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PRESENTACION
América Latina en su conjunto, y Colombia en particular, han recurrido
históricamente al ejercicio de la planificación como vía de mejoramiento de sus
condiciones sociales y económicas, pero dicha práctica ha estado inevitablemente
ligada tanto a las posibilidades como limitaciones propias de un proceso tan
complejo. En este sentido, la región no ha escapado a las vicisitudes y debates
inherentes a un mecanismo como la planeación del desarrollo, que involucra en
su devenir diferentes visiones y etapas controversiales e incluso a veces
incompatibles.
SÍNTESIS
De conformidad con los lineamientos del profesor Hernández, el enfoque tradicional
de la planeación, que se formulaba a partir de un conocimiento previo y de la
definición de una ruta o estrategia, ha quedado ya desbordada por la realidad, que
se resiste a ser encasillada en un modelo estático y definitivo. Es claro que la
realidad de hoy, las sociedades actuales, se revelan cada vez más complejas, más
vastas y por tanto más difíciles de asumir o asimilar a partir de ciencias o enfoques
unilaterales.
Hasta la década del 80, para fijar un límite histórico, la planeación se entendía como
un ejercicio de racionalidad que partía de una información (diagnóstico) para
plantear luego una solución (plan, acción) y unas metas u objetivos, de modo que
se modificara el estado de cosas delimitado. ESPINOZA VERGARA (1986), por
ejemplo, indicaba que la planeación era “una actividad racional que tiene por objeto
decidir sobre la asignación de recursos escasos en el logro de objetivos múltiples,
a través de medios adecuados para su obtención”1. En cualquier caso, la
planificación del desarrollo se enfocaba en el llamado paradigma de las 3P:
Planeación, Programación y Presupuestación, que lo que buscaba
fundamentalmente era un desarrollo económico y social de las llamadas
condiciones objetivas de atraso: infraestructura, servicios públicos, crecimiento
económico.
1
ESPINOZA VERGARA, Mario. Evaluación de proyectos sociales. Hvmanitas, 1986
De este modo, la planificación se transformaba en un instrumento y fin en sí mismo,
que se traducía en planes de desarrollo de carácter nacional, regional, sectorial, etc.
que integraban las soluciones mágicas en un marco formal y determinista. Todo
esto de la mano del crecimiento económico como signo principal de los fines de
actividad planificadora, en el marco de unas concepciones en boga en su momento,
que sugerían que a partir de ese presupuesto la sociedad en su conjunto vería
mejorados sus estándares de vida. Sabemos que esto no ocurrió, y que los
individuos permanecieron en el atraso mientras los beneficios económicos del
“crecimiento” se concentraba en unas pocas manos.
Con la nueva planeación para el desarrollo, según Hernández, el enfoque sufre un
viraje sustancial. Por un lado, la planificación ya no se circunscribe al crecimiento
económico y la competitividad, sino que atiende también variables como la
inclusión social, la equidad, la igualdad, etc, directamente vinculadas al
bienestar de las personas. De esta manera, el concepto de desarrollo se ensancha
para abrazar elementos que exceden lo estrictamente económico como rasero de
determinación, ya que ahora, al decir de BOUSIER dicha noción está “vinculada a
la posibilidad de crear en cada lugar y momento un clima, un contexto, una situación
o como se quiera llamar, capaz de potenciar la transformación del ser humano en
persona humana, en su individualidad y sociabilidad y en su capacidad permanente
de conocer, saber y amar”2.
Concurrentemente, en toda planificación se parte de lo que el expositor llama una
“imagen país”, la visión que los asociados tienen de su sociedad, y por tanto esa
planificación debe ser incluyente y participativa, es decir, en su construcción deben
participar todos los actores sociales, privados, regionales, locales, y no solo los
grupos con poder o capacidad y relevancia pública o mediática.
En este contexto de la planificación para el desarrollo, si bien los planes incluyen
precisas referencias a objetivos de desempeño fiscal y de estructura tributaria,
2
BOISIER, Sergio. Desarrollo territorial y descentralización. El desarrollo en el lugar
y en las manos de la gente. Revista eure (Vol. XXX, Nº 90), pp. 27-40, Santiago de
Chile, septiembre 2004
ello no se explica solamente como requisito de financiación de las metas de
desarrollo trazadas sino incluso como punto de partida misma de distribución de
la riqueza y la equidad social. Esto ha llevado a una revalorización del papel del
Estado y la administración pública como sujetos primordiales de la planificación, tal
como lo señala el economista HA-JOON CHANG, en su texto de apoyo a este
artículo (La relación entre las instituciones y el desarrollo económico. Problemas
teóricos claves), cuando pone de presente la función indispensable y necesaria de
la institucionalidad oficial, después que siempre se la veía incluso como obstáculo.
En este sentido, el rol del Estado ya no se esconde ni se desestima sino que
directamente se reconoce como garante de la eficacia de esa misma
planificación y de la convivencia común y el desarrollo, todo ello concertado o
acordado entre los distintos actores que se desenvuelven en el seno de las
comunidades. Y las ideologías o visiones que los responsables de la planificación
tengan no se disimulan sino que son insumos, elementos a tener en cuenta o
debatidos en la planificación, dentro del modelo integral o sistema que debe
conformar esa misma planificación. A una planificación así concebida lo que se le
debe exigir es coherencia y funcionalidad y no una falsa carencia de motivación
bajo supuestas consideraciones técnicas, que, por otra parte, nunca dejan de ser
interesadas realmente. Porque, como indica René Hernández, toda planeación
tiene su razón técnica y su razón política, y ello no descalifica de antemano el
ejercicio o diseño de la misma.
MI POSTURA
Considero que la planificación para el desarrollo delineada en la conferencia del
profesor RENÉ HERNÁNDEZ constituye, sin duda, un paso adelante en el proceso
de definición de reglas, metodologías e instrumentos para llevar a cabo una
planificación acertada de políticas públicas a aplicarse en el país o en un territorio
determinado.
Vista de este modo, la planeación viene a ser algo así como el arte de dotar de
certidumbre la ruta del progreso y el bienestar o, por lo menos, de reducir los
márgenes de lo imprevisible, tan común en la marcha histórica de toda sociedad.
Referencias bibliográficas