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Introducción

Desde el principio Dios “Padre eterno… libre y misteriosa de su sabiduría y bondad”1


adquirió un pueblo de entre todas las naciones, escogió a un pueblo que lo fue
preparando y formando para recibir a su Hijo, pero los suyos no lo acogieron ni su
mensaje y la salvación se abrió para todos. A precio de sangre de su Hijo amado a
congregado a un nuevo pueblo cimentado en doce apóstoles y guiados por el Espíritu
Santo, en el cual por medio del Bautismo los llama a ser hijos por el Hijo y formar
parte del pueblo santo.

Este pueblo reunido en nombre de Dios lo ha congregado y hecho suyo para la
comunión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí, es sin duda la obra de
Dios que busca la reconciliación, el establecimiento de la Nueva Alianza instituida en
Jesucristo y “recapitular todo en Cristo” (Ef 1,10). Y a puesto hombres mismos sacados
de ese pueblo para que le sirvieran y custodiaran que no se perdieran del camino
trazado por el mismo.

Así para dar un orden y una comunión estableció para mayor servicio y disposición,
encargados de pastorear a su rebaño, y aquellos que ayudarían a esos pastores con la
tarea encomendada. La unidad y el amor distinguen este servicio, ya que no es para
gloria suya ni bien propio, sino para la gloria de Dios y bien de su pueblo.

Este pueblo elegido se le confió un depósito de fe, el cual custodian celosamente la
Iglesia, los pastores están al pendiente de que no sufra alteraciones ni errores para
que se pueda transmitir íntegramente y dirigir al pueblo en la verdad dada por el
mismo Cristo. Es por eso que el Pueblo de Dios cree y valora las enseñanzas
magisteriales que dan los pastores y en comunión profesamos la misma fe. La unidad,
el amor y la misma comunión que manifiesta Dios mismo en su persona, será la clave
para vivir esta relación en este nuevo pueblo adquirido y será la propuesta que
propondré para vivir esta relación.


1 Catecismo de la Iglesia católica no. 759.
En su realidad histórica y en su misterio, la Iglesia surge del pueblo de Dios de la
Antigua Alianza, ahora por Cristo y por el Nuevo Testamento es claro que es ella el
nuevo pueblo de Dios constituido de un modo nuevo por obra de Cristo y por el
Espíritu Santo. Es entonces desde un principio en la Iglesia su realidad como pueblo
de Dios

La Iglesia es pueblo de Dios y se establece como tal porque primeramente Él ha sido
quien ha llamado, hecho partícipe, formado, una invitación de pertenencia donde llega
a todos, sin excluir a nadie, ya que en su misericordia dispone que nadie se pierda sino
<<quiere que todos se salven>> (1 Tim 2,4). La ha establecido porque Él quiso
santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sino constituyéndolos en un solo
pueblo, reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Se puede decir
que este establecimiento del nuevo pueblo adquirido por Cristo, por su sangre, ha
tenido en superar las fronteras de una nación solamente escogida, el extender la
invitación hacia aquellos que no se les podía invitar a formar parte de este pueblo
particular.

El Pueblo de Dios es la Iglesia y por medio del nuevo nacimiento del Espíritu es como
se llega a ser miembro de este pueblo, por medio del Bautismo, a través de la fe en
Cristo, don de Dios que se debe alimentar y hacer crecer en toda nuestra vida.

Este Pueblo de Dios se establece en la consideración de la Iglesia el elemento principal
que es el testimonio, Dios a elegido, instituido y consagrado para que sean sus
testigos, ya que el pueblo de Dios que está en medio del mundo y es para el mundo
signo de salvación ofrecida a todos los hombres. También tengo presente en mi cabeza
este trinomio que en lo personal se me hace importante para este establecimiento de
la Iglesia como pueblo de Dios, y es la idea de elección-llamado, la alianza y las
promesas, que dentro de la historia de la salvación ya desde el pueblo de Israel está
presente.

El establecimiento de este pueblo en la novedad del Nuevo Testamento es el llamado a
formar parte de este único pueblo pero que debe extenderse a todo el mundo y en
todos los tiempos, y que a la vez se cumple el designio de la voluntad de Dios. Este
pueblo está llamado a vivir en comunión, ya que se le dio el mandato del amor, de ser
uno como Jesús y su Padre son uno, por esa razón la relación entre ellos será destacar
la unidad en la diversidad de este mismo pueblo. Dentro de esta diversidad y el
relacionarse entre si, puedo situar la relación entre pueblo de Dios y la jerarquía y el
magisterio, que para la comunión y unidad de la Iglesia entera ayuda para caminar
unidos y sobre todo organizados, ya que un caos no reflejaría el orden que es Dios.

Como integrantes de este Pueblo, incorporados por el mismo Cristo por el bautismo,
partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, una regeneración que
nos da a todos una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, era necesario
que para apacentar a este Pueblo de Dios y guiarlo hacia el mismo Cristo, se
instituyera ministros ordenados para servir al propio pueblo. La sucesión apostólica
dada a los obispos y en obediencia al sucesor de Pedro, Vicario de Cristo y Cabeza
visible de toda la Iglesia, rigen al pueblo de Dios para su unidad y realizar su misión.

Este regir no es para servirse sino para servir al Pueblo de Dios y su relación con el
Pueblo de Dios creo yo que desde los Apóstoles que establecieron a sus sucesores es
para una mayor organización, consolidar la obra que se comenzó con ellos y que se ha
transmitido íntegramente el mensaje de nuestro Señor Jesucristo. Y ante el mandato
del Señor para todos los bautizados, aquellos que conformamos el Pueblo de Dios,
debemos de colaborar desde el lugar que nos corresponde, a unos los ha llamado para
la función de enseñar, santificar, gobernar y ser dispensadores de los misterios de
Dios y a otros colaborar desde su trabajo y testimonio para transmitir a ese Cristo vivo
a los demás.

Referente al Magisterio y la relación con el Pueblo de Dios, yo lo veo también desde la
unidad, creer todos en una misma enseñanza dada por nuestro Señor, escuchar la voz
de los pastores, tener una sola y firme formación que acreciente la fe. Cuando el
Pueblo de Dios se deja guiar por la doctrina de la fe y las sanas costumbres que han
sido proclamadas bajo la asistencia del Espíritu Santo a través de los Pastores, marca y
traza la dirección en la cual ha dejado Cristo para que su Pueblo camine en la luz y no
caminen en oscuridad. Así cuando ejercen los Pastores su ministerio de maestros es
una enseñanza conservada y fielmente expuesta en la Iglesia para nuestra salvación.

Cabe resaltar que la relación con el Magisterio será necesaria para proteger de
desviaciones la fe que profesamos en común, que esa relación de comunión y de unión
permanezca siempre en la verdad que nos a transmitido nuestro Señor y para eso, ha
dado a sus pastores, a aquellos encargados de custodiar y de velar por el depósito de
nuestra fe el carisma de la infabilidad en las cuestiones de fe y de costumbres.

Es así que relaciono esta triada de pueblo, jerarquía y Magisterio, que en común está
la unidad y la comunión que ayuda a poder vivir la invitación a ser hijos de Dios,
nación santa, pueblo elegido por Dios, ya que Él mismo nos a reunido en su amor para
que seamos uno como lo es Él y que seamos uno para ser con Él.
Conclusión

Mi propuesta para vivir la comunión entre este trinomio, es la comunión en el amor,
si, ya que el mismo Señor nos ha invitado a vivir en el amor, en la comunión de ese
amor que solo lleva a prestar lo mejor de mi para el otro y para Dios.

¿De que me sirve tener los mejores puestos, tener las mejores notas o tener una mente
brillante si mi propósito no es vivir en el amor y en la comunión con Dios mismo y con
los demás?

No es casualidad que la Iglesia misma en su reflexión descubra que tiene que regresar
al primer amor, en volver los ojos a los inicios, al “mira como se aman” que expresan
aquellas personas cuando miraban a los seguidores del Nazareno. Era lo atrayente, era
la novedad que fascinaba, ver que eran distintos no por su vestimenta ni por algo
externo, sino porque aun a pesar del mal que les hacían ellos seguía amando.

Es por eso que en mi conclusión y como propuesta para vivir esa unión dentro del
Pueblo de Dios y en relación con el Magisterio y la Jerarquía es necesario el amor, la
comunión para poder vencer los protagonismos, las envidias, los rencores, los celos,
etc. Quizá es trillada mi propuesta, quizá sea la más popular o la más fácil de proponer
o quizá pensará que me faltará creatividad para pensar otra propuesta, pero creo yo
que si se empieza desde uno mismo a creer que será en la comunión por el amor que
traerá el cambio en nuestra Iglesia actual, poco a poco se podrá ir convenciendo a los
demás que es posible un retorno a las comunidades de amor que expresan las
Escrituras.

“¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo
somos! El mundo no nos conoce, precisamente porque no lo conoció a él”. 1 Jn 3:1.

Consultas:
Catecismo de la Iglesia Católica no. 871-897.
Lumen Gentium no. 9-38.

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