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UN TAZÓN Y UNA COBIJA PARA EL ABUELO

Escrita y adaptada de las reflexiones: "El tazón de madera" y "La media cobija", por Diana Carolina Peñuela

PERSONAJES

FRANCISCO (Abuelo)
JULIO (Hijo Adulto)
JULIANA (Esposa de Julio)
JULIÁN (Hijo de la pareja)
JULY (Hija de la pareja)

PROGRAMA. Con anterioridad, hacer los arreglos para que asistan algunos padres o hijos (que no asisten
a la iglesia o están alejados de ella) de algunos hermanos de la iglesia. La idea es pedirles que lleguen
antes y mantenerlos escondidos y después de los preliminares, anunciar que a algún o algunos padres/
hijos se les ha preparado una sorpresa y hacer que aparezcan los invitados.

OBJETIVO: Concientizar a los hijos tanto adultos como jóvenes, el respeto, consideración y amor hacia
los padres ancianos, recordarles que debemos guardar el quinto mandamiento de la ley de Dios, sin
importar la edad o condición de nuestros padres.

(La escena se desarrolla en el interior de una casa, con un comedor. Se necesitará una cobija vieja
cortada en dos, tazón o utensilio de madera, mesa rústica pequeña, trozos de madera para que los
niños jueguen.)

NARRADOR. Don Francisco era ya un anciano cuando murió su esposa. Durante largos años había
trabajado con ahínco para sacar adelante a su familia. Su mayor deseo era ver a su hijo convertido en
un hombre de bien respetado por los demás y para lograrlo dedicó su vida y su escasa fortuna. A los
ochenta años, Don Francisco se encontraba sin fuerzas, sin esperanzas, solo y lleno de
recuerdos. Esperaba que su hijo Julio, ahora brillante profesional, le ofreciera su apoyo y comprensión,
pero veía pasar los días sin que este apareciera, y decidió ir a visitarlo para, por primera vez en su vida,
pedirle un favor. Don Francisco tocó a la puerta de la casa donde vivía el hijo con su familia.

FRANCISCO. (Toca a la puerta.)

JULIO. ¡Hola papá, qué milagro que vienes por aquí!

FRANCISCO. Hola hijo, hace mucho que ya no van a visitarme y me estaba sintiendo muy solo… por eso
quise venir a verlos y saber cómo estaban.

JULIO. Sí, papá es que hemos tenido muchas cosas… Ya sabes: el trabajo, los niños… y no hemos podido
ir, pero a nosotros nos da mucho gusto que vengas a visitarnos; ya sabes que esta es tu casa. Ya casi
vamos a cenar… Sigue, sigue…

FRANCISCO. Gracias hijo y, ¿cómo están los niños?

JULIO. Muy bien papá. (A su mujer.) Juliana, amor, llegó mi padre. (A sus hijos.) Niños, vengan a
saludar al abuelo

JULIANA. (Hace mala cara y no está muy animada.) Hola, don Pachito, ¿cómo le va?

NIÑOS. ¡Abuelo, abuelo!

(Lo abrazan.)
JULIO. Amor, mi padre se quedará a cenar con nosotros.

(Uno de los hijos que está jugando cerca escucha la conversación.)

JULIANA. (Con ironía.) ¡Qué bueno, mi amor! (Le hace mala cara al esposo.) Ven un momento,
amorcito. ¡Ay, no, amor! Tú sabes que a mí no me gusta que venga don Pachito a comer porque siempre
me riega la comida; cuando no es sobre el mantel, es sobre los muebles y no falta el día en que no me
parta algo de la vajilla. ¡Qué pereza!

JULIO. Amor, no te preocupes. El domingo que estuve en la plaza, compré un tazón de madera especial
para él así que ya no te romperá más loza; y compré también una mesita para que cuando venga a
visitarnos, lo sentemos aparte y no te ensucie el mantel.

JULIANA. Bueno, amor, pero lo que él riegue, tú te encargarás de limpiarlo.

JULIO. Sí, amor, no te preocupes… Y habla en voz baja que papá te va a escuchar…

JULIANA. Ok, ok…


(Se va para la cocina, trae los platos y al abuelo le sirve en el tazón de madera. Mientras tanto, Julio
acomoda una mesita rústica y pequeña alejada del comedor.)

JULIANA. (Sirve al abuelo en la mesita con el tazón de madera) Siga por acá, don Pachito.

JULIO. (Lo acompaña de la mano hasta la mesita.) Ven, papá, siéntate aquí, aquí estarás más cómodo.

(La familia se sienta a la mesa y los niños miran al abuelo con tristeza.)

JULIÁN. Papi, ¿por qué el abuelo no se sienta a la mesa con nosotros?

JULY. Sí, papi, ¿por qué se sentó tan lejos de nosotros?

JULIANA. ¡Shhhh! ¡Silencio, niños! Ya les he dicho que no deben hablar durante la cena.

JULIO. Hijos, lo que pasa, es que papá ya está muy abuelito y se le riega la comidita y nos puede
manchar el mantel…

(Los niños se quedan pensativos. Terminan de comer y la esposa recoge los platos y se va hacia la
cocina; los niños se sientan en el piso y se ponen a jugar con unos trozos de madera cerca del padre y
el abuelo, aunque los niños continúan jugando, escuchan la conversación.)

JULIO. ¿Qué más, papá? ¿Cómo has estado?

FRANCISCO. Hijo, la verdad es que me siento muy solo; además, estoy cansado y viejo. Ya sabes que no
me gusta molestarte, con mis cosas… pero…

JULIO. No te preocupes, papá, ya sabes que siempre puedes contar conmigo.

FRANCISCO. ¡Qué bueno! Pensé que sería un estorbo…

JULIO. Papá, ¿cómo se te ocurre pensar algo así?

FRANCISCO. Entonces, ¿no te molestaría que me quedara a vivir con ustedes? ¡Me siento tan solo…!
JULIO. ¿Quedarte a vivir aquí? Sí, claro... Pero no sé si estarías a gusto. Tú sabes, la casa es pequeña,
Juliana es buena esposa pero, ya sabes, es un poco malgeniadita... y los niños...

FRANCISCO. (Con tristeza.) Mira, hijo, si te causo muchas molestias, olvídalo. No te preocupes por mí,
me devuelvo para mi casa, no pasa nada, yo entiendo.

JULIO. No, padre, no es eso. Sólo que... no se me ocurre dónde podrías dormir. No puedo sacar a los
niños de sus cuartos, Juliana no me lo perdonaría... o solo que no te moleste...

FRANCISCO. ¿Qué hijo?

JULIO. No, olvídalo.

FRANCISCO. Dime, hijo.

JULIO. A menos que no te moleste dormir en el patio...

FRANCISCO. (Con tristeza y bajando el todo de voz.) Dormir en el patio... Está bien…

JULIO. ¡Julián! ¡Ven acá!

JULIÁN. Dime, papá.

JULIO. Mira, hijo, tu abuelo se quedará a vivir con nosotros. Tráele una cobija para que se tape en la
noche.

JULIÁN. ¿En serio? (A su hermana que está jugando con unas maderas en el piso.) Mariana, ¿escuchaste?
¡El abuelo se quedará a vivir con nosotros! (Con expresión de felicidad.)

JULY. ¿De verdad? ¡Yupi! ¡El abuelo se va a quedar a vivir con nosotros!

JULIÁN. Papi, y, ¿dónde va a dormir el abuelo? ¿En mi cuarto?

JULIO. No, hijo, el abuelo dormirá en el patio, él no quiere que nos incomodemos por su culpa.

JULIÁN. ¿En el patio?

(Julián va a por la cobija y se demora un poco. Mientras tanto los padres observan el juego de la niña
en el piso. Se le acerca la madre.)

JULIANA. July, princesa, ¿qué estás haciendo ahí?

JULIO. Sí, nena, ¿a qué juegas? ¿Qué están construyendo?

JULY. Julián y yo estamos haciendo unos tazones de madera.

JULIO. ¿Tazones de madera? ¿Y para qué?

JULY. Uno para ti y otro para mamá, para cuando nosotros seamos adultos y ustedes estén viejitos,
viejitos, puedan comer en ellos.

(Julio y Juliana se miran con tristeza. Llega el niño con una cobija.)

JULIÁN. ¡Papá, papá! Aquí está la cobija…


JULIO. (Toma la cobija y se da cuenta de que está divida en dos). ¿Qué hiciste, Julián? ¿Por qué cortaste
la cobija que le vamos a dar a tu abuelo?

JULIÁN. Papá, es que estaba pensando...

JULIO. ¿Pensando en qué? (Lo regaña.)

JULIÁN. Que como tú dices que el tiempo pasa muy rápido… He pensado que debo guardar la otra mitad
de la cobija para cuando tú seas viejito y te vayas a dormir al patio de mi casa.

NARRADOR. Las palabras de estos pequeños golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin
habla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos
sabían lo que tenían que hacer. Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guío de
vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos, puso a sus
hijos en una misma habitación, y arregló una acogedora habitación para su padre. Por alguna razón, ni
el esposo ni la esposa parecían molestarse más cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o
se ensuciaba el mantel.

Si eres un padre: Recuerda que los niños son altamente perceptivos. Sus ojos observan, sus oídos
siempre escuchan y sus mentes procesan los mensajes que absorben. Si ven que con paciencia
proveemos un hogar feliz para todos los miembros de la familia, ellos imitarán esa actitud por el resto
de sus vidas. Los padres y madres inteligentes se percatan que cada día colocan los bloques con los que
construyen el futuro de su hijo. Seamos constructores sabios y modelos a seguir.

Si eres un hijo: Ese hombre que trabajó sin cansancio por ti y te llevaba muchos años de su mano
protegiéndote de los peligros, un día se pondrá viejo y necesitará que tú le acompañes, le des la mano
y le ayudes. No seas ingrato con él

Vamos a leer Éxodo 20:12 “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que
Jehová tu Dios te da”.
Amemos y respetemos a nuestros padres, ¡ellos dieron todo por nosotros! Y, recuerda: este es el único
mandamiento con promesa.
Independientemente de la relación que tengas con tus padres, una cosa es segura: los vas a extrañar
cuando ya no estén contigo. Pídele a Dios que puedas amarlo, respetarlo y valorarlo mientras viva;
después, ¡será demasiado tarde!

ORACIÓN: Pedir a los padres que sin importar la edad de sus hijos, pasen junto con ellos al frente y
elevar una oración por ellos.

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