órden
53
del universo es la de Dios que hizo todas las co
sas por medio de su voluntad espresa , que hizo
al hombre, llenándolo de un espíritu inmortal
que fué el objeto de su obra y creando los de-
mas animales para su servicio. La historia del
pueblo de Israel, todo el mundo la confiesa, mil
hechos demuestran su certeza.
Ahora, Señores, las dudas, las reformas, las
consiguientes divisiones son hijas de la filosofía,
porque nacieron algunos siglos despues del na
cimiento del Mesías prometido ya al primer
hombre. Aunque el pueblo de Israel llegó á ser
insignificante en comparacion del pueblo paga
no ó idólatra; no deja por esto la moral del
primero de llamar por su parte la justicia : fué
rebelde ásu Dios, y su castigo fué egemplar, al
paso que creyente y sumiso , la felicidad y vic
torias prodigiosas nos recuerdan su premio. Mas
de mil años ha que vive errante este pueblo,
que contaba mas de cuatro mil formando un
reino aparte. Tanto pudo la palabra de Cristo
á quien negamos la divinidad. ¡ Ah! Señores , si
llegara el tiempo en que mis dudas se desvane
cieran, de otra manera defendería la cabeza de
esta religion santa...
Que nosotros despreciemos las doctrinas de
que los hombres solos son autores , no hay in
conveniente ; convencido abandoné el lutera-
nismo para alistarme á la nueva reforma, es
decir, me aparté mas de la luz para encontrar
ao mas que tropiezos en medio de las tinieblas:
54
las mácsimas filosóficas que adapte me condu
jeron á la incredulidad; la desgracia me alcan
zó despues de nuestra revolucion , y no hallé
consuelo en mis infortunios : si levanto los ojos
al cielo, mi alma se ensancha para abrazar otra
vez la cruz de Cristo
Aunque no os figureis , Señores , que vuelva
á las doctrinas de Lutero, no hecho de menos
á unos hombres que, solo por un bochorno, por
una correccion, por algun agravio, por sus pla
ceres ó intereses hayan dejado al catolicismo,
para formar una seccion que no puede sostener
se sino por su astucia; con el interés dan fuerza
á los sofismas , y es así que defendiendo las pa
siones, con ninguna otra arma han podido con
quistar su insubordinada ejército. Como las pa
siones no atacan á los hombres con igual fuerza,
presenciamos que cada uno defiende las pajinas
de este libro , que tanto aborreceis , segun el
equilibrio de sus pasiones. Se proclama á Lute
ro ó Calvino solo porque defienden la libertad
del pensamiento, ó el tacto interior, pudiendo
el hombre de esta manera, con la imputacion
á los méritos de Cristo, y con la sola fe dedicarse
á todas las tropelías ; no tienen objeto en la ve
neracion , es decir no hay apenas en su doctri
na obligaciones para cumplir con la Majestad
de Dios. ¿Qué seria un luterano ó un calvinis
ta si las leyes civiles del reino no detuviesen
sus fechorías ó no las castigasen? En Francia
acaba de salir á luz la obra con el titulo del
55
Evangelio del pueblo por La Mentíais : estetor-
nadizo cimenta sus argumentos en las pasiones
del hombre, ó mejor sus sofismas. ¡Ignorantes!
¿Ha encontrado jamas el hombre lafelicidaden
sus pasiones?
La desgracia y la esperiencia me han demos
trado lo contrario; he seguido mis pasiones, y ja
mas he encontrado la felicidad que apetecía. Y
así Lutero, Zuinglío, Calvino, Acolanipadio, Me-
lancton, Brencío, Bucero, Farel, Varel, Bolsee,
Gentelis, Blandart, Oquino, Sírvet, Lelio Socino
Fausto Socino, Locke, Scherlok, Chub, Clank
Wisthon y otros, que esta ciudad ha tenido la des
gracia de oir doctrinas de la mayor parte , con
los modernos Voltaire, Bousseau, Diderot, Con-
dorcet, D1 Alambert é infinitos que se han con
siderado como genios sublimes, todos estos digo,
para miya no son mas que fantasmas vanos que
con filtros y encantos han seducido al pueblo con
promesas (i) de soberanía, de libertad, de pros
peridad y de igualdad, palabras problemáticas y
mas fatuas, que el fósforo'que arde de noche so
bre los sepulcros. El pueblo seducido é ignorante
sigue sus doctrinas, mas no las sigue por con
viccion, no ; las sigue porque ve á una cuadrilla
de hombres que han estudiado y que merecían
el nombre de sabios abandonados á los mismos
i
( 1 ) Se entiende que tos lales prometieron al pueblo
estas notables ventajas que las dejaron en problema para
losrar sus ulteriores fines.
i
56
principios. Estos no siguen á Lotero ni á Vol.
taire, aparentando seguirles especulan con la
ignorancia del pueblo para llenar sus areas, y
facilitarse todos los placeres con el deshonor é
infamia del pueblo , este se queja por las exor
bitantes exacciones que se le hacen , y con tal
que se le diga, que es para su felicidad , ó para
ahogar el fanatismo, ignorante calla y está con
tento, no sabe discurrir si con lasmácsimas an
tiguas era ó no mas feliz
Vosotros habeis trazado el mismo plan, y por
lo mismo no solo os alegrais de las revoluciones,
cuando debiais llorarlas; sino que tambien in
tentais derrocar los principios de religion su
mergiendo al mundo en un océano de sangre
en beneficio de la humanidad .1
En este instante una potestad divina anima
mis débiles fuerzas y arranca involuntariamen
te de mis entrañas amor y compasion , para
estimularos á la verdadera felicidad de este pue
blo que , como una manada de inocentes cor
deros, aguarda la cuchilla del verdugo para ser
inmolado. ¡Ahí si mis lágrimas pudiesen apa
gar vuestro furor; Waldech seria el mortal mas
feliz despues de tantos desengaños é infortunios.
Pronunció Waldech estas palabras con un
acento terrible , de sus ojos manaban copiosísi
mas lágrimas, parecía á primera vista, áno estar
sus argumentos llenos de solidez y moral, que
estaba enteramente enajenado, enjugaba so
llanto, preveía el sobresalto que deberja haber
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ocasionado su discurso, temia que este no fue
se objeto de grandes debates, miraba con se
renidad á todos los académicos; sus ojos parecía
que habían recobrado las gracias de la niñez y
del amor. Boleslao corrido y confuso, no aten
día si citaba soñando aquella triste escena, ó si
en realidad se encontraba en aquellos apuros.
Los académicos se miraban los unos á los
otros sin atreverse a decir palabra. En aquel
salon estaban confundidos la admiracion, el te
mor y el furor; algunos contemplaban á Wal-
decb viendo en él un hombre sabio y pruden
te; otros llenos de indignacion iban á romper el
largo silencio con espresiones de odio y horror,
porque no veían en el discurso de Waldech mas
que lecciones saludables que ellos llamaban de
fanatismo y preocupacion. Decían, este hombre
ha perdido la razon , la edad y las desgracias le
habran sin duda vendado los ojos á la vista de
los progresos de nuestra sociedad : que vaya en
hora buena á la Zelandia á aumentar el nú
mero de los misioneros católicos.
Boleslao saliendo de aquel estado de confu
sion, despidióse con Waldech de la academia.
Fuese inmediatamente en el aposento en don
de habia dejado á su hija ; esta así que vió á su
padre le lanzó una mirada de compasion que ya
no podia ocultar. Un criado de la casa le habia
enseñado el lugar en donde celebraban la aca
demia ; ella habia trazado sus proyectos , y he
aquí que mientras estaban en la asamblea , por
58
una rendija de la puerta pudo muy bien com-
preender todo loque en ella se dijo. «Padre mio,
decia, cuantos favores debemos ya á la religion
católica, yo he pedido á Jesucristo, como lo ha
cen los católicos, para que ilustrase vuestra al
ma , i y cuan presto me ha oido ! jamas habia
vuestra boca desplegado una elocuencia igual ;
cuando habeis concluido mi alma ha sentido un
placer inesplicable y ha participado de los aplau
sos que ha oido prolongarse hasta los cielos.
1 Cuan parecido era vuestro; lenguage con el de
los solitarios! si estos hubiesen oido vuestro dis
curso, otro concepto habrían formado de noso
tros. [ Ah ! hija mia, respondió Waldech, la im
prudencia de un académico sin freno y sin pu
dor ha llenado mi corazon de amargura: ha
combatido sin vergüenza á toda religion y
amenazado al mundo con nuevas desgracias.
Una noble y justa venganza me ha hecho con
cebir la' idea para desvanecer sus errores dic
tando mi discurso una potestad divina. Favo
recido del cielo me he servido de los argumen
tos que aprendí en una escuela católica de Ve-
necia, me he acordado de los solitarios, su vir
tud ha dado fuerza á mi acento para arriesgar
me á una empresa tan grande y de-hacer sus
sofismas. El ruido do la puerta del aposento in
terrumpió á Waldech, era uno de los criados
que venia á avisarles para la cena. Durante la
misma, el padre de Sulmen propuso á Bolcslao
su marcha; pues su intencion era verificarla
59
á la mañana del siguiente dia. Aunque Bolese
lao sentía vivamente semejante resolucion, sin
«mhargo no se oponía con entusiasmo , porqu-
conocia el carácter de los académicos y no ha
bría estrañado, que para dar solucion al dis
curso que Waldech había pronunciado y que
acaloró sus ánimos, no apelasen á la fuerza, ha
ciendo una tentativa contra sus huéspedes : por
lo mismo convino aunque con dolor con la re
solucion de Waldech.
Concluida la cena se fueron inmediamente á
descansar, dieron orden á su criado para que lo
tuviese todo aparejado, porque al mismo tiem
po que la aurora asomase en el horizonte que
rían salir de Ginebra sin mas dilacion.
Waldech, aunque su deseo era de ver cuanto
antes á los solitarios para oir una historia , que
la creia importante, no solo para salir de las
dudas en que se encontraba; mas tambien para
satisfacer la curiosidad , que se le había aumen
tado con oír noticias vagas relativas á las cues
tiones españolas; tambien creia que no era pru
dente permanecer en una ciudad, que contiene
una casta de hombres malvados y perdidos, que
al sonido del oro cometen robos , asesinatos y
todo género de perversidades ; tcmia y con fun
damento, que su discurso no hubiese disgustado
en estremo á la academia y que para desenten
derse de un contrario, no hubiesen ya compra
do á uno de aquellos viles.
FIN DEl LIBRO II.
DEL
(¡9
creyendo encontrarlos ejercitándose á la pesca :
en efecto apenas el laud habia andado todo el es
pacio de un cuarto de hora, cuando al momento
vieron sentados sobre una alta roca, á la punta
del promontorio , á dos sujetos muy atentos á
las variaciones del anzuelo: no vacilaron en creer
que serian los dos solitarios, objeto de su viaje.
Atracaron inmediatamente el laúd en tierra
sujetándolo al tronco de una haya : saltando
"Waldech y su hija en tierra se dirigieron los dos
hácia los pescadores, que aun no habían adver
tido su llegada, dejando al barquero y al criado
en guarda del cargamento y del laud.
Al mismo instante que los solitarios vieron
que dos sujetos se dirigían con tanta precipita
cion hácia ellos, dejaron los instrumentos de la
pesca para salirles al encuentro, figurándose
no podían ser otros que los dos estranjeros que
seis dias antes habian abordado en, aquellas ri
beras, y íjue les habian prometido su vuelta.
Mientras Waldech y su hija atravesaban un bos-
quecito de pinos, hayas y mirtos; los solitarios
seguían un camino que ellos mismos habian tra
zado pasando por él siempre que iban á pescar,
cuyo camino conducía al mismo bosque, por el
que pasaban los estrangeros, al que iban á en
trar dejando á la derecha un mon'tecillo que les
ocultaba á la vista de los que venian. El perro
que llevaban dio algunos ladridos , 6 inmediata
mente vieron salir á Waldech y su hija de aque- .
Ha espesura encontrándose en presencia de sus
70
huéspedes. Abrazáronse tiernamente, y cele
brando los solitarios con muchísima alegría vol
verlos á ver despues de un viaje feliz en aquella
soledad. Señores, dijo uno de ellos, sin duda vo
sotros estaréis cansados; mejor será que nos vá-
yamos á nuestra choza , y allí descansaréis: no
sotros sentiremos un placer indecible si os dig
nais admitir nuestra ofrenda rústica y humilde;
aunque grande en medio de una soledad en don
de la tranquilidad es la mas dulce cama , y la
virtud el mas rico tesoro : aquí no os podemos
ofrecer los adornos de los palacios, ni las delicias
de los baños, de que en Ginebra habreis tal vez
gozado; las ruinas de un castillo constituyen
nuestra habitacion y el amor nuestra riqueza :
si algun dia pudiéramos acompañaros á nuestras
casas echaríais de menos estos palacios y estos
baños : pero una vez que la desgracia nos per
sigue, nosotros apreciamos mas la tranquilidad,
y como creemos que esta es la voluntad de Dios,
nos tenemos por felices sin nuestras casas en me
dio de los bosques. Y tu, dirigiéndose á Sulmen,
doncella la mas hermosa; mil veces feliz tu pa
dre , y mas feliz todavía el que participe de tu
tálamo, si bajo la ley de Cristo sabeis seguir los
impulsos de un amor casto y sencillo. Ven con
tu padre en nuestra choza, la habitacion de un
católico es la mas á propósito para albergar á
una alma inocente. Waldech no podía oir sin
enternecerse un lenguaje tan noble y penetran
te; tanto como se apartaba de las mácsimas ti
71
iosóíicas; Unta mas se le ablandaba su corazon,
y se acercaba> á la verdad que con tan gran de
seo buscaba.
Encontrándose en. el lugar en donde habían
dejado el laúd , sacaron i tierra todo cuanto
llevaban en él, dirigiéndose inmediatamente al
castillo. Despues de haber seguido algun rato
una vereda que había en medio de un terreno
estéril ó inclinado, en donde crecían por un la
do y otro hayas desmesuradamente gruesas;
descubrieron las rocas , la fuente y los árboles
bajo cuya sombra conocieron por primera vez
á los solitarios ; por la derecha á una larga dis
tancia se veiaa las ruinas de un antiguo castillo
en la cúspide de una montaña toda cubierta de
bosques , presentándose por la izquierda un va
lle angosto de mas de tres millas de circuito , á
cuya estremidad se percibía el pueblecito de
Prex colocado en la colina de un monte. Atra
vesando un pequeño llano tomaron otra vere
da, al parecer era la continuacion de la misma
que habían dejado, esta era el camino que anti
guamente hacian los Señores de aquel castillo
cuando salían á disfrutar de la campiña , el que
conducía hasta las puertas del castillo serpen
teando por tas cuestas de aquel terreno desigual,
estendiéndose sin duda hasta el cabo del pro
montorio : aun se notaba un orden monótono
«n los árboles que había plantados en una y
otra parte.
Luego que hubieron llegado á las rumas del
72
castillo encontraron á un hombre vestido con
una piel de javalí , estaba medio tendido apoya
do contra un monton de piedras que habia cer
ca de la puertecita que daba entrada al interior
de la habitacion de los solitarios; tenia á su lado
un cesto muj grande lleno de víveres. Este era el
pastor que habitaba tranquilo en aquellas mon
tañas apacentando sus ganados cual otro Jacob,
tomando con resignacion por siete años mas la
custodia de los ganados de su tio Laban en pre
cio de la hermosa Raquel, con la sola diferencia
de que los trabajos del pastor de Fex no eran
limitados, porque iba á merecer la felicidad
eterna; pues era tambien cristiano. Llevaba de'
pueblecito de Prex todo cuanto necesitaban los
solitarios con una amabilidad y alegría hijas solo
de un corazon bien adoctrinado en las escuelas
del evangelio. Habia advertido que toda aquella
comitiva se adelantaba hacia el castillo , pero él
sin amedrentarse ni demostrar admiracion á la
vista de tan estraordinaria visita, continuó tran
quilo un himno con que daba gracias al Señor
porque les enviaba desconocidos. « ¡ Oh Señor !
esclamaba el cristiano pastor enagenado de go
zo, Vos sois el verdadero soberano del Cielo. Vos
habeis señalado su lugar á la aurora. A vuestra
voz se levanta el sol en el oriente y se adelanta
como un gigante soberbio. Vos habeis fijado sus
límites á las tinieblas, y las destruís con un rayo
de vuestra luz. Vuestra luz es vuestra gracia, y
con ella tambien apartais las tinieblas que con-
73
funden el corazon del impío. Vos llamais al sal
vaje, y el salvaje lleno de pavor levantando los
ojos al Cielo responde, i Qué mandais Señor?
Vos sacais al hereje de su letargo, y le mostrais
el camino de su salud. La filosofía moderna di
ce , no hay Dios , y el cristiano teme lleno de
amargura vuestra ira. Los pueblos del occiden
te niegan el tributo á su Soberano, y le llenan
de oprobios y maldiciones. jAy hijos de Jaime!
no espereis consuelo en vuestros males porque
no aplacais la ira del Señor. Los agresores han
herido á los pastores de Belen, y sus ovejas han
sido presa de los lobos. ¡ Oh Dios mio ! menos
grandes son vuestras obras, que vuestra mise
ricordia. Si sois cristianos corred á las soledades,
porque se acerca el dia del Señor. Venid, venid,
hermanos mios y alabad al verdadero Dios. »
Así cantaba aquel anciano pastor , mientras
que los solitarios subian la cuesta de la monta
ña. Levantóse, apartó su cesto haciendo lugar
para pasar libremente los que llegaban. Luego
que el pastor conoció á los solitarios que iban
entre aquellos estranjeros, dijo en alta voz.
« Compañeros, el Señor sea con vosotros y os
guarde del hombre malo como del espíritu de
las tinieblas.» Respondieron los solitarios. «Dios,
os dé mil veces su santa bendicion , hermano.
Isaac dad gracias al Cielo que hoy se ha digna
do enviarnos caminantes. Y haciéndole una se
ña entró con ellos dentro del castillo.
Estaba este colocado, como llevamos dicho, en
74
la cima de un monte cubierto de pinos , bayas
y mirtos, que en nada dañaban su hermosa vis
ta: toda la montaña parecía llorar la pérdida
de sus antiguos dueños; pues que á cada paso se
encuentran manantiales de agua mas pura que
las lágrimas de una virgen, y mas suave que el
bálsamo ; al pié de la montaña juguetean ria
chuelos que fertilizan las praderías cercadas de
plátanos, chopos y tilos: en las enrojecidas pa
redes del interior y esterior del castillo aun se
leen algunos caractéres que recuerdan muy bien
los tiempos de la dominacion romana. La ca
sa del duque de Fex lo habia heredado despues;
pero estinguióse esta familia en aquellos tristes
días en que los hugonotes perseguían á muerte
á los católicos llenando de consternacion la Fran
cia y Alemania comprendiendo la Suiza. £1 du
que de Fex había pertenecido á los hugonotes
muriendo en un encuentro que estos tuvieron
con los católicos; su casa fué saqueada y arrui
nada, y su familia pasada á cuchillo; desde en
tonces aquel castillo quedó desierta sin atrever
se ningun mortal á penetrar ni acercarse á sos
paredes; tal era por una parte el miedo, y por
otra el horror con que se miraban aquellos es
combros ocasionados por la voz que corría, de
que en aquellas ruinas aparecían visiones, y que
estas eran las almas de los hugonotes. Aunque
la parte principal del castillo habia sufrido la vio
lencia de un incendio; sin embargo quedaban una
porcion de habitaciones que, por el espesor de las
75
paredes, babian resistido al fuego, á los años y á la
intemperie, y por lo mismo capaces para alber
garse los solitarios ; babian reparado algunas de
estas habitaciones con sus propias manos, como
si eligieran aquella soledad para serles su man
sion eterna. Por la parte del sud se descubre el
ralle de Prex, tierra favorecida de todos los do
nes de la naturaleza , presentándose por la par
te del este toda la hermosura del lago de Gine
bra; desde el castillo se ve el promontorio como
un pequeño faro, ó como una cola de serpiente
tendida al descuido sobre las aguas.
Mientras que los solitarios acompañaban á
los estranjeros enseñándoles las antigüedades de
aquel castillo , el sol se inclinaba ya sobre las
cimas de las montañas vecinas del oeste que
forman como una larga cordillera del sudoeste
dilatándose hasta el norte en cuyo punto se
pierden de vista. El astro que se habia hecho
un poco mas grande parecía estar un momento
inmóvil pendiente sobre la montaña como un
grande escudo de oro. Las arboledas de Prex, y
las riberas del lago brillaban con una delicadí
sima luz reflejando los últimos rayos de la au
rora; se pararon los vientos, y aquel hermoso
valle quedó por un momento en un reposo uni
versal. El críado y el barquero habian ya tras
portado en el castillo todo cuanto traian en el
laud, Waldech despidió al barquero, porque
su intento era pasar algunos días con aque
llos solitarios , y despues viajar por tierra. En
76
seguida hizo el presente á sus huéspedes, quie
nes demostraron grande satisfaccion consistien
do casualmente en víveres, cosa muy necesaria
en medio de una soledad, lo recibieron con
atencion y nobleza correspondiendo á este re
galo , entregando á Waldech un vaso de haya
muy grande fabricado por uno de ellos : en su
rededor había grabados en él tres casos conside
rables de la pasion de Jesus ; en una parte del
vaso se veia al divino Maestro bajando su cuer
po para lavar los piés á sus apóstoles; en la otra
estaba bellamente dibujada la traicion de Judas
echa á su Señor, la cólera del artífice hácia las
traiciones le habia dirigido en aquella obra ani
mando las acciones con una viveza sin igual , y
poniendo al lado de la traicion su justo premio,
representa en la tercera parte el desespero del
traidor arrojando el dinero en presencia de los
sacerdotes de la Sinagoga, escogiendo muy equi
vocadamente la horca para consuelo en su er
ror ; era una taza tan bien grabada , pero quizá
mas bien pulida que las que fabricaba Alcime-
donte para los pastores de la Arcadia en las ri
beras del Ladon y del Alfeo. A Sulmen le
dieron un cubierto primorosamente labrado y
un cestito echo de juncos, que cualquiera
lo reconocería por obra maestra de un sabio
profesor.
El'pastor se habia retirado de su compañía,
cuando al cabo de un rato oyeron el sonido de
una campanilla. « Nosotros , dijeron los solita
11
tíos á los estranjeiros, vamos á hacer las ora
ciones de la tarde ¿ nos permitireis que os deje
mos un instante, ó preferireis acompañarnos?
« Mi Padre , respondió Waldech , apreciaba las
oraciones- y era luterano ; yo me acuerdo que
rogaba por los difuntos , cosa miiy contraria á
las doctrinas de Lútero; continué sus mácsi-
mas y no las aborrecí hasta abrazar la filoso
fía; cuando fui' filósofo perseguía unos actos,
que á mis ojos parecían ridículos, porque era
soberbio; pero en el dia Dios perdone mis es-
travíos, veo en las oraciones un camino seguro pa
ra comunicarse con la divinidad, y el medio tínico
con que una alma sencilla puede apaciguar la
cólera del Señor. « Así hablaba en favor de las
oraciones un hombre que saltando de error en
errores, la razon misma le conducía á confesar
la santidad de las doctrinascatólicas. Sin aguar
dar mas se reunieron en un patio medio arrui
nado que habiá en medio del castillo ; á un lado
habían fabricado un cerco con ramas de árboles
en cuyo lugar el pastor tenia encerrado su ga
nado , en medio del patio había un pozo cuyos
dos pilares estaban cubiertos de yedra creciendo
por un lado y otro en medio de las ruinas una
muchedumbre de arbustos que ellos encamina
ban con cierta monotonía y que la naturaleza sola
fué su autora. Al brocal del pozo bajo la yedra
que formaba como un docel , habían construido
un altar en el que tenían colocada la imájen de
la Virgen y un Crucifijo. El anciano pastor con
T8
la cabeza descubierta y fijos los ojos en aquellas
sagradas imágenes, puesto de rodillas iba ya á
comenzar sus oraciones ; los solitarios hincadas
tambien las rodillas al rededor de aquel venera
ble pastor , el que despues de haber rezado las
oraciones de la Virgen , pronunció en alta voz
la siguiente que repitieronlos solitarios. «Señor
Dios de los ejércitos, tened compasion de vues
tros hijos, dignaos visitar esta noche nuestra
habitacion, y apartad de ella los sueños vanos.»
Cubridnos, Señor, con el velo de la inocencia
y de la gracia al dejar las vestiduras del dia.
Librad nuestras frágiles paredes de las asechan
zas del hombre malo y corrompido, y no permi
tais que seamos presa del enemigo del alma. In
fundid un rayo de luz en nuestros corazones,
para amaros con mas amor. Apartad al impío
de los escollos, para que algun dia pueda reco
nocer vuestros favores. Mirad, Señor, con ojos
compasivos á vuestro pueblo, y haced que cese
la persecucion en vuestros reinos. Protegednos,
y cuando estemos dormidos en el sepulcro, ha
ced , Señor , que nuestras almas descansen con
vos en el Cielo.»
Acabada la oracion entraron en la casa, se
sentaron en un aposento grande que las llamas
no habían hecho mas que ennegrecer sus pare- i
dea; los solitarios no tenian en ella mas adorno,
que una mesa de piedra de granito que habían
encontrado en las ruinas del castillo y algunos
asientos, obra de sus ingeniosas manos. Waldech
79
conversaba amorosamente con sus huéspedes,
admiraba las tiernas reilecsiones de los solita
rios, contábales sos fatigas, su vida, sus preten
siones, sus estudios y sus desgracias, llorando
sus estravíos; y como que les pidiera un con
suelo les contó tambien el discurso que hizo en
la academia de Ginebra. «Ahí le dijo uno de
los solitarios, vos habeis hablado como un cató.
«cof pero distais mucho de serlo, haceis alarde
de vuestra sabiduría, y en vuestro lenguage aun
se notan muchos errores, vos deseais encontrar
la verdad y por esto no dejais lo falaz de las
"mácsimas de Lutero, ni las de filósofo, hacien
do una mezcla que solo sirve para turbar vues
tra alma ; percibis los acentos de Sion, os enter
necen y acallan vuestros justos sentimientos to
do lo duro y orgulloso de las doctrinas de Mar
tin Lutero y de vuestra reforma , y aun asistis
á unos actos, que envilecen de sí todo cuanto
«1 hombre hace de bien. Calló el solitario, y
como si notara que sus palabras hubiesen sor-
prehendido la sencillez de Waldech, despues de
un rato de silencio continuó. « Pero amigo, no
es fácil de que un hombre pueda por sí solo
vencer los inconvenientes que se presentan des
pues de haber entrado en un piélago de errores,
ávuestro anhelo es encontrar la verdad, yocreo
que estais muy dispuesto para encontrarla. Ma
ñana oireis nuestra historia, y si esta no os acla
rase el verdadero camino, nuestras doctrinas
son bastantes para mostrárosla. Sulmen miraba
80
con atencion al solitario que les hablaba : era
el que por primera vez vió sentado bajo el tilo
de la fuente con un libro en la mano, erajóven
de talle elegante y noble -, su carácter demos-
trabajo ilustre de la sangre á que pertenecía, su
hermosura le habia eftagenado su corazon, y ya
empezaba á sentir una especie de confianza y
amor, que con trabajo ocultaba. i >.....
El anciano pastor na sabia si querían dtenar
en aquel aposento ó. al patio debajo la sombra
de los árboles, espuestos á la brisa de las no
ches. Lo pregunta á los solitarias , y estos le
mandan. prepararla en la mesa de piedra del
mismo aposento en el que tal vez los antiguos
Señores de aquel castillo habían celebrado sus
festines, cifrando los dias de sus placeres con
espléndidos banquetes, solemnizando alguna vez
]as derrotas de los católicos, ó mejor las victo-
rías de los hugonotes. El pastor la lava con una
esponja y la cubre con un lienzo , pone en or
den algunos platos de barro al rededor de la
mesa, algunos panes, un vaso grande de vino y
un jarro de leche. Despues lleva algunos peces
del lago Leman cocidos sobre ascuas, algunas
avecillas , fruto todo de sus trabajos y diverti
mientos, sirviendo al fin y en obsequio de los
forasteros un cabritillo asado que aun no habia
probado los tiernos madroños de aquellas mon
tañas.
Cuando iban á sentarse á la mesa, el criado
de Waldech que se habia quedado al umbral de
81
la puerta tomando el fresco, entró precipitada
mente, diciendo á los solitarios, que un ancia
no muy semejante á un monje de Venecia , se
acercaba al castillo ; al momento vieron entrar
á un hombre de aspecto venerable , que deba
jo de un manto blanco llevaba el traje de pas
tor de almas. No era naturalmente calvo , pe
ro las llamas habian despoblado su cabeza, y
en su frente se dejaban ver las cicatrices de las
heridas, que recibió en Castilla cuando con
violencia se arrojaron á los frailes de toda la
España. Este pertenecía al monasterio de S.
Gerónimo de la Nora , habiase propuesto vivir
oculto en aquel recinto y acabar sus dias en
aquella mansion de anacoretas; cuando algunos
hombres mas frenéticos, que prudentes, inten
taron pegar fuego al edificio. El buen padre se
habia escondido al dorso de un altar , padecien
do allí con resignacion el furor de las llamas y
de las ruinas que se desplomaban sobre su ca
beza. Una barba blanca le bajaba hasta la cin
tura; y para sostenerse llevaba un baston de fi
gura de cayado , un libro y unos rosarios largos
y flotantes , suspendidos á una correa , que cir
cuía y sujetaba con suavidad el tosco sayal, que
cubría su débil cuerpo.
«Este era el Padre Daniel, el anciano Sacer
dote que habitaba á la otra parte de la monta
ña, haciendo una vida austera y penitente. De
cuando en cuando visitaba á los solitarios , dán
doles lecciones saludables con que aprendían
6
82
rada dia á sufrir por su Dios, despreciando las
ociosidades, que proporciona una \ida solitaria.
Al acercarse algun dia, que la Iglesia católica
marca con el precepto de asistir al santo sacri
ficio, el padre Daniel se acercaba al castillo en las
vísperas de la vigilia. Por fortuna era aquel dia
ante-vigilia de la Asuncion de la Virgen , fiesta
que los católicos acostumbramos solemnizar con
toda especie de festines; los solitarios habian eri
gido el altar del patio bajo la invocacion de la
Madre de Jesus , proclamándola su protectora;
razon suficiente para que aquel venerable sacer
dote, pastor de almas se acercase á su pequeño
rebaño para prepararse con anticipacion, á fin
de hacer mas solemne semejante fiesta. A su
vista se postraron los solitarras para recibir
su santa bendicion , saludándole con los epítetos
de padre y mártir de Jesucristo.
Por el Dios verdadero , exclamó Waldech lle
no de temor y admiracion, esto está hecho. Sul-
men, ved aquí al augusto anciano que se te ha
presentado en el sueño, j Ah hija mial ¿ cómo
es posible que este hombre haya dejado los mu
ros de Ginebra y venido aquí en tan poco tiem
po, para realizar un hecho, que podia ser no
mas que un puro sueño? ¡Oh, tu que estás car
gado de dias ! qué significa este cayado que lle
vas? ¿ Serás por ventura algun rey sin corona
que vas errando por estas montañas, ó algun
sacerdote católico perseguido en naciones es-
tranjeras? ¿O serás de aquellos mortales que
83
gozando ya de la graciade Dios bajan á la tierra
para ejecutar sus designios? ¡ Ah ! Dígnate mos
trarnos la verdad, que nosotros la buscaremos.
Sulmen miraba á aquel venerable anciano,
trémula y confusa ; su manto , su modo de an
dar, su cayado, su barba blanca, sus miradas
espresivas le demostraban bien claramente, que
era el mismo que habia visto en sueños; pero
allí no veia á los niños. Mil pensamientos en
contrados apuraban su corazon. El padre Daniel
miró un rato á Waldech con sorpresa; despues de
un momento de silencio, Señor , respondió : este
cayado que llevo sirve para afianzar mis vaci
lantes pasos, señal de mi corta peregrinacion
sobre la tierra; yo no soy monarca, sino un po
bre pastor de almas. Sirvo bajo las órdenes del
sucesor de S. Pedro, al que derramó su sangre
por vos y por todo el mundo. Esta es la verdad,
y si vos quereis , os enseñaré á conocerla ; esta
religion no ecsigirá mas de vos, que la ofrenda
de vuestro corazon. Volviéndose entonces á loí
solitarios; vosotros sabeis, hijos mios, el objeto
que me trae aquí; pasado mañana es la fiesta
de la Asuncion, es preciso santificarla como de
be todo católico, mañana arreglaremos el altar,
y una vez que el cielo os ha enviado á estos
estranjeros no se desdeñarán de presenciar un
acto que sin duda les facilitará una leccion para
llegar al fin que apetecen.
El pastor del castillo acercó los asientos á la
mesa , Waldech se sentó al lado del anciano
84
sacerdote, Sulmen al de su padre, y los solitarios
se acomodaron al rededor de la mesa. El minis
tro del Dios de Jacob bendijo los manjares, con
versando despues con tranquilidad llenos de
cordialidad la mas afectuosa. Mientras comían,
el pastor leyó en alta voz algunas instrucciones
sacadas de) Evangelio y de las cartas de los
Apóstoles. El padre Daniel comentó del modo
mas amable lo que dice S. Pablo sobre los de
beres de los que aspiran al matrimonio , aña
diendo las saludables refleesiones con que el
Ángel Rafael amonestó al jóven Tobias para re
cibir por muger á Sara hija de Raquel de la
misma tribu de Neftalí. Sulmen temblaba, y álo
largo de sus mejillas caian lágrimas virginales
como perlas ; Waldech, los solitarios, el pastor y
el criado, sentían el mismo encanto, todos es
taban enternecidos. Dieron fin á la comida de
la tarde con la accion de gracias, en la misma
sala del castillo en la que sin dudaalgunasveces
los hugonotes tuvieron sus aterradoras juntas ,
para combinar algun plan contra los católicos: y
se fueron á sentar al umbral de la puerta del
castillo en un banco de piedra que los solitarios
habian construido de las ruinas del castillo, for
mando como media luna.
El pequeño rio, que casi circuye toda aquella
montaña, siguiendo sus unduosidades, caminaba
con lentitud por el pié de la misma á vaciar sus
cántaros en el lago, con la misma lijereza con
que una jóven serpiente deslizándose por la
83
pradería huye de las opresoras plantas del sega
dor, nacido de una fuente que resonaba á lo lejos
formaba con su eterno murmullo un contraste es*
traordinario con el lúgubre aullar de los lobos
y el cantar triste de las aves nocturnas; pasan'.
do despues á recibir las cristalinas aguas que
chorreaban por entre las duras peñas de aquella
montaña, reuniéndose todas en su pequeño cau
ce cubierto con la sombra de los árboles , de los
arbustos y de las flores, fertilizaban aquellas pra
derías. Regado aquel pequeño valle con las dul
ces aguas de este rio , crecían por todos lados
frondosísimas arboledas de álamos, tilos y abe
tos. Las cimas de las montañas estaban cubier
tas de espesísimos bosques de pinos , hayas y
mirtos poblados de lobos , de zorras , de ardillas
de javalíes de una magnitud monstruosa. Los '
pastores de Prex, que no se atrevían á penetrar
por aquellas soledades temiendo que los anti
guos señores hugonotes de aquellos bosques no
atacasen sus reses con una manada de las fieras
que habitan en las concavidades de aquellas
rocas, descuidaban aquellos deliciosos pastos.
Entre tanto el pastor del castillo cubierto con
una piel de javalí , apacentaba tranquilamente
sus ganados aprovechando con alegría aquella
fértil soledad.
Todo era grave y risueño , sencillo y sublime
en aquel cuadro. En medio del cielo se descu
bría la luna que estaba en su lleno derramando
por aquellos valles una luz permanente, pon» jo
86
jiza como Ȓ la Reina de la noche llorase su viu
dedad buscando á su esposo radiante, enjugan
do sus dulces lágrimas, cubriendo su dorada tez
con un velo sumerjido en la sangre de su ma -
rido ; por la parte del medio dia se veia uno de
aquellos metéoros que, aunque hijos de la natu
raleza, no dejan muchas veces de presagiar á
los mortales alguna desgracia : era este una co
luna de fuego que, bajando en línea recta, rema
taba en punta, como si amer.azára á las cabezas
de los mortales; caminando con lentitud hacia el
occidente indicaba que allí sin duda seria el oca
so de sus lúcidos instantes. Los solitarios que
contemplaban aquella escena , no se ocupaban
entonces de las raras curiosidades de la tierra.
£1 padre Daniel les hablaba con ternura dicién-
doles « puede ser que lo que presenciamos no sea
mas que efectos de la naturaleza, pero los mis
mos y otros señales indicarán la disolucion de
esta máquina , en que las naciones juzgan ser
eternas, por haber edificado sus palacios so
bre las ruinas de los templos y por haber pro
vocado al mismo Ser que los crió y que les
volverá á su primitivo estado. lAh! nueva Jeru-
salen, esclaiqaba regando con lágrimas su enca
necida barba, todos tus enemigos te han provo
cado, silvaron y rechinaron sus dientes y dije
ron, te devoramos , ha llegado el dia que espe
ramos, lo hemos encontrado, lo vemos. Los re-
y«s de la tierra y todos sus habitantes no cre
yeron qua el enemigo entrase por las puer-
87
tas de Jerusalen. Han sido mas veloces nues
tros ¡perseguidores que las águilas, nos persi
guen en los montes y arman asechanzas en el
desierto. ¡ Oh Señor ! cuan prodigiosos son
vuestros acentos, hablais á vuestro pueblo con
la peste, con el hambre, con la guerra, con
la tempestad y con la desgracia, y él tendido
en el letargo de sus pasiones no responde a
vuestra voz. » Hijos de los polos, temed la voz
que se oirá en el oriente; porque será la voz
del Senior. Vosotros le oireis á un tiempo con
los del occidente, y todos temblareis bajo los ra
yos de la ira de Dios.» De esta manera se ensan
chaba el corazon de aquel anciano varon: en sus
palabras se notaba un carácter profético , llo
rando sobre sus hermanos casi los mismos ma
les, que el profeta lloraba sobre Sion.
Waldech y Sulmen estaban sumerjidos en un
profundo llanto: estaban demasiado absor
tos, para que entendieran el lenguaje de Daniel,
acostumbrados solo á seguir los argumentos que
les dictaba la razon, recibían, digámoslo así, no
mas que una luz escasa mezclada con sombra; y
por lo mismo no podían en manera alguna per
cibir las vivas claridades que el evangelio infun
de en los corazones cristianos. Los solitarios es
taban por su parte abismados en los mas serios
pensamientos : lo que para los forasteros no era
mas que el triste cantar de un desgraciado, era
para ellos unos misterios incomprehensibles y
unas verdades «temas. Hubiera durado largo
88
rato aquel silencio , si el anciano sacerdote no
les hubiera indicado que la noche estaba cerca
su mitad, convidando en su consecuencia á sus
huéspedes al retiro. Como una manada de pa
lomas campesinas, que despues de haber gusta
do las cristalinas aguas de un arroyo, separán
dose de él se retiran ó á las ramas de un árbol,
ó al hueco de una roca para pasar la noche; de
la misma manera se retiraron aquellos cristia
nos despues de haber recibido la bendicion del
padre Daniel. # -
A Waldech le condujo un solitario á un apo
sento que habia á la otra estremidad del castillo
que se habia preparado para él, no lejos de la ha
bitacion de Sulmen. El padre Daniel despues de
haber meditado la palabra de la vida , se tendió
sobre una cama de cañas y hojarasca que él mismo
se habia arreglado bajo la bóveda medio arruina
da de un pórtico cerca del patio: pero apénas ha
bia cerrado los ojos cuando oyó una voz confu
sa que le llamaba por tres veces. Dispertóse He
no de una santa agitacion , creyó que reconocía
en aquella voz misteriosa algun aviso para los
cristianos, y púsose á orar con abundancia delá
grimas: al cabo de un rato quedóse dormido
puesto de rodillas, y le sobrevino un sueño. Pare
cióle que veía á Dios lleno de cólera que iba á
descargar sobre los hombres. Lo que hasta aquí
no habia sido mas que una persecucion indirec
ta , iba á permitir á los perseguidores el desca
re, el furor y la violencia; veía correr de nue
89
vo la sangre de los ministros del santuario, y ca
si sin adoradores al Dios verdadero. Oyó con
horror los bramidos que S. Juan vio' en la Isla
de Patmos haciéndole esclamar dispertándose
lleno de terror. ¡Mirad Señor, que nos acomete!
Púsose otra vez en oracion pasando todo lo res
tante de la noche lleno de un santo temor.
NARRACION.
100
naturaleza fuerte y robusta, por lo regular
aventaja su talle á los Aragoneses y Catalanes,
llevando con los últimos mas paridad. Laborio
sos han dominado la aspereza de las montañas,
para construir los ricos caminos que solo el tra
bajo podia lograrlos ; lo que el país tenia de es
teril por su natural , lo han cambiado sus brazos
en campos fértiles; ó mas bien en deliciosos jar
dines. La abundancia de caza es la mas bella y
general distraccion de los Navarros. Una infini
dad de ganados de toda especie esmaltan sus
inmensas praderías, constituyendo la mayor
parte de sus riquezas. Uua cordillera de altas
montañas dividen este hermoso país desde San
güesa á san Roman de Álava dándole lá distin
cion de Navarra alta y baja. La subdivision en
cinco departamentos, que son Pamplona, Es-
tella, Sangüesa, Olite y Tufela, es uno delos
tantos privilegios. El Ebro atraviesa el departa
mento de Tudela fertilizando y hermoseando á
la ciudad que da el nombre á la pequeña pro
vincia, y separa inmediatamente lo restante de
Navarra, de Castilla la vieja. Varios otros rios
riegan proporcionalmente todo el Reino y son
otras tantas ramificaciones, que corren á au
mentar con sus aguas las del caudaloso Ebro:
tales como el Aragon, el Lídanos, el Salero, y
el Ega por la parte baja; llenando estos sus
cántaros en la parte mas alta, esto es en los
rios Ezca , Zalazar , Arati , Arga y Bidasoa que
paseándose por el Bastan, lleva sus aguas á
101
Fuenterrabía. He aquí poco mas ó menos una
breve descripcion del famoso Reino de Navarra,
mi triste patria. Ahora será preciso que os dé
á conocer á mi familia. Mi Padre, que se llama
Ramiro Guibelalde, es propietario de cuantio
sos bienes, que posee entre Lecumberri y San-
tistéban; enlazado con una muger pobre, sen
cilla y piadosa , se contaba por feliz porque el
cielo oyó sus votos; y si bien no le dio una mu
ger de mayor fortuna , se la dio sin embargo
cristiana , que es lo que hace la dicha del ma
rido y el amor de los hijos ; se llama Inés de
Urbizo. Ramiro mi padre, dotado de un ca
rácter emprendedor y valiente como todos los
Navarros, es zeloso de su patria. Jamas ha des
mayado su brazo inmortalizado en mil escara
muzas. Ya sabeis que en mil ochocientos ocho
los Franceses invadieron la España, causando
al suelo Ibero males de infinita consideracion;
tuvo él la osadía de oponerse el primero á una
espoliacion tan infame, y siguiendo otros muchos
su ejemplo continuó haciendo una guerra ir
reconciliable al invasor, á la cabeza de aque
llos valientes. A.manec¡ó la paz, y Fernando
ocupó de nuevo el trono de sus mayores : en
tonces este Rey noticioso de los servicios de Gui
belalde le envió las gracias con una cruz de San
. Fernando, pidiéndole que si tenia un hijo se le
enviara, porque era su voluntad que sirviera
alguno de su familia en las milicias de la guar
dia en premio de su lealtad. Mi padre, como
102
no esperaba recompensa alguna, aceptó con
placer las gracias del soberano, cargando sobre
mis inocentes hombros una carrera para mí
tan pesada como odiosa. Pasaron catorce años
haciendo Ramiro un papel insignificante, por
que una enfermedad nerviosa habia atacado su
salud, y es así que pasó el año veinte y el veinte
y siete sin que su victoriosa espada se mancha-
Ta con sangre derramada en una guerra fatricida .
Fernando habia ya vuelto de Cataluña, á donde
habia ido para contener á los que habian dado
el grito de alarma; cuando un dia Ramiro me
dijo, a Avertano, mi amado hijo, nuestro Sobe
rano en justo reconocimiento de mis servicios,
me colmó de honores, pidiéndome por gracia
singular el que enviara á uno de mi familia para
que sirva en sus guardias , yo te ofrecí que aun
estabas en pañales, destinándote para la carre
ra militar : se hace preciso que vayas á cumplir
con una promesa con que tu padre sin reflec-
sion se obligó. ¡ Ah ! si pudiera retirar mi pa
labra, apartaría de mi corazon el mayor de mis
males y me tendría por mas feliz; pero tu parti
da ha de precipitarme al sepulcro, ó cuando
menos me será mas funesta que la pérdida de
José, lo fué para el anciano Jacob ! »
Mi familia dotada de sabiduría por medio de
las lecciones de adversidad y por la sencillez de
las costumbres patriarcales , y educada con fe
licidad bajo las doctrinas católicas gozaba en
tre los Navarros de una gran reputacion, por
que jamas la casa de Guibelalde había mentido
su esclarecido honor. Sometido á la obediencia
debida á mis padres, pasé los dias de mi infan
cia en las orillas de los arroyos y entre los bos
ques de aquel valle. La Religion cubría mi al
ma con sus alas, y, como una flor delicada, le
impedia que saliese de su capullo antes de tiem
po, y prolongando la ignorancia de mis tiernos
años, solo parecía que anadia inocencia á la
inocencia misma.
Sonó la hora fatal de mi destierro. Yo era
el mayor de los tres hijos de Ramiro, y aun no
había cumplido los diez y seis años. Pronto á
obedecer las órdenes de mis padres , me habia
ya despedido de mis parientes y amigos y no
sin dolor de los bosques mismos que circuyen
nuestra casa. Diome mi padre su bendicion ex
hortándome con sus sabios consejos, derraman
do un torrente de lágrimas consideraba mi de
licada edad , en medio de los encantos y seduc
ciones de una corte. Yo por mi parte no enten
día si mi padre quería deshacerse de un hijo,
que tanto amaba; mi llanto le aumentaba el
dolor, y á mi me comunicaba una especie de es
tupor que me privaba el libre uso de mi discer
nimiento. Mi pobre madre me condujo á Pam
plona y al dia siguiente me acompañó hasta
una muy larga distancia de la ciudad. Un criado
antiguo de mi padre , é interesado por el bien
de mi casa , debia servirme de apoyo y director
en todas mis cosas, haciéndome las veces depar
104
dre y de criado : nos despedímos por fin de mí
querida madre; subimos á nuestros caballos y
miéntras íbamos marchando, ella levantaba las
manos al cielo ofreciendo á Dios su sacrificio.
Se le despedazaba el corazon con la idea de un
camino tan largo, de los tiempos tan borrasco
sos y de este mundo todavía mas borrascoso en
que iba á meterme jóven y sin esperiencia. Ya
habia caminado un largo trecho: é Ines aun es
taba conmigo para alentar mi juventud, como
una águila madre enseña por primera vez á su
pichoncito volar sin temor hácia los rayos del
sol. Pero al fin le fué preciso dejarme; detuvién.
dose en un lugar elevado me díó el último abra
zo; nosotros íbamos bajando aquella pequeña
cuesta y ella desde lo alto estuvo largo rato ha
ciéndome señas; lanzaba dolorosos gritos, y
cuando me fué imposible distinguir mas á aque
lla tierna madre, todavía procuraban mis ojos
descubrir las montañas del Bastan y el cielo que
cubria horizontal mente la herencia de mis pa
dres.
Mientras íbamos caminando , se me presen
taban de continuo en mi imaginacion los dulces
objetos que acababa de dejar; mis ojos anega
dos con las lágrimas , buscaban en el círculo
eterno el venturoso dia en que por otra vez
pudiera abrazar á mis queridos padres, mi co
razon lleno de amargura y trabajado por el te
mor veia grabadas en las páginas del porvenir
m» horrible jamas que desgarraba mis entrañas.
- 105
Mi criado lleno de esperiencia por su edad , c
instruido por la desgracia , procuraba desva
necer las ideas que tanto acibaraban mi débil
corazon ; las tiernas reflecsiones que me dicta
ba, en vez de fortalecer mi espíritu desarmaban
mis fuerzas, y estaba ya á punto de entregarme
á una tristeza desesperada. A poco rato descu
brimos el hermoso pueblo de Puente la Reina:
su pinturesca posicion bajo un cielo sereno y
embelesador distraía mis fúnebres pensamientos,
reemplazándolos la deleitosa perspectiva de las
aguas brillantes del Arga, que reflejaban con los
dorados rayos del sol; los cristales de las venta
nas de las casas resplandecían esmaltando el
monótono tejado de la poblacion, las arboledas,
los viñedos y bosques presentaban á un tiem
po todo lo que los palacios de los Reyes tienen
de mas admirable por su magnificencia y de
mas agradable por su hermosura. Nos detuvi
mos en esta poblacion para tomar alimento,
continuando inmediatamente nuestro viaje.
Este era muy feliz si las aguas del Arga no me
hubiesen abierto otra vez las cicatrices de mi i-
maginacion. De estas aguas, me decia á mi
mismo ¿cuanta porcion ha bañado las paredes
de la casa de mi padre? tal vez éste mismo sen
tado á la orilla de su casa las habrá aumenta
do con su llanto, i Ah ! me preguntaba ¿ y vol
verán á ver á mi casa nativa? No... Habíamos
andado algunas horas sin que ni yo, ni mi cría-
do interrumpiéramos el profundo silencio que
guardábamos, de cuando en cuando íbamos á
aventurar algunas palabras, pero el dolor opri
mía el corazon de entrambos é imposilitaba
nuestra habla. Por ultimo mi criado salió de
este enajenamiento y me habló en estos térmi
nos. «Avertano, ¿porque apurar de tal manera
la copa de la amargura? cualquiera al vernos
creería que somos algunos ingratos, arrojados
de nuestra patria y que lloramos fuera de tiem
po nuestros males; el que esté mas enterado de
nuestra historia nos tendrá, ó por desconGados
con el cielo, ó cuando menos por cobardes in
capaces de arrostrar un contra tiempo. ¿ Cuan
tos miles trocarían su suerte con nuestra des
gracia y se tendrían por los hombres mas feli
ces, con solo gozar los honores, la gloria y la
noble reputacion que os espera? ¿Por ventura
os tendreis, Avertano, por mas desgraciado que
José vendido por sus hermanos , sin mas espe
ranza de ver á sus padres que la confianza en
el Eterno? ¡ Sin libertad, esclavo y lejos de su
patria, sin el menor apoyo ni nolicíadesucasa!
semejante á una tierna vid separada con violen
cia del árbol centenario, que deja de ecsistir ba
jo la horrible hacha del leñador. Estas palabras
me hicieron recordar mi religion , y articula
das con acento bondadoso penetraron en mi in
terior y ennoblecieron mi espíritu. La noche
nos cojió en las cercanías de Logroño , pero sin
embargo lográmos entrar en la ciudad y alber
garnos en una de sus fondas. Debo advertir una
107
seduccion que fué mi primer paso al abismo,
aunque no fué criminal por mi inocencia. La
calle estaba ricamente adornada con colgadu
ras, el alumbrado con cierta monotonía conver
tía la calle en un estado sorprendente, el bulli
cio de la gente y la alegria reinaba por todas
partes: era la fiesta de aquel barrio. Nosotros
despues de haber recorrido y visitado á algunos
conocidos de mi padre, nos volvimos á la fonda;
un gentío immenso llenaba todos los aposentos
y ya estábamos para volvernos, cuando se me
acercó un jóveu muy elegante, ofreciéndomesu
amistad ; persuadiome á que nos quedásemos ,
añadiendo que se preparaba una buena diversion,
y que él nos acompañaría por todas partes.
Aunque me encontraba muy fatigado de un
camino tan largo y pesado , acepté sin embargo
su propuesta. Dije á Severo, que asi se llama
ba mi criado, para que me arreglase lo necesa
rio para el descanso. Me fui con mi nuevo ca-
marada, dimos algunas vueltas por la calle, pre
senciando las diversiones de un pueblo embria
gado y mirando con cierta complacencia unos
actos que hasta aquella ocasion no habia co
nocido, y que la honradez de mi sangre debía
evitar. Mi compañero notó seguramente mi
inclinacion y me condujo, segun él decía, á casa
de un su amigo. Aunque apenas habia salido de
mi infancia, tenia yo una imaginacion muy viva,
y mí juicio era susceptible de profundas medi
taciones. Conocí bien pronto mi posicion; pero
108
demasiado tarde; fui cómplice, mi indiferencia
me llevó al punto de faltar con mi religion. El
lazo en que me vi cogido nada tenia que no fue
se muy inocente en la apariencia. La tristeza
que pocas horas antes dominaba mi corazon,
asomó otra vez en mi rostro, y ocultando mi tur
bacion me despedí de mi compañero. Me fui
á descansar, partiendo al amanecer de una po
blacion , que mis tardíos remordimientos me la
hacian odiosa.
Apenas habiamos dejado las ultimas casas,
nos encontramos con dos estranjeros que, como
nosotros, se dirigían hácia Burgos, nos asocia
mos con ellos, atravesando un largo trecho de
camino desierto, cubierto de espesísimos pinos,
guarida cierta de ladrones. Montado en mi ala
zan, algo triste y pensativo iba siguiendo las
huellas de los estranjeros, uno de ellos notó
bien pronto mi mal humor, acercóse á mi y
tomando al parecer interes en mis inquietudes,
me hizo olvidar mis desgracias y aun los recien
tes deslizes, con la relacion de su vida y sus
trabajos. Sus discursos me embelesaban, y pron
to no dudé en creer que era un hombre sabio; mi
tierna edad me hacia respetar sus canas unidas
á la elocuencia de sus palabras. Aunque sus ar
gumentos me convencían , con facilidad entre
veía sin embargo la falsedad de sus doctrinas.
Como Severo se había adelantado con el otro
estranjero ; no le fué fácil ayudar á mis tiernos
días para combatir las falacias , con que él que
109
me hablaba procuraba rendir mi juventud.
Nuestra conversacion fué larga y animada, y ya
descubríamos las altas torres de Burgos, cuando
mi interlocutor se empeñaba en hacerme creer
que los jóvenes éramos elejidos por el cielo pa
ra ir cambiando insensiblemente la forma del
orbe , atacando sus usos y costumbres : y que
para ello debiamos solo guiarnos por las luces
del entendimiento, desoyendo las reflecsiones
de los padres, que él llamaba preocupaciones.
La libertad, decia, hará ver que los hijos no
deben prestar obediencia á los padres, porque
estos los crian para sus intereses y regalos, y al
mismo tiempo que ni estos ni sus hijos la deben
á la Iglesia ni al gobierno, porque todos los hom
bres son iguales por su naturaleza ; añadiendo
que la obediencia es una cosa arbitraria. Nos
apeámos al momento de nuestros caballos ; pues
habiamos llegado á Burgos, y nos encontrá
bamos en la posada. El estranjero sacó con mu
cha lijereza un pliego de entre su equipaje,
ofreciendomelo con toda cortesía; aunque me
resistí á aceptarlo, insistía con su oferta , al pa
recer enojado de mi negativa; acepté por fin,
pero en esle segundo lazo , mi prudencia hizo
mas de lo que podia mi perturbado corazon.
Me fui con Severo, le enseñé el regalo y le con
té toda la conversacion que habia tenido con el
estranjero; deshicimos el pliego y vimos con
sorpresa que eran libros, leemos su sobre, lle
gando la indignacion de Severo á su colmo al
110
ver la moral universal de Hobae, el Evangelio
del pueblo y los Fracmentos de Rousseau y Vol-
taire. Mi criado los hizo mil pedazos, y sospe
chando con fundamento de mi inocencia, me
aclaró los sofismas de aquel insolente estranje-
ro. Estos ataques dirigidos directamente á mi
candidez habrían sin duda alterado mi cabeza;
si mis padres no me hubiesen educado con to
do esmero en mi infancia con lecciones saluda
bles, rociando y fortaleciendo mis primeros dias
con el dulce aroma de la virtud.
Salimos de Burgos, y al cabo de tres dias
de un viaje muy penoso, descubrimos las cimas
dejas montañas de Fuencarral y Guadarrama.
La capital de España no tardó en mostrarnos
sus elevadas torres. Edificada en medio de una
inmensa llanura , sobre siete pequeñas colinas
cubiertas todas de menudo pedernal, parece
muestra con soberbia al viajante su poderío , y
con noble orgullo el albergue de aquellos reyes
antiguos, dignos por cierto de que el sol dorase
continuamente con sus rayos sus conquistados
dominios. Al poner los pies en Madrid, me sor
prendió Tin aire de grandeza, para mi descono
cido hasta entonces. A los elegantes edificios que
recuerdan él genio sublime de la Grecia, sucedí
an otros monumentos mas vastos y magestuosos
marcados con el sello deotrojenio. Mi sorpresa
;se aumentaba á medida de lo que adelantaba
vj)or la calle de Fuencarral. Aquellas calles en
losadas con piedras muy pequeñas y bien colo
111
cadas, parecen á primera vista que lo estan con
granito. Al lado de los palacios de los Reyes y
de los Grandes , admiraba los suntuosos tem
plos, revestidos con un carácter muy diferente,
y las casas de los artesanos. Al ver tantos pro
digios, caí en una especie de enajenamiento,
que no habia podido preveer, ni sospechar.
En vano quisieron mi criado y los amigos
de mi padre, á quienes iba yo recomendado, ar
rancarme de aquel mi encantamiento. Lo que
no pudieron alcanzar las primeras tentativas de
Logroño y Burgos, lo alcanzaron los atractivos
de la corte. Encargado de mi destino y entabla
das algunas relaciones de amistad, solo mi pen
samiento se dirigía á las diversiones ; llegué al
punto de olvidarme de mis deberes. Iba incesan
temente del palacio á la puerta del sol, al paseo
de Flora, al de las Delicias, en seguida al del
Prado, concurría al Circo, al teatro del Principo,
al de la Cruz y mientras hacía estas correrías de
una curiosidad peligrosa y olvidaba las lecciones
de mi padre, la memoría de las últimas pala
bras que me dijo mezcladas con lágrimas, amor
tiguaban mi furor sin lograr impedir mis crimi
nales intentos.
No me saciaba de contemplarlos movimien
tos de un pueblo compuesto de todos los de la
monarquía; veia con indecible placer á un An
daluz con su sombrerito gacho al lado de un ca
talan , que con su gorro encarnado , flotante á
lo largo de sus corpulentas espaldas, con laman
112
ta al hombro y fumando con su pipa, con risa
sardónica y aire insultante nó Hacia el menor
caso de su charlatan compañero. El carro de un
simple comerciante , como hacía lugar al coche
de un ministro, ó palaciego que volaba al de
sempeño de sus funciones ; enajenaba mi enten
dimiento la diversidad de trajes tan diferentes,
como las mismas provincias ; pero no podia ver
sin horror el orgullo de la corte, la impruden
cia, ó mejor la arrogancia, con que un jóven
empleado trataba á un anciano que, por su in
triga habia decaído del concepto del príncipe;
esto me llenaba de ira. Pero bien pronto cam
biaba mi pasion el aire gracioso de las jóvenes
Madrileñas, que su vivo y cariñoso hablar me
arrebataban el ánimo : y es así que las empieze
á amar.
« ¡Cuantas veces visité aquellos deliciosos ba
ños. de la calle de Hortaliza. Ancha de avapies
y de la de los jardines; los palacios, las casas de
los grandes y los edificios públicos tan bien cons
truidos y tan ricos ! La grandeza de la corte Es
pañola , muy lejos de la de Roma en tiempo de
los Césares, aventaja á lo que esta no hacia
mas que igualar las líneas de la arquitectura
romana: los acueductos no tan suntuosos como
los de la metrópoli del orbe, llevan las aguas de
Fuencarral Chamartin y Venta del Espíritu San
to á aquella grande poblacion sobre arcos sin
adorno y sin lujo , pero de una construccion ad
mirable. Despues de haber filtrado siete leguas
113
por las montañas de Guadarrama. El intermina
ble ruido de las fuentes adornadas con estatuas
de mármol, que recuerdan los genios seducto
res de la mitología, ó bien el emblema de una
nacion fuerte y esclarecida ; numerosos jardines
embellecidos tambien con estatuas, pirámides y
obeliscos , en medio de bosques de árboles lle
vados de todos los climas y regiones á tanta cos
ta; solo parece que las artes han dominado á
la naturaleza , reuniendo en la zona templada
los engendros del cielo helado y de los rigores
de un sol abrasador. La campiña que el Madri
leño tiene de menos cultivar ahora y es apta
para muchas producciones, se presenta á los
ojos del viajante como un país del todo estéril,
obligando con el orgullo del dominio á los de-
mas pueblos del Reino á proveer á su subsisten
cia. Las aguas dtl Manzanares brillan en medio
de la inmensa llanura, adornada sin embargo
con infinitas casas de campo muy cómodas y
agradables. ¿Qué puedo deciros mas? En Ma
drid encontré todo cuanto es capaz de saciarlas
delicias del hombre, hablando de sus pasionesy
de sus virtudes.
¡ Pero y cuan admirable es esta religion que
se ocupa en mantener la paz al corazon hu
mano, y que sabe poner límites á nuestra curio
sidad, lo mismo que á nuestras inclinaciones
terrenas ! Yo me entregué sin freno á la viva
cidad de mi imaginacion, y este paso agigantado
hacia mí ruina , me hizo perder el gusto de las
8
114
cosas serias ; así es que puesto en el desempeño
de mis obligaciones , envidiaba la suerte de los
jóvenes perdidos , que se entregaban sin remor
dimientos a todos los placeres de su edad.
Como habia tenido una particular aficion á
la lectura, determiné visitar las bibliotecas y
frecuentar las escuelas de elocuencia é historia.
Asistí algunos dias á las lecciones de un sabio
Jesuíta, y empezé á tratar con los compañeros
de mis estudios. Dos fueron en particular los
que en los primeros dias se unieron á mi con
una amistad mas íntima , agradable y sincera :
Felipe Arbullo y Dionisio Langara, añadién
dose despues en nuestras conversaciones y cor
rerías Agustín de Unzoe.
Felipe Arbullo descendiente de un simple
propietario de Vallecas, pueblo que se encuen
tra en las cercanías de Madrid , era un jóven
amable y de feliz talento: su propension á las ar
mas le hacia mirar con desprecio la literatura,
á cuya carrera estaba destinado. Su carácter
apasionado tenia una dulzura encantadora, por
que su natural estaba muy inclinado á la con
templacion ; aunque la demasiada delicadeza de
su alma hacia que algunas veces fuese ecsalta-
do ; un tropel de sentencias hermosas, de pensa
mientos profundos, revestidos de imágenes bri
llantes salian incesantemente de su boca , des
cubriendo todas estas circunstancias un genio
emprendedor , que le llenaba de orgullo ; con su
modo de hablar hipócrita no podia ocultar muy
115
bien el fuego de sus pasiones, se comprehendia
con facilidad que era amante de los mayores de
sórdenes.
Una choza de Vizcaya fué la cuna de Dio
nisio Langara ; hijo de infelices padres se habia
dedicado á las letras desde sus mas tiernos años
en Bilbao, habiendo aprendido la lengua fran
cesa con perfeccion , determinó establecerse en
Madrid y abrir allí una escuela, y logró en poco
tiempo los aplausos de la corte con un crecido
número de alumnos. Su imaginacion impetuosa
no le dejaba un momento de reposo, pasaba
con inconcebible facilidad del esceso del estudio,
al esceso de los placeres. Irascible, inquieto, di
fícil de que perdonara una ofensa , de un genio
bárbaro, parecía que tenia mas disposicion para
empuñar una espada , que para profesor ; de
biendo con dificultad contener su genio delante
de sus alumnos que le procuraban su rica manu.
- tencion. Aquella alma de fuego ya necesitaba
que probara segunda vez las altas y encrespa
das cimas de las montañas de su tierra nativa, y
sufrir por algun tiempo las inclemencias de la
naturaleza, para sufocar su escesivo ardor.
Agustín de Unzoe , aunque jamas quiso re
velarnos su nacimiento, parecía descender de
sangre ilustre, porque anunciaba en sí todas las
prenda* de un hombre grande : humilde, cari
tativo y sensible al encanto de la elocuencia pa
recía que estaba destinado para ocupar una tri
buna, ó mejor para consagrar sus dias defen
116
diendo la razon con la pluma. Si en las muje
res no hubieie hallado como Arbullo y Lan
gara el escollo de sus virtudes y el origen de
sus errores ; Unzoe seria el Agustín de nuestros
dias.
Tales eran los amigos con quienes pasaba
yo los instantes en Madrid; Unzoe estaba em
pleado cerca de Fernando lo mismo que yo; es
ta igualdad en nuestra situacion , aun mas que
la de la edad, decidió su inclinacion á mi favor.
El genio de Unzoe aborrecía la fatal intriga y
las bajezas de la corte; sosteniendo su empleo con
tra su gusto, é yo, como la desgracia en vez de la
suerte me llevó á Madrid, no es estraño que mi
destino se me hiciese insoportable. El disgusto
nos unió mas íntimamente, porque nada hay
que prepare dos almas á la amistad tanto como
la semejanza en los destinos, mayormente cuan
do estos no se gozan con felicidad. Nuestro ca
riño se aumentó en estremo, y la suerte, ó su
frimiento de cada uno, alegraban y afligían
nuestros corazones de la misma manera que un
resorte mismo moviera los dos á una vez.
Cuando llegué á Madrid parecía que todo
el mundo yacía en paz , empleado en el palacio
veía demasiado y aun algunas veces era el ju
guete de las tramas de los partidos. A los ojos
del pueblo se ocultaban las quimeras , se prote
gía en cierto modo la industria, el comercio re
nacía, y la agricultura Sin esperanza de cobrar
jamas su espíritu vital , dejaba asomar en la su
i 17
perficie de su esqueleto una funesta sonrisa ,
mientras las artes y ciencias hacían sus ade
lantos. Pero todo era aparente. La desunion
reynaba en la casa Real, ya no era difícil
que un diligente astrónomo vaticinara el cho
que que el cometa de la discordia iba á dar en
«ta parte del mundo , podia señalarse el año,
el mes, el dia y aun las horas; porque de puer
tas á dentro se veia su curso, se notaba su velo
cidad, y lo que podia tenerse por problemático,
daba todos los días nuevos y relevantes sínto
mas de infalible.
Vosotros que habeis tenido la dicha de vivir
distantes de aquella corte, no podeisjamas ima
ginaros las desgracias , es preciso que os las pin
te. Quiera Dios que si llega el venturoso dia en
.que conozcais la verdad, elijais las soledades en
vez de los palacios , en vez de aumentar el nú
mero de los palaciegos , que hacen de los mo
narcas indecisos y débiles el juego de sus rique
zas, i Ojalá que jamas hubiese sentido las tem
pestades que allí se forman, y que sin ser cono
cido hubiese pasado mi vida en los valles del
Bastan, es decir en obscuridad, del mismo mo
do que el rio que baña las paredes de mi casa
paterna , pasa por las honduras del valle , para
reunirse con *1 Argaí Pero ah ! una vida solita
ria y humilde no me habría siempre puesto á
'cubierto del poder. El huracan que arranca de
raiz una corpulenta encina, derriba tambien
-con ella al pequeño insecto que se crisálida en
118
los Millos de sus ramas, en donde juzgaba
pasar tranquilo los rigores del invierno, para
remozar en la primavera. Y supuesto que nada
puede ponernos al abrigo de las tempestades po
líticas es útil y aun prudente conocer la mano
que puede esterminarnos.
Ya sabeis que España como otros muchos
reinos es presa de los partidos, ¡mal contagioso
que se propaga á medida que las luces del siglo
van desarrollando el secreto de las pasiones. Es
te suelo digno de mejor suerte, ha sufrido du
rante algunos años toda especie de desgracias;
fué invadida de un modo cobarde por un ejér
cito opresor... Los pechos españoles supieron
dar la última prueba de su decision y honor.
De este ejército , todo el mundo , generalmente
hablando , cantó su derrota ; pero los que á los
ojos del pueblo parecíamos vencedores, á los
ojos del sabio parecíamos vencidos. El enemigo
se presentó á la batalla con arma doble , vieron
los españoles en los soldados de Napoleon una
falanje de frenéticos y cobardes y como una
manada de criminales escapados de la mano del
verdugo. Jamas transijieron con ellos, los odia
ron y persiguieron ; jamas transijieron con sus
espadas y lanzas : pero sus doctrinas sedujeron
una parte del pueblo... ¡origen de nuestros
males! Esta pieza jugó su alta reputacion, y las
reacciones que hasta entonces habian rechazado
á fuego y sangre , convirtieron los puñales con
tra sus hermanados pechos, y la guerra civil lie-
119
nó de tenor y espanto al suelo Iberitano, ro
ciando su grande escudo jamás manchado con
la sangre del fratricidio. Cesaron las dos épocas
de veinte y veinte y siete, y ni por esto fueron
suficientes estas lecciones para acudir á las ne
cesidades del pueblo: no se procuró su union.
Fernando tenia calidades eminentes , su es
píritu era vasto y poderoso ; pero los partidos
que se disputaban el porvenir lo trataban de
un carácter demasiado débil ; pocas veces sus
resoluciones eran decisivas; y como la igualdad
o desigualdad de la balanza depende de un gra
no , hacia esto concebir las mas lisonjeras espe
ranzas á los descontentos. Estos contaban sus
acciones opuestas , ya le consideraban como un
príncipe lleno de firmeza , de luces y de fuer
zas ; otras veces tímido , que temblaba delan
te de los partidos y que vacilaba indeciso en
tre mil proyectos. Todos los partidos se creían
vencedores ; ya señalaban las víctimas que de
bían sacrificarse. Esta audacia criminal á los
ojos del poder soberano, aumentaba los ayes
de un triste porvenir. La Europa miraba indi
ferente esta causa , la consideraba de poca mon
ta , ó como una cuestion casera.
Nosotros presenciábamos la trágica escena,
y aunque jóvenes no dejaba de fastidiarnos.
Sucumbió el baluarte de uno de los partidos;
casose Fernando y las intrigas se aumentaron;
no porque diga que Maria Cristina las secunda
ra , sino porque los partidos se encontraban en
120
circunstancias demasiado críticas y se valian de
todos los medios , sin descuidar el siempre ven
cedor, la hipocresía . Cristina mas enterada dela
necesidad de la nacion , que del modo con que
podia hacerla feliz , hizo lo que le sugerió su
secso j lo que la conviccion le dictó.
Aquí habia llegado Avertano el solitario, cuan
do cesó repentinamente de hablar; sus ojos in
móviles los tenia fijos á la tierra , su esteriorso-
bresaltado demostraba que estaba conmovido por
algun echo particular, que debia contar. Todos
estaban inquietos y sorprendidos, sin hablar una
sola palabra. El Padre Daniel, como se le re
presentaba á un golpe de vista todo lo pasado,
no se habia sorprendido como los demás , por
que conocía que el origen de las nue vas desgra
cias de Iberia enmudecían el hablar de Aver
tano, y por esto si alguna lágrima caía de sus
encanecidos párpados, solo era por el trágico
fin de su patria. El jóven navarro vuelto ya
en sí , volvió á tom ar el hilo del discurso.
137
ciones , mayormente cuando teníamos que de
sempeñar nuestro destino , estorbándonos este
algun proyecto. Nuestra vida ociosa nos hacia
buscar todas las comodidades ; para evitar los
calores del medio dia, nos retirábamos á la par
te mas interna del palacio, ó al lado de las fuen
tes en que los rayos del sol no podian traspasar
el tejido del ramaje que las cubre ; á cualquie
ra parte que nos fuésemos seguían nuestros li
bros, nuestros amores y nuestros juegos. Si al
guna tempestad nos sorprendía , ejercitábamos
nuestras danzas en alguna sala, al sonido del
trueno y á la horrible claridad del rayo. Guan
do el sol se inclinaba hácia el poniente , deja
bamos el palacio é íbamos á dedicarnos al ma
nejo de las armas. Despues nos separábamos.
Arbullo arrastrado por su gran talento, por su
encantadora dulzura y al mismo tiempo por el
fuego de tus pasiones, se iba á entregar á la poe
sía imitando sus escritos á lo que Ovidio tiene
de dulce por su natural y de bruto por su des
caro. Langara aficionado á la variedad de len
guajes habia dejado el ejercicio de profesor para
ocuparse al de traductor, por esto encerrado en
su casa se lanzaba á un estudio escesivo , para
pasar de improviso á otro esceso, tal vez crimi
nal. Yo me quedaba solo con Severo : me ocu
paba en la lectura de libros históricos , hacien
do muchas veces reflecsiones para que mi cria
do ocultase á mi padre mi triste situacion, con
la esperanza de volver otra vez al rebaño de los
138
fieles ; mi hábito hipócrita entretenía á Severo,
aguardando de este modo á mis amigos que
pronto debian venir á buscarme, para volver á
nuestros divertimientos.
¡Pero cuanto mas vale que os hable de los sin
sabores, que acompañan á una vida tan vacía
de felicidad ; que continuar pintándoos los de
sórdenes de tres ignorantes ! Ah ! No os figu
reis que fuésemos felices en medio de estos fa
laces placeres, no. Nos turbaba una inquietud,
no os puedo esplicar; la continuacion de los place
res nos excitaba el deseo de gozar mas, y como ya
habiamos llegado á probarlo todo, todo despues
nos fastidiaba. Si á nosotros nos hubiesen ama
do tan tiernamente como amábamos, tal vez
nos habríamos tenido por felices; pero en lugar
de un amor sincero, de fina correspondencia y
de lealtad , no encontrábamos en nuestros cari
ños sino impostura, lágrimas, celos é indife
rencias. Nuestros vícíos regularmente nos acar
reaban alguna desgracia corporal, ó cuando me
nos volvia á nuestro genio insufrible hasta el es
tremo de la desesperacion. ¡ Cuantas ocasiones
aburridos de nosotros mismos, habríamos acep
tado la muerte, ántes que vernos humillados
por el padecimiento ! Nuestros libros y nuestras
mácsimas de nada nos servían , abatidos en el
lecho del dolor veíamos contradictorias las ideas
de Holbach : la amistad huia de nosotros y en
tonces la ecsistencia de Dios, que este infame
niega eon desfachatez, dejaba un vacío que la
139
naturaleza reconocida sin potencia no podia lle
nar porque nosotros nada mas podíamos aguar
dar de esta misma naturaleza que el mal que nos
abatía. Vendidos casi siempre por nuestras ami
gas, creíamos que la belleza que estábamos próc-
simosá amar era la que nos amaría con mas ter
nura; si nuestras esperanzas se cumplían, inme
diatamente le descubríamos alguna falta que im
pedia que nuestra aficion fuese permamente. Y
gi creíamos haber encontrado el objeto ideal de
nuestras ilusionas, pronto nos fastidiábamos, le
notábamos defectos imprevistos : y hechábamos
de menos nuestra primera Víctima. Tanta in
consecuencia y tantas sensaciones incompletas
no hacian mas qué Henar nuestro ehteridimien-
to de ideas extravagantes , que acibaraban nues
tros momentáneos placeres; haciendo que en
medio de nuestros divertimientos nos recordá
semos de la felicidad de nuestros primeros dias.
Por lo mismo, no: os creais que en medio de
nuestras aparentes felicidades fuésemos masque
miseria y delirio; porque habiamos perdido con
las virtudes la hombría de bien y aquella belle
za celestial que es la única que puede saciar la
sed inmensa de nuestros deseos. r; ' 1 . .■
Murió Fernando el Rey, la tristeza se apo
deró de la mayor parte de la corte y en gene
ral de todos los Españoles amantes del reposo.
Está circunstancia, que á pocos les fué impre
vista, hizo que la bondad divina dejase asomar
de repente en nuestro horizonte la antorcha dt
140
la gracia, mostrándonos en medio de la con
fusión las tinieblas que tenían ofuscadas nues
tras almas. ¡ Cuan incomprehensibles son los
secretos de Dios ! El cielo permitió que nuestro
primer paso á la religion santa, naciese del mis
mo esceso de nuestros criminales placeres. ¡'..';,
Para evitar la tristeza de la corte, cojimos
nuestros libros y ríos fuimos paseando poraqüe-
las cercanías. El sol era 'demasiado ¡fuerte, nos
internamos en un bosque tomando asiento á la
sombra de un grupo de encinas siempre verdes
y frondosas. Cada cual abrió su libro y separa
dos nos pusimos á leer, la tristeza nos domina
ba de tal manera que parecía haber cerrado
nuestra habla; fatigados de leer, nos echámos
recostados á los troncos de las encinas. Una lá
grima que saltó de los ojos de Arbullo llenó mi
corazon de sobresalto; Langara observó mi tur
bacion, y mirándonos los tres naturalmente sin
decir palabra , parecíamos transformados en es
tatuas, tal era nuestra admiracion: nuestros re
mordimientos y crímenes nos culpaban , no te
níamos valor para levantar los ojos al cielo ,
guardábamos un religioso respeto como si nos
encontrásemos al pié del tribunal supremo aguar
dando una sentencia fatal. Despues de algunos
instantes de meditacion, Arbullo levantó la voz
y nos dijo.
Amigos, la muerte de Fernando, sin saber
el motivo , me hace sentir vivamente la nuli
dad de una vida que empieza á hacérseme inso
141
portable, yo siento que me falta alguna cosa.
Dias hace que me persigue no sé que idea, y á
no ser por los principios de mi religion nati
va, me habria mil veces despedido de este mun
do. Si se me representan los disgustos, que he
ocasionado á mis padres con el objeto de lle
var una vida criminal y si atiendo á los clamo
res de las víctimas de nuestros caprichos no pue
do impedir que las lágrimas salten de mis ojos.
Ah 1 oigo una voz confusa que me anuncia que
para nosotros se ha concluido la época .de los
placeres y que un justo castigo nos llevará la
época de los trabajos. Vosotros sois testigos de
las desavenencias de la casa real y de las intri
gas ¿no percibís el eco del clarín, que anuncia
la guerra con la muerte de Fernando? Vosotros
sabeis mejor que yo , qué reputacion merece
mos del partido vencedor , por lo mismo nada
tendría de estraño que este aumentase nuestros
sinsabores.
Esto es lo que pasa en mi corazon, dijo Lan
gara, lo que acabais de contar ¿sabeis Arbullo
de donde nace? Estos generosos sentimientos
son hijos de nuestros placeres, tambien me sien
to atormentado lo mismo que vos de un mal
cuya causa ignoro; pero sin embargo sospecho
su origen: ya sabeis que mi inclinacion al estudio
es escesiva; cuando os dejaba me dedicaba á la
lectura de la multitud de libros que nos regaló
aquel estranjero: á la primera leida noté con la
velocidad del rayo un cambio en mi entendí
142
miento; creia haber encontrado el origen del ser
y la felicidad del hombre : la religion , los tro
nos y el dominio los veia con cierta claridad co
mo una impostura, 6 mejor como nacidos de la
ignorancia y necesidad , resumiéndose en un pu
ro fanatismo. Pero no me contenté con una leí
da, analizé las ideas de Voltaire sobre religion,
las mácsimas de Rousseau, las de Freret, las de
Holbach sobre la naturaleza y por fin de todos
los libros hasta ahora nuestros favoritos y direc
tores, ¿quereis saber lo que saqué al cabo de
mil inconsecuencias y proposiciones imposibles
y contradictorias? Orgullo, vanidad, sed de
venganza, ambicion, corrupcion, horror y san
gre. Sí: todo esto bajo la solapa de las embele
sadoras palabras de humanidad, despreocupa
cion y confraternidad, ó sino decidme ¿qué
quiere decir Voltaire cuando esclama, que será
feliz el dia en que los hombres de clase ínfima
podrán pasearse por los palacios de los grandes,
y estos frecuentar la de los plebeyos sin aver
gonzarse? Añadid la espresion del humano Con-
dorcet y vereis que la felicidad consiste en colgar
al último monarca con las tripas del último
sacerdote. Podría citaros otras mil estravagan-
-cias, pero si vosotros habeis leido con detencion
estos libros , ya habreis notado sus falacias y en
-ellos habreis descubierto el veneno de sus inten
tos. Por otra parte, la muerte del Rey seria
para mí una cosa insignificante, sino viera como
Arbullo sus fatales consecuencias : en una pala-
(
143
bra están en peligro nuestras personas, y quizá
nuestras vidas. Auguet de Saint Silvaint me ha
escrito su despedida desde Valladolid : concluye
su carta. «Amigo, si el cielo me favorece, tal vez
veré á Unzoe ; ha llegado el dia en que os doy
el último adios; aunque mi corazon siente no
poderos ver, creo que vuestra amistad os dictará
reuniros algun dia con vuestro siempre amigo.»
Esta carta nos demuestra bien en claro nues
tra posicion, y lo que deberíamos practicar. Pero
qué haremos perseguidos con descrédito de nues
tras casas sin religion... amigos, yo voy á re- '
nunciar á los placeres y entrar á la investiga
cion de la verdad, volveré á mi religion nativa,
y si algun dia oís decir, que he muerto como
un cristiano, no teneis que admiraros. Los ar
gumentos que he aprendido en favor de esta re
ligion santa me han convencido , y desde ahora
me declaro su defensor... ¡quiera el Dios que
tanto he ofendido, que mi pluma pueda resarcir
mis males I
Langara pronunció estas palabras con un
acento horrible, de modo que nos sorprehendió.
Estático por un momento parecía que alguna
cosa sobrenatural hablaba en su interior, 6 que
una potencia invisible había dirigido sus pala
bras, para poner fin á nuestros delirios. Yo te
mía revelaros mis pensamientos, les dije enton
ces , porque dias hace que una tristeza interna
corroe mis entrañas ; yo habia tentado el mar
charme, porque solo el huir de este suelo pue
144
de curar las heridas [que me atormentan , que
son el peligro en que nos encontramos, y el de
seo de salir de este estado que tiempo ha que
me aniquila. ¿Cuántas veces aguardándoos re
costado contra una coluna en el pórtico de los
jardines del palacio, cuantas veces digo, volvía
la vista hácia la religion de mi infancia , y no
sin sentimiento? \ Ah ! Ramiro é Ines tal vez en
este mismo instante estais llorando las tropelías
de vuestro hijo , cuando la esperiencia de una
vida caduca me hace conocer el fruto de las
saludables doctrinas, que la inocencia de mis
tiernos dias no me dejaba traslucir al tiempo
de vuestra amarga despedida !
El sol estaba ya en su ocaso , y el céfiro me
cía constantemente las ra mas de los árboles, co
municando cierta humedad que acostumbra an
ticiparse á las variaciones de la atmósfera. De-
jámos con sentimiento las saludables sombras
de aquel bosque ; nos dimos un abrazo mutua
mente, y como si nuestras confesiones hubiesen
sido el determinio de nuestro porvenir , estába
mos como si nos despidiésemos por última vez.
Nos volvimos á la Granja , un secreto presenti
miento entristeció nuestros corazones , y nues
tros placeres ya nos ofrecían el mismo atracti
vo. Recibimos la orden de trasladarnos á Ma
drid. Langara se fué á Bilbao á ver á sus pa
dres, y yo con Arbullo seguímos á la corte; poGos
dias habian pasado cuand» recibí una carta de
Langara en la que me decia que atendidas las
143
circunstancias y movido de las lágrimas de sus
padres habia determinado establecerse en Bil
bao , en donde se ocuparía en curar las cica
trices de su espíritu.
La vida , me decia Dionisio, concluyendo su
carta, presenta un conjunto de alegrías momen
táneas, de dolores prolongados, de amistades
principiadas é interrumpidas; esto es lo que
hemos esperimentado durante seis años deamis
tad, cesando esta por una fatalidad, cuando de
bía hacerse mas duradera. Ay! amigo mio, yo no
sé si nos veremos mas, un presajio funesto ha
bla á mi corazon , y si mis temores tomasen el
carcáter de realidades, entonces mi instinto
viajador pondría un obstaculo mas poderoso en
tre nuestra amistad. Durante la vida mil acci
dentes separan á los hombres que se aman, y al
cabo de poco viene la separacion de la muerte
que echa por tierra todos nuestros proyectos.
Si, amado Avertano ¿no os acordais de los te
mores de Arbullo en medio del bosque de S. Il
defonso? Podeís pues creer que no tardareis en ver
á nuestra patria envuelta en los horrores de
una guerra ¿ qué nos resta hacer ? vos sabeis
mejor que yo los negocios de la corte; pero si
yo debiese aconsejaros, venid cuanto ántesáre-
uniros con vuestro amigo
Arbullo se habia ido el dia anterior á Valle-
cas, y como era mi único compañero, aguardé
su vuelta para resolver sobre nuestra situacion.
Cuando hubo llegado le enseñé la carta deLau
10
146
gara, y le manifesté los hechos recientes durante
so corta ausencia, pintándole nuestro estado
con los mas negros colores... Pues bien, me dijo,
á tí te admira que María Cristina haya concedi
do un Estatuto al pueblo; desde el momento
que se publicó la amnistía y que se desarmaron
las milicias del Rey, conocí muy bien que la po
lítica española cambiaría bien pronto, á pesar
de que se prometiera despues no hacer inno
vacion alguna. Pero Avertano, no es esto lo que
debemos atender , las intrigas todos las hemos
presenciado y por lo mismo sabeis vos lo mismo
que yo en que grado nos encontramos, las qui
meras estan en su fermentacion de tal manera,
que en Vallecas corría la voz de que en Bilbao
habia estallado una insurreccion muy grave, y
que esta habia tenido eco en varios puntos, es
pecialmente en Castilla; podeis figuraros el
principio que se proclama , atendido el régimen
que va á entronizarse. Hay quien asegura que
Carlos ha escrito á Tomas Isidro para quesecun-
de este alzamiento : si esto es cierto, mis temo
res se realizarán, bastante lo indica la carta de
Langara : no solo confirma en parte los rumo
res que corren y os he contado ; mas tambien
nos traza el camino que deberíamos seguir de
aquí en adelante. Por fin, mañana me vuelvo
á Vallecas , en donde llevando una vida solita
ria estaré á la mira para salvar el golpe fatal
del contratiempo que nos amenaza, y despues,
Avertano, mi espíritu anhela el reposo... Si que-
147
reis seguirme, continuaremos nuestra amistad
jamas interrumpida, buscando la verdadera fe
licidad que creíamos encontrar en nuestros
delirios, y que por evidente consecuencia solo
hemos alcanzado las zozobras y la desgracia.
Pero no : vos debeis pedir Ucencia al gobierno
para retiraros á vuestra casa, y al instante ale
jaros de esa corte , que despues de proporcio
narnos tantos sinsabores, concluiría fácilmente
con nuestras vidas , ó nos llevaría á algun des
tino, tal vez mas humillante que la misma muer
te. Suframos por lo mismo sin quejarnos dema
siado, mi querido Avertano, suframos una sepa
ración que necesariamente debian hacer los años,
y que si bien cruel para los que se aman , sin
embargo puede esta misma ausencia facilitar
nos la tranquilidad que tanto necesitamos.
No tardé en hallarme privado de todos mis
amigos; triste y sin saber lo que me hacia, no
encontraba en Madrid mas que una vasta sole
dad. La inquietud reinaba en la corte; se iban
Substituyendo los generales y empleados que
inspiraban poca confianza al partido vencedor,
por otros sugetos que en otras épocas habian ga
rantido su lealtad ó su adhesion con algun he
cho importante. Rodil debia marchar á la cabe
za de un fuerte ejército sobre Portugal , como
auxiliar de D. Pedro , y arrojar á un tiempo
de la península á D. Miguel y alWante Carlos,
que con su presencia el primero defendía sus de
rechos y el segundo se preparaba para dispu
148
itri-IctsU Sairtos Ladron con una porcion de tro
pa seliábia pronunciado en Bilbao, y los Vizcaí
nos corrían con las armasen la mano á su apoyo.
Este hecho si bien causó alguna sorpresa á los
nuevos gobernantes, no fué sin embargo consi
derado como un hecho trascendental ó de gra
vedad é los ojos de la nacion. En Castilla, Meri
no-se había puesto al frente de una insurreccion
compuesta de castellanos y leoneses; presen
tándose bajo un pié bastante serio. Todo, todo
anunciaba un triste porvenir, volviendo cada
día mas crítica mi posicion. >- .
- La tristeza habría acabado conmiecsistencia,
si el cielo no hubiese sostenido mis débiles fuer-
jas,. para que el castigo de mis crímenes fuese
siniduda mas ejemplar. Los tardíos remordi
mientos me agitaban; si yo hubiese podido bor
rar del libro de la vida las páginas y que .conte
nían la época de mis desatinos , y quitar de la
mente de los amigos de. mi padre el escándalo
deimis errores, me parecería que todo lo demas
lo. habría borrado con facilidad. ¿Cuántas veces
me decía á mí mismo, si ahora pudiese tomar
los consejos del buen Jesuíta? ¡Ab.1 Estaba un
dia entregado á mis trágicos discursos, cuando
Severo entró á mi aposento, y con una voz
trémula y azorada me dijo. «Qué es esto Aver-
¿tano ; os entregais á la meditación cabalmente
cuando peligra nuestra vida... vajnos,,, ignorais
..ppr ventura.... «La sangre, señorías <;§e heló en
jpis.Tei)^>qqy«ria.;prpguntau-.á Severo; mas la
149
fuerza de mi sobresalto ahogó el poco aliento
que ecsistia en mi corazon. «Tomad ese disfraz
y seguidme , dijo mi criado , si queremos sali
varnos este es el único medio. » «¿Pues qué..-
qué están aquí? le pregunté en mi enajena
miento.» «No hay .mas, replicóme Severo , no
teneis que discurrir, estamos perdidos, un ami
go de vuestro padre me envia el disfraz y un
pase, con la nueva de que nos pongamos en
camino inmediatamente hácia Navarra. Se ha
descubierto una conspiracion , se han intercep
tado muchas cartas, de las que resulta que es
tais complicado, ¿conoceis á Langara? Este os
escribia desde Bilbao. » .; . .'i
Si bien , señores , esta noticia turbó mi poca
tranquilidad , no dejó por otra parte de conso
larme algun tanto, al ver ^ue los amigos á quie^
nes habia ofendido con mi criminal comporta.'
miento pensaban aun conmigo. Las lágrimas
corrían á raudales por mis mejillas , me parecia
que la religion de mi infancia volvía mis ojos al
eielo, y me hacia reconocer entre las virtudes
la caridad de aquel, que con tanta hombría de
bien se interesaba para la salvacion de mi ecsis-
tencia ; siendo yo á la verdad muy poco digno
de conservarla. Una especie de confianza y <fo
temor reemplazaron de improviso la agitacitín
que dominaba en mi espíritu, á semejanza del
marinero, que en una noche oscura batido por
la tempestad pierde el timon, y va errando á. la
merced de las olas, aumentándose sus temqres
150
á cada instante; pero si de repente descubre á su
lado la linterna de algun faro, se deshace en lágri
mas, y bendice al cielo que le ha sacado de aquel
infortunio, presentándole un puerto de salvacion .
Me dispuse pues para marcharme. Tomé sin
reconocer el disfraz, y vístome sin saberlo con
el traje de comerciante. El sol habia concluido
ya toda su carrera ocultándose á la otra parte
de las montañas, dejando al parecer una de
aquellas noches benignas, cuyo dulce ambiente
encuentra el viajante un placer indecible al res
pirar. Severo debia aguardarme fuera de la
villa con los caballos , mientras yo de incógnito
me apresuraba á dejar no sin sentimiento aque
llas deliciosas calles con sus soberbios edificios ;
tal es la fuerza de la costumbre unida al em
beleso que causan las poblaciones famosas. Atra
vesé la calle de Fuencarral , paso por delante
de la casa en donde visitábamos regularmente á
nuestras amigas y no muy lejos de la de Unzoe,
saliendo por fin de Madrid. Mis ojos humedeci
dos vagueaban en medio de las tinieblas, pre
sentando muchas veces á mi imaginacion sobre
saltada objetos que alarmaban y que me llena
ban de inquietud. Cuando estuve á una larga
distancia de la villa volví la cabeza, y con la cla
ridad de la luna que empezaba á dorar las altas
cimas, descubrí las aguas del Manzanares á la
otra parte de las siete colinas sobre las que está
situada aquella bella poblacion.
Todo el mundo yacía en paz, solo seoía de cuas
151
do en cuando los ladridos de los perros, que nos no"
ticiaban hallarnos muy cerca de alguna casa. No
sotros caminábamos ert silencio á marchas listas,
porque el miedo á la verdad nos oprimía por to
dos lados, hasta que coj imos la montaña que
entonces pareció ensancharse nuestro espíritu.
Doblámos aquellas laderas dejando á nuestra
izquierda el pueblo de Viñuelas circuido de
montecillos, en medio de un valle muy angosto.
Pasando á vista de Salamanca llegamos en po
cos dias á Burgo de Osma y siguiendo aquellos
caminos desiertos cubiertos de robles y de pinos,
descubrimos el reyno de Navarra. Tengo de con
fesar, Señores, que una especie de rubor cubrió
mi frente, porque al contemplar ám» tierra na
tiva con los ojos de mi infancia veía manifiesta
la belleza de la inocencia y palpable la fealdad de
una vida, que adapté al dejar 'aquellas deliciosas
campiñas, que al mirarlas no podia dejar de der
ramar lágrimas de gozo y de arrepentimiento.
Llegó pues la tercera época de mi vida ; en
la que debo señalaros una de aquellas casuali
dades, que incesantemente han cambiado en un
total aspecto el curso de mis males. Desde el
pacífico valle de Lecumberri que tenia la suer
te de volverá ver, me había visto trasladado ape
nas finida mi infancia á la borrascosa corte de
Fernando, y de aquí huir del centro de las deli
cias y de la soeiedad mas civilizada, perseguido
para empezar otra vida, tal vez principio de los
merecidos castigos de mis crímenes.
ftS DEL LIBKO V.
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\
201
Nos encontrábamos á mediados del mes de
abril, el enemigo hacia otra vez preparativos
para atacar á nuestra línea , mientras que en el
cuartel real se determinaba hacer una grande
espedicion , en la que se aseguraba iría el mis
mo D. Carlos. Efectivamente dicha espedicion
quedó resuelta , y al intento se iban escogien
do los batallones y escuadrones que debian com
ponerla, con los gefes que debian mandarla. El
enemigo no ignoraba los movimientos y los
planes de nuestros generales , que regularmen
te á la mayor parte de los gefes se nos oculta
ban y se nos presentaban bajo algun misterio ,
los sabia él muy bien como que tuviese voto
particular en las mismas asambleas. Enterado,
como digo , de que dicha espedicion iba cuanto
antes á ponerse en movimiento, determinó
apresurar el ataque al parecer con el objeto
de llamar la atencion en aquella parte.
Era el cuatro de mayo , presentose el enemi
go con fuerzas imponentes á vista de nuestro
campamento. Sabedores nosotros de su intento,
corrimos á las armas para defender nuestros re
ductos, preparándonos á una vigorosa resisten
cia, sin olvidarnos de que en diez y seis de
marzo reportámos immarcesibles lauros en las
mismas posiciones de Oriamendi, en que se
preparaba una segunda accion. Pero nosotros
contábamos en aquel entonces con menos fuer
za, cuando la enemiga era mucho mayor, por
lo mismo no fué estrago que en la segunda accion
292
surtiesen los resultados bien diferentes que en la
primera, pues que oprimidos tuvimos que
abandonar nuestras posiciones de Oriamendi y
quinta de Aguirre , despues de una resistencia
bastante regular. Ufanos los vencedores no de
sistieron un momento de su objeto , es decir no
perdieron el tiempo en pomposas combinacio
nes; nos atacaron en Hernani, desalojándonos
de esta poblacion con pérdida horrorosa , y sin
arredrarles dicha pérdida nos arrollaron tam
bien de Oyarzun y algunos otros puntos ; pre
parándose para atacar á Irun , cuyo punto les
presentaba mayores dificultades. Soroa, Gober
nador de esta poblacion habia entusiasmado á
sus soldados voluntarios con una alocucion fuer
te y sencilla , invitándoles á defenderse á todo
trance, prometiendo serles un compañero en la
defensa, y morir antes de cometer una cobar
día. Llegó el dia diez y seis de mayo, é Irun se
vió envuelta de un sinnúmero de ingleses y es
pañoles, con mas aparato quizá, que el que los
enemigos de Amberes llevaban para poner el
cerco á esa ciudad. Atacose la poblacion, y el
dia en que se probó el valor y honor de un
hombre hubo llegado en efecto. Qué hablen las
débiles tapias de Irun, qué publiquen las glorias
de un puñado de valientes, y si alguno de estos
sobrevivió á tan terrible jornada que haga jus
ticia á su gobernador Soroa Cayó Irun en
poder del enemigo triunfante. Mientras tales
apuros agitaban á los últimos puntos de nuestra
293
línea , D. Carlos haiia salido de Estella con la
espedicion , fingiendo vadear el Ebro y dírijir-
se á Castilla , amenazando á la capital con el
objeto de que el enemigo ocupase las tropas por
aquella parte , evitando un golpe muy fácil de
temer, logrando en su consecuencia apartarlos
del punto destinado para salir con mas facilidad
de las provincias.
Es necesario que os dé una idea al menos ge
neral de esta espedicion , porque ella fue uno
de aquellos hechos grandes, que influyeron en
la política que se siguió despues, y que dejó
bien marcadas las garantías de un viage sin ob
jeto á los ojos de la generalidad. Yo, señores,
no diré que así fuese , porque el secreto que
encerró jamas se ha publicado; sin embargo la
proclama de despedida que hizo Carlos, y las
conjeturas que pudimos hacer con la salida de
la espedicion de Zariategui , demuestran clara
mente el objeto de la tal espedicion. Esta se
componía de diez y seis batallones que hacían
el computo de diez mil sietecientos hombres,
bajo las inmediatas órdenes del infante D. Se
bastian, de Villarreal, Sopelana, Cuevillas y
Arroyo. La caballería mandada por Quílez, Ta
rín y Manolin , se componía de ocho escuadro
nes con el número de sietecientos treinta caba
llos. Debe añadirse ademas la numerosa comi
tiva que seguían ó acompañaban á Carlos: entre
los muchos solo puedo deciros que figuraban los
dichos D. Sebastian y Villarreal, Moreno , Ma
dera, príncipe Leinonski, Piñeiro, conde del
Prado, Merino, Zabala, los intendentes Zer-
pach y Freyre , Ariza y Morales , el general de
artillería Urrutia , los brigadieres García , mar
ques de la Bóveda, Lardizabal, Gabarre, Del-
pan y los hermanos Cabañes, con el tesorero
Labarga , Barraoz auditor , y los gobernadores
Barona, Aldabe, Geire, Pizarro y Osuna.
Salió la espedicion de Navarra en el dia diez
y ocho del mismo mayo ; contramarchando há-
cia el alto Aragon, entró en Huesca en el vein
te y tres. El enemigo con fuertes colunas se
decidió á la persecucion , deseando batirla ó es
carmentarla antes de que la presencia de Car
los no aumentara el poco prestigio que tenia
adquirido en las montañas. En efecto en veinte
y cuatro del mismo fue la espedicion alcanzada
en Huesca; trabose a'.lí un fuerte y reñido com
bate , en cuya sangrienta lucha el enemigo me
nos feliz por cierto , tuvo una pérdida conside
rable, teniendo que llorar las muertes de Iri-
barren, Conrad, Leon Navarrete y algun otro.
La espedicion sufrió tambien, aunque no de
mucho como el enemigo. En el siguiente veinte
y cinco se decidió la marcha hácia Cataluña,
determinando pasar el Cinca por la parte de
Barbastro , como se efectuó, queriendo el ene
migo al parecer oponerse á dicho vado aunque
con poca obstinacion. Mientras la espedicion
penetraba por las montañas catalanas, Fuen-
terrabia se rindió despues de poca resistencia á
295
los ingleses, cuando este punto fuerte y provis
to podia sostenerse y disputarse con valor ha
ciendo comprar cara aquella fortaleza , que á
ganarse podia poner al enemigo algunos cente
nares de soldados fuera de combate. Quedó la
línea de Hernani en poder del enemigo. Con
vencido de que unos sucesos tan desagradables
nos llevarían al completo descontento, probó en
veinte y nueve de mayo adelantarse por Urnie-
ta y Andoain hacia Tolosa; apenas le divisámos
desocupamos i Urnieta con el objeto de que
se internase , aguardándole en las posiciones de
Andoain para disputarle á todo trance sus ade
lantos. Una horrible vocería nos avisó de su lle
gada, á esto se siguió el tiroteo, formalizándose
en breves instantes la accion que fué bastante
reñida. El enemigo probó nuestra decision te
niendo que retirarse á sus primeras conquistas,
despues de haber perdido al general Gurrea
que murió traspasado con un balazo por la
frente.
Esto sucedía en Guipúzcoa , mientras los na
varros se batian con grande desventaja en Ca
taluña en los campos de Gra y Guisona. Esta ac
cion , señores, no puede negarse que fue bas
tante desastrosa, logró la caballería enemiga
dispersar á una porcion de navarros, y como
que no eran prácticos del terreno , fue motivo
poderoso para que se multiplicaran las víctimas.
Por fin la espedicion se replegó sobre Solsona,
ocupando D. Carlos la ciudad por espacio de
296
algunos dias, en cuyo punto se reunieron tam
bien las fuerzas catalanas con sus gefes respec
tivos el general Royo y la junta del Principado.
En aquella ocasion estaban los catalanes en su
estado mas floreciente. Royo habia introducido
algun tanto de disciplina, formando batallones
de una manada de hombres, que iban sin orden
ni concierto; y la ciudad que ocupaban en aquel
momento era una recien conquista de las últi
mas operaciones de este general. Pero como la
intriga no faltaba en parte alguna, como no
faltaban enemigos del orden y de la hombría de
bien, envidiosos) de todo lo del prójimo hasta
de su mismo, honor; se pintó á los.; ojos, de Car
los con negros, colores ¡a conducta de un bene
mérito gefe , á fin de que en vista de tales em
bustes, ó cuando menos niñerías tuviera ábien
separarle de la, comandancia , p¡oi)ie,ndx> en su
lugar á un sugeto de Acreditadas calidades. Ac
cedió Carlos á esjta demanda, como era de espe
rar; en breve Royo se vió depuesto y sustituido
por el brigadieE.D. Antonio :Ufbistondo. .
. La reunion de. tanta gente vactá en breve to
dos los acopios de víveres, que<, se tenían he
chos en la montaña; y. como,que el .hambre se
dejaba sentir con alguna fuerza , no solo entre
la clase de tropa, mas tambien entre todos los
habitantes, fue preciso mover el ejército, hacer
algunas correrías, y por. último pronunciar su
marcha hácia el reino de Valencia. Salió Carlos
de Solsona con toda su comitiva acompañado
297
de algunos personajes catalanes , dirigiéndose
con toda la espedicion hácia Mora de Ebro,
punto elegido para pasar dicho rio , ocupado ya
de antemano por las tropas de Cabrera. El ene
migo moviendo tambien su ejército, que forma
ba en línea guardando el llano de Barcelona,
como un galgo tras la liebre siguió de cerca la
pista de la espedicion , al parecer como que se
encargase de recoger á los rezagados y enjugar
las lágrimas de los pueblos , que á la salida de
la espedicion habian quedado sin víveres y sin
dinero , preparados á sufrir el rigor ó peso del
ejército destinado á la persecucion , tan escaso,
y aun mas que el primero , porque claro está
que este echaría mano de todo lo que nece
sitare á su paso, una de las tantas ventajas
que las guerras civiles proporcionan á los pue
blos , que por su paciencia tienen la desgracia
de fomentarlas. En el paso del Ebro la espedi
cion fue algun tanto molestada, sin embargo
no pudo impedírsele el paso; porque ni una ni
otra parte estaba decidida á sostener una accion.
Entró Garlos en el reino de Valencia, perma
neció allí algunos dias, recorriendo varios pun
tos militares, que Cabrera habia fortificado : li
mitándose á pasar revista general de todos los
voluntarios defensores , sin hacer ademan algu
no de hostilizar al enemigo ni en el campo , ni
en los muros de sus fortificaciones.
Habíamos llegado á los primeros de julio, no
sotros continuábamos en la línea de Urnieta
298
frente de Hernani, cuando en el cuatro oímos en
la misma poblacion de Hernani un fuego gra
neado sostenido con constancia bastante regular.
Si bien llamó nuestra atencion desde su princi
pio, no hicimos despues el menor caso creyen
do que el enemigo estaría tal vez ejercitando á
sus soldados. Esta presuncion, señores, quedó
al momento deshecha, porque se presentaron al
gunos desertores á nuestras avanzadas , trayen
do la noticia de que en Hernani las tropas ene
migas estaban en completa insubordinacion , y
que en el momento de marcharse habian los in
subordinados asesinado á un coronel ingles, y al
brigadier Rendon contándose algunas víctimas
mas que habian perecido en el furor de la re
friega. Nosotros adelantámos tres batallones so
bre Hernani con el objeto de observar al ene
migo y atacarlo en caso de ventaja, aunque fue
se en sus mismas posiciones ; pero esto no fue
posible, llegaron nuevas tropas en Hernani, lo
graron apaciguar los ánimos, y nosotros en vista
de la quietud que guardaba el enemigo, nos
contentámos con practicar un reconocimiento
¡sobre su línea , y volvernos inmediatamente á
Urnieta. Pocos dias despues supimos que entre
las tropas enemigas el descontento era general,
y que los hechos de Hernani se verían repre
sentados de la misma suerte ó que tendrían eco
á no tardar en varios otros puntos de las líneas,
que por una y otra parte sostenían. En lo res
tante de las provincias hasta en aquel entónces
299
no tuvieron lugar sino algunas escaramuzas po
co interesantes , siendo la mas formal la accion
que tuvimos en Urnieta en diez y ocho de julio,
en cuya accion obligamos al enemigo por segun
da vez á retroceder á Hernani, ó á sus normales
posiciones.
Entre tanto llegó á Estella acompañado de
un piquete de caballería un enviado de Carlos.
Si bien de su misión se guardó estrecho sigilo,
pudimos por medio de conjeturas vislumbrar al
guna probabilidad acerca nuestros anticipados
proyectos. Los efectos vinieron en confirmarlos;
pues que en veinte y uno de julio vimos salir en
direccion á Castilla la espedicion, que dias habia
estaba organizada bajo las órdenes de Zariate-
gui, Elio y Osma, en tal estado que solo se
aguardaba un aviso para ponerse al momento
en marcha. Langara que habia ido á Estella en
aquella ocasion, pudo hablar con dicho oficial
enviado, y enterarse del estado de la espedicion
y de los puntos que ocupaba la misma al ins
tante de separarse de ella. D. Carlos ocupaba á
Mirambel despues de haber recorrido varios
puntos, y los batallones espedicionarios estaban
distribuidos por los lugares vecinos. Apenas la
espedicion de Zariategui hubo penetrado inter
nándose en Castilla encontró en veinte y cua
tro en santa Cruz la division auxiliar portuguesa
enemiga mandada por el Baron Das-antas, con
la cual se trabó un combate , que á no termi
narlo la noche debia ser funesto á ambos par
300
tidos, tal era el ardor de los combatientes.
Las provincias gozaban de un sosiego mo
mentáneo, mientras mas de cuarenta mil guer
reros de ambos partidos , que todos trabajaban
de mucho tiempo á esta parte la miseria en que
el pueblo vasco navarro se veia sumido, habian
salido de sus montañas quedando á los simples
padres de familia la triste idea , y quizá mas fu
nesta que la miseria misma, de que sus hijos
llevando la guerra á otras provincias, les priven
del dulce consuelo de verles morir, 6 cuando
menos de que su sangre ofrecida en las aras de
su patria en defensa de sus fueros y libertades
se haga inútil rociando otras tierras quizá ingra
tas á tan precioso abono , que solo debia regar
y volver fecundo al árbol de Guernica, cuyo
robusto tronco las intrigas iban á derribar. Por
fin , Navarra sufrió un cambio terrible, notable
desde sus principios, y aun mas notable por sus
consecuencias. El Dios que no en vano sacude
los mares y que al eco de su voz hace girar esa
gran máquina al rededor del padre de los as
tros, de la misma manera que otra infinidad de
soles giqan al rededor de su Omnipotencia , hi
zo cesar el horror de la guerra en donde era su
teatro, haciendo lugar al horror de las conmocio
nes populares, para que esta misma lucha que
mirada con los ojos de la generalidad bajo el
carácter de un metéoro necesario de la época, y
que por cierto no era mas que un castigo del
cielo, consecuencia precisa de los crímenes, lie
301
gase como digo á noticia de todos los que fui
mos elementos de combustion , ó causa de ta
maños desastres. Pero, señores, la misma con
tinuacion en el crimen endureció á todos los co
razones, quitó de entre los hombres el gusto de
la verdad , rasgó la yenda con que la madre de
las virtudes traia tapados sus ojos, y cuando el
hombre creia divisar el origen del ser, dando
una mirada de orgullo á su rededor, quedó cie
go á la luz de la gracia, siéndole imposible des
cubrir lo portentoso -y magnífico de las obras
de su Dios, y mucho menos el castigo ejemplar
con que el cielo procuraba convencer su decan
tada obstinacion, saliendo de tamañas calami
dades la consecuencia funesta de la perversidad
por una parte y por otra la indiferencia mas
criminal que la perversidad misma.
Miranda, Pancorbo y varios otros puntos
ocupados por el enemigo imitaron la conducta
de los soldados de Hernani , dieron el grito de
muerte contra sus gefes , . y la insubordinacion
jamas implacable dió con su terrible cuchilla en
los pechos de militares acreditados, defensores
acérrimos de los mismos principios que les ser
vían de divisa para cometer tales atentados.
El ídolo de sus pasiones ecsigia sangre, y esta
sangre , como si nos encontrásemos en medio
de las estravagancias del politeísmo, cuanto mas
noble y cuanto mas ilustre, tanto mas digna
era para lavar las manos de fementidos victi
marios, que no llevaban los planes tan lejos,
302
como se dilatará por los siglos la memoria de las
víctimas y el horror de sus intentos. Cayó el
general Escalera víctima de las furias en diez
y seis de agosto. Pamplona y Vitoria quisieron
representar tambien en el papel del crimen, la
primera bebiendo la sangre de los generales Sars.
field y Mendivil, con la de otros diez indivi
duos ; y la segunda sacrificando bárbaramente
á su gobernador , con el presidente de su dipu
tacion foral.
Os he dicho que Navarra sufrió un cambio
terrible; esto es un hecho muy cierto, porque
aunque la insubordinacion recibió un castigo
aparente, bien léjos de satisfacer á los manes
de las víctimas , no hizo mas que completar la
obra empezada. España habia creído llegar en
una verdadera crisis , es decir que se habia tra
bajado á favor de los carlistas, y que una mano
poderosa habia dirigido estos hechos para faci
litar las conquistas de las espediciones, que se
encontraban en las provincias del interior. En
«fecto la espedicion Zariategui se habia apode
rado de algunos puntos de Castilla ; Segovia y
su alcázar se habia rendido á sus armas , y en
'el tres y cuatro seguía ocupando aun dicha pla
za , mientras que la de D. Carlos con fuerzas
agregadas de Cabrera se dirigía hácia la capi
tal del Reyno. Marchaba esta espedicion como
quien dice triunfante ; el general Burens quiso
oponérsele á su paso entre Asnara y Herrera ,
y ese malogrado gefe enemigo cayó con su di
303
vision en manos de los espedicionarios, escapan
do su persona como por milagro. Esta accion
inesperada vino á confirmar en unos los temo
res , y en otros las esperanzas que con antici
pacion habian concebido ; se veia efectivamente
el plan , se vislumbraba una combinacion , y el
choque mortal ó un hecho grande era inevita
ble como la misma muerte. Solo se aguardaba
saber el dia , la hora y el movimiento , en una
palabra se ignoraba el objeto del cielo.
Los dias que la historia debería marcar con
caractéres de bronce habian principiado ya : el
mismo Dios al parecer irritado de la ceguedad
de los mortales escogía los momentos mas ade
lantados, que entraban en el plan de los mis
mos para hacerles ver la nulidad de su falsa
sabiduría, y lo insignificante de su ostentoso
poder. Zariategui no pudo sostenerse en Sego-
via; abandonó esta ciudad y tomó su ruta para
Valladolid. La espedicion principal que tuvo
otra accion en Aranzuegue marchaba á paso
lento, mientras que esa lentitud criminal da
ba tiempo al enemigo para tomar las posi
bles precauciones para burlar á D. Carlos que
léjos de fingir ostentacion debia poner en prác
tica sus planes en una sola noche de contramar
cha. Llegó por fin la espedicion á vista de Ma
drid, D. Cárlos pudo ver el palacio de los reyes
sus antecesores, podía aun entrar en su recinto;
pero un designio del cielo heló su sanrge, ó mas
bien dfó lugar á la intriga para pintar como áim
304
posible á los ojos de Cárles la entrada en la
capital ; díjose que faltaba un punto de apoyo,
y que si Zariategui hubiese cumplido con su de
ber , ocupando á todo trance el punto de Sego-
via, la espedicion no se habría visto en el apuro
de tener que emprender la retirada , volviendo
otra vezá las provincias, haciendo un papel poco
chocante al parecer de todos sus defensores.
Llegaron estas noticias á Navarra en breves
dias , y en el momento en que nosotros todos
nos creíamos segura la conquista de Madrid. Fi
guraos el descontento que estas noticias debían
producir entre los habitantes de las provincias ,
que vertiendo lágrimas habian leido la despedi
da de Carlos, aguardando de ella hechos .gran
des y positivos á favor de nuestra causa. El ge
neral García gefe superior que en aquella oca
sion mandaba las fuerzas navarras, determinó
mover sus batallones y ocupar un vado para
facilitar el paso del Ebro á la espedicion que
venía en retirada. Dirigiose en cuatro de octu
bre por la parte de Lodosa, trabándose una ac
ción el cinco en este punto con los gefes enemi-
hos Zurbano y Ulibarri, mientras que la espe
dicion en el mismo dia estaba batiéndose con
Espartero en los desfiladeros de Retuerta.
Por fin entró D. Carlos con su comitiva en
Estella, volviendo de su correría poco fructuo
sa sino inútil. Temió con fundamentos por su
prestigio por causa del grande descontento que
se notaba, en este apuro dió un manifiesto en el
30o
cual se espresaba demasiado. « Motivos podero
sos decia, me han hecho volver á las provincias,
demostrando en seguida que una conspiracion
iba á esplotar, que las consecuencias debian ser
muy funestas a su causa, y que inmediatamen
te la justicia enseñaría á los traidores, descar
gando sobre ellos su condigno castigo. » Tran
quilizó en parte los ánimos esta esposicion fir
mada por el mismo Carlos. El odio y la indig
nacion hácia los traidores reemplazó á la desa
zon y descontento , esperando eon ansia que se
señalasen las víctimas que debian satisfacer á la
pública vindicta. Pasaron muchos dias como
que nada hubiese sucedido , el padre que halló
faltar a su hijo lloraba secretamente sus amar
guras, y los que leales conocíamos de tiem
po el plan de algunos maquiavelistas temíamos
un triste porvenir , conocíamos la fuerza de sus
astucias, y no podíamos contener sus progre
sos. Todos teníamos losojos fijos en la corte am
bulante, necesariamente debia salir tarde ó
temprano una disposicion enérgica, ó bien un
hecho que demostrase nuestra crítica posicion.
No nos engañámos en cuanto á lo segundo , á
los generales nuestros camaradas Elio , Villar-
real y Zariategui les vimos enviar de cuartel ,
consolando de esta manera la inocencia del des
graciado Gomez que meses habia estaba en pri
sion por su demasiada fidelidad. Si nosotros no
hubiésemos conocido la conducta de estos gefes,
si las provincias desde sus principios no les hu
20
306
biesen confiado su causa, y si compromisos gra
ves no hubiesen unido la suerte de estos héroes
dignos de reconocimiento á la causa de los fueros
y de Cárlos, podia semejante disposicion tener
traza de justicia, y no habría sido una burla he
cha á los provincianos que no la merecían.
Los papeles públicos hablaban de interven
cion francesa en los asuntos hispanos; esta cues
tion ventilada con bastante calor en las cáma
ras francesas ofrecía á los enemigos algun tanto
de probabilidad, ó cuando menos confianza de
alcanzar una cooperacion indirecta, porque el
mariscal Soult y Mr. Tbiers sus aliados amigos
se habian anticipado, reclutando en Pan una
fuerte legion para enviársela al momento. Se
conocía que el enemigo en medio de estas con
fianzas no daba un valor tal como merecia á la
victoria que acababa de reportar con la retira
da de la dicha espedicion, cuando habiamos
acreditado nuestra division, óá lo menos nulidad
en ocasiones tan bellas como se nos presentaron.
Se pedia sin embargo la intervencion ; pero al
gunos de los principales gefes entendieron me
jor el modo de batirnos , porque conocieron
nuestra flaqueza; renunciaron de hecho á la
fuerza de armas, con la que les parecía, aten
dido el prestigio del país, que jamás lograrían
una accion decisiva , y por lo mismo que con
las armas solo les era probable eternizar la lucha
en que tanto nos habíamos empeñado.
Desde Urnieta, señores, observábamos con
307
Dionisio todos los movimientos de las dos cortes
de Cristina y de Carlos, de la misma manera
que un diligente astrónomo observa el curso
precipitado de un cometa, con el que segun las re
glas del arte, y atendida la velocidad de su carrera
se hace infalible un choque con otro cuerpo de
igual espesor , pudiendo pronosticar con cierta
probabilidad desgracias inevitables. Sentados en
las márgenes de aquellos campos ó á la sombra
de los bosques que circuyen la poblacion, pasá
bamos dias enteros y tranquilos; allí despues do
haber leido las cartas que de todas partes reci*
Liamos de nuestros amigos, en las que veíamos
claramente el estado de la península ; comentá
bamos del modo mas digno algunas ecsageracio-
nes y noticias vagas, que los estrangeros nos
comunicaban con sus gacetas, Sabiamos ya que
los catalanes odiaban á Urbistondo, y que este
gefe estaba indignado contra todos; sabíamos
que habian mediado contestaciones, y que cada
uno habia elevado al conocimiento de Carlos
gus quejas, pero ignorábamos que estas estuvie
sen redactadas con un estilo tan insultante. Los
papeles públicos insertaron la correspondencia
que se cogió á Urbistondo en la accion de Ar-
mentera, y sus escritos aunque no estaban des
tituidos enteramente de la verdad ; sin embargo
demostraban el genio del escritor, y si bien con
gus ideas no reveleba ser un felon, ponia en cla
ro su desconfianza, y hacia de los catalanes un
desprecio sin igual , ridiculizando á sus mismas
308
armas, sirviendo de escándalo á toda la Eu
ropa.
Volviose la vista á las espediciones, tratose al
efecto de encargar al mando de Basilio dos mil
quinientos infantes con dos cientos caballos pa
ra que invadiera otra vez las Castillas , y colo
cándose en las montañas de la Mancha fomen
tase allí la insurreccion , poniendo en alarma á
la capital, y dividir de este modo las fuerzas que
unidas habrían operado todas en Navarra con
grave perjuicio de los habitantes y nuestro por
la escasez que se esperimentaba en toda clase
de utensilios. Esta espedicion que hasta el vein
te ¿de diciembre no estuvo dispuesta , salió de
Navarra en veinte y ocho, pasando el Ebro por
Agoncillo, trasladándose en veinte y nueve en
Munila, despues en Almarza, y entrando en tres
de enero en Calatayud contramarchópor Ateca
hasta llegar á su destino.
D. Carlos que en veinte y dos de diciembre
se encontraba en Orduiia pasó despues á Amur-
rio, en cuyo punto dio una revista á sus tropas.
En treinta se amenazaba otra espedicion de on
ce batallones por la parte del valle de Loza y
valle de Mena, aparentándose cierta actividad
en donde solo la intriga adelantaba. En esta oca
sion comparecieron ios partidos con atrevimien
to mas criminal ; dejáronse ver cada cual con
sus colores, es decir, se vieron una serie de
boinas blancas, azules y encarnadas; denotan
do de esta manera que se arrojaban el guante
309
para bajar á la arena á disputarse el mando con
la fuerza, ya que la intriga les habia dado la
esperanza de una victoria. Dioso libertad a Go
mez, y los apeos de otros militares y emplea
dos se sucedían; el ministro Cabañes y sus hijos
fueron enviados al castillo de san Antonio. En
nuestra línea aun no habian llegado estas nove
dades; sin embargo estábamos plenamente con
vencidos de que llegarían cuanto antes, temien
do con fundados motivos que nos compren
derían tambien dichas mutaciones. En efec
to, despues de la accion que tuvimos en Ala
zar y Orico en veinte y siete y veinte y ocho
de enero de mil ocho cientos treinta y ocho,
apenas hubimos vuelto á nuestros cantones de
Urnieta, recibi una órden terminante de D.
Carlos, para que inmediatamente pasara al
castillo de Guevara en calidad de gobernador
interino. Esta orden no me hizo mas sensacion,
que la de verme precisado de separarme de mi
compañero y amigo, cabalmente en la crítica
ocasion en que nos encontrábamos , y en que
uno y otro necesitaba el mutuo apoyo para
precaver la desgracia que nos amenazaba, y
para aconsejarnos al propio tiempo en el caso
que el peligro fuese tan iminente, que la des
gracia misma fuese inevitable. Por otra parte
esta órden que me señalaba el lugar de mi des
tierro , era para mí satisfactoría, porque sepa
rado del estrépito de las armas y retirado en
medio de las soledades iba á encontrar la ver
310
«ladera felicidad , quitando de mí las zozobras »
que me aletargaban en el camino de la imperfec
cion ; en una palabra lo que tenia traza de cas
tigo, lo recibi como á premio, y como á tal lo
Comuniqué á mis Padres.
Estaba dispuesto para emprender mi marcha,
cuando recibimos aviso de que el general de las
fuerzas enemigas que operaban en Navarra D.
Diego Leon con siete batallones y seis escua
drones habia en veinte y tres entrado en los Ar
cos , saqueando la villa y el convento de capu
chinos; al mismo tiempo que el general de
nuestras fuerzas en Cataluña D. Antonio Ur-
iistondo habia abandonado á sus tropas, huyen
do á Francia , añadiéndose que habia ya entra
do en las provincias á dar cuenta de sus heroi
cos hechos. A esta nueva sucedió la de que en
las cercanías de Balmaseda tuvo lugar en vein
te y nueve y treinta, una accion muy reñida,
en la que entrambos ejércitos sufrieron una
pérdida considerable, contando por nuestra
parte la del valiente Marques de la Bóveda, que
D. Diego Leon despues de haber abandonado á
tos Arcos se dirijió sobre Pamplona atacando en
los mismos veinte y ocho, veinte y nueve y
treinta las posiciones nuestras de Belascoain ,
cociéndonos despues de una resistencia regular
«1 puente y sus ivductos, defendidos con algu
nas piezas de artillería. Sin embargo estas noti
cias no interrunlfpieron mi viaje, me despedí de
Dionisio Lángara y de todos mis compañeros,
311
y abandonando á Urnieta, me encaminé con al
gunos voluntarios por Andoain á mi casa nati
va. Dos dias despues cogí el camino de Lecum-
berri, me fui por Irurzun, Huarte Araquil, y
Echarri-aranaz, en cuyo punto encontré á D.
Carlos que acompañado de dos personajes esta
ba desaso en direccion á Estella. Tomé órde
nes para mi destino, y dejando cuanto antes ála
corte ambulante me pronuncié por Alsasua,
Olnzagutia, san ttoman, Salvatierra, y llegué
á Guevara sería poco mas ó menos el veinte y
ocho de febrero. Algunos dias despues tomé po
sesion de mi cargo, enterado ya de la bella
posicion en que me encontraba, muy propia
para entregarme á no tardar al desempeño de
mis obligaciones.
El castillo, en donde mandaba yo, distaba un
corto trecho de la poblacion, colocado en la ci
ma de una muy alta peña, que bellamente cor
tada se presenta desde léjos como «na soberbia
torre octógona ostentando al parecer en me
dio de aquel valle ameno y delicioso el poder de
la arquitectura romana, ofrece un conjunto de
cuadros los mas interesantes con la memoría
de aquellos tiempos antiguos , que recuerda la
historia, y que la decadencia con los infortunios
de nuestra época nos hacen admirar. Sembra
da aquella montana de árboles y arbustos, ma
tizada con los diversos colores del verde follaje
que la cubre, semejante á un canastillo de flo
res ostentaba su erguida cabeza coronada con
3i2
las tres grandes y fuertes plazas que con sus
ricos muros formaban como tres coronas desi
guales puestas proporcionalmente una sobre
otra. Cerca á aquella deliciosa montaña una
llanura regular, dividida por las aguas del rio Za-
dorra cuyo cauce serpentea por la parte del
norte cubierto de espesísimas y frondosas arbo
ledas que forman como una larga cordillera, sin
dañar la vista de la poblacion que yace á la par
te derecha del castillo. Los ganados de toda es
pecie favorecen aquel cuadro ingenioso esmal
tando el verde alfombrado de aquellas inmensas
praderías. Los bosques de castaños, encinas y
robles de una magnitud monstruosa que se di
visan á la parte izquierda del rio, con las mon
tañas de Salinas y Galureta que se elevan á una
muy larga distancia acaban de delinear un pai-
sage de una perspectiva embelesadora. El casti
llo que era de una construccion fuerte y agra
dable, ofrecía á primera vista el gusto oriental ,
cuando despues de un severo ecsámen no deja
ba mas que un recuerdo del orden gótico con
fundido, digámoslo así con las obras modernas
que nosotros habíamos ejecutado poniéndolo ba
jo un pie respetable, de gusto y comodidad.
¡ Tal era el castillo que no ecsiste ya ! y que yo
en aquella sazon ocupaba, tan pintoresco, tan
bello y tan á propósito para remediar las nece
sidades de mi espíritu.
/
316
desconocido. Mi alma debilitada con mi prime
ra indiferencia y con mis hábitos criminales,
encontraba aun en las antiguas dudas de mi es
píritu y en la molicie de mis sentimientos un
cierto encanto que entretenía mis pasiones, que
semejantes á las sirenas que con sus canciones
seductoras atraen y adormecen á los marinos ,
me encadenaban con sus caricias.
Un acontecimiento particular interrumpió re
pentinamente el curso de estas investigaciones,
cuyo resultado iba á ser tan importante para
mí. Vino un aldeano á avisarme que hacia al
gunos dias que al llegar la noche algunos suje
tos que venían de la parte de Yunquita se in
ternaban por bosques, y que despues de gran
des rodeos se metían en una casa de campo fa
vorecidos del silencio y de la oscuridad, que
mientras dichos sujetos permanecían en la casa,
í alia á sentarse al umbral de la puerta una mu-
ger, al parecer para atender á cualquier ruido
que se oyese, ó á cualquier movimiento que se
notase.
Yo no ignoraba los medios de que el enemi
go podía valerse para completar su obra ya co
menzada. En los tenebrosos dias de mis estra-
víos habia asistido á varias academias de nova
dores , sabia jugar como ellos ; y el vasto plan
de aumentar sus subalternas para facilitarse el
objeto de sus desvelos, tampoco se me ocultaba.
Mi posicion demasiado crítica para despreciar
esta advertencia del aldeano , me hacia vacilar
317
para tomar una resolucion decisiva. Solo el apo
yo de Dionisio mi amigo y consultor podia de
terminarme ; pero este habia marchado de Ur-
nieta , y me era imposible saber su paradero.
El menor descuido podia comprometerme y per
der el poco ascendiente que los provincianos
empezábamos á adquirir, comprometiendo tam
bien á los generales Guergué, Sans, García y
otros que combatían de frente á los ojalateras.
Por fin creí que no debia despreciar el aviso del
aldeano ; pero como temia la gravedad del ca
so, resolví yo mismo observar los pasos de aque
llos lucífugos. Al caer la tarde me vestí con un
sayo de pastor , tomé mi cayado, y saliendo se
cretamente del castillo me fui con el aldeano á
ponerme escondido cerca del lugar que este me
habia indicado. Esperé algun rato oculto entre
los árboles y las rocas sin descubrir nada ; sin
embargo prontamente hirió á mis oidos un va
go rumor que me traia el viento, al parecer del
algunos hombres que iban conversando con
cierta prevision , y marchando á pasos dobles
hácia su intento. Pasaron junto á mí sin verme;
al instante comprendí aunque bruscamente el
misterio que encerraban con su viaje, porque
con su aire revelaban su mision , cuyo desem
peño no les era del todo nuevo. Cualquiera hu
biera dicho que eran una cuadrilla de bandidos,
dignos alumnos de Mercurio en Sel arte ingenio
so del robo , tan poco caso hacían de las tinie
blas de la noche , de la fragosidad del terreno ,
3Í8
y de la espesura de los bosques. La presencia
de una encrucijada y despues otra , no detenia
sus pasos; seguían adelante, y esta circunstancia
vino en confirmacion de que no les era desu-
sado aquel camino.
Les seguía yo á una larga distancia ; al prin
cipio atravesámos un bosque de castaños viejos
como el tiempo, que estaban casi secos por sus
cimas. Caminábamos despues por un terreno
enteramente cortado , y atravesando un peque
ño bosquecillo descubrimos una deliciosa lla
nura. En la estremidad de esta se veia una casa
de campo sencilla al parecer, pero de una cons
truccion agradable. Conoei que habíamos llega
do ya al punto de nuestras investigaciones, por
que mis observados se encaminaron á aquella
casa; se pararon antes de llegar á sus sombras»
y al cabo de un rato de silencio, que me hizo
temer no hubiesen advertido mis pasos, uno de
ellos hizo una seña, golpeando algunas veces un
pedernal. Inmediatamente divisé á lo largo de
la obscuridad y á la merced de una ventana
de la casa , una pálida luz que iba animándose
notablemente, al traves de sus débiles rayos se
veia cierta agitacion en el interior. El ronco
-sonido de una puerta que giraba sobre sus goz
nes vino á completar al instante mis observa
ciones, y á sacar del silencio en que estaban
mis observados. Entraron estos á la casa, la
puerta volvió á cerrarse , y la luz que se veia
£a el interior dejó de percibirse. Intenté acer
319
carine á la casa con fingida indiferencia, aunque
hacia todo lo posible por no ser visto, marchaba
yo á paso regular, cuando el canto de una mu
jer que yo no habia advertido aun , me detuvo
en mi carrera. Cantaba esta con una voz melo
diosa al parecer, unas palabras terribles de las
cuales no pude entender mas que algunas, sin
que estas pudiesen revelarme el sentido de sus
composiciones.
Las tinieblas de la noche que cubrían con sus
sombras horizontalmente las cimas de aquellos
valles , parecía que iban á ceder á los rayos de
la aurora que cuanto antes debia asomar. En
terado ya del caso me fui al Jugar en que me
aguardaba el aldeano, y en su compañía me
restituí otra vez al castillo para resolver con
calma el modo con que debia desbaratar aque
lla conspiracion naciente; convoqué á la tarde
del siguiente día á los demas oficiales de la guar
nicion, les declaré que estaba enterado de una
asamblea sediciosa , que no podia ser otra cosa
que una conspiracion contra el Rey y sus defen
sores, añadiéndoles que estaba resuelto á casti
gar á los promotores con todo el rigor de la ley;
les conté todo cuanto habia observado en la no
che anterior , y les ecsigí sobre el momento su
opinion para practicar al instante lo que pare
ciera mas necesario. Todos unánimes dejaron á
mi mano esta empresa de una ejecucion para
mí tan sensible; sin embargo escogí algunos ofi
ciales y algunos soldados, salí al declinar la tar
320
de , y en el mismo glásis del castillo di las ins
trucciones convenientes. Dividí mis fuerzas en
tres secciones; mandé al aldeano que guiase las
dos por caminos^opuestos, que entrada la noche
se emboscase á una larga distancia de la casa ,
y que á la señal de un silbido avanzase hácia
ella circuyéndola á fin de que nadie pudiese es
capar , mientras que yo con la seccion tercera
iba á colocarme en el mismo punto que ocupé
en la noche anterior para observar aquellos per
sonajes, y desde donde les seguí hasta la total
averiguacion de sus pasos.
Efectué mis planes. Apenas tuve tiempo pa
ra colocar á mis .soldados y esconderme al dor
so de una maleza, cuando oí el hablar de mucha
gente semejante al murmullo de una fuente
que cae á lo lejos, ó al ruido que hace una rá
faga de viento , que parece va desmoronándose
poco á poco de las altas montañas y de los co
llados tomando su incremento en las densas ra
mas de una copuda encina , á cuya resistencia
se enfurece y brama. No tardé á divisarlos, iban
acercándose, y últimamente insiguiendo su ca
mino pasaron muy cerca de mí como lo hicie
ron el dia antes; observé sin embargo que el
número era un poco mas crecido. Como ya sa
bia el camino que tomaría toda aquella comiti
va, dejé adelantarla hasta perderlos de vista,
entonces mandé á mis soldados que me siguie
sen con precaucion. Al cabo de grandes rodeos
llegámos á vista de la casa de campo ; hicieron
321
las mismas ceremonias que en el dia anterior ,
golpeose el pedernal , compareció la luz , y la
puerta se oyó girar haciendo el mismo ruido ;
entraron los lucífugos , la puerta volvió á cer
rarse, desapareció la luz, y los acentos dela
mujer, que al parecer hacia de vigia , no tarda
ron á percibirse.
Entonces, Señores, hubo llegado el momen
to para mí tan terrible; momento que á mi co
razon sensible no podiu dejar de oprimirlo con
la idea de las desgracias, que tanto si cumplía
con mi obligacion como no, debia causarlas sin
recurso á una de las dos partes. Estaba empe
ñado mi honor, y no podia abandonar mi em
presa, aunque hubiese peligrado mi ecsistencia.
La noche había ya bajado, y en el instante en
que conocí que las dos secciones que habia en
cargado al aldeano estarían ya emboscadas y
atentas á las instrucciones que yo les habia co
municado, mandé hacer la terrible señal. Salie
ron mis soldados de los bosques, y dejándonos
caer sobre la casa , sorprehendimos á la mujer
que no habia advertido mi seña ni el rumor de
nuestra marcha. Helada su sangre, por mejor
decir, parecía una estatua de mármol sentada
al umbral de la puerta, ni tuvo impulso para
dar un grito ; tal era el sobresalto que domina
ba su frágil corazon. Hasta aquel momento es
taba entonando con acento lúgubre una cancion
al parecer muy adecuada á la desgracia en que
iba á caer; tan generales y tan ciertos son los
21
322
apesarados instantes, que á veces nos abruman,
y turban los mas de ellas las delicias y glorias
de nuestros festines como otros tantos presen
timientos, que á mas de moderar la loca em
briaguez de nuestras demasías, nos avisan de la
desgracia que nos viene á pasos agigantados.
La nueva Melpómene perdió su dulce y trágica
voz; recostada contra la pared parecía que des
cansaba dulcemente; pero un desmayo le sobre
vino despues de otro, é yo no podia mirarla sin
que mis ojos se sintieran humedecidos bajo
el peso de las lágrimas. Era una mujer de esta
tura bastante regular , su talle esbelto daba lu
gar á mil conjeturas; vestida al estilo de las rio-
janas anunciaba con su gracioso porte la licen
cia de su espíritu, y ademas que su bravo cora
zon era sin duda la primera vez que había su
frido la fuerza de los temores. La blancura de
sus brazos y de su tez hacían el mas rico con
traste con la viveza de sus ojos y de sus largos
cabellos mas negros que el azabache. Yo, seño
res, apenas tenia valor para levantarla; la to
mé por el brazo y la hice sentar á la entrada
del vestíbulo al encargo de mi asistente y dos
soldados.
La casa estaba del todo cercada, al instante
dispuse subir al aposento de los conjurados sin
hacer el menor ruido á fin de continuar la sor
presa; pero estos que dejaron de percibir el eco
de su vigía , notando en su consecuencia nues
tras evoluciones, iban escurriéndose por una
323 j
escalerilla opuesta. Volé hacia ellos, é intimán
doles la rendicion solo pude detener á algunos :
la pluralidad se habia escapado , porque al in
tento habian construido una larga mina que
les conducía á uu dilatado trecho de la casa, y
esta circunstancia que yo no habia previsto,
frustró en parte mi jornada. Mandó sin embar
go á algunos de mis soldados que recorrieran
los bosques vecinos, mientras que yo haría un
riguroso escrutinio por todos los rincones de la
casa.
El resultado de esta nocturna espedicion
fué el recoger algunos papeles de secciones
que estaban redactados bajo un carácter ar
bitrario, y por lo mismo muy difícil de que me
revelaran los secretos de la junta. Me llevé pre
sos á tres individuos, al dueño de la casa, á su
mujer y á su hija, la que acostumbraba todas
las noches hacer de vigia. Les conducí al casti-.
lio, di aviso á mis superiores de este hecho, y
mandé que todos los dias una parte de la guarr
nicion recorriera los pueblos y bosques vecinos,
á fin de observar la conducta de los que con al.
gun fundamento inspiraban desconfianza. Todo
volvió al órclen: pero esta aventura tuvo sola
para mí unas consecuencias harto funestas que
os contaré.
Al llegar aquí, interrumpió Avertano el curso
de su narracion. Se halló embarazado; bajó la
vista clavándola sin querer en Sulmen, que dor-
piia dulcemente apoyada contra la corteza de
324
un tilo , sentada al lado de su padre. El verda
dero Dios de los cristianos jamás falta con sus
favores, derramándolos con profusion en los
lugares en que la inocencia favorita de sus doc
trinas podría ser sorprehendida con facilidad ,
cuando la inocencia combatida por el crimen
pinta con los colores mas negros los terribles
momentos del error. El ángel del sueño obedien
te siempre á las órdenes del eterno tocó lije—
ramente con su cetro de marfil los párpados de
la tierna Sulmen, y cubriendo su blanca tez con
la punta de su manto , la concilio un dulce sue
ño. Daniel advirtió la turbacion de Avertano, y
volviéndose hacia él le dijo. «Hijo mio, conti
nuad vuestra narracion, y no os interrumpan los
errores de vuestra juventud; vuestro sensible
corazon revela constantemente el dolor que
habeis tenido de vuestras faltas, una confesion
tan sincera harlo demuestra que os habeis re
conciliado con Dios; sin embargo todos sabemos
que una herida mortal y profunda siempre deja
síntomas del mal, y señala su lugar con las ter
ribles punzadas de un agudo dolor. » Como Da
niel estaba dotado de un genio profundo y de
una penetracion muy viva, comprehendia muy
bien la turbacion de Avertano , haciéndole por
lo mismo esta simple observacion. Waldech iba
á dispertar á su hija ; pero Daniel le dijo que la
dejase gozar de aquel favor , que el cielo le dis
pensaba.
Ya os he dicho, continuó Avertano, que con
325
ducí al castillo á mis prisioneros. Al principio
los habia puesto en una vasta sala, separados
los hombres de las mujeres. Pero despues Ori
be que era el esposo de María, y el padre de
Jovita, que así se llamaban las dos, tuvo una
fuerte enfermedad que le ocasionaron la inquie
tud y la melancolía. Entonces me vi precisado
á trasladarle en compañía de María y Jovita á
una torre muy cómoda, en donde les prodigué
todos los consuelos que ecsige la humanidad.
Todos los dias iba á la torre á visitarlos; esta
conducta bien diferente de la de otros oficiales
encantó á los tres desgraciados. Oribe volvió á
la vida, restableciendo su salud y sus fuerzas.
Maria y Jovita que tan abatidas habian estado
al principio , recobraron muy pronto su acos
tumbrada alegría y empezaron á gozar de la li
bertad, que yo por cierta condescendencia, 6
mejor por compasion les habia concedido. ICuan
tas veces encontraba á Jovita paseándose so
la y como llena de gozo en los patios , en
las salas, en las galerías, en los tránsitos se
cretos, en las escaleras de caracol que condu
cían á lo mas alto del castillo , como si se mul
tiplicara en donde quiera que pusiese mis pies ,
y cuando la creia al lado de sus padres, se me
presentaba en la obscuridad de algun corredor,
como si se me apareciese !
Era Jovita de una hermosura estraordinaria »
sin embargo tenia algo de caprichoso y atracti
vo , su mirar pronto, su boca un poco desdeño
326
sa, y su sonrisa dulce y viva de un modo parti
cular. Sus modales eran ya altaneros, ya volup
tuosos. En toda su persona se notaba no sé que
de abandono y dignidad, de arte y de inocen
cia. AI principio me admiraba al encontrar en
una mujer campesina tan vastos conocimientos
de la literatura y de la historia de su país; pe
ro despues conocida la profunda sabiduría de su
padre, no dudé que este la habia instruido pa
ra hacer á su lado un digno papel, ocupando el
lugar de un hijo varon de que carecía. Lo que
dominaba á esta mujer, era el orgullo; sus sen
timientos eran tan ecsaltados, que muchas ve
ces demostraban sus demasías. Una noche habia
yo recorrido todo el castillo, y me habia senta
do solo en una galena tomando el fresco, desde
donde se descubría á mis pies una inmensa lla
nura que estaba <n su verdor, haciendo el
mas admirable contraste con el cielo azul ter
ciopelado, esmaltado con una infinidad de es
trellas que brillaban colocadas monótonamente,
como engastados diamantes en la abovedada ca
pa que cubría aquella vasta soledad, que sedes.
prendía á todos lados.
Estaba yo leyendo á la claridad de la luna al
gunas curtas, que habia recibido de mi amigo
Langara y de otros corresponsales, que tenia
en varios otros puntos. Admiraba el arriesgado
hecho de Cabañero de entrar en Zaragoza en
cinco de marzo con tan poca gente, siendo im
posible apoderarse de ella , ocasionando con un
327
acto harto imprudente la pérdida de muchos
valientes, la desgracia de muchas familias, y por
fin la muerte del general Esteller, á quien los
zaragozanos amotinados imputaron relaciones
con Cabañero, fusilándolo en su resultancia en
nueve del mismo. Mi amigo me noticiaba la ac
cion que en veinte de marzo habia tenido en
Pesaguero, pueblo de Castilla, la espedicion que
habia salido de las provincias al mando del con
de Negri, Zabala y Merino. El ataque de Via-
na que Guergué y Sans dieron en veinte y tres
del mismo; la accion que sostuvo Carmona en
tre Pamplona y Puente la Reyna en el primero
de abril ; la de puente Ansiain en que cayó pri
sionero ]). Sebastian Sarrigúren uno de mis ca-
maradas; avisándome al propio tiempo de que
Tarragual con uua espedicioncilla habia mar
chado al alto Aragon. Concluía su carta noti
ciándome el levantamiento del escribano Mu-
iiagorri en el pueblo de Verastegui verificado
en diez y ocho de abril.
Cuando leia en el corresponsal de Miranda
la desastrosa accion que sufrió Negri en Piedra-
hita en veinte y seis de abril, me turbó de re
pente un confuso ruido que percibí en el inte
rior de las salas inmediatas á la galería; no sin
sorpresa descubrí al través de la obscuridad un
cuerpo blanco, que vagueaba como un cuerpo
fosfórico por aquellos salones. Armé mi brazo,
y cuando me adelanté para descubrir aquella
vision , que se me acercaba, creí ver en ella i
328
Jovita; luego se me presentó. Iba vestida de
blanco, el cabello flotante sobre las espaldas, en
las manos traia un pañuelo como que enjugara
su llanto. Con menos gracia el poeta pinta á
Dido llorando sus infortunios y las desgracias
de su pueblo. Entonces acercándose á mi, me
dijo. «Mis Padres duermen, siéntate y atiende.»
Levanté un banco que habia en la otraestremi-
dad de la galería , y dos sentámos los dos á la
luz de la luna , que dejaba caer casi perpendi-
cularmente sus plateados rayos sobre nuestras ca
bezas. «¿Sabes tu, me dijo entonces la jóven
campesina, que sabia yo que te encontraría
vigilando ? » Yo le dije que tal vez me habría
visto pasar poco antes por debajo de su torre, y
que siendo así, no lo admiraba. «No, me respon
dió , yo estaba durmiendo cuando en sueños un
genio no sé quien , me ha mandado levantarme
y venir aquí á revelarte mis delirios. Yo ya sé,
continuó, que jamás ablandaré tu corazon, y
que me será imposible lograr la libertad si tu
viera que alcanzarla por mis ruegos , ¡ una ala
vesa puede muy poco, cuando tiene que habér
selas con un corazon fanatizado!»
Tus palabras, le respondí con seriedad , no
demuestran la demasiada libertad que estás go
zando. O bien no conoces el crimen de que eres
cómplice, ó mejor tratas de sorprender la be
nignidad con que te he tratado hasta el presen
te, i Ah Jovita ! dia vendrá en que conocerás
mejor la palabra fanatismo , y verás si es mas
329
aplicable á tus doctrinas que á las mías como
á la bondad de que he usado contigo misma y
con tus padres.
« Yo no te hablo de los favores que nos has
hecho, replicó con impaciencia, porque has
juzgado muy bien á que precio podias vendér
melos Sí, estás de ello tan convencido que
ahora ingrato intentabas no en vano negarme
los que no debieras. Pero no importa. Tu ten
dras el placer de verme morir al lado de mis
padres, y yo tendré el disgusto de que mis pe
nas no hayan merecido una lágrima compasiva,
de que mi cuello torcido bajo la mano del ver
dugo sea mas desatendido que en el desmayo ,
en que tu mano quizá fria se dignó levantarme
por primera vez
Calló Jovita un momento, á mí el rubor me
hizo bajar los párpados y me compadecí de sus
delirios; ella que leyó mi interior en mi sem
blante. «¿Tienes lástima de mí? me dijo. Si
crees que tengo trastornada la cabeza, no eches
la culpa á nadie sino á tí mismo. Tú has que
rido salvar á mi Padre, tú le has tratado con
humanidad , pero á mí me has negado tus gra
cias... Yo moriré, y tú serás la causa. He aquí
lo que era mi intento decirte, adios. Se levan
tó, púsose á correr y desapareció.
Quedé estático por largos instantes , aquella
buena mujer huyó de mi presencia , y confieso
que este hecho me hizo esperimentar un dolor
sin igual ; porque señores, no hay cosa tan sen
330
sible como la desgracia de turbar la inocencia.
Aletargado yo en medio de los peligros dejaba
pasar mis preciosos dias , contento solo con la
idea de bacer bien, de encontrar en mí una re
solucion firme, y la voluntad de salir cuanto
antes de las perplecsidades de mi situacion. Es
ta tibieza era criminal , merecia ser castigada,
porque una vez que tenia el gusto de entretener
en mí las pasiones, justo era que las pasiones
mismas me procurasen el castigo merecido. Co
nocí mi crítica posicion, habría dado libertad
á mis prisioneros, pero esto ya no estaba á mis
alcances. Me vi obligado á guardar en casa al
enemigo, y á esponerme contra mi voluntad á
sus nuevos ataques. El cielo me quitó en aquel
momento todos los medios de alejar el peligro;
no tenia un compañero a quien pudiese revelar
mis secretos, y esta falta en medio del ocio que
me combatía ecsasperó mi situacion, y las lec
ciones de Lapresse perdían para mí todos los
dias una gran parto de su fuerza. Dejé, pero en
vano, de visitar á Oribe, en vano me aparté de
los lugares en que pudiese encontrar á Jovita ,
se me aparecía como un espíritu luciente sobre
los rayos de la aurora, ó como una auréola á
la sombra de Calisto; en todas partes la encon
traba , me esperaba dias enteros sin apartarse
de los parajes por donde yo no podia dejar de
pasar, allí me contaba sus afanes y me ha
blaba largamente de sus proyectos.
Yo oponía todas mis fuerzas contra sus astu
331
cias , y con fingida severidad pretendía sacarla
de un océano de locuras en que la veia sumer
gida; sentia que jamas llegaría á inspirarme una
aficion verdadera , porque no habia Jovita lo
grado en mí aquel ascendiente secreto que hace
el destino de nuestra \ida , y que es un móvil
verdadero de nuestras pasiones justas; sin em
bargo era jóven, bella y estaba apasionada; las
sutiles espresiones que salían encendidas de sus
tiernos labios berian directamente mi corazon,
y á su eco todos mís sentidos quedaban trastor
nados.
A la otra estremidad del castillo opuesta á la
torre en que moraba Oribe, y que era la parte
mas antigua del edificio , habia un patio grande
y desierto en que la hierba y la yedra crecían
monótonamente por todos lados, i Cuántas ve
ces al principio de mi encargo, despues de ha
ber recorrido los puntos de la fortaleza, en me
dio de la noche me detenia en este sitio, y sen
tado allí admiraba los restos de las obras roma
nas que sobresalían en su construccion, órden
y gusto á las de nuestros tiempos ! Las inscrip
ciones ocupaban mi atencion, y cuando mis re
cuerdos tropezaban con la memoria de los va
lientes , que en otro tiempo defendieron aque
llos fuertes muros, las lágrimas asomaban en
mis párpados. ¡Quien lo hubiera dicho! Pocos
dias despues elegí aquel lugar para fortalecer
mi espíritu que iba debilitándose , y huir de
los encantos y atractivos del mundo para ser in
332
mediatamente el lugar de mis suspiros y tardíos
remordimientos. Un anochecer estaba solo pa
seándome por aquel patio, discurriendo un me
dio para salir de aquel estado terrible de abje-
cion : me ocurrió la idea de sentarme al pie de
un pozo en un banco de piedra que estaba cu
bierto de yedra y de musgo ; el aquilon mugía
á lo léjos , y las ramas de los árboles mecidas
constantemente entregaban al viento sus que
jas , formando un sonido desagradable. Me di
rigí al pozo , y de repente Jovita se apareció á
mi lado. Sorprendido la miré, y como que en
estos casos tan raros viera cierto abandono del
cielo, fijé mis ojos á lo alto y quedé turbado
por algunos instantes. «Tute apartas de mí, me
dijo la hija de Oribe, tú buscas los lugares mas
desiertos para no hallarte en mi presencia, pero
todo eso es en vano. Mi amor te atrahe, y la
razon te conduce, pero tú con tus ideas rancias
y exageradas haces odio del amor, y la razon
no la conoces porque la ofuscas en tus estrava-
gancias. »
Me dejé caer sobre aquel banco y me recosté
contra el brocal del pozo; ella se puso en frente
de mí , y mirándome con atencion cruzó los
brazos y me dijo. «Muchas cosas tenia que re
velarte; quisiera hablar contigo muy de espa
cio. Sé muy bien que mis palabras te importu
nan, y que no ganaré tu corazon con ellas, pero
no importa, todos los que defienden tus doctri
nas serían menos ingratos que tú. » Sentose á
333
mi lado y continuó. « En prueba de lo que te
digo hay gefes en tu ejército que tomarían mi
mano en premio del servicio que estan dispues
tos á hacer á la patria, pero si tú no fueses
Mira ¿sabes el levantamiento de Muñagorri?
Es el ensayo de un vasto plan , él á la verdad
tuvo que marcharse , pero ha vuelto á compa
recer en Sara, y cuenta en el dia con mas de
mil setecientos voluntarios. Si él tuviese la des
gracia de sucumbir , se tiene el lazo tendido , y
no es muy fácil de que vuestro rey escape de
una táctica sagaz que le sigue de cerca. Todos
vuestros partidarios estan muy descontentos , y
lo demuestran claramente los escesos que han
tenido lugar en Estella con la muerte del no
tario José Ramírez en la noche del veinte y seis;
la accion de Biurrun ya sabes que os fué muy
desastrosa. Ahogados vuestros generales en me
dio de la confusion y de las rivalidades, han ce
lebrado una junta en Tolosa pero no, ¿por
que tengo de revelarte estos secretos? Embria
gada declarándote mi amor, me complazco en
alimentarme con mi llama, y hacerte conocer
toda su violencia , pero tú cruel te escudas con
la religion, cuando solo el fanatismo es tu escu
do. ¿No es por ventura tu religion la mia? ¡Ya
lo entiendo ! es preciso que haya otra razon pa
ra tu indiferencia, tanto amor como te tengo...
en una palabra tu frialdad es demasiado extra
ordinaria. »
Se interrumpió de nuevo, y saliendo de re
334
pente como de una rc-flecsion profunda , escla-^
rao. « ¡He aquí la razon que yo buscaba! Tú
no puedes sufrirme porque yo nada puedo ofre
certe que sea digno de tí , ademas me has con
siderado como enemiga de tus doctrinas, y me
tienes el odio que se tiene á un enemigo. A es
te estado os lleva el esceso de vuestras super
cherías. » Jovita, le dije yo con voz animada,
pero algo tremula ¿quereis darme una prueba
de vuestro amar?» Acercándoseme al momento
como si delirase, y poniéndome la mano sobre
mi corazon , me dijo. « Avertano, tu corazon
puede permanecer tranquilo bajo mi mano; pa
ra tí nada hay que yo no pueda, selle el cielo
con doble vínculo el juramento que pretendo
solemnizar en las aras de tu propio corazon.»
Pues bien, le respondí, vuestro padre necesi
ta de vos, si por casualidad os halla á faltar, ye
tendré la culpa y pasaré á los ojos de mis com
pañeros por un criminal; idos pues al aposento
de vuestros padres. La jóven campesina bajó
sus párpados, inclinó su cabeza, su ardor se es-
tinguió entre raudales de lágrimas, y sin decir
me palabra huyó de mi presencia.
Su conversacion me había consternado al es
tremo, y llegué á temer que mi resistencia fue
se inútil. Cuando Jovita me hablaba de unos
hechos, que demostraban su complicidad y re-™
velaban altamente el secreto de la conspiracion
al parecer desvanecida , me encontraba yo ab
sorto y enternecido , no pudiendo por lo mWvua
335
sacar de sus palabras un partido ventajoso : to.
do el dia estuve pensando con una revelacion
tan importante; el modo en que ella asegura
ba los resultados me hacían creer efectivos mis
primeros temores; las novedades que ella me
revelaba eran ecsactas, tan al corriente estaba
de todos los pormenores políticos. Por otra
parte, yo no pude entretener mi conciencia,
porque aun ardía sobre mi corazon el sitio en
donde habia puesto su mano. Quería finalmen
te hacer el último esfuerzo para salvarme, to
mando una resolucion que debia prevenir el
mal , y que no hizo mas que agravarlo ; porque
cuando Dios quiere castigarnos vuelve contra
nosotros nuestra sabiduría y no nos agradece
una prudencia, que viene demasiado tarde.
Pretesté haber recibido órdenes del gobierno
superior, con las que se me mandaba dar liber
tad á María, esposa de Oribe y á su hija Jovita,
quedando solo los hombres prisioneros bajo mi
custodia. Hize comunicarles la orden, é inme
diatamente mandé que las acompañasen hasta
su casa nativa. Jovita quería hablarme antes de
su partida , pidió por mí, y la dijeron que esta
ba ausente, que habia salido muy de mañana y
que no volvería hasta muy tarde. La mañana
siguiente se presentó en el castillo para ver á
su padre, volvió á preguntar por mí, entonces
la dijeron que estaba enfermo, y que nadie me
hablaba ; bajó la cabeza y sin decir palabra se
Tolvióá meter en los bosques. Siguió presentán
336
dose todos los dias, y siempre que pedia por mí
le respondían siempre lo mismo. Un dia que
vino algo mas tarde , se estuvo un largo rato
apoyada contra un árbol mirando á la fortale
za, yo la veia por una ventanilla de una torre,
sin poder contener las lágrimas ; entró despues
en el castillo y no volvió jamás á pedir por mi
persona.
En vista de este comportamiento esperaba
que Jovita se habría curado de sus delirios; la
confianza empezaba á renacer en mí y volvía ya
á encontrar otra vez un poco de sosiego en mis
dolencias morales. Resolví hacer una vida soli
taria, y entregarme esclusivamente á la con
templacion para adquirir las fuerzas perdidas
despues de tantos combates. Estuve por espa
cio de muchos dias encerrado en el castillo, pe
ro esta larga prision vino á fatigarme, probé
salir á la campiña para respirar su aire puro;
tomé la escopeta y los enseres de la caza , y sa
liendo del castillo subiendo y bajando cuestas ,
me interné por aquellos bosques; cansado por
mi estrema debilidad, fui á sentarme en una al
ta colina , desde donde se descubre el castillo y
poblacion de Guevara , un largo trecho del rio
que baña á la misma poblacion con los inmensos
bosques y praderías que la circuyen.
El sol se habia escondido ya á la otra parte
de la montaña , cuando un fenómeno de la na
turaleza vino á ocupar mi imaginacion; una
nube en estremo rojiza apareció en el oriente,
mi
y á medida que se acercaba á su apojeo tanto
mas subia el color de la nube, llegando á alcan
zar al de la sangre. Señores , si tengo de confe
sar el sobresalto que me causó esta aparicion ,
colocado en medio de las selvas, os diré que á
la verdad fue muy grande, porque dado el caso
que fuese no mas que una cosa meramente na
tural, sabeis sin embargo que el criminal en
cuentra en los arcanos de la natura el testimo
nio de su perversidad, y la sentencia en su jui
cio privado. ¿No le revelan el crimen á un per
verso los desiertos con el eco de sus peñas, se
mejante al ruido de aquellas trompetas que el
parricida Neron creía oir al rededor del sepul
cro de su madre? ¡Ahí yo habría tál vez en
aquel momento llegado á conocer mi mala po
sicion , tal vez habría visto descrito en la espe
sura de las tinieblas la sentencia fatal , <5' el de
seado consuelo para mi agitado corazon. La nu
be se colocó perpendicularmente sobre mj cabe
za; levanté los ojos, y .me pareció oir una voz
celestial; el miedo iba á helar mi sangre, la voz
iba acercándose , y mi corazon oprimido con el
dolor no podia mas .que prorrumpir en sollozos.
Estaba yo enteramente abismado y confuso;
el estado inquieto de Mi espíritu , semejante á
las olas de' un mar enfurecido; me quitaba la
facultad de discernir,' 'haciendo higar á una com
pleta alteracion dé sentidos; enajenado por me
jor de^jr, leia en la nube mi sentencia fatal , y
en la voz que acababa de resonar en mis, ojdoí
338
y que no comprendía la letra , me figuraba
oír los dulces cánticos de la religion, quemenos
ingrata que. yo mismo acompañaba ya mi fé
retro al sepulcro. ¡ Cuan incomprehensibles son
los secretos de Dios ! La nube empapada con
la sangre de la inocencia cubría con su color
rojizo á la inocencia misma, á un tiempo con el
crimen ; y aquella voz solo revelaba la maqui
nacion , el plan hablaba por la nube ; aun me
acuerda un pedazo de aquel profético canto,
concluía así. . V . m.. .
- ' ;'¿ . i'. '. ''. 'JV'V . ';' . . ; ""
(1) Del bijo de CasliHa es la gran gloria ' '.
.I . Por lograr sin batalla la victoria.
El triunfo de Isabel está cercano . ■ ( (
Contra D. Carlos, rey de'imbécil mano.
' Engañados carlistas decididos ,
Por un gete traidor sereis Tendidos, ,
. f. ' Mas que quiera su ardid y su arrogancia c ¡;,.
. Pe imitar á los héroes de Niunaucia.
ta cuchilla de Théinis está armada,
Sobre del vencídor será soltada, ' '
Tf dispersas las turbas, y armamento ' ^
Como aristas 9l ímpetu.del viento. '»::.*.'.'.:
,( Entonces caerá del vil carlista
Máscara que será de todos vista . , ,
. : .¡'.'ii ¿ v. . . .. V'. . i »
«sais»
18 20 guajosa cuajosa
18 26 pesca perca
54 8 no hecho no, hecho
66 18 ó disputando ó dispertando
75 3 albergarse los soli albergarse , los soli
tarios ; habian tarios habían
76 8 grabados en tres grabados tres
89 3 bramidos que san bramidos de la fiera
Juan que san Juau
95 4 su huida su vida
132 1 aquellos dos con aquellos dos
133 12 guajosa cuajosa
151 10 Salamanca Talamanca
168 14 Navarrúz Navarriz
198 14 Liga Ciga
237 0 placeres planes
238 8 labores sabores
240 31 elocuente clemente
265 32 otras obras
276 10 Zomosa Zornosa
377 6 Madraza Madrazo
380 13 Ranelagle. Baneiagk
381 17 Ariniz Arroniz.
402 24 de su nuevo en su nuevo
410 3 pueblomismo, pueblo,