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Objetivo
Ofrecer criterios evangélicos y pastorales para
realizar un diálogo y discernimiento participativo y comunitario
desde la realidad que viven nuestras comunidades a raíz de la situación actual de la
Iglesia en Chile.
INTRODUCCIÓN
1. Contexto social
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las culturas ancestrales, las propuestas religiosas y de sentido, el cuidado del medio
ambiente, la migración, la desigualdad económica, el cuidado de los adultos mayores,
entre otros, exigen atención y espacio en la sociedad. Intensa es la demanda por un
trato equitativo para todos, en especial en lo referido a las relaciones varón – mujer. En
efecto, uno de los cambios actitudinales más relevantes tiene que ver con los roles de
género. La mujer ha ingresado con fuerza al mundo laboral y ofrece su particular aporte
en todos los ámbitos donde se deciden los cambios substanciales que transforman la
convivencia entre los seres humanos, la sociedad y las naciones (cfr. OO.PP. 2014-
2020, 11a).
Cada vez más la sociedad, y los creyentes en ella, se comprende como un todo
complejo y plural en el que legítimamente cada persona busca hacer presente sus
demandas de equidad, justicia y dignidad, contribuyendo de este modo a la creación de
la sociedad y la nación, en definitiva, a la generación de culturas (cfr. OO.PP., 11b).
En este sentido, también debido al crecimiento económico del país, una de las
mayores demandas sociales –fruto de un hondo malestar– es el reclamo por mayor
justicia, ya que las brechas de desigualdad manifiestan la existencia de pobrezas
antiguas, de exclusiones, de focos de miseria y, con ello, de faltas de oportunidades
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para todos. Emerge, pues, un sentido clamor por una mayor preocupación por los
marginados de la sociedad y por los nuevos rostros de la pobreza, por reforzar el
mayor respeto a la dignidad de cada persona y por la defensa del bien común (cfr.
OO.PP., 11b).
2. Contexto cultural
Las culturas actuales tienen en cuenta otra escala de valores distintos a los
tradicionales y que históricamente han proporcionado sentido a lo que cada persona y
grupos vivían. Hoy son muchas las propuestas de sentido. Se requiere, por tanto,
respetar y valorar las diferencias, dado que conviven en el país diversas culturas con
nuevas formas de relacionarse y con nuevas formas de trabajo, ambos influenciados
por el creciente desarrollo técnico y científico (cfr. OO.PP., 11c). Por tanto, no es
posible hablar de “una sola” cultura ni asumir que todos piensan, sienten y actúan como
uno.
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profundo de felicidad y eternidad que viene de Alguien distinto al ser humano–
fundamenta los valores, por lo que “lo religioso” se pone en íntima relación con el
reconocimiento y la promoción de la persona como legítimo “otro” a quien somos
invitados a aceptar y respetar, y con quien estamos llamados a ser felices y a
trascender. Así, el sustrato religioso que reside en los valores, determina y señala el
tipo de conducta que los miembros del grupo hemos de asumir en virtud de “nuestra
cultura”.
Los valores, fundados en “lo religioso”, serán entonces el núcleo que determina
“la cultura”, y de una cultura al servicio de la persona y su crecimiento como tal.
Evangelizar las culturas es anunciar los valores del Reino que, interiorizados, se
expresan en una determinada representación, lenguaje y conducta.
3. Contexto eclesial
Desde una mirada de fe, la crisis tiene que ver, sobre todo, con la incapacidad
de responder tanto personal como institucionalmente al “sígueme” de Jesús, dejándolo
todo y entregándonos a Él. Sin duda, las razones son múltiples y su raíz muestra
nuestra grave incapacidad de ser discípulos misioneros en el mundo de hoy. Es que
cuando se endurece el corazón, se desarma la conciencia cristiana y las estructuras
caducan con facilidad; surge como cizaña la mala administración; las relaciones
inmaduras se expresan en una falta de escucha, empatía y comprensión; el
distanciamiento con la sociedad y las culturas actuales, la falta de pasión
evangelizadora, y los inaceptables abusos de poder, conciencia y sexual en contra de
niños, jóvenes y adultos vulnerables.
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comprender que su única riqueza es ser comunidad de discípulos del Nazareno para
servicio del mundo, particularmente de las personas desposeídas, empobrecidas y
vulnerables.
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realidad eclesial. El resultado de este discernimiento, a realizar en todas las diócesis
del país, será preparatorio para la III Asamblea Nacional que se realizará en el primer
semestre del año 2020. Así, al tiempo de diálogo y discernimiento, continuará el tiempo
de decisiones y compromisos y, luego, el de implementación y seguimiento.
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El paso del Mar Rojo constituyó el hecho histórico y simbólico del camino a la
libertad ofrecida por Dios. El ingreso a la tierra prometida se transformó en la evidencia
de que Dios es siempre fiel a sus promesas y que su santidad está dispuesta a
compartirla con los que han hecho alianza con Él. Así, no es sólo el Dios de la creación,
sino también de la historia. Todo lo que ocurrió posteriormente en la tierra prometida,
las circunstancias históricas de Israel y sus relaciones socio–políticas con sus vecinos,
las diversas instituciones de gobierno, la conducta y misión de reyes, profetas y
sacerdotes, fueron releídas y sancionadas desde la fidelidad o infidelidad del pueblo
“de Dios” a la alianza pactada “con Dios”.
A lo largo de los siglos, las tragedias de este pueblo fueron muchas, porque
muchas fueron sus infidelidades. De aquí surge, entonces, la expectativa de que Dios
enviará un nuevo Moisés: “Yo les suscitaré en medio de sus hermanos un profeta como
tú; pondré mis palabras en su boca y Él les dirá todo lo que Yo les mande” (Dt 18,18).
Para que la misión de este “profeta como tú” (como Moisés) no resulte inútil, Dios
promete transformar el corazón de piedra de su pueblo en uno de carne: “Les daré un
corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; les arrancaré el corazón de piedra y
les daré un corazón de carne” (Ez 36,25-28). El enviado será un “Mesías” o un “Cristo”,
es decir, un Ungido con el Espíritu del Señor para conducir a su pueblo a un nuevo y
definitivo estado de vinculación fiel con Dios.
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es sólo el cumplimiento de un elenco de normas, sino una ley que nunca pasa y todo lo
renueva: la ley del amor, que cualifica todo acto o comportamiento humano y que
encuentra en las bienaventuranzas un modo concreto para vivirla (Mt 5,1-12). Este
Pueblo, ungido por Dios, se transforma en un auténtico templo del Espíritu Santo,
donado en el día de Pentecostés, en donde reside la santidad de Dios que se expande
a toda la humanidad (Hch 2,1-4).
Con el transcurso de los años, muchos intentos se han realizado para describir
la naturaleza y misión de esta gran comunidad de creyentes que es la Iglesia. Una
manera de describirla es con la categoría de “Pueblo de Dios”. Para efectos de este
documento, resaltaremos sólo aquellas notas o rasgos fundamentales del Pueblo de
Dios que nos ayuden para un diálogo sereno y un discernimiento en el Espíritu
respecto de la actual crisis de la porción del Pueblo de Dios que vive su fe en el Chile
de hoy.
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mismo misterio de comunión y vida al servicio del Reino de Dios y de la humanidad. El
Pueblo de Dios redimido tiene la potestad y capacidad de ofrecer las mediaciones de
encuentros con el Señor (Palabra, sacramentos, enseñanza…) que generan el
discipulado misionero (DA, 246-257). “De” la Iglesia, por tanto, nos nutrimos del Dios
salvador y sus frutos, y “desde” la Iglesia anunciamos la salvación a todos los pueblos.
No podemos, por tanto, prescindir del Pueblo de Dios en el que vivimos nuestra
vocación de discípulos misioneros. Evangelizar es también ofrecer comunidades
eclesiales que alimenten nuestra vocación fundamental.
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tristezas y angustias (Gaudium et spes), para anunciarles al Dios que por su Palabra
hecha carne sale a su encuentro para conversar con ellos y acompañar sus vidas (Dei
Verbum) y para ofrecerles –mediante signos sacramentales– la obra de la redención
(Sacrosanctum Concilium). Pablo VI, cuando clausuró el Concilio (7 de diciembre de
1965), definió la Iglesia como “sirvienta de la humanidad”, pues “la antigua historia del
samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una simpatía inmensa lo
ha penetrado todo… También nosotros –y más que nadie– somos promotores del
hombre”. Actualizando esta misma conciencia, los Obispos en Aparecida escribieron:
“La Iglesia está al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de Dios” (DA, 32).
La Iglesia sólo “se descentra” si se centra en Jesucristo. Sólo así entenderá que
“el mundo de hoy, con sus problemas y expectativas, debe dictar de alguna manera el
programa operativo a realizar, el “orden del día” de las urgencias eclesiales” (Alberich,
E. (2003). Catequesis evangelizadora. 39). Una Iglesia vuelta al mundo porque vive
centrada en Cristo no puede ser sino una Iglesia decididamente misionera y servidora
de la renovación humana y religiosa de los hombres y mujeres de hoy. Porque es un
Pueblo de Dios en el mundo y de cara al mundo que cultiva algunas características
desde su identidad para mejor responder a la sensibilidad y a las culturas del hombre y
la mujer de hoy:
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Para el Papa Francisco, “Pueblo de Dios” quiere decir ante todo que Dios no
pertenece en modo propio a pueblo alguno. Porque la iniciativa es de Él (“Dios nos amó
primero”: 1 Jn 4,19), Él es quien nos elige y nos llama a formar parte de su nuevo
Pueblo convocado por Jesucristo. Y esta invitación es para todos, sin distinción, porque
la misericordia de Dios “quiere que todos se salven” (1 Tim 2, 4). Jesús no pide a los
apóstoles ni a nosotros formar un grupo exclusivo, de élite. Nos “envía”, es decir, la
Iglesia es Pueblo de Dios enviado a invitar a otros a seguir a Cristo y a formar parte de
su Pueblo (Mt 28,19). Por esto Pablo afirma que en el pueblo de Dios “no hay distinción
entre judío y griego, entre esclavo y libre, entre varón y mujer, porque todos son uno en
Cristo Jesús” (Gál 3,28). Por esto mismo, enseña el Papa Francisco, “desearía decir
también a quien se siente lejano de Dios y de la Iglesia, a quien es temeroso o
indiferente, a quien piensa que ya no puede cambiar: el Señor te llama también a ti a
formar parte de su Pueblo y lo hace con gran respeto y amor” (Francisco: Audiencia
General, 12 de junio de 2013).
El Pueblo de Dios es “de Dios”. Por lo mismo, encuentra su razón última de ser
en la entrega absoluta y prioritaria para colaborar de modo que Dios reine como Padre
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rico en vida y en misericordia. El reinado de Dios Padre, inaugurado por Jesucristo en
la tierra, debe ser ampliado hasta su realización plena, es decir, hasta cuando Cristo
venga por segunda vez y entregue su obra de redención ya finalizada al Padre celestial
(1 Cor 15,23-24). La finalidad del Pueblo de Dios es, por tanto, anunciar y acompañar
la comunión plena con el Señor o la familiaridad con Él, haciendo posible que todos
ingresen en su Reino. La finalidad es poner ante su Señor Jesús la misión
encomendada cumplida del todo, porque los llamados por Dios ya participan de su
misma vida divina, fuente de humanidad nueva, de alegría sin medida.
Para cada persona, grupo o comunidad “es también un estilo de vida: «no solo
es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas
graves, o cuando hay que tomar una decisión crucial. Es un instrumento de lucha para
seguir mejor al Señor. Nos hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los
tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar las inspiraciones del Señor, para
no dejar pasar su invitación a crecer. Muchas veces esto se juega en lo pequeño, en lo
que parece irrelevante, porque la magnanimidad se muestra en lo simple y en lo
cotidiano» (EG 169). El discernimiento es un don y un riesgo, y esto puede asustar”
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(XV Asamblea General Ordinaria (2018) Los jóvenes, la fe y el discernimiento
vocacional. núm.111).
La convicción que nos da el discernir viene de “la fe: el Espíritu de Dios actúa en
lo íntimo - en el “corazón”, dice la Biblia; en la “conciencia”, según la tradición teológica
– de cada persona, independientemente que profese explícitamente la fe cristiana, a
través de sentimientos y deseos, suscitados por lo que ocurre en la vida y que se
vinculan a ideas, imágenes y proyectos. Justamente de la atención a los dinamismos
interiores surgen los tres “pasos” del discernimiento” a saber: “reconocer, interpretar,
elegir” (XV Asamblea General Ordinaria (2018) Los jóvenes, la fe y el discernimiento
vocacional. núm.112).
Dicho de otro modo, si en los “signos de los tiempos” se trata de una referencia a
Dios, a lo que Él es, estos se dan ahí donde los excluidos y no amados son amados en
justicia y dignidad. El criterio evangélico y humano es la pregunta: ¿da vida o no da
vida? Es en este tipo de discernimiento en el que hay que invertir (DA 371 y 238).
Se trata de un ejercicio pastoral (EG 33) de raíz evangélica (DA 50 y 154) que se
hace en la comunidad, donde es convocado el Pueblo de Dios.
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participación activa no es cuestión de concesiones de buena voluntad, sino que es
constitutiva de la naturaleza eclesial” (Francisco: Carta al pueblo de Dios que peregrina
en Chile, 31 de mayo de 2018, 1).
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No existe una Iglesia para santos ni otras para pecadores. Todo el Pueblo de
Dios, por ser Cuerpo de Cristo, está traspasado por su misterio pascual y, por lo mismo,
por signos de muerte propios de la cruz y signos de vida propios de la resurrección. La
Iglesia es, a la vez, llagada y resucitada. Por lo mismo, se requiere un Pueblo de Dios
que mire sus llagas, pero lo haga desde la resurrección, y que mire la vida, pero desde
sus llagas. De este modo se teje el camino de un Pueblo peregrino en esta historia que
vive espiritualmente insatisfecho, aunque esperanzado, hasta alcanzar la plenitud del
reinado de Dios.
Nuestras llagas están redimidas por la sangre del Cordero, esto es, por su
misterio pascual que vuelve a enfocarnos en la animación de la vitalidad discipular y
eclesial, respondiendo al Señor de la historia que vendrá al fin de los tiempos a
pedirnos cuenta de los dones que depositó en su Cuerpo redimido, dones de los que
somos responsables.
Sólo una Iglesia llagada “es capaz de comprender y conmoverse por las llagas
del mundo de hoy, hacerlas suyas, sufrirlas, acompañarlas y moverse para buscar
sanarlas. Una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no se cree perfecta, no busca
encubrir y disimular su mal, sino que pone allí al único que puede sanar las heridas y
tiene un nombre: Jesucristo” (Francisco: Carta al pueblo de Dios que peregrina en Chile,
6). Una Iglesia llagada, con Cristo en el centro, es siempre empática.
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Las relaciones que se infantilizan no contribuyen al discernimiento adulto
fundado, como hemos dicho, en madurez y sentido. En una Iglesia que pone a Cristo
en el centro, los pastores se dejan cuestionar y ejercen la autoridad desde el servicio,
no como dueños del rebaño; y los laicos no se dejan clericalizar, mantienen su
autonomía y parresía evangelizadora en el mundo. La tarea que tenemos por delante
es ser Pueblo de Dios, cada vez más al servicio del Señor y del ser humano.
Como el mismo Jesús se identifica con los débiles, pobres y humillados (Mt
25,31-46), el servicio a ellos “es una dimensión constitutiva de nuestra fe”, por lo que la
opción por ellos está implícita en la fe cristológica. De aquí se deduce –por un lado–
que la adhesión a Jesús “nos hace amigos de los pobres, y solidarios con su destino” y
–por otro– que servir a ellos es servir al Señor crucificado que, en ellos y por ellos,
anhela adquirir los rasgos propios del Resucitado que humaniza y da dignidad (DA, 257,
392-393).
Por esto mismo, el rostro de los humillados es uno de los “lugares teológicos” de
encuentro con Jesucristo. Renovar la Iglesia es volver a prepararla para que encuentre
a Cristo en los débiles y se haga servidora toda ella, todos sus miembros y toda su
institucionalidad. Se dialoga y discierne, por tanto, para animar conversiones
personales y pastorales que nos lleven a una Iglesia pobre puesta a servir en todas las
periferias. Dicho de otro modo, no se puede concebir el anuncio de Cristo sin que sea
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fuente de un “dinamismo de liberación integral, de humanización, de reconciliación y de
inserción social” (DA, 359).
La irrupción en la propia vida del misterio trinitario por el Bautismo crea nuevas
relaciones entre los miembros del Pueblo de Dios. Ingresar a la comunidad del
Resucitado exige modos novedosos de relación: de “hijos de Dios” (Rom 8,16), de
“hermanos” (1 Cor 1,11) y de hombres y mujeres “santos” (1 Cor 1,2).
Es, en realidad, una revolución del todo original que implica nuevas
disposiciones y conductas. Es decir, una vida resignificada a partir del encuentro con
Cristo y los valores del Reino. Varios de estos valores no dejaban de sorprender en
tiempos de las comunidades paulinas, pues anulaban comportamientos comunes de la
época como la venganza, la preocupación por el honor, el servilismo, la relación
fundada en el poder.
Por esto, cuando afirmamos que las relaciones inadecuadas en la Iglesia por los
errores de pastores y laicos han generado diversos tipos de graves abusos, no nos
estamos refiriendo a un aspecto secundario de la vida cristiana. Estamos hablando de
un aspecto medular: Cristo murió y resucitó para cambiar nuestras relaciones,
haciéndonos “hijos”, “hermanos” y “santos” al regalarnos la vida divina.
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El Espíritu habla y actúa a través de los acontecimientos de la vida de cada uno,
pero los eventos en sí mismos son mudos o ambiguos, ya que se pueden dar
diferentes interpretaciones. Iluminar el significado en lo concerniente a una decisión
requiere un camino de discernimiento. Los tres verbos con los que esto se describe en
la Evangelii gaudium, 51 – reconocer, interpretar y elegir – pueden ayudarnos a
delinear un itinerario adecuado tanto para los individuos como para los grupos y las
comunidades, sabiendo que en la práctica los límites entre las diferentes fases no son
nunca tan claros.
Reconocer
Interpretar
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Elegir
CONCLUSIÓN
Los momentos de crisis son de revisión, se puede pretender mirar toda la acción
pastoral de la Iglesia en Chile y emprender múltiples caminos de renovación. Una tarea
así es muy amplia y difícil de abordar, se requiere un lúcido discernimiento.
El papa Francisco nos invita a soñar. ¿No estarán en juego los sueños de Jesús
de una Iglesia esencialmente trinitaria? ¿De una Iglesia que sea sacramento vivo y
actual de la misericordia del Padre, de la liberación de Jesucristo, y de la paz y el gozo
del Espíritu, particularmente para humillados y pobres?
“Con Ustedes se podrán dar los pasos necesarios para una renovación y conversión
eclesial que sea sana y a largo plazo. Con Ustedes se podrá generar la transformaci6n
necesaria que tanto se necesita. Sin Ustedes no se puede hacer nada. Exhorto a todo
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el Santo Pueblo fiel de Dios que vive en Chile a no tener miedo de involucrarse y
caminar impulsado por el Espíritu en la búsqueda de una Iglesia cada día más sinodal,
profética y esperanzadora”
(Francisco, Carta al pueblo de Dios que peregrina en Chile, 7)
3 de enero de 2019.
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