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Cuarenta años reflexionando sobre el lenguaje1

Marcial Morera2
10 de mayo de 2018

La Facultad de Humanidades acogió los primeros días de mayo el VI Coloquio


del Instituto Universitario de Lingüística Andrés Bello de la Universidad de La Laguna
(INULAB), cita que se celebra cada dos años, y en el cual los investigadores adscritos
a este centro tienen la posibilidad de presentar sus trabajos de investigación en curso.
Tuvimos la ocasión de entrevistar al director del instituto, el catedrático de Filología
Española Marcial Morera, quien, además de desgranar sucintamente los contenidos del
seminario, nos habló de los orígenes y fines de la organización que dirige y del papel
de las humanidades en general y de la Filología en particular en el mundo moderno.

Hablemos sobre el VI Coloquio, cuyo programa abarca una amplia variedad de


materias relacionadas con la lingüística.

Efectivamente, el programa de la presente edición del Coloquio de Lingüística del INULAB


es llamativamente variado, como en las cinco ediciones anteriores, porque el trabajo que realizan
nuestros investigadores pretende abarcar todas las facetas y perfiles del lenguaje humano, que son
múltiples y heterogéneas: desde sus aspectos más propiamente internos, que son, básicamente, los
fónicos, los gramaticales (morfológicos y sintácticos) y los léxicos, hasta sus aspectos externos o de
uso en la realidad concreta del hablar, como su variación y valoración sociales, su distribución
geográfica, su enseñanza, su traducción a otras lenguas, los problemas de su tratamiento
automático, etc.
Además de esto, la variedad de nuestros programas está también determinada por otros dos
factores igualmente importantes. En primer lugar, porque las lenguas que estudian nuestros
investigadores abrazan familias muy diversas, desde las indoeuropeas (latín, griego clásico, griego
moderno, español, inglés y francés, particularmente), hasta las semíticas, las africanas y las
asiáticas. Y en segundo lugar, porque los enfoques teóricos que se dan a los problemas son
igualmente diversos, desde los más tradicionales del estructuralismo o de la sociolingüística hasta
los más recientes de la gramática funcional, la fraseología, etc.
En este sentido, puede decirse que nuestro centro de investigación intenta estar siempre al
día en lo que se hace en el mundo de los estudios del lenguaje, tanto dentro como fuera de nuestro

1 https://www.ull.es/portal/noticias/2018/entrevista-marcial-morera-inulab/
2 © Marcial Morera Pérez
© Universidad de La Laguna
país, y que lo que lo caracteriza es la interdisciplinariedad, única forma de dar cuenta de forma
cabal de cómo es y cómo funcionan las lenguas naturales y de las relaciones que existen entre ellas.
En todo caso, aunque es verdad que, por las razones señaladas, los programas de nuestro
coloquio tienen que ser necesariamente abiertos a todas las lenguas, a todas las disciplinas
lingüísticas y a todas las tendencias científicas, también es verdad que, por lo general, en cada
edición se suele primar un aspecto concreto de nuestro amplísimo campo de trabajo. En la de este
año, la gente del instituto tomó el acuerdo de dar protagonismo especial a un tema de sintaxis, al
tema de la subordinación oracional, particularmente la llamada subordinación adjetiva o de relativo,
que tan importante resulta para la sintaxis nominal, porque enriquece enormemente las
posibilidades de complementación semántica del nombre.
A este asunto se dedicaron nada más y nada menos que seis ponencias del total de casi
treinta que contenía el programa. La conclusión que se extrajo de todos estos trabajos de sintaxis es
que la sustantivación oracional que implica la subordinación relativa, que no es otra cosa que la
degradación de una oración a la condición de complemento de un nombre explícito (antecedente) o
implícito, se realiza en las lenguas naturales básicamente de tres maneras distintas: mediante un
pronombre demostrativo o artículo, como ocurre en griego, por ejemplo; mediante un pronombre de
origen interrogativo, como ocurre en latín y en las lenguas románicas; o mediante sustantivación
directa, sin la intervención de pronombre alguno, caso del inglés the girl I saw yesterday…, por
ejemplo. Hay lenguas que emplean uno solo de estos procedimientos; algunas que emplean dos; y
otras, los tres.

He visto que en el programa también se presentan trabajos sobre lenguas distintas de


las europeas, como el chino o el wolof (hablado en Senegal y Gambia).

Sí. Y también sobre el mancañá, hablado igualmente en Senegal, que presenta una
diversidad lingüística muy interesante; y el bereber, hablado en muchas partes de África,
particularmente en su cuadrante norte, y que tan importante resulta para al menos intentar descubrir
algún resquicio de luz por muy leve que este sea para penetrar en el misterio que encierran los
materiales que conservamos de la lengua o las lenguas que hablaban los antiguos canarios (los
llamados guanches) al tiempo de la conquista y colonización europeas del siglo XV.
En todo caso, hay que tener en cuenta que lo que hicieron los autores de los trabajos que
comentamos (los profesores Javier Lee, Gustave Voltaire Deussi, José Juan Batista y Jonay Acosta)
fue explicarnos cómo se construye lo que en gramática europea se denomina oración de relativo en
chino, mancañá y bereber, respectivamente. Lo que aportaron estas tres ponencias fue la
confirmación de que la “relatividad” no es otra cosa que una sustantivación adnominal que cada
lengua expresa mediante alguno de los procedimientos indicados en la respuesta anterior. La
lingüística contrastiva ha servido aquí, como siempre, para poner de manifiesto qué tienen las
lenguas de universal y qué tienen de particular.

También hay una parte sobre ARTEMIS, con especial atención al caso del lenguaje
controlado del ámbito aeroespacial ASD-STE100.

En efecto, en nuestro instituto hay un grupo de investigación capitaneado por el profesor


Francisco Cortés, que, en colaboración con otro grupo de la UNED, lleva trabajando mucho tiempo
en el ámbito del proyecto europeo ARTEMIS, particularmente en sistemas de recuperación de
información en entornos multilingües, que tan importantes resultan en un mundo tan
interrelacionado como el moderno.
Su finalidad principal es crear un analizador de los distintos componentes del lenguaje que
permita realizar tal recuperación de forma eficiente. Se trata de un trabajo de una enorme
complejidad, porque reducir las lenguas naturales, que son de naturaleza intuitiva, a fórmulas
lógicas reconocibles por una máquina no resulta empresa fácil.
Los trabajos de este activo grupo de investigación de nuestro instituto son ya bastante
nutridos y algunos de ellos ha sido dados a conocer precisamente en el marco de los coloquios del
Bello. En esta edición en particular, sus miembros han pretendido comprobar la validez de sus
propuestas de análisis tomando como banco de prueba el lenguaje controlado ASD-STE100 que se
emplea en el ámbito aeroespacial. Para ello, dedicaron una ponencia a explicar los aspectos
generales de su proyecto y dos más a problemas más concretos, a dos problemas sintácticos muy
particulares: los problemas que plantean el sintagma nominal y la subordinación oracional en este
tipo de lenguajes controlados.

Háblenos del Instituto Universitario de Lingüística Andrés Bello, que es uno de los más
veteranos de la Universidad de La Laguna.

Uno de los más veteranos, que no antiguos, de la Universidad de La Laguna, efectivamente.


Fue creado en 1976 por la Universidad de La Laguna, a propuesta del profesor Ramón Trujillo, una
de las personas que, con el profesor Gregorio Salvador, más contribuyeron a modernizar los
estudios del lenguaje en nuestra antigua Facultad de Filosofía y Letras, luego Facultad de Filología
y ahora Facultad de Humanidades.
Al parecer, la intención del fundador era crear un centro de investigación filológica con
vocación atlántica, que actuara como vínculo entre España y América, que es el papel que había
tocado jugar a Canarias siempre en el mundo hispánico. El proyecto era realmente prometedor y su
fundador y primer director hizo varios viajes a América para su promoción.
Precisamente por ello, lo que podríamos denominar la puesta de largo del Instituto se llevó a
cabo con la publicación de una edición crítica de una de las más importantes contribuciones del
mundo americano a la cultura hispana, la Gramática de la lengua castellana para uso de los
americanos, del venezolano de ascendencia canaria Andrés Bello (el gramático más agudo de todo
el orbe hispánico), una edición que realizó el propio Trujillo, con la colaboración de un grupo de
jóvenes profesores de la vieja Facultad de Filosofía y Letras, como Margarita Gómez Sierra,
Manuel Almeida, Josefa Dorta, María Jesús Artiles…
Luego la actividad del Instituto se enriqueció enormemente con la redacción de las tesis
doctorales de varios de sus miembros, dirigidas todas por el doctor Trujillo, como la de Manuel
Almeida, que versó sobre el habla rural de Gran Canaria; la mía misma, que versó sobre la
semántica de las preposiciones españolas; la de Josefa Dorta, que versó sobre los tiempos y modos
verbales en la citada gramática del venezolano; la de Dolores García Padrón, que versó sobre la
semántica de los verbos de movimiento en español; la de Juana Herrera Santana, que versó sobre la
sociolingüística de los relativos en español; etc. Esta fue la que podríamos denominar la primera
etapa de la historia de nuestro instituto de investigación.
Evidentemente, aunque, sea por la modestia de nuestra región, sea por falta de ambición, sea
por la envidia cainita, no se consiguió el ambicioso objetivo de convertirlo en un centro de
referencia internacional para el estudio del español, sí que se logró que fuera un lugar donde los
problemas de la lengua española se trataran de forma particular, sea desde el punto de vista
semántico-lingüístico, en la línea de los grandes lingüistas europeos, como Saussure, Hjelmslev,
Benveniste, Pagliaro, Jakobson, Coseriu…, sea desde el punto de vista sociolingüístico. Fue en él
donde dio sus mejores frutos eso que se ha dado en llamar en el mundo científico “Escuela de
Semántica de La Laguna”.
La expansión experimentada por nuestra universidad en los últimos años y las reformas
exigidas por el llamado espacio universitario europeo, al que pasamos a pertenecer una vez España
firmó los tratados de la Unión, obligaron a reestructurar el instituto. No quedaba otro remedio: o te
renovabas o morías. En principio, tuvo que abrir sus puertas a otras lenguas, como las clásicas, el
inglés, el francés, el árabe, y a otras especialidades, como la psicolingüística.
Esa apertura, que ha ido fraguando de forma paulatina y que ha sido comandada, primero,
por los profesores Manuel Almeida y Francisco Javier del Castillo, luego, por el profesor Francisco
Cortés y la profesora Isabel González Aguiar, en tercer lugar, por las profesoras Dolores García
Padrón y María del Carmen Fumero Pérez, en cuarto lugar, por la misma profesora Fumero Pérez y
el profesor José Juan Batista, y finalmente, por la profesora Ana Díaz Galán y por mí mismo, fue en
verdad enriquecedora.
Hoy cuenta el Bello con más de 30 profesores investigadores de nuestra universidad, unos
diez alumnos de doctorado y varios investigadores asociados de otras universidades nacionales y
extranjeras (Las Palmas de Gran Canaria, Gaston Berger de San Luis del Senegal, Leipzig…); sirve
de marco a múltiples proyectos de investigación de gramática, lexicología, lexicografía,
sociolingüística, dialectología, lingüística textual, didáctica de la lengua, traductología,
procesamiento automático del lenguaje, etc., algunos de ellos subvencionados por el Estado o por la
Comunidad Autónoma Canaria; publica decenas y decenas de artículos y libros al año; participa en
decenas y decenas de congresos nacionales e internacionales; organiza periódicamente actividad
científica diversa, en formato de cursos, conferencias, seminarios, congresos, etc.
¿Cómo se subvenciona esta nada desdeñable actividad investigadora y académica del
centro? Los recursos que sufragan las investigaciones que realizan los profesores adscritos al
instituto y la actividad académica que este organiza proceden de tres fuentes distintas. En primer
lugar, disponemos de una modesta aportación económica (algo más de 2.000 euros) de nuestra
Universidad de La Laguna. Por supuesto que no voy a aprovechar la entrevista para criticar la
escasa financiación que reciben los institutos de investigación de nuestra universidad. Eso es un
problema que tienen que resolver todos ellos de forma colegiada, convenciendo a las autoridades
académicas de que esta situación nos perjudica a todos, la universidad misma en primer lugar; y me
consta que se está intentando hacer.
En segundo lugar, contamos con el dinero procedente de los proyectos subvencionados, que
financian la actividad investigadora (material y asistencia a congresos) de los titulares de esos
proyectos. Y en tercer lugar, están los dineros con que se sufragan los propios investigadores de
proyectos no subvencionados los trabajos que hacen con el sudor de su frente.
Lo que quiere decir que en la universidad la creación de pensamiento no procede solo de
proyectos subvencionados, sino también y en medida considerable de proyectos no subvencionados.
Como en el resto del sistema universitario español, y no sé si también europeo, esta precariedad
económica del instituto y la enorme carga docente que tienen que soportar nuestros investigadores
hace enormemente complicada la creación de conocimiento en nuestro centro, función básica de la
universidad, que para difundirlo ya están las escuelas y los institutos.
Solo restando tiempo a la familia, al ocio o al sueño y financiando los gastos inherentes a
toda investigación de su propio peculio logran muchos de nuestros investigadores sacar adelante
unos proyectos de investigación que luego redundarán en beneficio de todos. Lo que no deja de ser
una paradoja, puesto que pagan por trabajar; y encima lo hacen gustosamente. La gente que
investiga en la universidad da siempre más de lo que debe dar, aunque a veces se recele
injustificadamente de ella.
¿Cómo percibe usted el papel de las Humanidades en la sociedad contemporánea, que
es tan tecnófila?

Humanidades, tecnología e incluso ciencias naturales tienen importancia distinta para la vida
de las personas. Lo primero que hay que tener en cuenta cuando se habla del hombre como ser
humano es que su mundo no es el mundo natural, el mundo de la biosfera, al contrario de lo que
ocurre con el resto de las especies animales y las plantas, sino que vive en el mundo del lenguaje,
un mundo que ha creado él mismo por su propia cuenta de forma metafórica, mítica o como se
quiera expresar esto (por eso es precisamente libre, frente al resto de las especies animales, que
viven de forma instintiva), interpretando y cifrando su heterogénea y compleja realidad interna a su
alma y externa a ella con las palabras, los procedimientos gramaticales y las melodías de los
sonidos de su lengua.
Las palabras son divinas, porque crean el mundo. Por eso es un crimen atentar contra
cualquiera de ellas, por muy humildes que estas sean. Un biólogo amigo mío llama psicoesfera a
este mundo tan particular en que vive el ser humano, oponiéndolo así a la biosfera. Lo que quiere
decir que la realidad del hombre no es una realidad natural, sino una realidad mental o simbólica,
una realidad espiritual. Esta realidad simbólica o espiritual, que atesora sus pensamientos, su
memoria, sus creencias religiosas, sus nociones científicas, su cultura material, etc., no está
constituida solo por ideas, sino que está constituida igualmente por intuiciones, asociaciones
secundarias, temores, sueños, anhelos, etc.
Este componente claro-oscuro del lenguaje humano es tan importante para la vida del
hombre como el saber más o menos transparente de las ideas, como ponen de manifiesto la magia,
la histeria, la locura o los sueños. Precisamente de los mitos y de la magia contenidos en el lenguaje
nos habló de forma magistral en la conferencia inaugural de nuestro reciente coloquio Manuel
García Teijeiro, profesor de griego de la Universidad de Valladolid, y antes de nuestra Universidad
de La Laguna.
En el ser humano no hay solo pensamiento racional; hay también pensamiento irracional,
íntimamente relacionado con las emociones, como hizo ver Freud, por ejemplo. Hasta tal punto es
importante la lengua para el género humano, que quien controle la lengua controlará la realidad, y,
consecuentemente, al ser humano mismo, como se sabe desde la antigüedad. De ahí la importancia
de los poetas en las sociedades humanas.
Los poetas son los dioses que crean y hacen mover el mundo. De ahí los esfuerzos que han
hecho siempre los grupos de poder por controlar el lenguaje, censurando las palabras de los otros e
imponiendo las suyas propias, o simplemente reduciéndolo a cuatro simplezas, para así dominarlo
mejor. Haciendo un poco de caricatura, puede decirse que con las expresiones evento, dar
visibilidad, poner en valor, campus de excelencia, emprendedor y poca cosa más puede convertirse
hoy cualquier indocumentado en un consumado Demóstenes. Y como las cosas son así, es claro
que, si queremos tener un conocimiento verdadero del ser humano, que está hecho de la materia de
los sueños, como decía Shakespeare, hay que estudiar su lengua, y particularmente su literatura,
puesto que somos en cierta manera personajes de ficción creados con la lengua.
Platón, Dante, San Juan de la Cruz, Cervantes, Shakespeare, Moliere y Dostoievski, por
ejemplo, han explicado mejor al ser humano que todos los “científicos” del mundo juntos. Como el
mismo nombre indica, las humanidades (al fin y al cabo, mera metonimia del nombre abstracto
humanidad, derivado del adjetivo humano) no son otra cosa que el estudio de lo que constituye lo
esencial del ser humano; lo que diferencia al ser humano de los otros seres de la creación, que él,
por ser más poderosos que ellos, tiene la obligación moral de cuidar y defender.
¿Qué son las ciencias naturales, que, frente a las ciencias humanas, de tanto prestigio gozan,
y que suele arrogarse la posesión de la verdad científica? Pues simplemente interpretaciones
lingüísticas de elementos del mundo “objetivo” o físico, que, precisamente por ser de naturaleza
“objetiva”, realidades que se encuentran “delante” o a la vista del observador, frente al mundo
“subjetivo” o metafísico, constituido por realidades que “subyacen” al ser humano, como los
prefijos de las misma palabras objetivo y subjetivo indican, son siempre mucho más concretas que
el objeto de estudio de las ciencias humanas, que es el hombre.
Al contrario de lo que suele pensarse, las ciencias naturales, con ser complejas, entrañan
menos dificultades que las ciencias humanas verdaderas, donde no hay nunca nada definitivamente
claro, porque su realidad es de naturaleza intuitiva. Lo que llamamos Física, Química, Biología,
etc., no son otra cosa que interpretaciones lingüísticas de realidades externas a lo que constituye lo
esencial humano, no las realidades mismas, ni verdades absolutas. Por eso, las ciencias naturales no
pueden explicar al ser humano como ser humano, aunque el positivismo científico lo haya
pretendido más de una vez. No son las ciencias naturales las que explican al hombre, porque el
hombre no es materia, sino espíritu. Es el hombre el que intenta comprender la naturaleza con el
único instrumento de conocimiento que tiene, que es la máquina de hacer metáfora de la lengua que
habla.
¿Qué es la tecnología? Pues simplemente el conjunto de medios materiales más o menos
ingeniosos que suelen emplear los hombres y mujeres para superar sus limitaciones corporales o dar
satisfacción a determinadas necesidades prácticas externas a la verdadera vida humana, que es la
vida espiritual. Con la flecha intenta dar mayor alcance a su mano; con el avión, mayor alcance y
rapidez a su capacidad de desplazamiento; con la escritura, mayor duración a su palabra; con el
teléfono, el silbo gomero o Internet, mayor alcance a sus mensajes; con la calculadora, mayor
rapidez y mayores posibilidades a su capacidad de cálculo; con la bomba atómica, mayor capacidad
a su potencia destructiva; con el telescopio y la máquina de rayos x, mayor alcance a su vista, etc.
Instrumentos, al fin y al cabo, que no definen al hombre, sino que simplemente facilitan unas veces
y complican otras su existencia.
Estos artefactos tecnológicos, que ha usado siempre el hombre y que, como las ciencias
naturales, tampoco pueden explicarse sin la lengua, precisamente por su capacidad de influir sobre
el medio y sobre el hombre mismo, resultan tanto más peligrosos cuanto más poderosos o
sofisticados sean. Es lo que sucede con las nuevas tecnologías (que yo llamo en broma nueva
cacharrería), que tan embobado tiene al mundo moderno, y que, junto a sus innegables bondades,
poseen, como se sabe, una capacidad de destrucción y manipulación devastadoras.
Levantamos por error o por mala fe un falso testimonio en cualquier rincón del planeta, y
casi al instante ese falso testimonio, corriendo como la pólvora por los vertiginosos caminos de la
red, termina convirtiéndose en verdad absoluta para el resto de la humanidad. Así se han hecho con
el poder en países importantes personas altamente peligrosas para la paz mundial.
Precisamente por ello, creemos que hoy, cuando los poderosos del mundo, esos que se
reúnen (“sin ánimo de lucro”, dicen ellos) en el suizo Davos, el Fondo Monetario Internacional, la
OCDE o donde sea, y que, so amenaza de calamidades sin cuento, recomiendan poner el sistema de
instrucción pública al servicio del mercado, intentan rebajar al hombre a la condición de mero
productor o consumidor de baratijas electrónicas, coches, productos de consumo, etc., es más
necesario que nunca reivindicar la formación humanística del ciudadano; es decir, el estudio
profundo de su lengua y su literatura, latín y griego incluidos (que fueron los que echaron las bases
de nuestra civilización), para que pueda conocerse mejor y defender su libertad y dignidad humana
de toda esa parafernalia neotecnológica que nada tiene que ver con la verdadera vida del espíritu y
que amenaza seriamente con convertirlo en auténtico borrego o chimpancé egoísta. “
Yo tengo el mundo en el móvil -parece pensar peligrosamente el salvaje moderno-. A mí
¡qué me importa el Mundo!”.

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