Vous êtes sur la page 1sur 439

Acerca de este libro

Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido
escanearlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo.
Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de
dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es
posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embargo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras
puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir.
Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como
testimonio del largo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted.

Normas de uso

Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles
a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un
trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros
con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas.
Asimismo, le pedimos que:

+ Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares;
como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales.
+ No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a
cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar
de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos
propósitos y seguro que podremos ayudarle.
+ Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto
y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine.
+ Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de
que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de
los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La legislación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no
podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en
nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de
autor puede ser muy grave.

Acerca de la Búsqueda de libros de Google

El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de
Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas
audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la página http://books.google.com
catolicismo
del
doctrinas
las
bajo
encuentra
se
felicidad
La
ó,
Solitarios,
Los

F
M.
F.
F
y
Marmany
Fortuny
O.
J.
D.ont
.,
Ó LA FELICIDAD

SE ENCUENTRA BAJO LAS DOCTRINAS

«obre los principales sucesos que tuvieron lugar ek


la última guerra civil española.
POR
D. J. O. F. H. y F.

BARCELONA :
IMPRENTA DB I. TAULO, CALLE DB LA TAPMERIA.
AÑO 1843.
lo compré en la
LIBRERIA B.OOS
C . SEGOVIA. 6-MADRID
o@38S8<>-

M)esde que ciertos personajes envanecidos con el


renombre de sabios /' y' reputados como á partos
prodigiosos de la época, han aparecido sobre la faz
de la tierra, distribuyendo con miras ulteriores las
producciones^de su genio singular ; se ha notado
progresivamente un 'cambio'ifunesto en las ideas
morales, que felizmente poseían los pueblos. La li
bertad razonable no es acatada, la ignorancia hace
susprogresos, el orgullo y la vanidad esclavizan á
la humanidad misma, la igualdad natural cede su
lugar á las ambiciones, y el órden social ápique de
6
sucumbir á la fuerza de las disensiones civiles, ha
estado ya mas de una vez probando sus agonías.
Tantos males y tantos atrasos , han procurado
detener hombres grandes y escritores ilustres con
sus ejemplos y con sus plumas; pintando unos que
la moral es la llave de la sociedad, y otros descri
biendo bellamente que la moral de Jesucristo es
divina , han venido á parar por una especie de
encadenamiento, á la legitima consecuencia de que
la moral de Jesucristo es la llave de la sociedad.
¿Cual fué el objeto de Fenelon contando las
aventuras de Telémaco? Y ¿cual el del cantor de
los Mártires y del apolojista del genio del Cristia
nismo? Mueve al primero el amor patrio, y al
segundo el amor á la Religion. Marchando ambos
por el camino de una misma moral, deshacen con
sus bellas doctrinas las capciosas mácsimas de una
fementida restauracion.
Sin embargo no han impedido del todo el mal;
el cáncer aun corroe á la humanidad , y ese mal
contagioso que se apodera de los corazones , al sa
lir de la infancia , y que disminuye con el peso de
los años , da poderoso argumento para que un es
critorpresente á los ojos de la juventud las terribles
consecuencias de unas mácsimas ambulantes , cu
yo triste resultado son los desengaños , horrores ,
padecimientos y la muerte , fruto castizo de la ig
norancia.
Mi objeto es el presentar á los ojos de la huma
nidad mi primer ensayo, probando que el deseo de
ser felices en este mundo , nos hace seguir á las
7
pasiones, envolviéndonos estas en los errores y
desgracias, obligándonos despues á confesar nues
tra derrota , cuando al cabo de nuestra precipi
tada carrera vemos que se abre á nuestros pies la
losa del sepulcro , conociendo fuera de tiempo que
la felicidad está en la Religion católica. •
A este fin he intentado seguir los tnstes acentos
del cantor de los Mártires. Solo de lejos hepodido
percibir su melodiosa voz, y si la musa que le ins
piró en sus modulaciones anda á pié (como dice
Horacio, musa pedestrisj temeré que la musa que
habrá dirigido mi empresa, no sea alguna hija co
ja de Júpiter, que habrá querido burlar á mi po
ca edad , bajo el manto de las doncellas de He
licon.
He pretendido -pues dar el carácter de poema
épico á mi ensayo, abriendo la escena á las orillas
del lago Leman ; ha sido mi objeto hacer encon
trar en una misma soledad á personas de dife
rentes naciones, expatriadas por motivos opues
tos , de creencias religiosas diversas , y todas ca
paces de dar un ejemplo bastante por su esperien-
cia y por sus sufrimientos.
Los principales personajes son Espartoles refu
giados al eslranjero, y bajo el mismo carácter un
Polaco con su hija ; reformistas estos , y aquellos
católicos. Al principio dase á conocer á todos es
tos personajes y sus deseos; el discurso de un aca
démico demuestra el plan de desmoralizacion , ó
destruccion, y sus doctrinas ; y la narracion ma
nifiesta sus consecuencias , contando en general los
8
hechos históricos que tuvieron lugar en la última
guerra civil española , empezando en 1833 hasta
el 39 inclusive; lo demas hace palpable la verdad,
con la conviccion de que la felicidad solo ecsisle
bajo la fe del catolicismo.
'Tal vez me habré equivocado en mis planes;
pero el campo me pareció fecundo para el objeto
que me propuse, Y en efecto , á la primera ojeada
se ven las desgracias que las guerras civiles acar
rean al país, que tiene el infortunio de sufrirlas.
La licencia hace sus progresos , porque la ira está
en su encono , y esta prodiga todos los combusti
bles á las demas pasiones que se inflaman á su fro
tacion. Por otra parle sabido es el empeño que se
tiene en ridiculizar á las virtudes , para acabar
con loca temeridad con la Religion de nuestros
padres ; y siendo así que en medio del estrépito de
las armas hace el impío sus adelantos , en nada
parecerá eslraño que cante las tramas, las intri
gas y horrores de esta guerra , cuando son pocas
las familias que no hayan probado el acíbar de sus
fatales consecuencias.
Casi todos los personajes son históricos. La ge
neralidad tenemos noticias de sus hechos y asi no
me ha piarecido necesario analizar su conducta.
Si he procurado descubrir la intriga, y los fines
de la pluralidad de los combatientes : solo ha sido
movido por el deseo de hacer evidentes los tristes
resultados de las discordias civiles. Una infinidad
de libros inmorales, de disolucion y anarquíahan
invadido á nuestras ciudades, nuestras villas y
9
nuestros lugares, sin perdonar á la choza del mas
oculto pastor ; y aunque por suerte no hayan sur
tido todos sus efectos prometidos ; sin embargo no
me ha parecido fuera del caso jiintar tambien la
rabiosa felicidad, que se goza en medio de los
placeres escesivos'.
Todos los hechos de armas y sucesos que ten
gan relacion con la guerra son históricos , copia
dos de varios periódicos nacionales. Y por lo mis
mo que todos disienten en punto á dar noticias, he
procurado á no detallar acciones. En esto doy una
prueba de imparcialidad, porque entretenerme
con estos reíalos seria apartarme demasiado de mi
deseado objeto.
Por lo que hace á las descripciones geográficas
del lago Leman, Navarra, Madrid,, san Ilde
fonso , con otros varios puntos , he registrado á
algunos autores, y de ellos he entresacado lo nece
sario para lo que era mi intento describir.
Al concluir mi ensayo se desprende el objeto de
mis tareas; con el discurso de Lelio Waldech se
prueba la existencia de Dios ; con la narracion de
la historia de Avertano la bondad de la Religion
católica , y la nulidad de las mácsimas problemá
ticas de las sectas. La conclusion confirma que la
Religion católica es verdadera, y que solo bajo su
creencia se puede llegar á saciar este prodigioso
apetito , que nos obliga á buscar la felicidad.
Ved ahi las ideas que he vertido en los solita
rios. Dichoso yo, si el espíritu poético de mi obra
llegase á merecer el aprecio de que es merecedor
10
el espíritu de humanidad que la anima. Entonces
juzgaría que no habrán sido del todo inútiles mis
trabajos, y que he sabido seguir fielmente las sa
bias amonestaciones de Horacio cuando nos dice
en su arte poética í
Oirme tulit punctum, qui miscuit utile dulci,
Lectorem delectando, pariterque monendo.
Pero la justa desconfianza, que tengo de mis
talentos , me hace temer con legítima razon que
habré incurrido en las faltas mas capitales, y que
se observe en mis escritos el
Parturient montes ; nascetur ridiculus mus.
Por fin no bajaré á tratar del jénero de esta
obra ; he querido imitar á otros autores , y estos
han defendido el poema en prosa con razones mas
convincentes y pulimentadas de las que yo podría
redactar.
Así pues suplico á mis lectores , que cuando en
cuentren alguna cosa que parezca estraña , ó á
despropósito, tengan la bondad de suponer que son
las primeras producciones literarias , que un im
pulso de filantropía me ha obligado á sujetarlas
á su crítica.
DEL

Invocación de las musas («agrada


y profana. Objeto de la obra. Embar
que de un Polaco con ssi bija y criado
en llorjes. Descripción del lago de
Cilnebra. Vista del promontorio y de
sembarque. El polaco WaldecU y su
bija Snlmen extraviados por la sole
dad encuentran a dos solitarios. Co
loquio entre Waldech y los solita
rios. Acompañan estos & los estran-
jeros basta la embarcación. Prome
ten volver & verles.
\ vf'vkk o
>*':*.~v./ k. k>>'- k '>. k" ..-
.k-^>''.:*í. ^.f:.^."..'
%|k^£^^?fk ^ ':i^..^r

. 5'-. - V f;;'.|-ü íí-

.>!»' . ' . -:í: - ti;.ij-.....i s


LOS

LIBRO PRIMERO.

Musa celestial , que invocada por el poeta de


Sorrento y por el cantor de los Mártires, no les
negaste tus gracias , y les prestaste tu dulzura ;
si lágrimas hace correr su poema histórico, no se
impute sino á tu compasion y amor. ¡ Oh com
pañera de sus desvelos ! que con el lijero batir
de tus alas hiciste llevaderas sus fatigas y pe
nas, suavizaste, sus lamentos y el triste acento
de sus lúgubres cantares lo cubriste con el to
no patético que te caracteriza , y con el can
dor mismo y belleza que recibiste de la mano
14
de tu supremo Hacedor. Yo necesito tu ausilio,
y con la pluma del noble francés intento des
cribir los males que aquejan á nuestra patria ,
si me bago digno de tus gracias , renuncio las
pasiones á la musa de las mentiras, y si en mis
líneas canto desgracias y horrores, no me im
porta que derrames en ellas algunas de aquellas
lágrimas que el insigne Profeta derramó sobre
las desgracias de Sion ; yo lloraré nuestros ma
les , consideraré comunes las causas , y omitiré
contar crímenes que ofenderían tu candor. i>~.
Y tu, Doncella industriosa, que abandonaste
el Pindo para colocar tu morada al medio dia
del Pirineo, ¿cómo te juzgaré espectadora de
la criminal insensatez de tus protegidos? Cu
brías en otro tiempo de flores los sepulcros
en que descansaba algun guerrero : ponías un
epitafio inmortal en su tumba , y no dejabas de
derramar torrentes de lágrimas para rever
decer su memoria. Mas ahora, contemplo tu
rostro virginal abatido ; tu pecho consumido de
dolor; esa túnica azul, ese velo blanco, ese
manto mas negro que la misma noche, solo me
convencen tu martirio. ¡Ahí hija del honor, re
vélame tus dolores y quebrantos ! pero si al
gun vaticinio acibara tu corazon, si el olivo ja
mas ha de retoñar en nuestra patria , y si la
gasa fúnebre ha de cubrir para siempre tu ca
beza , abandonaré mi pluma , y me consagraré
al eterno llanto.
Iberia, si la religion de Jesucristo no fecundi
15
zara nuestros campos , y no bendijese nuestras
mieses, ignoraríamos tal vez la existencia de una
potestad divina, inseparable compañera de la re
ligion y de la virtud : sus ojos aunque cubier
tos con una venda , penetran lo futuro : de su
copa deja caer sobre el infortunio un rocío con
solador que anima ; se embarca con nosotros ,
para mostrarnos el puerto en medio de la tem
pestad; socorre al rico y al pobre en sus do
lencias : su voz es melodiosa , sus gracias em
belesadoras, y cuanto mas caminamos al se
pulcro, mas pura y brillante se nos muestra.
{Heroína desconsoladal pidamos tambien su au
xilio, porque nada podría la musa celestial, sin
la esperanza.
Repetidas veces la hidra de la discordia tra
bajando al suelo español con sus no interrumpi
dos asaltos, ha dejado caer de sus incurables
llagas eí veneno funesto que , mezclado con su
guajosa sangre , ha presentado á los incautos ,
como una bebida dulce y regeneradora, 6 como
un licor de despreocupacion y de amor; sem
brando de esta manera unas luces que , encen
didas en el fuego de las pasiones criminales,
eclipsando el brillo de las virtudes, solo ha alum
brado el camino; del horror, desesperacion y
muerte. El hombre agarrado en una de estas
antorchas , y por lo mismo revestido con todas
las pasiones, ha puesto su orgullo en reconocer
en sí cierta soberanía, en proclamarla y en sos
tenerla, como si fuese posible, sostener una
16
cosa que ciertamente no existe. El respeto y
veneracion han sido los objetos de sus despreo
cupaciones; de manera que la Religion y la na
cion misma, se reconocerían vencidas, si sus mu
ros no estuviesen mas bien defendidos , que los
pechos de sus viles enemigos.
Repetidas veces se ha visto al pueblo espa
ñol en medio de la arena , y aunque puede de
cirse que la discordia ha sido atada al carro del
triunfador, ella no ha dejado de reportar ven
taja, recojiendo un rico botin, desmoralizando
y corrompiendo unas costumbres , é interrum
piendo una felicidad , que no solo era la envidia
de los hijos espúreos de la víctima , sino de los
hijos de otras naciones que, iniciados en el mis
mo plan , trabajan de mancomun , para poder
cantar su victoria sobre las ruinas de la huma
nidad. En efecto el día de sus brutales designios
llegaría infaliblemente , si nosotros no presen
tásemos nuestras doctrinas , sino dictásemos
nuestros escritos deshaciendo sus sofismas, y
combatiendo sus errores ; saliendo de una inac
cion cuasi criminal, que espondria fácilmente
nuestra creencia y nuestras vidas.
Asomóse en 1833 en el horizonte Iberitano
por última vez, ese astro funesto de la discordia
con unos síntomas tan graves, que á la verdad,
si hubiesen sido conocidos, habrían sin duda
horrorizado , y tal vez hecho volver atrás á sus
mismos motores; quienes] si bien deseosos de
una finjida restauracion , trabajaron en acumu
17
lar desgracia sobre infortunio , con el colorido
de ahogar el fanatismo, reputado como el mal
mas grande qne aflige á la especie humana. Co
mo su objeto era la ilustracion del mundo, tem
plaron sus plumas sobre las cabezas de muchos
millares, consultando con sus puñales las en
trañas de infinitas víctimas mas desfanatizadas
por cierto , y mas despreocupadas que las doc
trinas fatuas, que sus infelices bocas preconiza
ran ; templaron sus plumas y sus escritos con
sus demagogos planes ; prolongaron una guerra
que , finida contra su intento , procuraron bien
pronto á que cayera tambien vencida la ino
cencia.
¿Pero i oh Musa ! cómo podré echar mi frágil
barquichuelo en unas aguas en donde las olas
son las pasiones , los escollos son continuos , y
que tendré de bogar contra la corriente? Oi
gamos pues á dos desgraciados que hablen sus
infortunios; ellos bajarán sin duda al plano de
la historia , y como testigos de los males , nadie
mejor que ellos podrá contarlos : entonces solo
el compas de tu lira suavificará sus cuidados , y
con su dulce son me ayudarás ¡ oh Musa ! á co
nocerlos.
Se habian embarcado en Morjes un caballer
ro con su hija y su criado con el objeto de
visitar toda la ribera de la parte del sud del la
go de Ginebra, esto es todo el trecho de mas de
seis horas de Morjes á Ginebra , deliciosa ribe
ra, que presenta á los viajantes un conjunto do
18
objetos los mas agradables , y que condacen á
los pensamientos mas altos y sublimes. Por la
parte de Prex , se ve una cordillera de monta
ñas cubiertas de espesos pinos , dejando ver en
sus cimas milagrosos monumentos de la natu
raleza y de las artes , tan abundantes en todo
el país de la confederacion ; cascadas continuas
desprendidas de altas rocas forman algunos rios
que, convertidos inmediatamente en riachue
los, bajan rápidamente á fertilizar unos valles,
que llenos de abundantes mieses , son las deli
cias del país y riqueza del labrador ; las inmen
sas praderías con sus soberbias arboledas de plá
tanos, de chopos y de tilos , acaban de delinear
un país, el mas pintoresco y productivo. Desde
este punto es desde donde se muestra el lago con
toda su estension y hermosura ; desde las cimas
de Prex , se descubren las riberas de Lausan-
ne, por la parte del sudoeste; las de san Gin-
je por las del norte , y las de Ginebra por la
del nordeste; todas bajo un carácter brillante
y embelesador, uniéndose á este cuadro encan
tador una grande llanura de aguas pacíficas,
sembradas de canoas de pescadores, que van
en busca de la muy sabrosa trucha y delicada
pesca. Habian ya nuestros viajantes dejado la
cordillera de estas montañas, que rematan en el
desagüe de un insignificante rio; cuando al ins
tante se les presenta á la vista un promontorio
que, por su natural construccion, llama la noble
curiosidad á cuantos tienen la dicha de nave
19
gar por aquel hermoso lago; el corte monótono
de los espesísimos árboles y arbustos, que le cu
bren, con el talle de las rocas que , como otras
tantas piedras preciosas, dejando ver sus cimas
de color de hoja seca, esmaltan el verde alfom
brado de aquella tortuosa lengua que se estiende
algun tanto lago adentro, excitan á primer golpe
de vista una especie de temor y veneracion,
que el hombre, aun sin advertirlo, no puede de
jar de prestar á la vista de las grandes obras de
la naturaleza. Como por una parte el objeto de
Waídech , nombre de nuestro viajante , era el
de enterarse de todo lo mas precioso y de todo
lo que mas digno de notarse contuviese el lago,
y por otra lleno de admiracion, determinó atra
car el laud al promontorio que se estendia á
poca distancia formando con sus montocillos y
bosques , como un canastillo de flores de mas
de una milla de circuito.
Waídech era un sujeto que la curiosidad le
habia inspirado un genio viajador, siempre con
el deseo de adquirir nuevos datos y nuevos por
menores; habia surcado los mares y atravesado
naciones enteras , llegando de este modo á po
seer una ciencia particular sobre la geografía ,
que nadie intentara disputarle. Comerciante de
Riow, en 1830 tomó parte en la revolucion po
laca, figurando al frente de una sociedad de las
que mas influjo tenian en todo el reino ; despues
de frustrados sus intentos y sus deseos, vió la
necesidad de abandonar con su hija una patria
20
á la que quería libertar y dar una felicidad qne
él no supo aprender en sus correrías , ni com-
prehender si una revolucion poco sazonada iba
á entregar la libertad y felicidad, de que goza
ban, á una mano temeraria y logrera, que con
miras ulteriores y de ensanche les contaría en
el número de sus esclavos. Marchó por fin de
su amada patria, despidióse para siempre de sus
amigos que le rodeaban , y que con dnlce conv<
pasion le acompañaban en las penas que indu
dablemente debian afligir su corazon: vino á co
locar su comercio en Venecia con el intento. de
pasar una vida tranquila á la sombra de esta
ciudad la mas rica r mas célebre y mas consi
derable de la Europa. Aunque los tristes re
cuerdos de su patria , las cartas fúnebres de sus
amigos perturbaban su asequible tranquilidad ;
la amabilidad y cariño de su hija Sulmen le ha
cían olvidar los pesares, proporcionándole las
distracciones, que le sujerian su secso y edad.
Educado Waldech bajo las doctrinas del lutera-
nismo , cuya secta habian abrazado sus padres
en su infancia , creció hasta la edad de veinte y
nueve años , en cuya edad se alistó á la socie
dad de la reforma , demostrando un talento taa
superior, que llegó en breve merecer de sus
compañeros le desocupasen los primeros asien
tos en sus juntas, con el nombre de verdadero
filósofo. Aunque fuese un hombre de talento y
poseyese algun grado de filosofía, siempre habia
titubeado en sus creencias; y por lo mismo ha<
21
fcia sido muy variable en punto de religion;
motivo porque no era tan fácil que hallase un
consuelo en sus desgracias.
Habian pasado siete años del dia de su destier
ro. Waldech vivía pacíficamente en Venecia,
dedicándose á las ciencias, frecuentando con
gusto las escuelas católicas que en otro tiempo
eran el objeto de su odio; su hija Sulmen crecía
á su vista semejante al tierno olivo que un jar
dinero cuidadoso cria en las orillas de una fuen
te. Él habría sin duda olvidado á su patria y
amigos, si en Venecia hubiese encontrado la
verdad , que con tanta ansia buscaba ; y ningu
na cosa del mundo habría alterado su contento,
si para su hija hubiese encontrado un esposo ,
que la hubiese tratado con todo el cariño posi
ble. Ningún veneciano se atrevia á presentarse,
porque Sulmen habia tenido la desgracia de
agradar á un senador: este la habia pedido
por esposa , pero la jóven niña habia suplicado
á su padre que no la entregase á un hombre,
cuyo aspecto la llenaba de horror. Cedió Wal
dech sin dificultad á las súplicas de su hija;
pues que no era posible ponerla en manos de un
hombre , de quien se sospechaban muchos crí
menes , y de un hombre principalmente , que
gloriándose de católico , sus obras é intentos
desmentían el que profesase una Religion que
Waldech empezaba á amar , y que no dejaba
él de llamarla justa. .
Herido el orgullo del Senador con esta ne
22
gativa, é irritadas de tal modo sus pasiones, no
pensó mas que en apoderarse de la presa , ji
para conseguir por fuerza lo que no pudo con
razones, estaba resuelto á emplear todos los me
dios, que sujiere el poder unido con la per
versidad. No ignoraba Waldech las intrigas y
acusaciones que le habia hecho al Senado , sa
bia que le acriminaba de luterano y conspira
dor, presentando en seguida un documento jus
tificativo , en el que decia que era Polaco , y
que por sus crímenes, siete años habia que ha
bia desertado de su patria. Conocía que el plan
de su perdicion estaba muy bien trazado; y
que, antes de verse en una cárcel, 6 condenado
á muerte, temeroso que al defender su honor
esponia el dejar á su hija sin mas apoyo que su
inocencia , y por loj mismo para sustraerse de
las miras criminales de un hombre sin pudor;
convenia dejar una ciudad , que habia escogido
para su reposo , y que ahora iba á ser su des
gracia infalible. Con el objeto pues de pasear se
dirigieron al lago de Ginebra; despues de haber
recorrido todo el país confederado se embarca
ron en Morjes, y contemplando la hermosura
del lago y sus riberas se encontraron con el
pintoresco promontorio, al que la noble curio
sidad hizo atracar su laud.
Saltaron en tierra , y mientras iban adelan
tándose mil recuerdos amables ocupaban su me
moria, reemplazando sus temores. Waldech con
sideraba que aquel país desierto seria el mas á
proposito y consolador para habitarlo un hom
bre arrojado de su patria , perseguido en nacio
nes estranjeras y alcanzado por la desgracia en
todas partes. « Sulmen , decía , hija mía , ¿ no
nos valdría mas habitar esta tierra deliciosa, es
tas arboledas, en que la tranquilidad parece
eterna y embelesadora al abrigo de una humil
de choza, que no las ciudades en donde la en
vidia, los odios y las intrigas preparan el ací
bar á los hombres de bien? Ah ! Sulmen si
yo supiese renunciará á la sociedad, y bien
pronto se veria esa mano, que empuñó con or
gullo una espada , empuñar mas bien el cayado
.de un pastor » Procuraba Sulmen moderar
la tristeza de su padre, porque, aunque parecía
que aquel lugar solitario le excitaba los re
cuerdos mas lúgubres y pesados , sabia su her
mosa hija presentarle momentos deliciosos que
el amor y la virtud le. suministraban. Algunas
veces preguntaba á su padre el nombre de los
árboles y de las flores, y otras estando en vista
de las ruinas de un castillo , pedia su origen y
su historia; admiraba las manadas de cabras sal
vajes que llenas de temor se huianá los bosques;
la paloma campesina , la tórtola y el águila le
inspiraban un pavor religioso , que con dificul
tad podia ocultarlo. Despues de un largo silen
cio Sulmen dijo: «Mi amado padre, disimulad
á una hija ignorante, vos encontrais en esta so
ledad una cosa que os atrae , y que os llama al
reposo, yo por mi parte no dejo de admirar
24
cosas mui.aultdsas. que no las he visto descritas
por nuestro Martin Lulero; su doctrina me es
agradable , |>ero colocada en medio de las obras
portentosas de la naturaleza, solo me acuerdo de
un libro... ¡ Ah padre! qué delicioso es este li
bro, si leyerais sus leyes y su historial... Pron
to...» Interrumpidos por un canto armonioso,
salido al parecer de en medio de unos espe-t
sos árboles, que habia al pié de una roca, pri
vó á Sulnien pasase á revelar los dulces senti
mientos que la dirijian por un camino que n'
ella , ni su padre conocían , y que una potestad
divina era la q.ue les hablaba al corazon. Sor-
prehendido Waldech no podia comprehender si
lo que oia era un canto celestial que- les advir
tiese de alguna desgracia, ó si efectivamente
esta hubiese conducido a algun otro mortal,
á tomar consuelo en aquella soledad ; mientras
iban acercándose á aquel lugar silencioso , mil
pensamientos tristes agitaban sus corazones, te
mían descubrir algun misterio, ó cuando menos
que su vana curiosidad no les pusiese en manos
de una cuadrilla de ladrones, que llevando sus
botines en medio de la oscuridad y aspereza del
desierto, aguardan ocasiones favorables para sa
lir de las malezas y aumentar sus rapiñas : sin
embargo la voz iba animándose ; paróse Wal
dech, y prestando atencion aun percibió un pe
dazo de poesía, bastante paraj descubrir el se
creto y quitarle sus temores. Al oir que una
desgracia igual á la suya hacia resonar la sole-
25
dad de aquellos bosques, las lágrimas bañaban
su rostro; calló por un instante la voz descono
cida , continuando al cabo de un rato.

En medio de soledad soberana, .


De este valle ¡dulce palria! lamento;
Pues ¿porqué á ti, patria mia, el acento
Dedica mi pecho, y mi voz se afana?
Aquí entre bosques , do solo Diana
Preside alegre, y es nuestro contento,
Preferimos habitar los vallados,
Que ciudades y lugares poblados.

Bajo un tilo de flores esmaltado,


¿No me es dable, patria mia, el quererte?
Si te quiero, yo te juro... ¡mas verte!
Me lo impide sí ¡dulce patria! el hado.
En estranjero país arrojado
Por la furia del traidor ¡triste suerte!
Tu desgracia lamentamos Espafia ,
M pié de Fex solitaria montaña.

Waldech lleno de admiracion y de temor no


hacia mas que llorar. ¡Qué cuadro tan patético!
Un hombre que ocho años atrás quería libertar
á su patria, que cantaba alegre sobre montones
de víctimas, que poseía una ciencia regular, y
que mereció el renombre de filósofo , derramar
lágrimas á la vista de una soledad, y al lúgubre
canto de un desventurado ! ¡ AI» ! una potestad
divina domina su corazon, y le mueve, sin darse
á conocer , á unos afectos que tal vez él mismo
en otras ocasiones habría negado su existencia.
Sulmen leia en el interior de su padre recuer
26
dos tristes, que en ninguna manera podía creer
fuesen los pesares y desgracias que Waldech
habia sufrido con un valor nada comun, pero
sin embargo conocia que bastante podian influir
remontando la imaginacion de su padre á unos
pensamientos, que no se concretaban á lo tem
poral ; el criado, que era veneciano y católico,
seguía de lejos á sus dos dueños, escuchando y
regando el suelo con sus lágrimas, al conside
rar la tristeza que les afligía. Reinaba el silencio
en los bosques , solo se oian los sollozos de los
viajantes, la voz que hasta aquí se habia oido,
ya no se percibia. «Padre mío, dijo Sulmen ¿á
que apurar mas nuestros corazones con medi
taciones y pensamientos que nos abruman, y
que nada aprovechan? El triste canto que aca
bamos de oir, nos acusa. ¿No conoceis qué len-
guage tan noble y embelesador? ¡Ahí cuanto
debe haber padecido este desgraciado 1 j qué re
signacion , y qué amor ! Yo no me acuerdo ha
ber presenciado cosa igual sino en Venecia :
una jóven á quien la muerte le privó de su espo
so, con quien un año ántes habia unido su suer
te, ¡se amaban con un cariño sin límitesl ella se
deshacía en lágrimas, suspiraba por su esposo !
pero su resignacion era muy grande, era cristia
na...» Sorprendido Waldech con el discurso de su
hija , temiendo abjurase de hecho sus doctrinas
ledecia: «Sulmen, yo he procurado instruir tu
juventud con todo cuidado y esmero, no hay
doncella en tu edad á quien no aventajes en la
27
solidez de tus juicios, pero en tu lenguaje, ja
mas habia notado como ahora , unas inclinacio
nes que no pueden haber nacido de la educa
cion que has recibido de mi mismo. »
Como Waldech aun conservaba su carácter
emprendedor, abanzaba con su hija hácia el lu
gar en donde habia oido la melodiosa voz. Sul-
men inquieta y perturbada con la réplica de su
padre empezaba á sentir un pavor muy vivo,
hacia sin embargo todo lo posible para no ma
nifestárselo; se la percibia claramente la tré
mula respiracion, no osaba aventurar palabra
alguna. Mientras permanecían en este estado,
se iban acercando á aquel lugar; un perro fiel
empezó á ladrar interrumpiendo su silencio , y
como advirtiendo á su dueño la llegada de algun
estraño. Al instante descubrieron por entre las
ramas de los árboles á un jóven , que con un
libro en las manos estaba sentado á la sombra
de un verde y florido tilo ; á poca distancia se
veia otro, que apoyado contra una roca, su ca
beza caida hácia el pecho , se sostenía un poco
con un palo ; su mano tendida al descuido so
bre una escopeta, tenia, aunque con poca fuer
za , una correa con que estaba atado un perro
atento á cualquier ruido que se oyese. «¿Quie
nes sois, dijo levantándose uno de los solitarios,
vosotros que os atreveís á penetrar en el interior
de esta soledad, sin temor de ser presa ni de
ladrones ni de fieras? ¡ Ah ! tu cuyo traje es de
un hombre grande ¿por ventura vienes á poner
28
en práctica lo que has leido en tus novelas, des
pues de haber disgustado á unos pobres padres?
y tu, doncella la mas hermosa, que parece que
algun azar oprime tu corazon , el cielo te con
serve el pudor que despues del temor de Dios
es el mas bello de todos los temores.
El habla de aquel hombre confundió á Wal-
dech y á su hija, y no sabian que responder; Sul-
men sentia nacer en su corazon no sé que mez
cla de amor y de respeto, de confianza y de pa
vor. Su voz majestuosa , las gracias de su per
sona con lo pintoresco que ofrecía aquel cuadro
bacian un contraste estraordinario. Parecíale
descubrir una especie de hombres mas nobles y
respetables que los que hasta entonces habia
conocido. «Solitarios, cualesquiera que seais,
dijo Waldech , el Cielo derrame sobre vuestras
cabezas las bendiciones y gracias que os desea
mos nosotros; no somos de aquellos hombres,
á quienes las ilusiones conducen álas soledades,.
apreciamos Ja razon, somos unos simples viajan
tes , que admirando desde el lago este delicioso
promontorio , hemos atracado el laud á vues-
trasjriberas : la noble curiosidad nos ha inter
nado cuando hemos oido vuestro acento, hemos
llorado vuestras desgracias ; y una vez que ya
sabemos vuestras aflicciones, hemos querido co
nocer vuestras personas , para acompañaros en
unos sentimientos que sin duda son los mismos
que á nosotros nosjpersiguen .¡Debeis ser bas
tante desventurados! » « Nosotros, replicó el so
29
litario, no somos desgraciados ni desventura
dos , porque si lloramos desgracias y desventu
ras, no son las que pueden afligir nuestros cora
zones, pues qúe nosotros aquí pasamos una vida
mas tranquila que la del mismo Nestor. Solo
los males que afligen á nuestra patria son el
objeto de nuestros suspiros.
Estas últimas palabras causaron una nueva
sorpresa y confusion en el corazon de Waldcch
y su hija; comprendían muy bien el noble ca
rácter de aquellos desconocidos ; pero temian
que su humor no les daría lugar para conver
sar , y enterarse de la casualidad que les había
conducido á aquellos lugares. El solitario que
vieron con el libro en la mano , dispertó á su
compañero que dormía profundamente; con
vidó á los viajantes á sentarse al pié de aque
lla roca, bajo la sombra de los copudos árbo
les y al lado de una fuente ; allí comieron un
poco de pan y pescado cocido sobre ascuas.
«Señores, dijo el solitario que hasta entonces
les había hablado , en esta soledad hemos llega
do á conocer lo poco que necesita un hombre,
para pasar una vida pacífica; una vez que decís
haber oído nuestro canto , habreis comprehen-
dido muy bien el porque hemos elejido un de
sierto, para que sea nuestra habitacion; seis me
ses ha que no hemos visto mas que á un ancia
no Sacerdote que vive solo á la otra parte do
esta montaña, yá un pastor que va áPrespara
traernos todo cuanto necesitamos ; y ahora ya
30
que tenemos la fortuna de veros á vosotros, de
cidnos pues, venerables estranjeros ¿no es pru
dente á unos hombres perseguidos de la desgra
cia buscar la soledad, de la misma manera que
un diligente piloto busca un puerto seguro para
ponerse al abrigo de una tempestad que le ame
naza? ¡ Ah 1 señores , si habeis tenido la suerte
de vivir -en países en que aun no se haya gusta
do el veneno revolucionario , habeis sido bas
tante felices.
« Solitarios , repuso Waldech, y tu cuyo len-
guage me inspira un espíritu sabio y proí.ético;
yo he frecuentado las mejores escuelas polacas,
>en mi poder tengo una biblioteca de libros los
-mas modernos y esquisitos ; con mis estudios he
merecido el nombre de sabio, y tengo de con
fesar no haber oido ni leido unas palabras tan
puras y admirables como las que salen de tu
.boca. Sin duda serás de aquellos hombres, que
el Divino espíritu les protege con especialidad,
y hace que encuentren con mas facilidad el ca
mino de la verdad, como á Martin Lutero; di-
me i con qué maestros has aprendido ? ¿ cual es
la sociedad á que perteneces?» Ah ! respondió
el solitario , Dios tenga compasion de vuestros
errores. Nosotros somos cristianos católicos, ba
jo la sombra de la cruz hemos aprendido la re
signacion y el amor; nosotros no necesitamos
buscar la verdad, porque Dios es la misma ver
dad , 61 mismo se dignó enseñarla , y siguiéndo
le no necesitamos libros modernos y esquisitos ,
31
libros, que á vosotros os hacen vaguear |>of
un mar de errores, cogiéndoos la muerte sin
haber encontrado la verdad que buscais. ¡ Sois
demasiado infelices t
Sulmen escuchaba con cuidado las prudentes
palabras de aquel jóven cristiano, de tal modo
que la enternecían , empezaba á sentir en el
fondo de su corazon una potestad que la ena-
genaba. ¡Ahí decia á sí misma, este jóven es muy
hermoso! dichosa la que participe de su tálamo;
es cristiano, y mi padre los aborrece... Mientras
se entregaba á estos discursos, miraba con aten
cion las encantadoras imágenes de los dos soli
tarios, moderaba su semblante, ahajando de
cuando en cuando los párpados cuya sombra se
dibujaba en la blancura de sus mejillas. « Mor
tal el mas prudente, dijo Waldech. ¿Tu me ha
rás creer que en la escuela cristiana católica ,
habeis aprendido la elocuencia con que hablais?
¿y que bajo su estandarte habeis encontrado la
verdad?»
«Si, replicó el solitario, yo os contara toda
nuestra historia , en ella veríais claramente lo
que es un católico cristiano, y conoceríais la di
ferencia de los muchos que blasonan de este au
gusto nombre, quienes con sus sociedades han
procurado la desmoralizacion , enseñando doc
trinas , en que si no me engaño estais inicia
do; pero vos no sois tan culpable como ellos;
porque vos no sois apóstata. Tambien os conta
rá los padecimientos de nuestra patria, durante
32
ocho años de guerra , sus desgracias y su cauti
verio. Pero, amables viajantes, el astro del dia
Ta á dejarnos, nosotros á estas horas acostom-
bratnos bajar hasta el cabo de este promontorio;
allí nos ejercitamos á la pesca , y cuando las ti
nieblas se apoderan casi horizontalmente de las
'cimas de las montañas , nos retiramos á aquel
castillo arruinado que veis á la otra parte de
estos árboles , en cuyas ruinas hemos fabricado
nuestra habitacion; si teneis. .el gusto de ser
nuestros huéspedes, nos acompañareis hasta el
lago, despues os albergaremos en nuestra hu
milde choza, y mañana al asomarse la aurora ,
al pié de esta misma fuente y á la sombra de
estos árboles, os contarémos todos nuestros tra
bajos. Nuestra historia es larga, y el tiempo
ahora es corto para contarla. ' .
Solitario , dijo Waldech , el deseo que tengo
de que pudiese perpetuar mi vida al lado de tu
persona , me obligaría á aceptar la bella propo
sicion que nos haces ; pero es preciso que noso
tros lleguemos hasta Ginebra, nuestra perma
nencia en esta ciudad no será larga: os prometo
que vendremos sin pasar muchos dias para es
cuchar una historia que nos ha de ser muy gra
ta. ¡AhSulmen mia, decia volviéndose á su hija,
si nosotros sin poseer cosa alguna pudiésemos
proclamarnos felices como estos cristianos.....!
Al pronunciar estas palabras no podia dejar de
verter alguna lágrima. Sulmen perturbada y
enternecida miraba á su padre; las confianzas
33
de abrazar una religion que ella amaba , le ha
cían concebir otra confianza que mas ocupaba
su corazon.
Los dos solitarios acompañaron á Waldech ,
su hija y criado hasta la ribera del lago en don
de estos habian atracado el laud ; el barquero
cansado de esperar habia recorrido la mayor
narte del bosque , y como nada habia visto ni
oido , se habia tendido á la sombra de urí árbol
en cuyo tronco tenia atado el laud, estaba dor
mido tan profundamente que trabajo les dio el
dispertarlo. Despidióse Waldech con su hija de
los dos solitarios con la intencion . de no tardar
mucho á verles ; saltaron al laud, y jirando por
la parte opuesta del promontorio se dirigieron
hacia Ginebra.

FIN DEL LIBRO I.

3
DEL

Waldecb llega a Ginebra, se aloja


en casa de Boleslao Koika su amigo.
Waldecb se .ve forzado a presidir en
la Academia de la que era presiden
te Boleslao. Felicitación que le bace
un académico. Indignación de Wal
decb, y sn discurso. Disgusto de los
académicos. Temor de Boleslao por
la vida de su amigo. Determina Wal
decb marcharse.
ItlBM® lio

MÍieiíthas el sol acababa de perder su Tuer


za, desplomándose hácia el ocaso; el dulce cé
firo inclinaba blandamente la vela del laud de
Waldecb, arrastrándole precipitadamente por
aquellas aguas pacíficas y deliciosas á las ribe
ras de Ginebra ; parecía que el dia iba á dejar
una de aquellas noches trasparentes y placente
ras , que el viajante encuentra un placer ines-
plicable al gozarlas ; el aire templado y seco fa
cilitaba una respiracion dulce y agradable ; las
sombras negruzcas de las montañas (pie dejaban
á su derecha se estendian lago adentro; en ellas
ge oía el lúgubre cantar de Lemmer-greyer,
38
que desde aquellas cimas aguarda con impacien
cia que las tinieblas se enseñoreen de todos los
valles, para ejercer sus rapiñas acostumbradas;
el Coracias llamaba á su compañera para pro
curarse en el agujero de una roca, 6 en la copa
de algun árbol centenario , un asilo en donde;
pasar la noche ; manadas de loriotes , que se to
paban con otras de jaseurs, abandonando los
primeros la Italia , temerosos de las calores ¡de
la primavera y estío , y los últimos deseosos de
vivir al pié de las lagunas y rios dejan los bos
ques de Alemania para pasar el estío , parte en
aquel lago , esparramándose los demas por las
márgenes deliciosas de los rios y arboledas de
Módena; á cada instante se encontraban con
ías barcas de pescadores cargadas de peces , cu
yos dueños cantando llevaban el fruto de sus
afanes á la ciudad.
Waldech no podía disfrutar completamente
de los atractivos y encantos que ofrecía el lago
y sus riberas : la tristeza se habia apoderado de
su corazon , su anhelo no era otro que volver á
Ver á aquellos solitarios que, como una potestad
divina, le habían cautivado su pensamiento. ¡Ahí
decia, ellos me han hablado de felicidad en me
dio de la desgracia ; ellos se creen felices, y son
perseguidos! no puedo comprehenderlo. Sulmen,
¿no tenemos nosotros poderosos motivos para
buscar esta felicidad ? arrojados como ellos do
nuestra patria, Venecia, nuestro asilo, iba á
llevar á tu padre á la tumba... Yo fui luterano,
39
abrazó despues la sociedad de la reforma, ó por
mejor decir , me abandoné con decision á un
océano de mácsimas filosóficas , para encontrar
una verdad, que pudiese hermanarse con los pla
ceres de este mundo ; pero confieso , hija mia ,
que no la he encontrado, he frecuentado las
escuelas católicas de Venecia ; jamás he com-
prehendido su doctrina, ahora la de estos héroes
que es la misma , me confunde , y en medio de
la soledad he encontrado un argumento que me
demuestrala solidez de su creencia... ¡ felices,
siendo perseguidos !
Las tinieblas de la noche se habian apodera
do horizontalmente de las cimas de las monta
ñas , llegaba Waldech con su hija felizmente á
Ginebra, hospedóse en casa de su .amigo Boles-
lao Koska , sujeto que habia seguido sus ban
deras en la revolucion polaca, llorando ahora
como él bajo el infortunio de la espatriacion.
Koska recibió á sus huéspedes con el mayor
placer, convidando á sus amigos para acom
pañarle en tan dulce satisfaccion; seguia aun
los mismos principios , y su imaginacion acalo
rada no se habia apaciguado , no diferencián
dose en nada del carácter aterrador que tenia
al tiempo de verificarse la revolucion. Como el
interés era su verdadero móvil , ejercía afortu
nadamente el comercio en Ginebra, y siendo
sus estudios muy cortos no fué muy dificil el
que llegase á olvidar á su patria., y lo que es
mas , que la misma desgracia no le hiciese con
40
saltar por el bien de su espíritu. Habia formado
una soeiedad que se componía la mayor parte
de jóvenes italianos, que, por temor de que no
fuesen castigados sus escesos en sus personas ,
habian abandonado a su patria; dirigían esta
sociedad algunos sujetos educados con las doc
trinas de Socino bajo el nombre de filósofos y
teólogos , pero erigiéndose reformadores de su
primer maestro, presentaban en sus discursos el
carácter de un nuevo sistema. Waldech , como
Hevamos dicho, fué presidente de la sociedad de
la nueva reforma en Kiow, mereciendo una
buena reputacion su talento y estensos cono-
mientós en materias filosóficas. Boleslao habia
oído sus eruditos discursos en la misma sociedad,
y deseoso de acreditar á su antiguo compañero
y honrarle con la presidencia de la que este ha
bia formado allí en Ginebra, avisó á todos los so
cios para juntarse á la hora acostumbrada, y fe
licitar de esta manera á su noble huésped. Wal
dech renunciaba unos actos que la esperiencia
se los presentaba de diferente modo , que ocho
años atrás los habría aceptado con el mayor
placer, y que ahora los consideraba como faltos
de fundamento y de razon , escusaba su persona
diciendo que su corta permanencia en Ginebra
y sus muchas ocupaciones , no le permitían
aceptar, ni menos desempeñar debidamente el
cargo que se le ofrecía. Aunque Boleslao veía
que el humor de su compañero estaba decaído,
y que el carácter bravo y fogoso , que en otro
41
tiempo le dominaba , babia perdido toda su
fuerza; no por esto comprendía los designios
que le ocupaban: jamás habría pensado en que
una potestad cristiana católica le hablase al fon
do de su corazon; se le figuraba que un viaje
largo como 'el que acababa de hacer no le hu
biese fatigado , ó bien que la desgracia que le
había sucedido en Venecia de la que estaba
enterado, no le hubiese disgustado llevándole
en aquel estado tan triste. Boleslao no dejó por
esto de persuadirle, le suplicaba encarecida
mente que aceptase aquel honor; puesto que él
se hallaba ya comprometido con los demas so
cios, y que el aceptar ó dejar de aceptar, re
dundaba en bien ó en perjuicio de la genera
lidad.
Aceptó Waldech contra su voluntad, pero con
el ánimo de despreocupar á la sociedad de las
mácsimas filosóficas y devastadoras á la me
nor ocasion que se le presentara, é invitarlos á
buscar una verdad, que no creia existir en sus
doctrinas. Sulmen sentía vivamente que su pa
dre se viese en aquel compromiso , obligándole
á presidir una sociedad , cuyas instituciones él
odiaba, y en ocasion en que esperaba de su pa
dre un completo desengaño, abrazando una re
ligion que la embelesaba , y que aguardaba con
ansia conocer mas de cerca , con oír la historia
de aquellos solitarios; temia que su padre no
contase á los socios lo sucedido en el promon
torio , y que estos no le disuadiesen, imputando
42
sus tiernos sentimientos á una flaqueza; logran
do de esta manera la revelacion de la existencia
de unos hombres , cuya corta vida habría cor
rido desde aquel instante á cuenta de la so
ciedad.
Boleslao despues de haber servido á sus no
bles huéspedes una cena suntuosa y abundante,
condujo á Waldech á un magnífico aposento
preparado para él, no lejos de la habitacion de su
hija; acostáronse para descansar de las fatigas de
un viaje largo y penoso , sobre camas ricamente
adornadas. A Sulmen le fué imposible gozar los
dulces dones del sueño, en vano procuraba
tranquilizar su corazon agitado por mil pensa
mientos encontrados: unas veces se le figuraba
ver en medio de la soledad en compañía de los
solitarios á su padre abjurando sus errores, y
otras le miraba en medio de la academia , des
cubriendo el secreto que cada dia á Sulmen se
le hacia mas interesante.
Apenas el alba empezaba á blanquear la parte
de oriente sufocando la débil, pero agradable
luz de las estrellas, cuando la hija de Waldech
dejó su aposento, dirigiéndose al de su padre.
Estaba este aguardando que el sol empezase á
dorar las altas torres de la ciudad para empren
der sus ocupaciones , y adelantar de este modo
sus negocios. Partióse por fin Waldech y su
hija para vaciar sus quehaceres , paseándose to
do el dia por la populosa Ginebra ; á cada paso
se les presentaban monumentos que Ies recor
43
daban los usos y costumbres antiguas: con un
acento apesarado Waldech decia. «Sulmen, ¿no
ves estos viejos y rojizos edificios? estos son
verdaderos testigos de lo que era esta ciudad en
el siglo quince , toda la poblacion vivía bajo una
creencia , se creia feliz como otras muchas, pero
ahora con las reformas de hombres que se pre
ciaban de filósofos la hacen gemir con la divi
sion: las dudas y la consiguiente indiferencia, le
deparan muchísimos males dejando á los mora
dores solamente la animalidad, para que de este
modo se puedan entregar al capricho de sus pa
siones con mas desenfreno, obligando á los mo
narcas á mantener un ejército para frustrar sus
planes; pero desgraciados... ¿Se creen resistir
el golpe fatal con un ejército en inaccion ? si
hubiesen oido el triste canto de los dos solita
rios, como nosotros, abandonarían sin duda los
festejos y lisonjas de una corte criminal, dejan
do las delicias y atractivos de los palacios, que
se les convertirán indudablemente en mazmor
ras... i Ah hija mial Lloro unos males en que
yo be cooperado , y que segun mi modo de ver
son interminables... Un monarca ya no puede
contar con su cetro , si no pasa sus dias en el
campamento ocupando el lugar de un centi
nela.
El sol habia andado fas tres cuartas partes de
su carrera , cuando Waldech y su hija volvían
á ía casa de su amigo , este les aguardaba con
impaciencia , habia mandado criados por la ciu
44
dad para buscarles , temiendo con fundamento
no les hubiese sucedido alguna desgracia. La
mesa estaba preparada , sentáronse en ella , y
despues de la comida Boleslao instruyó á Wal-
dech de todas las ceremonias que habia intro
ducido en la academia , para que los socios no
notasen diferencia alguna , y mayormente para
que todo marchase del modo acostumbrado;
acompañóles al descanso esperando la hora en
que los académicos se reunirían.
Habian dado las nueve de la noche. Boleslao
avisó á Waldech que la academia estaba ya pre
parada p.ira recibirle , y que era preciso no re
tardar porque todos los socios estaban reunidos.
Entró Waldech en la academia, sentóse en la si
lla de la presidencia, ocupando Boleslao su dere
cha y el académico mas antiguo la izquierda, los
demas con órden en los restantes asientos del
salon, cada cual segun su dignidad. Estos todos
se mantuvieron en pié , hasta despues de haber
saludado á la filosofía y haber renovado el ju
ramento de fidelidad. Inmediatamente el aca
démico que habia de hacer la felicitacion, subió
en una tribuna colocada en medio de la acade
mia, y frente la presidencia. Era un jóven que
habia sido cómplice en una conspiracion que en
mil ochocientos treinta y dos, iba á esplotar en
todos los estados Bomanos, con el objeto de in
cendiar el palacio del Santo Padre y acabar sus
proezas con el robo, la violencia y el asesinato,
proclamando los nombres dulces de libertad ó
45
igualdad. En su aspecto parecía encontrarse un
aire noble y magestuoso, sus miradas penetran
tes prometían una viveza sin igual. Sin embar
go iniciado en todos los artificios de una elocuen
cia sagaz , armado con todos los sofismas , satí
rico é hipócrita, aparentaba una elocuencia
concisa y sentenciosa ; hablaba de humanidad ,
cuando se dejaba de dar lecciones para derra
mar la sangre del inocente; despreciaba la edad
y la esperiencia queriendo con sus sistemas con
ducir al mundo á la felicidad por medio de un
sin número de males; espíritu falso, que se
aplaudía á sí mismo por su exactitud : tal era el
orador encargado de felicitar al nuevo presiden
te , y esponer los victoriosos adelantos de aque
lla sociedad. Despues de un momento de silen
cio , puestas las manos sobre su corazon , se in
clinó hasta el pavimento de la tribuna y pronun
ció el discurso siguiente :
«Lelio Waldech, hijo benemérito de la patria,
presidente y gran capitan de la esforzadísima
sociedad de Kiow y ahora de la de Ginebra; in
victo , acérrimo defensor de nuestras institucio
nes, sapientísimo, triunfador, amador de la
ciencia, verdaderísimo filósofo, enemigo del
rancianismo , gloria y honor de las armas pola
cas , y amigo de Boleslao Koska , mil veces sa
bio immortal y creador de esta sociedad, salud.
¿Cómo podré manifestaros la satisfaccion que te
nemos de veros en este reciento? Turbado con
este honor insigne ¿cómo podré espresarme con
46
la debida gracia y valentía? Perdonad la debili
dad de mi¡ elocuencia á favor de la justicia que
me hace hablar.
Conviene, Señores, que antes de esponer nues
tros adelantos, conozcamos al héroe que nos
preside. Hijo de unos padres que fueron los pri
meros en abrazar las doctrinas de Lutero , cre
ció hasta la edad do veinte y nueve años , en
cuya edad llegó á conocer por su talento la fal
sedad de los caprichos de este fraile orgulloso.
Se aficionó á los principios de filosofía, sin los
cuales nadie es feliz; el grande amor que tenia
á la patria , le forzó á alistarse á la sociedad de
la nueva reforma , llegando en poco tiempo á
ser su presidente. Las sociedades se unieron pa
ra hacer la revolucion ; y Waldech fué el que
con mas entusiasmo y valor supo con la espa
da en la mano disputar el terreno á sus opre
sores. La casualidad nos fué contraria, y por
lo mismo tuvo Waldech de abandonar á su pa
tria con su amigo Boleslao. Basta solo la rela
cion de los puntos cardinales de su vida , para
conocer á nuestro héroe ; su genio celestial le
ha conducido á nuestra ciudad, y llevándole
para nuestra satisfaccion en la presidencia de
esta nuestra academia.
El objeto principal, Señores, es contar los
progresos y mejoras susceptibles en nuestra so
ciedad ; muchos son los primeros , pero casi in
finitas las últimas. Aunque en el dia tenemos la
satisfaccion de ver marchar al mundo por el
47
camino do la ilustración y verdadera sabiduría;
el catolicismo haciendo sus últimos esfuerzos,
atocina á sus creyentes , diciendo que su reli-
jion mudará de clima , y que vendrá el dia en
que su Cristo les entregará el mundo entero,
motivo porque no podemos acabar del todo con
el fanatismo.
España ha negado á ese imbécil, que tuvo la
suerte de escapar de mis manos en Roma ; los
bienes del clero son como patrimonio esclusivo
de nuestros amigos y camaradas: el fanático
pretendiente vencido por un golpe , que una de
nuestras sociedades tuvo el honor de dirigir, pier
de el prestigio; siguiendo su caída una muger,
que orgullosa intentaba contrariar nuestros glo
riosos planes . En Portugal nuestras doctrinas
se han enseñado públicamente á despecho de la
Corte Romana. Francia está en vísperas de una
revolucion, que sin duda nos será mas favorable
que la que puso al traidor en el poder, y nos
pondrá ála Italia bajo nuestra dominacion. Las
cartas de Rusia, Escocia , Suecia, Prusia, Dina
marca, Ñapoles y demas partes son muy satis
factorias. Rien se dejan ver nuestros progresos
en este país, en los cantones Helvéticos acaba
mos de hacer la reaccion llevándose los cátoli-
cos la culpa ; la idea del bien nos favorece en
todas partes: la sociedad Inglesa está enagena-
da de gozo por los asuntos de¿Egipto y China.
Pero, Señores, ¿porque para ilustrar al mun
do nos hemos propuesto enseñar las doctrinas
48
que intentamos deducirlas de los libros que hi
cieron hombres, que aun no conocían el bien?
Con ellas sembramos la preocupacion y fana
tismo, cuando nuestros esfuerzos se dirigen á
sufocarlos; reconocemos la divinidad de un li
bro que todo el mundo tiene la libertad de in
terpretarlo á su quizá, entronizando dudas y pre
tensiones que todos los dias ocupan la atencion
de nuestra academia : motejamos á los católi
cos de idólatras porque adoran imágenes, y
entre nosotros se adora á este libro, esta biblia,
cosa que no tiene semejanza alguna con el hom
bre, y que sus páginas no tienen mas fuerza que
los ecos" de la Sibila, de Ysis y Osíris, y se ado
ra, digo con un fanatismo mas grande, que el que
tenían los primeros idólatras al becerro de oro.
¿Por ventura esmenosagradablelamoralde Só
crates, de Platon y de nuestros héroes Voltai-
re, Rousseau, Diderot, D,Alambert y otros?
Sin embargo no creais que yo defienda doc
trina alguna hija de estos hombres, no, porque
si en la infancia de los pueblos pudo parecer
necesaria á las miras de los sabios legisladores;
ahora ya no necesitamos de. estos recursos, ha
empezado el siglo de las luces y el reinado de
la filosofía , y en adelante solo se erigirán alta
res á la libertad. El genero humano cadadia se
perfecciona mas ; y llegará un dia en que los
hombres sometidos solamente á su razon, se go
bernarán por las luces del entendimiento. Y así
yo no defiendo Dios alguno , si los hay , ningun

l
49
mortal ha escalado los cielos, para poderlo ase
gurar á un pueblo que vacila
Pero, Señores, si reconocemos necesario,
ó si se quiere conservar todavía una religion ;
presentemos al pueblo el ídolo de la libertad,
( 1 ) proclamémosle el Dios de las naciones , y
hagámosle un código. Porque si intentamos
conservar las estravagancias de nuestras doctri
nas ; el catolicismo , como á desertores de sus
filas, nos combatirá con sus sofismas y sarcas
mos derrotándonos en ocasion en que nos con
sideraremos mas seguros. ¿Ignorais por ventura
su audacia? Sus sacerdotes penetran lo mas es
cabroso de las montañas predicando sus doc
trinas, los habitantes de estas regiones ignoran
tes abrazan el fanatismo, dejando sus casas,
su familia , sus ganados y su riqueza en manos
de estos frenéticos y codiciosos. ¡ De esta ma
nera intentan cercarnos ! Hasta ahora han de
fendido á todo trance al sistema monárquico
puro ; pero en el dia ya han seducido parte de
las repúblicas, que nosotros habiamos plantea
do. Con todo el mal no es tan grave, que no
tenga remedio. Que se levanten de entre noso
tros jóvenes valerosos y sabios, atáquese con
t eson el centro de las preocupaciones, haciendo
ver la impotencia del sucesor de un pobre pes
cador: una vez atacado su centro, una vez dese
cha la unidad que tanto cacarean sus defenso-

(1) Ucencia.
4
50
res, publicaremos nosotros la verdad]; enseñan
do que los pueblos del orbe son otras tantas (re
públicas, en una palabra que son libres, logra
remos la felicidad que ahora tenemos en pro
blema. Correrá un poco de sangre , á nosotros
nos será muy sensible la suerte de los crimina
les ; pero tambien admiraremos la ley que he
rirá las víctimas para consuelo de los sabios y
felicidad de la especie humana.
Apenas habia concluido el académico su dis
curso, cuando Boleslao dió señal de aplausos; los
demas académicos daban el parabien á su com
pañero, pbr la belleza de su plan y agudeza
de sus pensamientos, se felicitaban los unos á
los otros, regocijándose de que la academia pu
diese contar con un genio tan sabio y empren
dedor; ofrecían sus votos al nuevo presidente;
pero este echando fuego por los ojos estaba
pensativo, cuando al cabo de un rato de silen
cio dijo. Señores académicos, el honor que me
habeís hecho de obligarme á presidir vuestra
asamblea, habría en otro tiempo llenado mi
corazon de regocijo, mayormente al contemplar
la decision y encarnizamiento con que con pers
picacia y sabiduría digna, de mejor causa, se
intenta plantear una verdad que no existe : ne
gando la materia , pretendeis hallar un cuerpo
en medio de un espacio sin límites, cubierto de
tinieblas.
No pretendo por esto impugnar vuestras doc
trinas; pero sí haceros mis reflecsiones por si
51
algo puedan aprovecharos antes de que os aban
doneis á la corriente de un rio sin saber si os
conducirá á un precipicio. Es preciso analizar
las cosas con detencion, y jamas analizarlas co
mo nos las imaginamos , sino de la misma ma
nera que realmente existen. La esperiencia
unida con la ciencia y la desgracia , es la que
ilustra á los hombres , y la que regularmente
conduce a los ánimos razonables, no dejando de
aplacar muchas veces la fiebre del orgulloso,
llevándoselo como á los primeros á remolque de
la razon. Esta es, Señores, la que sin escalar
á los cielos me ha mostrado la existencia de mi
Dios por la misma brecha, que está abierta
desde el principio del mundo á los ojos de todo
viviente racional ; tal es la naturaleza , su me
canismo incomprensible, su orden, su division,
su procreacion y su existencia. El hombre no
pudo formarse á sí mismo, esto es cierto, por
que jamas se habría espuesto al padecimiento,
cargándose una naturaleza tan débil y limitada,
jamas habría consentido en fijar su período;
pues que su soberbia sola era capaz de inmorta
lizarle. La tierra ni por su pretendida fecundi
dad, pudo por sí sola dar el ser, no diré al
hombre, pero ni siquiera á animal alguno; para
la procreacion es preciso la concurrencia de dos
secsos como á instrumentos , y la tierra á no
ser dirigida por una potencia invisible, jamas
habría producido este orden en los animales;
una masa inerte jamas habría dado un impulso
fie velocidad , porque sin tenerla era imposible
que la transmitiera á un cuerpo hijo suyo. ¿ Se
habrá la tierra cansado en un dia de semejante
parto? ¿ S» habrán de una sola vez evaporado
sus potencias? | Ah ! La tierra por sí sola sin el
concurso del sol y lluvias no puede ni siquiera
alimentar los únicos objetos que ¡ le están con
fiados, como los árboles y las plantas.
Prescindamos de todo esto: la materia debe
ser creada , ó increada , en el primer caso ya
reconocemos á un criador, y en el segundo una
cosa que existe por sí, eterna ó hija de la ca
sualidad. Analicemos el caso segundo, si existe
por sí y por lo mismo eterna ¿ qué papel re
presentaría seis mil años atras el universo antes
de comparecer el hombre? Y cuando todas las
cosas de la tierra parece le prestan vasallage,
¿ no parece que la tierra es críada para que le
sirva? El hombre habria encontrado vestigios
de su eternidad si el universo fuera eterno é
increado, y de la misma manera queabrazamos
una cosa factible y convincente, habríamos creí
do una materia permanente, como un ser ne
cesario é incapaz de alteracion. Si á la materia
la consideramos hija de la casualidad ¿ negare
mos que sea creada cuando la llamamos obra de
la casualidad? Por otra parte la materia en mi
concepto, es una masa inerte, un cuerpo que
solo sigue la ley de la gravedad , que sin el im
pulso de mano agena, su quietud seria eterna.
La ma.no que cifra las tres fuerzas en el órden
53
del universo es la de Dios que hizo todas las co
sas por medio de su voluntad espresa , que hizo
al hombre, llenándolo de un espíritu inmortal
que fué el objeto de su obra y creando los de-
mas animales para su servicio. La historia del
pueblo de Israel, todo el mundo la confiesa, mil
hechos demuestran su certeza.
Ahora, Señores, las dudas, las reformas, las
consiguientes divisiones son hijas de la filosofía,
porque nacieron algunos siglos despues del na
cimiento del Mesías prometido ya al primer
hombre. Aunque el pueblo de Israel llegó á ser
insignificante en comparacion del pueblo paga
no ó idólatra; no deja por esto la moral del
primero de llamar por su parte la justicia : fué
rebelde ásu Dios, y su castigo fué egemplar, al
paso que creyente y sumiso , la felicidad y vic
torias prodigiosas nos recuerdan su premio. Mas
de mil años ha que vive errante este pueblo,
que contaba mas de cuatro mil formando un
reino aparte. Tanto pudo la palabra de Cristo
á quien negamos la divinidad. ¡ Ah! Señores , si
llegara el tiempo en que mis dudas se desvane
cieran, de otra manera defendería la cabeza de
esta religion santa...
Que nosotros despreciemos las doctrinas de
que los hombres solos son autores , no hay in
conveniente ; convencido abandoné el lutera-
nismo para alistarme á la nueva reforma, es
decir, me aparté mas de la luz para encontrar
ao mas que tropiezos en medio de las tinieblas:
54
las mácsimas filosóficas que adapte me condu
jeron á la incredulidad; la desgracia me alcan
zó despues de nuestra revolucion , y no hallé
consuelo en mis infortunios : si levanto los ojos
al cielo, mi alma se ensancha para abrazar otra
vez la cruz de Cristo
Aunque no os figureis , Señores , que vuelva
á las doctrinas de Lutero, no hecho de menos
á unos hombres que, solo por un bochorno, por
una correccion, por algun agravio, por sus pla
ceres ó intereses hayan dejado al catolicismo,
para formar una seccion que no puede sostener
se sino por su astucia; con el interés dan fuerza
á los sofismas , y es así que defendiendo las pa
siones, con ninguna otra arma han podido con
quistar su insubordinada ejército. Como las pa
siones no atacan á los hombres con igual fuerza,
presenciamos que cada uno defiende las pajinas
de este libro , que tanto aborreceis , segun el
equilibrio de sus pasiones. Se proclama á Lute
ro ó Calvino solo porque defienden la libertad
del pensamiento, ó el tacto interior, pudiendo
el hombre de esta manera, con la imputacion
á los méritos de Cristo, y con la sola fe dedicarse
á todas las tropelías ; no tienen objeto en la ve
neracion , es decir no hay apenas en su doctri
na obligaciones para cumplir con la Majestad
de Dios. ¿Qué seria un luterano ó un calvinis
ta si las leyes civiles del reino no detuviesen
sus fechorías ó no las castigasen? En Francia
acaba de salir á luz la obra con el titulo del
55
Evangelio del pueblo por La Mentíais : estetor-
nadizo cimenta sus argumentos en las pasiones
del hombre, ó mejor sus sofismas. ¡Ignorantes!
¿Ha encontrado jamas el hombre lafelicidaden
sus pasiones?
La desgracia y la esperiencia me han demos
trado lo contrario; he seguido mis pasiones, y ja
mas he encontrado la felicidad que apetecía. Y
así Lutero, Zuinglío, Calvino, Acolanipadio, Me-
lancton, Brencío, Bucero, Farel, Varel, Bolsee,
Gentelis, Blandart, Oquino, Sírvet, Lelio Socino
Fausto Socino, Locke, Scherlok, Chub, Clank
Wisthon y otros, que esta ciudad ha tenido la des
gracia de oir doctrinas de la mayor parte , con
los modernos Voltaire, Bousseau, Diderot, Con-
dorcet, D1 Alambert é infinitos que se han con
siderado como genios sublimes, todos estos digo,
para miya no son mas que fantasmas vanos que
con filtros y encantos han seducido al pueblo con
promesas (i) de soberanía, de libertad, de pros
peridad y de igualdad, palabras problemáticas y
mas fatuas, que el fósforo'que arde de noche so
bre los sepulcros. El pueblo seducido é ignorante
sigue sus doctrinas, mas no las sigue por con
viccion, no ; las sigue porque ve á una cuadrilla
de hombres que han estudiado y que merecían
el nombre de sabios abandonados á los mismos
i
( 1 ) Se entiende que tos lales prometieron al pueblo
estas notables ventajas que las dejaron en problema para
losrar sus ulteriores fines.

i
56
principios. Estos no siguen á Lotero ni á Vol.
taire, aparentando seguirles especulan con la
ignorancia del pueblo para llenar sus areas, y
facilitarse todos los placeres con el deshonor é
infamia del pueblo , este se queja por las exor
bitantes exacciones que se le hacen , y con tal
que se le diga, que es para su felicidad , ó para
ahogar el fanatismo, ignorante calla y está con
tento, no sabe discurrir si con lasmácsimas an
tiguas era ó no mas feliz
Vosotros habeis trazado el mismo plan, y por
lo mismo no solo os alegrais de las revoluciones,
cuando debiais llorarlas; sino que tambien in
tentais derrocar los principios de religion su
mergiendo al mundo en un océano de sangre
en beneficio de la humanidad .1
En este instante una potestad divina anima
mis débiles fuerzas y arranca involuntariamen
te de mis entrañas amor y compasion , para
estimularos á la verdadera felicidad de este pue
blo que , como una manada de inocentes cor
deros, aguarda la cuchilla del verdugo para ser
inmolado. ¡Ahí si mis lágrimas pudiesen apa
gar vuestro furor; Waldech seria el mortal mas
feliz despues de tantos desengaños é infortunios.
Pronunció Waldech estas palabras con un
acento terrible , de sus ojos manaban copiosísi
mas lágrimas, parecía á primera vista, áno estar
sus argumentos llenos de solidez y moral, que
estaba enteramente enajenado, enjugaba so
llanto, preveía el sobresalto que deberja haber
57
ocasionado su discurso, temia que este no fue
se objeto de grandes debates, miraba con se
renidad á todos los académicos; sus ojos parecía
que habían recobrado las gracias de la niñez y
del amor. Boleslao corrido y confuso, no aten
día si citaba soñando aquella triste escena, ó si
en realidad se encontraba en aquellos apuros.
Los académicos se miraban los unos á los
otros sin atreverse a decir palabra. En aquel
salon estaban confundidos la admiracion, el te
mor y el furor; algunos contemplaban á Wal-
decb viendo en él un hombre sabio y pruden
te; otros llenos de indignacion iban á romper el
largo silencio con espresiones de odio y horror,
porque no veían en el discurso de Waldech mas
que lecciones saludables que ellos llamaban de
fanatismo y preocupacion. Decían, este hombre
ha perdido la razon , la edad y las desgracias le
habran sin duda vendado los ojos á la vista de
los progresos de nuestra sociedad : que vaya en
hora buena á la Zelandia á aumentar el nú
mero de los misioneros católicos.
Boleslao saliendo de aquel estado de confu
sion, despidióse con Waldech de la academia.
Fuese inmediatamente en el aposento en don
de habia dejado á su hija ; esta así que vió á su
padre le lanzó una mirada de compasion que ya
no podia ocultar. Un criado de la casa le habia
enseñado el lugar en donde celebraban la aca
demia ; ella habia trazado sus proyectos , y he
aquí que mientras estaban en la asamblea , por
58
una rendija de la puerta pudo muy bien com-
preender todo loque en ella se dijo. «Padre mio,
decia, cuantos favores debemos ya á la religion
católica, yo he pedido á Jesucristo, como lo ha
cen los católicos, para que ilustrase vuestra al
ma , i y cuan presto me ha oido ! jamas habia
vuestra boca desplegado una elocuencia igual ;
cuando habeis concluido mi alma ha sentido un
placer inesplicable y ha participado de los aplau
sos que ha oido prolongarse hasta los cielos.
1 Cuan parecido era vuestro; lenguage con el de
los solitarios! si estos hubiesen oido vuestro dis
curso, otro concepto habrían formado de noso
tros. [ Ah ! hija mia, respondió Waldech, la im
prudencia de un académico sin freno y sin pu
dor ha llenado mi corazon de amargura: ha
combatido sin vergüenza á toda religion y
amenazado al mundo con nuevas desgracias.
Una noble y justa venganza me ha hecho con
cebir la' idea para desvanecer sus errores dic
tando mi discurso una potestad divina. Favo
recido del cielo me he servido de los argumen
tos que aprendí en una escuela católica de Ve-
necia, me he acordado de los solitarios, su vir
tud ha dado fuerza á mi acento para arriesgar
me á una empresa tan grande y de-hacer sus
sofismas. El ruido do la puerta del aposento in
terrumpió á Waldech, era uno de los criados
que venia á avisarles para la cena. Durante la
misma, el padre de Sulmen propuso á Bolcslao
su marcha; pues su intencion era verificarla
59
á la mañana del siguiente dia. Aunque Bolese
lao sentía vivamente semejante resolucion, sin
«mhargo no se oponía con entusiasmo , porqu-
conocia el carácter de los académicos y no ha
bría estrañado, que para dar solucion al dis
curso que Waldech había pronunciado y que
acaloró sus ánimos, no apelasen á la fuerza, ha
ciendo una tentativa contra sus huéspedes : por
lo mismo convino aunque con dolor con la re
solucion de Waldech.
Concluida la cena se fueron inmediamente á
descansar, dieron orden á su criado para que lo
tuviese todo aparejado, porque al mismo tiem
po que la aurora asomase en el horizonte que
rían salir de Ginebra sin mas dilacion.
Waldech, aunque su deseo era de ver cuanto
antes á los solitarios para oir una historia , que
la creia importante, no solo para salir de las
dudas en que se encontraba; mas tambien para
satisfacer la curiosidad , que se le había aumen
tado con oír noticias vagas relativas á las cues
tiones españolas; tambien creia que no era pru
dente permanecer en una ciudad, que contiene
una casta de hombres malvados y perdidos, que
al sonido del oro cometen robos , asesinatos y
todo género de perversidades ; tcmia y con fun
damento, que su discurso no hubiese disgustado
en estremo á la academia y que para desenten
derse de un contrario, no hubiesen ya compra
do á uno de aquellos viles.
FIN DEl LIBRO II.
DEL

SucuO de Salmón, Marchan Wal-


decli y su bija de Ginebra. Cuenta
Sulnien el suetlo. Llegan al promon
torio , encuentran pescando A Ion
dos solitarios. Se retiran Juntos al
castillo. [Conocen al pastor Isaac.
Ofrecen los cstranjeros una por
cion de víveres. Llega el P. Daniel
al castillo. Waldecb y su bija ad
miran al anciano sacerdote. Ad
vierte Daniel a los solitarios el ob
jeto de su venida. Reflecslones de
Daniel.
fo--. .
" aldech y su hija retirados en su aposento
y tendidos sobre blandas camas, iban á gozar do
las dulzuras del sueño en medio de aquella po
pulosa ciudad que es el refugio de los persegui
do? , y que por lo mismo se compone en su ma
yor parte de austríacos, alemanes, franceses
é italianos , gente que por sus crímenes políti
cos y morales ha escogido para ocultarse á su
patria una ciudad libre , que siendo un asilo de
malvados , tambien puede llamarse la madre 6
protectora de la perversidad.
Waldech no perdia de vista esta circunstan
cia ; pero como dentro poco iba á ponerse en
64
camino para dejar bien pronto el objeto de tan
tas zozobras, tranquilizó su ánimo y quedóse
dormido. Sulmen al contrario , apenas habia
cerrado sus débiles párpados cuando tuvo un
sueño que la llenó de confusion y de nuevos cui
dados. Parecíale que dos jóvenes muy semejan
tes á los dos habitantes del monte Fex , vesti
dos de blanco , se habian presentado á su padre
pidiéndola uno de ellos por esposa con la condi
cion de que ambos abrazasen el catolicismo. Su
padre despues de grandes súplicas habia accedido,
pidiendo le instruyeran antes de abjurar sus er
rores : vió comparecer como por encanto á un
venerable anciano de aspecto magestuoso y res
petable, su trage misterioso, su grave modo de
andar indicaba ser uno de los mortales que go
zando ya de la gracia de Dios, bajan á la tierra
para dar testimonio ó solemnizar los hechos y
contratos que celebran las almas inocentes. jBe.
11a garantía con que los católicos reciben mu
chas veces testimonio de la verdad que profesan!
Parecióle que el anciano iba acompañado de
dos niños tambien vestidos de blanco, sus cuer
pos despedían una luz semejante á la que des
pide la luciérnaga en las noches del mes de
junio, y un olor mas puro y agradable que el
que se goza en medio de un bosque de naranjos
y limones floridos ; el uno llevaba un cirio y el
otro un libro , el anciano presentaba un cruci
fijo exortándoles á abjurar unas mácsimas, que
dilataban la felicidad de ambos, las lágrimas del
G5
anciano con las de los solitarios , unidas á las
embelesadoras y tiernas miradas de aquellos ni
ños llenos de pureza y candor, determinaron á
su padre á abjurar, prestando el juramento so
lemne á favor de la religion católica.
Sulmen se habría tenido por feliz si toda su
vida la hubiese pasado con las ilusiones de un
sueño, las que muchas veces pueden tomar un
carácter de realidad, y por lo mismo no dejan de
imponer una especie de confianza ó temor. Go
zaba ella de una ilusion que la conducía al ob
jeto deseado ; pero como por lo comun el sue
ño presenta cuadros de dolor y amargura , ó
bien si engolfa al hombre en un lago de placeres
ó de ventura, nunca jamas le deja llegar al fin
de la dicha, que á veces prepara con preámbu
los demasiado largos, suscitando inconvenientes
ó disputando al entrar en lo mejor de las ilusio
nes: como si una potestad prudente y justiciera
dirigiese al hombre en aquel momento que no
es dueño de sí mismo. Esto sucedió á Sulmen ,
el sueño la deja gozar lo que es bueno para su
espíritu , abjura con su padre los errores y las
dudas, entrando en una religion que la trans
forma en un ángel ; pero cuando ella piensa lle
gar á las apariencias de felicidad temporal, ó al
objeto que ocupa su corazon , su padre la disv
pertó para verificar su marcha. En otro tiempo
cuando un varon santo sufría un rapto y parti
cipaba de las dulzuras eternas, volvía en su es
tado natural creyendo su viaje cosa de pocos
5
66
instantes , pero ¡ cuanta admiracion al ver que
vba pasado tantos años y que á nadie conoce, ni
es conocido! Sulmen no sufrió rapto alguno;
pero su admiracion fué igual , llama á su padre
cristiano católico , le pide en donde estan los
solitarios , los niños y el anciano. Waldech co
noció bien pronto que su hija dispertaba de al
guno de aquellos sueños pesados y largos , que
tienen por algunos momentos al hombre como
fuera de sí; pero las personas de quienes su hija
le hablaba le hacian vislumbrar un sueño mis
terioso. Temiendo retardar demasiado su mar-
Cha , hizo que Sulmen se dispusiese presto para
despedirse de Boleslao, aguardando otras oca
siones para que su hija le contara el sueño.
Al punto que la aurora iluminó con sus pri
meros rayos las aguas encantadoras del lago ,
Boleslao acompañó á su amigo con su luja al
embarcadero, siguiéndoles los¿críados carga
dos con el equipaje y un presente de víveres
que intentaba regalar á los solitarios : este con
sistía en una porcion de tocino salado, arroz y
un pellejo de aceite muy suave, con otro de
vino tan esquisito y mejor que el que se fabrica
en Champagne , sal y un vaso de miel con al
gunos panes hechos de la flor de la harina. Al
llegar á la playa encontraron por casualidad al
mismo barquero que de Morjes les habia con
ducido á Ginebra, é iba á hacerse á la vela vol
viendo otra vez á Morjes sin pasajeros ni carga
mento. Waldech contrató con él pata que le»
67
Iterase hasta el promontorio, é inmediatamente
metiéndose en el laud despidióse de su amigo re
gando con lágrimas aquella playa : dió satisfac
cion á su amigo del discurso que pronunció en
la asamblea, «orlándole á que abandonara unos
planes cuales el académico propuso tan vanos co
mo inicuos, y que persuadiese á los socios á bus
car la felicidad y libertad del hombre por otros
caminos , que ciertamente no la encontrarían
por el de las revoluciones; yo mismo decia, soy
un testimonio convincente de las fatalidades que
producen estas empresas. Diéronse un abrazo
los dos, é inmediatamente soltando el barquero
su laud se apartaron aceleradamente de Gine
bra ., dejando á Boleslao que permaneció estan
do en pié á la orilla del lago hasta que los per
dió de vista.
Los viajeros atravesaban el lago costeando
por el mismo paraje por donde pasaron á su
venida , contemplaban aquellas riberas delicio
sas que las tinieblas ocultaban al llegar á Gine
bra. £1 sol que estaba en su ascenso hacia re
saltar la frondosidad de las selvas con las goti
cas del rocío que aun los árboles conservaban
en sus tiernas hojas, al parecer como otros tan
tos diamantes engarzados en un rico manto nup
cial. Sulmen permanecía en silencio y pensati
va, sus ojos humedecidos y su color subido
sobresaltaban su hermosura dando lugar á las
mas tiernas reflexiones ; se le presentaban las
ideas confusas del sueño, quería de ellas dedu
G8
eir algun vaticinio, pero no le era posible. A sa
padre se le desgarraban las entrañas al ver á su
querida hija en un estado tan triste , en la oca
sion en que se le figuraba satisfacer su gus
to; mas entendiendo que el sueño podia ser el
motivo de su tristeza , exigió el que se le con
tara. . . .. -i) -
Un céfiro constante , fresco y agradable so
plaba de la parte de Ginebra é impelía el laud
con suavidad hácia las costas de Prex, entre tan
to Sulmen contaba el sueño á su padre; éste,
como sentía en su interior una potestad que le
conducía á las meditaciones mas graves y subli
mes , lloraba interpretando á su modo un pre
sagio con que le parecía que el divino espíritu
le trazaba el camino de la felicidad, aunque no
podia creer que su hija mereciese el amor de
unos hombres á quienes reconocía mucho mé
rito. El sol ya dejaba caer sus rayos perpen-
dicularmente sobre las cabezas de los viajan
tes, cuando divisaron el promontorio que mi
rado por aquella parte formaba con el monte
Fex a manera de media luna. La vista del pro
montorio y la amabilidad de Waldech disiparon
á Sulmen los pensamientos tristes que tanto la
afligían, trocando su mal humor con una amable
sonrisa; parecía que sus ojos buscaban á los so
litarios registrando al través de la espesura delos
bosques de aquella soledad. Mientras iban acer
cándose, á cada instante les parecía verlos ú oír
los. Habían ya orillado-la mitad del promontorio
I

(¡9
creyendo encontrarlos ejercitándose á la pesca :
en efecto apenas el laud habia andado todo el es
pacio de un cuarto de hora, cuando al momento
vieron sentados sobre una alta roca, á la punta
del promontorio , á dos sujetos muy atentos á
las variaciones del anzuelo: no vacilaron en creer
que serian los dos solitarios, objeto de su viaje.
Atracaron inmediatamente el laúd en tierra
sujetándolo al tronco de una haya : saltando
"Waldech y su hija en tierra se dirigieron los dos
hácia los pescadores, que aun no habían adver
tido su llegada, dejando al barquero y al criado
en guarda del cargamento y del laud.
Al mismo instante que los solitarios vieron
que dos sujetos se dirigían con tanta precipita
cion hácia ellos, dejaron los instrumentos de la
pesca para salirles al encuentro, figurándose
no podían ser otros que los dos estranjeros que
seis dias antes habian abordado en, aquellas ri
beras, y íjue les habian prometido su vuelta.
Mientras Waldech y su hija atravesaban un bos-
quecito de pinos, hayas y mirtos; los solitarios
seguían un camino que ellos mismos habian tra
zado pasando por él siempre que iban á pescar,
cuyo camino conducía al mismo bosque, por el
que pasaban los estrangeros, al que iban á en
trar dejando á la derecha un mon'tecillo que les
ocultaba á la vista de los que venian. El perro
que llevaban dio algunos ladridos , 6 inmediata
mente vieron salir á Waldech y su hija de aque- .
Ha espesura encontrándose en presencia de sus
70
huéspedes. Abrazáronse tiernamente, y cele
brando los solitarios con muchísima alegría vol
verlos á ver despues de un viaje feliz en aquella
soledad. Señores, dijo uno de ellos, sin duda vo
sotros estaréis cansados; mejor será que nos vá-
yamos á nuestra choza , y allí descansaréis: no
sotros sentiremos un placer indecible si os dig
nais admitir nuestra ofrenda rústica y humilde;
aunque grande en medio de una soledad en don
de la tranquilidad es la mas dulce cama , y la
virtud el mas rico tesoro : aquí no os podemos
ofrecer los adornos de los palacios, ni las delicias
de los baños, de que en Ginebra habreis tal vez
gozado; las ruinas de un castillo constituyen
nuestra habitacion y el amor nuestra riqueza :
si algun dia pudiéramos acompañaros á nuestras
casas echaríais de menos estos palacios y estos
baños : pero una vez que la desgracia nos per
sigue, nosotros apreciamos mas la tranquilidad,
y como creemos que esta es la voluntad de Dios,
nos tenemos por felices sin nuestras casas en me
dio de los bosques. Y tu, dirigiéndose á Sulmen,
doncella la mas hermosa; mil veces feliz tu pa
dre , y mas feliz todavía el que participe de tu
tálamo, si bajo la ley de Cristo sabeis seguir los
impulsos de un amor casto y sencillo. Ven con
tu padre en nuestra choza, la habitacion de un
católico es la mas á propósito para albergar á
una alma inocente. Waldech no podía oir sin
enternecerse un lenguaje tan noble y penetran
te; tanto como se apartaba de las mácsimas ti
71
iosóíicas; Unta mas se le ablandaba su corazon,
y se acercaba> á la verdad que con tan gran de
seo buscaba.
Encontrándose en. el lugar en donde habían
dejado el laúd , sacaron i tierra todo cuanto
llevaban en él, dirigiéndose inmediatamente al
castillo. Despues de haber seguido algun rato
una vereda que había en medio de un terreno
estéril ó inclinado, en donde crecían por un la
do y otro hayas desmesuradamente gruesas;
descubrieron las rocas , la fuente y los árboles
bajo cuya sombra conocieron por primera vez
á los solitarios ; por la derecha á una larga dis
tancia se veiaa las ruinas de un antiguo castillo
en la cúspide de una montaña toda cubierta de
bosques , presentándose por la izquierda un va
lle angosto de mas de tres millas de circuito , á
cuya estremidad se percibía el pueblecito de
Prex colocado en la colina de un monte. Atra
vesando un pequeño llano tomaron otra vere
da, al parecer era la continuacion de la misma
que habían dejado, esta era el camino que anti
guamente hacian los Señores de aquel castillo
cuando salían á disfrutar de la campiña , el que
conducía hasta las puertas del castillo serpen
teando por tas cuestas de aquel terreno desigual,
estendiéndose sin duda hasta el cabo del pro
montorio : aun se notaba un orden monótono
«n los árboles que había plantados en una y
otra parte.
Luego que hubieron llegado á las rumas del
72
castillo encontraron á un hombre vestido con
una piel de javalí , estaba medio tendido apoya
do contra un monton de piedras que habia cer
ca de la puertecita que daba entrada al interior
de la habitacion de los solitarios; tenia á su lado
un cesto muj grande lleno de víveres. Este era el
pastor que habitaba tranquilo en aquellas mon
tañas apacentando sus ganados cual otro Jacob,
tomando con resignacion por siete años mas la
custodia de los ganados de su tio Laban en pre
cio de la hermosa Raquel, con la sola diferencia
de que los trabajos del pastor de Fex no eran
limitados, porque iba á merecer la felicidad
eterna; pues era tambien cristiano. Llevaba de'
pueblecito de Prex todo cuanto necesitaban los
solitarios con una amabilidad y alegría hijas solo
de un corazon bien adoctrinado en las escuelas
del evangelio. Habia advertido que toda aquella
comitiva se adelantaba hacia el castillo , pero él
sin amedrentarse ni demostrar admiracion á la
vista de tan estraordinaria visita, continuó tran
quilo un himno con que daba gracias al Señor
porque les enviaba desconocidos. « ¡ Oh Señor !
esclamaba el cristiano pastor enagenado de go
zo, Vos sois el verdadero soberano del Cielo. Vos
habeis señalado su lugar á la aurora. A vuestra
voz se levanta el sol en el oriente y se adelanta
como un gigante soberbio. Vos habeis fijado sus
límites á las tinieblas, y las destruís con un rayo
de vuestra luz. Vuestra luz es vuestra gracia, y
con ella tambien apartais las tinieblas que con-
73
funden el corazon del impío. Vos llamais al sal
vaje, y el salvaje lleno de pavor levantando los
ojos al Cielo responde, i Qué mandais Señor?
Vos sacais al hereje de su letargo, y le mostrais
el camino de su salud. La filosofía moderna di
ce , no hay Dios , y el cristiano teme lleno de
amargura vuestra ira. Los pueblos del occiden
te niegan el tributo á su Soberano, y le llenan
de oprobios y maldiciones. jAy hijos de Jaime!
no espereis consuelo en vuestros males porque
no aplacais la ira del Señor. Los agresores han
herido á los pastores de Belen, y sus ovejas han
sido presa de los lobos. ¡ Oh Dios mio ! menos
grandes son vuestras obras, que vuestra mise
ricordia. Si sois cristianos corred á las soledades,
porque se acerca el dia del Señor. Venid, venid,
hermanos mios y alabad al verdadero Dios. »
Así cantaba aquel anciano pastor , mientras
que los solitarios subian la cuesta de la monta
ña. Levantóse, apartó su cesto haciendo lugar
para pasar libremente los que llegaban. Luego
que el pastor conoció á los solitarios que iban
entre aquellos estranjeros, dijo en alta voz.
« Compañeros, el Señor sea con vosotros y os
guarde del hombre malo como del espíritu de
las tinieblas.» Respondieron los solitarios. «Dios,
os dé mil veces su santa bendicion , hermano.
Isaac dad gracias al Cielo que hoy se ha digna
do enviarnos caminantes. Y haciéndole una se
ña entró con ellos dentro del castillo.
Estaba este colocado, como llevamos dicho, en
74
la cima de un monte cubierto de pinos , bayas
y mirtos, que en nada dañaban su hermosa vis
ta: toda la montaña parecía llorar la pérdida
de sus antiguos dueños; pues que á cada paso se
encuentran manantiales de agua mas pura que
las lágrimas de una virgen, y mas suave que el
bálsamo ; al pié de la montaña juguetean ria
chuelos que fertilizan las praderías cercadas de
plátanos, chopos y tilos: en las enrojecidas pa
redes del interior y esterior del castillo aun se
leen algunos caractéres que recuerdan muy bien
los tiempos de la dominacion romana. La ca
sa del duque de Fex lo habia heredado despues;
pero estinguióse esta familia en aquellos tristes
días en que los hugonotes perseguían á muerte
á los católicos llenando de consternacion la Fran
cia y Alemania comprendiendo la Suiza. £1 du
que de Fex había pertenecido á los hugonotes
muriendo en un encuentro que estos tuvieron
con los católicos; su casa fué saqueada y arrui
nada, y su familia pasada á cuchillo; desde en
tonces aquel castillo quedó desierta sin atrever
se ningun mortal á penetrar ni acercarse á sos
paredes; tal era por una parte el miedo, y por
otra el horror con que se miraban aquellos es
combros ocasionados por la voz que corría, de
que en aquellas ruinas aparecían visiones, y que
estas eran las almas de los hugonotes. Aunque
la parte principal del castillo habia sufrido la vio
lencia de un incendio; sin embargo quedaban una
porcion de habitaciones que, por el espesor de las
75
paredes, babian resistido al fuego, á los años y á la
intemperie, y por lo mismo capaces para alber
garse los solitarios ; babian reparado algunas de
estas habitaciones con sus propias manos, como
si eligieran aquella soledad para serles su man
sion eterna. Por la parte del sud se descubre el
ralle de Prex, tierra favorecida de todos los do
nes de la naturaleza , presentándose por la par
te del este toda la hermosura del lago de Gine
bra; desde el castillo se ve el promontorio como
un pequeño faro, ó como una cola de serpiente
tendida al descuido sobre las aguas.
Mientras que los solitarios acompañaban á
los estranjeros enseñándoles las antigüedades de
aquel castillo , el sol se inclinaba ya sobre las
cimas de las montañas vecinas del oeste que
forman como una larga cordillera del sudoeste
dilatándose hasta el norte en cuyo punto se
pierden de vista. El astro que se habia hecho
un poco mas grande parecía estar un momento
inmóvil pendiente sobre la montaña como un
grande escudo de oro. Las arboledas de Prex, y
las riberas del lago brillaban con una delicadí
sima luz reflejando los últimos rayos de la au
rora; se pararon los vientos, y aquel hermoso
valle quedó por un momento en un reposo uni
versal. El críado y el barquero habian ya tras
portado en el castillo todo cuanto traian en el
laud, Waldech despidió al barquero, porque
su intento era pasar algunos días con aque
llos solitarios , y despues viajar por tierra. En
76
seguida hizo el presente á sus huéspedes, quie
nes demostraron grande satisfaccion consistien
do casualmente en víveres, cosa muy necesaria
en medio de una soledad, lo recibieron con
atencion y nobleza correspondiendo á este re
galo , entregando á Waldech un vaso de haya
muy grande fabricado por uno de ellos : en su
rededor había grabados en él tres casos conside
rables de la pasion de Jesus ; en una parte del
vaso se veia al divino Maestro bajando su cuer
po para lavar los piés á sus apóstoles; en la otra
estaba bellamente dibujada la traicion de Judas
echa á su Señor, la cólera del artífice hácia las
traiciones le habia dirigido en aquella obra ani
mando las acciones con una viveza sin igual , y
poniendo al lado de la traicion su justo premio,
representa en la tercera parte el desespero del
traidor arrojando el dinero en presencia de los
sacerdotes de la Sinagoga, escogiendo muy equi
vocadamente la horca para consuelo en su er
ror ; era una taza tan bien grabada , pero quizá
mas bien pulida que las que fabricaba Alcime-
donte para los pastores de la Arcadia en las ri
beras del Ladon y del Alfeo. A Sulmen le
dieron un cubierto primorosamente labrado y
un cestito echo de juncos, que cualquiera
lo reconocería por obra maestra de un sabio
profesor.
El'pastor se habia retirado de su compañía,
cuando al cabo de un rato oyeron el sonido de
una campanilla. « Nosotros , dijeron los solita
11
tíos á los estranjeiros, vamos á hacer las ora
ciones de la tarde ¿ nos permitireis que os deje
mos un instante, ó preferireis acompañarnos?
« Mi Padre , respondió Waldech , apreciaba las
oraciones- y era luterano ; yo me acuerdo que
rogaba por los difuntos , cosa miiy contraria á
las doctrinas de Lútero; continué sus mácsi-
mas y no las aborrecí hasta abrazar la filoso
fía; cuando fui' filósofo perseguía unos actos,
que á mis ojos parecían ridículos, porque era
soberbio; pero en el dia Dios perdone mis es-
travíos, veo en las oraciones un camino seguro pa
ra comunicarse con la divinidad, y el medio tínico
con que una alma sencilla puede apaciguar la
cólera del Señor. « Así hablaba en favor de las
oraciones un hombre que saltando de error en
errores, la razon misma le conducía á confesar
la santidad de las doctrinascatólicas. Sin aguar
dar mas se reunieron en un patio medio arrui
nado que habiá en medio del castillo ; á un lado
habían fabricado un cerco con ramas de árboles
en cuyo lugar el pastor tenia encerrado su ga
nado , en medio del patio había un pozo cuyos
dos pilares estaban cubiertos de yedra creciendo
por un lado y otro en medio de las ruinas una
muchedumbre de arbustos que ellos encamina
ban con cierta monotonía y que la naturaleza sola
fué su autora. Al brocal del pozo bajo la yedra
que formaba como un docel , habían construido
un altar en el que tenían colocada la imájen de
la Virgen y un Crucifijo. El anciano pastor con
T8
la cabeza descubierta y fijos los ojos en aquellas
sagradas imágenes, puesto de rodillas iba ya á
comenzar sus oraciones ; los solitarios hincadas
tambien las rodillas al rededor de aquel venera
ble pastor , el que despues de haber rezado las
oraciones de la Virgen , pronunció en alta voz
la siguiente que repitieronlos solitarios. «Señor
Dios de los ejércitos, tened compasion de vues
tros hijos, dignaos visitar esta noche nuestra
habitacion, y apartad de ella los sueños vanos.»
Cubridnos, Señor, con el velo de la inocencia
y de la gracia al dejar las vestiduras del dia.
Librad nuestras frágiles paredes de las asechan
zas del hombre malo y corrompido, y no permi
tais que seamos presa del enemigo del alma. In
fundid un rayo de luz en nuestros corazones,
para amaros con mas amor. Apartad al impío
de los escollos, para que algun dia pueda reco
nocer vuestros favores. Mirad, Señor, con ojos
compasivos á vuestro pueblo, y haced que cese
la persecucion en vuestros reinos. Protegednos,
y cuando estemos dormidos en el sepulcro, ha
ced , Señor , que nuestras almas descansen con
vos en el Cielo.»
Acabada la oracion entraron en la casa, se
sentaron en un aposento grande que las llamas
no habían hecho mas que ennegrecer sus pare- i
dea; los solitarios no tenian en ella mas adorno,
que una mesa de piedra de granito que habían
encontrado en las ruinas del castillo y algunos
asientos, obra de sus ingeniosas manos. Waldech
79
conversaba amorosamente con sus huéspedes,
admiraba las tiernas reilecsiones de los solita
rios, contábales sos fatigas, su vida, sus preten
siones, sus estudios y sus desgracias, llorando
sus estravíos; y como que les pidiera un con
suelo les contó tambien el discurso que hizo en
la academia de Ginebra. «Ahí le dijo uno de
los solitarios, vos habeis hablado como un cató.
«cof pero distais mucho de serlo, haceis alarde
de vuestra sabiduría, y en vuestro lenguage aun
se notan muchos errores, vos deseais encontrar
la verdad y por esto no dejais lo falaz de las
"mácsimas de Lutero, ni las de filósofo, hacien
do una mezcla que solo sirve para turbar vues
tra alma ; percibis los acentos de Sion, os enter
necen y acallan vuestros justos sentimientos to
do lo duro y orgulloso de las doctrinas de Mar
tin Lutero y de vuestra reforma , y aun asistis
á unos actos, que envilecen de sí todo cuanto
«1 hombre hace de bien. Calló el solitario, y
como si notara que sus palabras hubiesen sor-
prehendido la sencillez de Waldech, despues de
un rato de silencio continuó. « Pero amigo, no
es fácil de que un hombre pueda por sí solo
vencer los inconvenientes que se presentan des
pues de haber entrado en un piélago de errores,
ávuestro anhelo es encontrar la verdad, yocreo
que estais muy dispuesto para encontrarla. Ma
ñana oireis nuestra historia, y si esta no os acla
rase el verdadero camino, nuestras doctrinas
son bastantes para mostrárosla. Sulmen miraba
80
con atencion al solitario que les hablaba : era
el que por primera vez vió sentado bajo el tilo
de la fuente con un libro en la mano, erajóven
de talle elegante y noble -, su carácter demos-
trabajo ilustre de la sangre á que pertenecía, su
hermosura le habia eftagenado su corazon, y ya
empezaba á sentir una especie de confianza y
amor, que con trabajo ocultaba. i >.....
El anciano pastor na sabia si querían dtenar
en aquel aposento ó. al patio debajo la sombra
de los árboles, espuestos á la brisa de las no
ches. Lo pregunta á los solitarias , y estos le
mandan. prepararla en la mesa de piedra del
mismo aposento en el que tal vez los antiguos
Señores de aquel castillo habían celebrado sus
festines, cifrando los dias de sus placeres con
espléndidos banquetes, solemnizando alguna vez
]as derrotas de los católicos, ó mejor las victo-
rías de los hugonotes. El pastor la lava con una
esponja y la cubre con un lienzo , pone en or
den algunos platos de barro al rededor de la
mesa, algunos panes, un vaso grande de vino y
un jarro de leche. Despues lleva algunos peces
del lago Leman cocidos sobre ascuas, algunas
avecillas , fruto todo de sus trabajos y diverti
mientos, sirviendo al fin y en obsequio de los
forasteros un cabritillo asado que aun no habia
probado los tiernos madroños de aquellas mon
tañas.
Cuando iban á sentarse á la mesa, el criado
de Waldech que se habia quedado al umbral de
81
la puerta tomando el fresco, entró precipitada
mente, diciendo á los solitarios, que un ancia
no muy semejante á un monje de Venecia , se
acercaba al castillo ; al momento vieron entrar
á un hombre de aspecto venerable , que deba
jo de un manto blanco llevaba el traje de pas
tor de almas. No era naturalmente calvo , pe
ro las llamas habian despoblado su cabeza, y
en su frente se dejaban ver las cicatrices de las
heridas, que recibió en Castilla cuando con
violencia se arrojaron á los frailes de toda la
España. Este pertenecía al monasterio de S.
Gerónimo de la Nora , habiase propuesto vivir
oculto en aquel recinto y acabar sus dias en
aquella mansion de anacoretas; cuando algunos
hombres mas frenéticos, que prudentes, inten
taron pegar fuego al edificio. El buen padre se
habia escondido al dorso de un altar , padecien
do allí con resignacion el furor de las llamas y
de las ruinas que se desplomaban sobre su ca
beza. Una barba blanca le bajaba hasta la cin
tura; y para sostenerse llevaba un baston de fi
gura de cayado , un libro y unos rosarios largos
y flotantes , suspendidos á una correa , que cir
cuía y sujetaba con suavidad el tosco sayal, que
cubría su débil cuerpo.
«Este era el Padre Daniel, el anciano Sacer
dote que habitaba á la otra parte de la monta
ña, haciendo una vida austera y penitente. De
cuando en cuando visitaba á los solitarios , dán
doles lecciones saludables con que aprendían
6
82
rada dia á sufrir por su Dios, despreciando las
ociosidades, que proporciona una \ida solitaria.
Al acercarse algun dia, que la Iglesia católica
marca con el precepto de asistir al santo sacri
ficio, el padre Daniel se acercaba al castillo en las
vísperas de la vigilia. Por fortuna era aquel dia
ante-vigilia de la Asuncion de la Virgen , fiesta
que los católicos acostumbramos solemnizar con
toda especie de festines; los solitarios habian eri
gido el altar del patio bajo la invocacion de la
Madre de Jesus , proclamándola su protectora;
razon suficiente para que aquel venerable sacer
dote, pastor de almas se acercase á su pequeño
rebaño para prepararse con anticipacion, á fin
de hacer mas solemne semejante fiesta. A su
vista se postraron los solitarras para recibir
su santa bendicion , saludándole con los epítetos
de padre y mártir de Jesucristo.
Por el Dios verdadero , exclamó Waldech lle
no de temor y admiracion, esto está hecho. Sul-
men, ved aquí al augusto anciano que se te ha
presentado en el sueño, j Ah hija mial ¿ cómo
es posible que este hombre haya dejado los mu
ros de Ginebra y venido aquí en tan poco tiem
po, para realizar un hecho, que podia ser no
mas que un puro sueño? ¡Oh, tu que estás car
gado de dias ! qué significa este cayado que lle
vas? ¿ Serás por ventura algun rey sin corona
que vas errando por estas montañas, ó algun
sacerdote católico perseguido en naciones es-
tranjeras? ¿O serás de aquellos mortales que
83
gozando ya de la graciade Dios bajan á la tierra
para ejecutar sus designios? ¡ Ah ! Dígnate mos
trarnos la verdad, que nosotros la buscaremos.
Sulmen miraba á aquel venerable anciano,
trémula y confusa ; su manto , su modo de an
dar, su cayado, su barba blanca, sus miradas
espresivas le demostraban bien claramente, que
era el mismo que habia visto en sueños; pero
allí no veia á los niños. Mil pensamientos en
contrados apuraban su corazon. El padre Daniel
miró un rato á Waldech con sorpresa; despues de
un momento de silencio, Señor , respondió : este
cayado que llevo sirve para afianzar mis vaci
lantes pasos, señal de mi corta peregrinacion
sobre la tierra; yo no soy monarca, sino un po
bre pastor de almas. Sirvo bajo las órdenes del
sucesor de S. Pedro, al que derramó su sangre
por vos y por todo el mundo. Esta es la verdad,
y si vos quereis , os enseñaré á conocerla ; esta
religion no ecsigirá mas de vos, que la ofrenda
de vuestro corazon. Volviéndose entonces á loí
solitarios; vosotros sabeis, hijos mios, el objeto
que me trae aquí; pasado mañana es la fiesta
de la Asuncion, es preciso santificarla como de
be todo católico, mañana arreglaremos el altar,
y una vez que el cielo os ha enviado á estos
estranjeros no se desdeñarán de presenciar un
acto que sin duda les facilitará una leccion para
llegar al fin que apetecen.
El pastor del castillo acercó los asientos á la
mesa , Waldech se sentó al lado del anciano
84
sacerdote, Sulmen al de su padre, y los solitarios
se acomodaron al rededor de la mesa. El minis
tro del Dios de Jacob bendijo los manjares, con
versando despues con tranquilidad llenos de
cordialidad la mas afectuosa. Mientras comían,
el pastor leyó en alta voz algunas instrucciones
sacadas de) Evangelio y de las cartas de los
Apóstoles. El padre Daniel comentó del modo
mas amable lo que dice S. Pablo sobre los de
beres de los que aspiran al matrimonio , aña
diendo las saludables refleesiones con que el
Ángel Rafael amonestó al jóven Tobias para re
cibir por muger á Sara hija de Raquel de la
misma tribu de Neftalí. Sulmen temblaba, y álo
largo de sus mejillas caian lágrimas virginales
como perlas ; Waldech, los solitarios, el pastor y
el criado, sentían el mismo encanto, todos es
taban enternecidos. Dieron fin á la comida de
la tarde con la accion de gracias, en la misma
sala del castillo en la que sin dudaalgunasveces
los hugonotes tuvieron sus aterradoras juntas ,
para combinar algun plan contra los católicos: y
se fueron á sentar al umbral de la puerta del
castillo en un banco de piedra que los solitarios
habian construido de las ruinas del castillo, for
mando como media luna.
El pequeño rio, que casi circuye toda aquella
montaña, siguiendo sus unduosidades, caminaba
con lentitud por el pié de la misma á vaciar sus
cántaros en el lago, con la misma lijereza con
que una jóven serpiente deslizándose por la
83
pradería huye de las opresoras plantas del sega
dor, nacido de una fuente que resonaba á lo lejos
formaba con su eterno murmullo un contraste es*
traordinario con el lúgubre aullar de los lobos
y el cantar triste de las aves nocturnas; pasan'.
do despues á recibir las cristalinas aguas que
chorreaban por entre las duras peñas de aquella
montaña, reuniéndose todas en su pequeño cau
ce cubierto con la sombra de los árboles , de los
arbustos y de las flores, fertilizaban aquellas pra
derías. Regado aquel pequeño valle con las dul
ces aguas de este rio , crecían por todos lados
frondosísimas arboledas de álamos, tilos y abe
tos. Las cimas de las montañas estaban cubier
tas de espesísimos bosques de pinos , hayas y
mirtos poblados de lobos , de zorras , de ardillas
de javalíes de una magnitud monstruosa. Los '
pastores de Prex, que no se atrevían á penetrar
por aquellas soledades temiendo que los anti
guos señores hugonotes de aquellos bosques no
atacasen sus reses con una manada de las fieras
que habitan en las concavidades de aquellas
rocas, descuidaban aquellos deliciosos pastos.
Entre tanto el pastor del castillo cubierto con
una piel de javalí , apacentaba tranquilamente
sus ganados aprovechando con alegría aquella
fértil soledad.
Todo era grave y risueño , sencillo y sublime
en aquel cuadro. En medio del cielo se descu
bría la luna que estaba en su lleno derramando
por aquellos valles una luz permanente, pon» jo
86
jiza como Ȓ la Reina de la noche llorase su viu
dedad buscando á su esposo radiante, enjugan
do sus dulces lágrimas, cubriendo su dorada tez
con un velo sumerjido en la sangre de su ma -
rido ; por la parte del medio dia se veia uno de
aquellos metéoros que, aunque hijos de la natu
raleza, no dejan muchas veces de presagiar á
los mortales alguna desgracia : era este una co
luna de fuego que, bajando en línea recta, rema
taba en punta, como si amer.azára á las cabezas
de los mortales; caminando con lentitud hacia el
occidente indicaba que allí sin duda seria el oca
so de sus lúcidos instantes. Los solitarios que
contemplaban aquella escena , no se ocupaban
entonces de las raras curiosidades de la tierra.
£1 padre Daniel les hablaba con ternura dicién-
doles « puede ser que lo que presenciamos no sea
mas que efectos de la naturaleza, pero los mis
mos y otros señales indicarán la disolucion de
esta máquina , en que las naciones juzgan ser
eternas, por haber edificado sus palacios so
bre las ruinas de los templos y por haber pro
vocado al mismo Ser que los crió y que les
volverá á su primitivo estado. lAh! nueva Jeru-
salen, esclaiqaba regando con lágrimas su enca
necida barba, todos tus enemigos te han provo
cado, silvaron y rechinaron sus dientes y dije
ron, te devoramos , ha llegado el dia que espe
ramos, lo hemos encontrado, lo vemos. Los re-
y«s de la tierra y todos sus habitantes no cre
yeron qua el enemigo entrase por las puer-
87
tas de Jerusalen. Han sido mas veloces nues
tros ¡perseguidores que las águilas, nos persi
guen en los montes y arman asechanzas en el
desierto. ¡ Oh Señor ! cuan prodigiosos son
vuestros acentos, hablais á vuestro pueblo con
la peste, con el hambre, con la guerra, con
la tempestad y con la desgracia, y él tendido
en el letargo de sus pasiones no responde a
vuestra voz. » Hijos de los polos, temed la voz
que se oirá en el oriente; porque será la voz
del Senior. Vosotros le oireis á un tiempo con
los del occidente, y todos temblareis bajo los ra
yos de la ira de Dios.» De esta manera se ensan
chaba el corazon de aquel anciano varon: en sus
palabras se notaba un carácter profético , llo
rando sobre sus hermanos casi los mismos ma
les, que el profeta lloraba sobre Sion.
Waldech y Sulmen estaban sumerjidos en un
profundo llanto: estaban demasiado absor
tos, para que entendieran el lenguaje de Daniel,
acostumbrados solo á seguir los argumentos que
les dictaba la razon, recibían, digámoslo así, no
mas que una luz escasa mezclada con sombra; y
por lo mismo no podían en manera alguna per
cibir las vivas claridades que el evangelio infun
de en los corazones cristianos. Los solitarios es
taban por su parte abismados en los mas serios
pensamientos : lo que para los forasteros no era
mas que el triste cantar de un desgraciado, era
para ellos unos misterios incomprehensibles y
unas verdades «temas. Hubiera durado largo
88
rato aquel silencio , si el anciano sacerdote no
les hubiera indicado que la noche estaba cerca
su mitad, convidando en su consecuencia á sus
huéspedes al retiro. Como una manada de pa
lomas campesinas, que despues de haber gusta
do las cristalinas aguas de un arroyo, separán
dose de él se retiran ó á las ramas de un árbol,
ó al hueco de una roca para pasar la noche; de
la misma manera se retiraron aquellos cristia
nos despues de haber recibido la bendicion del
padre Daniel. # -
A Waldech le condujo un solitario á un apo
sento que habia á la otra estremidad del castillo
que se habia preparado para él, no lejos de la ha
bitacion de Sulmen. El padre Daniel despues de
haber meditado la palabra de la vida , se tendió
sobre una cama de cañas y hojarasca que él mismo
se habia arreglado bajo la bóveda medio arruina
da de un pórtico cerca del patio: pero apénas ha
bia cerrado los ojos cuando oyó una voz confu
sa que le llamaba por tres veces. Dispertóse He
no de una santa agitacion , creyó que reconocía
en aquella voz misteriosa algun aviso para los
cristianos, y púsose á orar con abundancia delá
grimas: al cabo de un rato quedóse dormido
puesto de rodillas, y le sobrevino un sueño. Pare
cióle que veía á Dios lleno de cólera que iba á
descargar sobre los hombres. Lo que hasta aquí
no habia sido mas que una persecucion indirec
ta , iba á permitir á los perseguidores el desca
re, el furor y la violencia; veía correr de nue
89
vo la sangre de los ministros del santuario, y ca
si sin adoradores al Dios verdadero. Oyó con
horror los bramidos que S. Juan vio' en la Isla
de Patmos haciéndole esclamar dispertándose
lleno de terror. ¡Mirad Señor, que nos acomete!
Púsose otra vez en oracion pasando todo lo res
tante de la noche lleno de un santo temor.

FIN DEL LIBRO III.


DEL

Él padre Daniel exhorta a los Mo


ntarlos a que cnentcn su historia.
Todos se reúnen al pie de una fuen
te» y Avertano empieza su narración.
Descripción de Navarra y de su fa
milia. Sale Avertano de su casa na
tiva. Primeras tentativas contra su
Inocencia. Cae en los atractivos de
la corte. Pequeña descripción de Ma
drid. Arnullo, Langara y Unzoe. Ori
gen de las desgracias de Espada.
.. -. -i-i
J%lT. mismo instante que las golondrinas empe
zaban á saludar á la aurora revolteando al re
dedor de las negruzcas paredes de aquel arrui
nado edificio, con su canto anunciaban á Isaac el
nacimiento del dia. Este anciano pastor se apre
sura á dejar su tosco lecho, se cubre con el sayo
de pieles de javalí , calza los borceguíes de piel
de cabra sin curtir, toma su cayado, se adelan
ta hácia el sitio en donde el padre Daniel habia
pasado la noche , y luego descubre al venerable
sacerdote que estaba en medio de la campiña
ofreciendo sus oraciones al Eterno. Saludáronse
respetuosamente los dos cristianos, y en seguí
94
da se pasearon por las laderas de aquellas mon
tañas , conversando sobre los males que afligen
á la Iglesia , y los que la amenazan ; compara
ban las persecuciones que sufrió el cristianismo
en los primeros siglos, con la que está sufrien
do en el siglo diez y nueve; reconocían que esta
era de un carácter mas horrible, porque decían:
el enemigo que ahora nos persigue , no está al
alcance de todos , es un fuego escondido bajo la
ceniza , como un cáncer corroe á la sociedad y
la vence : usa del .hábito hipócrita y de las doc
trinas de Jansenio, cuando encuentra un cora
zon fuerte. Y despues, anadia el padre Daniel ,
nuestros contrarios son apóstatas, pertenecen al
ateísmo, al paso que los perseguidores de la Igle
sia naciente eran paganos ¿ No advertís la dife
rencia? Así discurrían aquellos dos ancianos ca
tólicos y lloraban las desgracias en que veian su
mergidos á todos sus hermano?.. *; '
La aurora acababa de disipar las tinieblas de
la noche impeliéndolas con violencia, y apénas
se escapaban por la parte del occidente, cuando
no se tardó á descubrir á Waldech y á su hija
Sulmen mas hermosa que la misma luz que aso
maban en el horizonte acompañados de su criado.
Los solitarios habianse ido muy de mañana á
recorrer los montes inmediatos, cazando á fin
de recojer algunas aves para regalar á los fo
rasteros y solemnizar con ellos la fiesta que de
bian celebrar un día despues. Entre tanto Wal
dech se acercó á aquellos dos ancianos, y salu
95
dándoles con atencion se puso á conversar cor-
dialmente con ellos: Ies esplicó la historia de
sus errores, los desengaños que habia recibido
durante su huida, el deseo que tenia de conocer
la verdad que los solitarios le habian prometido,
y que él creia hallar en las doctrinas católicas; y
en testimonio les contó lo ocurrido en la acade
mia de Ginebra. «Por el Dios de Jacob á quien
sirvo, esclamó el padre Daniel, ciertamente que
sois digno de compasion , pero ánimo , herma
no mio, que si sabeis llevar vuestros padecimien
tos hasta el calvario , lograreis el complemen
to de la felicidad que apeteceís: vuestra vida es
verdad que ha sido muy mala ; mas vos aun no
sois tan criminal como otros, que con el nom
bre de católicos os aventajan en maldades , pe
ro qué mucho que vos nacido bajo una secta
vacilante y sin instruccion , movido solo por el
apetito de las pasiones ¿ qué mucho que inten
taseis derrocar la moral y la Religion misma?
¡ Ah Waldech! dad gracias al Dios que habeis abor
recido, que por su misericordia hayais encon
trado vuestra salvacion en esta soledad. Por mi
parte prometo instruiros en nuestras verdades;
oraré por vos y vuestra hija, y vosotros confiad
en que el cielo ilustrará vuestro entendimiento.
Mientras el padre Daniel hablaba á los es-
tranjeros , vieron subir á los solitarios que se
dirigían hácia ellos. Iban precedidos fie sus
guardias fieles que eTan dos perros de Alema
nia, tan útiles para la caza, como fieles de
96
fensores de sus dueños. Estos así que vieron al
padre Daniel y al pastor corren á su encuen
tro, y bajando las cabezas, meneando su cola
como para acariciarlos , parece que les tributa
ban la obediencia y respeto de sus amos. Los
solitarios fueron á reunirse con aquella poca
numerosa compañía que se habia sentado en
una roca que se elevaba en medio de un terre
no inclinado, y desde donde se descubría todo el
camino que conducía al castillo. Besan la vene
rable mano del anciano sacerdote, recibiendo su
bendicion, y bajando sus ojos hacen una inclina-
acion á Waldech y á su hija Sulmen. Entonces
el padre Daniel les dijo: una vez que estoy ente
rado de lo que habeis prometido á Waldech , y
que este aguarda oír contar vuestros sufrimien
tos para convencerse de la verdad, me presumo
que no intentaréis dilatar mas una conquista que
el cielo os prepara ; yo ignoro los hechos parti
culares de esta historia; pues aunque esté al cor
riente de algunos pormenores, encontraré en
su narracion un dulce consuelo en mis desgra
cias , de la misma manera que si para mí fuese
una cosa nueva. Si alguna lágrima salta en mis
ojos , no interrumpais vuestro discurso , y vo
sotros, amables estranjeros, imputadlas á la de
bilidad de la vejéz, al amor que tengo á mi tris
te patria , y á los tiernos sentimientos que el
evangelio divino infunde en el corazon del cris
tiano.
«¡Sabio anciano, cuyo aspecto es el del padre
97
de los mortales ! esclamó Waldech , vos no ar
ticulais palabra , que no conmueva mis entra
ñas. Yo oiré gustoso una historia que á cada
momento se me hace mas interesante. ¿Qué
cosa puede haber mas agradable, que la conver
sacion de un hombre que ha viajado mucho, cu
yas desgracias han sido frecuentes , y que por
último sentado en el hogar paterno, rodeado de
sus hermanos y dependientes , mientras la llu
via y los vientos silban por defuera , seguro de
todo riesgo, cuenta los infortunios de su vida?
Yo mismo pasaría años enteros contando, ú
oyendo contar aventuras; cuando siento mis
ojos humedecidos con el llanto , hallo un inde
cible placer. Las lágrimas despiertan las virtu
des, y amortiguan el incentivo de las pasiones;
la relacion de los males que es la herencia de
los mortales , templa la loca embriaguez de los
festines, y hace que nos acordemos de Dios. Y
vosotros, queridos desconocidos, no dejaréis de
encontrar algun placer al traernos á la memo
ria las borrascas que habeis sufrido con constan
cia. El guerrero restituido á los campos de sus
padres escucha con una secreta satisfaccion el
estruendo del cañon que retumba á lo lejos, por
que se le presentan á su vista sus victorias y sus
triunfos. » Al pie de aquella montaña del casti
llo, á un corto trecho distante de su base, hay
una fuente, cuya agua cristalina baja sin hacer
<'l menor ruido de una alta roca, llevando sus
aguas á unirse con el riachuelo que circuye la
98
montaña cercada de tilos que estaban en su pri
mavera, y despedían un olor fragante que daba
placer al gustarlo. Bajo sus sombras y al rede
dor de la fuente, babian construido algunos
asientos.' los solitarios acostumbraban á pasar
allí la mayor parte del dia ; esta era la fuente y
arboleda en donde fueron conocidos por prime
ra vez, y el lugar que habían elegido para ve
rificar allí la narracion y el desayuno.
En efecto, siguiendo la vereda que conduce a'
castillo se dirigen hacia aquella fuente. Mientras
que Waldech conversaba con el P. Daniel é Isaac,
Sulmen esplicaba á los solitarios su vida , sus-
deseos, los medios que empleó para huir los
amores del Senador Veneciano, las relaciones
que tenia en Venecia con una companera cris
tiana, aventurándose al fin á contarles el sueña
que tuvo en Ginebra y el gusto que esperimen-
taría en ser cristiana. ¡Qué cuadro mas sorpren
dente ver en una soledad á unos sujetos perse
guidos por motivos opuestos, y sobre una misma
alfombra á un sacerdote católico, un pastor,
dos solitarios y un filósofo moderno con su hija,
pidiendo este último á los primeros la felici
dad qno uo habia encontrado en sus doctrinas;
convencido ahora de encontrarla en ellos, solo
porque los mira virtuosos! Allí aparecen en unr
solo punto la sabiduría , la caridad , la humil
dad y el amor.
A poco rato llegaron á la fuente. Sulmen ha
bía concluido su. historia: preparábase para es
99
cuchar la que debia cautivar mas y mas su co
razon. Una mirada de compasion , que le dio
uno de los solitarios, hizo cubrir la hermosa fren
te de la hija de Waldech con el rubicundo co
lorido de las rosas de la mañana. Se detuvo toda
la comitiva para oir la narracion de los solitarios,
sentándose bajo la sombra de aquella frondosa
arboleda , en donde solo se oia el dulce cantar
del ruiseñor y el deleitoso trinar de la alondra.
Despues de haber implorado el favor del rielo y
el permiso al venerable sacerdote y forasteros,
uno de ios solitarios habló de este modo.

NARRACION.

Me será permitido, señores,, que prime


ramente os dé una idea de mi patria y de mi
familia ; porque ella es el origen de mis desgra
cias. En el norte de España se encuentra una
provincia llena de valles y peñascos , que solo
al ver sus encumbradas cimas, ya demuestran
la bravura de todos los seres, que alimenta en
su seno; este es el Reino de Navarra. Suesten-
sion es de treinta y ocho leguas de largo y trein
ta y dos de ancho, casi toda cercada de sierras:
sus habitantes son leales y francos; pero aguer
ridos, zelosos de su nobleza y de sus fueros, lle
gando al estremo de vengar sus derechos ofen
didos sin arredrarles una guerra eterna , al pa
so que siempre sumisos á sus monarcas, con tal
que estos respeten tambien sus franquicias. De
.

100
naturaleza fuerte y robusta, por lo regular
aventaja su talle á los Aragoneses y Catalanes,
llevando con los últimos mas paridad. Laborio
sos han dominado la aspereza de las montañas,
para construir los ricos caminos que solo el tra
bajo podia lograrlos ; lo que el país tenia de es
teril por su natural , lo han cambiado sus brazos
en campos fértiles; ó mas bien en deliciosos jar
dines. La abundancia de caza es la mas bella y
general distraccion de los Navarros. Una infini
dad de ganados de toda especie esmaltan sus
inmensas praderías, constituyendo la mayor
parte de sus riquezas. Uua cordillera de altas
montañas dividen este hermoso país desde San
güesa á san Roman de Álava dándole lá distin
cion de Navarra alta y baja. La subdivision en
cinco departamentos, que son Pamplona, Es-
tella, Sangüesa, Olite y Tufela, es uno delos
tantos privilegios. El Ebro atraviesa el departa
mento de Tudela fertilizando y hermoseando á
la ciudad que da el nombre á la pequeña pro
vincia, y separa inmediatamente lo restante de
Navarra, de Castilla la vieja. Varios otros rios
riegan proporcionalmente todo el Reino y son
otras tantas ramificaciones, que corren á au
mentar con sus aguas las del caudaloso Ebro:
tales como el Aragon, el Lídanos, el Salero, y
el Ega por la parte baja; llenando estos sus
cántaros en la parte mas alta, esto es en los
rios Ezca , Zalazar , Arati , Arga y Bidasoa que
paseándose por el Bastan, lleva sus aguas á
101
Fuenterrabía. He aquí poco mas ó menos una
breve descripcion del famoso Reino de Navarra,
mi triste patria. Ahora será preciso que os dé
á conocer á mi familia. Mi Padre, que se llama
Ramiro Guibelalde, es propietario de cuantio
sos bienes, que posee entre Lecumberri y San-
tistéban; enlazado con una muger pobre, sen
cilla y piadosa , se contaba por feliz porque el
cielo oyó sus votos; y si bien no le dio una mu
ger de mayor fortuna , se la dio sin embargo
cristiana , que es lo que hace la dicha del ma
rido y el amor de los hijos ; se llama Inés de
Urbizo. Ramiro mi padre, dotado de un ca
rácter emprendedor y valiente como todos los
Navarros, es zeloso de su patria. Jamas ha des
mayado su brazo inmortalizado en mil escara
muzas. Ya sabeis que en mil ochocientos ocho
los Franceses invadieron la España, causando
al suelo Ibero males de infinita consideracion;
tuvo él la osadía de oponerse el primero á una
espoliacion tan infame, y siguiendo otros muchos
su ejemplo continuó haciendo una guerra ir
reconciliable al invasor, á la cabeza de aque
llos valientes. A.manec¡ó la paz, y Fernando
ocupó de nuevo el trono de sus mayores : en
tonces este Rey noticioso de los servicios de Gui
belalde le envió las gracias con una cruz de San
. Fernando, pidiéndole que si tenia un hijo se le
enviara, porque era su voluntad que sirviera
alguno de su familia en las milicias de la guar
dia en premio de su lealtad. Mi padre, como
102
no esperaba recompensa alguna, aceptó con
placer las gracias del soberano, cargando sobre
mis inocentes hombros una carrera para mí
tan pesada como odiosa. Pasaron catorce años
haciendo Ramiro un papel insignificante, por
que una enfermedad nerviosa habia atacado su
salud, y es así que pasó el año veinte y el veinte
y siete sin que su victoriosa espada se mancha-
Ta con sangre derramada en una guerra fatricida .
Fernando habia ya vuelto de Cataluña, á donde
habia ido para contener á los que habian dado
el grito de alarma; cuando un dia Ramiro me
dijo, a Avertano, mi amado hijo, nuestro Sobe
rano en justo reconocimiento de mis servicios,
me colmó de honores, pidiéndome por gracia
singular el que enviara á uno de mi familia para
que sirva en sus guardias , yo te ofrecí que aun
estabas en pañales, destinándote para la carre
ra militar : se hace preciso que vayas á cumplir
con una promesa con que tu padre sin reflec-
sion se obligó. ¡ Ah ! si pudiera retirar mi pa
labra, apartaría de mi corazon el mayor de mis
males y me tendría por mas feliz; pero tu parti
da ha de precipitarme al sepulcro, ó cuando
menos me será mas funesta que la pérdida de
José, lo fué para el anciano Jacob ! »
Mi familia dotada de sabiduría por medio de
las lecciones de adversidad y por la sencillez de
las costumbres patriarcales , y educada con fe
licidad bajo las doctrinas católicas gozaba en
tre los Navarros de una gran reputacion, por
que jamas la casa de Guibelalde había mentido
su esclarecido honor. Sometido á la obediencia
debida á mis padres, pasé los dias de mi infan
cia en las orillas de los arroyos y entre los bos
ques de aquel valle. La Religion cubría mi al
ma con sus alas, y, como una flor delicada, le
impedia que saliese de su capullo antes de tiem
po, y prolongando la ignorancia de mis tiernos
años, solo parecía que anadia inocencia á la
inocencia misma.
Sonó la hora fatal de mi destierro. Yo era
el mayor de los tres hijos de Ramiro, y aun no
había cumplido los diez y seis años. Pronto á
obedecer las órdenes de mis padres , me habia
ya despedido de mis parientes y amigos y no
sin dolor de los bosques mismos que circuyen
nuestra casa. Diome mi padre su bendicion ex
hortándome con sus sabios consejos, derraman
do un torrente de lágrimas consideraba mi de
licada edad , en medio de los encantos y seduc
ciones de una corte. Yo por mi parte no enten
día si mi padre quería deshacerse de un hijo,
que tanto amaba; mi llanto le aumentaba el
dolor, y á mi me comunicaba una especie de es
tupor que me privaba el libre uso de mi discer
nimiento. Mi pobre madre me condujo á Pam
plona y al dia siguiente me acompañó hasta
una muy larga distancia de la ciudad. Un criado
antiguo de mi padre , é interesado por el bien
de mi casa , debia servirme de apoyo y director
en todas mis cosas, haciéndome las veces depar
104
dre y de criado : nos despedímos por fin de mí
querida madre; subimos á nuestros caballos y
miéntras íbamos marchando, ella levantaba las
manos al cielo ofreciendo á Dios su sacrificio.
Se le despedazaba el corazon con la idea de un
camino tan largo, de los tiempos tan borrasco
sos y de este mundo todavía mas borrascoso en
que iba á meterme jóven y sin esperiencia. Ya
habia caminado un largo trecho: é Ines aun es
taba conmigo para alentar mi juventud, como
una águila madre enseña por primera vez á su
pichoncito volar sin temor hácia los rayos del
sol. Pero al fin le fué preciso dejarme; detuvién.
dose en un lugar elevado me díó el último abra
zo; nosotros íbamos bajando aquella pequeña
cuesta y ella desde lo alto estuvo largo rato ha
ciéndome señas; lanzaba dolorosos gritos, y
cuando me fué imposible distinguir mas á aque
lla tierna madre, todavía procuraban mis ojos
descubrir las montañas del Bastan y el cielo que
cubria horizontal mente la herencia de mis pa
dres.
Mientras íbamos caminando , se me presen
taban de continuo en mi imaginacion los dulces
objetos que acababa de dejar; mis ojos anega
dos con las lágrimas , buscaban en el círculo
eterno el venturoso dia en que por otra vez
pudiera abrazar á mis queridos padres, mi co
razon lleno de amargura y trabajado por el te
mor veia grabadas en las páginas del porvenir
m» horrible jamas que desgarraba mis entrañas.
- 105
Mi criado lleno de esperiencia por su edad , c
instruido por la desgracia , procuraba desva
necer las ideas que tanto acibaraban mi débil
corazon ; las tiernas reflecsiones que me dicta
ba, en vez de fortalecer mi espíritu desarmaban
mis fuerzas, y estaba ya á punto de entregarme
á una tristeza desesperada. A poco rato descu
brimos el hermoso pueblo de Puente la Reina:
su pinturesca posicion bajo un cielo sereno y
embelesador distraía mis fúnebres pensamientos,
reemplazándolos la deleitosa perspectiva de las
aguas brillantes del Arga, que reflejaban con los
dorados rayos del sol; los cristales de las venta
nas de las casas resplandecían esmaltando el
monótono tejado de la poblacion, las arboledas,
los viñedos y bosques presentaban á un tiem
po todo lo que los palacios de los Reyes tienen
de mas admirable por su magnificencia y de
mas agradable por su hermosura. Nos detuvi
mos en esta poblacion para tomar alimento,
continuando inmediatamente nuestro viaje.
Este era muy feliz si las aguas del Arga no me
hubiesen abierto otra vez las cicatrices de mi i-
maginacion. De estas aguas, me decia á mi
mismo ¿cuanta porcion ha bañado las paredes
de la casa de mi padre? tal vez éste mismo sen
tado á la orilla de su casa las habrá aumenta
do con su llanto, i Ah ! me preguntaba ¿ y vol
verán á ver á mi casa nativa? No... Habíamos
andado algunas horas sin que ni yo, ni mi cría-
do interrumpiéramos el profundo silencio que
guardábamos, de cuando en cuando íbamos á
aventurar algunas palabras, pero el dolor opri
mía el corazon de entrambos é imposilitaba
nuestra habla. Por ultimo mi criado salió de
este enajenamiento y me habló en estos térmi
nos. «Avertano, ¿porque apurar de tal manera
la copa de la amargura? cualquiera al vernos
creería que somos algunos ingratos, arrojados
de nuestra patria y que lloramos fuera de tiem
po nuestros males; el que esté mas enterado de
nuestra historia nos tendrá, ó por desconGados
con el cielo, ó cuando menos por cobardes in
capaces de arrostrar un contra tiempo. ¿ Cuan
tos miles trocarían su suerte con nuestra des
gracia y se tendrían por los hombres mas feli
ces, con solo gozar los honores, la gloria y la
noble reputacion que os espera? ¿Por ventura
os tendreis, Avertano, por mas desgraciado que
José vendido por sus hermanos , sin mas espe
ranza de ver á sus padres que la confianza en
el Eterno? ¡ Sin libertad, esclavo y lejos de su
patria, sin el menor apoyo ni nolicíadesucasa!
semejante á una tierna vid separada con violen
cia del árbol centenario, que deja de ecsistir ba
jo la horrible hacha del leñador. Estas palabras
me hicieron recordar mi religion , y articula
das con acento bondadoso penetraron en mi in
terior y ennoblecieron mi espíritu. La noche
nos cojió en las cercanías de Logroño , pero sin
embargo lográmos entrar en la ciudad y alber
garnos en una de sus fondas. Debo advertir una
107
seduccion que fué mi primer paso al abismo,
aunque no fué criminal por mi inocencia. La
calle estaba ricamente adornada con colgadu
ras, el alumbrado con cierta monotonía conver
tía la calle en un estado sorprendente, el bulli
cio de la gente y la alegria reinaba por todas
partes: era la fiesta de aquel barrio. Nosotros
despues de haber recorrido y visitado á algunos
conocidos de mi padre, nos volvimos á la fonda;
un gentío immenso llenaba todos los aposentos
y ya estábamos para volvernos, cuando se me
acercó un jóveu muy elegante, ofreciéndomesu
amistad ; persuadiome á que nos quedásemos ,
añadiendo que se preparaba una buena diversion,
y que él nos acompañaría por todas partes.
Aunque me encontraba muy fatigado de un
camino tan largo y pesado , acepté sin embargo
su propuesta. Dije á Severo, que asi se llama
ba mi criado, para que me arreglase lo necesa
rio para el descanso. Me fui con mi nuevo ca-
marada, dimos algunas vueltas por la calle, pre
senciando las diversiones de un pueblo embria
gado y mirando con cierta complacencia unos
actos que hasta aquella ocasion no habia co
nocido, y que la honradez de mi sangre debía
evitar. Mi compañero notó seguramente mi
inclinacion y me condujo, segun él decía, á casa
de un su amigo. Aunque apenas habia salido de
mi infancia, tenia yo una imaginacion muy viva,
y mí juicio era susceptible de profundas medi
taciones. Conocí bien pronto mi posicion; pero
108
demasiado tarde; fui cómplice, mi indiferencia
me llevó al punto de faltar con mi religion. El
lazo en que me vi cogido nada tenia que no fue
se muy inocente en la apariencia. La tristeza
que pocas horas antes dominaba mi corazon,
asomó otra vez en mi rostro, y ocultando mi tur
bacion me despedí de mi compañero. Me fui
á descansar, partiendo al amanecer de una po
blacion , que mis tardíos remordimientos me la
hacian odiosa.
Apenas habiamos dejado las ultimas casas,
nos encontramos con dos estranjeros que, como
nosotros, se dirigían hácia Burgos, nos asocia
mos con ellos, atravesando un largo trecho de
camino desierto, cubierto de espesísimos pinos,
guarida cierta de ladrones. Montado en mi ala
zan, algo triste y pensativo iba siguiendo las
huellas de los estranjeros, uno de ellos notó
bien pronto mi mal humor, acercóse á mi y
tomando al parecer interes en mis inquietudes,
me hizo olvidar mis desgracias y aun los recien
tes deslizes, con la relacion de su vida y sus
trabajos. Sus discursos me embelesaban, y pron
to no dudé en creer que era un hombre sabio; mi
tierna edad me hacia respetar sus canas unidas
á la elocuencia de sus palabras. Aunque sus ar
gumentos me convencían , con facilidad entre
veía sin embargo la falsedad de sus doctrinas.
Como Severo se había adelantado con el otro
estranjero ; no le fué fácil ayudar á mis tiernos
días para combatir las falacias , con que él que
109
me hablaba procuraba rendir mi juventud.
Nuestra conversacion fué larga y animada, y ya
descubríamos las altas torres de Burgos, cuando
mi interlocutor se empeñaba en hacerme creer
que los jóvenes éramos elejidos por el cielo pa
ra ir cambiando insensiblemente la forma del
orbe , atacando sus usos y costumbres : y que
para ello debiamos solo guiarnos por las luces
del entendimiento, desoyendo las reflecsiones
de los padres, que él llamaba preocupaciones.
La libertad, decia, hará ver que los hijos no
deben prestar obediencia á los padres, porque
estos los crian para sus intereses y regalos, y al
mismo tiempo que ni estos ni sus hijos la deben
á la Iglesia ni al gobierno, porque todos los hom
bres son iguales por su naturaleza ; añadiendo
que la obediencia es una cosa arbitraria. Nos
apeámos al momento de nuestros caballos ; pues
habiamos llegado á Burgos, y nos encontrá
bamos en la posada. El estranjero sacó con mu
cha lijereza un pliego de entre su equipaje,
ofreciendomelo con toda cortesía; aunque me
resistí á aceptarlo, insistía con su oferta , al pa
recer enojado de mi negativa; acepté por fin,
pero en esle segundo lazo , mi prudencia hizo
mas de lo que podia mi perturbado corazon.
Me fui con Severo, le enseñé el regalo y le con
té toda la conversacion que habia tenido con el
estranjero; deshicimos el pliego y vimos con
sorpresa que eran libros, leemos su sobre, lle
gando la indignacion de Severo á su colmo al
110
ver la moral universal de Hobae, el Evangelio
del pueblo y los Fracmentos de Rousseau y Vol-
taire. Mi criado los hizo mil pedazos, y sospe
chando con fundamento de mi inocencia, me
aclaró los sofismas de aquel insolente estranje-
ro. Estos ataques dirigidos directamente á mi
candidez habrían sin duda alterado mi cabeza;
si mis padres no me hubiesen educado con to
do esmero en mi infancia con lecciones saluda
bles, rociando y fortaleciendo mis primeros dias
con el dulce aroma de la virtud.
Salimos de Burgos, y al cabo de tres dias
de un viaje muy penoso, descubrimos las cimas
dejas montañas de Fuencarral y Guadarrama.
La capital de España no tardó en mostrarnos
sus elevadas torres. Edificada en medio de una
inmensa llanura , sobre siete pequeñas colinas
cubiertas todas de menudo pedernal, parece
muestra con soberbia al viajante su poderío , y
con noble orgullo el albergue de aquellos reyes
antiguos, dignos por cierto de que el sol dorase
continuamente con sus rayos sus conquistados
dominios. Al poner los pies en Madrid, me sor
prendió Tin aire de grandeza, para mi descono
cido hasta entonces. A los elegantes edificios que
recuerdan él genio sublime de la Grecia, sucedí
an otros monumentos mas vastos y magestuosos
marcados con el sello deotrojenio. Mi sorpresa
;se aumentaba á medida de lo que adelantaba
vj)or la calle de Fuencarral. Aquellas calles en
losadas con piedras muy pequeñas y bien colo
111
cadas, parecen á primera vista que lo estan con
granito. Al lado de los palacios de los Reyes y
de los Grandes , admiraba los suntuosos tem
plos, revestidos con un carácter muy diferente,
y las casas de los artesanos. Al ver tantos pro
digios, caí en una especie de enajenamiento,
que no habia podido preveer, ni sospechar.
En vano quisieron mi criado y los amigos
de mi padre, á quienes iba yo recomendado, ar
rancarme de aquel mi encantamiento. Lo que
no pudieron alcanzar las primeras tentativas de
Logroño y Burgos, lo alcanzaron los atractivos
de la corte. Encargado de mi destino y entabla
das algunas relaciones de amistad, solo mi pen
samiento se dirigía á las diversiones ; llegué al
punto de olvidarme de mis deberes. Iba incesan
temente del palacio á la puerta del sol, al paseo
de Flora, al de las Delicias, en seguida al del
Prado, concurría al Circo, al teatro del Principo,
al de la Cruz y mientras hacía estas correrías de
una curiosidad peligrosa y olvidaba las lecciones
de mi padre, la memoría de las últimas pala
bras que me dijo mezcladas con lágrimas, amor
tiguaban mi furor sin lograr impedir mis crimi
nales intentos.
No me saciaba de contemplarlos movimien
tos de un pueblo compuesto de todos los de la
monarquía; veia con indecible placer á un An
daluz con su sombrerito gacho al lado de un ca
talan , que con su gorro encarnado , flotante á
lo largo de sus corpulentas espaldas, con laman
112
ta al hombro y fumando con su pipa, con risa
sardónica y aire insultante nó Hacia el menor
caso de su charlatan compañero. El carro de un
simple comerciante , como hacía lugar al coche
de un ministro, ó palaciego que volaba al de
sempeño de sus funciones ; enajenaba mi enten
dimiento la diversidad de trajes tan diferentes,
como las mismas provincias ; pero no podia ver
sin horror el orgullo de la corte, la impruden
cia, ó mejor la arrogancia, con que un jóven
empleado trataba á un anciano que, por su in
triga habia decaído del concepto del príncipe;
esto me llenaba de ira. Pero bien pronto cam
biaba mi pasion el aire gracioso de las jóvenes
Madrileñas, que su vivo y cariñoso hablar me
arrebataban el ánimo : y es así que las empieze
á amar.
« ¡Cuantas veces visité aquellos deliciosos ba
ños. de la calle de Hortaliza. Ancha de avapies
y de la de los jardines; los palacios, las casas de
los grandes y los edificios públicos tan bien cons
truidos y tan ricos ! La grandeza de la corte Es
pañola , muy lejos de la de Roma en tiempo de
los Césares, aventaja á lo que esta no hacia
mas que igualar las líneas de la arquitectura
romana: los acueductos no tan suntuosos como
los de la metrópoli del orbe, llevan las aguas de
Fuencarral Chamartin y Venta del Espíritu San
to á aquella grande poblacion sobre arcos sin
adorno y sin lujo , pero de una construccion ad
mirable. Despues de haber filtrado siete leguas
113
por las montañas de Guadarrama. El intermina
ble ruido de las fuentes adornadas con estatuas
de mármol, que recuerdan los genios seducto
res de la mitología, ó bien el emblema de una
nacion fuerte y esclarecida ; numerosos jardines
embellecidos tambien con estatuas, pirámides y
obeliscos , en medio de bosques de árboles lle
vados de todos los climas y regiones á tanta cos
ta; solo parece que las artes han dominado á
la naturaleza , reuniendo en la zona templada
los engendros del cielo helado y de los rigores
de un sol abrasador. La campiña que el Madri
leño tiene de menos cultivar ahora y es apta
para muchas producciones, se presenta á los
ojos del viajante como un país del todo estéril,
obligando con el orgullo del dominio á los de-
mas pueblos del Reino á proveer á su subsisten
cia. Las aguas dtl Manzanares brillan en medio
de la inmensa llanura, adornada sin embargo
con infinitas casas de campo muy cómodas y
agradables. ¿Qué puedo deciros mas? En Ma
drid encontré todo cuanto es capaz de saciarlas
delicias del hombre, hablando de sus pasionesy
de sus virtudes.
¡ Pero y cuan admirable es esta religion que
se ocupa en mantener la paz al corazon hu
mano, y que sabe poner límites á nuestra curio
sidad, lo mismo que á nuestras inclinaciones
terrenas ! Yo me entregué sin freno á la viva
cidad de mi imaginacion, y este paso agigantado
hacia mí ruina , me hizo perder el gusto de las
8
114
cosas serias ; así es que puesto en el desempeño
de mis obligaciones , envidiaba la suerte de los
jóvenes perdidos , que se entregaban sin remor
dimientos a todos los placeres de su edad.
Como habia tenido una particular aficion á
la lectura, determiné visitar las bibliotecas y
frecuentar las escuelas de elocuencia é historia.
Asistí algunos dias á las lecciones de un sabio
Jesuíta, y empezé á tratar con los compañeros
de mis estudios. Dos fueron en particular los
que en los primeros dias se unieron á mi con
una amistad mas íntima , agradable y sincera :
Felipe Arbullo y Dionisio Langara, añadién
dose despues en nuestras conversaciones y cor
rerías Agustín de Unzoe.
Felipe Arbullo descendiente de un simple
propietario de Vallecas, pueblo que se encuen
tra en las cercanías de Madrid , era un jóven
amable y de feliz talento: su propension á las ar
mas le hacia mirar con desprecio la literatura,
á cuya carrera estaba destinado. Su carácter
apasionado tenia una dulzura encantadora, por
que su natural estaba muy inclinado á la con
templacion ; aunque la demasiada delicadeza de
su alma hacia que algunas veces fuese ecsalta-
do ; un tropel de sentencias hermosas, de pensa
mientos profundos, revestidos de imágenes bri
llantes salian incesantemente de su boca , des
cubriendo todas estas circunstancias un genio
emprendedor , que le llenaba de orgullo ; con su
modo de hablar hipócrita no podia ocultar muy
115
bien el fuego de sus pasiones, se comprehendia
con facilidad que era amante de los mayores de
sórdenes.
Una choza de Vizcaya fué la cuna de Dio
nisio Langara ; hijo de infelices padres se habia
dedicado á las letras desde sus mas tiernos años
en Bilbao, habiendo aprendido la lengua fran
cesa con perfeccion , determinó establecerse en
Madrid y abrir allí una escuela, y logró en poco
tiempo los aplausos de la corte con un crecido
número de alumnos. Su imaginacion impetuosa
no le dejaba un momento de reposo, pasaba
con inconcebible facilidad del esceso del estudio,
al esceso de los placeres. Irascible, inquieto, di
fícil de que perdonara una ofensa , de un genio
bárbaro, parecía que tenia mas disposicion para
empuñar una espada , que para profesor ; de
biendo con dificultad contener su genio delante
de sus alumnos que le procuraban su rica manu.
- tencion. Aquella alma de fuego ya necesitaba
que probara segunda vez las altas y encrespa
das cimas de las montañas de su tierra nativa, y
sufrir por algun tiempo las inclemencias de la
naturaleza, para sufocar su escesivo ardor.
Agustín de Unzoe , aunque jamas quiso re
velarnos su nacimiento, parecía descender de
sangre ilustre, porque anunciaba en sí todas las
prenda* de un hombre grande : humilde, cari
tativo y sensible al encanto de la elocuencia pa
recía que estaba destinado para ocupar una tri
buna, ó mejor para consagrar sus dias defen
116
diendo la razon con la pluma. Si en las muje
res no hubieie hallado como Arbullo y Lan
gara el escollo de sus virtudes y el origen de
sus errores ; Unzoe seria el Agustín de nuestros
dias.
Tales eran los amigos con quienes pasaba
yo los instantes en Madrid; Unzoe estaba em
pleado cerca de Fernando lo mismo que yo; es
ta igualdad en nuestra situacion , aun mas que
la de la edad, decidió su inclinacion á mi favor.
El genio de Unzoe aborrecía la fatal intriga y
las bajezas de la corte; sosteniendo su empleo con
tra su gusto, é yo, como la desgracia en vez de la
suerte me llevó á Madrid, no es estraño que mi
destino se me hiciese insoportable. El disgusto
nos unió mas íntimamente, porque nada hay
que prepare dos almas á la amistad tanto como
la semejanza en los destinos, mayormente cuan
do estos no se gozan con felicidad. Nuestro ca
riño se aumentó en estremo, y la suerte, ó su
frimiento de cada uno, alegraban y afligían
nuestros corazones de la misma manera que un
resorte mismo moviera los dos á una vez.
Cuando llegué á Madrid parecía que todo
el mundo yacía en paz , empleado en el palacio
veía demasiado y aun algunas veces era el ju
guete de las tramas de los partidos. A los ojos
del pueblo se ocultaban las quimeras , se prote
gía en cierto modo la industria, el comercio re
nacía, y la agricultura Sin esperanza de cobrar
jamas su espíritu vital , dejaba asomar en la su
i 17
perficie de su esqueleto una funesta sonrisa ,
mientras las artes y ciencias hacían sus ade
lantos. Pero todo era aparente. La desunion
reynaba en la casa Real, ya no era difícil
que un diligente astrónomo vaticinara el cho
que que el cometa de la discordia iba á dar en
«ta parte del mundo , podia señalarse el año,
el mes, el dia y aun las horas; porque de puer
tas á dentro se veia su curso, se notaba su velo
cidad, y lo que podia tenerse por problemático,
daba todos los días nuevos y relevantes sínto
mas de infalible.
Vosotros que habeis tenido la dicha de vivir
distantes de aquella corte, no podeisjamas ima
ginaros las desgracias , es preciso que os las pin
te. Quiera Dios que si llega el venturoso dia en
.que conozcais la verdad, elijais las soledades en
vez de los palacios , en vez de aumentar el nú
mero de los palaciegos , que hacen de los mo
narcas indecisos y débiles el juego de sus rique
zas, i Ojalá que jamas hubiese sentido las tem
pestades que allí se forman, y que sin ser cono
cido hubiese pasado mi vida en los valles del
Bastan, es decir en obscuridad, del mismo mo
do que el rio que baña las paredes de mi casa
paterna , pasa por las honduras del valle , para
reunirse con *1 Argaí Pero ah ! una vida solita
ria y humilde no me habría siempre puesto á
'cubierto del poder. El huracan que arranca de
raiz una corpulenta encina, derriba tambien
-con ella al pequeño insecto que se crisálida en
118
los Millos de sus ramas, en donde juzgaba
pasar tranquilo los rigores del invierno, para
remozar en la primavera. Y supuesto que nada
puede ponernos al abrigo de las tempestades po
líticas es útil y aun prudente conocer la mano
que puede esterminarnos.
Ya sabeis que España como otros muchos
reinos es presa de los partidos, ¡mal contagioso
que se propaga á medida que las luces del siglo
van desarrollando el secreto de las pasiones. Es
te suelo digno de mejor suerte, ha sufrido du
rante algunos años toda especie de desgracias;
fué invadida de un modo cobarde por un ejér
cito opresor... Los pechos españoles supieron
dar la última prueba de su decision y honor.
De este ejército , todo el mundo , generalmente
hablando , cantó su derrota ; pero los que á los
ojos del pueblo parecíamos vencedores, á los
ojos del sabio parecíamos vencidos. El enemigo
se presentó á la batalla con arma doble , vieron
los españoles en los soldados de Napoleon una
falanje de frenéticos y cobardes y como una
manada de criminales escapados de la mano del
verdugo. Jamas transijieron con ellos, los odia
ron y persiguieron ; jamas transijieron con sus
espadas y lanzas : pero sus doctrinas sedujeron
una parte del pueblo... ¡origen de nuestros
males! Esta pieza jugó su alta reputacion, y las
reacciones que hasta entonces habian rechazado
á fuego y sangre , convirtieron los puñales con
tra sus hermanados pechos, y la guerra civil lie-
119
nó de tenor y espanto al suelo Iberitano, ro
ciando su grande escudo jamás manchado con
la sangre del fratricidio. Cesaron las dos épocas
de veinte y veinte y siete, y ni por esto fueron
suficientes estas lecciones para acudir á las ne
cesidades del pueblo: no se procuró su union.
Fernando tenia calidades eminentes , su es
píritu era vasto y poderoso ; pero los partidos
que se disputaban el porvenir lo trataban de
un carácter demasiado débil ; pocas veces sus
resoluciones eran decisivas; y como la igualdad
o desigualdad de la balanza depende de un gra
no , hacia esto concebir las mas lisonjeras espe
ranzas á los descontentos. Estos contaban sus
acciones opuestas , ya le consideraban como un
príncipe lleno de firmeza , de luces y de fuer
zas ; otras veces tímido , que temblaba delan
te de los partidos y que vacilaba indeciso en
tre mil proyectos. Todos los partidos se creían
vencedores ; ya señalaban las víctimas que de
bían sacrificarse. Esta audacia criminal á los
ojos del poder soberano, aumentaba los ayes
de un triste porvenir. La Europa miraba indi
ferente esta causa , la consideraba de poca mon
ta , ó como una cuestion casera.
Nosotros presenciábamos la trágica escena,
y aunque jóvenes no dejaba de fastidiarnos.
Sucumbió el baluarte de uno de los partidos;
casose Fernando y las intrigas se aumentaron;
no porque diga que Maria Cristina las secunda
ra , sino porque los partidos se encontraban en
120
circunstancias demasiado críticas y se valian de
todos los medios , sin descuidar el siempre ven
cedor, la hipocresía . Cristina mas enterada dela
necesidad de la nacion , que del modo con que
podia hacerla feliz , hizo lo que le sugerió su
secso j lo que la conviccion le dictó.
Aquí habia llegado Avertano el solitario, cuan
do cesó repentinamente de hablar; sus ojos in
móviles los tenia fijos á la tierra , su esteriorso-
bresaltado demostraba que estaba conmovido por
algun echo particular, que debia contar. Todos
estaban inquietos y sorprendidos, sin hablar una
sola palabra. El Padre Daniel, como se le re
presentaba á un golpe de vista todo lo pasado,
no se habia sorprendido como los demás , por
que conocía que el origen de las nue vas desgra
cias de Iberia enmudecían el hablar de Aver
tano, y por esto si alguna lágrima caía de sus
encanecidos párpados, solo era por el trágico
fin de su patria. El jóven navarro vuelto ya
en sí , volvió á tom ar el hilo del discurso.

FIN ))£L LIBRO IV.


DEL

Continua la narración. Nacimiento


de Isabel. Marcha del Infante non
Carlos. A ver*ano cae en los escesos
de la juventud. Reprehensiones que
le hace el H. general de la Compañía
de Jesús. Severo trae A Avertano la
nueva de que es anatema, lia corte
pasa A la Granja. San Ildefonso. Pa
seos de Aver taño. Arbullo y Langara.
Muerte de Fernando. Conversación
sohre la muerte del Monarca. Sepa
ración de los tres amigos. Carta de
Langara. Reflexiones de Avertano y
ArbuMo. Ruye Avertano a Navarra.
' * -
I
ti "I-.>
ama©

A.MANECIÓ por fin el día fatal para uno de los


partidos. El canon anunció el nacimiento de un
heredero de Fernando , y el partido que venci
do estaba remolcándose en el lecho de su triste
agonía , oyó con una risa impávida los ecos de
una noticia que debia serle mas funesta , si la
naturaleza no hubiese trabajado el azote, que
debia castigar sin mora los crímenes de los es
pañoles. Nació Isabel.
Fernando , bien fuese por necesidad , por
debilidad , ó por cálculo , cedió al partido que
ostentaba mas lozanía, y que con menos zana
parecía defender la union de que tanto se nece
124
sitaba. Su salud, casi sin esperanza, abatida con
tantos ataques, daba á los que mejor sabían ju
gar los dados, lugar para eludir la vigilancia
é intrigas del vencido. Es de aquí que se derri
baron generales y empleados, quedando el sue .
k> Ibero en cortos días enteramente cambiado
en su forma administrativa. Los partidos ape
laron á los derechos de la corona , y los inter
pretaron á su guisa. Determinose lajura de Isa
bel por princesa de Asturias ; debíase tomar el
juramento á todos los miembros de la casa real,
y como ya os he indicado que esta estaba en
teramente dividida entre sí , no era muy fácil
que semejante juramento fuese prestado por to
dos. Despues habían ya mediado protestas por
que Carlos Maria habia entendido, como la ma
yor parte de los absolutistas, que le pertenecía
la corona , apoyándose en la ley del mayorazgo
de pura masculineidad, en varios tratados , im
pugnando la pragmática de mil siete cientos
ochenta y nueve diciendo que aunque fuese
válida , no podía por ningun estilo esta prag
mática ley mirar atrás y despojarle de un de
recho , que antes de su sancion él habia adqui
rido por su nacimiento. Tomó Fernando agria
mente estas protestas , y pidiendo á Cárlos con
tono imperante de que jurara á su hija le hizo
conocer su verdadera posicion , y se marchó á
Portugal en cuyo reino la guerra civil llenaba
de luto á los moradores.
¿Pero , señores , á que viene contaros lo que
12o
ocurrió? Es mas prudente cerrar los ojos á
tanta intriga , y que una alma sensata disimule
los estravíos de sus hermanos, que por una fla
queza las mas veces imprevista se pierde la es
timacion. Una política de que muchos se han
arrepentido ya, procuró tamaños perjuicios que
la nacion está sufriendo. Agustín de Unzoe se
fué con el Infante hermano de Fernando; como
era mi mayor amigo, no solamente me puso con
su marcha en descrédito de la corte, sino que
tambien su tierna despedida me renovó la tris
teza que habia desconocido ya , y que me vol
vió de un genio insufrible. Una pequeña ofensa
que recibi de un empleado , y que yo repelí de
un modo que lo dejé cubierto de confusion á los
ojos de toda la corte , encendió un odio impla
cable contra mí , deseando vengarse de mi mal
humor é indiscrecion , ó mas bien de mi orgu
llo ; el amor propio ofendido , y ecsitada la en
vidia lo ocupaban incesantemente en buscar
una ocasion para perderme , y esta ocasion se
le presentó bien pronto.
Sin embargo yo era bien poco digno de envi
dia. Cuatro años habia pasado en Madrid en
medio de los desórdenes de la juventud. Estos
habian sido casi suficientes , para hacerme olvi
dar del todo mi religion , llegando á lanzarme
en aquel estado de indiferencia, que es muy di
fícil de curar , y que deja menos recursos que
el mismo crimen. Pero á pesar de todo esto las
cartas de mis padres , y las amonestaciones de
126
Severo turbaban con frecuencia mi falsa segu
ridad , impidiendo el complemento de mis poco
premeditados intentos.
Uno de los que mas se habían empeñado en
apartarme de mis inclinaciones criminales, era
el Padre general de la compañía de Jesus; este
hombre sabio y justo era el que mas se acor
daba de Ramiro, y de los que mas le aprecia
ban. Mi padre me habia recomendado á él, y
yo por obligacion, que pocas veces cumplía, de
bía ir muy amenudo á visitarle. Cuando pa
saba del palacio de los Reyes , á la casa de la
compañía, no podia dejar de sorprenderme una
cosa asombrosa ; en medio de aquella pobreza
evangélica, no encontraba la razon, ni el por
que el mundo odiaba á unos hombres , que vi
gilaban por el bien de sus hermanos. En el ha
blar de los Padres, comprendía una dulzura
embelesadora, una jovialidad magestuosa, una
elocucion simple y noble, una instruccion va
riada, un gusto sano, un juicio sólido. Cualquie
ra debería confesar que ellos eran el depósito
-de las virtudes y de la sabiduría, y el asilo úni
co de las ciencias , de las artes y de la civiliza
cion. El buen Padre encerrado en la estrechura
-de su celda sabia perfectamente todos mis pro
yectos : como si me siguiera los pasos, me refe
ria despues todos mis hechos aun los mas secre
tos. Tentaba todos los medios posibles para vol
verme otra vez á Dios. Algunas veces al caer
la tarde, me conducía á la huerta del convento;
127
allí me hablaba de la religion , y con una bon
dad enteramente de padre, procuraba hacerme
conocer mis estrados ; pero los errores de mi
juventud me habían ya robado el gusto de la
verdad, y bien lejos de aprovecharme de aque
llas lecciones saludables , interiormente suspira
ba por los teatros y por las casas que tenia ho
ra destinada para mis divertimientos. Me pin
taba la fealdad de mis obras bajo el colorido
mas horrible , y muy distante de que la virtud
me relevase de la frialdad ; esperaba dejar al
buen Padre , para hacer alguna conquista bajo
la apariencia de los colores para mi mas agra
dables y lisonjeros.
Despues de haber empleado conmigo inútil
mente todas las reprehensiones caritativas , se
vio obligado á echar mano de otras medidas mas
severas. «Me veré, decia, en la precision de
escribir á vuestro padre vuestro vil comporta
miento, y si continuais en vivir apartado de los
sacramentos de Jesucristo, ya podeis dejar de
visitarme; porque haré se os niegue ¡a entrada
en este lugar sagrado» Yo no hice el menor ca
so de sus amonestaciones, y me reí de sus ame
nazas , llegando mi vida á ser objeto de puro
escándalo á la vista de todos los amigos de mi
padre.
Todos los dias que estaba de servicio en el pa
lacio de Fernando, venían mis compañeros;
para pasar el tiempo nos divertíamos , haciendo
algun juego ó leyendo alguna novela. Estába
128
mos un día complaciéndonos con nuestra vida
errante, cuando uno de mis soldados me dijo
que Severo quería verme. Salí del vasto salon
en que acostumbrábamos meternos, murmu
rando de mi inocen te criado , porque venia á es
torbarme. Llamé á Severo, entra, se arroja á
mis pies bañándolos con abundancia de lágrimas
y sin poder hablar palabra. Sobresaltado con
una escena tan inesperada y temeroso de algun
fatal accidente , le cogí por el brazo , lo levanté
y procuré tranquilizarle ; nos entrámos los dos
á otro aposento y nos sentamos. Aunque no po
día comprender el motivo de tan grande llanto
por causa de mi poca virtud, sin embargo datos
tenia para preveerme un dia funesto , en vista
de mis tan bien arraigadas pasiones. Severo le
dije ¿ á que viene esta desazon? qué...¿ qué ve
nís á noticiarme la muerte de mis padres? Si no
vengo á noticiaros la muerte de vuestros
padres, me dijo al cabo de un rato de si
lencio y enjugándose sus lágrimas ; vengo á llo
rar la muerte de vuestra alma ; noticia para vos
y para mí mas funesta. « Sobrecojido de remor
dimientos pasajeros , me puse á temblar como
una hoja de un árbol , conmovida por el lijero
soplo de un cáfiro sutil. Una lágrima involunta
ria saltó de mis párpados. Sí, añadió Severo,
esta lágrima vertida en mejor ocasion, podia
aprovecharos, pero ahora es demasiado tarde.
Ya no sois cristiano, vuestras disoluciones, vues
tras blasfemias, vuestros crímenes han provoca
129
do la cólera de Dios, y la iglesia no ha hecho
mas que cumplir con sus deberes , separándoos
de su comunion santa , escluyendo á un corazon
tan empedernido y obstinado como el vuestro.
¡Ah Avertano, vuestra posicion es bien digna de
lástima ! « Atónito y confuso , no sabia que res
ponder á las terribles palabras de mi criado,
veia cumplido lo que me dijo el Padre Jesuíta;
lo que yo me figuraba que no seria mas que
una simple amenaza pasó á un hecho efectivo.
« Poco hay que discurrir, me dijo Severo ento
no imperante, el escándalo es público, y solo
una penitencia pública puede volveros al reba
ño de los fieles.» Una profunda estocada hirió de
nuevo mi corazon; pues que no creia que mi cria
do estuviese tan al corriente de mis deslices; un
desmayo me sobrevino, y si la muerte hubiese
reemplazado al desmayo, yo me hubiera tenido
por feliz, porque de este modo habria ocultado
mi ignominia desoyendo los ayes de mi alma.
Vuelto ya en mí tomé la resolucion de enterar
me yo mismo del hecho, y ponerme bajo la pro
teccion del bondadoso Jesuita; comuniqué á Se
vero mi proyecto, y me lo aprobó. Me arreglé
el uniforme, dejé á Severo , me dirijí á la casa
de la Compañía , pedí por el padre General , y
el portero mirándome con detencion me dijo:
¿qué sois vos Avertano Guibelalde? Confuso con
tamaña pregunta, iba á ocultar mi nombre, pe
ro mi turbacion respondió antes que mi habla.
« Apartaos de este edificio, me dijo, sois anate
9
130
ma.»E inmediatamente cerrando la puerta ho
yó de mi presencia. Me voy á casa de los ami
gos de mi padre y todos me niegan la entrada ,
hablo , nadie me responde , todos huyen de mi
como de un mal contagioso.
Desesperado por verme solo en un mundo
que desde aquel momento veia lleno de abro
jos y espinas , maldito por mi prevaricacion lo
mismo que el primer padre arrojado del paraí
so terrenal, me meto en mi casa. Toda la no
che estuve haciendo mil proyectos , el suicidio
revolteaba por mi cabeza , y el eco trágico de
ya no eres cristiano me despedazaba el corazon.
¡Cuando Ramiro é Ines sepan miestadol... Ah!
prorrumpía en dicterios, y solo el llanto era mi
refugio.
La impresion que dejó en mi alma este dia
fatal , que ahora es tan viva y profunda , muy
poco tardó entonces á borrárseme. Los jóvenes
mis amigos vinieron á buscarme , rodeáronme
burlándose de mi tristeza , de mis terrores y de
mis remordimientos ; riéronse del furor de un
pobre Jesuíta, que á sus ojos iba perdiendo el
crédito y el poder. « Si tu eres anatema , me
decian, tambien lo somos nosotros, y á fe [que
nada conocemos que nos falte ¿ serás aun tan
fanático y fatuo, que la cólera de un hombre
eomo tú, te arredre porque ha conjurado al Cie
lo contra tu cabeza?»
Parte de la corte se había trasladado á san
Hdefonso para dejar pasar los tres meses de ju
131
lio , agosto y setiembre huyendo de los ardores
del estío. Esta circunstancia me arrancó del tea
tro de mis errores , quitándome tambien el re
cuerdo de su castigo ; juzgueme perdido irremi
siblemente para con los amigos de mi padre,
pensé tomar el carácter de hipócrita a los ojos
de Severo, y abandonarme escondidamente cor
mis compañeros á todos los placeres. Yo os con
taría entre los días mas bellos de mi vida una
larga temporada, que pasé con Arbullo y Lan
gara en una quinta de las orillas del Jarama , y
despues en los jardines y arboledas de la Gran
ja, si para aquel que vive olvidado de Dios pu
diera haber dias felices con la ilusion de sus pa
siones.
La corte presentaba un aspecto magnífico y
trillante, aunque parecía que la enfermedad
del Monarca y las recientes desavenencias ha
bidas entre la familia real habían quitado el
gusto, la sencillez y la alegría. Sin embargo no
sotros no dejábamos de proporcionamos nues
tros divertimientos , recorríamos los pueblos de
san Agustín , Molar , Torrelaguna , y el famo
so de los Patones de Uceda, cuyos habitantes
supieron vivir entre sus montañas desconocidos
\ enteramente durante la dominacion musulma
na; ios pueblos de Navalafuente , Bustar viejo
y el Paular, como mas inmediatos, eran por lo
mismo mas frecuentados.
La casualidad hizo qué en una de estas cor-
. rerías me. encontrase junto con mis compane
132
ros, aquellos dos aventureros con quienes tu
ve la desgracia de ir acompañado de Logroño á
Burgos , y que , como os llevo dicho , me rega
laron el pliegue de libros ; bien pronto nos co
nocimos , se me acercaron , y hablando de ma
nera que los demás pudiesen comprehender su
mision funesta me preguntaron, qué tal me pa
recían aquellos libros , qué objeto habia forma
do de ellos, y si me gustaban sus doctrinas. Co
mo Severo los habia hecho pedazos, yo no sabia
que responder ; pero como se me habían cam
biado las costumbres, adquiriendo el genio del
bruto, porque las pasiones llenaron en mí el
hueco que habian dejado las virtudes ; les dije
que me habian gustado en estremo, y si podian
facilitarme algunos ejemplares para repartirlos
entre mis camaradas. A lo que me respondie
ron afirmativamente, y con una alegría escesi-
va me noticiaron que á mas de la moral de
Holbach Uevaban todas sus obras, con las de Ja-
cobo Rousseau, Voltaire, Freret y otras con
una brillante coleccion de libritos titulados car
tas de educacion para la juventud, 6 sea los di
vertimientos de Paris. Cargamos con una por
cion de estos libros , y renunciando á las diver
siones campestres nos dedicámos á la lectura de
aquellos , no tanto para aprender el mal , como
para encontrar un argumento en apoyo de
nuestras oscilantes conciencias , porque aunque
obrásemos sin ellas , sin embargo siempre nos.
acusaban nuestros crímenes.
133
Nuestra ilusion era tan grande, que á veces
encontrábamos la conviccion en estos libros.
Leídas algunas páginas de Rousseau , quedaban
nuestras pasiones poco satisfechas; encontrába
mos en Holbach mas fina decision, mas finos co
nocimientos , y su estilo que entonces nos pare
cía sublime y de un carácter sólido , solo es el
eco de las furias hermanadas con la desespera
cion , que cansadas de correr en pos de la divi
nidad que odian, para provocarla en un teme
rario duelo , se han parado en su pequefío cír
culo de limitadas fuerzas , para vomitar la gua-
josa lava de las imprecaciones y dicterios.
Rodeados de una compañía seductora y peli
grosa , pasábamos la noche en nuestras reunio
nes. Arbullo, Langara y yo vivíamos en el
mismo palacio de los Reyes; todas las mañanas
apenas comenzaba el sol á dorar las altas copas
de los árboles, dando el brillo del diamante á
las goticas del rocío aun pendiente de sus tier
nas hojas , nos íbamos á un pórtico que se es
tiende á lo largo de los jardines. El sol se levan
taba en frente de nosotros sobre las montañas,
y con suavísimo fuego iluminaba todas aquellas
colinas cubiertas de viñedos , ó de corpulentas
encinas. Nadie puede figurarse unas mañanas
tan suaves , ni tan frescas como las que gozába
mos en la campiña y jardines de san Ildefonso ;
las flores y los frutos salidos de la sombra de la
noche cubiertos de rocío embalsamaban el ai
re , comunicando á la atmósfera sus dulces per
134
fumes que daban á la respiración un placer in
decible. Siempre que llegaba solo en el pórtico,
al verme en medio de aquellas frondosas árbo-
ledas que me volvían el recuerdo de mi patria,
me cojia una especie de sorpresa. Preocupado
en vista de aquel cuadro me recostaba contra
una coluna , y sin pensamiento , sin deseo , sitv
saber lo que me hacia , pasaba horas enteras ,
aguardando á mis compañeros, respirando aquel
aire delicioso. Un embeleso tan grande y tan
profundo me hacia recorrer las obras de Hol-
bach sobre la naturaleza, su ingenio me llenaba
de contento, porque me parecía que se acerca
ba á la verdad ; y si al concluir cualquiera de
sus tratados hubiese conocido al autor de los
prodigios de la naturaleza, que en. aquel cuadro
me encantaban ; ciertamente que en medio de
mis pasiones y delirios habría tenido á Holbach
por un hombre grande , cuando todos los días
en sus escritos no encontraba mas que falacias
y anomalías. .: , f.{ :'. '..«
Pero, Dios omnipotente, cuan lejos estaba yo
de aquella inteligencia celestial , desatada de las
cadenas de las pasiones, y ajeno de reconoceros
el supremo artífice : os tenia yo como el insen
sato Holbach por una mentira, ó como una ne
cia invencion del hombre , mientras ataba este
grosero cuerpo al polvo de la tierra : y qué dig
no de lástima era yo, siendo tan sensible al en
canto de las criaturas y tan insensible á los ar
gumentos, con que la naturaleza misma me
133
convencía la verdadera ecsistencia del Criador,
j Afa ¡ cuantos se encontraban pervertidos como
yo; aunque libre en la apariencia me creia
ilustrado 6 navegante por un océano de po
sitivismo, no hacia un papel influyente, mien
tras que otros instruidos , 6 mejor preocupados
en las mismas doctrinas, dirigían la nave co
mun á un infalible escollo !
Nosotros íbamos en busca de los falsos pla
ceres. Allí entre los jardines nos deleitábamos
con la lectura de las cartas de educacion para
la juventud; sus láminas arbitrarias y voluptuo
sas atrahian mas nuestras pasiones, y el pudor
característico del hombre por su racionalidad,
habia ya desaparecido de entre nosotros. Solo
aguardar ó buscar alguna belleza culpable, ver
la por entre la espesura de los rosales como se
adelantaba hácia nosotros, como se sonreía, co
mo entretejía guirnaldas de flores, convidándo
nos con sus ademanes y miradas seductoras á
tan inocente artificio, seguir á aquella encanta
dora á lo interior de los bosques y á lo mas se
creto de los laberintos, era la ocupacion de
nuestros dias, fuente perenne de lágrimas y de
arrepentimiento. Tal vez la ociosidad era la que
nos conducía á estos.males, ofreciéndonos nues
tra posicion placeres escesivos. La larga esten-
sion de aquellos deliciosos jardines de*mil quini
entas toesas de cerca, hecha toda de piedra, a-
dornados con las mas raras producciones de la
«atura , con frutas las mas exquisitas, con rá
136
boles exóticos que se han llevado allí de todas
partes , hermoseados con una multitud de fuen
tes graciosamente distribuidas, y que arrojan
abundancia de agua aventajando en lo cristalino
de ellas á las tan celebradas de Versalles, uni
do todo á la comodidad del grande edificio, á su
buena arquitectura , á sus escelentes pinturas;
con la rica coleccion de estatuas griegas de már
mol , todo, todo nos aumentaba el deseo de go
zar , porque esta grandeza nos cautivaba las pa
siones, dirigiendo nuestro deseo solo al objeto
que nos faltaba. En medio de aquella poblacion
de una construccion magnífica, habitada por
cinco mil almascontemplábamos aveces la flema
de los castellanos viejos, quienes hasta que el
sol ha calentado sus casas no toman el azadon
para cultivar sus tierras , que pródigas aun les
pagan cou usura su poco trabajo ; porque para
ellos sería muy sensible que el sol en su ocaso,
les cojiera en medio de los campos. Sin embar
go, poco envidiosos de las riquezas y ostenta
cion, prefieren pasar sus cortos dias con calma?
inmóviles en alguna plaza , á los rayos del sol,
ó en el seno de sus familias, pasan la mayor par
te del dia, apenas creen haber trabajado para su
corta manutencion.
Pues, señores, éramos tan insensatos que
aun envidiábamos la suerte de estos] hombres;
su vida sin prevision y sin cuidado del dia de
mañana , nos parecía la misma felicidad. Mu
chas veces caían sobre esto nuestras conversa
>

137
ciones , mayormente cuando teníamos que de
sempeñar nuestro destino , estorbándonos este
algun proyecto. Nuestra vida ociosa nos hacia
buscar todas las comodidades ; para evitar los
calores del medio dia, nos retirábamos á la par
te mas interna del palacio, ó al lado de las fuen
tes en que los rayos del sol no podian traspasar
el tejido del ramaje que las cubre ; á cualquie
ra parte que nos fuésemos seguían nuestros li
bros, nuestros amores y nuestros juegos. Si al
guna tempestad nos sorprendía , ejercitábamos
nuestras danzas en alguna sala, al sonido del
trueno y á la horrible claridad del rayo. Guan
do el sol se inclinaba hácia el poniente , deja
bamos el palacio é íbamos á dedicarnos al ma
nejo de las armas. Despues nos separábamos.
Arbullo arrastrado por su gran talento, por su
encantadora dulzura y al mismo tiempo por el
fuego de tus pasiones, se iba á entregar á la poe
sía imitando sus escritos á lo que Ovidio tiene
de dulce por su natural y de bruto por su des
caro. Langara aficionado á la variedad de len
guajes habia dejado el ejercicio de profesor para
ocuparse al de traductor, por esto encerrado en
su casa se lanzaba á un estudio escesivo , para
pasar de improviso á otro esceso, tal vez crimi
nal. Yo me quedaba solo con Severo : me ocu
paba en la lectura de libros históricos , hacien
do muchas veces reflecsiones para que mi cria
do ocultase á mi padre mi triste situacion, con
la esperanza de volver otra vez al rebaño de los
138
fieles ; mi hábito hipócrita entretenía á Severo,
aguardando de este modo á mis amigos que
pronto debian venir á buscarme, para volver á
nuestros divertimientos.
¡Pero cuanto mas vale que os hable de los sin
sabores, que acompañan á una vida tan vacía
de felicidad ; que continuar pintándoos los de
sórdenes de tres ignorantes ! Ah ! No os figu
reis que fuésemos felices en medio de estos fa
laces placeres, no. Nos turbaba una inquietud,
no os puedo esplicar; la continuacion de los place
res nos excitaba el deseo de gozar mas, y como ya
habiamos llegado á probarlo todo, todo despues
nos fastidiaba. Si á nosotros nos hubiesen ama
do tan tiernamente como amábamos, tal vez
nos habríamos tenido por felices; pero en lugar
de un amor sincero, de fina correspondencia y
de lealtad , no encontrábamos en nuestros cari
ños sino impostura, lágrimas, celos é indife
rencias. Nuestros vícíos regularmente nos acar
reaban alguna desgracia corporal, ó cuando me
nos volvia á nuestro genio insufrible hasta el es
tremo de la desesperacion. ¡ Cuantas ocasiones
aburridos de nosotros mismos, habríamos acep
tado la muerte, ántes que vernos humillados
por el padecimiento ! Nuestros libros y nuestras
mácsimas de nada nos servían , abatidos en el
lecho del dolor veíamos contradictorias las ideas
de Holbach : la amistad huia de nosotros y en
tonces la ecsistencia de Dios, que este infame
niega eon desfachatez, dejaba un vacío que la
139
naturaleza reconocida sin potencia no podia lle
nar porque nosotros nada mas podíamos aguar
dar de esta misma naturaleza que el mal que nos
abatía. Vendidos casi siempre por nuestras ami
gas, creíamos que la belleza que estábamos próc-
simosá amar era la que nos amaría con mas ter
nura; si nuestras esperanzas se cumplían, inme
diatamente le descubríamos alguna falta que im
pedia que nuestra aficion fuese permamente. Y
gi creíamos haber encontrado el objeto ideal de
nuestras ilusionas, pronto nos fastidiábamos, le
notábamos defectos imprevistos : y hechábamos
de menos nuestra primera Víctima. Tanta in
consecuencia y tantas sensaciones incompletas
no hacian mas qué Henar nuestro ehteridimien-
to de ideas extravagantes , que acibaraban nues
tros momentáneos placeres; haciendo que en
medio de nuestros divertimientos nos recordá
semos de la felicidad de nuestros primeros dias.
Por lo mismo, no: os creais que en medio de
nuestras aparentes felicidades fuésemos masque
miseria y delirio; porque habiamos perdido con
las virtudes la hombría de bien y aquella belle
za celestial que es la única que puede saciar la
sed inmensa de nuestros deseos. r; ' 1 . .■
Murió Fernando el Rey, la tristeza se apo
deró de la mayor parte de la corte y en gene
ral de todos los Españoles amantes del reposo.
Está circunstancia, que á pocos les fué impre
vista, hizo que la bondad divina dejase asomar
de repente en nuestro horizonte la antorcha dt
140
la gracia, mostrándonos en medio de la con
fusión las tinieblas que tenían ofuscadas nues
tras almas. ¡ Cuan incomprehensibles son los
secretos de Dios ! El cielo permitió que nuestro
primer paso á la religion santa, naciese del mis
mo esceso de nuestros criminales placeres. ¡'..';,
Para evitar la tristeza de la corte, cojimos
nuestros libros y ríos fuimos paseando poraqüe-
las cercanías. El sol era 'demasiado ¡fuerte, nos
internamos en un bosque tomando asiento á la
sombra de un grupo de encinas siempre verdes
y frondosas. Cada cual abrió su libro y separa
dos nos pusimos á leer, la tristeza nos domina
ba de tal manera que parecía haber cerrado
nuestra habla; fatigados de leer, nos echámos
recostados á los troncos de las encinas. Una lá
grima que saltó de los ojos de Arbullo llenó mi
corazon de sobresalto; Langara observó mi tur
bacion, y mirándonos los tres naturalmente sin
decir palabra , parecíamos transformados en es
tatuas, tal era nuestra admiracion: nuestros re
mordimientos y crímenes nos culpaban , no te
níamos valor para levantar los ojos al cielo ,
guardábamos un religioso respeto como si nos
encontrásemos al pié del tribunal supremo aguar
dando una sentencia fatal. Despues de algunos
instantes de meditacion, Arbullo levantó la voz
y nos dijo.
Amigos, la muerte de Fernando, sin saber
el motivo , me hace sentir vivamente la nuli
dad de una vida que empieza á hacérseme inso
141
portable, yo siento que me falta alguna cosa.
Dias hace que me persigue no sé que idea, y á
no ser por los principios de mi religion nati
va, me habria mil veces despedido de este mun
do. Si se me representan los disgustos, que he
ocasionado á mis padres con el objeto de lle
var una vida criminal y si atiendo á los clamo
res de las víctimas de nuestros caprichos no pue
do impedir que las lágrimas salten de mis ojos.
Ah 1 oigo una voz confusa que me anuncia que
para nosotros se ha concluido la época .de los
placeres y que un justo castigo nos llevará la
época de los trabajos. Vosotros sois testigos de
las desavenencias de la casa real y de las intri
gas ¿no percibís el eco del clarín, que anuncia
la guerra con la muerte de Fernando? Vosotros
sabeis mejor que yo , qué reputacion merece
mos del partido vencedor , por lo mismo nada
tendría de estraño que este aumentase nuestros
sinsabores.
Esto es lo que pasa en mi corazon, dijo Lan
gara, lo que acabais de contar ¿sabeis Arbullo
de donde nace? Estos generosos sentimientos
son hijos de nuestros placeres, tambien me sien
to atormentado lo mismo que vos de un mal
cuya causa ignoro; pero sin embargo sospecho
su origen: ya sabeis que mi inclinacion al estudio
es escesiva; cuando os dejaba me dedicaba á la
lectura de la multitud de libros que nos regaló
aquel estranjero: á la primera leida noté con la
velocidad del rayo un cambio en mi entendí
142
miento; creia haber encontrado el origen del ser
y la felicidad del hombre : la religion , los tro
nos y el dominio los veia con cierta claridad co
mo una impostura, 6 mejor como nacidos de la
ignorancia y necesidad , resumiéndose en un pu
ro fanatismo. Pero no me contenté con una leí
da, analizé las ideas de Voltaire sobre religion,
las mácsimas de Rousseau, las de Freret, las de
Holbach sobre la naturaleza y por fin de todos
los libros hasta ahora nuestros favoritos y direc
tores, ¿quereis saber lo que saqué al cabo de
mil inconsecuencias y proposiciones imposibles
y contradictorias? Orgullo, vanidad, sed de
venganza, ambicion, corrupcion, horror y san
gre. Sí: todo esto bajo la solapa de las embele
sadoras palabras de humanidad, despreocupa
cion y confraternidad, ó sino decidme ¿qué
quiere decir Voltaire cuando esclama, que será
feliz el dia en que los hombres de clase ínfima
podrán pasearse por los palacios de los grandes,
y estos frecuentar la de los plebeyos sin aver
gonzarse? Añadid la espresion del humano Con-
dorcet y vereis que la felicidad consiste en colgar
al último monarca con las tripas del último
sacerdote. Podría citaros otras mil estravagan-
-cias, pero si vosotros habeis leido con detencion
estos libros , ya habreis notado sus falacias y en
-ellos habreis descubierto el veneno de sus inten
tos. Por otra parte, la muerte del Rey seria
para mí una cosa insignificante, sino viera como
Arbullo sus fatales consecuencias : en una pala-

(
143
bra están en peligro nuestras personas, y quizá
nuestras vidas. Auguet de Saint Silvaint me ha
escrito su despedida desde Valladolid : concluye
su carta. «Amigo, si el cielo me favorece, tal vez
veré á Unzoe ; ha llegado el dia en que os doy
el último adios; aunque mi corazon siente no
poderos ver, creo que vuestra amistad os dictará
reuniros algun dia con vuestro siempre amigo.»
Esta carta nos demuestra bien en claro nues
tra posicion, y lo que deberíamos practicar. Pero
qué haremos perseguidos con descrédito de nues
tras casas sin religion... amigos, yo voy á re- '
nunciar á los placeres y entrar á la investiga
cion de la verdad, volveré á mi religion nativa,
y si algun dia oís decir, que he muerto como
un cristiano, no teneis que admiraros. Los ar
gumentos que he aprendido en favor de esta re
ligion santa me han convencido , y desde ahora
me declaro su defensor... ¡quiera el Dios que
tanto he ofendido, que mi pluma pueda resarcir
mis males I
Langara pronunció estas palabras con un
acento horrible, de modo que nos sorprehendió.
Estático por un momento parecía que alguna
cosa sobrenatural hablaba en su interior, 6 que
una potencia invisible había dirigido sus pala
bras, para poner fin á nuestros delirios. Yo te
mía revelaros mis pensamientos, les dije enton
ces , porque dias hace que una tristeza interna
corroe mis entrañas ; yo habia tentado el mar
charme, porque solo el huir de este suelo pue
144
de curar las heridas [que me atormentan , que
son el peligro en que nos encontramos, y el de
seo de salir de este estado que tiempo ha que
me aniquila. ¿Cuántas veces aguardándoos re
costado contra una coluna en el pórtico de los
jardines del palacio, cuantas veces digo, volvía
la vista hácia la religion de mi infancia , y no
sin sentimiento? \ Ah ! Ramiro é Ines tal vez en
este mismo instante estais llorando las tropelías
de vuestro hijo , cuando la esperiencia de una
vida caduca me hace conocer el fruto de las
saludables doctrinas, que la inocencia de mis
tiernos dias no me dejaba traslucir al tiempo
de vuestra amarga despedida !
El sol estaba ya en su ocaso , y el céfiro me
cía constantemente las ra mas de los árboles, co
municando cierta humedad que acostumbra an
ticiparse á las variaciones de la atmósfera. De-
jámos con sentimiento las saludables sombras
de aquel bosque ; nos dimos un abrazo mutua
mente, y como si nuestras confesiones hubiesen
sido el determinio de nuestro porvenir , estába
mos como si nos despidiésemos por última vez.
Nos volvimos á la Granja , un secreto presenti
miento entristeció nuestros corazones , y nues
tros placeres ya nos ofrecían el mismo atracti
vo. Recibimos la orden de trasladarnos á Ma
drid. Langara se fué á Bilbao á ver á sus pa
dres, y yo con Arbullo seguímos á la corte; poGos
dias habian pasado cuand» recibí una carta de
Langara en la que me decia que atendidas las
143
circunstancias y movido de las lágrimas de sus
padres habia determinado establecerse en Bil
bao , en donde se ocuparía en curar las cica
trices de su espíritu.
La vida , me decia Dionisio, concluyendo su
carta, presenta un conjunto de alegrías momen
táneas, de dolores prolongados, de amistades
principiadas é interrumpidas; esto es lo que
hemos esperimentado durante seis años deamis
tad, cesando esta por una fatalidad, cuando de
bía hacerse mas duradera. Ay! amigo mio, yo no
sé si nos veremos mas, un presajio funesto ha
bla á mi corazon , y si mis temores tomasen el
carcáter de realidades, entonces mi instinto
viajador pondría un obstaculo mas poderoso en
tre nuestra amistad. Durante la vida mil acci
dentes separan á los hombres que se aman, y al
cabo de poco viene la separacion de la muerte
que echa por tierra todos nuestros proyectos.
Si, amado Avertano ¿no os acordais de los te
mores de Arbullo en medio del bosque de S. Il
defonso? Podeís pues creer que no tardareis en ver
á nuestra patria envuelta en los horrores de
una guerra ¿ qué nos resta hacer ? vos sabeis
mejor que yo los negocios de la corte; pero si
yo debiese aconsejaros, venid cuanto ántesáre-
uniros con vuestro amigo
Arbullo se habia ido el dia anterior á Valle-
cas, y como era mi único compañero, aguardé
su vuelta para resolver sobre nuestra situacion.
Cuando hubo llegado le enseñé la carta deLau
10
146
gara, y le manifesté los hechos recientes durante
so corta ausencia, pintándole nuestro estado
con los mas negros colores... Pues bien, me dijo,
á tí te admira que María Cristina haya concedi
do un Estatuto al pueblo; desde el momento
que se publicó la amnistía y que se desarmaron
las milicias del Rey, conocí muy bien que la po
lítica española cambiaría bien pronto, á pesar
de que se prometiera despues no hacer inno
vacion alguna. Pero Avertano, no es esto lo que
debemos atender , las intrigas todos las hemos
presenciado y por lo mismo sabeis vos lo mismo
que yo en que grado nos encontramos, las qui
meras estan en su fermentacion de tal manera,
que en Vallecas corría la voz de que en Bilbao
habia estallado una insurreccion muy grave, y
que esta habia tenido eco en varios puntos, es
pecialmente en Castilla; podeis figuraros el
principio que se proclama , atendido el régimen
que va á entronizarse. Hay quien asegura que
Carlos ha escrito á Tomas Isidro para quesecun-
de este alzamiento : si esto es cierto, mis temo
res se realizarán, bastante lo indica la carta de
Langara : no solo confirma en parte los rumo
res que corren y os he contado ; mas tambien
nos traza el camino que deberíamos seguir de
aquí en adelante. Por fin, mañana me vuelvo
á Vallecas , en donde llevando una vida solita
ria estaré á la mira para salvar el golpe fatal
del contratiempo que nos amenaza, y despues,
Avertano, mi espíritu anhela el reposo... Si que-
147
reis seguirme, continuaremos nuestra amistad
jamas interrumpida, buscando la verdadera fe
licidad que creíamos encontrar en nuestros
delirios, y que por evidente consecuencia solo
hemos alcanzado las zozobras y la desgracia.
Pero no : vos debeis pedir Ucencia al gobierno
para retiraros á vuestra casa, y al instante ale
jaros de esa corte , que despues de proporcio
narnos tantos sinsabores, concluiría fácilmente
con nuestras vidas , ó nos llevaría á algun des
tino, tal vez mas humillante que la misma muer
te. Suframos por lo mismo sin quejarnos dema
siado, mi querido Avertano, suframos una sepa
ración que necesariamente debian hacer los años,
y que si bien cruel para los que se aman , sin
embargo puede esta misma ausencia facilitar
nos la tranquilidad que tanto necesitamos.
No tardé en hallarme privado de todos mis
amigos; triste y sin saber lo que me hacia, no
encontraba en Madrid mas que una vasta sole
dad. La inquietud reinaba en la corte; se iban
Substituyendo los generales y empleados que
inspiraban poca confianza al partido vencedor,
por otros sugetos que en otras épocas habian ga
rantido su lealtad ó su adhesion con algun he
cho importante. Rodil debia marchar á la cabe
za de un fuerte ejército sobre Portugal , como
auxiliar de D. Pedro , y arrojar á un tiempo
de la península á D. Miguel y alWante Carlos,
que con su presencia el primero defendía sus de
rechos y el segundo se preparaba para dispu
148
itri-IctsU Sairtos Ladron con una porcion de tro
pa seliábia pronunciado en Bilbao, y los Vizcaí
nos corrían con las armasen la mano á su apoyo.
Este hecho si bien causó alguna sorpresa á los
nuevos gobernantes, no fué sin embargo consi
derado como un hecho trascendental ó de gra
vedad é los ojos de la nacion. En Castilla, Meri
no-se había puesto al frente de una insurreccion
compuesta de castellanos y leoneses; presen
tándose bajo un pié bastante serio. Todo, todo
anunciaba un triste porvenir, volviendo cada
día mas crítica mi posicion. >- .
- La tristeza habría acabado conmiecsistencia,
si el cielo no hubiese sostenido mis débiles fuer-
jas,. para que el castigo de mis crímenes fuese
siniduda mas ejemplar. Los tardíos remordi
mientos me agitaban; si yo hubiese podido bor
rar del libro de la vida las páginas y que .conte
nían la época de mis desatinos , y quitar de la
mente de los amigos de. mi padre el escándalo
deimis errores, me parecería que todo lo demas
lo. habría borrado con facilidad. ¿Cuántas veces
me decía á mí mismo, si ahora pudiese tomar
los consejos del buen Jesuíta? ¡Ab.1 Estaba un
dia entregado á mis trágicos discursos, cuando
Severo entró á mi aposento, y con una voz
trémula y azorada me dijo. «Qué es esto Aver-
¿tano ; os entregais á la meditación cabalmente
cuando peligra nuestra vida... vajnos,,, ignorais
..ppr ventura.... «La sangre, señorías <;§e heló en
jpis.Tei)^>qqy«ria.;prpguntau-.á Severo; mas la
149
fuerza de mi sobresalto ahogó el poco aliento
que ecsistia en mi corazon. «Tomad ese disfraz
y seguidme , dijo mi criado , si queremos sali
varnos este es el único medio. » «¿Pues qué..-
qué están aquí? le pregunté en mi enajena
miento.» «No hay .mas, replicóme Severo , no
teneis que discurrir, estamos perdidos, un ami
go de vuestro padre me envia el disfraz y un
pase, con la nueva de que nos pongamos en
camino inmediatamente hácia Navarra. Se ha
descubierto una conspiracion , se han intercep
tado muchas cartas, de las que resulta que es
tais complicado, ¿conoceis á Langara? Este os
escribia desde Bilbao. » .; . .'i
Si bien , señores , esta noticia turbó mi poca
tranquilidad , no dejó por otra parte de conso
larme algun tanto, al ver ^ue los amigos á quie^
nes habia ofendido con mi criminal comporta.'
miento pensaban aun conmigo. Las lágrimas
corrían á raudales por mis mejillas , me parecia
que la religion de mi infancia volvía mis ojos al
eielo, y me hacia reconocer entre las virtudes
la caridad de aquel, que con tanta hombría de
bien se interesaba para la salvacion de mi ecsis-
tencia ; siendo yo á la verdad muy poco digno
de conservarla. Una especie de confianza y <fo
temor reemplazaron de improviso la agitacitín
que dominaba en mi espíritu, á semejanza del
marinero, que en una noche oscura batido por
la tempestad pierde el timon, y va errando á. la
merced de las olas, aumentándose sus temqres
150
á cada instante; pero si de repente descubre á su
lado la linterna de algun faro, se deshace en lágri
mas, y bendice al cielo que le ha sacado de aquel
infortunio, presentándole un puerto de salvacion .
Me dispuse pues para marcharme. Tomé sin
reconocer el disfraz, y vístome sin saberlo con
el traje de comerciante. El sol habia concluido
ya toda su carrera ocultándose á la otra parte
de las montañas, dejando al parecer una de
aquellas noches benignas, cuyo dulce ambiente
encuentra el viajante un placer indecible al res
pirar. Severo debia aguardarme fuera de la
villa con los caballos , mientras yo de incógnito
me apresuraba á dejar no sin sentimiento aque
llas deliciosas calles con sus soberbios edificios ;
tal es la fuerza de la costumbre unida al em
beleso que causan las poblaciones famosas. Atra
vesé la calle de Fuencarral , paso por delante
de la casa en donde visitábamos regularmente á
nuestras amigas y no muy lejos de la de Unzoe,
saliendo por fin de Madrid. Mis ojos humedeci
dos vagueaban en medio de las tinieblas, pre
sentando muchas veces á mi imaginacion sobre
saltada objetos que alarmaban y que me llena
ban de inquietud. Cuando estuve á una larga
distancia de la villa volví la cabeza, y con la cla
ridad de la luna que empezaba á dorar las altas
cimas, descubrí las aguas del Manzanares á la
otra parte de las siete colinas sobre las que está
situada aquella bella poblacion.
Todo el mundo yacía en paz, solo seoía de cuas
151
do en cuando los ladridos de los perros, que nos no"
ticiaban hallarnos muy cerca de alguna casa. No
sotros caminábamos ert silencio á marchas listas,
porque el miedo á la verdad nos oprimía por to
dos lados, hasta que coj imos la montaña que
entonces pareció ensancharse nuestro espíritu.
Doblámos aquellas laderas dejando á nuestra
izquierda el pueblo de Viñuelas circuido de
montecillos, en medio de un valle muy angosto.
Pasando á vista de Salamanca llegamos en po
cos dias á Burgo de Osma y siguiendo aquellos
caminos desiertos cubiertos de robles y de pinos,
descubrimos el reyno de Navarra. Tengo de con
fesar, Señores, que una especie de rubor cubrió
mi frente, porque al contemplar ám» tierra na
tiva con los ojos de mi infancia veía manifiesta
la belleza de la inocencia y palpable la fealdad de
una vida, que adapté al dejar 'aquellas deliciosas
campiñas, que al mirarlas no podia dejar de der
ramar lágrimas de gozo y de arrepentimiento.
Llegó pues la tercera época de mi vida ; en
la que debo señalaros una de aquellas casuali
dades, que incesantemente han cambiado en un
total aspecto el curso de mis males. Desde el
pacífico valle de Lecumberri que tenia la suer
te de volverá ver, me había visto trasladado ape
nas finida mi infancia á la borrascosa corte de
Fernando, y de aquí huir del centro de las deli
cias y de la soeiedad mas civilizada, perseguido
para empezar otra vida, tal vez principio de los
merecidos castigos de mis crímenes.
ftS DEL LIBKO V.
i.i t -I " >
-i->' i -.."..!- " " '..- ' !-. v. .'' :-
'i. - '..-"...lí.

I
I
..... ... n ; .:i
- . -: . >- - i. -..)..-: .H..'. >-.
. ... Ji\ .. I>. :. i.. i. i. .- i ¡i-
:. i. i.r> i . . i : :-'.(!>
.*.. . ¿i í -¡ r .:. i:. .: i¡

.'' r.. > . j - > .i- n.. i . 1 1i.


I> . -i . . >j
- c - ►.-... t ' - -- i.ii I

s*'ifi'ii«. : 1 í.i. -i -" >


. f v.u: - ..di! - 1 .
DEL

Continua la narracion. Waldcch


empieza A conocer la nulidad de i un
mAcslmas filosóficas. Uega Averta-
no a mu casa nativa. Recibe noticias
de Langara. Resuelve unirse con el.
Preséntase A SEumalacarregul. Plan
para sostener la guerra. Varias aven
turas y acciones. Noticia del conve
nio de Évora. Avertaño queda berl"
do en el campo de batalla, y un ber-
mltaflo se lo lleva A una cueva. Re"
fleeslones del bermltaflo.
Iba Avertano á continuar su historia , cuando
Isaac que se había ido al castillo llegó con algu
nos manjares para el desayuno; puso su cesta
al lado de la fuente , y tendiendo un lienzo so
bre la hierba sirvió la comida con algunas
frutas y quesos que aun no habían perdido la
blancura que tienen al salir de los canastillos.
Todos estaban abrumados, porque la narracion
del solitario había agitado de diferente manera
todos los corazones. Waldech había comprehen-
dido casi el todo de la historia, y veia muy bien
que las mácsimas que Avertano había abrazado
con sus amigos , eran cabalmente las mismas ,
156
que como á emisarios preceden por lo regular
á las revoluciones modernas , de la misma ma
nera que el huracan acostumbra abrir el paso
á una horrible tempestad. La desgracia se le
presentaba como á consecuencia cierta de estas
mácsimas ; pues que él era tambien una de las
víctimas. Reconocía á Severo y á los amigos
de Ramiro revestidos con la hombría de bien ,
y convencido de la bondad del catolicismo llo
raba cordialmente los errores de su vida. Sul-
men aunque comprendía maravillosamente al
solitario , sin embargo no la ocupaban las mis
mas cuentas que á su padre, se entristecía al
pensar que Avertano había amado mucho, y no
comprehendia el porque estaba arrepentido de
haberlo hecho. 1
Daniel regaba con la ternura de un niño su
encanecida barba, y admirado sin darlo á cono
cer respetaba al hijo de Ramiro, porque cla
maba en lo íntimo de su arrepentimiento como
el Rey profeta. «No me castigueis, Señor, se^
gun la grandeza de mis iniquidades.» - '
Concluyose en breve la comida; entonces di
jo Waldech al solitario. «Avertano, aunque no
comprendo perfectamente vuestra narracion
conozco sin embargo que con el cambio de
vuestras doctrinas no encostrasteis la felicidad,
que os creísteis hallar desde sus principios en las
ideas de filosofía moderna; buscando en este caos
una criatura ó un goce que pudiese perpetuar
vuestra dicha con el colmo de vuestros placeres.
157
Heos aquí mis desvelos, mis doctrinas y mis
errores. Estaba convencido de encontrar esta
dicha ó esta felicidad , pero lo mismo que vos ,
solo la desgracia y los desengaños correspondían
y corresponden todavía á mis afanes. Pero vos
en el día os teneis por feliz, cuando á mí la in
felicidad me persigue en todas partes. Continuad
pues, hijo mio, la narracion de vuestros traba
jos, y si entre nosotros hay alguno que derrame
lágrimas al escucharla, no os detengais, porque
todos sabemos que las revoluciones son hijas del
horror y de la desesperacion , que hermanadas
con la muerte siembran el luto por todas par
tes, prodigando á los mortales justos momentos
de arrepentimiento y de lágrimas.»
Os decia , señores , que llegó la tercera épo
ca de mi vida. Vuelto ya otra vez á mi casa
nativa tuve la dicha de abrazar á mis ancianos
padres , y besar aquellas manos que , valerosas
en otro tiempo , ahora trémulas con el peso de
los años , parecía que me daban la última ben
dicion. Debo advertiros un favor especial del
cielo. Severo habia tenido la prevision de ocul
tar á mis padres todas mis faltas , con la espe
ranza de que algun dia volvería yo á la (comu
nion santa , y mayormente para no ocasionar
les con la nueva ese disgusto que fácilmente les
habría llevado al sepulcro. Es de aquí que mi
llegada fué celebrada con el mayor placer, aun
que les llenó de zozobras por ser imprevista. Los
parientes y vecinos vinieron a visitarme prodi
158
gándonie todos los honores de que á la verdad
era muy poco digno. \ Cuántas veces recostado
cerca del hogar paterno rodeado de toda la fa
milia , despues de haber meditado sobre el tris
te porvenir, cuántas veces digo, se me escapó
alguna lágrima, al recordar mis delitos, mien
tras que el hábito de mis pasiones involunta
riamente me hacían suspirar por los teatros y
por los divertimientos de la corte.
Mi leal comportamiento durante la perma
nencia en la casa paterna hizo concebir las
mas lisonjeras esperanzas en todo el valle veian
en mí un defensor acérrimo de sus instituciones,
un militar consumado , un héroe justiciero, y
capaz para dirijir sus negocios en la empresa
que toda Navarra parecía dispuesta á empren
der, sin mas prevision que su lealtad y que su
valor. Todos estos honores se dirijieron á mi
padre, porque yo no habia dado prueba alguna
de talento y decision. Necesitaban una persona,
y mezclando el nombre de mi familia con títu
los de adulacion, me tributaban el respeto áque
por ningun motivo era acreedor. Empezaba mi
espíritu á entrar en el ejercicio de sus funcio
nes; en medio de la tranquilidad del valle, vol-
\ia los ojos hacia la religion de mis padres , y
las ideas que habia tomado de los libros de di
solucion se me desvanecían á medida que la
religion misma me comunicaba su fuerza, cemo
cuando el sol luciente disuelve la espesa niebla
comunicando sus dorados rayos á los moradores
159
de la tierra , que estaban privadas de su dulce
vista. La vida campestre me hacia ya echar á
menos las delicias de Madrid ; pero esta calma
que podia proporcionar mi felicidad, vino bien
presto á acabarse. Al anochecer del quince de
octubre del año treinta y tres, dia funesto para
mí, y marcado en mi mente como con caracte
res de bronce, presentose á la puerta de mi ca
sa un hombre, al parecer fatigado; los latidos
de su corazon se percibian claramente , y se
diento apenas podia proferir palabra alguna; .
pidió por Avertano Guibelalde, y como se le di
jera que no estaba, preguntó por Ramiro. Una
de mis hermanitas le condujo á presencia de
mi padre, bien pronto este conoció que aquel
hombre era vizcaíno, y comprendió al mismo
tiempo su misien. ¿Qué se os ofrece compañe
ro? le dijo mi padre, tomad asiento y hablad:
sacose inmediatamente el buen hombro, una car
ta que llevaba con algun secreto, y sin decir
palabra ¡a entregó a Ramiro, leyó este el sobre,
y como iba en direccion á Avertano Guibelalde,
entendió que con. ella se me comunicara algun
hecho importante, me llamó, me presenté, re
cibí la carta , y al tomarla reconocí la letra de
Langara , abro y efectivamente era carta de mi
camarada y amigo.
Es preciso , señores, que os cuente su conte
nido porque este fué la determinacion de mi se
gunda época. Entreoiras cosas me decía. «Ami
go , al dejarnos en san Ildefonso , hice ya la in
160
tencion dejtomar lasfarmas en defensa de mis
principios, así lo verifiqué siendo compañero
en el pronunciamento del malhadado Santos
Ladron, que cojido en la primera escaramu-
zaj,fué . pasado por las armas ayer trece. Su
muerte nos ha consternado á todos; tu sabes
mejor que yo, la reputacion que merecía. Pero
amigo, sabemos que esta puede ser nuestra
suerte , y si bien hemos de llorar la pérdida de
un general y de un padre, tenemos á Zumala-
carregui que se ha puesto al frente : su talento
y bravura creemos que ocupará el vacío que ha
dejado la muerte de Santos Ladron ; nos ha di
rigido algunas veces la palabra , y su decision
nos ha entusiasmado. Sé que ha hablado de vos,
y que desea veros á su lado ; esta casualidad me
ha hecho saber vuestra llegada á Navarra, cuan
do creia que aun estabais en Madrid , á cuyo
punto quince dias hace os escribí, juzgándome
que allí seríais útil á nuestra causa. Hoy he da
do un abrazo á Auguet de Saint Silvaint, que
llegó pocos dias ha y se marcha en comision á
Portugal ; me encarga os comunique sus afec
tos. Al escribiros en estos términos , podeis fi
guraros cuales son nuestros deseos y vuestros
deberes.' Nuestra amistad jamás se interrumpió
durante nuestra permanencia en la corte, y si
fuimos amigos en tiempd de sosiego ¿porqué no
debemos serlolen la desgracia, para salvar nues
tros intereses con la patría?»
Estas últimas líneas dispertaron en mí con la
161
velocidad del rayo una especie de emulacion que
no os puedo definir ; me pareció que aquellas
líneas herían directamente mi honor, porque
al parecer mi amigo me hacia cargos por mi
inaccion. Entregué la carta á mi padre, y jun
tos con el mensajero fuimos á sentarnos cer
ca del hogar: allí cenamos. Durante.la cena le
hice mil preguntas sobre el estado de las fuer
zas, de sus gefes, y del sentido con que el país
tomaba aquella sublevacion. A lo que me res
pondió, que en aquella ocasion las fuerzas ape
nas ascendían á seis mil hombres por el motivo
que les faltaban fusiles , que los gefes eran muy
buenos; me contó la muerte de Santos Ladron,
y que Zumalacarregui le habia sustituido con los
otros subalternos Eraso, Villarreal, Zagastibel-
za, García y muchos otros, que segun él decia,
conocían perfectamente el genio y necesidades
del país , á mas de ser militares acreditados y
valientes. . . . ....
La esplicacion de aquel hombre me pareció
de pronto nada comun , porque en sus respues
tas se traslucía el grande interes con que trata
ba á sus gefes, y el que tomaba por su causa
parecía estar convencido ser el de su patria. A
cada instante se me aumentaba la curiosidad ;
como casi el mismo interes me guiaba le dije :
¿Vos sin duda perteneceis á estas fuerzas? « Ya
no sería vizcaíno, señor, me respondió con pres
teza, soy asistente de mi buen amo Langara, á
cuyo lado moriría siete veces si fuera voluntad
11
16.2
del cielo: me llamo Javier Artnzazu hijo de Du.
rango ; fui el primero que se decidió á defen
der nuestros fueros. » Le hice otras varias pre
guntas para mí interesantes, contesté en escri
to á mi amigo Langara, entregué la carta á
Artazazu , y encargándole alguna cosa de pala
bra , nos fuimos inmediatamente á descansar.
Al despuntar el dia se fué Javier. Esta fun
cion, señores, no fué en beneficio de mi deseo,
los bosques y la soledad misma eran mis únicos
anhelos; en este mundo solo envidiaba la quie
tud , siendo ella sola el medio único para pro
porcionarme la felicidad que me faltaba. Muy
diferentes fueron sus efectos; las instancias délos
habitantes del valle con las de mi padre uni
das á las de Langara , me hicieron tomar la re
solucion de empuñar otra vez la espada y aban
donar la vida privada que habia escogido para
fortalecer mi espíritu , entregándome á la cor
riente de aquel rio, que nace al pie de las guer
ras civiles, y que bañando el trono del fementido
Marte desagua sus olas de lágrimas mezcladas
de sangre espumosa y corrompida en el seno de
aquellas aguas muertas, que en el dia amagan
aun las ciudades de reprobacion , Sodoma y
Gomorra.
Ya habreis notado que desde el principio de mi
vida la carrera militar era para mí odiosa ; sin
embargo parecía que el cielo solo me habia des
tinado para ella. Mi honor y la voluntad casi
general me convencieron; y heos aquí que á
163
principios de mil ociio cientos treinta y cuatro,
fui á reunirrae con Zumalacarregui, cabeza en
aquel entonces del ejército realista ; digo ejér
cito, porque la pericia de este militar supo ha
cer soldados, aumentando prodigiosamente su
número y poniendo en ellos la subordinacion y
arrojo como por encanto. Abrazé á Langara
mi amigo que en aquella sazon era segundo co
mandante de una partida, recibióme con amis
tad y alegría indecible. «Avertano, me dijo al
momento, hoy nuestro gefe ha recibido pliegos
muy importantes, todos los oficiales superiores
debemos juntarnos para discutirlos y determinar
lo que mas convenga , vos vendreis tambien allí
conmigo, y os presentaré á Zumalacarregui que
tendrá grande placer al veros; sí amigo, vos
sereis muy útil á nuestra causa. Ocupábamos
en aquel entonces el pueblo de Ormaistegui.
Me presenté al gefe superior: le entregué un
manifiesto y una carta de mi padre. Recibióme
Zumalacarregui con mucha bondad: Guibelalde,
me dijo, en este instante vamos á tener una
junta: quiero que vos asistais, porque mi gusto
será conocer el genio que cada uno tendrá para
ocupar los puestos en esta guerra, que apenas
empezamos. Por ahora servireis de segundo en
un batallon que está acampado por la parte de
Villafranca, id pues á reuniros con él, y cuando
convenga distinguios con vuestra conducta y va
lor. Si os mostrais digno de las gracias de nues
tro Soberano, recibireis vuestro premio, y nuestra
164
amistad se ligará con doble vínculo promovién
doos sucesivamente y con justicia á los pri
meros grados del ejército. »
Túvose la junta : el plan para continuar la
guerra quedó resuelto. Dividimos las fuerzas,
y Zumalacarregui debia ser el general en ge-
fe, siendo sus subalternos ó gefes de division
Eraso, Sagastibelza y Sopelana. Todos debiamos
maniobrar en combinacion para batir en detall
todas las fuerzas que el enemigo sin prevision
nos iba presentando. A este fin debiamos con-
tramarchar y fingir derrotas segun cada gefe re
conociera oportuno; por esto nuestras disper
siones, que á los ojos de la Europa se publica
ban como derrotas, no eran mas que [estratage
mas de las que no pocas veces sacámos partido
ventajoso. Las escaramuzas eran continuas, por
que figuraos que nuestra escasa fuerza, muchas
veces circumbalada por inmensas colunas ene
migas , no tenia mas que descubrir la parte mas
débil, y evitar de esta manera una accion que
sin mas recurso habría sido decisiva y habría
comprometido gravemente nuestra causa ; im
posibilitándonos en ocasiones de apuro en que la
pericia sola de nuestro gefe era capaz para li
brarnos. ¿Cuantas veces en completa dispersion
nos cogia la noche en la escabrosidad de las
Amezcuas, en medio de la nieve, 6 en la pobre
choza de un pastor, desde donde oíamos las cor
netas , el relinchar de los caballos y el pisoteo
de las tropas que nos perseguían? Cuantas ve
165
ees en medio de estos lances se me presentaban
las delicias de la corte, sus pacíficos paseos y jar
dines harto diferentes de las malezas , abrojos
y precipicios que debíamos salvar?
A nosotros nada se nos ocultaba, sabíamos
muy bien la disolucion de las fuerzas de Merino
en Castilla, la marcha y adelantos de las tropas
pedristas de Portugal , el estado de la corte, las
nuevas levas que venían á esterminarnos; y de
cuando en cuando recibíamos noticias del estado
triste en que yacian nuestros principios bajo el
mando de Llauder en Cataluña. Pocas veces se
nos pudo comunicar una nueva satisfactoria, los
elementos parecía que tambien iban á tomar
parte activa para aniquilarnos , cosa que la ha
brían logrado fácilmente sino hubiesen tenido
que combatir con la lealtad y bravura de los
provincianos. Un dia llegamos á vista de la co
lima enemiga mandada por Lorenzo, y como era
mucho mayor en número tuvimos que disper
sarnos; yo mandaba una compañía, tomé una
vereda que pronto me apartó dela muerte con
duciéndome á la cima de una escarpadísima
montaña ; la noche nos habia privado la desea
da luz del dia , dejándonos en medio de un ter
reno desigual, cubierto de nieve, envueltos en
una densa niebla y soplando un viento constan
te , que levantando la misma nieve en torbelli
nos nos dejaba ecsánimes sin aliento. Seguro de
morir en medio de las escarchas con toda la
compañía, imploraba no en vano el ausilio de
166
aquel Dios que tanto habia ofendido ; las lágri
mas que iban á salir de mis párpados quedaban
heladas sobre mis mejillas, y mi corazon que no
se heló á las justas amenazas de un ministro del
Señor , se iba á helar sin duda con la furia de
los elementos. Pero, señores, no era justo que
mis pacientes soldados cargasen con el sufri
miento á que solo yo era acreedor. Atendió el
autor de tamaño castigo mas bien á su padeci
miento que á mis lágrimas tardías, y tal vez
pasajeras ; oímos los ladridos de un perro que
llamó nuestra atencion casi inerte, vislumbrá-
mos entre la espesura de la niebla una choza
de pastor, en la que pudimos albergarnos y ca
lentar nuestros desvalidos miembros. Al salir la
aurora volvimos á nuestros trabajos , para re-
unirnos con el cuartel general.
Langara,me aguardaba con impaciencia, por
que me juzgaba perdido irremisiblemente. «Aver.
tano , me dijo con indecible alegría , tenemos á
nuestro amigo ArbuIIo; ha llegado con una por
cion de gente de la que mandaba Merino , tre
pando montes y sufriendo todos los contratiem
pos y calamidades; envuelto en una persecucion
muy activa nos trae noticias de la corte y de
Portugal, pero muy poco favorables para noso-
sotros; me ha dicho que en veinte y siete de fe
brero se descubrió una conspiracion en Ma
drid , que en Castilla corría la voz de que Rodil
había atacado á don Carlos en Salvatierra, y
que este se habia escapado por milagro: aunque
167
parece que nuestro general nada le sorprende,
sin embargo ha llamado á Arbullo á su aloja
miento, y rato hace que estan conferenciando
los dos.»
Heos aquí, señores, á tres que siendo com
pañeros en el crimen , la Providencia nos reu
nió para que fuésemos tambien compañeros en
el castigo. Arbullo se incorporó en nuestra di
vision , formando con los castellanos una com
pañía á parte. Esta circunstancia fue sin duda
la que me hizo soportable una vida tan penosa
y arriesgada, haciendo que unos cuerpos aveza
dos á la molicie y regalos doblasen su erguida
cabeza á todos los contratiempos y á todas las
humillaciones. El dia trece de marzo nos diri
gimos por la parte de Zabayza en cuyo punto
creíamos encontrar á una pequeña coluna de ene
migos; siendo nuestra intencion sorprehender-
fos, nos presentamos á las alturas inmediatas del
valle , pero al instante descubrimos en el plano
una fuerte coluna mucho mayor que la nuestra,
que sabedora de nuestra aprocsimacion venia
á recibirnos á marchas dobles. Zumalacarregui
demostrando su ardor militar y su entusiasmo ,
mandó tomar las posiciones convenientes, y pues
to al frente del peligro nos estimuló á hacer ras
gos de valor. El enemigo atacó á la bayoneta
nuestras primeras posiciones; pero rechazado
con valor por los nuestros, tuvo que replegarse
con bastante pérdida; generalizóse entonces la ac
cion , y si la noche no nos hubiera cogido en la
168
refriega habríamos reportado tal vez mayores
lauros; sin embargo hicimos algunos prisioneros.
Esta fue la primera accion en que la suerte, ó
por mejor decir la desgracia, hizo que peleáse
mos juntos, Langara, Arbullo é yo. Una amis
tad sincera nos unia tan íntimamente , de ma
nera que en me.lio de los trabajos y peligros
parecíamos tres en una voluntad. Por un favor
especial del cielo habiamos llegado á fines de
mayo sin que nuestros cuerpos hubiesen recibi
do la menor lesion despues de tantos combates;
nos encontrámos juntos en el ataque de Vitoria
en diez y seis de marzo ; en la accion de Nava-
rúz del nueve de Abril : en la de Burgette y en
otras infinitas, que aunque no tuviesen mas ca
rácter que escaramuzas , eran sin embargo tan
repetidas , que se podia decir muy bien que es
tábamos en continua accion. Pero, señores, lle
gó como digo el treinta y uno de mayo; nos en
contrábamos en Mues, país bastante desigual,
y por lo mismo ventajoso á nuestras armas; Zu-
malacarregui quiso hacer frente á la coluna ene
miga mandada por Quesada, sostuviendo una
parte y otra un fuego mortífero , y esta accion,
que dirigida por otro gefe menos diestro podia
comprometer nuestra causa , no dejó de pro
porcionarnos mucha ventaja. Sufrimos una pér
dida considerable por nuestra parte. Langara y
yo tuvimos que llorar la principal , porque per
dimos á nuestro amigo Arbullo. Peleando como
un héroe, hahia desalojado de una posicion al
169
enemigo , que con su ala izquierda la ocupaba ,
cuando la caballería enemiga cargando sobre él
con toda su fuerza, le obligó á una retirada pre
cipitada acuchillando una gran parte de su com
pañía. Murió él tambien entre los suyos traspa
sado con un lanzazo, disputando hasta el último
suspiro una victoria particular recien alcanzada
con tanto valor, y arrebatada por la precipita
cion y terror pánico en que se pusieron sus sol
dados en un instante.
Causó tal sensacion entre nosotros esta muer
te, que parecería increíble á vuestros oidos. El
poco humor que nos restaba despues de tantos
padecimientos , desapareció de improviso de
nuestros semblantes. Intolerantes á las chanzas
de nuestros compañeros de armas, solo la me
lancolía y frenetiquez parecían nuestros favori
tos mas constantes. Aumentaba nuestra deses
peracion los sarcasmos que se nos dirigían, pro
pagándose la voz en el ejército de que éramos
débiles y cobardes, solo porque éramos dema
siado sensibles á la pérdida de un amigo. Con
tinuaba nuestro sentimiento cuando en diez y
ocho de junio llegó un mensagero que llenó á
todo el ejército de consternacion con sus alar
mantes noticias; decia este que Rodil atacó á
Carlos que con una porcion de generales, oficia
les y gente distinguida se hallaba en Salvatierra
de Portugal ; una gran parte pudo escapar con
el mismo Carlos, su muger é hijos, y parte
pudo evitar ser presa de Rodil, ocultándose co-
170
ino lo hizo el obispo de Leou escondido dentro
de una cuba. Sin embargo no pudo escaparse el
equipaje. Refugiados, anadia el mensajero en
Sautaren con don Miguel y los suyos , el ejér
cito pedrista hacia victoriosos adelantos, cundió
la ecsasperacion, y el desaliento entre los migue-
listas fué general; y heos aquí decia derraman
do lágrimas, que viéndose don Miguel perdido
irremisiblemente firmó en Évora el terrible con
venio con que entregó á nuestra patria y á
nuestras vidas en manos de un codicioso, y á las
especulaciones siniestras de esta tierra infame,
de esta isla estéril que con miras ulteriores tra
ta de apoderarse de las riquezas del orbe, cor
rompiendo las ideas de religion , acabando con
las buenas costumbres, y poniendo al mundo
en completa division , para lograr sus crimina
les intentos. Sí, con gestos hipócritas intervi
nieron los ingleses en este tratado violento:
recibieron á jdon Miguel y á don Garlos coa
los suyos en sus navios; enviando al prime
ro á Italia , y al segundo llevándosele á Porst-
muth. Solo puedo aseguraros que marchó el día
tres, y que en su compañía ,110 se admitieron
todos los generales, y oficiales; pues que una
gran parte quedaron en poder de los pedrista*
garantida su seguridad pordos misinos ingleses,
bajo la condicion de que Ies acompañarían al
lugar ó puesto que los mismos prisioneros, así
los tengo de llamar, quisiesen desembarcar,
con tal que no fuese en las costas de España.
171
Alarmó de tal manera á las provincias y al
ejército esta funesta noticia, que el descontento
se hizo general. Zumalacarreguí preveía sus fa
tales consecuencias, y es de aquí que hizo una
proclama esponiendo esta alarmante noticia,
añadiendo que Carlos se habia embarcado para
venir cuanto antes á las provincias , aumentar
sus fuerzas, y procurarse recursos para batir
con mas facilidad á la revolucion. Prohibió bajo
graves penas la circulacion de una noticia , que
debia considerarse como fútil ó de poco interes.
Movió su ejército haciendo en cortos dias algu
nas conquistas de varios puntos fortificados por
los enemigos , logrando tambien con estas pe
queñas victorias desvanecer el justo desaliento,
cobrando un grado de fuerza moral que habia
perdido. A fin de evitar la total ruina que era
segura al presentarse las masas fuertes y victo
riosas de Rodil , hizo en pocos dias una leva de
jóvenes escogidos, equipados y armados con los
mismos despojos del enemigo, aumentó su fuer
za, y dió una nueva organizacion al ejército.
Villemur gefe del arma de caballería habia adies
trado tambien sus ginetes, de manera que nues
tras tropas, aunque pocas en comparacion á las
del enemigo, so presentaban bajo un carácter
muy brillante y capaz para eludir las fuerzas de
Rodil, siguiendo bajo las acertadas disposiciones
de nuestro general en gefe.
Aumentado el ejército enemigo con tan con
siderables fuerzas , y animadas por los sucesos
172
recientes de Portugal , perdida la fuerza moral
por nuestra parte, siendo la física casi insig
nificante en comparacion á la del enemigo ,
parecía á los ojos de todo el mundo que la
guerra que íbamos á sostener, era juego de
pocas tablas, es decir que nuestra causa estaba
perdida sin recurso. Esta era, señores, la opi
nion general de los españoles , ó mas bien de
aquellos que cifrando las victorias por la fuer
za , descuidan el genio del país y la destreza del
que dirige su decidida voluntad, con la confian
za que se le tiene. Reinaba la actividad por to
das partes, continuaban las escaramuzas, mien
tras que el cuerpo del ejército de Rodil hacia
tambien preparativos para abrir la nueva cam
paña. Los calores de julio estaban en su incre
mento , comunicando á los corazones de los va
lientes soldados una especie de valor que les
estimulaba á las batallas , de manera que con
mas propiedad podia tratarse de furia , á lo que
solo se tenia por valor y ardor militar.
Llegó la hora que con ansia se aguardaba, las
bayonetas de Rodil debian indefectiblemente co
ronarse con nuevos laureles, y con una accion
decisiva debia arrojarse a los carlistas de Navar
ra , ó á la otra parte , y quizá mas allá del Ri-
dasoa; esto ya no se tenia por problemático,
por los que no habían tenido aun el disgusto de
probar los madroños de las duras y escarpadas
peñas que habrían encontrado á la otra parte
de las dos Riojas. Los campos de Artaza fueron
173
testigos de nuestro valor en treinta de julio , y
solo ellos y sus acciones sucesivas os darán el
ideal verdadero de sus detalles. Nuestro gefe tu
vo la humorada de decirnos sobre el campo de
batalla «hemos vencido al sexto toro.» El tiem
po era precioso, no debía malograrse, no debia
yacer en inaccion un puñado de soldados , que
apenas eran dueños del terreno que ocupaban,
ambulantes como el ejército de Alejandro de
bían -desocupar un punto , para ocuparlo en se
guida el enemigo , ó sino disputárselo á palmos
con el mismo.
Rechazado el primer golpe que debia hacer
nos caducar nuestra causa naciente; adquirimos
algun tanto de prestigio , dilatamos nuestras
conquistas , y pudimos formar líneas, aseguran
do de esta manera nuestras juntas, y propor
cionando un poco de descanso á nuestras tropas
de que tanto necesitaban. Entonces levanto
se la fama, y notició á todo el mundo que los
carlistas se habían fortificado en las montañas,
conmoviose á su eco Cataluña , Aragon , Va
lencia, la Mancha y Galicia, y los gritos de esta
conflagracion casi general sorprehendió á los
ánimos llenándolos de irritacion. Nosotros se
guíamos con actividad , las acciones se sucedian
incesantemente, y tal era nuestro arrojo que
llegámos al punto de que pocas se nos hicieran
dudosas; el ejército cada dia tomaba notable in
cremento, el número de los enemigos pasados
era escesivo, y en una palabra nuestra in
174
surreccion tomaba un carácter imponente.
Pero, señores, habría sin duda alguna olvida
do todos los pesares , si el Dios que quería me
humillase ante la desgracia , no hubiese prose
guido en mi castigo. En veinte y seis de octu
bre sostuvimos una accion muy viva y reñida
en los montes de Alegría. Esta accion séria des
de su principio, habria sido funesta á una y otra
parte , si la noche no hubiese coronado las sie
nes de los combatientes , cubriendo de luto. con
sus negras sombras aquellos campos sembra
dos de cadáveres. A mí me tocó la suerte de
defender la posicion mas peligrosa ; resistí algu
nos ataques con valor , haciendo que el enemi
go se obstinara á todo trance para alcanzarla ,
resistí los nuevos ataques , pero al fin me opri
mió el número , y caí traspasado de heridas en
medio de los compañeros que habian quedado
muertos á mi lado.
Los dos ejércitos se retiraron sin quedar ni
uno ni otro dueños del campo. Yo estuve mu
chas horas sin sentido , y cuando volví á abrir
los ojos á la luz , no descubrí mas que un cam
po abandonado, y á mi alrededor algunos cadá
veres de mis soldados y compañeros. Quise le
vantarme, pero no pude conseguirlo; me vi
obligado á permanecer tendido sobre mi espalda
con los ojos clavados al cielo. Mientras mi alma
fluctuaba entre la vida y la muerte me pareció
oir una voz que en vazcuense gritaba : « Si por
aquí hay alguno que aun respire, que lo diga.»
175
Con bastante trabajo volví un poco la cabeza ,
y al través de la pálida luz de las estrellas, des
cubrí á un hombre que se paseaba por aquella
mansion fúnebre ; por el sayo que llevaba , y
por el cayado conocí que era un pastor, ó bien
algún hermitaño habitante de aquellas monta
ñas. Advirtió el movimiento que yo hacia, cor
rió hácia mí , y conociendo por mi traje al par
tido que pertenecía "Animo, me dijo, hermano
mio.)) Arrojose al suelo, púsose de rodillas, é
inclinándose sobre mí, ecsaminó mis heridas, y
despues de un rato de silencio me dijo: «Me
parece que no son mortajes. » Inmediatamente
echó mano del zurron , sacó de él un bálsamo
algunos medicamentos, una vasija de agua pu
ra, y colgando la lámpara que llevaba en el
tronco de un arbusto , lavó mis heridas^ las en
jugó lijeramente, y eon algunos harapos que
llevaba al intento, las vendó con mucha suavi
dad. Yo no pude manifestarle mi reconocimien
to sino moviendo un poco la cabeza , y con al
guna lágrima fria , que debió ver caer de mis
casi difuntos ojos. Cuando le fué preciso tras
portarme se vio en un apuro muy grande; mi
raba con impaciencia hácia el oriente , y al re
dedor de aquellos bosques temiendo sin duda
que el nacimiento del dia no le cojiera en sus
trabajos, y que el enemigo no volviese al cam
po. Empezó á levantarme por el cuerpo, y des
pues bajándose casi hasta el suelo , me arrastró
hácia sí con suavidad , me cargó sobre sus es
176
paletas; se levantó, y me llevó con bastante tra
bajo hasta la cima de una colina inmediata.
Entonces púsome escondido en medio de un
grupo de malezas, y haciéndome señal de si
lencio, me dijo que pronto volvería. > '> ..
Desapareció de aquel contorno con la veloci
dad del rayo ; apenas habia doblado aquella co
lina, oí un horrible silvido. No tardó en cum
plir con su palabra, llegó con un jóven, me sa
caron de las malezas, y colocándome sobre dos
troncos de encina me llevaron á una muy larga
distancia del campo de batalla, condujéronme
por la escabrosidad de aquellas peñas , y al lle
gar al fin de aquellas tortuosidades, me dejaron
en el suelo , abrieron una losa que cerraba la
entrada de una cueva colocada á la pared de. la
peña, allí me compusieron una cama de muz-
gos y me dieron un poco de vino para confor
tarme. «Joven desgraciado, me dijo uno de ellos;
es preciso que os dejemos, tendreis que pasar
todo el dia en este sitio; al anochecer volvere
mos á veros, os traeremos alimento y noticias
de lo ocurrido, entre tanto procurad á conciliar
un poco el sueño. » Diciéndome estas palabras
me cubrió con su sayo miserable que llevaba,; y
volviendo á cerrar la cueva con la losa se salie
ron inmediatamente* . . ;. > ( . . . i; . . .
Al anochecer volvieron á verme segun me lo
habían prometido; limpiáronme de nuevo las
heridas, las vendaron , y despues el mas ancia
no con una bondad enteramente de padre , me
177
dio un poco de leche y un poco de pan sumer
gido en vino. Este alimento me dió fuerza para
mirar alrededor de mí, notaron mi admiracion,
ó mejor mi sorpresa , cuando uno de ellos me
dijo. « No temais, el ejército enemigo se ha re
tirado hácia san Sebastian : vos estais en lugar
muy seguro , si algun peligro corriese vuestra
vida, os llevaríamos á otra parte, no debeis afli
giros, descansad tranquilo: vuestras heridas es
tán en buen estado, yo me prometo que no
tardarán á cicatrizarse. Animo pues , jóven
desgraciado, si la muerte no os hizo temblar en
las batallas, no tendríais razon de abatiros aho
ra por un corto padecimiento. Nosotros os vol
veremos á dejar, y mañana por la mañana os ha
réotra visita.» Dijo: y cerraron de nuevo la cue
va 'marchándose otra vez al bosque.
Hasta entonces , apenas habia conocido yo el
horror de mi situacion ; así que las heridas co
menzaron á cicatrizárseme con el reposo , reco
nocí que me encontraba en una cueva sin ven .
tilacion, solo y sobre una cama de hierba seca,
sin ayuda ni socorro de nadie, y sin mas luz que
la que pasaba por las rendijas que dejaba la lo
sa al cerrar la entrada. Depositado en aque
nicho , como los muertos en el cementerio, pa
sé treinta dias, favorecido todas las noches de mi
anciano libertador. De este modo me hacia pa
gar una justa providencia las delicias de Ma
drid, los perfumes y deleites, que me habian
embriagado en otro tiempo.
12
178
Reparado algun tanto de mis dolencias, me
dijo un dia el anciano pastor. « Guerrero, vues
tras heridas están casi curadas. Mañana si que
reis, os haré acompañar hasta vuestro cuartel
general, porque Mina ha tomado el mando del
ejército cristino , y como es práctico en el país,
tal vez con sus correrías se vería espuesta vues
tra vida y la mia. Determinad, ó si os gusta
mas, decidme vuestro nombre y el de la casa de
vuestros padres; no debeis vacilar un momento
delante de un hombre tan andrajoso , porque
bajo ese sayal tambien se oculta un cuerpo cu
bierto de heridas, y tal vez noble y cristiano.»
Aun no habia tenido aliento para abrir mis dér
biles labios, ni para espresar mis reconocimien
tos hacia mi libertador hasta aquella ocasion.
Sus últimas palabras traspasaron mi pecho co
mo una saeta, y casi balbuciente le dije, derra
mando lágrimas, i Vos sois mi libertador! ¡vos
sois mas feliz que Avertano Guibelalde, hijo de
Ramiro del valle de Lecumberri! « \ Por Je
sucristo mi divino maestro ! esclamó el anciano
pastor, ¿vos sois el hijo de Ramiro? Sí: yo soy
mas feliz que vos, no hay duda, yo he salvado
la vida del hijo del héroe y cristiano , cuando
vos habeis tenido la desgracia de pasar vuestros
padecimientos en la cueva de Jeai¡ Lapresse, de
un hombre que me tengo por indigno do vues
tro reconocimiento. ¡Ahl no importa, yo soy
cristiano...
Diome su brazo , y poco a poco sacándome
179
de aquel laberinto me condujo hasta la choza
en que él moraba; allí encontrámos al jóven
que le ayudó á sacarme del campo de batalla.
«No temais, me dijo Lapresse, aquel que veis allá,
tambien lo quité á las garras de la muerte en
otra accion : segun creo es castellano, pertene
ciente á la compañía del malogrado Arbullo.
Mañana podrá volverse á su destino, acompa
ñándoos á vuestra casa , ó al cuartel general ,
segun sea vuestro deseo. » Yo no me habría ja
mas turbado en presencia de los señores del
mundo , y en esta ocasion me hallaba anonada
do ante las canas de un anciano virtuoso , ante
la nobleza de un frances, que al parecer su
misma voluntad le llevó al simple oficio de pas
tor. Contenido por la vergüenza ante la desgra
cia, sencillez y la virtud, é impelido por el de
seo de confesar mi vida errante, para encontrar
prócsimo remedio en mis males, me hallaba en
la mayor confusion. Advirtiolo Lapresse, temió
que mis heridas se hubiesen vuelto á abrir, y
deseoso de saber el motivo de mis suspiros
me preguntó con la mayor caridad , cual era la
causa de mi agitacion. Vencido con tanta bon
dad , y soltando contra mi voluntad un rio de
lágrimas esclamé : Lapresse, no son las heridas
del cuerpo las que chorrean sangre , otra es la
herida mas profunda y verdaderamente mortal.
Sorprendido Lapresse procuró tranquilizar
me, y á este fin me dijo: «Avertano, solo
vuestras lágrimas demuestran ya la sangre no
180
ble y sensible á que perteneceis. Dios ha bende
cido mil veces vuestra casa, y vuestras mismas
lágrimas tan fructíferas como las bendiciones
del Señor, son capaces de borrar á su tiempo
los delitos á que hayais caido, y á que estamos
espuestos en este mundo. ¿Quien mas desgra
ciado que Jean Lapresse, si el arrepentimien
to y las lágrimas no hubiesen desarmado la có
lera de Dios, excitando su misericordia? ¡Ah!
¿no teneis noticia de la revolucion francesa?
Pues bien: yo era un discípulo de Condorcet, y
de los que mas influí en los males que abruma
ron á la patria , pertenecí á la academia espar
ciendo las ideas ilusorias con que procuramos
ilustrar al mundo, cogiéndole por el fanatismo
de sus mismas pasiones. ¿Podréis jamas imagi
naros las desgracias? si habeis leido la historia
de la revolucion , no hay necesidad de contá
roslas , solo os diré que este mundo ignorante
no erigió altares sino al capricho, porque nues
tras doctrinas erróneas sacadas de un análisis de
la materia, solo nos dejaron por garantía la ma
teria misma y la muerte, quedando tan insen
sibles como la una, y tan helados como la otra.
De este estado de abyeccion nosotros no fuimos
los autores , seguímos las doctrinas de Voltaire,
quisimos retocar de sus escritos lo que nos pa
reció superfluo, llevándonos solo el renombre
de novadores y predicadores de la filosofía.
¡ Ah! ¿A que viene contaros mi alucinamieoto?
Volví los ojos á mi patria , y el triste espectá
181
culo de las víctimas, de los escombros, de la
prostitucion y de la felonía, con el rumor de la
guerra destructora , que llevaba la desgracia y
el llanto por todas partes , hizo concebir en mí
el mas elevado pensamiento. ¿Y bien me pre
gunté á mí mismo , cuando llegará la felicidad
que buscamos'? Si lu tierra abonada con el cri
men y regada con sangre humana ha de pres
tarnos este precioso fruto, serán sin duda mas
insufribles sus sabores , que la opresion misma
unida al fanatismo. ¿Y despues no queríamos
cogerlo con nuestras manos? ¿no debíamos ser
nosotros los inventores de esta gracia? ¿pues
porqué aniquilarnos, porqué dividirnos? Conocí
mi impotencia y mi error, dejé mis ideas, me
arrojé á los pies del arzobispo de París , abjuré
mis doctrinas , y confesé mis delitos. Reconci
liado con la Religion católica, la única que pue
de proporcionar la felicidad , me desterré de mi
patria como Gerónimo, y me consagré á la me
ditacion. Vistiéndome con este sayo de pastor,
despues de haber apacentado mi rebaño, me
dedico á resarcir los males que con mi poca ca
ridad ocasioné en mis dias borrascosos, salvan
do ahora la vida á algunos que heridos en el
campo de batalla morirían, dejando tal vez á su
familia sin ausilio, y sumida en la miseria.
Aquí teneis Avertano en resumen la historia de
mi vida, la época en que fui criminal, y la épo
ca en que reconocí mis crímenes , cumplo aho
ra la de penitente, y de la misericordia de Dios
182
espero con las dos últimas lograr la felicidad ,
que jamas habría alcanzado en busca de la pri
mera : vos no habeis sido tan criminal como
Lapresse, sin embargo Lapresse confia en
Dios. Animo pues , Avertano , y no fatigueis
vuestro cuerpo débil aun, con pensamientos que
léjos de inspiraros un verdadero arrepentimien
to, os conducirían á la ecsasperacion. Idos pues
á descansar , y mañana determinaremos lo que
debeis practicar.

FIN DEL LIBRO VI.


Continua la narración. VTaldech
se convence de la bondad de la reli
gión católica. Avertano pide A La.
presse que le permita quedarse en
su compañía. Este accede A su deseo.
Avertano apaecnta el ganado con
liapresse, mientras que este le es-
plica la nulidad de las macslmas
que defendió en tiempo de su revo
lución. Interrumpe su tranquilidad
la llegada de algunos soldados pro
184
vlnclanos. Avertano les pide que le
cuenten el estado de la guerra. Fi
ja su atención en la batalla de Ale
gría, en que « ayo herido. El provin
ciano le cuenta todos lo* pormeno
res de esta acción, la muerte de dnt-
belalde, el disgusto de su padre y el
de Mangara. Avertano descubre que
Ciulbelaldc no murió, y que él es el
bljo de Ramiro. Admiran los solda
dos lo que dice Avertano. Este pide
a liapresse lo que debe practicar.
Determina volverse al cuartel gene
ral. Despido de Avertano, y su Liber
tador.
¡Re ligion santal esclamó Waldech, inter
rumpiendo la narracion de Avertano ¿quien no
cederá á la fuerza de tus doctrinas? Preocupa
do en otro tiempo, tenia tus misterios por de
lirios, y ahora por una amarga esperiencia me
demuestras la verdad de til pureza , y todo lo
que á mis ojos parecía ilusion y fanatismo ; co
mo una auréola de caridad y de paz, iluminas
ahora las potencias de mi alma para cojer el
hermoso fruto de la felicidad eterna. ¡ Al) ! Se
ñores , no os admireis de las reflecsiones de un
reformista , porque todos los dias de mi vida he
apreciado la verdad y la razon : y si hasta el
18o
presente he amado á la verdad y razon apa
rente; tambien un terrible desengaño como La-
prense, me obliga á elegir, ó buscar un cami
no para resarcir los daños , que mis doctrinas
pudieron ocasionar á mis semejantes. Avertano,
dijo mio; ¿ cuantas veces vuestros ojos humede
cidos con las lágrimas , y movido por el amor
y reconocimiento hácia vuestro libertador , ha
brán hecho que vuestro corazon sensible haya
bendecido la conversion , la bondad y la cari
dad de Lapresse? Y vuestra ilustre sangre se ha
brá mil veces envanecido de que las manos de
un discípulo de Condorcet, que en otro tiempo
solo anhelaban la sangre y horrores, os hayan
ahora humildes y caritativas curado de vues
tras heridas y procurado la salud , siendo cabal
mente acérrimo enemigo de sus antiguas doc
trinas. ¿Porqué este cambio tan repentino?
1 Ah ! Las lágrimas son hijas de las virtudes, y
estas de la razon; por lo mismo Lapresse,
amante de la razon habrá escogido tambien las
virtudes y las lágrimas. Sulmen mia, ¡cuan dig
na de ser amada es esta religion que hace feliz
al hombre en medio de las soledades , haciéndo
le aborrecer las furias de las pasiones , que le
prodigaron en otro tiempo vanidad y orgullo ,
para sumirlo despues en un mar de sinsabores
y arrepentimiento! Hijo de Ramiro, vamos,
decidnos pronto vuestra determinacion, porque
perseguido por la desgracia , me parece oir las
cornetas enemigas que se acercan á vues-
187
tra choza, y que las lanzas terribles abren
otra vez vuestras aun no cicatrizadas heridas.
«Muy al contrario, dijo Avertano con calma,
tendido sobre mi cama de yerbas secas , como
el Rey de Itaca en medio de su desgraciada
suerte , sentí en mi corazon un movimiento de
confianza y de ternura, que me hicieron con
ciliar un profundo sueño al acostarme. Pasé
toda la noche en una tranquilidad sin igual. Al
rayar la aurora vino Lapresse á dispertarme;
como mi imaginacion y mis sentidos parecían
encontrarse no en una humilde cueva de un
pastor, sino en los suntuosos aposentos de los
palacios de los Reyes y de los grandes , fué ter
rible, aunque instantánea mi sorpresa. Levan
taos Avertano , me dijo con bastante interes;
vos habeis dormido al parecer muy tranquilo ,
mientras vuestra vida y la mia han corrido un
grande peligro. Al acostarme ayer oí el pisoteo
de mucha gente que pasaba no muy léjos, me
puse con atencion y vigilancia observando sus
movimientos. Cuando pasaban por frente de
nosotros hirió mis oidos la trágica voz de sa
quear á nuestra miserable choza ; yo temblaba
de miedo , lo confieso , porque conocí que era
una coluna enemiga , y por lo mismo vuestra
muerte, que era segura, me hacia suspirar es
perando un favor especial del cielo... [Ay! hi
jo de Ramiro, yo feliz hasta ahora por haber
salvado vuestra vida, y alargado vuestros pre
ciosos dias, me habría tenido por el mas infeliz
188
al ver que despues de treinta días de Ipadeci-
mientos, os hubiese cojidoíen mi cueva una
muerte fria y certera. Pero no, no debeis te
mer, esta coluna marchaba con bastante preci
pitacion , su precipitacion misma nos ha salva
do, y á estas horas bien léjos de nosotros se en
contrará en las cercanías de san Sebastian. Va
mos, levantaos, y venid conmigo, aquí cerca
encenderemos fuego , y mientras pacerá mi ga
nado, conversaremos de nuestros negocios. »
Me levanté , vestido tambien de pastor ¡se
guí á Lapresse, que iba tras su rebaño. Cuan
do hubimos llegado á una muy grande distan
cia de nuestra choza , en medio de un bosque
espesísimo de pinos silvestres y de castaños,
nos detuvimos, entonces recogiendo de entre la
nieve algunas hojas secas y ramas de los árbo
les , que el viento habia desgajado y separado
de sus troncos, encendimos fuego. Yo, señores,
apenas me atrevía á levantar los ojos, tal era el
dolor de mi situacion ; sin decir palabra seguía
los movimientos de Lapresse , que sonriéndose
con aquel aire pacífico, que no le abandonaba
jamas, me dijo «¿Qué os parece de la vida
pastoril? ¿Los primeros dias son muy pesados
he? pero, amigo, yo en este momento, des
pues de treinta años de soledad, no trocaría mi
suerte con la de mis compañeros, que la revolu
cion (1) subió al poder. La costumbre, y sobre

(1) Habla de la revolueion Francesa.


189
todo el deseo de encontrar la tranquilidad , han
hecho que yo prefiriera la soledad á los pala
cios, que debia edificar indefectiblemente sobre
los despojos y ruinas del clero y de la nobleza,
víctimas de nuestros brutales juramentos. La
sangre de estas víctimas inocentes clamando al
cielo hace vacilantes las vidas de sus verdu
gos con sus colosales riquezas, mientras que
yo olvidado de todo el mundo recibo las ben
diciones del Señor, y encerrado en mi pobre
cabana, libre de los destinos de las'naciones, so
lo deseo resarcir mis crímenes con el arrepenti
miento por medio de las mismas víctimas de
que yo fui causa', tal vez con mis doctrinas, 6
con mis ejemplos. No seria pues estraño de que
'vos fueseis una de estas víctimas; porque los li
bros de nuestra academia triunfantes al pare
cer , se han esparramado con profusion por to
do el orbe, y cautivado ya á la mayor parte de
ía juventud. ¡ Ah! Avertano, si habeís tenido la
desgracia de leer estos libros, vuestro llanto es
muy justo , pero ya os tengo dicho que las lá
grimas penitentes son muy preciosas, y no
dejan de preparar la misericordia del Omnipo
tente hacia nuestras cabezas, ya que por una
flaqueza, las mas veces imprevista, cometemos
los delitos. »
Conocí entonces el interes que Lapresse to
maba en mi tristeza , y le conté la historia de
mi vida. « Ya me lo figuraba, esclamó mi ancia
no libertador, las ideas de filosofía os quitaron
190
el gusto de la verdad , y por medio de una es
pecie de análisis os hicieron reconocer, que la
fe es una mentira, que el respeto y venera
cion á las virtudes y á la justicia son invencio
nes fanáticas del hombre, que solo sirven para
esclavizar al pueblo, hasta el presente ignoran
te , y que las pasiones solas son el Dios de la
humanidad , por el débil placer que se encuen
tra al gozarlas bajo el carácter de una realidad
absoluta. En estos errores caísteis vos, si no me
engaño, y es de aquí que revestido de estas
doctrinas, no reconocíais en las reflecsiones del
Jesuíta y amigos de vuestro Padre, que tam
bien lo eran de vos, mas que fanatismo, ri
diculez y estravagancias; de esta manera los
libros destinados para ilustrar al mundo con
táctica perspicaz han sabido perfectamente
descarriar á los hombres del sendero de la ra
zon, para salvar escollos y precipicios en pos
de una felicidad ilusoria. Como un animal do
méstico que fugado de las manos de su dueño ,
va adquiriendo por grados la fiereza , por falta
de la sencilla costumbre de servir á su señor
de la misma suerte el estravío de dicho sendero
hace tomar á los hombres el genio de brutos,
negando por consecuencia la fe, el respeto, la
veneracion , la justicia con todas las virtudes.
Avertano, esto es muy cierto, porque son he
chos de los que yo fui testigo , y quizá coadju
tor. Nuestra revolucion es el modelo de las de-
mas, los libros que se prodigan, no son mas
191
que unas copias sacadas de nuestros originales,
adornadas digámoslo así, ó con láminas mas se
ductoras, ó con sátira mas viva y penetrante.
¿Quereis saber el trágico ¡resultado de estas
mácsimas? Convencidos en apariencia algunos
sujetos de su certeza, procuraron con sus escri
tos ridiculizar á la religion católica por su dis
ciplina , contaron en breve un crecido número
de gente perdida , defensores acérrimos del ro
bo, del incendio, del desprecio, del asesinato,
de las prostituciones; y como que formaban
una masa imponente, fácil de contrarrestar con
ella á las fuerzas, que á no ser ya compradas
podian oponérseles, dijeron de una vez, que la
Religion y el Trono eran incompatibles con
la felicidad de la nacion ; burláronse del dogma
religioso y del poder real, y desvirtuadas estas
dos antorchas de la verdadera ilustracion, cayó
el sistema social en manos de un pueblo frené
tico, que supo llevar á sus reyes al cadalso,
sustituir con una ramera el puesto del santua
rio , digno solo del Dios de la pureza y de la
virtud, y colocar en el lugar que ocupaba la
imágen del padre de los desvalidos san Vicente
de Paul, la del infame Marat, distinguido por
la sed insaciable de sangre humana , que siem
pre le devoraba. Al pueblo le parecía alcanzar
de un momento á otro la felicidad aun en pro
blema, porque el goce continuo de sus bruta
les deleytes iba sin duda aumentando sus de
seos, y como que sus deseos eran el comple-
192
mento de sus pasiones, le parecía que la felici
dad deseada era inmediatamente despues de di
cho complemento. | Ignorantes ! cargados con
las riquezas del templo y de los palacios , due
ños enteramente del poder, no pentaron sino
en salvar su tesoro , y á los que pasivos espera
ban la felicidad , se les decia que ya estábamos
gozándola, porque teníamos libertad de hacer
mal, y habíamos igualado con el suelo los sun
tuosos monumentos, y á los propietarios que
habian tenido la dicha de escapar del victima
rio, igualados tambien con los mendigos: mien
tras que con las piedras preciosas del templo, y
con los collares y brazaletes de las condesas,
adornábamos las casas de nuestras matronas, y
con el oro y lá plata hacíamos poderosos á los
hipócritas , felones directores de nuestras pre
tensiones, mintiendo de este modo la igualdad,
porque ellos se hacían ricos especulando con
nuestra ignorancia é insensatez.
Sumido el pueblo por el hambre, no tenia
otro consuelo que la desesperacion; porque
desterradas las virtudes faltaba la caridad. Y
heos aquí el primer paso á la felicidad que se
proporcionaba al pueblo. Ahogado se veia un
padre de familia, porque sus hijos le apaleaban,
y sus hijas le procuraban el deshonor : buscaba
en las páginas antiguas el pudor y la justicia;
pero estas se habian desmoronado con las vir
tudes, y ya se tenian por cosas arbitrarias en
las páginas de la doctrina moderna.
193
Aumentábanse incesantemente las tropelías;
los suicidios, los parricidios, los infanticidios,
hijos todos de la desesperacion, se sucedían
al robo , al asesinato , á las violencias y al
vandalismo , que hermanados con las furias y
la miseria, volvían insufrible el sobrevivir á
tan duras calamidades y horrores. Sí, Averta-
no, en la tierra pueden fácilmente saciarse
nuestras pasiones; el amor, la ambicion y la
cólera tienen cierta plenitud de gozo ; pero co
mo la felicidad, que e\ hombre por su natura
leza apetece, carece de satisfaccion y de obje
to , porque no sabe qué cosa es esta misma fe
licidad que se desea; es preciso por lo mismo
confesar, que esta felicidad no existe en este
mundo , y convenir en que si la naturaleza hu
biese hecho material á esta felicidad , habría
caido en un grande engaño, creando> un: senti
miento que á nada tiene aplicacion , y que ni
la próspera fortuna con sus placeres es. capaz de
saciar. ,> ri ''ini
«Á cualquiera que busque la verdad, .se.le pre
sentará á la vista. la existencia de Dio? y la in
mortalidad del alma, en virtud de este miste
rioso apetito. El que simiente su espíritu en es
ta justa sensacion , y que se eleve por grados
al objeto de la divinidad, conocerá que esta fe
licidad se logra en el seno del mismo Dios , y
que por consecuencia necesaria, como un pre
mio prometido al que mejor salve la barrera de
la muerte, recibirá ese precioso don eterno,
13
194
que tanta fuerza ejerce en nuestras pretensio
nes en este mundo. No será muy difícil que
desde esta cima descubra tambien sus deberes;
porque como á premio es condicional, y á buen
seguro que esta condicion no es el ser mas fuer
te, sino el ser mas virtuoso. Por esto las vir
tudes son el camino verdadero de la felicidad ,
las pasiones son otras tantas encrucijadas se
ductoras, que convidan al caminante para que
pierda el norte de la fe y se estravie por los
laberintos de la ilusion , precipitándole en los
abismos de la desgracia , que abrimos nosotros
á nuestros hermanos , cerrando el camino de la
virtud por medio de las ideas de revolucion. »
Interrumpió Lapresse sus reflecsiones , y mi
rándome con detencion me dijo: «parece Aver-
tano, que mis palabras os entristecen; si yo,
¡ ojalá ! hubiese tenido un corazon tan sensible
como el vuestro cuando cometí los primeros crí
menes, no os contaría ahora con tanta certitud
unos hechos que aun me estremecen, y que me
marcaron con el sello de la reprobacion.» ¡Ah!
Lapresse, le dije yo entonces, veo que los mis
mos delirios preparan escenas semejantes en
nuestro suelo Ibero ; el temor de ver repetidos
tales horrores es lo que aflije á mi espíritu ; si
yo pudiese vivir con vos olvidado del mundo,
solo procuraría enmendar mis faltas; ya que mis
errores tienen el mismo origen que los vuestros
imploraríamos las misericordias del Dios ofen
dido ; pudiendo de esta manera aguardar des
195
pues de nuestros dias la felicidad que vemos cla
ramente no ecsiste en las ilusiones de este mun
do. Accedió Lapresse á mis deseos, y conocien
do muy bien mi natural, duplicó conmigo su
celo y su cuidado. Mientras apacentábamos los
ganados , sentados en alguna roca , ó al pie de
alguna encina , recibia todos los dias de aquel
noble frances lecciones sabias y tiernas, saca
das de los desengaños de su vida errante. Siem
pre que yo le escuchaba , creía oír una voz del
cielo. ¡Qué leccion me presentaba la sola vista
de un filósofo revolucionario á quien sus mismos
argumentos le condenaron á habitar las monta
ñas! Matador de Luis XVI, y sacrificador de
mas de cien mil víctimas , libre y poderoso de
clara que la virtud no es mas que un fantasma;
y caritativo discípulo de Jesucristo , viejo , po
bre, desconocido de todo el mundo, ptoclama
que la virtud es la única cosa real , que ecsiste
en la tierra. Este hombre, que al parecer no
conocía mas que el eco de las peñas y las ne
cesidades de su rebaño, tenia un conocimiento
profundo en las ciencias , y un gusto delicado
en la literatura y en las artes. Poseía en sumo
grado las antigüedades griegas y latinas, de tal
manera que era un embeleso el oírle hablar de
los hombres de los antiguos dias. Muchas veces
hablándome de las costumbres de su patria y
de los usos, se remontaba á los tiempos de los
Sicambros, de los Bructeros, de los Salios y
de los Catos que , divididos en respectivas tri-
196
bus, formaban un solo pueblo conocido con el
nombre de Franco, emblema de su carácter li
bre, digno por cierto de tener este nombre.
Otras veces habiéndome en tono profético de la
situacion de nuestra España me decia...
Es muy sensible , querido Avertano , lo que
está pasando en este suelo' digno de mejor suer
te. Las mácsimas filosóficas lo conducen por
caminos impracticables, para llegar cuanto an
tes al de las revoluciones, que harto prójimas
estan. Se logrará el objeto, la sangre correrá
por todos lados , y los ayes de las víctimas ino
centes en vez de apagar el furor de los partidos,
encenderá mas y mas la sed de vengarse. El
egoísta pedirá la paz, y el eco de esta paz fe
mentida herirá los oidos del hombre de bien,
levantando del polvo de la tierra á la felonía ,
que fingiendo-un partido se hará traicion á. sí
misma. ¡Ah! Avertano, vuestro gefe es justo y
sabio, es tambien el blanco de los partidos y de
las intrigas contra quien ese terrible partido va
á ejercitar sus astucias. Solo deseo que si algo
he hecho por vos, huyais del perverso y del
traidor, para que vuestras manos no se man
chen con la sangre del inocente. Así me habla
ba el anciano Lapresse. . -. i
Pasé en su compañía los rigores del frio, y
nabria pasado algunos dias mas, á no ser por
un caso imprevisto, que os voy á contar. Nos
encontrábamos un dia, no sé si era el cinco de
abril de mil ocho cientos treinta y cinco, apa
197
mentando nuestro rebaño en una llanura de
bos(fues que se estendia á lo largo de una cor
dillera de montañas , que van á perderse mas
allá de Cestona , poblacion de Guipúzcoa ; con
versábamos segun costumbre con mi anciano
compañero , cuando vimos al traves del bosque
y por entre la espesura de los árboles , el lucir
de las armas de algunos soldados provincianos,
que se dirigían hácia nosotros ; así que llegaron
nos hicieron varias preguntas, y sentándose con
nosotros al rededor del fuego que habiamos en
cendido , comieron un poco de pan con queso ,
y bebieron un. poco de leche. Yo les excité va
rias veces para que me enterasen del estado de
la guerra. Satisfaciendo mis deseos, uno se es-
plicó en estos términos. «Desde el dia nueve
de julio del año prócsimo pasado, dia en que
Carlos entró en nuestras provincias , el ejército
se ha aumentado considerablemente. Y mien
tras que los papeles enemigos procuraban á ri
diculizar dicha venida, diciendo que en Navar
ra habia llegado un faccioso mas , nosotros nos
rehacíamos de la fuerza moral casi perdida , y
en prueba de esto dad un vistazo sobre . los
campos de batalla , en donde nos háyamos ba
tido, y contad por el número de las acciones
Jas bajas insignificantes que hemos sufrido. Yo
asistí en la accion de Artaza que en treinta de
julio sostuvimos contra Rodil, y como en esta
recibi una lijera herida , no me fué posible vol
ver á las armas hasta el veinte y seis de octu
198
bre , dia terrible y desastroso , en que los parti
dos nos medimos las armas con entusiasmo y
valor en los montes de Alegría, tambien estu
ve en la de la Borunda del cuatro de diciembre,
en la del Carrascal, de la Sorlada, de Arquijas,
y en la de Zuñiga. »
Apenas hubimos entrado en el año nuevo ,
que entrámos tambien en una muy justa espe
ranza de ver cuanto ántes finida esta guerra ,
que atendida la insurreccion de Galicia, la
Mancha, Valencia, Aragon y Cataluña nos pa
recía muy probable tocase á su término. Pero
volvamos otra vez á las acciones; debia batir
me en lo» campos de Liga en el dia cuatro de
enero , en Lecaroz en el tres de marzo , y en
Laviaga y Mendigorría en el ocho , á no haber
estado de comision por la parte de Burguf eu
el valle del Roncal. En diez del mismo marzo
me incorporé de regreso con Zumalacarregui ,
que con la mayor parte de las fuerzas disponi
bles marchaba hacia Larranzar, al parecer
dispuesto para dar alguna accion con las fuer
zas enemigas, que se encontraban no muy le
jos, mandadas por Mina y Oraá: en efecto en
la mañana del once, al despuntar los primeros
rayos de la aurora, nuestras guerrillas se en
contraron bastante cerca de las del enemigo; se
dispuso al momento el campo de batalla, tomá
ronse las posiciones, se principió el fuego, los
rasgos de valor se sucedieron unos á otros; el furor,
la rabia y el encarnizamiento prodigaba ya la
i 99
sangre , y si la noche do hubiese puesto fin á
tan tétrica escena, cubriendo con una densa
niebla el lugar del combate, un horror eterno
habría marcado aquel lugar con el sello de la
reprobacion. Despues do esta reñida refriega,
nuestro batallon tuvo que marchar sobre Echar-
riaranaz, cuyo punto fortificado por nuestros
contrarios debia atacarse : yo no hahia aun coo
perado á ningun ataque de esta especie; sin em
barco no demostré por esto señal alguna de fla
queza ; muy al contrario valeroso como los de
más tuve la suerte de entrar en la poblacion ,
rendida el veinte y dos á nuestras armas.
« Don Carlos continua visitando á Oñate, Vi-
lafranca, Vergara y pueblos vecinos. Parece
que anda muy pensativo ó triste, pero yo me
figuro la causa: despues de los disgustos que tu
vo en Portugal; los Ingleses se lo llevaron con
su mujer é hijos á su tierra , fijándoles la re
sidencia en Porstmuth , desde cuyo punto fin
gió Carlos guardar cania, mientras que con un
disfraz atravesaba cori otro compañero toda la
nacion francesa, para venir á reunirse con no
sotros. Llegó, como os he dicho, en el dia nue
ve de julio. Si á primeros de octubre no hubie
se él recibido la amarga nueva de que su espo
sa habia muerto en el dia nueve de setiembre ,
a las once y treinta y cinco minutos de la ma
ñana, habría sin duda olvidado dentro corto
tiempo su crítica posicion , tragando con noso
tros el acíbar, que siempre proporcionan en
200
abundancia las guerras civiles. Esta circunstan
cia , yo creo que le hizo grande impresion; por
que despues de los trabajos de Portugal , del
disgusto de verse como á prisionero, y del sen
timiento de verse espuesto en la suerte de una
guerra terrible , se le añadió el justo dolor que
debia causarle el fallecimiento de su esposa,
Doña Maria Francisca de Asis, víctima tambien
de tamañas desgracias.»
Carlos ha asistido en algunas acciones , y se
gun dicen se ha portado con bastante valor,
haciendo que su presencia sola hiciese declinar
la victoria á nuestro favor. En cuanto á las jun
tas , siguen en muy buen estado ; los ramos de
administracion estan muy bien atendidos, y la
clase de tropa contenta y con el mayor entu
siasmo. En la actualidad contamos veinte mil
hombres de infantería , y sobre setecientos ca
ballos; tenemos tambien algunas piezas de arti
llería, fundicion de dicha arma, fábrica de toda
especie de pertrechos de guerra, imprenta, y lo
que mas importa generales diestros, que nos
dirigen. Este es en suma el estado actual de
nuestro partido.
Esta descripcion me hizo poco mas ó menos
aquel jóven que , segun me indicó era de Liza-
so, pueblo de Navarra, una legua distante de
mi casa paterna, y se llamaba Fermín Arnegui.
Yo no satisfecho aun, deseaba saber algunos
pormenores mas, le dije. Parece caballero, que
vuestro entusiasmo es muy grande, y que en
201
las batallas habeis sido mas feliz que muchos de
vuestros compañeros; porque despues de tan
tos combates no haber recibido mas que una
leve herida , solo parece un favor especial del
cielo Decidme ¿porqué habeis notado de ter
rible y desastroso el veinte y seis de octubre
del año prócsimo pasado , dia en que tuvisteis
la accion de Alegría? Hacedme el placer de dar
me algunos detalles de este combate, por la
sencilla razon de que desde este momento se
me hace interesante. Miróme Lapresse sonrién-
dose, y como que interpretase mi deseo, bajó
sus párpados, y escuchó á Fermín que se es
presó así.
«He marcado de terrible y desastroso el
veinte y seis de octubre, porque realmente
lo fué. Los dos ejércitos ocupaban decididos sus
formidables posiciones; la perspectiva del cam
po era terrible. Una y otra parte habia hecho
todos los preparativos necesarios , y era tal el
horror que inspiraba aquel cuadro , que estuvi
mos por espacio de algunas horas mirándonos ,
sin atrevernos ni siquiera á disparar un fusilazo.
Todo anunciaba un combate terrible y decisi
vo; los ánimos exaltados aguardaban la señal
del ataque, y esta señal, ó mas bien hora fatal,
llegó bien pronto. Diose principio al fuego, hí-
zose general en un instante, convirtiendo al pa
recer los montes y valles de Alegría en un
lugar de mutua venganza y de tristeza. Sobre
vino la noche , y los dos ejércitos se replegaron
202
con orden sobre sus posiciones, apartándonos
aquella misma noche del campo de los cadáve
res, guardando un profundo silencio tal vez
horrorizados y confusos á la vista de tan gran
de carnicería. A mí me es imposible daros los
detalles circunstanciados ; porque abandonámos
el campo , y solo por las bajas que noté de to
das clases , puedo aseguraros que sufrimos una
pérdida considerable. Sin embargo debo espli-
caros la que se me hizo mas sensible, no solo
porque yo apreciase al sujeto; como tambien por
los fatales resultados, que ocasionó su muerte.
Este era mi segundo comandante , navarro ,
valeroso y prudente, de calidades tan reco
mendables , que me atrevo á deciros , era
el mejor del ejército; y por lo mismo muy apre
ciado del gefe superior por su amabilidad y ta
lento; le llamaban Avertano Guibelalde : : : De
buena construccion física, jóven muy parecido
á vos, de manera que así que os he visto me
habeis renovado el dolor con su memoria ; por
que á primera vista sois el verdadero ideal de
sus facciones.»
Esta relacion, Señores, hizo que el rubor
me quitase la frialdad de mi frente, y no pu-
diendo disimular mi justa sensacion hice movi
miento involuntario, y las lágrimas asomaron
en mis débiles párpados. ¡Ah! si yo pudiese es-
plicaros el placer y el dolor que esperimenté á
un tiempo. Pero, señores, deseaba saber los
fatales resultados que necesariamente debia oca-
203
sionar la noticia de mi muerte , disimulando á
este efecto el sobresalto en que me encontraba.
A pesar de mis esfuerzos, Fermin adTirtió mi
turbacion y mis lágrimas; mirándome con
detencion me dijo ¿habríais tal vez conocido á
Avertano Guibelalde? Hermano mio, le res
pondí, si conocierais la sensibilidad de mi cora
zon, veríais sin sorpresa que solo el amor y
entusiasmo con que hablais de un malogrado
compañero de armas es capaz de conmover
mis entrañas, porque conozco muy bien á los
hombres que se aman. Pues bien, continuó el
soldado, este mismo amor iba á ser causa de
fatales consecuencias por la muerte de Averta-
no, como en parte lo fué.
« Defendía este héroe una posicion en el ala
derecha del ejército arriesgada , y por lo mis
mo muy peligrosa , cuando cargado con vigor
por el enemigo resistió varios ataques al frente
de una porcion de valientes ; pero oprimido por
el número cayó por fin traspasado de heridas,
muerto al lado de 'sus compañeros... Averta-
no, digno por cierto de tener amigos, los tenia
efectivamente; entro ellos á Dionisio Langara
comandante del 3.° de Vizcaya , cuyo amor le
era excesivo y conocido. Nosotros, como os
tengo dicho, abandonamos el campo evitando
como quien dice un segundo choque. Así que
hubimos llegado á Ormaistegui en donde per
noctamos, hicimos lo que es muy natural, ca
da uno buscaba á su hermano, ú amigo para
204
estrecharle entre sus brazos, y contarse mutua
mente sus trabajos y padecimientos, ó bien
llorar juntos la muerte deotro amigo, prolongan
do; de este modo una amistad mas allá del se
pulcro. Yo mismo vi y seguí de cerca á Lan
zara , que buscaba en valde á Avertano entre
las filas; preguntó por su amigo, pero nadie se
atreviaá darle una nueva fatal, nadie le respon
de, solo un capitan le dice: «Langara; en vano
buscais á vuestro amigo , ha muerto con honor
al hilo de las armas enemigas. ¿Cómo os pinta
ré el dolor de Langara al oir estas palabras? ¡Aver
tano, esclamó, mi amigo Avertano, yo he sido
tu perdicion! ¿quien me hará sobrevivir á tu
desgracia? No::: yo vendré en pos de ti:::
Cogiendo entonces la espada fuera de sí iba á
traspasarse, cuyo sacrificio se habría efectuado,
si otros gefes no hubiesen detenido su brazo.
Zumalacarregui sabia ya la muerte de Guibe-
lalde; pero ignoraba lo que estaba sucediendo con
su amigo : noticioso del caso salió en busca de
Langara, y llevándoselo á su alojamiento pro
curó á tranquilizarle, diciéndole que la muerte
de un amigo es muy sensible á la verdad , pero
que un militar debia ocultar este justo senti
miento á la vista de los soldados.
«Ello es cierto, este hecho consternó mas al
ejército que las bajas mismas. Todos los que co
nocían á Avertano y á Dionisio estaban conmo
vidos en presencia de aquel cuadro , en que se
dejaba rer la fuerza que ejerce en nosotros una
205
amistad cimentada. Langara jamas ha olvidado
la pérdida de su amigo , porque su tristeza de
muestra fielmente que su corazon aun llora. »
Tampoco Avertano le ha olvidado, le dije yo
rociando lascenizas del fuego con mis lágrimas.
Ya estoy en ello contestó Fermín; porque Aver
tano siempre habia correspondido al amor de
Langara , y para mí es muy probable que no
dejará de amarle aun en el otro mundo. »
No pararon aquí los trabajos de Langara : pi
dió á nuestro gefe superior que al amanecer del
27 con la fuerza de su mando le dejase ir á re
conocer todo el campo en que tuvo lugar la ac
cion, á fin de encontrar al cuerpo de su amigo.
Permitiósclo Zumalacarregui , pero todos . los
pasos se hicieron sin fruto; porque apenas hu
bimos llegado , que vimos un grari número de
gente de aquellos pueblos vecinos, que iba abrien
do profundos hoyos. Habiendo ya sepultado. á
una gran porcion de cadáveres, no nos fué po
sible reconocer el de Avertano entre los que aun
estaban esparramados por aquellas malezas.
Nos volvimos al cuartel general ; pero temeroso
Langara de que no hubiese caido prisionero,
envió dos confidentes al ejército enemigo para
que se enterasen del caso; al anochecer del vein
te y nueve llegó la respuesta de que el ejército
enemigo no habia hecho prisionero alguno. Con
vencido entonces de la certera muerte de su
amigo se fué con su asistente á comunicarla á
su anciano Padre, ' i '.
206
Aun no ha transcurrido un mes, que oí con
tar al mismo Langara el sentimiento, ó mas
bien el desconsuelo que el padre de Avertano
tuvo al oir la nueva de la prematura muerte de
su querido hijo. Rasgó sus vestidos como Jacob
al oir contar la pérdida de José. Lloró Ramiro
constantemente , y sin querer recibir consuelo
de nadie. « No cesaré de llorar hasta que me
reuna con mi hijo en el sepulcro. »
I Dios mio ! me hizo esclamar la fuerza de los
dolores y mis lágrimas. ¿Mi Padre sobrevivió
á tan terribles penas? Perdonad Lapresse á un
imprudente... Soldados, yo soy mas feliz que vo
sotros, yo soy Avertano... soy el amigo de Lan
gara. Escapé, ó mejor me quitaron de las garras
de la muerte , y este que veis aquí es mi liber
tador. Fermín y los demas de su comitiva no
atendían á lo que estaba pasando, no podian
creer que yo viviese aun , y mucho menos que
hubiese elegido el sayo de pastor, consagrándo
me á una vida privada y humilde. Estáticos,
parecía que no se atrevían á levantar los ojos y
mirarme, cuando al cabo de un rato de silencio
les dije. Compañeros: los secretos de la provi
dencia son inescrutables, y el que sabe hacer girar
esa gran máquina al rededor de su potencia sin
límites, es el mismo que os ha conducido á es
te bosque para presenciar un acto triste y ter
rible, que á los oj s del mundo solo se tendría
por una casualidad. Pero no, vosotros debeis
ser públicos testigos del poder divino , vosotros
207
conociais á Avertano vuestro gefe en el ejérci
to; ahora le veis cubierto con el sayo de un po
bre pastor, ¿quereis conocer al autor de este
cambio? jLa bondad del mismo Dios! ¡Ah
acérrimos defensores de vuestros principios ! La
oveja escarriada no vuelve por lo regular por
los mismos senderos del atractivo, que la apar
tó de su redil ; las satisfacciones de este mundo
serian muy lisonjeras , si las desgracias no pre
cediesen al tiempo y á la vejez.
Y vos, mi amigo Lapresse ¿no me habeís
adiestrado en la carrera del sufrimiento, á re
conocer los favores del cielo ? Pues bien , mi
padre aun vive , y vive mi amigo: vos direis lo
que me resta hacer, porque salvando mi vida,
me ganasteis para el cielo y para vos. « Si os
he ganado para el cielo, respondió Lapresse, mi
dicha es muy grande, ¿pero cómo puedo haberos
ganado para mí, cuando soy yo un esclavo vues
tro? Si os he salvado la vida, mirad la mano de
Dios, que me condujo al lugar de vuestros tra
bajos; y á mí no me considereis sino como á un
instrumento , que no hice mas que cumplir con
mis deberes, obedeciendo la voluntad del Dios
de la compasion. Si me pedís cual es vuestra
obligacion, parece que debeis ir á abrazará vues
tro padre, porque esta última visita le hará ba
jar mas gustoso el último escalón de la vida.
Esta es otra de vuestras obligaciones, porque
harto habeis tardado á comunicarle este placer,
que como á hijo le debiais. Y despues, conoceis
208
mejor que yo vuestra posicion, y sabeis lo que
jurasteis. Marchad pues á cumplir vuestros des
tinos; porque es preferible morir con honor,
que sobrevivir á la infamia. »
El deseo, señores, de volver á ver á mis
padres y amigo, tenia por contrapeso el senti
miento de separarme de aquel anciano. En va
no le supliqué que me siguiera , prometiéndole
poder habitar en mi casa paterna, y alijerar
con su compañía á mi padre del peso de los
años, que yo habia hecho mas pesados con la
falsa nueva de mi muerte; en vano me en
ternecí al ver que estaba decidido á no aban
donar aquellas selvas; que al parecer habia es
cogido por sepultura , como escogió Pablo el
hermitaño las arenas y montañas de la Te
baida.- i
Tuve que ceder, señores, á mi deseo, y a los
sanos consejos que me dio mi anciano liberta
dor. El sol habia consumado ya mas de la mi
tad de su carrera, cuando nos fuimos á nuestra
choza seguidos de los soldados. Comimos allí un
corderillo asado, algunas castañas, y queso é in
mediatamente despues partimos para el cuartel
general. Lapresse me acompañó todo el largo
trecho que un hombre puede andar en el tiem
po de una hora. Mientras íbamos caminando ,
su bondad me hacia las mas tiernas reflecsiones.
« Avertano , me decía , la Providencia no deja
de tener sobre vos algun designio , cuando os
ha hecho participar tan de cerca los sinsabores,
209
que acompañan á los delirios de nuestra pasion.
Vos habeis vivido largo tiempo en la corte , ha
beis probado los sentidos ; y el canto de una
cortesana muy parecida á la musa de Ovidio ha
cautivado vuestras fuerzas, como la araña cau
tiva al débil insecto, que se enreda en su blan
da tela ; ó bien como la mariposa habeis segui
do el atractivo de su belleza para ser presa de
la llama que la devora; ¿era por ventura mas
bella que la religion ? Esperadla traspasado de
heridas en las malezas de los bosques de Alegría,
y vereis si aquel rostro que os embelesaba , se
abajará para curar vuestras heridas y volveros
la vida como lo ha hecho la musa celestial, hija
de esa religion santa que tantos beneficios pro
diga sobre la desgracia. Vos sois jóven aun, y
por lo mismo aun debeis conocer toda la fuerza
de esto» divinos atractivos. ¿No es misterioso
que un jóven á vuestra edad, despues de haber
probado los placeres , despues de haber renun
ciado á su religion nativa , esa religion misma
valiéndose del infortunio le haya suministrado
desengaños y proporcionado argumentos, para
proclamar que la cruz es la verdad y la ilus
tracion del mundo?»
Lapresse suspendió un momento su discurso,
y luego continuó diciendo. «¿No habeis visto á
esa prostituta, montada sobre una fiera seme
jante á las que hicieron estremecer á Juan en
la isla de Pátmos? i Ah ! un nuevo horror debe
apoderarse de las generaciones venideras I Te
14
210
med el licor, que derrama sobre los vivientes,
porque está compuesto de los dos venenos que
fomentaban la inmoralidad y el orgullo; sus dos
cuernos son mas terribles que los diez que lle
vaba la que vio el Evangelista, porque son la
indiferencia y la hipocresía; sus alas mas negras
que la misma noche, no son mas que los remor
dimientos de Jansenio y las doctrinas del ma-
zonismo. Armaos pues, hijo mio, del escudo
grande de la fe, porque solo será feliz el que
crea sin haber visto ; mientras que la desgracia
arrebatára al seno del dolor á los que habrán
atendido á la astucia de este misterioso animal.»
Lapresse se interrumpió de nuevo, y baján
dose cogió una azucena silvestre, xuyo capullo
comenzaba á romper la nieve, y mostrándome
la me dijo. ¿Veis esta flor? crece en estos bos
ques, y en ellos es naturalmente mas hermosa,
que la que crece en un suelo menos sujeto al
hielo y á las escarchas; junto á ella no parece
blanca la nieve que la cubre, y que lejos de
marchitarla, no hace mas que conservarla en
su seno. Yo espero que no seréis menos respe
tuoso que la misma nieve ; tomadla , y envuelta
con las virtudes que habeis confesado , tendido
sobre su planta matriz , pasareis la áspera esta
cion de esta vida y de los tiempos borrrascosos
que se os preparan, pudiendo algun dia presen
taros á los ojos de Dios tan blanco como esta
azucena.
Apenas Lapresse acabó de decir estas pala
bras me dió un abrazo, y entre sollozos me
dijo: adios, mi querido Avertano, rogad por mí
al cielo , porque esa frágil vasija va á romperse
cuanto ántes, devolviendo á la tierra lo que es
suyo; sin embargo espero de la misericordia del
SeBor, que no despreciará para mi espíritu el
licor del arrepentimiento y de las lágrimas. Fi
jó los ojos al cielo, donde debemos volver á
encontrarnos algun dia, y sin darme tiempo pa
ra postrarme á sus pies me dejó despues de ha
berme dado su última leccion.

FIN DEL LIBRO VII.


DEL

Continua la 'narración. Vuelta y


llegada al cuartel. Sorpresa de Lan
gara al ver a su amigo. Este le cuen
ta su aventura. Avertano va A su ca
sa nativa. Alegría de su anciano Pa
dre. Llegada de Lord Ellot. Relación
de algunas acciones. Muerte de Zu-
malacarregul. Asesinato de los Frai
les. Espedlcion Guergué a Cataluña.
Relación de algunos hechos y accio
nes. Snlinen y Avertano empiezan A
amarse.
que Lapresse nos hubo dejado, un estra-
ño presentimiento aumentaba mi tristeza y mis
temores; empezaba á descubrirse en mí una es
pecie de desconfianza y delirio que me atormen
taba , y si yo hubiese podido volver á ocultar
mi ecsistencia á los ojos de los que me acompa
ñaban, me habría tenido por dichoso con volver
á la vida privada al lado de mi anciano liber
tador.
Mientras estos lúgubres pensamientos iban
alternativamente reemplazando el justo deseo
de abrazar á mis padres, hermanos y á mi ami"
go Dionisio, nos dirigíamos á marchas doble
216
hácia Villafranca, en donde debíamos encontrat
el cuartel Real. Fermin me iba informando de
algunos casos ocurridos en el cuartel, y de la
desconfianza que debian inspirar algunos sujetos
recien llegados á las provincias, asegurándome
que habian ya mediado algunos hechos escan
dalosos; poniendo en su consecuencia la divi
sion , se habian notado boinas de diferentes co
lores, emblema positivo de los partidos que iban
naciendo con el calor de la intriga y de la envi
dia ; males que hasta aquella sazon habian des
conocido los provincianos. Todas estas noveda
des herían directamente á mi corazon, y no
hacían mas que añadir desconsuelo á mis infor
tunios, al paso que á cada momento se me ha
cía mas necesaria la tranquilidad ; porque , se
ñores, mi sensibilidad habia llegado á tal estre
mo, que aborrecía los hechos que el mundo
marca con el nombre de grandes, y á que yo
daba el valor de un cero; su relacion sola llega
ba á ofender mis oidos. Recorría las páginas de
mi vida , y no podía mi corazon dejar de estre
mecerse, al ver que habia empezado la carrera
de la desgracia, y que me encontraba tan solo
á mediados de ella. Los bosques de pinos, de
robles y de castaños que atravesábamos con la
vista de las peñas que se levantan á cada paso
como gigantes soberbios, en aquellos valles lle
nos de tranquilidad y dulzura , y que amena
zando desplomarse, inspiran horror al viajante
que se atreve á pisar su verde alfombra , con el
217
cantar armonioso de las aves, que el impío de
testa , y es el embeleso de las almas inocentes,
porque en él admiran una de las maravillas de
la divinidad; todo esto digo, no podia reconocer
sin una especie de enternecimiento.
Aun me acuerdo ahora, de un viejo que en-
contrámos entre unos mpntones de piedras, 6
de rocas , que el tiempo habia escarriado por la
poca llanura que ofrecia la profundidad y esca
brosidad de aquel valle. Era un pobre pastor,
que sentado sobre aquellos mojones de la natu
ra, y mientras su rebaño pacia tranquilamente
probando los madroños de aquellas peñas , ani
maba él una especie de flauta, por medio de un
odre lleno de aire que tenia debajo ¡del brazo ,
cuyo sonido daba en medio de la selva una es
pecie de dulzura proporcionada á su gusto.CA1
ver la indiferencia con que este nuevo pastor de
Belen miraba los negocios del mundo, prefi
riendo su inocencia su instrumento grosero y
su sayo de piel de oso á los magníficos recuer
dos; volvía yo á reconocer por segunda vez,
que se necesita muy poco para pasar la vida , y
principalmente siendo nuestra duracion tan cor
ta, es bien indiferente haber asustado la tierra
con el sonido del clarin , ó haber encantado á
los bosques con los suspiros de una dulzaina.
Llegámos por fin á Villa franca de Guipúz
coa. El cuartel real debia trasladarse á Tolo-
sa, en cuyo punto se hacian preparativos; para
recibir á cierto personage ingles; al intento se
218
habian dado ordenes para la marcha que debia
verificarse en la mañana del seis. A<]uí, seño
res, no encontré á mi amigo; supe que en vein
te y nueve de marzo se encontraba en la accion
de Arroniz, y que unido á la coluna de Zuma-
lacarregui se habia dirigido hácia la Borunda.
Entonces dije á Fermin y á los demas , que m»
intencion era vivir incógnito hasta la vuelta de
Langara, y que por lo mismo les encargaba
estrecho sigilo de todo lo sucedido y de mi ec.
sistencia. Deseoso de hacer algunas observacio
nes sobre lo que Fermin me habia indicado, se
guí al cuartel real poniéndome en marcha a'
dia siguiente, llegando á Tolosa en el mismo
dia.
Ya noté al llegar algunos cambios en todos
los ramos , y algunas bajas de sujetos , que se
gun mi concepto , no merecían ser apeados, ni
preferidos á una gente quizá desconocida, ó álo
menos no tan digna de ocupar aquellos puestos,
que otros conquistaron con su sangre. Añadid ú
esto, se esperaba á un Lord ingles: esta venida
parecía á ciertos señores , que aun no habian
salido de su paso ordinario , que era un hecho
diplomático, que iba á ponernos á cubierto, y
como un paso adelantado para esperar cuando
antes la proteccion de los toris , á cuyo partido
pertenecía aquel Lord. Debiase en su conse
cuencia hacérsele un lucido recibimiento; debia
se en medio de la miseria del pueblo ostentar
opulencia , y como si nos encontrásemos en los
219
tiempos de Octavio, descubrirle los adelantos
de un puñado de voluntarios , que habian teñi
do con su sangre todos los palmos de terreno
conquistado , para servir de fingida vanidad á
algunos que nos querían conducir á la france
sa. No tardó en llegar el esclarecido ingles que,
segun poco despues me dijeron, se llamaba
Elliot.
Si tengo de confesaros la verdad, estas nove
dades no me satisfacían bastante. Salí un dia á
pasearme por los alrededores de Tolosa , á fin
de evitarme algunos disgustos y respirar por
algunos instantes el dulce ambiente de la ino
cencia. Cuando apenas me encontraba áun cuar
to de hora distante de la villa; vi llegar á algunos
soldados, me acerqué, y reconociendo bien
pronto entre ellos á Javier asistente de mi ami
go , le tomé por el brazo , y llevándole á parte
le dije: ¿hacedme el favor, compañero, de decir
me si viene la coluna de Zumalacarregui , y si
el comandante Dionisio Langara viene tambien
con ella? Contestome afirmativamente, dición-
dome que no estaba muy léjos: así que volví las
espaldas divisé desde lo alto de una pequeña co
lina toda la division que iba acercándose. La
misma impresion que me figuraba Langara
sufriría al verme, me hizo entrar en una espe
cie de turbacion, que no os puedo esplicar; la
congoja y alegría hacian vacilantes mis pasos,
de manera que claramente se percibían los lati
dos de mi corazon . Me senté para rehacerme
220
del sobresalto en que me encontraba , volvién
dome á levantar mientras la coluna iba desfi
lando á mi vista. Mis ojos recorrían las filas de
aquellos bravos, para encontrar entre ellos al
objeto de mis zozobras; las lágrimas iban á
caerse de mis párpados, haciendo ya una inútil
resistencia á tan justa sensacion; vi por fin á mi
amigo. Le llamo, y mirándome él con cierta
indiferencia , le dije : ¿ qué no me conoces? Es
tas pocas palabras, señores, hicieron comparecer
el color de todas las rosas de la mañana en la fren -
te de Dionisio, y perturbado me respondió: « ¡ Ah
companero, no admireis mi sobresalto, porque
vuestra fisonomía me renueva el sentimiento
de la pérdida de un amigo mio 1 » Volví enton
ces el rostro , y me enjugué las lágrimas que
otra vez iban á caerse de mis débiles párpados.
Hize todos los medios para contenerme; pero no
pude resistir por mas tiempo ; rodeado de tan
tos valientes que presenciaban aquel cuadro tan
tierno , levanté mi voz anegada con lágrimas, y
le dije. Yo soy tu amigo Avertano Guibelalde,
que juzgabas muerto en la accion de Alegría.
Entonces arrojándose Dionisio hácia mí, llorá-
mos los dos abrazándonos estrechamente.
i Dejamos pasar la division , y despues los dos
conversando nos fuimos hácia Tolosa. Langara
se enternecía al oirme contar la historía de mis
nuevos trabajos, que sufrí dentro los pocos me
ses de nuestra ausencia. Me hacia repetir el
modo con que el anciano pastor me apartó del
campo de batalla , la bondad con que curó mis
profundas heridas , y mientras le decia que por
espacio de mas de treinta dias estuve encerrado
en el hueco de una peña sin ventilacion , solo',
sin mas ayuda que la caridad del pastor , y so
bre una cama de hojarasca , se conocía que su
sentimiento era muy grande , y me hacia car
gos porque no le avisé mi triste situacion. ¡Ahí
Langara, le dije entonces, no ignoras lo er
rante de nuestra vida en los dias que podía
mos contar por felices á la sombra de las ar
boledas, de los jardines y de los palacios; si es
tos dias se hubiesen prolongado, se habrían
prolongado tambien nuestros crímenes con
nuestros placeres. Pero no, la justicia ecsigia
que probásemos tambien el acíbar de los sinsa
bores, y que doblásemos nuestra cerviz al yugo
de los infortunios. Yo mas criminal que vos de
bía llegar á conocer por medio de la desgracia,
que no son tan terribles las heridas del cuerpo
como las heridas del alma; y es de aquí
que el dia de mi justo castigo fué el vein
te y seis de octubre en la accion de Alegría.
Rendido por la falta de sangre que iba marchán
dose de mis venas , y á la fuerza del dolor no
sentí el peso de mi conciencia , hasta que pude
reconocer lo infeliz de mi estado. Así que las
heridas del cuerpo empezaron á cicatrizarse, las
del alma empezaban á chorrear sangre, los re
mordimientos me agitaban , reduciéndome á un
estremo bien prócsimo á la desesperacion ; pe
ro el mismo Dios que se complace en favorecer
al hombre en medio de sus trabajos , hizo que
mi anciano libertador fuese uno de aquellos
hombres nada comunes , que de la adversidad
sacan las virtudes y la esperiencia, porque cri
minal tambien en sus primeros días, supo de
las soledades de Vizcaya hacer lo que Agustín
y Gerónimo hicieron de la Africa y Palestina.
Le conté las sabias reflecsiones de Lapres-
se, las que me hacian preferir la soledad para
adiestrar y fortalecer mi espíritu, antes de vol
ver al mundo ; y al mismo tiempo el modo con
que la Providencia quiso que volviese á abrazar
á él y á mis ancianos padres. Llegámos á Tc-
losa, y la nueva de que Guibelalde vivia aun se
hizo pública. Nos fuimos inmediatamente á ver
á Zumalacarregui , pidiéndole al mismo tiempo
permiso para ir á mi casa paterna , no solo pa
ra rehacerme de mis fatigas , y para evitar de
esta manera los stmples comentarios que por lo
comun hace la gente; como tambien para: ver
cuanto antes á mi viejecito padre , y alijerarle
del dolor que pudo causarle mi presunta muer
te, cuyo dolor debia sin duda acompañarle bas
ta la tumba.
Despachámos á Javier con una carta para
Severo, noticiándole el caso, á fin de que pre
parase el ánimo de Ramiro é Inés antes de que-
nosotros sorprendiéramos con la visita im
prevista los débiles dias de su ancianidad. En
efecto , Severo diestro por su esperiencia y fe
223
liz en dirigir los negocios caseros, les dio á en
tender que Avertano vivia , y que no tardarían
á verle en el seno de su familia. Ramiro creia
desde su principio que era una ficcion de su
buen criado lo que decia; sin embargo recono
ció mi letra, y lleno de alegría esclamó, no hay
duda, mi hijo aun vive, y yo tendré la dicha de
verle y abrazarle antes de bajar al sepulcro.
Es inútil , Señores, que os cuente la alegría
que nuestra llegada produjo en el valle, y ma
yormente en mi casa nativa ; solo os diré que
aquella gente sencilla parecía que solemnizaban
y cantaban mis dias, como si fuesen felices; y
de la misma manera que la gente romana cele
braba con festines las victorias de sus empera
dores, ó de sus héroes; celebraban ellos mis ba
tallas y mis heridas, como si ellas fuesen mis
trofeos. Lo que era mas satisfactorio para Seve
ro era la relacion de las virtudes de Lapresse, y el
gusto que mi alma encontraba en la soledad: un
cambio tan repentino le admiraba, y la esperanza
de verme cuanto antes caminar por la senda de
la religion , era su embeleso. No le enternecían
mis padecimientos como á tales, porque en
ellos cabalmente veia la bondadosa mano de
Dios, que por medio del infortunio me hacia ver
la nulidad de las mácsimas seductoras de la nue
va filosofía , y me mostraba el único consuelo
del desvalido.
Nosotros en compañía de mis padres pasába
mos momentos deliciosos. La nieve habia desa
224
parecido de las cimas de aquellas montañas,
que empezaban á descubrir el alegre verdor de
sus tapices , y que formando una especie de an
fiteatro presentan desde mi casa paterna, un
cuadro el mas hermoso y el mas admirable. Una
infinidad de torrentes y arroyos bajan de aque
llas cordilleras á aumentar las deliciosas aguas
del rio Arga, que viene á llenar uno de sus cán
taros en los manantiales de aquel valle; las ar
boledas que se estienden á lo largo del rio por
la parte de Lizaso empezaban á esplotar el ver
de follaje, que ios frios intolerantes del invier
no acostumbran arrebatar. Los sembrados, las
praderías esmaltadas con la multitud de gana
dos de toda especie , los bosques y los frutales
floridos con el aire sano y pacífico proporcio
naban á los sentidos un inocente placer, que
nos habría recordado las noches frescas y de
liciosas , que pasábamos en los jardines de san
Ildefonso, si la locura de nuestros dias no se
amortiguase con el acíbar del sufrimiento.
Mientras nosotros recorríamos este delicioso
país tras la caza de la cabra salvage en lo mas
escarpado de las cimas y en las llanuras y bor
des del rio aguardando las manadas de patos;
los negocios de la guerra tomaban un carácter
alarmante y misterioso. Supimos el objeto de
la venida deElliot que fué el convenio tan cele
brado de veinte y ocho de abril, firmado y
garantido por este con las firmas tambien com
prometidas de los Generales en gefe de entram
225
bos ejércitos beligerantes. He dicho tan celebra
do, porque generalmente hablando fue aplaudi
do, considerando este hecho aisladamente como
un rasgo de filantropía salido á dura fuerza de
ese volcan político, que sale de en medio de las
aguas del océano y derrama su lava mas allá
de las olas, quemando en tierras ajenas las
tiernas mieses que no pueden producirse en lo
estéril de su calcinado suelo. ¿Cuantas veces
sentado con Severo y Langara á lo alto de al
guna roca leímos las cartas que nos venían del
ejército, y hablábamos no solo de este convenio
y sus consecuencias ; si que tambien de ciertos
hechos de que no podíamos dudar , que se diri
gían abiertamente para herir de muerte á nues
tra causa? A nuestro concepto Zumalacarregui
comprehendia mas bien que nosotros la pieza
que se nos iba á jugar, y por lo mismo parecía
que su ingenio sumamente sutil se dirigía á que
todas estas siniestras evoluciones produjeran un
resultado muy diferente del deseo de sus promo
tores. Activó las operaciones, se trabaron com
bates, y despues se puso el sitio á Bilbao.
En esta sazon recibi una órden para que nos
incorporásemos con Dioiisio en nuestros respec
tivos batallones. Un terrible presentimiento en
mudecía nuestros discursos, y el entusiasmo
con que siempre cumplíamos las órdenes de
nuestro gefe superior se habia abatido en su
mayor parte ; sin embargo nos despedímos de
mis padres y de todo el valle, dirigiendo nues
15
326
tros pasos hécia Villafranca, debiendo al día si
guiente llegar á Vergara , y de aquí á Elorrio
en donde se nos dijo encontraríamos el cuar
tel general. En el veinte y siete de mayo vol
vimos á las armas ; nuestros batallones debian
formar parte de la fuerza , que debia estrechar
el sitio; pero un accidente imprevisto hizo cam
biar la orden, nos quedámos para recorrer
nuestras líneas y defenderlas de los ataques
bruscos, que el enemigo podia probar para lla
mar la atencion de nuestro ejército , y desbara
tar de este modo los planes de nuestro gefe.
Esta casualidad hizo que me encontrase en tres
de junio en la célebre accion de la Descarga,
en cuya accion , y atendidas las fuerzas de una
y otra parte, salieron vencedores los que sin
descrédito é las armas debiamos con entera
probabilidad ser completamente batidos; por fin
recogimos en esta accion los preciosos laureles ,
que el enemigo nos iba cediendo con liberali
dad.
Pero i cuán cierto es que tras los dias de jú
bilo vienen los negros dias de la desazon y del
llanto ! El Dios de las armas , vendido al pare
cer á nuestra causa, nos prodigaba las victorias,
dando dias de placer y esperanza á un puñado
de gente , que solo un delirio les conducía á las
batallas. Pero la inconstancia de ese fementido
Marte, temeroso tal vez de que alguien se levan
tara á disputarle su valor en la guerra , dispara
de las baterías enemigas una granada que un
227
solo pedazo de su casco fué bastante, y el que
debió llenar de horror y confusion al partido
hasta aquí vencedor. ¡ Hirió á Zumalacarregui !
Y este hombre que iba á triunfar de la intriga
y de la oposicion por medio de su arrojo, ca
yó en la nueva desgracia de que supieron apro
vecharse muy bien sus antagonistas. Tendido en
el lecho del dolor , herido de un muslo , su cu
racion estaba encargada á manos de un ciru
jano!, mas celoso por cierto que perito en el ar
te de Esculapio. Erró la amputacion, y hacien
do la gangrena sus progresos aplastó al baluar
te de la causa de las provincias bajo las garras
de la muerte. Devorado por la horrible calentu
ra , se le oyó gritar muchas veces « Valientes á
ellos, Bilbao es nuestro » y espirando en medio
del delirio á las once de la mañana del dia vein
te y cinco de junio, dejó lleno de luto á un
ejército que le idolatraba.
Esta muerte produjo sus funestos resultados:
el sitio de Bilbao tuvo que levantarse; y gracias
al valor y disciplina de los soldados y de los
gefes que tomaron el manc'o, se sostuvieron con
bastante honor las acciones de! diez y seis deju
lio en Mendigorría, mandada por Iturralde, y la
del diez y ocho en Puente la Reyna sostenida
por Sagastibelza y Villarreal. Los partidos que
Zumalacarregui contrarestaba con todo su po
der, dieron un grito de alegría; y levantando
cada cual sus cabezas bajó, digámoslo asi, en la
arena á disputarse el mando. Si en este lanr
228
ce el cuartel real , bien léjos de tomar el carác
ter de corte , se hubiese limitado en el círculo
de sus poderes y de sus defensores, continuan
do en cuartel general ; tal Tez se habrían sufo
cado las ambiciones y rencillas con el calor de
los combates. Pero al contrario , se creyó que
un príncipe no podia ser rey sin corte y que
era conveniente no esponer á su majestad á las
balas enemigas, mientras que otros mas saga
ces que nosotros nos le estaban asestando bajo
el solio con los tiros mas seguros de la intriga
para desunirnos. Sin embargo nuestra causa
desde su principio cedió muy poco terreno pa
ra que los partidos llegasen á encarnizarse, por
que se proclamaba la unidad, y á este sólido fun
damento se estrellaban muchas veces los ata
ques que se nos dirigían, del mismo modo que
las olas del mar embravecido se estrellan y en
furecen en las rocas, que sostienen en el cabo de
un faro las ruinas de un templo ó de un monu
mento de la antigüedad romana. Dejó, como
digo, D. Carlos de conducir á su pequeño ejérci
to, dejando el mando en manos del general Mo
reno. El enemigo olvidó por un momento sus
necesidades, y solo pensó en adelantar sus pla
nes aun ocultos. Debia subirse un grado esa gran
máquina que resistía á sus deseos, y procurar
acercarse con mas precipitacion al punto de sus
pretensiones. Era imposible que una mujer se
atreviera á un paso tan agigantado, y por lo
mismo debían tocarse muchos resortes para sa
229
«ar un grito, que aparentando ser de la voluntad
general llevase á su lugar deseado el efecto de
sus vigilias.
El pueblo y muchos otros que no comprehen-
dian muy bien el espíritu de la guerra que iba
prolongándose cada dia, exaltaba sus ánimos,
creyendo sus males en la parte opuesta de sus
heridas ; como el javalí que herido con la flecha
del cazador , que está escondido en las malezas,
pasa por medio de los tiernos y espesos arbus
tos destrozándolos con sus terribles dientes, cre
yendo que ellos son efectivamente la causa de
sus dolores. Díjose que el clero regular favore
cía con sus pingües rentas á los facciosos, y que
aborrecía de muerte al estatuto y á la causa
nacional ; error mas descomunal que el objeto
mismo que les movía. Por fin todo esto ya no se
tenia por problema; debiase remover este obstá
culo: llegó el dia 25 de julio, y las vísperas sicilia
nas se renovaron generalmente hablando en todos
los puntos populosos de la monarquía. La sangre
tiñó su suelo, y los ayes de los dispersos aumen
taban entre los pacíficos españoles el llanto y
desconfianza; engrosando de este modo y con
tra el intento de los asesinos nuestras filas con
muchos miles que solo el deseo de vengar á sus
parientes ó amigos', ó á la religion misma, les
condujo á empuñar las armas , paso en que ja
más habrían soñado. Este hecho probó la impo
tencia ó tolerancia del enemigo hácia unos es-
cesos que grabaron el oprobio en la frente de
230
los españoles, manchando con la infamia los
laureles, marchitos desde el dia en que se quiso
cantar sobre las víctimas de los ministros de la
religion de nuestros padres. Concluyó Catalu
ña la trágica escena, presentando al mundo ra
cional momentos de horror y de fiereza; en el mis
mo dia veinte y cinco una prostituta comió el cére-
bro de un fraile, una de las muchas víctimas
que cayeron al golpe de la violencia. En el dia
cuatro de agosto debia coronarse su obra; y los
miembros de un valiente debieron servir de pá
bulo a un pueblo embriagado con la sangre del
dia pasado. Bassa , que acordándose de su des
tino no quiso desmentir su bravura, encargán
dose de vengar, ó de apaciguar las furias del
pueblo, cumplió con los deberes, que no supo
cumplir un general que eclipsó con su fuga el
lustre de su carrera. Entró Bassa en la capital,
voló al palacio, y como que la muerte le aguar
dase, llegó al fin de su heroísmo. Sucumbió
traspasado de heridas , arrojado por el balcon ,
fué quemado públicamente, y probadas sus car
nes por uno de sus verdugos.
¿Pero señores, porqué me detengo en conta
ros lástimas y horrores tan frecuentes en las di
sensiones civiles, que traspasando los límites de
la guerra, presentan por lo regular á la vista de
un estraño un cuadro poco lisonjero? Permitid
me pues pasar por alto la relacion de unos he
chos, que como una hidra escondida bajo el ce
ñidor de los remordimientos, muerde secreta
231
mente á mis entrañas, haciéndome apartar con
sus agudos dolores del objeto que os habeis
propuesto, esto es de encontrar la verdad y fe
licidad bajo la religion católica, Enterados ya
de las doctrinas de que son hijas las revolucio
nes, conocereis fácilmente que las violencias que
se ejercitaron contra los ministros del Señor,
no se sacaron de las páginas del Evangelio; muy
al contrario aprendidas en las escuelas de sus
perseguidores se hicieron de ignorantes após
tatas, y de apóstatas verdugos de la humanidad,
llegando á desconocer á sus padres y á sos
protectores, conociendo solo á su interés y á sus
pasiones.
No tardó la indiferencia en hacer olvidar este
atentado, porque generalmente hablando fué
este hecho reputado'como puramente político, y
de tal interes que influía para el bien estar y
progresos de todos los conciudadanos. Sancio
nada la abolicion del clero regular, removido
el coloso de la oposicion , se volvió los ojos há-
cia las provincias, aguardando hechos de armas
positivos que acreditasen los adelantos que la
nacion acababa de adquirir por medio de la pri
mera de las reacciones. Nosotros, á deciros la
verdad, tambien reportamos una ventaja bien
conocida. Ocupados nuestros antagonistas con
sus reacciones, tuvimos tiempo para rehacernos
dela pérdida que acabábamos de esperimentar
con la muerte de Zumalacarregui , detuviendo *
á un tiempo las bajas que eran precisa conse-
232
cuencia del desaliento general, y deTabatimiento
que todos los días se esperimentaba en la fuer
za, desde que se levantó el cerco de Bilbao.
Sirvió tambien una numerosa leva aumentando
nuestro ejército en su mitad con solo los des
contentos y agraviados. Llauder que en Catalu
ña habia sufocado á la insurreccion en su mis
ma cuna , persiguiendo á muerte y sin cesar á
los pocos defensores de nuestra causa, que es
parramados por las montañas vivían sin orden
y sin recursos hizo que diesen al momento de su
fuga un grito de alegría que convidó á sus herma
nos en opinion á tomar las armas para reanimar
sus fuerzas , que iban á sucumbir á las sozo-
bras y cansancio de una persecucion tan terri
ble.
A un tiempo nos llegaron noticias de Galicia,
Mancha, Valencia y Cataluña, en confirmacion
del aumento que iban notablemente esperimen-
tando todos los dias las fuerzas que á duras pe
nas habian sobrevivido al rigor de las armas
enemigas. Estas ventajas que nodebian malo
grarse, dieron lugar á varias juntas de Genera
les que se tuvieron al efecto en Oñate, Villa-
franca y Tolosa, no solo para deliberar el plan
de organizacion ; mas tambien el de campaña
que en adelante debia seguirse. Tuve el placer
de presenciar en una de estas juntas la pericie
y noble decision de los señores D. Bruno Villa-
real, D. José García y algun otro que desde
aquel entonces para mí merecieron un gran eon
233
cepto, porque se dejaba traslucir claramente el
desprendimiento y al mismo tiempo el grande
interes, que tomaban en la suerte común de to
da la nacion.
Tratose de fomentar la disciplina militar en
Cataluña , cuyo punto interesante no se debia
descuidar, y mucho menos abandonar á los es-
cesos que son naturales en donde no ecsiste ni
sumision , ni órden ; se determinó enviar allí á
un general con alguna fuerza, para que sujetán
dole á las leyes de la milicia pudiese aumentar
el prestigio en el país , sirviendo de .garantía la
subordinacion y la justicia. Nombrose al efec
to al brigadier Guergué, y este bravo militar
siempre obediente á las órdenes de sus princi
pales se puso al frente de una pequeña espedi-
cion de dos mil quinientos hombres escasos. De
jó las provincias en diez y nueve de agosto, lle
gando en pocos dias á Cataluña, despues de ha
ber salvado en Aragon peligros de toda especie,
y privaciones las mas grandes.
Permitidme daros una pequeña idea de la
desgraciada suerte de esta espedicion, porqué
de ella nacieron tambien males incalculables,
adminículos al objeto de mi narracion. Llegada
una vez á Cataluña, el nombre navarro alarmó
en parte, y en parte entusiasmó al país de tal modo
que de esta pequeña fuerza subordinada y ausi-
liar, se aguardaban hechos palpables y progresi
vos, por lo mismo que se desarrollaba el espirita
público, cobrando el prestigio que se propusie
234
ron al trazar el plano en las juntas del cuar
tel real. Los gefes que en aquella sazou dirigían
las fuerzas catalanas , cual las tribus de árabes
sujetas á su conductor, no reconocían mas or
denanza ó ley militar que la guerra de estermi-
nio, y eomo que el enemigo tomaba sus repre
salias, hacia mas deplorable la situacion del
pueblo que indiferente ó pacífico deseaba que
cesasen tamañas violencias; porque sobre él ca
balmente se ejercitaban toda especie de horro
res. Una porcion de estos gefes, mas celosos de
su independencia que prudentes, rodearon con
eierta indiferencia al general navarro, prome
tiéndole maniobrar bajo sus órdenes; siendo sus
deseos bien opuestos á sus promesas, no se tar
dó en ver comprometida su buena reputacion
en los campos de Olot. Unidos una gran parte
de catalanes con los navarros de Guergué, se
probó con valor el ataque de la poblacion; pero
defendiéndose los sitiados con constancia , hizo
que los pechos de los navarros se estrellasen
contra sus bayonetas. A este .contratiempo se
siguió la fuga, haciéndola mas precipitada la po
ca disciplina , ó la insubordinacion de los cata
lanes que fueron la causa de que el malogrado
Odonell cayese prisionero en manos del enemi
go, que salió al momento á perseguirles.
Este hecho señores jugóla pieza, y heos aquí
que quedó eclipsado el valor de los navarros.
Los catalanes dijeron que los habian vendido ,
y los navarros, que propiamente eran los vendi
235
dos á las falsas promesas de sus agregados, vie
ron ya casi frustrados sus intentos, y aun la po
sibilidad de continuar unidos por mas tiempo
con una gente difícil de domar despues de una
casi derrota, que miras siniestras habian mo
tivado. .-
Era el dos de octubre; yo me encontraba en
Coyzueta, poblacion al estremo de !a alta navar
ra por la parte de Guipúzcoa, cuando recibí
una carta de un oficial de la espedicion de Guer-
gué, llamado Jorje Ritazu, en la que despues de
noticiarme la muerte que en Figueras dieron al
coronel Chaparro en el dia veinte de agosto,
me hacia una sucinta relacion de todo cuanto
la espedicion tuvo que sufrir en sus correrías :
me escribía el ataque dado á Olot , lo infruc
tuoso de dicho ataque, y concluyendo la carta
ponderándome el sentido en que se encontraba
el país , me decía : « nosotros hemos recorrido
la mayor parte de esta provincia ; de Barbastro
hemos llegado hasta el campo de Tarragona , y
despues volviendo á la montaña hemos paseado
el Ampurdan. Las poblaciones del tránsito nos
han servido con todo lo que está al alcance de
su escesiva pobreza ; de tal manera que á no ser
los pedidos estraordinarios y forzosos con que
se han vejado á muchos particulares , ofrecería
Cataluña una voluntad general , y por su geo
gráfica posicion un terreno si no mas ventajoso
que el de las provincias , á lo menos igual en
toda su grande estension. Sin embargo, el ene
S36
migo ha previsto esta tendencia hácia nuestra
cansa , y no dudando de su certeza ha echado
mano de todos los medios, que la preponderan
cia y la fuerza le sujiere , para contrarestar los
intentos y deseos que ha visto marcados en
otras épocas no muy lejanas. La fortificacion
de puntos aun insignificantes han sido sus mi
ras, en tanto que puede considerarse la provin
cia ocupada militarmente ; y á medida que el
pueblo irá comprometiéndose, mas fuertes se
volverán las simples tapias que ahora se nos
oponen con frialdad , haciéndoles inespugnables
á no tardar la insubordinacion , la indisciplina
y las venganzas particulares que ocupan el lu
gar de la justicia, garantía que fácilmente po
dríamos presentar á estos pueblos que son nues
tros hermanos, y que serán nuestros enemigos.
Digo insubordinacion y venganzas particulares;
porque asi me lo demuestra la independencia
de que son muy amantes; de modo que tengo
entendido que esta independencia nos obligará
dentro poco á volver á las provincias, de donde
desearía no haber salido. Por último espero que
si podemos salvar las escarpadas peñas de Jaca,
y los vados que el tiempo lluvioso nos hará ca
da dia mas dudosos, volveré á veros cuanto án-
tes, aguardando para aquel entonces haceros
mis reflecsiones... porque mi oprimido corazon
desea revelarlas á un amigo como vos. »
Durante este tiempo sostuvimos algunas ac
ciones. Nuestros adelantos bien conocidos , iban
237
á poner á nuestras fuerzas en un estado brillan
te, capaces de tomar la ofensiva de un momen
to á otro. Pero todos los dias se suscitaban em
barazos , presentándose incesantemente enemi
gos que vencer, y por lo mismo placeres que
contrariar, dilatando de esta manera la victoria
que muchas veces un nuevo accidente nos la
arrancó al instante que nos parecía íbamos
á cogerla. A mediados de setiembre llegó
el general ingles Evans con una division fuerte
de diez mil hombres ausiliares , que debían ma
niobrar en apoyo del enemigo por aquella par
te en la provincia de Guipúzcoa. En Navarra
se aguardaba una legion de cuatro ó cinco mil
franceses, que ejercitados en Argel á las armas
y suelo movedizo de los desiertos, venían á
marchas dobles á probar lo escabroso y duro de
la sierra de Andia , para conocer los laberintos
de lai Amézcoas. Este considerable refuerzo
unido á la legion portuguesa que debia llegar á
las Riojas, no tanto en lo físico como en lo mo
ral, fué como digo, un estorbo grande á nues
tros planes. En vez de atacar nos limitámos á
sostener nuestras líneas. Mientras íbamos reci
biendo algunos recursos , animando á nuestras
fabricaciones y adiestrando á los ginetes, pro
curamos con estratatajemas á batir en detall al
enemigo , que orgulloso con sus fuerzas y posi
ciones con dificultad nos presentaba ventaja.
Todo lo restante del año mil ocho cientos trein
ta y cinco pasámos de esta manera. Guergué
238
volvió A las provincias, y solo la intriga parecja
renacer en medio de nuestra casi inacciOHJ ; . '' '
La narracion de Avertano se habia alargado
ya hasta la hora décima de la mañana. Et sol
lanzaba sus ardientes rayos sobre las montañas,
y el dulce céfiro dejaba ya de mecer á las blan
das hojas de los árboles, privando á la comitiva
del deleitoso ambiente de sus labores. Las aves
mudas se habian retirado en las profundidades
de los: valles, ó á la sombra de las arboledas al
pie de las fuentes, á las márgenes de los rios
cubiertas de hierbas y de flores. Avertano con
vidó á que comiesen alguna cosa, y les propuso
diferir hasta la tarde del dia siguiente la conti
nuacion de su historia. Dejaron la sombra de
aquellos árboles, y se volvieron al techo de la.
hospitalidad. <- .'-.[', .lút .
Apeaás se oyeron en todo lo restante del dia
mas que algunas palabras sueltas acerca la
narracion :de Avertano. Daniel estaba profun
damente, ocupado, al parecer buscando un he
cho para sacar al mundo de su locura, y curar
le de unos males en que á ciegas se. habia en.^
vuelto. Lloraba las persecuciones y las intrigas,
y temía con razon que estas no hubiesen impo
sibilitado á los ánimos con la indiferencia, ha
ciéndonos esta misma indignos de recibir del
cielo una paz. que asegurase á nuestra, religion
y nuestras ; vidas con las libertades razona
bles. Veia el papel que haciftrí en aquel cuadro
los hombres de quienes se esperaban mas ven
239
tajas, siendo por su fingida lealtad los que mas
debian temer los legitimistas,ycuyos caracteres
pintados por Avertano le prometían un porve
nir muy triste. Daniel habia conocido la hipo
cresía de algunos sujetos , que á fuerza de sus
hechos imprudentes habian ya casi manifestado
á los ojos de todo el mundo sus falaces celos
y sus astucias malignas, dejando en descubierto
sus principios opuestos á los que leales se ba
tían con las armas en la mano, cubriendo su
cuerpo de heridas , y dando pruebas de soste
nerlos con Talor. Pero ignoraba aun la grave
dad de estos maleí con los pormenores que
dieron lugar á formarse. La narracion de Aver
tano le habia aclarado algunas dudas, y aunque
este ocultase los nombres de los viles, omitien
do la relacion de los hechos que designasen las
personas; sin embargo conocía Daniel en don
de yacia el mal , y percibia tal cual los ardores
del fuego que estaba escondido bajo ceniza.
Avertano por su parte estaba tambien muy
léjos de estar tranquilo ; la esperiencia de todo
lo dicho le abrumaba con mas razon que al sa
cerdote Daniel , porque él habia sido testigo de
estas perversas hazañas. Llevaba al pie de la;
cruz sus tribulaciones interiores, duplicando sus
oraciones y austeridades lloraba los estravíos
de sus primeros dias; pero sus ojos en medio de
las lágrimas de la penitencia descubrían contra
su voluntad la hermosa cabellera , las manos
de alabastro , el cuerpo airoso y las nativas y
sáo
embelesadoras gracias de la hija de Waldech.
Veía sus ojos tímidos y dulces que nunca se
apartaban de él, y sus facciones encantado
ras donde iban á pintarse todos los sentimien
tos que él espresaba y aun los que no llegaba á
espresar. ¡Qué pudor tan sincero y gracioso
hermoseaba á la inocente doncella, cuando con
taba Avertano los culpables placeres de Madrid,
y san Ildefonso! ¡Qué palidez mortal cubria sus
lindas mejillas, cuando describia los combates,
ó hablaba de heridas, de padecimientos, de sin
sabores y aun de la perversidad de los hombres,
que codiciosos del bien ajeno , 6 de la felicidad
de sus semejantes , promueven la desgracia por
medio de todos los alicientes que les sujiere la
misma perversidad unida al poderl
Sulmen esperimentaba tambien por su parte
sentimientos confusos y una emocion nueva
para ella. Su espíritu y su corazon tomaban
una noble sencillez, sacando de su doble infan
cia pensamientos que por lo regular acompañan
á la razon en la madurez de sus dias. La ig
norancia de su corazon cedia á aquella inocente
luz, que siempre precede á las pasiones justas.
I Contraste maravilloso]! Sulmen sentía en sí á
un mismo tiempo la turbacion y el dulce atrac
tivo de la sabiduría y del amor.
«Padre mio, decía á Waldech, cuan sabio y
al mismo tiempo prudente es este jóven, y cuan
desgraciado; parece que ha sido el juguete de los
erueles destinos, y que el cielo menos elocuen
241
te que Lapresse se ha retirado negándole svis
favores , mientras que pesares nuevos se esta
ban ensayando para reemplazar á los viejos que
estaban atormentándole. ¿No podía yo haber
nacido en los montes de Alegría, y haber re
corrido con Lapresse en el veinte y seis todo
el campamento para encontrar á ese héroe?
Mis manos habrían lavado sus heridas, las ha
bría enjugado lijeramente y las habría venda
do;! y tenido despues en una deliciosa cama en
el interior de nuestra casa oculto á las vanas
curiosidades de los hombres , allí le habria con
tado mis glorias y mis temores, á la cabecera
de su lecho habria recibido sus lecciones , y el
placer que yo habria sentido de alijerar sus pe
nas y de oir su voz llena de embeleso y de
amor ; me habría comunicado con mayor faci
lidad el amor de sus doctrinas y de su persona.
¡ Cuántas batallas ha dado ! \ cuántos majes ha
sufrido ! Y sin embargo ¡qué resignacion y qué
bondad ! ¿ No conoceis cuán bella es la religion
de Avertano? Ella aprocsima al corazon del
hombre á la justicia , y calma los locos amo
res , amortigua á las pasiones , aborrece al or
gulloso y ama al humilde , desecha al insensa
to , porque su loca sabiduría le quita el gusto
de la verdad , y cuanto mas se desvela mas se
aparta de esa religion. El que la sigue, está
pronto á socorrer al desgraciado , como un ve
cino generoso que deja las comodidades de la
mesa en lo mejor de las viandas , para volar en
16
•242
pos del infortunio. |Ah padre mio! yo siento que
una divinidad misteriosa habla á mi corazon!...
¿Pero podrá penetrar una doncella los secretos
de esa religion santa ? ¿ Borraré de mi memoria
los libros de Martin Lutero , y me dedicaré á
las doctrinas que aprendí en Venecia?» De esta
manera hablaba Sulmen, y regaba su pecho
con las lágrimas que salían de sus ojos.
Los solitarios que se habían apartado un mo
mento de aquella comitiva, volvieron convidan
do á Waldech y á su hija á componer el peque
ño altar de la Virgen que tenian en el patio ,
para celebrar al dia siguiente la fiesta de su pa
trana. «Hijo mio, dijo Waldech, mis manos
trémulas entretejerán con un placer indecible
las guirnaldas de flores, y arrancarán con ve
locidad la rosa que esté escondida en lo mas es
peso de los rosales; si alguna espina hiere mis
venas y hace chorrear mi indigna sangre , mis
ojos humedecidos con las lágrimas de satisfac
cion bendecirán al Señor, vertiendo con gus
to las primeras goticas de sangre en beneficio
de esta religion justa. Aceptó Daniel la sencilla
ofrenda de Waldech , é inmediatamente salie
ron del castillo para coger algunas flores. La
hermosa Sulmen iba recorriendo aquellas már
genes; las gracias de su persona, la lijereza
con que salvaba los arroyos y pasaba por entre
la espesura de los arbustos, cualquiera la habria
tomado por una divinidad de la fábula bajo el
carácter de Diosa de los bosques ó de las aguas;
243
con menos hermosura describe el poeta á Flora
cargada con los frutos de la primavera al fren
te de las nueve hermanas , esparciendo la ale
gría en los jardines, en los vallados y en los
bosques. Sulmen regresando al castillo cargada
de flores animaba á la comitiva. Daniel admi
rando aquel cuadro no podia dejar de enterne
cerse al considerar la fuerza de la verdad y de
la virtud, que á pasos agigantados conducían
por una misma senda á la ancianidad y á la
juventud hácia una religion que apenas llega
ban á conocer.
Avertano empezaba á sentir en su interior
un fuego misterioso , temiendo con razon que
el demonio de los amores impuros le hubie
se traspasado nuevamente con una de aquellas
flechas fabricadas en la mansion de los delirios,
y pasadas por el fuego de las abominaciones de
Gomorra , ó que bajo su cilicio no se hubiese
introducido el funesto ceñidor que tantas víc
timas cuenta por su parte. La bella Sulmen se
le presentaba con todo el encanto dado á la
imaginacion; su talle esbelto, su amabilidad, su
voz melodiosa, sus miradas tiernas y compasi
vas, y sobre todo su amor combatian la fortale
za del pobre solitario; las gracias con que la hi
ja de Waldech entretejía las guirnaldas de ye
dra y de flores , y las distribuía al rededor de
las imágenes sagradas, el entusiasmo y el pla
cer con que tomaba á su cargo aquella inocen
te obra aumentaban la seduccion. Las jóvenes
244
de Azpeitia y Azcoitia eran menos hermosas á
los ojos de Avertano , que la tierna Sulmen en
medio de las soledades. Sin embargo su religion
y la aspereza de su vida ascética deshacían los
lazos del demonio impuro, y lo que á falta de
virtud podia ser un crimen, no tuvo mas carác
ter que la fuerza de un amor inocente.

FIN DEL LIBRO VIII.


Contlnua la narracion. Fatales pre
sentimientos de Avertano y Langara.
Llegada den, Sebastian. Nuevas con
fianzas. Salida de la espedlcion Go
mez. Langara marcha con ella. Ai«r-
111iio le acompada hasta las Encarta-
clones > y en seguida vuelve a Incor
porarse con su batallon en Hernanl.
Pasa por los montes de Alegría, pre
sencia el entierro de Lapresse. Sali
da de la espedlcion Batanero. Pro
nunciamientos d favor de la Consti
tucion del a ilo doce. Juramento de
Cristina. Muerte de Quesada. Varios
nucesos. Relacion de los dos sitios de
Bilbao.
En lo mas secreto de la mansion de los dolo
res eternos, en el centro del abismo, en medio
de un océano de sangre y de lágrimas, se eleva
rodeado de altas cimas que despiden fuego sin
ablandar las escarchas que las cubren , un cas
tillo negro, obra de la desesperacion y de la
muerte. Una tempestad eterna brama al rede
dor de sus almenas espantosas. El rayo consu
me incesantemente el árbol estéril, que está
plantado delante de la puerta fabricada del me
tal, que Satanas saca á un tiempo del corazon
del avaro y del impío. La espansion del true
no hace vacilar el estandarte del orgullo , que
248
ondea en lo mas elevado de los melancólicos
muros, que rodean nueve veces aquel lugar del
culpable infortunio. Las parcas bajo las inmedia
tas órdenes de la licencia y de la hipocresía, es-
tan de centinela y guardan la habitacion de los
ángeles caídos. Sabida es la mano potente, que
les señaló tamaño domicilio. ¡Una traicion me
reció tal recompensa! Arrojados del encanto
de las dulzuras, al padecimiento de los horro
res sin fin , hicieron nacer con su caida , y de
las entrañas de un solo crimen todos los males
que abruman á los hombres, primera víctima de
sus ensayos y blanco de sus pretensiones. La
eternidad de los dolores tendida á la entrada
del vestíbulo sobre una cama de hierro , in
móvil sin notarse en su corazon el mas peque
ño movimiento , anunció su permanente habi
tacion á los primeros rebeldes con una sonrisa
horrible , y con la palabra sola de aquel terri
ble jamás con que se les demostraba claramen
te la omnipotencia del Criador ofendido, la nu
lidad de sus deseos, y el castigo de sus impru
dentes desvarios. La desesperacion y la muerte
fueron los primeros engendros de aquel cuadro
de miserables; la venganza nació á un tiempo,
y la mirada de odio que lanzaron sobre su Cria
dor reflejó sobre la tierra muy antes de llegar
á los muros de la bella Jerusalen, con la idea
al menos de desbaratar las obras del Señor.
El hombre , esa bella criatura , ó mejor ese
ángel que á su primer tiempo fué las delicias
249
de su Dios y despues sus complacencias; fué co
mo digo la víctima primera de la venganza sin
complemento de los habitantes del horror. Ja
mas habría conocido el esceso en sus pasiones ,
compañeras que hacían con su inocencia el lus
tre de sus virtudes y la belleza de sus gracias y
atractivos. Gayó la inocencia á su primer golpe*
.y como que esta era el inespugnable muro que
salvaba las pasiones, quedaron estas espuestas á
la brecha que se abrió á sus pies... un grito de
alegría hizo resonar las cúpulas del fatal edificio,
y los volcanes que le rodean arrojaron con mas
furia las llamas y lava que debia atormentar á
su tiempo á los culpables. No podía su vengan
za despreciar su primera victoria, las pasiones
justas unidas á las virtudes necesitaban oposi
cion; y es de aquí que en el colmo de suíingida
alegría , determinaron en sus asambleas opo
ner al amor legítimo , un amor culpable , una
ira perniciosa á la ira santa, una altanería cri
minal, al noble orgullo y un arrojo brutal ,üá
un valor ilustrado. De esta manera nació el
vicio antagonista de la virtud.
Determinose el plan de campaña, y el hombre
debia batirse en detall, llamando su atenciouen
la parte de sus flaquezas. Y conduciéndole á
la fragosidad , aspereza , ó laberinto de sus pa
siones culpables era segura ¡su victoria. Cada
ángel caído ejercitó sus gracias ó su destreza,
se sujetaron al gefe que les sedujo en el cielo, y
marchando bajo sus órdenes obedecen sus mo
250
vimientos. La envidia, el homicido, la falsa sa
biduría , el odio , la destruccion y el latrocinio
fueron sus poderosas armas. Cada cual hizo su
discurso jurando por la eternidad del caos lle-
Tar á cabo sus intentos , y cada uno toma sus
antorchas, sus licores, ó sus flechas, para en
cender las pasiones ó para adormecer las virtu
des en los festines, 6 para traspasar bajo el
manto de la hipocresía á los corazones mas fuer
tes. Segun las circunstancias se reparten los
trabajos. Solo el deleyte obra independiente de
los demas, y marcha por lo regular 6 mejor pre
para las conquistas para sus hermanos en des
gracia. Nacido para el amor, y tambien habitan
te eterno de la mansion del odio , sufre con la
mayor impaciencia su desgracia, demasiado dé
bil para dar gritos no hace mas que llorar en
su destino. Como fue el menos criminal en la
insurreccion de su gefe , conserva aun una par
te de las gracias con que le adornó el Criador;
por lo mismo cuando se presenta á la faz de la
tierra con sus miradas espresivas , con los en
cantos de su sonrisa y de su dulce voz , habla á
los corazones, é inspira con sus perfumes una
especie de estupor que arrebata ; sus ojos estan
llenos de una cariñosa languidez, su voz introdu
ce la consternacion en las almas , y el brillante
ceñidor que se ata al rededor de su cintura es
la obra mas perniciosa de las potencias del
abismo. No deja sin embargo la virtud de des
cubrir entre sus encantos un no sé que de pér
fido y envenenado.
251
Avertano conoce la astucia de su enemigo ;
armado con la virtud resiste los ataques del es
píritu impuro, y las impotentes flechas que este
le dirige se embotan en su cilicio como en un
escudo de diamante. La Virgen atiende á los vo
tos del solitario, y la fiesta que acaban de cele
brar hace abrir las puertas de oro que encier
ran las bendiciones del cielo, y derramadas so
bre aquella comitiva, que se preparaba para oir
la continuacion de la historia de las aventuras
de Avertano , cubren con una nube de candor
sus hermosas frentes , cargando de pureza has
ta á los mismos mirtos de los bosques , en que
el espíritu del atractivo contaba las seducciones.
Reunidos como en el dia anterior á la sombra
de los mismos árboles y al lado de la misma
fuente Daniel, Waldech , su hija , los solitarios
y el pastor escuchan atentamente á Avertano,
que volvió á continuar la narracion en estos
términos.
Ya os indiqué , señores , que en medio de la
inaccion solo progresaba la intriga. Sin embar
go se empezó el año treinta y seis con agüero
tal cual satisfactorio, dando algunas acciones de
cierta importancia. Yo me encontré en la de
Arlaban de diez y seis de enero, y en la de Sali
nas del veinte y tres ; debia asistir á la de cin
co de marzo, que se dió^en Orduña, á no haber
me detenido una lijera indisposicion, que por
algunos dias me obligó á guardar cama en el
lugar de Elorrio. Aquí recibí una carta de mi
262
padre que me noticiaba el levantamiento de los
Roncaleses en contra nuestra causa ; la muerte
de la octogenaria madre de Cabrera, pasada
por las armas en diez y seis de febrero por or
den del general Nogueras; el asesinato de los
prisioneros que se encontraban en el depósito
de la cindadela de Barcelona, y la muerte Til que
se dió al malogrado Odonell arrastrado con pú
blica algazara por las calles de la misma ciudad.
Mi genio, señores, opuesto siempre á las
violencias y á la crueldad, y fastidiado desde
mis tiernos años de la carrera que debia conti
nuar contra mi» deseos , por una fuerza irregu
lar me hacia anhelar las represalias para vengar
no solo nuestra causa; mas tambien á la huma
nidad resentida de unos hechos de tamaño es
cándalo: hollando de esta manera el derecho de
gentes en presencia de los imbéciles de toda la
Europa, que lo tienen por reconocido. Por fin,
España flotante en su política , como Delos en
medio de las aguas , no era merecedora de un
ojo compasivo; entregada á sí misma debia pro
curarse la ruina y los ayes de las víctimas que
llegaban á los tronos potentes eran recibidos
con una risa sardónica, mas criminal que el
desprecio mismo. Langara vino á Elorrio tres
dias despues de la accion de Unza, dada en diez
y nueve do marzo. Permanecimos algunos dias
en aquella hermosa poblacion , que construida
á las orillas del rio Durango y rodeada .á un
largo trecho de montañas, ofrece el espectácu-
253
lo mas delicioso y pintoresco. Salimos un dia á
pasear por la confluencia de dicho rio con el
objeto de hablar de nuestros negocios; cuando
yo hube espuesto á mi amigo los tristes presen
timientos que tenia formados , me habló él en
estos términos. « Avertano, las reflecsiones que
acabais de hacer sobre nuestra posicion, son
muy fieles; lo mismo decíamos el otro dia ha
blando con Elio y Villareal en las inmediacio
nes de Vergara; ese partido que muchos le lla
man ojalatero, ha logrado en la persona de
Carlos un ascendiente estraordinario, de manera
que no seria muy estraño que el partido pro
vincial tuviese que sucumbirá las ridiculezas de
estos , que sin prudencia tratan de apoderarse
á todo trance de la direccion de la presente lu
cha que ellos acabaran sin duda con sus desór
denes. ¡ Ah ! si supiéramos aprovechar las oca
siones bellas que se nos presentan 1 ahora mis
mo podríamos conquistar el reino. Los enemi
gos quieren la constitucion del año doce, para
lograrla necesitan una nueva reaccion , esta no
está muy lejos. Tomad esta carta y leed. Leí la
carta, y volviéndola á cerrar continuó Langara:
¿entendeis el caso? Madrid, Zaragoza y la ma
yor parte de las capitales están de acuerdo , el
hecho es positivo. Mañana iremos á recibir al
Infante D. Sebastian, que está para entrar á las
provincias; nuestro intento es manifestarle el
estado de todos los negocios, y al propio tiempo
esponerle lo que á nuestro concepto convendría
254
practicarse; el caso es urgente y si no procu
ramos que los partidos ó colores desaparezcan
de entre nosotros haciendo un grande esfuerzo,
nuestro abatimiento es infalible, cuando á Car
los le falta energía para sufocarlos. D. Sebas
tian informado por nosotros de antemano pue
de ser el instrumento seguro, y unido al Padre
Abarca puede dar cierto impulso á los negocios
haciendo desaparecer de este modo el disgusto,
que tiempo hace se observa generalmente en
todos los semblantes, que tuvimos la suerte de
conocer el desprendimiento y denuedo del des
graciado Zumalacarregui. No hay mas Averta-
no, este es el plan de los que deseamos todo el
orden que sea susceptible para continuar esta
guerra que de otra manera tomaría un carácter
insufrible, destruyéndonos mutuamente; sin
que el enemigo tuviera necesidad de llamarnos
al campo de batalla. Mañana marcharemos ha
cia el cuartel real que se encuentra en Tolosa;
tomaremos órdenes, y despues volaremos á la
frontera de Francia á recibir, como os he dicho
al Infante, y si vos quereis llegar hasta el valle
de Lecumberri; nos reuniremos despues en Eli-
zondo en donde se encontrará tambien vuestro
batallon.»
En efecto : apenas la aurora habia dorado las
primeras líneas del horizonte , nos pusimos en
marcha. Era el doce de abril, la atmósfera pu
rificada con los chubascos de los dias anteriores,
deshaciendo la nieve habia amortiguado los rigo.
255
res del frio insufrible aun en aquella estacion. La
tierra al parecer sacudiendo su superficie, hacia
caer de las ramas de los árboles las goticas del
rocío ó de la lluvia ; de la misma manera que
sacude el leon su melena, arrojando el polvo
que se le puso en su arrogante cabellera , du
rante la noche de su fiebre. Las tiernas plantas
erizaban sus hojas sensibles á los primeros rayos
del sol, que empezaba á calentar al chorlito, á
la alondra, y aun al insecto que estaba luchan
do con la muerte bajo la hoja del malvavisco ,
ó á los callos de la corteza de un pino ó de una
encina. Por todas partes se oia á los pájaros
que desde la rama ó pimpollo de un arbusto
en donde tenian su nido, cantaban al lado de su
compañera los favores y glorias de la natura.
Yo , señores , demasiado sensible en otro tiem
po á los encantos del mundo, y ahora sin de
masía á las prodigiosas obras del Criador, no
podia dejar de dedicarme á su contemplacion ,
cuando ellas son un manantial inagotable de
dulzura y de argumentos, en que el hombre ve
pintados los favores de la creacion , la grandeza
de su Dios y la manifiesta nulidad del orgullo
so y del impío. La presencia de los pájaros que
venian á grandes manadas de cumplir su natu
ral destierro de la parte del medio dia , y de la
hondura de los valles, eh que se albergan hu
yendo de los frios y escarchas de las encum
bradas montañas de Vizcaya, su patria; me ha
cían acordar de los encantadores versos de Ra
256
cine cuando describe la emigracion de las aves ,
y el rasgo poético que usa en sus cantares me
hizo asomar las lágrimas á mis ojos. ¿Quien no
se dejará llevar del dulce y justo sentimiento,
especialmente cuando uno se juzga desgraciado,
al leer?
Las que temiendo caulas ;>
Nuestro cruel invierno, ; '
u> > mas benigno clima
Van á buscar consuelo.
Son diligentes tanto, ' '. < . . -
.; Que nunca sorprendieron
Su poderosa prole
Los aquilones fiejrps. . .(
Sus gefes las convocan
En un sabio congreso,
Y el dia de la marcha ' .
Resuelven, parten luego. . .- - .> "
¡() Y acaso la mas joven
El dulce nido viendo
Que la sirvió de cuna,
Dando mil pios tiernos
A las demás preguntas:
¿Cuándo tornar veremos
La dulce primavera,
Y todas con anhelo
A los paternos campos
Alegres volveremos ?

Estaba yo contemplando el placer de aquellas


avecillas que vuelven á la patria, cotejando el
destierro de ellas y el del hombre , se me pre
sentalla el triste desenlace de las guerras civiles,
y como mis temores estaban bien fundados, no
podia menos que entristecerme, viendo sus fu
257
tiestas consecuencias. ¿Vencido, en que rincon
del mundo se guardarán mis cenizas? jAh!
ahora mismo, cuántas veces he cantado los ver
sos de Hacine, repitiendo entre raudales de lá
grimas.
¿CoámJa tornar veremos
La dulee primavera ,
Y todos con anhelo
A los paternos campes
Alegres volveremos?

Pernoctámos en Ormaistegui, y por la ma


ñana del siguiente dia trece llegamos á Tolo-
sa en el mismo instante en que llegó la nue
va de la rendicion de Leqüeitio á nuestras ar
mas, verificada en él dia anterior. La corte
ofrecía un espectáculo bastante lisonjero, en
tal grado que jamas se pudo presentar á la
vista de sus defensores con muestras de con
fianza mas probable y con ideas mas conso
ladoras. Por fin tuvimos una junta de gefes
provincianos, y determinado lo que debiamos
hacer dejé á Tolosa y me dirigí con solo mi asis
tente hácia Lecumberri, pasé la noche en Gas-
tela , y apenas el sol habia corrido la mitad de
su carrera llegué á mi casa nativa. Por todo un
dia gocé de la amable compañía de mis padres,
porque apenas habia dejado las últimas casas de
Tolosa , que Langara envió á Javier en busca
mia para decirme , que habia noticia de que el
Infante se encontraba ya á la frontera , y que
por lo mismo no retardase mi reunion á Eli
17
258
zondo, en cuyo punto probablemente no le
encontraría ya. Dcspcdime de mi casa, Severo
me acompañó hasta la cima de aquellas cordi
lleras de montañas, que desde la hondura del
valle parece con sus orgullosas cabezas quieren
las nubes sujetas á su seno , y descubrir con su
dulce y alegre vista los prodigios de la natura
tanto en los vecinos montes , como los dispen
sados en lejanas tierras. Dejamos á Severo al
encontrar el camino de Santistéban , y á fin de
abreviar el tiempo doblámos las ásperas mon
tañas que en forma de media luna se presentan
por la parte de Oyeregui, y nos dirigimos á
marchas listas hácia este pueblo para coger in
mediatamente el camino que conduce al punto
de nuestro objeto.
Llegámos á Elizondo. Encontré aquí á todos
los compañeros de espedicion , y á Langara mi
amigo, que estaban al parecer nombrando di
ferentes comisiones para ocupar á Vera , Urdax
y Arizcun quedando el resto de la comitiva en
Elizondo. Dos dias estuvimos aguardando; co
mo si la venida del Infante fuese una ficcion ,
nada supimos hasta que un soldado despachado
de Arizcun nos trajo la nueva de que el coman
dante de la fuerza destacada en Urdax habia sa
bido por un sugeto de Sara, que los gendarmes
habian detenido al salir de esta poblacion á tres
personajes , y que se decia si entre ellos estaba
D. Sebastian. Esta noticia, si bien falta de soli
do fundamento , no dejó sin embargo de alar
239
ruamos ; enviámos inmediatamente á Sara , y
apenas los mensajes habian llegado á vista de
Arizcun, que oyeron el repique general de cam
panas, por saberse la entrada del Infante en el
pueblo de Urdas, Nos reunimos en este punto,
marchando al mismo dia á pernoctar en Coy-
zueta para ponernos en la mañana siguiente en
Tolosa. Las poblaciones entusiastas al esceso re
cibieron al Infante con muestras las mas espre-
sivas, dispensándole todos los honores debidos
á un personaje de su alta esfera , y á los que
era justamente acreedor. Porque si bien en su
persona no se descubre un carácter verdadera
mente militar; sin embargo su corazon es bon
dadoso, amable, en nada fanático, solo para el
bien de sus semejantes, deja traslucir algun
grado de energía, objeto de nuestros deseos
para lograr el plan que las urgentes necesidades
nos hicieron trazar con el noble fin de destruir
á la intriga, que debia concluir con nuestra
causa sin mas recurso.
Antes de llegar á Tolosa encontrámos á Car
los que salió á recibir á su sobrino el Infante,
Juntos entráron en la poblacion en medio de
las aclamaciones de un gentío inmenso que pro
digaba sus graciosas canciones y festejos en
honor de un hombre, que empezaban á cono
cer y en el que parecía todo el pueblo confia
ba para la solucion de sus males. Revelamos
nuestros proyectos á D. Sebastian el mismo dia
que se unió con nosotros en Urdas , reserván
260
dose tener de elío algunas sesiones , pocos dias
despues de llegado al cuartel real , para adqui
rir datos á fin de poder obrar con mas pruden
cia como lo pedia la gravedad misma del nego -
cio. Los efectos de nuestros justos desvelos no
tardaron á conocerse; el cuartel real pasó á Vi-
llafranca, y despues á Oñate y Vergara, en cu
yo punto se revistó la division vizcaína compues
ta de ocho batallones y quinientos caballos con
algunas piezas de artillería de campaña. Hirié
ronse varias evoluciones , se recorrieron varios
pantos ocupados por nuestras armas, todo con
el fin de distraer á los ánimos que se prepara
ban á favor de los intrigantes. Se tuvieron va
rias acciones, entre otras mientras estábamos de
espedicion en Elizondo, se dió la de Miñano
con el general Córdoba en diez y seis de abril ,
en Ilamondengui , Puyu , Ayete , con Evans en
cinco de mayo, y en la Garralda con Iriarte en
diez y seis del mismo. La noticia de que en Ja
ca se habian pasado por las armas en el dia
diez de junio á once gefes nuestros que venían
de Cataluña, entre ellos á Torres, Sans y Mon-
biola, vino á turbar el placer que esperimentá-
bamos con la confianza de ver cumplidos cuan
to antes nuestros deseos, empezar la guerra
bajo unos auspicios mas razonables, y evitar de
este modo la efusion de sangre inocente , que
siempre es el contrapeso en el prestigio que debe
adquirir cualquiera de los partidos en las guer
ras civiles , mayormente en la nuestra á la que
261
propiamente hablando podia darse el nombre
de guerra de principios, mas que de personas;
proporcionando por lo mismo todas las garan
tías posibles á los pueblos que á mas de sumi
nistrarnos gente y dinero , sobre ellos versaban
toda especie de calamidades.
Resolviose finalmente enviar una fuerte es-
pedicion que recorriendo las provincias pudie
se proporcionarse recursos , y alijerar el horri
ble peso que gravitaba sobre unos mismos ha
bitantes, que tres años hacia que no habian co
nocido el reposo , mientras que otra espedicion
menos considerable se dirigiría al interior con
el mismo objeto. Encargose la primera al
mando del brigadier Gomez, yendo de subalter
nos Arroyo, Villalobos, Marques de la Bóve
da, Conde Sylbeira, y Piñeiro conduciendo bajo
sus órdenes un número aprocsimativo de siete
mil hombres escasos con cuatrocientos caballos
sin ninguna pieza de artillería. La segunda com
puesta de mil quinientos hombres marchó á las
órdenes inmediatas de Batanero y de Basilio
García. El primero de julio fué el dia señalado
para que la de Gomez saliera de las provincias
vascas, con direccion á Asturias. Langara de
bia marchar con ella, le acompañé hasta las
Encartaciones , y allí me despedí porque supe
que el objeto de Gomez era fingir intencion de
penetrar en Castilla para contramarchar y dar
en su consecuencia un golpe de mano sobre
Oviedo. El enemigo envió fuertes colunas á su
262
persecucion mandadas por los generales Manso,
Latre y Espartero capaces de escarmentar á
Gome/ en una espedicion tan arriesgada como
conveniente en aquella sazon á las provincias
Vasconavarras, y en general á la causa de Car
los. En diez de julio salió Batanero y Basilio
con la suya vadeando el Ebro , y dirigiéndose
con tal velocidad hácia el interior, que pareció
á las ecsalaciones que á veces observamos en la
admósfera creyéndonos el curso de alguna es
trella, 6 una señal del cielo, lo que no es otra
cosa que una ecsalacion que no denota mas que
la brevedad de la vida , y el imprevisto tránsito
á la eternidad.
Volví á incorporarme con mi batallon que se
encontraba en Hernani, pueblo de Guipúzcoa,
y punto céntrico de la línea que teníamos en
tonces frente de san Sebastian. Precisamente
tuve que pasar por el lugar de Alegría en don
de tuvimos la accion del veinte y seis de octu
bre en el año treinta y cuatro para mí tan ter
rible como saludable. Aquellos fúnebres campos
regados con la sangre de tantos centenares de
valientes, solo presentan á la vista objetos de
horror, de miedo y de venganza, rojizos co
mo la misma sangre y al parecer estériles pa
gan con bastante usura los trabajos que el dili
gente vizcaíno pone para cultivarlos. En su pai
saje enteramente cortado por todos lados no se
ven mas que peñascos, altas cimas y profundos
valles, creciendo en medio de esta soledad em
263
belesadora inmensos bosques con cierta mono
tonía la mas agradable. Aun reconocí á lo léjos
la posicion que tuve que defender, y en la que
recibí mis profundas heridas al lado de mis com
pañeros , tal vez mas felices que yo si sus he
roicos esfuerzos reportaron para su alma la pal
ma de los cielos. Lapresse se presentó á mi
imaginacion á cada paso , á cada momento me
pareció ver al pie de aquellas malezas ó al
hueco de una peña al hombre mas bondado
so, mas amable, mas humilde y caritativo, al
noble francés Lapresse , á mi sincero amigo y
libertador, que paciendo sus ganados, ó con
templando los prodigios del Omnipotente , llo
raba á su vista las locuras de su vida errante y
criminal. Por un esfuerzo mas que humano me
propuse dejar aquellos lugares olvidándome del
nuevo Pablo. Pero mi corazon agradecido, y
deudo á tantos beneficios no debia satisfacerlos
con semejante ingratitud. Me determiné pues
de encaramarme por aquellas escarpadas mon
tañas, buscar la cueva en donde aprendí las
lecciones mas tiernas y divinas del anciano soli
tario. Pero todo en vano; volví la vista al rede
dor de aquellos bosques, y solo la soledad pare
ció responder á mis temores ; sin embargo vi á
un hombre tendido al pie de un árbol centena
rio , al parecer como que entonase un himno al
Eterno , ó en actitud de suplicante. Creyendo
«jue aquel seria el objeto de mis ansias, me di
rigí al punto hacia él sin ser visto , y apenas
264
hube avanzado algunos pasos percibí los débiles
acentos de su dulce voz , fui acercándome , co
nocí que aquel hombre no era el hermitaño
Lapresse; pero deseoso de descubrir el misterio,
me escondí al dorso de una roca aislada seme
jante al Dolmin con que los Galos señalaban los
sepulcros de los guerreros , la que se encontra
ba muy cerca del lugar que ocupaba aquel hom
bre, y desde cuyo punto podia entender fácil
mente el eco de sus lamentos.
Sorprendido al encanto de su voz , no tarda
ron las lágrimas á ser el fruto de mis curiosi
dades; aquel venerable mortal lloraba la pre
matura muerte de Lapresse , como el grande
Antonio lloraba la de Pablo el hermitaño. ¡Qué
dolor y qué sentimiento demostraban estas pa
labras que articuladas con ternura sin igual,
parecían arrebatadas de 'su desgajado corazon .

Peñas desiertas, del Egipto duras,


Tristes arenas, bosque dilatado,
Que del gran Pablo goces y amarguras
El eco disteis, mientras obcecado
Un pueblo insano en medio de locuras
Se divertía como embriagado ,
Dando la muerte cruel al cristiano,
Al placer torpe de su vil tirano.
Y del Vesubio, Esmirna y del Carmelo
Montes y cimas de África y Armenos,
¿Sois de Tebaida digno paralelo?
¿O á su modelo se tendrán por menos
Los Alpes fieros, como nuestro suelo
Víctima triste de los Sarracenos ?
26o
¿liaran sus glorias mudas las virtudes,
Las voces mudas, mudos los laudes?
\
Mas las virtudes como la memoria ,
De Dios son puras obras inmortales,
Asi los lauros de Lapresse y gloria
Jamás marchitos los tendrán anales,
Que al bronce duro suele la historia,
Grabar con letras cuando los mortales
Dejan placeres y las pasiones ,
Volando luego en pos de las razones.
Si de este mundo muerte prematura
Llevaros quiso con soberbio paso,
Entre los bosques, entre la espesura
De opacos montes su debido ocaso
A las pasiones disteis. De ventura
Que tanto , os quiso vos no hicisteis caso,
Buscasteis solo á Dios con firme anhelo,
A los postreros dando así modelo.
Nada quisisteis de Rousseau inhumano,
Que el orden supo herir su mano diestra
Con sns errores , que jamás en vano
Fué predicando. De la vida nuestra
Ese perverso monstruo, tirano
Que sus intentos ( como lo demuestra )
Derramar fueron sangre preciosa
Con su gran pluma vil, maliciosa.
Cual voraz fuego en que desaparecen
Todas las cosas, y entre las ruinas
Sus espantosas llamas resplandecen ;
Mas perniciosas fueron las doctrinas
De sus escritos... en los que fenecen
La moral misma, y otras mas divinas
Con el vil gusto de novarlo todo,
Dando la muerte al pueblo de este modo.
200
Ora cristiano, y ora ya deísta
La culta Roma, ó la Ginebra impura
Cun sus conatos turba, ya sofista
Al orbe todo tan audaz apura
Que grande estatua quiere, y á la vista
Del pueblo necio lleno de locnra
Dio tan terrible, en su vejez, escena
Que el pueblo mismo vino á su cadena.
Si el error grave, con dejar la infancia ,
De Foltaire como el Dios de la armonía
Vos abrazasteis ; con horror en Francia
A muchos miles seducido había
Que le pusieron dándole importancia
Bella corona que no merecía.
Pero su astucia pronto conocida
Mudar os hizo el plan de vuestra vida.
i No mas errores !... solo sí desiertos !
¡Jamás problemas de libertad (1) pura !
¡Jamás iguales! ¡vanos desaciertos!
¡Impiedad nunca! ¡ lejos impostura !
De paz dichosa fueron los asertos
Que el alma vuestra quiso con ternura;
Que el Cielo mismo por su gran potencia
De vuestra vida tuvo sí clemencia.
No fenecisteis ser de los mortales ,
Sino que en alas de virtud y gloria
Feliz volasteis á las celestiales
Moradas ciertas ¡dicha no ilusoria!
Mas sí dejasteis, entre matorrales
Vuestro gran cuerpo , cual de la victoria
Descansa quieto bajo la muralla
Que al enemigo toma en la batalla.

(I) Entiende licencia.


267
Adiós Lapresse , cierta y fiel pintura
De todo cuanto en esta tierra el hombre
Esperar puede, si su gran locura
.lamas le quita de verdad el nombre,
Úname siempre Dios á tu ventura
Y tu epitafio la vileza asombre.
Yace Laprqsse Juan el cristiano ,
El penitente, sabioy hermilano.

Miraba yo aquella escena abismado, sorpren


dido y confuso : la variedad , el gusto y la ma
teria con que aquel hombre revelaba sus senti
mientos repetidos siete veces por el eco de las
peñas que circuyen la vasta soledad, aumenta
ban mi desazon. Apenas hubo concluido las úl
timas palabras de su lúgubre canto, un llanto
indecible reemplazó los acentos de su melodiosa
Voz , y como que quisiera poner fin á sus pe
sares hacia con violencia ciertas acciones muy
parecidas á la desesperacion ; tal era la fuerza
del dolor que dominaba su espíritu. Al cabo de
un rato bajándose hasta el pavimento, observé
que desaparecía volviendo á salir con mucha
precipitacion , esto lo repitió por tres veces hi
riendo otras tantas el tronco del árbol con una
azada, profiriendo al parecer palabras proféti-
cas ó misteriosas que no denotaban mas que el
calor de su terrible afliccion, y que no pude
comprehender. Vuelto hácia el oriente como
que aguardara una señal del cíelo se hincó in
mediatamente de rodillas, recitó algunas ora
ciones, y besando respetuosamente la tierra, to
268
mó un puñado de ella, y la esparció con ligereza
por el viento. «Con igual velocidad pasan los dias
del hombre» dijo con una voz fuerte, pero algo
trémula. Fijando la vista en el boqueron en que
por tres veces se habia metido , abierto al pie
de aquel árbol abuelo de las soledades, se ació
con un bulto que yo aun no habia advertido , y
arrastrándolo hácia sí con suavidad volvió á en
trar en aquel misterioso hoyo. Pasaron algunos
instantes sin que volviera á comparecer , teme
roso yo de algun fatal accidente iba á descubrir
el secreto, y en el momento en que me prepa
raba para el caso oí un profundo gemido, y
aquel hombre saliendo de las entrañas de la
tierra tomó la azada , y se puso á rellenar el
hoyo terrible. Fluctuando yo, señores, no creí
hasta aquel instante que el bulto seria sin duda
el cadáver de Lapresse , y que aquel hombre á
imitacion de Antonio acaba de prestarle los úl
timos homenajes. Por fin, hize un poco de rui
do á fin, de no sorprender la bondad del solita
rio , salí de aquellas rocas y me dirigí con disi
mulo hácia él, como que no hubiese sido espec
tador de aquel misterio que acababa de presen
ciar. «Dios os guarde hermano, le dije ¿me da
ríais razon del hermitaño Juan que vivia á la
otra parte de estos bosques ? » « Guerrero , me
respondió con los ojos anegados en lágrimas,
el Cielo os sea propicio; buscais á un hom
bre justo, tomad pues el camino de las virtudes
y lo encontrareis en la mansion de las delicias
269
eternas. ¡ Ah ! hijo mio ; Juan no ecsiste ya, su
cuerpo yace- bajo esa tierra movediza. Ayer se
apartó de mi presencia pidiéndome que le diese
sepultura en el lugar mismo en que feneciese,
yo se lo prométí, y esta mañana apenas rayaba
el alba he oido un suspiro semejante al dulce
silbido de un céfiro sutil ; convencido de que era
el postrero de Lapresse me he levantado y he
bendecido al Señor. He ido inmediatamente á
la cueva del santo hermitaño, las puertas esta
ban abiertas enteramente, y su ganado disperso
por estos bosques ; sobrecojido de un temor re
ligioso he recorrido todas estas cimas buscando
á mi dueño : cuando heos aquí que bajo ese
mismo árbol he visto á Juan puesto de rodillas
con la cabeza levantada y los brazos estendidos
hácia el cielo, sus ojos fijos en el oriente daban
á su blanca tez una dulzura admirable, y ba
jando del cielo un rayo de luz purísima sobre
su cuerpo lo volvía resplandeciente de pies á
cabeza. Parecía aun que estaba orando, y no
ecsistia ya. Como el viejo Fénix que prepara él
mismo la hoguera y entre melodiosos concier
tos enciende los troncos secos cuya llama debe
devorarle; de esta manera llevó Juan su azada,
y aun mas ha principiado el hoyo en que al
parecer ha querido que le enterrase. » Así me
contó aquel hombre que habia sucedido la muer
te del anacoreta Juan mi libertador, mis indig
nas lágrimas humedeciendo la tierra que debia
guardar los restos de un varon justo, y saludan
270
do amorosamente á mi interlocutor , heredero
presuntivo de aquellas soledades, me fui á
reunirme con mis soldados. Pusímonos en ca
mino; en todo lo restante del dia no pude bor
rar de mi imaginacion la memoria de Lapresse,
las palabras de aquel mortal que al parecer sa
bia seguir perfectamente las virtudes de su san
to antecesor : llegámos á pernoctar en Tolosa
en cuyo punto nos detuvimos algunos dias : el
cuartel real se encontraba en Oñate, y debia
moverse á no tardar trasladándose á Estella,
punto céntrico de nuestras combinaciones,
Al amanecer del diez, si mal no me acuerdo,
el canon anunció á los vascos el eco de alguna
novedad importante. Pronto la gente del cam
po voló á la ciudad , y las calles se llenaron de
un gentío inmenso: el anhelo de saber un triun
fo decisivo les obligó á tal estremo de entusias
mo. La entrada de la espedicion de Gomez en
Oviedo capital de Asturias verificada el seis á
las diez horas de la mañana fué la noticia ofi
cial. Cada cual hacia sus comentarios, y el que
juzgaba esta noticia por menos iuteresante , la
consideraba como un hecho de armas positi
vo y de un peso bastante regular para ejercer
influencia en la fuerza moral en aumento del
prestigio que era muy necesario adquiriera la
tal espedicion al principio de sus correrías para
robustecerse en lo físico , volviéndola fuerte á
Jos ojos de los pueblos y de sus contrarios. No
pasaron muchos dias que se supo la evacuacion
271
de Oviedo ; é inmediatamente despues la entra
da en Santiago capital de Galicia en el diez y
siete del mismo julio, y su salida al veinte á las
dos de la tarde. Estos hechos, señores, á mi
modo de entender eran de un valor grande
pues que como llevámos dicho ganaba la fuer
za moral , se robustecía la física, y de tal modo
que el aumento de recursos era tan notorio que
equivalía á todos los empréstitos , se aumenta
ba el cuerpo espedicionario y se escogía lo me
jor del país siguiendo la ley de la guerra que
tiene mas de bárbara, que de humana. Por fin
Gomez hasta aquí feliz burló á sus perseguido
res limitándose las acciones en meras escara
muzas.
Unido con mi batallon en Hernani pasé al
gun tiempo en la línea frente de san Sebastian
sostuviendo en el dia primero de agosto en las
posiciones fuertes de Amezañaga y Astigarraga
una accion bastante reñida, despues de esta ac
cion pasé á Fuenterrabia y vuelto á mi primer
destino recibimos la estrepitosa noticia de que
en Cadiz se habia dado el grito de viva la cons
titucion del año doce en veinte y nueve de ju
lio, erigiendo una junta gobernativa, mientras
que Maria Cristina aprobase dicho pronuncia
miento; que lo mismo se hizo en Jerez, Sevilla,
Granada, Zaragoza, Valencia, Málaga, Barce
lona, Vitoria, Burgos, y generalmente hablan
do en todos los puntos mas notables de la mo
narquía, añadiéndose que tambien se habia
272
proclamado en Madrid , y que Cristina la habia
jurado en la Granja, en vista de una comision
de sargentos que se le presentaron a] intento:
el hecho se contó de mil maneras, sieudo el
mas creíble el que os voy á esplicar con pocas
palabras. « Madrid se habia declarado en esta
do de sitio por razon de los temores que se te
nían de que se alterase el orden como en los
demas puntos. Era el doce de agosto , parte del
pueblo estaba en espectacion , y parte en com
pleta fermentacion y descontento en vista de
los bandos dados por el general Quesada. Cris
tina se encontraba en san Ildefonso con alguna
porcion de tropa : entre esta no faltaban quie
nes iban disponiendo los ánimos para conseguir
el objeto, que de otra manera no se habría lo
grado, por fin en Madrid no se dudaba del he
cho, se aguardaba lo que la Reyna decretara en
su resultancia. En el dia trece la tardanza del
parte de la Granja llamó de nuevo la atencion
del público, y aunque nadie podia sospechar lo
que habia sucedido, se rpcelabasin embargo al
gun suceso estraordinario. Llegó por último la
correspondencia á las tres y media de la tarde,
diez horas mas tarde de lo ordinario; sabiéndo
se luego por las cartas que Cristina habia fir
mado un decreto restableciendo la constitucion
de mil ocho cientos doce, y que las tropas la
habían jurado. El hecho parece que fué de es
te modo.
A las diez de la noche del propio dia doce la
273
tropa que estaba acuartelada extramuros em
pezó á vitorear á la Constitucion , se abrieron
las puertas esparciéndose todos los soldados por
las calles continuando con sus vivas , mientras
que una comision compuesta de sargentos se
dirigía al palacio de Cristina : los guardias que
rían cerrar las puertas, pero esta Señora se
opuso diciendo que queria por sí misma ente
rarse de lo que querían sus soldados. Subió en
efecto la comision á palacio, y un sargento pri
mero tomando la palabra dijo con estraordina-
ria firmeza á la Reyna ; que no se aquietarían
las tropas hasta que S. M. tuviese á bien jurar
la constitucion que se les habia prometido en
los campos de Navarra. Cristina les hizo algu
nas reflecsiones, pero no pudiendo tal vez des
preocuparles, firmó el decreto á las tres de la
mañana comunicándose la órden á las cuatro
para que toda la tropa jurara la constitucion.
Estas noticias produjeron una viva sensacion en
los ánimos de la mayoría de los habitantes de
Madrid , particularmente en los ex-guardia na
cionales; sin embargo en la noche del trece no
hubo mas que algunas manifestaciones privadas
del descontento general. . . 'i.
No fue así en la mañana del catorce, la gente
que estaba por las calles, especialmente la que
ocupaba los tres puntos de Puerta del Sol, Pla
za de santo Domingo y plazuela de la Cebada
demostraba su crecida inquietud por el mister
rioso silencio que se guardaba acerca los dichos
18
274
acontecimientos de la Granja. Un grito de vi
va la constitucion que salió en medio de un
grupo de los que estaban en la Puerta del Sol,
y que fué aplaudido por los concurrentes, fué
tambien la señal de que iban á empezarse las
desgracias que se siguieron ; porque Quesada
oponiéndose á este pronunciamiento no podia
dejar de haberlas atendida la decision que se
notaba en favor de este código. En el día quin
ce fue depuesto Quesada y sustituido por Seoa-
ne; el ministerio Istúriz hizo dimision, nombró
se Calatrava, envióse un estraordir.ario á las
provincias del norte con la orden de Cristina
para que el general Córdoba entregase el man
do del ejército á Espartero , siguiéndose á este
un sin fin de apeos. Quesada fué víctima de sus
adversarios, porque en diez y seis huyendo ocul
tamente fué conocido y asesinado.
. Heos aquí un relato circunstanciado de los
movimientos principales que tuvieron lugar en
Madrid y la Granja durante los cinco dias del
doce al diez y seis inclusive. Al recibir Córdo
ba su destitucion con la nueva de todo lo suce-
cido se marchó á paso listo á la vecina Francia,
quedando Sarsíield nombrado gefe de las fuer
zas enemigas que se insubordinaron, como era
mqy regular, faltando las pagas y el concierto
entre los gefes que las mandaban. Nosotros si
bien hicimos algunos adelantos ensanchando
nuestras líneas, aumentando el ejército con
los pasados ; no cogimos todo el precioso fru-
275
to que se nos presentaba; si Zumalacarre-
gui hubiese podido echar mano de tan pre
ciosos elementos, y tan bellas circunstancias hu
biesen secundado sus planes, habría en esta oca
sion llevado sus conquistas mas allá del Troca-
dero. Mientras esto sucedía, Gomez se dirigía á
reunirse con Basilio que se encontraba en Cas
tilla. Envió el botin que llevaba á las provin
cias , despues de varias escaramuzas que tuvie
ron en Boca de Huérfano , Bontaniella , Pedre
sa y Villa Olmo. Entró en algunas poblaciones
notables del rey no de Leon y Castilla, compa
reciendo en su union con García sobre el camino
de Madrid en veinte y seis de agosto.
Castor Andechaga en veinte y siete del mis
mo mes tuvo una accion en el Valle de Car
ranza cogiendo á Laplana, gefe que mandaba á
las fuerzas contrarias. Basilio volvió otra vez á
las provincias habiendo dejado á Gomez que se
dirigía hácia Cuenca á reunirse con Cabrera,
despues de las reñidas acciones que acaecieron
en Jadraquey Biruega dadas en treinta y uno
del mismo. Todo lo ocurrido en el mes de se
tiembre fué insignificante; murió el conde Vi-
llemur gefe superior del arma de caballería.
Tuviéronse varías juntas, resolviéndose en una
de ellas poner el cerco á Bilbao, tal vez no tan
to con el objeto de ganar la plaza , como para
llamar la atencion de las numerosas tropas que
se dirigían á escarmentar y aniquilar á Gomez
que se decía que había entrado en Córdoba. Por
276
fin se hacian á toda prisa los preparativos para
el sitio que debia ponerse á no tardar; mi bata
llon debia marchar al efecto sobre Durango en
el primero de octubre; pero en este mismo dia
sostuvimos un terrible combate frente san Se
bastian, siendo justa razon porque no pude
cumplir con la orden hasta el tres. Llegué en
Durango al anochecer del cinco , cuando habia
salido ya todo el material para el sitio. Recibí la
orden para apostarme en Zomosa y lo efectué
al momento.
Púsose el cerco en siete de octubre bajo la
direccion de los generales Eguía, Montenegro y
Zaraza, principiáronse las hostilidades arroján
dose balas de todos calibres y proyectiles de to
da especie; pero la constancia y valor de los si
tiados hizo que en veinte y cinco de octubre no
habian caidq en nuestro poder mas que los fuer
tes de san Agustín y Mallona despues de una
pérdida bastante considerable por nuestra par
te , teniendo que lamentar la muerte de Callao
general portugues, y la herida que recibió Mon
tenegro. Por fin, en el primero de noviembre
tuvo nuestro ejército que desistir de su empre
sa obligado á levantar el sitio , si bien momen
táneamente , porque en siete del mismo se. vol
vió al ataque con nuevas fuerzas y mayor en
carnizamiento. En el dia catorce habíamos he
cho á los sitiados sietecientos prisioneros y to
mado once piezas de artillería, cincuenta mil
cartuchos con los fuertes de Banderas, Capu
277
chinos, san Mames, Santuces, Luchaua Bur-
cefla y algun otro, estrechando cada dia mas a
Jos sitiados, que defendían heroicamente sus po
siciones. Nosotros estábamos convencidos ente
ramente de que Bilbao no podia hacer una lar
ga resistencia , es decir que no podia dejar de
sucumbir al rigor de nuestras armas. Por otra
parte sabíamos que Espartero reunía sus nume
rosas tropas en Portugaletepara dejarse caer en
la ocasion mas favorable sobre nosotros; sin
embargo la empresa le era muy arriesgada, y por
lo mismo despreciábamos algun tanto estos te
mores. Los sitiados se batian aun con decision,
cuando recibimos aviso de que Espartero habia
resuelto atacarnos, y que habia dado ya la ór-
den para moverse sobre Bilbao. En aquella sa
zon habia llegado Gomez con fuerzas considera
bles de vuelta de su larga espedicion ; llamado
para apoyar las operaciones que debían practi
carse se le encargó una de las posiciones mas ar
riesgadas , comprometiendo en cierto modo las
glorias que habia adquirido en la correría que
acababa de hacer paseándose con un puñado de
voluntarios por toda España , acreditando cier
ta pericia que ningun otro general la habría
probado con mejor argumento. Apareció Es
partero en vista de Bilbao á la derecha del Ner-
vion, si no me engaño era el seis de diciembre,
diose principio á las acciones y alarmas que tu
vieron lugar hasta que creyendo tal vez Espar
tero que los sitiados se encontraban en críti
278
ca posicion , ó queriendo aprovecharse no solo
de la marea ó flujo que acostumbra hacer na
vegable al rio Durango hasta los muros de Bil
bao, como tambien de la grande y horrible
tempestad que hacia; lo cierto es que atacó con
denuedo á nuestras baterías con grave esposicion
de su causa y persona, logrando en medio del
horror apoderarse de Luchana y penetrar á la
villa, por supuesto victorioso despues de una
pérdida incalculable.
Heos aquí en parte frustrados nuestros pla
nes, tuvimos que levantar otra vez el cerco
concluyendo de esta manera el año mil ocho
cientos treinta y seis.

FIN DEL LIBRO IX.


Continua la narracion. Ataque de
la linea Carlista frente de san Se
bastian, delrun. de Fuenterrabla y
de Hernanl. Varios sucesos. Bendi
cion de dichos puntos. Espedlcion de
D. Carlosi Aventuras de la espedl-
clon. Insubordinacion en Hernanl.
Espedlcion Zarlategul. Insubordina
ciones en varios puntos, acciones,
«ucesos. Vuelta de la espedlcion de
Carlos a las provincias. Descontento.
Relación de varios becbos. Marcha
Avertano al castillo de Guevara en
calidad de Gobernador Interino. Cas
tillo de Guevara.
ai®m® ra.

Jja pérdida señores que el enemigo experi


mentó en aquellas terribles jornadas fue incal
culable; sin embargo su fuerza moral regada
con tan precioso abono, con la sangre de tan
tos valientes, defensores y auxiliares cobró al
gun tanto de lozanía, haciendo orientar en la
causa de la libertad un gefe valiente y entusias
ta, de un genio particular, digno y eapaz por
cierto de constituirse la esperanza de su par
tido. No despreció Espartero la palma que aca
baba de arrebatarnos á pura fuerza, mandó ata
car á nuestra línea; que teníamos en frente san
Sebastian, y ocupar en seguida Hernani , Irun
282
y Fuenterrabia, cosa que pareció muy fácil en
vista de los síntomas de descontento que entre
nosotros se observaba. Porque ese partido que
existia entre nosotros y que jamás cesó da in
trigar, aprovechándose de la desgracia hizo re
caer la culpa de no haber aplastado al enemigo
antes de llegar á Bilbao sobre algunos provin
cianos que se batieron con honor, pagando ca
ra su decision y lealtad , muriendo algunos que
otramente no habrían escapado tampoco con el
tiempo de las astucias del enemigo casero.
Era el diea y seis de enero del año mil ocho
cientos treinta y siete. En Irun y Fuenterrabia
se hacían los preparativos para resistir el ataque;
mientras que nosotros con algunos batallones
reforzábamos la débil línea, que habiamos deja
do allí al poner el cerco á Bilbao. En quince
de marzo salieron de san Sebastian las tropas
enemigas; y en diez y seis invadieron nuestra
línea teniendo lugar una accion terrible y san
grienta en las sierras de Oriamendi y venta de
Hernani. El enemigo habia combinado muy bien
sus planes , Sarsfield debia ¡salir de Pamplona
y operar á nuestra retaguardia , encogiéndonos
entre dos fuegos mientras que Espartero haria
lo propio por la parte de Durango , Herinna y
Elgoybar , pudiendo con bastante probabilidad
desbaratarnos completamente. Pero por nues
tra suerte la tal combinacion no surtió sus efec
tos ; se anticipó la accion de Oriamendi y venta
de Hernani, y como que de la tal accion salie-
283
ron nuestras tropas con algunas ventajas, pudi
mos contrarestar con las mismas á las de Sars-
íield , que se engolfaban por las encrespadas ci
mas de Lecumberri. El enemigo, si bien por un
momento desistió de sus ataques , si bien retro
cedió á sus cantones, no abandonó jamas la
idea de apoderarse de dichos puntos de nuestra
línea. A nosotros nos era muy sensible que to
dos nuestros contrarios se agolpasen en un mis
mo punto, en donde cualquiera operacion mili
tar nos era perjudicial, porque el descuido en
aquella parte nos era mas ventajoso.
Nuestro ejército se puso en breve bajo un
pie tal cual respetable: despues del sitio de Bil
bao se le habia dado nueva organizacion, distri
buyendo todas las fuerzas en seis divisiones fuer
tes, mandadas por gefes valientes , conducidos
todos por D. Sebastian como á gefe superior,
siendo sus ayudantes Villareal, conde de Made
ra, de Metara de Lis, Booj de Waldech, y
Merry. El gefe del estado mayor era el tenien
te general Moreno , secretario Elio, y sus ayu
dantes Urbistondo , Vasga , Abelda , Francisco
Cabañes , Hidalgo Cisneros, y Gabriel de Yesu,
Puente, y Arzona comandantes de la artillería y
José Cabanes de ingenieros. La dicha accion de
Hernani fué dirigida por D. Sebastian; y á buen
seguro que la subordinacion con la nueva or
ganizacion insinuada fué la que nos privó de un
golpe fatal, que infaliblemente debian recibir
nuestras armas.
284
Yo continué en la línea de Hernani con mi
batallon. Langara, mi amigo fué tambien desti
nado á este punto , de modo que parecía que
la Providencia nos hacia encontrar juntos en
medio de las desgracias, y gozando de la amis
tad que nos hizo criminales en medio de las
delicias de la corte, nos hacia entrever con
esta casualidad el justo y prolongado castigo de
nuestros desórdenes. ¿Cuántas noches pasába
mos en las avanzadas del ejército, ya en medio
de la nieve y escarchas , ya gozando de la be
nignidad de la admósfera de la primavera, con
versando sobre nuestros males pasados, presen
tes y futuros? j Ah ! si las obligaciones de nues
tro estado, ó mejor si el rumor de la guerra
distraían muchas veces el eco trágico y secreto
de nuestras conciencias, otras muchas el inter
medio del ocio nos volvía á un triste abatimien
to, como que viésemos dibujada la mano de
Baltasar, que nos señalase el órbita de nuestros
días. ¿Estrañareis sin duda el porque no tomá-
mos una resolucion , para salir de los angores
de aquel estado? Advertid quo el sentimiento
que ahora para mí es tan grande, no lo erame
nos en aquella ocasion ; sin embargo el roce de
las armas no dejaba lugar para combinar las
necesidades del espíritu; cuando aquel á dura
fuerza exalta las pasiones y convence á la ima
ginacion con ideas anticipadas ó atrevidas, vol
viendo al hombre que sufre tamaña desgracia ó
impío ó indiferente; y cuando menos puede
285
llamarse defensor de la tolerancia criminal. Es
ta circunstancia nos era bien conocida , porque
á nosotros pocas cosas podían presentársenos
bajo carácter de novedad. Teníamos por lo mis
mo la vanidad, que por lo comun tiene el que
ha viajado mucho , porque ha conocido diferen
tes idiomas y opuestas costumbres; teníamos
digo una vanidad igual , porque nuestra espe-
riencia habia analizado las ideas, conocíamos el
Fedticido número de hombres de bien y veíamos
que el número de los hipócritas competía ya
con el número de los impíos. Si tantas veces
algun hecho grave nos hizo volver los ojos hácia
nuestras almas, imputadlo solo á la bondad y
justicia de nuestra Religion; y por lo mismo co
mo un secreto designio del cielo, que velaba
manifiestamente para nosotros para nuestra sal
vacion, que solo la misericordia de un Dios era
capaz de concederla.
Aquí se interrumpió Avertano, y se enjugó
alguna lágrima, que la memoria de pasados re
cuerdos le hizo saltar de sus párpados. Conti
nuó al momento : con tan felices resultados, con
tan terribles desengaños, con tan escelentes
inspiraciones y con tan profundos conocimien
tos , podíamos no hay duda entrar en el com
plemento de la única realidad que existe : po
díamos abandonar todo lo que proporciona el
mundo como una ilusion , que la mas durade
ra nace con los ardores del sol y fenece con la
humedad de la noche. No necesitábamos ma ,
286
lecciones para aprender la verdad. Despues de
haber recorrido todas las páginas de estos libros,
que escogidos para regenerar, han sumido al
mundo en la desgracia, despues de haber adop
tado sus doctrinas y seguido sus mácsimas, con
fesamos la Religion de nuestros Padres como la
única verdad. No nos condució el fanatismo ni
preocupacion , nos guió la conviccion , porque
esa religion santa nos vino á buscar en medio de
la desgracia en que nuestros errores nos habían
metido. La conocimos, la jurámos. Tengo que
deciros la verdad, jamás esperimenté momen
tos de mas delicia y de mas sosiego que cuan
do las lágrimas me hacían conocer la nulidad
de mis errores , obligándome á volver los ojos
hácia esa religion , que con una mano enjugaba
mi llanto con la esperanza, y con la otra me se
ñalaba el pronto alivio en mis males con la re
signacion. ¿Podré contaros dias mas felices que
v . los que pasé con el hermitaño Lapresse apacen
tando ganados? ¿Qué mácsima filosófica obligó
Á este hombre santo á ejercer la compasion y
amor con un desgraciado? Siempre me acorda
ré de lo que me dijo al despedirnos. Esperad,
traspasado de heridas en las malezas de Alegría,
y vereis si las ilusiones vendran á curaros y vol
veros la vida de la misma manera que la reli
gion santa lo ha verificado conduciendo mi ma
no.
¿ Qué debiámos hacer pues? Conocida la fal
sedad de las ideas del siglo, conocida la verdad,
287
nos reconciliámos con la religion , pero este he
roico acto debia producir sus consecuencias y las
habría producido infaliblemente, si el estrépito
de las armas no hubiese entibiado el justo arre
pentimiento de nuestros crímenes. La presencia
de un sinnúmero de hipócritas, que profesaban
la misma verdad que nosotros conociámos, y que
ellos la contradecían con toda suerte de hechos
ilícitos, detenia el progreso en nuestras almas ,
temiendo muchas veces que el dulce sentimien
to que esperimentábamos no fuese mas que
una demasía, marcada de fanatismo. ¿Pero de
biamos atender por ventura á las acciones agenas?
¿No teníamos ud código santo, no nos consta
ba el ejemplo de su dictador divino? Sin em
bargo demasiado débiles para eludir la fuerza
de las pasiones , no podiámos detestarlas del to
do, semejantes á un enfermo que ha escapado
de las garras de la muerte despues de una pro
longada enfermedad , que le queda por mucho
tiempo la debilidad y resabios de sus antiguos
males. ¡Cuantas veces la fingida bondad de cier
tos hombres fué el objeto de nuestras tristes
conversaciones, por el temor de que fuesen ellos
la causa de un muy probable contratiempo en
nuestros negociosl
Un cierto dia estábamos con Langara separa
dos de nuestro campamento una larga distan
cia, sentados en la cúspide de un montecillo
bastante elevado, rodeado de algunos árboles
cuasi secos , desde donde descubríamos á Pasa
ges , á san Sebastian con un largo trecho del
Golfo. Mi amigo estaba esplicándome la corre
ría que hizo con la espedicion de Gomez : car
gando el acento sobre algunos hechos en prue
ba de los corazones dañinos, que medraban en
tre nosotros. Ya os espliqué, me decia todo lo
acaecido hasta despues de la accion de Villar-
robledo , dada en veinte de setiembre. Si en los
campos de Ubeda sufrimos alguna pérdida de
consideracion, fué ocasionada, no hay duda,
por la dureza mas bien que por la impericie de
~ algunos oficiales; que envanecidos por ciertos
hechos particulares que tuvieron lugar en la ac
cion de Jadraque, y en varios otros puntos , en
donde la suerte nos fué mas favorable, despre
ciaron, digámoslo así, en aquella ocasion las acer
tadas disposiciones del gefe superior. Indignado
Gomez en vista de tamaño proceder iba á cas
tigar con todo el rigor de la ley á los culpables;
pero en aquella sazon no era prudente dividir
las fuerzas, y es así que se contentó con hacer
les manifiesto su crimen, con el castigo de que
eran merecedores. En este hecho, que á Gomez
podía atribuírsele una manifiesta cobardía , no
fue mas que portarse con sus enemigos nacien
tes como un caballero, quiso usar de la bondad
que le es característica ; pero esta misma bon
dad encendió los ánimos de los que se creyeron
ofendidos con la simple reprension, jurando
vengarse, pagando de esta manera la demasia
da lenidad de su gefe. No faltó quien dijera que
289
los traían vendidos, al ver que nos acercába
mos á la marina sin contar con un apoyo, y
cortados en la retirada por las inmensas tropas
que nos perseguían. Rodil, Alais, Espinosa, Bu
tron, San Martin y Quiroga cada cual con su
fuerte coluna iban arrinconándonos de tal ma
nera que á los ojos de nuestros voluntarios pa
recía inevitable un jaque y mata ; haciendo es
ta circunstancia mas creíbles los embustes que
todos los dias prodigaban los descontentos. Sin
embargo entrámosen Algecírasyen varios otros
puntos, colocándonos con mucha facilidad á la
retaguardia del enemigo, cuando á Gomez le
pareció necesario. Volvímonos hácia la provin
cia de Córdoba, y despues ,de mil marchas y
contramarchas, entrámos en la ciudad en el dia
primero de octubre; en cuyo punto permane
cimos tres dias , desocupándolo en el cuatro del
mismo mes. Almaden se rindió á nuestras ar
mas espedicionarias; recorrimos despues la ma
yor parte de las poblaciones de Estremadura,
y concluido el objeto de la espedicion nos vol
vimos otra vez á las provincias con un inmenso
botin.
Llegado que hubimos se confirió á Gomez el
título de conde de Almaden con el grado de
teniente general , ascendiéndonos al grado in
mediato á todos los demas oficiales. Todo esto
se hizo con justicia, en vista de las ventajas, en
vista del tesoro que llevábamos, de la pericie y
del sufrimiento del gefe y de los soldados. Aho
19
ra bien, Avertano i despues de un arrojo tan
grande , de compromisos tan terribles y de una
fidelidad tan celebrada , podia digo , despues de
tamañas premisas encontrarse á Gomez crimi
nal? ¿qué nacional le habría dicho traidor á la
causa de su Rey? Sin embargo vos habeis pre
senciado como yo, todo lo que ha sucedido
Los héroes ofendidos en los campos de Ubeda
habrían puesto en ejecucion la venganza jurada;
si así lo creyésemos seria ridiculizar al trono y á
sus directores; no puedo creerlo Avertano, otros
perversos habrán sorprendido la demasiada de
licadeza de nuestros gobernantes.» Así concluyó
Dionisio la breve relacion de su viaje. Conti-
nuámos hablando del triste cuadro que presen
taba la España ; admirábamos los progresos que
hacian las fuerzas de Cabrera , y lamentábamos
lo sucedido en Cataluña al encargarse Maroto
del mando de los sublevados. Esta ventura nos
dió argumento á muchas conversaciones. Dioni
sio Langara conocía de cerca á este sujeto , y
si bien no le imputaba á malicia la muerte de
Ortafá , del hijo de Estrauch y algunos otros ,
no podia dejar de imputárselo á su ignorancia.
La noche iba á imponer silencio en los valles,
con su dulce brisa iba meciendo á un tiempo
las ramas de los árboles y las hojas mas tier
nas de las hierbecillas que iban á encogerse
para recibir el rocío , lágrimas tiernas de una
viuda que siempre va en pos de su radiante es
poso , que acaba de fenecer. Nosotros nos res
tituímos al campamento.

\
201
Nos encontrábamos á mediados del mes de
abril, el enemigo hacia otra vez preparativos
para atacar á nuestra línea , mientras que en el
cuartel real se determinaba hacer una grande
espedicion , en la que se aseguraba iría el mis
mo D. Carlos. Efectivamente dicha espedicion
quedó resuelta , y al intento se iban escogien
do los batallones y escuadrones que debian com
ponerla, con los gefes que debian mandarla. El
enemigo no ignoraba los movimientos y los
planes de nuestros generales , que regularmen
te á la mayor parte de los gefes se nos oculta
ban y se nos presentaban bajo algun misterio ,
los sabia él muy bien como que tuviese voto
particular en las mismas asambleas. Enterado,
como digo , de que dicha espedicion iba cuanto
antes á ponerse en movimiento, determinó
apresurar el ataque al parecer con el objeto
de llamar la atencion en aquella parte.
Era el cuatro de mayo , presentose el enemi
go con fuerzas imponentes á vista de nuestro
campamento. Sabedores nosotros de su intento,
corrimos á las armas para defender nuestros re
ductos, preparándonos á una vigorosa resisten
cia, sin olvidarnos de que en diez y seis de
marzo reportámos immarcesibles lauros en las
mismas posiciones de Oriamendi, en que se
preparaba una segunda accion. Pero nosotros
contábamos en aquel entonces con menos fuer
za, cuando la enemiga era mucho mayor, por
lo mismo no fué estrago que en la segunda accion
292
surtiesen los resultados bien diferentes que en la
primera, pues que oprimidos tuvimos que
abandonar nuestras posiciones de Oriamendi y
quinta de Aguirre , despues de una resistencia
bastante regular. Ufanos los vencedores no de
sistieron un momento de su objeto , es decir no
perdieron el tiempo en pomposas combinacio
nes; nos atacaron en Hernani, desalojándonos
de esta poblacion con pérdida horrorosa , y sin
arredrarles dicha pérdida nos arrollaron tam
bien de Oyarzun y algunos otros puntos ; pre
parándose para atacar á Irun , cuyo punto les
presentaba mayores dificultades. Soroa, Gober
nador de esta poblacion habia entusiasmado á
sus soldados voluntarios con una alocucion fuer
te y sencilla , invitándoles á defenderse á todo
trance, prometiendo serles un compañero en la
defensa, y morir antes de cometer una cobar
día. Llegó el dia diez y seis de mayo, é Irun se
vió envuelta de un sinnúmero de ingleses y es
pañoles, con mas aparato quizá, que el que los
enemigos de Amberes llevaban para poner el
cerco á esa ciudad. Atacose la poblacion, y el
dia en que se probó el valor y honor de un
hombre hubo llegado en efecto. Qué hablen las
débiles tapias de Irun, qué publiquen las glorias
de un puñado de valientes, y si alguno de estos
sobrevivió á tan terrible jornada que haga jus
ticia á su gobernador Soroa Cayó Irun en
poder del enemigo triunfante. Mientras tales
apuros agitaban á los últimos puntos de nuestra
293
línea , D. Carlos haiia salido de Estella con la
espedicion , fingiendo vadear el Ebro y dírijir-
se á Castilla , amenazando á la capital con el
objeto de que el enemigo ocupase las tropas por
aquella parte , evitando un golpe muy fácil de
temer, logrando en su consecuencia apartarlos
del punto destinado para salir con mas facilidad
de las provincias.
Es necesario que os dé una idea al menos ge
neral de esta espedicion , porque ella fue uno
de aquellos hechos grandes, que influyeron en
la política que se siguió despues, y que dejó
bien marcadas las garantías de un viage sin ob
jeto á los ojos de la generalidad. Yo, señores,
no diré que así fuese , porque el secreto que
encerró jamas se ha publicado; sin embargo la
proclama de despedida que hizo Carlos, y las
conjeturas que pudimos hacer con la salida de
la espedicion de Zariategui , demuestran clara
mente el objeto de la tal espedicion. Esta se
componía de diez y seis batallones que hacían
el computo de diez mil sietecientos hombres,
bajo las inmediatas órdenes del infante D. Se
bastian, de Villarreal, Sopelana, Cuevillas y
Arroyo. La caballería mandada por Quílez, Ta
rín y Manolin , se componía de ocho escuadro
nes con el número de sietecientos treinta caba
llos. Debe añadirse ademas la numerosa comi
tiva que seguían ó acompañaban á Carlos: entre
los muchos solo puedo deciros que figuraban los
dichos D. Sebastian y Villarreal, Moreno , Ma
dera, príncipe Leinonski, Piñeiro, conde del
Prado, Merino, Zabala, los intendentes Zer-
pach y Freyre , Ariza y Morales , el general de
artillería Urrutia , los brigadieres García , mar
ques de la Bóveda, Lardizabal, Gabarre, Del-
pan y los hermanos Cabañes, con el tesorero
Labarga , Barraoz auditor , y los gobernadores
Barona, Aldabe, Geire, Pizarro y Osuna.
Salió la espedicion de Navarra en el dia diez
y ocho del mismo mayo ; contramarchando há-
cia el alto Aragon, entró en Huesca en el vein
te y tres. El enemigo con fuertes colunas se
decidió á la persecucion , deseando batirla ó es
carmentarla antes de que la presencia de Car
los no aumentara el poco prestigio que tenia
adquirido en las montañas. En efecto en veinte
y cuatro del mismo fue la espedicion alcanzada
en Huesca; trabose a'.lí un fuerte y reñido com
bate , en cuya sangrienta lucha el enemigo me
nos feliz por cierto , tuvo una pérdida conside
rable, teniendo que llorar las muertes de Iri-
barren, Conrad, Leon Navarrete y algun otro.
La espedicion sufrió tambien, aunque no de
mucho como el enemigo. En el siguiente veinte
y cinco se decidió la marcha hácia Cataluña,
determinando pasar el Cinca por la parte de
Barbastro , como se efectuó, queriendo el ene
migo al parecer oponerse á dicho vado aunque
con poca obstinacion. Mientras la espedicion
penetraba por las montañas catalanas, Fuen-
terrabia se rindió despues de poca resistencia á
295
los ingleses, cuando este punto fuerte y provis
to podia sostenerse y disputarse con valor ha
ciendo comprar cara aquella fortaleza , que á
ganarse podia poner al enemigo algunos cente
nares de soldados fuera de combate. Quedó la
línea de Hernani en poder del enemigo. Con
vencido de que unos sucesos tan desagradables
nos llevarían al completo descontento, probó en
veinte y nueve de mayo adelantarse por Urnie-
ta y Andoain hacia Tolosa; apenas le divisámos
desocupamos i Urnieta con el objeto de que
se internase , aguardándole en las posiciones de
Andoain para disputarle á todo trance sus ade
lantos. Una horrible vocería nos avisó de su lle
gada, á esto se siguió el tiroteo, formalizándose
en breves instantes la accion que fué bastante
reñida. El enemigo probó nuestra decision te
niendo que retirarse á sus primeras conquistas,
despues de haber perdido al general Gurrea
que murió traspasado con un balazo por la
frente.
Esto sucedía en Guipúzcoa , mientras los na
varros se batian con grande desventaja en Ca
taluña en los campos de Gra y Guisona. Esta ac
cion , señores, no puede negarse que fue bas
tante desastrosa, logró la caballería enemiga
dispersar á una porcion de navarros, y como
que no eran prácticos del terreno , fue motivo
poderoso para que se multiplicaran las víctimas.
Por fin la espedicion se replegó sobre Solsona,
ocupando D. Carlos la ciudad por espacio de
296
algunos dias, en cuyo punto se reunieron tam
bien las fuerzas catalanas con sus gefes respec
tivos el general Royo y la junta del Principado.
En aquella ocasion estaban los catalanes en su
estado mas floreciente. Royo habia introducido
algun tanto de disciplina, formando batallones
de una manada de hombres, que iban sin orden
ni concierto; y la ciudad que ocupaban en aquel
momento era una recien conquista de las últi
mas operaciones de este general. Pero como la
intriga no faltaba en parte alguna, como no
faltaban enemigos del orden y de la hombría de
bien, envidiosos) de todo lo del prójimo hasta
de su mismo, honor; se pintó á los.; ojos, de Car
los con negros, colores ¡a conducta de un bene
mérito gefe , á fin de que en vista de tales em
bustes, ó cuando menos niñerías tuviera ábien
separarle de la, comandancia , p¡oi)ie,ndx> en su
lugar á un sugeto de Acreditadas calidades. Ac
cedió Carlos á esjta demanda, como era de espe
rar; en breve Royo se vió depuesto y sustituido
por el brigadieE.D. Antonio :Ufbistondo. .
. La reunion de. tanta gente vactá en breve to
dos los acopios de víveres, que<, se tenían he
chos en la montaña; y. como,que el .hambre se
dejaba sentir con alguna fuerza , no solo entre
la clase de tropa, mas tambien entre todos los
habitantes, fue preciso mover el ejército, hacer
algunas correrías, y por. último pronunciar su
marcha hácia el reino de Valencia. Salió Carlos
de Solsona con toda su comitiva acompañado
297
de algunos personajes catalanes , dirigiéndose
con toda la espedicion hácia Mora de Ebro,
punto elegido para pasar dicho rio , ocupado ya
de antemano por las tropas de Cabrera. El ene
migo moviendo tambien su ejército, que forma
ba en línea guardando el llano de Barcelona,
como un galgo tras la liebre siguió de cerca la
pista de la espedicion , al parecer como que se
encargase de recoger á los rezagados y enjugar
las lágrimas de los pueblos , que á la salida de
la espedicion habian quedado sin víveres y sin
dinero , preparados á sufrir el rigor ó peso del
ejército destinado á la persecucion , tan escaso,
y aun mas que el primero , porque claro está
que este echaría mano de todo lo que nece
sitare á su paso, una de las tantas ventajas
que las guerras civiles proporcionan á los pue
blos , que por su paciencia tienen la desgracia
de fomentarlas. En el paso del Ebro la espedi
cion fue algun tanto molestada, sin embargo
no pudo impedírsele el paso; porque ni una ni
otra parte estaba decidida á sostener una accion.
Entró Garlos en el reino de Valencia, perma
neció allí algunos dias, recorriendo varios pun
tos militares, que Cabrera habia fortificado : li
mitándose á pasar revista general de todos los
voluntarios defensores , sin hacer ademan algu
no de hostilizar al enemigo ni en el campo , ni
en los muros de sus fortificaciones.
Habíamos llegado á los primeros de julio, no
sotros continuábamos en la línea de Urnieta
298
frente de Hernani, cuando en el cuatro oímos en
la misma poblacion de Hernani un fuego gra
neado sostenido con constancia bastante regular.
Si bien llamó nuestra atencion desde su princi
pio, no hicimos despues el menor caso creyen
do que el enemigo estaría tal vez ejercitando á
sus soldados. Esta presuncion, señores, quedó
al momento deshecha, porque se presentaron al
gunos desertores á nuestras avanzadas , trayen
do la noticia de que en Hernani las tropas ene
migas estaban en completa insubordinacion , y
que en el momento de marcharse habian los in
subordinados asesinado á un coronel ingles, y al
brigadier Rendon contándose algunas víctimas
mas que habian perecido en el furor de la re
friega. Nosotros adelantámos tres batallones so
bre Hernani con el objeto de observar al ene
migo y atacarlo en caso de ventaja, aunque fue
se en sus mismas posiciones ; pero esto no fue
posible, llegaron nuevas tropas en Hernani, lo
graron apaciguar los ánimos, y nosotros en vista
de la quietud que guardaba el enemigo, nos
contentámos con practicar un reconocimiento
¡sobre su línea , y volvernos inmediatamente á
Urnieta. Pocos dias despues supimos que entre
las tropas enemigas el descontento era general,
y que los hechos de Hernani se verían repre
sentados de la misma suerte ó que tendrían eco
á no tardar en varios otros puntos de las líneas,
que por una y otra parte sostenían. En lo res
tante de las provincias hasta en aquel entónces
299
no tuvieron lugar sino algunas escaramuzas po
co interesantes , siendo la mas formal la accion
que tuvimos en Urnieta en diez y ocho de julio,
en cuya accion obligamos al enemigo por segun
da vez á retroceder á Hernani, ó á sus normales
posiciones.
Entre tanto llegó á Estella acompañado de
un piquete de caballería un enviado de Carlos.
Si bien de su misión se guardó estrecho sigilo,
pudimos por medio de conjeturas vislumbrar al
guna probabilidad acerca nuestros anticipados
proyectos. Los efectos vinieron en confirmarlos;
pues que en veinte y uno de julio vimos salir en
direccion á Castilla la espedicion, que dias habia
estaba organizada bajo las órdenes de Zariate-
gui, Elio y Osma, en tal estado que solo se
aguardaba un aviso para ponerse al momento
en marcha. Langara que habia ido á Estella en
aquella ocasion, pudo hablar con dicho oficial
enviado, y enterarse del estado de la espedicion
y de los puntos que ocupaba la misma al ins
tante de separarse de ella. D. Carlos ocupaba á
Mirambel despues de haber recorrido varios
puntos, y los batallones espedicionarios estaban
distribuidos por los lugares vecinos. Apenas la
espedicion de Zariategui hubo penetrado inter
nándose en Castilla encontró en veinte y cua
tro en santa Cruz la division auxiliar portuguesa
enemiga mandada por el Baron Das-antas, con
la cual se trabó un combate , que á no termi
narlo la noche debia ser funesto á ambos par
300
tidos, tal era el ardor de los combatientes.
Las provincias gozaban de un sosiego mo
mentáneo, mientras mas de cuarenta mil guer
reros de ambos partidos , que todos trabajaban
de mucho tiempo á esta parte la miseria en que
el pueblo vasco navarro se veia sumido, habian
salido de sus montañas quedando á los simples
padres de familia la triste idea , y quizá mas fu
nesta que la miseria misma, de que sus hijos
llevando la guerra á otras provincias, les priven
del dulce consuelo de verles morir, 6 cuando
menos de que su sangre ofrecida en las aras de
su patria en defensa de sus fueros y libertades
se haga inútil rociando otras tierras quizá ingra
tas á tan precioso abono , que solo debia regar
y volver fecundo al árbol de Guernica, cuyo
robusto tronco las intrigas iban á derribar. Por
fin , Navarra sufrió un cambio terrible, notable
desde sus principios, y aun mas notable por sus
consecuencias. El Dios que no en vano sacude
los mares y que al eco de su voz hace girar esa
gran máquina al rededor del padre de los as
tros, de la misma manera que otra infinidad de
soles giqan al rededor de su Omnipotencia , hi
zo cesar el horror de la guerra en donde era su
teatro, haciendo lugar al horror de las conmocio
nes populares, para que esta misma lucha que
mirada con los ojos de la generalidad bajo el
carácter de un metéoro necesario de la época, y
que por cierto no era mas que un castigo del
cielo, consecuencia precisa de los crímenes, lie
301
gase como digo á noticia de todos los que fui
mos elementos de combustion , ó causa de ta
maños desastres. Pero, señores, la misma con
tinuacion en el crimen endureció á todos los co
razones, quitó de entre los hombres el gusto de
la verdad , rasgó la yenda con que la madre de
las virtudes traia tapados sus ojos, y cuando el
hombre creia divisar el origen del ser, dando
una mirada de orgullo á su rededor, quedó cie
go á la luz de la gracia, siéndole imposible des
cubrir lo portentoso -y magnífico de las obras
de su Dios, y mucho menos el castigo ejemplar
con que el cielo procuraba convencer su decan
tada obstinacion, saliendo de tamañas calami
dades la consecuencia funesta de la perversidad
por una parte y por otra la indiferencia mas
criminal que la perversidad misma.
Miranda, Pancorbo y varios otros puntos
ocupados por el enemigo imitaron la conducta
de los soldados de Hernani , dieron el grito de
muerte contra sus gefes , . y la insubordinacion
jamas implacable dió con su terrible cuchilla en
los pechos de militares acreditados, defensores
acérrimos de los mismos principios que les ser
vían de divisa para cometer tales atentados.
El ídolo de sus pasiones ecsigia sangre, y esta
sangre , como si nos encontrásemos en medio
de las estravagancias del politeísmo, cuanto mas
noble y cuanto mas ilustre, tanto mas digna
era para lavar las manos de fementidos victi
marios, que no llevaban los planes tan lejos,
302
como se dilatará por los siglos la memoria de las
víctimas y el horror de sus intentos. Cayó el
general Escalera víctima de las furias en diez
y seis de agosto. Pamplona y Vitoria quisieron
representar tambien en el papel del crimen, la
primera bebiendo la sangre de los generales Sars.
field y Mendivil, con la de otros diez indivi
duos ; y la segunda sacrificando bárbaramente
á su gobernador , con el presidente de su dipu
tacion foral.
Os he dicho que Navarra sufrió un cambio
terrible; esto es un hecho muy cierto, porque
aunque la insubordinacion recibió un castigo
aparente, bien léjos de satisfacer á los manes
de las víctimas , no hizo mas que completar la
obra empezada. España habia creído llegar en
una verdadera crisis , es decir que se habia tra
bajado á favor de los carlistas, y que una mano
poderosa habia dirigido estos hechos para faci
litar las conquistas de las espediciones, que se
encontraban en las provincias del interior. En
«fecto la espedicion Zariategui se habia apode
rado de algunos puntos de Castilla ; Segovia y
su alcázar se habia rendido á sus armas , y en
'el tres y cuatro seguía ocupando aun dicha pla
za , mientras que la de D. Carlos con fuerzas
agregadas de Cabrera se dirigía hácia la capi
tal del Reyno. Marchaba esta espedicion como
quien dice triunfante ; el general Burens quiso
oponérsele á su paso entre Asnara y Herrera ,
y ese malogrado gefe enemigo cayó con su di
303
vision en manos de los espedicionarios, escapan
do su persona como por milagro. Esta accion
inesperada vino á confirmar en unos los temo
res , y en otros las esperanzas que con antici
pacion habian concebido ; se veia efectivamente
el plan , se vislumbraba una combinacion , y el
choque mortal ó un hecho grande era inevita
ble como la misma muerte. Solo se aguardaba
saber el dia , la hora y el movimiento , en una
palabra se ignoraba el objeto del cielo.
Los dias que la historia debería marcar con
caractéres de bronce habian principiado ya : el
mismo Dios al parecer irritado de la ceguedad
de los mortales escogía los momentos mas ade
lantados, que entraban en el plan de los mis
mos para hacerles ver la nulidad de su falsa
sabiduría, y lo insignificante de su ostentoso
poder. Zariategui no pudo sostenerse en Sego-
via; abandonó esta ciudad y tomó su ruta para
Valladolid. La espedicion principal que tuvo
otra accion en Aranzuegue marchaba á paso
lento, mientras que esa lentitud criminal da
ba tiempo al enemigo para tomar las posi
bles precauciones para burlar á D. Carlos que
léjos de fingir ostentacion debia poner en prác
tica sus planes en una sola noche de contramar
cha. Llegó por fin la espedicion á vista de Ma
drid, D. Cárlos pudo ver el palacio de los reyes
sus antecesores, podía aun entrar en su recinto;
pero un designio del cielo heló su sanrge, ó mas
bien dfó lugar á la intriga para pintar como áim
304
posible á los ojos de Cárles la entrada en la
capital ; díjose que faltaba un punto de apoyo,
y que si Zariategui hubiese cumplido con su de
ber , ocupando á todo trance el punto de Sego-
via, la espedicion no se habría visto en el apuro
de tener que emprender la retirada , volviendo
otra vezá las provincias, haciendo un papel poco
chocante al parecer de todos sus defensores.
Llegaron estas noticias á Navarra en breves
dias , y en el momento en que nosotros todos
nos creíamos segura la conquista de Madrid. Fi
guraos el descontento que estas noticias debían
producir entre los habitantes de las provincias ,
que vertiendo lágrimas habian leido la despedi
da de Carlos, aguardando de ella hechos .gran
des y positivos á favor de nuestra causa. El ge
neral García gefe superior que en aquella oca
sion mandaba las fuerzas navarras, determinó
mover sus batallones y ocupar un vado para
facilitar el paso del Ebro á la espedicion que
venía en retirada. Dirigiose en cuatro de octu
bre por la parte de Lodosa, trabándose una ac
ción el cinco en este punto con los gefes enemi-
hos Zurbano y Ulibarri, mientras que la espe
dicion en el mismo dia estaba batiéndose con
Espartero en los desfiladeros de Retuerta.
Por fin entró D. Carlos con su comitiva en
Estella, volviendo de su correría poco fructuo
sa sino inútil. Temió con fundamentos por su
prestigio por causa del grande descontento que
se notaba, en este apuro dió un manifiesto en el
30o
cual se espresaba demasiado. « Motivos podero
sos decia, me han hecho volver á las provincias,
demostrando en seguida que una conspiracion
iba á esplotar, que las consecuencias debian ser
muy funestas a su causa, y que inmediatamen
te la justicia enseñaría á los traidores, descar
gando sobre ellos su condigno castigo. » Tran
quilizó en parte los ánimos esta esposicion fir
mada por el mismo Carlos. El odio y la indig
nacion hácia los traidores reemplazó á la desa
zon y descontento , esperando eon ansia que se
señalasen las víctimas que debian satisfacer á la
pública vindicta. Pasaron muchos dias como
que nada hubiese sucedido , el padre que halló
faltar a su hijo lloraba secretamente sus amar
guras, y los que leales conocíamos de tiem
po el plan de algunos maquiavelistas temíamos
un triste porvenir , conocíamos la fuerza de sus
astucias, y no podíamos contener sus progre
sos. Todos teníamos losojos fijos en la corte am
bulante, necesariamente debia salir tarde ó
temprano una disposicion enérgica, ó bien un
hecho que demostrase nuestra crítica posicion.
No nos engañámos en cuanto á lo segundo , á
los generales nuestros camaradas Elio , Villar-
real y Zariategui les vimos enviar de cuartel ,
consolando de esta manera la inocencia del des
graciado Gomez que meses habia estaba en pri
sion por su demasiada fidelidad. Si nosotros no
hubiésemos conocido la conducta de estos gefes,
si las provincias desde sus principios no les hu
20
306
biesen confiado su causa, y si compromisos gra
ves no hubiesen unido la suerte de estos héroes
dignos de reconocimiento á la causa de los fueros
y de Cárlos, podia semejante disposicion tener
traza de justicia, y no habría sido una burla he
cha á los provincianos que no la merecían.
Los papeles públicos hablaban de interven
cion francesa en los asuntos hispanos; esta cues
tion ventilada con bastante calor en las cáma
ras francesas ofrecía á los enemigos algun tanto
de probabilidad, ó cuando menos confianza de
alcanzar una cooperacion indirecta, porque el
mariscal Soult y Mr. Tbiers sus aliados amigos
se habian anticipado, reclutando en Pan una
fuerte legion para enviársela al momento. Se
conocía que el enemigo en medio de estas con
fianzas no daba un valor tal como merecia á la
victoria que acababa de reportar con la retira
da de la dicha espedicion, cuando habiamos
acreditado nuestra division, óá lo menos nulidad
en ocasiones tan bellas como se nos presentaron.
Se pedia sin embargo la intervencion ; pero al
gunos de los principales gefes entendieron me
jor el modo de batirnos , porque conocieron
nuestra flaqueza; renunciaron de hecho á la
fuerza de armas, con la que les parecía, aten
dido el prestigio del país, que jamás lograrían
una accion decisiva , y por lo mismo que con
las armas solo les era probable eternizar la lucha
en que tanto nos habíamos empeñado.
Desde Urnieta, señores, observábamos con
307
Dionisio todos los movimientos de las dos cortes
de Cristina y de Carlos, de la misma manera
que un diligente astrónomo observa el curso
precipitado de un cometa, con el que segun las re
glas del arte, y atendida la velocidad de su carrera
se hace infalible un choque con otro cuerpo de
igual espesor , pudiendo pronosticar con cierta
probabilidad desgracias inevitables. Sentados en
las márgenes de aquellos campos ó á la sombra
de los bosques que circuyen la poblacion, pasá
bamos dias enteros y tranquilos; allí despues do
haber leido las cartas que de todas partes reci*
Liamos de nuestros amigos, en las que veíamos
claramente el estado de la península ; comentá
bamos del modo mas digno algunas ecsageracio-
nes y noticias vagas, que los estrangeros nos
comunicaban con sus gacetas, Sabiamos ya que
los catalanes odiaban á Urbistondo, y que este
gefe estaba indignado contra todos; sabíamos
que habian mediado contestaciones, y que cada
uno habia elevado al conocimiento de Carlos
gus quejas, pero ignorábamos que estas estuvie
sen redactadas con un estilo tan insultante. Los
papeles públicos insertaron la correspondencia
que se cogió á Urbistondo en la accion de Ar-
mentera, y sus escritos aunque no estaban des
tituidos enteramente de la verdad ; sin embargo
demostraban el genio del escritor, y si bien con
gus ideas no reveleba ser un felon, ponia en cla
ro su desconfianza, y hacia de los catalanes un
desprecio sin igual , ridiculizando á sus mismas
308
armas, sirviendo de escándalo á toda la Eu
ropa.
Volviose la vista á las espediciones, tratose al
efecto de encargar al mando de Basilio dos mil
quinientos infantes con dos cientos caballos pa
ra que invadiera otra vez las Castillas , y colo
cándose en las montañas de la Mancha fomen
tase allí la insurreccion , poniendo en alarma á
la capital, y dividir de este modo las fuerzas que
unidas habrían operado todas en Navarra con
grave perjuicio de los habitantes y nuestro por
la escasez que se esperimentaba en toda clase
de utensilios. Esta espedicion que hasta el vein
te ¿de diciembre no estuvo dispuesta , salió de
Navarra en veinte y ocho, pasando el Ebro por
Agoncillo, trasladándose en veinte y nueve en
Munila, despues en Almarza, y entrando en tres
de enero en Calatayud contramarchópor Ateca
hasta llegar á su destino.
D. Carlos que en veinte y dos de diciembre
se encontraba en Orduiia pasó despues á Amur-
rio, en cuyo punto dio una revista á sus tropas.
En treinta se amenazaba otra espedicion de on
ce batallones por la parte del valle de Loza y
valle de Mena, aparentándose cierta actividad
en donde solo la intriga adelantaba. En esta oca
sion comparecieron ios partidos con atrevimien
to mas criminal ; dejáronse ver cada cual con
sus colores, es decir, se vieron una serie de
boinas blancas, azules y encarnadas; denotan
do de esta manera que se arrojaban el guante
309
para bajar á la arena á disputarse el mando con
la fuerza, ya que la intriga les habia dado la
esperanza de una victoria. Dioso libertad a Go
mez, y los apeos de otros militares y emplea
dos se sucedían; el ministro Cabañes y sus hijos
fueron enviados al castillo de san Antonio. En
nuestra línea aun no habian llegado estas nove
dades; sin embargo estábamos plenamente con
vencidos de que llegarían cuanto antes, temien
do con fundados motivos que nos compren
derían tambien dichas mutaciones. En efec
to, despues de la accion que tuvimos en Ala
zar y Orico en veinte y siete y veinte y ocho
de enero de mil ocho cientos treinta y ocho,
apenas hubimos vuelto á nuestros cantones de
Urnieta, recibi una órden terminante de D.
Carlos, para que inmediatamente pasara al
castillo de Guevara en calidad de gobernador
interino. Esta orden no me hizo mas sensacion,
que la de verme precisado de separarme de mi
compañero y amigo, cabalmente en la crítica
ocasion en que nos encontrábamos , y en que
uno y otro necesitaba el mutuo apoyo para
precaver la desgracia que nos amenazaba, y
para aconsejarnos al propio tiempo en el caso
que el peligro fuese tan iminente, que la des
gracia misma fuese inevitable. Por otra parte
esta órden que me señalaba el lugar de mi des
tierro , era para mí satisfactoría, porque sepa
rado del estrépito de las armas y retirado en
medio de las soledades iba á encontrar la ver
310
«ladera felicidad , quitando de mí las zozobras »
que me aletargaban en el camino de la imperfec
cion ; en una palabra lo que tenia traza de cas
tigo, lo recibi como á premio, y como á tal lo
Comuniqué á mis Padres.
Estaba dispuesto para emprender mi marcha,
cuando recibimos aviso de que el general de las
fuerzas enemigas que operaban en Navarra D.
Diego Leon con siete batallones y seis escua
drones habia en veinte y tres entrado en los Ar
cos , saqueando la villa y el convento de capu
chinos; al mismo tiempo que el general de
nuestras fuerzas en Cataluña D. Antonio Ur-
iistondo habia abandonado á sus tropas, huyen
do á Francia , añadiéndose que habia ya entra
do en las provincias á dar cuenta de sus heroi
cos hechos. A esta nueva sucedió la de que en
las cercanías de Balmaseda tuvo lugar en vein
te y nueve y treinta, una accion muy reñida,
en la que entrambos ejércitos sufrieron una
pérdida considerable, contando por nuestra
parte la del valiente Marques de la Bóveda, que
D. Diego Leon despues de haber abandonado á
tos Arcos se dirijió sobre Pamplona atacando en
los mismos veinte y ocho, veinte y nueve y
treinta las posiciones nuestras de Belascoain ,
cociéndonos despues de una resistencia regular
«1 puente y sus ivductos, defendidos con algu
nas piezas de artillería. Sin embargo estas noti
cias no interrunlfpieron mi viaje, me despedí de
Dionisio Lángara y de todos mis compañeros,
311
y abandonando á Urnieta, me encaminé con al
gunos voluntarios por Andoain á mi casa nati
va. Dos dias despues cogí el camino de Lecum-
berri, me fui por Irurzun, Huarte Araquil, y
Echarri-aranaz, en cuyo punto encontré á D.
Carlos que acompañado de dos personajes esta
ba desaso en direccion á Estella. Tomé órde
nes para mi destino, y dejando cuanto antes ála
corte ambulante me pronuncié por Alsasua,
Olnzagutia, san ttoman, Salvatierra, y llegué
á Guevara sería poco mas ó menos el veinte y
ocho de febrero. Algunos dias despues tomé po
sesion de mi cargo, enterado ya de la bella
posicion en que me encontraba, muy propia
para entregarme á no tardar al desempeño de
mis obligaciones.
El castillo, en donde mandaba yo, distaba un
corto trecho de la poblacion, colocado en la ci
ma de una muy alta peña, que bellamente cor
tada se presenta desde léjos como «na soberbia
torre octógona ostentando al parecer en me
dio de aquel valle ameno y delicioso el poder de
la arquitectura romana, ofrece un conjunto de
cuadros los mas interesantes con la memoría
de aquellos tiempos antiguos , que recuerda la
historia, y que la decadencia con los infortunios
de nuestra época nos hacen admirar. Sembra
da aquella montana de árboles y arbustos, ma
tizada con los diversos colores del verde follaje
que la cubre, semejante á un canastillo de flo
res ostentaba su erguida cabeza coronada con
3i2
las tres grandes y fuertes plazas que con sus
ricos muros formaban como tres coronas desi
guales puestas proporcionalmente una sobre
otra. Cerca á aquella deliciosa montaña una
llanura regular, dividida por las aguas del rio Za-
dorra cuyo cauce serpentea por la parte del
norte cubierto de espesísimas y frondosas arbo
ledas que forman como una larga cordillera, sin
dañar la vista de la poblacion que yace á la par
te derecha del castillo. Los ganados de toda es
pecie favorecen aquel cuadro ingenioso esmal
tando el verde alfombrado de aquellas inmensas
praderías. Los bosques de castaños, encinas y
robles de una magnitud monstruosa que se di
visan á la parte izquierda del rio, con las mon
tañas de Salinas y Galureta que se elevan á una
muy larga distancia acaban de delinear un pai-
sage de una perspectiva embelesadora. El casti
llo que era de una construccion fuerte y agra
dable, ofrecía á primera vista el gusto oriental ,
cuando despues de un severo ecsámen no deja
ba mas que un recuerdo del orden gótico con
fundido, digámoslo así con las obras modernas
que nosotros habíamos ejecutado poniéndolo ba
jo un pie respetable, de gusto y comodidad.
¡ Tal era el castillo que no ecsiste ya ! y que yo
en aquella sazon ocupaba, tan pintoresco, tan
bello y tan á propósito para remediar las nece
sidades de mi espíritu.

FIN DEL LIBRO X.


DEL

Continua la|narracion. Notician a


Avertano una conspiracion. Prende
una parte «le los]Sconsplradorea. Epi
sodio de Jovlta.
Separado allí del estrépito de las armas,
apartado del foco de la intriga, y como quien
dice del resto de los vivientes, pasé muchos dias
en la soledad ; este retiro no dejó de serme muy
útil , entré en mi conciencia , ecsaminé con de
tencion la historia de mis errores, me acordé
de las lecciones de Lapresse, y me ocupé esclu-
sivamente en el estudio de mi religion. Cada
dia perdía un poco de aquella inquietud tan
amarga que mantiene el trato de los hombres;
contaba ya con una victoria que ecsigia fuerzas
superiores á las mias, y empezaba á gozar de
una tranquilidad que desde mi infancia había

/
316
desconocido. Mi alma debilitada con mi prime
ra indiferencia y con mis hábitos criminales,
encontraba aun en las antiguas dudas de mi es
píritu y en la molicie de mis sentimientos un
cierto encanto que entretenía mis pasiones, que
semejantes á las sirenas que con sus canciones
seductoras atraen y adormecen á los marinos ,
me encadenaban con sus caricias.
Un acontecimiento particular interrumpió re
pentinamente el curso de estas investigaciones,
cuyo resultado iba á ser tan importante para
mí. Vino un aldeano á avisarme que hacia al
gunos dias que al llegar la noche algunos suje
tos que venían de la parte de Yunquita se in
ternaban por bosques, y que despues de gran
des rodeos se metían en una casa de campo fa
vorecidos del silencio y de la oscuridad, que
mientras dichos sujetos permanecían en la casa,
í alia á sentarse al umbral de la puerta una mu-
ger, al parecer para atender á cualquier ruido
que se oyese, ó á cualquier movimiento que se
notase.
Yo no ignoraba los medios de que el enemi
go podía valerse para completar su obra ya co
menzada. En los tenebrosos dias de mis estra-
víos habia asistido á varias academias de nova
dores , sabia jugar como ellos ; y el vasto plan
de aumentar sus subalternas para facilitarse el
objeto de sus desvelos, tampoco se me ocultaba.
Mi posicion demasiado crítica para despreciar
esta advertencia del aldeano , me hacia vacilar
317
para tomar una resolucion decisiva. Solo el apo
yo de Dionisio mi amigo y consultor podia de
terminarme ; pero este habia marchado de Ur-
nieta , y me era imposible saber su paradero.
El menor descuido podia comprometerme y per
der el poco ascendiente que los provincianos
empezábamos á adquirir, comprometiendo tam
bien á los generales Guergué, Sans, García y
otros que combatían de frente á los ojalateras.
Por fin creí que no debia despreciar el aviso del
aldeano ; pero como temia la gravedad del ca
so, resolví yo mismo observar los pasos de aque
llos lucífugos. Al caer la tarde me vestí con un
sayo de pastor , tomé mi cayado, y saliendo se
cretamente del castillo me fui con el aldeano á
ponerme escondido cerca del lugar que este me
habia indicado. Esperé algun rato oculto entre
los árboles y las rocas sin descubrir nada ; sin
embargo prontamente hirió á mis oidos un va
go rumor que me traia el viento, al parecer del
algunos hombres que iban conversando con
cierta prevision , y marchando á pasos dobles
hácia su intento. Pasaron junto á mí sin verme;
al instante comprendí aunque bruscamente el
misterio que encerraban con su viaje, porque
con su aire revelaban su mision , cuyo desem
peño no les era del todo nuevo. Cualquiera hu
biera dicho que eran una cuadrilla de bandidos,
dignos alumnos de Mercurio en Sel arte ingenio
so del robo , tan poco caso hacían de las tinie
blas de la noche , de la fragosidad del terreno ,
3Í8
y de la espesura de los bosques. La presencia
de una encrucijada y despues otra , no detenia
sus pasos; seguían adelante, y esta circunstancia
vino en confirmacion de que no les era desu-
sado aquel camino.
Les seguía yo á una larga distancia ; al prin
cipio atravesámos un bosque de castaños viejos
como el tiempo, que estaban casi secos por sus
cimas. Caminábamos despues por un terreno
enteramente cortado , y atravesando un peque
ño bosquecillo descubrimos una deliciosa lla
nura. En la estremidad de esta se veia una casa
de campo sencilla al parecer, pero de una cons
truccion agradable. Conoei que habíamos llega
do ya al punto de nuestras investigaciones, por
que mis observados se encaminaron á aquella
casa; se pararon antes de llegar á sus sombras»
y al cabo de un rato de silencio, que me hizo
temer no hubiesen advertido mis pasos, uno de
ellos hizo una seña, golpeando algunas veces un
pedernal. Inmediatamente divisé á lo largo de
la obscuridad y á la merced de una ventana
de la casa , una pálida luz que iba animándose
notablemente, al traves de sus débiles rayos se
veia cierta agitacion en el interior. El ronco
-sonido de una puerta que giraba sobre sus goz
nes vino á completar al instante mis observa
ciones, y á sacar del silencio en que estaban
mis observados. Entraron estos á la casa, la
puerta volvió á cerrarse , y la luz que se veia
£a el interior dejó de percibirse. Intenté acer
319
carine á la casa con fingida indiferencia, aunque
hacia todo lo posible por no ser visto, marchaba
yo á paso regular, cuando el canto de una mu
jer que yo no habia advertido aun , me detuvo
en mi carrera. Cantaba esta con una voz melo
diosa al parecer, unas palabras terribles de las
cuales no pude entender mas que algunas, sin
que estas pudiesen revelarme el sentido de sus
composiciones.
Las tinieblas de la noche que cubrían con sus
sombras horizontalmente las cimas de aquellos
valles , parecía que iban á ceder á los rayos de
la aurora que cuanto antes debia asomar. En
terado ya del caso me fui al Jugar en que me
aguardaba el aldeano, y en su compañía me
restituí otra vez al castillo para resolver con
calma el modo con que debia desbaratar aque
lla conspiracion naciente; convoqué á la tarde
del siguiente día á los demas oficiales de la guar
nicion, les declaré que estaba enterado de una
asamblea sediciosa , que no podia ser otra cosa
que una conspiracion contra el Rey y sus defen
sores, añadiéndoles que estaba resuelto á casti
gar á los promotores con todo el rigor de la ley;
les conté todo cuanto habia observado en la no
che anterior , y les ecsigí sobre el momento su
opinion para practicar al instante lo que pare
ciera mas necesario. Todos unánimes dejaron á
mi mano esta empresa de una ejecucion para
mí tan sensible; sin embargo escogí algunos ofi
ciales y algunos soldados, salí al declinar la tar
320
de , y en el mismo glásis del castillo di las ins
trucciones convenientes. Dividí mis fuerzas en
tres secciones; mandé al aldeano que guiase las
dos por caminos^opuestos, que entrada la noche
se emboscase á una larga distancia de la casa ,
y que á la señal de un silbido avanzase hácia
ella circuyéndola á fin de que nadie pudiese es
capar , mientras que yo con la seccion tercera
iba á colocarme en el mismo punto que ocupé
en la noche anterior para observar aquellos per
sonajes, y desde donde les seguí hasta la total
averiguacion de sus pasos.
Efectué mis planes. Apenas tuve tiempo pa
ra colocar á mis .soldados y esconderme al dor
so de una maleza, cuando oí el hablar de mucha
gente semejante al murmullo de una fuente
que cae á lo lejos, ó al ruido que hace una rá
faga de viento , que parece va desmoronándose
poco á poco de las altas montañas y de los co
llados tomando su incremento en las densas ra
mas de una copuda encina , á cuya resistencia
se enfurece y brama. No tardé á divisarlos, iban
acercándose, y últimamente insiguiendo su ca
mino pasaron muy cerca de mí como lo hicie
ron el dia antes; observé sin embargo que el
número era un poco mas crecido. Como ya sa
bia el camino que tomaría toda aquella comiti
va, dejé adelantarla hasta perderlos de vista,
entonces mandé á mis soldados que me siguie
sen con precaucion. Al cabo de grandes rodeos
llegámos á vista de la casa de campo ; hicieron
321
las mismas ceremonias que en el dia anterior ,
golpeose el pedernal , compareció la luz , y la
puerta se oyó girar haciendo el mismo ruido ;
entraron los lucífugos , la puerta volvió á cer
rarse, desapareció la luz, y los acentos dela
mujer, que al parecer hacia de vigia , no tarda
ron á percibirse.
Entonces, Señores, hubo llegado el momen
to para mí tan terrible; momento que á mi co
razon sensible no podiu dejar de oprimirlo con
la idea de las desgracias, que tanto si cumplía
con mi obligacion como no, debia causarlas sin
recurso á una de las dos partes. Estaba empe
ñado mi honor, y no podia abandonar mi em
presa, aunque hubiese peligrado mi ecsistencia.
La noche había ya bajado, y en el instante en
que conocí que las dos secciones que habia en
cargado al aldeano estarían ya emboscadas y
atentas á las instrucciones que yo les habia co
municado, mandé hacer la terrible señal. Salie
ron mis soldados de los bosques, y dejándonos
caer sobre la casa , sorprehendimos á la mujer
que no habia advertido mi seña ni el rumor de
nuestra marcha. Helada su sangre, por mejor
decir, parecía una estatua de mármol sentada
al umbral de la puerta, ni tuvo impulso para
dar un grito ; tal era el sobresalto que domina
ba su frágil corazon. Hasta aquel momento es
taba entonando con acento lúgubre una cancion
al parecer muy adecuada á la desgracia en que
iba á caer; tan generales y tan ciertos son los
21
322
apesarados instantes, que á veces nos abruman,
y turban los mas de ellas las delicias y glorias
de nuestros festines como otros tantos presen
timientos, que á mas de moderar la loca em
briaguez de nuestras demasías, nos avisan de la
desgracia que nos viene á pasos agigantados.
La nueva Melpómene perdió su dulce y trágica
voz; recostada contra la pared parecía que des
cansaba dulcemente; pero un desmayo le sobre
vino despues de otro, é yo no podia mirarla sin
que mis ojos se sintieran humedecidos bajo
el peso de las lágrimas. Era una mujer de esta
tura bastante regular , su talle esbelto daba lu
gar á mil conjeturas; vestida al estilo de las rio-
janas anunciaba con su gracioso porte la licen
cia de su espíritu, y ademas que su bravo cora
zon era sin duda la primera vez que había su
frido la fuerza de los temores. La blancura de
sus brazos y de su tez hacían el mas rico con
traste con la viveza de sus ojos y de sus largos
cabellos mas negros que el azabache. Yo, seño
res, apenas tenia valor para levantarla; la to
mé por el brazo y la hice sentar á la entrada
del vestíbulo al encargo de mi asistente y dos
soldados.
La casa estaba del todo cercada, al instante
dispuse subir al aposento de los conjurados sin
hacer el menor ruido á fin de continuar la sor
presa; pero estos que dejaron de percibir el eco
de su vigía , notando en su consecuencia nues
tras evoluciones, iban escurriéndose por una
323 j
escalerilla opuesta. Volé hacia ellos, é intimán
doles la rendicion solo pude detener á algunos :
la pluralidad se habia escapado , porque al in
tento habian construido una larga mina que
les conducía á uu dilatado trecho de la casa, y
esta circunstancia que yo no habia previsto,
frustró en parte mi jornada. Mandó sin embar
go á algunos de mis soldados que recorrieran
los bosques vecinos, mientras que yo haría un
riguroso escrutinio por todos los rincones de la
casa.
El resultado de esta nocturna espedicion
fué el recoger algunos papeles de secciones
que estaban redactados bajo un carácter ar
bitrario, y por lo mismo muy difícil de que me
revelaran los secretos de la junta. Me llevé pre
sos á tres individuos, al dueño de la casa, á su
mujer y á su hija, la que acostumbraba todas
las noches hacer de vigia. Les conducí al casti-.
lio, di aviso á mis superiores de este hecho, y
mandé que todos los dias una parte de la guarr
nicion recorriera los pueblos y bosques vecinos,
á fin de observar la conducta de los que con al.
gun fundamento inspiraban desconfianza. Todo
volvió al órclen: pero esta aventura tuvo sola
para mí unas consecuencias harto funestas que
os contaré.
Al llegar aquí, interrumpió Avertano el curso
de su narracion. Se halló embarazado; bajó la
vista clavándola sin querer en Sulmen, que dor-
piia dulcemente apoyada contra la corteza de
324
un tilo , sentada al lado de su padre. El verda
dero Dios de los cristianos jamás falta con sus
favores, derramándolos con profusion en los
lugares en que la inocencia favorita de sus doc
trinas podría ser sorprehendida con facilidad ,
cuando la inocencia combatida por el crimen
pinta con los colores mas negros los terribles
momentos del error. El ángel del sueño obedien
te siempre á las órdenes del eterno tocó lije—
ramente con su cetro de marfil los párpados de
la tierna Sulmen, y cubriendo su blanca tez con
la punta de su manto , la concilio un dulce sue
ño. Daniel advirtió la turbacion de Avertano, y
volviéndose hacia él le dijo. «Hijo mio, conti
nuad vuestra narracion, y no os interrumpan los
errores de vuestra juventud; vuestro sensible
corazon revela constantemente el dolor que
habeis tenido de vuestras faltas, una confesion
tan sincera harlo demuestra que os habeis re
conciliado con Dios; sin embargo todos sabemos
que una herida mortal y profunda siempre deja
síntomas del mal, y señala su lugar con las ter
ribles punzadas de un agudo dolor. » Como Da
niel estaba dotado de un genio profundo y de
una penetracion muy viva, comprehendia muy
bien la turbacion de Avertano , haciéndole por
lo mismo esta simple observacion. Waldech iba
á dispertar á su hija ; pero Daniel le dijo que la
dejase gozar de aquel favor , que el cielo le dis
pensaba.
Ya os he dicho, continuó Avertano, que con
325
ducí al castillo á mis prisioneros. Al principio
los habia puesto en una vasta sala, separados
los hombres de las mujeres. Pero despues Ori
be que era el esposo de María, y el padre de
Jovita, que así se llamaban las dos, tuvo una
fuerte enfermedad que le ocasionaron la inquie
tud y la melancolía. Entonces me vi precisado
á trasladarle en compañía de María y Jovita á
una torre muy cómoda, en donde les prodigué
todos los consuelos que ecsige la humanidad.
Todos los dias iba á la torre á visitarlos; esta
conducta bien diferente de la de otros oficiales
encantó á los tres desgraciados. Oribe volvió á
la vida, restableciendo su salud y sus fuerzas.
Maria y Jovita que tan abatidas habian estado
al principio , recobraron muy pronto su acos
tumbrada alegría y empezaron á gozar de la li
bertad, que yo por cierta condescendencia, 6
mejor por compasion les habia concedido. ICuan
tas veces encontraba á Jovita paseándose so
la y como llena de gozo en los patios , en
las salas, en las galerías, en los tránsitos se
cretos, en las escaleras de caracol que condu
cían á lo mas alto del castillo , como si se mul
tiplicara en donde quiera que pusiese mis pies ,
y cuando la creia al lado de sus padres, se me
presentaba en la obscuridad de algun corredor,
como si se me apareciese !
Era Jovita de una hermosura estraordinaria »
sin embargo tenia algo de caprichoso y atracti
vo , su mirar pronto, su boca un poco desdeño
326
sa, y su sonrisa dulce y viva de un modo parti
cular. Sus modales eran ya altaneros, ya volup
tuosos. En toda su persona se notaba no sé que
de abandono y dignidad, de arte y de inocen
cia. AI principio me admiraba al encontrar en
una mujer campesina tan vastos conocimientos
de la literatura y de la historia de su país; pe
ro despues conocida la profunda sabiduría de su
padre, no dudé que este la habia instruido pa
ra hacer á su lado un digno papel, ocupando el
lugar de un hijo varon de que carecía. Lo que
dominaba á esta mujer, era el orgullo; sus sen
timientos eran tan ecsaltados, que muchas ve
ces demostraban sus demasías. Una noche habia
yo recorrido todo el castillo, y me habia senta
do solo en una galena tomando el fresco, desde
donde se descubría á mis pies una inmensa lla
nura que estaba <n su verdor, haciendo el
mas admirable contraste con el cielo azul ter
ciopelado, esmaltado con una infinidad de es
trellas que brillaban colocadas monótonamente,
como engastados diamantes en la abovedada ca
pa que cubría aquella vasta soledad, que sedes.
prendía á todos lados.
Estaba yo leyendo á la claridad de la luna al
gunas curtas, que habia recibido de mi amigo
Langara y de otros corresponsales, que tenia
en varios otros puntos. Admiraba el arriesgado
hecho de Cabañero de entrar en Zaragoza en
cinco de marzo con tan poca gente, siendo im
posible apoderarse de ella , ocasionando con un
327
acto harto imprudente la pérdida de muchos
valientes, la desgracia de muchas familias, y por
fin la muerte del general Esteller, á quien los
zaragozanos amotinados imputaron relaciones
con Cabañero, fusilándolo en su resultancia en
nueve del mismo. Mi amigo me noticiaba la ac
cion que en veinte de marzo habia tenido en
Pesaguero, pueblo de Castilla, la espedicion que
habia salido de las provincias al mando del con
de Negri, Zabala y Merino. El ataque de Via-
na que Guergué y Sans dieron en veinte y tres
del mismo; la accion que sostuvo Carmona en
tre Pamplona y Puente la Reyna en el primero
de abril ; la de puente Ansiain en que cayó pri
sionero ]). Sebastian Sarrigúren uno de mis ca-
maradas; avisándome al propio tiempo de que
Tarragual con uua espedicioncilla habia mar
chado al alto Aragon. Concluía su carta noti
ciándome el levantamiento del escribano Mu-
iiagorri en el pueblo de Verastegui verificado
en diez y ocho de abril.
Cuando leia en el corresponsal de Miranda
la desastrosa accion que sufrió Negri en Piedra-
hita en veinte y seis de abril, me turbó de re
pente un confuso ruido que percibí en el inte
rior de las salas inmediatas á la galería; no sin
sorpresa descubrí al través de la obscuridad un
cuerpo blanco, que vagueaba como un cuerpo
fosfórico por aquellos salones. Armé mi brazo,
y cuando me adelanté para descubrir aquella
vision , que se me acercaba, creí ver en ella i
328
Jovita; luego se me presentó. Iba vestida de
blanco, el cabello flotante sobre las espaldas, en
las manos traia un pañuelo como que enjugara
su llanto. Con menos gracia el poeta pinta á
Dido llorando sus infortunios y las desgracias
de su pueblo. Entonces acercándose á mi, me
dijo. «Mis Padres duermen, siéntate y atiende.»
Levanté un banco que habia en la otraestremi-
dad de la galería , y dos sentámos los dos á la
luz de la luna , que dejaba caer casi perpendi-
cularmente sus plateados rayos sobre nuestras ca
bezas. «¿Sabes tu, me dijo entonces la jóven
campesina, que sabia yo que te encontraría
vigilando ? » Yo le dije que tal vez me habría
visto pasar poco antes por debajo de su torre, y
que siendo así, no lo admiraba. «No, me respon
dió , yo estaba durmiendo cuando en sueños un
genio no sé quien , me ha mandado levantarme
y venir aquí á revelarte mis delirios. Yo ya sé,
continuó, que jamás ablandaré tu corazon, y
que me será imposible lograr la libertad si tu
viera que alcanzarla por mis ruegos , ¡ una ala
vesa puede muy poco, cuando tiene que habér
selas con un corazon fanatizado!»
Tus palabras, le respondí con seriedad , no
demuestran la demasiada libertad que estás go
zando. O bien no conoces el crimen de que eres
cómplice, ó mejor tratas de sorprender la be
nignidad con que te he tratado hasta el presen
te, i Ah Jovita ! dia vendrá en que conocerás
mejor la palabra fanatismo , y verás si es mas
329
aplicable á tus doctrinas que á las mías como
á la bondad de que he usado contigo misma y
con tus padres.
« Yo no te hablo de los favores que nos has
hecho, replicó con impaciencia, porque has
juzgado muy bien á que precio podias vendér
melos Sí, estás de ello tan convencido que
ahora ingrato intentabas no en vano negarme
los que no debieras. Pero no importa. Tu ten
dras el placer de verme morir al lado de mis
padres, y yo tendré el disgusto de que mis pe
nas no hayan merecido una lágrima compasiva,
de que mi cuello torcido bajo la mano del ver
dugo sea mas desatendido que en el desmayo ,
en que tu mano quizá fria se dignó levantarme
por primera vez
Calló Jovita un momento, á mí el rubor me
hizo bajar los párpados y me compadecí de sus
delirios; ella que leyó mi interior en mi sem
blante. «¿Tienes lástima de mí? me dijo. Si
crees que tengo trastornada la cabeza, no eches
la culpa á nadie sino á tí mismo. Tú has que
rido salvar á mi Padre, tú le has tratado con
humanidad , pero á mí me has negado tus gra
cias... Yo moriré, y tú serás la causa. He aquí
lo que era mi intento decirte, adios. Se levan
tó, púsose á correr y desapareció.
Quedé estático por largos instantes , aquella
buena mujer huyó de mi presencia , y confieso
que este hecho me hizo esperimentar un dolor
sin igual ; porque señores, no hay cosa tan sen
330
sible como la desgracia de turbar la inocencia.
Aletargado yo en medio de los peligros dejaba
pasar mis preciosos dias , contento solo con la
idea de bacer bien, de encontrar en mí una re
solucion firme, y la voluntad de salir cuanto
antes de las perplecsidades de mi situacion. Es
ta tibieza era criminal , merecia ser castigada,
porque una vez que tenia el gusto de entretener
en mí las pasiones, justo era que las pasiones
mismas me procurasen el castigo merecido. Co
nocí mi crítica posicion, habría dado libertad
á mis prisioneros, pero esto ya no estaba á mis
alcances. Me vi obligado á guardar en casa al
enemigo, y á esponerme contra mi voluntad á
sus nuevos ataques. El cielo me quitó en aquel
momento todos los medios de alejar el peligro;
no tenia un compañero a quien pudiese revelar
mis secretos, y esta falta en medio del ocio que
me combatía ecsasperó mi situacion, y las lec
ciones de Lapresse perdían para mí todos los
dias una gran parto de su fuerza. Dejé, pero en
vano, de visitar á Oribe, en vano me aparté de
los lugares en que pudiese encontrar á Jovita ,
se me aparecía como un espíritu luciente sobre
los rayos de la aurora, ó como una auréola á
la sombra de Calisto; en todas partes la encon
traba , me esperaba dias enteros sin apartarse
de los parajes por donde yo no podia dejar de
pasar, allí me contaba sus afanes y me ha
blaba largamente de sus proyectos.
Yo oponía todas mis fuerzas contra sus astu
331
cias , y con fingida severidad pretendía sacarla
de un océano de locuras en que la veia sumer
gida; sentia que jamas llegaría á inspirarme una
aficion verdadera , porque no habia Jovita lo
grado en mí aquel ascendiente secreto que hace
el destino de nuestra \ida , y que es un móvil
verdadero de nuestras pasiones justas; sin em
bargo era jóven, bella y estaba apasionada; las
sutiles espresiones que salían encendidas de sus
tiernos labios berian directamente mi corazon,
y á su eco todos mís sentidos quedaban trastor
nados.
A la otra estremidad del castillo opuesta á la
torre en que moraba Oribe, y que era la parte
mas antigua del edificio , habia un patio grande
y desierto en que la hierba y la yedra crecían
monótonamente por todos lados, i Cuántas ve
ces al principio de mi encargo, despues de ha
ber recorrido los puntos de la fortaleza, en me
dio de la noche me detenia en este sitio, y sen
tado allí admiraba los restos de las obras roma
nas que sobresalían en su construccion, órden
y gusto á las de nuestros tiempos ! Las inscrip
ciones ocupaban mi atencion, y cuando mis re
cuerdos tropezaban con la memoria de los va
lientes , que en otro tiempo defendieron aque
llos fuertes muros, las lágrimas asomaban en
mis párpados. ¡Quien lo hubiera dicho! Pocos
dias despues elegí aquel lugar para fortalecer
mi espíritu que iba debilitándose , y huir de
los encantos y atractivos del mundo para ser in
332
mediatamente el lugar de mis suspiros y tardíos
remordimientos. Un anochecer estaba solo pa
seándome por aquel patio, discurriendo un me
dio para salir de aquel estado terrible de abje-
cion : me ocurrió la idea de sentarme al pie de
un pozo en un banco de piedra que estaba cu
bierto de yedra y de musgo ; el aquilon mugía
á lo léjos , y las ramas de los árboles mecidas
constantemente entregaban al viento sus que
jas , formando un sonido desagradable. Me di
rigí al pozo , y de repente Jovita se apareció á
mi lado. Sorprendido la miré, y como que en
estos casos tan raros viera cierto abandono del
cielo, fijé mis ojos á lo alto y quedé turbado
por algunos instantes. «Tute apartas de mí, me
dijo la hija de Oribe, tú buscas los lugares mas
desiertos para no hallarte en mi presencia, pero
todo eso es en vano. Mi amor te atrahe, y la
razon te conduce, pero tú con tus ideas rancias
y exageradas haces odio del amor, y la razon
no la conoces porque la ofuscas en tus estrava-
gancias. »
Me dejé caer sobre aquel banco y me recosté
contra el brocal del pozo; ella se puso en frente
de mí , y mirándome con atencion cruzó los
brazos y me dijo. «Muchas cosas tenia que re
velarte; quisiera hablar contigo muy de espa
cio. Sé muy bien que mis palabras te importu
nan, y que no ganaré tu corazon con ellas, pero
no importa, todos los que defienden tus doctri
nas serían menos ingratos que tú. » Sentose á
333
mi lado y continuó. « En prueba de lo que te
digo hay gefes en tu ejército que tomarían mi
mano en premio del servicio que estan dispues
tos á hacer á la patria, pero si tú no fueses
Mira ¿sabes el levantamiento de Muñagorri?
Es el ensayo de un vasto plan , él á la verdad
tuvo que marcharse , pero ha vuelto á compa
recer en Sara, y cuenta en el dia con mas de
mil setecientos voluntarios. Si él tuviese la des
gracia de sucumbir , se tiene el lazo tendido , y
no es muy fácil de que vuestro rey escape de
una táctica sagaz que le sigue de cerca. Todos
vuestros partidarios estan muy descontentos , y
lo demuestran claramente los escesos que han
tenido lugar en Estella con la muerte del no
tario José Ramírez en la noche del veinte y seis;
la accion de Biurrun ya sabes que os fué muy
desastrosa. Ahogados vuestros generales en me
dio de la confusion y de las rivalidades, han ce
lebrado una junta en Tolosa pero no, ¿por
que tengo de revelarte estos secretos? Embria
gada declarándote mi amor, me complazco en
alimentarme con mi llama, y hacerte conocer
toda su violencia , pero tú cruel te escudas con
la religion, cuando solo el fanatismo es tu escu
do. ¿No es por ventura tu religion la mia? ¡Ya
lo entiendo ! es preciso que haya otra razon pa
ra tu indiferencia, tanto amor como te tengo...
en una palabra tu frialdad es demasiado extra
ordinaria. »
Se interrumpió de nuevo, y saliendo de re
334
pente como de una rc-flecsion profunda , escla-^
rao. « ¡He aquí la razon que yo buscaba! Tú
no puedes sufrirme porque yo nada puedo ofre
certe que sea digno de tí , ademas me has con
siderado como enemiga de tus doctrinas, y me
tienes el odio que se tiene á un enemigo. A es
te estado os lleva el esceso de vuestras super
cherías. » Jovita, le dije yo con voz animada,
pero algo tremula ¿quereis darme una prueba
de vuestro amar?» Acercándoseme al momento
como si delirase, y poniéndome la mano sobre
mi corazon , me dijo. « Avertano, tu corazon
puede permanecer tranquilo bajo mi mano; pa
ra tí nada hay que yo no pueda, selle el cielo
con doble vínculo el juramento que pretendo
solemnizar en las aras de tu propio corazon.»
Pues bien, le respondí, vuestro padre necesi
ta de vos, si por casualidad os halla á faltar, ye
tendré la culpa y pasaré á los ojos de mis com
pañeros por un criminal; idos pues al aposento
de vuestros padres. La jóven campesina bajó
sus párpados, inclinó su cabeza, su ardor se es-
tinguió entre raudales de lágrimas, y sin decir
me palabra huyó de mi presencia.
Su conversacion me había consternado al es
tremo, y llegué á temer que mi resistencia fue
se inútil. Cuando Jovita me hablaba de unos
hechos, que demostraban su complicidad y re-™
velaban altamente el secreto de la conspiracion
al parecer desvanecida , me encontraba yo ab
sorto y enternecido , no pudiendo por lo mWvua
335
sacar de sus palabras un partido ventajoso : to.
do el dia estuve pensando con una revelacion
tan importante; el modo en que ella asegura
ba los resultados me hacían creer efectivos mis
primeros temores; las novedades que ella me
revelaba eran ecsactas, tan al corriente estaba
de todos los pormenores políticos. Por otra
parte, yo no pude entretener mi conciencia,
porque aun ardía sobre mi corazon el sitio en
donde habia puesto su mano. Quería finalmen
te hacer el último esfuerzo para salvarme, to
mando una resolucion que debia prevenir el
mal , y que no hizo mas que agravarlo ; porque
cuando Dios quiere castigarnos vuelve contra
nosotros nuestra sabiduría y no nos agradece
una prudencia, que viene demasiado tarde.
Pretesté haber recibido órdenes del gobierno
superior, con las que se me mandaba dar liber
tad á María, esposa de Oribe y á su hija Jovita,
quedando solo los hombres prisioneros bajo mi
custodia. Hize comunicarles la orden, é inme
diatamente mandé que las acompañasen hasta
su casa nativa. Jovita quería hablarme antes de
su partida , pidió por mí, y la dijeron que esta
ba ausente, que habia salido muy de mañana y
que no volvería hasta muy tarde. La mañana
siguiente se presentó en el castillo para ver á
su padre, volvió á preguntar por mí, entonces
la dijeron que estaba enfermo, y que nadie me
hablaba ; bajó la cabeza y sin decir palabra se
Tolvióá meter en los bosques. Siguió presentán
336
dose todos los dias, y siempre que pedia por mí
le respondían siempre lo mismo. Un dia que
vino algo mas tarde , se estuvo un largo rato
apoyada contra un árbol mirando á la fortale
za, yo la veia por una ventanilla de una torre,
sin poder contener las lágrimas ; entró despues
en el castillo y no volvió jamás á pedir por mi
persona.
En vista de este comportamiento esperaba
que Jovita se habría curado de sus delirios; la
confianza empezaba á renacer en mí y volvía ya
á encontrar otra vez un poco de sosiego en mis
dolencias morales. Resolví hacer una vida soli
taria, y entregarme esclusivamente á la con
templacion para adquirir las fuerzas perdidas
despues de tantos combates. Estuve por espa
cio de muchos dias encerrado en el castillo, pe
ro esta larga prision vino á fatigarme, probé
salir á la campiña para respirar su aire puro;
tomé la escopeta y los enseres de la caza , y sa
liendo del castillo subiendo y bajando cuestas ,
me interné por aquellos bosques; cansado por
mi estrema debilidad, fui á sentarme en una al
ta colina , desde donde se descubre el castillo y
poblacion de Guevara , un largo trecho del rio
que baña á la misma poblacion con los inmensos
bosques y praderías que la circuyen.
El sol se habia escondido ya á la otra parte
de la montaña , cuando un fenómeno de la na
turaleza vino á ocupar mi imaginacion; una
nube en estremo rojiza apareció en el oriente,
mi
y á medida que se acercaba á su apojeo tanto
mas subia el color de la nube, llegando á alcan
zar al de la sangre. Señores , si tengo de confe
sar el sobresalto que me causó esta aparicion ,
colocado en medio de las selvas, os diré que á
la verdad fue muy grande, porque dado el caso
que fuese no mas que una cosa meramente na
tural, sabeis sin embargo que el criminal en
cuentra en los arcanos de la natura el testimo
nio de su perversidad, y la sentencia en su jui
cio privado. ¿No le revelan el crimen á un per
verso los desiertos con el eco de sus peñas, se
mejante al ruido de aquellas trompetas que el
parricida Neron creía oir al rededor del sepul
cro de su madre? ¡Ahí yo habría tál vez en
aquel momento llegado á conocer mi mala po
sicion , tal vez habría visto descrito en la espe
sura de las tinieblas la sentencia fatal , <5' el de
seado consuelo para mi agitado corazon. La nu
be se colocó perpendicularmente sobre mj cabe
za; levanté los ojos, y .me pareció oir una voz
celestial; el miedo iba á helar mi sangre, la voz
iba acercándose , y mi corazon oprimido con el
dolor no podia mas .que prorrumpir en sollozos.
Estaba yo enteramente abismado y confuso;
el estado inquieto de Mi espíritu , semejante á
las olas de' un mar enfurecido; me quitaba la
facultad de discernir,' 'haciendo higar á una com
pleta alteracion dé sentidos; enajenado por me
jor de^jr, leia en la nube mi sentencia fatal , y
en la voz que acababa de resonar en mis, ojdoí
338
y que no comprendía la letra , me figuraba
oír los dulces cánticos de la religion, quemenos
ingrata que. yo mismo acompañaba ya mi fé
retro al sepulcro. ¡ Cuan incomprehensibles son
los secretos de Dios ! La nube empapada con
la sangre de la inocencia cubría con su color
rojizo á la inocencia misma, á un tiempo con el
crimen ; y aquella voz solo revelaba la maqui
nacion , el plan hablaba por la nube ; aun me
acuerda un pedazo de aquel profético canto,
concluía así. . V . m.. .
- ' ;'¿ . i'. '. ''. 'JV'V . ';' . . ; ""
(1) Del bijo de CasliHa es la gran gloria ' '.
.I . Por lograr sin batalla la victoria.
El triunfo de Isabel está cercano . ■ ( (
Contra D. Carlos, rey de'imbécil mano.
' Engañados carlistas decididos ,
Por un gete traidor sereis Tendidos, ,
. f. ' Mas que quiera su ardid y su arrogancia c ¡;,.
. Pe imitar á los héroes de Niunaucia.
ta cuchilla de Théinis está armada,
Sobre del vencídor será soltada, ' '
Tf dispersas las turbas, y armamento ' ^
Como aristas 9l ímpetu.del viento. '»::.*.'.'.:
,( Entonces caerá del vil carlista
Máscara que será de todos vista . , ,
. : .¡'.'ii ¿ v. . . .. V'. . i »

El miedo desapareció insensiblemente de mi


corazon ; así lo permitía el cielo á fin de; qjM¡
pudiese combina* el plan que aquella voz pura.;
mente natural me revelaba ron lo mjster^osq
(1) Fatíciiiios que' llevaba ún periódico 'táttional
del 6 de agosto de 1838. '<' .» .'. ".: }'
339
de la nube. Porque, señores, ¿no dice el mis-
mo Dios que aparecerán señales en el cielo,
nuncios ciertos de los dias de trabajos , afliccion
y llanto? Hacia yo estas rellecsiones cuando la
voz que dejó de percibirse volvió á su canto ,
la oia bastante cerca de mí, y sin embargo no
sabia adivinarsu origen. Finalmente descubro á
Jovita escondida detras de una zarza que habia
perdido una gran parte de sus hojas , la veía de
la misma manera que el poeta representa á Di-
do á la sombra de un bosque de mirtos, como
diee él mismo, semejante á la luna nueva que
sale asomándose por entre las nubes, .. .
Mi admiracion al reconocer á la hija de Ori
be me obligó á hacer un movimiento que lla
mó su atencion , al verme , la alegría mezclada
con la sorpresa pareció brillar en su semblante.
Concluyó su canto, y luego levantándose se
acercó á mí, y me dijo : «Infeliz de mí, yo no
comprendo el secreto que me arrastra á donde
quiera que tu vayas , víctima de una llama que
me consume estoy siempre dando vueltas al re
dedor de tu castillo , y en el corto tiempo que
entro en él para ver á mi padre, me llena de
tristéza solo el pensar en las escusas con que
has desechado el amor qqe yo te tengo , ó me
jor con la ingratitud con que has pretendido des
preocuparme. Lo confieso, tu humanidad es
muy grande, pero tu frialdad es escesiva. » Al
decir esto se puso á llorar como una desespera
da, y al cabo de un rato mudando de pensamien»
aio
to, y procurando leer en mis ojos la terrible
agitacion que dominaba en mi espíritu , levantó
la voz entre suspiros, y esclamó.» Sí; las gra
cias y hermosura de las madrileñas con sus atrac
tivos habrán cautivado tu corazon y con su in
constancia habrán tambien apagado el dulce
fuego que lo ennoblecia ¿pero tanto me aven
tajan? Los cisnes son menos blancos que las
vizcaínas; la energía de una alavesa es pre
ferible á los encantos aparentes de las madrile
ñas, y el cutis fresco y colorado con que nos
favorece la natura , es el embeleso de los via
jantes, ¿no ves estas trenzas? La madrileña mas
hermosa renunciaría á todas sus gracias para
poseerlas, ellas ahora forman mí diadema, y
yo no la abandonaría sino para colocarla sobre
tus sienes. Tal vez en Lecumberri alguna voz
mentirosa te habrá contado que las riojanas y
alavesas hacemos causa comun, y que somos
caprichosas, lijeras é infieles. No des crédito á
tamaños embustes; te habrían contado la ver
dad si te hubiesen dicho que somos. desdicha
das..... pero la desventura no es un crimen. »
En vano procuré desengañará Jovita, levanté
los ojos al cielo implorando un auxilio , cuando
vi que la nube que se mantenía sobre nuestras
cabezas tomaba á cada instante un color mas
fuerte. Bajé de aquella colina , la hija de Oribe
vino conmigo, y nos iaternámos en. la campiña
por senderos poco frecuentados, donde crecía
la hierba por todos lados. «Si tu me amases de
341
cía ¡ qué paseos daríamos por estos campos de
liciosos ti Qué felicidad sería vaguear contigo
por los bosques de mi padre, y por estas sen
das solitarias, despues de esta guerra que toca
á su términol Sin duda haríamos como las ove
jas, cuyos copos de lana se han quedado enre
dados entre las espinas. Al pie de estos árboles,
á las orillas del Zadorra, por las encrucijadas,
á la margen de alguna fuente contemplaría
mos la risueña primavera cargada con las ricas
mieses que tal vez yo no veré en sazon. » Se
interrumpió Jovita, habiamos llegado á la entra
da de un bosque, yentónces le dije: vuestra ma
dre tiene necesidad de vuestra compañía, volved
pues á la casa de vuestro padre, y no os aban
donéis a un dolor que turba vuestra razon, y que
me costará la vida. No quiso dejarme sin que le
prometiera mi amor; entonces volvió á sus can
ciones, y se apartó de mí precipitadamente.
Son tan terribles, señores, los efectos que cau
san las pasiones , y es tal el peligro que llevan
có.nsigo , que aun sin tomar parte en ellas se
respira en su admósfera los vapores de atracti
vo , que trae el aire emponzoñado á la fermen
tacion de sus producciones. Este encuentro ca
sual dió el último empuje á mi razon; cuando
Jovita me demostraba sus tristes sentimientos
y me declaraba su amor con tan cariñoso afec
to , estuve mil veces tentado para confesar mi
derrota , y arrojarme á sus pies para admirar
la de su victoria : sin embargo la compasion
342
que desde su principio me habia inspirado aque.1
lia infeliz , me sostuvo en el momento de dar
me por vencido; pero esta misma compasion
que me salvó al principio, me quitó, despues el
resto de mis fuerzas, y file efectivamente la
que me perdió. . ,., ;
Al dejar á la hija de Oribe me restituí al cas
tillo, al siguiente dia vino Javier Artazazu asis
tente de Dionisio mi amigo, me llevaba un plie
go del gobierno y algunas cartas de varios ca
maradas. Leí la correspondencia de Langara,
despues dela nueva satisfactoria de que Auguet
de Saint Siivain habia llegado de vuelta de sus
funciones, vi con sorpresa en seguida la toma
de Peñacerrada por el enemigo , precedida de
una accion la mas reñida , en Ja que i asistieron
todas las fuerzas disponibles de entrambos ejér
citos acaecida en el dia anterior veinte y dos
y veinte y tres del mismo mes de junio. Me
acompañaba al propio tiempo una proclama de
Maroto nombrado general en gefe, eq la que
prometía y juraba la fidelidad bajo palabra de
honor. En el pliego encontré confirmadas estas
noticias, y aun mas algunas amenazas, que los
nuevos gobernantes se dignaron dirigirme. Lan.,
gara habia encargado á Javier, que verbalmen-
te me noticiase la crítica situacion de nuestra
causa ; y lo hizo así , trasladándonos á la habi
tacion que yo tenia en el castillo. «Avertano, me
dijo; vuestro amigo y mi señor me ha encarga
do que os demuestre fielmente el estado en
343
que nos encontramos. Los días terribles se acer
can, y vamos cuanto antes á presenciar muta
ciones asombrosas; tos debeis vigilar, porque á
los ojos del gefe que ha subido al poder, no go
zais de un cabal concepto; todos los dias se fin
gen conspiraciones , ya para apear á los provin
cianos, y lo que es .mas sensible, para enviar
al otro mundo á los que hagan mas sombra á
sus quimeras. »..' ...v. <
Sír Avertano, ya no se puede detener la mar
cha de los hipócritas , sino con un hecho gran
de, y aun este mismo hecho sería señal de muer
te y disolucion. Existe un vasto plan , general
mente lo conocemos, y el que debería conocer
sus tramas , ignora que encierra en su seno la
intriga y el mal. En Cataluña y Aragon se han
enviado agentes ocultos para operar segun las
circunstancias , pero los gefes principales no lo
ignoran. En Valencia Morella, y en Cataluña
Solsona se atacarán á un tiempo; y hasta el
mismo Espartero hace sus preparativos para ata
carnos en Estella ; el último hecho es dudoso ,
porque se trata de transaccion y es positivo de
que el enemigo tiene en ello esperanzas funda
das. Nosotros, segun el concepto de mi amo, no
podemos hacer mas que prever el caso, y si por
casualidad se ofreciera ocasion alguna para re- .
mover el coloso que ha subido al poder, aprove
charla, ó sino buscar un asilo en el estranjero.»
De esta manera me habló Javier. Estas nove
dades me sorprendieron , y si bien estaba ente
344
rado de las sugestiones del. enemigo casero ; sin
embargo no juzgaba que el mal estuviese tan
cercano. Estaba afligido sobre manera , cuando
me avisaron de que Andres Ochoa el aldeano
quería verme y hablarme un instante, le hize
entrar, y sin tomar asiento me dijo que habia
sabido con bastante eerteza de que la hija de
Oribe salía todas las noches de su casa , pero
que se ignoraba á donde se dirigía; añadiendo
que en la noche anterior la vieron hablar con
un hombre á la entrada de un bosque. Di las
gracias á Ochoa, y me quedé en el castillo todo
lo restante del dia, dejando pasar algunas tar
des encerrado en mi habitacion temeroso de vol
ver á encontrar á Jovita y de que esta no au
mentara mis males con sus caprichos.
Desprecié no obstante pocos dias despues la
desazon que me combatía , y tomando mi esco
peta me fui á pasear por aquellas soledades.
Devorado por la melancolía me senté á la som
bra de un grupo de fresnos que habia cerca de
una fuente, y allí tendido al descuido sobre la
yerba, quedé profundamente dormido. La no
che me habría sin duda cogido en mi sueño , si
un terrible ruido no me hubiese dispertado. Era
un javalí que volviendo de beber de la fuent e ,
quiso noticiarme su paso, haciendo resonar con
sus fieros bramidos las concavidades de aquellas
peñas. Levántome de repente, y armando mi
escopeta me dirijo hácia donde se percibian aun
los quejidos del animal , apenas habia doblado
345
una pequeña colina me pareció ver alguna co
sa en la obscuridad , y cuando iba á descargar
contra el fantasma que huia, | qué casualidad !
veo que es una muger, y que he sorprendido á
Jovita.
« | Quél me dijo, ya puedes descargar tu ar
ma, pues que de todos modos me verás morir.»
De ninguna manera, le contesté, y acercán
dome á ella ¿eres tú Jovita? «Sí, me respondió,
soy la muger mas desgraciada que jamás hayas
visto.» ¿Cómo? le dije, me han contado que
en estos bosques haces traicion á nuestra causa.
¡ Ah ! yo hacer traicion ? me replicó indignada ,
¿no te he jurado que nada emprendería contra
tí? Sigueme, quiero que sepas lo que dias ha
tengo en problema y que voy á practicar al
momento tu serás testigo de la traicion de
que me han acusado, pero yo'seré la víctima t
Tomome por la mano, y me condujo á la otra
parte de una elevada roca, en el mismo punto
en que la habia visto por penúltima vez. Jovita
caminaba á paso largo, su modo demandar es-
traordinario con su modo de hablar misterioso
demostraba claramente la alteracion de sus sen
tidos, y la llama oculta que la devoraba dibuja
ba en sus mejillas los colores de su ardor. La
noche habia estendido sujmanto sobre aq uellas
soledades, las nubes >volaban por el cielo sobre
la faz de la luna, que'á la apariencia corría rá
pidamente para atravesar aquel cáos.
« Atiende , me dijo Jovita, parándose de re-
;
346
pante, y escucha lo que voy á revelarte: ¿ves
esta sarza? ¿ves aquellos mirtos? ellos fueron
testigos del amor que me prometiste, pero tam
bien lo serán de los efectos de tu perjurio: to
dos los dias me han visto llorar bajo sus som
bras, y mis lágrimas mas estériles que la tierra
que sostiene á estos arbustos , solo han produ
cido lo que vas á presenciar. No, no se dirá que
la hija de Oribe haya faltado á sus juramentos,
porque prefiere mil veces la muerte, antes que
faltar á lo que lleva prometido.».
interrumpiose Jovita. Yo quise combatir las
supersticiones de su escesivo amor, y como si
hubiese proferido algunas impiedades me dijo:
«Cállate. Si tu te has portado con ingratitud
conmigo, deja á lo menos que mis últimos acen
tos cifren con caractéres eternos en tu corazon
de bronce el nombre de Jovita para tí tan
odioso. .. . . .!'.:'.
. «Pero mira, no se diga qüe yo sea profetisa;
despues de mi muerte sucederán cosas asombro
sas, aun no pasará un año que vuestro Rey
tendrá que buscarse un asilo en el estrangero,
porque su patria le negará el necesario para
poner los pies , tú no habrías visto esta trágica
escena, si no hubieses tratado con tanta benig
nidad á mí padre; esa misma liberalidad, esa
hombría de bien que á despecho tuyo se traslu
ce en tu corazon , tei,ha',librado del golpe fatal
que se te preparaba, debias morir infaliblemen
te, y el verdugo debia ser ¡la que tanto te ama!
347
pero ¿cómo era posible de que la hija de Oribe
se cubriera coa la ignominia? Al contrario, tení.
té todos los medios para atraerte á la verdad.
El cielo me ha frustrado los planes, y ahora so
lo me queda un recurso..... ,tú resolverás el di
lema. Habla. ¿Ves este puñal? Es el que debia
mancharse con tu sangre, pero ahora solo está.
destinado para darte el placer de verme morir»
Iba á clavarlo con toda su fuerza en su pecho.
Yo la detuve cogiéndola por los brazos.
¿Cómo'hede continuar señores esta narra
cion? ¡Oh Daniel, me cubro de rubor y confu
sion al recordar tamañas faltas ! pero quiero
confesároslas por entero, y sin ocultar nada las
someto al tribunal santo de vuestra ancianidad.
Escapado en medio do la tormenta , y de un
terrible naufragio en que la muerte me era bien
merecida, me refugio á vuestra caridad como á
un puerto de misericordia, y los vestidos empa
pados aun con las aguas de un océano criminal,
colgados en el umbral de mi conciencia, perpe
tuarán el horror á la enormidad de mis culpas.
La demasiada sensibilidad asaltó de nuevo á
mi espíritu. La desesperacion , la pasion y. fat
hermosura dieron al través de mi imaginacion ,
y desarmado en presencia del enemigo, egte-
nuadoconlos combates que habia sostenido con
tra mí mismo, no pude resistir al último testi
monio del amor de Jovita. ¡ Ay de mil Qnedé
vencido. No tuve fuerza para ser cristiano, me
lanzé con mi víctima, y en medio de mi frenesí
348
no atendí á los ahulados con qúe los espíritus
de las tinieblas celebraban su victoria, y mis
ojos ciegos á la fuerza de una especie de estu
por, no podían penetrar al dorso de la inocen
cia, ni ver á las castas esposas de los Patriarcas,
como volvían la cabeza por no verme , y como
mi ángel tutelar se remontaba hácia los cielos ,
cubriéndose con sus alas.
No tardé á sentirme marcado con el sello de
la reprobacion , dudé de la existencia , de la
omnipotencia y misericordia divina y de mi
salvacion ; las ideas que me acarrearon en los
primeros dias de mi juventud los placeres de la
corte, y que las lecciones de Lapresse me hicie
ron olvidar, volvieron á retoñar en mi memo
ria con mas lozanía; el lenguaje de los répro-
bos se escapó naturalmente de mi boca , pror
rumpiendo en dicterios y blasfemias propias de
aquel lugar en donde habrá gemidos y lágrimas
eternas.
Acompañé á Jovita la mas feliz y desventu
rada de las criaturas hasta las inmediaciones
de su casa nativa ; allí la dejé haciéndome ella
prometer una constancia , que me era casi im
posible de guardar; y entre una especie de llan
to y sonrisa, y saliendo del profundo silencio
que hasta entónces habia guardado, me dió cor-
diálmente un adios y me despedí de ella. Yo
me volví al castillo. Pero , señores , el amor, el
temor, el remordimiento, la vergüenza y sobre
todo el asombro agitaban á mi corazon, obli
349
gándome á permanecer encerrado en mi habi
tacion. Joyita vino al siguiente dia á ver á su
padre y pidiendo despues á uno de mis ordenan
zas por mí, este le contestó como se lo habia
mandado al principio, diciéndole que estaba en
fermo. Creyó ella que efectivamente era una
escusa, y se fue desesperada al bosque.
A la tarde del mismo dia me contaba el or
denanza lo acaecido con la hija de Oribe, yo
le corregía agríamente; apenas acababa de in
formarme del caso, vino un paisano al cas
tillo llevando la nueva de que en el bosque in
mediato se habia encontrado á una muger re
cien muerta. Al eco de su voz cayó desmayado
mi cuerpo, mi corazon traspasado con nuevas
flechas iba á sucumbir, y mi alma herida de
muerte con el crimen oyó mas de cerca el cas
tigo eterno que traia bien merecido.
Volé al bosque acompañado de los oficia
les y algunos soldados. Descubrí á lo léjos el ca
daver de Jovita, y entre raudales de lágrimas
me acerqué á ella, no pude dejar de estrechar
contra mi corazon á la inocente víctima de mis
desvarios. ¡ Infeliz ! Habia traspasado su pecho
con aquel terrible puñal con que ella debia
acabar mis dias, como una segadora que ha
acabado sus trabajos, y rendida se duerme á la
sombra de un copudo roble en el ángulo del cam
po, así Jovita estaba tendida al pie de la; zarza
testigo de sus amores.
FIN DEL LIBRO XI.
352
Maroto. Se le devuelve su Honor. Ben
diciones d abandono de Ramalea,
Guardamlno y demas pantos. Entre
vistas de los grefes^do los¡ dos ejérci
tos beligerantes. Convenio de Versa
ra. Entra Carlos a Francia. Fin de
la narracion.

.- 'f.i';) - 'Si - ' D"C.'. U <! .":-/«'!!


-- - ~- ; ' c" . .-.mí!..'
-i' - ... : i .- '.. :'ci .-.,i.'" .v*.í
.«! . . . .. .'. i i' :s ' .-' < a- .
. .. .> . .. - ' ';'i.-':'-: i .. ..' . >'-J.

-iia.i.) ; .. ' .'. V - .', í:<- > » 1.' í -. -.i»


-«»-i«.- :i~"'. '? .3'>i.;.i';í!-i:r. .iü':i. . -
.>: . :«I-.: 5 «i¿i 3ví-|- . -> tfí ii .
i> i:~:.- ~-t é?i 'i-: .i'.'.J/ -. -5 i . " i
Perdonad señores las lágrimas que todavía
salen de mis ojos. No os contaré el horrible
sentimiento y profundo dolor que esperimenta-
ron los padres de Jovita, y la desesperacion que
me cogió al ver á mis pies tendida la víctima
de un vü capricho. ¡Oh justicia divina ! ¡Oh
misericordia de un Dios altamente sublime ! Yo
no debia volverá verá aquella mujer en una no
che de primavera, debia verla solo para deposi
tarla en el sepulcro; como á la tierna herbeci-
11a que separada de su planta matriz antes de
tiempo por la hoz del segador, se seca álos ra
yos del sol, y ya no hermosea la pradería, solo
debe devorarla un animal salvaje.
23
3oÍ
Sulmen que hasta aquel momento había dor
mido dulcemente se dispertó dando un agudo
alarido. Al instante vió humedecidos los ojos de
los circunstantes, pero no se atrevió á pregun
tar la causa, guardó silencio y escuchó á Aver-
tano que hablaba así. « Aquí empieza , Da
niel, la grande época de mi vida, porque esta es
la época de mi vuelta á la religion , y la época
grande de la política de nuestra patria por su
terrible desenlace. Hasta entonces las faltas que
me habian sido personales, y que solamente ha
bían recaído sobre mí, no me hacían esperi-
mentar todo el peso de una muy grande
impresion; pero cuando vi que había sido la
causa de la desgracia ajena , mi corazon se su
blevó contra de mí mismo á la fuerza de los re
mordimientos; conocí la gravedad de mis cul
pas, y tomé una resolucion que fue heroica por
sus felices resultados. Fui á encontrar á un ve
nerable Jesuíta que vivia en Salvatierra pocas
horas distante de Guevara, me postré á sus
pies y le hice la confesion de todas las iniquida
des de mi vida. Este santo varon trasportado
de celo y de su ardiente caridad me estrechó
entre sus brazos, y para la satisfaccion de mis
deslices me impuso una penitencia no muy ri
gurosa, dándome al mismo tiempo los saluda
bles consejos que ahora en parte me veis prac
ticar. Siempre tendré presentes las palabras con
que se espresó aquel anciano sacerdote.
Los males del alma, me dijo, son muy seme
35o
jantes á los males del cuerpo, para curarlos se
necesita muchas veces mudar de clima. Los paí
ses húmedos son muy perjudiciales á la calen
tura , se prefiere la aridez, y se busca la seque
dad. ¿Cuantos males hay que ccsigen privar al
enfermo de ciertos manjares y de ciertas bebi
das? ¿No se previene á algunos huir del bullicio,
y ponerse en quietud? Comprehendí estas be
llas comparaciones, y desde aquel instante for
mé el plan de mi vida futura. Escribi a Langa
ra espresándole el deseo que tenia de avistarme
con él para confiarle mis secretos , y al mismo
tiempo mis resoluciones. Le envié la dimision
de mi empleo motivada por la falta de salud de
que adolecía , á fin de que despues de entera
do diese el debido curso á diohas mis pretensio
nes.
Yo no podía sufrir ni los bosques , ni las ar
boledas, ni aun los lugares en que alguna vez
hubiese visto á Jovita , sin que una especie de
ternura y desazon penetrase en lo íntimo de mi
alma. Los oficiales compañeros de armas en la
guarnicion del castillo conocieron muy bien
mis trágicos instantes, con el motivo que daba
lugar á la terrible melancolía que me apuraba.
En vano intentaron hacerme tomar parte en
sus inocentes festines, mi tristeza turbaba la
alegría de sus cazerias , de sus paseos y de sus
banquetes; si en estos afectaba sonreírme , te
nia largo rato la copa pegada á mis labios pa
ra ocultar las copiosas lágrimas que á despecha
356
mio caían de mis ejes. Por último no me era
posible habitar por mucho tiempo en el castillo
en donde los ayes de Oribe y de su esposa Ma
ría me recordaban la sangre de mi víctima, coa
sus lastimeros acentos encendían con nuevo fue
go la mecha de mis tan tardíos pesares, volvien
do á abrir con indecible dolor las profundas he
ridas que el mismo delito causó á mi alma. Pe
ro debia aguardar la respuesta de mi amigo.
Nos encontrábamos ya á mediados de setiem
bre. En este largo período de tiempo transcur
rido habían tenido lugar varios sucesos de cier
ta importancia. En Cataluña cayó Solsona en
poder de las armas enemigas en el dia veinte y
siete de julio despues de pocos dias de resisten
cia, rindiéndose á discrecion el gobernador Tell
de Mondedeu con seis cientos setenta y seis in
dividuos de todas armas y clases , entregando á
las armas vencedoras dos piezas de á cuatro de
carril estrecho, con sus cureñas y juegos de ar
mas, cuatro cientos ochenta fusiles, algunas es
copetas, tres mil cartuchos, varias cananas, cier
ta cantidad de piedras de chispe , diez cajas de
guerra, diez y siete acémilas de tiro y carga ,
con una provision bastante de comestibles. Ca
brera mas afortunado, sin duda en Morella,
que los catalanes en Solsona, obligó en diez y
ocho de agosto al general Oraá á levantar el ri
guroso cerco que habia puesto á la primera.
Una brecha terrible se habia abierto en las ta
pias de la poblacion , por varias veces intentó
357
practicarla; pero defendida con valor digno de
elogio , hizo que allí representara su digno pa
pel la actividad y la pericie, y dejando á su lu
gar el horror que inspiran esta especie de ata
ques, daban cierta hermosura en el tétrico cua
dro con el jugar de los fuegos y demas manio
bras. Oraá, como digo abandonó el cerco, bien
fuese por falta de víveres, como aseguraba él
mismo, bien por la escasez de sus fuerzas en cu
ya arriesgada operacion , y atendido el enemigo
y clase de guerra con que tenia que habérselas,
debia contar indefectiblemente con fuerzas lo
menos duplicadas. Cabrera reportó de estas
jornadas copiosos frutos, reanimó la fuerza mo
ral que en Cataluña estaba abatida por la ren
dicion de Solsona, y en las provincias de su
mando le hubieran erigido arcos triunfales , si
sus victorias hubieran podido eternizarse como
el renombre que añadió al que tenia gana
do ya en otras ocasiones, probándolo el impla
cable odio que por una parte se le prodigaba, y
el alto concepto que por otra se le tenia.
En Navarra y las provincias se sucedían los
apeos, se decia si el ministerio Tejeiro queda
ría disuelto , ocupando las ambulantes sillas el
padre Cirilo, Onet y sus agregados. Maroto se
guía en el mando demostrando una bravura y
actividad enteramente nueva; á él se debería el
plan de disolucion del ministerio , á él muchísi
mas confinaciones, y á él todos los apeos en ge
neral. Si conservó á su lado algunos gefes
338
opuestos á su marcha , poniendo á sus obras en
contradiccion con esta tolerancia capciosa, no
tardó mucho tiempo en conocerse su objeto, co
mo observareis muy bien antes de llegar al de
senlace de sus planes, y al fin de mi narracion . En
el dos de setiembre las fuerzas capitaneadas por
Maroto tuvieron una accion con las de Esparte
ro en los campos de Cascar, poblacion de la ba
ja Navarra, situada no muy lejos de la confluen
cia del rio Ega. Esta accion insignificante en
nada pudo influir en los hechos particulares que
se siguieron pocos dias despues; porque resuel
to como en apariencia estaba Espartero de ata
car á todo trance la poblacion y fuerte de Este-
lia, se vió á este gefe renunciar á su inten
to seis dias despues de la escaramuza de Cascar,
malogrando todos los preparativos y ecsorbi-
tantes gastos que para ello se hicieron. Esta re
solucion fue tomada despues de una junta de
generales que convocó el mismo Espartero.
Entre nosotros se celebró esta resolucion como
una victoria, tan grande era el temor de caer
vencidos, ó mejor, tan perspicaz fue la táctica
de los que tuvieron la sutileza de dirigir estas
operaciones, preparando con mas ingenio el jue
go que debia resolver nuestro porvenir.
Maroto habia dicho á alguno de sus amigos
que él daría la paz á la península : esta espre-
sion ennoblecida con un acento pomposo, hacia
algun tanto imponente el orgullo del que la
profería , porque se ignoraban los medios de
359
que podia echar mano ; su marcha gigantesca ,
la retirada de Oraá del cerco de Morella, la re
nuncia de Espartero de poner el deEstella, y la
nueva de la llegada de cierta princesa que de
bia enlazarse con D. Carlos, con un sin fin de
favorables consecuencias, hizo concebir en el
corazon de la generalidad cierta lisonjera espe
ranza en que Maroto encontró el prestigio y
cierto apoyo para combinar con mas seguridad
sus planes secretos. Sabido es que en esta oca
sion se tuvieron cuando en Estella , cuando en
Tolosa ciertas entrevistas con D. Carlos para
arreglar por medio de convenio la lucha en que
tanta sangre se derramaba. Tres proyectos se
habian ensayado, todos discordantes en todos
sus artículos; cada partida se forjó el suyo.
Unos pretendían casar al hijo mayor de Carlos
con Isabel, encargándose dicho Carlos de la re
gencia, otros pretendían el indicado casamiento
del hijo mayor, y que su padre despues de re
nunciados sus derechos viviese en el estranjero
con cierta pension vitalicia , y finalmente algu
nos el casamiento del hijo segundo Juan con Isa
bel, bajo condiciones diversas y difíciles de lle
var á cabo. Díjose que Carlos llegó á convenir
en que se negociara algo sobre el particular , y
que Maroto no descuydando la bella ocasion que
se le presentaba entabló relaciones con Espar
tero.
Entre tanto aguardaba yo la contestacion de
Dionisio Langara, habian pasado ya muchos
360
días, y con razon empezé á temer que alguna
disposicion de los nuevos gobernantes no le hu
biese alcanzado, haciéndolo habitante de los
fuertes de san Gregorio ó de santa Bárbara.
Mientras estaba con estas zozobras llegó un or
denanza al castillo con un pliego del gobier
no en el cual se me mandaba dar libertad á
Oribe y á sus tres compañeros, sirviéndoles de
castigo los meses que llevaban de prision. En
el mismo se me admitía la dimision de mi en
cargo, y se me concedía la licencia limitada de
tres meses para reponerme de mi quebrantada
salud. Al mismo tiempo se me avisaba que de
nueve á diez del propio mes el cuartel real es
taría de paso por Guevara, noticiándomelo para
mi conocimiento, y á fin de que dispusiera lo
mas conveniente.
Llegó el dia nueve, y D. Garlos con parte de
su corte vino efectivamente á Guevara, visitó
los fuertes del castillo, y un día despues se
marchó por Salinas á Elorrio. Langara seguia
á la corte con su batallon , haciendo esta bella
circunstancia el que yo pudiese estrechar entre
mis débiles brazos á mi compañero y amigo , y
hablar con él largamente de los negocios comu
nes y particulares. Langara me puso al cor
riente de todos los secretos que confirmaban
nuestros temores; hablándome del plan que
pretendía entender y que comprehendia perfec
tamente, me cogió por la mano , y entre rau
dales de lágrimas que ahogaban su voz, y que
361
casi yo no pude comprehender por causa del
sentimiento que me enajenaba , me dijo « Gui-
belalde, ese pérfido Aviraneta, ese Casares
¡Ah santos cielos! Ellos son los inocentes, y no
sotros los culpables. Saldrán con la suya, y el
desprecio que se nos prodiga bien demuestra
que el calabozo ó la muerte será el premio de
nuestros sufrimientos y de nuestra fidelidad.
Todo, todo se ha elevado á conocimiento de
Carlos, y este imputa nuestros temores á celos
y rivalidades. Si debeis creerme, añadió con voz
bastante fuerte, no sigais á la corte desdichada,
marchad á Lecumberri; si quereis ver al Baron
de los Valles lo encontrareis en Estella, él sin
duda os contará su historia , y nadie mejor que
este amigo antiguo podrá aconsejaros » Por úl
timo nos despedímos entre sollozos, mi amigo
se dirigió por Mondragon, yo aguardé la maña
na del siguiente dia para marcharme por Salva
tierra y trepando despues por un cabo de la
sierra de Andia, tomar el nacimiento del rio
Ega , orillando sus apacibles aguas por Elda y
Artaria hasta llegar á Estella.
Así lo efectué. Llegué á Estella tres dias des
pues de la accion que el general García sostuvo
entre Pamplona y Puente la Reyna, cerca de la
famosa altura del Perdon, contra siete batallo
nes enemigos mandados por el general Alaix.
En esta accion bastante reñida hubo una pér-
. dida considerable, porque atraído 'Alaix por el
abandono de nuestras fuerzas las atacó hasta el
362
Perdon, cayendo en este punto en una embos
cada que García tenia preparada al intento.
El general Alaix recibió una lijera herida y se
retiró á Puente la Reyna, y García lo verificó á
Echan ri, ocupando constantemente los pueblos
de Legarda, Uberga, Obanos y Muruzabal. En
contré á Auguet de saint Silvain como Langa
ra me lo habia asegurado , y permanecí en su
compañía por espacio de cortos dias. La corte
que se habia marchado á Elorrio en union con
el general en gefe y el ejército de su mando
recurrió los puntos de Orduña, Balmaseda, Ar-
ciniega y varios otros fingiendo intencion de
probar algun ataque , llamando al ejército con
trario sobre las Encartaciones. Reuniose despues
con las fuerzas de Merino y Balmaseda que vol
vían de sus correrías, y con las oficinas que se
habían quedado en Elorrio pronunció su preci
pitada contramarcha compareciendo otra vez en
Estella á entrados de octubre. El objeto no de
jó de traslucirse. La princesa que debia enla
zarse con D. Carlos debia llegar con el hijo ma
yor de este sobre el diez y siete del mismo mes,
y esta era la princesa de la Beyra. El tiempo
era perentorio, y debian cubrirse aun las fronte
ras. La mayor parte del ejército estaba destina
do á marchar al recibimiento de esta buena mu
jer, que para los nuevos gobernantes debía ser
la heroína, y el sosten de sus pretensiones, muy
fácil de presentarlas á sus ojos con el velo de la
inocencia, y por lo mismo de la razon y justi
363
cia ; siendo ella la única esperanza de los que
deseaban por medio de transacciones el sistema
que llamaban, sin duda por sarcasmo, despotis
mo ilustrado.
Nos agregámos á la lucida espedicion con la
idea de quedarnos en mi casa nativa deLecum-
berri , mientras los demas participarían de los
regocijos y festines que iban á prodigarse. Lan
gara iba escoltando de cerca á la corte, por cu
ya razon no le fue posible acompañarnos. Par
timos de Estella en la mañana del dia trece, y
en el anochecer del catorce estreché entre mis
brazos á mis ancianos padres. No os contaré se
ñores la alegría que produjo la tercera visita
que durante los cuatro años de guerra pude ha
cer á aquel delicioso valle. ¡Dichoso de mí, si ja
mas hubiese conocido otras paredes que las de
mi casa, ni otros montes que los de Lecumberri,
ni otras aguas que las que nacen en nuestros
arroyos y engruesan con sus cristales las pla
centeras del rio Arga !
El Infante D. Sebastian se colocó en Elizon-
do, quedando en el dia quince cubierta la fron
tera. En la mañana del diez y seis llegó la no
ticia de que la princesa de la Beyra con su co
mitiva habia en el dia anterior llegado felizmen
te á Bayona, y esta noticia vino en confirma
cion con la llegada de los dos hijos del general
en gefe Maroto, que hasta aquel punto habían
acompañado á la familia real. Por fin esta ve
rificó su entrada en el diez y siete del mismo.
364
D.* Maria Teresa de Braganza iba montada en
un magnífico caballo al lado de algunos gefes y
oficiales que circuían al primogénito de D.Car
los, á cuyo espectáculo los naturales del país se
deshacían con lágrimas de ternura ¡ fruto aci
barado que solo ha quedado á la lealtad navar
ra ! El heredero de Carlos presentaba en su fí-
sieo un contraste placentero de hombría de bien,
marcialidad y sencillez. Montado en un sober
bio alazan , vestido con levita ceñia una gruesa
espada, y cubría su cabeza con una boina encar
nada , favorita de los navarros. De esta mane
ra llegaron á reunirse con la corte dos víctimas
mas, permitidme la espresion, en medio de las
aclamaciones y del júbilo, tan solo para figurar
en la tragedia que por secretos de Dios iba
cuanto antes á representarse en las provincias.
Permitidme tambien que pase por alto las
fiestas que se hicieron á los recien llegados: el
casamiento de Carlos con Maria Teresa era mo
tivo poderoso, pero acaso ¿no es mas prudente
que en medio de la guerra y cuando los pueblos
estan ecsaustos sin recursos, sumergidos en
medio de una terrible miseria, correr un velo ,
y ocultar la pompa que hace criminal la alegría,
los festines y banquetes de los grandes? Apar
tad la vista de las provincias por un momento ,
y si os lo permiten las lágrimas fijad los ojos en
Valencia , Murcia , Aragon y parte de Catalu
ña; la guerra de esterminio causa sus estragos,
y las represalias aumentan los horrores. Ade
36o
lanta Cabrera sus ensoberbecidas huestes, y con
estas prodiga el último castigo. Se ecsalta Za
ragoza, y bajo el pretesto de represalias sacrifi
ca á los prisioneros y apura á los opinados.
Valencia sigue su ejemplo, y el general Méndez.
Vigo que intenta detener á los amotinados que
pedían á voces la muerte de los infelices prisio
neros, cae 'víctima cuando les promete hacer
justicia. Cabrera sigue su conducta, y la sangre
tino las plazas y las calles; ¡triste garantía que
el tratado Eliot daba en estas provincias á los in
felices que en aquellos momentos caian prisio
neros! Se erigieron juntas de represalias en to
das las capitales de las provincias, sirviendo á
mi concepto de pretesto para alterarse mas fá
cilmente la tranquilidad. Zaragoza nos dió la
prueba, despues Valencia, Murcia, Alicante, la
capital del reyno y en once de noviembre la
ciudad de Sevilla en cuya poblacion se vieron al
frente de la broma á los generales Córdoba y
Nárvaez.
Esto acaecía en el interior, mientras nosotros
estábamos en apariencia gozando de una paz
octaviana. En treinta y uno de octubre salió á
luz la famosa amnistía por razon del casamien
to de Carlos, paso heroico , que facilitó á cier
tos sugetos acercarse á la corte en donde podían
operar con mas profundidad para representar
el digno papel que por sus méritos se les con
fiara. Parecía que habia suspension de armas,
cuando jamas se habia operado en secreto tanto
366
eomo en aquel entónces; sin embargo no eran
estas operaciones las que deseaban los pueblos,
porque veian al ejército en inaccion, sufrían las
ecsorbitantes cargas é imposiciones, y el resul
tado era el descontento que por momentos se
hacia general. Muñagorri que por segunda vez
tuvo que huirse á Francia , sabedor de nuestro
descontento volvió á sus tareas , y se presentó
á la otra parte del Bidasoa, devolviéndole los
franceses las armas y equipaje que habian que
dado en depósito al momento de refugiarse en
aquel territorio ; su entrada se verificó en el
primero de diciembre. Célebre espedicion que
no tuvo mas objeto que distraer á los navarros
de la pieza que se nos urdía , y que pocos igno
rábamos ya.
Maroto se encontraba en los alrededores de
Estella. Sabedor de que ecsistía en el ejército
de su mando un gefe que era la confianza de
los provincianos, y por consiguiente rival á sus
doctrinas , porque sabido es que entre los dos
mediaron varias contestaciones concernientes al
plan que se amagaba , determinó burlarle dis
curriendo un medio que se le presentó bien
pronto en el cuatro de diciembre en los campos
de Sesma. La coluna contraria , llamada de la
ribera apoyada por otra debia pasar de Lerin á
los Arcos en la mañana del cuatro. Maroto man
dó hacer movimiento de Moretin y lugares cir
cunvecinos á ocho batallones y tres escuadro-
oes, mandó al mismo tiempo órden á Balmase
367
da de que ocupase con su caballería las llanuras
de los Arcos. Serían como las siete de la maña
na cuando Maroto tomó posesion sobre el ca
mino de Sesma á los Arcos, en cuyo punto sor
prendieron al enemigo. Balmaseda cargó á las
fuerzas del general Leon, rechazándole este con
valor , pero volviendo aquel á la carga hizo re
tirar al enemigo sobre Lerin. Al siguiente dia
se renovó el fuego, y en esta segunda accion
fué nuestra caballería menos feliz. La voz co
mun aseguraba que Maroto dejó espuesto á Bal
maseda á trueque de comprometerlo.
Llegaron las enemistades á ser objeto de pú
blico escándalo, los ministros Tejeiro, Sopela-
na, Valdespina y el obispo de Leon, conocien
do su posicion crítica no quisieron ocupar por
mas tiempo las sillas ministeriales, dado el caso
en que Maroto continuase al frente del ejército,
haciendo de los ministros el juego de sus secre
tos; á este fin presentaron en masa su dimision.
Pero esta medida que parecía capaz para deci
dir á Carlos, y destruir de un golpe al coloso
de la oposicion ministerial, sirvió para fortifi
carlo ; sabido es el a.cendiente que este gozaba,
y la alta reputacion en que le tenia la princesa
de Beyra, y algunosotros personajes que llegados
de refresco aguardaban subir á las poltronas do
que iban á bajar los apostólicos, así llamaban á
los que iban á caer vencidos. Avisado Maroto
de este accidente, voló á Azcoitia en cuyo pun
to se encontraba Carlos, convencido de su in
368
fluencia y seguro de su destino puso la dimision
de su encargo en manos del mismo Carlos, que
no quiso aceptarla, en cuya negativa insistió Ma-
roto, diciendo que si no se castigaba á su enemigo
Tejeiro y á Balmaseda estaba resuelto á ha
cérsela aceptar.
Volviose Maroto á toda prisa á Estella di
ciendo que iba á fortificar á los Arcos y la po
blacion para impedir el incendio con que el
general Leon habia amenazado á dichos puntos.
Así concluyó en Navarra el año de mil ocho
cientos treinta y ocho. En Cataluña se habia
sublevado el valle de Aran. El conde España,
que en aquella ocasion aun mandaba las fuerzas
carlistas, voló á Viella para sacar de la insubor
dinacion mas partido ventajoso ; pero los suble
vados no estaron dispuestos para recibir el sis
tema de Carlos, muy al contrario le hicieron
un vivo fuego , declarándose abiertamente con
tra sus batallones. El Baron de Meer en aque
lla sazon gefe de las fuerzas contrarias marchó
con un ejército imponente tambien hácia el va
lle á fin de escarmentar no solo á los amotina
dos de Viella, como igualmente á las fuerzas
carlistas que habian ya entrado en la poblacion .
En efecto, logró su intento, porque abandonan
do los carlistas el terreno ganado , tuvieron que
pelear en su precipitada fuga contra todo gé
nero de contratiempos; los montes cubiertos de
nieve, obstruidos los caminos y la admósfera en
un estado de hielo , faltos en fin de municiones
369
de boca y guerra, todo contribuyó á que pere
ciesen una infinidad de frio y de hambre. Due
ño Meer del valle escarmentó tambien á los de
Viella. En Valencia se tuvieron muchas accio
nes , siendo pocos los dias que en esta parte la
guerra no estuviese ejercitándose con todos sus
horribles resultados , coronando el sesto año de
nuestra tragedia la sublevacion de Alhucemas,
punto que la nacion española está poseyendo en
las costas de África. Una compañía del franco
de Granada que estaba de guarnicion asesinó á
su capitan , y poniéndose á su frente el presida
rio Quintana que fué oficial del ejército en union
con los demas presidarios se pronunciaron por
D. Carlos. Siéndoles imposible sostenerse en
aquel punto por falta de víveres y de toda es
pecie de socorros, se apoderaron de dos místi
cos que ecsistian en el muelle, destinados al
servicio de la plaza, y embarcándose en su con
secuencia navegaban en comboy hasta las cos
tas de Valencia, cuando apurados por el mal
tiempo se vieron precisados á hacer rumbo há-
cia Oran , perdiéndose despues entre sí ambos
buques.
Dos Lores ingleses arrancaron á Jano de su
imperio, y vinieron á Navarra á abrir las puer
tas del año, ó mejor las escenas que debian te
ner lugar en mil ocho cientos treinta y nueve.
Estos personajes que vinieron para representar
en las provincias el papel característico al jenio
de la nacion inglesa , vinieron digo recomenda
24
370
dos por Lord Palmerston. Recibiolos Carlos y
su esposa con tierno reconocimiento y coa de
mostraciones las mas sinceras, debidas solo á
una amistad íntima y á toda prueba. Con gran
de aparato se Ies hizo recorrer la generalidad
de los puntos mas principales , que en aquella
ocasion ocupábamos; .visitaron á Estella en don
de se les hizo un lucido recibimiento, despues
el castillo de Guevara, Ordufia, Balmaseda, las
minas, los arsenales, los parques, la maestran
za, los colegios; se les dieron revistas, banque
tes , en una palabra se les prodigaron los festi
nes , como si los tales Lores fuesen los encar
gados de las altas potencias para negociar el
casamiento con la hija de un Emperador.
Pero, sabido es que ecsistja el plan de
transaccion, y aun mas que este plan fué
el objeto de esta ecsótica visita, digo ecsóti-
ca , porque con ella se demostraba harto clara
mente quienes eran los que debian ceder con
mas elasticidad á las bases que debian sentarse,
segun lo que observara el ojo perspicaz de los
recien llegados. Ecsistia el ministerio Cirilo,
Maroto continuaba en el mando superior, y los
gefesde quienes estos podían recelarse oposicion
eran vigilados; tales eran las novedades de que
ellos solos podian tenerse por autores, como ve
reis en lo que os voy á contar. Un mes habia
casi trascurrido despues de la accion del puente
de Udalla dada en tres de enero, en la que
asistí yo puesto otra vez al frente de mi bata
371
llon. Celebrose una junta de generales para re
solver la gran cuestion , pintándose con los me
jores coloridos los efectos de una transaccion
estudiada , advirtiendo algunos la necesidad de
que se verificara para concluir con la guerra,
que de otro modo á su parecer era intermina
ble; proyecto este al que algunos gefes se ha
bían opuesto desde sus principios , y le habian
combatido valiéndose de todas las persuasiones.
Atacaron estos mismos esta proposicion como
ajena de sus principios , protestaron delante de
Carlos, probándole con tezon que su causa no
tenia necesidad de transacciones, sino de ba
tallas, demostrándole la bella posicion en que
se veían sus fuerzas en todas las provincias.
Acalorados los ánimos é irritados de tal modo
las pasiones, solo se pensó en las venganzas. Di
solviose la asamblea , bubo alguien que habló
en secreto con Carlos , y este convencido de la
necesidad de evitar la transaccion en que casi
habia consentido, mandó á Maroto retirar las
negociaciones que se dijo tenia entabladas con
Inglaterra y Madrid , por medio de Lord Jon-
hay y Espartero.
Enojado Maroto de semejante proceder obe
deció á su Rey , concibiendo desde aquel mo
mento la alta idea que llevó poco despues á ca
bo. Volviose otra vez á las armas, hízose un
canje general de prisioneros, y el ejército como
si saliera de su normal inaccion hizo algunas
contramarchas. A primeros de febrero encon*
372
trábase Maroto en los campos de Tolosa, cre
yendo la generalidad que iba atacarse la línea
enemiga de Andoain; pero cuan diferentes eran
las opiniones de los voluntarios y del pueblo ,
comparadas con los adelantados proyectos de
nuestro general. Presentose este á los pies de
Carlos , noticiole que euanto antes iba á esplo-
tar una gran conspiracion , que peligraba su
causa y su persona , que él sabia muy bien los
sujetos que pertenecían al complot , y ademas
que si le apoyaba haría pagar cara á los mas
audaces su criminal intencion. Sorprehendido
Garlos á las palabras de Maroto, contestole con
estos términos. « Si podeis presentarme docu
mentos justificativos de lo que decís, os doy ple
nos poderesl >>
Salió Maroto del cuartel real, y dirigiose con
su division hácia Estella; guardábase un pro
fundo silencio acerca del misterio que se nota
ba ; los ánimos estaban sumamente ecsaspera-
dos, y de la misma suerte que las aves enmu
decen escondidas entre los abrojos , en las hon
duras de un valle desierto al acercarse un gavi
lan, y al ronco son del trueno que retumba
estremeciendo las peñas que la guarecen , y al
horrible peso de la tempestad que va acribillán
dolos con su granizo, de la misma manera digo,
que el navarro mas decidido temblaba escondi
do en su hogar paterno. Por fin llegó el día diez
y siete, dia en que se desarrolló el terrible se
creto. Se vieron conducir presos á militares acre
373
«litados , y á gente de cierto mérito. En la no
che del mismo fueron algunos presentados de
lante de una comision militar y condenados sin
dilacion á la última pena.
Interrumpiose Avertano. No pudo continuar
su narracion por las copiosas lágrimas que á rau
dales caían de sus párpados, todos lloraban á .
un tiempo. Waldech creía haber comprendido
á Avertano , y Sulmen que no perdía de vista
al objeto de su corazon , no podia dejar de en
ternecerse á sus dulces gemidos. El hijo de Ra
miro enjugó sus lágrimas, y continuando su
trágica narracion dijo.
Señores; mi débil acento se resiste ,á conta
ros tamañas desgracias ; pero es preciso que se
pais el nombre de la sangre que pidió al cielo
justa venganza sobre nuestras cabezas. Llegó
la hora fatal, las cinco de la mañana del diez y
ocho , hora en que los generales Guergué, Gar
cía, Sans, brigadier Carmona, y el intendente
Uriz debian ser pasados por las armas. El cielo cu
bierto con una densa niebla no quiso ser espec
tador de semejantes venganzas. Las cajas de
guerra batiendo por las calles reunían á los sol
dados que debian fusilará sus gefes, á quienes en
otros dias de gloria vieron arrostrar el peligro y
la muerte , noticiando por último el eco tétrico
del clarín que resonó por toda Navarra el últi
mo paso de las víctimas que habian llegado ya al
patíbulo.
jOh Musa celestial, que has tenido la bondad
374
de sostenerme en una empresa Un difícil como
llena de peligros y de venturas! ¿me negarás
ahora tus gracias, cuando necesito mas que nun
ca de tu ausilio? ¿Si á tí ángel de vida, la muerte
te asombra , qué hará mi débil corazon sin tus
gracias, cuando aun no descubro el fin de mi car
rera? Para cantar el himno de los muertos no
necesito mas de tu socorro , porque ¿ quién de
nosotros es el que no haya llevado luto al rede
dor de un sepulcro , y no haya hecho resonar
con sus gemidos la lúgubre pompa de los fune
rales. ¡ Ah! consoladora de mi vida, aparta ese
velo negro que cubre tu blanca tez , guarda tus
celestiales lágrimas para cuando me aparte de
tí, de esta manera enjugarás el justo Danto que
no puedo detener de mis párpados al copiar
unas simples desventuras; feliz de mí si al ba
jar de mi carro he logrado mi noble intento pa
ra entregarme con ojo Compasivo á la medita
cion de mis tristes cantos.
« ¡ Ah 1 continuó Avertano diciendo , García
pidió que se retardara cinco horas la ejecucion;
esta gracia que debia concedérsele en vista de
sus servicios, por mas alta que fuese su compli
cidad, le fué tenazmente negada. Diose la terri
ble voz de fuego, y una descarga robóá las pro
vincias á cinco gefes navarros todos, cubiertos
de heridas que recibieron para defender nues
tros fueros y libertades, á las que se suponían
traidores.
Nada sabia D» Carlos acerca de estas ejecu
375
ciones, muy al contrario, sorprendido á su no
ticia fulminó la proclama con que declaró á Ma-
roto reo de alta traicion. Marchando inmediata
mente hacia Alsasua al frente de tres batallones
mandó al mismo tiempo al quinto de Na
varra y al quinto de Guipúzcoa que ocu
pasen la posicion de Lecumberri , y al briga
dier Ripalda que concentrase la brigada na
varra que en aquella ocasion mandaba. Ma-
roto hizo tambien su proclama , esponiendo las
razones que le movieron á semejante paso, y
haciendo una breve reseña en la que complica
á otros varios gefes tratando á sus operaciones
de marcha venal y tortuosa, promete á su Rey
que está resuelto fusilar á otros , que mandará
prender sin consideracion de personas ni 'dis
tinciones, penetrado de que con esta medida
aseguraba el triunfo de la causa que tan solem
nemente prometió defender. Traza á Garlos el
camino que debe seguir, y le dirige algunas re
convenciones con un estilo mas propio de un
dictador que de un vasallo, que todos los días se
rendía á los pies de un hombre que le reconocía
por su Rey legítimo; no siendo para él mas que
el objeto de sus irrisiones.
Trató finalmente Maroto de justificar sus
acciones , púsose al frente de ocho batallones ,
tres escuadrones y siete piezas de artillería; con
este imponente aparato se presentó á Villafran-
ca para avistarse con su Rey y dar las razones
de su comportamiento. Sea como fuere, lo cier
376
to es que Carlos aprobó su conducta , hizo un
manifiesto deshaciendo lo que habia dicho en la
proclama anterior; repuso á Maroto en el man"
do , y confesando que hechos ecsajerados ó in
terpretados con pérfida intencion le habian sor
prendido , volviole el honor con todo su lustre ,
diciendo que habia obrado en la plenitud de sus
atribuciones y segun los sentimientos é inspi
raciones de amor y fidelidad que le distinguían
tan eminentemente á favor de su justa causa.
Mandó en su consecuencia que los ejemplares
del manifiesto con que le declaraba reo de alta
traicion, fuesen recogidos y quemados, y lo que
es mas, apartó de su persona á todos los minis
tros y agregados apeados, estrañándolos del rei
nó , y á todos los que le habian dirigido hasta
aquel conflicto les 'miró con ojo de reprobacion
y desprecio. D. Carlos y su esposa con todas
las personas adictas al cuartel real pasaron á
Tolosa. En el mismo día pasaron revista al ejér
cito á cuya cabeza se hallaba Maroto , y en se
guida salieron las tropas en direccion á Vizcaya
por el camino de Azpeitía.
Mientras esto sucedía en las provincias , Me-
lilla , otro de los puntos españoles de las costa»
de Africa se habia pronunciado como Alhucemas,
rindiéndose poco despues bajo condiciones muy
ventajosas. Muñagorri por su parte habia con
cluido con su mision , pues que se vieron dese
chos en estos cortos dias sus batallones , é in
cendiado su campamento. Todo parecía que
377
tocaba á su término. A nuestro ejército se le
dio una nueva organizacion haciendo varias é
infinitas destituciones de gefes y oficiales, y yo
fui uno de los tantos. Elio fue nombrado capi
tan general de Navarra , Zariategui gefe de di
vision , y Madraza agregado al estado mayor.
Algunos batallones que no quisieron someterse
á Maroto continuaban vagueando por la alta
Navarra prendiendo y fusilando á cuantos per
tenecían al bando del traidor, así apellidaban á
su gefe. Yo retirado en el valle de Lecumberr
en mi casa nativa , pasé todo aquel corto tiem
po que fué preciso para nuestra total ruina; sí,
tuve la desgracia de presenciar nuestra disolu
cion , pero tuve por otra parte el placer de sa
lir inocente, despues de haberme forzado á
desempeñar un papel bien ajeno de mi na
tural.
Espartero habia mandado hacer grandes pre
parativos para atacar á la línea de Ramales, y
al objeto habia reunido treinta y tres batallones
que á marchas dobles se dirigieron sobre aquel
punto. Maroto que habia tenido en Estella una
lijera indisposicion , pudo reunir veinte y cua
tro batallones, y con ellos marchar á la defensa
de aquellos puntos que marcaron el fin de nues
tra época con el baldon eterno á nuestras armas.
Principiáronse las operaciones en veinte y siete
de abril, los dos ejércitos se tirotearon en la
Nestosa , mientras que por la parte de Navar
ra en veiDte y nueve del mismo León y Elio se
378
batían con mas valor en los cerros y difíciles
desfiladeros de Belazcoain.
Juzgad, señores, cual sería el voto general
delos provincianos, atended únicamente á la
decision y bravura de los soldados, porque
aquí no os hablo de los gefes ¡, cuya desconfian
za en estas operaciones demostraba el temor
y el disgusto que les dominaba. El reducido
destacamento de cincuenta y cinco hombres que
con un pequeño cañon defendían la altura lla
mada peña del Moro, no sucumbió hasta el
dia treinta, y en el preciso momento en que to
dos se encontraban acribillados de heridas. Es
partero dirigió sus tropas sobre Ramales; des
pues de un lijero reconocimiento volvióse á sus
posiciones, dilatando el ataque formal hasta el
ocho de mayo. Efectivamente llegó el dia, y
marchando por un estrecho desfiladero que con
duce á la poblacion llegó á tiro de fusil de las
baterías que teníamos construidas á la emboca
dura de dicho desfiladero. Nuestros soldados
volaron á la defensa , ¡ é infelices ! á la primera
descarga rebentaron cinco piezas de artillería de
las seis que ecsistian , pereciendo á su esplosion
veinte artilleros. Imposible se hizo el defender
se, la guarnicion ecsistente era corta, y por lo
mismo era muy prudente abandonar un punto
que era imposible salvar. Ramales sucumbió en
el mismo dia que Espartero tuvo intento de ga
narlo.
Maroto desde que se tuvo la accion de Car
379
ranza con Castañeda habia establecido su cuar
tel en Munzanera, y dela misma suerte que un
indolente labrador colocado en el umbral de la
puerta de su choza, mira con ojo indiferente el
fuego que consume sus numerosas parvas que
acabará indefectiblemente con sus pingües mie-
ses fruto de sus sudores ; así Maroto estaba co
locado graciosamente en Munzanera , para dar
á su amado Rey partes ecsactos y detallados.
] Bella posicion ! luardamino no ecsistiría sí
Maroto enemigo de verter sangre no hubiese
mandado su rendicion , antes de que las minas
que desde aquel punto vio construir por el ene
migo no hubiesen rebentado. Por fin le fue pre
ciso abandonar tan buena cima j terrible conse
cuencia! En el dia veinte y dos determinó la
evacuacion ó abandono de las ciudades de Or-
duña, Balmaseda y Arciniega, dejando al ene
migo vasto campo para correr con sus numero
sos y victoriosos batallones; estableciendo sus
tristes restos en Llodio, Amurrio, y en las
eminencias de Barambio, cuyas posesiones man
dó fortificar. En veinte y ocho hubo una peque
ña accion en los campos de Llodio entre las tro
pas de Espartero y Maroto; pocos dias despues
este dejó á Amurrio formando una línea de Llo
dio , Orozco , Villaro y Durango en cuyo últi
mo punto permanecía el cuartel real.
El descontento era general, los habitantes de
las provincias veian sin duda frustradas sus es
peranzas, y no comprendían la conducta de Ma.
380
roto, ya le trataban de traidor y á D. Carlos
de imbécil y cobarde , siendo así que en aquella
ocasion hacia todos los esfuerzos posibles para
animar á sus soldados , que á voces pedían las
cabezas de los nuevos gobernantes , porque ju
gaban con sus desventuras, prometiéndoles la
victoria y la paz cuando todos los dias se les
aumentaban los apuros. Determinó Carlos pa
sar revista á todos los batallones de la línea, lle
gó hasta Llodio visitando al mismo tiempo las
fortificaciones , y se volvió á Durango , despues
pasó á Vergara y de aquí á Oíiate. La constan
te presencia de los Lores ingleses Ranelagle,
Manner y Grambey en el cuartel real durante
estos aciagos dias , no dejaba de revelar que el
súbito desmoronamiento que esperimentábamos
podia ser muy bien dirigido por su ingeniosa
táctica. De la misma manera que un enfermo
de gravedad presenta en sus últimos instantes
síntomas diversos, así nuestra causa herida de
muerte solo presentaba entre convulsiones las
mas estravagantes anomalías. Por una parte los
Lores ingleses en el cuartel real, D. Carlos in
dignado con Lord Palmerston, la princesa de la
Beyra negando su persona á Maroto su antiguo
protegido, y por otra á este gefe que desde Oroz.
co fulminó en veinte y tres de julio la terrible
proclama, en que espone los horrores que e'
enemigo hacia sufrir al país conquistado, esci
tando á sus compañeros á la venganza haciendo
la guerra á muerte, le vimos despues conferen
381
ciar con el Almirante Lord Jon-hay, con el in
térprete coronel Colguhun en el pueblo de Mi-
raballes, encerrados los tres en un aposento, y
aun mas acompañar á dichos Lores hasta las
avanzadas enemigas de Amurrio; añadiendo al
gunos que conferenció con el mismo Espartero.
Elio defendía la línea de Estella, este gene
ral con escasas fuerzas se veía en el triste apu
ro de tener que vigilar y reducir á obediencia
á los batallones que habian dado el grito de
muera Maroto, y ademas oponerse á los planes
del general Leon que al parecer habia adapta
do la guerra de esterminio. Algunos dias des
pues de la accion de Arroniz, se vio á este ge
neral incendiar las mieses de los campos de la
Solana y de otros puntos, y poco despues los
pueblos de Alio , Ariniz y Dicastillo , diciendo
que tomaba represalias porque la gente pacífi
ca se huian al monte al acercarse sus tropas.
Esta conducta ecsasperó á los navarros que
veian ya imposible vindicar con la fuerza un
atentado de esta naturaleza.
Era ya tarde, la insubordinacion se generalizó;
la voz de ¡ Muera Maroto I ¡Mueran los traido
res que nos han vendido ! resonaba por todos
los ángulos de las provincias. Pero una medida
tan violenta declaraba los últimos angores, no
era posible detener la marcha precipitada que
tomaban nuestros asuntos hácia la ruina , solo
sirvió para aclarar mas á los autores de la felo
nía, porque se interceptaron correspondencias
382
en que se veían las ligas, la intriga y la vengan
za. Carlos se vio en el lazo, marchaba y con-
tramarchaba de un pueblo á otro pueblo ; reci
bía á un tiempo parlamentos de los sublevados
y partes de Maroto en los que decia que se
ría grande su satisfaccion si S. M. asistiera á
la batalla decisiva que iba á presentar al osado
enemigo en las terribles y concentradas posicio
nes de Vizcaya, y al mismo tiempo que desea
ría que S. M. presidiera una junta de gene
rales que iba á celebrarse en Elorrio. Subió
Carlos á caballo, y con paso atrevido se presen
tó en este punto , dejando á su muger é hijo en
Vergara. Llegó á Elorrio, los batallones de
Maroto estaban formados en batalla, púsose á
su frente ó inmediatamente dirigiéndoles la pa
labra les dijo : «Voluntarios ¿me reconoceis por
vuestro Rey? A lo que respondieron que sí ¿Se
guireis pues á donde vuestro Rey os conduzca?»
dijeron que sí, añadiendo los gritos de viva el
Rey! ¡viva Maroto! Carlos se ofendió, y repren
diéndoles les dijo. « En donde está el Rey, no
hay generales.» Maroto hizo al punto una seña,
desfilaron los batallones, y Carlos conociendo el
peligro se fue á uña de caballo hácia Vergara á
reunirse con su familia; y abandonando en se
guida este punto se colocó en Villafranca.
Habían llegado los pliegos de Inglaterra para
Lord Jonhay, resultados de las conferencias de
Maroto y Espartero , porque estas volvieron á
abrirse con nuevo vigor, y las tuvieron cerca de
383
Urguiola, cuyo punto abandonó Maroto, inme
diatamente despues en Durango , y finalmente
en Vergara, este último punto céntrico en
teramente fue elegido para celebrarse el conve
nio que de tiempo á esta parte estaba sazonán
dose. Sí; en treinta y uno de agosto Maroto en
tregó á Espartero diez y seis batallones , y lodo
cuanto estuvo al alcance de su poder.
Mientras esto sucedía, Elio estaba batiéndose
con Leon en las inmediaciones de Cirauqui dan
do en cortos dias tres acciones en que acreditó
su decision. Por último le fue preciso reunirse
con Carlos, que se encontraba en Lecumberri
mandando á sus batallones , que absortos no
comprendían lo que estaba sucediendo. Carlos
trató de sostenerse, nombró por general en ge-
fe á Elio, y este no pudo ó no quiso aceptar; en
seguida nombró á Eguía, é inmediatamente se
celebró una junta de generales para deliberar
sobre lo crítico de las circunstancias; pero vista
la imposibilidad de sostenerse tratose de refu
giarse á Francia , lo que verificó en cuatro de
setiembre D. Carlos con su esposa é hijo con
dos mil personas que le siguieron, y además al
gunos batallones que se desterraron con él.
Yo, señores, me incorporé en Lecumberri
con la comitiva de Carlos, y seguí á mi amigo
el Baron de los Valles. Langara de quien nada
sabia entró despues en Francia, y nos reunimos
en Bayona con otros compañeros. Por fin en
Francia tuvimos que sufrir las mas grandes hu
384
millaciones y desprecios, obligándonos una con
ducta tan baja á tomar una resolucion heroica.
Nada hay en el mundo que despierte en el al
ma sentimientos tan religiosos y tiernos como la
desgracia misma. Abrazé cordialmente á Lan
gara, y le hablé francamente. « Amigo, le dije,
el descalabro que acabamos de presenciar y
sufrir es ciertamente un castigo del cielo que
debe comprender á la España entera porque to
dos somos cómplices en un mismo crimen. Har
to cierto es que los delitos particulares tienen
enojado al Dios de las venganzas ; no dudo que
yo he cooperado á ella con mis crímenes. Yo
no puedo sufrir el odio que se nos prodiga, por
lo mismo si vos quereis seguirme voy á tentar
un pase, y nos pondremos á viajar la Italia des
pues de recorridos los cantones helvéticos, íi
encontramos un lugar en que podamos vivir con
sosiego lo elegiremos por morada , procurando
desde allí apagar con nuestras súplicas la justa
cólera del señor. Convino Langara con lo que
le dije , ayudados del cielo emprendimos nues
tro viaje : visitámos bajo nombre supuesto al
gunas ciudades francesas , que encontrámos de
tránsito, vimos á Ginebra, y antes de decidirnos
por Italia nos internámos por estos desiertos,
apenas probámos su dulce ambiente cuando nos
sentimos poseídos de una calma celestial y for
zados por una potestad divina elegimos las rui
nas de aquel castillo para nuestra morada ; este
desierto hábil para las tiernas meditaciones ha
385
producido ya su sazonado fruto, porque nos ha
introducido la paz en el alma, y aunque lloramos
los males de nuestra patria, no envidiamos á na
die su suerte , porque la mejor riqueza de este
mundo es vivir en Dios. Encontrada esta ver
dad los males nos parecen fantasmas, y el peli
gro ilusion, bajo la cruz se nos ha abierto ese
delicioso manantial que fortalece á nuestro es
píritu, y nos quita las sozobras que un odio
inveterado puede causarnos.
Aquí teneis amados estranjeros, una sucinta
idea de lo que hemos padecido ; las mácsimas
que dicen de lilosofía, y que nada tienen de filó
sofo, nos condujeron á la indiferencia , esta al
delito, y el delito vino á perdernos , consecuen
cia infalible de estas doctrinas, que creadas pa
ra ahogar el fanatismo y preocupacion no hacen
mas que poner al mundo en discordia con sus
dudas bajo una supersticion grosera. Pero, se
ñores, la Religion católica siempre constante y
siempre la misma, ilustrada por un secreto del
cielo que la hace divina , nos llamó en medio
de la desgracia, en los trances mas terribles, en
el caos de la materia en que las mácsimas mo
dernas nos abandonaron. : <Ut ;» ghv...i
Á la vista de tanta bondad conocimos quees-^
ta Religion divina os la única que puede pro
porcionar la felicidad qtie apetecemos. No hay.
duda, ella es la única que: se: presenta bajo el!
mismo pie ante la desgracia y¡ la fortuna, ante»
la pobreza y el poder , ante el amigo y el per-
25
juro , ante el benévolo y el opresor, en una pa
labra ante la virtud y el vicio; porque con sus
doctrinas celestiales y eternas, incapaces de al
teracion, muestra la esperanza á la desgracia, y
esta á la fortuna bajo la palabra caridad ; ense
ña al pobre y al poderoso el camino de la hu
mildad á fin de que este tenga presente el sufri
miento que prescribe al primero con la espe
ranza misma ; con esta mueve al mismo tiempo
al amigo por medio de una fe constante, y esta
fe la opone al perjuro por medio de las buenas
obras; la humanidad es el embeleso del benévo
lo y el fiscal terrible del opresor que oye estre
mecido los ayes de las virtudes , víctimas opri
midas que desde el patíbulo le cifran el corto
período de sus arbitrariedades. Un goce ó sufri
miento eterno es lo que promete y cumple lo
primero con la virtud y con el vicio lo segundo.
El catolicismo todo lo puede, porque todo lo
pueden sus doctriuas tan consoladoras, tan be
néficas, tan justas, tan divinas, tan opuestas al
filosofismo, porque este con sus mácsimas solo
es apto para la desgracia, como habeis observa
do en mi narracion ; inferid pues de ella las ga
rantías que este puede asegurar con sus prome-
SftSa
Sin embargo no os he contado sino en gene
ral los males que nuestra patria sufre por mo
tivo de una guerra fratricida. Las mismas ideas
que turban la felicidad particular, turban la ge
neral, y así la intriga, los odios, las venganzas,
387
los robos, los incendios , las violaciones , profa
naciones y la muerte , no lo dudeis , son hijas
de estas mácsimas que hermanadas con el ateís
mo siembran cual furias desencadenadas del
averno, la desolacion, el llanto y la muerte.
Siendo así , amados estranjeros , huid las se
ducciones de una restauracion moderna, nadie
puede dar mas de lo que tiene , el hombre no
puede dar la verdadera felicidad, porque solo le
circuyen la misería y los padecimientos. Huid
pues de las armas, unios bajo la sombra de la
cruz , y caminando por la senda que nos dirijen
los sucesores de san Pedro, os aseguro la felici
dad que os falta.
Estas fueron las últimas palabras de la nar
racion de Avertano ; el sol habia ya desapare
cido ocultándose á la otra parte de las altas
montañas que circuyen el valle, la noche habia
bajado ya , y los Solitarios con toda la comitiva
se retiraron al castillo.

FIN DEL LIBRO XII.


DEL

IxM Solitarios se retiran al castillo.


Waldech pide a Daniel que le cuente
con su hija en el numero de los fie
les. Alegría de los Solitarios. Daniel
se encarga de ecsaminar a Waldech
y a Sulmen en la mañana del día si
guiente. Abjura Waldech sus erro
res. Discurso de este a favor de la Igle
sla de Pedro. Baja toda la comitiva
otra vez a la fuente. Waldech hace
la apología de los siete sacramentos,
lia pacifica comitiva es asaltada de
vandldos. y todos son victimas de su
furor.
Paba que un católico mantenga en su alma 4
sus días en la lozanía de la inocencia , no hay
abono tan precioso como la memoria terrible
de la muerte, del último juicio, del infierno y
de la paz eterna. Remedio grande que eleva al
pensamiento á ideas ciertas y desconocidas , y
enajenando el orgullo, que le reemplaza el te
mor y la esperanza , disipa el falso atractivo de
un placer pasajero , estorba una venganza po
co meditada, el anhelo de las riquezas y hono
res se pierde , arranca el puñal del brazo del
asesino, en una palabra, fortalece en la fe cre
yendo en Dios y sus doctrinas, renueva la es
392
peranza aguardando sus promesas, y el temor
á la muerte y al eterno padecimiento le mueve
á la caridad y al ejercicio de las buenas obras.
Sin .embargo corazones hay tan sencillos y
tiernos, que la desgracia arranca de su seno los
pensamientos mas elevados , les obliga á los he
chos mas nobles, y el que no haya estudiado en
las escuelas de Cristo, ó no haya frecuentado
la gruta de Belen y regado con lágrimas las ci
mas del Gólgota llora en medio de la desgra
cia, una potestad divina le consuela, pero como
ignora la verdad se prolonga su desgracia y aca
ba con su ecsistencia. Cuan diferente es lo que
se observa en aquel , que en medio de sus tra
bajos reconoce la verdad , ve la cruz como la
linterna en el puerto de su salvacion, y acercán
dose á su santo tronco se ampara bajo sus som
bras quizá con mas gracia, que la tierna vid en
lazada á las robustas ramas de un olmo cente-
naiio. Con que sentimiento y placer se le oye
articular entre suspiros y lágrimas el dulce epí
teto de consuelo de afligidos y amparo de los
débiles. . ..
Desde el principio de la narracion de Aver-
tano, dió pruebas Waldech de un corazon bon
dadoso y de un genio sabio y pensador ; las lá
grimas que chorreaban por sus mejillas demos
traban claramente que on medio de sus dudas
encontraba la conviccion en las palabras del So
litario : veia el triste resultado de unas mácsi-
mas de sí erróneas y seductoras , poique respi
393
rando humanidad , en todos los lugares en que
han querido observarse hasta el presente no
han hecho mas que caminar por senderos des
usados y estériles, salvando escollos y precipicios,
y pisando las víctimas é inmensos escombros que
su guadaña no ha perdonado en beneficio de la
felicidad del pueblo. . >
Apenas habian llegado al castillo , que oye
ron los golpes de la campanilla que les llamaba
á las oraciones de la tarde. Entonces Waldech
dirigiéndose á Daniel le dijo. « Sabio pastor de
almas, bendecid al Todopoderoso; desde hoy en
adelante tendreis dos ovejas mas en vuestro re
baño. Volviéndose á Sulmen y estrechándola
entre sus brazos, le dijo. » Unámonos hija mia
con los Solitarios bajo la proteccion de una Re
ligion tan santa; vivamos para siempre bajo una
creencia que es indefectible, y cuya moral la
mas sana es la misma que el Salvador Divino
enseñó á sus discípulos. Solitarios, aquí teneis á
Sulmen mi hija, enseñadla los divinos misterios,
y sea vuestra hermana. »
Una resolucion tan repentina sorprendió vi
vamente á Daniel y á los Solitarios. «Waldech,
le dijo Avertano enajenado de gozo, nuestra
religion nos hace hermanos aun con los infeli
ces, y nos manda ejercer hospitalidad con ellos;
pero á vuestra hija la reconocemos por algo mas;
la hemos conquistado como á vos para el cielo,
y esta victoria podría sernos completa, si á uno
de nosotros nos permitierais darle otro nom
394
bre Sulmen, que con los ojos bajos escucha
ba con atencion las dulces palabras de Averta-
no, conoció muy bien la intencion del Solitario
y se puso toda encendida. Continuó Avertano,
nosotros podríamos llamarla compañera en la
soledad, y aun mas la madre de nuestros hijos;
pero este honor quizás estará reservado á una
mano poderosa , y para un solitario es esto un
pensamiento ó una pretension demasiado atre
vida. Generoso Waldech, para enseñar á vuestra
hija, no serían nuestras lecciones insuficientes,
pero usurparíamos tal vez una prerrogativa que
pertenece al padre Daniel , y que él puede de
sempeñar con mas satisfaccion y sabiduría.
' Hijos mios, esclamó Daniel, regando su lar
ga barba con copiosas lágrimas , indigno jorna
lero soy para coger el fruto tierno y maduro
sazonado á un tiempo en la viña del Señor, mis
manos temblando por mis culpas ¿como podrán
presentar á mi Dios esas inocentes ovejas escar
riadas al eco de los agudos alaridos de un he-
resiarca? Pero, no es nuestra religion la que
obra sus prodigios , la que divide las aguas del
mar, que hace salir de una peña estéril una ri
ca fuente, la que defiende á la inocencia de la ra
pacidad de las fieras y de las llamas devoradoras de
una horrible pira, y en fin la que promulgada por
doce hombres fue abrazada por un mundo filóso
fo? i Ahí amados hijos mios, jamás esperimen-
taré satisfaccion tan grande al considerar que al
último de mi carrera, á los últimos instantes de
395
mi corta peregrinacion sobre la tierra se me en ■
cargue una mision tan importante. Waklech ,
Sulmen, permitidme que una vuestra suerte con
la de los católicos, y estrecharos entre mis bra
zos como á mis hijos ; vosotros estais muy ins
truidos en nuestro dogma, sin embargo vamos
ahora á implorar el favor del cielo, y mañana
reunidos como hoy al pie de la fuente, ecsami-
naremos el estado de vuestra ciencia en lo to
cante á puntos de religion, y si alguna duda te-
neis procuraré á instruiros con todo esmero.
Volvió á sonar la campanilla, y toda aquella
simple comitiva se fue al patio á postrarse
ante la Virgen; despues cenaron y en seguida se
fueron á descansar.
Entre tanto el tiempo que huye sin cesar,
iba alternativamente cambiando los ricos man
teles con que acostumbra cubrir á todas horas
las hermosas cimas de aquellos valles; el man
to de la noche negro y cubierto de diamantes ,
se preparaba para hacer lugar al manto azul
terciopelado con que las ninfas precursoras
de la aurora acostumbran empaliar el lujoso
tránsito de su Diosa , mientras que ella triun
fante se adelanta con ostentacion por los aires,
presentando á la vista de los mortales su túnica
larga y flotante , con que cubre su dorada ca
bellera.
Waldech estaba gozando tranquilamente de
las dulzuras del sueño. Sulmen al contrario,
sola en su retiro repasaba en su imaginacion lo
396
que sabia de la historia de Avertano , sus colo
radas mejillas y sus ojos brillaban con un fuego
desconocido. No pudiendode ningun modo con
ciliar el sueño , salta por fin de la cama, y para
respirar el aire fresco de la noche se dirije al
patio del castillo á ponerse bajo la proteccion
de la Virgen. Cuando una cabra de los pirineos
lia pasado el dia con el pastor en lo mas hondo
de algun valle , si en la noche escapa del esta
blo , va á gustar la hierba dulce de la acostum
brada pradería, y el pastor la vuelve á encontrar
por la mañana bajo el florido citiso, á cuya
sombra estuvo el dia anterior; así la hija de
Waldech se dirige poco á poco al lugar en don
de celebraron las oraciones de la tarde antes de
acostarse. Descubre repentinamente al pie del
altar á una sombra inmóvil , y cree reconocer
á Avertano. Separa, le tiemblan las rodillas, no
puede huir ni pasar adelante. Aquella sombra
era efectivamente del Solitario que oraba. Per
cibe este los pasos de Sulmen, ve á aquella
doncella encantadora que de temor iba á caer
se en el suelo, vuela á su socorro, la sostiene
entre sus brazos , estrechándola contra su cora
zon. No era ya aquel cristiano tan frio, tan rí
gido y tan grave, era un hombre lleno de in
dulgencia y de ternura , que quería atraer una
alma á Dios y obtener una esposa divinav > ;
De la misma suerte que un diligente labra
dor lleva dulcemente al aprisco un corderillo
blanco, que encuentra en el bosque mal trata
397
rio por las zarzas; así el noble penitente lleva
en sus brazos á Sulmen, y la deja sobre un ban
co de piedra al pie del altar, como si presenta
ra á su Dios una ofrenda pura é inocente como
á primer fruto de sus virtudes. Entonces la hija
de Waldech con una voz algo trémula le dijo.
« Perdóname el haber interrumpido tus miste
rios. En toda la noche no he podido gozar el mas
lijero descanso , no sé que potestad me llevaba
continuamente á la memoria tu persona y tus
padecimientos, en tan trágicos instantes he con
cebido la idea de venir al pie de ese altar á ejer
citar las oraciones de mi nueva religion. ¡Ahí
Avertano, una voz ha hablado en el íntimo de
mi corazon diciéndome» Prepárate Sulmen,
porque cuanto antes vas .á gozar de una vida
llena de felicidades.
Hija de Waldech, respondió el Solitario tan
trémulo como la jóven polaca, vuestras gracias
forman parte de las complacencias del Criador ;
¿y qué mucho que os colme de felicidades? ¡Sul
men, siesta voz hubiese dicho que fueseis mial
La tierna estranjera le replicó: tu Religion que
ahora es la mia, prohibe á los jóvenes que pon
gan su corazon en las doncellas, y á estas les
prohibe al mismo tiempo el que sigan los pasos
de los hombres Mira, tu no has amado sino
cuando eras infiel á tu Dios. Sulmen se puso
toda encendida : y Avertano como si una saeta
desconocida hubiese traspasado su pecho y des
gajado sus entrañas, exclamó. jAh nunca amé
400
ta fija en el objeto de su corazon revelaban el
justo deseo de la jóven polaca.
Finido el desayuno, Daniel empezó á ecsami.
nar á los dos recien conversos, pidiéndoles las
razones que les movían á abjurar sus errores,
y á abrazar el catolicismo. Waldech iba con
testando con serenidad bastante, esplicándose
en estos términos. « No os contaré Daniel el
motivo que me hizo apartar del luteranismo y
entrar en la sociedad á que últimamente per
tenecía, porque conocereis con facilidad que la
falta de verdad en las doctrinas de Lutero me
trastornó los sentidos , y como sabeis que de la
herejía á la impiedad no hay sino un paso, me
entregué sin remordimiento á un sistema en que
solo las pasiones eran sus únicos misterios. En es
ta sociedad supe desempeñar muy bien mis fun
ciones, mis raciocinios merecieron aplausos en las
asambleas, conducí á muchos por caminos im
practicables, y aunque no comprendiesen muy
bien las mácsimas que les imbuí, esto mismo hizo
que me prodigasen el título de filósofo, i Santos
cielos, cuan cierto es que poca filosofía aparta de
la razon, y mucha conddce á la verdadl Envane
cido de mis aparentes triunfos, condecorado con
todos ¡los títulos y renombre t intenté alcanzar
el de inmortal. Armé á la sociedad á favor de
la revolucion que estalló en nuestra patria, y
los altos designios de la providencia echaron por
tierra nuestras pretensiones; esta caída inespe
rada me dispertó en mi letargo, tuye que aban»
401
donar á mi patria y retirarme á Venecia. Allí
asistí á las cátedras del Catolicismo, cuyas doc
trinas me parecieron muy razonables; no las
abrazé porque respiraba aun el aire envenena
do de mis primeras mácsimas, y despues me fal
taba una leccion que aprender me faltaba
escuchar la historia de Avertano, y convencerme
de que la religion católica es la verdadera, por
que es la religion del desgraciado, y el consuelo
y la paz del pueblo.
« Waldech , le dijo Daniel, solo la misericor
dia divina os pudo prestar inspiraciones tan sa
ludables conduciéndoos de desgracia en desgra
cia; pero tambien es cierto que en la adversi
dad se encuentran los amigos como vos lo ha
beis esperimentado , encontrando en medio de
vuestros trabajos y dudas una religion que os
ha alargado la mano y que os promete consue
lo sin fin. Pero decidme, porqué tratais de here
jía á las doctrinas de Lutero?»
Porque son opuestas á la Religion católica
en la mayor parte del dogma, repuso Waldech,
y aun mas añado que son faltas de verdad, por
que nacieron del odio y de la venganza. ¿Quien
lo duda? Lutero, católico en sus primeros años,
tomó el hábito de san Agustín ; un rayo que
mató á su lado á un su compañero le decidió á tal
empresa. Metido en el claustro, demostró su ge
nio fogoso y vivo , de tal modo que obtuvo una
cátedra de teología. A su orgullo sin duda que
eran demasiado pesados los hábitos y las pena
26
402
Edades r aficionose á la lectura do Juan Hus y
deWidef, sus lisonjeras páginas le hicieron con
cebir grandes controversias, odiáronle sus com
pañeros y reprendieronle en su comportamien
to. Las indulgencias que Leon X concedía á su
Iglesia dieron bien pronto pretesto á sus deseos.
Se opuso á estas gracias escribiendo conclusio
nes en que al mismo tiempo que combatia los
abusos, no reservaba la autoridad que hubiera
debido reprimirlos, á la cual acusaba de que los
mantenía solo por motivo de interes. Sus decla
maciones fueron refutadas, y este paso necesa
rio irritó vivamente su ánimo , no se contentó
con vituperar á sus contrarios , dejó los límites
de una disputa teológica, y ecsaminó la natura
leza de las indulgencias y de que potestad di
manaban. Aquí dió principio la retahila de er
rores que fué continuamente publicando. Ne
gó la supremacía del romano Pontífice, sin to
mar otra regia que la Escritura , ni otro juez
que su discernimiento para escojer entre los di
ferentes sentidos que pueden recibir sus pági
nas. Sentó sus dogmas, y determinó la disci
plina que debia seguirse de su nuevo sistema,
i Cuántas contradicciones se notan en sus escri
tos, en sus hechos y en su vida, llamándole por
esto Apóstol , Eclesiastes y Evangelista !
«Parece, le replicó Daniel ,que estais muy al
corriente del orgullo que dominaba á este honjr
bre singular, y de que sus falsas doctrinas fueron
efectivamente hijas de su escesiva ambicion.
403
Pero una vez que decís publicó su nuevo siste
ma, y que dogmatizó á sus partidarios en sus er
rores ¿ esplicadme el modo con que los refuta
ríais? »
« ¡ Oh ! Daniel ojalá que la conviccion, y la elo
cuencia que me favorecía en el tiempo de mis.
errores, me favoreciesen tambien en esta oca
sion , digna por cierto Je ocuparla. Por fin, re
cibid mis débiles producciones con que esplana-
ré mis razones á favor de la unidad, estorbo
primero que tuvo que combatir la astucia de
Martin; vio primeramente este fraile que antes
de bajar á la arena de sus pretensiones era pre
ciso remover los obstáculos que le impidieran
sus pretendidas reformas. El Papa debia despo
jarse de su autoridad, ó mejor de su supremacía,
no dejándole la dignidad de obispo , como pre
tenden muchos que quieren la igualdad entre
los apóstoles, sino vituperándolo, llenándolo de
sarcasmos y dicterios poco usados por los que
defienden la verdad. No discutió si .era sucesor
de Pedro ni de Pablo, muy al contrario diole el
nombre de Anticristo , de perro rabioso , de lo
bo devorador, de asociado con el diablo, de im
postor y otros mil que su envenenado odio le
sujería, dando al propio tiempo á Roma y á to
da la Iglesia católica el apodo de Babilonia.
Permitidme una lijera observacion. La es
critura ó el nuevo testamento, que Martin man-'
da hacer profesion de fe , tal como está impreso
y corre entre sus secuaces , contiene , segun el
Í04
mismo confiesa , la verdadera palabra de DíosT
las palabras de la vida eterna , y él es el
que nos indica el solo y único medio de salvar
nos; ahora bien ¿quien proporcionó al here-
siarca ese nuevo testamento ? ¿ quien le dió esa
verdadera palabra de Dios? ¿de quien recibió
las palabras de la vida eterna? ¿y ese libro que
enseña el soki y único medio de salvarse? ¡ Ab!
Daniel, qué fuerza me hace tener que confesar
haberlas recibido del Papa y de la Iglesia cató
lica, de este hombre y comunion santa que
Martin apoda de Anticristo, de prostituta de
Babilonia y culto idolátrico !
Del arma del Anticristo se valió este fanáti
co héroe para hacer abortar su sistema. Adap
tó para la liturjia de su Iglesia una tomada
en gran parte de la Iglesia católica , en la que
hay dos símbolos, uno el de Nicea, y otro el de
san Atanasio. El primero compuesto y pron^
gado por un concilio de la Iglesia católica y por
el Papa, y el segundo ordenado y adaptado pa^
ra uso de los fieles por otros concilios de la mis
ma Iglesia presididos tambien por el Papa. ¿Ca
brá mayor impudencia en la mente del funda
dor de esta secta, que llama verdadera creencia,
que vaya á tomar prestados los símbolos del que
apoda de Anticristo y de idólatra? Es posible
imaginarse desvergüenza igual, predicar á sus
secuaces tamaños embustes , continuando ade
mas como continua en su calendario á muchos
Santos Papas, y á muchos hombres grandes
405
que sacrificaron sus vidas en defensa del Catoli
cismo ?
Continuemos desarrollando los pliegos del
nuevo Testamento, y sin sorpresa veremos con
letras de molde que la Iglesia de Jesucristo
debe ser una. En el símbolo de los apóstoles
leeremos : « Creo en la santa Iglesia católica »
que es como si dijera universal. Solo una duda
podría presentarse á los ojos de un genio tardío,
esto es , si la Iglesia de los Papas es la Iglesia
de Jesucristo. Pero Daniel, me parece ventilada
con la simple reflecsion. Jesucristo vinoalmun-
do con la plenitud del tiempo, y-erí este precio
so tiempo dogmatizó á sus apóstoles en la doc
trina que debia ser cuanto antes la única, la
universal , la católica ; dogmatizó á sus apósto
les testigos de su vida , de sus milagros y de su
divinidad. ¿Habría venido al mundo en la pleni
tud del tiempo, y habría encargado al Antecris
to el depósito de sus doctrinas mil cuatrocientos
y tantos años antes de nacer el falso Lutero ,
que se dió el título de apóstol para predicar, y
ser gefe de la Iglesia que probablemente no co
nocía ? No por cierto , demos de paso una ojea
da en el Evangelio de aquel que parecía el alma
de Jesus, san Juan cap. 10, v. 14 y 16. «Yo
soy el buen pastor, y habrá un solo rebaño y
un solo pastor. » Deputa despues á Pedro para
ser el pastor en lugar suyo , y en el mismo
Evangelio cap. 17. v. 10 y 11 añade. «Y todas
mis cosas son tuyas , como las tuyas son mias ,
40C
y ademas en ellas he sido glorificado. Yo ya no
estoy en este mundo , pero estos quedan en el
mundo, yo estoy de partida para tí. ¡ Oh padre
santo ! guarda en tu nombre á estos que tú me
has dado , á fin de que sean una misma cosa
por la caridad , así como nosotros lo somos por
la naturaleza. »
Abramos ademas la epístola de san Pablo á
losEfesioscap. 4. v. 3, 4, 5 y 6 y se espresa en
estos términos..» Solícitos en conservar la uni
dad del espíritu con el vínculo de la paz, siendo
un solo cuerpo y un solo espíritu, así como fuis
teis llamados á una misma esperanza de nuestra
vocacion. Uno es el Señor, una lafé, uno el
bautismo, uno el Dios y padre de todos.
Esta unidad que todos los dias salía de la
boca de los apóstoles dogmatizados por Jesu
cristo , ¿ no demuestra claramente que la ca
beza que erigía en sucesor suyo , guardaría sus
leyes y las haría guardar para conservar esta
santa unidad hasta la consumacion de lossiglos?
Reciben los apóstoles el precepto , Jesus sube á
los cielos, y aquellos hombres sencillos recono
cen en Pedro un digno sucesor de su maestro.
Empiezan en. el año treinta y cuatro sus asam
bleas en Jerusalen, y aquella santa congrega
cion dotada de la gracia de Dios, llena del Es
píritu Santo , educada misteriosamente en la
cátedra de la verdad , ve en Pedro la piedra
angular de la Iglesia naciente , y el gefe de las
conquistas que la cruz debia verificar , como lo
107
verificó poco despues. Traslada Pedro su silla
á la capital del mundo, y sus once hermanos
diseminados cumplen las órdenes de su Dios.
« Peregrinando enseñad á todo el orbe , » como
que dijera, mi Iglesia es una, porque vuestro
Dios es uno-, mi Iglesia sin dejar de ser una
debe ser universal, porque soy vuestro Dios y
dueño de todas las cosas; peregrinando pues
enseñad á todos vuestros hermanos segun os
lie instruido, y decidles que Pedro vive al la
do de sus emperadores, que la débil caña, orgu-
llosa en medio de sus flaquezas, va á doblarse
bajo las ramas de la cruz que desde el capitolio
abrazarán con sus sombras á los que profesen la
unidad que os mando predicar. » Cumplen ec-
sactamente los apóstoles, predican la verdad,
y si no hubiesen anunciado á sus neófitos la ca
beza visible de su Iglesia , decidme ¿ cómo esta
habría sido única , y como se habría hecho uni
versal si los apóstoles hubiesen disentido en la
verdad, como habría sido muy posible á no ser
la Religion de Pedro la única, la universal y la
verdadera ?
« ¡ Perfectamente ! esclamaron los solitarios
llenos de alegría. » Daniel el anciano escuchaba
coji ternura de niño el hermoso raciocinio de
Waldech, y en medio de sus sollozos no podía
dejar de apretarle la mano en señal de recono
cimiento. Waldech continuó.»
« Me parece queda probada la supremacía de
Pedro, podría citaros muchos pedazos del nue
108
ra Testamento , palabras del m ísmo Jesucristo
que lo aclaran hasta la evidencia , pero me pa
rece suficiente lo dicho. Que la Iglesia de Pedro
es la de Jesucristo , y que debiendo esta de ser
una y universal será consecuencia muy cierta
que la iglesia de Pedro es la única y la católica,
tambien me parece que fácilmente puede dedu
cirse de mis palabras. Ahora bien , Pedro es el
vicario de Jesucristo, ecsaminemos sus poderes-
San Juan en el cap. 21 y san Marcos en el 16,
son testigos de lo que el Señor dijo á Pedro.
« Apacenta á mis ovejas, apacenta á mis corde
ros. » San Mateo en el 16 v. 18 cita tambien
las palabras que Dios dijo á Pedro. « Tú eres
Pedro (advirtiendo que hasta aquel momento Je
llamaron Simon ) y sobre esta piedra edificaré
mi Iglesia, y á tí daré las llaves del reino de los
Cielos, y todo lo que atares ó desatares sobre la
tierra quedará atado ó desatado del mismo mo
do en el Cielo.» Segun san Mateo cap. 18 v. 21
dice que Pedro preguntó á su Señor «si mi her
mano pecare, le perdonaré hasta la séptima vez.»
« No , respondió Jesus ; no te digo siete veces,
mas aunque fuesen setenta 'y siete veces. » Po
deres á mi modo de ver suficientes para regir
la Iglesia universal , para dictar las leyes que
deben observarse en cuanto á la disciplina, .'y
que prueban ecsactamente el mérito de Pedro,
y la confianza que de Jesucristo mereció.
Murió Pedro habiendo nombrado á su suce
sor, siguiendo siempre los preceptos del mismo
100
Dios. De esta manera se han seguido una serie
de Pontífices sin que el dogma haya recibido al
teracion ; la disciplina se ha mejorado segun las
circunstancias, porque los mismos poderes de
Gregorio son los de Pedro, y lo que Gregorio
atare ó desatare sobre la tierrra , será atado 6
delatado igualmente en el Cielo.
Martin Lutero vino al mundo de sorpresa ,
ni en el viejo ni nuevo testamento se habla de
su persona, como merecía el gran regenerador,
el apóstol del siglo diez y seis. Solo de las sa
gradas páginas puede deducirse el nacimiento
de varios herejes ó contrarios á la religion , y
yo no dudo que á él pueden comprenderle. Pe
ro finalmente: el Anticristo gobernaba con las
promesas del Redentor, con sus mismos pre
ceptos ¡cosa estraíia! Jesucristo entregó su Igle
sia á manos de su enemigo. Este tuvo que
combatir las herejías nacientes, hubo de con
vencer á los herejes de que la Iglesia de Jesu
cristo su contrario debia y debe ser una , y así
es sin duda que los Papas defendieron la fe pa
ra encargarla al nuevo regenerador, despues de
mil cuatro cientos ochenta y tres años. Triste
presuncion que por su aridez justifica mas y
mas la verdadera iglesia de los católicos.
La moral que los Papas fian deducido de las
sagradas páginas como á precepto del mismo
Dios, á los ojos del nuevo regenerador era
doctrinas déspotas que solo tendian á esclavi
zar al pueblo; idea grande que no tardó á es
410
perimentar su resultado, porque conoció con
facilidad que los Papas eran los abogados de)
pueblo mismo, viendo que infinitas veces com
batían las pasiones de los príncipes y de los
grandes á favor del pueblo mismo. Por fin es
fácil conocer su astucia ; por lo mismo que los
Papas eran el alma , ó espíritu vital de los pue
blos, por lo mismo digo, debía destronarse es
ta preponderancia que gravitaba suavemente
sobre las conciencias , y subordinaba á los fieles
á una misma creencia.
El enemigo, cualquiera que sea, ataca á su
contrario por el descubierto que presenta la
parte mas flaca de su falanje ó de sus muros.
Algunos ministros de la Iglesia Católica, mas
celosos sin duda , que diestros en ejercer sus
funciones, ponderaban el mérito de las indul
gencias. Martin combatió dicho mérito , y esca
lando el poder pontificio por esta parte, injurió
al Papa y á su Iglesia , fundó su dogma atacan
do con furia á los sacramentos , esplicó el modo
con que segun sus cuentas se justifica el hom
bre, la imputacion á los méritos de Jesucristo,
y enseñando que por el camino sencillo de la fe
se obra dicha imputacion , acabó con una serie
de disparates, demostrando como nulos á los
mismos sacramentos. Sin embargo, harto sabeis
sus doctrinas, ó mejor sus errores; por lo mis
mo creo mas prudente combatirlos publicando
la verdad, fundamento de los siete sacramentos,
que en la Iglesia Católica lo son de la fe y de la
salvacion.
111
Pareció á Daniel y á los Solitarios que Wal-
dech se encontraba algo fatigado, le invitaron al
descanso dejando la esplanacion de los sacra
mentos para la tarde inmediata. Lo restante de
la conversacion se verificó de un modo el mas
afectuoso , cada cual iba alternativamente con
tando con entusiasmo las bellezas y antigüeda
des de su patria, cuya memoria no podía dejar
de hacer sentir á la sensible comitiva una es
pecie de placer y sentimiento , de gusto y do
dolor, de confianza y desazon, muy semejantes
á los dulces y pesados sentimientos que agitan
el corazon de un anciano paralizado por los
años , al considerar la agilidad de sus primeros
dias. Cuán dulces y gratos le son los recuer
dos de aquellos dias felices y venturosos, en que
disputaba á los vientos su velocidad, corriendo
por los montes en pos del javalí herido y de la
cabra salvaje. Si se le representan las desgra
cias de alguna guerra , mira con noble vanidad
sus cicatrices, y las enseña á su tercera genera
ción que escucha atónita las pa labras de su en
canecido abuelo. Cuan ambiguos son sus ayes
y sus lágrimas. La memoria de su lozanía y de
su decadencia, de sus placeres y de sus penas,
de lo pasado y lo presente arrancan de su débil
corazon tiernos suspiros, que haciendo salir del
pasmo á sus nietos, Ies indican el resultado de
nuestra impetuosa carrera.
La satisfaccion que aquella comitiva estaba
esperi mentando en medio de aquella soledad
412
¡ba robando con mas velocidad sus dulces mo
mentos. El pastor había preparado ya la prime
ra comida, y la presentó á sus compañeros, in
mediatamente despues de ella se fueron á la
siesta, y apenas el sol habia corrido las tres cuar
tas partes de su viaje , se vieron reunidos otra
vez desfilando del castillo por aquellas veredas
en direccion á la fuente. Waldech iba conver
sando con el sacerdote Daniel y con el pastor
Isaac. Los Solitarios seguían con Sulmen á lo
lejos, ensenábanle las flores de los arbustos,
de las tiernas hierbecillas le daban sus nombres,
y componiendo hermosas guirnaldas adornaban
con ellas su cabeza. Así que llegaron á la fuen
te sentáronse á la apacible sombra de aquellos
deliciosos y lloridos tilos , y despues de haber
bebido un poco de agua 6 implorado el favor
del cielo, Waldech volvió á sus discursos, espli-
cándose en estos términos.
Señores, mejor que yo sabeis, que Luterocon
sus doctrinas no reconoce mas sacramentosique
el bautismo , cena y penitencia , debilitando á
los dos últimos con un sin número de dispara
tes tan estravagantes como absurdos, deduccio
nes precisas que su gran talento ha sacado de
las sagradas páginas, creyéndose inspirado del
Espíritu Santo, y á buen seguro que el espí
ritu que le inspiraba tenia mas de maledicencia
que de santidad. Para combatir sus errores su
ficiente me parece el que haga una lijera apo
logía de los siete sacramentos que reconoce la
m
Iglesia católica en beneficio de su juslicia y ver
dad eterna.
El bautismo, única puerta por medio de- la
cual entra el hombre en la gran sociedad del
mismo Dios , forma un conjunto de los cuadros
mas interesantes, habla en el corazon porque
es una verdad, y tocando el órgano de nuestros
sentidos nos mueve á los mas altos reconoci
mientos. ¿Quien no se enternece al ver á un
tierno niño en la pila bautismal rodeado de una
familia poseída de gozo que en su nombre re
nuncia al pecado , y que va á inmortalizar e[
nombre de sus abuelos , poniendo al recien na
cido el de sus padres? Todos derraman lágri
mas de ternura y de religion en presencia del
niño , su nombre le da la fisonomía de su ante
cesor , cada cual confundiendo los recuerdos de
lo pasado con las alegrías presentes, cree reco
nocer el viejo en el niño que hace ¿revivir su
memoria. La Religion siempre moral y siempre
sería, al mismo tiempo que se nos muestra mas
risueña nos hace caminar por el mismo camino
de salvacion al lado de los nobles , de los gran
des y de los reyes. Mirad ó sino á una solem
ne reunion de personas distinguidas y de todas
clases como acompañan al reyecito envuelto en
su púpura hácia las aguas saludables; tal vez una
religion mundana habría inventado ceremonias
mas solemnes para alhagar á los reyes , pero la
Religion católica no descuyda á los harapos al
lado de la púrpura. ¡Oh igualdad celestial, que
414
sin pensar con las pasiones , haces de los mor
tales una hermandad para un mismo Padre !
Solícita siempre la religion acompaña á sus
hijos lejos de olvidarles , como el diligente pas
tor que recoge de en medio de las zarzas los
corderillos recien paridos para presentarlos al
dueño de su ganado; de la misma suerte la re
ligion despues de habernos dado la gracia , nos
lleva á nuestro pastor ordinario que es el Obis
po para que nos confirme como á miembros de
su rebaño, y nos escude con la fe para forta
lecernos con la misma , á fin de sostener con
mas valor los combates que en este mundo se
nos presentan á cada momento. La moral en
tera está encerrada en el sacramento de la con
firmacion, porque todo aque l que se hallare con
fuerza para confesar á su Dios , practicará ne
cesariamente la virtud. Dichosos de nosotros,
¡oh, mi querida Sulmen , si en la actualidad
pudiésemos recibir semejante escudo !
Calló Waldech, se enjugó una lágrima que iba
-á caer de sus ojos, y continuó: «Os he dicho se
ñores, que Lulero reconoce como á sacramento
á la penitencia, pero no como los católicos la
reconocen aneja ú la contricion , confesion y
satisfaccion; muy al contrario para 61 no es mas
<]ue el simple deseo que cada cual forma de
mudar de vida , de cuyo deseo, bien ó mal sos
tenido nacen un sin fin de inconvenientes, pues
que admitida como admite la predestinacion, es
decir que el hombre nada puede para su salva-
413
cion, queda dicho deseo sin fuerza y sin valor.
Consideremos pues á este sacramento bajo el
nombre de confesion, y admiraremos que hasta
los mismos filósofos cualquieras que hayan sido
sus opiniones, han mirado á este sacramento
como una cosa contra el vicio, y como la obra
clásica de la sabiduría. ¡ Oh cuantas restitucio
nes , cuantas reparaciones, dice Rousseau , ha
obligado la confesion á hacer á los católicos! Oi
gamos á Voltaire. « La confesion es una cosa
escelen te, un freno del crimen, muy buena en
fin para reducir á que perdonen los corazones
ulcerados por el encono.
Lutero no encontró en la Escritura la confe
sion, dijo que los sacerdotes católicos usurpa
ron el ministerio espiritual, siendo así que de las
palabras de Jesucristo se desprende que su ins
titucion es divina : dad una ojeada al Evangelio
de san Juan cap. 20. v. 23. y vereis que Jesus
se dirije á sus Apóstoles para autorizarles de
tal modo que se espresa en estos términos «Re
cibid al Espíritu Santo; los pecados de aque
llos que perdonareis, quedan perdonados, y los-
que retuviereis quedan tambien sin perdon.» Lo
mismo dieo san Mateo cap. 18. v, 18. Heos-
pues aquí erijidosálos Apóstoles en jueces, heos
aquí otros tantos tribunales. Ahora bien ¿ecsigi-
remos que el juez absuelva al reo sin conocer
de sus delitos? ¿pretenderémos que esperando
de la misericordia , y temiendo de la justicia ,
vaya el reo sin contricion con la simple demos
416
tracion de levantar los ojos al cielo? ¿Querre
mos tambien abusar de los méritos infinitos de
la sangre del Redentor, no ecsigiendo al reo sa
tisfaccion alguna de sus delitos?
Prueba tambien su divinidad esta institucion
saludable por sus grandes y buenos efectos. Con
ella se vuelve la alegría , la paz y la tranquili
dad en las almas y en las familias , y su fuerza
es tan grande que aplaca el furor de las batallas,
y da la felicidad á las naciones.
Despues que el hombre ha depuesto el peso
que oprimía á su corazon, que ha encontrado á
aquel fiel amigo que no es dable encontrar en
tre los hombres , le espera una nueva gracia si
se acerca dignamente á probar el sacramento
de la Eucaristía. ¡ Oh qué dichoso es el hom
bre que debidamente recibe este nuevo maná
de las almas ! Necesariamente es el depósito de
las virtudes, de la paz y de la felicidad. Trans
mitid pues, este raciocinio de lo individual al
colectivo, del hombre al pueblo y vereis que
la comunion es una legislacion toda entera.
Su origen demuestra la escelencia de su mis
terio y de su gracia. Mirad á Jesus en la noche
de la cena , cercano á los terribles dias de los
padecimientos, y aun mas cumplido el tiempo
prefijado por los profetas ; le es forzoso dejar á
su apreciable comitiva para consumar el gran
sacrificio. No puede permitir su bondad el dejar
huérfanos á sus hijos , les lava los pies , y hace
voto de quedarse entre ellos hasta la consuma
417
cion de los siglos, toma el pan, y con un cora
zon traspasado de pesares y angustias , les dice:
«Hijos mios, comed: este es mi cuerpo.» Ense
guida echando mano del cáliz pone en él rino,
y les repite: «Bebed de este todos, porque esta
es mi sangre del nuevo testamento que será
derramada para muchos para la remision de los
pecados. Haced esto en memoria de mf. j Oh
institucion divina que recuerdas la pascua de
los Israelitas que empezó á celebrarse en tiem
po de los Faraones, y demuestras claramente la
abolicion jfe' los sacrificios sangrientos. Llamas
á los hombres para reunirlos en una gran fami
lia, anuncias el fin de las enemistades, la igual
dad natural y el establecimiento de una nueva
ley que no reconocerá judíos ni jentiles, y que
convidará á todos los hijos de Adan á una mis
ma mesa , es decir á gozar de la gracia de la
Eucaristía, en la que se describe el misterio di
recto, y la presencia real de Dios en el pan y
vino consagrado.
El mismo espíritu de sabiduría despues de
haber dado las reglas para dirigir á esta. gran
de familia, y despues de haber instituido los sa
cramentos que son el conservatorio de la fe,
dividió la sociedad en solo dos clases, en sa
cerdotes y legos; es decir instituyó el sacra
mento de orden , y el matrimonio. Queriendo
pues quedarse entre los hombres para siempre
debía á este . fin escogerse ministros que eleva
dos en dignidad, y revestidos de amplios po
27
418
deres pudiesen transmitirlos á sus sucesores:,
no solo á fin de perpetuar sus servicios con
sagrando, ofreciendo y suministrando el cner-
po de Jesus , perdonando 6 retuviendo los pe
cados, sino tambien para instruir y dilatar
las conquistas , plantando á do quiera el estan
darte de la cruz , que como á milicias celestia
les debían defender, predicando la verdad, opo
niendo las virtudes al vicio, y demostrando la
conviccion por medio de su ejemplo hacer ge
neral una religion que sus instituciones solas
demostraban y demuestran su diviitt^ad; á es
te fin instituye el sacramento del órden. ¿Quien
no mirará en este sacramento el símbolo de una
potestad suprema? Elegidos por aquel que nació
de una Virgen, y que murió virgen por el mismo
legislador de los cristianos , por el Dios casto ,
no se les ecsigió mas, segun dice san Mateu, que
lo dejasen todo para seguir las doctrinas de stt
maestro. De tanto peso eran las funciones que
debian desempeñar , tan altos eran los miste
rios que debian revelar á sus semejante-, que
necesitasen todo el recojimiento de un hom
bre. < . '....> r ¡ - . -
Debian dejarlo todo, porque es menester hom
bres que separados del mundo y revestidos de
un carácter augusto, sin esposas y sin hijos, sin
embarazos del siglo , puedan trabajar en los
progresos de las luces , en la perfección de la
moral y en el alivio del desgraciado. El servicio
á la Divinidad pareció ecsijir un grado de puré
419
za, haciendo lo posible para semejarse á la Di
vinidad misma. El sacerdote debia hablar con
Dios á favor de los hombres , y es de aquí que
conociendo su alta mision hizo voto de castidad,
porque una alma casta , segun dice san Ber
nardo, es por virtud lo que es el ángel por na
turaleza. Concluyamos pues que el celibato di
viniza mas el sacramento del órden.
Es el sacerdocio una de las dos clases que Je
sucristo hizo de la sociedad , otra es el matri
monio. Instituido desde el principio del mundo
el matrimo'nio en el momento en que Dios en
trególa! hombre por compañera la mujer,
mandándole que fuesen dos en una sola carne
fue debilitándose despues este precepto por una
infinidad de abusos, introduciéndose la poliga
mia y la licencia, ó libertad de dejar á sus es
posas como mejor les pareciere. Esta costum
bre la toleró el mismo Dios en su pueblo, en
tiempo de la ley antigua, pero Jesucristo sabio
legislador redujo el matrimonio á su primera
institucion , y lo elevó á la dignidad de sacra
mento uniendo á él singulares gracias para ha
cer que el amor conyugal fuese una verdadera
caridad.
Las ceremonias del matrimonio demuestran
su santidad ; se advierte al hombre que empie
za una nueva carrera, porque las palabras de la
bendicion nupcial , palabras que Dios pronun
ció sobre la primera pareja del mundo, fun
diendo en el marido un gran respeto , le dicen
420
que va á desempeñar el cargo mas importante
de la vida, que va á ser gefe de una gran fami
lia como Adan, y que se carga con todo el peso
de la condicion humana. La mujer queda tam
bien instruida por su parte, desapareciendo á
su vista la imájen de los placeres delante de la
imajen de las obligaciones parece que al pie
del altar no oye mas que el eco de los sufri
mientos.
Por último tenemos ya que la religion cató
lica sigue de cerca á sus hijos, y presentándoles
alternativamente su apoyo por medio de los
sacramentos dirige sus pasos á la perfeccion,
semejante al cuidadoso jardinero que encamina
á los tiernos árboles, que tiene plantados al re
dedor de las fuentes , ó á la márgen de algun
rio , llegando á su tiempo con su forma monó
tona á constituir las delicias de sus jardines. Un
sacramento abre las puertas del mundo, otro
fortalece los primeros dias capaces de discerni
miento. Cae el hombre en los primeros lazos ,
falta con sus deberes , con sus promesas, su co
razon se oprime, y un sacramento le consuela,
le absuelve , le vuelve al estado de inocencia ,
y para que quede mas garantida su tranquilidad
la Eucaristía aumenta su gracia. Conoce el
hombre que es preciso cumplir con el objeto de
su peregrinacion , llama á su Dios ó á su espo
sa , y al instante el sacramento del orden ó del
matrimonio bendicen sus intentes. Tiene el
hombre con ellos lo que adereza el acíbar de sus
421
dias. Fijad la vista al lecho del dolor, ved mo
rir á ud hombre fiel, y no os arredre el triste
espectáculo. Si los dias del hombre han sido fe
lices con la religion, tambien lo son sus últimos
instantes; no llora sus padecimientos, sino sus
pecados , teme la cólera de Dios , y este temor
le hace derramar amargos sudores; pero llega
el ministro de Dios, entrega el arma de la gra
cia al moribundo por medio del último sacra
mento de la Estremauncion , y el hombre es
queleto.; reabre sus ojos, ve que su fe ha en-
terne.fj?.al mismo Dios que se prepara á re
cibidle en su seno. ¡ Feliz el mortal que espira
en los brazos de la fe ! Ella mece en la cuna de
la vida, y sus deliciosos cantos y su materna
mano hacen dormir tambien en la cuna de la
muerte.
I Oh Musa Celestial ! dichosa tú que no estás
colocada en los vaivenes de este mundo falaz y
perecedero, porque si participas de los males de
los hombres solo es por tu compasion y amor ,
ya puedes volverte á las mansiones celestiales.
Yo descubro el fin de mis trabajos, y voy á ba
jar de mi carro. Asísteme un momento, y aban
donaré para siempre tus altares, porque mi em
presa se ha acabado ya. \ Oh Musa ! ya no can
taré mas los amores y sueños seductores de los
hombres, y sin olvidarme de las desgracias de
mi patria concluiré mi canto en las orillas del
lago Leman llorando el triste resultado de las
mácsimas que con tu auxilio he combatido.
Adios pues compañera de mis desvelos ¿cómo
podré separarme de tí sin derramar lágrimas?
A tan tierna edad es imprudencia meterse en el
laberinto de las pasiones para analizar los efec
tos de una filosofía capciosa , y cantar las des
venturas que prodiga á los mortales; pero no
importa, tú has dirigido mi pluma y has ayuda
do mis trabajos.
Jamas olvidaré ¡ oh Musa I tus lecciones , ni
permitiré que mi corazon se precipite de las ele
vadas regiones en que tu le colocaste, Si los ta
lentos del espíritu se debilitan con eíío'ecurso
de los anos, si la voz pierde su dulzura , y sf los
dedos se hielan sobre el laud , los nobles senti
mientos que tu me has inspirado pueden per
manecer aun cuando los demas dones tuyos ha
yan desaparecido. Maestra fiel de mi vida, an
tes de subirte á los cielos , déjame revelado el
fin de mi lúgubre canto. Yo he consagrado la
edad de las ilusiones á la risueña pintura de la
ficcion , he llegado pronto á la edad de los de
sengaños y del arrepentimiento, sirviéndome
para esta de la pintura severa de la verdad.
¿Concluiré pues con ella?
¡ Ah 1 Waldech esplicaba como un católico
instruido en lo mas secreto de la religion los
misterios de la que con su hija acababa de abra
zar. Daniel , el pastor Isaac y los Solitarios
circuían á aquel sabio polaco ; al oir sus dulces
palabras sus ojos se inundaban de lágrimas por
el placer que su corazon esperimentaba. Veian
423
en su conversacion un secreto del cielo, no
comprendían como un luterano ó filósofo que
confesaba no habia encontrado la verdad en sus
ideas, la habia vislumbrado en las doctrinas ca
tólicas. ¡ Oh altos decretos de Dios ! Waldech y
Sulmen habían confesado ya la verdad : los án
geles y los santos padres habían ya inscrito sus
nombres en el libro de los elegidos. La victoria
se habia conseguido, y la hermosa Jerusalen
abria sus puertas para recibir al vencedor.
Apenas Waldech habia acabado de esplicar el
último Sacramento, Daniel se sintió turbado: los
Solitarios atónitos creyeron que el anciano sa
cerdote se encontraba en un santo éstasis. Al mis
mo instante se desprendió un rayo de una nube-
cilla, que se veia á la parte de oriente, y el true
no retumbó á lo lejos . Voces milagrosas se oyeron
por los aires acompañadas de un concierto ine
fable, y estas voces indicaban el sacrificio que
iba á consumarse. El sol se habia escondido ya
á la otra parte de las montañas, y la luna cu
bierta con una densa niebla presentaba su ros
tro como cubierto de sangre. El viento mecia
con violencia las copas de los árboles, y las aguas
pacíficas del lago se enfurecían á su soplo. Las
aves daban agudos graznidos, y las bestias fero
ces gemían y mahullaban en sus cavernas. To
do ayudaba al triste cuadro.
Doce hombres armados habían asaltado á a-
quella simple comitiva , y á sus golpes habían
sacrificado á Isaac y á Waldech ; Daniel habia
m
caido herido al pie de un tilo , y los Solitarios
defendían sus vidas y la de Sulmen disputando
el terreno con valor. El eco de aquellas peñas
resonaba con el rumor de la carnicería, los gol
pes se redoblan , los asesinos apuran á los Soli
tarios y Sulmen es presa de los vandidos. Aver-
tano que estaba á punto de sucumbir, se con
vierte en aquel momento en leon rugiente, pre
cipítase sobre los asesinos , caen dos heridos á
sus pies, y cuando iba á rescatar á su amada
Sulmen , cuando iba á estrecharla entre sus
brazos, corta un mismo golpe sus tiernas cabe
zas que caen rodando por el suelo, de la misma
manera que las doradas espigas caen una sobre
otra al pie del segador; así los dos amantes se
dan el último adios mezclando su sangre en las
aras de la inocencia y del candor. ¡ Oh, santas
víctimas, dichosas vosotras que gozais en los
cielos los dones de aquellos mártires que antes
de llegar al tálamo nupcial encontraron al ver
dugo para cumplir antes con las promesas he
chas á su Dios !
Sucumbe tambien Langara, compañero de
Guibelalde, y los asesinos se dirigen ufanos há-
cia la fuente : descubren á Daniel que luchando
con la muerte , cuidaba aun de sus hermanos ,
dándoles la última bendición. Este acto les re
veló su santo destino. Nada podia aumentar mas
la saña de aquellos vandidos, como el encontrar
entre las víctimas á un sacerdote católico. Su
presencia enciende de nuevo su fiereza, redo
42a
Man sus atrocidades, y cada cual se divierte en
hacer padecer al anciano Daniel los tormentos
que su sagaz capricho le sugería. Muere Daniel
despues de haber presenciado la muerte de to
dos sus compañeros. Solo el criado de Waldech
pudo escaparse del furor de una gente que man
cilla el nombre de humanidad con una infi
nidad de hechos de esta naturaleza para hacer
la felicidad del mundo.
Los académicos de la sociedad de Boleslao
Koska en Ginebra, ofendidos del discurso de
Waldech, no perdonaron medio para vengar
s,'is mácsimas ultrajadas; procuraron indagar
su paradero, lo supieron, é inmediatamente ar
mados partieron á su busca; el furor y el van
dalismo les conducía , llegaron al promontorio ,
se acercaron á los Solitarios , y en breves ins
tantes saciaron su sed con tanta sangre ino
cente.
Toleró la providencia semejante crueldad pa
ra que aprendiese el mundo en leccion ajena el
resultado de unas ideas que para ahogar el fa
natismo vierten ciertos hombres que respiran
venganza, se alimentan con sangre, y se com
placen al pasearse sobre los escombros y ruinas,
pisando las infinitas víctimas que han caido al
impulso de una supersticion la mas grosera, que
les obliga á tal estremo para ilustrar á sus se
mejantes.
La humanidad se opone á estas ideas antro-
pófagas. Los Solitarios publican las doctrinas
429
del Catolicismo, y bajo su sombra encuentran
mas trazado el camino que conduce á la felici
dad , que de otra manera jamas habrían cono
cido.
EQUIVOCAClONES MAS NOTABLES.

«sais»

til. LUI. DICE. LÉASE.

18 20 guajosa cuajosa
18 26 pesca perca
54 8 no hecho no, hecho
66 18 ó disputando ó dispertando
75 3 albergarse los soli albergarse , los soli
tarios ; habian tarios habían
76 8 grabados en tres grabados tres
89 3 bramidos que san bramidos de la fiera
Juan que san Juau
95 4 su huida su vida
132 1 aquellos dos con aquellos dos
133 12 guajosa cuajosa
151 10 Salamanca Talamanca
168 14 Navarrúz Navarriz
198 14 Liga Ciga
237 0 placeres planes
238 8 labores sabores
240 31 elocuente clemente
265 32 otras obras
276 10 Zomosa Zornosa
377 6 Madraza Madrazo
380 13 Ranelagle. Baneiagk
381 17 Ariniz Arroniz.
402 24 de su nuevo en su nuevo
410 3 pueblomismo, pueblo,

Vous aimerez peut-être aussi