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vestigación

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P O R S O L E D A D P E R A L T A

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Cuando buscamos en el diccionario etimológico la palabra orar, explica que viene del latín orare (hablar, ha-
blar públicamente o en voz alta, expresarse, también rogar, solicitar, dar un discurso). De este verbo latino nos
llega también adorar, rendir culto a Dios, formada de ad (hacia) y orare. Oración = parte de un discurso, acción
del habla.

Podríamos decir entonces que la oración es la herramienta más eficaz que Dios le regaló al hombre; esta re-
quiere fe de nuestra parte para ser utilizada, y es fundamentalmente una comunicación que para ser genuina
tiene que ser de doble vía. ES LA MANERA MÁS SIMPLE Y SENCILLA QUE TENEMOS PARA COMUNICAR-
NOS CON DIOS: ES EL MEDIO PARA ACERCARNOS A ÉL.

Como toda herramienta, tiene un sentido de utilidad; es a través de la oración que podemos conocer más a
Dios y tener una relación cercana. Cuanto más oramos, más estrecha es nuestra relación con la Trinidad de Dios.

Podemos ponerla en práctica en nuestra habitación, a puerta cerrada, como también podemos orar cuando
vamos caminando, manejando, mientras estamos trabajando o en la universidad; no existe un lugar exclusivo
ni un momento preestablecido para ir a conversar con el Señor.

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Es muy común que cuando estamos demasiado tiempo cerca de alguien
se nos «pegan» cosas de esa persona: formas, modos, ideas, etc., y otra cosa
que sucede es que conocemos más de ese alguien, y ahí comienzan las ex-
periencias de la comunión con esa persona. Entonces, no es lo mismo orar
que no hacerlo, porque orar nos mejora.

A los hijos de Dios se nos nota cuando ejercemos esta disciplina, no por-
que dejemos de tener problemas (tampoco porque dejemos de vivir prue-
bas o porque no haya tribulación) sino porque justamente es en esas cir-
cunstancias cuando a través de la oración podemos entregar una y otra vez
nuestras cargas al Todopoderoso, ¡y cuando accionamos con fe pasan cosas!

Jesús dijo: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y


yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy
apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma» (Ma-
teo 11:28-29 - NVI).

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• Cuando oramos y le damos nuestras luchas al que pelea y gana nuestras batallas,
hay poder. Así dice la Biblia: «¡Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria
por medio de nuestro Señor Jesucristo!» (1 Corintios 15:57 - RVC).

• Cuando oramos y le contamos al Señor acerca de nuestro cansancio, de nues-


tras enfermedades, de nuestros temores, esa acción tiene consecuencias, y de
este modo nuestra confianza va en aumento y vamos animándonos a avanzar
cada vez más y más. De este modo, nuestras peticiones van haciéndose cada
vez más osadas, y Dios se goza en esas oraciones osadas porque ve en nosotros
lo que más le agrada: nuestra fe. «Sin fe es imposible agradar a Dios, porque es
necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe, y que sabe recompen-
sar a quienes lo buscan» (Hebreos 11:8 - RVC).

Al hacer estas cosas, la consecuencia es que nuestro espíritu va siendo fortalecido


por el Espíritu de Dios, y nuestra alma confortada; nosotros vamos siendo transfor-
mados a través y por medio del Espíritu Santo.

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También existe otra realidad: se nota cuando abandonamos nuestro diálogo vertical, porque cuando no usamos la herramienta que nos
acerca al Todopoderoso vivimos una vida sin poder, chata, cargada de queja, con preocupación, sin inspiración divina, sin gozo, sin grati-
tud, sin confianza en Aquel que obra sobrenaturalmente, que hace posible lo imposible.

Dios es Dios de lo imposible, y le gusta que obedezcamos llevando a la práctica aquello que Jesús nos insta a hacer. Él dijo así: «Pidan, y
se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama,
se le abre» (Mateo 7:7-8), lo cual no significa que tratemos a Dios como si fuera una máquina expendedora de antojos y deseos, o como
un supermercado al que se recurre cuando hay únicamente necesidad, y tampoco esperar de Él que actúe cual alimento instantáneo.
El Señor se vale de los procesos, sus tiempos son mucho mejores que los nuestros.

La palabra de Dios está repleta de historias con situaciones de fe, súplicas y peticiones, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamen-
to. Al hacer foco en estas historias, fácilmente nos damos cuenta de que cuando Dios respondió la bendición, no era para el disfrute y
deleite de uno solo, sino que esa bendición salpica a muchos. Lo que hoy clamamos para nuestras vidas repercute en otros mañana,
repercute en tu casa, en tu familia, en tu iglesia.

Al enemigo no le gusta que nosotros nos ejercitemos en la oración, porque no quiere una vida de victoria para nosotros; tampoco quie-
re que seamos intercesores a favor de quienes todavía no son hijos de Dios, aquellos por quienes clamamos con súplica para que pasen
de muerte a vida.

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Habrá muchos impedimentos para disciplinarnos en el ejercicio de nuestro ha-


blar con el Creador, sobre todo cuando la respuesta —a nuestro parecer—se de-
mora, y esa espera se hace larga y desalentadora. También es posible que cueste
cuando el desenlace de una situación no es el esperado por nosotros como «el
mejor de los finales». Otro factor perjudicial para disciplinarnos es la pereza y la
falsa idea de que es una práctica exclusiva de momentos de quietud y tranqui-
lidad; también, el abrazar la mentira de que Dios no me escucha si he errado al
blanco. Todos estos mitos se combaten justamente orando, hablando con el Dios
de misericordia acerca de todas estas razones.

Es muy importante que no claudiquemos y que permanezcamos constantes en la


oración. La oración también se sustenta de tiempos de adoración, de alabanza,
de reconocimiento con gratitud de corazón para con nuestro Dios vivo y verda-
dero.

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El ejemplo más sobresaliente e inspirador en las Escrituras es el rey David, y qué
valioso es tener en cuenta para los momentos de intercesión el hacerlo con las
promesas que están en la Biblia. Claramente, Dios no necesita que lo informemos
acerca de lo que Él ha dicho o que le traigamos a memoria su forma de pensar, pero
sí nos ubica a nosotros en una posición de hijos que tienen un padre, a los que les
sucede lo que el mismo Señor Jesús dijo y ha quedado registrado en el evangelio de
Mateo 7:9-11: «¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide
un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas
buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los
que le pidan!».

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Somos bendecidos por Dios al gozar de semejante


privilegio, por tener el inmenso regalo de comunicarnos
con Él a tiempo completo, y aunque estemos en la
condición que sea, Él nos recibe, nos oye y nos contesta
siempre. «Y esta es la confianza que tenemos en él: si
pedimos algo según su voluntad, él nos oye. Y si sabemos
que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, también
sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos
hecho» ( 1 Juan 5:14-15).

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