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28/6/2019 Santa Evita de Tomás Eloy Martínez y la metanarración. – Critica.cl
vez como profesía, como pasado, como verdad inverosímil, como mito,
como conspiración o como invocación mágica? Para entender ese
magma,la crítica observa cada texto como un universo en el que hay
múltiples códigos; en la tradición cultural de América Latina, nada es
nunca lo que parece. Nada podría ser nunca lo que parece porque la
realidad se mueve a ritmo de vértigo: los valores, los discursos, las
famas, las fortunas, los mitos. Lo que ayer estaba acá, hoy está en otro
lado, o no está.
Partiendo del hecho de que en cada texto de esa cultura hay multiplicidad de
códigos y que en su aparición y aceptación se ha ido muy lejos, él, como
autor de Santa Evita, pensó que era posible ir aún más allá. Y fue así como
decidió ir revelando las fuentes, tanto las reales como las inventadas de la
trama ficticia imaginada a partir de un referente histórico. Y hacerlo a
medida que la novela avanzaba:
se puede escribir, creo, de dónde fue brotando cada elemento del relato,
ir compartiendo con el lector el laboratorio secreto de cada fragmento.
El lector es ya un cómplice [6] [subrayo yo]. ¿Por qué no pasearlo
entonces por todas las costuras del tejido? De ese modo puedo ir al
centro del mito, enfrentarme a la historia como cultura, situarme en un
espacio no autoritario, no cerrado, en un espacio que expone sus pasos
en falso, sus nudos mal hechos, sus tropiezos, los juegos de la palabra y
del documento.
Lo recién citado nos lleva a pensar en la conexión que, de modos muy ricos,
matizados y complejos, guarda Santa Evita con Rayuela. Estudiando la
“influencia” de esta última en la prosa argentina actual, la mencionada Rita
Gnutzman llegó a la conclusión que podría resumirse en una serie que ella
enumera y de la cual cito los rasgos que tienen fuerte presencia en la
escritura de TEM:
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Rayuela. Cuando la mencionada Rita Gnutzman le consulta a Daniel Moyano
sobre los elementos que destacaría en la obra de su compatriota, el autor de
Libros de navíos le respondió:
lo primero que siento cuando leo a Julio: alegría. Alegría con placer…uno
siente que con él la literatura deja de ser esa cosa adusta que nos
imponían nuestros escritores españolizantes, como Enrique Larreta o
Arturo Capdevilla…Nuestra literatura era de cuello duro, solemne,
aspirábamos a escribir bien como lo hacían los españoles, no nos
animábamos a usar nuestra propia habla. Nos enseñó a mirarnos de
otra manera…A dejar de mirarnos el ombligo, a burlarnos un poco de
nosotros mismos para conocernos mejor…Nos hizo ver que se podría
salir de la vocación fatalista de los tangos y entrar en el mundo lúdico
del jazz [8].
Mucho se ha escrito sobre la lección que Rayuela les significó no sólo a los
argentinos. Lo resume bien esta proposición de J.S.Brushwood:
Para ser argentino, para ser un “escritor de acá” –interpreta TEM–, era
preciso negarse a ser sentimental o a escribir libros que sufrieran la
desventura de vender algunos miles de ejemplares. Muchas de las
mejores novelas que se publicaron desde ese entonces en Buenos Aires
abusaban de la paciencia del lector y buscaban provocativamente su
tedio y su descontento. Algunas, también, borraban cuidadosamente
hasta la más inocua expresión de los sentimientos, como si se tratara
de algo ajeno a la condición humana. Poner distancia, volverle las
espaldas al lector era, se ha dicho, la marca de lo literario en un texto.
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cortazariana que se moverá el autor de Santa Evita. Recordemos lo
sostenido alguna vez por Carlos Fuentes y que sin duda TEM habría suscrito
plenamente:
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mismo narrador que lo interpela. Éste pareciera atender a las necesidades
que el lector tiene de que se pongan de relieve determinados temas. Es
también como si hiciera progresar la intriga. Lector cómplice en el sentido
que las morelianas de Cortázar le dan el término y, de ninguna manera,
alguien a quien el narrador tiene en mente sólo para complacerle. [15]
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y Evita y que había iniciado algunas investigaciones” (56). De modo que
desde ese instante ya no puede haber sino plenas certezas de que: a) el
narrador es personal; b) que se presenta como el autor del texto que
estamos leyendo; c) que lo vamos a acompañar en el proceso mismo de la
escritura, en la cual se incluye el relato de cómo va escribiéndola, de las
dificultades que confronta, etc. y d) que el autor, TEM, no sólo no permanece
en la sombra sino que también nos indica explícitamente los modos en que
maneja los hilos de la trama, de la que él mismo forma parte, aún en los
largos y numerosos pasajes en que queda afuera o al margen de los
acontecimientos que relata, sin implicación ni referencias a sí mismo, pasajes
que parecen ser relatados en 3a persona por un narrador omnisciente.
Más aún: según sostiene el hace poco citado Genette, otra de las funciones
del narrador es la “ideológica”, consistente en las intervenciones o
comentarios explicativos o justificativos del narrador sobre el desarrollo de la
acción. En el caso de Santa Evita, TEM no acata la convención de la novela
realista, que pide la retirada del autor del escenario de la acción sino que,
por el contrario, se funde su figura con la del narrador, con lo que puede
permitirse, sin que con ello perturbe al lector, no sólo articular el relato
según su código peculiar, sino también proyectar, sin vacilaciones, los
esquemas de valores, las concepciones de mundo, sus certezas e
inseguridades que se derivan de la obra en su conjunto. Cito a modo de
ejemplo un largo párrafo constituido justamente por reflexiones, que
incluyen, pero no se limitan, al ámbito de la naturaleza de la literatura y su
función, indicadoras, por ello, del por qué de la novela que estamos leyendo,
la razón misma de su existencia:
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momentos de hambre y de hartura, deseos de irse a dormir, de estar
solas. No quieren que se las saque de su rutina porque la eternidad es
eso: rutinas, frases que se encadenan interminablemente, anclas que
las amarran a cosas conocidas. Pero así como detestan ser desplazadas
de un lugar a otro, las almas también aspiran a que alguien las escriba.
Quieren ser narradas, tatuadas en las rocas de la eternidad. Un alma
que no ha sido escrita es como si jamás hubiera existido. Contra la
fugacidad, la letra. Contra la muerte, el relato (62).
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que cuando un ser histórico ha sido redimido se puede citar todo su
pasado: tanto las apoteosis como lo secreto (64).
Y todavía más: el texto nos comunica varios de los motivos que le dieron
origen. Vale decir: su autor nos narra no sólo el cómo lo estructuró sino
también qué provocó su existencia. En este capítulo decisivo que estamos
apostillando, “Contar una historia”, se anuncia uno de esos motivos pero no
se le da desarrollo, con lo que se consigue crear un suspenso de gran fuerza,
entrañablemente trabado a la trama misma de la novela. Se nos revela:
fue un fracaso aún más hondo [ya ha contado otros de índole diversa] el
que dio origen a este libro. A mediados de 1989 yacía yo en una cama
penitencial de Buenos Aires, purgando la calamidad de una novela que
me nació muerta, cuando sonó el teléfono y alguien me habló de Evita.
Nunca había oído antes aquella voz y no deseaba seguir oyéndola. Sin
el letargo de la depresión quizás habría cortado. Pero la voz, insistente,
me hizo levantar de la cama y me internó en una aventura sin la que
Santa Evita no existiría. No ha llegado el momento aún de contar esa
historia, pero cuando la cuente se entenderá por qué (64).
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apunta también a preocupaciones que son medulares cuando se trata de un
texto que parte de la Historia. Así, por ejemplo, el narrador nos dice que en
el arduo trabajo de reaprendizaje de la escritura que le significó elaborar
Santa Evita
los personajes conversaban con su voz propia a veces y otras con voz
ajena, sólo para explicarme que lo histórico no es siempre histórico, que
la verdad nunca es como parece (65) [22].
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El párrafo de cierre del capítulo con cuyo análisis quisimos mostrar el
carácter de metaficción que asume el discurso narrativo de Santa Evita es
el siguiente:
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Siempre en esta línea de establecimiento de concepciones literarias, el autor-
narrador se vuelve nuevamente sobre la reconstrucción-invención que es el
texto que transcribe de Alcaraz y propone lo siguiente:
Bibliografía
Barthes, Roland. El grado cero de la escritura. Buenos Aires: Siglo XXI, 1973.
________ El placer del texto. Buenos Aires: Siglo XXI, 1982.
Brushwood, J.S. La novela hispanoamericana del siglo XX. Una vista
panorámica. México: FCE, 1984.
Fuentes, Carlos. “Prólogo” a VVAA, Visiones cortazarianas: historia, política y
literatura hacia el fin del milenio. México: Aguilar, 1996.
Genette, Gerard. Figures I. Paris: Seuil, 1996.
________ Figures III. Paris: Seuil, 1977.
Gnutzman, Rita. “El otro discurso en el discurso de Rayuela”. Escritura. XV,29
(enero-
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junio 1990): 121-128.
Martínez. Tomás Eloy. “Evita: la construcción de un mito”.El sueño argentino.
Buenos
Aires: Planeta, 1999.
__________ “Una mirada sobre la literatura argentina. El canon
argentino”.
http://sololiteratura.com/tomartelcanon.htm
__________ Santa Evita. Buenos Aires:Planeta, 1995
Pouillon, Jean. Tiempo y novela. Buenos Aires:Paidós, 1970.
Prieto,Adolfo. “Los años sesenta”. Revista Iberoamericana. 125 (1983): 889-
901.
Todorov, Tzvetan. “Las categorías del relato literario”. VVAA, Análisis
estructural del
relato.Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo (1970):155-192.
Vargas Llosa, Mario. La tentación de lo imposible. Víctor Hugo y Los
Miserables.
Madrid: Santillana Ediciones, 2004.
Villanueva, Darío. El comentario de textos narrativos: la novela. Gijón: Júcar,
1992.
NOTAS
[1] Metanarración es el término con que se alude al “discurso narrativo que
trata de sí mismo, que narra cómo se está narrando”. Vid. D.Villanueva, El
comentario de textos narrativos: la novela, Gijón, Júcar, 1992. El narrador
interfiere en el relato aclarando pormenores o peculiaridades de ese discurso
narrativo. En la literatura contemporánea no son infrecuentes los textos
construidos en forma de metanovela (novela dentro de la novela) o de
antinovela : Rayuela, por ejemplo, donde está implicado ese discurso referido
al modo como se está narrando, e incluso, a la recepción de los relatos y las
formas de lectura e interpretación de éstos. Se apunta la posibilidad de que el
lector llegue a ser “copartícipe y copadeciente de la experiencia por la que
pasa el novelista, en el mismo momento y en la misma forma“. Es el caso,
como veremos, de Santa Evita.
[2] Así llama, convencionalmente, Adriana Bocchino a uno de los tipos de
lector de Rayuela y lo diferencia del otro desarrollado por la metateoría
cortazariana incluida en la novela, al que llama “explícito”, y del que denomina
“lector libre”, construido desde las dos primeras instancias. Citado por Rita
Gnutzman, “El otro discurso en el discurso de Rayuela“, Escritura, XV,29,
Caracas, enero-junio 1990: 121-128.
[3] Vid TEM, “Evita: la construcción de un mito”,
[4] En ese mismo ensayo señala que para la escritura de Santa Evita “trató
[dice él] de repetir los mismos gestos que legitiman su trabajo los criticos de
la cultura , exponiendo (o, más bien, dejando expuesto, a la intemperie de las
miradas) lo que en todo relato hay de subjetivo, la textualidad de las fuentes,
y tomar en cuenta las redes sociales, políticas, musicales, visuales, que están
tejiendo una trama con el tiempo histórico narrado, para luego mostrar esas
redes junto al texto, donde se las pueda ver“. Id: 355. Subrayo lo que más me
importa.
[5] Habría sido el caso de Yo, el Supremo de Roa Bastos y Terra Nostra de
Carlos Fuentes que, en los 60 y 70, cuando todavía existían certezas totales,
enfrentamientos o sumisiones al poder, se propusieron sustituir las “falsas”
imágenes de la historia oficial por verdades fabuladas. Pensando en ellos, TEM
dice: “movida por un viento de justicia, la novela trataba de señalar que la
verdad había dejado de ser patrimonio del poder”. Id.: 352.
[6] En Rayuela se lee (quien habla/escribe es Morelli):”Posibilidad tercera: la
de hacer del lector un cómplice [subrayo yo], un camarada de camino.
Simultaneizarlo, puesto que la lectura abolirá el tiempo del lector y lo
trasladará al del autor. Así el lector podrá llegar a ser copartícipe y
copadeciente de la experiencia por la que pasa el novelista, en el mismo
momento y en la misma forma” . Cfr. Julio Cortázar, Rayuela, Buenos Aires,
Sudamerican,1963: 453.
[7] Vid. A. Prieto, “Los años sesenta”, Revista Iberoamericana, núm. 125,
oct-dic 1983: 889-901.Cit.:892.
[8] Cfr. art.cit. de Rita Gnutzman : 116.
[9] Cfr. J.S. Brushwood, La novela hispanoamericana del siglo XX. Una
vista panorámica, México, FCE, 1984.
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[10] Incialmente fue el texto de una conferencia que Borges dictó el 7 de
diciembre de 1951 en el Colegio Libre de Estudios Superiores. Corregida la
copia taquigrafiada, la publicó en la revista Sur, enero-febrero de 1955.
[11] Cfr. TEM, “Una mirada sobre la literatura argentina. El canon argentino”.
http://sololiteratura.com/tomartelcanon.htm
[12] Cfr. Carlos Fuentes “Prólogo” a VVAA, Visiones cortazarianas: historia,
política y literatura hacia el fin del milenio, México, Aguilar, 1996: 11-20.
Cit: 16-17.
[13] Cfr.Mario Vargas Losa, La tentación de lo imposible. Víctor Hugo y
Los Miserables, Madrid, Santillana Ediciones Generales, 2004 : 32-33.
[14] Recordemos otra afirmación tajante de Vargas Llosa: “el narrador de una
novela no es nunca el autor, aunque tome su nombre y use su biografía” (47).
Y no lo es, según reflexiona el mismo Vargas Llosa, “porque el autor es un
hombre libre” y el narrador “se mueve dentro de las reglas y límites que aquél
le fija” (íd). Es así, efectivamente, como TEM inventó un narrador en función
de lo que quería contar, a quien le puso su nombre y al que hace vivir en la
ficción algunas de las experiencias de su propia vida y muchas otras
estrictamente imaginadas.
[15] TEM fue insitente en señalar que éste es uno de los aspectos que separan
al novelista del periodista: es este último quien tiene la obligación de estar
siempre atento al lector.
[16] En la pág. 28: en la edición que manejo el texto narrativo se inicia en la
pág. 11.
[17] Información sobre las inquietudes del embalsamador de Evita, Dr. Pedro
Ara, a cuyo libro El caso Eva Perón, nos remite con adecuada información de
la ficha bibliográfica: CVS Ediciones, Madrid, 1974.
[18] Ser testigo es una de las funciones básicas que, de acuerdo con Genette,
le compete a todo narrador: éste sugiere –en el caso del narrador de nuestra
novela frecuentemente de modo explícito– cuáles son las fuentes de
información de las que parte, la posible fiabilidad de sus recuerdos, etc. Vid.
Gerard Genette, Figures I, Paris, Seuil, 1966.
[19] Jean Pouillon, Tiempo y novela, Buenos Aires, Paidós, 1970 (1946).
[20] Tzvetan Todorov, “Las categorías del relato literario”, en VVAA, Análisis
estructural del relato, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, 1970 (1966):
155-192.
[21] El título de la supuesta biografía que TEM, el autor-narrador de Santa
Evita, dice haber pensado escribir es polisémico, puede tener dos o más
significados diferentes: la muerta cuyo cuerpo anda perdido, o la mujer fácil
de vida repugnable. Juega así, en esta última significación posible, como
oxímoron no sólo léxico sino también axiológico del título de la novela:
semánticamente vinculados, uno socava y destruye al otro.
[22] Las reflexiones sobre la historia –también la entendida como
historiografía–son explicablemente abundantes en la novela. Las realiza no
sólo el autor-narrador–, también los personajes. A modo de ejemplo: el
Coronel cuando lleva el cuerpo verdadero a Obras Sanitarias, piensa: “La
historia: ¿era así la historia? ¿Uno podía entrar y salir de ella tranquilamente?
(…)A lo mejor no estaba sucediendo nada de lo que parecía suceder. A lo
mejor la historia no se construía con realidad sino con sueños. Los hombres
soñaban hechos, y luego la escritura inventaba el pasado. No había vida, sino
relatos” (176).
[23] En otro trabajo, aún inédito, estudio la presencia de textos literarios
argentinos en la novela de TEM. En la pág. 143 de Santa Evita se ofrece otra
instancia metanarrativa importante, cuando leemos: “las fuentes sobre las que
se basa esta novela son de confianza dudosa, pero sólo en el sentido en que
también lo son la realidad y el lenguaje: se han infiltrado en ellas deslices de
la memoria y verdades impuras”.
[24] Vid Roland Barthes, El grado cero de la escritura, Buenos aires, Siglo
XXI, 1973 [1953] y El placer del texto, Buenos Aires, Siglo XXI, 1982
[1973].
[25] “Evita fue un producto mío. Yo la hice”, afirma el personaje de la novela
(83).
[26] El discurso metaficticio se destina en Santa Evita no sólo a la escritura
narrativa: por ser reflexión mantenida sobre una novela histórica, dirige
también sus inquisiciones a la historiografía. Se afirma, por ejemplo, por
medio de una pregunta claramente retórica: “si la historia es –como parece–
otro de los géneros literarios, ¿por qué privarla de la imaginación, el desatino,
la indelicadeza, la exageración y la derrota que son la materia prima sin la cual
no se concibe la literatura?” (146).
[27] Vid. Gerard Genette, Figures III, Paris, Seuil, 1977.
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