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Relaciones de poder y situaciones
de incertidumbre
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el esquema mecanicista de la conducta humana con que se
había vivido en materia de trabajo y economía.
Pero el extraordinario viraje no trajo una mayor compren
sión de los problemas de poder. Nos atrevemos a sugerir que
en ello reside la razón profunda del fracaso sufrido por el
movimiento de las «relaciones humanas» y de que' en su
campo se agotaron la investigación y el pensamiento.
Fracaso y agotamiento notables en las dos corrientes estado
unidenses más importantes que sucesiva y paralelamente han
animado la investigación y la acción respectiva, primero en
Estados Unidos y luego en Europa: la corriente «interaccio
nista» y la «lewiniana».
La corriente «interaccionista» procede directamente de las
célebres experimentaciones de Mayo y Roethlisberger y
las posteriores de Hawthome,^ y los trabajos del grupo re
unido en Harvard a fínes de la década del 30 por Elton
Mayo y el filósofo T. N. Whitehead. Fue una corriente de
inspiración etnológica, más positivista y empírica que teó
rica, y dio origen a los panegíricos moralistas de Mayo en
pro de una sociedad mejor integrada * (con olor a corpora-
tivismo). La significación de su aporte se falseó en el movi
miento, de ella derivado, en el plano ideológico, patronal y
neopatemalista estadounidense de los años 40.® Pero, hechas
las cuentas finales, es ún aporte fundamental. Produjo la
profunda revolución de la sensibilidad, constituida por el
descubrimiento del factor humano. Reveló a los organiza
dores, a los hombres de acción y a los teóricos, la existencia
de todo un complejo de sentimientos que rigen la aceptación
0 el rechazo de los individuos con respecto a las exigencias
de la producción, y los obligó a revisar su propia filosofía
ée*la\accjón.
Hubiera podido creerse que, al atacar el modelo de compor-
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No por casualidad su pensamiento ha sido la mejor fuente
ideológica, la guia y la inspiración de todas las técnicas for*
mativas desarrolladas en Estados Unidos y luego en Europa
desde hace veintidneo años.^ Sus investigaciones, por derto,
han contribuido, a veces decisivamente, a acrecentar nuestro
conocimiento del fimdonamiento de las organizadones. Pero
no alcanzaron, ni podían alcanzar, a cumplir con hondura
sus aspiradones. Por lo menos al príndpio querían demostrar
que existe una reladón constante y univoca entre la satisfac-
dón individual, la productividad y un estilo de liderazgo
permisivo. Pero si bien sus primeras experiencias en el plano
de las relaciones interpersonales fueron alentadoras, muy
pronto se vio que era imposible repetirlas convincentemente
en el marco de una organizadón compleja. Debió recono
cerse que los capataces más estimados por sus subordinados
eran los de mayor influenda en el seno de la organizadón,
y no forzosamente loí que adoptaban con ellos la actitud
más benévola.^® El gran programa de experimentación lle
vado a cabo por el Survey Research Center de la Universidad
de Michigan en una compañía de seguros, dio resultados bas
tante ambiguos, pues aparederon igualmente efícaces el sis
tema autoritario de mando y el liberal.^* Las minudosísimas
encuestas de Floyd Mann, en la Universidad de Michigan, y
de Fleishmann, Harris y Burtt en la del estado de Ohio
sobre los efectos concretos de planes formativos en reladones
humanas, demostraron duramente cuán poca influencia
habían tenido tales planes.^® Como muchos observadores lo
presintieron, poco a poco pudo advertirse que no es posible
del Survey Research Cenier de la Universidad de Michigan, y lo
expre|a>iie{;j ,un reciente libro en que intenta resumir la experiencia
del grupo durahte los últimos quince años. Ver Bn>l., Tercera par-
te, 10.
12 A la corriente lewiniana podría llamársela <participacionista>,
dado que su principal ap>ortación fue demostrar que el líder más
eficaz es el permisivo, es decir el que permite a los subordinados
participar en sus decisiones, y que la resistencia al cambio depende
indirectamente de la manera de participar de los interesados. Lo
mismo puede decirse de los famosos experimentos del propio Lewis
sobre grupos ^e niños sometidos a un liderazgo «autoritario», «de
mocrático» o laissez-faire.
13 Ver Bibl., Tercera parte, 11.
14 Jbid.. 12.
15 Ihid., 13.
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cambiar las actitudes y la conducta en el trabajo de los
individuos con un mero adoctrinamiento difundido desde el
exterior y sin preocuparse de las respectivas situaciones de
trabajo.
Floyd Mann y sus asociados de la Universidad de Michigan
trataron de incorporar esa nueva dimensión aplicando mé
todos que tuvieran en cuenta las estructiuas de la organiza
ción. Otros practicantes e investigadores se habian lanzado
por ese camino ya, aimque menos racional y consdentemen-
te. Pero hasta en su forma más trabajada tales técnicas se
conservan, a nuestro parecer, incompletas. Siguen descui
dando todas las relaciones de poder que se anudan alrededor
de la pirámide jerárquica y sin las cuales ésta solo aparece
como un marco puramente formal.
Sin duda, al atraer la atención hacia el problema de la par
ticipación, los lewinianos introdujeron uha veta de inves
tigación que se ha revelado fecundísima. Pero también ellos
se hallaron encerrados en una pauta de comportamiento
demasiado estrecha, que no les permitia comprender en sus
contrastes blanco y negro, toscos, las fuerzas actuantes dentro
de las organizaciones y de la sociedad industrial. Tampoco
ellos, en fin, ofrecen al sociólogo más que una perspectiva
estática en que el cambio no puede aparecer ya sino en la
forma de una conversión moral.
La lógica de la. experiencia acumulada, y de las discusiones
a que dieron lugar, no dejaría de dar sus resultados. Desde
1955-1960 los problemas de poder tienden cada vez más a
pasar a primer plano en los estudios sobre las organizaciones.
Algunos psicólogos sociales como Robert Kahn y Amold
Tannenbaum, especialistas en pequeños grupos, y psicólogos
experimentales como Dorwin Cartwright, J. P. R. French y
sus asociados del Research Center for Group Dynamics,
todos salidos de la escuela lewiniana; y sociólogos de orien
tación más etnológica como Melville Dalton y Norman M ar
tin, dirigen lo esencial de sus actuales investigaciones hacia
los problemas de «control» y de poder.^'^
16 Consisten esencialmente en hacer que participe todo el conjunto
jerárquico en la experiencia formativa, partiendo desde la cumbre
y utilizando en forma eventual el resultado de las encuestas sobre la -T.■
organización misma. Ver Bibl., Tercera parte, t4.
17 Ver Bibl., Tercera parte, 15.
Estos intentos de simplificaciónj esta huida ante los proble
mas, que no han desaparecido a pesar de la ola de investi
gaciones sobre el poder, parecen proceder de dos rechazos
complementarios identificables, por un lado, con el raciona
lismo clásico y, por el otro, con el movimiento relativo a las
relaciones humanas, pero superan en mucho a ambas co
rrientes de pensamiento. En efecto, si se cree que pueden
llegarse a coordinar las actividades humanas en el seno de
una organización y obtener el máximo necesario de acepta
ción utilizando únicamente estímulos económicos (o úni
camente ideológicas), es decir, si se permite uno ignorar el
mundo de las relaciones humanas, por supuesto que no hace
falta pensar en serio en los fenómenos de poder. Pero lo
mismo es a la inversa. Si se cree posible obrar una adecua-
CÍÓ23 perfecta entre la productividad, o dicho de modo más
general ios fines de una organización y la satisfacción indi
vidual de .sus miembros, utilizando solamente un sistema
cpermisivo» de mando, tampoco hace falta estudiar los pro
blemas de poder; basta con luchar por que el aparato del
rnanao no se desintegre. Ambos ángulos de visión, por con
tradictorios que aparezcan en teoría, concluyen en un mismo
resultado. Y en la práctica, desde que a la organización
científica clásica y a las meras relaciones humanas no se las
□efiende con el ardor de antes, las vemos resurgir coexls-
tentes en una visión ecléctica que reconoce la existencia de
dos racionalidades, yuxtapuestas pero no mezcladas; la téc
nica y iinanciera, y la de las relaciones humanas,
c.'tecit'nte es pues la tolerancia y ei eclecticismo, como se ve
en jas Business schools estadounidenses, y no es cosa de
desdeñar, especialmente en el terreno práctico, si bien no
contriDuyen a resolver mejor k s contradicciones que hemos
sena.iado. Para salir del atolladero se impone renunciar al
estudio separado de ambas racionalidades o tipos de racio
na idad, pues se compenetran mutuamente en sus entrañas.
^síe cálculo racional en todos ios niveles de los senti
mientos humanos, y limitación y constricción afectivas en
to as las decisiones, hasta en las más técnicas. No es posible
''et en su realidad el funcionamiento de las organizaciones sin
apartarse conjuntamente de esas dos tentaciones opuestas
e simplificación. El hombre debe encarar, al mismo tiempo
y en todos los niveles, la exigencia de una racionalidad utili
taria, indispensable para la realización de sus fines colectivos,
y la resistencia del material humano, igualmente inevitable.
Los problemas de poder son la trama del perpetuo arbitraje
a que debe someterse. Gomo lo dijo muy bien Talcott Par-
sons, constituyen el problema central de toda teoría de la
organización.^®
El reconocimiento del objetivo no basta, sin embargo. Tam
bién en este campo son finalmente las técnicas y los métodos
los que mandan, y las dificultades que se encontraron se
debían quizás, ante todo, a la falta de un método y una vía
para intentar el acceso. Si hoy aparecen nuevas perspectivas
es porque aquel método se muestra en vías de desarrollo,
gracias a las opiniones modernas sobra el mecanismo de la
toma de decisiones. La vuelta al racionalismo, que las nuevas
investigaciones permiten presagiar, deberá facilitar el análisis
complementario del mundo de la racionalidad técnica y eco
nómica y el de los sentimientos humanos. Se trata, eso sí, de
un racionalismo muy distinto del de hace cincuenta años.
Los racionalistas de !a organización científica clásica no con
sideraban a Sos miembros de una organización corno seres
humanos sino como simples engranajes de una máquina. Para
ellos un obrero era solamente una mano. El movimiento
que tomó como tema las relaciones humanas permitió de
mostrar que la pasada visión era pardal por su alcance y por
su espíritu y que los obreros ejecutantes eran seres cuyos sen
timientos se afectaban directamente como consecuencia de
Ies decisiones racionales tomadas por encima de ellos. Pero
un ser humano no dispone solo de una mano y un corazón.
Es asimismo una cabeza, una proyección, una libertad. Esto
es lo que habían descuidado los teóricos de las relaciones
humanas tanto como los de la organización científica de!
trabajo, y lo que explica sus fracasos, la hostilidad con que
se los recibió no obstante su positiva contribución y la exce
lente intención de muchos de ellos.
El método neorracionalista no ha servido hasta ahora más
que para el estudio de la toma de decisiones a nivel de
directores. Pero se lo puede emplear también a nivel de agen-
18 !bld., 16.
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tes directos de la ejecución, ya que son, ellos también, agentes
libres. Verdad es que su grado de libertad no es mucho, y
que su conducta aparece en gran medida determinada, sobre
todo vista desde afuera, por motivaciones no racionales. Pero
desde su propio punto de vista, no lo olvide jamás el inves
tigador, es siempre una conducta libre y racional, es decir
que implica posibilidades de adaptación e invención.
James C. March y Herbert Simón han aportado aclaraciones
singularmente útiles, sobre este problema, con su concepto
de racionalidad limitada y su análisis de todas las series de
factores que pueden efectivamente limitar el ejercicio de la
racionalidad. Tal tipo de enfoque permite tratar los pro
blemas de poder con mucho mayor realismo, pues hace
posible que se estudien, a la vez, aquella racionalidad subje
tiva de cada agente libre, sea ejecutante o director, y la
influencia de los factores psicológicos, sociológicos y de cre-
laciones humanas que la limitan>.^* Dentro de esta pers
pectiva vamos a ensayar un nuevo análisis de los resultados
que obtuvimos en nuestros estudios de casos, en primer tér
mino los del Monopolio industrial.
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proiJonemos. Ensayemos, en primer término, el examen por
separado de la estrategia de cada una de las categorías pro
fesionales y lo que esa estrategia significa para los individuos.
Obreros productores
r-
tores, tomado en conjunto, da gran importancia al hecho
de sostener buenas relaciones con los obreros de manteni
miento y que esa «alianza» constituye un elemento impor
tante de su estrategia. Pero, al mismo tiempo, todo lo que
callan y surge en las quejas expuestas en ausencia de los
obreros de mantenimiento, o con motivo de otros temas, su
giere que los productores consideran tal alianza peligrosa y
se defienden de sus posibles consecuencias. Debe prevenirse
a los de mantenimiento que no pueden pasar ciertos límites y
por eso se los rodea con presiones de todo orden que a juicio
de los promotores constituyen una especie de chantaje afec
tivo, el cual no puede sin embargo ejercerse bajo la dirección
de los líderes del grupo, las conductoras de máquinas, por ser
ellas las que han de mantener la fachada amistosa oficial.
Por lo tanto la acción queda en manos sobre todo de la masa
de obreras, menos comprometidas, y debe llevarse en un
clima de guerrilla. La expresión de agravios será más o
menos franca según se esté en mayor o menor contacto con
los obreros de mantenimiento. Es una conducta que puede y
debe interpretarse como manifestación de frustraciones, más
o menos visibles según el contorno favorezca o no el des
ahogo. Pero si nos colocamos a nivel del interés global del
grupo, la conducta aparece racional y en la práctica muy
eficaz. Los obreros de mantenimiento sienten efectivamente
la animadversión que los rodea, lo atestiguan las entrevis
tas; las presiones concluyen por ser excelentes medios de
«control social», que los obliga a cuidarse bien de pasar los
límites aceptados hoy en Francia para un tipo de relaciones
que impliquen una dependencia no oficial.^®
Pero si esta relación de dependencia aparece ahora determi
nada por la existencia de una alianza que engendra pesadas
constricciones, hay que preguntarse por qué la tal alianza
se mantiene cuando parece funcionar en un único sentido a
nivel del taller. ¿No sería más ventajoso al fin de cuentas
para los obreros productores romper con loS de manteni
miento y abrazar el partido de los capataces y los jefes,
librándose así de esa molesta situación de dependencia? El
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trabajo. Si su estrategia implica en lo hondo una equivalen
cia entre lo que pierden en el terreno de sus relaciones per
sonales y lo que, deberían ganar en el de los resultados
materiales, es concebible que pasen fácilmente del cálculo
económico a los sentimientos subjetivos. Tienden a volcar su
amargura por los obreros de mantenimiento en el agravio
que sienten por las normas de trabajo, que aunque se aligeren
no compensan el sacrificio de lo otro. La transferencia no
deja de ser compensatoria en el plano táctico, pues la ex
presión de agravios realmente sentidos constituye después de
todo un arma excelente en la negociación.
Por último, conviene tomar nota de que muchos obreros de
mantenimiento actúan individualmente, en el terreno de las
relaciones sociales, como líderes del mundo obrero. Los obre
ros productores tienen, en efecto, necesidad de ellos, no
solamente con vistas a la alianza que deben oponer a las
autoridades sino asimismo porque solo los obreros de man
tenimiento poseen cualidades para animar la vida social
del taller, que les vienen de su categoría social reconocida
como superior: son hombres, además de obreros especializa
dos, en un grupo donde predominan en número mujeres no
especializadas. Así pues, aun sufriendo por su dependencia,
los obreros y las obreras productores se benefician con la
aportación de personas de posición social superior cuya cali
dad se impone sin discusión posible.®® Tales necesidades, y
los sentimientos derivados, permiten explicar mejor la actitud
de las conductoras de máquinas, que hallan alguna compen
sación de sus dificultades con los obreros de mantenimiento
en su propia posición dentro de la jerarquía del pequeño
gr^p^o a que pertenecen y donde les es posible identificarse
en párt6'’con el obrero de mantenimiento respectivo en el rol
de animador y guía. Una prueba puede verse en un hecho
que tenemos anotado y sería inexplicable de otro modo: las
conductoras se sienten mucho más cómodas en la pauta de
organización III, pues en ella secundan al obrero de man-
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tenimiento y su rol adquiere una importancia social mucho Es u
mayor, debido al volumen mismo del grupo. sana
los jt
otra
Obreros de mantenimiento dura
ofici'
Su conducta es menos ambigua. No están en situación de de< cuen
pendencia y no abrigan temores de un vuelco de alianzas. Su soste
estrategia es así sencilla y rigurosa. Buscan ante todo preca Tod(
verse de la injerencia de otro grupo o de una autoridad debe
cualquiera e n 'e l dominio qtie fiscalizan. Para conseguirlo Cora
forman un bloque destinado a impedir que los obreros de de 1;
la producción y los jefes de taller se ocupen de ninguna disci
manera en el mantenimiento. Hemos citado el caso de aquel añad
jefe de taller que con toda su competencia y la indiscutible del ■
evidencia de sus razones, se vio privado del derecho de expre reací
sar su juicio desfavorable sobre un obrero de mantenimien tegia
to.®* Con la misma barrera se encuentran los obreros de la débil
producción. La única ofensa imperdonable que podrían infe Debí
rir a los obreros de mantenimiento sería permitirse arreglar lidac
ellos mismos una máquina. Los problemas de mantenimien tivo
to y reparación deben permanecer secretos. Jamás se da la de q
menor explicación. Está sobreentendido que ni los obreros míen
productores ni los jefes de taller se hallan en aptitud de vez.
comprender®® y que el trabajo está asegurado por un con relac
junto de recetas empíricas. Los de mantenimiento han lo desrr
grado hacer desaparecer de los talleres los planos de las prec:
máquinas y todo dato sobre el mantenimiento, y que se tiene
acepte que toda la política de mantenimiento se base en que
pautas individuales.®® Conviene agregar que solamente los tidui
obreros de mantenimiento conocen esas pautas individuales.
Las aprenden poco a poco de sus colegas, de tumo en turno.
de taller
F K
lógica, siéndoles imposible penetrar en el dominio
por ios jefes de taller deberían esforzarse
... ‘ ^'ar la lucha a otro campo donde su libertad de acción
mayor v 1
, permita recuperar algo de autoridad y poder
rónio sobre los obreros productores. Pero no tienen
'accrlo. Una estrategia así solo pueden aplicarla en
sectores aislados, como el de preparación de la materia
prima, cuya marcha depende al menos parcialmente de las
disposiciones de los jefes de taller. Pero, por lo general, deben
renunciar a la lucha, faltos de terreno firme en su favor; su
responsabilidad es tan auxiliar en el proceso de la producción
(reparto de materiales, contabilidad del tiempo y los pro
ductos), que no deja lugar al albedrío personal. Además,
cualquier intento de su parte por consolidar su autoridad se
arriesgaría a soliviantar a los sindicatos (dirigidos por obreros
de mantenimiento), sin poder contar con el apoyo de una
dirección general cuya inferioridad respecto de aquéllos ella
misma debe reconocer.
En circunstancias tales, la estrategia más razonable para los
jefes de taller consiste en disminuir su contribución al régi
men existente, en no dejarse llevar a la participación que
pueda caberles en los problemas obreros, por una parte, o
en los de dirección, por otra. Retaceando así sus compromi
sos, cumpliendo en lo posible sus obligaciones funcionales a
poca costa, dando lo menos de si mismos en el plano afectivo,
podrían adaptarse mejor a la situación que les ha tocado
que si trataran de defenderse y luchar en serio. Pero de esa
manera la suya es una adaptación individual, no tan fácil
como la adaptación colectiva de los grupos obreros de man
tenimiento y producción. Es natural, pues, que en las entre
vistas con jefes de taller abunden las evasiones y falte en
general coherencia en las respuestas no solo de unos y otros
sino en las de un mismo individuo.
Personal directivo
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extensas reglamentaciones. Lo que casi siempre depende de
su decisión es rutinario, con la única excepción notable de los
problemas de construcción y reinstalación que se presen
ten. Ni siquiera les es fácil tolerar infracciones a la regla
mentación, con lo que su aptitud para negociar, por ejemplo,
se rebaja otro tanto. Su papel de árbitros les devuelve algún
poder, cuando intervienen entre los grupos y los individuos
para la interpretación de las reglas. La situación de pre
eminencia que de ello resulta y la función que Ies incumbe
los convierte en representantes permanentes de la comunidad
humana de la fábrica. Un director hábil puede utilizarla
para adquirir influencia en sus subordinados. Es él quien
da el tono en materia de relaciones humanas. El hecho de
que pueda castigar con una reprimenda o con una calculada
frialdad, y recompensar con una atención particular, diri
giéndose más al hombre y ciudadano que al productor, le
devuelve cierto crédito, un poco más de campo libre para
actuar. Puede emplearlos en sus negociaciones, con obreros
o con jefes.
Sin embargo, por grande que sea la habilidad de un director
en la materia pronto encuentra sus fronteras. Solo en el
marco espacioso de una gran reorganización de la fábrica
puede, al fin, manejar francamente el movimiento de piezas.
En tales circunstancias, aunque los reglamentos no cambian
ni la dirección general pierde su veto, el director de una
fábrica disfruta de la aptitud de decidir en todos los reorde
namientos relativos a la aplicación de las reglas, lo cual
basta para transformar completamente los datos en cuestión,
en particular la posición del director y del subdirector con
4 ^respecto al ingeniero técnico. Es, pues, muy natural que la
estrategia del director y el subdirector esté orientada toda
hacia el cambio, y si no se ve posible un gran cambio, por lo
menos ampliaciones, con nuevas construcciones e instala
ciones.
Los directores y los ingenieros, aunque inicialmente hayan
pensado otra cosa, pronto adoptan, como hemos visto, una
posición progresista, tecnocrática si se prefiere. Pero solo
ante las perspectivas de cambio pueden afianzarse como
patrones del juego. Al envejecer y convencerse de que no
pueden triunfar como deseaban, se vuelven naturalmente
ger
mucho menos intransigentes. Entonces Ies parece indispen en\
sable precaverse algo más en cuanto a relaciones humanas To
y se les ve conceder mucha más importancia al prestigio que pie
hayan adquirido como administradores y jueces. De su amor «E¡
por el cambio no parece que subsista más que lo que llama- cid
'íhos el complejo de constructor. sin
No es que su estrategia haya cambiado. Simplemente han De
perdido su pasada confianza en la posibilidad de su éxito, uti:
y han debido limitar sus aspiraciones, ya sea en forma tem ricí
poral o definitiva, confesando de ese modo su derrota, fran rez
ca o implícitamente. qut
Al contrario de sus compañeros y adversarios, directores y xis'
subdirectores, los ingenieros técnicos se mantienen a la defen Ur
siva y su estrategia es básicamente conservadora. Su preocu prí
pación principal es la misma de sus subordinados, los obre ún:
ros de mantenimiento: guardar el control del campo de COI
donde sacan su poder. Esa es la razón de que apoyen a sus tot
subordinados y les permitan imponer su ley en el taller. ter
La paradoja es chocante, ya lo hemos anotado. Los direc COI
tores y los subdirectores, socialmente conservadores, son pre de
sa del modernismo, y los ingenieros técnicos, que transfor cei
marían si pudieran el estado de las cosas en el plano social, De
son conservadores en el institucional. Hacen todo lo que nÍ2
pueden para que su función se conserve empírica y mal pu
definida y por impedir que se la racionalice. Lo que más les co:
importa es mantenerse en su papel de Don Preciso, a los que Esi
hay que recurrir con todos los problemas, grandes o chicos. pe
Aunque la cosa signifique para ellos un recargo de labor, SU!
rechazan sistemáticamente la menor simplificación que ame ric
nace su libre albedrío. Pe
or
ge
lo
su
Significación de las relaciones de poder en el
p>-
funcionamiento de una organización en
Vamos a tratar ahora de estudiar, basándonos en estos pocos 27
y someros análisis de estrategias de grupos, la índole y la 25
función de las relaciones de poder en el interior de im sistema
02;i^uiizativo. Pero antes de entrar de lleno en tal esfuerzo de
generalización, preguntémonos cómo y por qué. pueden des
«an envolverse relaciones de poder en un marco racional.
iñas Tomaremos como punto de partida una definición muy sim
que ple y muy empírica de Robert Dahl:
uor «.H poder de una persona Á sobre una persona B es la capa
na- cidad de A de obtener que B haga algo que no hubiera hecho
sin la intervención de
lan Definición muy imperfecta pero que ofrece la ventaja de ser
ito, atilizable «operativamente» y de no prejuzgar en forma teó
rica sobre la esencia del poder. En todo caso permite que apa
an- rezca claro que un sistema completamente racional, como el
que soñaban los teóricos del OST y sueñan todavía los mar-
s y xistas dogmáticos, excluye forzosamente relaciones de poder.
en- Un sistema así, por completo racional, no puede ponerse en
cu-
práctica a nrenos que se crea que solo existe una solución,
ire-
única y perfecta, para cada problema planteado. Solo
de
con una perspectiva así, dentro de una racionalidad a la vez
sus
totalitaria y pobrísima como la suya, se puede tener la pre
tensión de eliminar el albedrío en las relaciones htunanas y
ec-
considerar que los disgustos visibles que se registran dependen
ire-
de las supervivencias de un orden antiguo destinado a pere
’or-
cer por los progresos de la racionalización.
ial,
}ue De hecho, si en todos los peldaños de la escala en una orga
nal nización, y en el propio funcionamiento del conjunto, no
les pudiera haber sino una sola solución mejor, one best way, la
(ue conducta de cada miembro sería enteramente previsible.®*
Estaría cada uno limitado y determinado, no pudiendo elegir;
:os.
pero a] mismo tiempo, no pudiendo prever la conducta de
'or,
sus compañeros o colegas, no podría contar con su regula-
ñe
»dad, no dependería de ninguno y se hallaría, pues, libre,
"or cierto, no le queda cómo valorizarse en el seno de la
organización, ni cómo negociar su participación y su dili-
pncia a alto precio; pero tampoco corre el riesgo de que
o obliguen a ceder a las presiones, coordinadas o sueltas, de
sus superiores, de sus colegas y de sus subordinados. Si nadie
puede cambiar la conducta de nadie, ni a nadie le interesa,
efecto, las relaciones de poder, carecen de sentido. Pero
cos
la
ma
de
contrariamente a las esperanzas de los «progresistas» de
hace cuarenta años, el progreso mismo de ¡a racionaliza
ción demuestra la vanidad del punto de vista del one best
wayA^
Así aparece muy claramente en el análisis práctico de las
relaciones humanas en e! Monopolio. En efecto, si conside
ramos el funcionamiento del Monopolio desde este ángulo,
dos series de hechos aparecen por contraste extremadamente
llamativas. Por una parte, se comprueba en los diferentes
peldaños de la jerarquía una fuerte tendencia, de inspiración
racionalista, a suprimir toda relación de poder; predomina
la idea de la solución única; reglas sumamente estrictas pres
criben la conducta de cada uno en todas las circunstancias, y
nadie conserva, teóricamente al menos, libertad de apreciar
a su modo tanto la índole del problema que se plantee como
el camino que deba seguirse en su solución. Pero como con
traparte encontramos todo un régimen de negociaciones, pre
siones y reacciones —en realidad nuevas relaciones de po
der— desarrollado en el terreno en que la conducta de los
actores no ha podido preverse fácilmente; el terreno del
mantenimiento. Finalmente, algunos miembros tienen poder
sobre los otros en la medida en que la conducta de sus com
pañeros esté limitada por reglas y la de los primeros no.
Inesperada consecuencia de la racionalización: la previsi
bilidad del comportamiento aparece como un test segurísi
mo de inferioridad.
La realidad nos parece por lo tanto muy alejada del ideal
agenciamiento administrativo de las cosas. Aun en el caso, sin
la menor duda privilegiado, del Monopolio, donde se ha
podido simplificar y racionalizar al márámo cortando los
contactos con el mundo exterior, el análisis estratégico nos
permite descubrir que el poder no puede ser eliminado ni
87
otro lado con exacta simetria. Se empeñan en alcanzar sus
objetivos y fortalecer su poder tanto por medio de la racio
nalización como por la negociación. De uno y otro lado se
hace trampa, o por lo menos se emplea un doble lenguaje.
Oficialmente se exigen reglas y se hace todo lo posible para
que la otra parte las cumpla. Pero al mismo tiempo se ludia
por conservar su propia zona de libertad y se negocia secre
tamente con el adversario contrariando las mismas reglas
cuya aplicadón y ampliación se exige.
88
ta que ha sido particularmente analizada desde el ángulo de
sar t
las relaciones humanas. Algunos de los componentes del gru
man
po interaccionisia que rodea a William Feote Whyte nos com
hicieron, con motivo de este problema, expo.sicioncs muy
es d
convincentes sobre muchos aspectos ignorados del iiumdo del
ola í
trabajo ^ de la personalidad obrera.
inte,
El análisis en términos de relaciones humanas, sin embargo,
cia 1
podría completarse y renovarse con un análisis estratégico.
aspe
Los interaccionistas nos hablan de la necesidad de seguridad
En i
del obrero, de su deseo de romper la monotonía de la tarea,
la o
de su tentación de jugarle una treta al reloj y de tomarse
mev,
un desquite contra el capataz.’* La pre.sencia de tales nece
SUÍií
sidades afectivas es indudable, pero no es forzoso deducir perr
que el fenómeno en cuestión sea una reacción íinicamente mu!
afectiva. Al acumular reservas de piezas, los obreros buscan
también alcanzar objetivos racionales y su conducta no es
diferente de la que puede observarse en los dirigentes. Tener
reservas da al obrero un margen de seguridad necesario para
disponer de cierta libertad de acción dentro del marco de Inf
las reglas. Podrá por ello entregarse a actividades más suyas, de
o en todo caso organizar su trabajo de manera de ser un
poco dueño de sí y en fin, y sobre todo, protegerse Tal
eficazmente y disponer de una moneda de cambio indispen tan
sable en sus relaciones con el capataz. La independencia que
el obrero muestra, vcladamente para el capataz, tiende a
que éste advierta que debe contar coa la benevolencia ele sus
subordinados. Prueba cpie el obrero dispone de r-uichos más
recursos de los que ¡c otorga el in.spccíor, y es tina inviíHCión
directa a la negociación-^* ■r'
La lucha por escaj^ar de las cuotas, se ha dicho, responde a
una actitud simbólica cuyo contenido afectivo, exhibir inde
pendencia, es importantísimo. Pero igualmente se puede peu-
89
Stificiente Hfcsrted d® a c s^ a |s^as f m ^ i ^ e n los conflictos
®níre renandicadones contradictorias e impongan soluciones
^ue favorezcan el desarrollo del conjunto del oiganismo o,
si se preñerej el juego de sus pi^^as, contra el contorno cir
cundante. Para adquirir esa libertad de acción, un manager
tiene que disponer de poder sobre sus subordinados, de poder
formal para tomar decisiones en última instancia, y de po
der informal para negociar con cada miembro y cada grupo
de la organización para que éstos acepten sus decisiones.
Para conseguirlo dispone de dos series de medios de presión:
la racionalización, o mejor dicho el poder de dictar reglas
generales, y el poder de hacer excepdones e ignorar la regla
mentación cuando convenga. Su propia estrategia consistirá
en hallar la mejor combinación de ambas series de medios
según los objetivos de que se haya hecho cargo y el grado de
interés que tengan los miembros de la organización en esos
objetivos. La proliferación de reglas es un estorbo que limita
su propio poder de arbitrar y la proliferación de excepdones
a las reglas fortalece demasiado el poder de los subordinados
que debe fiscalizar. La estructura formal y las reladones
informales, así vistas, se completan y compenetran mutua
mente. No puede estudiárselas sino juntas y a la luz de ¡as
condiciones objetivas de la lucha por el poder. ^
m
keting, especialistas «n control presupuestario de ¡as organi
zaciones. Cada ola de expertos tuvo su hora según las difi y
cultades que debían resolverse para sobrevivir. Tan pronto d
como los progresos de la organización científica del trabajo o S(
del conocimiento de los fenómenos económicos permitían ti
previsiones racionales en el campo respectivo, el poder del c:
grupK) que se había encargado de conseguirlo comenzaba a d
decrecer. No se ha estudiado aún la causa de la repetición de e:
esa tendencia. Pero puede inferirse que se trata de un fenó n
meno paríiculanneníe interesante cuyo conocimiento permi
tiría proyectar nueva luz, decisiva, sobre el rol de los expertos
en las sociedades donde la aceleración del cambio se ha
convertido en elemento fundamental del equilibrio social. E
El auge de la tecnocracia despierta todavía, en Europa occi lí
dental por lo menos, gran temor, al mismo tiempo que una
cierta fascinación. Muchos autores sostienen que la comple l
jidad de nuestra época, que es técnica, ofrece a los técnicos c
y los expertos, sean especialistas en la técnica o en ¡a con e
ducción de organizaciones, la posibilidad de desempeñar un e
rol cada vez más considerable y por tal causa, como tecnó^ o
erales, están en camino de fonnar la ciase dirigente de un h
futuro orden feudal. ** s
Son temores que no se confirman en absoluto en el examen í:
atento de la manera como se toman las decisiones. A nuestro s
parecer se engendra en una incomprensión de la situación s
creada por el progreso técnico y científico. El hecho de que r
la racionalidad tecnológica invada más y más campos da cre r
ciente poder a los expertos como agentes de ese progreso. t
Pero los éxitos de los expertos se destruyen a sí mismos. El 1
proceso de racionalización les da el poder de que disponen, c
pero los resultados de la racionalización lo limitan. Apenas
un determinado campo está seriamente analizado y cono
cido, apenas las primeras intuiciones e innovaciones se han l
I
podido traducir en normas y planes, el poder del experto que X
los pone en marcha tiende a decrecer.
Es que, en realidad, los expertos no tienen pod.er verdadero
sino en la línea de fuego del progreso, lo cual significa que
es mudable y frágil. Hasta diríamos que va perdiendo solidez
a medida que los procedimientos y planes a que se llega por
44 Ver Bibl., Tercera parte, 27.
ia dsncia y la tecnología van pasmdo, en cuanto a aplicadón
y dirección, a manos que ya no son de expertos. Ni que
t-
decir que los expertos resisten y se empeñan en salvaguardar
o
sus secretos profesionales y sus «trucos manuales», pero, con
a
trariamente a lo que se cree siempre, la aceleración del
a
cambio que caracteriza a nuestra época les hace mucho más
!Í
difícil que antes resistir a la racionalización, y con el tiempo
a
B en contra su poder de negociación como individuo no puede
menos que disminuir,*®
91
laboradores que necesitan emplear es, a la postre, un freno
poderoso y un buen medio de control de sus posibilidades de
negociación.
Ig\jal problema deberá plantearse en nuestra interpretación
de las relaciones intergrupales e interpersonales en el Mono
polio. Si se siguiera hasta sus últimas conclusiones la lógica
de nuestro análisis, podría llegarse hasta a deducir que los
obreros de mantenimiento dictan la ley en el taller, y que
el director y el subdirector están compíetaniente inermes en
el peldaño de la escala que es la fábrica, a menos que so
brevengan transformaciones técnicas importantes. Lo cual se
ría en verdad totalmente inexacto. Los obreros de manteni
miento guardan cierta disciplina y ciertas apariencias en
cuanto al trabajo y cuidan concienzudamente de las má
quinas. Es por cierto importante para el equilibrio de las
relaciones humanas en el taller que a aquéllos les sea posi
ble emplear algún libre albedrío en su manera de satisfacer
las necesidades de los obreros productores, y no se priven
de hacerlo. Pero tampoco debe olvidarse que prestan com
petentes servicios a los obreros que lo necesiten. También el
director se ve muy limitado en sus ptsibilidades de acción,
pero si bien no puede usar instrumentos de poder clásicos
para imponer su rol de coordinador, dispone sin embargo
de otros medios, como hemos visto, y las diferencias que la
llegada de un nuevo director produce en la fábrica demues
tran que su rol no es desdeñable. La lucha por el poder
no puede pintarse solo en negro y blanco, aunque sea en el
Monopolio. Ni estrategias tan sencillas como la de los obre
ros, de mantenimiento y de producdón, y de los jefes de
tall|fr,,en, los límites del taller pueden reducirse a un simple
juego de'pefder o ganar. Otras fuerzas actúan imponiendo
un mínimo de consenso, de participación y de compromiso,
-y haciendo imposible que un grupo o un individuo saque de
masiada ventaja o se lo explote demasiado en sus relaciones
con su ambiente.**
¿ Qué fuerzas son ésas?
Vamos a tratar de estudiarlas en el sencillísimo caso del
48 Ibid., 29.
49 Nueitro punto de vista no es en el fondo muy diferente del
argumento de Durkheim contra el utilitarismo.
92
'w m -
93
Al mismo tiempo la organización puede manejar la neceá-
dad, más particular aún, de realizarse que cada tmo lleva en
sí. Todos los miembros de una organización sienten la atrac
ción de im trabajo colectivo constructivo que solo en la
organización pueden hallar. Tales sentimientos se concretan
en la sujeción del individuo a las normas de eficiencia que
da la sociedad global, y al mismo tiempo las legitiman y las
fundamentan y ofrecen una amplia posibilidad de influencia
en el seno de la organización a todos los que sean capaces de
movilizarlos, naturalmente ante todo a los directores.
£1 último factor, la estabilidad de las relaciones intergrupales,
es muy singular en el Monopolio, no obstante que su alcance
sea despu^ de todo muy general. Gomo hemos visto, en el
Monopolio la posición de cada grupo está no solo estric
tamente determinada sino asimismo congelada por entero,
siendo imposible pasar de un grupo a otro. Hemos demos
trado que semejante situación implica un enrolamiento pro
fesional a largo plazo y hasta de por vida, con lo cual se
afirma, la solidaridad del grupo y se expande la lucha por el
poder. Pero al mismo tiempo, mirada desde un ángulo algo
diferente, se la ve como factor de estabilización que tiende a
equilibrar las fuerzas en conflicto.
Expliquémonos. Un análisis demasiado rápido de las apa
riencias podría dar la impresión de que el régimen de las
relaciones humanas-en el Monopolio está deteriorándose y
que las cosas deben andar de mal en peor. De ningún modo.
El equilibrio cuya imagen acabamos de dibujar es corrflic-
tual, sin duda, pero sumamente duradero. Los grupos tratan
con acrimonia la defensa de sus privilegios dentro de tm
4 «jui^do en pleno cambio, y tienen muchísimo miedo de que
sus cornpetidores marquen un pimto si ellos se desciridan.
Pero en realidad bien saben que no es mucho lo que arries
gan, que en el peor de los casos no n^ocian entre la espada
y la pared. Su lucha no es una guerra de movimientos sino
de posiciones. U n aspecto de sus relaciones es que no puedan
pensar en desembarazarse de los adversarios y que de ante-
mano^estén seguros de que deberán seguir conviviendo con
ellos y por lo tanto hallar una transacció^n. Aspecto que cons
tituye un último factor importante para comprender las re
glas del juego. Tal estabilidad tiene repercusiones directas y
94
m ái
pre¡
profundas en las motivaciones personales de los individuos. las
En ningún grupo se hallan componentes que crean posible por
cambiar de filiación, y a nadie se le ocurre inducir a im cua
ipiembro de un grupo a desertar de él, no digamc» por dire
cálculos egoístas, ni siquiera en interés del mejor fimciona- ju ej
miento de la organización entera. Imaginemos por ejemplo enti
cómo podría desenvolverse la situación que examinamos sí el im p
Monopolio se convirtiera en una organización privada y si cior
cada imo de sus componentes pudiera ser trasladado de una los
posición a otra sin dificultad. Buena cantidad de ingenieros d en
técnicos se valdrían de su estratégica situación para ser pro gen
movidos a directores. Pero sus posibilidades al respecto esta vive
rían en relación directa con su demostrada capacidad de lo s '
racionalizar, por fin, la sección de mantenimiento. Pero al b re
hacerlo destruirían el poder del grupo que los sostiene, ter fo rt
minarían en suma con la lucha ya tradicional. ¿Q '
La situación del Monopolio, pues, puede analizarse en última Per
instancia como una situación muy rara de equilibrio casi tesL
estacionario, un caso particular dentro del mundo circundan con
te de equilibrios dinámicos que caracteriza a nuestra civili laci
zación industrial. Pero es un caso interesante dado que la de
supresión de todas las fuentes de incertidumbre, con excep ■ 1. (
ción de una sola, lo transforma en una especie de experiencia cioi
de laboratorio, útilísima para explorar el mecanismo de las ¡¿o;-'-' ser
relaciones de poder. Visto así se presenta como una suerte de ind;
cámara lenta de los modelos habituales de lucha y nego r dire
ciación.
53 1
Basándonos en este caso particular de relaciones simples y 'i
nos.
de equilibrio casi estacionario, ensayamos ahora el planteo r-..- • inod
del problema de las relaciones complejas y los equilitiios di ' .V..: Utg(
námicos, que son la regla general. . tras
grat
Comparada con la del Monopolio, la vida habitual de las • ■ que
organizaciones modernas se halla marcada por dos diferencias ',v jefe:
profundas que, en parte, ya hemos expuesto. Por un lado, ■í car§
por
nos encontramos no ya con grupos permanentes y estacio tall(
narios sino con grupos movedizos de k» que mucha gente ces!
sale, y que hasta pueden disolverse. Por otro lado, dentro de puc
iv-.'.' ■• hab
una misma unidad de organización encontramos por lo co
mún varias fuentes de incertidurabre, no una sola.
Tales influencias vuelven el régimen de negociaciones mucho
más complicado, pues los grupos que están en condidones de
presionar con fuertes cartas de triunfo son varios y, además,
áduos. las luchas entre grupos pueden perturbarse y contrapesarse
josible por la relativa incertidumbre de los miembros del grupo en
a un cuanto a sus intereses individuales a largo plazo. Los cuerpos
3S por directivos no dejan de aprovechar la doble complicadón del
idona- juego, pues su función principal, que consiste en arbitrar
¡emplo entre las distintas reivindicaciones de grupos, adquiere mayor
3S si el importancia, y ellos se pondrán al mismo tiempo en condi
la y si ciones de presionar sobre los propios grupos, privándolos de
le una los miembros estratégicamente más aptos. Nos falta consi
¡nieros derar un último factor importante: a pesar del progreso
;r pro- general de la seguridad económica, el problema de la super
3 esta- vivencia de la organización, responsabilidad inmediata de
lad de los cuerpos directivos, es también una fuente de incertidmn-
*ero al bre que eventualmente puede eclipsar a todas las demás y
.e, ter- fortalecer aún más la posición de los managers.^
¿Qué consecuencias puede tener la existencia de tales rasgos?
última Permítasenos presentar, a guisa de conclusión, las tres hipó
lo casi tesis siguientes sobre las relaciones de poder y las formas de
indan- control social (es decir las modalidades de gobierno o regu
civili- lación interna) que les corresponden en el marco general
que la de los equilibrios dinámicos.
excep- 1. Cuanto más complejo y dinámico sea el sistema de rela
riencia ciones de poder y negociación, más tiende el control social a
de las ser manejado por los directores en vez de serlo por la presión
5rte de indirecta del medio. Lo cual no impide por supuesto a la
nego- dirección servirse de la presión del ambiente, dado el caso.
mucho
2. Los límites que los directores fijan conscientemente a la
libertad de negociación de los grupos y los individuos son, en
general, mucho más estrechos que los límites naturales debi
dos a la presión del medio: las querellas de facciones y las
luchas de categorías se desarrollan más fácilmente en las or
ganizaciones con relaciones de poder estables y sencillas.
3. Los regímenes con equilibrio dinámico son mucho más
propicios al cambio, pues la presión ejercida para eliminar
las fuentes de incertidumbre no puede ser contrapesada
por la resistencia de grupos poderosos decididos a defender
la fuente de su poder.
Si tratamos de representamos las circunstancias externas que
pueden favorecer el desarrollo de los equilibrios dinámicos
se ve claro, a primera vista, que una administración pública,
menos sujeta a la presión de la lucha por la supervivencia,
tendrá mucho mayor dificultad para mantener un fuerte
poder directorial. Puede tener que prestar más atención de
la que se presta en otras partes a las fuentes secundarias
de incertidumbre, con la consiguiente protección de los ex
pertos que las tienen en sus manos, permitiéndoles estacionar
la lucha por el poder y favorecer equilibrios estáticos para
su provecho.
Tal oposición no es sin embargo tan cortante como parece.
Existen muchos casos de organizaciones privadas tan prote
gidas como las administraciones públicas. Cuando una orga
nización privada disfmta (o padece) de ima base tecnológica
estable y una venta constante y sin sorpresas, puede hallarse
menos presionada que una administración pública fiscalizada
por un régimen político activo. Compárese por ejemplo la
S.N.C.F. con las empresas estadounidenses de ferrocarriles
que siguen siendo privadas, y no es difícil que se encuentren
más sectores protegidos en cuanto a obreros, personal jerár
quico e ingenieros en el término medio de las organizaciones
estadounidenses que en la organizadón francesa oficial.
También hay que tener en cuenta que en un régimen orga
nizativo, dinámico en lo demás, pueden hallarse equilibrios
estacionarios en sectores protegidos que hayan podido desa
rrollarse más o menos temporariamente aparte del régimen
general de negociación.
El estudio de Gouldner sobre una compañía privada que
95
explota una mina de yeso y un homo de secado, y el de
Selznick sobre la Tennessee Valley Auíhoríty^* presentan en
este punto un contraste casi paradojal, pues es en un sector
de la compañía privada (la mina) donde encontramos el
único ejemplo de equilibrio estacionario, mientras lo que
caracteriza a la administración pública estudiada por Selz
nick es un régimen de relaciones mucho más fluido.
En el caso analizado por Gouldner, los obreros mineros fis
calizan prácticamente todas las fuentes de incertidumbre que
dominan el funcionamiento de la mina como organización
productora. No solo son los únicos que enfrentan los per
ligros físicos de la profesión. La carga de trabajo que asumen
y los resultados de su producción dependen directamente de
lo que ellos decidan. Casi no necesitan capataces ni obreros
de mantenimiento. El conjunto de la organización es tribu
tario en gran medida de su trabajo, que es imposible de
controlar en las circunstancias actuales. Los mineros han
podido, hasta ahora, preservar el equilibrio estacionario con
siguiente gracias a la fuerte posición que ocupan, debida a la
dificultad de conseguir gente para un trabajo peligroso y mal
considerado como el de minero Son capaces de mantener
en jaque a todos los demás poderes, dado que su propia
conducta es la más importante fuente de íncertidumbre.®*
El caso de la T. V, A. analizado por Selznick, en cambio, es
un conjunto de relaciones mucho más complicado. Se trata
de una administración pública, pero en su seno surgen mu
chas fuentes de incertidumbre y la dirección aprovecha la
complicación para aumentar su propia libertad de acción.
Poco a poco ha implantado un sistema de cooptación gracias
4 „t ,.,.^al cual los representantes de todo grupo cuya fuerza de
presión moleste son invitados a participar en las decisiones
que orientan la política de conjunto. Al mismo tiempo la
dirección se ha servido de la difícil situación de la organiza-
96
don, que ha debido luchar arduamente para afianzarse y
sobrevivir, como de un potente resorte ideológico.®^
Ambos casos nos permitirán comprender mejor el de la
Agence comptable, que es una curiosa mezcla de los rasgos
de un equilibrio estacionario y de otros rasgos más caracte
rísticos de las organizaciones donde impera la lucha por la
vida. No puede haber temores, claro está, en cuanto a la
supervivencia de la Agence. Pero la principal fuente de in
certidumbre, en lugar de provenir del sistema de producción
como en el Monopolio, proviene de la presión del público. El
monto mismo del trabajo y la posibilidad de alcanzar los I
t
fines fijados a la organización, si se siguen las reglas pres-
t
criptas, dependen esencialmente de la conducía de los con
t
sumidores, y el éxito del organismo en sí, sustraído a los
azares del mercado, está sujeto a las resoluciones del go c
bierno y el parlamento. La dirección ha logrado transferir a V
f
los empleados la presión directa del público, presión por lo
tanto impersonal. Hallamos en la Agence comptable, por una c
I
parte la protección burocrática que nace de la centraliza
\
ción y la distancia que el poder central ha sabido mantener
r
a su alrededor, y por otra una fortísima presión jerárquica
e
que puede ejercerse impersonalmente, quitándole así todo
carácter humillante, pero no por eso mengs pesada para c
t
los empleados. El caso, pues, nos presenta el paradojal
£
espectáculo de un sistema organizativo que ha podido su
t
primir todas las relaciones de dependencia personal pero
que las ha reemplazado por un sistema de relaciones socia e
les jerarquizadas, autoritarias y rígidas, que subsiste solo r
gracias a la dicotomía de dirigentes y dirigidos y a la acep I
tación, quizá parcial, por ios subordinados, de su condi t
í
ción social inferior. El sistema reproduce pues, después de
cuarenta años, la paradoja y las contradicciones de la vieja i
organización científica del trabajo. Su equilibrio sin em c
1
bargo supera la cuestión de las relaciones de poder tal
como la hemos encarado hasta ahora. Para comprenderlo, c
1
tenemos que plantear en toda su amplitud el problema de
{
los instrumentos de gobierno a que debe recurrir una or I
ganización.
1
El problema en discusión
Es enteramente imisual tratar de comprender el funcioná-
miento de una organización partiendo del estudio de los
modos como se distribuye el poder y el análisis de la estra
tegia utilizada por los individuos y los grupos en sus nego
ciaciones. Nosotros lo hemos empleado precisamente por su
virtualidad de discusión y renovación en un terreno con
frecuencia endurecido por el formalismo. La distinción a
que hemos llegado entre organizaciones caracterizadas por
relaciones de poder dinániicas nos ofrece, desde el punto de
vista de la teoría de las organizaciones luia perspectiva extre
madamente útil. Sin embargo, como lo hemos destacado ya,
el mundo del poder no abarca sino una parte de las compli
cadas relaciones entre los individuos y las organizaciones. El
mundo de la aquiescencia y la cooperación, cuya importancia
aparece no bien se trata de bucear a fondo en la interpreta
ción de todas las relaciones humanas por medio del análisis
estratégico, constituye otro importantísimo aspecto de esas
relaciones.
Haremos lo posible por presentar de la mejor manera esos
dos aspectos complementarios del funcionamiento de las dos
organizaciones que hemos estudiado, restituyendo a nuestras
interpretaciones la perspectiva mucho más amplia de la vieja
discusión de los sociólogos sobre las teorías de la burocracia.
Pero asimismo en este campo nos parece necesario, antes
de seguir adelante, analizar las grandes líneas de evolución de
las teorías sobre la burocracia y poder así señalar el momento
de la discusión en que querríamos introducir nuestras propias
^flexiones.
Pn cierto aspecto al menos esa evolución se presenta como
enteramente paradojal.?Desde hace tiempo para muchos au-
tores, y no de los menores, el fenómeno burocrático es uno
de los problemas claves de la sociología y de la ciencia po
lítica modernas. Ya Max Weber, hace cincuenta años, había
hecho una magnífica descripción del «tipo ideal» de la bu
rocracia y un sugestivo análisis de su desarrollo histórico
que parecía haber preparado perfectamente el campo para
una sociología de la burocracia despojada de todo juicio de
valores. Y sin embargo aún en nuestros días el problema
de la burocracia sigue siendo xma zona incierta y rebelde al
análisis cientíñco y una de las tierras prometidas de las pro
fesiones de fe y de los mitos ideológicos de nuestro tiempo.
En roalidad la paradoja está ya en germen en la obra de
Max Weber mismo. Por cierto que en su sociología del
derecho y en sus análisis de la burocracia prusiana, Weber
nos presenta una visión bastante tica y matizada del des
arrollo de la «burocratización». Pero cuando afirma la su
perioridad de las organizaciones racionales modernas corres
pondientes a su «tipo ideal», puede uno preguntarse si en su
ánimo esas organizaciones no se logran justamente a causa
de sus aspectos malos, es decir en la medida en que reduzcan
a sus componentes a una situación de molde preestablecido.
Algunas declaraciones suyas expresan una inquietud de esta
índole.®»
Entre los contemporáneos y sucesores de Weber que parecen
haber aplicado al pie de la letra las conclusiones del célebre
capítulo de Wirischajt und Gesellschaft, las contradicciones
se aceiitúan y las inquietudes se generalizan. Toda la litera
tura posweberiana sobre la burocracia padece en efecto de
una ambigüedad fundaihental. Por un lado, la mayoría
de los autores creen que el desarrollo de las organizaciones
' burocráticas responde al advenimiento de la racionalidad en
el mundo moderno, y que la burocracia es por ese hecho in
trínsecamente superior a todas las demás formas posibles de
organización. Por otro lado muchos autores, a menudo los
mismos, consideran a las organizaciones como especies de
leviatanes por cuyo medio se prepara la esclavización del
género humano. El acento que cada uno de ellos coloca en
uno u otro aspecto de la cuestión depende de su mayor o
menor optimismo. Pero a cualquier resultado que lleguen, se
58 Ver Bibl., Tercera parte, 34.
i1
descubre siempre que creen simultáneamente en la superio
ridad de la racionalidad burocrática en cuanto a eficiencia,
y en los peligros que encierra para los.valores tradicionales
de la hiunanidad.
La contradicción fue partícularmente patente ya en tiempos
de Weber, en los célebres silogismos con que Robert Micheis
quiso forjar una nueva ley de bronce. Desmontando el meca
nismo del poder oligárquico de los dirigentes de la socialde-
mocracia y los sindicatos alemanes, «deshechizando» así, eri
forma cruel, el entusiasmo carismático del movimiento socia
lista, Micheis fue el primero en destacar el dilema en que se
hallan forzosamente encerrados todos los que quieran obrar
profundas modificaciones sociales, sean reformistas o revolu
cionarias; la acción social no es posible sino a través de
organizaciones, o sea de burocracias, y la existencia de las
burocracias es incompatible con los valores democráticos, que
son los únicos que hacen legitima la acción social.®*.
Tal contradicción del pensamiento occidental ante el fenó
meno burocrático ha estorbado hasta hoy cualquier análisis
positivo que haya querido hacerse y ha permitido que se
difunda una visión catastrófica de la evolución. Es particu
larmente visible en la gran corriente de pesimismo revolu
cionario que de modo tan profundo influyó en el pensamiento
social y político occidental del siglo X X ; de Rosa Luxem-
burg y Léon Trotsky a Bruno Rizzi, a Simone Weil, a C.
Wright Mills y a Socialismo o barbarie,^ para no citar
más ejemplos que los que acuden a la memoria, una especie
de desenfrenada competencia hacia lo por venir pareció
constituir la única esperanza. Con el ataque, incontenido, a
Iq que saben ineluctable pretenden conjurar el peligro que
amenaza a la humanidad. Exagerando la contradicción creen
alcanzar la superación, es decir el salto dialéctico (dicho de
otro modo, apelan a una fe mística) como único medio
de resolver la contradicción.
Pero ésta vuelve a encontrarse en pensadores más conserva
dores, en el mismo centro, por ejemplo, de las simplifica
ciones de Bumham tanto como en los continuados ataques
contra el gigantismo de las organizaciones y contra la buro-
59 Ibid., 35.
60 Ibid., 36.
98
cratización de la vida moderna, cuya mejor expresión está
en el libro de W. H. Whyte (h.) Como observa con mucha
razón Alvin Gouldner, esos pensadores *están tratando de
resucitar la "ciencia lúgubre” de comienzos del siglo X IX
(la economía política). En lugar de decirnos cómo podrían
corregirse los defectos de la burocracia se contentan con
decirnos que la burocracia es inevitable.
March y Simón sostienen que el pensamiento de Max Weber
sobre la burocracia correspondía en el fondo a las ilusiones
racionalistas de la primera época de la organización cientí
fica del trabajo. La afirmación es quizás im poco forzada
en cuanto a Weber mismo,®® pero es perfectamente aplicable
a Micheis y a los analistas revolucionarios de la burocracia.
Creemos por nuestra parte que el pesimismo catastrófico del
pensamiento revolucionario occidental como también el pen
samiento antimanagerial obedece en lo profundo a que ni
uno ni otro, no obstante el progreso real que hayan podido
impulsár en el conocimiento, no se han desprendido ver
daderamente aún del modelo mecanicista de análisis de la
conducta humana que usaron Taylor y sus émulos. Precisa
mente porque aceptan la visión tayloriana de la acción pue
den creer que las grandes organizaciones modernas, como la
historia para los marxistas, progresan por su lado malo.
El primer progreso decisivo que permitió librarse de la con
tradicción se ciunplió cuando Robert K. Merton, y después
de él otros sociólogos estadounidenses como Alvin Gouldner
61 Jbid., 37.
62 Ibid., 38.
63 El precíenla central que preocupa a Weber es en efecto el del
«control social» y no el de la racionalidad. En tal perspectiva, se
interesa por la legitimidad del poder y no se limita al problema de
la eficiencia. Siq embargo puede verse que en su análisis de la ra
cionalidad burocrática la importancia que concede a la noción de
previsibilidad y a los medios de estandarización, que según cree son
lo» únicos que la hacen posible, constituye un punto de encuentro
muy significativo con los teórico» de la organización científica del
trabajo, por lo menos con lo» que como Fayol y Gulick se ocuparon
de la estructura de las empresas y de su» métodos de dirección. Si
éstos no toman en cuenta en la conducta humana sino las motiva
ciones económicas más simples, es porque simplificando así pueden
considerar al trabajador como una herramienta canjeable cuya res
puesta a los estímulos de la organización es perfectamente previsible.
Ver Bibl., Tercera parte, 39.
I-
y Philip Selznick comenzaron a cuestionar la perfección del
está «tipo ideab y a preguntarse, basándose en datos empíricos,
cha si en los hechos y fuera de los temores y resistencias provoca
de dos por el cambio habría un estrecho vínculo entre la efica
'IX cia «organizativa» y la robotización del individuo.®* La teo
ían ría de las «consecuencias inesperadas» y las investigaciones
:on que motivó abrieron la puerta a la idea de que los rasgos
rutinarios y opresivos de la burocracia podían deberse en
realidad a la resistencia que el ser humano opone al esque
ma mecánico que se le impone, y constituir elementos de
una especie de «círculo vicioso» en que la propia resistencia
concluye por acrecentar la opresión del esquema contra el
que se levanta.®* Al menos se ha probado que una organi
zación que se corresponda con el tipo ideal está muy lejos
de ser perfectamente eficiente, como de buena gana se
creía.*®
Es sin embargo una demostración negativa de una crítica
estática que no permite responder a la interrogación de
Weber sobre la evolución de las sociedades industriales. Se
demuestra que las relaciones entre la burocracia-organiza
ción racional y la burocracia-disfunción son más complejas
que como aparecen en los organismos taylorianos y en sus
críticos, pero no se emprende realmente todavía el estudio
de sus relaciones mutuas y sus simbiosis. Para zafarse de la
contradicción habría que demostrar cuáles son las condicio
nes de desarrollo y los líiíiites dé esas disfunciones burocrá-
ticas, generadoras de rutina y opresión, e investigar en qué
medida el desarrollo de la burocracia se halla afectado por
ello como organización racionaL
aéí
relaciones interpersonales, habrá que reconocer Eisiinisnio que
lo que se demanda racionalménte al individuo no basta para
determinar resultados constantes y previsibles, y que la efi
cacia de una organización no puede resumirse en la combi
nación de capacitación, impersonalidad y jerarquía del «tipo
ideal». Si, por otra parte, el líder más eficiente es un líder
permisivo, no es la organización más racional en el sentido
weberiano la que obtendrá los mejores resultados sino la
más viviente, es decir aquella en que los subordinados sean
inducidos a participar lo más posible en las decisiones que
han de cumplir.
Los sociólogos de la burocracia no han desechado el molde
weberiano como los teóricos de las «relaciones humanas»,
pero sí el análisis tayloriano clásico. Cuando Merton abrió
el camino con sus dos célebres artículos de 1936 y 1940, no
discutía directamente la validez del «tipo ideal»; se conten
taba con mostrar que tal sistema de acción acarrea conse
cuencias secundarias inesperadas y contrarías a sus propósitos
y principios, y lo hacía de manera indirecta.
Poco a poco, sin embargo, se impuso un nuevo raciocinio,
completamente distinto y cuya significación se ve clara ahora.
Recuérdese que Merton sostiene que la disciplina necesaria
para obtener en el ambiente burocrático la conducta modelo
que se desee, provoca en los funcionarios una actitud ritua
lista (correspondiente al «desplazamiento de los fines») y
.que la rigidez resultante les hace difícil responder a las exi
gencias particulares de su tarea y, paralelamente, a nivel del
grupo, esa rigidez desarrolla el espíritu de casta, abriendo
una brecha entre el funcionario y el público.
4 Tal^análisis se apoya en el siguiente postulado implícito: la
rigidez *de la conducta, la dificultad de adaptación y- los
conflictos con el público aumentan la necesidad de control
y reglamentación; tanto es así que las consecuencias inespe
radas y disfuncionales del modo de actuar burocrático tien
den al fin a volverlo más opresivo. Retomando el esquema
de Merton en términos de relaciones humanas, la disfunción
apárete como resistencia del factor humano a una conducta
que se trata de obtener mecánicamente.
Pero una serie de preguntas muy sencillas se presenta en
forma inmediata: ¿por qué las organizaciones se mantienen
100
ligadas al modelo mecanicista que no les reporta los resulta
dos que se esperan? Y al no abandonarlo ¿por qué no vemos
deteriorarse la organización? Después de todo, si verdadera
mente las consecuencias de seguir con el modelo mecanicis
ta obligaron a utilizar cada vez más control y reglamentacio
nes, deberían hallarse cada vez más disfunciones. Merton no
se ha planteado estos problemas, porque no se propuso cues
tionar el análkis de Weber. Su objetivo era solamente hacer
ver que el «tipo ideal» lleva en sí una parte considerable
y cuáles son las razones de que el modelo de
Weber se aparte tanto de la realidad.
^gunos autores tomaron el camino abierto por Merton:
Bendix, Selzmck, Blau, Gouldner, Dubin.®* Sus investigacio
nes empmcas confirmaron las primeras hipótesis de Merton
y permitieron idear un esquema de interpretación más com
pleto y lógico en el cual el carácter de círculo vicioso del
fenómeno burocrático se hace más visible. Nos contentaremos
con e ic ^ n a r aquí las dos tesis más precisas, las de Selznick
y Gouldner. Este análisis nos mostrará los progresos realiza
dos y sus límites.
El estudio de Selznick, que data de 1949, trata sobre el mo
delo de organización democrática de la T. V. A., y simboliza
las esperanzas del New Deai. Se acerca por lo tanto desde el
principio, en cierta manera, al tipo de reflexión de*Michels,
que buscaba el desarrollo de la oligarquía burocrática detrás
del barniz democrático.
Pero los fines de Selznick son diferentes, si no opuestos. Para
el la presión burocrática es intrínseca y el problema que
quiere tratar es el del valor de, los esfuerzos que se hagan por
sustraerse. En realidad busca responder a la segunda de núes
tras preguntas sobre el esquema de Merton.
El campo de estudio de Selznick no es enteramente el mismo
que el de Merton; no le interesan tanto la jerarquía de las
tareas ni el régimen de control y previsión a que da lugar sino
otro de los elementos del «tipo ideal» de Weber: la capacita
ción o condición de experto. Selznick demuestra que el mis
mo circulo vicioso de disfunción puede desarrollarse en el
mvel de la capacitación y la especialización. La organiza-
68 Ibld., 42.
ción burocrática especializada y fragmenta los roles para que
el experto sea más neutral y más independiente, pero tiende
a crear así un espíritu de casta y tentaciones de aliarse con
los intereses que cristalicen en torno a estos roles; la disfun
ción que se desarrolla será combatida, naturalmente, con un
aumento de especialización.**
Pero la aportación original de Selznick se relaciona con el
problema de los medios de control de que dispone una orga
nización para impedir que tal proceso adelante demasiado.
De esos medios analizó dos: el mecanismo de la cooptación,
que consiste en que participen del poder de decisión los re
presentantes de los intereses especiales y los de los grupos
de expertos, y el adoctrinamiento ideológico, gracias al cual
se obtiene un mínimo de lealtad en todos los peldaños de la
escala. La burocracia, desde esta perspectiva, aparece algo
más difusa y complicada que en Merton. La rigidez buro
crática se manifiesta así en la lógica de la descentralización
por funciones, como en la de la concentración. Pero Selznick
no se conforma con ampliar el posible campo de acción del
esquema burocrático. Promueve un nuevo problema, el de la
participación y el poder. Verdad es que solo lo enfoca a
propósito de la solución que debe darse a las diñcultades, y
no como fuente misma de éstas, lo cual redundaría en
cuestionar el cuadro weberiaho, y él no deja en ningún
momento de expresar su adhesión.
Más a fondo en la discusión quizá penetre Gouldner,' cuyo
análisis, más limitado sin embargo, revela las contradicciones
del modelo. Gouldner distingue la burocracia concentrada en
la capacitación y la burocracia de tipo punitivo. Pasa rápida
mente por encima de la burocracia-capacitación, que a nues
tro parecer encuentra demasiado apta para librarse de la
disfunción.™ Su verdadero tema es la bimocracia-ptmición.
La mira desde tres ángulos distintos: como tm círculo vicioso
69 Ibid., 43.
^0 Se funda en el solo ejemplo de la aplicación de las reglas de
segundad y deduce que no hay ya posibilidad de disfunción, dado
que los valores en que se basa la capacitación son aceptados per
odos y que la elaboración de las reglas se efectúa con participación
e quienes deberán seguirlas. Pero la capacitación concluye muy
Dre^ participación de aquellos que deberán observa» sus
P tenpeiones. Como veremos, es una constante fuente de'disfunción.
cuyo centro es la subordinación y el control, como un modo
de comportamiento con fimciones latentes, y como respuesta,
a una situadón acddental pero necesaria: la sucesión.
Para Gouldner el círculo vicioso burocrático nace de un
problema de control y supervisión. Las impersonales reglas
burocráticas reducen las tensiones causadas por la subor-
dinadón y el control pero, al mismo tiempo, perpetúan las
tensiones que obligan a recurrir a la subordinación y el con
trol. Especialmente, dan fuerza a la endeble motivadón de
los trabajadores que había provocado un control más estricto
de sus actividades.
Gouldner investiga las fundones latentes en la reducdón de
las tensiones debidas entre otras cosas a la diferencia de va
lores entre grupos, a la imposibilidad de normas aceptables
para todos y el descenso de la interacción a r^ to sa infor
máis^ La expiicadón, asi limitada, es poco satisfactoria. Y d
propio Gouldner siente la necesidad de recurrir a factores
más objetivos.
En esta última perspectiva la impersonalidad del régimen
burocrático aparece como una respuesta global de la orga-
nizadón al problema planteado por la necesidad de asegurar
la sucesión de todas las funciones y en particular las direc
tivas. Tal recurso a las circunstancias como explicación, a
un deus ex machina exterior, tampoco es muy satisfactorio,
por sugestivo y pertinente que se muestre el análisis que el
mismo Gouldner realiza del caso que estudia. Todas las
organizadones modernas deben enfrentarse con problemas
de sucesión, pero presentan considerables diferencias, ver
daderamente desmedidas, en materia de disfundones.
No debe buscarse la aportadón más interesante de Gouldner
en sus ensayos de interpretación global sino en su análisis
anterior, mucho más reduddo, de la reglamentación punitiva
burocrática. Ha sabido demostrar, por una parte, que la pu
nición funciona en ambos sentidos, es decir que la reglamen
tación burocrática es utilizada por los obreros tanto como
por el orden jerárquico, y, por otra parte, que la existencia
de reglas cuya apUcadón puede suspenderse constituye un
excelente terreno de negociaciones y un instrumento de poder
71 Ver Bibl., Tercera parte, 44.
101
para los dos bandos J® Desgraciadamente no emplea su pro
funda intuición para ampliar su interpretación funcionalista
incorporando los problemas de las relaciones de poder y
negociación en un sistema explicativo global.
De todos modos, Gouldner supera en esto por lo menos pau:-
cialmente el esquema weberiano, pues busca las razones del
desarrollo de la burocracia, no ya en su eficacia sino en las
tensiones para reducir las cuales sirve. Las fallas del sistema
dejan de ser disfunciones para volverse funciones latentes.
Los tres autores son ejemplos de lo más sobresaliente y su
gestivo en las investigaciones sobre la burocracia, que mues
tran un progresivo alejamiento del modelo original webe
riano. Los tres conceden creciente atención a los aspectos
rutinarios y opresivos, que pueden considerarse como un sis
tema de causalidad paralelo. Pero la relación que no puede
dejar de haber entre ese aspecto funcional de la organi-
aadón moderna y su aspecto racional de eficacia ha sido
muy poco y muy imperfectamente abordada, a no ser quizá
por Selznick. Así, les es difícil criticar el esquema de evo
lución propuesto por Weber. Ninguna conclusión puede sa
carse de su exposición, sobre si la resistencia del factor
humano cuya amplitud nos demuestran afecta o no en la
tendencia general a la «burocratización» o si tiene o no
consecuencias indirectas en las limitaciones de lo que puede
ser la racionalidad en el seno de una organización. El análisis
de Gouldner, el mejor en este punto, no pasa de estático.
A lo sumo podría considerárselo cíclico, alternando las fases
de burocratización con las de repersonalización de las rela
ciones humanas como accidentes de sucesión,
é «Eo.t; último, toda su contribución está limitada por las teorías
sobre ía conducta humana en que se apoyan, las mismas de
que se sirvieron los practicantes e investigadores en tiempos
de las «relaciones humanas». Si se quiere ir más lejos, no se
puede menos que admitir que los miembros de una organi
zación no son solo pacientes de motivaciones afectivas, sino
que actúan como seres autónomos, con estrategia propia; es
decii^que debe cedérseles todo el lugar que merecen a los
problemas de relaciones de poder que analizamos en el ca
72 Ibld., 45.
102
p s-
parte
pítulo anterior. Vamos a intentarlo, examinando, en primer un ej
termino y en conjunto, los problemas de gobierno que plan la pr
tea el funcionamiento de' una organización, cuyas relaciones no d
de poder no son sino sus consecuencias operativas. éstas,
no ff
Por c
fican
Problemas de gobierno planteados por el se en
exent
funcionamiento de una organización a me
sobre
La principal debilidad de las teorías sociológicas sobre la espec
burocracia, que acabamos de examinar, se debe a que tratan de p<
de explicar el desarrollo y mantenimiento de los procesos vidut
«burocráticos» sin tener en cuenta los problemas de gobier cado!
no que de todos modos plantea el funcionamiento de una Fuer;
organización y a los cuales responden esos procesos burocrá Jesús
ticos. Antes de seguir adelante nos parece pues necesario tero
reflexionar en términos de ciencia política sobre el mínimo nizac
de exigencias que impone la inevitable existencia de procesos ser el
políticos dentro de una organización. i' Com)
Cualquier acción cooperativa coordinada exige que cada done
participante pueda contar con un grado de regularidad sufi indis]
ciente por parte de los demás. Ello significa, en otras pala tradii
bras, que toda organización, cualquiera sea su estructura, su nami
objetivo y su importancia, requiere de sus miembros una orgai
conformidad, mayor o menor pero siempre considerable, y
obtenida en parte por compulsión, en parte apelando a la 74 H,
buena voluntad. Siempre van mezclados ambos tipos de mo de COI
■OD U
tivación, pero su porción respectiva, y sobre todo su forma, prime
pueden variar mucho. La manera de conseguir esa confor citoi ;
midad indispensable constituye siempre el problema funda nizaci
cho c
mental para el gobierno de una organización. titula
Si pasamos revista a los medios empleados durante siglos en otgan
las organizaciones humanas para obtener de sus miembros nes fi
la necesaria conformidad, los tiempos modernos parecen ca tT cionci
tales
racterizarse por hondas transformaciones. Hace dos siglos, no s «tadt
más, se usaban medios violentos y directos, con su buena Stand
la iOí
73 Empleamos la palabra gobierno por analogía con el vocabulario
de la ciencia política.
parte de compulsión desembozada. No se podía constituir
un ejército regular eficaz sino mediante un riguroso drill a
Qer
in- la prusiana; el papel de los supervisores en las manufacturas
aes no difería mucho del de guardachusma de las galeras, y
éstas, en definitiva, no habían sido otra cosa en una historia
no muy lejana que «grandes organizaciones» de su época.
Por cierto las ideologías de tipo religioso ayudaban a identi
ficarse con los fines de las organizaciones en que la gente
se enrolaba, pero la conformidad asi conseguida no estaba
exenta de su dosis de terror, pues esas ideologías se basaban
a menudo en el fanatismo y la intolerancia. Finalmeiite y
sobre todo, era imposible obtener conformidad sobre algo
la espacial y temporario; solo comprometiendo a alguien
>n de por vida se podía estar seguro de su fidelidad. Los indi
53
viduos pertenecientes a una oigaiúzación quedaban mar
r- cados profundamente, y para siempre, por esa pertenencia.
a Fueran miembros de la casa Függer, de la Compañía de
i- Jesús o de la guardia prusiana, debían consagrarse por en
o tero y sin la menor reserva a su función. Irse de la orga-
o nizadón era traicionarla. Ninguna gran organización p o ^
s ser eficaz sin imponer condiciones a ^ de rigurosas.’*
Comparar aquello con el funcionamiento de las organiza
ciones modernas puede parecer forzado. Pero quizá sea
indispensable, si se quiere poner un poco de orden en el ya
tradicional debate sobre la estandarización y el acondicio
namiento a que se va sometiendo al hombre moderno. Las
organizaciones modernas, en efecto, utilizan presiones diver-
10
toda la vida en una ocupación y una función con las cuales
su personalidad habría de fusionarse, eran mucho más pa
sibles de padecer por el «desplazamiento de los fines» y el
«ritualismo» que los modernos, especializados no más que
temporariamente en un empleo, en una atmósfera de mayor
tolerancia, aunque su especialización, como sucede a menu
do, sea más estrecha.
Pero no debe enfocarse la influencia de los métodos de go
bierno utilizados en una organización solo como si respon
dieran ante todo a objetivos de eficienda. La rigidez de
una organización no se debe únicamente a las presiones de
arriba hacia abajo. La exigenda de aceptación, contraria
mente a una opinión demasiado difundida, no tiene un
sentido único. Los subordinados se sirven a su vez de su con
formidad para atar a los directores y protegerse así de ellos.
Es un aspecto de las luchas por el poder que estudiamos
en el capítulo anterior. Los subordinados aceptan el juego
que se les impone, pero hasta donde les sea posible utilizarlo
en su propio interés y aprovecharlo, por ejemplo, para obli
gar a los directores a respetar su autonomía personal. Si las
dos presiones opuestas se estabilizan, dejando poco margen
para la libertad de acción, en el enfrentamiento de las
dificultades, la organización en cuestión se vuelve sumamente
rígida.
Era lo que sucedía con las administraciones de otro tiempo,
plagadas de empleados «ritualistas» que seguían al pie de
la letra instrucciones que no les dejaban ver la realidad
aunque la tuvieran delante. Su incapacidad no solamente
era una condición adquirida, simple deformación de quien
ha estado preso en un molde demasiado tiempo; obedeáa
•4 ' al. juego de piezas que de superiores a subordinados movía a
la organización. Por necesitar protección para casos de error,
por vivir sometido a un régimen punitivo de control, el bu
rócrata «ritualista» se servía de las reglas tanto contra el
público como contra la propia organización. El ritualismo
era pieza esencial en su juego y le valía consideración y
^speto de ambos lados. La conducta burocrática de que se
lo acusaba no era pues consecuencia directa de la flaqueza
humana, como se creería leyendo a Merton, sino resultado
final del modo como se conseguía la necesaria conformidad
104
orne
en la organización a que pertenecía, y del tipo de racionali bía e
dad predominante en una época cuando parecía imposible bre c
comprender y prever las complejas situaciones que deberían la ri¡
encararse, y cuando todavía no se había logrado elaborar afira
planes previos suficientemente ágiles para adaptarse a ellos bien
de modo racional. dida
Hasta en un caso más moderno y complejo como el de la done
Agence comptable de París volvemos a encontrar, en parte dumi
al menos, ese esquema. Los jefes de sección, que prefieren detal
atenerse a la rutina cuando tienen algo que decidir, y no orgai
enfrentar las dificultades de orden afectivo con sus subor otro
dinados y correr el riesgo de no acertar, no se atrincheran a esc
como sus predecesores tras las formas y los ritos pero hacen cuan'
el mismo juego. Su conducta participa de un conjunto de De t
procesos organizativos más complicados, pero al fin de cuen con i
tas siempre es resultado de negociaciones entre los diversos una t
grupos y entre cada uno de esos grupos y el conjunto de la por 1
organización, sobre la manera de imponer la aceptación y la «fenf
racionalidad necesaria para la buena marcha de aquélla. glam
Ninguna organización moderna de cualquier índole puede ría h
escapar a la necesidad del cambio. De modo constante se ve sufici
constreñida a adaptarse a las transformaciones del mundo crátic
circundante y a las menos visibles, pero Igualmente profun otro
das, de su personal. No puede sobrevivir si no se conserva En U
flexible y capaz de adaptación. Vaga pero imperativa con huid!
dición. Para alcanzarla, debe confiar en la capacidad de una I
iniciativa e invención de algunos individuos y algunos : conse
grupos.'^® frent
La necesidad de ser flexible tiene que pesar en la elección «r^l
del modo de gobernar, oponiéndose a todo concepto mecaiú- nizat
cista del funcionamiento de una organización. En la mayoría done
de. los casos, hasta ahora, ha habido conflicto entre los dos rectií
objetivos, considerados contradictorios, de eficiencia en el segur
acto y de capacidad de adaptación en el cambio; las solu buroi
ciones halladas han sido transacciones cuyo tenor dependía de stt
esencialmente de la presión del contorno y del carácter más obed'
y la
75 En el marco tradicional del mercado, es el empresario quien estab
monopoliza tal capacidad de adaptación. Pero la flexibilidad a que equil
se llegue no será posible a menos que las unidades económicas se
conserven pequeñas.
o menos mudable de la reaüdad con que la organización de
racionali- bía enfrentarse. No se crea sin embargo que la «incertidum-
imposible bre del mercado» fuera, como tal, suficiente obstáculo para
! deberían la rigidez de las organizaciones. Por lo contrano se puede
» elaborar afirmar que en circunstancias de extremada incertidumbre
se a ellos bien puede llegarse a mayor conformidad y rigidez, en la me
dida en que se muestre inútil el tratar de adaptarse a situa
I el de la ciones totalmente imprevisibles. La falta completa de incerti
en parte dumbre, en cambio, que permite prescribir en los menores
prefieren detalles la conducta que deben seguir los miembros de la
dir, y no organización en los casos que se presenten, puede ocasión^
US subor- otro modo de rigidez, no menos firme. De hecho se tiende
■incheran a escapar de la presión de la realidad en ambos extremos
To hacen cuando se pone difícil o demasiado fácil.
junto de De todas maneras, en cualquier organización se e n c u e n ^
de cuen- con igual fuerza la tendencia a escapar de la realidad- Es
diversos una tentación a la que todas las organizaciones suctmben,
ito de la por lo menos parcialmente, y corresponde con eicactitud al
ción y la tfenómeno burocrático» que tem os tratado de definir. Re
aquélla, glamentaciones impersonales que eliminan en forma arbitra
e puede ria las dificultades, una centralización que impide conocer
tte se ve suficientemente los hechos, son otros tantos medios «buro
mundo cráticos» de estorbar las adaptaciones y los cambios, que de
profun- otro modo se mostrarían inevitables.
:onserva En la mayor parte de los casos, sin embargo, esa «conducta
iva con- huidiza» no llega muy lejos. La orgzinizacion está sujeta a
idad de Una multitud de informaciones que la ponen, al tanto de las
algunos consecuencias de lo que se haga, y la obligan a mirar de
frente sus errores y rectificarlos. Proponemos c[ue se llame
elección «régimen burocrático de organización» a todo sistema orga
mecani- nizativo en oue el circuito de errores-informaciones-correc
jiayona ciones funcione mal, y en que por esa causa no pueda haber
los dos rectificación y adaptación rápida de los planes de actividad
i en el según los errores cometidos. En otras palabras, organización
is solu- burocrática será la que no llegue a corregirse en función
ipendía sus errores. Los modelos de «actividad burocrática» a que
ter más obedece, como ser la impersonalidad de las reglamentaciones
yI la
— centralización
'-tuuiiuzacion de
ae las
tas resoluciones,
resoiuciont», están
caum de tal modo
3 quien estabilizados que se convierten en parte integrante de su
1 a que ®quil¡brio interno, y cuando una regla no permite efectuar
nicas se
las actividades prescríptas de manera adecuada, la presión
que nace de una situación así disfuncional no concluye en
el abandono de tal regla, sino por lo contrario en su am
pliación y fortalecimiento.
Ni qué decir que esta definición, por completo teórica, no
puede aplicarse en forma directa y ajustada a la realidad.
Pero su carácter relativamente abstracto y general nos permi
tirá idear un modelo más completo.
106
muchas «reincorporaciones» al margen de los concursos.
Pero si entonces no se las discutió, ninguna otra excepción
se ha admitido luego. En lo concerniente al personal jerár
quico superior, la reglamentación de antigüedad no puede
respetarse íntegramente, pero las excepciones que haya no
puedeii ser anteriores a veinte años de promociones regulares
por antigüedad. En el Monopolio industrial es más estricto
aun el cumplimiento de los reglamentos. El paso de una
categona a otra ha sido rarísimo de cincuenta años a esta
parte; hasta en los altos puestos directivos prevalece la
antigüedad.
La combinación de ambas reglamentaciones, la de la función
y la de la carrera, dan al funcionario una independencia y
una seguridad totales. Nada se deja al arbitrio ni la iniciativa
personales. La tarea cotidiana de cada uno, sus probabili
dades de conseguir otra, su posición y porvenir dentro de la
organización, pueden saberse por adelantado con bastante
exactitud. En un sistema así, ya lo hemos dicho, las relaciones
de dependencia personal tienden a desaparecer o por lo
menos a perder importancia. Si todo arbitrio, y hasta toda
iniciativa individual, le están vedados a un jefe de jerarquía
para delimitar funciones y atribuciones en sus subordinados, fk..-
no le queda ningún poder sobre éstos. Su rol se reduce a -
vigilar la aplicación de las reglas. A su vez, como hemos
'V
visto, los subordinados pierden su poder de presionar sobre
sus superiores, y la posibilidad de negociar con ellos dado
que su propia conducta está enteramente determinada por
reglas.'^® rf'
Por existir esas reglas, ocurre que cada miembro de la orga
nización se ve protegido simultáneamente respecto de la
presión de sus superiores y de la de sus subordinados. Pero
es una protección que significa aislamiento y su consecuen
cia es doble: por una parte se priva de toda iniciativa y se
somete a reglas impuestas de afuera y, por otra, se libera
de todo vinculo de dependencia personal; no teme a nadie á
y es casi tan independiente desde este punto de vista como
si no estuviera asalariado. Con un tipo así de relaciones
■JTS
Ü íí
de los subordinados, hasta como posibilidad, a causa del
establecimiento de un sistema de reglas impersonales y la
centralisación de las decisiones, tiene una importantísima
consecuencia que a su vez constituye un rasgo fimdaínental
de un sistema de oi^anización burocrático como los que
hemos examinado: cada categoría jerárquica, cada estrato,
se hallará completamente aislado de los demás, tanto supe
riores como subordinados. U na organización burocrática de
este tipo estará compuesta pues de una serie de estratos
superpuestos con escasa comunicación entre sí. Y las barreras
entre los estratos serán tales que darán poquísimas ocasiones
de que se formen grupos o bandos en los que participen
miembros de varios estratos.
Este aislamiento irá acompañado, como es fácil compren
derlo, por una presión extremadamente fuerte del grupo de
pares constituido por el conjunto de miembros del estrato
correspondiente, ejercida en cada uno de los individuos que
lo componen. Disminuida la presión jerárquica, imposibili
tada la formación de grupos informales con miembros de
distintos estratos, el grupo de pares, el grupo de miembros
iguales de un mismo estrato, se convierte en la única fuerza
intermedia capaz de interponerse entre el individuo y la
organización entera. Además, siendo necesaria la completa
igualdad entre los miembros de un mismo estrato y estando
las únicas diferencias aceptadas definidas por un factor im
personal, la antigüedad, los conflictos intemos del estrato
desaparecerán ante los conflictos entre estratos. El individuo
miembro de un estrato se verá impulsado sobre todo por
sus intereses de grupo y le será imposible zafarse de la fisca
lización de sus^árésji Cualquier veleidad suya de indepen
dencia en cualquier punto de interés común será despiada
damente sancionada.
Al fin la presión del gmpo de pares queda como único factor
regulador de la conducta fuera de los reglamentos. Y puesto
que la presión jerárquica y la sanción que impone la com
paración de resultados individuales están disminuidas, si no
eliminadas, los individuos no tienen más medida de su es-
fuenx» que la de acomodarse a las reglas impersonales y a
las normas de su categoría profesional o jerárquica, que se
superponen a aquellas reglas para intei’pretarlas y comple-
tarlas. Se encuentran, pues, enteramente' sujetos a una de
terminación colectivaJ^
La presión del grupo de pares constituye, a nuestro parecer,
imo de los elementos esenciales de tener en cuenta para
comprender el «espíritu de cuerpo» de los burócratas y su
«ritualismo». El «desplazamiento de fines» no tiene sentido
sino, porque constituye para el grupo de pares un medio
indispensable de protección contra los otros grupos y contra
la organización. La impersonalidad de las tareas y las intrin
cadas reglamentaciones pueden desarrollarse en las grandes
organizaciones modernas sin iguales consecuencias en cuanto
a ritualismo. Esas mismas fuerzas adquieren decisiva impor
tancia'en un sistema de organización burocrática porque el
aislamiento le permite a cada estrato controlar perfectamente
lo que sea de su incumbencia, e ignorar los fines generales
de la organización. Se puede ir incluso más lejos y afirmar
que para que el resultado de sus negociaciones con el resto
de la organización sea lo mejor posible, cada estrato debe
pretender que su función particular constituye un fin en sí.
Así, el ritualismo de sus miembros se convierte en un ele
mento importante en la estrategia del grupo. Le permite
afianzarse como gprupo diferente, aspirar a que sus objetivos
particulares se vuelvan generales, o como objetivos inter
medios sean decisivos y de ellos dependa que los objetivos
generales se cumplan. Y finalmente, y entretanto, fortalece S'ví:--
la solidaridad de los miembros. 6
Desde este punto de vista se puede observar una profunda 4-
oposición entre un empleado que dependa de un sistema de
organización muy «burocrático» y otro que dependa de un
sistema que lo sea menos. El ritualismo es para el primero
una carta de triunfo, pues sus posibilidades de adelanto y
de adaptación a la organización dependen de su status en el
grupo, y del status del grupo en la organización general.
El circulo vicioso
■ífí ffl
íencia unos con otros, que se sirven de lo que entonces se
convierte para ellos en una táctica destinada a reformar su
influencia. Las consecuencias disfuncionales del desplaza
miento de los fines —es decir la imposibilidad de relacio
narse satisfactoriamente con los clientes, de comunicarse
fructuosamente con el mundo circundante y de adaptarse
felizmente a él, dificultades para cumplir las tareas asigna
das, disminución de la productividad, etc.—, impedirán al
sistema reformarse y adquirir más soltura en las relaciones
humanas, pues el único medio de acción de que disponen
los dirigentes que podrían hacerlo desde la cima de la pirá
mide consiste en idear nuevas reglas y aumentar la centra
lización. Del otro lado, los individuos y grupos que tienen
que vérselas directamente con las dificultades no presionan
para obtener más autonomía, buscan en cambio la manera
de utilizar las disfunciones que padecen para mejorar su po
sición ante el público y dentro de la organización. Su lucha
contra la centralización no tiene por objeto la mejor adap
tación de la organización al mundo que la rodea, sino pre
servar y aumentar la rigidez que los protege.
El círculo vicioso de control y vigilancia analizado por
Gouldner puede también ensancharse. El razonamiento em
pleado por éste es, como se recordará, el siguiente: la
proliferación de las reglas impersonales burocráticas reduce
las tensiones que la necesidad de vigilancia provoca; pero, al
mismo tiempo, la hostilidad despertada por el clima burocrá
tico y sus malos resultados en el terreno práctico intensifican
aquella necesidad. Se puede llegar más lejos y demostrar que
si bien el poder de negociación de un capataz disminuye,
tendencia ng^^al. en cualquier sistema de organización buro
crático, el círcuíó' vicioso sobrepasa la mera relación ca
pataz-obrero y afecta al fin de cuentas a todo el conjunto
de relaciones jerárquicas dentro de la organización.
El caso de la Agence comptable de París es el mejor ejemplo
de círculo vicioso de vigilancia y control que se desarrolla
sobre la base de las reglamentaciones impersonales y la cen
tralización. Las fru^aciones de los distintos g^rupos, que no
pueden discutir las resoluciones que los afectan y que deben
sufrir una estrecha vigilancia en sus actividades, levantan
tales presiones que los superiores no se sienten tan firmes
lio
como para enfrentarlos, y las decisiones negativas se toman
siempre en un nivel suficientemente alto como para escapar
de todo contacto. Si los funcionarios que deben tomar las
decisiones no están en contacto con quienes deben acatarlas,
en vano se reducirán las tensiones; la tensión propicia a la
centralización seguirá ejerciéndose al impulso de las frustra
ciones no remediadas. Naturalmente puede uno imaginarse
el «desbloqueo» del sistema, su agilización, p»ero todo esfuerzo
en ese sentido chocaría con la repugnancia general por las
relaciones de dependencia, y esa repugnanda es un rasgo
cultural de decisiva importancia. Repugnancia y miedo que
se acrecientan con las frustraciones engendradas por las
relaciones paralelas de poder que, como hemos visto, se des
arrollan inevitablemente en un sistema burocrático de or
ganización, y son consecuencia directa de la impersonalidad
y centralización que tienden a crear una nueva presión
en favor de más centralización y más impersonalidad. Visto
desde cierta distancia, el modelo subyacente característico
de un sistema burocrático, y que causa la persistencia de
los círculos viciosos podría resumirse así: la rigidez con ■1
que se determina el contenido de las tareas, las relaciones
entre las tareas y la red de relaciones humanas necesaria
para su cumplimiento, hacen difícil la comunicación de los
grupos entre sí y con el mundo circundante. Las dificultades
que de ello resultan, en lugar de imponer la modificación í r-
del modelo, son usadas por los individuos y los grupos para
mejorar su posición en la lucha por el poder en el seno
de la organización. Tal conducta provoca cada vez nuevas r-
.V •:'^i
I.
Por las largas dilaciones inevitables, por la amplitud que
debe revestir, por las resistencias que debe vencer, todo
cambio es para xma organización burocrática una crisis
necesaria y profundamente sentida por los que la sufren. De
donde surge que el ritmo esencial que caracteriza a una orga
nización burocrática es la alteración de largos períodos de
estabilidad y cortos períodos de crisis y cambios. La mayoría
de los estudios sobre el fenómeno burocrático se ocupan solo
de los períodos de rutina, que es por otra parte la imagen
que surge de nuestra descripción de los círculos viciosos.
Imagen sumamente incompleta. Las crisis, en efecto, son
elemento distintivo e inevitable de todo sistema burocrá
tico de organización. Son el único medio de llegar a re
ajustes impostergables y desempeñan por tal causa un rol
esencial en el propio desenvolvimiento del sistema que ellas
solas hacen posible, e indirectamente hasta en el propio cre
cimiento de la impersonalidad y la centralización.
Las crisis tienen importancia asimismo por otras razones.
Suscitan y ponen en evidencia otras pautas de acción, otros
tipos de relaciones interpersonales y de grupo, temporarias
por cierto, pero de considerable importancia. Durante las
crisis pueden prevalecer algunas iniciativas personales y
todos suelen tener que someterse al arbitraje de individuos
estratégicamente colocados. Reaparecen relaciones de depen.
dencia generadoras de tensiones que se habían olvidado. La
autoridad personal sustituye a las reglas. Son excepciones
cuya fuente se halla también en las deficiencias de un sis
tema rutinario demasiado perfecto, y se las tolera si no duran
demasiado o si se muestran necesarias para la solución de
los ¡jroblepias que hayan provocado la crisis. Constituyen los
breves períodbs de guerra de movimientos sin los cuales no
se llegaría a reajustar más racionalmente la línea de fuego en
la habitual guerra de trincheras. Su papel sin embargo no es
solamente auxiliar. Sus consecuencias son profundas. Como
las relaciones paralelas de poder, perpetúan el temor por la
autoridad directa y el libre albedrío que le es propio. Al
mismo tiemjbo, contribuyen a mantener cierta corriente de
vocaciones reformadoras y autoritarias. Tales pautas de com
portamiento están naturalmente en oposición con la perso
nalidad burocrática descripta por Merton, pero a pesar de
112
7
1
(
ser pocas no son menos características del ambiente buró- I
cratico, cuya escala de valores determinan en parte l
l
Las cnsis pueden ocurrir en distintos niveles. En la Agence £
comptable y en el Monopolio industrial hemos analizado S
«sos menores pero periódicos de crisis que desempeñaban r
M rol sipificativo en las relaciones entre los grupos. En el j
Monopolio se trataba de posibles modernizaciones y reorga- c
propósito de las cuales se armaba b
la estrategia de los grupos. En la Agence se trataba de crisis a
de agotamiento mental y sobrevenían regularmente a causa o
de recargos de trabajo impuestos por la clientela y superaban n
« n creces la ordmana distribución de tareas. Son crisis que 7
? perpetúan las pautas antiguas de autoridad, S(
acrecentando la desconfianza en las relaciones cara a cara. r ft
Pero otras cnsis, lejanas y más profundas, marcaron el con- d
junto del sistema social y, por su medio, el funcionamiento V
de la Organización: la crisis que se desató a propósito de la bi
antigüedad, y las que acompañaron la introducción de las ti
maquinas semiautomáticas en el Monopolio, la crisis del el
reconocimientq de las categorías y los grados después de la '■
■ir
*
Ipil’.- ■ei
Liberación, en la Agence. Las crisis pueden estallar con mo £(
tivo de una evolución interna, o procediendo de un suceso «!
completamente externo, sin ninguna relación con la organi ir,
zación que afectan. Las guerras, las crisis del mundo eco
nómico social o político que trastornan el equilibrio tradi
cional del poder en la sociedad general, son excelentes
pasiones para conseguir cambios que se esperan desde hace
tiempo.
Las burocracias más viejas y avisadas hacen considerables
wfuerzos para ensayar la solución de sus problemas de trans
formación de manera más racional. Las tradicionales admi-
nistraciones públicas francesas se han preocupado, por ejem
plo, de fiscalizar y, eventualmente, de domesticar, a sus
peligrosísimos agentes de transformaciones, de modo de re
gularizar y si es posible eliminar las crisis. Para lograrlo se
han empeñado en crear castas, completamente aisladas, de
altos funcionarios —los miembros de los «Altos Cuerpos»__
separados del resto de la administración pública por su
reclutamiento, su formación, sus ambiciones de carrera, pre
servados así de todas las presiones provenientes de las orga-
nizaciones de que tendrán que ocuparse. Son los «Altos
Cuerpos» que suministran cada vez las personalidades ca
paces de imponer reformas a las diversas unidades adminis
trativas que las necesiten, sin dejar de respetar en lo posible
el conjunto de su reglamentación y disminuyendo los aspectos
autoritarios del rol que les toca desempeñar, gracias a su
reputación de imparcialidad y al prestigio que les vale su ale
jamiento y su pertenencia a ima pequeña aristocracia cuida
dosamente escogida.®® Pero esa manera de tratar los pro
blemas sigue siendo muy complicada y difícil y se puede
afirmar que no hace sino apartar el fermento de inestabilidad
o desasosiego y remitir la criris a un peldaño más elevado, al
nivel del sistema político.*^
Tales pautas de acción son por supuesto privativas de la
sociedad francesa. Las diferencias inás significativa y pro
fundas existentes entre organizadones diversas y «burocra
cias» diversas deriva de su manera de encarar los cambios.
Volveremos a ello cuando ensayemos estudiar los sistemas
burocráticos de organización desde un ptmto de vista cul
tural. Por el momento, bástenos sacar la conclusión de que
el burocrático no es solamente tm sistema que no se corrige
en función de sus errores, sino tambión demasiado rígido
como para adaptarse a las transformaciones que la acelerada
evolución de las sociedades industriales hace cada vez más
imperiosamente necesarias sin sufrir crisis.
La personalidad burocrática
115
A su alrededor los funcionarios, superiores o medios^ son
sumamente cautos, tímidos y dóciles. Hasta pretenden a
veces, contra toda evidencia, no tener ninguna responsabi
lidad en las decisiones. Se presentan como meros auxiliares
de la gran figura del prefecto, innovador carismático con
el que se identifican. Los funcionarios menores, en cambio,
si bien se muestran puntillosos, «ritualistas», están en el
fondo en constante rebelión contra el poder. Se apegan a
la letra del status quo y se resienten de cualquier innovación
del prefecto como violación del sagrado orden que deben
ellos imponer en el público. Tienen la sensación de que el
prefecto los traiciona, que al innovar los desacredita a los
ojos de la gente. Su estrategia es de oposición y rebelión.
Su esfuerzo, el de imponer al prefecto su ritualismo y con
seguir ciertos favores en compensación de los «visto bueno»
que, por su culpa, ponen a sus desaciertos. Podemos com
probar en esto las importantes consecuencias de la centra
lización. Los funcionarios inferiores no pueden efectuar los
arreglos necesarios. El poder de adaptar e innovar está re
servado a los prestigiosos personajes de que aquéllos depen
den. Por consiguiente los funcionarios inferiores' se vuelven
«ritualistas» recelosos que tratan de sacar el máximo partido
de la parcela de poder que implican los «ritos» que están
a su cargo. Pero al mismo tiempo se presentan como re
beldes que discuten la legitimidad de esos mismos «ritos»,
porque según ellos se los impone una administración
inconsecuente.
Como se ve, los sentimientos son más complicados de lo
que se esperaría leyendo a Merton. Llevan en sí una di-
4-i»ian^ión todavía más paradojal, pues si por casualidad el
funcionário inferior ritualista es promovido a una categoría
media, con lo cual se libra un poco de las enredadas regla
mentaciones, abandona toda su actitud rebelde y entra en
el grupo de los sumisos.®®
Pero en la respectiva actitud de los tres grupos, plana pre-
fectual, funcionarios intermedios y funcionarios inferiores,
hay urfa interdependencia, después de todo, estrecha. La li
bertad y el margen de iniciativa, reservados solo a la gran
88 Estos análisis están sacados de trabajos personales del autor sobre
las administraciones prefectuales, no publicados.
tí
Sí
118
sámente empieza a explorarse. Nosotros nos permitimos solo
hacer algunas observaciones sugeridas por esos nuevos
desarrollos. Los miembros de una organización, repitámoslo,
parecen adoptar actitudes bastante ambiguas. Por una parte,
siguen una inclinación natural que los lleva a buscar el
mayor control posible de su propio contorno, les gustaría
participar. Por otra parte, sin embargo, tienen miedo de par
ticipar tanto como teman, si temen, perder su propia auto
nomía y verse limitados y fiscalizados por los copartícipes. Lo
que se había olvidado, al hablar de participación desde el
a n ^ lo de las relaciones humanas, es que es mucho más
fácil preservar la propia independencia e integridad cuando
uno se mantiene aparte de la responsabilidad de decidir que
cuando se acepta participar en el debate. El individuo que
se niega a dejarse arrastrar a los problemas que plantea la
acción colectiva se conserva mucho más libre ante cualquier
presión. Guando se discute, uno se liga por la propia cola
boración aportada y se vuelve en seguida más vulnerable a
las presiones de los superiores y. aun de los colegas.
Por consiguiente los miembros de una organización rara vez
aceptan compartir si no obtienen una contrapartida sustan
cial. En realidad tratan de negociar su participación y no la
otorgan por lo común hasta no estar seguros de sacar prove
cho suficiente, a su juicio. Esto es así hasta en lo más bajo de
la escala, aunque la participación no sea más que asumir una
responsabilidad distinta de la que se tiene en una tarea. Y
por supuesto lo es en mayor grado si se trata de distribuir
recursos y asignar tareas. Vistas las cosas así, una actitud de
retirada puede considerarse racional tantas veces como el
individuo que la adopte tenga buenas razones para creer que
la recompensa que se le ofrece no está en proporción con el
esfuerzo que se le pide para participar y que se arriesga, pres
tándose aJ debate, a que lo «manejen». La voluntad real de
participar depende, al fin y al cabo y en gran medida, del
grado de confianza y de franqueza de las relaciones interper
sonales en el ambiente y la sociedad respectivos. En una
sociedad donde dar prueba de independencia se considere
...WK
m M c
í-./'iE. a--
Las reglamentaciones, en realidad, protegen a los individuos,
y el sistema burocrático como totalidad puede considerarse
como una estructura protectora, necesaria dada la vulnera
bilidad del individuo frente a los problemas planteados pol
la-acción social. Dentro del campo limitado por I21S reglas o
pOT el conjunto del sistema burocrático, los individuos están
en libertad de otorgar o negar su contribución, en gran
parte i ,su arbitrio. Pueden colaborar o refugiarse en su
retirada, compenetrarse de los fines de la organización y
entregarse hondamente a su rol, o dar de sí mismos solo una
parte superficial, reservándose las fuerzas para empresas per
sonales extrañas al ^trabajo. Por cierto les quedan pocas pro
babilidades de imponerse con sus ideas o sus personasj ni se
distinguirán jamás entre sus colegas, pero en compensación
no se arriesgarán a fracasar ni tendrán que enfrentar la hosti
lidad de sus pares y contrincantes.
Nos parece que podemos ir más lejos y afirmar que un régi
men burocrático implica siempre cierta dosis de participación
forzosa que se presenta al individuo, según las circunstancias
del momento, preferible a la colalwración voluntaria cuya
reivindicación suele atribuírsele con demasiada liberalidad.
Creemos que hasta en los casos en que hemos diagnosticado
retirada, ritualismo o rebelión hay una parte no desdeñable
de participación cuya importancia puede apreciarse cuando
se la compara con las reacdones y realizaciones registradas en
sociedades menos desarrolladas en que los individuos son
incapaces de prestar la atención suficiente al significado de
su tarea dentro de una organización.*^ Mas tal participa
ción®* debe considerarse participación forzosa o impuesta,
cuya responsabilidad el individuo se niega a asumir. Es una
participación clandestina y sin compromiso. El individuo
sometido a ella guarda toda su libertad respecto de la orga-
97 Como ya lo hemos hecho notar, la huelga perlie o trabajo a
desgano es una manera que tienen los subordinados de recordar a las
autoridades que su <participación> o colaboración es necesaria.
98 Intencionalmente confundimos aquí la participación én las deci
siones con la colaboración en la aplicación de las decisiones. Creemos
que las distinciones que generalmente te hacen tienen solo un interés
formal. En todos los niveles, las decisiones tomadas implican una
responsabilidad para los agentes interesados, aun si aquéllas apare
cen como detalles de aplicación para los superiores que hayan idea
do los planes y programas en que las decisiones se colocan.
nización. Es una componenda que permite solucionar una
contradicción que de otro modo quedaría insoluble. Por una
parte el individuo necesita colaborar y sabe que la organi
zación no puede prescindir de su colaboración. Pero, por
otra, también sabe que no puede obtener las compensaciones
que estima necesarias para comprometerse seriamente en su
colaboración y no quiere arriesgar nada de su libertad. Si las
reglamentaciones oficiales le imponen una participación sin
responsabilidades, podrá satisfacer conjuntamente sus dos
aspiraciones contradictorias: dar un sentido a su trabajo
participando de la obra común y preservar su independencia
en .una situación en que podrían enajenarlo responsabilidades
oficiales. Además, su retirada aparente coloca a la organi
zación en la necesidad de solicitarlo, con lo que se refuerza
su posición en las negociaciones más o menos implícitas que
se entablen.
Finalmente, se puede analizan: la función profunda de la
rigidez burocrática, desde esta perspectiva, como una función
protectora. Asegura el mínimo indispensable de seguridad al
individuo en sus relaciones con sus semejantes en ocasión
de las actividades cooperativas necesarias para la consecu
ción de sus fines. En la medida en que, en una sociedad
y en un momento dados, los individuos se encuentren muy
vulnerables, será necesario para asegurarles protección
recurrir a círculos viciosos burocráticos. De donde se puede
deducir que la rigidez tiende y tenderá cada vez más a ate
nuarse en las sociedades más industrializadas, pues los indi
viduos son en ellas cada vez menos vulnerables a las conse
cuencias de los conflictos y a los riesgos de fracaso, por moverse
en un ré^im©q,social mucho más ágil y mucho más complejo.
Cuanto menos vulnerable sea el individuo, menos aceptará
pagar el precio de la rigidez burocrática.
Puede añadirse todavía que el modelo burocrático cuyas
ventajas acabamos de examinar desde el punto de vista del
individuo tiene otra función importante, si bien más limitada.
Constituye' un excelente medio de mantener en las socie
dades modernas^ciertos valores individualistas de un mundo
preindustrialI^En Francia, particularmente, la rigidez buro
crática está ligada a la persistencia de modos de vivir tradi
cionales que la sociedad francesa Había llevado a un alto
120
>
g^ado de perfección antes de las revoluciones industriales.!
Resistiéndose a toda participación consciente y voluntaria,J
dando preferencia a la autoridad centralizada, a la estabili
dad y rigidez de un sistema burocrático de organización, los
franceses buscan preservar para la gran mayoría un estilo
de vida portador del máximo de autonomía personal y libre
albedrío, engendrados por los mismos valores amados por los
campesinos, los artesanos, los burgueses y los nobles de la
vieja Francia y que dieron origen a un finísimo «arte de
vivir». En el sistema burocrático francés no hay ya barreras
formales como en la sociedad «tradicional» y los individuos
pueden competir sin distinción por los puestos. Pero las po
sibilidades de realizarse están institucionalizadas, no se en
cuentran en la vida de trabajo misma o el ambiente cotidiano
de los miembros de la organización; la competencia se ha
vuelto enteramente formal y ajena a las relaciones de tra
bajo; el aislamiento resultante ofrece una protección en todo
comparable con la que aseguraba el sistema «adscriptivo».®®
Las desventajas son también importantes para el individuo.
El mundo burocrático es enteramente arbitrario. Los miem
bros del sistema están protegidos, si, pero al precio de un
aislamiento, respecto de la realidad, difícil de sobrellevar.
Están seguros, la sanción de los hechos no los alcanza, mas
precisamente por eso no pueden medir su propio esfuerzo. El
alejamiento de la realidad, la imposibilidad de medirse, crean
una especie de ansiedad, diríase secundaria, por la cual los
problemas de relaciones humanas adquieren importancia ex
traordinaria en el sistema burocrático. Lo que los burócratas
ganan en seguridad lo pierden en realismo; tienen que apo
yarse en difíciles y complicadas sanciones de las relaciones
humanas para juzgar sus propios logros. Por eso es un mundo
de luchas mezquinas por el prestigio y de ínfimas querellas
imposibles de zanjar, en perpetua guerra de trincheras. En
parte se libran de las angustias del hombre moderno, inseguro
de su posición en el mundo, pero acrecientan en cambio su
miope visión de las cosas, su encono en la lucha por el poder, i
que son los caracteres específicos de un sistema social dema
siado rígido. í
;
9d Traducimos así la oposición a s c r ip tio n -a c h ie v e m e n t cara a Tal-
cott ParsoDS.