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TESTIMONIO :
MIS RECUERDOS DE ALFREDO TORERO /Antonio Rengifo Balarezo.
Reescrito: 12/07/2011
Yo pensé que Alfredo iba a morirse rápidamente en el exilio, consumido por la
nostalgia debido a su profundo arraigo al Perú y especialmente al Perú
quechuahablante. Si se hubiera quedado en nuestra patria habría muerto
masacrado en la prisión como le sucedió a tantos otros compatriotas.
Anidé nueve años el deseo de visitar a Alfredo. Hasta que un suceso inusitado me
condujo a Lovaina y aproveché para ir a su encuentro en Ámsterdam. Me recibió
en la estación del tren con su sonrisa de siempre, entre dulce y tímida con la
permanente esperanza de retornar al país y la satisfacción de haber concluido de
redactar un libro. Lo observé con un ligero aumento de peso (lo cual era positivo
en él).
Se había resistido a aprender el idioma holandés –y con ello obtener algunos
privilegios- porque eso le hubiera significado, según sus palabras, enraizarse en
Holanda y perder la esperanza de retornar a su querido Perú. Sin embargo, a
nuestro eminente lingüista que ostentó los más altos grados académicos y que
dictó cátedra e investigó en las principales universidades europeas, le esperaba
una lóbrega prisión si hubiera retornado a su patria. Y esa espada de Damocles se
mantuvo afilada aunque el régimen sanguinario y corrupto de Fujimori hubiera sido
cambiado por el del presidente Toledo. ¡Qué tal paradoja! Por decir lo menos.
Me dijo que la limitación de la visión era una secuela de la presión ocular y del
tiempo que estuvo vendado en la Dirección contra el terrorismo en Lima
(DIRCOTE).
Al ser capturado por la DIRCOTE los amigos más cercanos de Alfredo nos
apersonamos a la Av. España para averiguar sobre su situación y prestarle
nuestros servicios. Igualmente, cuando estuvo en una habitación de la clínica
Maison Sante bajo vigilancia policial. Nos contó que cuando rescató su carro
intentaron asesinarlo, pues le dispararon desde un puente de la Vía expresa y a su
auto le habían sacado algunas turcas del aro. Poco después partió al exilio en
1992.
Recuerdo que cuando mis hijos estaban pequeños Alfredo frecuentaba mi casa y
medio en broma y medio en serio decía que mi casa se parecía al arca de Noé y a
las clases en San Marcos porque mis pequeños hijos estaban presentes alterando
el orden e interrumpiendo las conversaciones y no solo eso sino también hasta
opinaban de manera diversa sin ningún reparo y sin el control de Lourdes, en ese
tiempo mi esposa. Cuando pasó el tiempo la amistad conmigo se hizo extensiva a
mis hijos. Tal es así que una de mis hijas fue a visitarlo en Ámsterdam cuando hizo
una gira en un electo de baile. Luego se estableció en Paris cuando se casó con
un francés. Alfredo al pasar por París se alojaba en casa de mi hija.
Poco antes que partiera de Ámsterdam hacia Valencia donde eligió morir y tenía
amigos, sostuvimos una conversación telefónica de cerca de una hora, habló de
muchas cosas, pero menos de su enfermedad; no expresó ningún asomo de
queja. Al final, me dijo: me siento algo fatigado, me despido un abrazo Antonito.
Hasta para morir supo tener dignidad.
Cuando fueron traídas sus cenizas a Lima de paso hacia Huacho, su tierra natal,
se le rindió un homenaje en San Marcos debido a la gestión del historiador Pablo
Macera. Asistieron las dos Anitas, es decir, su esposa y su hija. Finalizada la
ceremonia invité a su hermano Domingo a la cafetería. Estaba emocionado y
quería hacer mi catarsis, Domingo era la persona más adecuada para tal fin. Le
solté las aguas represadas de mis recuerdos con plena franqueza. En uno de los
pasajes acotó: Alfredo se enamoraba hasta de la mariposita que pasaba delante
de él. Este acotamiento cariñoso y elegante de su hermano no vaya a conducir a
equívocos puesto que el amor de su vida fue un Perú integral con pendón
socialista.
Reescrito: 12/07/2011