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Melina Romero
La mala víctima
Por Ileana Arduino
Melina Romero fue presentada, como muchos otros jóvenes pobres, por sus
carencias: ni estudiaba, ni trabajaba, ni era una "buena adolescente".
Confirmada su muerte, hoy no es una buena víctima. Para Ileana Arduino,
abogada con experiencia en políticas de género, el caso Melina es la
consecuencia de modos de relación dominante: vivimos en sociedades que
enseñan a las niñas a no ser violadas en lugar de enseñar a los varones a no
ser violadores.
reinstalación de estos discursos que culpan a la víctima es una oportunidad para insistir
respecto de algunas otras cuestiones que suelen quedar opacadas por la violencia del
hecho ocurrido y neutralizadas por la provocación discursiva.
El mecanismo busca reforzar la idea de que aquellas chicas que asuman lo que en los
varones es visto como atributo sean responsabilizadas por ello, por pasar sus días
buscando, parafraseando a Lydia Lunch, satisfacción, o peor aún, su satisfacción. No
importa si esas son las circunstancias del caso de Melina, pero en todo caso la
oportunidad, y lo poco que se sabe acerca de dónde fue vista, fueron desprolijamente
amalgamados en una serie de lugares tan comunes como sexistas. A pocos días de
sus desaparición, Melina empezó a ocupar la escena bajo una serie de expresiones
negativas, muy en línea con esa operación ideológica que reduce la biografía de los y
las jóvenes pobres a ser definidos por la carencia, los “Ni Ni”. Ella ni estudiaba, ni
trabajaba, ni era una buena niña, por lo tanto no es hoy una buena víctima.
En este punto, basta con tomarse unos minutos para evocar la forma en que Ángeles
Rawson, del barrio de Palermo era presentada públicamente para constatar que entre
nosotros también es posible encontrar aquella forma diferenciada de tratamiento
categorizada con la noción de “víctima blanca” en los Estados Unidos, lo que constituye
casi una redundancia. Todo lo que en el perfil público de Ángeles u otras “buenas
víctimas” aparece definido como pérdida de oportunidad, como vidas inexplicablemente
truncadas, “arrebatadas” se suele decir, en casos como el de Melina, aparecen
definidos como carencias, se las presenta como causas, y a ellas como responsables.
Esta distinción y el modo en que se refuerzan las diferencias políticamente construidas
y discursivamente reforzadas podría apoyarse, con ayuda de Judith Butler, en las
nociones de precariedad de la vida y la existencia diferenciada según seamos o no
dignos, o dignas, de duelo. Así, en el texto introductorio de “Marcos de la guerra. Las
vidas lloradas”, Butler enseña que la precariedad es constitutiva de toda vida mientras
que la precaridad es ya una condición política inducida que diferencialmente expone a
las personas. Podríamos aventurar que entre ambas vidas, Angeles y Melina, hay
una precariedad compartida en términos de género, que converge con la precariedad
diferencial de Melina. Desde la presentación discursiva dominante, algunas pérdidas de
vida nos son presentadas como dignas de llanto, mientras muchas otras aparecen
condenadas a soportar una exposición diferencial a la violencia y la muerte, y por lo
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Al mismo tiempo, aunque jerarquizados, los varones son, tal como enseña Rita Segato
en “Las estructuras elementales de la violencia”, presionados por la moral tradicional y
el régimen de estatus a reconducirse todos los días, por la maña o por la fuerza, a su
posición de dominación. Ambas trayectorias, por razones distintas, son degradantes.
machacar con que la clave del éxito está en la disposición (para los demás) de sus
cuerpos, en la misma operación las condena por eso.
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Para ocuparse de lo que ocurrió, habrá tiempo cuando la atención se desvíe hacia otro
lado, si es que la pérdida de un tiempo inicial que todos repiten como determinante
pero pocos respetan, puede ser recuperado.
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