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Ponencia del hno Juan Driver en el Encuentro de Iglesias Histoó ricas de Paz en Santo
Domingo, Repuó blica Dominicana (del 27 noviembre al 2 de diciembre del 2010)
INTRODUCCION
El teó rmino “paz” (en sus principales formas) aparece unas cien veces en el Nuevo
Testamento. A juzgar por el lugar prominente que ocupa en las Escrituras, debe ser
un concepto de importancia fundamental para la comprensioó n del Evangelio.
La paz estaó en el mismo corazoó n de la vida que vivimos y del mensaje que
proclamos los cristianos. Pero, ¿en queó sentido puede llamarse las buenas nuevas
de la obra salvadora de Dios el “Evangelio de Paz” como en efecto Pedro y Pablo lo
hacen?
En nuestra buó squeda de una respuesta muy poca ayuda podemos hallar en la
tradicioó n de la iglesia de los uó ltimos diecisiete siglos. Al pasar los anñ os y los siglos
han entrado tantos elementos extranñ os a la auteó ntica vida de la iglesia que nos
resulta difíócil entender que el Evangelio de Jesucristo en su esencia tiene que ver
con la paz. En uó ltimo caso podríóa verse como tranquilidad espiritual e interior de
personas con tendencia míóstica, pero ¡no en las relaciones sociales entre hombres y
mujeres de carne y hueso en una comunidad humana!
Como consecuencia de su interaccioó n con las culturas que la han rodeado, la vida y
el mensaje de la iglesia han tendido a sufrir modificaciones. Por eso, a fin de
renovarse en forma auteó ntica, la iglesia se ve obligada constantemente a volver a
sus raíóces; tiene que saltar por encima des las deformaciones acumuladas,
cuestionar tradiciones y volver a sus raíóces en Jesucristo. Precisamente algunas de
estas deformaciones maó s notables son las que se dan en torno al concepto de paz
que tuvieron Jesuó s y sus discíópulos en el Nuevo Testamento.
¿Queó significa paz en el sentido bíóblico? El diccionario de la lengua espanñ ola no nos
ayuda. Sus deficiones son las tradicionales. Debe recordarse que Jesuó s y sus
discíópulos eran judíóos del primer siglo. Aunque vivieron en una colonia oprimida
bajo el Imperio Romano y aunque escribieron los Evangelios y las Epíóstolas en
griego, eran hebreos en su forma de ser y pensar. Se hallaban dentro de la mejor
tradicioó n profeó tica hebrea (Mt. 5:12).
De modo que cuando Jesuó s y Pedro y Pablo hablan de paz y de las buenas nuevas
como Evangelio de la Paz, lo hacíóan en el sentido hebreo de “shalom” (que es el
teó rmino hebreo que significa paz). El concepto de “shalom” era fundamental para el
pueblo hebreo. Es un teó rmino de significado amplio. Quiere decir principalmente
bienestar integral o salud plena en el sentido maó s amplio, material al igual que
espiritual. Tiene que ver con una condicioó n de bienestar que resulta de relaciones
auteó nticamente sanas, tanto en las personas como con Dios.
Seguó n los profetas, reinaba la paz en Israel cuando habíóa justicia, bienestar comuó n,
igualdad de trato y de salud, de acuerdo con el orden establecido por Dios en el
pacto que habíóa hecho con su pueblo. “Shalom” es convivir seguó n la intencioó n de
Dios expresado en su pacto. Por otra parte, cuando habíóa desigualdad de
oportunidades, injusticias, opresioó n, tanto social como econoó mico, no habíóa
“shalom”.
De hecho las palabras paz, justicia y salvacioó n con praó cticamente sinoó nimas para el
bienestar que resulta cuando los humanos viven en la armoníóa creada por
relaciones rectas y justas. Y esta paz es nada menos que el don de Dios a su pueblo.
Y sobre todo, “shalom” describe el reino mesiaó nico que Cristo vendríóa a inaugurar.
El profeta Isaíóas decíóa:
“Cuaó n hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas,
(Son notables las cinco líóneas paralelas que son praó cticamente sinoó nimas en su
significado).
Este es el sentido (shalom) en que Jesuó s, Pedro y Pablo usaban el vocablo “paz”.
Cuando Jesuó s dijo a sus discíópulos: “Mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la
da” (Jn. 14:27), anunciaba la vida de profundo bienestar y salvacioó n en el “shalom”
de la nueva comunidad del Espíóritu. No se trata de algo interior que fortalece
aunque por fuera haya conflicto, aunque esto tambieó n seríóa cierto. El miedo (v. 27)
les puede sobrevenir como consecuencia de tener que seguir viviendo de acuerdo
con estos valores sin contar con la presencia fíósica del Mesíóas. El Espíóritu Santo
hace posible vivir de acuerdo con el nuevo pacto de Dios en justicia, comprensioó n,
igualdad, amor y paz. Se trata de “shalom” que es un fruto que el Espíóritu da, no
principalmente ni meramente a individuos solos, sino a todos los miembros del
cuerpo de Cristo, a fin de hacer posible una vida comunitaria maó s profunda, maó s
auteó ntica, maó s de acuerdo con la intencioó n de Dios.
Este concepto global de paz no hace invaó lido el hecho de la paz personal que
proporciona confianza y seguridad interior a los individuos, pero síó, subraya el
hecho de que la paz es mucho maó s que esto. Un auteó ntico “shalom” coloca al
individuo dentro de la nueva comunidad del Espíóritu donde se da todo el fruto del
Espíóritu, donde se ejercen los dones del Espíóritu, y donde se experimenta la
salvacioó n que el Espíóritu hace posible.
A. Griego: “Eirene”
B. Romano: “Pax”
Pero esta “paz con Dios” ha tendido a comprenderse principalmente en teó rminos
de la seguridad interior que el individuo halla bajo el indulto de un Dios
misericordioso. Este aspecto es importante pero no agota en ninguna manera el
sentido bíóblico de “paz”.
El concepto global de “shalom” no hace invaó lida la idea de una paz personal que le
da a uno confianza y seguridad interior de reconciliacioó n con Dios. Pero subraya el
hecho de que la paz bíóblica es mucho, muchíósimo, maó s que esto. Tiene que ver con
una nueva relacioó n con Dios y tambieó n con nuestros semejantes en el contexto de
la comunidad del Espíóritu.
A continuacioó n quisieó ramos senñ alar varios ejemplos en el Nuevo Testamento de los
alcances del Evangelio de Paz para la formacioó n de una comunidad de “shalom”.
1) La comunidad cuyas vivencias hallamos en las paó ginas del Nuevo Testamento
era una auteó ntica alternativa social al igual que espiritual. Efesios 2:13-19 describe
algunos elementos que caracterizan esta nueva comunidad de la paz de Dios. Estar
“en Cristo” (13) no es tanto una mera experiencia espiritual interior y míóstica,
como una participacioó n concreta en la nueva humanidad creada por Dios en
Jesucristo.
El Evangelio de la paz abre la posibilidad de una nueva relacioó n con Dios que se
convierte en realidad en la medida en que vivamos en una nueva relacioó n con
nuestros semejantes. En esta comunidad las diferencias y las barreras que separan
a los humanos son superadas: nacionalismos (eso de “todo por la patria” es una
idolatríóa), racismos, prejuicios basados en diferencia de sexo, espíóritu de
competitividad social y econoó mica, diferencias culturales, religiosas y sociales que
contribuyen a actitudes de superioridad de parte de unos y de inferioridad de parte
de otros.
Estar “en Cristo” ofrece la posibilidad viva de realizar la comunioó n entre personas
muy diversas, humanamente hablando. Se trata de vida compartida en todos los
niveles de convivencia humana: social, espiritual, econoó mica, etc. El Evangelio de la
paz derrumboó la barrera maó s formidable de la antiguedad: la muralla que separaba
a judíóos y gentiles.
No seraó necesario organizar la iglesia del siglo XXI en todas partes seguó n el plano
exacto de la comunidad de Jerusaleó n. Pero síó, debemos tomar con toda seriedad el
espíóritu y la forma fundamentalmente comunitarios que surgen del “shalom” de
Dios que Jesuó s proclamoó . Debemos escoger entre comunioó n y egoíósmo como
principios de vida.
3) Finalmente debemos recordar que, en cuanto somos los hijos de Dios, seremos
hacedores de la paz (pacificadores, Mt. 5:9). Nos asemejaremos a Dios en la medida
en que vivamos y obremos para que la paz prevalezca entre los seres humanos. Los
hijos de Dios, a fin de cuentas, son los que se parecen a Dios en su actuar.
Por otra parte, Jesuó s dio esta designacioó n a sus seguidores, a aquellos que, en su
servicio compasivo y sacrificial hacia sus semejantes, y auó n hacia sus enemigos,
comunican el amor de Dios; a aquellos que son agentes del reinado de Dios en el
mundo. La actividad de eó stos es determinada, no por lo que hace el emperador,
sino por la forma de ser y actuar de su Senñ or, Jesuó s de Nazaret, el Mesíóas, Príóncipe
de Paz.
Jesuó s ha de ser la norma para determinar nuestro estilo de vida. Su camino de paz y
justicia determina la forma de nuestra presencia, proclama y actuar en el mundo.
Jesuó s nos invita a entrar y a participar en su nueva Comunidad de Paz, renovados
en el poder de su Espíóritu, y a vivir la paz anticipando la venida de su reino de paz
en toda su plenitud.
NUESTRA ACTUACION
En Jesuó s el Mesíóas, se cumple la visioó n profeó tica del shalom mesiaó nico, la paz
esperada en el Antiguo Testamento. Por eso el mensaje de Dios por medio de
Jesucristo se llama “El Evangelio de Paz” (Hech. 10:36).
El ejemplo maó s claro de esta paz es la reconciliacioó n que se produjo entre judíóos y
gentiles en el primer siglo por medio de Jesuó s (Ef. 2:13-15). La muerte de Jesuó s era
para todos igualmente, eliminando asíó las enemistades con Dios y entre ellos, y
creando una comunidad de paz. De modo que, por medio de la cruz, Cristo
reconcilioó a los que eran enemigos superando asíó la hostilidad maó s notable del
mundo antiguo. Asíó que esta paz es parte integral del Evangelio. Es una buena
noticia saber que la guerra contra Dios, al igual que la guerra contra nuestros
enemigos, ha terminado y que ahora puede haber paz. Pero tambieó n la cruz de
Cristo ha sido el modelo para otras aó reas de conflicto que nos afectan hasta el díóa
de hoy. La cruz de Cristo elimina, en principio, (y tambieó n en realidad si se lo
permitimos) todas las barreras entre los sexos, las clases sociales, econoó micas,
políóticas y raciales entre los pueblos.
En la cruz de Cristo, Dios nos dice que ama a sus enemigos hasta el punto de sufrir
y sacrificar su vida a favor de ellos. Y ahora nos invita a nosotros a imitar a su Hijo
en la cruz con la misma clase de amor sacrificial hacia otros en todos los niveles de
nuestra vida: familia, iglesia, trabajo, relaciones puó blicas, etc. En este mundo
violento y egoíósta se nos invita a creer que en Cristo una nueva era ha comenzado y
que podemos imitarle a Jesuó s en su amor desinteresado. Para Dios todo es posible.
Y todo es posible para los que creemos en verdad que el Mesíóas de Dios ha venido.
La era mesiaó nica ha llegado en Cristo. La resurreccioó n y Pentecosteó s son pruebas
de ello. En el poder del Espíóritu es posible vivir el camino de la cruz. Precisamente
en este mundo caíódo y en todas las aó reas de nuestra vida seguimos a Cristo en el
camino costoso de la paz y la no-violencia, sabiendo que tendremos que sacrificar
nuestros egoíósmos y nuestras violencias y que bien puede costar nuestra vida por
amor al enemigo. Pero estamos convencidos de que la uó nica forma de ser hijos
auteó nticos de Dios es ser pacificadores, tal como El lo es.
En cambio, la muerte de Jesuó s (al igual que su vida) fue un poderoso componente
de la visioó n que condujo a la Iglesia apostoó lica a rechazar la violencia en las
relaciones humanas y auó n a responder a sus enemigos con un amor semejante al
amor de Dios, encarnado en Jesuó s. Y desde entonces y dondequiera que cristianos
se han dispuesto a seguir a Cristo radicalmente, la muerte de Jesuó s les ha servido
como inspiracioó n y fundamento para su no-violencia hacia sus enemigos.
A la luz de esta visioó n bíóblica de la paz, ¿queó dice el Anabautismo radical para
nuestros tiempos? Para este propoó sito resumiremos cuatro signos fundamentales
de una identidad radical anabautista.
El teó rmino “anabautista” era un insulto utilizado por los adversarios del
movimiento. Ellos mismos hubieran preferido usar “hermanos y hermanas”. Pero al
escoger el teó rmino “anabautista” sus enemigos acertaron en cuanto a lo que era
fundamental en la eclesiologíóa del movimiento. Si los hermanos hubieran estado
dispuestos a enfatizar el bautismo interior del Espíóritu, sin el signo del bautismo en
agua, no hubiera surgido un movimiento anabautista. La tentacioó n a espiritualizar
el signo bautismal era muy grande, ya que de vida y muerte se trataba. Fue la
decidida insistencia en este síómbolo, con la realidad que simbolizaba, que aseguroó
la existencia de la alternativa eclesioloó gica visible y concreta en la historia que
nosotros llamamos “anabautista”.
La iglesia verdadera, para los Anabautistas, era una comunidad visible con signos
exteriores de transformacioó n interior. El Anabautismo llegoó a ser un movimiento
debido a su conviccioó n que las realidades interiores y exteriores no podíóan ser
separadas con integridad.
Hubo una correspondencia entre la praó ctica anabautista del bautismo y su visioó n
eclesioloó gica. Su concepto de bautismo conduce a una definicioó n de la iglesia
esencialmente misional. Aun antes de secarse el agua bautismal en las cabezas de
los participantes en el primer bautismo anabautista en Zurich, “se comisionaron
unos a otros en el servicio del evangelio”. Por su parte, Hans Hut, el fogoso
evangelista en tierras alemanes, solíóa bautizar a los creyentes e instruirles en
relacioó n con su participacioó n en la iglesia y su tarea misionera. Esto incluíóa
exhortaciones a obedecer los mandamientos del Senñ or y a predicar el evangelio. Su
rito bautismal incluíóa la gran comisioó n con instrucciones para seguir proclamando
el evangelio y bautizando.
Entre los textos misioneros maó s citados por los Anabautistas primitivos estaba el
Salmo 24:1, “De Jehovaó es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en eó l habitan”.
Esta visioó n, junto con la gran comisioó n que Jesuó s habíóa dado a sus seguidores, era
toda la autorizacioó n que necesitaban los Anabautistas primitivos para iniciar su
misioó n, aun cuando se les fuera prohibida por las autoridades, tanto protestantes
como catoó licas. Entre los alegados errores de los Anabautistas estaba eó sta,
“cualquiera que tenga una fe verdadera puede predicar, aun cuando nadie le haya
comisionado para hacerlo, pues Cristo ha dado poder a cada uno de los humanos
cuando dijo, Id y predicad a las naciones.”
El bautismo no solo apuntaba a una nueva vida de discipulado sino tambieó n era
ocasioó n para comprometerse a ayudar a los hermanos a ser fieles en su
seguimiento de Jesuó s. De hecho, comprometerse al seguimiento de Jesuó s habraó sido
el aspecto maó s caracteríóstico del bautismo anabautista. En este contexto podemos
entender la importancia que asignaron a la amonestacioó n fraterna.
La regla de Cristo era visto como la alternativa en la iglesia a las formas coercitivas
y violentas de ejercer la disciplina en el aó mbito secular. Lejos de ser un castigo, la
regla del amor de Cristo tiene como meta la restauracioó n del hermano y de la
hermana.
Para los Anabautistas la restauracioó n de la iglesia no seríóa completa hasta que sus
miembros se comprometieran libre y conscientemente a ser esta clase de iglesia, y
mediante su bautismo, comprometerse a ejercer una amonestacioó n fraterna y
comunitaria. Es notable que las dos veces en los Evangelios (Mt. 16 y 18) que Jesuó s
emplea el teó rmino “iglesia” son en contextos de amonestacioó n fraterna.
Pero cuando se consideren las partes interior y exterior de la vida como dos caras
de una misma moneda entonces la amonestacioó n fraterna puede resultar ser
salvíófica. Para los Anabautistas la amonestacioó n fraterna tomaba el lugar del
confesionario acompanñ ado con todo el proceso penitencial en la cristiandad
catoó lica medieval. (En el Luteranismo se esperaba que la proclamacioó n de la
Palabra surtiera este efecto.) Y visto desde una perspectiva corporativa, la
amonestacioó n fraterna seríóa una forma concreta que tomaba la gracia de Dios para
la restauracioó n continua de la iglesia.
Para la celebracioó n de la Cena del Senñ or, escribieron en su carta a Tomaó s Muntzer,
“solo deben emplearse las palabras que aparecen en Mateo 26, Marcos 14, Lucas 22
y I de Corintios 11, ni maó s ni menos. … Son palabras de institucioó n de la cena de la
comunioó n, no palabras de consagracioó n. Debe utilizarse pan corriente. … Ademaó s
debe usarse un vaso comuó n. … Porque el pan no es otra cosa que pan aunque para
la fe (sea) el cuerpo de Cristo y la incorporacioó n al cuerpo de Cristo y a los
hermanos. … Nos demostraríóa que somos un solo pan y un solo cuerpo y que
somos y queremos ser verdaderos hermanos entre nosotros. … Ademaó s no deberíóa
ser administrada por ti. Se suprimiraó asíó la misa, en la que se participa
individualmente. Porque la cena es una muestra de comunioó n, no una misa y un
sacramento. Por eso nadie debe recibirla solo. … Tampoco debe ser celebrado en
templos. … Eso es lo que crea una falsa adoracioó n. Debe ser celebrada a menudo y
con frecuencia.”
Hubmaier decíóa que la Cena del Senñ or es “una senñ al puó blica y un testimonio del
amor, con el cual un hermano se brinda a otro ante la iglesia. Tal como en este
momento parten el pan y comen juntos, y reparten la copa, asíó tambieó n cada uno
ofreceraó su cuerpo y sangre para el otro. Confiando en el poder de nuestro Senñ or
Jesucristo, recuerdan sus sufrimientos cuando parten el pan y reparten la copa y la
Cena, y conmemoran su muerte hasta que eó l venga. Esta es la bondadosa obligacioó n
de la Cena del Senñ or que cada cristiano cumple hacia el otro, para que cada
hermano puede saber que bien puede esperar del otro.”
En relacioó n con esta interpretacioó n veamos la traduccioó n que ofrece la Nueva Biblia
Espanñ ola de 1 Cor. 11:23-24. “Porque lo mismo que yo recibíó y que veníóa del Senñ or
os lo trasmitíó a vosotros: que el Senñ or Jesuó s, la noche en que iban a entregarlo,
cogioó un pan, dio gracias, lo partioó y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros; haced lo mismo en memoria míóa.” (Nos tiende a sorprender esta
traduccioó n pues hemos venido interpretando el texto en teó rminos de una
repeticioó n del síómbolo en lugar de verlo como invitacioó n a entregar nuestras vidas
tal como lo ha hecho Cristo.)
De la manera en que el bautismo en agua da testimonio que uno toma con seriedad
el mandato a amar a Dios por encima de todas las cosas y que uno ha muerto para
si mismo y resucitado a novedad de vida en Cristo, asíó tambieó n la cena da
testimonio que uno toma en serio su compromiso a amar a su proó jimo como a si
mismo. Este concepto horizontal de la cena como respuesta y compromiso es
caracteríósticamente anabautista en contraste con otros conceptos tradicionales.
D. Signo de Comunidad y de Vida Compartida – La Ayuda Mutua
Entre los Anabautistas del siglo XVI se adoptaron dos formas claó sicas de
organizacioó n econoó mica: las comunidades huteritas, sistemaó ticamente
estructuradas, y las comunidades suizo-alemanas, cuyas estructuras econoó micas
eran maó s informales, pero no menos reales. En los dos grupos se nota el mismo
espíóritu motivador, los mismos resultados comunitarios concretos de ayuda mutua,
y la misma actitud desprendida en relacioó n con los bienes materiales. De hecho
ambos grupos fueron percibidos como amenazas sociales por las autoridades
seculares de su eó poca y, entre otras cosas, fueron perseguidos por creerse
amenazas, “comunistas” y “fanaó ticos”.
Concluimos con palabras de Juan Mateos, reconocido teoó logo catoó lico espanñ ol.
“Jesuó s no propone ideologíóas. … A lo que eó l se pone es a formar un grupo donde ese
ideal se viva. Mientras no existan comunidades asíó, no hay salvacioó n, el objetivo de
Jesuó s estaó anulado y su doctrina y ejemplo se convierten en una ideologíóa maó s. Por
supuesto, para fundar esas comunidades no se puede usar la violencia, si el ser
persona libre es esencial al grupo, la adhesioó n tiene que darse por conviccioó n
propia. … De allíó el empenñ o que deben poner los que creen en Jesuó s por formar
comunidades que vivan plenamente el mensaje