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Cómo el derecho se trata de las normas (y cómo ellas no son el derecho)

Daniel Caycedo V.

Bogotá, 2018

Universidad de los Andes

Llevo unos cuantos años entrando, de lunes a viernes, a la biblioteca de la facultad de derecho.
Paso, una a una, las grandes hileras de libros. Los organizamos por su similitud. Somos capaces de
categorizarlos por su contenido: la primera hilera con la que me encuentro está llena de derecho
penal, la segunda de procesal constitucional, seguido de derecho administrativo, estructura estatal,
legislación, derecho de familia, de bienes, obligaciones; si me dirijo al lado contrario me encuentro
con un rincón de cuatro estantes en el que está la teoría del derecho, y sucesivamente la sociología
juridica, y después un poco de antropología de esta misma clase. Toda esta gran cantidad de libros
está en la misma biblioteca, y todo parece tratar sobre un mismo tema; ese confuso término:
‘derecho’.

Una buena cantidad de libros en ese rincón, que resultan ser los más gastados en el estante,
por su uso, me dicen que el derecho es un sistema de normas, y hacen distinciones analíticas entre
las clases que hay de ellas. Otros, con un uso similar, añaden principios. Si miramos con más detalle
encontramos más libros que tratan el tema de manera similar, y otros que tratan temas similares sin
tratar el mismo tema. No he leído todos los libros que contienen estos cuatro estantes para explicar
con detalle todas las pequeñas divergencias que hay entre ellos, ni deseo en este texto entrar lo
suficiente en ellas para darme cuenta de que son enormes.

Lo que me impulsa a escribir es que en un principio creía lo que decían dichos libros gastados.
Antes de entrar a estudiar en esta facultad sabía que los abogados estudiaban las leyes que regulan
nuestra vida social, por lo que la idea de que el derecho es un sistema de normas me parecía lo más
sensato. El asunto es que ninguno de los programas que organizaban las lecturas de mis cursos me
pedían leer estas normas, sino algunos apartes de todos estos libros por los que cruzo cada semana.
Al parecer, saber las normas no es lo más importante; sólo de vez en cuando tengo que consultarlas,
especialmente para resolver los casos con los que me enseñan.

El resto está en los libros.


II

Todos esos libros que tratan de una misma cosa, que podemos meter en una misma biblioteca.
Todos esos libros que debo leer, releer, consultar constantemente y comprar para tenerlos a mano.
Todos los abogados occidentales los conocemos. Todos los tenemos, y pareciera que entre más los
acumulamos, en nuestros estantes y cabezas, mejores abogados somos.

¿Por qué, entonces, es el derecho un sistema de normas? La biblioteca en la que aprendí eso
me dice, día a día, lo contrario. Parece mejor decir que el derecho es un sistema de libros, dentro
de los cuales tenemos algunos que contienen normas, y muchos que se encargan de estudiar cosas
que se relacionan con ellas: de explicar lo que contienen, las ideas que las anteceden, que generan
y que las generan, que se encuentran bajo ellas, sobre ellas y (por qué no) en ellas.

Ahora que lo vuelvo a leer suena extraño decir que el derecho es un sistema de libros. Ello
borraría todas las distinciones que con tanto cuidado han tratado de hacer los autores de los libros
gastados. Todas las disciplinas tienen sistemas de libros (cada facultad tiene su biblioteca, o, por
lo menos, comparte una con otras facultades). Todas las carreras tienen en sus programas apartes
de libros. Lo que cambia es lo que contienen los libros: cambian las palabras, las realidades de las
que ellas se desprenden, y que de ellas se desprenden. También cambia que en nuestras bibliotecas
tenemos esos libros que contienen normas, y que todas las palabras-realidades se relacionan de
alguna manera con ellas.

Mi interés no es entrar en el problema de las diferencias (que son muchas pero sutiles); ello
implicaría definir qué es el derecho. Lo que quiero es entender qué implica que el derecho, en
principio, sea un sistema de libros, y qué implica que nuestras bibliotecas tengan como objeto esos
libros normativos.

III

Empecemos por entender qué es un libro.

Hojas con muchas manchas de tinta. Manchas de tinta que tienen formas, que se repiten y que
parecen ser de una cantidad determinada. Esas formas generan formas más largas, que parecen
significar algo dependiendo del orden en que se organicen. Y esta organización de formas genera
organizaciones más largas y complejas, en las que interactúan algunas manchas pequeñas que
definen el tamaño de la primera letra, el ritmo en que se lee, la organización en la que se lee, y por
tanto la manera en que se significa. A esas formas más largas les llamamos palabras, a la
organización de formas largas les llamamos oraciones, y a las manchas pequeñas signos de
puntuación.

Tenemos palabras, oraciones y signos de puntuación; que ante todo son formas que refieren a
algo más: símbolos que transmiten significado. Significado que nos hace entender algo más que no
está en el libro. Significado que necesita de algo más que el libro y sus símbolos, que requiere de
algo que lo anteceda para significar y que también esté en el lector para que signifique.

Los libros son conjuntos de símbolos que se refieren a algo que no está en ellos, pero que los
antecede, y que los sucede. En ese algo está el contenido de los símbolos y, por tanto, lo que
significan para quien los lee. Creo que ese algo debe estar en el contexto del lector1 (recordemos
que el que escribe también es lector [su propio lector y lector de otros]).

El lector significa contextualmente. Significa su contexto y a partir de su contexto2. El contexto


define lo que significa, y lo que se significa es el mismo contexto. Pero no todo el contexto
transmite significado; existen elementos contextuales a los que se les impone. No deseo entrar en
la problemática de origen del significado. Los elementos que hemos sentado son suficientes para
mis propósitos. No obstante, sí me acojo a una tesis sobre este problema: el significado yace en
una comunidad que lo genera: una comunidad interpretativa (Fish, 1980).

El sujeto organiza su realidad a partir del significado de un sistema de símbolos que median
su entendimiento del contexto, y, por tanto, del texto. Los textos, como ya vimos, a la vez
reorganizan el significado de estos símbolos, y por lo tanto el significado de la realidad.

Los libros suponen comunidades interpretativas que permiten el significado en ellos, y


reorganizan constantemente el significado a la vez que cambian las prácticas interpretativas de
estas. A la vez, el libro es capaz de redefinir símbolos mediante el uso de otros símbolos
divergentes, cuyo significado se actualiza a partir de cambios en las practicas interpretativas.

IV

1
La otra opción es que esté en otros meta-símbolos que signifiquen los símbolos. El asunto es que entraríamos a
perseguir nuestra propia cola encontrando los símbolos que significan los meta-símbolos. Por lo tanto, no creo que
el lenguaje se signifique a sí mismo en un inicio de significación (pero sí es posible significar símbolos a partir más
símbolos; el asunto es que ello requiere de la existencia de un símbolo con significado que signifique al otro).
2
Es interesante la similitud entre las palabras ‘texto’ y ‘contexto’. El prefijo ‘con’ nos refiere a totalidad, y ‘texto’
(textus) a tejido. El texto es un tejido y el contexto la totalidad con la que está compuesto.
El derecho, como sistema de libros repletos de símbolos, es un sistema que supone una
comunidad interpretativa. El significado de los libros se actualiza con los cambios en las prácticas
interpretativas. Basta con el cambio en el significado de uno o algunos de estos símbolos para que,
a partir de él, se redefinan otros símbolos.

El significado de los libros del derecho es un conjunto de prácticas de una comunidad


interpretativa. El derecho es el conjunto de símbolos que contienen sus libros, y por tanto es
también las prácticas que le dan sentido a ellos. Estas practicas a la vez definen el significado de
las normas, pues ellas son parte del contexto que los libros buscan significar. Los libros median el
entendimiento de las normas, y el entendimiento de los libros está definido por las prácticas de una
comunidad interpretativa que los antecede y sucede. El significado de las normas es, entonces,
definido por una comunidad interpretativa.

En este momento tenemos dos elementos que hemos considerados como entidades
diferenciables y estables: los libros y las normas.

He dicho que los libros definen el significado de las normas. Esto sugiere que existen dos
niveles de significación: leer los libros para entender las normas y leer las normas para tomar
decisiones sobre situaciones problemáticas. No obstante, así no funciona nuestra relación con las
normas. Los libros suponen la existencia de las normas en tanto ellas son su objeto: el propósito de
la dogmática es hacer inteligible un conjunto de elementos normativos, por lo que podemos
encontrar en un libro sobre la prescripción adquisitiva del dominio una serie de citas al Código
Civil. A estas normas se les añaden conceptos, principios, entendimientos históricos y comparados,
e incluso críticas sobre la incoherencia de una norma con el resto de sus pares. El significado de
las normas, entonces, se ve inmerso en el significado de los libros; la autonomía significativa de
ellas se desvanece en los textos dogmáticos.

Sin embargo, los abogados seguimos teniendo códigos en nuestra biblioteca. Los utilizamos,
como ya lo he dicho, para tomar decisiones sobre situaciones problemáticas. El asunto es que ellas
no definen en sí mismas la decisión que vamos a tomar. Cuando leemos “los bienes de uso público
no se prescriben en ningún caso”, sabemos qué es un bien de uso público y qué es la prescripción,
y también sabemos de antemano que los bienes de uso público son imprescriptibles, pues resultaría
impensable que un capítulo sobre la prescripción adquisitiva en un tratado de bienes no señalara
dicha imposibilidad. ¿Por qué seguimos consultando las normas?

Concibo dos posibilidades: (i) las normas nos permiten entender algo que los libros no nos
dejan entender, o (ii) el valor de las normas está en algo ajeno a su capacidad de significar. Creo
que ambas posibilidades son, en cierta medida, verdaderas. Tratemos la segunda posibilidad en
primer lugar. Las normas se nos presentan como textos autoritarios. Si bien los libros nos dan su
significado, no podemos citar únicamente los libros para tomar o generar decisiones; necesitamos
la fuerza de las leyes: “en virtud del articulo 2499 del Código Civil, mi cliente, acreedor
hipotecario, tiene prelación sobre otros acreedores para realizar la garantía de su obligación”. Ellas
hacen exigible una prescripción: el texto de las normas no funciona como transmisor de significado,
sino como transmisor de fuerza.

Este elemento se mantiene en la primera posibilidad, y nos permite entender lo que supone que
el objeto de los libros sean las normas. Ellos presentan el significado de una norma, pero el
significado de una norma no es estable. La dogmática evoluciona con las prácticas de una
comunidad interpretativa, pero las normas se mantienen. La autoridad de las normas se mantiene
en tanto ellas no transmiten en sí mismas el significado3. Lo que se rompen son los libros: los
significados de las normas. Ellas se hacen necesarias cuando las prácticas interpretativas hacen
insuficientes a los libros existentes4; a partir de ellas se crean nuevos libros para responder a dichos
cambios.

VI

Las normas funcionan de manera similar a los datos de campo en la sociología: cuando las
abstracciones resultan insuficientes para responder a las necesidades teóricas, se hace necesario
revisitarlos para reinterpretarlos. El asunto es que esa reinterpretación supone una nueva practica
interpretativa que permita resignificar los símbolos significados por practicas previas. Es esto por
lo que el derecho no está en las normas. Ellas son el objeto del derecho; el derecho está en las
prácticas que significan los símbolos que las significan. El derecho está en la manera en la que

3
Hay casos en que cambios en los entendimientos culturales de la sociedad más amplia llevan a cambios en las
normas mismas. Esto tiende a suceder en sociedades legocéntricas, pues están convencidas de que el reformismo
sólo puede darse por via legislativa.
4
Una insuficiencia puede darse por nuevas significaciones teóricas. Un buen ejemplo de esto es la función social de
la propiedad. El trabajo de Duguit tomo tal dominancia que todos los tratados sobre la propiedad debían tener en
cuenta esta limitación a los poderes del propietario, y las tendencias jurisprudenciales se adaptaron a este sentido.
entendemos nuestro objeto, y en la manera en que entendemos lo que entendimos. Las normas son
insuficientes para describir este fenómeno; son tan sólo que permanece en el fondo de su vaso.

VII

¿Qué, entonces, debe estudiar la teoría jurídica para entender su tarea de explicar la totalidad
del fenómeno que llamamos ‘derecho’? Toda actividad jurídica, como lo he delineado, contiene
una inter-con-textualidad5 implícita. Esto es, una serie de preceptos que determinan la manera en
cómo leemos la realidad problemática frente a la cual el derecho debe actuar. La iusfilosofía, a mi
parecer, debe estudiar las prácticas que determinan estos preceptos.

El entendimiento del derecho yace en el entendimiento de las maneras en las que interactuamos
con las ideas que lo componen: los actos comunicativos implícitos en él6. El giro interpretativo que
da la ciencia jurídica a finales del siglo pasado ya da señales de este énfasis7. El constante
enfrentamiento que el abogado tiene con los textos llama a una buena parte de los teóricos del
derecho a buscar en la hermenéutica herramientas que permitan explicar un elemento clave en esta
relación: la interpretación. No obstante, lo que marca el giro interpretativo es que el entendimiento
de la interpretación en él no se limita a la lectura de textos, sino a la lectura del contexto: la
comprensión humana es una relación interpretativa, y la comprensión “es el modo específicamente
humano de vivir” (Arendt, 1994: 4). El hecho de situarme en una habitación y observar los objetos
que me rodean implica una interpretación de los objetos: un acto en el que se produce sentido de
ellos, o sobre ellos (Percy, 1958).

La intercontextualidad a la que me refiero se da debido a que el “pensamiento, la


conceptualización, la formulación, la comprensión, el entendimiento, o lo que se quiera, no consiste
en sucesos fantasmales dentro de la cabeza sino en un apareamiento de los estados y procesos de

5
No utilizo la palabra intertextualidad debido a que las ideas que compartimos no yacen en los libros en sí, sino en
las practicas interpretativas que organizan el significado de los libros de nuestra comunidad, que los preceden y
suceden (no sólo en el sentido de que permanecen después de ellos, sino que hacen posible su contenido en sí).
Tampoco digo contexto compartido debido a que el derecho sí tiene un elemento transnacional poco
contextualizado. Hay ideas generales del derecho que trascienden contextos, pero que en cada contexto toman una
forma específica. López (2016) ha examinado estos modos de transformación en la cultura jurídica latinoamericana.
6
No todo lo que considero hace parte del ‘derecho’ yace en la escritura, sino también en la oratoria y en el
comportamiento del jurista. Todos estos elementos generan significado: general algún tipo de idea en una mente.
7
Esto no significa que el problema de la interpretación no haya estado presente previamente en el pensamiento
iusteórico. En realidad, no me parece descabellado decir que toda teoría juridica ha tratado el tema, con diferentes
grados de complejidad. El asunto es que la predominancia de la interpretación en la el entendimiento filosófico en
general se transmite a la filosofía juridica a finales del siglo pasado. Para esto ver: West (2000) Are There Nothing but
Texts in This Class? Interpreting the Interpretative Turns in Legal Thought.
los modelos simbólicos, con los estados y procesos del mundo más amplio” (Geertz, 2003: 187).
Estos modelos simbólicos no surgen del individuo, sino que son fuentes extrínsecas de información
internalizadas mediante procesos de socialización. Son supuestos que nos permiten entender cada
elemento del entorno, y a nosotros mismos en tanto somos parte ese entorno: ellos definen los
rasgos relevantes de una situación, lo razonable de un argumento, la fuerza de una idea, lo deseable
y todo aquello que implique una valoración.

Los supuestos se generan a partir de una pertenencia a una comunidad interpretativa, o, si se


quiere, a un campo social (Fish, 1980; Bourdieu, 2002). Desde esta perspectiva la interpretación
está constituida por los modelos simbólicos compartidos por una comunidad, y constituye la
uniformidad de las prácticas en ella. Las practicas judiciales son un reflejo de una actividad
interpretativa.

La propuesta de López (2016) de investigar una ‘teoría pop del derecho’ y no una ‘alta teoría’
está orientada en este sentido8. El razonamiento jurídico depende de los elementos culturales
disponibles en una comunidad hermenéutica. Tanto las ideas en sí mismas, como los textos
normativos, no tienen sentido sin contexto9. La abstracción que busca realizar la teoría juridica de
los libros gastados para definir un entendimiento general de lo qué es el derecho jamás va a lograr
abarcar la totalidad de su fenómeno. En un sentido similar al de Llewellyn, creo que es mejor hablar
de núcleos que describan un mínimo de un elemento del fenómeno sobre el cual podamos comenzar
a construir, no una definición del derecho, sino una explicación del razonamiento jurídico: de cómo
funciona nuestra interacción con las ideas normativas10. En tanto esta interacción está compuesta

8
La idea de una teoría pop del derecho me parece similar a la idea barthesiana de las reglas de lo verosímil critico
(Barthes, 2006: 14-17). Lo que propone Barthes, a grandes rasgos, es la existencia de una estética del público, en el
sentido aristotélico, de la critica literaria. Es decir, una creencia de masas sobre lo que es posible y, por tanto,
verosímil. Lo que busca Barthes en gran parte de esa obra (Critica y Verdad) es una reconstrucción de las normas de
lo verosímil crítico a partir de un estudio de aquello que la critica no puede transgredir, compuesto por aquello que
la critica hace ver posible a su público. López precisamente plantea esto, pues la “teoría pop del derecho es, por
contraste con la alta teoría, el estudio e identificación de los presupuestos teóricos que informan la practica cotidiana
del derecho” (2016: 52). Estos presupuestos teóricos no son puros, sino transformados por un contexto
hermenéutico especifico que “dominan los contornos de un discurso aceptable” (2016: 58), es decir, de lo verosímil.
9
Esto no quiere decir que si se presenta una oración descontextualizada no produzca sentido (en realidad, produce
el sentido que produciría en el contexto más común en el que la frase podría darse [Fish, 1980]). En cambio, se refiere
a que los símbolos en sí mismo contienen un contexto que los significa.
10
Este concepto busca abarcar la relación entre los libros y las normas descrita previamente. Al no poder
considerarlos como entidades de significado independiente, pero tampoco poder mezclar enteramente su valor, no
podemos decir que los libros contienen todo de las normas, y mucho menos que las normas contienen todo de los
libros. En cambio, si hablamos de ideas normativas se concibe el elemento del significado como uno sólo, sin
descartar el valor divergente de ambos.
de prácticas, su estudio necesariamente debe ser contextual, es decir, basado en un análisis empírico
de las practicas jurídicas en un contexto especifico.

VIII

Hay un asunto por clarificar en este entendimiento de la interpretación jurídica. Uno de los
propósitos hermenéuticos de la teoría jurídica ha sido establecer unas reglas de la interpretación
para alcanzar respuestas correctas en la decisión judicial. No obstante, la perspectiva que he
intentado delinear, en tanto concibe la interpretación como una práctica social, en principio no
otorga elementos con los que se pueda elaborar las reglas que definen dicha corrección sino con
los cuales se puede reconocer una generalidad interpretativa. La razón de ser de esto es que no
considera a la interpretación como una actividad con necesidad de límites, sino como una estructura
de límites en sí (Fish, 1980: 356).

Los supuestos interpretativos definen lo que puede ser interpretado: lo aceptable dentro de
dicha estructura. El individuo que interpreta no puede escapar a la jaula que genera estos supuestos.
El interprete se entiende a sí mismo desde su lugar dentro del campo social, y conforma su identidad
desde el sistema de supuestos culturales que explican la uniformidad de las prácticas dentro de su
campo: internaliza las reglas del campo11 (Bourdieu, 1992). Esto implica que el individuo cree en,
y organiza su comprensión del entorno a partir de, ellas12. Por ello, no considero posible una
relatividad en las practicas interpretativas de una comunidad hermenéutica: la esencia de la
interpretación supone un nivel amplio de uniformidad.

La imposibilidad de generar modelos de corrección, en tanto modelos valorativos, es que ellos


no surgen de la interpretación misma, sino de los valores y propósitos perseguidos por una
comunidad interpretativa, que definen sus supuestos y, por tanto, su manera de leer. La corrección
es externa a la interpretación. Lo que una comunidad interpretativa considera como una
interpretación ‘correcta’ depende de su coherencia con los supuestos comunitarios. El asunto es
que estos supuestos no son permanentes; si bien son estables, están en un constante sometimiento
a la reevaluación.

11
Para un análisis empírico sobre el tema, el cual lee los datos desde la teoría de Bourdieu, ver Sommerald (2007)
Researching and Theorizing the Processes of Professional Identity Formation.
12
A esto Foucault (2014) le ha denominado subjetivación. La identidad se construye a partir de las practicas
discursivas de su sociedad.
En el campo jurídico esto toma una relevancia especial, pues la legitimidad de la interpretación
judicial depende, en buena medida, de la sociedad más amplia. En principio, los jueces son los
encargados de aplicar las normas, investidas con legitimidad democrática, y los abogados son los
encargados de utilizar esas normas para defender intereses específicos. La manera en la que se lee
desde el derecho está limitada no sólo por lo aceptable dentro del campo, sino por lo aceptable en
el espacio social más amplio al cual el derecho sirve13. Este doble nivel de legitimidad es
problemático debido a que hay una contradicción en aquello que valoran: se desea una
imparcialidad en la actividad judicial, pero una adecuación a aquello que la sociedad más amplia
considera legítimo, lo cual es esencialmente político.

IX

El derecho no puede permanecer inmune a los cambios en las creencias de la sociedad, pero
tampoco puede confundirse con ellas. La explicación a esto, a mi parecer, yace en que el derecho
funciona como un elemento de verdad en sociedades en las cuales la heterogeneidad pone la
verdad en duda. La multiplicidad de perspectivas hace que la sociedad se vea inmersa en una falta
de determinación y conflicto que requiere de elementos de estabilidad. La política es un ámbito de
consenso, pero el derecho es un ámbito de certitud. Una posición política es altamente cuestionable,
pero los derechos del individuo constituyen una verdad central en nuestro sistema cultural. Son
estos derechos, incluso, los que en permiten el ejercicio de la política. Esta última es por excelencia
un ejercicio de parcialización, mientras que el derecho reclama la imparcialidad.

Lastimosamente esto constituye, como diría Culler de la educación literaria, ‘un gigante truco
de confianza’. La doble legitimidad del derecho genera una serie de procesos y lógicas inherentes
al campo que dan aspecto de certitud, pero que a la vez son resultado de, y son reformados
mediante, una actividad política. Ya sea por parte del activismo y conservadurismo judicial, o por
parte de una acción legislativa, el deseo de cambiar un statu quo en las practicas interpretativas no
puede provenir de ellas; ellas, por sí solas, mantienen ese estado de cosas 14. El dinamismo de la

13
Estos dos niveles de aceptabilidad son analíticamente diferenciables, pero se confunden en la práctica. La
explicación de esto yace en que los juristas, al fin y al cabo, hacen parte de la sociedad más amplia, por lo que en
ellos también yace lo que ella considera aceptable respecto al derecho.
14
Si, por ejemplo, realizamos un mecanismo que defina respuestas correctas en la interpretación a partir de un
análisis de los supuestos interpretativos de la comunidad, lo que estaríamos haciendo petrificar las practicas de la
comunidad hermenéutica. Esto es básicamente lo que planea Durkheim en su distinción entre lo normal y lo
patológico como elemento para emitir valoraciones desde la sociología. Para una critica de esta distinción
recomiendo en general los trabajos de Foucault sobre las instituciones de normalización en la sociedad.
práctica interpretativa requiere de una voluntad política que la transforme. Esto implica que la
actividad de reformismo legal es, en esencia, política (lo cual no implica que el derecho sea igual
a la política).

Si toda la legitimidad del derecho parece ser una gran pantalla: ¿por qué mantenerla? ¿por qué
creer en el derecho? La actividad judicial es esencialmente simbólica. Una de las grandes
frustraciones del activismo judicial es la incapacidad del derecho para cambiar la materialidad
sociedad. Esto sucede, en parte, porque es la sociedad la que cambia la materialidad del derecho.
La actualización de los valores y propósitos del derecho requiere, en gran medida, de una
actualización de los valores y propósitos de los individuos que ejecutan las practicas interpretativas
de la comunidad judicial. No obstante, el derecho no se mezcla enteramente con la sociedad: es, en
realidad, una comunidad altamente diferenciada de ella (Abel, 1973). El derecho constituye al
individuo tanto como el individuo constituye al derecho: nos armamos de su lógica, y le otorgamos
un valor personal a ella; nos impregnamos de la verosimilitud que nos transmite el estudio y
práctica del derecho. Lo que cambia es la manera en que se entienden los valores y propósitos
judiciales, pues los grandes cambios culturales, en los cuales creen los individuos que entran a la
práctica jurídica, entran al derecho en tanto ingresan nuevos practicantes en él15. Es decir, hay un
abanderamiento del pensamiento normativo para generar cambios políticos. Lo importante de este
abanderamiento es la manera en que legitima un punto de vista para la sociedad: lo hace coercible,
si proviene de la institución adecuada (Bourdieu, 2000). El hecho de que la practica jurídica
funcione como un espacio de verdad tiene consecuencias discursivas en la sociedad más amplia.

La razón para creer en el derecho es similar a la razón para examinar el derecho del modo en
que lo presento en este ensayo: nos permite comprender la legitimidad de puntos de vista
divergentes desde un ámbito descriptivo más que prescriptivo, como nos permite comprender las
dinámicas de cambio en el derecho. El estudio de la interacción con las ideas normativas nos
permite tener un mapa del funcionamiento del derecho en un contexto especifico, y nos permite
examinar los diferentes fenómenos que se presentan dentro de él. Claro está, esto es un bosquejo
de lo que este análisis puede llegar a ser (se necesita de más trabajo empírico y desarrollo teórico

15
El trabajo de Sommerald (2007) es interesante en este sentido. En él se muestra, a partir de una amplia
investigación empírica, cómo el cambio en el entendimiento de la mujer en la sociedad constituye un cambio en el
entendimiento de ella en la práctica jurídica. Las mujeres y hombres que entran a estudiar derecho tienen una imagen
menos jerárquica de esta relación, por lo que comienza a equilibrarse la balanza. El trabajo de Bourdieu (2000) sobre
el campo jurídico sugiere algo similar.
a partir de él para desarrollar su complejidad). Sin embargo, creo que el primer paso está en aceptar
las ideas difíciles que se desprenden de este análisis para empezar a comprender nuestro lugar en
el contexto. Al fin y al cabo, esa es la manera específicamente humana de vivir.

Referencias

Abel, R. L. (1973) A Comparative Theory of Dispute Institutions in Society. Law & Society Review
(8, 2, 217-347).

Arendt, H. (1994) “Politics and Understanding”. En Kohn, J. & H. Ardent Essays in


Understanding: 1930 – 1945. Nueva York: Harcourt Brace & Company.

Barthes, R. (2006) Critica y Verdad. Buenos Aires: Siglo XXI.

Bourdieu, P. (2000) La fuerza del derecho. Bogotá: Siglo del Hombre, Ediciones Uniandes,
Instituto Pensar.

Bourdieu, P. (1997) Razones Prácticas: sobre la teoría de la acción. Barcelona: Anagrama.

Bourdieu, P. (1992) An Invitation to Reflexive Sociology. Cambridge: The University of Chicago.

Fish, S. (1980) Is There a Text in This Class? The Authority of Interpretative Communities.
Cambridge: Harvard.

Foucault, M. (2014) La hermenéutica del sujeto. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Geertz, C. (2003) La interpretación de las culturas. Barcelona: Gedisa.

López, D. (2016) Teoría impura del derecho. Bogotá: Legis.

Percy, W. (1958) Symbol, Consciousness and Intersubjectivity. Journal of Philosophy (55, 15, 631-
641).

Sommerald, H. (2007) Researching and Theorizing the Processes of Professional Identity


Formation. Journal of Law and Society (34, 2, 190-217).

West, R. (2000) Are There Nothing but Texts in This Class? Interpreting the Interpretive Turns in
Legal Thought. Kent Law Review (76, 1125- 1165).

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