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Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo II

Índice General

Prólogo.
NAPARSTEK, Fabián

Introducción.
NAPARSTEK, Fabián; “La era de la fiesta permanente”.

I) La función del tóxico como clave.

ABELLO, Eduardo; “El agua toxica de Mario”.


SINATRA, Ernesto; “El empuje al olvido: tres nombres del goce”.
TARRAB, Mauricio; “La droga como partenaire”.
WOLODARSKY, Diana; “La droga partenaire”.

II) El tóxico y el diagnostico diferencial.

GONZALEZ, José Luis; “El caso Armando L.”.


KARPEL y CAREW; “Las dos caras del tiempo en una toxicomanía”.
DOTI, Giomar; “Paz y Amor en tiempo de desborde”.
BOUSOÑO, Nicolás; “La función del toxico en un caso de psicosis”.
LEJBOWICZ, Jacquie; “Saber Leer”.

III) Alcoholismo.

SALAMONE, Luis; “Un alcohólico empedernido”.


SINATRA, Ernesto; “La función del alcohol”.

IV) Iniciación de los tratamientos.

ZAFFORE, Carolina; “Droga y elección sexual”.


BOUSOÑO, Nicolás; “Comerse sus palabras”.
2

V) El trabajo en las instituciones.

CAREW, Viviana; “El Otro social y la dirección de la cura en la clínica de las


toxicomanías”.
LEJBOWICZ, Jacquie; “Instituciones de lo a-dicto, una articulación posible”.

Prólogo:
Partimos con la convicción de que el psicoanálisis de
orientación lacaniana es una herramienta que puede dar respuestas precisas y
efectivas en el tratamiento con toxicómanos y alcohólicos. Para demostrar esto
no nos sostenemos en la tentación de las estadísticas, sino que nos ajustamos
a la demostración fundamentada del caso por caso. En este camino el libro
recorre una serie de casos clínicos dirigidos por diferentes analistas que
muestran cómo se las arreglaron, o no, con cada caso y en cada ocasión. Así
como también el libro da vueltas sobre la práctica analítica en diferentes
instituciones.
Freud no dudó en contar sus casos clínicos para hacer avanzar el
psicoanálisis y dar un aporte en el campo de la salud mental. Tampoco dudó en
contar lo que él creía que eran sus fracasos terapéuticos. Ha tenido la valentía
de mostrar aquello que no funcionaba en su práctica fundacional con tal que el
psicoanálisis vaya construyendo respuestas cada vez mas precisas en la cura.
Así mismo, Freud se cuidó de dar recetas mágicas y únicas para todos los
casos por igual. De esta forma, como los síntomas de quienes nos consultan
van cambiando con la época, el psicoanálisis debe poder dar respuestas a
esas maneras novedosas del malestar en la cultura. En ese sentido el aporte
de Lacan es central en el modo de abordar la clínica contemporánea. Por eso
mismo hemos decidido ubicar como primer trabajo del libro una elaboración
que implica una óptica sobre nuestra época desde una mirada clínica.
3

Con esta perspectiva, el presente libro se construye a partir del


resultado de una elaboración colectiva que se enlaza en una red de trabajo
que funciona desde hace mucho tiempo. Ya hemos publicado en su
momento, en “Introducción a la clínica de las toxicomanías y el
alcoholismo”, los teóricos de la Práctica Profesional y de Investigación
Toxicomanía y Alcoholismo. Ahora sacamos un segundo libro que continúa
el anterior. En este caso recoge fundamentalmente el material que se
trabaja desde hace tres años en las comisiones de prácticos de la materia
electiva Clínica de las toxicomanías y el Alcoholismo. El mismo es
principalmente una recopilación de casuística. Los alumnos recorren a lo
largo del trayecto de su paso por la materia una serie de casos clínicos que
aquí publicamos. Pero también se enmarca en relación con la investigación
que venimos realizando en el marco de UBACyT (“Importancia de los
aportes de la enseñanza de Jacques Lacan en la problemática de las
toxicomanías”. Proyecto UBACyT, P401. Director: Prof. Fabián A.
Naparstek. Unidad Académica: Facultad de Psicología. Comisión técnica
asesora: Humanidades. Bieño: 2008-10). Al mismo tiempo, muchos de los
que colaboran aquí con sus casos clínicos han recorrido codo a codo con
nosotros el trayecto de una elaboración novedosa en el marco del TyA
(Departamento de estudios sobre la toxicomanía y el alcoholismo del Centro
de Investigación del Instituto Clínico de Bs. As.). A todos aquellos que han
colaborado directa o indirectamente debo agradecerles ya que sin esta red
de trabajo hubiese sido imposible tener entre nosotros este libro. Finalmente
debo hacer un agradecimiento muy especial a Carolina Zaffore quien desde
un principio fue la promotora del libro, luego en un segundo tiempo quien
empujó para realizarlo y ya al final quien ha establecido el libro.
No me cabe dudas que un libro de estas características es un hecho clínico,
epistémico y político. La época nos exige dar respuestas que estén a la
altura de las circunstancias y desde aquí se responde con una elaboración
colectiva donde cada analista toma el riesgo y hace la apuesta de presentar
públicamente su práctica.
Fabián Abraham Naparstek
Marzo 2009
Introducción:
4

La era de la fiesta permanente:1

Por Naparstek, Fabián.

Me quiero detener en precisar el uso actual de la droga y finalmente su relación


con la locura. Con este fin voy a comparar dos tipos de fiestas: Una antigua y la
otra actual. Tengo la idea que la fiesta es un lugar central en la vida de los
jóvenes y un lugar especial para el uso de las drogas. Es allí donde los jóvenes
suelen encontrarse, manifestarse, consumir, etc...

El primer punto que quiero destacar es bien conocido y se extrae de la


concepción de la cultura que desarrolla Freud en su "Totem y Tabú", donde
efectivamente habla de la fiesta. En el mito de la constitución de la cultura
Freud destaca varios rasgos de los cuales voy a subrayar algunos. Freud nos
plantea que existía una horda primitiva donde un protopadre poseía a todas las
mujeres. Los hijos lo matan y hacen cultura a partir de un pacto. Se entiende
que el pacto es simbólico, es la entrada de la palabra en el lazo social y que
para hacer cultura no hubiese alcanzado con solo matarlo. Este pacto está
sostenido fundamentalmente en una renuncia y una repartija. Es una idea
central en Freud: no hay cultura sin renuncia. Se reparte el botín de guerra por
una vía negativa. Es decir, que no es una distribución equitativa al estilo
socialista. Es una repartija que se asegura de que al menos a nadie le tocará
una parte en especial. Todos renuncian a algo. No importa si a alguien le toca
diez mujeres, una o ninguna, sino que se aseguran que al menos una no le
tocará a nadie. Todo esto Freud lo deduce desde la llamada fiesta totémica:
una vez por año se mata al animal que representa al padre, se lo comen, y
realizan un encuentro con un "exceso limitado y obligatorio"2. Es importante
destacar que las dos características de la fiesta totémica responden al exceso y
lo obligatorio. El exceso implica que aquello que durante el tiempo de las
normas no se puede realizar, se permite en la fiesta. Está prohibido tocar el
tótem y en la fiesta se lo comen. Todas las leyes que rigen la comunidad

1
- El presente trabajo es un extracto de la tesis para la maestría 1 en la Universidad de parís 8, presentada
y aprobada en 2007.
2
- FREUD, Sigmund: “Tótem y Tabú” (1913-1914), Obrass Completas, Ed. Amorrortu, 1976, Buenos
Aires. Tomo XIII, page. 142.
5

pueden ser infligidas durante la fiesta. Lo obligatorio responde a un pacto de


sangre y se enlaza especialmente a la culpa. Para pertenecer había que
participar. De esta forma se aseguraban que todos se sintieran igual de
culpables ante la falta cometida. En todo caso, se trata de una fiesta donde lo
que prima no es lo singular, sino el tumulto. Todos con todos, donde no hay lo
singular. Queda así armada una cultura con una renuncia de un lado
(represiones, inhibiciones, neurosis, religión, familia, estado, ideales, etc.) y el
exceso a un costado. Sin embargo, hay un resto que no se puede digerir - al
padre se lo intenta comer cada año y eso indica que hay un hueso que no se
termina de tragar -, ni ordenar, ni hacerlo entrar en ley, pero hay que darle lugar
cada tanto. Es una lógica que Freud utiliza especialmente para el Súper Yo. Su
idea es que mientras mas virtuoso es el individuo, mas exige el súper yo es. La
persona que cada tanto se da un gusto, está menos exigido por el Súper Yo.
Se entiende que para Freud era mejor que aquello tenga su lugar cada tanto y
que la gente tenga sus pequeños excesos. Es mejor eso a que la gente intente
dejar totalmente afuera ese resto. Entiendo yo que sigue la fórmula lacaniana
donde aquello que es expulsado retorna en lo real.
Se puede representar esto que vengo describiendo con el siguiente esquema
de la temporalidad de la civilización descripta por Freud.

Esquema:
Goce. Ley. Padre muerto.
/-----------/-------------------------------------------------------------/ Cultura.
Así las cosas, el goce queda a un costado de la ley, como goce clandestino. La
psicosis muestra muy bien los efectos devastadores cuando el goce no se hace
clandestino e invade por todas partes. En ciertas tribus indígenas – como lo he
descripto anteriormente - la droga era parte de la cultura y fundamentalmente
de estas fiestas. La descripción de dichas tribus mostraba muy bien que el
consumo de droga estaba al servicio de ratificar el pacto con el padre, con la
autoridad, para revalidar la cultura dentro de la fiesta. Es la droga al servicio del
ritual religioso y de la cultura. Ordalías que sirven para hacer entrar al individuo
6

o confirmar un individuo en un grupo. En ese caso es un consumo limitado y


reglado3.
Vayamos ahora a la actualidad. Lo que antes era algo limitado en el tiempo y
espacio ahora se extiende a todo. Esto es consecuencia de la llamada caída de
los ideales y de la autoridad. Vivimos un empuje a la satisfacción total por el
consumo, a una especie de fiesta permanente – llámese fiestas reves o fiestas
de los dj´s, etc. -, donde no habría límite, donde no habría renuncia, donde
Imposible is Nothing (como dice la publicidad). Lo que antes estaba al
costado y acotado, ahora es el protagonista. Hablar de hipermodernismo -
como lo introduce Lipovetzky - implica llevar al extremo el modernismo. La idea
de Lipovetzky es que se resaltó el derecho a gozar - las diferentes luchas del
derecho al goce - y del derecho al gozar se pasó al empuje al goce. Por eso
dice que no estamos en la posmodernidad ya que implicaría un cambio y acá
no se trata de un cambio, sino de llevar al punto límite lo mismo. Así el mundo
queda dividido entre empuje al goce - lo que antes era una obligación limitada
a participar de la fiesta, hoy es empuje al goce del consumo - y depresión -
que es una de las patologías mas extendida en la actualidad. Antes era entre
orden y pequeños desordenes cada tanto. Ahora el que consume obtendría un
goce sin freno, el que no, se deprime. Se puede decir entre consumo y
abstinencia. La llamada globalización hace creer que en cualquier parte del
mundo se puede gozar de lo mismo, todos por igual. Las guerras étnicas - que
Lacan de alguna manera anticipó - aparecen como una resistencia a mantener
algo de cada cultura; mantener algo de lo singular frente al todos por igual.
Pero se puede dar un paso más y ubicar lo siguiente. De acuerdo a lo que he
planteado hasta ahora, lo que antes era un resto a un costado, ahora se ubica
en el centro. Hay un culto por el resto, una cultura del resto. En este punto hay
que tener en cuenta que el resto puede ser un desperdicio o lo que causa a un
trabajo. El que causa al trabajo es un resto fecundo que en Freud se ve muy
bien con lo que él llama el resto diurno. Es un resto que empuja al trabajo, que
pide que se lo tramite. Sin embargo hoy hay más bien un culto del resto como
desperdicio. El desperdicio es algo propiamente humano y es lo que resta de

3
- FURST, P., Alucinógenos y cultura, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1980, p. 42–23.
7

toda operación - simbólica - y cae como residuo. No lo he verificado en otros


países, pero en la Argentina en las fiestas de los jóvenes se consume al final
de la misma lo que se llama el JUNTADITO o MEZCLADITO. El JUNTADITO
es una mezcla de todos los restos que han quedado de lo que se ha bebido en
la noche. Se juntan en un solo vaso, jarra o recipiente y se lo toman. Consumir
el juntadito en un intento de que no quede resto de la fiesta. Se entiende, quien
toma ese resto se identifica a él y queda tirado en la calle como el resto mismo
de la civilización.
Pero también hay una forma de intentar desconocer el resto en el empuje
eufórico a una fiesta permanente que se muestra muy nítidamente en la
promoción del after. Me refiero al término inglés para nombrar lo que sigue
luego. Contamos hoy con el after hour, after office y hace poco me han hecho
saber que en Inglaterra se ha puesto de moda el after party. El show debe
seguir y la fiesta debe continuar ininterrumpidamente. A cada after
seguramente se le podrá agregar un nuevo after. Es un intento de barrer con
las alternancias de intervalos de tiempo entre ley y goce de la que Freud
hablaba para su época. La sexualidad queda también marcada por esta
tendencia a la continuidad. El viagra es utilizado cada vez más por los jóvenes
en el after party y para evitar las alternancias propias del falo. La manía laboral
también está marcada con esta tendencia a acumular cada vez mas trabajos
after hour. Se entiende que la manía por la rapidez entra claramente en esta
estructura que intenta evitar la irrupción del resto como lo que cae en el corte.
Así como el fast food está al servicio de la manía laboral, la fast therapy está al
servicio de hacer creer que impòssible is nothing
Se trata de la promoción del objeto a como brújula de la civilización - como
afirma Miller4 -. Esta promoción es lo que transforma al sujeto hipermoderno en
un sujeto desinhibido. Como dice Miller "La dictadura del a hace estallar el
matrimonio, dispersa la familia y modifica los cuerpos (cirugía, dieta, anorexia,
etc.)"5. Eric Laurent a su vez agrega que además del goce de la sobredosis (de
la overdose) existe la alloverdose6 . La experiencia del todo respecto del

4
- MILLER, J.-A.: “Una fantasía”, conferencia de Comandatuba, Inédita, 2004
5
- Op. cit., pagina 8.
6
- LAURENT, Eric, "La societé du symptôme", in Quarto 79, revue de l'Ecole de la Cause Freudienne,
Bruxelles, Belgique, 2004, pagina 9.
8

goce. La sobredosis tiene lugar siempre y cuando haya una medida sobre la
cual se sobre pasa la dosis. En cambio Eric Laurent desarrolla como en la
actualidad hay una búsqueda generalizada del goce total sin resto. Lacan decía
que se trataba del “ascenso del a al cenit de la civilización”7. Esto Miller lo
escribió como: a > I8. La prevalencia del a sobre el significante, sobre los
ideales, sobre el Nombre del Padre. La explicación que da Miller, ya no en
Comandatuba, sino en su curso del año anterior, es que el a cuestiona el
Nombre Del Padre. Y por eso a la última clase del seminario de la Angustia la
llamó "del a a Los nombres del padre"9. El a es lo que no se deja nombrar, lo
que resta a la función nominadora del nombre del padre y por eso lo cuestiona.
Cuestiona al padre universal. Miller dice: "cuestiona la unicidad del nombre del
padre"10.
Llegado a este punto se puede comparar el esquema de la civilización
descripta por Freud con un nuevo esquema que representa este nuevo estado
de la civilización. Es un esquema que describe una diacronía temporal invertida
respecto del anterior esquema. En la civilización freudiana – si se la puede
llamar así – la mayor parte del tiempo estaba regulada por la ley y sus
instituciones. Al costado teníamos esos pequeños excesos festivos cada tanto.
En la actualidad habría un empuje a una fiesta permanente con un intento de
hacer desaparecer el resto. A mi gusto, a un costado se encuentran los
defensores del Nombre del padre y de las creencias bajo la forma del
fanatismo.
Empuje al Goce. Dicatadura del a. NP. fanatismo
/------------------------------------------------------/-----------------------/

Se puede comparar a estos sujetos – que Miller llama desorientados - de la


actualidad con el hombre libre. Efectivamente esa noción de la tiranía del a

7
- LACAN, J.acques: Radiofonía & Televisión, Ed. Anagrama, 1977, Barcelona, pages 25-26.
8
- LAURENT, Eric: "La societé du symptôme", Op. cit., page 6.
9
- MILLER, J.-A., “Curse de laOrientation Lacanienne”, clase 19, 19-06-2004, Inédito. Ver Lacan, Le
séminaire, livre X, L'Angoisse, Ed. Seuil, Paris, 2004, page 375.

10
- MILLER, J.-A., “Curse de laOrientation Lacanienne”, clase 17, 12-05–2004, Inédito.
9

es una noción que Lacan utiliza para el hombre libre. Esos mismos sujetos
que no pueden zafar de esas libertades que lo dejan totalmente
desorientados. Por otra parte, el hombre libre según Lacan era el Loco. Lo
cual acerca nuestra clínica actual claramente a la locura. El daba un
argumento que apuntaba al mismo punto respecto del objeto a. El loco es el
que no está interesado por el Otro ya que él tiene el objeto a. Es libre
respecto del Otro ya que no le demanda el a. Sus voces lo demuestran,
dicía Lacan y agregaba11. "El tiene su causa en su bolsillo"12. Fuerzo la
frase y digo que la época actual pretende meternos la causa en el bolsillo
(con las múltiples significaciones que pueda tener) con el objeto fetiche de
la mercancía y nos deja en la locura de la libertad respecto del Otro. Se
entiende, tiranía del a, de un a suelto, y libertad respecto del Otro. Es la
lógica de la psicosis remarcada por Lacan. En este texto que vengo
comentando (“Pequeño discurso a los psiquiatras”) Lacan adelanta lo que
Miller llama la tiranía del a - adelanta con una increíble deducción para la
época – cuando dice que: “!Si hay uno de los frutos mas tangibles que
ustedes puedan tocar todos los días, de lo que devenga de los progresos de
la ciencia, es que los objetos a se meten en todas partes, aislados, solos y
siempre listos a sorprenderlos en el primer encuentro”, Se entiende aquí
que son los objetos a aislados, no enlazados de manera particular en el
fantasma de cada quien. Agrega Lacan: “Hago alusión a las mass-media, a
saber esas miradas errantes y esas voces caprichosas de las cuales están
destinados muy naturalmente a estar rodeados cada vez mas ..... se los
meten por los ojos y por las orejas”13. Se ve que nos metan esos objetos a
por los ojos y las orejas y eso tira abajo al Otro y nos deja en la
desorientación de un a que no hace punto de capitón singular.
En este sentido la sexualidad actual también recibe el impacto del cambio. A mi
gusto hay una tendencia hacia una sexualidad maníaca y desorientada. Para

- LACAN, Jacques: “Petit discurs aux psychiatres” (1967), Inédit.


11

Op. cit.,
12
- Op. cit..
13
- Op. cit..
10

dar cuenta de esto me permito tomar a la vieja fábula de la Cenicienta como


forma antigua de la sexualidad.
La Cenicienta deja su rastro: el zapato. El príncipe no pudo mas que salir a
buscar aquella mujer que encajara en el molde del zapato. El zapato le
funcionaba como una linterna que alumbraba en un campo sumamente oscuro.
La neurosis freudiana muestra que el amor hace creer en la contingencia del
zapato, pero más bien la estructura enseña que el molde o el "cliché" estaba
desde antes. Cada hombre con su zapato sale al mundo a ver qué mujer "hace
consonancia" con su horma - como decía J. Lacan: "con su inconsciente"14 -.
La "condición fetichista"15 del hombre - o como Freud la llamó luego, la
"condición erótica"- no sigue al empuje del mercado. Dicha condición pide
siempre el mismo zapato. La sexualidad perversa que Freud muestra
claramente en su época, es una sexualidad firmemente orientada. La
perversión así entendida hace de brújula al hombre en un campo indefinible.
Sobre la base de la falta de objeto pulsional la sexualidad ordenada
perversamente (condición fetichista, - o sea, heterosexualidad-,
homosexualidad y fetichismo; mas tarde agregará al masoquismo, sadismo,
exhibicionismo y voyeurismo) sigue fielmente la fijación a un objeto fantaseado.
En efecto, cuando Freud habla de la perversión polimorfa habla de la variedad
de perversiones en el recorrido diacrónico y libidinal del niño, pero la perversión
por excelencia es unimorfa. De una sola forma.
En cambio, en la actualidad, un muchacho de unos 20 años llega a la consulta
diciendo que en lo que respecta a la sexualidad, él parte "de cero". No tiene y
no encuentra nada anterior que lo pueda guiar. Necesita probar cada vez para
saber cuál es su camino. Encuentros con travestíes, homosexuales,
partenaires del otro sexo, etc., son una muestra de su búsqueda. Finalmente
dice que es como "si fuera a comprarse zapatos y no supiera cuanto calza".
"Se trata de lo básico, no del gusto" termina agregando. Se entiende allí que
hay un problema de horma respecto a la sexualidad. Como si no tuviese el
antiguo zapato de nuestro príncipe perversamente orientado. Esto es lo que me
hizo pensar, a partir de varios casos clínicos con estas características, que hay

14
- Lacan, J.: "Conferencia en Ginebra", En Intervenciones y textos 2, Ed. Mannatial, Bs. As. 1988, pag.
131.
15
- Freud, S.: "Tres ensayos de teoría sexual", Ed. Amorrortu, Bs. As., 1985, tomo VII, pag. 139.
11

en la actualidad una tendencia que marca una caída de la perversión como


directriz sexual, como respuesta al agujero del sexo. Es evidente, a su vez, que
esta caída toca especialmente al campo masculino en términos de su
orientación por el "gnomon" fálico - como lo llamaba Lacan-. Como él mismo lo
afirmaba, no se han inventado nuevas perversiones - entre otras cosas por su
fijeza -, pero el mercado ha logrado que el petit a no sea un capitón singular
para cada sujeto. Hoy se trata del fetichismo por la mercancía generalizada que
depende del mercado. Un mercado que va contra la fijeza del fantasma y pide
un nuevo zapato cada vez. Así entiendo lo que J.-A. Miller muestra claramente
como la tiranía actual del petit a. Es una tiranía desligada de la singularidad de
cada sujeto y es justamente por eso que la llama tiranía16. Se genera así una
tensión entre empuje al mas de goce de la ALLOVERDOSE 17 o la singularidad
del síntoma. La tiranía actual del a es una tiranía desligada de la singularidad.
Por esto mismo el psicoanálisis nunca se llevó bien con las tiranías. Así mismo,
este mismo panorama es lo que permite a J.-A. Miller hablar de los "nuevos
híbridos"18. En los términos que vengo planteando, llamo a esto: la sexualidad
inclasificable de los jóvenes de hoy. Así como hay que diagnosticar la
estructura de un sujeto entre neurosis, psicosis o perversión también en
psicoanálisis debemos diagnosticar la posición sexual. No damos por sentado
ni la posición sexual, ni la elección sexual respecto de la anatomía. Así
entiendo, que este joven que partía de cero era un inclasificable sexual. Se ve
en este sentido que es un a desligado del sujeto, que no es el a en un fantasma
que orienta perversamente y de manera repetitiva y siempre igual a la
sexualidad. Se desprende de este razonamiento cómo la época se asemeja a
la fórmula de la locura que describe Lacan en estos párrafos que vengo
comentando. Cómo ya lo subrayé, el loco que es el hombre libre respecto del
Otro, sin embargo padece por ello mismo la tiranía de un objeto a suelto que lo
invade por todos lados. En efecto, Lacan describe de la misma manera a la
época. Un objeto petit a suelto y libertad respecto del Otro.

16
- Miller, J._A.: Curso de la orientación lacaniana, clase 20, año 2003-4, inédito. Ver también
conferencia en Comandatuba.
17
- Laurent, E.: "La societé du symptome", en Quarto 79, revue de l'Ecole de la Cause Freudienne,
Bruxelles, Belgique, 2004, pag. 9.
18
- Miller, J.-A.: "Le neveau de Lacan", Ed. Verdier, Paris, 2003, pag. 165.
12

La caída de los emblemas paternos ha traído aparejado, entre otras cosas, esa
tendencia a la desaparición de las formas masculinas y unimorfas - la forma
"hommosexuelle", "hombresexual"19 - de acceder al sexo.
Ahora bien, estos cambios en la práctica sexual se correlacionan con un
consumo festivo: éxtasis, alcohol, cocaína, psico estimulantes, etc. Son todas
drogas que responden a una demanda de euforia. Diferente es el consumo de
heroína que es un psicodélico que permite suprimir la angustia y abstraerse del
mundo y que finalmente aniquila la sexualidad. O la marihuana que puede ser
mas un tranquilizante. Por otro lado, esto lleva hoy a lo que llamé una
sexualidad bajo influencia, a una sexualidad reforzada ya que además se
llega al acto sexual luego de la fiesta, luego del reviente, destruidos. La fiesta
de los DJ, son un ejemplo, de una sexualidad bajo el efecto del éxtasis. Por
otro lado, el viagra hoy es de consumo masivo y fundamentalmente para
jóvenes y no tan jóvenes. Lo que apareció como una droga supuestamente
para la gente mayor, hoy es de uso masivo. Se ve allí que se intenta
desconocer el límite fálico, pero no solamente como límite simbólico, sino
orgánico. Hay un consumo con un retorno a lo sexual, luego de una época
donde se intentó dejarla afuera. Este consumo masivo deja a los individuos
cada vez más solos. Efectivamente, está el goce globalizado y está la soledad
globalizada. La gran dificultad hoy es establecer lazos duraderos o fuertes
entre los diferentes sujetos y el encuentro entre los sexos se ve así alterado.
Por lo tanto, lo que Freud propuso respecto del lugar de la droga en su texto “El
malestar en la cultura”, creo que no se puede sostener hoy en día. Entiendo
que la época de Freud y la nuestra son diferentes y que, por ende, las
coordenadas cambian. En la época de Freud – como ya lo anticipé en otro
texto - la toxicomanía es un síntoma aislado, entre otros. En la actualidad, hay
una tendencia que lleva a una respuesta única y globalizada, se trata de un
goce unitario y para todos por igual, intentando barrer con todas las diferencias.
Esta tendencia parece diferente a la destacada por Freud en su malestar en la
cultura. Es una época donde priman los ideales y hay cierta preponderancia del
Nombre del Padre, por eso la droga se ubica - en el caso de ciertos alcohólicos
-, como posible partenaire. En ese momento, la toxicomanía – como ya lo dije

19
- Lacan, J.: "Seminario, libro 20, Aún", Ed. Paidós, Bs. As., Barcelona, México, 1985, pag. 103.
13

anteriormente - parece ser una respuesta al costado de otras, como algo


localizado y puntual. Pero, a su vez, tenemos otro momento que responde a la
época, llamada por J.-A. Miller, de la inexistencia del Otro, en donde ya se trata
de la "toxicomanía generalizada"20, como un modo único y globalizado. Es el
tiempo del consumo generalizado como supuesta y única respuesta al
malestar. Pero además, se ve cómo la época ha emparejado un modo de goce
bajo la forma del consumo y la locura. Se ve allí una relación estrecha entre la
descripción que hace Lacan de la psicosis y la época del consumo
generalizado.

I) La función del tóxico como clave


El agua tóxica de Mario
Eduardo Abello
psicoanalista, miembro de la EOL y de la AMP

(El presente texto ha sido publicado anteriormente en: Sexuación y


Semblantes: ¿Mujeres anoréxicas, hombres toxicómanos?", Ed. plural. Colecc.
Sujeto, goce y modernidad nueva serie, TyA-Plural 2002, impreso en La Paz,
Bolivia. pág. 19 a 23.)

“...no todo el que ha tenido la oportunidad de tomar durante un lapso morfina,


cocaína, clorhidrato, etc., contrae por eso una “adicción” a esas cosas. Una
indagación más precisa demuestra por lo general que esos narcóticos están
destinados a sustituir – de manera directa o mediante unos rodeos – el goce
sexual faltante...” No es una cita de Lacan. La cita tiene más de cien años.
Freud dice esto en “La sexualidad en la etiología de las neurosis” (1) que
terminó el 9 de febrero de 1898.
Es una cita que encuentro puede aplicarse a Mario, quien solicita atención en
un centro asistencial privado donde trabajo, a instancias de su esposa y de una
constelación de médicos de diversas especialidades. Unos días atrás, Mario

20
- SINATRA, Ernesto.: “La toxicomanía generalizada y el empuje al olvido", Más allá de las drogas,
Plural Editores, Bolivia 2000, página 39.
SINATRA, Ernesto.: “La toxicomanía generalizada y el empuje al olvido", Más allá de las drogas, Plural
Editores, Bolivie, 2000, page 39.
14

había huído de un hospital público donde estaba internado a causa de una


neumonía y una gastritis “rebelde” a los tratamientos, confrontado con la
muerte, la castración, la falta.
Las primeras palabras que me dirige expresan el horror: “me afectó mucho la
internación, compartía la habitación con dos viejitos casi muertos; me afectó
tanta miseria: no valés nada”. Enunciado sorprendente para quien escapa de
una hospitalización, porque es la muerte del Otro la que, como él dice, lo hace
“optar por la vida” al huir del Hospital, abriendo el camino a un pasaje al acto
que lo libera del encuentro con la propia muerte. Mario, con sus 40 años, ocho
después de haber recibido un riñón trasplantado por su nefropatía diabética,
debió volver a dializarse en abril, dos meses antes del episodio relatado.
El sentido que recobra durante las primeras entrevistas y la pronta mejoría de
su “gastritis resistente” genera el surgimiento de un enigma para el sujeto: “
¿no me estaré autodestruyendo?”. Confiesa que creía que en el estómago
tenía un cáncer, al que califica como “la muerte rápida”. La pregunta sin
respuesta aparente da paso a los dichos del sujeto acerca de lo que considero
su toxicomanía oral.
Mario me comenta, entre sonrisas, su preocupación, que además le es
transmitida por los médicos que lo asisten. Toma mucha agua. “Es un abuso”,
dice, “me da gracia”. “Soy adicto al agua, es la mejor bebida”. Describe con
detalles su ritual nocturno: cuando todos duermen en su casa, se levanta de la
cama, va hacia la heladera, toma la jarra y, solo en la cocina, como él dice: “me
la chupo toda, no puedo controlarlo”. -“Es mi mayor placer. Estoy bien con ese
juego de la jarra”. Es necesario subrayar que el consumo nocturno, abusivo y
selectivo en el horario, el hecho de mantener controlada su diabetes y, como
veremos más adelante, la raiz de esta práctica en la historia del sujeto,
permiten apartar la consideración de su conducta como correspondiente al
síntoma médico de la polidipsia, relacionado con la diabetes; desbordando
asimismo lo que de exceso puede tener la ingesta de agua en los
hemodializados.
Mario conoce que, sin riñones, el agua es – a partir de un límite – “tóxica”. Su
corazón, su vida, están en riesgo a causa de la hipertensión; sus actividades
diarias se hacen casi nulas por el peso de su cuerpo, especialmente su
abdomen; los calambres post-diálisis son mayores y más incapacitantes. Sin
15

embargo Mario confiesa: -“Quiero que en cada diálisis me saquen la mayor


cantidad de líquido posible; cuanto más sacan, más agua puedo tomar
después”.
No permanezco impasible frente a sus sonrisas y con semblante de
preocupación apunto a lo mortífero de esa práctica. A la entrevista siguiente
concurre diciendo: “uno no espera que le digan la verdad”. Reconoce que,
durante mucho tiempo después del transplante, se colocaba ampollas de
“Klosidol”, hecho que tampoco era capaz de controlar. -“No me interesan los
estimulantes”, dice. -“Tomo las cosas, las pruebo, para ver qué le pasa al
cuerpo. Si me gustó, sigo”.
Así, como modo de goce, el consumo abusivo es usado para tapar, para
anestesiar si se quiere, la falta en tanto dolor insoportable. Un exceso, en
suma, que habla de la pulsión de muerte.
Sus dichos sobre ese modo de goce solitario, permiten poner en contrapunto lo
que inmediatamente después aborda expresando que tiene “un conflicto en
casa”: “mi mujer no me banca, no me da lugar”. El reinicio de la diálisis luego
de los ocho años de “libertad” con el nuevo riñón modificó su condición de
partenaire, después de cinco años de pareja, y llegó hasta alterar el lugar de
padre de familia que ostentaba. Aunque con temor y prevenido respecto a la
falta del partenaire, comienza a hacerse la idea de una posible separación.
Esta ruptura, este quiebre en la no-relación de pareja, que es caída del amor
en tanto, como decía Javier Aramburu, “suplencia de la falta en ser del sujeto”
(2), diluye de cierta manera su relación con el goce fálico, precipitándolo a
procurarse otro goce, ya que el encuentro con el Otro sexo no hace sino
mostrarle el fracaso de su encuentro con el objeto “a”, al dejarlo a este último al
descubierto. El goce fálico deja así de ser la “vía de escape” al goce sexual
imposible. La vía se convierte en el goce a-sexuado del cuerpo.

Nos preguntamos: ¿qué es lo tóxico, entonces? Etimológicamente lo venenoso.


Desde nuestro ámbito, el goce mismo. El caso de Mario nos muestra que, bajo
ciertas condiciones, aún el agua puede ser tóxica.
Algunas entrevistas después, ese “juego de la jarra”, ese modo de goce que
mostraba difucultad para situarlo a nivel del Otro, se nutrió de un aporte valioso
para su análisis. Mario hablaba de su niñez en un pueblo del Norte argentino,
16

de la pobreza de su familia y de sus primos, vecinos de enfente, que tenían


almacén. De la bronca que sentía: ellos podían comer dulce de leche, él no. Me
relata este episodio: “Me decían el Negro Batatero porque comía batata asada,
ya que ni galletas teníamos. Un día en que ví a mi tía distraída en su negocio,
abrí la heladera con pausa, saqué una Crush, corrí a casa, hasta el patio, y la
tomé, ¡con qué placer! Tiré la botella al fondo. Nadie se enteró. Nunca antes
había tomado una gaseosa. La mejor es la Crush.”
La secuencia es la misma en la actualidad. Con ese acto Mario dejaba de ser el
negro Batatero, obteniendo a cambio un goce que, para esconder su
naturaleza de hurto, debe mantener en soledad. Siguiendo a Lacan en su
seminario “Aún” cuando dice que el cuerpo es algo que se goza de manera
significante (3), esta recuperación de goce del ser hablante se evidencia
anudando pulsión y repetición, búsqueda de lo perdido y a su vez memoria del
mismo. En cada jarra, en ese exceso, Mario goza de su “rebeldía”, que
tampoco va sin relación al padre. Se podría introducir aquí entonces, la
cuestión del superyó.
En su seminario “Los divinos detalles” (4), Miller destacaba que el psicoanálisis
repitió durante mucho tiempo un primer abordaje a la noción del superyó: aquel
que lo definía como representante introyectado de los padres. Abordaje que
ocultaba la otra cara del superyó: el ser en definitiva el resultado de la renuncia
a las pulsiones. Para aclararlo Miller hacía un esquema:

dolor moral

Pulsiones Superyó
renuncia pulsional

Relaciono esto con lo que Juan Carlos Indart planteó (5) al analizar las
referencias de Lacan con respecto al superyó, hablando de un funcionamiento
del mismo, destinado a negar la castración del Otro.
Es decir, la renuncia a las pulsiones (que es pérdida de goce) implica la
creencia en un Otro que ex-siste, en un “padre Todo goce”, como dice Indart
(6). Y se pregunta, y ella me parece apropiada para ilustrar este caso: ¿porqué
la muerte rodea al goce?. Es que la pulsión de muerte surge a partir de la
17

negación de un Otro castrado, del “fantasma del Otro del goce total” (7). Mario
se pregunta si no estará pagando las maldades que cometieron sus padres a
través de actos de ocultismo, de curanderismo, que sabe que realizaban. -“Le
hicieron mal a mucha gente”, dice.
El esquema de Miller nos permite ubicar los diferentes modos de goce
toxicómanos a los cuales hizo referencia en la segunda de sus conferencias
brasileñas sobre el síntoma (8), y relacionarlos con el superyó. Por un lado, el
ejemplo heroinómano, que apunta a la separación del Otro, mantiene con el
tóxico a distancia a ese Otro, tapando con su consumo la renuncia pulsional y,
por el otro, aquellos que, como Mario, en la vertiente de la alienación al Otro, el
funcionamiento superyoico, con ese Otro de goce absoluto en quien cree,
impone un gozar mortífero que se expresa a través de su oralidad.
Lo que Mario tampoco soporta es el mundo pulsional en donde reina la falta. La
sustancia misma “en juego”, la “mejor bebida”, el “mayor placer”, es el que
obtiene de un líquido que no falta (que reemplaza su Crush), y que calla en
cada jarra, en cada chupada, el decir castrado del sujeto.
La salida rápida, el cáncer, que cobró sentido a partir de lo que el sujeto
interpretó en un momento crucial de su historia, se esfumó dejando al frente lo
que para él, es la vía “lenta” a la muerte, vía que evita cuidadosamente los
baches de la pulsión. Pero el punto de fuga, ese Otro barrado presentificado en
su cuerpo, le reclama para ello agua como el tonel de las Danaides.
Miller decía hablando de la heroína que era la sustancia que reunía el llamado
“criterio lacaniano del goce toxicómano” (9), poniéndose en la vertiente de la
separación del Otro. Usando los significantes de Lacan, Miller define ese
criterio diciendo que “es patológico cuando es un goce que se prefiere al pitito
(petit-pipi)”(10).
La función de la droga según este criterio al que se alude, es promover, como
decía Miller, “la insumisión al servicio sexual”(11), al tiempo que aparece como
objeto de deseo, pero no objeto causa de deseo. Es mas bien un objeto de
demanda imperiosa y un objeto causa de goce (12).
Es precisamente en este caso cuando se aprecia que dicha función combina,
en un solo partenaire, el tóxico como escape al goce del Otro sexo imposible, y
como vehículo de una recuperación de goce que le da una inscripción en el
18

Otro, que le permite nombrarse como el “rebelde”, con una botella en el fondo,
en solitario.

Entonces, ¿ hay algo que pueda detener o modificar ese goce ? Lacan nos da
una respuesta en “Aún” (13): la “otra satisfacción”, la satisfacción de la palabra.
Eso podemos ofrecer los analistas al toxicómano: la posibilidad de restituirle
una relación más estrecha a su inconsciente, relación que él se encarga de
borrar con el tóxico.
En la clausura de las Jornadas sobre “El toxicómano y sus terapeutas”, Miller
condicionaba el éxito del análisis a que el analista se convierta en un “dealer”
de “la droga de la palabra” (14) e invitaba a introducirlo a ese goce: el de la
palabra, “la droga normal” (15).

Se trata, en definitiva, de un pasaje. Podríamos incluso, tomando este caso,


tomando las metáforas que nos permite usar el recurso a la palabra misma,
definirlo así: del “agua tóxica de Mario” a la “rosa púrpura del Cairo”.

Córdoba, mayo de 2000

Notas:

1- Freud, S.: “La sexualidad en la etiología de las neurosis”, en “Obras


Completas”, Amorrortu ed., Bs. As., 1986 , tomo III; pág. 268.
2- Aramburu, J.: “Del Ideal al síntoma, un cambio de orientación”, en “El peso
de los ideales”, EOL-Paidos, Bs.As., Barcelona, México, 1999; pág. 89.
3- Lacan, J.: ”El Seminario-Aún”, Ed. Paidós, Bs.As., Barcelona, México;1989;
pág. 32.
4- Miller, J.-A.: “Les divins détails”, clase del 7/6/1989, inédita.
5- Indart, J.C.: “El peso del superyó”, en “El peso de los ideales”, EOL-Paidos,
Bs.As., Barcelona, México, 1999; pág. 98.
6- Indart, J.C.: “El peso del superyó”, en “El peso de los ideales”, EOL-Paidos,
Bs.As., Barcelona, México, 1999; pág. 99.
7- Indart, J.C.: “El peso del superyó”, en “El peso de los ideales”, EOL-Paidos,
Bs.As., Barcelona, México, 1999; pág. 100.
19

8- Miller,J.-A.: “Segunda conferencia: el síntoma como aparato”, en “El síntoma


charlatán”, Ed. Paidós, Bs.As., Barcelona, México, 1998; pág. 39.
9- Miller, J.-A.: “L’Autre qui n’existe pas et ses comités d’éthique”, clase del
21/5/1997, inédita.
10- Miller, J.-A.: “L’Autre qui n’existe pas et ses comités d’éthique”, clase del
21/5/1997, inédita.
11- Miller, J.-A.:“Cloture” en “Le toxicomane et ses thérapeutes”- Ed. Navarin,
Paris, pág.137.
12- Miller, J.-A.:“Cloture” en “Le toxicomane et ses thérapeutes”- Ed. Navarin,
Paris, pág.135
13- Lacan, J.: ”El Seminario-Aún”, Ed. Paidós, Bs.As., Barcelona, México;1989;
pág. 79.
14- Miller, J.-A.:“Cloture” en “Le toxicomane et ses thérapeutes”- Ed. Navarin,
Paris, pág.138.
15- Miller, J.-A.: “L’Autre qui n’existe pas et ses comités d’éthique”, clase del
2/4/1997, inédita.

El empuje al olvido: tres nombres del goce


Por Ernesto Sinatra:
(El presente texto ha sido publicado anteriormente en “Mas Allá de las
Drogas”, Ed. Plural, La Paz, Bolivia, 2000, página 171.)

En un texto de este volúmen presenté una hipótesis a partir de una siniestra


publicidad sobre jeans con la que caractericé nuestra época : El empuje al
olvido es promovido por el amo moderno occidental con el auxilio técnico de la
ciencia en complicidad con la tecnología y patrocinado por los mass media.
Intentaré ahora demostrar el valor de goce del olvido a partir de tres fragmentos
clínicos articulado con el valor de goce del nombre.

Las tres personas sobre las que les he de hablar tienen varios rasgos en
común:

Sufrieron un <accidente>
20

Estaban drogados cuando se perpetró el hecho


Olvidaron totalmente lo ocurrido
Sólo pudieron recordar el acontecimiento al ser localizado por su puesta en
discurso
El <accidente> demostró ser contingente pero no accidental: en los tres
casos se trató de un pasaje al acto suicida
La figura del padre –en los tres casos- es emblemática por su
desfallecimiento
Los tres sujetos se inventaron un nombre para gozar de él

1°) ‘Don Juan’: un nombre transitorio de goce


La búsqueda de las drogas como vehículo de sabiduría había llevado a Juan al
precipicio, literalmente. Un día, borracho, luego de haber fumado marihuana e
inhalado -una vez más- casi una lata entera de pegamento, decidió salir al
balcón para enfrentar de una buena vez a la muerte invulnerable. Sólo la
providencial presencia de un amigo y compañero de travesías evitó que cayera
al vacío: lo abrazó cuando ya había perdido pie.
Su presencia en mi consulta no anunciaba nada alentador. Casi no hablaba,
sólo lo hacía por compromiso porque entendía la desesperanza de sus padres,
y estaba allí frente a mí con su boca abierta y con sus mono-frases
prearmadas. Era evidente cómo se presentaban las cosas: él era su propio
‘cocodrilo’ y los dos sabíamos que si tenía la chance de hacerlo yo habría de
oficiar del ‘palo apaciguador’. No había demasiado tiempo.
La entrada fue la literatura, Castaneda y Las enseñanzas de Don Juan, en
verdad su único libro de referencia, libro en el que la droga toma un valor
iniciático al ser introducida por el chamán, Don Juan.
Se localiza el problema: el cortocircuito de goce en el cuerpo que procura al
toxicómano la substancia, estaba en este caso asegurado por un sujeto
supuesto saber...gozar. Para Juan todo su consumo era filtrado a través de allí,
por la trascendencia que lograría con ese camino. Comprendí, entonces, que
ese era también mi único acceso a su intimidad, por ello con extrema paciencia
escuché sus relatos -los que comenzó a soltar algún tiempo depués de que me
dispuse a escucharlo.
21

Su historia familiar comenzó a entramarse en derredor de Don Juan, como


asimismo de sus relaciones con sus amigos y sus desventuras con las mujeres.
Este Don Juan moderno, para seguir la lógica de los tiempos, no estaba seguro
si no era homosexual y temía tanto a las mujeres que no podía casi
acercárseles. Al principio lo había intentado con el alcohol y con la marihuana,
algunas veces también con la cocaína. Luego -ya resignado- se retiró al
pegamento y al cuasi ostracismo. Ya casi no se veía con sus amigos, no
estudiaba, no trabajaba, sólo esperaba algo de Don Juan; pero cada vez eran
menos sus expectativas de alcanzar el viaje que lo redimiera. Comenzó a
traerme escritos que denunciaban las dificultades en sus ‘viajes’: cada vez le
iba peor en las inhaladas -su forma de goce preferida- ya que el tormento de
sus pensamientos amenazaba arrasar su frágil estabilidad psíquica.
Luego de muchas entrevistas surgió para su sorpresa -y la mía- un sueño que
permitió localizar un recuerdo. Su madre, mujer rígida y distante, era en el
sueño bonita y lo convidaba con marihuana, de pronto entraban dos tipos y la
violaban. Todo sucedía delante de Juan, de su deseperación. Incluso creyó ver
a su padre y a sus dos hermanos mayores llorando en la escena.
Varios años atrás había presenciado una escena en la que su padre, veterano
marido de la botella, estaba una vez más alcoholizado. Pero esta vez, a
diferencia de todas las otras, no estaba triste ni violento como acostumbraba; y
además no estaba la madre de Juan con él, sino que estaba acompañado por
dos -extrañas- mujeres y un hombre. Sólo tiempo después, Juan calificó el
encuentro como la ‘fiesta de mi viejo con dos putas y su cafishio’, a pesar de
que nunca presenció nada.
Sólo a partir de entonces comenzó a desanudarse su relación tóxica al goce,
intercalándose eslabones simbólicos asociativos que Juan consumía
lentamente, substituyéndolos a las substancias. Yo, con mi silencio y algunas
puntuaciones que siempre cuestionaban la certeza de goce que quería
demostrarme, me había transformado en su chamán.
En verdad, su carrera tóxica había comenzado al poco tiempo de esa escena,
la que trastocó para siempre sus relaciones con sus padres: con él por no
entender por qué en su casa había llevado a esa gente tan peligrosa, por qué
su padre tan callado, culposo y tímido siempre, reaccionó aquella vez tan
vívida...‘y estúpidamente’; tal era su lástima que Juan no podía nunca enojarse
22

con él. Con ella por no animarse a contarle la escena, tranformándose en


cómplice silencioso de su padre, del cual comenzó a compartir también otro
rasgo: la auto-compasión.
Pero además fue necesario otro tramo de sesiones para localizar un sueño que
había precedido exactamente su pasaje al acto (al que sólo en la elaboración
onírica a la que se dedicó denominó ‘mi intento de suicidio’): El tenía ‘violentas’
relaciones sexuales con una bellísima mujer que se llamaba en el sueño ‘la
bruja’. Ella gozaba sin parar y él con ella. El estaba asustado, pero igual seguía
gozando.
Sin querer saber nada más, al día siguiente saltó al vacío, perseguido por una
voz que -sólo entonces recordó- le decía ‘matate, si vos no merecés vivir!’. Muy
angustiado, pudo precisar que antes de arrojarse le había contado a su amigo,
drogado, el sueño que había tenido y aquél le recordó burlándose que ‘bruja’
era el nombre con el que Juan había ‘bautizado’ a su propia madre. Ya casi en
el aire -si bien el ‘palo de piedra’ fue insuficiente, la arriesgada maniobra de su
amigo evitó el desenlace mortal- sólo pudo gritar: ‘¡papá...papá!’.
A partir de alcanzado este punto se ‘despegó’ la culpa por el goce incestuoso
(con ‘la bruja’) del tormento del padre del goce (que lo empujaba a la muerte).
Así, Juan fue -paulatinamente- perdiendo interés tanto en las drogas -su
recurso inefable y místico- como en aquel Don Juan -‘su’ mito del padre, en
nombre del cual autorizaba su consumo-, hasta dejar que los dos cayeran
definitivamente. Fue la caída de esta figura del padre ideal la que conmovió el
goce que obtenía con la droga (en especial con el pegamento) al par que
deshizo la identificación del sujeto con el rasgo de impotencia -alcohólica- del
padre (figura del goce del Otro que, transformada en ‘padre muerto’, lo
empujara al vacío).
Sólo entonces él descubrió las resonancias ‘sexuales’ que habitaban su
nombre de goce elegido y se interrogó por lo que era su verdadera
preocupación: la relación con las mujeres. Para Juan, a partir de entonces, el
análisis se transformó en asunto serio.

2°) Las banderas del kamikaze


Un hombre llega a consulta diciendo encarnar las fuerzas del mal al par que se
presenta con notorias contusiones y lastimaduras. Su motivo de consulta es por
23

demás razonable: quiere seguir viviendo, pero no está seguro de poder


hacerlo. Afirma que no puede dejar de hacer ciertas 'cosas' que le acarrean
cada vez más dificultades.
Su pacto con la muerte adquiría renovadas formas: respecto de las substancias
tóxicas que empleaba, hasta extremos de frecuentes sobredosis; respecto de la
angustia que provocaba en sus partenaires, amenazándolas hasta el colmo de
sus resistencias; ofreciéndose para ser golpeado salvajemente, una y otra vez,
hasta extremos en los que su vida siempre pendía del azar de su resistencia
física.
No puede dejar de tomar alcohol para darse el coraje que necesita, ni
abandonar las drogas que consume -sobre todo,cocaína- y que habitualmente
combina con sus 'drinks'. Su discurso es elíptico, de difícil cernimiento y pleno
de alusiones, al par que espera de mí una complicidad de sentido -a la que,
naturalmente, rehúso. Le formulo entonces sucesivas preguntas, demostrando
mi ignorancia respecto de los sintagmas fijos con los que pretende sostener el
diálogo -la mayoría de ellos extraídos de la cultura analítica. Al ubicarme en
esta posición, comienza a hablar -no sin reticencias- de su consumición,
significante que se hallará a posteriori ligado con una secuencia, la que
circunscribirá sus condiciones de goce en sus encuentros con las mujeres, a
partir de ocho momentos repetidos de modo sucesivo sin alterar su carácter
ordinal. Los enumeraré:
1º)Seducción 2º)Enamoramiento 3º)Desprecio 4º)Coerción 5º)Terror
6º)Arrepentimiento 7º)Entrega 8)Humillación .
Pero una vez aislado el circuito en el que dicho sujeto condensaba su
satisfacción, -y precisamente cuando parecía hallarse en posición de
reconocerse en él a partir del significante consumición (que ligaba la coacción
ejercida sobre el otro al sufrimiento de su existencia con las ingestas tóxicas- el
entrevistado adoptó un último recurso: intentar coaccionar a una mujer que lo
había abandonado por su crueldad -una vez más- para que ella retornara a él
por la mediación de un niño al que había aleccionado muy precisamente para
'engatusarla'. Esta mujer era estéril y él sabía el impacto que ejercería sobre
ella usando este recurso.
Fue en ese momento cuando decidí suspender las entrevistas, haciéndole
saber a esa persona las razones por las que no le daría entrada en análisis: él
24

pretendía una y otra vez rechazar su responsabilidad respecto de los actos que
realizaba en su vida, utilizando cualquier recurso para lograrlo. Desde la
posición analítica yo no podía -ni debía-convalidar esa falla ética.
Consumir o ser consumido, tal el vel con el que se desplegaba en este sujeto
un fantasma de vampirismo. Por este sesgo no era infrecuente que al ofrecerse
como instrumento de goce del Otro, él pasara a transformarse en el Otro
propiamente dicho: ‘yo soy las banderas del kamikaze, el problema es cómo
entregar ese producto a otro’. Por lo cual, querer ser el Otro y dejar que el otro,
su semejante, finalmente se sacrificara por él, denuncia por este sesgo su
canallada: un ‘bien apetecible’, también del perverso.

3°) Las mutaciones de un Gulliver moderno en el país del olvido


a) La substancia del consumo: Un hombre de mediana edad consultó por lo
que él llamó sus ‘adicciones’. Desde joven, había visto peligrar su vida en
numerosos encuentros con lo que llamó su ‘destino’. Al interrogarlo, surge con
claridad la fuerza de un eufemismo: decía ‘destino’en lugar de ‘policía’. Luego
de uno de esos encuentros en el que escapaba corriendo por las vías del
ferrocarril borracho y drogado después de un acto delictivo, tropezó y cayó,
salvándose por azar.
Su vida delictiva se remontaba a los 18 años, época en la que comenzó a
consumir con frecuencia todo tipo de substancias tóxicas: anfetaminas,
cocaína, marihuana, alcohol...
A partir de entonces alternó cárceles con hospitales.
Decía haber sido un transgresor, y que se salvó por casualidad de morir
‘reventado’ por las drogas. Finalmente confesó que consultó conmigo a
instancias de su hermana menor, quien lo amenazó con cerrarle las puertas de
su casa si no se trataba. Para entonces ya su esposa lo había abandonado por
sus repetidas ingestas alcohólicas.
b) El ‘olvido’, síntoma de la entrada: Pero no bien comenzadas las entrevistas
comenzó a situarse un problema que desplazó el motivo de consulta: sus
frecuentes olvidos. Ante preguntas que yo le formulaba -a decir verdad, obvias-
respecto de fechas y acontecimientos familiares nunca sabía qué contestar. En
el extremo de la angustia, un día manifestó -sorprendido por sus mismas
palabras: ‘No recuerdo nada, ¡no tengo historia!’.
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Luego de varias entrevistas volvió sobre esas preguntas para comenzar a


situar -muy vagamente- los acontecimientos que marcaron su vida.
Pasado este -largo- período de entrevistas en el que las rememoraciones
acudían de un modo prolífico, concluyó con una afirmación inesperada: ‘¡No
puedo creer que haya olvidado tantas cosas que yo sabía!’
c) Un predicador del bien común: En el inicio de sus entrevistas hablaba de su
padre como de un desconocido; lo acusaba de no haberle prestado jamás
atención y de ser el verdadero responsable por su temprana adicción a las
drogas. Pedro decía haber necesitado de él, pero que cada vez que lo
esperaba, él no estaba: su padre parecería haber estado demasiado ocupado
en predicar sobre el bien a sus congéneres. Era un líder barrial, muy apreciado
en la comunidad, que predicaba especialmente no fumar y no tomar alcohol; y
que intentaba argumentar que el bien común estaría garantizado si las
personas se esforzaban en no cometer ningún exceso.
Aunque Pedro se las ingeniaba para darle muestras de que él hacía
exactamente lo contrario de lo que su padre recomendaba en sus
predicaciones, éste se hacía el desentendido.
d) No pensar en nada para que nada suceda
El Otro -siempre maligno- era presentado por Pedro como un padre hipócrita, el
que, además, tenía un hijo atorrante (el mismo Pedro) quien constituía
claramente su envés identificatorio.
Entre idas y venidas, surgen en estas entrevistas, restos de sueños de
angustia reiterados, acompañados por incomprensibles miedos que padeció
de niño. Hasta que -con extrema dificultad- Pedro localiza una frase
pronunciada -y reiterada- por su padre como respuesta a tal insistencia de sus
padeceres: ‘Concentrate y pensá sólo en esto: que tenés que pensar en nada.
Así nada va a suceder’. Se conmociona ante la presencia de esta paradójica
frase, la que había sido su amuleto desde su niñez. Cada vez que sus miedos y
angustias de muerte lo perseguían, él apelaba a este recurso -paterno- para
neutralizarlos. Este remedio lo incitaba al olvido, ya que tenía que pensar...en
nada para que nada (le) sucediera.
e) El fantasma del hombre del cuchillo: Fue entonces que un fantasma,
olvidado, y que constituía el centro de sus terrores nocturnos apareció en su
relato: un hombre podía entrar en su casa, especialmente de noche, y
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asesinarlo con un cuchillo. Sus intentos por evitar esta muerte (que anticipaban
sus pesadillas y que mostraban sus fantasmas entre la vigilia y el dormir), se
habían transformado en una terrible obsesión que lo llevó a la realización de
complicados rituales, defensas secundarias contra la agresión tan temida.
El diagnóstico de neurosis obsesiva comienza a localizarse.
f)La locura de un padre mutante: De pronto, siguiendo el tenue hilo de su
memoria, surgió un recuerdo fundamental: tenía cinco años y el padre, cariñoso
y comprensivo con él (quien era hasta ese preciso día su hijo preferido) devino
un absoluto extraño, un sujeto despótico que podía pegarle sin razón alguna.
En ese momento no pudo precisar por qué. Fueron necesarias aún muchas
entrevistas para llegar a situar otro acontecimiento -también absolutamente
olvidado- y que precedió a tal modificación de carácter-: cuando él era niño su
padre había sido internado en un manicomio.
A partir de ese momento se presentaron en su memoria una larga serie de
recuerdos que daban cuenta de su desconcierto frente a la presencia
monstruosa de su padre. El no sabía qué le había sucedido a su padre para
cambiar tan abruptamente su modo de ser: de bonachón y cariñoso a despótico
y agresivo: ‘se transformó en un mutante’. Había sido a partir de ese momento
(sin ‘saberlo’) que su vida cambió: ya nunca más sería el mismo. El miedo a la
locura quedó así vinculado con el miedo a la muerte.
g) El hombre del cementerio: En ese momento surgió un nuevo recuerdo. Este
hombre, que parecía -según sus propias palabras- no tener historia propia,
tenía sin embargo un gusto muy singular. Desde chico, cuando podía, se
escapaba y recorría los cementerios: allí contaba las lápidas según un ritual
muy tipificado, finalizando su misión sólo cuando encontraba una tumba
(siempre de un desconocido) que debía llevar inscrita una fecha que superara a
la más antigua que hasta ese momento había encontrado en sus
peregrinaciones anteriores. El hombre-niño que no tenía que recordar,
conjuraba la muerte de este modo. La muerte, verdadero centro del tormento
sintomático del pensamiento de Pedro.
h) Los nombres de la droga: Finalmente, fue posible precisar el secreto de su
relación con las substancias tóxicas. El pudo situar la correlación entre el miedo
a su locura y el olvido de la internación de su padre en el manicomio. Las
pesadillas -que lo asolaban desde niño, y que no cesaban-, se habían iniciado
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a partir de lo que ni él ni su padre sabían: la causa de la locura ‘hiriente’ de su


padre. Durante mucho tiempo guardó un saber sin él saberlo: su creencia de
que la locura del padre le había sido transmitida, genéticamente. La frase
aprendida (‘Concentrate y pensá sólo en esto: que tenés que pensar en nada.
Así nada va a suceder’) funcionó -durante algún tiempo- como una defensa
frente al temido goce del Otro (condensado en el fantasma del hombre del
cuchillo).
Fue posible, de este modo, localizar dos versiones antinómicas del padre. Al
par que una lo aterra, la otra lo tranquiliza; con una responde (como defensa)
frente a la amenaza de la otra versión del padre (que lo invade). En una el Otro
toma forma del goce anonadante, en la otra el Otro toma su lugar en el
lenguaje a partir de un sintagma cristalizado que funciona como fórmula
conjuratoria del mal.

La père-version de Pedro comenzaba a desplegarse.


Curiosamente, recordó entonces que cuando años después acudió al recurso
de los tóxicos, los sueños amenazantes se detenían. Es decir, que ‘falopearse’
y ‘chuparse’ funcionaban también como antídotos -paradójicos- de la locura.
Con ellos se adormecía ( y aún cuando después se exaltaba) porque de ese
modo ya no pensaba -una vez más...nada.

El miedo a la locura también se le presentó -de chico- bajo la forma de una


alucinación (que nunca antes había contado, precisamente por el miedo a ser
encerrado...como su padre): veía los objetos alejarse y empequeñecerse
lentamente.
El tratamiento que le dió a esta nueva forma del retorno ‘vengativo’ de la
identificación al padre pudo ser precisado en el trabajo analítico a partir de un
juego infantil (repetido hasta el hartazgo): él era Gulliver en el país de los
enanos y hacía que los pequeños lo respetaran. Por medio de este fantasma
llegaba a ‘dominar’ a las alucinaciones, pero al cometer ciertas crueldades
contra los enanos, el castigo le retornaba potenciado una vez más en sus
pesadillas y alucinaciones, engordando el círculo vicioso del miedo a la locura.
La obsesión se presenta en la neurosis infantil, desplegada en recuerdos y
asociaciones.
Queda por decir al respecto el nombre que él daba a sus figuraciones de
28

pequeñez visual: las llamaba ‘alucinetas’. En este punto cae en la cuenta de un


sobrenombre usual de una de las drogas que consumía: las ‘anfetas’. Sólo así
recuerda que comenzó a tomar anfetaminas para ‘ser más hombre’; es decir
para mantenerse despierto y luchar contra las pesadillas que persistían en su
adolescencia. Es decir, para mantenerse en el sueño de la inacción, en el
circuito marginal del dormir, asegurando su identidad sexual.
Los recuerdos permitieron retornar entonces sobre aquella escena de sus 5
años cuando por primera vez tuvo la imagen descontrolada de su padre, luego
de -lo que sólo entonces pudo deducir- fue la primera de sus internaciones. El
padre estaba en su casa, había tomado el té con unos amigos y de repente se
dirigió a él y, sin decirle nada, lo cruzó de un cachetazo. Al interrogarlo,
respondió sin hesitar: ‘lo que tomó lo puso loco’, para agregar a continuación:
‘yo debo haber pensado que en lo que tomó había una droga’.
Una droga adquiere el valor de causa de la enfermedad del padre: las vías del
consumo posterior se encuentran así facilitadas. Pero también lo estuvieron las
coordenadas que encarrilaron el análisis, en cuanto que este pensamiento
interrumpió la rumia gozosa de sus cogitaciones, introduciendo un sentido
posible al sin-sentido más absoluto que tenía para él la brusca modificación de
temperamento de su padre. Pero entre la locura real del padre y sus tortuosas
cogitaciones se incluía otro saber de verdad.
Finalmente, Pedro recordó que él gozaba en forma secreta de un favor que
suponía le era concedido por su condición de varón: ser el preferido de su
madre. Madre que, precisamente, gustaba denostar al padre ante sus hijos. El
‘tradicional’ horror de la castración que cabe a todo hijo de cada madre, horror
producido por el saber extraído de su posicionamiento estructural como su
objeto -imposible- de satisfacción, encontró esta vez como respuesta una di-
versión del padre. Un padre que no piensa en nada y propone no saber nada,
‘otro’ padre que goza de su hijo, castigándolo de un modo incomprensible.
Pero es necesario destacar que estas versiones han sido construídas desde los
fantasmas de Pedro, el que ha respondido de diferentes maneras para intentar
escapar de su ‘destino’ mortal. Aquí se anudan la locura y la muerte
empalmados por la castración.
La labilidad simbólica de un individuo, ha sido tratada sin más mediación que
por la directa incorporación de objetos de la teconología. Por este medio, el
29

valor de verdad de las diferentes identificaciones al padre, eran recusadas al


par que mostradas.
Se aprecia el lugar que ciertas substancias tóxicas cumplen en el preciso lugar
del fracaso de la identificación significante al padre, al par que sostienen la
substancia del olvido -es decir aquí del goce- con la que protegen de un modo
paradójico al individuo de las consecuencias de sus actos. Tal su verdadera
condición de hombre moderno.
La carrera de las drogas cumplía con esta secuencia: primero alcohol, luego
tranquilizantes, después ‘anfetas’ y finalmente cocaína. Se establece de este
modo un circuito dividido en dos fases aparentemente opuestas, aunque
complementarias. Con el alcohol y las pastillas para dormir intentó deshacerse
del gozo del pensamiento, mientras que con las anfetaminas y la cocaína
intentó tratar su -lábil- posición sexual.
El pensamiento goza de él haciendo existir un padre-asesino, mientras con el
pensamiento intenta no pensar en nada, en que va a pasarle...nada.
Eso, precisamente, es lo que había hecho en su vida, intentar seguir la vida de
un hombre ‘normal’, sin sobresaltos. Pero fueron los tormentos de su
pensamiento que se filtraban entre los intersticios de las exigencias de su
‘adaptación al medio’ (adaptación exigida por sus familiares) los que
verdaderamente lo condujeron al psicoanálisis y le permitieron dejar su ‘carrera
hacia la muerte’ –como solía denominar a sus adicciones polimorfas-.
El resto para él lo constituye la embriaguez ocasional que alcanza con su -
hasta ahora- inseparable compañera del único lazo permanente que ha logrado
sostener: su matrimonio con la botella.

6) Nombres del cambio de siglo


A partir de estos nombres del goce con el que tres hombres pretendieron anclar
su ser en el olvido, podremos ahora señalar una diferencia entre el final de
siglo pasado ‘freudiano’ y el actual, ‘lacaniano’. Ya que no parece ser el mismo
olvido el que se ha puesto en función en ambas épocas: De las grandes
amnesias histéricas de fin de siglo pasado a la historicidad auto-recusada de
los toxicómanos de este final de siglo, hay un abismo.
Por ello es necesario interrogarnos por qué acompañan hoy al olvido
substancias tóxicas introducidas para obtener un cortocircuito de goce en el
30

propio cuerpo (con un riesgo a menudo mortal para los usuarios), en lugar de
aquellas conversiones freudianas que ofrecían secretamente las huellas
corporales del olvido; conversiones que, a pesar de su compleja trama de
combinaciones significantes indicaban siempre historias de amor con
frecuencia no correspondidas, y que eran -finalmente- dóciles a la
interpretación.
De los amores secretos prohibidos de la moral victoriana -en la que los
síntomas eran dirigidos al Otro para su desciframiento- nos hemos deslizado al
goce cínico de los procesos de ‘segregaciones renovadas’ en la época de la
‘toxicomanía generalizada’.
Ya que no sólo existen las drogas prohibidas para adormecer o exaltar de un
modo artificial, sino que el consumo ofrece variantes innúmeras para intoxicar a
los individuos. Por ejemplo, las ofertas de innúmeros gadgets que explotan la
función de la mirada para hacer gozar a los individuos del goce contemplativo,
hasta prótesis farmacológicas que prometen –una vez más- una felicidad
química universal a cambio de una dócil (y estúpida) resignación frente al
aplastamiento del deseo singular.
Por ello, entre las drogas existe otra diferencia. Mientras las drogas ilegales
parecen ser el recurso desesperado para algunas personas confrontadas con
la inexistencia del Otro, las drogas legales,‘milagrosas’, son el recurso con el
que los amos modernos intentan restablecer cínicamente al Otro por un sesgo
químico para reparar ‘científicamente’ las ‘injusticias’ subjetivas de género,
raza, condición socio-económica o credo.
Del amor al inconsciente freudiano, asistimos al cierre del inconsciente, en una
época donde se hace cada vez más evidente que no existe el Otro de las
garantías universales de las que los Dioses resguardaban el semblante, y que
cada vez menos existe el Otro de las garantías nacionales, de las que el
‘Estado protector’ constituía el semblante.
La pluralización de nombres de goce no regulados por el falo gira, en este fin
de siglo, entre el empuje al consumo desaforado y el olvido generalizado.
31

LA DROGA COMO PARTENAIRE 


Por Mauricio Tarrab.

(El presente texto ha sido publicado anteriormente en "Mas Allá de las Drogas",
Editores Plural, La Paz, Bolivia, 2000 pagina 166.)

El que voy a presentar es un caso que permite situar la función


de la droga como partenaire .
En este caso, esa función, demuestra ser un tratamiento de
sustitución. Están muy de moda –al menos aquí en Europa- los
tratamientos de sustitución; se suministra al toxicómano –en
general un consumidor de Heroina- de manera regular y legal,
un producto de menor peligrosidad, por lo general Metadona.
El que voy a presentar es un caso que permite pensar en otra
sustitución, en la sustitución que hace la droga del síntoma y el
fantasma.Es lo que, para decirlo de entrada, constituye el
nucleo de esta presentación clínica.

Se trata de un hombre de algo más de 30 años que no llega a


consultarme por su relación con las drogas. Aunque se
presenta como alguien que ha pasado por un tratamiento para
dejar de tomarlas, me consulta por un síntoma de impotencia.
Rápidamente sabré que se trata de una impotencia que ha
surgido repentinamente acompañada por una emergencia
desconcertante. No lo desconcierta la impotencia , que como
veremos no hace sino representarlo, sino una fantasía.
Este hombre, que durante sus casi 20 años de consumo se ha
mantenido categóricamente al margen de inquietudes
sexuales, se ha encontrado luego de terminar su tratamiento
para las drogas, invadido por una evidencia que le resulta


Presentado en Mesa Plenaria del X Encuentro Internacional del Campo Freudiano. Barcelona 1998
Publicado en el libro En las huellas del síntoma, Mauricio Tarrab, Editorial Grama Buenos Aires, 2005
32

insoportable. Ha reentrado en su vida el “apetito” sexual pero


sorprendiéndolo con una condición de goce que le resultaba -
según dice- completamente desconocida hasta entonces y que
es insoportable para su razonabilidad, y para su moral.
El experimentado toxicómano viene al analista problematizado
entre el Ideal y la pulsión. Trae uno de los que Freud llamaba
problemas morales, y una consecuencia en el cuerpo : la
impotencia sexual.
Por otra parte como imaginarán, se han sumado a su vida -ya
que parecían excluidas hasta entonces- nuevas fuentes de
problemas, vacilaciones, angustias : es decir mujeres. Aunque
los escasos encuentros en los que se evidencia su fracaso, lo
mantienen a una distancia que llama “prudente y vergonzante
”.
Las referencias a sus problemas con las drogas y a su
tratamiento son múltiples: comenzó a tomar cocaína y alcohol
en la pre-adolescencia y no paró más.
Entre la iniciación y la actualidad hay un trayecto que recorre el
borde de la marginalidad , la toma de drogas, el consumo
desmedido de alcohol, pero también actividades que lo ponen
en una relación problemática y peligrosa con la ley.
La muerte del padre, convierte lo que era un consumo errático,
en una voraz carrera dificil de detener.
La indiferencia materna y la invalidez de un hermano lo
precipitan a una soledad y a una lamentación de la que hace
culto, y de la que padece.
Lo que pone límite a esto es lo que se puede llamar una
adopción. Se hace literalmente adoptar por una mujer mayor y
poderosa , de quien se transforma gustosamente en
boy–scout, cruzado, servidor, acompañante, admirador,
esclavo . Es ella la que lo orienta, y también la que lo lleva a
tratarse, y que representa una referencia fundamental.
33

El tratamiento que a todas luces fue eficaz, cortó esa carrera


con mucho esfuerzo. Por un lado de la mano de una
transferencia masiva ,que demostró en este caso su poder
sugestivo; al constituirse el terapeuta en un lugar de amparo y
preocupación al mismo tiempo que exigía de él una renuncia, lo
que era como veremos el correlato de su demanda.
Por otro lado la modalidad del tratamiento, lo prometía a una
causa a la que consagrarse y le ordenaba hasta los menores
aspectos de su vida, compensando la soledad y alojando la
satisfacción incluida en la letanía de sus lamentaciones.
Por otra parte se ve también que cuando emerge el síntoma no
retorna a su antiguo terapeuta. Ni vuelve a tomar drogas.
Ante la nueva encrucijada, frente a la prueba del deseo y el
cuerpo a cuerpo sexual no recurre a las drogas como solución.
Y se da cuenta de que se trata esta vez de otra cosa.
Y se trata de otra cosa porque padece ahora de un problema
moral al que ha respondido con un síntoma, en el que creee.
Y eso da la chance de constituirse en tal bajo transferencia,
teniendo entonces un estatuto por completo diferente del
consumo.
Pero sabemos también que allí donde el sujeto cree, donde
espera una respuesta, allí también goza. Y tenemos allí ya, de
entrada, una sustitución, un pasaje de un goce a otro, ya que
entrar en la asociación libre es cambiar un goce por otro,
operar una metonimia, un pasaje del goce al inconsciente,
donde se debe verificar que el síntoma encuentre mediante el
descifarmiento su envoltura formal, y se formalice su función de
goce.

Tengo que decir que fue para este hombre muy difícil entender
y soportar en nuestros encuentros la privación, la no
satisfacción de su demanda insistente, indomeñable –casi un
vicio, reconocerá tardíamente- de ser tratado como un pobre
infeliz. Un pobre infeliz que debía –además- ser castigado
34

moralmente por sus pensamientos, sus falencias, sus fallos y


una interminable lista de iniquidades que exhibía para mi .
Fue necesario intervenir de tal modo de evitar la puesta en acto
en la transferencia de un fantasma de humillación, que se
hacía evidente tras la auto-tortura moral a la que se sometía.
El saldo fueron dos significantes alrededor de los cuales giraba
su ofrecimiento al goce del Otro.
El salvador, daba explicación a una condición que
identificaba al partenaire del amor: una mujer marcada por el
abandono . Esta terminaría dejando al enamorado plantado
con sus buenas intenciones por algún otro partenaire menos
cuidadoso y más decidido.

Este circuito, por el que toda su vida estaba sintomatizada,


giraba alrededor de ofrecer su empeño, su lealtad, hasta su
libertad por el Otro. El análisis le permitiría situar este empeño:
terminar como una víctima.
Múltiples ejemplos de su vida, daban cuenta de este circuito
infernal, por donde habían fluido esfuerzos, riesgos graves,
esperanzas y sumas abultadas de dinero.

Un secreto voto de pobreza y castidad, que fue puesto en


evidencia por un lapsus, termina de situar esta vertiente del
síntoma .
Este se articula además tanto a la madre -quien habría
abandonado a hijos de un anterior matrimonio- y como al
padre, quien por su parte había sido él mismo marcado por el
abandono y la soledad, cuya tristeza no dejó nunca de ahogar
en alcohol, hasta su muerte.
Inmolarse por estos padres no deja entonces de articularse a la
impotencia ,

El pobrecito, significante fundamental, reúne las dos caras del


síntoma. Aquella del mensaje, donde la impotencia es metáfora
35

de lo imposible y que por ese medio se articula al Otro, y


aquella donde es goce.
Esto marca un desplazamiento operado en la cura sobre el
síntoma: del pobrecito impotente que no puede gozar de una
mujer a la evidencia del gozar en la pobreza y la impotencia.
Allí goza de su pobrecito impotente sin encontrar su dos.
Es ese precisamente su problema y el de la cura. Y esto ubica
la función del síntoma frente a la mal-dicción del sexo.

El tema de sacrificarse por el Otro tiene su reverso en una


fantasía sexual-agresiva, cuya confesión permitió ulteriormente
aislar el significante estrangulada, que es el significante de la
castración maternal : esta mujer, que exponía a su hijo menor
sus miserias, pesares, verguenzas, y males corporales,
impacta tempranamente al niño exhibiendo en su abdomen un
bulto, una hernia, que habría adquirido –según su escrupuloso
relato- por el esfuerzo realizado durante el nacimiento de mi
paciente. Y que los pesares, los disgustos, el peso mismo de la
vida está siempre a punto de estrangularla.
Estar sometido a una mujer dominante es la posición que lo
impotentiza, lo ata, lo sacrifica a ser tapón de la castración del
Otro.

Un recuerdo lo sitúa apretado entre los cuerpos de los padres.


Eso le hace pensar que algo ha pasado allí, que los padres han
abusado sexualmente de él.
Esto lleva finalmente a un fantasma donde un adulto abusa de
un niño indefenso.
Es precisamente esta matriz fantasmática la que retorna en sus
condiciones de goce, aquellas que como intromisión sorpresiva
precipitaron la consulta.
Pero no solo precipitaron la consulta, también precipitaron la
iniciación con las drogas en la temprana adolescencia. Y esto
36

puede situarse por un recuerdo de un juego sexual con una


niña pequeña del que él abusa .
Ese punto de emergencia de esta condición de goce es
contemporáneo de la primera toma de droga. En el momento
mismo en que se podría venir a constituir el síntoma, se
produce la iniciación21.
Se podría decir también para situar la particularidad de este
caso que en el momento en que el sujeto, parafraseando a
Lacan, ha metido fugazmente las narices en el fantasma,
prefiere antes que eso y durante más de 20 años meterse
cocaína en la nariz : eso es la operación toxicómana22, cuya
eficacia consiste en ser un operación que no requiere del
cuerpo del Otro como metáfora del goce perdido, una
operación que saltea esas soluciones mentirosas que son el
síntoma y el fantasma.

El levantamiento del síntoma –nunca mejor aplicada la palabra


levantamiento que cuando se trata de una impotencia- no deja
de ir acompañado de una breve pero furiosa toma de droga.

Se puede entender que si no hay relación sexual, entonces


entre el hombre y la mujer ¿qué hay sino las condiciones de
amor y las condiciones de goce de cada quien?.

Para quien está estorbado por el falo, dice Lacan en RSI23 una
mujer es un síntoma.

Es el problema al que mi paciente debe ahora enfrentarse, y


de eso da cuenta la impotencia, cuando la droga - eso que
permite según la definición de Lacan la ruptura del matrimonio
con el falo24, deja de ser eficaz.

21
E.Sinatra Variantes del argumento ontológio en la modernidad. Sujeto,goce y modernidad I . Atuel-TYA 1993.
Buenos Aires
22
M.Tarrab Una experiencia vacía en este volumen
23
J.Lacan RSI Semianrio inédito
24
J.Lacan Cierre de las Jornadas de Carteles 1972
37

Ahora es otro goce, el goce autístico del síntoma, su modo de


gozar del inconsciente el que debe cederse, para articularse a
una existente; es decir para hace de una mujer su síntoma.

La función del tóxico es, en este caso como decía al comienzo,


una sustitución, la sustitución que la droga hace de las
condiciones de goce, lo que la constituye en un relevo del
síntoma.

La droga-partenaire

Diana Wolodarsky
(El presente texto ha sido publicado anteriormente en Pharmakon 9, Editado
por TyA Barcelona, Publicación del Instituto del Campo Freudiano, 2002,
pagina 103)
Valiéndome de un caso en el que destaco ciertos momentos cruciales del
tratamiento, apunto a descifrar un interrogante: de qué goce se trata cuando se
dice “goce toxicómano”. El sujeto presa de este goce generalizable se
presenta, hasta tanto lo singular de su goce se sintomatiza, como un
irresponsable en términos éticos, un cobarde en sentido moral. En tanto la ética
concierne al ser parlante, decimos que un sujeto es irresponsable en la medida
en que no puede responder por sus propios actos. Cobardía moral como
rechazo o cierre del inconsciente a aquello que pudiera hacer eco de la falta, el
decir mismo.
En el año 74, Lacan nos enseña: “Todos inventamos un truco para llenar el
agujero en lo real… uno inventa lo que puede.”i Pero no se trata de la invención
inútil, sino de producir con ella un efecto de mutación, responder con un saber
hacer allí donde antes sólo respondía la repetición. El pasaje de lo necesario –
que pide más de una satisfacción imposible y que insiste hasta los límites de lo
peor- a lo contingente, abre a la posibilidad del amor y del deseo, atemperando
el horror que la castración impone a estos sujetos.

El caso
Un joven de 23 años llega a consulta en un estado de obligada abstinencia, ya
que su libertad civil “está en peligro” a causa de un hecho que protagonizó, “del
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cual resulta acusado por la ley”. Cuando se presenta a la consulta no es ese


hecho, el cual compromete su vida, lo que relata en primer lugar, aunque luego
constatemos que es causa de una angustia silenciosa. Dará cuenta del suceso
acontecido tiempo después de las entrevistas preliminares, sin demostrar
mayor implicancia afectiva.
Sin embargo, a pesar de su comprometida situación civil, ése y otros temas
quedan opacados ante la insistencia de uno en particular: la ansiedad que le
despierta “verse obligado a separarse” de su partenaire ideal, la marihuana –es
indicación del juez controlar su abstención tóxica y comenzar un tratamiento del
cual deberá demostrar su progreso-. Si bien es un sujeto que consumió gran
variedad de sustancias, la marihuana se presta a suministrarle un goce
particular.

El suceso que lo condena


A pocos días de realizársele al padre una seria intervención quirúrgica marcha
de vacaciones, desoyendo la negativa de la madre y del hermano mayor
acerca de lo oportuno de hacerlo en esas circunstancias.
Relatará el incidente que protagonizó –estando su padre internado y él fuera de
la ciudad- en sus pretendidas vacaciones. El incidente se produce luego de una
salida nocturna: entre autos, música y alcohol dos desconocidos lo provocan a
la salida de un lugar bailable, humillándolo y poniéndolo en ridículo ante la
chica que lo acompaña.
Con un sentimiento de indefensión e impotencia regresa al hotel, rabioso y
angustiado; permanece unas horas allí rumiando una furia creciente y en un
torbellino angustioso. Como empujado por una fuerza ajena, vuelve a recorrer
los circuitos nocturnos conocidos a fin de hallar a los provocadores; al
encontrarlos les choca el auto obligándolos a bajar del mismo, se arroja sobre
uno de ellos y le corta el rostro con una navaja que llevaba en el auto.
La gravedad de las consecuencias de su acción produce la intervención policial
y seguidamente, la judicial, la cual acompaña gran parte del tratamiento. Sin
embargo, se puede establecer en el sujeto la notable ausencia de conexión
entre el hecho violento y la causa que despertó en él la particular respuesta.
No puede decir nada de su intempestivo accionar. Sí se escucha, en su
conciso relato, cierta preocupación por el alcance de las sanciones legales, y
39

por otra, cierta tranquilidad sostenida en lo imaginario, en tanto estar


trabajando en la empresa de seguros del padre, le provee, en el significante
“seguros”, cierto aseguramiento que atempera en su fantasía las posibles
consecuencias que pudieran caer sobre él.
Se irá formalizando en el análisis el uso de un significante privilegiado, el cual
no se asocia inicialmente con el suceso acontecido. Utilizará con frecuencia la
expresión: “le corté el rostro”, aludiendo a un modo de respuesta causado por
enojo o desinterés de su parte hacia personas que le son significativas y ante
quienes se siente maltratado o denigrado. “Le corté el rostro” va acompañado
del corte del vínculo o de la interrupción del diálogo.
El análisis aloja un saber supuesto que el sujeto ignora, marcando una primera
orientación en la escucha del analista: verificar la conexión entre aquello que
afectó al sujeto del corte producido en el padre y el corte que él produce en el
otro.
Podríamos decir, en una primera aproximación, que en el accionar impulsivo, el
sujeto hace pasar aquello que del saber no se tramitó simbólicamente: el modo
en que lo afectó el corte del padre; que la conmoción causada por la operación
de la cual el padre es objeto, motoriza el accionar del joven.

La matriz fantasmática
Relata una escena infantil, la cual da consistencia al fantasma: en diferentes
ocasiones es castigado con violencia por su hermano mayor, quien obedecía el
mandato materno. La madre le indicaba golpear a su hermano cuando éste
cometiera alguna falta. El hijo mayor satisfacía la demanda materna,
golpeándolo. El padre si bien se oponía al método de la madre, presenciaba
silenciosamente la escena sin intervenir. Esta escena presta la matriz
fantasmática que comandará la vida del sujeto.
El tratamiento transcurre en un primer tiempo construyendo las conexiones
entre los acontecimientos y la historia de este sujeto, quien pareciera ignorar
las razones de sus actos. Se compromete en el análisis, se asombra con las
construcciones y es permeable a la interpretación.
Es en ese clima de trabajo que un acontecimiento vendrá a sobresaltar a
nuestro sujeto. Ante los reiterados reclamos que realiza con el afán de obtener
una mejor posición en la empresa, su padre, desoyendo esta vez las
40

advertencias de su mujer y del hijo mayor, quien también trabaja junto al padre,
se autoriza y le otorga mayores responsabilidades.
La respuesta del sujeto a este desafío, que él mismo se propuso, no tardará en
hacerse oír.
La angustia que le causa la posibilidad de no estar a la altura de la
responsabilidad otorgada por el padre se actúa nuevamente: luego de un fin de
semana agitado pasa la noche bebiendo y regresa a su casa fuera del horario
establecido, haciendo un ostensible mostramiento de su falta.
El padre, acorralado entre los dichos maternos y del hijo mayor –quienes
presagiaban el fracaso del intento-, decide echarlo de la empresa sin dar lugar,
de ahí en más, a ningún intercambio de palabras entre ellos dos. El padre le
quita la palabra; sumiendo ese silencio a nuestro sujeto en un renovado
sentimiento de angustia, rabia e impotencia.
Esta decisión del padre de “cortarle el rostro” toma para el sujeto el valor de “un
golpe”, y el dolor que manifiesta va creciendo y alimentando un sentimiento de
odio cargado de fantasías feroces dirigidas hacia el padre, las cuales le
retornan en culpa.
Frente a la amenaza de la ley jurídica, la pérdida del “seguro” del padre, sin
dinero y sin droga, se siente encerrado y sin salida.
Asistiendo a las sesiones decaído, manifestando no encontrar sentido a la vida,
comienza a asomar un tono en su discurso que aligera la agresividad presente
hasta ese momento. Podemos ubicar allí el comienzo del pasaje del “no
pienso” al “no soy” soportado en la operación de transferencia, dando lugar al
discurso del inconsciente.
Si bien su queja se sostiene en el sentimiento de injusticia del cual se siente
víctima, comienza a hacerse oír cierta transformación de la culpa en
responsabilidad. Se contabiliza en los sucesos acontecidos como parte y
causa, y analiza las consecuencias de sus acciones intempestivas.

De la clase al síntoma
La necesidad de suponer un Otro castigador va cediendo y deja lugar a que el
sujeto constate que la actividad de la pulsión, en su ejercicio, demuestra que él
se basta a sí mismo en el gusto por “hacerse pegar”.
41

Con estas coordenadas orientando la dirección de la cura se le presenta al


analista la oportunidad de preguntarle si llevaba entre sus amigos algún apodo:
“Tuca”, responderá, aclarando que sólo para la clase toxicómana. Ante el
semblante de ignorancia del analista, procede a explicar: “Tuca es el resto que
queda cuando fumás la marihuana, es lo que más me gusta fumar, es lo que te
pega más fuerte”.
Al subrayarle: “Lo que te pega más fuerte, es lo que más te gusta”, ríe
sorprendido, ofreciendo su consentimiento a la verdad que en el discurso
emerge, articulándose, de ahí en más, libido y palabra. El sujeto localiza el
goce puesto en juego.
Su gusto singular, formalizado en el derrotero significante es el modo en el cual
el silencio pulsional se hace oír en la palabra.
Ser pegado –hacerse pegar-, lo que te pega más fuerte, una vez dicho, permite
articular el fuera de sentido de “Tuca” al objeto de goce fantasmático. Podemos
poner en correlación la escena infantil (ser pegado), el golpe del padre
(hacerse pegar) y el golpe de la droga (lo que te pega más fuerte). “Tuca” es un
significante que lo deja por fuera de la clase y que da cuenta de su lugar en el
goce fantasmático: resto, deshecho al cual queda identificado, el cual se puede
ubicar a esta altura como la causa que lo propulsó a responder violentamente
en el suceso con los desconocidos que lo ridiculizaron ante su compañera.
Despejada la gramática del fantasma se recorta un síntoma: ingestas
alimentarias nocturnas, en las cuales consume lo que resta en la heladera de lo
cocinado por su madre. Esta ingesta no es más que otra modalidad compulsiva
que pone de manifiesto la constante de la pulsión, si bien no es del mismo
orden que el consumo tóxico. La diferencia radica en que la queja es suya, no
es de los otros.
Podemos verificar que al producirse el sujeto en el análisis el síntoma emerge
entre lo simbólico y lo imaginario, dando lugar a lo real del goce. La
formalización del síntoma se acompaña de manifestaciones de carácter
obsesivo que obstaculizan y demoran distintos aspectos de su vida.
Articulada la felicidad en el dolor, si bien aún hay sufrimiento, el sujeto está ya
bajo el beneficio que provee la contabilidad de goce del inconsciente.
Luego de tres años de tratamiento, la droga ya no es su elección ni su tema de
análisis. Retornar a ese círculo no se le presenta como una salida, en tanto el
42

tóxico tomó la modalidad de la ferocidad materna ante la falta de eficacia de la


función paterna: “lo que te golpea más fuerte”. Al formalizarse en el discurso se
sintomatiza, produciendo la consecuente pérdida de goce.
El analista, semblante de lo real, introduce la dimensión del tiempo, del corte, y
es en esa operación que se instala otro simbolismo que hace ley, alternativo al
imperativo de la ley jurídica, de carácter superyoico.
La sesión en sí misma, semblante del no-todo, permite producir un sujeto en el
análisis alienado en el campo del Otro, dando lugar a la pregunta por el amor y
su elección de vida.
Esta puesta en forma de la neurosis no será sin consecuencias en la
sexualidad. El encuentro sexual tomará a partir de este momento la modalidad
de lo posible, en tanto atemperar el horror a la castración le permite acceder a
la mujer que ama sin acompañarse de su partenaire ideal, la marihuana, con el
cual obturaba el “no hay” de la relación sexual.
“La marihuana”, por efecto de la resonancia de la interpretación, pasa a
nombrarse de un modo divertido, por medio del cual hace eco el sin-sentido,
permitiéndole al sujeto ubicar la presencia que interpone con el consumo
cuando va al encuentro del otro sexo: “la Mary”, un partenaire que lo “asegura”
contra la amenaza de castración.
Será imprescindible atender esta modalidad de goce no desde la clasificación,
sino, desde la lógica que nos orienta en el campo de lo real: la de la no-relación
sexual.

Nota: El presente trabajo fue transcripto por Clarisa Israelevich.

II) El tóxico y el diagnóstico diferencial.


CASO ARMANDO L
José Luis González

El paciente que llamaré Armando, de 38 años, lleva poco menos de uno


en tratamiento. Concurre a una primera entrevista Carla, quien se denomina
una de sus exparejas. Después de muchos años, rompieron la relación, pero
sigue siendo su amiga y único referente de Armando de quien dice, se
43

encuentra en una situación catastrófica en relación al consumo de alcohol y


drogas –preponderantemente cocaína- y en su vida en general, temiendo por
su integridad. No se puede contar con nadie de su familia, integrada por su
madre, padre y un hermano mayor, todos con los cuales Armando tiene una
relación casi nula, no pueden ser referentes para un tratamiento. El hizo un par
de intentos que abandonó casi de inmediato, está totalmente reticente a iniciar
otro; ella le indicó AA y le manifestó que en modo alguno haría un tratamiento
de ese tipo ni ningún otro orientado respecto de su alcoholismo o consumo de
cocaína y mucho menos accedería a internarse.
Se le indica que le diga que por su preocupación consultó con un
analista, que contó la situación con detalles, que se le dijo que en efecto, de
acuerdo con el relato, no se considera lo más apropiado AA o algo similar, que
su problema central no parecen ser los consumos, sino su situación actual de
angustia, ataques de pánico, etc. y que se le ofrece mantener al menos una
entrevista, puesto que lo afirmado es presunto, sin compromiso de convenir un
tratamiento. Que si está dispuesto, pida él una consulta. Lo hace casi
inmediatamente y se fija una cita. Unas horas antes de la misma llama para
decir que encuentra descompuesto, con ataques de pánico, no puede salir de
su casa y espera un servicio de emergencias al que llamó. Se intenta
tranquilizarlo y se fija un nuevo horario. Unas horas más tarde me comunico
otra vez para interesarme en cómo está, si fue atendido, se encuentra mejor, si
cedió la situación, si lo medicaron, etc. Contesta que se mejoró, está más
tranquilo, tomó una medicación y está acompañado por Carla y confirma sus
asistencia a la primera entrevista.

Transferencia y cuerpo: Ud. aquí conmigo…


Se presenta bien vestido, atildado, aún cuando describirá que vive en una casa
suya, toda rota, intenta reconstruirla y no puede, en total desorden y falta de
limpieza; muy decaído, humor depresivo y alteraciones para completar una
frase o concatenarlas. Dice que tiene problemas desde chico…hizo varios
tratamientos: “el exceso de alcohol, desde los 16 años…en mi casa no me
dijeron nada, no me lo prohibieron ni se quejaban cuando volvía a cualquier
hora borracho siendo chico. Consumo cocaína; pocas veces marihuana, la
44

probé y no me gusta. Mi problema es el alcohol. Fue más intenso desde los 18,
llegué a consumir todos los días en cantidad”.
Desde los 22 años se fue de la casa, vivió con una pareja por años (Con
Carla, 8 años), luego con otras…llegó a alquilar un departamento para ir a vivir
con una de ellas y eso se frustró, regresó a vivir con sus padres hace tres años,
lo cual describe como insoportable, se pelea con ellos y se va a vivir en la casa
que había comenzado a reconstruir, la actual.
Allí comenzaron hace tres años sus “ataques de pánico”. Interrogado dice que
tiene como angustia, vacío, y se descompone físicamente: suda, tiembla, no se
puede mover. No se puede levantar de la cama, padece de un desgano total,
desde hace muchos años. Está sin trabajo hace meses, pero no puede buscar
otro ni tampoco sabe qué buscar. Mayormente se desempeñado en trabajos de
promoción, siempre por agencias…nunca tuvo un trabajo en relación de
dependencia. Interrogado, no encuentra explicación; más adelante dirá que es
más libre.
Vive muy mal, comenta, en su actual vivienda que lo “tira”, intenta
arreglarla él, con lo cual comienza a demoler una pared y no termina el trabajo;
se dirige a otro lugar de la casa, hace lo mismo con un ventanal y así, está toda
a medio terminar, con lo que vive en una situación que lo deprime, por lo que
toma antes de llegar a su casa, pues no tiene mayormente un lugar donde
estar cómodo y seguro. Tiene en “su casa”…un jeep destartalado, una moto
desarmada (con la que tuvo un accidente estando ebrio) y un auto con
problemas mecánicos que usa normalmente para trabajar. Sabe mecánica,
pero no termina de arreglarlo. Como no terminó el secundario, estudió algo
similar a maestro mayor de obras, pero sin recibirse, quería estudiar
arquitectura. Dice: “sé un poco de todo, pero no soy nada… Puedo hacer por
mi cuenta varias cosas, desde arreglar el auto hasta construir la casa, pero
jamás (lo dice enfáticamente) terminé nada, así como podría tener el auto
bueno que quiero, pero mantengo las tres cosas que no andan, jeep, moto y
auto viejo”.
A: su entorno, lo que lo rodea, sobre Ud., interiormente y su historia qué me
diría…qué lo trae aquí además de lo que me cuenta.
“Estoy muy mal, perdí mi trabajo, me desvincularon, no puedo ir a pedir otro a
la agencia para la que trabajé muchos años; no me puedo levantar ni hacer
45

nada; hace días que no duermo…o no quiero dormir…Me acuesto a las 4 o 5


de la mañana, duerno todo el día, a la noche salgo, casi siempre a un club de
bowling, tomo wisky, mucho, varios vasos, a veces más de media botella. En
algún momento pierdo la conciencia, no recuerdo nada, estoy muy asustado
porque no puedo saber como vuelvo a mi casa, no puedo recordar nada de
nada….cuando me levanto miro al auto buscando indicios de haber atropellado
a alguien…”
Interrogado por un sentido que atribuya a todo esto que cuenta dice: “Tengo el
sentimiento de ser impune…o inmune….no me va a pasar nada…pienso: me
gusta y lo hago”.
A: ¿impune, inmune?. No puede contestar nada. Tras un silencio agrega:
“quiero todo, lo que me gusta lo quiero tener, no acepto no tener algo que
quiero tener…” Nuevamente interrogado sobre esto dice: “tengo siempre
insatisfacción, la sensación que querría estar lleno”.
A: cuénteme qué quiere decir con insatisfacción, querer estar lleno.
“Mis padres estaban en buena posición y me daban todo, lo que quería mi
mamá me lo daba, inmediatamente dejaba de gustarme o
interesarme…cuando lo tenía ya no tenía sentido. Mi madre es la culpable de lo
que me pasa por como me crió; yo tenía problemas, siempre enfermo de
cualquier cosa, me descomponía por la calle y era una tragedia ir a un baño
público: mi madre una obsesiva, suponía que me podía contagiar de cualquier
cosa en cualquier lado”
A: ¿sus enfermedades de chico?
“Tenía desmayos, me caía, me llevaron a un psiquiatra, tenía disritmia,
después me curé. Y siempre tuve pesadillas, la sigo teniendo, no puedo
descansar, no duermo por miedo a tenerlas…alguien se acerca, me dice algo y
me despierto mojado en transpiración y a los gritos…” Ante las preguntas: los
ataques de pánico le dan generalmente después de tomar, cuando se le va
yendo el efecto o al despertarse. A lo largo del tratamiento será insistente la
imagen infantil de sus descomposturas y la tragedia de ir al baño público a
instancias de su madre, así como impune-inmune, sin significarlo.
Desde las primeras entrevistas, dos veces por semana –que paga
endeudándose- va centrando en la angustia cuando está solo, tener problemas
económicos por no tener trabajo y no pode buscar uno, el absoluto desgano,
46

que no poder hacer nada le produce culpa, que considera tener un problema de
baja autoestima porque sabe de todo, estar muy calificado para muchas cosas,
pero no puede hacer nada, empieza todo pero nada concluye, que por querer
todo y ya, se paraliza no hace nada. Sale con una mujer más de 10 años
menor que él, de quien dice no estar enamorado y no convenirle a ella como
proyecto de pareja, pues no le interesa tener hijos o formar una familia: “es un
compañía que me hace bien, me banca y a veces yo la banco a ella.” Pese a
algunos recuerdos de la infancia, siempre relacionados con la conflictiva
obsesión de su madre y la inconsistencia de la presencia de su padre, no
puede construir un relato novelado con alguna articulación con sus síntomas
que lo implique, así como muestra hasta el momento rechazo a tratar
cuestiones relativas a las mujeres y su sexualidad. Solo alude a “exigencias
morales” con sus parejas y esporádicas relaciones con prostitutas sólo cuando
está alcoholizado.
Las intervenciones giran en torno de que se verifica que el problema
central no es el consumo de alcohol, muchas veces seguido de cocaína; que
en efecto tiene recursos y una baja autoestima, que su problemática se asienta
en gran parte en ese rasgo infantil de quererlo todo y ya. Con esto se construye
una “causalidad” que lo alivia; cede el consumo y comienza a disponerse a
buscar trabajo. De su decir se desprende el total rechazo a incorporar
medicación o realizar cualquier otro tipo de consulta. No falta a ninguna
entrevista, como hasta la actualidad.
Siempre comienza las entrevistas con “estoy bien y mal”; “algo bueno y algo
malo”, lo que quedará definido como su ambigüedad. Concurre un día con un
gran desánimo por el retorno de un consumo excesivo de alcohol en el bowling,
que él es un fracaso, no puede hacer nada, no tiene nada…no va a salir, etc.
A: “No estoy de acuerdo; mi experiencia, la que leo de Ud. aquí conmigo es
que tiene recursos y puede moverse, cedieron los ataques de pánico, hizo algo
por su casa, se dirige a buscar trabajo, disminuyó el consumo, viene
sistemáticamente al tratamiento…

Conversaciones sobre su entorno: “pequeños pasos firmes”.


Seguido a la intervención mencionada reconoce que está en él encarar
lo que le pasa, pero no puede tomar decisiones, porque siempre está ese
47

“quererlo todo ya”, -sobre el cual se interviene permanentemente- no hacer


nada y la culpa posterior. Las sesiones se transforman en conversaciones
sobre detalles de sus movimientos. En ese marco, prepara su currículum y lo
distribuye; deja de quejarse por el estado de su casa. Lo llaman de varios
trabajos y el tema es la angustia de pasar por las entrevistas de selección. Así
consigue al mismo tiempo dos trabajos, uno de promoción, lo que siempre hizo
por agencia y otro en relación de dependencia (por primera vez) que desde el
principio dice tomarlo por sus deudas pero que no le gusta. Combina ambos y
comienza a trabajar los siete días de la semana. Agrega como problemática
que su única diversión, para relajarse es el bowling y se anota en
campeonatos. Dirá que es un entorno en el que se siente acompañado, pero
está rodeado de gente que toma mucho alcohol y algunos se drogan. Tiene
una relación muy estrecha con el dueño del club, un hombre mayor, único con
quien habla de sus cosas, dice, “es un poco como la figura paterna que no
tuve...pero es alcohólico; no tengo ganas de tomar pero voy para estar con él,
siendo que atiende el bar...él me llena la copa.”
La mujer con quien salía le plantea dejar la relación. Dice que reconoce
que él no le conviene, es mucho más chica, ella quiere una familia y ese no es
ni ha sido su proyecto. Desde entonces, demandará cómo hacer con su
soledad, dado que recibirla en su casa era motivo para arreglarla un poco,
limpiar algo, prepararle una comida…para evitarlo, trata de comer afuera y
llegar tarde a su casa.
Como lo predominante es lo que va armando, la dirección de las
intervenciones está dirigida a consolidar su lazo al trabajo, su dificultad con las
relaciones con las demás que siempre tiene un tinte paranoide; y la
organización de su casa, fuente monotemática de malestar. Asi, incluye
cuidados de la madre (limpiar, plancharle la ropa, etc.) cuando el no está en
casa, mientras trabaja; -le es imposible soportar su presencia- se dirige en
torno de la frase “todo y de una vez no, de a pequeños pasos firmes…”.

Tratamiento del exceso. El No.


La ruptura con su última pareja, deriva en un intento de salir con la mujer
que le gusta, la hija del dueño del bowling, que sin mayor consistencia,
interpreta que tiene interés en él. Conviene un encuentro. Cuando comenta que
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tiene en el horizonte éste encuentro, habla del temor a decepcionarse y temor a


volver “al exceso”. Ella no concurre ni avisa y lo interpreta “me forreó”. Pese a
que había conseguido mantenerse en su casa lo más posible para no salir y
beber –deja el bowling en días de semana- casi por dormirse sale, toma,
“pierde la conciencia” y no sabe quién lo lleva a su casa, pues cae en el local,
se lastima y llega a la sesión con magullones y curaciones, en un estado
deplorable. Si sitúa que tomó, que usó nuevamente el auto en total estado de
ebriedad, que luego se metió en un lugar a buscar cocaína, que perdió toda
posibilidad de control.
Ante las preguntas, dirá que es inentendible para él lo que el alcohol le
produce y describe dos situaciones: lo que ocurrió, es cuando algo que no
puede precisar, pues no recuerda nunca, “el exceso me lleva a tomar y a veces
consumir cocaína…aparezco en mi casa no se cómo y al día siguiente me doy
cuenta por cómo estoy”. Por otra parte, el alcohol, estando en su casa, le
permite hacer el trabajo que no hizo. Dice: “tomo dos o tres, o más vasos de
wisky, en ese estado, puedo usar la computadora y terminar el trabajo, hacer lo
informes…estoy tomado, pero si no es con el alcohol no puedo empezar a
hacerlo, me excita, me pone lúcido para el trabajo, lo puedo terminar, si no, me
tiro en la cama y no hago nada, me quedo pensando sin parar y no puedo
levantarme. No entiendo como así, tomado es como puedo hacer las cosas,
concentrarme; a veces me quedo trabajando hasta las 4 o 5 de la mañana.”
Se le plantea que hizo el recorrido que hizo, trabajo, cierto orden, etc.
pero es hora de tratar como “el exceso”. Le indico entonces que cuando sale y
sabe que va a tomar, no ha de llevar el auto o bien, prever que lo deja y lo va a
buscar al otro día. Toma esta indicación y la mantendrá. Asimismo, que no se
puede ignorar su relación con el alcohol y que eso debe ser tratado. Se
adelanta a decir que Alcohólicos Anónimos no, ni nada similar, etc. Le
propongo una consulta con un psiquiatra de mi confianza, pues hay en todo
esto una cuestión fundamental, su desorden con el sueño, el descanso, la
angustia durante el día, y el exceso, con lo cual él no puede y es hora de
encarar ese paso. Acepta, concurre a la consulta, es medicado primero con
sedantes e hipnóticos y comienza a tomarlos. El psiquiatra le pide varios
análisis clínicos, lo cual interpreta como un marco de cuidado y, con
dificultades, los realiza. Hace mención a que tenía rechazo por ir, pero por ser
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una indicación de mi parte venció el miedo y articula que también tenía miedo y
desconfianza respecto de concurrir a la primera entrevista, pero mi llamado
ante su descompostura aún sin conocerlo, lo decidió. Agrega que el psiquiatra
le preguntó si había escuchado voces alguna vez, que le dijo que si. Recuerda
en la sesión que en la infancia, en esas pesadillas, ha visto imágenes, como
alucinaciones (sic) y ha escuchado gritos, que también tenía miedos y se
orinaba en la cama y dice: “ahora no soporto a mi madre, pero de chico era su
compañero, mi papa no estaba, mi hermano mucho mayor; tomó muchos años
anfetaminas y estaba como loca limpiando hasta las 4 o 5 de la mañana sin
parar, no se si mi problema para dormir y los excesos, puedan tener algo que
ver con esa locura de ella”.
A: Sí, una locura, pero de de ella.

Promoción de la responsabilidad.
Recientemente, con un consumo muy moderado, en que él calcula para no
incurrir en “exceso”, se ha establecido una nueva fase en la que predomina el
silencio del analista y la promoción del análisis de lo que plantea y la
puntuación de sus recursos propios. Trae como “dilema” dejar su trabajo
(actualmente el único y en relación de dependencia) porque no lo soporta, pero
no quiere ser otra vez un desocupado. Un gesto y la intervención Ud. en
cuestiones de trabajo sabe como moverse, lo lleva ironizar, incluso se riendo
dice “Quiero todo y ya!...no puedo resignar nada!”. Ante el silencio: “Me puedo
tomar un tiempo para evaluar…ir de a pasos…”. Le sigue un gesto de
asentimiento del analista, cerrando la sesión.

Las dos caras del tiempo en una tóxico-manía


Viviana Carew, Patricia Karpel.
El sujeto maníaco está “animado por una vida paradójicaque marcha hacia la
muerte con la misma firmeza que el suicidio melancólico.” 25

Colette Soler

25
Colette Soler, “Estudios sobre las Psicosis”. Ed. Manantial, pagina 64.
50

Presentación del caso

Norberto tiene 38 años y está internado en una institución dedicada al


tratamiento de la toxicomanía y el alcoholismo. En su primera entrevista con la
analista refiere que su familia “se esfumó, se terminó”. Un modo de
presentación particular: recita sin pausa un listado enumerando
vertiginosamente y con una notoria sobreexcitación las fechas y edades de los
fallecimientos.
Señala desde el comienzo un intento de establecer marca, de producir una
huella que horade donde no hay elaboración simbólica. El calendario es
llamado a nombrar ante la ausencia del tiempo histórico. El sujeto intenta
ordenar, enmarcar, pero el afecto queda desligado, desamarrado, suelto, no
abrocha significación, queda preso de la metonimia.

Cuando Norberto tenía siete años muere su madre. Poco después irá a vivir
con sus tíos, quienes se hacen cargo de él. A los veinte inicia una relación de
pareja que se sostendrá durante siete años con un hombre 15 años mayor que
él. A esa edad comienza a trabajar en “prostíbulos” y conoce a Mary como su
“empleadora”. Inicia en esa época el consumo de cocaína de manera
esporádica. Dos años más tarde comienza a trabajar de noche con Mary e
incrementa el consumo “para aguantar la noche”. Afirma respecto de esa
situación: “Ella me trajo la cocaína…empezó una caída que nunca levantó”.

A los veintiséis años muere su padre. Poco después recibe la noticia de que es
portador del virus HIV. Decide internarse en una comunidad terapéutica,
concluye su tratamiento y abandona el consumo de cocaína hasta los treinta y
cinco años. Durante esos años dejó de ver a Mary y señala al respecto: “no la
vi ni consumí”.
A pesar de ello, a los treinta y dos años se interna “por voluntad propia” en un
psiquiátrico debido a lo que refiere como “crisis de ansiedad”, describiendo que
“escuchaba música y miraba TV al mismo tiempo sin poder dormir durante
días”. Dos años después de esa internación breve, muere su hermana, y a los
pocos meses su tía. Dice: “volví a llamar a Mary, estaba muy solo, me sentía
devastado, ella se metió en mi vida…me casé”.
51

Al año siguiente, debido a los serios problemas de convivencia, tramita una


“separación de hecho con convenio de alimentos” argumentando que es un
“cónyuge enfermo” y que ella tiene que solventarlo económicamente. Desde
entonces retoma el consumo de cocaína y se inicia una serie de internaciones
psiquiátricas demandadas por su propia voluntad. La internación previa a la
derivación a la institución en la que es escuchado por la analista, fue motivada
por lo que menciona como una “caída del balcón” durante una discusión con
Mary.

Mary y la cocaína. Remedio y veneno.

Desde las primeras entrevistas Norberto presenta su padecimiento como un


“enloquecimiento por no poder parar de pensar en Mary”. Dice: “Se mete en mi
vida, me marea, me hostiga, su voz me perturba el cerebro, crea pensamientos
que no son, me fagocita…es un pacman. Siento a ella como un tatuaje sellado
a fuego, me confunde la cabeza”.
Relata la pelea previa a su internación diciendo: “no se si me quise
matar…quería terminar con todo…no me caí del balcón, me tiré, ella dijo:
ándate y para mi fue: o la vida con ella o no hay nada”. “Yo la endiosé
demasiado, la viví como un tótem, vi en ella a una mujer fuerte, decidida, le
tenía respeto y miedo, me llevaba 14 años. Ella tenía todo estipulado con
horarios, hasta el sexo”
En la misma línea que Mary, describe a su madre y a su tía como
“demandantes e imperativas”.
“Con Mary no tuve tiempo de sentirme desmoronado por la muerte de mi tía, de
mi hermana, era todo control y demanda, era todo una carrera y no nos
despegamos más…nos casamos.

No hay en referencia a dichas muertes una elaboración simbólica, no hay


trabajo de duelo, ni el tiempo necesario para la inscripción de la pérdida. Frente
a estos sucesos, aparece inmediatamente en su lugar una relación a la que
queda pegado.
52

Dice al respecto:”Ella fue una muerte que me asedió. Como si hubiera sentido
todos los velatorios de las personas que se me murieron pero con una persona
viva.”
Mary queda así ubicada como un “verdugo”, una “telaraña letal”, según sus
dichos, y Norberto queda de este modo atrapado en las redes de la muerte.
Lo rechazado retorna a través de ese vínculo como un goce mortífero.
Se establece en relación a esta mujer una dimensión paranoide. Queda a
expensas de su intrusión, ella se torna “imparable”, “irrefrenable”, con efectos
de fagocitación, el sujeto se halla a su entera disposición, a expensas de un
poder que lo ingiere. Mary dice “ándate” y Norberto se tira por el balcón.
Dice: “Su voz me perturba el cerebro”, pero también habla su silencio: “Cuando
Mary se calla empiezo a pensar qué hay por detrás…ella estará tejiendo la
telaraña.”
En el silencio se teje una telaraña que lo atrapa. El silencio del Otro lo inquieta.
Se trata de un goce que no hace pausa, es asfixiante, no encuentra hendidura,
solo lo agujerea saliéndose de la escena, eyectado él por un balcón que lo
expulse. Ello lo posee o lo destruye y ese binario se muestra indialectizable.
Sin embargo, podría ubicarse que el sujeto hace algún uso de esta relación.
“Ella vivía como ella y yo vivía como ella”;”Cuando me casé con Mary me metí
en un envase equivocado”. La posesión que localiza en ella le presta un
envase, un borde, una ilusoria vivificación. De Mary toma prestada una trama,
pero rápidamente el tejido deviene telaraña. Un lazo que permite de algún
modo la vida: como vive ella, él vive, pero se trata de un vivir paradójico que se
le torna mortífero quedando a la vez ingerido por su envase.

Respecto de la cocaína Norberto dice: “Con la cocaína podía hacer muchas


cosas a la vez, no dormir varios días, no angustiarme…aspirar la vida, ahora,
¿a quién tengo para mostrarle que estoy vivo?” Por la vía del tóxico podría
ubicarse también el intento de vivificación como función. Pero se trata de una
vida y de un cuerpo que no tiene. La función del falo que opera esta juntura se
encuentra forcluída, trastornando en lo más íntimo el sentimiento de la vida.
La instalación de la metáfora paterna y la significación fálica produce la
conjunción de Eros y Tánatos señalada por Freud con el término “intrincación
pulsional”. Ya desde Freud es posible pensar los estados maníacos como un
53

triunfo sobre el padre que puede leerse en términos de desintrincación


pulsional.
La cocaína opera en este sujeto aportándole una vitalidad frente a la
insuficiencia de su sentimiento de la vida. Esto redobla paradojalmente la
vitalidad bizarra, propia de la manía, que lo excita, lo acelera, lo atormenta.

Asimismo, es la operación fálica la que hace posible el encuentro con el otro


sexo. En Norberto no está en juego la sexualidad ni el deseo. Él indistintamente
tiene como partenaire hombre o mujer, no se trata de un encuentro entre dos, y
nada se pregunta al respecto.
Lacan plantea en el seminario sobre la angustia26 que en la manía, “lo que está
en juego es la no-función de a, y no ya simplemente su desconocimiento.”
Señala allí que el objeto a es nuestra existencia más radical y la única vía en la
cual el deseo puede entregarnos aquello en lo cual nosotros mismos
tendremos que reconocernos, y que ese objeto a debe ser situado como tal en
el campo del Otro. Desde esta orientación, define el cuerpo como a-sexuado,
un cuerpo cuya única forma practicable de sexuación es a través del objeto a.
Lacan señala también al hablar de lo que llama el “a-muro”, que aquello que
hay entre un hombre y una mujer es un muro, presentificado en el objeto a. El
muro queda situado como el lugar de la castración.
Sirviéndonos de estas indicaciones, podríamos decir que en la manía está
afectada la función que hace al límite -en términos matemáticos- entre un
hombre y una mujer.27
Para Norberto no hay el otro sexo. Así como no posee el plus de vida que lo
simbólico marca con una mortificación, no hay hombre o mujer.

A la vez, es posible ubicar otra función del tóxico en Norberto cuando Mary es
el “verdugo” y aparece de ese lado el veneno: “Mary me devasta el cerebro,
tomaba cocaína todo el día para olvidarme, tomando me ausento”. “Cuando
consumo pienso menos, me olvido”.

26 J. Lacan, El Seminario Libro 10, “La angustia” Clase 25, del 3 de Julio del 63. Pág. 363.
27Se desarrolla una reflexión sobre el tema en “Lo Uno y los Otros”, Nicolás Bousoño, Viviana Carew.
Publicado en “El Psicoanálisis aplicado a las toxicomanías” Publicación del TyA. Departamento de
Estudios sobre Toxicomanía y Alcoholismo del CICBA.
54

Frente a lo insoportable de pensar todo el tiempo, de la palabra que no para, se


produce algún acotamiento vía el consumo como remedio que lo lleva a pensar
menos. Otra función del tóxico: produce de esa manera un menos, frente al
más, a lo excesivo. Su cerebro queda menos torturado en relación a esa
presencia permanente del pensamiento devastador. Un modo de intentar
solucionar esta irrupción de goce es localizando algún punto de olvido,
restándose, ausentándose de este modo a la omnipresencia, al desborde de
goce.

Si bien dice que el consumo le aportaba algún remedio, le proveía alguna


regulación en relación a ser tomado todo por el Otro, o por los pensamientos,
en el tiempo previo a la internación ha cambiado su función mostrando otra
cara, la del veneno. Dice al respecto: “Ahora la cocaína me da otra información,
ya no me acelera, ahora me angustia, me quedo aniquilado, estúpido, como un
autista, no soy yo”.
La cocaína enunciada por N. como un objeto que “da información”, parece dar
cuenta del intento de localizar la fuente de sus pensamientos, prestando un
argumento y tal vez una precaria ilusión de dominio de aquello que lo perturba.
Así como su mujer “crea pensamientos” en su cerebro, la cocaína le “da
información”. Lo imposible de subjetivar, retorna desde afuera. Por esta vía
logra engancharse frágilmente a una regulación de la invasión, cuando la
cocaína deviene también un pacman reaparece con fuerza la aniquilación y cae
su función. Está asediado por la muerte, Mary y la cocaína devienen sus
verdugos.
El consumo comienza a ser devastador, y no soluciona la devastación. Queda
consumido, piensa menos en el torturador, pero paradójicamente, el menos va
hacia él y amenaza con aniquilar su pensamiento, su yo. La cocaína también
falla como solución.

El tratamiento. El tiempo como bunker.

A pesar de su padecimiento, Norberto se incluye de manera comprometida en


la dinámica del dispositivo institucional. Su participación adopta una
característica: se mantiene ocupado todo el tiempo, refiriendo que su cabeza
55

“queda más relajada” en el hacer. Da de este modo un tratamiento a su


inquietud. Camina el cuerpo, interrumpiendo por momentos el continuo caminar
de su cabeza. En relación a lo que le fluye permanentemente, a su pensar
desenfrenado, su cuerpo en movimiento genera una forma de límite, lo
organiza. Algunas “medidas” institucionales van en ese sentido, como por
ejemplo, tener que detenerse y simular el sonido de una bocina cada vez que
está por atravesar el marco de una puerta. Norberto establece una buena
relación con los otros en la institución a partir de sus ocurrencias y de su
comicidad. Se ocupa de cocinar y de tareas varias que localizan algo de ese
goce intrusivo. Habla de la “tranquilidad mental” que halla en esos momentos
en que no tiene tiempo para pensar.

En el espacio de entrevistas, la analista se dispone a alojar su sufrimiento y su


verborragia. Se lo escucha y se interviene con preguntas o enunciados muy
breves y precisos, que solo en algunas ocasiones logran detener su catarata de
palabras.

En una entrevista dice: “Acá el peso de Mary es menos…la voz de Mary pasó
de ser imperativa a ser sólo molesta”. Se interviene diciéndole que tal vez
ahora le cree menos. Se detiene y dice: “acá me volví a reír, estoy recuperando
mi identidad, yo le digo a ella que ustedes me imponen una distancia…hay
cosas que digo pero no las escucho, hay palabras mías que yo las niego, no
me llegan a mi mente, esta institución es un bunker, no quiero tomar decisiones
arrebatadas”. Se interviene entonces afirmando el acuerdo con él en la
necesidad de introducir una distancia y un tiempo.

Norberto logra escuchar esta intervención, la toma e intenta hacer uso de ella
en varias situaciones referidas a Mary y a su padecimiento: “muchas veces me
acuerdo de lo que me dijiste, tengo que creerle menos a Mary y tiempo,
tiempo…”
Como efecto de dicha intervención se abrió para el sujeto la posibilidad de
algunos enunciados que restan consistencia al decir totalizador del Otro,
quedando por momentos de su parte la posibilidad de hacer algún uso de
palabras que le provean un límite y que le armen una barrera. Se pone en
56

juego un “menos” en función de una resta a llevar a cabo de su parte. Una


resta que da otra medida al decir avasallante.

En otra entrevista pregunta: “¿Yo porqué me dejé tanto?” sin poder ubicar una
respuesta. Luego dice: “No hay otra salida que no sea conmigo mismo…ahora
fluyen mis miserias…mi verborragia, mi mente puede más que yo. Algo mío no
funciona bien…algo enfermo mío hay que me enganchó con una mujer
enferma…esa parte existe de mi.” Llora angustiosamente preguntando si esto
se cura.

Al no operar el falo, que instaura la dimensión espacio-temporal, será en el


tiempo y en la vía de la transferencia que se irá instaurando esta categoría que
lo organiza. Se trata de que allí donde hubiera sido necesario el falo, se invente
aquello que le permita funcionar prescindiendo de él.

El sujeto va tomando el recurso del tiempo como un elemento regulador, poder


esperar sin quedar lanzado a la inmediatez del balcón o de la droga que lo
aniquila. Si es un búnker el espacio terapéutico, opera allí cierta defensa frente
a la irrupción de goce.

Por otro lado se intenta el trabajo en relación a las muertes de sus familiares
para dar lugar a alguna tramitación del duelo vía la palabra, posibilitar algún
registro de la pérdida y de su tristeza.
En relación al dolor, hace uso del lazo de transferencia que le permite alguna
elaboración de saber y a la vez un despegue, cuando puede formular una
pregunta que le da un lugar. “¿Porque me dejé tanto?” Esta pregunta marca
una diferencia en relación a la devastación.
A partir de allí se intenta hacer algo que no lo “deje” tan tomado por el Otro al
ubicar el padecer en relación a sus pensamientos.

Pero lo rechazado del filo mortal del lenguaje retorna en lo real, en su inquietud
y aceleración que no logra mitigar: “Estoy avasallado por pensamientos que
fluyen permanentemente y me sacan de donde estoy”. “No pienso
emocionarme y me emociono…y no se de dónde me sale la emoción, mis
57

palabras no llegan a mi mente”. “Siempre falta algo para decir, la palabra no


para.”
Se encuentra desamarrado de la cadena significante, y esto lo lleva a una
verborragia y sobrexcitación permanente: “Tengo una energía que me
fluye…mi enfermedad es cuando mis pensamientos son todos y no es uno…si
no pienso en todo, siento que no pienso.” No se liga. No produce significación.
No aparece como sujeto disponiendo de su palabra. Fracasa la invención.
“La excitación maniaca es ese goce que la función fálica no regula y en el cual
el uno del cuerpo es asediado por los unos múltiples del lenguaje en lo real
hasta que –después de la del sujeto- sobrevenga la muerte para el ser
viviente.”28

El final. El tiempo como puñal

Luego de varios meses de internación la fuente de sufrimiento para Norberto


empieza a ser nombrada en las entrevistas como incertidumbre respecto del
futuro: “no me espera nada cuando salga de acá…cómo voy a lograr lo que
nunca pude conseguir…el acelere que tengo me ayuda y me perjudica, yo no
tengo tiempos, para mi la espera es letal, es como un veneno.”

El Otro social como una dimensión presente en todo dispositivo institucional,


introduce también la variable “tiempo” haciéndose presente la posibilidad de
que Norberto quede sin cobertura por parte de la Medicina Prepaga que
sostiene su tratamiento. Por otro lado, los “tiempos” institucionales comienzan a
resonar en él al llegar a una etapa del tratamiento en la que los otros
comienzan a externarse, a trabajar, etc. Desde el dispositivo institucional y
desde el espacio de entrevistas se acuerda la necesidad de regular los tiempos
de Norberto intentando establecer para él un recorrido que contemple su
particularidad. Pero una vez más, el remedio comienza a tornarse en veneno, y
el tiempo comienza a ser tomado por el sujeto en su cara más feroz.

28
Colette soler, “Estudios sobre las Psicosis”. Ed. Manantial. Pág. 64
58

En una entrevista recuerda algunos años de su vida en los que dice haber
sabido vivir solo y no depender de otros: “nunca más voy a ser quien era, el
apuro no me deja pensar, no me deja escuchar, no me deja reflexionar, nada
me llena, todo tiene que ser ahora, vos me decís “tiempo” y para mi es como un
puñal.”

El tiempo deviene puñal. Darle tiempo, comienza a tener un envés complicado.


Al comienzo tuvo el efecto posibilitador de un punto de basta que frenara en
parte la metonimia gozosa en la cual el sujeto se halla inmerso, pero luego dejó
de ser apaciguante. El tiempo tuvo un reverso superyoico para él. Ahora el
tiempo lo apura, lo empuja. La manía, perturbando la homeostasis vital, no deja
respiro a este sujeto. No hay para él silencio, no hay pausa posible.

En respuesta a las variables en juego, y a su propia insistencia se decide


acompañarlo en un proceso paulatino de externación. Comienza a tener salidas
fuera de la institución, y a intentar por vía judicial, que Mary pague el alquiler de
un departamento para él. Cuando sale queda perturbado: “El afuera me
devora, es como entrar en la boca del lobo, el afuera es incierto, tengo
pensamientos de incertidumbre, malestar y desasosiego. En la institución estoy
sujeto, contenido, pero por momentos estoy avasallado por mis pensamientos
que fluyen permanentemente y copan toda mi cabeza”.
Comienza a buscar un departamento ayudado por Mary: “Tengo que buscar
departamento, hablo y no resuelvo, los días pasan y no hago, estoy
paralizado…ustedes quieren que despegue, me aceleran, no me dan tiempo”.
“Tengo una exigencia muy grande, si no me exijo me quedo sentado
fumando…la exigencia me surge y no se como pararla…el motor tendría que
andar a 60 y anda a 120…La única que me está dando una mano para que
despegue es Mary”. Ahora la institución queda ligada a aquello que lo acelera,
que no le da tiempo.

Desde el dispositivo institucional y desde el espacio de entrevistas, advertidos


de la posibilidad de un pasaje al acto, se trabaja acompañándolo para que él
pueda, según sus palabras: “construir un afuera desde acá.”
59

Al tiempo Norberto logra alquilar el departamento donde va a vivir, aceptando la


propuesta de una externación paulatina. Pide autorización para ir a limpiarlo
con Mary y por teléfono expresa su decisión de abandonar el tratamiento,
contando con el apoyo de Mary. Una vez más, el sujeto queda capturado en la
inmediatez. Fracasa la apuesta institucional.

Pasados seis meses de la interrupción del tratamiento, Mary comunica a la


institución el reciente suicidio de Norberto, quien se arrojó desde el balcón de
su propio departamento situado en un octavo piso, luego de anunciárselo
telefónicamente a ella, y de tener las ambulancias del SAME en la puerta de su
casa, a quienes les negó la entrada.

Norberto avanzó inexorable hacia el acto suicida, testimonio del fracaso del
punto de basta y del goce que sacrifica al organismo. Quedó arrojado fuera de
la vida, lanzado por la virulencia mortal de la manía.

Paz y amor en tiempo de desborde.


Lic. Guiomar Doti
Trabajo presentadp en las Jornadas Científicas 2008 “Vicisitudes de la
pulsión y el amor en la cura.”
Centro de Salud Mental Nº 1 “Dr. Hugo Rosarios”

Se trata de un paciente de 23 años al que llamaremos Andrés, quien demanda


tratamiento por una sensación de incomodidad que define como algo extraño,
siente que todos los miran y no sabe cómo manejarse. Debido a esto
abandona un curso de guardavidas que había comenzando.
Al momento que consulta hace 8 meses que no consume cocaína y es
entonces que comienza a ubicar esta sensación de incomodidad a raíz de la
cual prefiere quedarse encerrado en su casa a fin de evitar sentirse mirado e
inseguro.
Andrés vive con su madre, dos hermanos mayores y las respectivas parejas de
éstos. Trabaja en un taller de fundición en el fondo de su casa.
Su padre muere al poco tiempo que comienza tratamiento, frente a lo cual se
muestra desafectivizado.
60

En relación a su consumo ubica una etapa de mucho descontrol, que va desde


los 16 a los 20 años.
El jugaba al fútbol y en esa época, se produce su pase de Platense a River,
hecho que coincide con que la empresa de su padre funde.
Recuerda que su padre le decía: “Vos cuando jugás en pedo jugás mejor”.
En relación a las chicas dice: “muy pocas chicas pasaron por mi
adolescencia…yo prefería más lo otro, fumar o tomar cervezas”.
Podemos pensar que el tóxico le permite una salida de la presión que le genera
jugar al fútbol de manera profesional y lo saca del encuentro con el otro sexo.
Con referencia al padre se puede pensar que lo convoca al sujeto a un lugar al
que no puede responder, ser el “salvador de la familia”.
Del consumo dice: “cuando yo perdía la conciencia, se me apagaban las
luces y mi cuerpo seguía. No necesitaba de nadie más que de mí para
estar contento. Salía, la pasaba bien, pero veía cuerpos no caras”.
La cara (y con ella, la mirada) quedan para él borradas, mientras que en la
abstinencia, van a reaparecer como persecutorias.
El paciente comienza a ubicar a la marihuana como solución para calmarse y
bajar la ansiedad. Pero esto no puede regularlo, y alentado por su novia
actual, quiere dejar completamente el consumo, ya que “el estar todo el día
fumado no le permite hacer nada”, según sus palabras. Ésta es la
explicación que él encuentra para su encierro.
La droga aparece como atenuante pero no como solución.

Durante el período en que no consume, se siente “más despierto”, pero el tema


de las miradas vuelve a ser más fuerte. Entonces, le propongo venir a terapia
dos veces por semana, haciendo mención de lo dicho por el paciente que venir
a hablar conmigo lo calmaba.
Cabe mencionar que el dispositivo comienza a funcionar como soporte, como
armado de algo que en este paciente falla, sustituyendo esta función de
“calmante” que en un primer momento tiene el tóxico.

Así logra organizar mejor su tiempo y comienza a desestimar las miradas, él


puede ubicar que si está enfocado en lo que él está haciendo no tiene en
61

cuenta la mirada de los otros, dice: “Cuando estoy medio tenso para
enfrentarme a los lugares que hay que socializar prefiero no hacerlo, no
voy…cuando estoy con mis amigos del fútbol yo hago oídos ciegos” le
pregunto: ¿oídos ciegos? Se ríe y le digo son dos cosas diferentes. Una cosa
es lo que se escucha y otra es lo que se ve. “Cuando me pasa esto, lo de
oídos ciegos, opto por irme a caminar con alguno de mis amigos, con los
que me siento más cómodo o no doy bola. Estoy logrando tener más
espacio”.
Para el paciente oído y mirada se juntan. Le supone a la mirada un decir.
De su etapa infantil relata que hasta los 3 años tomó la teta, hasta los 4 años
no habló y que hasta los 11 años no controló efínteres. Cuando le pregunto si
sus padres habían consultado por esto dice: “El problema es que yo era un
nene de mamá, un boludo”. Se puede pensar que ahí faltó una mirada, y
eso le vuelve de lo real. La mirada se le presentifica y lo remite a ser burlado
por el otro, ser el hazme reír del otro. El sujeto queda tomado como objeto de
goce del otro “el nene de mamá”, “el boludo”.

Es en este momento, de no consumo, que el paciente intenta retomar su curso


de guardavidas, en el cual comienza a señalar algunas dificultades, como no
poder respetar la distancia con sus compañeros al nadar y frente a eso sentirse
ahogado. Dicho suceso es próximo al aniversario de la muerte del padre, el
cual coincide en una fecha muy cercana al cumpleaños de su novia.
Viene a sesión diciendo: “Estoy muy mal desde MI cumpleaños”. Le
pregunto: ¿Desde TU cumpleaños? Contesta: “No, del cumpleaños de Silvia,
pero festejamos juntos, desde ahí estoy mal, sin ganas, sin ánimo, pensé
en fumar de nuevo”.
Refiere que cuando llegaron los invitados comenzó a sentir que estaban
hablando de él por comienzos y terminaciones de palabras que no puede
especificar.
A la sesión siguiente, trae unos mails de su novia que se envía con un
compañero de facultad, en donde, él asegura, que es la comprobación que ella
lo engañó y se burló de él. El paciente refiere que ve que se escriben en un tipo
de clave. La certeza que tiene en relación a estos mails que es ellos se veían
para garchar.
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En el cumpleaños se produce un desenganche, para lo cual él le da una


explicación delirante. Estos comienzos y terminaciones de palabras hablan de
él, eso que no puede especificar habla de él y aparece la escritura en clave.
La mirada y lo que escucha se junta, en los mails aparecen cosas que se dicen
pero él ve. Para este paciente las miradas dicen, y lo que dicen es injurioso y
no puede poner distancia con esto.
Mis intervenciones apuntan a instalar una duda acerca de esta certeza que se
le arma, e indico que puede fumar hasta dos secas. Dicha cantidad es la que
había señalado que lo calmaba.
Asimismo trabajo con él la posibilidad de tener una interconsulta psiquiátrica,
para que se evalúe si es necesaria la toma de alguna medicación para regular
el consumo.
Las ideas delirantes continúan, en todo momento me convoca a que le dé mi
opinión sobre si yo entiendo lo mismo que él. Comienza a preguntarse sobre lo
que le pasa y si se debe a todos sus años de consumo.
Este es el argumento que utiliza su novia, estudiante de medicina, para dar una
explicación a estas ideas.
Yo intervengo diciendo que es muy pronto para poder darle mi opinión, que no
lo sé y que tenemos que seguir trabajando en esto.
Frente a esta demanda de convertirme en “el especialista que sabe”, me
“abstengo” de responder para dar lugar a que el sujeto pueda llenar ese vacío
con su testimonio, ubicando así la abstinencia del lado del analista, a diferencia
de otros dispositivos dónde la abstinencia queda del lado del adicto.

Por otro lado, relata un incidente sufrido en la casa de su novia, con quien
intenta comunicarse en la madrugada, primero por teléfono y luego
personalmente sin conseguir según sus palabras “que ella de la cara, que le
hable”. Sin embargo, su insistencia, hace que la madre de ésta convoque a la
familia de mi paciente para que lo vayan a buscar. Cuando los hermanos de
Andrés se hacen presentes, los hace entrar, dejando a Andrés afuera y
provocando así que rompa el vidrio de la ventanilla del auto de la familia de su
novia.
Este incidente da pie para que la familia de Silvia llame a la policía, hacen una
denuncia y le prohíben que se vean o se hablen. Intervengo diciendo que tal
63

vez esto sea lo mejor por el momento, y que este tiempo lo utilice para pensar
acerca de lo ocurrido.
A partir de aquí hay una sucesión de hechos extraños que ocurren. La madre
de Silvia comienza a dejar mensajes en el contestador de la casa de Andrés
diciendo que debe ser internado. Asimismo yo recibo un llamado de una
persona que se presenta como la psicóloga de Silvia preguntando si yo estoy al
tanto de lo ocurrido, me sugiere la internación dado que ella lo considera
riesgoso, e intenta interiorizarse del diagnóstico del mismo, a lo que le contesto
que estoy al tanto de lo ocurrido, al igual que el psiquiatra, y que dicha
sugerencia no me parece pertinente ya que ella no conocía a Andrés, que
además eso era algo que en última instancia evaluaríamos los profesionales
tratantes. Por último le informo que si quiere más información deberá acercarse
a la institución y hacer la petición que corresponda allí, ya que el teléfono al
que estaba llamando era mi celular.
A partir de esta intervención, cesan los llamados telefónicos que hace la madre
de Silvia, pidiendo que lo internen a Andrés.
En relación al llamado recibido por mí, mi paciente es anoticiado por una
comunicación que mantiene con su novia, y me interroga para saber si esto es
verdad y me pregunta qué le dije yo, de manera que le informo de la
conversación mantenida, tal cual había sido.
Frente a la decisión de dejarlo afuera sin lugar para escuchar lo que tiene para
decir, Andrés comete un acto vandálico, rompe el vidrio, hace un agujero como
un intento desesperado de llamado al Otro. Es en esta circunstancia que la
analista hace lugar a su decir, lo aloja en el dispositivo –que pasa a ser diario-
marcando la presencia de otro que supone allí a un sujeto, dando respaldo y
contención al mismo, haciendo lugar a la palabra y favoreciendo así el lazo
transferencial.
La maniobra analítica que intento hacer es procurar un límite al goce del Otro,
proponiéndome como significante ideal que a falta de la ley paterna, pueda
constituir una barrera al goce.
Luego de esto, el paciente acepta tomar la medicación indicada por el
psiquiatra, mientras que se trabaja con la familia de Andrés, acerca del efecto
calmante que la marihuana proporciona en él, indicando por lo tanto, la
posibilidad que tiene el paciente de fumar hasta un porro por día.
64

Poder decir que no a la internación, a las intromisiones de la familia de la novia


y de la terapéuta de ésta en el espacio del análisis, es el intento de asegurarle
otro Otro que no lo burle, que escuche y preserve otro espacio para él.
A partir de aquí algo comienza a ordenarse y puede salir del encierro,
comienza a trabajar como vendedor de vinos, lo que le permite salir de la casa,
transitar por la calle con otra gente, viajar en diferentes medios de transporte,
algo que antes le resultaba imposible.
En palabras del paciente “Estoy continuando con la línea de estar mejor.
Estoy teniendo vida a diferencia de antes, que estaba encerrado. Yo creo
que quedaba anulado para sobrevivir. Ahora soy uno más, antes era uno
al margen…Espero seguir en mi línea, que se me complica cuando entra
Silvia, o mejor dicho yo me la complico… ¡Al final, Silvia es pero que la
droga!” Se ríe y termina la sesión diciendo: “Yo estaba en la posición de
hagan de mí lo que quieran, ahora pongo limites, yo hago lo que quiero”

La función del tóxico en un caso de psicosis


De Nicolas Bousoño
Se trata de un paciente con más de 10 años de tratamiento, con un
diagnóstico de psicosis, en el que lo precario de la estabilización está en
relación con la función que tiene para él el consumo de drogas
Miguel tiene su primera consulta con un admisor en un centro de salud
mental municipal en Enero de 1995. Esa entrevista iniciaría su tercer
tratamiento; había estado internado unos meses en 1990 en el Htal. Alvear y
luego, en 1992, realizó un tratamiento ambulatorio en una clínica privada en
Belgrano.
Relata que en esas dos ocasiones escuchaba voces, veía cosas y que en
ese entonces atribuyeron su problema al consumo de cocaína. Lo medicaron y
lo “reventaron”, no podía caminar ni hablar, se le ponía la “cara dura”; dice: “era
como la muerte”. De esa experiencia le queda cierta desconfianza por la
medicación que, cuando inicie el tratamiento aceptará con mucha dificultad y en
gran parte gracias al cuidado que pone en ello la psiquiatra que lo medica.
Consultaba a instancias de su madre, con una sensación de desaliento y
desgano; cuenta que unos días atrás mientras manejaba sintió que algo lo
golpeó y le borró la memoria.
65

Miguel trabajaba (lo hace aún hoy) en la construcción, como pintor; tiene
dos hijas (en ese entonces de 2 y 3 años) y una relación muy conflictiva con su
mujer (D) de quien se separa entre la primera consulta y la segunda; consulta
que tiene lugar en la misma institución conmigo tres meses más tarde.
Las primeras semanas asiste esporádicamente, muy verborragico y
confuso, dice que se siente sin recursos, habiendo perdido cosas, “aislado de lo
que fue o hubiera podido ser”, en referencia a una separación de la que se
siente víctima y por la que debe dejar la casa en la que vivía con su familia para
volver a vivir con sus padres y su hermano. Dice no tener los medios para
investigar algo que en un principio no plantea con claridad.
En ese contexto es internado una semana en Open Door, luego intentar
agresivamente obtener una respuesta de D mientras estaban haciendo trámites
en una comisaría.
Esa internación lo sorprende, lo asusta y es a partir de ese episodio que
comienza a asistir regularmente a las entrevistas conmigo; las que han tenido
lugar desde entonces, con la sola interrupción de algunos meses en el año 1998
y que hoy se llevan a cabo en mi consultorio. La internación pone fin a un
tiempo que él describirá como de “verdadero descontrol”, que comienza cerca
del nacimiento de su primera hija y en el que, en un inicio, llegaba a romper
radios y televisores para evitar que le hablaran y que, luego de su mudanza por
la separación, lo empujaba a casa de D para exigirle respuestas.
A ese tiempo le sigue una larga serie de entrevistas en las que da
muchos rodeos intentando percibir si “sé algo”, si puedo darle una respuesta y
en las que, por que advierte que no, va ganando confianza; vueltas muchas
veces agotadoras, en las que las intervenciones apuntaban a situarlo, a acotar
su verborragia (ya que el silencio como respuesta lo hacía sentirse como una
máquina hablando sola sin poder parar). Tiempo en el que accede a contarme
la situación que lo decide a dejar su casa, a separarse y que constituye el
enigma que aspira a explicar desde entonces.
Una noche en la que dormía con quien era su mujer (D), se despierta con
la certeza de que le han aplastado un testículo. Este episodio es detallado
muchas veces a lo largo del tratamiento, siempre en un tono de confidencia y
casi siempre como si no lo hubiera contado antes. A veces lo relata como algo
que le ocurrió durante un sueño, otras veces como si hubiera sucedido en el
66

momento en que se despertaba; él ve una sombra, parecida a si mismo, que se


esconde en la habitación luego de hacerle daño. No se explica quien fue, cómo
lo hizo, cómo llegó allí, porqué le ha hecho eso y sospecha que su ex-mujer
tiene algún grado de compromiso en el asunto.
A partir de eso visita a algunos médicos que intentan tranquilizarlo sin
éxito, y comienza con el despliegue de su delirio. Dice que desde los 25/26 años
(lo que coincide con la internación en el Alvear) empezó a escuchar voces y se
dio cuenta de que no había vivido sólo, de que lo que le pasaba se sabía en “un
lugar”; esto le daba una sensación de desconfianza en la realidad “falsa”.
A través de lo que escuchaba, soñaba o escribía (con un tipo de escritura
automática que todavía utiliza en algunos momentos) creía poder anticipar
situaciones desgraciadas en el mundo, lo cual lo hacía sentir culpable y lo
torturaba pensando como podía darle una utilidad a eso que él consideraba un
don.
El escribía algo y, luego de que alguna cosa trágica pasara (cosas que
podían ser por ejemplo la muerte del cantante Rodrigo, el atentado a las torres
gemelas, etc.), encontraba en su escrito el antecedente, de lo que deducía que
ya lo sabía desde antes y además lo interrogaba sobre cómo podían
transmitírselo. Esta inquietud lo llevó a ponerse a estudiar computación para
tratar de entender como le transmitían la información, suponiendo que tenía
algún tipo de aparato electrónico instalado en su cabeza.
Estaba muy atento buscando quien era el que sabía “algo”, suponiendo
que habría alguien que entendería todo; creía que se trataba de “un hombre, a
pesar que –aclara- nunca se reconoció homosexual”, en ese hombre confiaba,
sin entender de donde venía la mala intención que deducía del daño recibido.
Por momentos pensaba que ese daño fue un castigo por algo que hizo mal, por
momentos se rebelaba contra lo que consideraba una terrible injusticia.
Durante varios años estuvo pendiente de los movimientos de D,
esperando algún dato, con la intención de poder retomar la vida familiar y la
relación con ella; D cotidianamente le reclamaba la cuota alimentaria de sus
hijas, con la que le costaba mucho poder cumplir. A lo largo del tiempo las
preocupaciones por su situación económica y por su realización personal,
fueron ganando protagonismo; perdiendo fuerza su interés en perseguir una
respuesta.
67

Se podría situar a lo largo del recorrido y por las entrevistas, un


movimiento de reducción. De hablar y preguntar sobre su enigma en todos
lados y a partir de percibir en los demás una mirada que lo signaba como “loco”
va acotando la cuestión al tratamiento, que se convierte en el lugar en donde
deposita y dialectiza lo que construye.
A su vez, el haber podido verificar su potencia sexual en otras relaciones
reduce la dimensión de ese daño a una amenaza con la que convive, que lo
inquieta, pero que sólo cobra fuerza por momentos. Dice “comprobar que eso
exterior existe, que es verdad”; pero no lo asusta como antes, a veces puede
tomar distancia y no hacerle caso, otras veces cuando algo de lo real lo
sorprende pasa por momentos de verdadera urgencia.
Su sufrimiento se ha desplazado al producido por las exigencias de las
mujeres de su entorno (su ex-mujer, su madre y su actual pareja). Él siempre se
presenta como víctima de distintas situaciones con ellas, y las intervenciones
con él en ese lugar apuntan a acercarle alguna idea sobre algún pacto que
pueda pacificar en algo las relaciones, a responsabilizarlo por ello, también a
colaborar con él para pensar que les puede estar pasando a ellas en ese
momento apuntando a dialectizar la situación; otras veces juegan con que él
está un poco aplastado o que ellas son rompe pelotas o que podría “poner
huevos”, apuntando también a otro significante que él trae; “encarar”, “dar la
cara”.

Su consumo de alcohol es regular y frecuente aunque moderado,


consumiendo además cocaína esporádicamente; estos consumos constituyen
hoy una parte importante de los conflictos con esas mujeres.
Cuando Miguel llega a la consulta, había retomado descontroladamente
el consumo de alcohol y cocaína (lo cual formaba parte del “verdadero
descontrol” del que hablaba en un inicio); lo que pudo acotar cuando comenzó a
tomar la medicación. Para que la acepte, fue necesario plantearle que la
medicación era necesaria para su tratamiento y excluyente con el consumo de
tóxicos; lo que acepta con cautela, luego de la internación y en la medida en
que verifica que no tiene sobre él el efecto que tuvo en aquél primer tratamiento.
Con D habían consumido cocaína juntos durante el noviazgo y dice que
es él quien decide parar con eso cuando nace su hija mayor.
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Recuerda que su consumo de tóxicos había comenzado en su


adolescencia, luego de que una pareja muy valorada por él en ese entonces lo
deja por otro muchacho que ya en aquel momento consumía drogas, rasgo que
él recoge y del que pareciera querer servirse para responder virilmente.

Durante los años que siguen a su separación el consumo de tóxicos de


Miguel pasó por diferentes etapas en relación a la intensidad, pero la función
que él le da a ese consumo mantiene una regularidad. Toma en algunas salidas
y con algunos amigos lo que él dice poder elegir para darse un gusto, en una
función social, si se quiere. Por momentos también dice que lo ayuda a trabajar
más despierto, lo que está en continuidad con poder aguantar el demoledor
ritmo de trabajo que por momentos sostiene empujado por las voces que lo
mandan tomar y trabajar, muchas veces atribuidas a su madre o su ex esposa,
allí su consumo no tiene nada de placentero para él en tanto esta en la línea de
intentar responder a una demanda sin límite. Algunas otras veces dice que sin
ese consumo no encuentra ni siquiera un poco del placer que siente merecer y
que necesita para no sentirse abatido. En una dimensión más propia, por
momentos también se le descontrola, cuando se vuelve exclusivo, percibiendo
esto en el malestar físico al despertar o en la falta de dinero de la que padece
periódicamente; es allí cuando se propone “no tirar su dinero en eso” lo que sólo
por momentos puede sostener. Mi posición con respecto a este consumo hoy,
es la de señalarle las consecuencias de esa practica; intentando sumar alguna
variante allí donde Miguel le da una función a ese consumo. Las intervenciones
buscan detenerlo y situar el recurso posible en ese movimiento en el que va del
sentimiento de injusticia, a la interpretación delirante y la manía.

Saber leer.
(Un caso de alcoholismo)
De Jacquie Lejbowicz

Introducción:

Este caso tiene una particularidad que es necesario consignar a los fines de lo
que en la temática de T y A nos interesa: No se trata de una consulta motivada
69

por el consumo de alcohol y sustancias adictivas; sino que el consumo


desmedido es relatado por la paciente después de un tiempo de tratamiento a
la manera de una confesión.
Por otro lado, el consumo de alcohol y pastillas, se “desmadra” en un momento
determinado del tratamiento, ante el avasallamiento que implica para la sujeto,
la relación al Otro, y, es luego de producir una rectificación del Otro que se
producirá una regulación del consumo.

El caso:

Me toca escuchar hace algunos años a una mujer de una gran fragilidad
subjetiva. Llega sumida en la melancolía, y en el rechazo del propio cuerpo,
particularmente de sus pechos.
Durante bastante tiempo es ella quien corta las sesiones y hay que maniobrar
para que pueda abordar ciertos temas, respetándola cuando necesita cortar e
irse. La vergüenza, la sensación de indignidad, y los estados de terror la
invaden.

Cada tanto desaparece y descubro que es necesario llamarla e invitarla a


volver, oportunidad que toma para volver a hablar.
Es un tratamiento en que, en varias ocasiones, me encuentro convocándola a
seguir viviendo, ya que cada tanto habla de terminar con su vida, o me escribe
cartas de despedida, o amaga con interrumpir tratamientos médicos o cuidados
de su cuerpo.

Hija de un padre alcohólico y psicótico, vivió junto con su hermana sumida en el


terror que su madre instilara en ellas, ya que la madre pasaba de encerrarlas
para esconderlas del padre, a llevárselas a la cama para protegerse a su vez
de él; así como en otras ocasiones, les encargaba su cuidado. De tal modo que
no era sencillo discernir que aterrorizaba más, si la figura del padre, o el goce
feroz que vehiculizaban las palabras de la madre.
70

Durante un largo tramo del tratamiento, C. se atormenta al sentirse


absolutamente imposibilitada de situarse ante la demanda de su marido y de su
hijo de tener más hijos, al tiempo que se sume en angustias terroríficas al
recordar abortos realizados a instancias de su madre.

Relata también oscuramente una ocasión en que su padre, enojado ante la


sustracción de una botella, se lamenta ante ella por no haberla abortado
cuando su madre estaba embarazada; aborto cuya realización, al parecer,
consideraron ambos.

La mirada de la madre se le vuelve omnipresente. Viven en un terreno común y


no hay bordes para discernir cual es la casa de cada una, incluyendo la casa
de la familia de su hermana.
El otro se le vuelve gozador y quedan persecutoriamente ligadas la demanda
de ser madre con la de abortar-ser abortada, circuito de pasajes al acto, en el
que queda confinada. Pero si bien parece aliviarla hablar de esto, mis
intervenciones y preguntas que tienden a interrogar el estado de cosas no
parecen tener mayor efecto: Las sesiones transcurren entre pequeños relatos,
que C. corta retirándose abruptamente.
En el transcurso del análisis, admite ante sí misma que bebe todas las noches
más de la cuenta. Al llegar de trabajar comienza a tomar cerveza, luego sigue
bebiendo durante la cena hasta caer desmayada en la cama, de este modo
evita todo contacto con su marido (que igual se queda mirando la tele hasta
tarde).
La bebida parece ser un intento de suplencia, y de defensa en relación al
encuentro con el otro, intento que no alcanza a apaciguar los estados de
angustia terrorífica en que se sume.
Mis intervenciones más eficaces son por ese tiempo las de asentir a sus
confesiones; pero las interpretaciones respecto de su relación al otro no tienen
efecto alguno.
.
71

Es recién después de la muerte del padre y de un cáncer de mama que


desemboca en la amputación de la misma, que C. puede relatar un episodio
hasta entonces sustraído al análisis:
Su marido, al subir a la terraza, sorprende al marido de la hermana de C.
–llamado igual que el padre de C.- espiándola por la claraboya mientras C. se
ducha en el baño de su madre. Situación que se producía desde largo tiempo
atrás, y ante la que nadie dice nada.

De hecho, C. había evitado mencionar esto antes en el tratamiento, pese a que


se le había preguntado por situaciones de cierta seducción con el cuñado.
Al realizar esta confesión, teme perjudicar ante mí el prestigio de su cuñado.
Con el tiempo, logra admitir con bromas algún goce respecto de este ser
espiada por su cuñado. Lo incestuoso comienza a ser nombrado.

C. comienza a cuestionar a su marido por diversas cosas, por ejemplo, por no


haber dicho nada en ese episodio, y reclama la construcción de un baño en la
propia casa para ya no tener que ir al de la madre.
Comienza a decir a la madre cosas que antes nunca dijo, le reprocha un
aborto del que se sintió objeto de muy joven, le reprocha el modo en que se
manejaba con ellas y con el padre. Recién ahí, puede quejarse y contar, en el
tratamiento, cómo la madre alternaba entre internar al padre, mandarlo a vivir a
otra provincia con una hermana, estar con otros hombres, y luego por épocas
traerlo a cohabitar con ella como si nada.

C. comienza a armar bordes en su casa y en su cuerpo: Pone cerraduras y


llaves en las puertas y comienza a frenar la intromisión de la madre en su casa.
Construyen el baño propio, y levantan paredes diferenciando su casa de la de
la madre y la de la hermana.
El humor, la música, los amigos, se van convirtiendo en puntos de salida y
exogamia. Seduce a un compañero de trabajo y sin mama y con peluca (estaba
pelada en ese entonces por la quimioterapia), se encuentra por primera vez
disfrutando de pasearse desnuda en un hotel frente a un hombre que no la
requiere madre, sino que la desea, aún sin mama. Estetiza lo horroroso para
hacer lazo y darle otro uso posible a su cuerpo. Se hace un tatuaje tribal donde
72

termina su espalda, para –dice- recordar a su padre desde otro lugar. (Cuando
hasta poco tiempo atrás, esperaba ansiosa el momento de estar sola en su
cuarto, para beber en demasía y “mantener conversaciones” con el padre
muerto, antes de caer dormida).
Es decir, que consigue abandonar el circuito de maternidades y abortos en que
estaba sumida, para convocar la mirada de un hombre, aún sin mama.
Pero precisamente fue necesaria la amputación, el tributo real de la mama, allí
donde no hubo nombre del padre que opere separándola del goce materno, y
dándole lugar a un cuerpo vivo. Fue necesario el corte de la mama real para
hablar en análisis y producir un corte con la mirada de un Otro gozador.
Recién ahí las interpretaciones que antes no tenían efecto parecen operar.

Me interesa ahora situar lo que se pone en juego en un período posterior del


tratamiento en que C. concurre poco y nada a las sesiones, pero, alcoholizada
y empastillada, me envía mensajes de texto.
Es decir que sustrae su presencia y su palabra, y recae en el alcohol. Pero
pone en juego una escritura.
Me enteraré posteriormente que este período de “mensajitos” se inicia luego de
una situación en que ella queda arrasada por la palabra de alguien.
.
Como el primer mensaje que envía tiene el efecto de pasarme el terror a mi,
por lo terminal de lo que escribe, mi reacción es, luego de llamarla
reiteradamente sin que me atienda, alertar a la familia, sin obtener mayor
respuesta, ante sus ideas suicidas. Esto motiva un posterior pedido de
disculpas, porque me lo reprocha, en una sesión posterior, en que se
reconstruye lo que le había causado tal estado: Bromas que su amante realiza
ante otros, en el festejo del día del maestro, respecto de la teta que a ella le
falta.
Se suceden nuevos períodos de ausencia, donde envía mensajes de texto que
pasan de relatar muy confusamente con una escritura difícilmente legible, como
se siente, a amenazar con suicidarse, hacerme reclamos amorosos o
insultarme. Esos mensajes se producen en un período de consumo
desregulado de alcohol y pastillas, un consumo a toda hora (cuando antes
bebía solo de noche, pudiendo levantarse sin inconvenientes al día siguiente
73

para ir a trabajar). A esos mensajes respondo recordándole la próxima cita, o


escribiéndole que la espero, que quiero que viva, o que estoy y leo lo que me
escribe. Posteriormente me relatará que por ese tiempo una amiga suya
enferma de cáncer y decide no hacer tratamiento alguno, dejándose morir. El
nuevo período de mensajitos coincide con una identificación especular, con
esta amiga.

Por la misma época, siente que varias de sus compañeras de escuela quieren
algo con ella, y le tocan su cartera y sus cosas.

Para mi sorpresa, en el mismo punto en que yo temía una degradación de la


transferencia, y pensaba los mensajitos como actings, o la instaba a hablar por
teléfono en vez de escribir; me encuentro con que en una sesión viene a hablar
del alivio que le producía que yo lea sus mensajes, que se sentía contenida y
aliviada sabiendo que yo leía lo que escribía en esos estados de tremenda
angustia.
Es decir que me llevó bastante tiempo, aunque ella me lo escribía con todas las
letras (“sólo lee”), registrar que la voz se tornaba demasiado invasiva en
momentos así, y que de lo que se trataba era de alojar su escritura, incluso
más allá de lo que escribiera. Registro también que fue necesario para ella
dejarme a mi “encerrada y aterrorizada” con sus mensajitos; pasándome su
terror se aliviaba ella.

El período de “mensajitos” y de consumo desmedido finaliza con un llamado


desesperado en la madrugada del 1ro de enero. El 31, borracha dijo
“barbaridades e insultos” a los familiares de su marido. Su marido y su hijo la
dejan sola el 1ro de enero. Durante ese día hablamos por teléfono casi cada
hora. Ella llorando, dice que no puede seguir así, que esta dañando a los que
quiere. Luego, tiene una conversación con el hijo en la que le puede decir que
esta es la madre que él tiene, pero que va a tratar de no beber tanto (cosa que
logra de ahí hasta el momento actual).

Lo que acontece posteriormente es que puede empezar a concurrir


nuevamente a las sesiones, diciendo que ahora puede leer.
74

Qué es lo que puede leer?:


- Libros.
- La diferencia entre estar deprimida, que es lo que le acontecía
antes, y estar triste, que es lo que le acontece ahora.
- La decisión de su amiga de no operarse de cáncer de mama
para morir como la madre, como la negativa a situar un corte con la misma.
(Cuando en el tiempo en que enviaba mensajitos, se había plegado a esa
decisión, y consideraba dejar su propio tratamiento para dejarse morir como su
amiga).
-Dice también que ahora puede estar más atenta para situar con
precisión, qué puede compartir con su amante, y donde debe abstenerse de
estar con él, para no prestarse a que la dañe con sus dichos.

El día del maestro de este año me manda un nuevo mensajito, aterrorizada por
el daño que su amante le produce con sus palabras. Le contesto que recuerde
que en esas ocasiones él suele beber y decir pavadas, y ella contesta que el
tema es que ella logre no dejarse destruir por las palabras de él; con lo que
acuerdo. Esto tiene que ver con saber leer, cosa que parece lograr, luego de
haber pasado por la escritura, y tal vez por mi lectura de sus mensajes.

Estoy, de todos modos, advertida de la precariedad de esta solución, ante la


fragilidad subjetiva de C.

Algunos datos más:

-El nombre: Por un equívoco a raíz del mensaje que ella deja cuando me llama
por 1ra vez, yo la llamo de entrada por el diminutivo del que me enteraré
posteriormente es su segundo nombre. Lo particular es que a partir de ahí ella
se comienza a hacer llamar así, y me relata éste cambio de nombre que le
efectué sin saberlo, mucho después. (Siempre sus relatos y confesiones son
“después”).
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-Lo rubio y el hijo que sí tiene: Cuando el hijo que sí tiene empezaba su
escolaridad y el tratamiento de C. recién se iniciaba, el marido insistía con que
C. le cortara el pelo a su hijo, que por entonces tenía una larga cabellera rubia.
Decisión que a C. le costó mucho tomar. Significo ahora que era horror lo que
la idea de ese corte le producía.
Cuando por la quimioterapia quedó pelada, C. eligió para sí una peluca rubia,
“ahora soy rubia”, dijo. Su amante tiene pelo rubio, también lo es el cirujano
que le está haciendo la reparación mamaria, entre los insultos que me dirigió
en los tiempos de “mensajitos” estaba el de “rubia tilinga”. Su padre era rubio.
Un rasgo del objeto que retorna en el insulto. Y en la elección amorosa.

III) Alcoholismo.
UN ALCOHOLICO EMPEDERNIDO.
Luis Darío Salamone
(El presente texto ha sido publicado anteriormente en Pharmakon 6, Editores
Plural y TyA, La Paz, Bolivia, 1997, página 113.)

"Me dicen el encopao, los que no saben lo que me ha pasao...


Me llaman el encopao... y no piensan que el que mata su
rabia entre unas copas, tiene su razón."
"El encopao", tango de Enrique Dizeo y Osvaldo Pugliese.

1- Los celos y el vino.


Pedro se presenta definiéndose como un alcohólico empedernido. Es
derivado por un psiquiatra que lo recibió en un estado de crisis, tras varios días
de no poder parar de beber. El diagnóstico, que le es confiado al paciente, es el
de paranoia celotípica. Fue precisamente una actitud de celos constantes lo que
desencadenó una ruptura en su pareja que lo llevó, una vez más, a la bebida.
Los problemas comenzaron cuando sospechó que su mujer lo engañaba
con su mejor cliente, debido a la frecuencia con que éste concurría a su negocio y
al especial interés que ponía en el estado de salud de su esposa. No está demás
decir que el negocio en cuestión es una vinería. Una tarde que llegó de hacer un
trámite los encontró hablando animadamente, lo cual desencadenó su furia.
Luego de que se retirara el cliente increpó a su mujer , ante la negativa por parte
76

de esta de que aceptaba ser cortejada, la golpeó. Fue la primera vez, pero no la
última. Torturado por las sospechas contrató un detective que le recomendó
intervenir el teléfono. Si bien el detective no logró conseguir evidencias, lo alentó
a proseguir con la investigación, ya que Pedro le había confiado a su mujer que
iba a poner a alguien para que la vigile, motivo por el cual no resultaría extraño
que, los presuntos amantes, hubieran comenzado a cuidarse. Esto le produjo un
estado de incertidumbre que no lo dejaba dormir.
El cliente vivía en una casa próxima y, en apariencia ignorante de la
situación, volvió al negocio una vez más; Pedro arremetió contra él con
amenazas y empujones. Si bien el sujeto no apareció más por la vinería, en una
oportunidad, al encontrarlo en la calle, algo en su mirada le hizo suponer que éste
había andando con su mujer. Ese algo, acerca del cual lo interrogué, se trataba
de cierta dureza.
Su mujer, cansada de los acosos, le había confesado que hasta el
momento con el vecino no había pasado nada, pero que, gracias a su insistencia,
el joven estaba comenzando a agradarle. Luego de ser brutalmente golpeada,
ésta lo abandona diciéndole, y no sin cierta razón, que con lo único que él podía
llevarse bien era con una damajuana. Después de varios días de verificar dicha
cuestión, fue internado, presentando un aparente cuadro de "delirium tremens".
En dicho lugar se produce el encuentro con el psiquiatra
que lo convence para que me consulte.

2- Los tratamientos.
Pedro había tenido dos intentos de resolver su adicción. El primero
concurriendo al grupo de Alcohólicos Anónimos que funcionaba en la parroquia
de su barrio, donde obtuvo un éxito relativo. Consiguió dejar de tomar un par de
meses, hasta que un buen día, luego de discutir con su mujer, volvió a la bebida
de una forma feroz. El segundo intento de resolver su problema lo llevó a una
iglesia pentecostal; dejó de beber hasta que, según sus palabras, el diablo metió
la cola. Luego de una celebración se sirvió un vaso de vino y volvió a la
compulsión.
En ambas oportunidades le llamó la atención que durante la abstinencia no
sentía tentación alguna sino más bien nauseas. Motivo por el cual no podía
77

permanecer en el negocio, del cual se ocupaba su mujer. Seguramente en estos


períodos el vecino se aprovechó de las circunstancias.
El primer intento de dejar la bebida estuvo guiado por la premisa de que lo
suyo era una enfermedad incurable, de que era un alcohólico de por vida, que
debía asumirlo y luchar contra eso. Cosa que hizo hasta que no pudo más.
La otra salida, la religiosa, partía de la premisa de que lo suyo era un
problema en el cual había tomado intervención el mismísimo Satanás. Luchó
contra sus tentaciones hasta que tampoco pudo más. "Quién puede con el
diablo?", concluye. A lo que agrego: "El diablo sabe por diablo pero más sabe por
viejo". Durante la entrevista se había referido a su padre utilizando el significante
"viejo", más adelante agregará que con las mujeres era un "viejo diablo"; también
había planteado, en la primer entrevista, que ya estaba demasiado viejo como
para abandonar el alcohol.

3- Una herencia paterna.


Los problemas deparados por el alcohol vienen de larga data. La vinería
es un negocio que era de su padre, él se crió entre las botellas y las damajuanas.
Su afición comenzó cuando su padre le hizo probar por vez primera el alcohol
diciéndole que para muchos males era el mejor remedio. "Este negocio va a ser
mi única herencia", acostumbraba a repetirle. Recuerda que a él le daba una
profunda pena el ver a su viejo, tirado en el patio, completamente borracho. En
una oportunidad éste le había dicho en broma: "El mejor cliente de mi negocio
soy yo". Tras subrayarle: "El mejor cliente", interrumpo la entrevista.
Pedro vuelve diciendo que a partir del último encuentro no puede parar de
pensar en su padre, se le cruzan imágenes de él constantemente. En particular
una: cuando una tarde, luego de discutir con su madre, le confesó que prefería
estar siempre borracho al tener que acostarse con una puta. "Mi madre no era
ninguna puta", concluye lagrimeando.

4- Culpas y sospechas.
El alcohol, al igual que otras drogas, suele ofrecer serios problemas en lo
que respecta a la cuestión diagnóstica. La sustancia tóxica puede llegar a
escamotear la estructura del sujeto, provocando cierta opacidad, particularmente
en quienes han llegado al extremo de padecer delirios suscitados por la
78

sustancia, y en quienes, como es el caso que estamos trabajando, caen en estas


situaciones celotípicas que son tan frecuentes en los consumidores de alcohol.
Si bien los celos parecen tener un tinte paranoico, ya que se basan en
sutilezas y cobran, en principio, cierto carácter de certeza; no hay en su discurso
dato alguno que nos permita corroborar algo del orden de la psicosis, al menos
no pude detectar neologismos, frases interrumpidas o cuestiones por el estilo.
Por otra parte las nauseas que fueron consecuencia de su intento de
abandonar la bebida, parecen responder a un síntoma, ya que se presentan
como el retorno de lo reprimido de aquello que lo empujaba a beber.
El trabajo que en torno a cuestiones familiares comienza a desplegarse
permite despejar algunas cuestiones. Esto no es casual; Pedro ni siquiera había
nombrado a su padre desde que este había muerto hacía varios años atrás. En
una sesión se produce un fallido en el cual nombra a su mujer con el apodo de su
madre. Al señalárselo no se sorprende demasiado, ya que es un error que
cometía frecuentemente. Tras decir esto confiesa que en realidad no estaba tan
seguro de que su madre no fuera una puta, en una oportunidad la había
sorprendido en una actitud sumamente sospechosa con su tío, medios desnudos
le gritaron que se retire inmediatamente, éste lo hizo, se fue al negocio y se
emborrachó. Por la noche su madre le pegó tanto que le dejó la nariz
desfigurada. Nunca más hasta el momento volvió a hablar al respecto de estos
hechos.
Luego de esta confidencia, en la siguiente sesión, plantea que tampoco
estaba tan seguro de la infidelidad de su mujer, que siempre lo sospechó, y hasta
lo esperó, debido a que las relaciones sexuales no eran tan buenas; en realidad
eran inexistentes.
Al otro día llama a su mujer para pedirle disculpas y proponerle una
reconciliación, esta lo rechaza, ha tomado la decisión de no volver nunca más
con él. Esa noche se emborracha nuevamente.
En la siguiente entrevista me pide disculpas por haber caído en la
tentación. Le pregunto de qué se siente culpable. Queda conmovido. El supuso
que yo quería que él no tomara. Hasta el momento los tratamientos se habían
basado en la culpa como argumento para que no bebiera, ahora se ve llamado a
tener que dar cuenta de la culpa que lo llevó a beber. Si bien esta intervención no
encerraba ninguna apuesta demasiado fuerte, ya que es inútil pedir que se hable
79

de un sentimiento inconsciente de culpabilidad, el efecto de sorpresa logró que


atinara a decir que siempre se había sentido culpable, sobre todo ante su viejo,
por no confesarle lo que había descubierto de su madre, se sentía tan culpable
como su madre. Le señalo: "Culpable de infidelidad". De esta forma caen sobre él
las acusaciones con que torturaba a su esposa.

5- "El encopao".
Si bien el análisis de un toxicómano o un alcohólico no dista de cualquier
otro, resulta de importancia en estos casos poder dirimir que función viene a
cumplir la sustancia en cuestión, el alcohol en esta ocasión, en la economía
psíquica del sujeto.
En principio la relación de Pedro con la bebida guarda un punto de
identificación con su padre. En una oportunidad se reconoce con un rasgo que
considera, a la vez, como una virtud y como un defecto: la perseverancia. Su
madre le decía siempre a su padre que era un "cabeza dura", que tenía la cabeza
dura como una piedra, lo que se le metía en ella nadie podía sacárselo. En esto
él era igual a su padre. Aprovecho la ocasión para dejar escapar el significante
"empedernido", con el cual se presentara en nuestro primer encuentro, buscando
poner al descubierto algo del orden de esa identificación.
Esa noche, al volver a su casa siente ganas de beber. En lugar de hacerlo,
decide llamarme para pedirme una entrevista, en la cual se queja de que el
análisis le parte la cabeza. A lo cual le contesto con una broma: "Será porque no
era tan dura". Se ríe y me muestra un obsequio que me trajo: una geodita que
pertenecía a una colección de piedras que guarda desde su adolescencia. La
geodita es una piedra, rústica por fuera, y que partida, revela un interior con
matices claros y oscuros, con algunos cristales que brillan a la luz. Plantea que se
trata de algo grosero e impenetrable y que adentro encierra cosas luminosas.
Parece dura por fuera, pero en realidad es hueca. "Usted a sido muy duro
conmigo", me dice, posiblemente eso permitió cierto cambio que advierte en su
personalidad. Si antes alguien le insinuaba que había estado bebiendo, lo
agredía. A un amigo, en cambio, le comentó divertido que ahora le dicen "el
encopao". "El encopao" es un tango, que trata del vínculo de alguien con el
alcohol, y que pese a que nadie parece comprenderlo, sin embargo responde a
ciertas razones. "Yo quería ahogar mi rabia en el vino." Evitando caer en lo mera-
80

mente imaginario, a esta altura del caso, podríamos decir que la relación de
Pedro con la bebida responde a una determinación significante.
Pudimos comprobar que el alcohol para Pedro tenía además la función de
hacer algo con esa culpa que lo atormentaba y que no era tan inconsciente, así el
vino se ponía al servicio de la represión. Ya que no se podía sacar eso de la
cabeza, procuraba olvidar por medio de la bebida; recurso tampoco ajeno al de
su padre.
Hay también otra función que se fue perfilando, y es la de un intento fallido
de escapar de su impotencia, en medio de la embriaguez no se preocupaba
demasiado por mantener relaciones sexuales, y en todo caso si fracasó cuando lo
intentó, fue por culpa de la bebida. Así que ésta, no sólo le permite un respiro al
olvidarse de la cuestión, sino que se ofrece como una materia dispuesta a asumir
la responsabilidad del asunto. Procuro quebrantar esto preguntándole a Pedro si
no padecía de impotencia aun antes de comenzar a beber, e interrumpo la sesión
sin esperar una respuesta que insiste en darme.
La próxima entrevista Pedro llega sumamente molesto sin saber muy bien
porqué. Ya no fue su relación con la bebida lo que ocupó el centro de la escena,
sino la angustia porque cada vez que últimamente había tratado de mantener
relaciones, se había enfrentado a su impotencia. Quería ahora deshacerse de la
misma. De todas formas el romance (y este es el nombre que él mismo le da) de
Pedro con la bebida no ha terminado. Se emborracha de tanto en tanto, y
especialmente lo hizo luego de algunos fracasos amorosos. Sólo que ahora no le
cuesta tanto parar. Eso, según nos dice, lo separa de lo que antes le pasaba y,
sobre todo, de lo que le pasó durante toda su vida a su viejo. La identificación a
un padre, más allá de alcohólico, impotente, comienza así a tambalearse.

LA FUNCIÓN DEL ALCOHOL


De Ernesto Sinatra
(El presente texto ha sido publicado anteriormente en “Mas Allá de las Drogas”,
Editores Plural, La Paz, Bolivia, 2000, Ed., pagina 189.)

1 ) UN CASO DE 'CURACIÓN ESPONTÁNEA' EN UN 'PACIENTE


ALCOHÓLICO'
81

Introducción
El título de esta formulación es clásica: nombra la curación -aunque adjetivada
de espontánea- y refiere la existencia de un paciente al que se califica de
alcohólico. A partir de este caso particular intentaré cuestionar la legitimidad de
los supuestos que el uso de estos términos conllevan en su generalización
conceptual.
La depresión
Un hombre joven acude a mi consulta por atravesar un penoso trance
depresivo en el que ingería abundante alcohol; medicado por años con
antidepresivos se encontraba ahora en una situación límite: al no encontrarle
sentido a la vida quiso matarse, pero no se atrevió.
La tristeza era un rasgo de Sergio -descendiente de la aristocracia rusa, cuya
familia se exilió en Argentina en la época de la revolución bolchevique-. El
nunca se consideró 'un ser como los demás' ya que no podía estudiar ni
trabajar con continuidad pues desde siempre largos intervalos de tristeza y
silencio interrumpían su vida.
En las entrevistas preliminares produce un lapsus. A partir del apodo con el que
lo nombraban -conde- se despliega otro término -esconde- significante que lo
representará a partir de lo que él confesará: su 'ser engañador'.
La depresión y el engaño demostrarán en el curso de estas entrevistas estar
conectados por medio de una identificación de Sergio a su madre. Ella había
logrado mantener en vilo a toda su familia -especialmente al padre de Sergio-
en torno de sus caprichos. Sólo a ella Sergio no podía verdaderamente
engañar. Esta línea de pensamiento asociativo lo llevó a confesar -no sin
reticencias- algo que jamás había dicho a nadie: había colaborado con su
madre en la realización del último deseo de ella, dejar de existir. Un recuerdo
persiste de un modo tenaz: el de su cuerpo acostado e inmóvil con las arrugas
de sus ojos y una placidez que lo sobrecogió.
Sólo en este momento del relato relaciona el pacto de muerte con su madre y
el inicio de su postura taciturna.
El engaño del Otro
Decido en ese punto darle entrada en análisis. Surgen recuerdos infantiles que
se organizan en torno del significante es-conde. Una manifiesta mejoría se
produce en su estado anímico. Hata que a partir de una pregunta que me dirige
82

-con la que pretende referir una preocupación diagnóstica- surge la verdadera


dimensión del engaño del Otro: '¿En qué lugar me ubica ud.,qué nombre me
corresponde?'. Resalto el 'nombre' enunciado e interrumpo en ese punto la
sesión, al par que se manifiesta molesto por mi falta de respuesta. En la sesión
siguiente surge el recuerdo de una frase reiterada en su niñez y que le fuera
dirigida por su abuela paterna: tú eres el descendiente de la pareja real: eres el
sobrino del zar y el nieto de la zarina.
Se siente confundido. Agrega que había escuchado siempre esa frase, pero
que en realidad no entendía el significado del lugar desde el que su abuela lo
nombraba.
La pareja real, una mujer y su hijo dilecto, sustituía al abuelo de Sergio por su
tío -hermano de su padre, salteando un lugar en la diacronía de las
generaciones con las que se construye el edipo freudiano. Una madre con su
hijo engañan al Otro, una vez más en la historia de Sergio.
La 'curación espontánea' de un alcohólico
Sergio había idealizado a aquel tío paterno: desde su iniciación sexual hasta
sus 'correrías de juventud' fué una figura señera en asuntos del amor. Esa
época de su adolescencia habría sido la más feliz de su vida.
La continuación de este análisis permitió localizar una escena olvidada que
determinara el 'fin espontáneo'de su adicción al alcohol. En un encuentro
sexual se encuentra con el horror: a la mañana siguiente de un levante
callejero despierta con la resaca del alcohol en una cama con una mujer
desconocida: ella dormía, era vieja y tenía arrugas en los ojos...'¡era como
haberme acostado con mi madre!. Huyó despavorido y vomitó en la calle,
amargamente. Fué a partir de ese momento en el que no tomó más hasta -
precisamente- la severa depresión en la que cayó años después y que giró -
casi sin haberlo notado- en torno de la presencia del alcohol.
La función de las identificaciones: el alcohol y la depresión
En su depresión resguardaba una identificación con su madre -la que le
permitía a Sergio obtener un usufructo sobre sus seres cercanos al
posicionarse como el que no puede. El alcohol era consumido como el
potenciador de una identificación alternativa con aquel tío paterno -que
encausaba sus correrías.
La identificación en el rasgo del alcohol, clasificaba a Sergio en el lado
83

masculino; al par que la identificación con el rasgo de la depresión lo arrojaba


al lado femenino -resguardando asimismo su ser fálico.
El alcohol lo 'hacía hombre' mientras la depresión lo feminizaba.
Pero el problema es más complejo, ya que la identificación al tío en el rasgo de
las 'correrías' y del 'alcohol' porta un matiz incestuoso. Ergo todos los episodios
de sus correrías se hallan enmarcados por un padecimiento -el que sólo toma
forma de síntoma bajo transferencia-: eyaculación precoz.
El 'trauma de la cama equivocada' le recuerda a este sujeto obsesivo la
imposibilidad del goce del cuerpo y produce la 'curación espontánea' de sus
borracheras por su confrontación con el horror -frente al encuentro con un goce
imposible que parecía realizarse. Así se interrumpen las correrías, se cura de
espanto del alcohol y retorna su depresión casi de un modo imperceptible.
La alternancia de las identificaciones contrarias se hace evidente.
Es con el psicoanálisis como este hombre tuvo oportunidad de dar otro
tratamiento a esa satisfacción que se realizaba en sus ingestas alcohólicas y
que indicaban el carácter endeble de su posición masculina. Tan sólo al
desprenderse los significantes que condensaban la función del alcohol su
adicción pudo disolverse al par que la depresión cedía.
La desconexión del sintagma depresión-engaño-madre permitió la separación
del sujeto de la demanda de muerte del Otro.
La desconexión del sintagma alcohol-incesto-tío posibilitó al sujeto deslindar la
posición masculina del rasgo incestuoso -que le era recordado a Sergio por el
apelativo que lo nombraba: 'nieto de la zarina'.
El análisis fué para este hombre un proceso que permite desprender tres
momentos. a) Enfermo: presentándose al Otro bajo el semblant de la depresión
que encubría el engaño; b) culpable: al confesar su asistencia en la muerte de
su madre la culpa se hace presente -era evitada, pero además señalada por la
depresión- y finalmente c) responsable: el recuerdo del 'trauma de la cama
equivocada' termina por hacerlo despertar al conectar su goce ignorado con el
uso del alcohol y sus correrías.
Verificamos así, que la substancia soporta una función precisa que no puede
ser generalizada -salvo pagando el precio de la desorientación en la dirección
de una cura al olvidar los efectos del nombrar -y el nombrarse- en la
constitución de la subjetividad.
84

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
1- FREUD, Sigmund - Obras Completas , 'El malestar en la civilización'; Ed.
Biblioteca Nueva, pg. 3046.-
2- LACAN, Jacques - Momentos cruciales de la experiencia
analítica,'Proposición del 9 de octubre de 1967...', Ed. Manantial, pg.22.-
3- LACAN, Jacques - Seminario XXIII -inédito-, clase del 10/2/76.-
4- QUINE, Willard - Desde un punto de vista lógico, 'Acerca de lo que hay', Ed.
Orbis-Hyspamérica.

IV) Iniciación de los tratamientos.


Droga y elección sexual.

Carolina Zaffore

Introducción
Examinaremos a partir de un breve fragmento clínico una función posible de la
droga que indica no una lógica de ruptura sino de anudamiento frente a la
coyuntura de elección sexual.
En esta oportunidad haremos una lectura de un caso de histeria, atendido en
un Centro asistencial.
Intentaremos así iluminar ciertos aspectos de los modos actuales de hacer
lazo, donde el examen de la posición sexuada cobra especial relieve.
El consumo de drogas puede ser considerado hoy una práctica de gran
presencia en nuestros consultorios e instituciones asistenciales. Y este caso es
paradigmático de ciertas subjetividades amarradas al consumo, que no
cuestionan el consumo ni plantean fracaso alguno del toxico como solución. Al
contrario, la consulta pasa por otro lado y la relación con la sustancia no es
problemática.
En este contexto y con este eje que orienta el recorte, pasamos al material.

Motivo de consulta
Una muchacha de 21 años que llamaremos Luz consulta en el Equipo de
Adolescentes con una motivación clara, “quiero saber qué me pasa con las
85

mujeres”; “¿seré definitivamente gay?”. Su “primer experiencia” con una mujer


fue a sus 16 años en una situación sexual de a cuatro, bajo los efectos de
alcohol y cocaína. Pero es hace dos meses que el tema la empieza a “aturdir”,
lo que significa que le da vergüenza y que le “parte la cabeza”. Sin estar
demasiado segura asocia esto con el momento en que decide (sin poder
precisarse por que en ese momento) contarle a sus amigas su “lesbianismo”
que sostiene hace 5 años, su parte homo, tal como la llama. La intención de
contarlo era mas bien blanquearlo, compartirlo.
Lo que la desconcierta es que al decidir confiar su secreto a su grupo de
amigas intimas, en general se muestran muy interesadas y entusiasmadas con
su valentía. Especialmente su mejor amiga, con quien termina “teniendo algo”
(es la amiga quien “quiere probar”, a lo cual accede). “¿Qué les pasa a mis
amigas?”, se pregunta, “¿Qué soy, un conejito de indias?”. Pregunta que se
acompaña de un estado general actual de vacío, tristeza, inestabilidad con lo
que ya no sabe qué hacer.

La primera conexión que Luz encuentra escuchando sus dichos es que el inicio
de sus relaciones homosexuales coincide temporalmente con el inicio del
consumo de importantes cantidades de cocaína que mantiene hasta el
momento de la consulta. Cabe señalar que no es el consumo de cocaína un
problema en su vida. Lejos de consultar en el Equipo de Adicciones que
funciona en la misma institución, ella resalta los beneficios de la sustancia:
“puede ser una cagada pero me encanta, está buenísima: esa es mi única
verdad. Con coca encima soy dinamita”. Pese a lo cual por momentos – muy
esporádicamente - la inquieta algo que se presenta en la vía del exceso: “a
veces me da miedo descontrolarme del todo, me gusta tanto que siento que
voy a morir tomando cocaína, una noche coimeé a un cana y me gasté el
sueldo de un mes en un rato“.
Estos son los trazos iniciales con los que se presenta Luz a la consulta. Ahora
intentaré dar cuenta de algunos indicios que advierten sobre la relación entre el
consumo y su elección sexual. El interrogar la función del toxico resultó
importante para establecer esta relación.

Desencadenamientos y anudamientos
86

El tiempo inmediatamente anterior a sus 16 años, que podría ubicarse como el


desencadenamiento de la toxicomanía, estuvo precedido por francos ataques
de angustia, una soledad indigerible que en el transcurso de las entrevistas
fueron reubicados como saldo de una gran decepción amorosa.
A sus 15 años forma una pareja con Sebastián, su karma, único hombre en su
vida. Con él - que era todo para ella - tiene sus primeras relaciones sexuales.
Experimenta lo que llama un amor total y proyecta – dirá - “con toda mi
inocencia tener hijos y formar una familia… moría por él… estaba en Babia“.
Un simple retraso menstrual en ese momento es acompañado de una fuerte
ilusión de ser madre. Retraso que era mas bien sentido como un motivo que
alimentaba con entusiasmo la idea de estar embarazada. Este clima de espera
y fantaseo es contrarrestado por la postura tajante de su partenaire (bastante
mayor que ella) al enterarse del atraso. Le habría dicho seriamente: “si estas
embarazada yo voto por el aborto“.
A partir de allí la relación no volvió a ser lo que era antes y no tardó en
sobrevenir la ruptura, no definitiva sino marcada por su posición de estar a
disposición, me tenia cuando quería. Situación que se interrumpe bruscamente.
Ante mi pregunta, recuerda avergonzada el encuentro final entre ellos: por
primera vez sintió la convicción que él “ya no la amaba”. Fueron a un hotel y él
“quería sólo sexo, ¿dónde quedó tanto amor?”. Aparece un detalle: en el
apogeo de la relación sexual – inicialmente placentera para ambos - el
muchacho pronuncia una palabra que resulta inconciliable: ”mi putita”.
Momento en que irrumpe una gran angustia y le reclama entre un “llanto
descontrolado: yo no soy tu putita”. Al ser interrogada por la intensidad del
afecto respecto de las palabras proferidas por él indica: “a la Luz puta no me la
banco, no la digiero”. Concluye tras aquella escena la relación sexual y
amorosa.
A partir de allí podríamos subrayar el momento mencionado de angustia y
soledad que parece declinar en una serie de relaciones que siguieron con
hombres en las que el denominador común era “ser bien puta”, ella lo llegó a
llamar: “promiscua por desamor”. En su descripción desliza: “era una conejita
de play boy“. Esta serie de relaciones estaban sistemáticamente acompañadas
de un gran vacío y tristeza, posteriores a cada encuentro sexual.
87

De los hombres a las mujeres


Distinguirá así este período de lo que encontró luego y le hizo darse cuenta que
su promiscuidad no tenia sentido alguno. En realidad lo que le pasaba era que
le gustaban las mujeres, lo que fue para ella una suerte de hallazgo. Comienza
a concurrir con una compañera de trabajo a un boliche gay, con determinadas
características.
Aquí vale una digresión: Es un boliche que ofrece no solo acceso a distintas
sustancias sino también vende un modo de gozar: lo catalogan como gay
friendly. Apunta la convocatoria - si se me permite la expresión - a un
lesbianismo light. El denominador común que pude extraer de ese lugar (al que
concurrían otra porción importante de mis pacientes adolescentes del Centro
asistencial) era el siguiente: relaciones entre chicas, como las caracteriza Luz,
un poco homo. Agregando yo en este punto que no es un boliche exclusivo de
chicas sino mas bien resaltaría que el contacto entre ellas está generalmente
marcado por la mirada atenta de los hombres que concurren, entrando así el
deseo masculino en el circuito.
En este contexto resaltaría una serie: A) ruptura con su primer partenaire
masculino, angustia y soledad. B) Dos factores solidarios: consumo de cocaína
y su hallazgo: la “contención y el amor de las mujeres” (que vale aclarar lo
opondrá a la brutalidad de los hombres “lo único que los hombres quieren son
putas”).

Interpretación y diagnóstico
Aislaré solo dos intervenciones que permiten vislumbrar el diagnóstico: La
primera es la conexión entre dos significantes, o mas bien evocar una pareja
(significante): conejito de indias y conejita de play boy. La segunda es una
indicación sobre el tono sistemáticamente infantil con el que se dirigía a sus
partenaire sexuales y que reproducía en voz activa y con mucha gracia en su
relato.
La respuesta subjetiva a dichas intervenciones irá configurando dos elementos:
1) un sueño de angustia en el que despierta con la imagen de una niña en un
ataúd y 2) el recuerdo semi-olvidado del modo en que el padre se dirigía a ella
de niña: mi conejita.
88

Perspectiva que orienta el diagnóstico a la posición de la armadura histérica


sostenida en el amor al padre. Armadura que fracasó como anudamiento frente
a la coyuntura de elección sexual y que se re-actualiza en transferencia.
Destaco finalmente la relectura del momento de la consulta: la relación con una
de las mujeres (mayor que ella y muy ligada al consumo) avanzaba al punto no
solo de querer contarle a sus amigas sino incluso planeaban juntas una
presentación oficial a su padre.
Simplemente agrego algunos puntos de la continuación de este tratamiento,
aunque no lo profundizaré en esta oportunidad. La ubicación del padre-play
boy, lo mujeriego del padre, las salidas del padre a boliches con ella de niña
configuran su novela familiar. La infancia muerta del sueño toma la vertiente de
ubicarse ella como la compañía del padre en sus salidas nocturnas. No
entiende qué hacía el padre con ella en esas salidas. Por qué no la dejaba con
la madre… La madre estaría como siempre deprimida, sin superar la perdida
del padre (su “gran amor”)
Es el recorrido de la relacion del padre con su madre, con las mujeres y con su
actual pareja (especialmente a partir del nacimiento de su “hermanito” cuatro
años atrás) lo que le permitirá a Luz tomar cierta distancia de la posición de ser
una “conejita del padre”.
Esta elaboración irá acompañada de un progresivo desapego a las mujeres
como objeto de deseo, una cantidad de preguntas en relación a cómo gustarle
a un hombre y si bien no un abandono, sí una reducción del consumo de
cocaína.
Finalmente, sus encuentros con hombres que empiezan a producirse conllevan
una serie de molestias y dolores gástricos que nombrará como “cosquillas en la
panza”. Se inaugura en este punto un trabajo de análisis luego de concluir el
tiempo pautado en la institución asistencial.

Conclusiones

La subjetivación del sexo en un hablante-ser se vuelve un elemento decisivo en


la perspectiva del psicoanálisis. En la actualidad es bien frecuente encontrar
relaciones homo y heterosexuales que conviene en cada caso precisar y
delimitar. Retomo así los dos elementos iniciales: droga y elección sexual.
89

El uso de la sustancia se convierte casi en una condición necesaria para tener


relaciones con mujeres y así solidifica el anudamiento que el sujeto encuentra
con las mujeres. Pese a desencadenarse la manía por la cocaína, el consumo
responde a una lógica de anudamiento.
Hay en un tiempo anterior lo que ubicaría como un primer desanudamiento que
quedará ligado a la pérdida de objeto. Pérdida y duelo articulados al amor de
un hombre, al encuentro entre dos cuerpos en el inicio de sus relaciones
sexuales y a la fantasía/deseo de ser madre.
Entiendo el tiempo de relaciones con mujeres no como una elección sostenida
en determinada posición asumida en cuanto al objeto sexual sino mas bien
como la actuación de una subjetividad histérica cuyo goce responde a la lógica
fálica. En este sentido resuena especialmente interesante la vertiente
subrayada por Lacan en el Seminario 20:
“... la histeria, que es hacer de hombre, y ser por tanto también ella
homosexual [hommosexuelle] o fuera sexo...” (LACAN, 1972-73, p. 103).

Bibliografía

LACAN, J. (1972-73) El seminario, libro 20: Aun, Paidós, Barcelona, 1981.

“Comerse sus palabras”

De Nicolás Bousoño
90

R, de 27 años actualmente, concurre en 2004 a un tratamiento de


adelgazamiento en el que, por medio de una dieta y reuniones grupales, llega a
pesar 60 Kg.; bajando 35 Kg. en 6 ó 7 meses. La llegada a este peso es vivida
como un logro, pero le dura poco tiempo, ya que a pesar de todo el esfuerzo
que pone en el asunto, comienza a subirlo paulatinamente.
Docente de idiomas y estudiante universitaria, en ese momento es
despedida del colegio en el que trabajaba acusada de zamarrear a una alumna,
con sorpresa y pesar para ella ya que no lo reconoce de esa manera; además
discute con su madre, terminando en una pelea a los golpes en su casa.
A partir de allí comienza con esa paulatina subida de peso que la lleva a
repetidos intentos de adelgazar, en ese momento tomo contacto con ella, en un
grupo de la misma institución en la que bajó por primera vez.
Ella asistía además a un tratamiento en el que tenía entrevistas con una
psicóloga, terapia grupal y (muy a su pesar) recibía medicación psiquiátrica.
En ese tiempo adelgazar no le resulta nada sencillo, debido
principalmente a los atracones que comienza a padecer regularmente. Ante
esos episodios se le ofrece que llame por teléfono, lo que en un principio hace
después de comer, llena de reproches, pesar e impotencia; la escucho, le
pregunto detalles sobre el contexto de la situación y acerca de sus inquietudes,
sus intereses, sus afectos en el momento; a lo que ella contesta con algo de
enojo, que no entiende, exigiendo una solución para poder llevar adelante su
dieta.
Esos diálogos telefónicos derivan en un pedido de entrevistas conmigo,
en las que liga esos atracones a distintas situaciones con muchachos. Uno que
le gusta, la ignora haciéndola sufrir; con otro, con quien tiene relaciones
sexuales cada tanto, se muestra cruel, lo menosprecia y se fastidia con las
señales de interés de él y con quien termina ofendiéndose cuando le sugiere
una consulta psicológica.
El trasfondo de esas relaciones en las que se sentía vacía; era una
relación idealizada a la que R permanecía íntimamente fiel, un ex-novio de su
adolescencia que había emigrado, con el que habían planeado casarse,
concluyendo la relación hacía algunos años, decepcionada.
91

A partir del desarrollo de las entrevistas se produce un primer efecto de


localización; decide dejar su anterior tratamiento, continuando con el grupo y la
medicación, lo que posteriormente también dejará.

Durante las entrevistas iniciales se presenta desbordada; por momentos


angustiada, superada por sus enojos y por sus avatares cotidianos; dolida y
muy desanimada. Eran habituales para ella, además de los atracones, el
consumo de alcohol y marihuana, los cuales le producían un efecto de
aturdimiento. Se quejaba de su conducta, reprochándose su situación y todo lo
que no conseguía (en relación a lo que creía debería ser su situación laboral,
su peso, sus relaciones, su carrera, etc.) y padeciendo la relación cotidiana con
su madre.
En el relato de sus búsquedas laborales, de sus relaciones y su mundo
con su familia y sus amigas; el nombre de una de ellas, Soledad, cobra el valor
del significante que va nombrando su estado de ánimo.
En esas relaciones entra y sale; dice que es “borrada”, “fugitiva”, que no
se mete demasiado por que “no sabe como mostrarse”. Dejando en evidencia
el lugar de su primer adelgazamiento como intento de respuesta imaginaria a
ese no saber. Intento maníaco de construir una imagen femenina diferente a la
de la madre.

La paciente es la menor de varias hermanas, con bastante diferencia de


edad con respecto a las demás; en ese momento vivía con su madre, una
mujer obesa, con inclinación por el alcohol, poco menos que inválida, que
permanece casi recluida en su casa habiendo dejado su trabajo como docente
hace ya varios años. Esta mujer ha transformado a R en el objeto de sus
cuidados; siendo esta a su vez, su principal contacto con el mundo, en una
relación de mutua dependencia y tensión.
El padre dueño de un comercio, apasionado por las carreras de
caballos, vive sólo en su propio depto, visitando ocasionalmente la casa
familiar, de cuyo sostén económico se hace cargo.
Las hermanas mayores viven con sus hijos en casas provistas por el
padre, con varios matrimonios en su cuenta son las que prácticamente criaron
a R; otra hermana es la mano derecha de él en sus negocios y muchas veces
92

media entre las necesidades económicas de R y el dinero de su padre. R


discute y pelea habitualmente con este, sumamente despectiva e irónica. Un
recuerdo infantil permite situar un viraje del tratamiento; ella y una de sus
hermanas solían acompañar a su padre en los viajes que este hacía siguiendo
las carreras. En una ocasión, argumentando que no tenía entradas para todos,
el padre decide dejarla en la casa llevándose a su hermana de acompañante;
sin preguntarle ni darle explicaciones, “como nunca hubiera ido a
acompañarlo”, dice. Este recuerdo le genera gran angustia. Recuerdo que se
articula con su posición de protesta al padre a la que dará varias vueltas en el
tratamiento. Le señalo que, aunque intente negarlo, la relación con su padre es
importante para ella.
A partir de allí el vínculo cambia, se podría decir que pasa de protestar
por que no cuenta a interrogar para que puede contar con él, como cuenta
para él. Decide mudarse de la casa familiar; a lo que su padre primero se
opone para que la madre no quede sola, luego lo acepta diciéndole que “la
entiende”. El hecho de que la respalde en ese movimiento pacifica
temporariamente la relación. Ella intenta ser amable con él, aunque “las
palabras se le caen de la boca” y termina resultando hiriente, lo que provoca
una discusión en la que, dice: “tuve que comerme las palabras de él, te impone
hasta el camino al buffet”, señalando de qué se llena en sus atracones.
La mudanza pone en evidencia la apoyatura que significaba su madre
en su vida. Sin su presencia le cuesta mucho organizarse para sostener sus
actividades; tiene miedos, se queda dormida; viviendo esto con mucha
angustia y sufrimiento, casi desesperación. Vuelve a llamarme por teléfono
como un recurso ante situaciones en las que le retorna la amenaza de perder
su lugar de trabajo por supuestas situaciones de violencia que no controla y la
soledad la abruma.
Un sueño muy vívido precede a una serie de recuerdos, dice:
“Soñé que un alumno me gritaba, por que lo había dejado. A veces
cuando estoy muy mal me siento aturdida, como si alguien me gritara en la
cabeza. Tengo algo en la cabeza que me grita”. Resuena allí el abandono que
ella reprocha, se reprocha y reproduce activamente.
Recuerda las peleas y los gritos en su casa en su infancia, peleas que
protagonizaba su mamá alcoholizada con alguna de sus hermanas; repetidas
93

hasta el hartazgo, interminables. Se pregunta si podrá salir de ahí, le pregunto


¿de quién? Apuntando a señalar que ese lugar es mas libidinal que geográfico.
Puede empezar a poner distancia con las situaciones “locas” de las
mujeres de su flia., siempre a los gritos, con problemas con el alcohol,
violencia. Esa separación le permite sorprenderse e indignarse por lo que
entiende como “lo que ellas hacen para mantener el encierro y el sometimiento
a los caprichos de su padre”.
R logra estabilizar un conjunto de relaciones: consigue un trabajo en un
colegio que valora, ordena con criterio sus ritmos de estudio y conoce algunos
hombres con quienes inicia relaciones con menos maltrato, con menos
sufrimiento; con P, el último, salió cerca de un año. Con él se sentía aceptada,
dice. El final de esa relación actualiza la pregunta por su lugar en el Otro. Dice
“Me desespero por tener algo que no obtengo. Cuando me convenzo digo, a mi
no me quiere nadie, soy una mierda” En un reencuentro con P viene a su
mente un pensamiento “No voy a ser el agujero de este”, negación que afirma
un lugar en el Otro que resulta estragante.
En un diálogo con su padre escucha consternada como este hace una
escala del valor de sus hijas, escala en la que ubica a R en segundo lugar por
que se las arregla bien con sus cosas. “Yo no soy mas útil que ellas”, dice.
Impotencia que implica un modo de encerrarse en el intento de hacerse amar
por el padre, como las hermanas.
Otra serie de sueños en los que ubica al padre “cubriéndole la espalda”
la llevan a asociar con un recuerdo de su infancia: recuerda a su madre
subiendo el desayuno a la cama para los tres, cama en la que jugaban; su
papá le “comía los pies”, también le pegaba con una corbata y ella se la ponía.
Dice “mi papá era bruto, lo buscaba pero no siempre me gustaba. En mi familia
es así, M (la hermana mayor) le hace cosquillas a los chicos hasta que lloran
todos”.

Al inicio de este año su hermana mayor es internada en un psiquiátrico,


situación de la que ella se ocupa, en principio con mucha preocupación, entre
desbordada e impotente, el señalamiento de que está en un lugar materno la
acota y tranquiliza al permitir ubicar su medida. Dice “Mi mamá dejaría todo, no
te lo haría saber y te ayudaría”. A partir de allí surgen una serie de diferencias,
94

una nueva versión de su madre, con otro lugar para el hombre, “Fui a la casa
de ella, vi cosas que siempre están pero nunca había visto. Tiene unas cajitas
de música que son una parejita, y en un hueco de la chimenea hay un trofeo
que ganó mi papá cuando era joven”. Un recuerdo infantil la ubica esperando
al padre con un libro en las manos. Recuerda que entre sus 6 y sus 10 años él
“estaba pero no estaba” formulación denegatoria que ubica una ruptura en una
historia fragmentaria y eficaz. Un sueño ubica un movimiento, dice “antes
soñaba con Soledad; ahora con Virginia, otra amiga del trabajo, mi alma
gemela, le prestaba una campera y una maestra decía, ese agujero que tenés
en la campera lo vas a tener toda la vida”. Movimiento de ser la mierda que
tapa el agujero del Otro o el agujero mismo a tener un agujero en su vestido.

V) El trabajo en las instituciones


EL OTRO SOCIAL Y LA DIRECCIÓN DE LA CURA EN LA CLÍNICA DE LAS
TOXICOMANÍAS.

VIVIANA CAREW

Clase Teórica dictada el 9-6-2006 en el marco de la Práctica Profesional


del Área Clínica: Toxicomanía y Alcoholismo, Coordinador: Fabián
Naparstek. Facultad de Psicología, UBA.

Mi nombre es Viviana Carew, soy psicóloga y me dedico a la docencia y a la


práctica clínica orientada por el psicoanálisis. Debido a los avatares de mi
profesión, me encuentro confrontada con la clínica de las toxicomanías desde
hace más de diez años. En la clase de hoy voy a intentar articular algunas
ideas y conceptos en los que vengo trabajando, con el fin de reflexionar acerca
de la dirección de la cura y de una clínica posible de las toxicomanías en el
ámbito de las Instituciones que tratan dicha problemática.

Quisiera ubicar en principio, los textos que básicamente serán el soporte de


esta clase:
95

- Las salidas de la toxicomanía, de Mauricio Tarrab, publicado en el libro:


Más allá de las drogas- Estudios Psicoanalíticos.
- Conferencia de Eric Laurent, publicada en el libro: Del hacer al decir. La
clínica de la toxicomanía y el alcoholismo.
- La dirección de la cura en la toxicomanía y el alcoholismo; su efectividad
en instituciones, de Fabián Naparstek, publicado en el libro: Introducción
a la clínica con toxicomanías y alcoholismo.

Como ustedes podrán ver en el esquema que sintetiza esta clase, vamos a
partir hoy de lo que Mauricio Tarrab sitúa como un problema paradigmático de
nuestra época, problema que radica en cómo articular -desde el psicoanálisis
aplicado a la clínica de las toxicomanías- la lógica del discurso del Otro Social
con la particularidad de goce de cada sujeto que acude a la consulta.

Podríamos ubicar en este caso al Otro social encarnado en el Estado como la


institución que se encargaría de velar por el cuidado y protección de los
ciudadanos, un Estado moderno con un empeño lógico de regulación de las
conductas de los sujetos, sostenido por un ideal “para todos”, amparando el
“bien común” y la “salud pública”. Todo lo que concierne a las políticas de
Estado en el ámbito de la salud estaría orientado por ese ideal. La mayoría de
las instituciones de salud de nuestro país muestran en su propuesta de
tratamiento y en sus objetivos su estrecha relación a dicho ideal.

Lo que resulta evidente hoy en el ámbito de la Salud Pública es que, como


efecto de lo que se conoce como subjetividad de la época, el marco
institucional se ve cada vez más fragmentado en instancias particulares; vamos
a ver que en los Centros de Salud existen cada vez más servicios de atención
diferenciados para lo que se entiende como patologías específicas: anorexia,
bulimia, adicciones, ludopatías, violencia, etc. Así el campo de la salud pública
se fragmenta en “especialidades” desde las que se intenta responder a los
sujetos que llegan en demanda de tratamiento.
Para el caso de las toxicomanías, como trasfondo de esta fragmentación y de
esta respuesta que se espera del trabajo institucional, impera la demanda de
96

una eficacia medida en términos de desintoxicación, rehabilitación y


resocialización de los sujetos que allí tratan su problemática de consumo.

Orientadas por esta lógica del Otro Social existen políticas cuyos efectos
inciden en el campo de la Salud Pública. Entre ellas, podríamos destacar las
Políticas de Control Social, las Políticas de Mercado y en tercer lugar, las
Políticas en Salud Mental.

Las políticas de Control Social, se encuentran plasmadas para esta


problemática en la Ley 23.73729 promulgada en el año 1989, referida a la
tenencia y tráfico de estupefacientes, conocida como Ley de Drogas. Me
interesa hacer mención a dos artículos de esta ley que según considero,
describen el marco en el que se inscribe -en un porcentaje considerable de
casos- la demanda de tratamiento:

Art. 14. Será reprimido con prisión de uno a seis años y multa de ciento doce
mil quinientos a dos millones doscientos cincuenta mil australes el que tuviere
en su poder estupefacientes. La pena será de un mes a dos años de prisión
cuando, por su escasa cantidad y demás circunstancias, surgiere
inequívocamente que la tenencia es para uso personal.

Art. 17. En el caso del artículo 14, segundo párrafo, si en el juicio se acreditase
que la tenencia es para uso personal, declarada la culpabilidad del autor y que
el mismo depende física o psíquicamente de estupefacientes, el juez podrá
dejar en suspenso la aplicación de la pena y someterlo a una medida de
seguridad curativa por el tiempo necesario para su desintoxicación y
rehabilitación. Acreditado su resultado satisfactorio, se lo eximirá de la
aplicación de la pena. Si transcurridos dos años de tratamiento no se ha
obtenido un grado aceptable de recuperación, por su falta de colaboración,

29
Ley 23.737 Régimen Penal de Estupefacientes. Buenos Aires, 21 de Septiembre de 1989. Boletín
Oficial, 11 de octubre de 1989.-Ley Vigente- (Ver en la sección Legislación de la página Web de la
Práctica de Investigación: La psicología en el ámbito Jurídico. Facultad de Psicología.UBA
www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/informacion_adicional/practicas_de_investigacion
/775/index.htm )
97

deberá aplicársele la pena y continuar con la medida de seguridad por el


tiempo necesario o solamente esta última.

Queda claro en el texto de la ley, cómo, en algunos casos el tratamiento que un


sujeto solicita en una institución, indicado por un Juez bajo el nombre de
“medida de seguridad curativa”, se plantea como una sustitución a la
“pena” de prisión. Esta es una variable a considerar, cuando llegan sujetos a
la consulta presentándose con el enunciado: “vengo por la causa” en los que
no existe la voluntad o decisión personal de realizar un tratamiento. Este tipo
de tratamientos “obligados” por el dictamen de un juez suelen conocerse bajo
el nombre de tratamientos compulsivos.

Respecto de las políticas de Mercado podemos hacer referencia a políticas que


en el campo del psicoanálisis son consideradas bajo el imperio del llamado
discurso del capitalismo, y que promueven un empuje al consumo en el que la
toxicomanía actual toma su lugar.
Los efectos particulares de estas políticas se ven plasmados por ejemplo, en el
texto de leyes vigentes desde 1993 y de la Constitución Nacional en su reforma
de 199430, en el que se protegen los derechos no ya del ciudadano sino del
“consumidor”, nueva figura de rango constitucional que da cuenta de la
impronta de la subjetividad de la época y sus consecuencias. En términos de E.
Laurent: “Es esperable que a partir de la definición del estado normal del sujeto
como consumidor, el consumidor encuentre su destino en los productos que
pueda comprar.” 31

Finalmente, en el marco de las llamadas Políticas en Salud Mental es donde


podemos ubicar con más claridad lo que se plantea como salida de la

30
Referencia a la Ley 24.240, Ley de Protección del Consumidor promulgada el 22 de Setiembre de
1993 y al artículo 42 de la Constitución Nacional de la República Argentina cuya reforma fuera
promulgada el 19 de Agosto de 1994. Encontramos una interesante reflexión sobre el tema en el texto del
historiador Ignacio Lewkowicz “Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez” Ed. Paidós,
Primera Parte, “Del ciudadano al consumidor. La migración del soberano”, pág. 19 a 39.
31
Del hacer al Decir. La clínica de la toxicomanía y el alcoholismo. Ed.Plural, año 1998. Eric Laurent,
Conferencia. Pág. 61
98

toxicomanía bajo el ideal médico-social de abstinencia de consumo, y


respondiendo a este ideal la mayoría de las instituciones especializadas
ordenan su propuesta de tratamiento. Entre ellas gran parte de las
comunidades terapéuticas, las llamadas granjas, los grupos de autoayuda de
Narcóticos Anónimos (N.A.), de Alcohólicos Anónimos (A.A.), aspiran en su
discurso y en la lógica con la que sostienen sus dispositivos terapéuticos, al
pasaje de “ser adicto” a ser “ex-adicto” o “adicto recuperado”, pasaje que marca
y liga al sujeto desde entonces a ese nombre como su modo de articulación
con la palabra y con la cultura en la que está inmerso.

En la concepción clásica de estos dispositivos lo que se entiende como cura es


el logro de la abstinencia, y en muchos casos esta aspiración se hace efectiva
a través de lo que podríamos pensar como una sustitución “ortopédica” del
goce del tóxico por el goce de la renuncia, introduciendo en muchos casos un
sentido religioso como soporte y marco del tratamiento.

Debido a la insistencia con la que fracasa este ideal, han surgido en las últimas
décadas, lo que se nombra como políticas de Reducción del Daño, en las que
ya no se aspira únicamente a la abstinencia sino a prevenir y cuidar de los
riesgos concomitantes a las prácticas de consumo, intentando intervenir sobre
las conductas que pueden dañar al propio sujeto que consume o a la
comunidad. El uso de drogas no desaparece pero se disminuyen sus efectos
dañinos. Las políticas de Reducción del Daño se implementan acercándose a
las zonas de riesgo, a las villas de emergencia, a las zonas marginales, sin el
objetivo de que los sujetos accedan a un tratamiento, pero en cambio se les
enseña a usar correctamente las jeringas a quienes consumen por vía venosa
, se les entregan jeringas descartables y profilácticos para evitar por ejemplo
el contagio del HIV, etc., estrategias que surgen como un modo de responder
al fracaso del ideal médico-social de abstinencia.

Otro modo de respuesta a este fracaso son los llamados Tratamientos de


Sustitución. En nuestro país se implementa esta política en algunos
tratamientos basados en la sustitución de la droga “ilegal” por psicofármacos
indicados y regulados por un médico psiquiatra con el fin de que el sujeto
99

pueda hacer más tolerable la abstinencia. En otros países en los que es


frecuente el consumo de heroína, se han utilizado diversos fármacos -el más
conocido entre ellos es la metadona- para estabilizar a los sujetos que
consumen con el fin de mejorar su salud y su funcionamiento social durante la
abstinencia de dicha droga.

Este seria, a grandes rasgos, el escenario en el que nos insertamos e


intentamos aplicar nuestra práctica quienes trabajamos con la problemática de
las toxicomanías orientados por el psicoanálisis.

Dicha orientación nos lleva inevitablemente a situar esta problemática como


uno de los modos posibles en que puede presentarse la particularidad de goce
de cada sujeto, lo que nos posiciona de manera directa frente a una clínica
centrada en el caso singular. En términos de Mauricio Tarrab: “Lo particular de
cada caso, es una de nuestras exigencias para afrontar el tema de la
toxicomanía en nuestra época, época de generalización, de homogeneización,
de globalización. Y al hacerlo ponemos en marcha una suposición que tiene
consecuencias clínicas precisas. Cual es la de suponer más allá de la droga,
el drama subjetivo al que la droga viene responder con mayor o menor
éxito.”32

Tomamos entonces como punto de partida aquello que está situado mas allá
del objeto droga. Y si nuestra dirección nos conduce hacia la ubicación del
drama subjetivo al que la droga viene a responder, un texto paradigmático será
“El malestar en la cultura” donde Freud hará una referencia precisa al
consumo de tóxicos, como uno de los modos más eficaces de respuesta al
malestar. Una vez más encontramos allí -y ya desde el año 1929- una valiosa
orientación para nuestra práctica.

Cito a Freud: “La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos
dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir

32
Más allá de las drogas- Estudios Psicoanalíticos. Ed. Plural, año 2000. Mauricio Tarrab, Las salidas de
la toxicomanía. pág.148.
100

de calmantes. Los hay, quizá, de tres clases: poderosas distracciones, que nos
hagan valuar en poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la
reduzcan, y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas.”
(…) “Empero, los métodos más interesantes de precaver el sufrimiento son los
que procuran influir sobre el propio organismo”. (…) “El método más tosco,
pero también el más eficaz, para obtener ese influjo es el químico: la
intoxicación.” (…) “Lo que se consigue mediante las sustancias embriagadoras
en la lucha por la felicidad y por el alejamiento de la miseria es apreciado como
un bien tan grande que individuos y aún pueblos enteros les han asignado una
posición fija en su economía libidinal. No solo se les debe la ganancia
inmediata de placer, sino una cuota de independencia, ardientemente
anhelada, respecto del mundo exterior. Bien se sabe que con ayuda de los
quitapenas es posible sustraerse en cualquier momento de la presión de la
realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece mejores condiciones de
sensación. Es notorio que esa propiedad de los medios embriagadores
determina justamente su carácter peligroso y dañino. En ciertas circunstancias,
son culpables de la inútil dilapidación de grandes montos de energía que
podrían haberse aplicado a mejorar la suerte de los seres humanos.” 33

La orientación que brinda esta consideración respecto del consumo de tóxicos,


sitúa de entrada al sujeto como responsable de su posición de goce y de su
modo particular de responder a las restricciones que la cultura le impone. El
foco de la problemática se centrará entonces en el sujeto y su goce, y en la
función que sostiene el objeto droga en su economía libidinal.

Otra consideración necesaria para esta clínica refiere a la posición desde la


cual vamos a acercarnos a quienes allí consultan. Hago referencia con ello, a
una posición que nos permita “resistir a las generalizaciones que la época
impone”. 34

33
Sigmund Freud, Obras completas. Tomo XXI. Amorrortu Editores. El Malestar en la Cultura, año
1929. Cap. II, págs. 75 a 78.
34
Idem 4, pág. 147
101

Estas generalizaciones quedan plasmadas de manera evidente en el ámbito de


los servicios de Salud Mental organizados por “especialidades” sostenidas por
el discurso del Otro social que nomina, distribuye y etiqueta quienes son los
adictos, los ludópatas, las anoréxicas, los bulímicos, etc.
Esta es una consideración fuerte, resistir a estas generalizaciones es ponerlas
en cuestión, aunque estemos trabajando dentro de un Servicio que se llame
“Servicio de adicciones”, lo que hace suponer que somos “especialistas” en
aquello que nombra al sujeto a partir de su problemática. La práctica me ha
llevado a pensar y hacer uso de ese lugar, -que el marco institucional asigna-
al modo de un semblante desde el cuál ofrecemos nuestra escucha integrando
un equipo de trabajo, un semblante que asume la suposición de cierta
experiencia y cierto recorrido en esa problemática, y cuyo efecto solo tendrá
lugar a condición de estar advertidos de que su uso será a los fines de propiciar
que un sujeto se acerque a la consulta y de generar la transferencia, uso que
desplegará sus efectos solo si no olvidamos que el saber se sitúa en el
inconsciente y no en consideraciones a priori que signan al sujeto borrando su
particularidad.35

Otra orientación que nos brinda el texto de Mauricio Tarrab refiere a “estar
advertidos y no ser tragados por los discursos que circulan en las
instituciones”, “dejarse sorprender y apostar, sin garantías”. 36 Resulta
dificultoso para quienes trabajamos en el ámbito institucional, interactuando
permanentemente con otros discursos –médico, jurídico, social, etc.- no quedar
mimetizados a los mismos y poder articular nuestra posición y nuestro marco
teórico con prácticas y lógicas sostenidas por una concepción de sujeto
diferente a la propuesta por el psicoanálisis. “Dejarse sorprender” es una
indicación que nos sitúa en la perspectiva ética, una posición desde la que
hacemos lugar a la destotalización y a los puntos de inconsistencia
estructurales del saber previo que enmarca nuestra intervención; una posición
35
Estas consideraciones son desarrolladas en extensión en el texto de Viviana Carew: Acerca de las
patologías que nombran. Reflexiones éticas. (Ver en la sección Textos y Artículos de la página Web de la
Práctica de Investigación: La psicología en el ámbito Jurídico.Facultad de Psicología. UBA
www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/informacion_adicional/practicas_de_investigacion
/775/index.htm )
36
Idem 4, pág. 147
102

que hace posible escuchar al sujeto que consulta, más allá de ese nombre que
lo trae y lo marca, haciendo lugar a su particularidad.7

Tomar en cuenta estas consideraciones ofrece un marco para pensar -desde


el texto de M. Tarrab- la salida de la toxicomanía como la entrada en el
discurso y la entrada en la transferencia: “…pensar en cada caso la
pertinencia de la indicación de la intervención analítica y en que casos
desalentarla, o postergarla para un momento más adecuado, o combinarla con
otras medidas terapéuticas que abran la posibilidad de pasar del hacer al
decir.”(…) “Se sale de la toxicomanía no solo si eso que funcionaba ya no
funciona más, porque se ha atravesado algún límite sea social o del propio
cuerpo. Se sale de la toxicomanía si en ese límite se produce la significación
de un saber supuesto en el Otro, es decir el agalma de la transferencia”.37

Aquí se sitúa una diferencia radical respecto de lo que se plantea desde la


perspectiva del Otro Social como salida, dado que desaparece la referencia a
una eficacia sustentada en el ideal de abstinencia de consumo. Pero esto no
quiere decir que no tenga importancia si el paciente deja o no de consumir,
no quiere decir que no consideremos la fijeza, la regulación o el abandono de
la práctica de consumo, sino que la dirección de la cura no está orientada por
ese ideal. Y agregaría, sirviéndome de una idea freudiana, que la renuncia por
parte del sujeto a esa práctica de goce vendrá “por añadidura”, si a partir de
nuestra intervención en el terreno de la transferencia, logramos “ubicar por qué
vía somos capaces de tocar, de mover, de perturbar algo de ese real que
resiste en la práctica del toxicómano.”38

Es interesante una aclaración que Tarrab agrega al plantear como salida, la


entrada en la transferencia: “eso no supone sin embargo la entrada en un
análisis, eso puede ser la oportunidad de verificar el triunfo del sentido”.39

37
Idem 4, pág. 151 y 155.
38
Idem 4, pág. 146.
39
Idem 4, pág. 155
103

Lo importante radica entonces en cómo orientar la problemática hacia otro


escenario, cómo lograr un pasaje del goce de la sustancia al goce de la
palabra, cómo interesar, cómo causar al sujeto hacia una práctica de sentido,
que algo que se sitúe más allá del consumo adquiera valor, que la
preocupación, las preguntas, el interés, recaiga en otra cosa.

Este “triunfo del sentido”, es lo que sostiene la eficacia de muchos tratamientos


como por ejemplo, los dispositivos de Narcóticos Anónimos (N.A.), Alcohólicos
Anónimos (A.A.), las comunidades terapéuticas y las granjas, instituciones que
funcionan desde hace muchos años, en las que lo que circula, lo que se
oferta, es algo del orden del sentido, por ejemplo, por la vía de la autoayuda,
de la constitución de un “nosotros”, de un lazo social propiciado por la
identificación a la figura del director o del coordinador que atravesó y superó la
problemática de consumo y es fiel testimonio de la posibilidad de recuperación,
sosteniendo así la cohesión y la ilusión grupal.
Hay también un sentido que triunfa, en las comunidades que están orientadas
por un ideal religioso, en las que el paciente abandona la práctica de consumo
para entrar en una práctica de renuncia ligada al arrepentimiento, la
culpabilización y a la expiación frente a la figura de Dios.
También se introduce una práctica de sentido a través de la filosofía de vida,
los valores, las normas, las responsabilidades y los objetivos que sostienen la
estructura de funcionamiento de comunidades terapéuticas dirigidas por
profesionales de la salud o por sujetos que han hecho del aprendizaje obtenido
en su propio tratamiento su oficio como Operadores Socio-terapéuticos.

Es en este punto donde podemos pensar la importancia de la inclusión de la


perspectiva del psicoanalista en las instituciones, para que a partir de este
primer movimiento de “triunfo del sentido”, pueda existir para algunos sujetos la
ocasión de interesarse en su inconsciente. Será solo a partir de esa entrada en
el discurso, de esas “precondiciones clínicas”40 en términos de E. Laurent, que
un sujeto podrá, escuchado y orientado por el analista, interesarse en su
inconsciente, y hacer aparecer allí la posibilidad de una entrada en análisis.

40
Idem 3, pág. 66
104

En su Conferencia, E. Laurent parte de la propuesta de no oponer el


consultorio a la institución, y de considerar que en las toxicomanías, son pocos
los casos que pueden mantenerse solo en los consultorios. Ubica entonces la
eficacia de las instituciones en tanto podamos pensarlas como “precondiciones
para interesar al sujeto en su inconsciente” y dice: “Si el sujeto se queda
solamente en el nivel de “no soy un toxicómano”, no tiene interés. Tiene que
transformar esto en la pregunta por el quién soy, entonces buscará en el
inconsciente los signos de su identificación posible.”41

Hasta aquí dejo planteadas algunas consideraciones respecto de estas dos


dimensiones que se entrecruzan en los tratamientos de las toxicomanías.

Llegado este punto quisiera hacer referencia a dos citas del texto de Fabián
Naparstek que van a dar en parte, el marco conceptual al material clínico que
voy a presentar.

El texto recorre un desarrollo que tiene como fin pensar la efectividad de la


dirección de la cura orientada por el psicoanálisis en la práctica clínica en
instituciones. Para ello el autor se sirve del escrito de Lacan: “La dirección de la
cura” para situar al analista en el marco de la institución. Cito: “Mi idea es cómo
pensar y armar instituciones que sigan esta lógica, instituciones que sean Otro
barrado, instituciones que, además de reglas puedan tomar caso por caso, y
puedan tener un deseo en su centro.”42

Respecto del Otro barrado dirá:”Toda la idea de Lacan en este texto es, que
depende de cómo encarnamos ese Otro, se verá si podemos llevar esa
pregunta -la pregunta del sujeto- a un despliegue que permita un análisis. En
conclusión, lo que él va a decir es que el analista es el capitán de su barco,
pero propone no ejercer el poder que ese capitán del barco tiene. Es decir,

41
Idem 3, pág. 66
42
La dirección de la cura en la toxicomanía y el alcoholismo; su efectividad en instituciones. Fabián
Naparstek. En Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo. Grama Ediciones. Año 2005.
pág.133
105

según Lacan, se dirige la cura pero no se dirige a los pacientes. (…) Y la única
manera de llevar esa pregunta a que se despliegue es que en el Otro haya un
hueco, haya un agujero, haya un deseo, y esta es toda la idea, a mi gusto, de
este texto. La tesis de Lacan es que la posibilidad de que hagamos aparecer un
sujeto barrado depende únicamente de que en el lugar del Otro haya un Otro
barrado.”43

Y luego cita a E. Laurent para ubicar algo que me parece interesante para
pensar estas dos lógicas o dimensiones diferentes que operan en una
institución: “El analista más que un lugar vacío, es el que ayuda a la civilización
a respetar la articulación entre normas y particularidades individuales. El
analista tiene que ayudar, pero con otros, sin pensar que es el único que esta
en esa posición, (…) ayudar a impedir que en nombre de la universalidad o de
cualquier universal, ya sea humanista o anti-humanista, se olvide la
particularidad de cada uno.”44

Y finalmente, refiriéndose a esta orientación que propone para la dirección de


la cura en las instituciones ubica lo siguiente: “Es mucho esfuerzo, porque hay
que tomar a cada paciente, hay que pensar cada caso, y en base a eso
empezar a tomar decisiones, en vez de decir: todos van por acá. Esto es lo que
hacen todas las instituciones que tienen un cronograma: primer tiempo esto,
segundo tiempo esto otro, tercer tiempo esto otro. Puede existir y nadie se
opone, pero parece importante pensar cómo cada sujeto pasa esos tiempos, el
tiempo previo a la externación, etc. Y como pensar cada caso en relación a la
estructura normativa de una institución.”45

Para cerrar, podría agregar que se trata entonces, en la clínica en instituciones,


de situar en cada caso no solo la particularidad de goce del sujeto, sino
también la relación de ese sujeto con el campo normativo en el que, a
sabiendas o no, está inmerso. Bien se trate del marco jurídico legal, o se trate

43
Idem 14, pág. 129
44
Idem 14, pág. 134
45
Idem 14, pág.135
106

de la normativa institucional, habrá que ubicar la posición singular del sujeto


frente a esa dimensión planteada “para todos” desde el Otro social.

Un material clínico

M es una joven de 16 años que realiza tratamiento bajo el dispositivo Hospital


de Día en una institución dedicada a la drogodependencia y el alcoholismo. En
las entrevistas de admisión a la institución, refiere haber comenzado a
consumir hace solo cuatro meses, ubicando la causa de su consumo en la
conflictiva familiar. Según sus dichos consumía marihuana, alcohol y
psicofármacos, solo los fines de semana.

Para entonces su madre, acude a la Defensoría de Menores abriéndose allí un


expediente que indica la realización de un tratamiento aplicando la medida de
“protección de persona” establecida en el Código Procesal Civil y Comercial de
la Nación. Esta medida cautelar es aplicada por la Justicia a situaciones
diversas y utilizada como respuesta a problemáticas en las que estén
involucrados niños, niñas y adolescentes que se encuentren en situación de
riesgo.

M convive con su madre, un hermano de 17 años, también consumidor de


drogas, y una hermana de 20 años y cursa por segunda vez el primer año de la
escuela secundaria.
Desde el comienzo del tratamiento y debido a la mala relación con su madre M
pedía quedarse los fines de semana en la institución, pedido al que se accedía
en algunas ocasiones y también reclamaba que su tratamiento se realizara bajo
la modalidad de internación. Se la notaba muy integrada al grupo de pares pero
no a las normas del tratamiento, generando escenas de seducción hacia sus
compañeros y mostrando una posición de rebeldía y desafío frente a cualquier
figura de autoridad. Pasado un mes de tratamiento, M se fuga por la noche de
su casa, su madre acude nuevamente a la instancia judicial y M es trasladada
en un patrullero a la institución, momento desde el cual se decide su
internación.
107

Desde el comienzo del tratamiento y durante ocho meses, el espacio de


entrevistas individuales fue conducido por otra profesional de la institución;
luego, debido a la renuncia de esta, recibo la derivación de M. Entre los datos
que me informa dicha profesional, comenta que durante esos ocho meses era
muy poco lo que esta joven hablaba en las entrevistas y que generalmente
sostenía una posición de queja con respecto a las normas y pautas de la
institución. La directora del área clínica le preguntó a M con quién quería
continuar su tratamiento individual la joven elige continuarlo conmigo dado que
me conocía a partir de algunas intervenciones en los momentos en que yo
realizaba guardias nocturnas en la institución.

En su primera entrevista, M hace referencia a una escena que había


transcurrido la noche anterior, en la que encontrándome de guardia se acercan
dos pacientes con actitud desafiante pidiendo la llave de la institución y
planteando su decisión de irse “por las buenas o por las malas”. M dice “yo no
pude decir nada, te miraba a vos y los miraba a ellos desde la sala, parecía que
estaban afanando un local, yo estaba afuera de la situación, no sabía de que
lado ponerme…esa es mi parte de público, me pasa también en los grupos; yo
lo sabía y no pude decir nada…es el gustito de tener información, yo tenía una
relación con ellos, siempre que tuve algo lo perdí”.

El “no decir nada”, el “estar fuera”, el “no saber de que lado ponerse”, y su
relación al “tener” y al “perder” quedan enunciados en su primera entrevista y
serán puntos recurrentes en los dichos de M. a lo largo de los siguientes
encuentros.

A partir de esos puntos entonces, está organizado el recorte del material clínico
de M durante los cinco meses siguientes de su tratamiento, hasta que se
interrumpen las entrevistas debido a mi renuncia al cargo que ocupaba en la
institución.

El silencio como posición de goce


108

M. dice: “A los 12 me enteré que mi papá tenía otra familia, después veía en la
casa de él los juguetes y la ropa que me faltaba…en mi casa él era un
visitante.”
“Desde los cinco años mi papá me manoseaba, yo creía que era un juego.
Tuvo relaciones sexuales conmigo cuando yo estaba drogada, a los 14.”
“A los cinco años es el último recuerdo de los cinco juntos, después mi mamá
empezó a estar siempre en la cama y nosotros a salir a la noche con mi papá,
a una plaza para que nos cansemos y nos vayamos a dormir.” “Mi papá era un
cachivache, pero levantabas la voz y estabas en el piso, en la ducha de agua
fría o con un cachetazo…después esa figura se me cayó.”

En otra entrevista hace referencia a dos compañeros de tratamiento, de edad


avanzada, de los que dice que le recuerdan al padre, son “manipuladores”
como él, “Me dan asco, les tengo miedo cuando los enfrento, es como que me
tengo que defender…con mi papá me pasaba lo mismo.” “A los nueve años me
sacaba la remera, quería que esté desnudita, me pintaba, me cortaba el
flequillito, él jugaba y yo tenía que callarme, yo veía todo como un juego…todo
silencio.”

En otro encuentro trae un sueño en el que alguien que no recuerda le decía


“que deje de hablar”…”como que si sigo hablando algo malo me va a pasar.”
“Con mis viejos me la pasé tirando de la soga de los dos para que no se
separen, yo sabía que mi papá tenía otra familia, si hablaba se
separaban…pero mi silencio no valió de nada, yo no le dije cosas a mi papá
para que no se fuera, y se fue igual.”

El “no decir nada” es una posición que repite en reiteradas ocasiones en el


escenario institucional, siendo la que siempre sabe quienes planean fugarse y
quienes transgreden las normas y “hace silencio”.
En una entrevista se pregunta: “¿No se porqué vienen hacia mi los secretos?”
“Al final me termino callando la boca y me dejan re tirada”. Se angustia frente a
este enunciado, referido entonces al abandono del tratamiento de algunos
compañeros.
109

En el espacio terapéutico grupal posterior a esa entrevista, frente al


coordinador y a sus pares, decide “blanquear” todas las transgresiones a las
normas y los secretos propios y de compañeros que “se había guardado” hasta
entonces. En una entrevista vincular con su madre, también decide “destapar la
olla” según sus enunciados. Dice: “Mi hermana se fue de mi casa…yo sabía
que a los 21 se iba”. Sobre la supuesta violación de mi papá, le dije a mi mamá:
-es mentira-, mentí para poder alejarme de él, yo estoy resentida con él.
Cuando vi que él tenía otra familia, vi su otra cara… cuando me enteré que mi
papá violó a la nena de su mujer empecé a fabular…yo era idéntica a la nena,
el flequillito…empecé a tener sueños morbosos…”No se que creer, si lo que
digo yo o lo que dice mi mamá…”. “Quién carajo soy, me pregunto…”. “Veo a
mi papá y a mi mamá y no los conozco.” “Necesito que me ayuden a saber
quién soy yo”.

La ambivalencia como síntoma

A partir de esa entrevista, y del “blanqueo” frente a sus pares, se muestra en


los siguientes encuentros intentando encontrar respuestas a la pregunta que
quedó planteada y subrayada en presencia de la analista.
Dice: “No me pongo a la par de la gente, o soy superior o soy un sorete, o soy
la chica diez, o soy la peor. Antes yo era como una mina que el viento la
llevaba…”

La ambivalencia en la relación con sus pares, la lleva a pensar en la relación


con su madre: “Porqué ese odio a mi vieja, si mi vieja siempre estuvo…ella
ponía límites aunque yo no los tomaba.” “No se que me pasa con ella, por un
lado me genera violencia, por otro lado me da lo mismo que esté o no esté…las
chicas abrazan a sus madres y las destrozan…mi vieja me abraza y siento
incomodidad.” “Con mi vieja o la mato o siento que la tengo que contener…la
piso o me pisan.”

En términos de ambivalencia y de rivalidad con sus pares en el escenario


institucional fue posible la puesta en escena de algunos puntos de la
110

problemática subjetiva de M y la puesta en marcha de su interés por la


búsqueda de respuestas.

En una de las últimas entrevistas en que tuve la posibilidad de escucharla, dice


sentir que ahora está “en otro lado” y que antes “compró” todo lo que su padre
“le vendió” .“Ahora acá, jugar es jugar, y hablar es hablar, antes todo terminaba
en otra cosa, en algo sexual…”. “Yo daba lugar para que me falten el
respeto…”. “Ahora se acabó el juego.”

Hasta aquí el recorte clínico.

Antes de hacer algunas puntuaciones sobre este material - con la idea de


subrayar cómo el escenario institucional y la dimensión normativa posibilitaron
que se ponga en escena el drama subjetivo de M – quisiera referir a una lectura
que Fabián Naparstek realizó -en otra clase en la que presenté este material
clínico- centrada en la situación que M trae a su primera entrevista.

Interesado por dicha situación, pide que le amplíe con más detalles lo que pasó
con esos dos pacientes que decidieron fugarse: la escena fue como la describe
M, yo estaba de guardia eran las doce de la noche, los pacientes ya estaban
descansando, y ella se había quedado fumando en la sala contigua.
Repentinamente bajan esos dos pacientes de sus cuartos, con sus buzos
cerrados tapando la mitad de sus rostros, se paran con las piernas abiertas
contra la puerta, con actitud amenazante y me dicen “Viviana danos las llaves,
nos vamos a ir por las buenas o por las malas”.
Era la primera vez que debía responder a una situación de ese orden en la
institución, no estaba habituada a hacer guardias, y la primera respuesta que
se dibujó en mi rostro frente a esa intimidación fue una mezcla de risa y temor.
La risa tuvo que ver con cierto efecto que me provocó verlos en esa puesta en
escena, serios, queriendo asustar, pero fue algo no calculado, producto de la
sorpresa y de no saber como iba a manejar la situación. Eran las doce de la
noche y yo tenía que decidir y calcular cierto riesgo que podrían correr esos
jóvenes al dejarlos irse de la institución.
111

Mis primeras palabras enunciaron que yo no les iba a impedir que se fueran,
pero que tenía que cumplir con las normas que enmarcaban mi trabajo como
psicóloga de guardia, y que necesitaba que firmen en sus historias clínicas que
se hacían responsables de lo que les pudiera pasar en la calle y que si ellos no
hacían esto me comprometían a mí en mi profesión y en mi función en la
institución.
Fue evidente como este pedido los descolocó, y desde una posición un poco
más floja me dijeron “bueno esta bien, pero rápido, no nos des vueltas, nos
queremos ir”. Las historias clínicas estaban en un consultorio en el piso
superior, y esa escalera me brindaría algo más de tiempo para pensar como
seguir con esa situación. Me acompañaron, tomé las historias clínicas y
empecé a escribir el texto que ellos iban a firmar, y como había un teléfono allí,
ellos tenían miedo a que hiciera un llamado, con lo cual mientras escribía, se
sentaron a modo de escolta, uno de cada lado; la escena para entonces se
había tornado casi grotesca.
Yo no percibí que M seguía toda la escena, ella estuvo a distancia observando.
En un momento uno de ellos me dice “bueno si te vamos a hacer kilombo a
vos, déjame que llamo a mi viejo, le voy a decir que me venga a buscar”;
acepté su pedido, habló con su padre quien en menos de una hora lo vino a
buscar, firmó el abandono del tratamiento y se retiraron, no sin agradecerme “la
ayuda” que le había dado en los meses de entrevistas, dado que era yo quien
lo escuchaba en su espacio de terapia individual.
El otro paciente, desorientado por la nueva posición de su compañero, me pide
hablar con el auditor de su Obra Social, que era quién estaba a cargo del
tratamiento, dado que tenía ocho causas judiciales y carecía de familiares
responsables. El auditor le dijo que si quería se fuera, y que en menos de 24
horas seguramente iba a estar preso. El paciente entendió que no le convenía
irse y decidió quedarse y se fue a dormir. Luego de ese desenlace logré
tranquilizarme, sin saber muy bien que fue lo que allí me orientó ni cómo había
logrado revertir la situación.
Al día siguiente M pide que sea yo su terapeuta y es en ese punto donde
Fabián Naparstek señala -lo que debemos considerar como una lectura posible
de la situación- que algo de lo que allí presenció M, fue lo que abrió la
posibilidad de que pueda pasar de la posición de silencio, de su negativa a
112

hablar durante ocho meses con la anterior profesional, a poder comenzar a


poner en palabras su drama subjetivo, en esos cinco meses de entrevistas
conmigo. Lo que allí se puso en juego desde esta lectura, en mi posición frente
a la situación generada por los dos pacientes, fue la introducción del Otro
barrado, haciendo referencia, sin calcularlo, a la dimensión normativa, al marco
legal que atraviesa mi función allí como profesional. La posición desde la que
intervine, sirviéndome de la referencia a una legalidad, no solo tuvo por efecto
desarticular la decisión de fugarse por parte de los pacientes, sino que abrió
para M ese espacio, esa grieta, que posibilitó llevar su silencio al campo del
decir.

M comienza a hablar, pasando del goce del silencio al goce “del blanqueo”,
empieza a desenmascarar a quienes la rodean y a si misma ubicando así
algunas cuestiones de su historia. El material fantasmático, su novela familiar,
comienza a situarse a partir del escenario que propicia el ámbito institucional.

Es posible ubicar en el silencio de M su punto de goce. Es por la vía del


silencio como intenta retener a sus compañeros al igual que a su padre, retiene
el falo igualándose con los hombres y compartiendo con ellos el poder, lo que
pareciera tomar el modo de una resolución histérica. Se ponen en evidencia
también en la escena institucional las vías de desimplicación subjetiva en su
“parte de público” y su “estar por fuera”, posicionada en la exclusión.

La ubicación de estas líneas para empezar a pensar el caso fue facilitada por el
escenario institucional. Tal vez, si M hubiera iniciado un tratamiento solo a
través de entrevistas individuales, sin la introducción del escenario institucional,
de las normas institucionales, de las transgresiones a las mismas y de la
relación con sus compañeros de tratamiento, hubiera pasado mucho tiempo
para que M pudiera empezar a enunciar, en el marco del consultorio, la
fantasmática que sostiene su síntoma.

Considero que es desde esta perspectiva desde donde debemos situarnos


para pensar nuestra intervención como analistas en el marco de una institución,
sirviéndonos de la escena que esa lógica normativa-institucional propone para
113

ubicar allí la posición del sujeto. Pensar ese dispositivo conductual, necesario
para algunos casos, como aquel que posibilita poner en escena su
problemática. Se trata entonces de servirnos del marco institucional -y no de
oponernos al mismo- a los fines de la dirección de la cura. La intervención del
psicoanalista en la institución será entonces la que intenta suplementar la
dimensión normativa y moral propiciando la dimensión del sujeto y su
particularidad, introduciendo la perspectiva ética que orienta nuestra práctica.

Podríamos también verificar en este caso lo que Mauricio Tarrab menciona


como el triunfo del sentido, dado que M no viene a las entrevistas preocupada
por el consumo, o por la abstinencia, viene preocupada porque un
compañero se fugó y “la dejo tirada”, o porque tiene un secreto que esta
guardando, o porque trasgredió una norma institucional y no lo dice, o porque
lo dice y la sancionaron. Esta es su novela actual, la que la hace hablar, la
que pone a la luz su posición en el marco de la transferencia, y la que posibilita
que nuestra intervención recaiga sobre otro escenario, el del sujeto.

Resulta evidente que el tema del consumo no fue central en este tratamiento,
pero si fue ciertamente el recurso fallido al tóxico lo que hizo que M fuera
escuchada -en su silencio y en su hacer- primero por su madre, quién
respondió recurriendo a una instancia legal, y luego por quienes allí
intervinieron ubicando una menor en riesgo, riesgo que no pareciera referir
para entonces a su práctica de consumo pero si a sus acciones. El marco
normativo-institucional y la intervención del analista propiciaron en M la
posibilidad de pasar del hacer al decir.
114

i J. Lacan. Les Non-dupes errent, inédito, clase 19/02/74.

Instituciones de lo a-dicto, una articulación con un psicoanálisis posible.


De Jacquie Lejbowicz.

El encuentro inesperado con una antigua compañera de facultad


promovió la posibilidad de que la institución de rehabilitación de adictos que
ella codirige, me efectuara la derivación de un paciente, en un principio, y de
otro, posteriormente.
La causa de la derivación inicial me es comentada telefónicamente por un
terapeuta de la institución, que considera la necesidad de que X. inicie, además
del tratamiento en la institución donde estuvo internado, y adonde actualmente
concurre cotidianamente, un tratamiento más profundo, porque si bien X. ya no
consume, no logra salir de cierto estado de impotencia y depresión. Algo
superyoico, dice el terapeuta, que le impide avanzar en las cosas que se
propone, determinando que termine por abandonarlas.
La institución implica para sus pacientes toda una serie de conductas muy
pautadas:
No sólo se pauta lo que no deben hacer, sino también lo que deben.
Semanalmente tienen que presentar el programa de lo que van a hacer por
fuera de la institución, programa que deben respetar a rajatabla. Está pautado
a que hora deben levantarse en sus casas, cuanto tiempo pueden usar la
computadora, deben llegar a horario a los lugares a los que concurren (desde
el trabajo, la facultad, hasta la sesión de análisis), no pueden estar en lugares
donde se consuma alcohol, no pueden ver a amigos que actualmente
consuman, no pueden consumir pornografía. Los amigos que sí pueden ver
tienen que previamente concurrir a una entrevista en la institución para que se
decida si pueden o no frecuentarse. El dinero también lo maneja la institución,
a tal punto que cuando uno de mis pacientes comienza a trabajar tiene que
llevar el dinero a la institución para que le sea administrado.
115

Además de sesiones con terapeutas, hay reuniones multifamiliares, y espacios


grupales donde los pacientes deben “confrontarse” entre sí; es decir, se espera
que allí cada uno confiese cómo llevó o no adelante lo pautado, y también se
espera que cada uno intervenga confrontando a los demás cuando alguna
conducta se desvió de lo pautado.
Hay reglas y castigos, y también medicación psico-farmacológica en juego.
Por otro lado, compruebo que la institución cumple una función de lazo, de
transferencias y de sostén para los pacientes, que implican de mi lado una gran
prudencia en el modo de intervenir.
Me encuentro así ante el desafío de tomar en tratamiento a alguien que está en
situación de someterse a las reglas que la institución predica; y que incluso se
reprocha no lograr cumplirlas, sobre todo en lo que a levantarse a horario se
refiere, lo cual motiva el tener que concurrir castigado los domingos también, a
realizar allí actividades de limpieza.
Un sueño que se produce en uno de esos supuestamente tardíos despertares,
inaugura el encuentro con otra escena posible, que aquella en que se
aplastaban sus días; la escena del inconciente que da volumen y dimensión a
la vida.
Se van produciendo algunas intervenciones que en función de lo particular,
ponen en entredicho el “para todos” de la fijeza institucional.
Ante un acting del paciente, se le reprocha desde lo institucional, el no haber
hablado antes allí de los temas que el acting pone en juego, en virtud de la
suposición de que todo debe y puede decirse, y como si él pudiera saber de
antemano lo que estaba en juego.
Situar desde el análisis, la hipótesis del inconciente, la posibilidad de un saber
no sabido, e incluso, preservar el lugar de lo imposible de decir; promueven en
116

el paciente un gran entusiasmo. Pasa de una fuerte inhibición a un querer


decir.
Ya no se trata de puro deber ser e ideal, sino de poner en causa el objeto.
Las intervenciones en relación a la institución, a las que considero texto del
análisis, por sus efectos en el paciente, pasan de contestar largamente
llamados inquietos del terapeuta a cargo en la institución, a acercarme a la
misma para charlar personalmente con él.
La oportunidad en que me acerco se produce luego de un tiempo de
tratamiento. Precisamente cuando X. comienza a señalar contradicciones entre
ambos tratamientos. Es decir, precisamente cuando se empieza a poder situar
una diferencia. La diferencia es aquello de lo que lo adictivo nada quiere saber:
el objeto de consumo esta puesto al servicio de eludir la diferencia de los
sexos.
En la familia de X., las diferencias se resolvían sencillamente de dos maneras:
Durante algún tiempo a los golpes, es decir, eliminándolas. Posteriormente con
una separación que consolidó lugares de víctima y verdugo, y concretamente
el que uno de los progenitores dejara de ver a sus hijos. La lógica familiar con
que se abordaban las diferencias entonces consistía en suponer dos términos
equiparables y simétricos, guerra entre ambos, hasta finalmente obtener la
eliminación de uno de los términos. Dos peleando a muerte por un único lugar,
no es inscripción de diferencia alguna.
Cuando X. comienza a señalar contradicciones entre el tratamiento en la
institución y el análisis, se melancoliza creyendo que tendría que quedarse sin
alguno de los dos lugares. Uno u otro, en ese momento, terminaría siendo
ninguno. (Esa es la lógica que de hecho hasta entonces gobernaba sus
elecciones vocacionales, amorosas, etc., con lo cual todo se le volvía nada, y él
caía en posición de objeto abandonado).
Me acerco a la institución con dos intenciones: por un lado construir cierta
base de confianza; por otro, plantear que aquello que podía ser (de hecho lo
era) pensado como un obstáculo a eliminar -la diferencia-; bien podía ser, por
el contrario, algo para jugar a favor de X. Remito ésta propuesta a poder hacer
con las diferencias algo distinto que lo que la lógica familiar producía. El punto
117

de encuentro que allí se produce, consintiendo a la diferencia, tiene efectos


inmediatos en el paciente.
Es justamente a partir de allí que X. puede comenzar a cuestionar el esquema
de víctima-verdugo que se había armado en su casa, y que la institución en lo
materno sostenía y reforzaba; para comenzar a interrogar el goce materno, lo
cual va teniendo efectos de separación que le permiten acceder al mundo del
trabajo desde otra perspectiva y comenzar a plantearse su vida erótica de otro
modo.

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