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Ciudadanía igualitaria
No tiene sentido desarrollar o pre- tender adherirse a una supuesta definición universal de
ciudadanía, pero sí es posible y necesario ubicar los ejes básicos de la tradición para
identificar sus núcleos duros y participar en el debate contemporáneo. En este tex- to,
queremos acercarnos a los nuevos horizontes de sentido que ponen en el centro a
individuos y colectivos como sujetos de derechos y responsabilidades en su calidad de
miembros acti- vos de una comunidad política y social. Particularmente, centramos la
mirada en algunos de los argumentos que subyacen en la resignificación de la ciu- dadanía
a partir de los principios de igualdad y diferencia implicados en la discusión. Ahora, la
ciudadanía ya no tiene que ver exclusivamente con los derechos de igualdad, reconocidos
por los aparatos estatales, sino principal- mente con los derechos de la diferen- cia que
aluden a prácticas sociales y culturales que dan sentido de perte- nencia y hacen sentir
diferentes a quienes comparten ciertas caracterís- ticas comunes. Al decir de Cortina
(1997), la razón de la renovada impor- tancia del tema de la ciudadanía radica en que el
deseo de asegurar a la vez ciudadanos plenos y democracias sostenibles va a la par de la
racionali- dad de la justicia y el sentimiento de pertenencia a una comunidad.
Sin lugar a dudas, el tema de la ciuda- danía es central y controvertido en las teorías de la
democracia. Para empe- zar, seleccionamos algunas imágenes que ilustran ciertos focos
o fuentes de la discusión actual sobre la ciudadanía y los cauces y niveles analíticos sobre
la que ésta discurre, las cuales mues- tran el mosaico de hechos que ponen en cuestión la
idea tradicional de ciu- dadanía, así como los temas asocia- dos a ella. Bastan pocas
imágenes para constatar realidades y la coexistencia de distintas interpretaciones acerca
de los derechos ciudadanos.
Las sociedades contemporáneas son cada vez más multiculturales y porosas. Taylor
(2001) encuentra que las sociedades están cada vez más abiertas a la migración
multinacional y que su descomposición se debe, en buena medida, a la falta de reconoci-
miento y respeto de todas las culturas. Así, le resulta significativo el número de miembros
de las socieda- des que llevan la vida de la diáspora. En este punto coincide con Appadurai
(2001), para quien la modernidad está desbordada, con irregular conciencia de sí y vivida
en forma dispareja, debido principalmente a los medios de comu- nicación y a los
movimientos migrato- rios, a los que llama diásporas de la esperanza, del terror y de la
desespera- ción. Considera que este fenómeno de la migración es uno de los principales
ángulos desde donde se pueden ver y problematizar los cambios en las so- ciedades
actuales, en la medida en que las esferas públicas en diáspora son parte de la dinámica
cultural actual y contribuyen a conformar un nuevo sen- tido de lo global como lo
moderno y de lo moderno como lo global.
En el caso de América Latina hay que considerar que, a diferencia de Europa, la evolución
histórica de la ciu- dadanía ha estado marcada por la constitución de Estados dependientes
con bases territoriales socialmente desin- tegradas, el desarrollo de estructuras estatales
con baja capacidad de regu- lación social y por la conformación de estructuras de
derechos ciudadanos frágiles y parciales. En este contexto, Pérez Baltodano (1997)
sostiene que la ciudadanía aparece como una reivin- dicación de una particular relación
con el Estado, más que como una reivindi- cación frente al mismo. Las unidades de
representación social no tienen su fundamento en la existencia de espa- cios públicos
independientes del con- trol y acción estatal.
del siglo pasado, se puede hablar del renacimiento de una subjetividad polí- tica fuera y
dentro de las instituciones. Las iniciativas ciudadanas adquieren poder político en todo el
mundo y comparten, a pesar de las diferencias obvias (por ejemplo entre los ciudada- nos
orientales y occidentales), un te- rreno común: individuos realmente existentes se orientan
hacia los movi- mientos de base, son extraparlamen- tarios y no están vinculados a clases
ni partidos, pero son organizativa y programáticamente difusos y conflic- tivos. Se trata
de nuevas formas de protesta, retirada y compromiso polí- tico que son ambivalentes y
desafían las antiguas categorías de claridad po- lítica; es decir, del surgimiento de la
subpolítica que abre la posibilidad de que grupos que no estaban implica- dos en los
procesos sociales tengan voz y participación en la organización de la sociedad. Esta
“subpolítica” sig- nifica configurar la sociedad desde aba- jo y supone una politización
que expresa la pérdida de importancia del enfoque basado en el poder central.
La ética del trabajo, predicada desde púlpitos y panfletos durante los siglos XVIII y XIX,
fue una excelente herramienta para solucionar el problema de las multitudes en la miseria.
Convirtiendo el trabajo en un acto de valor moral en sí mismo se pretendía acelerar el
reclutamiento de una mano de obra imprescindible pero no tan abundante como a los
industriales de la época hubiera gustado. Si bien es cierto que privando a los pobres de
cualquier forma de sustento diferente al salario se formulaba una persuasiva invitación a
aceptar el trabajo industrial, la ética del trabajo era indispensable para hacer más asumible
el duro destino de obrero industrial. Convirtiendo el trabajo asalariado en norma, se
relegaba a los también a los desempleados a una situación de anormalidad moral que los
situaba en los márgenes de la sociedad.
Mantener los salarios bajos y a las familias obreras en una situación de permanente
precariedad material, a la vez que se imponían duras jornadas y condiciones de trabajo,
obligaba a que la alternativa al empleo industrial fuera tan desagradable que no pudiera
ser contemplada por ningún “hombre de bien”. Convertir el desempleo en una alternativa
despreciable requería un férreo control social y un sistema de incentivos materiales que
impulsara a todo individuo en condiciones de trabajar a buscar activamente un empleo en
la industria. El control social vino de la mano de la ética del trabajo y del inicio de la
construcción de una sociedad articulada alrededor del trabajo asalariado. El empleo se
convertía en fuente de identidad y de subjetividad social y las tareas vinculadas a los
cuidados o al mantenimiento de los vínculos comunitarios eran radicalmente
desvalorizadas. Al tiempo, los hombres con capacidad física para el trabajo industrial
pero sin empleo pasaban a ser sospechosos permanentes de vagancia y parasitismo social.
La reestructuración de los incentivos materiales se centro en una profunda reforma de la
asistencia que calo también en las instituciones religiosas. La mejor de las situaciones de
una persona asistida por la caridad no podía ser equiparable a la de la más empobrecida
de las familias obreras. Teniendo en cuenta la pobreza material en la que vivían la familias
obreras, cabe esperar que las condiciones que se ofrecían a las y los beneficiarios de la
caridad eran paupérrimas.
La culminación de esta lógica fueron las casas de trabajo (workhouses) que proliferaron
primero en la Inglaterra victoriana y, posteriormente, en Alemania, Holanda o Rusia. Se
trataba de establecimientos de reclusión en los que se encerraba a los indigentes para que
trabajaran a cambio de techo y comida. Las autoridades municipales de las grandes
ciudades llevaban a cabo redadas periódicas tras las que se internaba a mendigos y
prostitutas en las casas de trabajo subcontratadas por grandes industriales del textil o de
la metalurgia.
El sentido común liberal, grabado a sangre y fuego en el ADN de las sociedades
modernas, sigue siendo el marco en el que se desarrollan las actitudes, los sentimientos y
las políticas en torno a la pobreza.
El auge político y cultural del así llamado «Consenso de Washington» durante los 90
restringió la riqueza y diversidad de las reflexiones sobre desarrollo, política y sociedad
que, de manera característica, han formado parte constitutiva tanto de la práctica política
como de la tradición intelectual de las ciencias sociales en América Latina. Entre las voces
alternativas, el enfoque de «desarrollo humano» –creado por los economistas Amartya
Sen y Mahbub ul Haq y adoptado oficialmente por la Organización de las Naciones
Unidas (ONU) durante esa década– fue probablemente uno de los productos más osados
e institucionalmente exitosos en revitalizar el debate y aglutinar formas de disenso en los
ámbitos global y regional.
Así, la cuestión del desarrollo adquiere un fuerte acento humanista, ancladoen las
reflexiones contemporáneas de la filosofía política sobre justicia y orden político y
abordando, simultáneamente, áreas de controversia social y política concretas, tales como
la distribución del ingreso, los derechos de ciudadanía, la igualdad de oportunidades, los
sistemas de exclusión y discriminación de mayorías y minorías, el rol del Estado y el
mercado, y la vinculación entre desarrollo y democracia.
¿Qué dilemas enfrentan la ciudadanía y el desarrollo humano hoy? ¿Existe una matriz
común de problemas? ¿Cuáles son las claves analíticas para desentrañar dichos procesos?
En las dos primeras secciones del libro, los autores abordan estos interrogantes desde un
punto de vista conceptuale históricamente enmarcado, haciendo un esfuerzo sistemático
para incluir propuestas y sugerencias tanto pragmáticas como normativas para la agenda
pública regional. En la tercera sección, se analiza la relación entre ciudadanía y desarrollo
a partir de la selección de casos nacionales que, más allá de sus contrastes y eventuales
afinidades, son singularmente atractivos: Bolivia, Brasil, Chile, Colombia y Guatemala.
En sintonía con lo anterior, Calderón sostiene que, como producto de las transformaciones
de las últimas tres décadas, la región atraviesa una verdadera transición societal, signada
no solo por los efectos de las llamadas «reformas estructurales», sino también por los
cambios producidos en los campos de la «tecnoeconomía, la comunicación y el
informacionalismo». En su diagnóstico, el autor indica cuatro aspectos claves: las
asimetrías simbólicas y materiales verificables en los patrones de inclusión y exclusión
social –por ejemplo, mayor acceso a bienes culturales e inflexibilidad en la distribución
del ingreso–; la mayor complejidad y fragmentación de los actores sociales así como de
los propios sistemas de inclusión y exclusión social; el creciente aumento de los
movimientos poblacionales, las migraciones y la interculturalidad; y las nuevas
especificidades de la dinámica entre incluidos y excluidos. En un tono cautamente
optimista, Calderón sugiere que algunas de estas condiciones podrían favorecer la
renovación de los derechos de ciudadanía con mayor desarrollo humano. Sin embargo,
en cada uno de los planos mencionados coexisten tanto factores potencialmente
liberadores como asimetrías sociales, culturales y políticas que, de hecho, favorecen la
reproducción de patrones excluyentes.
En síntesis, la ciudadanía social parece ser, en la América Latina actual, el molde donde
se fragua, al decir de John Rawls, el valor de la libertad, esto es, las condiciones políticas,
sociales y culturales que hacen posible el ejercicio efectivo de los derechos. Ciudadanía,
o combinatorias de la ciudadanía, cuyos contornos, como señala Arditi, son variables
tanto sincrónica como diacrónicamente, porque dependen históricamente del
empoderamiento social y la constitución subjetiva de los actores. Derechos que además,
como expone lúcidamente Hopenhayn, son multifacéticos, mediados por prácticas
culturales y también problemáticos en su tratamiento; tal es el caso de las demandas de
reconocimiento de jóvenes, inmigrantes, mujeres y afrodescendientes, cuando no las de
autogobierno protagonizadas por los pueblos indígenas.
En la última sección se presentan los casos nacionales, que se estructuran en torno de dos
ejes: por un lado, las oportunidades planteadas por los procesos nacionales y globales y,
por otro, las capacidades –genéricamente entendidas– de desarrollo humano exhibidas
por los países. Los estudios se nutren en buena medida de las investigaciones realizadas
en los Informes Nacionales de Desarrollo Humano del PNUD, que ya poseen una
trayectoria sólida en la región. Aunque las experiencias nacionales no llegan a prefigurar,
en conjunto, una tipología o clasificación, las problemáticas planteadas dejan abierto el
campo para comparaciones más sistemáticas.
Deberes ciudadanos
ECUADOR
Artículo 97.- Todos los ciudadanos tendrán los siguientes deberes y responsabilidades,
sin perjuicio de otros previstos en esta Constitución y la ley:
Es solo a partir de los siglos XVIII y XIX, que el concepto de ciudadano se vincula al
Estado-nación.4 En este contexto, el concepto de ciudadanía se relacio- na estrechamente
con el de nacionalidad. “Es el Es- tado”, señala Jordi Borja, “el que vincula ciudadanía
con nacionalidad. El ciudadano es el sujeto político. El poseedor de un estatuto que le
confiere, además de derechos civiles y sociales, los derechos de parti- cipación política.
Se es ciudadano de un país, no de una ciudad. Se es ciudadano porque se posee una
nacionalidad, regulada por un Estado y solamente vale ese estatuto en el ámbito de ese
Estado”.5
Sin embargo, ciudadanía y ciudadano están lejos de ser conceptos unívocos y claramente
delimitados. En el debate actual, compiten tres concepciones so- bre la ciudadanía y el
ciudadano. La primera es la derivada de la filosofía liberal. La segunda procede de
filosofía política republicana y la tercera, del co- munitarismo.
2. Ciudadanía y derechos
Para Marshall, estos tres derechos son interdepen- dientes. La realización de los derechos
políticos y ci- viles requiere de los derechos sociales y viceversa. En este último sentido,
se ha señalado repetidamente que la garantía de los derechos sociales es condi- ción
necesaria para el ejercicio de los derechos civi- les y políticos. Privados del ejercicio de
sus derechos sociales, los individuos enfrentan enormes dificulta- des para el ejercicio de
una ciudadanía autónoma y responsable. “Son los derechos sociales los que,
principalmente”, enfatiza un autor, “emancipan las personas de las necesidades materiales
más apre- miantes y los hacen acceder a la “civilidad” de los derechos civiles y políticos.
O sea: la ciudadanía so- cial es la ciudadanía habilitante de la ciudadanía ci- vil y la
ciudadanía política”.8 A juicio de Marshall, el ejercicio de estos tres tipos de derechos
inherentes al ciudadano, no solo garantizan la igualdad formal de los individuos, sino que
también contribuyen a reducir las desigualdades sociales generadas por el mercado en las
sociedades capitalistas.
https://nuso.org/articulo/ciudadania-y-desarrollo-humano-en-america-latina-resena-de-
ciudadania-y-desarrollo-humano-de-fernando-calderon-coord/
https://www.youtube.com/watch?v=FUYwYoeOghE
https://www.youtube.com/watch?v=6_EhFxvdLg4
https://vagosymaleantes.com/2015/02/12/la-pobreza-y-la-marginalidad-como-
problemas-sociales/
https://www.uic.mx/ciudadania-derechos-humanos/
https://leyderecho.org/deberes-constitucionales/
https://derechos-y-deberes.blogspot.com/
https://www.monografias.com/trabajos93/cumplimiento-del-deber/cumplimiento-del-
deber.shtml
https://historiaybiografias.com/deberes_derechos/