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Las prácticas secuestradas.

Revisión y crítica sobre la prohibición del sexo.

Considero que no existe persona que no sienta que el género le impone demandas. Hoy en
día el género es entendido como una construcción social, y como tal, se enfrenta a la
constante evaluación y aprobación grupal. Desde las tiendas para los neonatos hasta los
tiendas de videojuegos, podemos observar dichas demandas en acción. Siendo este el
panorama, no debe sorprendernos que las demandas del género ya hayan invadido los
ámbitos más personales de nuestras vidas, incluyendo nuestras prácticas sexuales.
El género, como yo lo interpreto desde la construcción popular, se estructura en un binario.
Para el vulgo no existen más que los hombres y las mujeres; lo femenino y lo masculino; y,
en consecuencia, lo heterosexual y lo homosexual. Todo aquello que no se exprese en
estas dualidades puede existir mientras cuente con acotaciones que lo refieran a algún
binario (ej. el hombre ​afeminado​, l​ a​ trans, la persona ​bi​sexual).
Algunas veces he observado que las personas que adquieren estos apellidos en sus
identidades pueden estar muy conformes con ello, como sucede, en ocasiones, con las
mujeres trans. Por otro lado, algunas experiencias sienten que estas etiquetas no permiten
la liberación de sus verdaderas identidades. Las prácticas sexuales individuales también se
pueden “intoxicar” de estas construcciones sociales. Sin embargo, ¿cuál es el verdadero
origen de estas acotaciones limitantes?
Desde mi óptica, cuando se entiende la existencia de la homosexualidad como parte de una
realidad, se estructura un espacio de ​el otro,​ esto no es precisamente un espacio físico, sino
un espacio mental, incluso psicológico. Para el heterosexual, quien siempre vivió el discurso
que lo normalizaba y le permitía normalizar, ​el otro es una identidad que le roba espacio,
que se escapa de su dominio y que por ende pone en peligro su poder. ​El otro tiene que ser
normado para que, nuevamente bajo la norma, pueda devolverle dicho espacio.
El homosexual, por su parte, entiende su existencia como la creación de un nuevo espacio,
un lugar desde el cual se conoce, se construye y se reafirma, desde el cual practica su
sexualidad, una sexualidad disidente, pero aun alienada a las demandas del género. Se
verá en la necesidad de construir sus defensas, aunque siendo “aparentemente” nuevo en
el panorama psicológico, tendrá que hablar con las herramientas ya construidas por la
heterosexualidad.
Es aquí, en el momento donde se construyen los primeros grandes activismos
homosexuales de occidente, que los discursos biologicistas toman poder. Entre 1950 y
1960, estos activistas amateur, como Harry Hay de la Sociedad Mattachine, deciden aceptar
los discursos médicos que consideraban a la homosexualidad como un desorden genético,
aunque con un fuerte rechazo a las “terapias de conversión” debido a su naturaleza
barbárica (Barker & Scheele. 2016).
En estos primeros pasos, al aceptar los discursos médicos, las disidencias a lo heterosexual
buscaban protegerse para poder convivir con la sociedad normada, aceptando incluso la
fuerza y debilidad de sus posición como ​los otros. ​Estas vivencias también se apoyaron de
los trabajos que Alfred Kinsey hizo para entender a la sexualidad como un continuo, aunque
lo tergiversaron de tal forma que, incluso hoy en día, los ecos de ese discurso corrupto aún
resuenan y la población sexodiversa, en un afán por emular a la población que vive bajo la
norma, defiende que su orientación sexual (sus prácticas sexuales) son como son y no
cambiarán (Barker & Scheele, 2016).
Desde mi posición, desde mi historia y desde mis convicciones, yo critico como se han
estructurado estos discursos, tanto para los heterosexuales como para la población
sexodiversa. Nuestras prácticas sexuales no pueden ni deben estar arraigadas a discursos
políticos, ya que en ese momento la sexualidad se diluye y deja de ser un elemento
personal.
El primer gran problema con aceptar las demandas impuestas a nuestra sexualidad es que
a su vez aceptamos los discursos opresores que están detrás, defendiendo las demandas
impuestas al género. Nuestra sexualidad, su disfrute, no es producto de nuestro género;
incluso, no existen prácticas sexuales correctas e incorrectas, o prácticas sexuales
femeninas y prácticas sexuales masculinas. Sólo existen prácticas sexuales consensuadas
y prácticas sexuales no consensuadas, las cuales en esencia son corruptas y son
violaciones.
La masturbación, el sexo anal, el sexo casual, los tríos, las orgías, el sexo sin penetración…
existen infinidad de prácticas que se alejan de lo impuesto como “normal” y no por ello dejan
de existir. Porque lo normal no responde a un discurso ético, sino a un discurso de poder.
Siendo los hombres, principalmente los heterosexuales, quienes siempre han tenido el
poder político, social y económico, también podemos teorizar que fueron ellos quienes
prohibieron al sexo en su diversidad.
Los razonamientos que se construyen para defender la sexualidad como un producto para
el disfrute de los hombres heterosexuales, no importa de donde provengan, tienen una
fuerte agenda política. Ni la religión, ni la moral, ni la ciencia, sobretodo la ciencia, pueden
ser inocentes ante esta prohibición de los cuerpos que no son masculinos y heterosexuales.
En el caso específico de la ciencia, hemos visto el nacimiento y la actual caída de los
discursos que defendían un origen esencialmente biológico para la diferencia entre hombres
y mujeres. Desde los ​cerebros masculinos y cerebros femeninos,​ hasta la búsqueda de
genes gays​, la ciencia ha buscado explicar a las prácticas prohibidas como divergencias,
anomalías y, hace no tanto, como perversidades. La ciencia, quien se inviste de ser
objetiva, es un elemento más que oprime al individuo.
Nuestros deseos sexuales, mientras sean consensuados, pueden expresarse. No debería
existir una necesidad por explicarlos. Un hombre heterosexual debería poder acostarse con
otro sin ver su identidad dañada, mientras exista el consenso. En realidad, una
performatividad rebelde de nuestras prácticas sexuales puede funcionar como un arma
contra el sistema impuesto. Hay que recordar que no actuamos porque somos; sino que
somos porque actuamos. Si corrompemos estos enfoques que buscan oprimirnos, entonces
no tendrán poder, nuestra indiferencia los habrán vencido, o al menos es lo que yo postulo.
Claro, el usar la indiferencia como arma contra la hegemonía alcanzada por la heteronorma
no puede estar separada de acciones políticas y debe ser prudente de respetar más
identidades, algo similar a la ​prudencia relativista que Michel Maffesoli (1993) propone al
aceptar diferentes cosmovisiones de la realidad. No por aceptar la diversidad, aceptaremos
violencias como la pedofilia.
Para finalizar este ensayo que critica y se cuestiona el origen de las limitantes en las
prácticas sexuales, debo reconocer la existencia de las disidencias ya existentes. Desde las
las y los científicos a favor de la diversidad y en contra del heteropatriarcado (como las
científicas que buscan anticonceptivos hormonales masculinos o a participantes de la
edición especial de ​National Geographic ​Género. La revolución. en el 2017), hasta las
organizaciones que cohesionan y apoyan a personas que no concuerdan con el binarismo
(​Maricas Bolivia​), pasando por aquellas personas dentro de las ciencias sociales que
cuestionan o cuestionaron el estado “normal” de las cosas (Judith Butler, Cathy Cohen,
Michel Foucault o Audre Lorde). Recordando la letra de una canción de Arcade Fire (2013),
si en algún momento este ensayo va más allá de una labor académica, quiero que mi lector
recuerde que si está fuera de la norma, lo mirarán, le impedirán entrar a espacios intentarán
negar su existencia y todo eso no importará, porque existe, porque existimos.

Maybe it's true


They're staring at you
When you walk in the room
Tell 'em it's fine
Stare if you like
Just let us through
[...]
Down on their knees
Begging us please
Praying that we don't exist
You're down on your knees
Begging us please
Praying that we don't exist
We exist, we exist.

Hans Eduardo Malpica Herrera.

Referencias.
Arcade Fire. (2014). We exist. Reflektor [CD y descarga digital]. EUA.: Sonovox., Merge.

Barker, M.J., Scheele, J. (2016). ​Queer. A graphic history. ​Londres: Icon Books.

Maffesoli, M. (1993). Cap. 8 Epistemología de lo cotidiano. En Maffesoli, M. (1993). ​El


conocimiento ordinario. Compendio de sociología (​ pp.149-186). Ciudad de México,
México: Fondo de Cultura Económica.

National Geographic. (2017). Género. La revolución (Edición especial).

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