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1. Historia.
La anosognosia, como todo, tiene una historia específica que, si bien
seguramente no es la recogida en la literatura científica (no todo lo
recogido científicamente es lo único que existe y, por supuesto, no todo lo
que existe está documentado), es con lo que podemos contar. En los
tratados de Neuropsicología o de Neurología no se suele tratar este
constructo separado de otros (como la memoria o la atención) sino dentro
de algunos temas específicos como los referentes al lóbulo frontal o bien a
la conciencia o en el contexto de una enfermedad o síndrome neurológico
(como la Demencia Tipo Alzheimer o el Accidente Vascular Cerebral
hemisférico derecho). Una excepción a lo anterior es el capítulo de
Martínez Rodríguez (2007) en el magnífico manual de “Neurología de la
Conducta y Neuropsicología, editado por Peña-Casanova (2007).
No obstante, existen varios libros fundamentales para entender el campo
de la anosognosia, como los publicados por Prigatano (1991, 2010), siendo
éste, probablemente, el autor más prolífico en este ámbito.
Aunque tenemos el dato anecdótico de Séneca al describir a una mujer
que negaba su propia ceguera (Sánchez, 2009), quizá el primer dato con el
que contamos (insistimos que es a lo que podemos tener acceso;
probablemente en la historia encontremos personajes que hayan
padecido una anosognosia y sería una labor de detective el localizarlos
para comprender mejor la historia de este déficit) fue el publicado por
Von Monakow, que describió a un paciente que no era consciente de su
ceguera, trastorno que tenía como consecuencia de un daño en zonas
primarias visuales corticales. Entre los años 1893 y 1899, Anton describió
algunos casos clínicos de pacientes que presentaban diferente (ceguera,
sordera cortical, hemiplejias) que no eran conscientes de estas
alteraciones (Feinberg et al., 1997; Donoso A, 2002).
Fue Babinski en 1914 y, posteriormente, en 1918, el que hizo una
descripción de pacientes que presentaban hemiplejia izquierda y que no
tenían conciencia de que dicha parte del cuerpo estuviera sin movimiento
y llamó a esto “anosognosia”. Tal como recoge Martínez Rodríguez (2007),
tomado de Babinski: “Es como si el sujeto se desinteresara
completamente por su brazo paralizado, como si tuviera incapacidad para
fijar en él su atención”.
Previamente a esta denominación de anosognosia de Babinski, Meige
(1905) utilizó la expresión “amnesia motora funcional” para referirse a
este fenómeno. Según Meige (tomado de André JM et al., 2004): “Sin
embargo (hablando de la hemiplejia) (...) músculos, primitivamente
inertes, poco a poco recuperan la totalidad o parte de su contractilidad,
pero el paciente no hace uso de ellos. Numerosos movimientos que eran
imposibles en las etapas iniciales de la enfermedad subsiguientemente
son posibles, pero no se llevan a cabo. El hemipléjico no los conoce. Se ha
olvidado de ellos”. Realmente, leyendo a Meige, da la impresión de hablar
más de un cuadro apráxico -que él refiere como amnesia motora- que de
una verdadera anosognosia.
Posteriormente, a mediados de los años noventa, se han descrito muchos
casos de anosognosia y se les ha intentado dar explicación desde
diferentes disciplinas y asociados a cuadros diversos y no sólo motores
(Sandifer, 1946; Cobss, 1947; Weinstein, 1950; Oppenheimer, 1951).
2. Definición
Según la RAE, anosognosia es un término de la Psicología que significa
“enfermedad que consiste en no tener conciencia del mal notorio que se
padece”. Esta definición introduce un término (enfermedad) que la
diferencia de otras “no conciencias del mal notorio que se padece”.
Además, hace referencia a algo que es principal en el diagnóstico de
anosognosia: es la no conciencia del mal propio y no del mal que se pueda
estar provocando a otros.
Según Prigatano (2005) “la anosognosia se define como el fenómeno
clínico por el cual un paciente con una disfunción cerebral no parece ser
consciente del deterioro de la función neurológica o neuropsicológica, que
es evidente para el médico y para otras personas. La falta de conciencia
parece específica de los déficit propios y no puede ser explicada por
hiperarousal o deterioro cognitivo generalizado”.
En la definición de Prigatano ya aparecen algunos datos diferentes:
—existe una disfunción cerebral,
Tabla1.jpg
En este apartado vamos a referirnos puntualmente a algunos puntos de
esta clasificación para ahondar en apartados posteriores en aspectos que
precisan mayor profundización.
En lo referente a los trastornos que cursan con anosognosia, los más
frecuentes son los referidos en la tabla número 2 (se nombrarán tan sólo
algunas referencias de las múltiples que existen).
tabla2.jpg
Además de estos hay algunos casos documentados en otros trastornos
como en la Demencia asociada a la Esclerosis Lateral Amiotrófica
(Ichikawa H et al., 2008; Kawamura M et al., 2007), la Degeneración
Corticobasal (Zamboni et al., 2010) o la Esclerosis Múltiple (Stip et al.,
1994).
Desde un punto de vista sintomático o sindrómico, los cuadros típicos en
los que se encuentra la anosognosia son los referidos en la tabla número
3.
tabla3.jpg
Igualmente, existen casos anecdóticos como la “apraxia respiratoria y
anosognosia” en pacientes con respiración de Cheyne-Stokes (Hebertson
WM et al., 1959).
En cuanto a la clasificación tipo III, hace referencia fundamentalmente a la
las manifestaciones acompañantes o derivadas de la anosognosia. No se
trata de lo comórbido, que se exponen en las clasificaciones I y II sino de
qué ocurre cuando la anosognosia está instaurada como consecuencia de
la anosognosia. Las consecuencias más típicas son:
A—Anosodiaforia. Se trata de la “indiferencia” hacia la enfermedad o,
como diría Gil (2007), “hacia la hemiplejia”. Suele darse principalmente en
relación al déficit motor.
5. Exploración de la anosognosia
Aunque el diagnóstico de la anosognosia es fundamentalmente clínico,
existen algunos instrumentos que pueden servir para el diagnóstico de la
misma.
Dos instrumentos propuesto por Della Sala (2009) y nombrados
anteriormente son el Visual-Analogue Test assessing Anosognosia for
motor impairment (VATA-m) y el análogo pero en la afasia (VATA-l). Tal
como indican los autores, se trata de un cuestionario donde se pide a los
pacientes que valoren su capacidad motora (o lingüística, dependiendo de
cuál sea). Cada pregunta se ilustra con un dibujo simple y una escala
visual-analógica de 4 puntos se utiliza para problemas de tipo motor o de
lenguaje, donde 0 indica que "ninguna dificultad en la realización de la
tarea" y 3 indica "grandes dificultades o imposibilidad para llevar a cabo la
tarea". Los pacientes pueden indicar la respuesta mediante una respuesta
verbal o por medio de la respuesta del motor, señalando el dibujo.
Otra prueba utilizada para la valoración de la Mayo-Portland Adaptability
Inventory (MPAI) (Murrey et al., 2005), probada para detectar pacientes
con déficit de cortezas prefrontales y para la evaluación de anosognosia
en los daños cerebrales sobrevenidos.
Otra aproximación fue la de Nimmo-Smith et al. (2005) basándose en
preguntas sobre tareas bimanuales o unilaterales, siendo superiores en
especificidad y sensibilidad las bimanuales.
Por otro lado, la Catherine Bergego Scale (Azouvi et al., ND; Bergego et al.,
1995) ha sido probada también para la anosognosia, incluyendo ciertos
apartados que dan luz en este sentido.
Las indicaciones de Bisiach et al. (1986) escalaron, mediante preguntas
específicas, en los siguientes grados de anosognosia:
—Grado 0: No anosognosia. El paciente explica su trastorno;
7. Tratamiento de la anosognosia
No existe evidencia tipo A de ningún tratamiento para la anosognosia que
haya mostrado efectividad.
Algunas propuestas como las de Bottini et al. (1995) o Vallar et al. (1990)
sobre la estimulación vestibular y la relación con algunos aspectos de la
conciencia del déficit no tienen más que evidencia de grado E.
Es el campo más vacío dentro del estudio de la anosognosia.
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