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Santa Teresa de Lisieux

Teresa conoció el sufrimiento desde muy temprano: su madre murió de cáncer con 45 años,
cuando tenía tan solo cuatro.

El ambiente familiar en el que creció estuvo lleno de ternura y gran cariño; manifestado por signos
exteriores de afecto de su padre y sus hermanas. Teresa se sabía amada y en su hogar aprendió a
confiar en otros. Fue también un lugar privilegiado para empezar a comprender que toda su
confianza debía ser dirigida a Dios; su amor tierno y sencillo a Jesucristo; sin abandonar una
devoción profunda a la Virgen María.

Desde muy joven se sintió atraída por Dios y experimentó el deseo de entrar al Carmelo con solo
quince años.

Durante nueve años, Teresa vivió una vida oculta en el Carmelo; procurando ser intensamente fiel a
su llamada a la santidad.

Teresa sufrió los embates de las enfermedad: enfermó de tuberculosis. Dolencia que afectó
duramente su cuerpo y puso a prueba su espíritu, conduciéndola a enfrentar las profundidades del
dolor y de la oscuridad espiritual.

En suma, Teresa nos conduce a un mundo de amor profundo y de intenso sufrimiento. Nos ayuda a
ir más allá del victimismo y la ira. Nos enseña que el sufrimiento, tanto emocional como físico, no
ha de ser causa de sorpresa o vergüenza, y que el amor nos hace más ligera la carga.

En sus cartas y sus textos autobiográficos, Teresa hace visible un extraordinario amor a Dios. Por sí
misma, su vida fue provincial, ordinaria. Pero su amor a Dios fue amplio, apasionado,
profundamente fiel, ¡y extraordinario! Podemos encontrar inspiración en su devoción y dedicación,
así como en su inconmensurable capacidad para amar a Dios a través de Cristo. Por su ilimitada
confianza, comprendió que ningún sufrimiento quedaba sin recompensa, ni era olvidado. Estamos
llamados a desear aceptar nuestros sufrimientos en paz, poniendo toda nuestra existencia en las
manos de Dios. Su Hijo, Jesucristo, que experimentó la violencia de los tormentos humanos,
comprende nuestro dolor. En todas las cosas, debemos permanecer como niños, con la confianza de
quien se sabe sostenido por las manos de Dios. Es la confianza y nada más que la confianza la que
nos lleva al Amor.

La motivación de Teresa fue mostrar en todo momento su amor por Cristo, al punto de que toda su
vida se transformara en un himno de amor. Alcanzó las cimas de la vida espiritual, aquel punto en
que la persona está tan transformada por Dios que el pensamiento del sufrimiento ya no la perturba.
Las pequeñas prácticas de virtud, las dificultades; tanto las pequeñas como las grandes cruces son
siempre ocasiones para participar en la pasión y muerte de Jesucristo y manifestar el amor a Él.

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