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James Potter
Y EL BÁCULO
DE LOS TIEMPOS

LISA MARIE WILT


AGRADECIMIENTOS DEL GRUPO TRADUCTOR

La traducción de James Potter y el Báculo de los Tiempos escrito por Lisa


Marie Wilt, llega a ustedes gracias a:

Latin Gremlins y El blog de Divel

Estamos agradecidos por la buena acogida que tuvo este fanfic del padre de
Harry Potter en su primer año en Hogwarts, una historia que esperamos la autora
continúe. Queríamos traérsela como un preámbulo al quinto y último libro de la
Serie James Potter de George Norman Lippert: “El Hilo Carmesí”, el cual
aguardamos con ansias a que el autor publique para empezar a traducir.

Confiamos en que este trabajo sea de vuestro agrado y que los impulse a seguir
apoyándonos para los futuros proyectos, así como también, a difundir y darnos
crédito por esta traducción.

Recuerden que no hacemos traducciones a los libros comerciales, solo a


aquellos que son públicos y sin ánimo de lucro.

Hasta pronto y nos vemos en una próxima historia.

Nos pueden seguir en: Redes sociales

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Diana Velásquez Iván Benavides


TABLA DE CONTENIDOS

Capítulo 1 La Adivina y El Complot .......................................................................... 5


Capítulo 2 La Varita escoge al Mago........................................................................ 14
Capítulo 3 La Oferta del Sombrero Seleccionador ................................................. 33
Capítulo 4 El Marcado ................................................................................................ 56
Capítulo 5 El Báculo de los Tiempos ........................................................................ 78
Capítulo 6 El viaje a Flourish y Blotts ...................................................................... 94
Capítulo 7 Rima y Enigma ....................................................................................... 112
Capítulo 8 La Hija de Invierno ................................................................................ 123
Capítulo 9 Una Mirada Más Cerca ......................................................................... 142
Capítulo 10 Las Víboras de Slytherin ..................................................................... 161
Capítulo 11 Hera ....................................................................................................... 179
Capítulo 12 Kreacher y Trampas ............................................................................ 193
Capítulo 13 El Colgante de Bast .............................................................................. 211
Capítulo 14 ¿Cuál? ¿Dónde?.................................................................................... 223
Capítulo 15 El Coleccionista .................................................................................... 241
Capítulo 16 El Tío Alphard ...................................................................................... 274
Capítulo 17 Los Pies sin Dueño .............................................................................. 290
Capítulo 18 El Hombre en el Andén ...................................................................... 301
Capítulo 19 La Marca Revelada .............................................................................. 320
Sobre la Autora .......................................................................................................... 332
Capítulo 1
La Adivina y El Complot

31 de Diciembre de 1926

Una suave nieve estaba empezando a caer en las calles de Londres. Sacudía el
polvo de los tejados y bailaba bajo las farolas, eventualmente cayendo sobre las
aceras vacías. Aún era temprano en la noche, pero los sonidos estridentes de las
celebraciones de Año Nuevo ya estaban a la deriva fuera de clubes y salones de
baile, como si estuvieran desafiando el frío silencioso de afuera.

En las afueras de la ciudad, lejos de la explosión de trompetas, el tintineo de


vasos, y la risa de las chicas bonitas, la misma nieve suave caía sobre el patio en
frente de un alto y cuadrado edificio rodeado de altas barandas. Al igual que el
resto de los edificios a su alrededor, sus ventanas estaban oscuras y su fachada
sombría, haciendo parecer a exudar hostilidad. Podría haber parecido desocupado
o abandonado, si no fuera por el sonido de gemidos de agonía de una mujer que
venía desde adentro.

Dentro del sótano, un farol se encendió, iluminando el rostro exhausto de una


chica de dieciséis años con el pelo negro recortado. Cuando ella sacudió el fósforo,
su mano tembló. No era porque estuviera cansada (aunque lo estaba). No era por
el frío en el sótano tampoco. Ni siquiera era porque esa pequeña habitación oscura
bajo la cocina siempre la había hecho sentir incómoda (especialmente cuando era
enviada ahí sola). No, la incomodidad que sentía estaba centrada en la extraña
chica que había llegado en el orfanato esa noche... la chica que estaba retorciéndose
en la cama detrás de ella.

En las pocas semanas que Ruth había estado trabajando en el Orfanato de


Wool, había visto una serie de desesperadas mujeres embarazadas tambalearse
hasta los escalones de la entrada del edificio, pero algo en esa chica (sí, era solo una
chica, no podía ser mayor que la propia Ruth) era más inquietante de lo habitual.
Tal vez fuera su aspecto esquelético, la extraña manera de que sus hundidos ojos
aburridos parecían mirar en direcciones opuestas. Por otra parte, tal vez era algo
más. Algo innombrable e intangible, pero sin duda presente, que colgaba alrededor
de la chica como una pesada niebla...

—Ruth, ¿Qué estás esperando? ¡El bebé ya viene! ¡Cuidado con la cabeza de la
chica!

Frances Busby, una formidable anciana, había sido la matrona de Wool por
más de cuarenta años. Tenía una boca pequeña y apretada, llevaba un vestido gris
llano, y nunca parecía tener un problema de decirle a Ruth todos sus defectos.

—Probablemente todavía estás de mal humor por esa maldita fiesta. No quiero
oír ni una palabra al respecto o acerca de ese chico, Roger Cowl.

Ruth hizo todo lo posible para no hacer una mueca cuando volvió a su posición
cerca de la cabeza de la chica. El nombre del chico era Roger Cole, no Roger Cowl, y
a Ruth le había gustado durante años. Estaba dando una fiesta por Víspera de Año
Nuevo en su departamento esa noche mientras sus padres estaban de vacaciones.
Si Ruth hubiera estado libre para ir, probablemente hubiera tenido la oportunidad
de hablar con él, o incluso bailar, pero estaba aquí en un sótano oscuro, dándole
otro desafortunado niño al mundo. Cogiendo el coraje lo mejor que podía, porque
la idea de tocar a la chica le parecía aborrecible, Ruth tomó la punta de la sábana
manchada donde yacía la chica y la utilizó para limpiar con cuidado la frente
sudorosa.

Frances era por ahora, con toda su experiencia, muy eficiente en los partos de
bebés. No pasó mucho tiempo antes de que el cuerpo de la niña se relajara, y
Frances se enderezó a entregar un recién nacido a Ruth. Era sorprendemente
ligero, y estaba muy quieto.

—No está llorando —dijo Ruth.

—¿Está respirando? —preguntó Frances sin mirar, secándose las manos en el


delantal sucio.

Ruth lo sintió alrededor de las costillas del bebé, y acercó su oreja a la boca.
Respiraba, pero estaba muy frío. Esto le preocupaba, porque ella nunca antes había
tomado a un niño recién nacido que estuviera tan frío como él.

—Sí, creo, pero está congelado.

Frances se quitó el delantal y se lo entregó.

—Envuélvelo en esto, y dáselo a su madre. Déjala a ella decidir si quiere


tenerlo o no. Tengo que ir a ver al resto de los chicos. Albert ha estado teniendo
pesadillas, y Lucy ha estado escabulléndose de su cama...

Frances desapareció abruptamente por las escaleras crujientes, dejando a Ruth


a solas con la chica extraña, que ahora estaba tranquila con su respiración ronca y
superficial. Tenía sus ojos apagados fijados en el techo oscuro, pero parecía que
ella no estuviera mirando del todo. Ruth envolvió al bebé suavemente en el
delantal antes de acercarse a ella con cautela.

—Es un muchacho —dijo en voz baja, deteniéndose a unos pies de distancia de


la cama de hierro.

La chica no dijo nada, simplemente manteniendo sus ojos mal alineados en el


techo. Ruth se acercó un poco más.
—¿Te gustaría cargarlo?

Por un largo momento la chica no respondía. Por último, sin apartar los ojos
del techo, mientras hablaba. Su voz era baja, apenas un susurro.

—Espero... que se parezca a su papá.

Por la blancura de su rostro, y los leves temblores en su pequeño cuerpo, Ruth


se dio cuenta de que la chica no estaba en condiciones de sostener al bebé.

—¿Estás bien cariño? ¿Necesitas que vaya por un doctor?

La muchacha no respondió.

—Voy a buscar un doctor —dijo Ruth, retrocediendo hacia las escaleras. —


Vuelvo enseguida.

—¡Espera!

La chica de repente tomó la parte de atrás de la falda de Ruth, sus ojos estaban
espantosamente saltones.

—¡Quédate...por favor!

Ruth vaciló. Después de todo, ¿Qué le debía a la chica? En ese momento, tomó
el fibroso pelo negro de la muchacha que colgaba como algas podridas en ambos
lados de su rostro demacrado y ahuecado. ¿De dónde había venido la chica? ¿Qué
había pasado? Quizás había sido la forma desesperada de la chica para conectar
con alguien, cualquiera, pero finalmente Ruth se suavizó. Se sentó en el borde de la
cama.

—Estoy aquí. Me quedaré contigo.

La chica soltó un suspiro de alivio, y su férreo control aflojó mientras se dejó


caer sobre la almohada.

—Debe llamarse Tom...por su padre. Marvolo...por parte mía. Tom Marvolo


Riddle.
—Tom... Marvolo... Riddle —repitió Ruth con incertidumbre. Le sonaba como
un nombre de un circo, y se preguntó por un momento si era de allí de donde
pertenecía.

—Sí... —respiraba la chica. Su mirada vidriosa se volvió al techo. Un largo


silencio pasó antes de hablar de nuevo.

—Cuando era una niña, solía soñar con conocer a mi madre. Ella murió cuando
yo era muy pequeña para recordarla. Tal vez ahora mi hijo crecerá, y algún día va
a soñar con conocerme.

Una lágrima se deslizó por su mejilla. Formó un rastro brillante a través de la


película de mugre que cubría su rostro.

—Nunca fui una chica hermosa. Nunca fui inteligente... pero amé a alguien. He
conocido lo que es vivir por alguien más. ¿Es eso suficiente para decir que mi vida
tuvo algún valor?

Miró luego a Ruth con sus ahuecados ojos muertos.

—Espero para él, para mi pequeño Tom... que hará grandes cosas. No estará
condenado a vivir en rincones oscuros, como lo he hecho durante toda mi vida... Si
hay algún poder en mi sangre, en la sangre de mi familia... que pase hacia él.
Quizás lo ayude a crecer fuerte...

Se sentía en ese momento que la oscuridad de la habitación crecía un poco más,


como si el aire mismo se contrajera ligeramente. La llama en la vela farfulló y bailó.
Cuando Ruth miró a la chica, se sorprendió al ver que ella se había torcido, con los
ojos frente a la vela. La llama débil se reflejaba en ellos como un fantasma. Ella
pronunció ocho palabras más, y su voz fue más fría que el frío exterior.

—...Puede que nunca le tema a la muerte.

Los ojos de la chica seguían mirando, pero después de unos cuantos latidos del
corazón de Ruth, algo detrás de ellos se escabulló, dejándolos horriblemente
vacíos. Todo lo que quedaba dentro eran las imágenes reflejadas por la llama
bailando.
Ruth se sentó durante un largo rato, ahora sintiéndose vacía al igual que esos
grandes ojos que la miraban fijamente. No fue hasta que la pequeña criatura en sus
brazos hizo un pequeño sonido, algo entre un gemido y un silbido, que recordara
al bebé. Se levantó de la cama y dio unos pasos hacia la luz de la vela en la mesa,
meciéndolo en sus brazos mientras caminaba. A medida que la luz se derramaba
sobre su pequeño rostro, el niño abrió los ojos, y Ruth se sorprendió al ver que
estaban en calma, oscuros, e inteligentes. Ruth tocó con la punta de su dedo la
pequeña mano del niño.

—Hola, Tom.

45 años después

—Dale la vuelta.

En respuesta a la orden, que parecía haber venido del aire, un hombre con
capucha y máscara obedientemente ingresó un pequeño anillo de luz en una
oscura y húmeda habitación. Metió la punta de la bota de acero en las costillas de
una anciana que estaba justo en el centro, cuya frágil forma estaba envuelta en
chales andrajosos. Se dio la vuelta para mirar hacia arriba, tenía el rostro
magullado y manchado de lágrimas mezcladas con pequeños riachuelos de sangre.

—Tengo poca paciencia para la desobediencia —continuó la voz. —O me dices


ahora quién te contó la profecía, o me la dices más tarde, cuando tu familia esté
colgada delante de ti, con sus ojos desgarrados desde sus cráneos para escapar de
las visiones de dolor y muerte que impondré sobre ellos...

La anciana ahogó una tos estremecida.

—No lo sé —rogó, con las manos veteadas raspando contra las tablas pobres
llenas de polvo. —Ya te lo dije, ¡una verdadera profecía no se escucha o detecta de
ninguna forma que por la misma adivina!

De pronto, la mujer se elevó violentamente en al aire, como si una mano


invisible le hubiera agarrado el cuello, pero la mano no era invisible. Era blanca y
huesuda, y el hombre a quien pertenecía parecía haberse materializado de la nada.
Era alto, musculoso y fuerte, y tenía aspecto de que había sido apuesto alguna vez,
pero cuya fealdad finalmente había subido a la superficie. Su rostro estaba pálido,
sus rasgos eran cerosos y distorsionados. El blanco de sus ojos estaban inyectados
de sangre, y sus pupilas estaban rodeadas de rojo también.

—¡Quién se atreve a desafiarme tres veces! ¿Quién se atreve a interponerse en


mi camino, yo, después de haber trascendido mucho más allá de los límites de la
mortalidad? ¿¡Quién se ATREVE!?

—No puedo...

El hombre apretó con más fuerza alrededor del cuello de la vidente y por unos
momentos, ella no podía hacer nada más que jadear en busca de aire. Entonces,
justo cuando parecía que podría estar escapando, él la soltó. Ella cayó pesadamente
al sueldo de espaldas.

—¡Avada Kedavra!

Con un destello de cegadora luz verde, la mujer no tembló más. Los otros en la
habitación no se atrevieron a respirar. Había muchos de ellos. Sus números
parecían crecer más y más cada día. Se aferraron a los rincones más oscuros de la
habitación como arañas, como si la oscuridad pudiera mantenerlos a salvo fuera
del camino de quien los llevó (al que tanto amaban y temían). Cuando la tensión se
hizo casi insoportable, uno de ellos se adelantó para hablar. No era el más alto, ni
tampoco el más imponente (en realidad era un mando medio), pero fue un
movimiento tan audaz que sólo alguien de alto rango se atrevería a hacerlo.

—Mi señor —dijo arrastrando las palabras untuosamente, —¿era enteramente


prudente silenciarla? Nadie más con vida conoce la profecía.

Por un fugaz momento, los ojos del pálido hombre parecían parpadear un color
escarlata en la habitación en penumbra. —Malfoy, siempre pensé que eras uno de
mis Mortífagos más fieles.

El sirviente pareció encogerse considerablemente. —¿Mi señor?

Su maestro presionó su pie descalzo a la cara de la adivina muerta,


examinando su vacía mirada, con los ojos abiertos, sin rastro de piedad.
—Mi querido Abraxas, antes de desafiar mi lógica, o mi liderazgo, por favor
ten en cuenta que eres tan descartable para mí como Madame Trelawney aquí.

Malfoy se fundió en las sombras sin decir nada más. Los otros observaban con
satisfacción codiciosa.

—No importa, —continuó el hombre, pasando por encima del cuerpo de


Trelawney. Se dirigió a la habitación en general. —Que ella estuviera diciendo la
verdad. Ustedes ven, yo siempre sé cuándo me están mintiendo...

Algunas de las formas alrededor de la habitación se movieron inquietas.

—Todo va a ir como estaba previsto. Si alguien en Hogwarts, o en cualquier


otro lugar se atreve a interferir en nuestro noble trabajo, tengan la seguridad de
que van a rogar por la muerte mucho antes de que amablemente... se las
proporcione.

Las dos últimas palabras quedaron suspendidas en el aire rancio con una
terrible finalidad.

—Mi señor, ¿Quiere recuperar personalmente las piezas? —preguntó otra


figura encapuchada.

Su maestro se puso rígido con desdén.

—Lo haría, si no fuera por la interferencia de ese amante de asquerosa Sangre


Sucia, Albus Dumbledore. Tengo a otros que harán mi voluntad, mortífagos más
fieles que incluso tú, Grungbull. Sirvientes que pueden ocultarse con eficacia entre
los lloriqueos, raspando a esos amantes de Muggles que enseñan en la Escuela de
Hogwarts de Magia y Hechicería.

Cruzó la habitación y abrió fuertemente las persianas de una ventana


blandiendo su retorcida varita de tejo. Mirando hacia abajo sobre la multitud
muggle en la plaza abarrotada debajo de él, con el rostro desencajado con disgusto.

—Mi plan es infalible.

Con esas palabras, levantó la larga y torcida vara, y el cuerpo roto de la


legendaria vidente se levantó del suelo como una marioneta macabra. Con el más
mínimo gesto, lo lanzó a través de la ventana. Se giró en el aire como una muñeca
de trapo por un momento o dos, y luego desapareció de la vista, cayendo hacia la
plaza muggle de abajo.

—¡Morsmordre!

Por encima de la plaza, un inmenso cráneo brillante apareció en chispas verdes,


con una humeante serpiente espesa deslizándose grotescamente desde su boca.
Antes de que los muggles gritaran en el caos de abajo y pudieran mirar hacia la
ventana por donde el cuerpo había caído, el hombre y sus Mortífagos habían
desaparecido.
Capítulo 2
La Varita escoge al Mago

Una brisa de verano agitaba las hojas de los robles que bordean un camino
rural estrecho en un lugar llamado el Valle de Godric. Pasaba por el cabello oscuro
y descuidado de un niño con gafas de once años de edad, quien esperaba
pacientemente en el porche de una casa de campo blanca. Miraba fijamente hacia el
cielo sin nubes, con las manos apretadas contra su frente para dar sombra a sus
ojos color avellana de la brillante luz del sol mañanero.

Cada mañana, durante las últimas dos semanas, había tomado este lugar en el
porche, entrecerrando los ojos por el más mínimo movimiento de las alas en el
cielo veraniego. Por una parte se sentía del todo seguro de que lo que estaba
esperando arribaría en cualquier momento, pero por otra parte no estaba tan
seguro. ¿Y si la carta nunca llega? ¿Y si hubiera sido un error, y el fuera realmente
un Squib? Con una sacudida en el estómago, se imaginó una carta en manos de su
padre, informándole que lamentablemente su hijo no poseía ninguna habilidad
mágica, mientras que su madre sollozaba en el fondo. ¿Qué podría hacer un Squib
dentro de un mundo lleno de otras personas que poseen una habilidad que
impregnaba cada parte de su existencia... un poder que a él le faltaba?

En ese momento, una mancha oscura apareció a lo lejos en el cielo por encima
de la casa de la Sra. Bagshot. El corazón que latía con fuerza contra las costillas del
muchacho de pronto saltó a la garganta. Era una lechuza de correo, y venía
directamente hacia él. Creció más y más, hasta que finalmente estuvo lo
suficientemente cerca para abatirse sobre su cabeza y soltar un sobre pesado en sus
manos extendidas.

Sr. James Potter


Número 11, Calle Hartford
Valle de Godric, Glamorgan Sur, Gales

Con manos temblorosas, rasgó el sobre.

ESCUELA DE HOGWARTS

DE MAGIA Y HECHICERÍA

————————//————————

Director: ALBUS DUMBLEDORE

(Orden de Merlín, Primera Clase, Gran Hechicero, Jefe de Magos,

Jefe Supremo, Confederación Internacional de Magos)

Querido Sr.Potter,

Tenemos el placer de informarle que usted ha sido aceptado en la Escuela de Hogwarts


de Magia y Hechicería. Se adjunta una lista de todos los libros y el equipo necesario.

Las clases comienzan el 1 de Septiembre. Esperamos su lechuza a más tardar el 31 de


Julio.

Atentamente,

Minerva McGonagall

Directora Adjunta.
Un alivio inundó a James mientras leía la tinta verde esmeralda, una vez, dos
veces, luego tres veces para asegurarse de que lo que estaba leyendo era real y
absoluto... que era, de hecho, un mago.

Una mano aterrizó suavemente en su hombro, haciéndole saltar. Concentrado


leyendo la carta y la lista de materiales, James no vio ni oyó al hombre, que se
parecía tanto a él, unírsele en el sombreado porche.

—Felicitaciones, James —su cálida sonrisa emanaba orgullo.

Por un momento, James no podía recordar dónde encontrar su voz. Su padre


había estado tan ocupado, yéndose al Ministerio antes del amanecer y regresando
a casa tarde en la noche. No había esperado que él estuviera ya en casa.

—¿Significa esto que podemos ir al Callejón Diagon? —preguntó finalmente.

—Tendrás que preguntar a tu madre, pero entre tú y yo no creo que sea difícil
convencerla... —se inclinó, y agregó con complicidad —los chicos de Wimbourne
Wasp están haciendo un lavado de escobas de caridad hoy para apoyar a San
Mungo. Tal vez podrías mencionárselo. —con un guiño, le revolvió el pelo a James
y empezó a bajar los escalones de la entrada. James le siguió.

—¿Vendrías si esperamos hasta el fin de semana?

—Ojalá pudiera.

Cuando su padre se giró, James vio el cansancio en su rostro. —


Infortunadamente, el Ministro necesita de todos nosotros cada día de esta semana.
Ese mago al que hemos estado siguiendo ha matado a otra víctima. Aurores siguen
desapareciendo... necesitan apoyo de nuestro departamento. —se puso
repentinamente tenso. —Hazme un favor James... Por favor no le digas a tu madre
que te conté sobre eso.

James sabía que no debía presionar sobre el tema, pero su curiosidad fue más
grande. —¿Cómo se llama?

Por un momento, parecía que su padre respondería, pero luego tragó saliva,
ajustando sus gafas sobre su larga y delgada nariz.
—Es mejor no hablar de eso —respondió lacónicamente, cruzando la ruta hacia
la estrecha calle. —Ni siquiera debería habértelo dicho. Tu madre me cortaría la
cabeza por eso. —vaciló con una mano en la puerta, al ver la decepción en el rostro
de James.

—No pienses en eso, Hobs. No hoy, de todos los días.

"Hobs" era el apodo que su padre le decía a James, por el legendario jugador de
Quidditch Marek Hobson. Era una cosa que James sentía que tenía realmente en
común con su padre... su amor por el deporte mágico.

—Felicidades por tu carta, James. Tú sabes que estamos muy orgullosos de ti.

Antes de que James pudiera contestar, dio un paso fuera de la puerta y se


desapareció con un leve chasquido. Mirando detrás de él, James todavía no podía
dejar de estar curioso por el mago oscuro. Entonces, se acordó de la carta en la
mano. Con una amplia sonrisa, corrió hacia adentro.

La cocina de los Potter era estrecha pero acogedora. El leve aroma a galletas de
azúcar siempre estaba en el aire, mezclado con el aroma picante de pociones. La
madre de James estaba en el mostrador leyendo la última edición de Corazón de
Bruja, la varita se movía perezosamente sobre los platos haciendo que se lavaran a
sí mismos. Llevaba ropas de azul oscuro con un delantal de colores sobre la parte
superior, y su cabello oscuro estaba recogido en un moño desordenado. Cerca de
allí, un lindo pastor alemán estaba tendido sobre el suelo, mirando flojamente
hacia el patio trasero a través de la mampara por signos de gnomos de jardín.

—¡Mamá! —James gritó desde el final del pasillo, patinando hasta detenerse en
la pequeña cocina. —¡Mamá! ¡Tengo mi carta de Hogwarts! ¿Podemos ir al
Callejón Diagon?

Su madre dejó caer la revista sobre el mostrador, mirando tan orgullosa como
lo había hecho su marido momentos antes.

—¿Ya es tiempo? Bueno Merlín —dijo, dirigiéndose al perro por la ventana —


ahora supongo que sabemos qué ha estado haciendo todas las mañanas durante las
últimas dos semanas.
—Entonces, ¿Podemos ir? —preguntó James esperanzado, abriendo la puerta
trasera para que Merlín pudiera salir. Luego, casi en voz baja, añadió —Escuché
que los Wimbourne Wasps están haciendo un lavado de escobas caritativo para
San Mungo...

Los platos que se lavaban a sí mismos en el fregadero se derrumbaron con


estrépito discordante.

—¿Qué es eso ahora?

James se encogió de hombros, tratando de no sonreír. —Sólo pensé que te


gustaría saberlo.

—O tu padre pensó que me gustaría —dijo con arrogancia, desatándose su


delantal. —Bueno, justo pasa, Sr. Potter, que tengo que ir al Callejón Diagon por
algunas babosas cornudas y moco de gusarajo para terminar ese proyecto de
relajación para tu padre, no porque me gustaría ver la técnica de vuelo...

James alzó las cejas.

—...de Ludo Bagman —terminó con delicadeza. Dejó caer el delantal en la


parte posterior de una de las sillas en la mesa de la cocina. Estaba llena de copias
antiguas de Corazón de Bruja y cupones para ojos de escarabajo, garras de águila y
un montón de otros ingredientes que aparecían en el Profeta. En la portada del
periódico había una fotografía en blanco y negro y de un cráneo verde brillante con
una serpiente deslizándose por la boca. Sintiendo que los ojos de James estaban
sobre esta, le dio la vuelta.

—Entonces, ¿Qué hay en la lista de compras?

James desplegó el pequeño trozo de papel que acompañaba su carta.

—Tres conjuntos de trajes, un sombrero, un par de guantes de protección, una


capa de invierno, una varita, un caldero, un frasco de vidrio o cristal, un telescopio,
una báscula de cobre, y... un búho, gato, rata o un sapo.

—No han cambiado los materiales en la lista de primer año desde que yo era
estudiante de Hogwarts —dijo ella, hurgando en las filas de botellas multicolores
en el estante encima del fregadero. —Y, por cierto, buen intento jovencito, pero sé
que la lista dice que puedes llevar un búho, gato, rata o un sapo, no que es
necesario.

—Pero Mamá, ¿No crees que soy lo suficientemente mayor para tener mi
propia lechuza?

—¿Qué hay de malo con Bard?

James frunció el ceño. Bard era el orejudo viejo búho malhumorado de su


padre, cuyas orejas motudas parecían enormes cejas peludas y siempre parecían
estar caídas, y quien, en más de una ocasión, casi había arrancado uno de los dedos
de James. Si Bard iba a llevar cartas entre James y sus padres durante su estancia
en Hogwarts, entonces sin duda iba a necesitar sus nuevos guantes de protección.

—No hay nada malo con Bard —dijo James rápidamente, lanzando una mirada
cautelosa hacia el rincón oscuro donde Bard dormía durante el día. Estaba inquieto
al ver que la lechuza grande, fea y de ojos amarillos estaba mirando en su
dirección. —Me gustaría mi propia lechuza algún día, eso es todo...

—Y quizás algún día tengas una —dijo su madre, buscando un saco de pálido
polvo verde detrás de una gran jarra de jugo Horklump —pero por ahora, tú y
Bard tendrán que llevarse bien. —dijo, poniendo un puñado de polvo en la mano
de James.

—Aquí tienes, asegúrate de hablar con claridad esta vez. No quiero que
termines en la sala de estar de Batty de nuevo. Voy justo detrás de ti, ¡Sólo tengo
que buscar los palos de escoba de la familia! —ella salió corriendo de la habitación.

—Me alegra ver que estás apoyando a San Mungo, Mamá —murmuró James
para sí mismo. Bard chasqueó su pico con impaciencia.

—¡Ya sé, ya sé! ¡Ya voy! —James chasqueó, extendiendo el puñado de polvos
Flu para verlos. —Tal vez si eres bueno conmigo, te conseguiré unos ratones de
azúcar...

Bard levantó sus plumas imponente y se volvió hacia la pared. Después de


cierta consideración, añadió un grito suave.
—Eso es lo que pensaba —dijo James, metiendo su carta y la lista de materiales
en el bolsillo de atrás. Una sonrisa se dibujó en su rostro. —Será mejor que tengas
cuidado, si eres malo conmigo, no me importa lo que diga Mamá... ¡la próxima vez
volveré con un gato!

Bard le lanzó una mirada furiosa y enojada, pero James ya no lo miraba.


Cuando arrojó los polvos Flu en la chimenea, ya sentía su ánimo elevándose.
Apretó la carta en el bolsillo, sólo para asegurarse una vez más de que estaba
realmente ahí. Que era suya. Cuando entró en el fuego, sintió una oleada de
emoción y calidez creciente que no tenía nada que ver con la llama esmeralda que
lo llevaba al Callejón Diagon. Él iba a ir a la Escuela de Hogwarts de Magia y
Hechicería a aprender magia, al igual que sus padres... y él no era un Squib.

—¿Estás seguro que sabes dónde vas?

—Sí, mamá, lo prometo.

La madre de James le dio una mirada contemplativa antes de entregarle un


pequeño pero pesado saco de dinero mágico que acababan de recoger de
Gringotts, el banco de los magos. —Entonces ten cuidado y recuerda: no aceptes
hechizos o pociones de extraños, no importa lo bien que parezca. —dijo recogiendo
las dos escobas de la familia.

—Ah, ¡Y más te vale no gastar esos galeones en nada que no esté en la lista que
tienes en la mano! Si llegas a casa con algo de Eeylops o de la casa de las fieras
mágicas, no me importa si se trata de una lechuza, rata gato, murciélago, puffskein
o una mosca, ¡la enviaré de vuelta! ¡Y por nada del mundo vayas al callejón
Knockturn!

Después de una mirada de advertencia, finalmente se separaron, y James


empezó a emprender vuelo por la concurrida calle adoquinada. Nunca se le había
permitido explorar el callejón Diagon solo, y había unos cuantos lugares que
quería ver antes de dedicarse a sus compras escolares.

No pasó mucho tiempo antes de que entregara 2 sickles de plata a un vendedor


ambulante por un gran helado de regaliz negro y arándanos. Bajo la sombra de los
muchos toldos multicolores, sorbió su helado y vagó por el largo tramo de
escaparates. Algunos tenían vitrinas elaboradas (hizo una pausa durante un largo
rato delante de la tienda de Quidditch, donde se mostraba la nueva escoba Pegasus
15). Otras parecían estar oscuras y sucias (el único indicio de que algo pasaba
dentro de una tienda era una espesa nube de humo maloliente saliendo por la
rendija de la puerta). Era difícil resistirse a la tentación de gastar dinero en cosas
que no fueran para la escuela, sobre todo después de que vio un paquete de
pastillas fétidas auto—detonantes por solo 4 knuts de bronce, pero después de
haber terminado su helado, James se obligó a desplegar su lista de materiales
escolares.

En primer lugar, compró un conjunto de frascos de vidrio y un kit para


primerizos en el boticario, donde no podía estar más de un par de minutos a causa
de los humos abrumadores. A continuación, se compró un conjunto de balanzas de
bronce, guantes de piel de dragón, y un telescopio en Equipamiento Mágico para
Sabiondos. La pila de paquetes en los brazos de James se hizo cada vez más alta, y
para cuando compró su gran caldero de peltre de la Tienda de Calderos, llevaba
una pila tan alta que cuando llegó a la tienda de túnicas no podía ver por encima
de la pila demasiado alta. Afortunadamente, después de que se equipara con su
uniforme escolar, la tendera, una vieja bruja llamada Madame Malkin, colocó un
encanto de elevación en sus compras. Cuando James salió de la tienda, todo lo que
tenía que hacer era aferrarse a las cuerdas de los paquetes de papel marrón como si
fueran enormes globos.

Con sus globos en la mano, James se dirigió a la librería Flourish y Blotts.


Cuando entró, se sorprendió de encontrarla llena de libros apilados hasta el techo
de distinta forma, tamaño y color. Tenía que haber miles, sino millones de libros
amontonados en casi todos los espacios abiertos entre el suelo y el techo, que
estaba envuelto en la oscuridad muy por encima. Había sólo unos pocos pasillos
estrechos entre las estanterías.

Con miedo a aventurarse más lejos y además de soltar las cuerdas de sus
paquetes por temor a que flotaran hacia el techo, James decidió esperar al dueño
de la tienda que estaba cercano al mostrador. Fue unos minutos antes de que un
hombro brusco y hostil se materializara.

— Otro más —dijo arrancándole la lista de la mano libre de James. —Pareciera


que hay más como tú cada año... quédate aquí. No te muevas, no toques nada —el
hombre se fue arrastrando los pies hacia las profundidades de la tienda, dejando a
James solo en el mostrador nuevamente.

Fue entonces cuando un niño estirado con elegante cabello blanco—rubio entró
a la tienda. Era alto, probablemente estaba en su sexto o séptimo año en Hogwarts.
Fue seguido por una versión más antigua de sí mismo, con una barba puntiaguda,
por lo que James solo podía suponer que era su padre. No pudo evitar mirarlos a
ambos. Estaban vestidos con túnicas negras finamente adaptadas, con brillantes
bordados verde en el pecho y cierres de plata bajo la barbilla. Se comportaban
como reyes, y miraron con evidente desdén por encima del hombro hacia el suelo
polvoriento y encimeras.

El niño pasó el dedo por el mostrador y bajó la mirada hacia él como si fuera
algo que pudiera encontrar en la parte inferior de su zapato. —Asqueroso.

Su padre asintió con la cabeza.

—Toda la razón Lucius, nada como Spine Binders en el Callejón Knockturn —


olisqueó con desagrado. —No hay ayuda a la vista. ¿A qué ha llegado el mundo
cuando la familia más rica y de sangre pura en toda Gran Bretaña tiene que esperar
por servicio?

James habló antes de que pudiera detenerse. —El dueño de la tienda me está
ayudando en este momento.

Los dos hombres parecían desconcertados. Ninguno de los dos parecía haberse
dado cuenta de James hasta ese momento.

—Oh, ¿Lo está haciendo ahora? —el mayor de los dos dijo con voz sedosa. —
Eso se puede remediar.

Agitó su delgada varita negra, y un suave tono de timbre resonó en todo el


espacio cavernoso. A lo lejos, en la distancia, en lo que podría haber sido la parte
trasera de la tienda, había un ruido sordo. Sonaba sospechosamente para James
como una pila de libros de texto de primer año de Hogwarts que golpeaban el
suelo. El viejo tendero llegó disparado de nuevo hacia el mostrador, parándose al
lado y jadeando.

—Sí, Sr. Malfoy, señor —escupió —¿En qué puedo ayudarle?


—¡Qué pasó con mis libros! —dijo James indignado.

—¡No me importa! —siseó el tendero por la comisura de su boca. —¡Espera tu


turno!

Sabiendo que no había nada más que hacer que esperar, James escuchó al Sr.
Malfoy y a Lucius mencionar con voz rasposa sobre los libros que andaban
buscando, y en qué estado se esperaba que estuvieran. El comerciante desapareció
en las profundidades de la tienda una vez más, y James, al darse cuenta de que no
quería estar solo con los Malfoy, decidió correr el riesgo de aventurarse por su
cuenta.

Flourish y Blotts, que era lo suficientemente impresionante desde el mostrador


de la recepción, era aún más grande de lo que James había pensado inicialmente.
Había secciones sobre todos los temas imaginables, desde Hechizos diarios hasta
Encogiendo cabezas. Había libros que zumbaban, temblaban, cantaban, bailaban e
incluso hacían tap en el estante para llamar la atención.

A pesar de un libro que hizo brotar un brazo y se arrastraba tras él, suplicando
para ser leído, James se sintió atraído por una sección en un rincón oscuro. La
repisa parecía bastante abandonada. Estaba envuelta en telarañas, y cada pulgada
estaba cubierta por una gruesa capa de polvo. El título de la sección estaba grabado
en un panel de latón deslustrado clavado en el estante superior.

Mitos y Leyendas

James pasó sus dedos a través de los lomos en el estante, levantando pequeñas
nubes de polvo. Leyó los títulos a su paso: Presagios de Muerte: Qué hay que hacer
cuando viene lo peor. La leyenda de los hermanos Peverell. El Legado del Rey Macedonio.
Las piedras perdidas de Númenor.

—¿Qué parte de no tocar nada no fue claro para ti?

James casi saltó de su piel. —Yo... lo siento —tartamudeó.


El tendero se mordió la lengua con impaciencia por un momento, y luego le
hizo un gesto apuntando.

—Esas secciones no son para estudiantes de primer año. Es mejor que olvides
lo que vistes allí.

Cuando llegaron al frente de la recepción, dejó caer una pila de libros sobre el
mostrador. Estaban nuevos, pero desgastados, como si hubieran estado en el suelo.
—Sus libros —gruñó.

—Er... gracias —dijo James, entregándole el dinero. Puso la pila de libros en su


caldero —¿Quiénes eran esos 2 hombres?

El tendero inspeccionó a James con un ojo calculador que le recordaba un poco


a Bard.

—Ese era el Sr. Abraxas Malfoy, uno de los hombres más ricos y poderosos del
país. ¿Recuerda la renuncia de Bobby Leach? ¿Hace un par de años? Malfoy y
algunos de sus amigos estaban detrás de él. Algunos dicen que él era el cerebro
detrás de todo. Nunca se sintió bien con ellos de tener un Ministerio de Magia que
fuera nacido de muggles... El chico que iba con él, era su hijo, Lucius. Irá a sexto
año en Hogwarts este otoño. Confía en mí, harías bien en evitarlos. Las cosas malas
tienden a ocurrir alrededor de los Malfoy.

James sintió que sus mejillas se ponían calientes. Ya se las había arreglado para
estar en el lado incorrecto. —¿Qué tipo de cosas? —preguntó.

—A menos que quieras averiguarlo por ti mismo, te sugiero que dejes de hacer
preguntas —el tendero se quedó mirando fijamente a James, dejando claro que la
conversación había terminado. Con la esperanza de que Hogwarts fuera lo
suficientemente grande que no volvería a ver a Lucius Malfoy de nuevo, James dio
las gracias al dueño de la tienda y salió por la puerta.

Una vez que estaba de vuelta en la calle soleada, James se sintió mucho mejor.
Tras comprobar su lista, vio que sólo había un elemento que le quedaba por
comprar: una varita. Había dejado a propósito esto para el final, porque había algo
entre maravilloso y terrorífico al comprar una varita. De hecho, alguna pequeña
parte de él aún temía que pudiera probar cada varita en la tienda hasta que el
propietario finalmente lo echara, diciéndole que enfrentara el hecho de que él no
era un mago. Con ese horrible pensamiento negándose a desaparecer, James se
dirigió a una humilde tienda debajo de un cartel decolorado de aspecto antiguo.

OLLIVANDERS

Fabricantes de varitas mágicas desde 382 A.C.

James reprimió una tos cuando entró en la habitación estrecha, en mal estado.
Ya había una familia de magos hablando con el dueño de la tienda, pero se sintió
aliviado al ver que no eran los Malfoy. Contento por la oportunidad de descansar
sus pies, se sentó en una silla junto a la ventana.

En el mostrador había un pequeño muchacho de cara redonda. Tenía el pelo


rubio, una nariz puntiaguda y ojos llorosos y parecía de la edad de James. Estaba
bailando con ansiedad de un pie a otro, lo que en un principio le dio la impresión a
James de que tenía que ir al baño desesperadamente, pero pronto se hizo evidente
que el chico estaba angustiado por la terrible experiencia de encontrar una varita
adecuada. Su madre parecía no darse cuenta de esto en lo absoluto. Ella tenía sus
manos ocupadas, tratando de controlar a una niña en medio de una rabieta salvaje.

El Sr. Ollivander le entregó al muchacho otra varita. —Está bien, está todo bien
jovencito, ¡ahora prueba esta otra!

Las palabras del anciano no parecieron animar al chico de aspecto asustado. Su


pequeña mano regordeta vaciló harto, James se preguntó cómo pudo mantener el
control de la varita. Su madre asintió con impaciencia hacia él, mientras trataba de
consolar a la chica que gritaba.

—¡Quiero un helado de Fortescue's! —se lamentó.

—Y lo tendrás querida —susurró la madre —justo después de que Petey


encuentre una varita.

—¡Pero ya ha probado setenta y seis ya! —la niña sollozaba. —¡Vamos a estar
aquí para siempre!
El niño agitó la varita débilmente, y de repente, el vidrio en el panel junto a
James se hizo añicos. Se agachó y cubrió su cabeza para evitar heridas producidas
por los fragmentos que caían.

—¡Vez! ¡Setenta y siete! —chilló la chica.

El Sr. Ollivander apresuradamente tomó la varita del chico de ojos acuosos,


quien parecía estar a punto de desmayarse, y lanzarse a sí mismo hacia la ventana
rota.

—Reparo —murmuró. Todos los vidrios volaron de vuelta su lugar y un


momento después, parecía estar casi igual a como estaba antes. Se dio cuenta de
James. —Oh, hola, ¿estás bien?

James bajó las manos para ver al anciano mirando en su dirección con los ojos
anchos como lunas pálidas.

—Sí, estoy bien, gracias.

—Bueno —dijo el hombre, prácticamente gritando para hacerse oír por encima
de la chica gritona, quién había iniciado una especialmente buena ráfaga de
volumen. —Me temo que voy a tener que pedirle que espere hasta que
encontremos una varita para este joven —dijo, entregándole otra al niño
tembloroso.

—Castaño, nueve pulgadas y cuarto, frágil, con un núcleo de corazón de


dragón. Agítala un poco más suave esta vez.

El chico agitó levemente la varita, y todos a la vez se quedaron en silencio. La


niña se había quedado inexplicablemente muda, aunque su boca todavía se estaba
moviendo en un claro grito.

—¡Bueno, eso está mucho mejor! —respiró el Sr. Ollivander. —Creo que esta
varita te ha elegido, joven.

Mientras su madre pagaba la varita, el chico se acercó a James.

—Lo siento por la rabieta —hizo un gesto hacia su hermana, que ya estaba
comenzando a recuperarse tras ser silenciada. —¿También es tu primer año en
Hogwarts?
James asintió. —Sí, mi nombre es James, James Potter —extendió su mano, que
el chico sacudió con una palma ligeramente sudorosa.

—Petey... quiero decir, Peter... Pettigrew. Oye, ¿dónde están tus padres?

James quedó ligeramente ofendido. Desde luego, se sentía lo suficientemente


mayor para hacer sus propias compras.

—Mi papá está en el trabajo, y mi madre está buscando ingredientes de


pociones —dijo rotundamente, decidiendo que era mejor no hablar de que estaba
echando una buena mirada a Ludo Bagman y el resto de los miembros de las
Avispas de Wimbourne.

—Oh —dijo Peter, ahora pareciendo muy impresionado de que James estuviera
haciendo las compras solo. —¿A qué casa esperas entrar?

James no vaciló con su respuesta. Había cuatro casas en Hogwarts. Los


estudiantes eran sorteados al llegar, en base a sus rasgos más fuertes.

—Gryffindor —dijo rápidamente. Los padres de James habían sido


Gryffindors, junto con toda su familia hacia atrás tanto como él sabía. Gryffindor
se decía ser valiente por encima de todo. Mientras pensaba en ello, una nueva
inquietud se deslizó en su estómago. ¿Iba a ser lo suficientemente valiente como
para ser elegido para Gryffindor?

—Petey, hora de irse —la madre de Peter ya estaba a medio camino hacia la
puerta, con su hermana pequeña a sus talones.

—Nos vemos en Hogwarts —dijo Peter con un pequeño encogimiento de


hombros. Él se alejó rápidamente para alcanzar a su familia.

James vio cómo se iban, pero luego sintió una sensación extraña a su espalda.
Se volvió para encontrar al Sr. Ollivander mirándolo profundamente con sus ojos
anchos que parecían orbes.

—Tú debes ser James Potter —dijo finalmente.

—Sí, lo soy —dijo James, acercándose al alto mostrador. Todavía estaba lleno
de cajas y varitas de Peter. —¿Cómo usted... ?¿Me escuchó presentarme a... ?
—No —respondió el Sr. Ollivander de forma casual, dando un paso para
estrechar su mano. —Reconocí tu cara. Tienes la mirada de tu padre, Benjamín,
pero con el pelo oscuro. También tienes la sonrisa de Stella. Me parece recordar
que su varita era bastante inusual, un núcleo de pelo tomado de la cola de un
centauro. No es típico de los centauros entregar pelos de la cola para la confección
de varitas.

Eso era nuevo para James. Antes de que tuviera tiempo de preguntarse o
preguntar sobre ello, el Sr. Ollivander extrajo una larga cinta de medir con marcas
plateadas.

—¿Con qué brazo utiliza la varita?

—Er...

—Mantenga ambos brazos en alto, déjeme ver.

Sintiéndose tonto, James lo hizo, y el Sr. Ollivander tomó cada mano y se


quedó mirando fijamente. Finalmente detectó algo que James ciertamente no,
levantó la mirada con un destello brillante en los ojos y dijo —Izquierda.

—¿Izquierda? Pero yo soy diestro.

—Izquierda, Sr. Potter, izquierda. Quién sabe por qué, estas cosas nunca han
sido claras para nosotros que estudiamos el arte de la confección de varitas, pero
estoy seguro de eso. Debe usar su varita con la mano izquierda.

—¿Cómo puede saberlo? —preguntó James.

—Secretos comerciales señor Potter, ahora extienda su brazo.

James, obediente, extendió el brazo izquierdo, y el Sr. Ollivander comenzó a


medir desde el hombro hasta los dedos, luego desde la muñeca al codo, hombro al
piso y rodilla hasta axila. A medida que el fabricante de varitas se trasladó a medir
la nuca y la circunferencia alrededor de su cabeza, James miró fijamente su mano
izquierda. Desde luego, no podía ver nada diferente al respecto.

El Sr. Ollivander estaba asintiendo vagamente. —Sí... sí... déjame ver...


Dejó la cinta para continuar midiendo por sí solo, y comenzó a hurgar detrás
del mostrador, en la trastienda.

—Utilizamos típicamente sólo pelos de unicornio, plumas de la cola de un


fénix, y las fibras del corazón de los dragones en nuestras varitas aquí —dijo. —
Hay otras aquí en esta tienda, como la de tu madre, pero, bueno, digamos que
pueden ser un poco temperamentales, tal vez incluso volátiles. Por otra parte,
algunas personas prefieren eso en una varita.

Él salió con los brazos cargados de cajas, las depositó sobre el mostrador junto
a la pila de Peter dejada atrás.

—Ahora, veamos, la varita de tu padre es acebo, por lo que no me sorprendería


que sea lo mismo para ti... oh, eso es suficiente, por cierto.

La cinta de medir parecía estar teniendo un ataque, y ahora estaba atándose en


nudos alrededor de los tobillos de James. El Sr. Ollivander agitó su varita y cayó al
suelo en un montón enredado.

—Demasiados estudiantes en esta semana han estado comprando varitas, me


atrevo a decir que se ha sentido el exceso de trabajo —dijo el Sr. Ollivander con
tristeza. Sacó una oscura y bonita varita desde una caja en la pila y se la dio a
James. —Ahora, aquí tienes un buen modelo de acebo y cola de fénix, once
pulgadas, agradable y flexible.

Temiendo que pudiera romper la ventana como lo hizo Peter, James cerró sus
ojos y agitó la varita tan suavemente como pudo. No hubo estrépito. De hecho, ni
siquiera hubo un bump o un pop. James abrió sus ojos. Por lo que él podía decir,
nada había pasado. La única cosa que parecía haber cambiado era la expresión del
rostro del Sr. Ollivander.

—Esa fue la primera vez en todos mis años en esta tienda... y confía en mí, han
sido muchos... que absolutamente nada sucedió cuando alguien ondeaba una
varita.

Miró con curiosidad a James, lo que hizo que se sintiera muy incómodo.

—Entonces, ¿eso significa que debo comprarla? —preguntó vacilante,


deseando que el Sr. Ollivander apartara la mirada.
—Por lo general, una varita responderá si es provocada. Sí, te elijo, o sí, te
dejaré usarme, aunque no estoy lista para un compromiso a largo plazo. Tal vez
incluso no, ¡bájame antes de que convierta tu sangre en vinagre! La varita elige al
mago, verá. Algunas de estas reacciones pueden ser muy ligeras, casi imposible de
detectar por cualquiera excepto aquellos que tienen la mano y los sentidos
entrenados, pero esto es muy raro en realidad... en todos mis años, nunca había
visto una varita que no reaccionara...

Tomó la varita de vuelta y la observó de cerca. James comenzó a entrar en


pánico. ¿Significaba que sus terribles miedos se hacían realidad? ¿Él no era un
mago?

—Me acuerdo de tu hermano —dijo el Sr. Ollivander finalmente. Era tan


absurdo, James olvidó su pánico. Estaba a punto de responder que él no tenía un
hermano, pero el Sr. Ollivander habló nuevamente, y se hizo evidente que no
estaba hablando a James. Le estaba hablando a la varita.

—Wayward, equivocada —el Sr. Ollivander asintió, con el ceño fruncido. Se


detuvo por un momento, como si estuviera escuchando. —Con paciencia, puedo
ver, pero ¿para qué? ¿Para quién?

A continuación, el Sr. Ollivander miró agudamente a James cogiéndolo con la


guardia baja. Su mirada era dura, como si estuviera tratando de resolver un
rompecabezas de algún tipo. Justo cuando James no aguantaría ni un segundo
más, el Sr. Ollivander guardó la varita dentro de la caja. Guardó la caja
profundamente en un rincón oscuro de una esquina. No la mencionó nuevamente,
y James sabía que no debía preguntar.

Cada una de las siguientes varitas provocó un resultado cuando fue agitada.
Después de volar la caja registradora (resultando en una lluvia de oro y plata por
los sickles y galeones), desaparecer el pelo del Sr. Ollivander (que no tenía mucho
desde un comienzo) y convertir las flores del mostrador en arañas del porte de
tazas de té (escaparon a través de la rendija de la puerta), ninguna varita parecía
"elegirlo" como el Sr. Ollivander dijo que harían. El montón de varitas desechadas
seguía creciendo, y pronto fue casi del tamaño de la pila de Peter.
Frustrado, James agitó la siguiente varita que el Sr. Ollivander le dio mucho
más fuerte de lo que debería haber hecho. Con una explosión, cada caja de la
tienda salió volando de los estantes, fuera de los armarios y desde sus interiores.
Cayeron al suelo y varias varitas rodaron en todas partes. James se preparó para
que el Sr. Ollivander se enojara, pero entonces vio que el viejo no estaba ni siquiera
mirándolo.

—¿Qué es esto? —el Sr. Ollivander reflexionó, metiendo la mano en las


profundidades de la alcoba que tenía detrás de él. Sacó una larga y delgada caja de
color carmesí. —Parece que esta fue la única varita que quedó.

Sopló la caja con fuerza en la parte superior, y una pequeña nube de polvo se
disipó. James notó por el rabillo del ojo que en realidad no era la única varita que
había quedado. La caja que contenía la varita de acebo y cola de Fénix seguía
exactamente donde el Sr. Ollivander la había dejado de forma segura.

—Caoba, 11 pulgadas, plegable... buena para transformaciones, de la hebra de


un corazón de ciervo. Un núcleo extraño, pero de nuevo, los núcleos extraños
parecen servir en tu familia. ¿Por qué no darle una oportunidad?

Cuando el Sr. Ollivander puso la varita en su mano, James sintió una oleada de
calor dorado diseminado de sus dedos a través de su palma. Corrió a través de su
brazo, pasando su hombro y hasta el pecho, donde se reunió con fuerza. Incluso la
atmósfera en la sala parecía haber cambiado, como si la luz que entraba por los
cristales de las ventanas polvorientas fuera de repente más brillante.

—Creo que... hemos encontrado un ganador —dijo el Sr. Ollivander,


pareciendo impresionado. —Parecía que la tienda se impacientó y decidió
mostrarnos cual varita era la suya. Ciertamente, no es la primera vez que han
pasado cosas curiosas aquí, y dudo que sea la última...

Esbozó una sonrisa torcida, que parecía ser divertida ante una especie de
broma privada que nada significaba para el beneficio de James.

James pagó rápidamente la varita y reunió sus otros paquetes (que


comenzaban a hundirse cada vez más a medida que el encanto se disipaba). Dio las
gracias al Sr. Ollivander, y aun sintiendo la mirada penetrante de sus ojos en forma
de lunas en la espalda, encontró cuidadosamente su camino hacia la puerta a
través del desorden de varitas que saturaban el suelo. Mientras corría a través de la
multitud de la plaza principal para encontrar a su madre, sus pensamientos se
quedaron en la varita de acebo y la cola de fénix. Se preguntó por qué tan
curiosamente no hizo nada, qué es lo que estaba esperando, y si su destino,
posiblemente, podría estar relacionado con el suyo.
Capítulo 3
La Oferta del Sombrero Seleccionador

—Guau…

James acababa de pasar a través de la barrera en el andén nueve y tres cuartos,


y ahora estaba de pie sobre una ancha plataforma de tren llena de familias de
magos. Algunos estaban en el caos total. Otros estaban en medio de adioses
llorosos. Lechuzas ululaban en jaulas, y los gatos perseguían ratas a través de la
maraña de piernas. En el centro de la escena, una hermosa máquina de vapor
escarlata esperaba en las vías cerca de la plataforma, arrojando espesas nubes de
vapor.

—Mark, ¡pensé que te había dicho que dejaras las Bombas Fétidas en casa!

James esquivó rápidamente saliendo del camino para evitar el mal olor,
olfateando ligeramente los paquetes que una mujer enojada estaba Invocando de los
bolsillos de su hijo. Casi se tropezó en el medio de un pequeño grupo de chicos
mayores.

—¡Dale a tu hermano pequeño uno de estos!

Uno de ellos le entregó al chico más joven lo que parecía un ordinario dulce. Él
se lo metió en la boca, y al mismo tiempo, los lóbulos de sus orejas comenzaron a
crecer. Se extendieron más y más, hasta que finalmente cayeron al suelo. Los
estudiantes mayores rieron a carcajadas.

Sonriendo, James caminó alrededor del niño y su charco de orejas. Un poco


más abajo de la plataforma, vio a una familia de tres en túnicas negras a la medida.
Estaban de pie al fondo de otras familias de magos, y su aire de superioridad le
recordó brevemente a la de los Malfoy. La corpulenta madre de pelo oscuro se
dirigía a su hijo, quien James asumió ya debía estar en el tren.

—¡Escribe tan pronto sepas en cuál casa quedaste seleccionado! —gritó,


ajustando el pequeño gorro negro de la cabeza. Su escuálido hijo de cabello oscuro,
al parecer demasiado joven para ir a Hogwarts, puso de inmediato mala cara. Le
lanzó una mirada de enojo a James mirándolo fijamente.

—Walburga, ya sabemos que es un nacido Slytherin, —dijo un guapo hombre


de pelo oscuro a su derecha. Le dio una palmadita a su hijo en la cabeza.

—Regulus, no luzcas tan triste. Estarás en Hogwarts el año que viene.

—¿James? ¡James!

James apartó la mirada de la familia.

—¿Sí?

Su propia madre y padre apenas lo habían alcanzado. Miraban sin aliento, pero
sus sonrisas le dijeron que entendían exactamente lo que estaba sintiendo.

—Tu baúl, —dijo su madre. —Necesitas llevarlo al vagón de equipajes.

—Cierto…

James agarró el mango de su baúl y comenzó a arrastrarlo a través de la


multitud. Tuvo cuidado de no acercarse demasiado a la familia Slytherin. Mientras
la Casa Gryffindor aceptaba estudiantes cuyo rasgo más fuerte era la valentía, la
Casa Slytherin era donde los de la ambición se ordenaban. No había una bruja o
mago malo que no fuera de allí. Pensando que más bien sería seleccionado a
cualquier otra casa, James alzó su pesado baúl al compartimiento de equipaje, y lo
pateó hasta que estuvo en la parte más interna. Rezando para que nada dentro
estuviera roto, encontró su camino de regreso a donde sus padres.

—Ese pelo tuyo... —dijo su madre, tratando de suavizarlo hacia abajo. —Tiene
una mente propia que ni siquiera la magia puede domar.

James sonrió a su pesar. Siempre le había gustado bastante su pelo despeinado.


El de su padre era exactamente de la misma manera, excepto que era un tono más
claro. Cuando su madre le dio un suave beso de despedida en la mejilla, su padre
dio un paso atrás para mirarlo por encima.

—Durante las últimas cinco generaciones, y probablemente incluso antes de


eso, nuestra familia ha sido seleccionada en la Casa Gryffindor, donde habitan los
valientes de corazón. Estaremos orgullosos de ti verte convertido un Gryffindor
también, pero queremos que sepas que si el Sombrero Seleccionador te pone en
otra casa, no hay nada de malo en ello. El sombrero tomará tus decisiones en
cuenta también, y ¿qué es de lo que siempre te he hablado sobre nuestras
elecciones James?

—Que nuestras elecciones nos definen, no nuestras habilidades.

—Ese es mi muchacho.

Arrastró a James en un abrazo, y luego inesperadamente, se agachó para estar a


su nivel.

—Ya sabes, —dijo, y fue más privado, así que fue sólo entre ellos dos, —estas
son las cosas que mi padre me dijo el día que fui a Hogwarts. Tal vez algún día tú
puedas decirle a tu hijo lo mismo. Y tu hijo se lo dirá a su hijo, ¿eh Hobs?

James quería responder, pero no sabía qué decir. A continuación, el silbato del
tren sonó, sorprendiéndolos a todos, y le robó su oportunidad. Su madre le echó
los brazos alrededor por última vez.

—Te amamos, James. ¡Ahora ve! ¡Vas a llegar tarde!


Después de una última mirada, James se soltó de ellos y subió a bordo del tren,
que empezaba a moverse lentamente. En el interior, los pasillos estaban llenos de
estudiantes diciendo adiós a sus familias, por lo que le tomó un tiempo encontrar
espacio en una ventana y meterse en ella.

Escaneando rápidamente la plataforma, alcanzó a ver fugazmente las caras


orgullosas de su madre y padre. Apenas fue capaz de saludar de vuelta, pero luego
el tren dobló una esquina, y desaparecieron de la vista.

Los pasillos comenzaron a vaciarse. James vagó dentro y fuera de los


compartimentos durante mucho tiempo hasta que finalmente encontró uno que no
estaba lleno. Había solo 2 estudiantes dentro: una chica pelirroja que estaba sola en
la ventana y un chico de pelo oscuro sentado cerca de la puerta. Para sorpresa de
James, el chico lucía familiar. Era el malhumorado hijo de la familia Slytherin de
túnicas negras en la plataforma.

—¿Entraste furtivamente al tren? —preguntó James, hundiéndose frente a él.

El muchacho lo miró con curiosidad.

—¿Qué? —preguntó.

—Pensé que estabas en la plataforma porque no podías venir hasta el próximo


año, —dijo James.

Por unos segundos el muchacho todavía parecía muy confundido, pero


entonces una mirada de comprensión apareció en su rostro. Se rió, sacando su
oscuro flequillo de sus ojos grises para obtener una mejor visión de James. Ahora
James pudo ver que había cometido un error. Los ojos de este chico eran más
traviesos y más despreocupados que los del muchacho en la plataforma. Era
también más delgado y más guapo que ese chico.

—Debiste haber visto a mi hermano, Regulus, —explicó el muchacho. Extendió


una mano alrededor del chico de cetrina nariz ganchuda que entraba al
compartimento para sentarse con la niña de la ventana. —Soy Sirius Black. ¿Eres
de primer año también?

James sacudió la mano del chico, que no era en absoluto sudorosa como la de
Peter.
—Sí. Soy James Potter. —intercambiaron sonrisas nerviosas.

—¿Así que estás interesado en equipos de Quidditch? —preguntó Sirius,


inclinándose hacia atrás para poner los pies sobre el asiento. —Veo que tienes una
camisa de las Arpías.

—!Voy a apoyar a las Arpías de Holyhead hasta el día que me muera! —dijo
James con el placer de encontrar a alguien más interesado en Quidditch.

—¿Las Arpías de Holyhead? Me enteré de su derrota con los Harriers de


Heidelberg en ese partido de siete días, hace casi veinte años. Mi viejo jura que
estuvo allí.

—Guau, que suerte tiene, —suspiró James. —Mis padres nunca lo


mencionaron, así que no creo que ninguno de ellos estuvo allí. Sin embargo, mi
papá era un bateador en su equipo de casa. Algún día quiero jugar en el equipo de
la casa, pero he oído que los de primer año nunca llegan. ¿Qué hay de ti? ¿Irás a las
pruebas?

Sirius soltó una fuerte carcajada.

—Quidditch no es lo mío. Ahora, si tuvieran un equipo de motos de acrobacias


en Hogwarts, podría estar interesado en postular para eso.

James estaba fascinado.

—¿Motos? ¿No son aquellas para Muggles?

—Sí, pero no son malas en absoluto. Debes ver la forma en que mi madre mira
cuando leo revistas de motos... —se calló con una pequeña sonrisa, como si
reviviera un recuerdo agradable. Justo en ese momento, el chico de fibrosa nariz
ganchuda cerca de la ventana habló en voz alta.

—Estarías mejor en Slytherin, —le dijo a la chica frente a él, quien parecía un
poco halagada pero confundida.

—¿Slytherin? —ella preguntó.

James observó entorno a esa palabra.


—¿Quién quiere estar en Slytherin? Creo que me iría, ¿no? —preguntó Sirius,
que todavía estaba recostado en el asiento frente a él.

—Toda mi familia ha estado en Slytherin, —dijo.

—¡Rayos! —dijo James, —¡y a mí que me parecías normal!

Sirius sonrió.

—Tal vez deba romper con la tradición. ¿A dónde te irías, si tuvieras que
elegir?

James levantó una espada invisible.

—¡Gryffindor, donde habitan los valientes de corazón! Igual que mi padre.

El muchacho de rostro cetrino hizo un pequeño ruido despectivo. Le lanzó a


James una mirada de disgusto. James ardía con enojo.

—¿Tienes algún problema con eso?

—No, —dijo el chico, aunque su leve sonrisa burlona decía lo contrario. —Si
prefieres ser musculoso que inteligente...

—¿A dónde esperas ir, viendo que no eres ninguna de las dos cosas? —
interrumpió Sirius.

James soltó una carcajada. La muchacha pelirroja se levantó, bastante


sonrojada, y miró a James y a Sirius con disgusto. James no se había dado cuenta
antes que ella era realmente muy bonita.

—Ven Severus, busquemos otro compartimento, —dijo ella.

—Oohhhhh…

James y Sirius la imitaron elevando la voz. Justo cuando Severus estaba


saltando por encima de las piernas extendidas de James, el tren dio una sacudida
repentina, y él estuvo a punto de tropezar. Miró a James furioso antes de salir del
compartimiento como un murciélago en miniatura.

—¡Nos vemos, Quejicus! —Sirius gritó a la puerta detrás de la capa negra de


Severus que se arrastraba, haciéndolo tropezar a la salida. —Parece realmente
ansioso por entrar en Slytherin... eso significa que no puede estar tramando nada
bueno.

—Sí… —James seguía pensando en la chica pelirroja. —Sin embargo, ella


realmente no es de su tipo, ¿verdad?

—Bueno, definitivamente ella era demasiado bonita para estar sentada con un
desgraciado como él, —respondió Sirius, ahora que se extendió en el espacio que
había sido ocupado por Severus. —Tiene que haber algo mal con ella, sin embargo,
si prefiere a ese pequeño cretino de compañía.

James forzó una carcajada. En verdad, estaba medio deseando que se hubiera
presentado apropiadamente a la chica.

El tren resopló a lo largo del campo. Pronto, la luz de la tarde cambió a rojo
brillante y oro, y luego se atenuó en una noche azul oscuro. Cuando empezaron a
ir más despacio, James y Sirius se cambiaron apresuradamente en sus túnicas
escolares y se apresuraron a meter la pila restante de dulces en sus bolsillos, los
cuales Sirius había comprado en el carrito para compartirlo. Uniéndose a la
multitud fuera de su compartimento, esperaron a llegar a la estación. A pesar de
que no sabía por qué lo hacía, James se dio cuenta que estaba buscando a la chica
de pelo rojo. Ella no estaba en ninguna parte.

El tren se detuvo y las puertas se abrieron, se vieron forzados por la corriente


hasta que finalmente, salieron al aire caliente de la noche en una estrecha
plataforma. Una señal pintada en desconchadas letras verdes, colgada en lo alto,
decía:

Bienvenidos a Hogsmeade.

El único pueblo completamente mágico en Gran Bretaña.

James forzó la vista para ver a lo lejos. Solo podía distinguir las tenues luces de
un pequeño pueblo.

—Mira, —le dio un codazo a Sirius, señalando.

Sirius miró en la misma dirección.

—Oí que a los estudiantes mayores se les permite ir allí los fines de semana...
Sirius podía haber seguido hablando, pero James dejó de oír lo que estaba
diciendo, porque allí estaba ella. Apenas había salido del vagón de pasajeros a la
plataforma, y el vapor del motor la estaba rodeando. Sucedió como en cámara
lenta. En primer lugar estaba leyendo la señal de Hogsmeade con una expresión de
asombrada emoción, entonces se movió del lado del tren por Severus, el chico de
cetrina nariz ganchuda. Ella le sonrió y le dijo algo, y él dijo algo a cambio, cerca de
su oído. Ella se rió con sus brillantes ojos verdes. Entonces, tal vez sintiendo algo
extraño, inesperadamente levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de
James.

Un repentino vozarrón sonó sobre la multitud, sorprendiéndolos a todos.

—¡Primer año! ¡Los de primer año, por aquí!

Un hombre, casi dos veces tan alto que una persona normal y cerca de tres
veces más ancho, salió de la emisión de vapor del motor. Sus manos eran del
tamaño de los cubos de basura, y James pensó que podía caber Merlín en uno de
sus zapatos enormes. Llevaba un abrigo de piel de topo parcheado con muchos
bolsillos abultados, y pisándole los talones llegó un enorme perro jabalinero negro.
Algunos de los de primer año habían caído en estado de shock ante el sonido de su
voz. El gigante los miró con una ligera sorpresa.

—¡Oh, lo siento por eso!

Se agachó y con una mano, levantó fácilmente a un par de ellos por atrás de sus
capas antes de continuar.

—Soy Hagrid, Guardián de las Llaves y Terrenos de Hogwarts, y este de aquí


es mi cachorro, Fang.

—¡¿Ese es un cachorro?! —Sirius murmuró cerca de la oreja de James.

—Nosotros dos estamos aquí para llevar a los de primer año a través del lago,
—dijo Hagrid. —Un recorrido poco tradicional por aquí.

James se dio cuenta entonces que todos los estudiantes mayores se habían ido,
y que él y los otros de primer año estaban solos con Hagrid. Se preguntó a dónde
iban.
—Ahora, el camino que vamos a hacer hacia abajo es un poco escarpado, así
que tengan cuidado con sus pasos, y no se alejen de los árboles. Se habla de una
banda de hinkypunks que atrae a las personas separadas para que entren al
pantano...

Los de primer año se miraron confusos y aterrorizados mientras Hagrid se


rascaba la barba mirando salvaje y pensativo.

—Mm, creo que eso es todo. ¿Estamos listos, entonces? Muy bien, síganme.

Se dio la vuelta y comenzó a hacer su camino por la carretera detrás de la


estación, desapareciendo más allá en la oscuridad. Al principio, nadie parecía
querer ir tras él, pero luego Sirius se encogió de hombros y siguió con confianza
como si hiciera este tipo de cosas todas las noches. De mala gana, todo el mundo se
puso a caminar detrás de él, con Fang en la retaguardia. James se apresuró a
alcanzarlos, abriéndose paso entre algunos grupos de risueñas chicas que estaban
tratando de llamar la atención de Sirius para emparejar con él.

—¿Qué es un hinkypunk? —susurró.

—Ni idea, —respondió Sirius.

Afortunadamente, lo que fuera un hinkypunk, nunca se encontraron con uno,


pero el camino en el que viajaban hacia abajo era tan estrecho y empinado como
Hagrid había advertido. El grupo hizo un progreso muy lento como resultado.
Siguieron deteniéndose para ayudar a alguien que cayó al suelo, o para liberar a
alguien que quedó irremediablemente enredado en las zarzas espesas de todo el
camino. Nadie habló mucho entre estos eventos, así que cuando Hagrid
abruptamente se detuvo y rompió el silencio, parecía anormalmente fuerte.

—Normalmente pueden ver el castillo desde aquí. Está un poco nublado esta
noche.

El camino se había abierto, y ahora estaban parados al borde de un gran lago


negro. Esperándolos allí, había muchas pequeñas embarcaciones adornadas con
farolillos brillando suavemente. Hagrid se subió a la más grande, que se hundió
rápida y suficientemente bajo como amenazando con irse al fondo, pero de alguna
manera milagrosa se mantuvo a flote.
Siguiendo su ejemplo, todo el mundo se subió a las barcas después de él. James
y Sirius encontraron una que todavía tenía espacio para dos y se subieron.

—¡Oh, uno de ustedes necesita sentarse con Fang! —dijo Hagrid por encima
del hombro.

El perro jabalinero llegó corriendo por el camino y realizó un salto en el último


bote, que tenía un par de miradas muy descontentas de unas gemelas rubias
sentadas en él. Una de ellas estaba sosteniendo un gato, y cuando Fang aterrizó
junto a ella, este chilló y saltó sobre la cabeza de la chica.

A medida que sus botes se deslizaron hacia el agua oscura, James reconoció la
nariz puntiaguda y los ojos llorosos del otro niño sentado con ellos.

—¿Peter?

El chico saltó.

—Oh, James, ¿verdad? —preguntó.

—Sí, este es Sirius. —James hizo una seña a Sirius, quien le disparó a James una
expresión que preguntaba claramente por qué estaba pasando el rato con alguien
tan fuera de moda. —Conocí a Peter en el Callejón Diagon, mientras estaba
comprando mi varita.

—Encantado. —Sirius estrechó la mano de Peter. A juzgar por la expresión de


la cara de Sirius, ésta probablemente estaba sudorosa de nuevo.

Pronto, las luces tenues de Hogsmeade desaparecieron en la profunda noche, y


las únicas fuentes de luz eran los farolillos, cuya reflexión fantasmal nadaba en la
suave y negra superficie del lago. Peter seguía desviando miradas a los lados del
bote, como si le preocupara que un monstruo gigante estuviera a punto de salir en
cualquier momento. Sirius se recostó en su característica forma, dejando que sus
dedos se arrastraran perezosamente en el agua oscura. James, sin embargo, se
esforzaba por ver tan lejos como fuera posible. Anhelaba su primer vistazo de
Hogwarts, su hogar durante los próximos diez meses.

Como obedeciendo su voluntad, una suave brisa se levantó, y las nubes que
oscurecían la luna creciente se separaron, derramando luz lunar sobre un castillo
brillante en un acantilado. Estaba mucho más cerca de lo que James pensó que
estaría. Otros estudiantes señalaron y hablaron en voz baja, como vacilantes a
hablar en voz alta y romper el silencio de su viaje a través del lago. Cuando se
acercaron, el castillo se hizo más y más grande, y pronto todo el mundo estaba
estirando el cuello para mantenerlo a la vista.

—¡Cabezas abajo! —gritó Hagrid desde el frente.

Pasaron por una cortina de hiedra en la pared del acantilado, y luego se


apresuraron a través de un túnel oscuro. Al poco tiempo, los fondos de los botes
rasparon en la grava. Habían llegado a un pequeño muelle por debajo de los
acantilados. Mientras los estudiantes comenzaban a amontonarse fuera de los
botes, hubo una pequeña salpicadura detrás de James. Se volvió para mirar, y
creyó ver a lo lejos, una enorme forma fantasmal justo debajo de la superficie del
deslizamiento de agua. Decidiendo que debió haberlo imaginado, se apresuró a
seguir a Sirius y a Peter a través de un túnel de escalones desiguales, que
finalmente los dejó sobre la suave y húmeda hierba que estaba justo debajo de la
sombra del castillo.

Esperando al interior del Vestíbulo de entrada, estaba una de las más severas
mujeres que James jamás había visto. No era muy vieja, pero su pelo estaba
recogido en un moño apretado, y sus afilados ojos oscuros miraban a los tímidos
de primer año detrás de unos pequeños lentes cuadrados. Si ella hubiera tenido
una regla en la mano, él podría haberse preocupado por tener su muñeca
golpeada.

—Mi nombre es Minerva McGonagall, —dijo bruscamente. —Voy a ser su


maestra de Transformaciones para este año escolar. También soy la jefe de la Casa
Gryffindor. En un momento, me seguirán al Gran Comedor para la Ceremonia de
Selección. Tenemos cuatro casas en Hogwarts: Gryffindor, Ravenclaw, Hufflepuff
y Slytherin. Mientras estén aquí, su casa va a ser como su familia. Sus triunfos
darán lugar a la adjudicación de puntos de la casa, cualquier desobediencia de las
reglas, y perderán puntos.

Sirius sonrió a James.


—Ahora, —continuó, aunque James pensó que ella pudo haber notado la
mirada que él y Sirius acababan de intercambiar, —síganme, es el momento para la
Selección.

Dos amplias puertas dobles detrás de ella se abrieron, y llevó al grupo más allá
en la sala. Era espléndida, con miles de velas flotando en el aire. Finas nubes grises
rodaban suavemente a través de un aterciopelado techo negro salpicado de
estrellas. Cuatro largas mesas llenaban la sala, y los estudiantes de más edad ya
estaban sentados allí, mirando con mucha hambre. En la parte del frente de la sala,
había una quinta mesa, donde los profesores estaban sentados. En el centro se
sentaba un hombre de aspecto muy viejo con una larga barba blanca. Sus brillantes
ojos azules brillaban detrás de un par de gafas de media luna acomodadas en una
nariz torcida.

Albus Dumbledore… el director. Él era una leyenda. Todo el mundo sabía de


su victoria sobre el mago oscuro, Grindelwald. Vivió en el propio pueblo de James,
el Valle de Godric, y aunque James pasó con frecuencia la descomunal y prohibida
forma de la Casa Dumbledore, nunca había visto al hombre que moraba en ella
antes.

Distraído, James casi caminó encima de la chica delante de él. La profesora


McGonagall estaba ahora haciéndolos pasar en el espacio entre las mesas de las
casas y la mesa de los profesores. Una vez que estuvieron en el lugar, ella trajo una
silla de cuatro patas, y lo que parecía un paquete arrugado de trapos de color
marrón. Sacó un largo trozo de pergamino dentro de su túnica.

—¡Avery, William!

La Selección había comenzado. Un niño con una cara preocupada se tambaleó


hacia delante y se sentó en la silla. La profesora McGonagall dejó caer el fardo de
trapos en la cabeza, y James se dio cuenta que en realidad era el sombrero
aporreado de un viejo mago. Antes de que tuviera tiempo de preguntarse qué iba a
hacer, un rasgón se abrió en el frente y gritó,

—¡SLYTHERIN!

La mesa a la derecha estalló en aplausos. Avery entregó de nuevo el Sombrero


Seleccionador a la profesora McGonagall, y luego se sentó en la mesa aplaudiendo
debajo de una bandera de la serpiente verde y plata. Cuando “Battley, Vasilios” y
“Bishop, Megan” se convirtieron en los primeros dos Ravenclaw (la segunda mesa
de la izquierda, por debajo de una bandera de un águila azul y bronce estalló en
aplausos), James escaneó los rostros de los estudiantes sentados en la mesa de
Slytherin. Miraban arrogantes y antipáticos.

—¡Black, Sirius!

Cuando Sirius se paseó hacia adelante y se sentó cómodamente en la silla,


James se dio cuenta que Dumbledore parecía estar tomando un interés particular
en su clasificación. La profesora McGonagall colocó el sombrero en su cabeza, pero
curiosamente, el sombrero no gritó su casa de inmediato, como lo había hecho con
los tres estudiantes antes que él. La sonrisa de confianza en la cara de Sirius había
desaparecido de repente, y ahora estaba luciendo determinado, tal vez incluso un
poco rebelde. Tensos minutos pasaron, pero al final, la voz del sombrero llenó la
sala una vez más.

—¡GRYFFINDOR!

El rostro de Sirius floreció con placer puro, y la mesa de Gryffindor (a la


izquierda) explotó con estridentes aplausos, vítores y silbidos. Después de entregar
nuevamente el sombrero a la profesora McGonagall, quien parecía muy orgullosa,
Sirius se alisó el pelo, reasumió su postura de mayor seguridad, y se sentó en la
mesa de Gryffindor bajo un estandarte de un león rojo y dorado. Le dio a James un
pulgar hacia arriba cuando un alto muchacho negro con un pendiente, le daba una
palmada en la espalda.

Un extraño cambio se había producido en la mesa de Slytherin. Muchos de


ellos estaban murmurando para sí en voz baja. Algunos incluso se veían furiosos.
En particular, James reconoció a Lucius Malfoy al final, sus relucientes ojos se
estrecharon como rendijas. Había una insignia plateada y verde de prefecto
brillando en su pecho.

A pesar del malestar, la Ceremonia de Selección continuó, y el sombrero


declaró a “Brocklehurst, Dalton” un Hufflepuff. Se unió al amistoso grupo de la
segunda mesa de la derecha, por debajo de un tejón amarillo y negro. Cuando
otros estudiantes se presentaron para recibir sus asignaciones de las casas, la
novedad de la Ceremonia de Selección comenzó a desaparecer para James. Al poco
tiempo, su mente vagaba, y como “DeLauney, Gwendolyn” se unió a la mesa de
Gryffindor, sus pensamientos se volvieron hacia lo hambriento que estaba. Los
dulces que él y Sirius compraron en el tren no fueron suficientes para aliviar el
gruñido de estómago, y aunque todavía tenía un bolsillo lleno de diablillos de
pimienta y varitas de regaliz, dudaba que se vería bien para él empezar a rellenar
su boca en medio de la Ceremonia de Clasificación.

—¡Evans, Lily!

James fue traído de vuelta al presente cuando la bella chica de pelo rojo del
tren, dio un paso adelante con las piernas temblando para sentarse en la silla
desvencijada. La profesora McGonagall dejó caer el Sombrero Seleccionador sobre
su cabeza, y apenas un segundo después de que tocó el pelo de color rojo oscuro, el
sombrero gritó,

—¡GRYFFINDOR!

James oyó un pequeño gemido unos pocos pies de distancia. Había venido de
Severus.

Lily se quitó el sombrero, se lo devolvió a la profesora McGonagall, luego


corrió hacia los animados Gryffindor, pero a medida que pasaba miró a Severus, y
hubo una pequeña sonrisa triste en su rostro. Sirius se trasladó hasta el banco para
hacer espacio para ella. Ella le echó un vistazo, pareció reconocerlo desde el tren, se
cruzó de brazos, y firmemente le dio la espalda.

Después de Lily, las gemelas rubias, Casta y Polluxa Fane, se clasificaron en


Slytherin. Por lo que James podía ver, la única forma de distinguirlas era por el
pelo de Polluxa, porque todavía era un lío del salto de su gato en él. Cuando la
ceremonia continuó, James pensó que podía haber reconocido algunos de los
apellidos que fueron llamados (como Longbottom, MacMillan, McLaggen y
Mulciber), aunque sólo los conocía de conversaciones escuchadas entre su madre y
su padre acerca de otras familias de magos. Todavía no conocía a ninguno de los
rostros que iban con los nombres.

Después que “Perks, Maddy” fue sorteado en Hufflepuff, la profesora


McGonagall, llamó a Peter.
—¡Pettigrew, Peter!

Peter se adelantó, temblando de pies a cabeza. Se estremeció cuando la


profesora McGonagall dejó caer el Sombrero Seleccionador sobre su cabeza, y
después de algunas deliberaciones, el sombrero finalmente lo declaró un
Gryffindor. Entonces, antes de que James tuviera un momento para prepararse a sí
mismo, la profesora McGonagall llamó su nombre.

—¡Potter, James!

Las piernas de James se volvieron de plomo. Era como si hubieran olvidado lo


que se suponía debían hacer.

—¿Potter, James? —La profesora McGonagall repitió, mirando por encima de


sus gafas a los restantes no clasificados de primer año. Algunos de los estudiantes
mayores se echaron a reír.

James tuvo que poner fuertemente su cuerpo en acción. Se tambaleó


torpemente hasta la silla de cuatro patas y se sentó con fuerza, de repente y
dolorosamente consciente de que todos los ojos en la sala estaban ahora sobre él. A
medida que el sombrero le caía sobre su oscuro y desordenado pelo, una voz grave
le susurró al oído.

—James Potter… —dijo pensativo.

James se preguntó si todo el mundo en la sala podía oírlo hablar. A juzgar por
sus caras impasibles, probablemente no podían.

—Tu padre era un Gryffindor, como lo fue su padre, y el padre de su padre...

James estaba abriendo la boca para responder, pero antes de que pudiera decir
algo en voz alta, su voz resonó en su cabeza.

—Soy un Gryffindor también.

—¿Sí? —bromeó el Sombrero Seleccionador. —Sin duda hay valor aquí, pero
también veo una mente aguda, y feroz lealtad, sí... y talento, talento de hecho...
Tienes el poder no sólo de cambiar por ti mismo, sino también a los que te rodean.
Con este tipo de poder para influir, te haría bien Slytherin, ya sabes...
James centró todos sus pensamientos tan fuertes como pudo en dos palabras:

—No Slytherin.

El sombrero se calló por un largo rato. James no estaba seguro si decir algo o
no. ¿Estaba pensando muy detenidamente o quizás podría haberse dormido?
Consideró quitárselo y volver a colocárselo de nuevo, pero entonces el sombrero
de repente volvió a hablar.

—Voy a darte un pequeño secreto, Potter. Puedo leer mentes, sí, y la lectura de
la mente es lo que hago muy bien, si me permito decirlo. Dicho esto, mis talentos
van mucho más allá que la solo lectura de mentes, que, por desgracia, casi siempre
son sencillas. Permíteme decirte, Potter, que aunque no tengo ojos, puedo ver... sí,
ya veo, y aún más de lo que piensas. Te voy a ofrecer algo más que el nombre de tu
casa, si por supuesto, decides aceptar algo más. El conocimiento es una cosa
terrible y poderosa, pero algo me dice que no te vas a reducir a eso.

James se preguntó por un momento si se trataba de algún tipo de truco o


prueba.

—Acepto, —dijo.

El sombrero tomó otro profundo suspiro.

—Algo viene. De eso estoy seguro, y algo me dice que vas a ser parte de eso. La
pregunta, sin embargo es, quién serás. Qué papel vas a jugar. Veo dos caminos
delante de ti, dispuestos por tus opciones, guiados por las personas que encuentras
a lo largo del trayecto. Al final de un camino, veo éxito. Veo la realización de todas
tus ambiciones. Vas a crecer donde otros no pueden. Vas a ser poderoso, grande y
poderoso, sí...

James se imaginó a sí mismo, un poderoso hechicero recibiendo la Orden de


Merlín, Primera Clase. No, no Merlín Primera Clase (nombrarían una nueva Orden
después de él. Él era alto y guapo) el Ministro de Magia más joven de toda la
historia. La imagen era tentadoramente emocionante al principio, como si ningún
sueño fuera demasiado grande y no hubiera nada fuera de su alcance, pero la
sensación comenzó a disolverse lentamente. Era como si James hubiera levantado
una capa y encontrado que no había nada debajo. Todo era vacío y artificial. Algo
faltaba.

—Ah, sí… —el sombrero dijo en voz baja. —Lo has descubierto. Habría un
deseo inalcanzable, un vacío que a pesar de todo tu éxito, nunca serías capaz de
llenar. Ese es el precio que tendrías que pagar, en caso de que aceptes el camino a la
grandeza que comienza en la Casa Slytherin.

—¿Cuál es el vacío?—preguntó James.

—Ni siquiera yo, mientras sondeo las profundidades de tu mente con mi


magia, puedo decírtelo, —el sombrero respondió secamente. —Es algo que debes o
bien, dejar atrás para tus ambiciones de poder y éxito, o elegir para descubrir el
precio. Es una decisión que tendrás que hacer en algún momento que no puedo ver.

James se sintió muy mareado, como si la sala a su alrededor se moviera. La sala


llena de estudiantes delante él pareció surgir. Desde el caos, pudo distinguir sólo
una cosa que era estable… un par de ojos verdes deslumbrantes que estaban
mirándolo desde la mesa de Gryffindor con curiosidad e interés. El corazón de
James tomó la decisión antes que su cabeza supiera lo que estaba sucediendo.

—Elijo Gryffindor.

—¡GRYFFINDOR!

Las palabras del sombrero hicieron eco alrededor de la Sala. James pasó el
sombrero de nuevo a la profesora McGonagall cuando la mesa de color rojo y
dorado estalló en aplausos. Sirius estaba de pie en el banquillo, gritando y
animando con los otros, pero Lily estaba con la cara al otro lado nuevamente.
James le devolvió la sonrisa a Sirius, y rápidamente se sentó junto a Peter en el
extremo frontal de la mesa.

—¿Cuánto tiempo estuvo el sombrero en mi cabeza? —le preguntó a Peter,


preguntándose si había prolongado la ceremonia tanto como Sirius.

Peter frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando? ¡Dijo “Gryffindor” casi tan pronto como el
sombrero tocó tu cabeza!
—¿Qué? —preguntó James, ahora se sentía muy confundido. La conversación
con el sombrero se sintió como si hubiera tomado más tiempo que eso. —¿Cuánto
tiempo estuviste hablando con el sombrero? Le llevó al menos medio minuto
decidir dónde colocarte.

Peter se encogió de hombros.

—Fue así de largo. No dijo mucho en absoluto. Creo que no debió haber
pensado que yo tenía algunas buenas cualidades... al final sólo terminó
preguntándome lo que quería. Sirius estaba en Gryffindor, y yo estaba seguro que
tú irías a donde él fuera, así que pedí Gryffindor también.

James se preguntó si su nerviosismo podría haber hecho que los segundos


parecieran más de lo que fue. Toda la conversación con el Sombrero Seleccionador
sucedió, ¿no?

Después de la Q y la R, un nombre más familiar resonó en la sala.

—¡Snape, Severus!

Cuando Severus dio un paso adelante, miró casi disculpándose a Lily, y se


sentó en la silla. Cuando el sombrero le tocó la cabeza, gritó,

—¡SLYTHERIN!

Severus se movió hacia el otro lado de la Sala, lejos de Lily, a donde los
Slytherin le estaban animando. Malfoy le dio una palmada en la espalda, pero
parecía que Severus no compartía su entusiasmo. Sus ojos oscuros estaban todavía
en Lily al otro lado de la sala.

Tan pronto como el resto de los de primer año fueron sorteados correctamente
en sus casas (terminando con “Wood, Emm”), Dumbledore se puso de pie, su
túnica azul medianoche se deslizó con gracia al suelo. Habló, y su voz fue clara y
potente.

—Para todos los de primer año, bienvenidos a Hogwarts. A todos nuestros


estudiantes que regresan, bienvenidos nuevamente. Antes de cavar en nuestro
abundante banquete, tengo algunos anuncios. El primero es que la escalera
occidental de la Torre de Astronomía ahora se vuelve a abrir, ya que ha sido
reparada del infortunado incidente de duelo del año pasado. Me gustaría
recordarles que, sin embargo, el Bosque Prohibido está todavía estrictamente fuera
de los límites para todos los estudiantes, a no ser que vayan acompañados por un
profesor.

—En segundo lugar, las pruebas de Quidditch se llevarán a cabo este sábado a
las diez de la mañana para las Casas de Gryffindor y Slytherin. Las Casas de
Hufflepuff y Ravenclaw llevarán a cabo las suyas al siguiente sábado por la
mañana, a la misma hora. Les deseo a todos buena suerte. Por último, me gustaría
reconocer dos nuevos nombramientos de personal. Como Ogg, nuestro Guardián
de las Llaves y Terrenos se ha retirado, su asistente, el Sr. Rubeus Hagrid, lo
reemplazará.

Hubo abundantes aplausos de todas las mesas excepto Slytherin. Aunque la


mayoría de los miembros del personal aplaudieron también, algunos parecían
dudosos. Hagrid, no pareció darse cuenta, se sonrojó y saludó alegremente desde
su lugar junto a la profesora McGonagall.

—Además, —continuó Dumbledore, —Como hay nuevamente una vacante


para el puesto de docente de Defensa Contra las Artes Oscuras, me gustaría
presentarles al Sr. Edrian Turnbill.

Un hombre alto y guapo, con el pelo castaño ondulado que le llegaba hasta los
hombros, saludó al cuerpo estudiantil al lado derecho de la profesora McGonagall.
Era sorprendentemente joven. Parecía que podía estar a la mitad o final de sus
veinte años. Tenía la piel muy bronceada, su barba estaba sin afeitar, y James
incluso notó un par de desgastadas y viejas botas de montaña sobresaliendo de sus
túnicas color chocolate debajo de la mesa. Cuando levantó la mano en señal de
saludo, la manga se le cayó para revelar un tatuaje en el brazo, pero James no pudo
ver lo que era desde donde estaba sentado. Dumbledore levantó las manos para
calmar la sala una vez más.

—Por el momento, creo que no hay nada más que decir, excepto... ¡Befuddle!
¡Lumpkin! ¡Dither! ¡Blip!

Platos de pollo asado, jamón ahumado y otros deliciosos alimentos aparecieron


en las mesas, para las exclamaciones de alegría de los de primer año. James se
sirvió puré de papas con salsa y trató de llamar la atención de Lily. Ella estaba
algunas cabezas abajo de la mesa frente a él, y parecía determinada a no mirarlo.
En cambio, conversaba animadamente con las otras chicas a su alrededor. James
fácilmente recordó el nombre de la niña a la izquierda de ella, cuyo largo cabello
rubio casi alcanzaba el piso (Gwendolyn DeLauney), y la morena de mandíbula
cuadrada a su otro lado (Mary MacDonald), pero le tomó un momento recordar el
nombre de la niña de mirada amable y cara redonda sentada al otro lado (Alice
Minke). Alice le susurró algo sobre la mesa, y Lily se rió, con sus ojos verdes
capturando la luz de las velas.

El chico al otro lado de James habló de repente.

—Estás ahogando tus papas, amigo.

James miró hacia abajo y se dio cuenta que estaba inundando el plato con salsa.

—Oh, eh... gracias, —dijo, rápidamente deteniéndose. Levantó la mirada hacia


el chico, y casi retrocedió ante lo que vio. A pesar de que había visto al muchacho
de pelo castaño claro ser seleccionado, no lo había notado detalladamente hasta
ahora. Su piel estaba pálida y de aspecto enfermizo, con profundas cicatrices en
todo el rostro y los brazos.

Después de un tenso silencio, el muchacho volvió a hablar.

—Soy Remus Lupin. Supongo que vamos a tener clase juntos...

—Soy James Potter, y este es Peter... —dijo James, pero le resultaba difícil
apartar los ojos de las cicatrices de Remus. Junto a él, Peter también estaba
mirando, y cada uno de sus ojos era casi tan grande como el plato de comida
delante de él.

Pareciendo entender, Remus hizo un gesto cariñoso a su cara.

—Mi padre mantiene escregutos explosivos. Pueden ser bastante traviesos


cuando llegan a tamaño completo, pero su estiércol es útil para la elaboración de
pociones.

Esperó entonces, como si les diera un momento para decidir si podían o no ser
amigos. Su rostro estaba esperanzado, pero ansioso. Peter miró de reojo a James, su
expresión preguntando claramente si era seguro o no hablar con él, pero James
inmediatamente decidió que le gustaba Remus. Se arremangó la manga izquierda
de su túnica, revelando una gran cicatriz en la parte posterior de su codo.

—Un duendecillo de Cornualles me la hizo cuando estaba visitando la casa de


mi tía Kathy, pero me gusta decirle a la gente que fue una Acromántula.

Remus se iluminó aliviado, y Peter, siguiendo el ejemplo de James, se relajó


también. Después de eso, los tres hablaron de todo, desde bestias mágicas a
Quidditch frente a los sonidos de cuchillos y tenedores en los platos que
finalmente cesaron. Los estudiantes mayores comenzaron a salir de la sala. Al
principio James no estaba seguro de si debía o no tratar de seguirlos, pero entonces
el chico con el pendiente junto a Sirius se puso de pie y anunció con voz profunda,
—Los Gryffindor de primer año, vengan conmigo, por favor.

James presentó Remus a Sirius, y juntos, siguieron al chico fuera de la sala.


Parecía ser muy querido. Muchos estudiantes lo saludaban y le daban una
palmada en el hombro al pasar.

—Su nombre es Kingsley Shacklebolt. Es de sexto año, y un prefecto, —explicó


Sirius. Kingsley los condujo fuera del Vestíbulo a una gran escalera de mármol, y a
un gran hueco de la escalera surcado con cientos de retratos en movimiento. Llamó
a gritos al grupo por encima del hombro.

—Mantengan un ojo en las escaleras cuando estén en el hueco de la escalera


principal. A ellas les gusta moverse, especialmente si llegan tarde a clase.

Como para probar su punto, mientras se movían hasta el segundo tramo, la


primera se deslizó justo a tiempo para llevar a Peter, quien fue rezagado al final
del grupo, chillando a lo lejos. Reaccionando como si este tipo de cosas sucediera a
menudo, Kingsley agitó su varita.

—¡Accio chillón de primer año!

Peter se elevó hasta la cabecera de la línea al lado de él.

—Lo mejor es que vayan a sus clases temprano, —dijo, —por si acaso estas
escaleras, o algunos otros objetos o habitantes en el castillo, deciden atrasarlos.
—¿Otros habitantes? —Sirius articuló a James.

—¿Otros objetos?—James articuló hacia atrás, preguntándose si en cualquier


momento una alfombra podría salir debajo de sus pies.

Kingsley los llevó por los pasillos, a través de las puertas, y detrás de paneles
deslizantes y tapices colgantes. Algunos de los pasajes estaban escondidos tan
hábilmente detrás de columnas y estatuas, que James nunca habría sabido siquiera
que estaban allí. Después de lo que parecieron siglos, bajaron una larga avenida en
el séptimo piso. Al final, llegaron a una gran pintura de una señora gorda en un
vestido rosado de seda. Kingsley la saludó amablemente, y ella se rió con
coquetería.

—Este es el retrato que conduce a la sala común. Se requiere una contraseña


para entrar, no importa a qué hora del día o de la noche. La contraseña suele
cambiar a la semana, y nunca está escrita… pasa solamente de boca a boca. Esta
semana, la contraseña es ¡“Mandrágora aliñada”!

El retrato se abrió, y cruzaron a la sala común, que estaba llena de sillones


esponjosos con acogedoras chimeneas. Kingsley indicó dos escaleras a cada lado de
la habitación.

—Los dormitorios de las chicas están a la izquierda, los de los chicos están a la
derecha. Sus cosas ya deben estar en sus cuartos. El desayuno de mañana empieza
a las siete y media de la mañana. Los horarios de clases se entregarán en ese
momento. Su primera clase comenzará a las nueve.

James siguió a Sirius, Remus y Peter por las escaleras a la derecha y entró en la
primera residencia de estudiantes de la izquierda. Cinco camas con dosel se
organizaban alrededor de la habitación, con los baúles al pie de cada una y un gran
calentador de estufa en el centro. James encontró su baúl a los pies de la cama cerca
de la ventana. Remus se dejó caer en la cama a su izquierda, y Sirius comenzó a
hechizar una cinta para pegar fotos de revistas de motos en la pared, cerca de su
cama junto a la puerta. La cama de Peter estaba al otro lado de James, y al otro lado
de Peter, el chico de pelo liso desempacaba sus cosas presentándose con una
sonrisa amable como Frank Longbottom.
Después de que se instalaron, no pasó mucho tiempo antes de que se pusieran
sus pijamas y se fueran a la cama. Con gratitud, James puso las gafas en la mesilla
de noche y se metió en su suave cama, moviendo sus cortinas de terciopelo rojo
para cerrar detrás de él. Mientras yacía en la oscuridad con los ojos cerrados, casi
no podía creer que todo estaba sucediendo realmente. Por la mañana, iba a
empezar a aprender la magia real.

Sólo para asegurarse una vez más que todo era verdaderamente real, y que él
no estaba acostado en su habitación en casa en el Valle de Godric, James se arrastró
hacia adelante sobre su estómago y se asomó a través de las cortinas, a los pies de
su cama. Las lámparas estaban apagadas, y ahora la única luz en la habitación
provenía de las débiles brasas del calefactor de la estufa.

—¡Psst… James!

Sin sus gafas era difícil decir, pero James apenas podía distinguir la cara de
Sirius a través del cuarto, que sobresalía entre las cortinas de su cama.

—¿Sí?

—Me alegro de que estemos juntos en Gryffindor.

James sonrió.

—Yo también.

El rostro de Sirius desapareció, y James se retiró y cerró las cortinas. Cuando se


acurrucó bajo las suaves y blandas mantas, sus pensamientos se desviaron hacia la
linda chica pelirroja que sabía estaba durmiendo justo al otro lado de la Torre de
Gryffindor. En secreto, estaba muy contento de que él y Lily estuvieran juntos en
Gryffindor, también.
Capítulo 4
El Marcado

James se despertó a la mañana siguiente con un sórdido ruido. Sentado en


posición vertical y poniéndose sus gafas, se preguntó si lo había imaginado. Un
golpe... ahí estaba otra vez.

Tiró de las cortinas de su cama para ver la cara soñolienta de Remus


contemplando el mismo sonido. Frank y Peter debieron haber ido a desayunar
porque sus camas estaban vacías, pero las cortinas de Sirius aún estaban cerradas.
Otro golpe sordo.

—¿Qué es eso? —bostezó Remus.

James saltó de la cama y en su ropa, casi tropezando con una tabla suelta
mientras corría fuera del dormitorio. El ruido sordo parecía venir de fuera de la
sala común. Mientras descendía la escalera, lo oyó de nuevo con más fuerza.

GOLPE.
Uno de los sillones esponjosos se elevó por el aire y estuvo a punto de
golpearle, yendo a parar fuertemente contra la pared.

—¡Mocosos primerizos! ¡Arriba, arriba, huevos y tocino!”

Un pequeño hombre con un sombrero tintineante, ropas extravagantes y una


corbata de color naranja chillón flotaba en el centro de la sala común. Él levantó
otra butaca esponjosa y la tiró a la pared, James se quitó hábilmente del camino
mientras el sillón chocaba contra la piedra, astillándose en todas direcciones.
Remus llegó zapateando en la escalera, seguido de cerca por un Sirius luciendo
extremadamente agotado e irritable.

—¿Cuántos más de ustedes se esconden ahí arriba? —el pequeño hombre se


rió. —Los mocosos primerizos que salgan de la cama, o tendrán que ser golpeados
justo en la cabeza.

—¡Peeves, sal de aquí o llamaré al Barón Sanguinario! —Kingsley había


aparecido a través del agujero del retrato.

—Muy bien Sr. Prefecto Perfecto... Le concederé su deseo en esta ocasión —


resopló riéndose, mientras se alejaba directamente a través de la pared.

—No importa Peeves —dijo Kingsley tranquilizando, reparando los muebles


rotos y devolviéndolos a sus lugares de origen. —Lo hace a todo el mundo. Si
vuelve, solo hay que pedirle a Nick Casi Decapitado que traiga al Barón
Sanguinario.

—¿Nick Casi Decapitado? —preguntó Sirius, luciendo un poco de profundo


horror.

—Sí —respondió Kingsley. —Es el fantasma de Gryffindor. Alto, delgado, con


la cabeza colgando de un hilo. Es difícil no reconocerlo. De todos modos, es mejor
que ustedes tres bajen a desayunar. La Profesora McGonagall está entregando sus
horarios de clase. No sería buena idea que llegaran tarde a su primera clase...
especialmente si es la de ella.

—¡Gracias Kingsley! —dijeron los chicos.


Remus lideró la marcha a través del agujero del retrato, entre los pasillos, y
abajo de siete tramos de escaleras temperamentales hacia el Gran Comedor. James
estaba agradecido de que Remus se acordara de cómo llegar hasta allí, porque si
fuera por él, no hubiera encontrado el Salón hasta la hora de almuerzo. Peter, que
ya estaba sentado en el extremo de la mesa de Gryffindor, les hizo señas, casi
botando su copa de jugo de naranja.

—¡Hola chicos, por aquí!

James, Remus y Sirius se sentaron a su alrededor, sirviéndose lo que quedaba


de desayuno.

—¿Ya recibiste tu horario? —preguntó Sirius densamente con la boca llena de


pan.

—Aún no —contestó Peter.

James se sirvió el tocino y miró más abajo a lo largo de la mesa. No lejos de allí,
Frank estaba sentado con Alice. Los dos parecían ya conocerse bastante bien. Un
poco más abajo, Lily estaba desayunando con Mary y Gwen. Los ojos de Gwen se
movieron hacia un chico guapo y mayor sentado cerca de ellas, posiblemente, de
tercer año. Ella dijo algo a las demás, y juntas rompieron en un ataque de risa. Las
niñas se reían de las cosas más tontas, pero Lily tenía una bonita sonrisa.

—James.

—¿Ah?

—¿Qué piensas?

—¿Qué pienso de qué?

Remus suspiró, aunque era evidente que estaba divertido por la distracción de
James.

—¿Con qué casa crees tú que tendremos clases?

—Oh —respondió James. —No lo sé. Supongo que lo averiguaremos en un


momento.
Él había visto a la Profesora McGonagall viniendo hacia ellos con unos
pequeños pergaminos cuadrados en la mano.

—Aquí están sus horarios —dijo ella, pasándoselos. —Los veré a las nueve en
punto —salió de la habitación para terminar de repartir el resto.

Sirius se quejó. —¿Cómo lo supe?

Se guardó el horario. Incluso a simple vista James lo pudo ver... la gran


mayoría de sus clases eran compartidas con Slytherin. Las cejas de Remus bajaron
hasta fruncir el ceño. —Tenemos Astronomía a la medianoche. No sabía que había
clases nocturnas en Hogwarts...

Fue interrumpido por una gran conmoción más abajo. Cientos de lechuzas
ingresaban al Gran Comedor por la abertura en el techo en una mancha de color
marrón, blanco y gris. Se lanzaron a baja altura sobre las cabezas de los estudiantes
y el grupo de profesores, dejando caer cartas y paquetes en las manos extendidas.

Una pequeña lechuza aterrizó frente a Remus para entregar El Profeta. Lo metió
en el bolso y le entregó un pequeño Knut de bronce. Del mismo modo que la
lechuza se fue, uno grande y blanco llegó, aleteando bajo sobre la cabeza de Sirius
para dejar un sobre rojo y cuadrado en su plato. James reconoció lo que era de
inmediato. Otros estudiantes también lo hicieron, porque ahora estaban saltando
de sus asientos y retrocediendo. Los ojos de Sirius se abrieron con diversión. —Oh,
esto va a ser rico...

—¡Sirius, eso es un vociferador! —chilló Peter.

—Lo sé —dijo Sirius, aparentemente sin preocupación.

—¿De quién es? —preguntó James.

El humo empezaba a salir de las esquinas del sobre. Más abajo en la mesa, Lily
parecía confundida, pero Mary se inclinó y se lo explicó. James se dio cuenta que
ella no había crecido como una bruja.

—Creo que sé exactamente de quién es —dijo Sirius con deleite. Buscó a tientas
para abrir el sobre tan rápido como pudo. En lugar de leerlo, lo colocó
grandiosamente en el centro de la mesa como un adorno. Lo ajustó
minuciosamente, como para situarlo perfectamente, pero luego, la voz
mágicamente amplificada de Walburga Black llenó el Gran Comedor.

—¡SIRIUS ORION BLACK!

Toda la actividad en el Gran Comedor cesó. Incluso Severus, quien tenía su


nariz en sus libros de pociones sobre la mesa de Slytherin, se detuvo a escuchar.
Peter se sumergió bajo la mesa. Sirius no parecía molesto en lo más mínimo. Muy
por el contrario, se veía positivamente encantado. El vozarrón continuó.

—¡¿CÓMO PUDISTE DEJAR QUE ESTO LE PASARA A NUESTRA FAMILIA,


VERGONZOSO E INGRATO NIÑO?! ¿ELEGIR UNIRTE A ESOS SUCIOS, VILES,
MESTIZOS E HIJOS DE MUGGLES?

Lily de repente parecía estar a punto de llorar. James no podía creer lo que
estaba escuchando. ¿De qué tipo de familia provenía Sirius?

—¡TU PADRE ESTÁ PENSANDO EN DESHONRARTE! ¡TU HERMANO


NUNCA HUBIERA COMETIDO UN CRIMEN COMO ESE CONTRA NUESTROS
ANTEPASADOS, CONTRA LA ANTIGUA, NOBLE Y DE SANGRE PURA CASA
DE LOS BLACK!

La mandíbula de Remus estaba boquiabierta.

—¡DESHONRA! ¡INSUBORDINACIÓN! —continuó la voz. —¡DEBERÍAS


ESTAR AVERGONZADO DE TI MISMO! ¡SI TIENES ALGO DE DIGNIDAD,
VERÁS AL DIRECTOR Y SOLICITA UN CAMBIO DE CASA EN ESTE
INSTANTE! ¡SI NO TIENES EL CORAJE, SR. GRYFFINDOR, ENTONCES TE
SUGIERO HACER TUS MALETAS Y ABORDAR EL PRÓXIMO TREN A CASA!

Con eso, la carta escupió una frambuesa en la cara de Sirius, y se rasgó a sí


misma en fragmentos que cayeron como confeti en lo que quedaba de su
desayuno. Sirius sonrió de forma amistosa, como si nada en el mundo pudiera
darle más satisfacción.

—Siempre es música para mis oídos escucharla hablar y hablar —suspiró.

Ayudando a Peter a subir a la mesa, James levantó la mirada hacia donde Lily
había estado sentada. Se había ido.
Sirius finalmente pareció registrar a todos quienes lo miraban en el Gran
Comedor. —¡Sólo quería estar seguro de que todos estaban despiertos! ¿Quién
tiene ánimo de aprender?

Con una sonrisa confiada, se tomó el resto de su jugo de naranja.

A las nueve en punto, el tropel de chicos de primer año de Gryffindor y


Slytherin entraron en el aula de Transformaciones en el segundo piso. James,
Sirius, Remus y Peter se sentaron en la última fila. Sirius rió. —Hey, miren quién
viene.

Severus acababa de entrar en el aula, con la nariz ganchuda que sobresalía de


entre los hilos de pelo negro y grasiento.

—Hola, Quejicus —dijo Sirius con altivez.

Severus se burló de él —Black... ¿Has recibido una carta de Mamita esta


mañana?

—Sí, ¿no podrías decir cómo estaba absolutamente encantada de no


confraternizar con bolas de grasa como tú?

James y Peter se rieron, junto con algunos estudiantes alrededor. Remus abrió
su Profeta.

Los oscuros ojos de Severus se estrecharon. Se quemaban con odio antes de que
se inclinara peligrosamente cerca de Sirius. —Tú y tus pequeños amigos creen que
son muy astutos —siseó. —Conseguirán que los expulsen antes de aprender
hechizos de levitación... y dile a tu amigo Potter que puede mirar a Lily Evans todo
lo que quiera, pero ella prefiere ordeñar un erumpent antes que pasar el rato con
él. Ella sabe reconocer a un mago real cuando ve a uno.

Antes de que James tuviera tiempo de preguntarse qué era un erumpent,


Severus se fue para sentarse con Lily. Sirius miró inquisitivamente a James.

—No sé lo que está dicien... —comenzó a decir James, pero fue salvado por la
Profesora McGonagall, que entró al aula con aspecto pálido y ligeramente
sacudido. Remus sacó un pergamino para tomar notas de debajo del Profeta.
—Bienvenidos a Transformaciones —dijo agitando su varita y con gran pericia
transformando la lámpara de su escritorio en un flamenco, quién graznó con
asombro al descubrir que ya no era una lámpara, saltó de la mesa y corrió hacia la
puerta, donde escapó hacia el castillo. James se preguntó si este tipo de cosas
sucedía con frecuencia en Hogwarts.

—No perderé nada de tiempo en advertirles que la Transformación es de los


temas más difíciles pero importantes que estudiarán en Hogwarts. Si se manipula
o se intenta engañar, los resultados pueden ser desastrosos... hasta fatales. Y por
eso, no toleraré ninguna payasada o bobada en este salón.

Severus lanzó una mirada a Sirius y James, claramente retándolos a probar la


paciencia de la Profesora McGonagall.

—Hoy —continuó —Vamos a aprender un simple Hechizo de Cambio de


Color.

Ella movió su varita y la palabra "Colorocambium" apareció en la pizarra. Luego,


la misma palabra apareció fonéticamente debajo de ella. Los estudiantes copiaron
ambas palabras en sus notas.

—Repitan conmigo: Colorocambium.

—Colorocambium —murmuró la clase.

La Profesora McGonagall asintió. —Bien. Asegúrense de decirlo firmemente,


como lo que significa. Ahora, pronto aprenderán que los hechizos se caracterizan
por diversos movimientos de la varita. El Hechizo simple de Cambio de Color sólo
requiere que su varita esté orientada hacia el objeto que desea cambiar de color. La
parte difícil, sin embargo, es enfocar su mente en el color que se elija.

Ella apuntó su varita hacia la pizarra. —Colorocambium —dijo con claridad.

Se cambió de negro a aguamarina.

—Van a tomar una fresa de la canasta de mi escritorio, y tratar de convertirla a


este color. Voy a adjudicarle diez puntos a la casa del primer estudiante que logre
convertir su fresa en el color de la pizarra.
Hubo mucho forcejeo y raspaje cuando todo el mundo se apresuró a tomar una
fresa. Remus se levantó y trajo cuatro.

—¡Colorocambium! —le gritó a su fresa. No pasó nada. —Oops, me olvidé de


concentrarme en el color...

Peter estaba mirando su fresa con avidez.

Otros estudiantes alrededor del salón estaban hurgando o golpeando a sus


fresas, pronunciando mal el hechizo, o de otra manera no concentrándose lo
suficiente. Severus apuntó con su varita a la fresa frente a él, pero confundido, la
convirtió en un color verde enfermizo. James miró hacia un lado y vio que la varita
de Sirius estaba apuntada hacia la fresa de Severus en vez de la suya.

—¿Qué? —dijo riéndose a la defensiva. —Estaba divirtiéndome un poco con


nuestro nuevo amigo.

—¿Realmente elegiste ese color? —preguntó James, impresionado.

—Sí, pensé que sería un buen reflejo de su tono de piel.

—¡Si puedes hacer el hechizo, hazlo correctamente en tu propia fresa y


consíguenos algunos puntos para nuestra casa! —James le instó.

Sirius se alisó el flequillo de los ojos y dirigió la punta de su varita a su propia


fresa. —Colorocambium —dijo con pereza.

La fresa se convirtió en color agua marina tal como la pizarra. Al darse cuenta
de que no había intentado siquiera el hechizo por él mismo, James decidió probar
suerte también. Para su deleite, su éxito coincidió con el de Sirius.

La Profesora McGonagall pasó sobre ellos, sonriendo con orgullo. —¡Fantástico


trabajo, muchachos! Eso puede que haya sido más rápido que cualquiera de mis
estudiantes que manejan el Hechizo de Cambio de Color. ¡Diez puntos para
Gryffindor! Si se sienten aventurados, pueden intentarlo con los objetos en el salón.

James podía decir que ella estaba encantada por dentro de que estudiantes de
su propia casa hayan recibido los puntos. Severus se dio la vuelta, con el rostro
lleno de furia. Incluso Peter parecía tener un poco de envidia. James, recordando
que el Sr. Ollivander había dicho que su varita era buena para Transformaciones,
no podía dejar de estar satisfecho consigo mismo.

Sirius ya estaba apuntando su varita alrededor de la habitación, transformando


pergaminos en violeta, lechuzas disecadas en rojo y la ropa de James de negro a
amarillo soleado. Pronto, otros estudiantes lo pillaron. La fresa de Frank
Longbottom estaba sólo a una sombra de estar aguamarina, y Remus, después de
algunos intentos fallidos, logro igualar la suya a la pizarra. Una vez que Lily logró
realizar el hechizo, trató de ayudar a Mary, Gwen y Severus. A juzgar por las
miradas de Mary y Gwen, no estaban felices de que Severus se uniera a ellas.

Peter todavía estaba luchando con el hechizo. Se estaba agitando más y más, y
su fresa había empezado a hincharse en proporción a su frustración. Creció hasta el
tamaño de una sandía antes de que Remus interviniera. —Peter, no es necesario
mover tu varita en lo absoluto. Sólo mantenla quieta, así.

Le mostró a Peter la forma correcta de hacerlo. James iba a hacer una


sugerencia, pero entonces se distrajo con algo que se estaba moviendo bajo el
pergamino que contenía las notas garabateadas por Remus. Tiró de esta y
descubrió que era una fotografía del Diario El Profeta. En la primera plana, tal cual
había visto en el Profeta que estaba sobre su mesa de cocina en julio pasado, un
cráneo brillante estaba impreso con una serpiente de humo saliendo por su boca.

—Esa es la Marca Oscura —dijo Sirius con una voz lo suficientemente baja para
que nadie pudiera escuchar.

—¿La qué?

— La Marca Oscura. Oí a mis padres hablar de ello antes de venir a Hogwarts.


Es la señal que el Señor Oscuro y sus seguidores ponen en el cielo cada vez que
matan a alguien.

James se sintió estúpido. No había oído mucho o nada sobre el Señor Oscuro.
—¿Quién es él? ¿Qué es lo que quiere?

Sirius parecía sorprendido de que James no supiera de él — Su nombre es... —


miró a su alrededor para asegurarse de que nadie lo estuviera escuchando antes de
continuar en un susurro muy bajo. —Su nombre es Voldemort, pero mucha gente
tiene miedo de decir su nombre.

James recordaba a su padre hablando de un mago oscuro el día que llegó su


carta. No había mencionado el nombre del Señor Oscuro, pero James encontraba
difícil de creer que su padre pudiera tener miedo de algo.

—Odia a los Muggles —continuó Sirius —y a los hijos de Muggles. Él piensa


que hay que deshacerse de todos ellos.

—¿Tus padres están de acuerdo con eso?

—¿No podrías adivinarlo por mi carta esta mañana?

James sintió que se le encogía el estómago. —¿Estás de acuerdo con eso?

Sirius puso sus ojos en blanco. —¿No podrías adivinarlo por lo feliz que estaba
de entrar a Gryffindor?

Sintiéndose mejor, James miró el artículo bajo la foto del Profeta.

ASESINATO DE EX—MAESTRA DE HOGWARTS

El cuerpo de la ex profesora de Hogwarts Anna Meezerly fue descubierto en su


casa anoche. Víctima de la Maldición Asesina, la Marca Oscura fue convocada
encima de su casa un poco después de su muerte, una indicación de que un
determinado individuo y sus seguidores han reivindicado la autoría del crimen. El
grupo emitió la última Marca Oscura en julio, después del asesinato de la famosa
vidente Cassandra Trelawney. Fuentes anónimas dicen que el símbolo macabro
también aparece en el antebrazo izquierdo de los seguidores del susodicho, que se
rumorea que se llaman "Mortífagos".

Anna Meezerly enseñó Defensa Contra las Artes Oscuras en Hogwarts, y era
muy querida por sus alumnos y miembros del personal. Sus contribuciones al
estudio de los artefactos mágicos oscuros fueron de gran valor para la comunidad
mágica, página 4, en el interior.

James se sorprendió no haber oído acerca de esto. Ahora sabía por qué la
Profesora McGonagall parecía estar tan afectada. Sirius, que también había
terminado de leer el artículo, mordió la punta de su varita en contemplación. —
¿Por qué mataron a Anna Meezerly? La familia Meezerly es sangre pura. Ella debe
haber hecho algo que los ofendió...

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando el periódico que estaban


leyendo se convirtió rápidamente en color naranja. Peter, con la ayuda de Remus,
finalmente había aprendido el Hechizo Cambio de Color.

Después de Transformaciones estaba Encantamientos. El pequeño profesor,


quien tenía que pararse en una pila de libros para ser visto, se presentó como el
Profesor Flitwick, el jefe de la casa Ravenclaw. Después de una lección sobre
hechizos de levitación, James y Sirius se vieron frustrados al ver que
Encantamientos no era tan fácil para ellos como Transformaciones lo fue. James se
sintió un poco mejor cuando vio que Severus estaba luchando tanto como él. Lily,
por el contrario, se encontró particularmente adaptada a Encantamientos. Tan
pronto como el Profesor Flitwick dijo a la clase que intentaran el encantamiento de
levitación por sí mismos, con un movimiento de su varita, la pluma de Lily estaba
subiendo hacia el fondo del techo antes de que cualquier otro estudiante siquiera
pudiera levantar su pluma. Parecía estar gratamente sorprendida consigo misma.

Después de Encantamientos había Herbología. El aire caliente todavía olía a


verano, mientras los de primer año de Gryffindor y Slytherin salieron a campo
abierto camino a los invernaderos. Justo cuando iban pasando por la orilla del lago,
un grupo de sexto año de Slytherins regresaba al castillo en dirección contraria a
ellos. Al frente del grupo, pavoneándose como un príncipe, estaba Lucius Malfoy.
Su medalla captaba la luz matutina como una joya verde y plateada. James se
preguntó si se quedaba en la noche a pulirla.

—Lucius, ¿Por qué lo plantaron? No estaba ahí el año pasado —uno de


Slytherin le preguntó.
—No tengo la más mínima idea de cuál es el punto de esto, pero si me
preguntan es una monstruosidad —dijo arrastrando las palabras. —Mi padre se
disgustará por lo que le han hecho a este lugar.

Una delicadamente hermosa pero presumida chica de pelo rubio y ojos azules
iba agarrando su brazo. Miró por encima del hombro a James mientras pasaban.

La frente de Remus se frunció sin comentarios, pero Sirius los miró irse antes
de mirar a James.

—La chica que iba del brazo de Malfoy es mi prima, Narcissa Black.

—Parecía amable —comentó James con sarcasmo.

Sirius rió. —Tú sabes lo agradable que es mi familia.

Llegaron fuera de las puertas dobles del Invernadero. Un alto mago, con las
mangas de su túnica enrollada y el pelo recogido en una cola les dio la bienvenida,
y se presentó como Caradoc Dearborn, el jefe de Hufflepuff. Mientras él se
sumergió en una larga y aburrida orientación del invernadero y las plantas de
adentro, Sirius entabló un juego de tratar de tirar semillas de Lazo del Diablo a la
capucha de la túnica de Severus. James tuvo que morderse la lengua para no reírse
en voz alta cada vez que uno fallaba y lo golpeaba en la nuca (Severus miraba
alrededor, pero no podía averiguar de dónde venían). En un primer momento,
Remus trató de animarles a prestar atención, pero tuvo que dar pie atrás cuando
Peter, que estaba parado justo detrás de él, comenzó a estornudar sin control hacia
su nuca. Resultó que Peter era alérgico a casi todas las plantas en la habitación.

Después de la orientación, se apresuraron a entrar de vuelta al castillo para


conocer al profesor de Historia de la Magia, un viejo fantasma sibilante llamado
Profesor Binns. Al ser un fantasma, era incapaz de recoger un pergamino que tenía
la lista de la clase, por lo que comenzó haciendo que cada estudiante se presentara
a sí mismo. Tomó todo el período, porque el Profesor Binns resultó que era un
poco sordo y no podía encontrar la manera de pronunciar el nombre de nadie
correctamente. En particular, estuvo entre cuatro y cinco minutos con Remus,
ofreciendo nombres divertidos en alternativa a su apellido.
Al mediodía, todos se sentaron a almorzar en el Gran Comedor y conversaron
sobre las clases de la mañana. Después de un breve descanso, era hora de Pociones.
La temperatura descendió de manera constante, junto con la cantidad de luz
mientras los chicos de primer año de Gryffindor y Slytherin bajaban hacia las
mazmorras, portando sus calderos, kits de pociones y libros.

Fuera del salón de Pociones, un hombre bajo con panza y un enorme bigote
como de morsa se presentó como Horace Slughorn. Los hizo entrar en un aula
llena de mesas y bancos de piedra. A medida que se balanceaba sobre las puntas
de sus pies frente a la clase, los botones dorados de su chaleco parecían
amenazadoramente a punto de estallar.

—Hoy, empezaremos con una poción de envejecimiento. Nada muy fuerte,


solo lo suficiente como para envejecer unos dos o tres días más. Los ingredientes e
instrucciones están en la pizarra, así como también en la página dieciséis de sus
libros. Por favor asegúrense de medir la cantidad justa de bundimun, o a alguno le
puede brotar algo de pelo corporal bastante desagradable.

Los estudiantes comenzaron a medir el hongo verde con sus básculas de


bronce mientras Slughorn caminaba entre las filas, supervisando y ocasionalmente
comentando.

—Eso es demasiado athelas, Casta. Sólo dos o tres raíces. Karl, sostenga el
cuchillo correctamente, ¡no es una espada! Oye tú, ¿Qué demonios estás haciendo?

Severus se congeló, justo al medio de la pulverización de un hongo de color


verde oscuro.

—Hijo, no dice que debas aplastar el bundimun en mis instrucciones, o en el


libro.

—Lo siento, señor —Severus tiró el bundimun lejos, pero cuando Slughorn le
dio la espalda para hablar con Frank, secretamente lo dejó caer en su caldero, y el
contenido cambió a un color intenso azul real. Se inclinó sobre su libro con una
pluma y escribió unas notas al margen.

Slughorn se paró sobre el caldero de Lily, sólo dos filas por delante de James —
¿Cuál es tu nombre querida?
—Lily Evans —respondió ella, dejando caer el bundimun dentro de su caldero
que recién había pesado. También se profundizó a un azul real, aunque menos
vibrante que Severus.

—Eres buena en pociones. ¿Por casualidad estás relacionada con Garrick


Evans, el inventor del gira-tiempo?

—No señor, al menos, no creo que lo esté. Verá, soy nacida de muggles.

Los ojos de Slughorn parecieron salirse ligeramente por la sorpresa.

—Bien entonces. Buen trabajo Lily, tengo curiosidad de ver qué más puedes
hacer —luego, pillando a James con la guardia baja, caminó hacia ellos.

—Sirius Black, he tenido a toda la familia Black que han pasado por Hogwarts
en la casa Slytherin con excepción de ti, un poco vergonzoso, ¿no es así? De todas
formas, conocí a tu padre, Orion. Gran maestro de pociones, descendiente de
Proditus Black, inventor de la Poción Multijugos. Es una lástima que tu padre no
continuara haciendo pociones después de que dejó Hogwarts.

Sirius forzó una sonrisa y dejó caer un puñado de bundimun en su caldero


humeante. El contenido se volvió negro, desprendiendo un ligero olor a pelo
quemado. Peter dio un paso hacia Remus, que estaba leyendo su libro de
Astronomía mientras distraídamente revolvía el contenido de color azul claro en
su caldero. La cara de Slughorn cayó hacia el desastre negro burbujeante delante
de Sirius. Dio un vistazo a James y la decantación púrpura delante de él, y sin decir
una palabra más, se alejó a hablar con dos Slytherins de pelo color chocolate y piel
de porcelana.

—Esos son Van Vlecks —murmuró Sirius a James. —Vienen de otra familia de
sangre pura. Son gemelos... Dorian y Neysa. Primus, Aniceto y Aelia juegan en el
equipo de Quidditch de Slytherin. También tienen una pequeña hermana llamada
Persephone, pero no vendrá a Hogwarts hasta dentro de dos o tres años.

—¿Cómo sabes todo esto? —preguntó James.

Sirius se encogió de hombros. —Las familias de sangre pura conocen a otras


familias de sangre pura —respondió con sencillez. —Mi madre tenía la esperanza
de que al crecer me casara con Neysa, pero creo que ahora me conoce un poco más
desde ahora.

Hacia el final de la clase, sólo dos estudiantes lograron hacer la poción


correctamente: Lily, y para sorpresa de Slughorn, Severus.

—Interesante tipo, Slughorn —James comentó mientras él, Sirius, Remus y


Peter subían apresuradamente los escalones de las mazmorras hacia la cálida
planta baja.

—El Profesor Slughorn tiene favoritos —dijo Sirius arrugando la nariz con
disgusto. —Mi padre solía estar en su pequeño "Club Slug". Tiene un don para
encontrar a estudiantes que están bien conectados y con talento, y luego da
pequeñas fiestas del té para asegurarse de que lo recuerden cuando lleguen a ser
ricos y exitosos.

—Me pregunto cómo será el Profesor Turnbill —dijo Peter.

—Ya veremos —señaló James.

Se unieron a la fila de estudiantes fuera de la sala de Defensa Contra las Artes


Oscuras, donde todo el mundo estaba emocionado zumbando por el Profesor
Turnbill.

—He oído que viaja por todo el mundo con su hermano, buscando un tesoro
para el Ministerio —Frank le estaba diciendo a Alice.

Cerca de ahí, Gwen estaba hablando con Casta y Polluxa Fane, las hermanas
rubias idénticas de Slytherin. También parecían idénticamente bobas, trenzando su
pelo distraídamente mientras mascaban el Mejor Chicle de Drooble. El día de hoy
sus cabellos estaban peinados exactamente igual, por lo que James no podía
distinguirlas.

—A los de sexto año les contó sobre lethifolds —estaba diciendo Gwen. —
¡Incluso les mostró fotos que tomó de uno en Borneo!

—Wow, leatherfolds... —dijo una de las hermanas.

—Sí, creo que leí sobre eso en Bruja Adolecente —agregó la otra hermana. —Son
el último grito en Japón en este momento.
En ese momento, la puerta se abrió, y el Profesor Turnbill salió. Vestido con
ropas verdes que cubrían con gracia su cuerpo delgado, estaba usando las mismas
botas de montaña que la noche anterior.

—Eso es lethifolds, Casta —dijo dándole una sonrisa amistosa. —Y no son un


tipo de ropa exótica, Polluxa. Son criaturas oscuras que pueden ahogarte en sueños
y digerirte sin dejar rastro.

A medida que el chicle se caía de las bocas abiertas de Casta y Polluxa, se giró
hacia Gwen.

—Y eso es correcto Gwen, di una conferencia a los estudiantes más grandes


sobre las bestias oscuras de hoy en día. Su hermana debe haberle contado.
Infortunadamente, lethifolds no son parte del curriculum de primer año.

Hubo un gemido colectivo del grupo.

—No se preocupen, no se preocupen —rió Turnbill, motivándolos a entrar —


tenemos una lista muy interesante de nuestros propios temas para aprender este
año.

Los estudiantes llenaron el salón y tomaron asiento, mirando con asombro


todas las fotografías en movimiento en las paredes. La mayoría de ellas
representando el recorrido del Profesor Turnbill en todo el mundo. James y los
otros se sentaron cerca de la pared en el fondo de la clase, junto a una foto del
Profesor Turnbill posando con lo que parecía una tribu sudamericana. Tenía en la
mano una estatua de oro de un águila.

—Parece que tiene su estilo, ¿no es así? —comentó Sirius.

Una vez que todos se sentaron, el Profesor Turnbill se dirigió a la parte


delantera de la sala para hacer frente a los estudiantes, con los ojos brillantes y con
ganas.

—Dumbledore amablemente me ha presentado, pero aquellos que como yo


sufren de una mala memoria para los nombres, soy Edrian Turnbill. Como pueden
haber adivinado, soy buscador y coleccionista de artefactos históricos raros y soy
especialista en la identificación de elementos que ocultan magia negra.
Justo en ese momento, la puerta trasera del aula se abrió, y Lily y Severus
entraron. Turnbill les indicó que pasen con el ceño fruncido. —Solo porque esta es
la primera clase voy a dejar pasar esto, pero normalmente no tolero que los
estudiantes lleguen tarde.

—Por favor señor —Lily se adelantó y le entregó una nota. —El Profesor
Slughorn nos pidió que nos quedáramos un momento después de pociones. No
sucederá nuevamente.

Turnbill leyó rápidamente la nota.

—Todo bien. Por favor tomen asiento en la parte de atrás.

Los únicos asientos disponibles en la parte de atrás eran uno junto a Sirius, y
uno entre Mary y Gwen, dónde Lily se sentó rápidamente. Mirando como si
prefiriera sacarse sus ojos con un fierro caliente, Severus a regañadientes dejó su
mochila y se sentó junto a Sirius, quién parecía igual de disgustado.

—Aunque debo advertirles que habrá días que solo tomaremos notas, el día de
hoy tendremos una clase práctica para conocerse entre sí —Turnbill señaló una
pila de cosas frente a su escritorio que parecían basura Muggle. Había viejos
zapatos deportivos, regaderas, libros y juguetes.

—Hay veintiún artículos aquí, uno para cada estudiante. De estos veintiún
objetos, tres están maldecidos con magia negra oculta.

Peter dio un chillido de miedo. Turnbill se giró hacia su dirección —¿Cuál es su


nombre?

—Peter Pettigrew.

—Bueno Peter —dijo tranquilizadoramente —no hay necesidad de


preocuparse. Ninguno de esos objetos te atacará. Solamente contienen secretos.

Peter suspiró con alivio cuando Turnbill movió su varita y con hechizos e
instrucciones aparecieron las pizarras alrededor del salón.

—Hay detectores de magia negra sobre las mesas. Me gustaría que cada uno de
ustedes seleccione un objeto y prueba todos los detectores en él —levantó lo que
parecía una antigua antena de televisión. —Solo tengo un sensor secreto, así que
por favor sean amables con él y esperen su turno. No lo olviden, también hay
hechizos escritos en las pizarras que ordenan al objeto a revelar sus secretos.
¿Alguna pregunta? ¡Muy bien, manos a la obra!

Los estudiantes se lanzaron hacia delante para tomar los elementos de la pila.
Sirius tomó una pelota de béisbol y James tomó un diccionario que le faltaba un
buen número de páginas. Remus ya estaba realizando hechizos en una vieja bota,
mientras que Peter pasó el sensor secreto por alrededor de un feo oso de peluche
que le faltaba un ojo. Al otro lado de Sirius, Severus estaba examinando cada
pulgada de un collar de latón con un objeto que parecía una lupa multi-lente.

— Es interesante, Turnbill, ¿verdad? —preguntó Remus a James.

—Sí, quiero saber más acerca de a dónde va y lo que hace —respondió James.

Sirius estiró el cuello para tener una mejor vista de él.

—¿Vieron durante el banquete que tiene un tatuaje en su brazo? —dijo. —Es


una pena que tenga las mangas abajo, me gustaría poder ver lo que es.

Después de unos minutos, Alice descubrió que en su candelabro había magia


oscura oculta. Pronto se le unió un chico de Slytherin llamado Karl Rosenblatt,
cuyo tenedor oxidado hizo que el sensor secreto se descomponga. Karl puso el
sensor secreto de nuevo sobre la mesa, y al momento que Sirius iba a tomarlo,
Severus se lo arrebató. Por un momento Sirius parecía que iba a decir algo enojado,
pero luego recuperó la calma. —Bonito collar, Quejicus. Si lo usas, te verás más
como una chica de lo que te ves ahora...

James, Peter y los estudiantes cercanos se rieron a carcajadas. Incluso Lily rió
sobre el viejo cepillo plateado frente a ella.

Quizás fue porque todos se rieron, o quizás tenía más que ver con el hecho de
que Lily lo hizo, pero la piel cetrina de Severus se oscureció en una fea sombra
rojiza. En un instante, él tenía su varita en la mano, apuntando a Sirius que se
había dado vuelta.

—¡Corpomorsus!
—¡NO! —James se lanzó hacia Severus justo cuando él lanzó el hechizo,
haciendo que fallara y chamuscando la pared a un par de pulgadas a la izquierda
de Sirius. Casta y Polluxa Fane chillaron y saltaron fuera del camino cuando
aterrizaron con fuerza en el frío suelo de piedra.

—¡Nunca... NUNCA maldigas a mis amigos cuando estén de espalda! —gruñó


James a su grasiento oído.

Alguien repentinamente lo alejó. Severus se quedó en el suelo, su pecho


agitado con cierta repugnancia.

—¿Qué está pasando aquí? —exigió Turnbill.

James temblaba de rabia. —Intentó lanzar un hechizo punzante a Sirius cuando


estaba de espalda.

El labio de Severus se curvó —Potter le dijo "Sangre sucia" a Evans.

Una ronda de susurros y jadeos de asombro recorrió la sala. Después de un


momento, ella entendió que la palabra era un insulto grave, los ojos verdes de Lily
se estrecharon. —¡James Potter, eres un matón y un desgraciado, igual que tus
amigos!

Con eso, ella recogió sus cosas y se trasladó a una mesa en el otro lado de la
habitación. La frente del Profesor Turnbill se arrugó mientras miraba entre Severus
y James.

—No puedo permitir niñerías como estas que interrumpan mi clase —dijo de
manera uniforme. —Diez puntos menos para cada casa y ambos recibirán castigo.
Después de la cena mañana por la noche, en mi oficina.

James y Severus intercambiaron miradas amotinadas mientras Turnbill se


dirigía al resto de la clase —Vuelvan a trabajar... no hay nada que ver aquí.

Después que se encontró el último elemento oscuro, una tetera que hizo que
uno de los lentes de la lupa se rompiera, la clase se terminó. Mientras se colgaba la
mochila al hombro, James se sintió terrible... no porque él fue condenado a
detención con Severus, sino porque Lily pensó que la había llamado con ese
nombre horrible.
Sirius le dio una palmada en la espalda a los pocos minutos, mientras ellos
traspasaban a través del agujero del retrato hacia la sala común de Gryffindor.

—Hey, gracias compañero —dijo sinceramente. —Gracias por cuidar mi


espalda. Ese repugnante hechizo punzante realmente habría dejado una marca.

Una marca. James se detuvo en seco. Remus se dirigió directamente hacia él y


Peter se dirigió directamente a Remus.

—Una marca... Sólo me recordó. ¡La Marca Oscura! —James se llevó una mano
a la frente.

—Caray James, no digas eso muy fuerte —advirtió Peter, mirando a su


alrededor con nerviosismo.

—La Marca Oscura en el periódico de hoy, ¿Qué es lo que tiene que ver con
todo esto? —preguntó Remus, tirándoles a un lado para que otros estudiantes
pasaran a través del agujero del retrato.

—Turnbill tiene un tatuaje, ¿no es así? —dijo James con atención, mirando
desde una cara incrédula a otra. —Él tiene un tatuaje y es en un antebrazo
izquierdo. Ninguno de nosotros sabe lo que es. El artículo decía que los...
seguidores de Voldemort tienen una Marca Oscura en su antebrazo izquierdo. No
creen que podría ser un Mortífago, ¿verdad?

Todos miraron de forma contemplativa. Por fin, Remus rompió el silencio.

—James, ¿crees que realmente se habría sentado en la mesa de profesores


mostrando su marca oscura? Dumbledore estaba sentado a pocos pies de distancia.
Cualquier persona en la mesa de personal podría haberlo visto.

Sirius saltó rápido en defensa de James.

—Pero sólo lo vimos durante una fracción de segundo cuando él saludó a


todos. Por el resto de la noche, su manga lo estaba cubriendo. Desde ese punto de
vista, las únicas personas que podrían haber visto el tatuaje fueron los estudiantes.
¡Nadie en la mesa de los profesores habría sido capaz de verlo!
—Honestamente, Sirius, ¿Crees que Dumbledore sería tan tonto como para
contratar a un Mortífago? —discutió Remus. —¡Él es el mago más grande de esta
era!

—¡Bueno, quién sabe! —dijo Sirius a la defensiva. —Mis padres dijeron que los
Mortífagos están en todas partes en estos días. Están infiltrando casi todos los
equipos mágicos en el país. Están incluso en el Ministerio de Magia ahora. ¿Por
qué no iban a enviar a alguien a Hogwarts?

—Tus padres parecen saber mucho acerca de Mortífagos —murmuró Remus.

James se mordió el labio. —Sirius —dijo lentamente, tratando de ser lo más


discreto posible —¿tus padres son Mortífagos?

—¡No! —escupió Sirius, pero luego su expresión desafiante perdió intensidad.


De repente, parecía inseguro. —Quiero decir, bueno, al menos... no creo que lo
sean —dijo en voz baja. Se metió las manos en los bolsillos y golpeó el suelo con la
punta de su zapatilla.

Remus levantó las cejas. —No pareces tan seguro, amigo.

El color de repente inundó las pálidas mejillas de Sirius. —Bueno si no te


habías dado cuenta, Remus, mis padres y yo no somos exactamente cercanos.

Peter se movió incómodo. Remus pareció darse cuenta de que había cruzado
algún tipo de línea. La mano de Sirius estaba en su varita, y su mandíbula se
endureció con tanta fuerza que parecía que estaba luchando por contener las
lágrimas.

—Está bien, eso es suficiente. —dijo James rápidamente, poniéndose entre los
dos —Está claro que Sirius no lo sabe, e incluso si son Mortífagos, está de nuestro
lado. Por lo tanto, ni siquiera importa, ¿está bien?

Sin decir nada más, Sirius irrumpió por las escaleras hasta los dormitorios de
los muchachos.

—¿Qué fue todo eso? —preguntó Peter.

Remus lo vio alejarse. —Tal vez debería ir a pedir disculpas— dijo. Una puerta
se cerró de golpe en alguna parte de arriba.
—Creo que sólo necesita un poco de espacio —dijo James. —Quedémonos aquí
abajo. Lo veremos en la cena.

Las clases terminaban, y más estudiantes pasaban por el agujero del retrato.
James y Remus entablaron un juego de Ajedrez Mágico, pero parecía que ninguno
de ellos podía mantener su mente en el juego. La cabeza de James estaba llena de
pensamientos acerca de Turnbill y la marca misteriosa de su brazo. Ya sea si
Remus creía que era un Mortífago o no, James decidió mantener una vigilancia
mucho más cerca de él... a partir de la detención de la noche siguiente.
Capítulo 5
El Báculo de los Tiempos

Después de su arrebato en la sala común, Sirius estuvo inusualmente tranquilo.


No se presentó a cenar esa noche, y en la clase de Astronomía (a la medianoche de
esa noche), ubicó su telescopio al otro lado de la torre, lejos de James, Remus y
Peter. Su mal humor también se extendió a las clases de la mañana siguiente.
Durante la mayor parte del día, no habló a menos que fuera absolutamente
necesario, y aun así, fueron sólo una o dos palabras a la vez.

A las cuatro en punto de la tarde, luego de Defensa Contra las Artes Oscuras,
los Gryffindor y Slytherin de primer año se apresuraron hacia el campo de
Quidditch para su primera lección de vuelo. Una vez que las escobas de la escuela
(las cuales habían estado mucho mejor en otros días) fueron distribuidas, y a James
se le permitió levantarse de la hierba, estuvo encantado de descubrir que no era el
peor en clase de Vuelo… en realidad era todo lo contrario. A él no se le escabullía
la escoba para atrás como a Remus, ni se le movía erráticamente alrededor como a
Sirius, o se le quedaba suspendida al revés como a Peter.

El peor en clase de Vuelo, por mucho, fue Severus, quien incluso no pudo
descifrar cómo montar su escoba correctamente. Primero se puso en frente en la
dirección equivocada, y el extremo erizado de la escoba se inclinó hacia arriba y le
dio un golpe en plena cara. Entonces, después de que se las arregló para averiguar
de qué manera era hacia delante, al parecer no pudo conseguir que la escoba se
levantara del suelo. De hecho, James pensó que vio a Severus estrellarse contra el
suelo más veces de lo que lo vio despegarse del mismo. Sirius, en particular,
pareció estar disfrutando del espectáculo, y por suerte, al final de la lección,
parecía casi totalmente él mismo de nuevo.

Mientras caminaban golpeados y magullados de regreso al castillo, con Sirius


charlando sobre un golpe particularmente duro que Severus había recibido en su
trasero, James trató de llamar la atención de Lily. Ella debió haber sabido lo que él
estaba tratando de hacer, porque de repente aceleró el paso, entablando una
intensa conversación con Gwen mientras lo hacía. Todo el día James había estado
tratando de encontrarse con ella a solas. Quería explicar apropiadamente lo que
pasó en Defensa Contra las Artes Oscuras el día anterior, pero ella parecía decidida
a evitarlo. No fue hasta la cena que finalmente logró arrinconarla.

—¿Lily? —James se sentó a su lado en la mesa. Ella rápidamente se puso de pie


y se colocó el bolso sobre su espalda. —Lily espera, quiero disculparme.

Tal vez sonó bastante patético por hacer que ella sintiera pena por él, porque se
detuvo y esperó, aunque todavía no lo miraba.

—¿No tienes una detención qué cumplir? —preguntó con frialdad.

—Sí, es por eso que estoy aquí temprano, —dijo James, sintiéndose contento de
que había venido sin Sirius, Remus o Peter. En realidad, era su primera vez que
hablaba con Lily, y se sentía bastante nervioso.

—Bueno, entonces dime lo que quieres decir, —dijo con enfado.

—Sólo quería decirte que yo no te llamé Sangre Sucia, —dijo James


rápidamente, las palabras cayendo de su boca en un apuro. —Realmente le dije a
Severus que no maldijera a mis amigos cuando dieran la espalda.

Lily frunció el ceño y lo miró larga y detenidamente, tratando de decidir por sí


misma si estaba diciendo la verdad. Entonces, para alivio de James, su expresión se
suavizó.
—Tenía la sensación de que no lo hiciste. Simplemente ha sido duro. Nunca
supe cómo miran a la gente como yo por aquí.

—Sólo por esos Slytherin podridos.

Los ojos de James se movieron hacia la mesa de Slytherin. Severus, todavía


desaliñado y amoratado de las lecciones de vuelo, estaba mirándolo de modo
penetrante sobre su plato. Lily se apresuró a salir en su defensa.

—¡Tendrás que saber que mi mejor amigo es un Slytherin, y no creo que él


piense que soy inferior!

—¿Además, por qué eres amiga de él Lily? —preguntó James, odiando más a
Severus a cada minuto. —¡Él es vil y mentiroso! Tienes que ver que... ¿estás segura
que él no te lanzó una poción o algo así?

—¡No! —ella respondió con enojo, cruzando sus brazos frente a su pecho. —¡Y
no es asunto tuyo con quién me junte!

Ella de repente giró sobre sus talones y se alejó, justo cuando Sirius, Remus y
Peter llegaron. Ellos se sentaron en el banco alrededor de James.

—¿Qué fue eso? —preguntó Sirius, mirándola alejarse.

—Nada, —murmuró James. —Sólo quería preguntarle algo de clase.

Sirius y Remus intercambiaron miradas de complicidad.

—Oh, ya basta. No es como si yo... yo no…

Remus se adelantó a cambiar de tema.

—¿Estás listo para tu detención con Turnbill? —preguntó. —Me pregunto qué
te va a poner a hacer.

—Tal vez te va a poner hacer planas, —Sirius sugirió. Levantó la mano y fingió
escribir en el aire. —No... atacaré... a… grasientos ... cretinos.

Todos se rieron. James se alegró de escuchar a Sirius sonando como él mismo


nuevamente. Remus especialmente parecía aliviado.
Después de que comió su ración de carne asada, James recogió sus cosas y se
fue a la oficina del Profesor Turnbill, a pesar de que estaba unos minutos antes.
Tenía la esperanza de que podía tener la oportunidad de mirar a su alrededor
antes de que Turnbill llegara, para buscar cualquier evidencia de conexiones
Mortífagas.

La oficina de Turnbill estaba en el segundo piso. La puerta estaba abierta y la


luz estaba encendida. Cuando James se acercó, se puso a escuchar fragmentos de
una conversación en voz baja pero agitada entre dos personas. Había una voz
familiar que hablaba.

—Albus tiene sus fuentes. Él sabe que Voldemort lo está buscando, y al parecer
le ha dicho a sus Mortífagos que las piezas están aquí… ¡en la escuela, Edrian!

James se quedó helado. ¿Voldemort quería algo de Hogwarts?

A continuación, oyó la voz calmada y sostenida del Profesor Turnbill.

—Minerva, sé que esto fue asunto de Anna, que en paz descanse, pero yo soy
un especialista, y puedo asegurarte que no hay absolutamente ninguna posibilidad
de que todas las piezas aún estén en el castillo. Después de que se rompió, se dice
que las piezas se han esparcido por toda Europa. Es probable que una o más están
incluso en otro continente por ahora.

—¡Voldemort no es un tonto, Edrian! —dijo la profesora McGonagall con


insistencia. —Él puede saber algo que nosotros no. Si las piezas están aquí o no, él
enviará Mortífagos para buscar en la escuela… tal vez incluso llegar él mismo, y
con el nuevo pasaje que conduce a nuestros jardines desde Hogsmeade, sólo nos
estamos haciendo más vulnerables a los ataques. Sé que Dumbledore insistió en
que uno de mis nuevos alumnos se encargara, pero no creo que realmente se
detuviera a considerar cómo afectaría a la seguridad de la escuela…

—Minerva, no hay necesidad de preocuparse. Voldemort no se atrevería a


venir aquí mientras Albus Dumbledore siga siendo el director. Nuestra escuela
está muy bien protegida, y no hay posibilidad de que encuentre lo que está
buscando, ya que las piezas han estado, irónicamente, perdidas en el tiempo.
—Por favor Edrian, usted es el miembro más experto del profesorado en la
búsqueda de artefactos mágicos. Dele a la escuela una búsqueda, sólo para
asegurarse de que no hay nada aquí.

—Me gustaría poder ayudar, pero no voy a actuar a menos que el mismo Albus
Dumbledore me pida hacerlo, lo cual no hará. Ahora me disculpo, pero tendrás
que perdonarme, estoy esperando a un estudiante por detención.

Los pasos ligeros de la profesora McGonagall se acercaron a la puerta, y James


se dio cuenta que tenía que actuar con rapidez. Mirando a su alrededor
frenéticamente, se escondió detrás de una armadura a unos pies de distancia. Fue
justo a tiempo. La profesora McGonagall pasó por la puerta y salió por delante de
su escondite, murmurando para sí misma airadamente todo el camino por el
pasillo. Cuando se fue, él salió y entró en la oficina. Estaba decepcionado de ver
que Turnbill llevaba mangas largas de nuevo.

—Ah, James, —dijo Turnbill, haciéndole señas. —Me temo que Severus no se
nos unirá esta noche. El Profesor Slughorn lo está ocupando. En lugar de eso, él se
reunirá conmigo mañana por la noche.

James no se sintió totalmente enojado. Severus podía tener tantas fiestas de


postre con Horace Slughorn como quisiera, siempre y cuando no tuviera que pasar
su noche con él. Contentándose con una imagen mental de Severus ahogándose
con su helado, James cambió su atención a la oficina en sí.

Las paredes de la oficina de Turnbill estaban incluso más cubiertas con


fotografías de sus viajes que su salón de clases. Había montones y montones de
libros, un surtido de estatuas de piedra y metal, coronas, copas y espadas. Se veía
como un pequeño museo, todo hacinado en un espacio pequeño. James examinó el
objeto más cercano, una pila de piedra poco profunda con runas talladas alrededor
del borde. Estaba vacía.

—Veo que estás admirando mi colección, —dijo Turnbill, uniéndose a él en la


pila. —Estos sólo son unos pocos de mis artefactos. Albus tuvo la amabilidad de
permitirme guardar algunas de mis más raras y valiosas piezas en algún otro lugar
de aquí en el castillo. Ahora bien, no debemos olvidar por qué estamos ambos
aquí.
Hizo un gesto a una pila de libros en la esquina, junto a un estante vacío.

—Esta noche, voy a pedirte que alfabetices mis libros de aquí, y los pongas en
este estante. No debe tomar más de un par de horas. Puedes irte cuando hayas
terminado.

James esperaba que él pudiera salir de la oficina para que pudiera echar un
vistazo alrededor, pero en lugar de eso, se sentó en su escritorio y comenzó a
calificar las tareas.

Dale a Severus una D, pensó James. Obligado a hacer el conjunto de tareas frente
a él, se puso de rodillas y comenzó a pasar por la pila más cercana de libros.
Después de una hora y media de desplazar, insertar y reorganizar, el estante se
veía mucho más ordenado. Encima del escritorio, Turnbill se levantó, mirando
hacia abajo detenidamente a un libro viejo. Luego lo empujó a un lado, sacudiendo
la cabeza. Como si de pronto recordara que James estaba allí, le miró por encima.

—Luce muy bien, James, —dijo, asintiendo con aprobación. —Eres un buen
trabajador. Voy a visitar las cocinas por un momento… me perdí la cena porque
estaba hablando con... es decir, estaba ocupado. ¿Vas a estar bien por tu cuenta
durante unos minutos?

James no podía creer su suerte.

—Sí señor.

—Bueno, ya regreso.

James lo vio salir, y luego se quedó quieto durante todo un minuto más,
estirando el cuello para asegurarse de que realmente se había ido. Cuando estuvo
seguro de que estaba solo, se puso de pie y se acercó a la mesa de Turnbill. Estaba
salpicada de cientos de documentos, los cuales sabía que no tenía tiempo de leer.
Abrió un par de cajones, con la esperanza de encontrar algo incriminatorio, pero
no había nada más interesante que un par de plumas viejas, algunos pergaminos
en blanco y una vieja bolsa de Granos de Bertie Botts.

El libro que Turnbill había empujado a un lado todavía estaba abierto en la


parte superior de la mesa. En sus secas y amarillentas páginas había una pintura
medieval de un guerrero coronado a caballo. James leyó el título.
Alejandro Magno fue uno de los magos más poderosos de la historia. Invicto en la
batalla, Alejandro conquistó todo el Imperio Persa, que en ese momento incluía Anatolia,
Siria, Fenicia, Judea, Gaza, Egipto, Bactria y Mesopotamia. La leyenda sugiere que la razón
de este triunfo era un cetro que él forjó de un metal enviado a la tierra por los dioses.

James frunció el ceño. No sabía que Alejandro Magno era un mago, ni había
oído hablar de ningún cetro forjado por él. ¿Podría ser lo que Voldemort estaba
buscando? ¿Cómo podría un cetro como ese haber terminado en Hogwarts? Sin
duda no había más información al respecto en el libro.

Sonidos desde el corredor anunciaban que Turnbill ya estaba de vuelta.


Preguntándose cómo había ido a la cocina y regresado tan rápidamente, James
corrió de vuelta a la pila de libros, apoderándose del más cercano. Su título estaba
escrito en peculiares símbolos que no podía leer.

—¿Cómo te va James?

—Bien, señor, —respondió James, preguntándose cómo diantres alfabetizaría


el libro con los símbolos desconocidos.

Turnbill miró su reloj, el cual tenía los planetas y las estrellas girando en lugar
de las manecillas.

—Supongo que esta tarea está tomando más tiempo de lo que pensé que sería.
Voy a decirte una cosa, regresa a tu sala común. Tendré a Severus recogiendo
donde lo dejaste mañana en la noche.

James dejó caer el libro con los símbolos peculiares de nuevo en la pila. Severus
podía averiguar qué hacer con él.

—Gracias Profesor, —dijo, colgándose al hombro su bolso. —¡Lo veré mañana


en clase!

De vuelta en la sala común, James puso a Sirius, Remus y Peter al día sobre lo
que había sabido de la conversación entre los profesores McGonagall y Turnbill.
También les habló de Alejandro Magno y el cetro.

Remus se quedó pensativo.


—Nunca he oído hablar del cetro de Alejandro Magno tampoco. Voy a ir a la
biblioteca mañana y ver si hay alguna información sobre eso.

—¡¿Mañana?!

Sirius saltó de la ventana, donde había estado descansando.

—Si Voldemort quiere esta cosa de cetro, ¿no crees que deberíamos conseguirlo
antes de que tenga la oportunidad de encontrarlo? Especialmente si ninguno de los
profesores va a buscarlo. Creo que hay que ir ahora.

La mandíbula de Remus cayó, con los ojos tan amplios como si Sirius hubiera
sugerido robar en Gringotts.

—¿Ahora? ¡Es demasiado tarde para salir de la sala común!

Sirius se rió, con sus ojos oscuros brillando.

—¿Realmente vas a dejar que esas reglas tontas te detengan? ¿Realmente crees
que las reglas son más importantes que detener a Voldemort de encontrar un arma
que podría destruir el mundo?

Remus puso los ojos en blanco con una sonrisa.

—Sirius, ni siquiera sabes lo que eso hace aún.

—¡Bueno, ese es el punto! —Sirius dijo obstinadamente. —¡Tenemos que


encontrarlo!

James no pudo evitar estar de acuerdo. Se volvió hacia Sirius.

—Iré contigo.

—¡Yo también! —chilló Peter.

Remus parecía estar luchando una batalla interna, destrozado entre seguir las
reglas o a sus amigos. La esquina de su labio se torció hacia arriba, y levantó las
manos con un suspiro de exasperación.

—Ustedes tres van a hacer que me expulsen.


Con profesores y prefectos patrullando los pasillos, tomó mucho tiempo
caminar de puntillas hasta el cuarto piso. Al principio, el ambiente era alegre, y con
todo el susurro y la risa ahogada, para James se sentía casi como si sólo estuvieran
escabulléndose por un buen rato. La diversión terminó, sin embargo, cuando Peter
soltó un chillido estridente después de ver sus reflejos en un espejo grande fuera
de la oficina del profesor Flitwick. Luego de unos momentos de tensa espera, se
sentían lo suficientemente seguros para continuar, pero no hablaron de nuevo
hasta que llegaron a las pesadas puertas dobles de la biblioteca de Hogwarts.

—Peter, —James susurró, —necesitamos que montes guardia aquí en la puerta.


Si oyes a alguien que viene, tienes que venir a advertirnos.

Mirando bien infeliz por ser asignado a ese trabajo, Peter se quedó en la puerta
mientras los otros se arrastraron más profundamente en la biblioteca.

—Encuentren todo lo que puedan sobre cetros famosos y Alejandro Magno, —


dijo Remus. Se desplegaron para buscar en la oscura biblioteca. James, dándose
cuenta de que la bibliotecaria no estaba allí para protestar, sintió un
estremecimiento de emoción mientras daba un paso más allá de la cuerda de
terciopelo que separaba la sección restringida.

Veinte minutos después, habían recogido una pequeña montaña de libros


sobre una de las mesas de estudio, y estaban hojeando las páginas a través de la
tenue luz de las varitas.

—Ni una sola mención de Alejandro Magno en éste, —dijo James, haciendo a
un lado Bastones y Cetros de la Antigüedad.

—Alejandro Magno, también conocido como Alejandro III, conquistó toda


Persia... bla, bla... exitoso rey de Macedonia, bla, bla... nada nuevo en éste. —Sirius
tiró una enciclopedia pesada a lo lejos.

Macedonia, pensó James. ¿Por qué suena familiar?

—¡Lo tengo! —Remus gritó emocionado. James y Sirius apresuradamente lo


hicieron callar y todos pusieron sus cabezas juntas. Remus leyó en voz alta el
enorme tomo frente a él, titulado Mitos y Leyendas Antiguas del Viejo Mundo Mágico,
a la luz de su varita.
—Alejandro Magno, el guerrero invicto y rey de Macedonia, se dice que ha
forjado un cetro del metal de un meteorito, arrojado a la tierra por el propio Zeus.
Blandiendo este cetro, se convirtió en el maestro y comandante del tiempo.
Mientras que el simple movimiento del tiempo permite viajar sólo dentro de unas
pocas horas en el presente, este cetro permitía al usuario viajar a través de eones en
el espacio tiempo. Con este poder, expandió su imperio a tierras más allá de
Anatolia, Siria, Fenicia, Judea, Gaza, Egipto, Bactria, Mesopotamia, e incluso tan
lejos como Punjab.

—Celosos del poder que proporcionaba el cetro, los hijos de Antípatro, un


general macedonio bajo el mando de Alejandro, conspiraron para robárselo. Una
noche lo envenenaron y tomaron el cetro, renombrándolo el Báculo de los
Tiempos. Por muchos años, el Báculo de los Tiempos se borró de la memoria viva.
En el año 987 D.C., un mago con el nombre de Thackary Petrie encontró el cetro,
mientras realizaba una excavación en la ciudad de Alejandría, nombrada así por su
fundador, Alejandro Magno.

—Cuenta la leyenda que Petrie llevó el cetro con él de regreso a Gran Bretaña,
donde suplicó al consejo de los cuatro fundadores del Colegio de Hogwarts de
Magia y Hechicería, que abrieran sus puertas en el 990 D.C. Juntos, Salazar
Slytherin, Godric Gryffindor, Helga Hufflepuff y Rowena Ravenclaw decidieron
que nadie debía permitir abusar del poder del cetro nuevamente. Dividieron el
cetro en cuatro piezas, las cuales fueron ocultas por cada uno bajo un fuerte
encantamiento dentro de la escuela que acababan de fundar. Petrie, quien asistió a
cada fundador, fue la única alma que alguna vez conoció los lugares de descanso
final de las cuatro piezas.

—Temiendo que el secreto del cetro se perdería para siempre, Petrie escribió a
mano una copia de un diario que tituló El Legado del Rey Macedonio, que dice al
detalle la ubicación exacta de cada pieza del cetro. El diario desapareció después
de su muerte en Londres en 1001 D.C. Muchos estudiosos creen que en los
siguientes cien años, se encontraron una o más piezas del cetro, y se llevaron a
África, Asia, y tal vez incluso, a través del océano hacia el Nuevo Mundo, donde se
perdieron para siempre.

Remus había llegado al final del capítulo.


—¡Vaya!... —Sirius se echó hacia atrás en las dos patas de la silla. —El poder de
controlar el tiempo. Te dije que era algo serio.

—Muy bien, tenías razón, —Remus espetó. —Pero, ¿cómo podemos saber si las
piezas fueron dispersadas o no?

—Bueno, es obvio ¿no? —dijo Sirius. —¡Tenemos que encontrar el diario de


Petrie y seguir sus instrucciones para ver por nosotros mismos!

—¿Cómo? —preguntó Remus, mirando dudoso. —El diario está perdido, no


sabríamos ni por dónde empezar a buscar.

James estaba pensando mucho. El título sonaba tan familiar. El Legado del Rey
Macedonio... ¿dónde había oído ese título antes? De repente, se le ocurrió.

—Yo sé dónde está, —dijo en voz alta.

Remus dejó caer el libro al suelo con un grito ahogado y resonó con fuerza
alrededor de la biblioteca. Sirius miró boquiabierto.

—Bueno... ¿te gustaría compartir con la clase?

—Está en Flourish y Blotts, en el Callejón Diagon. Lo vi allí cuando compré mis


libros para la escuela, en julio.

La cara llena de cicatrices de Remus se contorsionó con incredulidad.

—James, el diario perdido de Petrie no está en un estante de una librería en el


Callejón Diagon. ¡No por novecientos setenta años! ¡Alguien lo habría notado,
alguien lo habría comprado!

—No, si no sabían lo que era...

James giró su mano entre sus dedos mientras pensaba en voz alta.

—Desde luego, nunca habían oído hablar de él antes. Hay miles, sino millones
de libros en esa tienda. Creo que es muy posible que ese libro se quedara en
silencio en ese estante desde que Petrie murió en 1001. Después de todo, algunas
de las tiendas de allí se remontan al 382 D.C. Dejando todo eso a un lado, lo vi por
mí mismo. Sé que está ahí.
—Entonces, ¿cómo podemos llegar allí? —preguntó Sirius.

—¿Qué tal el Autobús Noctámbulo? —dijo Peter en voz alta, justo detrás de
Remus.

Los tres se sobresaltaron, casi tirando la pila alta de libros justo al lado derecho
de la mesa de la biblioteca.

—¡Peter! —Sirius susurró. —¿Qué estás haciendo? ¡Se supone que debes estar
vigilando en la puerta! ¿Cuánto tiempo has estado aquí escuchando?

—He escuchado todo el asunto. Después de diez minutos en la puerta, me


empecé a sentir nervioso, así que vine a buscarlos.

James cambió rápidamente de tema antes de que Sirius pudiera decir cualquier
cosa desagradable que parecía que iba a decir.

—¿El Autobús Noctámbulo? No estamos autorizados a salir, y el autobús no


nos puede recoger justo en frente de la escuela. ¿Cómo podemos salir de los
terrenos? Las puertas están protegidas por encantamientos que garantizan que
ningún estudiante se escabulla sin permiso.

El rostro de Remus se iluminó.

—¡Hogsmeade! Hay un pasaje…

Se detuvo a media frase, desinflándose en su asiento como un globo con un


agujero en él. Sirius dejó que su silla se cayera de nuevo en sus patas delanteras.

—¿Un qué?

Remus parecía muy tenso e incómodo. James casi podía ver los engranajes
girando en su cabeza.

—Hay una... una manera de llegar a Hogsmeade desde la escuela... ¡los botes!
Los botes, en la parte inferior del acantilado, los que nos llevaron a través del lago
en nuestro primer día. Podemos cruzar el lago a Hogsmeade y llamar al Autobús
Noctámbulo allí.

James tenía más que una sospecha de que este plan no era el que Remus
originalmente iba a sugerir.
—¿Cuándo? —preguntó Sirius, quien no pareció darse cuenta.

—No podemos interrumpir la clase, —dijo James. Hizo una mueca al imaginar
el castigo que la Profesora McGonagall infligiría sobre ellos si se enteraba. Sirius
pensó por un momento.

—Vamos a tener que ir el sábado.

El rostro de Remus cayó.

—No puedo ir con ustedes, —dijo.

Sirius suspiró con exasperación.

—¡Oh, por favor, no me digas que tienes miedo de romper las reglas otra vez!

—No. —Remus parecía herido. —Tengo que... visitar a mi madre, está muy
enferma.

—Ah...

Sirius y James se miraron el uno al otro. Estaba claro que ninguno de ellos sabía
de esto. Sirius presionó.

—¿Sin embargo, no crees que esto es importante? Quiero decir, siempre puedes
visitarla en domingo, ¿verdad?

—No. Tengo que visitarla el sábado, —dijo Remus con frialdad. —


Probablemente estaré fuera por unos pocos días. Lo siento.

James suspiró, sintiendo la incomodidad de Remus.

—Entonces debes visitarla, Remus. Está todo bien. Sirius, Peter y yo


encontraremos el diario.

Peter habló.

—¿Qué vamos a decirle a Frank? ¿No creen que se preguntará por qué es el
único estudiante en el dormitorio este fin de semana?

—Podemos decirle que todos juntos vamos a visitar la madre de Remus, —dijo
Sirius.
De repente, hubo un fuerte SLAM cuando la puerta de la biblioteca se abrió.
Los cuatro se congelaron sin apenas atreverse a respirar, escuchando
detenidamente mientras sus corazones golpeaban.

—Tal vez fue Peeves, —susurró Remus.

—Como si eso fuera mejor que un maestro, —Sirius susurró.

No fue Peeves, porque un momento después, pasos pesados entraron en la


biblioteca. Sirius le lanzó a Peter una mirada enojada de “esto es tu culpa”. Ellos
comenzaron a dispersarse, pero James se volvió.

—¡Oculten los libros!

Sirius lo agarró por el brazo.

—¡No hay tiempo!

James apenas logró voltear y cerrar la tapa de Mitos y Leyendas Antiguas del
Viejo Mundo Mágico antes de que Sirius lo arrastrara hacia las sombras. La voz de
Lucius Malfoy arrastrando las palabras, llegó por encima de los estantes.

—¿Hay alguien aquí? Si eres un estudiante, te vas a arrepentir que te haya


cogido fuera de la cama...

Caminó por el pasillo central de la biblioteca con su varita iluminada en lo alto.


James y los otros simplemente fueron capaz de colarse en la periferia, a través de la
puerta abierta y de nuevo en el pasillo. Después de un viaje tenso hasta tres tramos
de escaleras, por fin se atrevieron a respirar de nuevo en la sala común de
Gryffindor. Sirius se rió como si nunca hubiera tenido más diversión en su vida.

—¡Qué idiota!

James se dio cuenta que también se estaba riendo.

—¿Vieron su cara?

—Tenemos que hacerlo de nuevo…

—¿No creen que descubrió lo que estábamos leyendo?, ¿Verdad? —


interrumpió Remus.
—¡Deja de preocuparte Remus! —dijo Sirius, con los ojos todavía brillando con
alegría. —Probablemente es demasiado tonto como para diferenciar la parte de
arriba de la parte de abajo del caldero.

—Cerré el libro antes de irnos, —dijo James a la defensiva.

—Y además, —dijo Sirius, —Él no sabe dónde está el diario, y James sí.

Remus todavía no parecía muy convencido.

—Él es un prefecto Sirius, tiene que tener una cabeza decente sobre sus hombros
si él es…

Remus se interrumpió a media frase cuando una brillante nube blanca y


ligeramente transparente salió de la pared y flotó directamente a través de él.

—¿Una cabeza decente sobre sus hombros? No es posible que ahora estés
hablando de mí ¿verdad?

La nube era un hombre, o al menos, el fantasma de un hombre. Tenía el pelo


largo y rizado, llevaba pantalones, una camisa y una túnica, y tenía un collar atado
al cuello.

Remus farfulló como si alguien le hubiera rociado agua helada.

—¡Quién eres!

—Digo que ustedes deben ser estudiantes de primer año. ¡No nos han
presentado correctamente! Sir Nicholas de Mimsy-Porpington, fantasma de la torre
de Gryffindor, a su servicio.

El fantasma hizo una reverencia, pero cuando se inclinó, su cabeza


accidentalmente se cayó a un lado de los hombros, apenas aferrada por una
delgada tira de piel.

—Pobre de mí, me disculpo... qué poco digno de mí.

Mientras el fantasma luchaba por cambiar la posición de la cabeza, la cara de


Sirius se iluminó con reconocimiento.

—Oye, ¡eres Nick Casi Decapitado! ¡Kingsley nos habló de ti!


—Preferiría que me llamaran Sir Nicholas de Mimsy…

—¿Qué le pasó a su cabeza? —Peter interrumpió.

—Lo mismo de todos los años... —Nick murmuró malhumorado. —Uno


pensaría que la gente entiende lo que significa un corte recto a través del cuello.
Fui casi mutilado por un hombre lobo...

Remus se estremeció e hizo un extraño ruido de asfixia.

—¿Fuiste ejecutado? —preguntó James.

—De hecho lo fui, ahora, si prefieren detener sus propias ejecuciones, les
sugiero a los cuatro volver a su dormitorio, donde deben estar a esta hora.

James y los otros a regañadientes hicieron lo que se les dijo. Peter tropezó con
el flojo y chirriante entarimado cuando entraron en la habitación y casi cayó al
suelo, pero Remus lo cogió a tiempo.

—Shh, —Sirius les hizo callar. —¡No despierten a Frank!

Por suerte, Frank no se había movido. Todavía estaba roncando suavemente en


su dosel. Siendo más cuidadosos, los cuatro se pusieron silenciosamente sus
pijamas. Antes de entrar en la cama, James se volvió hacia Sirius y Peter.

—Salimos el sábado a las cinco de la mañana… antes de que salga el sol. Nos
colamos hasta el muelle, tomamos los botes a través del lago a Hogsmeade y
convocamos el Autobús Noctámbulo al Callejón Diagon. Entonces, encontramos el
diario.

Sirius y Peter asintieron en acuerdo, pero Remus se subió miserablemente en la


cama y arrastró las cortinas sin comentarios. Se preguntaba qué enfermedad podía
tener la señora Lupin que era lo bastante urgente como para requerir a su hijo para
volver a casa. James se metió en su cama y cerró las cortinas.
Capítulo 6
El viaje a Flourish y Blotts

La mañana del sábado, James fue sacudido por Peter para despertar, cuyo
ruido en punta era apenas visible en la oscuridad. —Son las 04:45. Deberíamos
irnos.

James salió de la cama y se puso las gafas, la cama de Remus estaba vacía. No
había vuelto a la sala común la noche anterior.

—¿Dejaste una nota para Frank? —preguntó James, poniéndose un par de jeans
y un suéter que había preparado la noche anterior.

—Sí, lo dejé en su mesita de noche. La encontrará en cuanto despierte.

—Bueno —respondió James. Cruzó la habitación y corrió las cortinas de la


cama de Sirius. —Despierta dormilón.

Sirius se dio la vuelta y tiró de las mantas hacia arriba por encima de su cabeza
—Él puede tener el Báculo de los Tiempos. Yo solo quiero dormir —murmuró
medio dormido.

—¡Despierta Sirius! —dijo Peter entre dientes, tratando de sacudirlo.


—¡Vuelve a tu armario, Kreacher! —gimió Sirius, dándole patadas.

—¿Quién es Kreacher? —preguntó Peter a James.

—Ni idea, pero ya es suficiente —James sacó las mantas y las tiró al suelo. Sacó
su varita de su bolsillo trasero y la dirigió a Sirius — ¡Wingardium Leviosa!

Sirius se elevó en el aire, se suspendió por un momento, y luego flotó fuera de


la cama. El Profesor Flitwick claramente no bromeaba cuando advirtió que el
encantamiento de elevación no era para ser utilizado en las personas. La varita de
James comenzó a tambalearse. Se sentía como si estuviera llevando una roca con
un brazo. De repente, como si Sirius hubiera estado descansando en una rama de
árbol que de repente se rompió, cayó con un ruido sordo en el suelo del
dormitorio.

—¡Ay! ¡Ya iba, Ya iba!

Frank se movió en su sueño y dio un vago ronquido, pero no se despertó.

—Coge algo de ropa —dijo James. —Nos vamos.

Al cabo de diez minutos, James, Sirius y Peter se escabulleron a través del


agujero del retrato por segunda vez en una semana. Aunque la luna llena todavía
era visible a través de las ventanas oscuras, parecía que los profesores y prefectos
que normalmente vagaban por los pasillos por la noche finalmente habían ido a la
cama. De puntillas cuando sonaba como Peeves en el Gran Comedor, fueron
capaces de deslizarse a través de las dos enormes puertas principales del castillo en
la fría y oscura mañana, y por los escalones de piedra tallados que llevaban al
muelle. Las pequeñas embarcaciones que les habían llevado a Hogwarts todavía
estaban atadas allí.

—No enciendas la lámpara —James advirtió a Sirius, justo éste estaba


levantando su varita para encenderla. —No queremos ser descubiertos.

Se subieron al bote y Sirius desató la cuerda. Luego, mirándose el uno al otro,


se dieron cuenta que no sabían qué hacer a continuación.

—No hay remos —dijo Peter.


—No los necesitamos la primera noche que estuvimos aquí —dijo James,
inspeccionando cada pulgada de la pequeña embarcación. No había nada útil a la
vista. Trataron cada hechizo que sabían (que, por cierto, no eran muchos), pero el
bote aún estaba absolutamente inmóvil. Fuera de la exasperación, Sirius finalmente
se puso de pie y levantó las manos en el aire. —¡Por qué no simplemente le
pedimos ir a Hogsmeade! ¡Es la única cosa que no hemos probado aún!

El barco se sacudió repentinamente, golpeando a todos a los pies, y luego


estaban volando a través del túnel oscuro hacia la pared de hiedra. Peter iba
tendido sobre Sirius.

—¡Mi varita! —la varita de Sirius salió disparada de la mano. Trató de


agarrarla pero falló, y se cayó por la borda en el agua oscura con un chapoteo. —
¡Iré por ella! —gritó violentamente.

—¡No Sirius! —gritó Peter, agarrando la parte posterior de su chaqueta. —¡No


te permitirán entrar al Autobús Noctámbulo si estás mojado!

Sirius todavía parecía que estaba considerando seriamente la posibilidad de


saltar por la borda, pero incluso él se dio cuenta que era demasiado tarde. El bote
se movía muy rápido, y ninguno estaba tan seguro de donde había caído.

—Vamos camino al Callejón Diagon —dijo James, poniendo una mano en la


espalda de Sirius. —Puedes conseguir otra en Ollivander.

Sirius se echó hacia atrás con tristeza y no dijo una palabra mientras el bote se
deslizaba suavemente a través del resto del túnel oscuro. Pasaron a través de la
cortina de hiedra, y cuando sentían la brisa en el rostro y vieron la luz gris en el
horizonte, sabían que estaban casi fuera del lago. Una densa niebla se aferraba a la
superficie.

—¿No es esto un Deja Vu? —dijo Sirius con sarcasmo.

BUMP.

El bote dio un extraordinario estremecimiento. Peter, quien había estado


mirando por la borda, se encogió hasta el suelo.

—¿Qué fue eso? —preguntó con voz aguda.


James se dio la vuelta, mirando por encima de ambos lados. —Acabamos de
golpear algo... tal vez una raíz de árbol sumergido, o una roca...

Sirius negó con la cabeza, con el rostro pálido —James, el lago tiene al menos
cincuenta pies de profundidad aquí.

BUMP.

Ahora los tres chicos estaban acobardados en la parte inferior.

—Tal vez deberías mirar por encima de la borda —susurró Peter.

James tragó saliva y se incorporó lentamente. Mientras miraba a un lado, de


repente se encontró mirando su propio reflejo en algo grande y redondo. Era un
ojo, y era del tamaño de un plato de comida.

—¡AHHHHHHH!

Sirius y Peter se incorporaron rápidamente, y entonces ellos empezaron a gritar


también. James se arrastró hacia atrás, tratando de escapar del ojo, pero para su
horror, vio que había tentáculos gigantes que se levantaban de la niebla a su
alrededor.

—¡Usa un hechizo! ¡Usa un hechizo! —gritó Peter, arañando a Sirius como si


fuera un salvavidas.

—¡¿Qué le voy a hacer, un Colorocambium hasta la muerte?! —Sirius gritó hacia


él. Retrocedió lo más lejos que pudo, hasta que estuvo casi cayéndose hacia el otro
lado del bote.

—¡Entonces apuñálalo con tu varita! —gritó Peter.

—¡No tengo mi varita! —gritó Sirius. —¡Apuñálalo tú!

—¡Esperen! —gritó James. La criatura parecía estar esperando pacientemente a


que se calmaran. —Ha tenido mucho tiempo para dar vuelta el bote y comernos...
¡No creo que quiera hacernos daño!

—Entonces... ¿Qué quieres? —preguntó Sirius.


En respuesta a su pregunta, un tentáculo tan alto y grueso como un tronco de
árbol se levantó fuera del agua detrás de él. Suavemente comenzó a empujarlo
hacia adelante.

—¡Oh, no...no, no, no, no!

—¡Sirius! —James se lanzó hacia adelante para tirar de Sirius de vuelta a lo


seguro, pero otro tentáculo se envolvió alrededor de su cintura, y se sintió
arrastrado hacia un poco de distancia.

Sirius trató de enterrar sus talones, pero no sirvió. El tentáculo lo empujó más y
más a lo largo hasta que llegó al otro lado del borde, cara a cara con el ojo.

—¡¿Qué quieres?! —exigió.

La pregunta fue respondida casi inmediatamente. Otro tentáculo salió del agua
frente a él sosteniendo algo largo y delgado. Sirius lo alcanzó con cuidado y la
tomó. Era su varita.

—Er... gracias —dijo, sonriendo débilmente.

De repente, todos los tentáculos se retrajeron, incluyendo el que estaba


envuelto en la cintura de James, quién aterrizó duramente en la parte inferior de la
embarcación. Consiguiendo ponerse rápidamente de pie, miró a un lado y vio
cómo el calamar gigante comenzaba a retirarse lenta y majestuosamente hacia
abajo en el lago. Mientras el último tentáculo se deslizó por debajo de la superficie
del agua. James creyó ver que les decía adiós.

Una vez se movían de nuevo, una playa de grava y un largo muelle iluminado
por linternas ardientes tenuemente, aparecieron a la vista en la orilla opuesta.

—No puedo creer lo que hizo —dijo Peter, mirando por encima del hombro
hacia el lago. —Pensé que el calamar nos iba a comer con seguridad... o al menos a
ti Sirius.

Sirius, que seguía admirando su varita, puso sus ojos en blanco. —Sí, gracias
por tratar de salvarme Peter.

A medida que el bote se detenía, se bajaron de un salto y lo arrastraron hacia la


playa de grava.
—Entonces, ¿cómo llamamos al Autobús Noctámbulo? —preguntó James.

Peter miró a su alrededor.

—Probablemente deberíamos estar en una carretera. Como la que está junto a


la estación de tren.

Juntos, respiraron valientemente y comenzaron a caminar hacia el bosque por


el mismo camino que Hagrid les había llevado a la inversa en su primera noche.
Todavía estaba oscuro y traicionero como lo había estado antes.

—Deberíamos haber tomado un poco de desayuno antes de salir —dijo Sirius


con melancolía después de un rato.

—Dudo... que las cocinas... estén... abiertas —dijo Peter con voz entrecortada
más atrás. Ya estaba sin aliento.

—¿Quién hace la comida en Hogwarts, de todas formas? —preguntó James,


caminando deliberadamente un poco más lento para permitir a Peter que los
alcanzara.

—Elfos domésticos, por supuesto —contestó Sirius, al parecer sin preocuparse


de que Peter estuviera resoplando más que el Expreso de Hogwarts. —Ellos
limpian el castillo también. Los elfos de Hogwarts deben ser muy astutos y
tranquilos. En casa Kreacher está siempre murmurando y quejándose, derribando
las cosas... Creo que se está poniendo viejo.

—¿Tienes un elfo doméstico? —preguntó James con incredulidad.

—Sí, pero confía en mí, no quieres un elfo doméstico como Kreacher. Es vil.
Ahora... ¿Qué tan lejos es? No pareciera que hubiera sido tanto la noche que
llegamos.

James miró hacia el camino. —Me parece ver la luz más adelante, no pareciera
ser tan lejos.

En conjunto, seguían caminando en silencio hacia la luz.

—Tal vez podamos conseguir algo de comer en el Callejón Diagon —dijo Sirius
esperanzado.
—Y podríamos visitar la tienda de baratijas —dijo James, recordando que no
tuvo tiempo suficiente para ir en el verano.

—Y este bosque está empezando a asustarme —intervino Peter.

En respuesta a algo tácito, todos ellos empezaron a caminar un poco más


rápido.

—¿Creen que haya helado? —jadeó Sirius.

—¿Nunca has estado ahí? —preguntó James.

—Por supuesto que no, Kreacher hace todas nuestras compras. Mamá y Papá
van a veces si es que tienen negocios ahí, pero yo nunca he llegado a ir.

—Hay un Salón de helados de Fortescue, y todo tipo de vendedores


ambulantes, yo le compré a uno un helado de arándano con regaliz el mes pasado.

Ahora estaban corriendo hacia la luz, ya sin preocuparse de que tan traicionero
sea el camino.

—¡Oh, espero que tengan helado de crema de chocolate y pimienta picante! —


cantó Sirius.

De repente hubo un gruñido, y James se dio cuenta de que Peter ya no estaba


detrás de él.

—¿Peter? —miró a su alrededor, y en un momento de distracción, se tropezó


con una enorme raíz de árbol. —¡Ay! ¡Hey, ya no estamos en el camino!

—¿Qué? ¿Cómo que ya no estamos en el camino? La luz esta justo... —de


repente aminoró el paso hasta detenerse. —¿Qué diab…?

Donde había una luz antes, ahora había dos. James se dio cuenta que más luces
empezaron a aparecer alrededor. Eran suaves y grises, al igual que los bordes del
cielo mañanero que había habido durante su oscuro viaje a través del lago.
Algunas se balanceaban hacia arriba y abajo incitantes, otras parpadeaban, como si
flotaran entre los troncos de árboles gruesos.

James encontró a Peter en la oscuridad. Estaba acurrucado como una pequeña


bola y lloriqueando. Sirius volvió unos pasos y se puso en cuclillas con ellos.
—¿Qué son? —preguntó en voz baja.

—No lo sé —respondió James.

Sirius se aclaró la garganta.

—¿Hola? —llamó, alzando la voz tan alto como se pudiera.

De repente, todas las luces se apagaron. Luego, un segundo más tarde, la


primera luz se encendió de nuevo justo adelante.

—Creo que quiere que le sigamos —dijo Sirius, parándose nuevamente.

James ayudó a Peter a pararse, y los tres se acercaron juntos, aunque con
mucha más cautela esta vez. La luz se estremeció con emoción y rebotó más lejos
en el bosque. Las otras luces comenzaron a unirse de nuevo, bailando y girando
juntas después de la primera.

—¿Dónde crees que nos llevan? —Peter le preguntó en voz baja y temblorosa.

—¡Tal vez nos están llevando de vuelta al camino! —dijo Sirius en voz alta.
Pareciendo olvidar la precaución, comenzó a galopar imprudentemente después
de ellas. James y Peter tuvieron que alcanzarlo, saltando sobre grandes raíces de
árboles y pasando por debajo de ramas bajas.

—¡Sirius, más despacio! —se quejó Peter.

Algo acerca de las luces estaba comenzando a molestar a James. Estaban


afectando a Sirius de una forma extraña. Parecía dispuesto a seguirlas ciegamente
a cualquier lugar... incluso si fuera dentro de una zarza... o un precipicio... o en una
ciénaga...

—¡PARA!

Era muy tarde. De pronto, el suelo bajo sus pies parecía desaparecer,
dejándolos hundidos hasta el pecho en el frío y húmedo lodo. Sirius salió de su
trance. —¿Qué? ¿Qué pasó?

James escupió un poco de lo que se le había metido en la boca. Tenía un sabor


horrible.
—¡Son esas cosas de las que Hagrid nos advirtió la primera noche! Que se
llamaban... ¿Hunkerpinks? ¿Hankypanks? ¡Dijo que había un grupo de ellos,
atrayendo a la gente a los pantanos!

Pobre Peter, que era una cabeza más bajo que todos los demás, el lodo le
llegaba hasta el cuello.

—¿Qué es lo que le hacen a la gente que los atraen hasta aquí?

Por mucho que James quería que se rieran todos y se fueran de ahí, ya podía
ver a las luces de vuelta, y ahora estaban convergiendo hacia atrás de ellos.

—¡No sé, pero a menos que queramos averiguarlo, tenemos que salir de aquí!

Los tres movían sus brazos y piernas violentamente pero no lograban moverse
más de unas pocas pulgadas.

—¡Están cada vez más cerca! —advirtió Sirius. Estaba en lo correcto. Las luces
que iban adelante de la manada estaban a menos de treinta pies de distancia...

Peter luchó furiosamente. —¡James saca fuera el brazo con el que usas tu varita!

—¿Qué?

—¡Mis brazos están atrapados, levanta el brazo con el que usas tu varita!

—¡¿Por Qué?!

—¡HAZLO!

Sin saber qué estaba haciendo o por qué, James sacó su brazo izquierdo. Se oyó
un golpe ensordecedor, y hubo una luz cegadora. Mientras se derramó a través del
pantano, James sólo podía distinguir formas de criaturas pequeñas, gruesas y
como humo, que ahora estaban gritando con rabia y retirándose hacia los árboles.

—¡JAMES, CUIDADO! —gritó Sirius.

James giró la cabeza para ver algo enorme y violentamente púrpura parando
junto a ellos. Él levantó los brazos para protegerse del impacto, pero se desvió
hacia la derecha locamente, flotó por un momento en el aire y luego se dejó caer en
el pantano con un ruido fuerte de chapoteo.
James dejó caer las manos, y se dio cuenta que estaba conteniendo la
respiración, exhalando fuertemente. El objeto violentamente púrpura era un
autobús de tres pisos. Tenía letras doradas sobre el parabrisas.

El Autobús Noctámbulo

Insultos apagados comenzaron a salir del área alrededor de la puerta, que


estaba un par de pies enterrada en el pantano. La puerta se sacudió, haciendo un
poco de succión y sonidos aplastantes en el barro (James estaba mejorando su
ánimo, hasta podría haber empezado a reír), pero entonces una ventana del primer
piso se abrió. Una cara de aspecto muy maleducada de una muchacha de dieciocho
o diecinueve años apareció.

—¿Qué creen que están haciendo ustedes tres? ¡¿Están locos?!

Otra voz, una mujer mayor por el sonido de la misma, salió desde más adentro.
—Jill, ¿Qué te he dicho sobre el saludo obligatorio?

Jill dejó escapar un suspiro de exasperación.

—Bienvenidos al Autobús Noctámbulo, transporte de emergencia para el mago


o bruja varada —rápidamente recitó en una voz que sugería mucho que no eran
bienvenidos. —Mi nombre es Jill Puddledip, y seré su conductora esta noche. Sólo
paguen la tarifa nominal, suban a bordo y los llevaremos rápidamente con
comodidad y estilo a cualquier lugar. Pónganse cómodos en una de nuestras camas
de lujo. Cepíllense los dientes con uno de nuestros cepillos gratuitos. Por qué
aparecerse, cuando pueden "siestaparecerse" en el Autobús Noctámbulo.

Terminó el discurso y volvió a su mal humor de antes. —¡Casi nos matan


llamándonos a un lugar como este!

—¿Nosotros casi las matamos? —preguntó James indignado, moviéndose con


fuerza hacia delante lo más que podía hasta que casi alcanzaba el autobús.

—¡Oy, será mejor que no pienses que los recogeremos aquí! —gritó Jill.

—¿Quieres decir que no nos dejarás subir? —preguntó Sirius. —¡Tú dijiste que
era el transporte de emergencia para el mago o bruja varado! ¡¿No lucimos lo
suficientemente varados para ti?!
—¡Entonces es el transporte de emergencia para magos y brujas varados no
cubiertos de lodo! —replicó Jill.

—¡Evanesco!

La puerta del Autobús Noctámbulo de repente se desvaneció, revelando a una


mujer muy vieja en un sillón frente al volante. Sus ojos luminosos eran de 2 colores
(amarillo y verde), y su pelo era salvaje.

—¿Eres una bruja o no, Jill? Deja que esos pobres chicos suban y podemos
limpiarlos.

James uso la barandilla para tirar de sí mismo fuera de la ciénaga pegajosa,


luego se giró para ayudar a Sirius y Peter. La vieja bruja sacó una corta y
rechoncha varita y apuntó a los tres. —¡Fregotego!

James sintió como si una gran aspiradora invisible estuviera succionando toda
su ropa. Un instante después, todo el lodo había desaparecido.

—Gracias —dijo James, estremeciéndose al imaginar qué hubiera sido de ellos


si Peter no hubiera sabido sobre el Autobús Noctámbulo.

—Oh, no hay problema querido —dijo la bruja. —¿Dónde van estas tres
cabezas?

—Callejón Diagon —contestó Sirius, ahora excavando en su bolsillo para sacar


dinero. Le entregó a Jill un galeón dorado y dieciséis sickles de plata, quien se
tomó un momento para contarlo y gesticular con la mano para que se sentaran. El
autobús estaba lleno de camas, todas vacías.

—¡Al Callejón Diagon! —dijo la bruja con entusiasmo, tirando de una gran
manivela amarilla. El autobús entero comenzó a retumbar.

—Díganme, ¿Han estado antes en el Autobús Noctámbulo? —preguntó Jill,


mirando hacia arriba con recelo. Peter asintió, y agarró fuertemente el poste más
cercano, pero James y Sirius negaron con la cabeza.

Hubo otro ruido ensordecedor, y James y Sirius fueron arrojados al suelo. La


varita de Sirius salió volando.
—¡Ya es la segunda vez! —dijo, trepando hacia esta.

James logró subirse a una de las camas, que estaban rodando por el interior del
autobús locamente. Mirando a través de las grandes ventanas cuadradas, podía ver
los árboles pasando volando en una alarmante velocidad.

—¿Cómo es que no estamos chocando con nada? —James preguntó a Peter,


quien se limitó a sacudir la cabeza, con los labios fuertemente cerrados. Se veía
muy verde.

—Miren —dijo Sirius, apuntando hacia la ventana frontal.

James siguió la dirección de su dedo para ver rocas y árboles saliendo


hábilmente fuera del camino del autobús. Estaba fascinado, pero sólo tuvo un
momento para mirar antes...

¡BANG!

De repente habían desaparecido los árboles, y estaban volando a través del


centro de Londres. Al igual como los árboles lo habían hecho, ahora los edificios y
bancos del parque se exprimían a sí mismos fuera del camino del Autobús
Noctámbulo.

—¡Creo que acabo de ver mi casa! —gritó Sirius, y James saltó a mirar, pero el
autobús estaba moviéndose demasiado rápido.

De repente, la vieja bruja frenó de golpe, y el bus se deslizó hasta detenerse,


mandando a volar a James y Sirius. James chocó contra un grupo de camas en la
esquina, y Sirius voló de cabeza hacia el poste donde Peter se aferraba, por su parte
Peter finalmente perdió el contenido de su estómago, pasando muy cerca de Sirius,
e incitando otro montón de insultos por parte de Jill. Una vez que pudo ponerse
nuevamente de pie, James pudo ver que estaban en las afueras de un bar de
aspecto lamentable.

—El Callejón Diagon está por allí —dijo la vieja bruja, haciendo un gesto hacia
la puerta del lugar. Miró expectante hacia Jill, y cuando ella no dijo nada, le pegó
fuertemente con su codo.
—Gracias por viajar en el Autobús Noctámbulo —dijo Jill ácidamente. —
Esperamos que hayan tenido un buen viaje, y que pronto viajen de nuevo con
nosotros. Recuerden, si necesitan una forma de salir de la ciudad, háganos parar.

James, Sirius y Peter dieron un paso fuera y en un abrir y cerrar de ojos, el


Autobús Noctámbulo desapareció con otro sonido ensordecedor.

—Gracias Peter —dijo James, viendo el pequeño ciclón de hojas giratorias y


basura que el Autobús Noctámbulo dejó atrás. —Nos has salvado.

—No hay de qué —dijo Peter débilmente, con el rostro todavía delicadamente
verde.

Cuando se acercaron a la puerta de la taberna, el letrero que colgaba por


encima se encendió.

—El Caldero Chorreante —leyó James. Él y sus padres siempre usaban Polvos
Flu para poder llegar al Callejón Diagon, por lo que el nombre le era desconocido.
—¿El Callejón Diagon está aquí?

—Sí —dijo Peter. —Está en la parte de atrás, por las papeleras.

Se aventuraron al interior, y luego salieron a un pequeño patio donde se


guardaban los contenedores de basura. Recuperándose de su enfermedad por el
movimiento, Peter golpeó tres lugares en la pared de ladrillos con su varita. Un
pequeño agujero se abrió, para luego ensancharse y ampliarse hasta que pudieron
ver la vista tranquila de la calle de adoquines del Callejón Diagon, bañado por la
mañanera luz cálida. Unos magos y brujas ya estaban correteando por las calles, y
los comerciantes estaban abriendo ventanas y barriendo puertas.

—¿Por dónde está Flourish y Blotts? —preguntó Sirius.

—Por aquí —dijo James, ahora tomando la delantera. Pasaron por delante de la
botica, la tienda de suministros de Quidditch, y la tienda de artículos de papelería
antes de llegar.

—Por favor, que todavía esté aquí —resopló.

Entraron en silencio. Las filas y filas de libros polvorientos se veían igual como
James lo recordaba.
—Está en uno de los rincones más lejanos, en la sección Mitos y Leyendas.

Era difícil recordar exactamente dónde estaba, pero después de un poco de


búsqueda, James finalmente encontró el mismo estante con la placa de metal
deslustrada.

—Está aquí en alguna parte, más o menos al nivel de mi vista...

Buscaron entre los estantes en silencio durante unos minutos, pero luego Sirius
de repente se puso rígido, como un perro de caza al escuchar un zorro.

—Creo que hay alguien aquí —susurró.

James estaba demasiado absorto en la búsqueda para escuchar. Tenía miedo de


que pudiera haber recordado mal y que todo el viaje podría haber sido para nada,
pero finalmente, por suerte, lo vio. Era un desmoronado y sucio libro pequeño con
tinta verde con manchas en el lomo.

—¡Lo tengo! ¡Está aquí!

James lo tiró hacia abajo y pasó rápidamente a través de las páginas


quebradizas y amarillentas escritas a mano. —¡Esto es!

—¿Lo estamos robando? —preguntó Peter.

—Esperemos que no —dijo una voz vieja y jadeante detrás de ellos. El mismo
comerciante que James conoció en julio salió de detrás de una estantería.
Tendiendo una mano áspera pidiendo el diario, y James, sintiéndose como si
hubiera sido atrapado con algo que no debería tener, de mala gana se lo entregó.

El tendero sacó un par de gafas viejas del bolsillo del pecho, y con atención
examinó el diario. No parecía reconocerlo como algo importante. Al parecer,
decidiendo que podía deshacerse de él, se lo devolvió a James. —Quiero quince
galeones por este.

La cara de James cayó. Sirius tenía cantidades exorbitantes de dinero en su


baúl, y había tomado dos grandes puñados de monedas en la mañana, pero no
tenía mucho. Rápidamente, James comenzó a pensar en todas sus opciones. Volver
en la noche y robarlo, quitárselo de las manos y correr... cada idea sonaba peor que
la anterior.
—¡¿QUÉ?! —explotó Sirius. —¿Por ese pedazo de basura? ¡Devuélvelo James,
podemos hacer nuestro informe de otro libro! Vamos a otra tienda.

Tomó el libro y con fuerza lo metió de nuevo en las manos del tendero. Luego,
se marchó sin mirar atrás. James le siguió, desconcertado.

—Sirius, ¿Qué estás haciendo?

—¡Sshhh! —dijo entre dientes.

—¡Esperen! ¡No vayan a Spine Binders!

El tendero, aparentemente horrorizado ante la perspectiva de perder su


negocio frente a un vendedor de libros llamado Spine Binders, estaba corriendo
detrás de ellos. Dio una mirada crítica al andrajoso diario en sus manos. —Está
bien, niños desgraciados. Llévenselo por ocho galeones o déjenlo.

Sirius metió la mano en su bolsillo. —Sólo tengo tres.

James sabía que estaba mintiendo. Tenía más que eso.

—Tres entonces —concedió el tendero. Finalmente pareció aceptar que no iba a


conseguir un buen negocio con ellos.

Sirius le entregó el dinero y tomó el diario. —¡Gracias, un placer hacer negocios


con usted!

Antes de que el tendero pudiera decir algo más, los tres corrieron hacia la
puerta. Una vez fuera entre la multitud bulliciosa, Sirius abrió el diario.

—Sirius, no —dijo James. —Debemos esperar hasta que estemos solos en la


sala común.

Sirius lo cerró a regañadientes y lo empujó hacia el fondo de uno de los


bolsillos de su chaqueta.

—Bueno, ¿Qué tal un helado de chocolate picante? —preguntó esperanzado.

Después de una ronda de helados de Fortescue's (chocolate picante no estaba


disponible, por lo que Sirius se conformó con zarzamora y cacao), caminaron de
regreso a la pared de ladrillos, y salieron de vuelta a Londres a través del Caldero
Chorreante. Ahí, se reembarcaron en el Autobús Noctámbulo (Jill estaba muy
disgustada de tener que decir sus líneas de nuevo), y pidieron ser llevados de
vuelta a Hogsmeade, esta vez en la carretera cerca de la estación de tren. Una vez
allí, entonces comenzaron a bajar el sendero del bosque cuando Sirius hizo una
pausa, sonriendo maliciosamente.

—Saben, Hogsmeade es el único asentamiento totalmente mágico en Gran


Bretaña. Como magos en entrenamiento, ¿No creen que sería... educativo que
echemos un vistazo?

Con un guiño, partió hacia la otra dirección, hacia el pequeño pueblo no lejos
de la estación. Riendo, James corrió para alcanzarlo. Peter tropezó después de ellos
desesperadamente.

—Sirius, James, esperen, ¿Qué hacen? ¡Es fin de semana de Hogsmeade!

—¿Un qué? —Sirius preguntó sobre su hombro, no rompiendo el paso.

—¡Fin de semana de Hogsmeade! —repitió Peter, luchando para alcanzarlos.


—¡Los estudiantes mayores están autorizados a venir a Hogsmeade! ¿Qué pasa si
alguien conocido nos ve?

—¡Oh, vamos Peter, no seas un miedoso! —dijo Sirius con desdén. —¿Qué hay
de ti James, te parece?

James lo consideró, pero sabía que la expresión en su rostro ya estaba


mostrando lo que pensaba. —Creo que puedo permitir un vistazo a Zonkos.

Era una tarde alegre. Los chicos llenaron sus bolsillos a rebosar con dulces en
Honeydukes, y se probaron ropa cara y de lujo en Gladrags Wizardwear. Se
burlaron de las parejas mayores que estaban cariñosos a través de la ventana del
Salón de Té de Madame Puddifoot's, y se rieron hasta que les dolieron las costillas
en Dominic Maestro's, donde Sirius les hizo una demostración de sus pobres
habilidades en violín (el único producto de las lecciones que su madre le obligó a
tomar cada verano. El violín los echó al final). Trataron de comprar cerveza de
mantequilla en una animada taberna de la calle principal llamada Las Tres
Escobas, pero cuando vieron a los Profesores Slughorn, Flitwick y Dearborn en una
mesa cercana al bar, decidieron no tentar su suerte.
Zonkos era tan maravilloso como había oído de otros estudiantes. Estaba
impresionado por imponentes pantallas para desaparecer asientos de inodoro,
bombas fétidas auto detonantes y orejeras que pican. Estaban tan absortos que casi
se encontraron con la Profesora McGonagall que flotaba cerca de la puerta cuando
iban saliendo. James se preguntó si se había puesto ahí a propósito para controlar
de cierta forma la mercancía que volvía a Hogwarts. Obligados a encontrar una
salida diferente, Sirius los condujo por la puerta trasera hacia un callejón.

Continuaron por el callejón durante mucho tiempo, hasta que las tiendas se
hacían escasas, y finalmente, se terminaron. Pronto, se aproximaron a una amplia
colina sobre la que se situaba una casa solitaria, en ruinas. Todas sus ventanas
estaban tapiadas, excepto por una en la parte superior, la que James decidió que
era probablemente el ático. La habitación más allá de la ventana estaba oscura,
oculta por una tela rallada y de jirones que servía como cortina. El jardín exterior
de la casa estaba húmedo y cubierto, rodeado por una valla de hierro forjado.

Una señal recién pintada en la puerta decía.

LA CASA DE LOS GRITOS

La casa más embrujada de Gran Bretaña, gritos aterrorizados


y gemidos inhumanos de tormento se escuchan frecuentemente
emanados desde dentro de las paredes de este lugar. Algunos se
pueden escuchar desde el Salón de Té de Madame Puddifoot's.

—¿Suponen que alguien todavía vive ahí? —preguntó Sirius, subiendo lo


suficiente para poner su cara entre las barras.

—Lo dudo —dijo James, observando que la puerta principal estaba cerrada y
clavada. —Al menos, no creo que nadie vivo viva ahí.

De repente, hubo una ráfaga de movimiento en la ventana abierta. Entonces,


repentinamente se cerró de golpe. Peter salió hecho un rayo en dirección a la
estación de tren, y James y Sirius, aunque intrigados, se giraron y le siguieron.
Capítulo 7
Rima y Enigma

James, Sirius, Remus y Peter estuvieron muy decepcionados por el contenido


de El Legado del Rey Macedonio, quienes hicieron turnos para leerlo durante las
siguientes dos semanas. Aunque hubo un interesante relato de cómo fue conocer a
los fundadores de Hogwarts (aparentemente Rowena Ravenclaw tenía una gran
colección de pájaros de cristal, y Godric Gryffindor tenía una especial afición por
poner aguijones en polvo de Billywig a su té), el texto simplemente hizo eco de la
historia que ya habían leído en la biblioteca. Muchas partes ni siquiera parecían
tener nada que ver con el cetro en absoluto (por ejemplo, Petrie había dedicado
cuatro y medio capítulos al tema de los excrementos de la Bestia Mágica, y que lo
hacía el mejor fertilizante para su jardín de tomates). La única nueva pieza de
información fue un poema corto en la parte interior de la cubierta frontal, que
Petrie aparentemente había pensado que sería un comienzo inteligente para el
diario.

—¿Gasté tres galeones en esto?

Sirius, quien había estado hojeando distraídamente el diario toda la mañana


del sábado, se lo lanzó a Peter, quien estaba demasiado ocupado trabajando en un
gráfico lunar para notarlo. Lo golpeó en la parte posterior de la cabeza.
—¡Oye! ¡Ay!

—No puedo creer que me perdí las pruebas de Quidditch para conseguir esa
cosa, —dijo James con amargura. —Remus, lee el poema de nuevo, ¿sí?

Remus había regresado de su visita a su hogar mucho más pálido que antes.
Lucía unos nuevos y profundos surcos en sus brazos, y caminaba con una leve
cojera, pero actuaba como si nada fuera diferente. Cogió el libro del piso, lo abrió
en la parte interior de la cubierta frontal, y comenzó a leer:

De la mano poderosa del mismo Zeus se precipitó a la tierra,

Un regalo divino concedido a un griego de noble ascendencia.

De la piedra del rayo y el fuego, Alexander forjaría

Un cetro con poder que al tiempo y al destino, su curso cambiaría.

Los hijos celosos de Antípatro, tramaron un plan malvado,

Para envenenarlo y hábilmente robar el cetro de su mano.

Con su premio en mano, esa noche, los malvados traidores desertaron,

Dejando a Babilonia para siempre y al Rey Alejandro aniquilado.

Durante muchos años el cetro de la historia desaparecería,

Hasta que en un templo escondido junto al mar, lo encontraría.

Desde este lugar, de regreso a tierras de imperio Británico, me traería,

Y la ayuda de cuatro mentes brillantes, quienes fundaron la escuela de Hogwarts,


buscaría.

El cetro entonces se dividió en cuatro y en lo profundo fue ocultado

Dentro de las paredes de su escuela, donde magia se ha enseñado.

Con el cetro roto y las piezas fuera de la vista,

No creían oportuno que las piezas algún día se reunirían.


Tengan cuidado ahora lectores, deben ser ciertamente de corazón valiente

Para seguir lo que he dejado atrás y las piezas del cetro encontrar.

Puede ser sabio comenzar bien su búsqueda ahí donde están,

Para algunas cosas que parecen a millas de distancia,

Pueden realmente no estar tan separadas.

—Así que... ¿qué se supone exactamente lo que significa eso? —preguntó


Sirius, masticando la punta de su varita. —¿Empezar a buscar alrededor de la torre
de Gryffindor?

Remus se encogió de hombros.

—Ni idea. ¿Dónde piensa Petrie que estaríamos leyendo esto?

—Tal vez piensa que estamos en Flourish y Blotts, —dijo Peter.

James se sentó e hizo un tiro fallido del gráfico lunar en el cubo de basura de la
esquina.

—Si el mapa está escondido en algún lugar de esa tienda, entonces no hay
absolutamente ninguna posibilidad de que lo vayamos a encontrar, —dijo
miserablemente.

—Por lo menos hay un lado positivo, —Sirius dijo con un dejo de diversión, —
Voldemort nunca lo encontrará tampoco.

Remus cerró el diario y bajó la mirada hacia la deteriorada cubierta.

—¿Creen que debemos entregárselo al profesor Turnbill? —preguntó.

—¡De ninguna manera! —Sirius dijo, arrebatándole el diario de vuelta. —Si es


un Mortífago, ¡va a entregárselo derechito a Voldemort!

Remus suspiró.

—Sirius, el profesor Turnbill no es un Mortífago. Es un buen profesor de


Defensa Contra las Artes Oscuras.
—Tal vez sólo estás defendiéndolo porque eres mucho mejor en su clase que el
resto de nosotros, —dijo Sirius con ligereza. Señaló dramáticamente en su
antebrazo izquierdo. —¿Cuántos profesores de Hogwarts normalmente tienen
tatuajes en sus antebrazos izquierdos? Además, yo pagué por el diario, por lo que
es técnicamente mío y tengo que decidir.

James, todavía contemplando las dos últimas líneas del poema, decidió dejar a
Sirius y Remus con su discusión. Salió del agujero del retrato, y sin pensar
realmente a dónde iba, se encontró afuera de los terrenos de Hogwarts. El fresco
aire otoñal de la tarde parecía ayudarle a pensar. Mientras caminaba a lo largo del
lago, se encontró preguntándose dónde estaba el calamar gigante, y de dónde
había venido. Tenía una singular imagen mental del calamar flotando a través de
la puerta de atrás de una casa bajo el agua, donde su esposa e hijos calamares lo
esperaban alrededor de una mesa.

Justo cuando pasaba por la Cabaña de Hagrid, James se sorprendió de su


ensueño cuando alguien salió del Bosque Prohibido a corta distancia por delante.
Era Turnbill. El primer instinto de James era agitar una mano y gritar un saludo,
pero rápidamente lo reprimió. A pesar de no haber sospechado que él fuera un
Mortífago, la expresión en el rostro de Turnbill lo habría detenido. Parecía triste,
incluso siniestro. ¿Qué estaba haciendo en el bosque de todos modos? Dumbledore
había prohibido expresamente a los estudiantes entrar, así que ¿qué asunto tendría
un profesor yendo ahí?

James se deslizó silenciosamente a lo largo, usando el jardín de Hagrid como


cubierta. Quizá sintiendo que estaba siendo seguido, Turnbill verificó por encima
del hombro, y James se lanzó detrás de una de las calabazas de tamaño bebé
elefante para esconderse. Con las rodillas al pecho, se agachó, incómodo,
esperando. Cuando sus piernas no podían soportarlo más, se arriesgó a echar un
vistazo alrededor del lugar. Turnbill no estaba en ninguna parte. De pie, James dio
unos pasos por el camino que conducía hacia el castillo. No había ninguna señal de
Turnbill.

Sintiéndose muy molesto consigo mismo por perderlo de vista, James comenzó
a bajar el camino en la dirección que estaba seguro que se había ido. Estaba casi
alrededor de la curva, donde podría obtener una visión más amplia de todos los
terrenos de Hogwarts, pero luego, de repente, se oyó el sonido de voces de niñas
acercándose. Hubo una risita estridente.

—...pero le gustas, obviamente. ¡Él no habría hecho tal esfuerzo por hablar
contigo después de lecciones de vuelo si no lo estuviera!

James se detuvo en seco, sintiendo como si helada agua fría hubiera sido
derramada por su espalda. La voz de otra chica intervino y la reconoció de
inmediato como Gwen DeLaunay.

—No tiene tan mal aspecto tampoco.

La tercera voz aceleró el corazón de James.

—Tal vez no luce tan mal, pero prefiero una cita con el calamar gigante que con
James Potter.

Al darse cuenta que estaban a punto de doblar la esquina, y que iban a


encontrarlo de pie en medio del camino, luciendo increíblemente estúpido, James
miró a su alrededor buscando frenéticamente un lugar para esconderse. La única
opción prometedora que tenía era un árbol cercano, con salvajes ramas enredadas.
Era muy visible, pero era mejor que nada.

Casi tropezando con sus propias piernas, James corrió para allá. Estaba
alcanzando la rama más baja y arrastrándose a sí mismo, cuando algo lo golpeó en
el estómago con la fuerza de una bludger.

WUMP.

Las gafas de James volaron de su cara con la fuerza del golpe. Se dejó caer de
rodillas y comenzó desesperadamente a rebuscarlas alrededor. Sin ellas, él no veía
el árbol. Las voces de las chicas estaban creciendo a un ritmo constantemente
fuerte. Mirando hacia arriba para asegurarse de que no habían llegado a la vuelta
todavía, James alcanzó a ver una fugaz y borrosa rama, balanceándose justo por su
rostro. Parecía moverse en cámara lenta. Antes de que pudiera esquivarla, incluso
antes de que tuviera la oportunidad de preguntarse quién la balanceaba, en un
estallido de estrellas, se desmayó por completo.

—¡Poppy, está despierto!


Los párpados de James se abrieron lentamente para encontrar dos formas
borrosas flotando cerca de su cama. Una era alta y delgada, el otro era enorme.

—Puedo ver que sí, Hagrid. Sé que Albus insiste con ese árbol, ¡pero es muy
peligroso!

James cogió sus gafas, y aliviado al ver que no se rompieron, se las puso de
nuevo. Descubrió una joven morena delante de él, asumió que debía ser la
enfermera de la escuela, con Hagrid a su lado.

—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —preguntó aturdido.

—Pocas horas, —respondió Hagrid. —El Sauce Boxeador te dio bien fuerte,
según su carácter. Lily Evans llegó corriendo y me llevó. Te noqueó, pero la señora
Pomfrey aquí te reparó muy bien.

James se frotó la cabeza.

—¿El Sauce Boxeador? ¿Qué es eso? ¿Por qué está en los terrenos de la escuela?

Hagrid estaba abriendo la boca para responder cuando la enfermera lo silenció


con una severa mirada. Se volvió de nuevo a James y miró a cada uno de sus ojos
con la punta encendida de su varita.

—No te importa, —dijo ella secamente. —Fuiste golpeado muy duro en la


cabeza, y necesitas quedarte aquí en el hospital esta noche. Lucius Malfoy estará
aquí contigo, tuvo una mala caída en el entrenamiento de Quidditch.

Hagrid estaba aparentemente ajeno a la mirada de consternación que cruzaba


la cara de James.

—Estás en buenas manos, James, —dijo. —Ahora, si no les importa, tengo que
volver al Invernadero Cinco. Un problema desagradable con una manada de
Bowtruckles salvajes en los árboles de afuera. Tratando de sacar los ojos a las
personas cuando se acercan demasiado.

Hagrid le hizo un gesto amable y salió al pasillo dando fuertes pisadas. Madam
Pomfrey se movió rápidamente para comprobar a Malfoy, y James arriesgó una
mirada de reojo en su dirección. Estaba tendido en la esquina de la habitación con
su pierna en un cabestrillo. Por suerte, estaba mirando sombríamente al techo,
haciendo caso omiso de la señora Pomfrey mientras trabajaba sobre él.

Bien, pensó James. Tal vez no me note.

Casi en ese momento entraron Sirius, Remus y Peter irrumpiendo por la


puerta.

—¡JAMES! ¡Hagrid nos dijo que estabas despierto!

Sirius entró alegremente y se dejó caer en la cama a su lado.

—Tan pronto nos enteramos por Mary MacDonald de que estabas aquí,
bajamos y esperamos. Hemos estado sentados afuera durante horas, pero la señora
Pomfrey no nos dejó entrar hasta que estuvieras despierto.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Remus, estudiando de cerca el rostro de


James. De repente pareció preocupado. —¿Qué estabas haciendo cerca del Sauce
Boxeador?

Las mejillas de James se pusieron calientes. Desde luego, no quería decirles que
estaba escuchando a Lily a escondidas.

—Estaba tratando de obtener una mejor visión del lago, —inventó


rápidamente. —Quería ver al calamar gigante de nuevo.

Parecieron aceptar su respuesta sin preguntar. Después de unos minutos de


charla y de la alegría de Sirius al ver a Malfoy con su pierna en un cabestrillo, la
señora Pomfrey se abalanzó sobre los tres para sacarlos.

—¡El muchacho necesita descansar! —dijo, dirigiendo a Sirius por los hombros
hacia la puerta. —Váyase ahora, y su pequeño amigo... ¡Remus, usted también!

Después de una mirada de disculpa hacia atrás, los tres salieron, dejando a
James a solas con Malfoy, quien ahora le estaba dando una mirada fulminante. Por
suerte, la señora Pomfrey lo salvó mientras arrastró una cortina privada y le animó
a dormirse. Al darse cuenta que no había nada más que hacer que seguir su
consejo, James se dejó caer sobre las almohadas y cerró los ojos.
Estaba agitado cuando se despertó de nuevo más tarde por unas bajas voces
fuera de la puerta de la enfermería. Su cuerpo estaba mucho más adolorido ahora,
y su cabeza se sentía como si fuera del tamaño de una de las calabazas de Hagrid.
A través de la cefalea inducida por la confusión, se dio cuenta de una voz
profunda y zalamera.

—Estará en los periódicos de mañana. Se le pidió que completara esta tarea en


silencio, pero todos sabemos que la joven Bella puede actuar... imprudentemente...

—¿Ella consiguió el nombre de los estudiantes que lo tomaron? —preguntó


otra voz más familiar. James no podía ubicarla.

—No, el vendedor no lo sabía, pero Bella al menos fue capaz de extraer


descripciones de él. Eran jóvenes… de primer o segundo año por como sonaba.
Dos muchachos de pelo oscuro, y el amigo más pequeño, de cabello claro.

—Voy a encontrarlos. ¿Qué desea el Señor Tenebroso que haga con ellos?

—El Señor Tenebroso quiere que usted se encargue de nuevo. Observe y espere
por el momento... Después de todo, niños muertos en Hogwarts en la primera
página de El Profeta va a hacer nada más que llamar la atención sobre nosotros. No
queremos eso... no todavía...

—¿Y si van donde Dumbledore?

—Dumbledore no sabe nada sobre el cetro, o que estos niños han encontrado el
libro. Si son prudentes, no le dirán. Dumbledore ha buscado el cetro desde hace
años, tal como ha buscado las Reliquias de la Muerte. No hay duda de que tomaría
partido para su propio beneficio, si se lo llevaran a él. Si por algún golpe de
milagro sobreviven el tiempo suficiente para encontrar todas las piezas, por todos
los medios, siléncielos.

—¿Qué pasa con los niños muertos en la portada del Profeta?

—Si encuentran todas las piezas, usted se las entregará al Señor Tenebroso por
cualquier medio necesario. Entonces, habrá muchos más cuerpos en la primera
página del Profeta que solo los de ellos, Turnbill.
James se puso rígido. Aunque había sospechado, la confirmación de que
Turnbill era un Mortífago le sorprendió hasta la médula. Tal vez una parte de él
hasta ese momento todavía no lo creía totalmente, no cuando Turnbill era tan
amable y amistoso con ellos durante Defensa Contra las Artes Oscuras...

—¿Cómo está Lucius? —preguntó Turnbill.

—Él va a estar bien, a pesar de que sabe cuán desgraciado estoy de que mi
propio hijo no pueda conseguir con éxito una finta de Quidditch. Ha tenido los
mejores instructores de vuelo desde que tenía seis años. Espero lo mejor de él.

—¿Él sabe algo del plan?

—No, y no deje que sospechen de usted. Él no está totalmente listo para unirse
a nosotros, y todavía no confío en que él pueda mantener esas confidencias bajo
presión. Si usted tiene alguna nueva información, póngase en contacto conmigo en
mi mansión en Wiltshire. Buena suerte.

El sonido de pasos que se alejaban le dijo a James que la discusión había


terminado. Tendido en la oscuridad, mirando el techo alto, trató de comprender el
alcance de la batalla en la que ahora estaba involucrado. El enemigo ahora sabía
cómo eran. Sólo sería cuestión de tiempo antes de que Turnbill descubriera quiénes
eran.

¿Deberían ocultar el diario? ¿Deberían destruirlo? Si lo ocultan o lo destruyen,


probablemente serían interrogados y asesinados por Turnbill de todos modos.
¿Deberían entregarle el diario a Dumbledore? El Señor Malfoy había dicho que
Dumbledore quería el cetro para su propio beneficio. ¿Qué haría Dumbledore con
él? Desde luego, no dejaría que ellos lo tuvieran... ¿Qué otras opciones tenían?
James se puso de costado, con el deseo de que Sirius, Remus y Peter estuvieran
alrededor para hablar.

Tendrían que encontrar las piezas en secreto, decidió. A pesar de que quería
fingir que iban a hacer lo correcto y destruir las piezas, James no pudo evitar
imaginarse a sí mismo sosteniendo el Báculo de los Tiempos intacto… un maestro
del tiempo. ¿Qué cosas podía hacer si pudiera volver atrás y cambiar el pasado, o
conocer las cosas por venir...?
Mientras James todavía estaba vadeando a través de su enredado nudo de
pensamientos, el sueño se deslizó de forma inesperada sobre él, dejándose
arrastrar en turbulentos sueños.

A la mañana siguiente, la señora Pomfrey despertó a James, y después de un


rápido examen, le permitió salir. Corriendo al Gran Comedor, se unió a Sirius,
Remus y Peter, quienes estaban desayunando juntos en el otro extremo de la mesa
de Gryffindor. En voz baja, les participó en todo lo que escuchó.

—¡Te DIJE que era un Mortífago! —Sirius gritó triunfalmente, señalando con el
tenedor en la cara de Remus, quien languideció cuando James les dio las noticias.

—¿Estás seguro James? Quiero decir, fuiste golpeado en la cabeza muy duro,
¿seguro que no oíste mal…?

—¡Yo sé lo que oí! —James dijo enfadado, vertiendo una cucharada colmada de
avena en un tazón. —Ser golpeado en la cabeza por un árbol loco puede doler
mucho, pero no te hace sordo.

—Me pregunto si el vendedor fue herido, —se preocupó Peter. Un poco de


huevo se salió de lado de su cuchara temblorosa.

—Aquí viene el Profeta, —dijo Remus. Las lechuzas de la mañana habían


llegado. Una pequeña, gorjeante y rojiza, aterrizó en sus cereales, y después de
recibir una Knut de bronce, despegó, rociando gotas de leche sobre Peter. Remus
exprimió la leche del periódico y lo abrió, y todos juntaron sus cabezas para leer el
artículo en la primera página.

Efectivamente, había una fotografía ampliada de Flourish y Blotts, cuyos


imponentes estantes de libros estaban derrumbados. Páginas rasgadas y
volúmenes dispersos cubrían el suelo de mármol.

SAQUEADA FLOURISH Y BLOTTS

Ayer por la tarde, el pacífico pueblo de tiendas “Callejón Diagon” fue


perturbado por la destrucción de su librería más prominente, Flourish y Blotts.
Eugene Blott, copropietario de la tienda, se encontró entre los escombros,
maltratado y severamente confundido.

No hay pistas sobre el atacante, ni algún motivo, aunque los Aurores


determinaron que sin embargo muchos artículos fueron destruidos, no faltaba
nada. Se insta a cualquier persona con información, ponerse en contacto con su
oficina más cercana de Aurores.

Continúe en la página 5.

—¡Rayos!, ¿Cómo diablos pudieron decir los Aurores que no faltaba nada? —
Sirius rió. De repente, Remus empujó el periódico debajo de la mesa. El Profesor
Turnbill acababa de entrar por las puertas dobles, y estaba pasando por su lado.

—¡Buenos días, chicos! —dijo sonriente hacia ellos. —¿Listos para ese examen
de hechizos de desarme y de defensa para hoy?

Remus sonrió débilmente, y Sirius rápidamente tomó un bocado de pan


tostado. Peter parecía a punto de desmayarse, que en realidad parecía normal en él
antes de un examen. James, preguntándose si Turnbill sabía que tenían el diario,
sin embargo, asintió con la cabeza y trató de sonreír.

—He estado estudiando toda la noche.

—Estudiando toda la noche en la enfermería, ¿eh? —preguntó Turnbill, con


una ceja levantada. Se rió cuando James se puso rígido. —Sí, he oído todo sobre tu
encuentro con el Sauce Boxeador por Hagrid. Espero que te sientas mejor, Poppy
dijo que tenías un chichón del tamaño de un tubérculo bulboso. Nos vemos en
clase chicos. ¡Buena suerte!

Remus vio la espalda de Turnbill al retirarse.

—Creo que él sabe, —dijo con gravedad.


Capítulo 8
La Hija de Invierno

Septiembre se convirtió en octubre, y por fin el aire frío no tenía más indicios
del calor de verano. Sin otras ideas sobre las últimas líneas del poema, y con
cantidades alarmantes de tareas comenzando a apilarse, James, Sirius, Remus y
Peter se vieron obligados a poner temporalmente a un lado la búsqueda de las
piezas del cetro.

Turnbill continuó actuando amigable hacia ellos, a pesar de que en ocasiones


parecía caer en ataques de mal humor cuando lo encontraban fuera del aula. Una o
dos veces, James lo vio en el borde del Bosque Prohibido otra vez.
—Voy a seguirle la próxima vez —dijo James sobre la mesa del almuerzo la
siguiente vez que sucedió.

—No seas estúpido James —dijo Remus hacia atrás. —¡Es el profesor de
Defensa contra las Artes Oscuras! Es probable que esté simplemente recogiendo
cosas que necesite para clases.

Cuando Gwen DeLauney informó (habiendo sido notificada por su hermana


mayor) que los estudiantes de sexto año lograron ver un Hinkypunk en un tanque,
James aceptó esto como una posibilidad, aunque las señales de alarma en el fondo
de su mente rechazaron dejarlo ir.

No fue sino hasta Halloween que James se convenció por completo que
Turnbill era peligroso. Esa tarde, estaban terminando su almuerzo bajo el árbol de
la playa del lago cuando James vio a Turnbill, medio escondido detrás de la línea
de árboles del Bosque Prohibido. Estaba tan inmóvil como una estatua y su cara
era de piedra. Él los observaba, su mirada era dura y desagradable.
Afortunadamente, la campana de la clase siguiente sonó en el castillo, y sirvió de
excusa para reunir rápidamente sus cosas y correr.

—Realmente no lo entiendo —dijo Remus, quince minutos más tarde en el


Aula de Pociones. Los cuatro estaban de pie delante de calderos burbujeantes,
tratando de hacer pociones de energía. —¡Él nos trata como a sus estudiantes
favoritos durante la clase, pero luego hace un momento parecía que quería
matarnos!

Por mucho que James había querido creer que los cuatro podrían mantener el
diario en secreto, siempre había sabido que era sólo cuestión de tiempo para que
Turnbill descubriera quiénes eran los misteriosos tres estudiantes.

—Bueno, ahora tenemos que resolver el poema —dijo James con cansancio.

Sirius, que estaba levitando ingredientes al azar en el caldero de Severus unas


cuantas filas más adelante, no estaba escuchando. —¡Mírenlo, mírenlo! Aw, se ve
tan confuso... Sin embargo es sorprendente, siempre se las arregla para repararlo
de nuevo.
Por mucho que odiara admitirlo, James estaba impresionado por el trabajo en
pociones de Severus. De hecho, durante las últimas semanas, Severus había
demostrado no sólo su aptitud en Pociones, sino que también para el aprendizaje y
la invención de más hechizos y maleficios que cualquier otro estudiante de último
año. Apuntó la mayor parte de éstos a Sirius y James, aunque Peter y Remus
también recibieron su parte justa de espectros de murcielagos y bloqueo de pies.
Asquerosamente, Severus había hecho amigos con un par de otros chicos de
primero y segundo año de Slytherin, que también parecían impresionados con su
repertorio de hechizos. Aún más repugnante, James creyó ver a Lucius Malfoy
dándole una palmada en la espalda en la cena una noche.

—¡No tenemos que resolver el poema! —dijo Remus en voz baja, pero
contundente. —¡Incluso si lo intentamos, estaríamos graduándonos de Hogwarts
antes de que consigamos algo de él!

James observó cómo uno de los ingredientes de Sirius que levitaba, una cola de
un tritón viscoso, caía dentro del caldero de Severus mientras estaba de espaldas.
—¿Por qué no? —dijo en voz baja. —¿Quién dice que no podemos resolverlo
nosotros mismos?

—Permíteme preguntarte esto —dijo Remus razonable, y tuvo que bajar la voz
porque Slughorn estaba hablando con los hermanos Van Vleck un par de calderos
más allá. —¿Crees que resolver el rompecabezas y encontrar todas las piezas del
cetro nos sacará de este lío? ¿Crees que nos van a permitir averiguar todo y
quedarnos con el Báculo de los Tiempos?

Eso llamó la atención de Sirius. Se giró para mirar a Remus, y el bazo de rata
que estaba levitando sobre el caldero de Severus cayó con un splat en una de las
cabezas de las Fanes. James pensó que podría ser Polluxa, pero no estaba seguro.

—¿Estás sugiriendo que le entreguemos el diario a Voldemort? —exigió Sirius.


—¿Rendirse?

—Por supuesto que no —dijo Remus fuertemente, mirando a Slughorn


moverse a través del cuarto. —Sólo estoy tratando de ser realista. Pareciera que no
importa lo que hagamos, probablemente terminaremos muertos.

—¿Muertos? —preguntó Peter con timidez.


—Sí Peter, muertos —repitió Remus.

—Qué optimista, —murmuró Sirius.

James se golpeó la cara con la palma de su mano. Remus tenía razón, había una
posibilidad muy remota de que salieran con vida. Volvió a pensar en su noche en
la enfermería, y la conclusión que había obtenido entonces.

—La única forma en que sobreviviremos a esto es encontrar las piezas nosotros
mismos, y buscar la forma de utilizarlas antes que Turnbill nos detenga.

Se sorprendió al ver a los demás que miraban atrás de él con miradas blancas y
alarmantes.

—¿Qué?

—¡¿USARLAS?! —Remus finalmente se quedó sin aliento. —Caray James, ¡qué


sucedió con solo detener a Voldemort de encontrarlas!

James sintió un pinchazo de fastidio al ver que podían ser tan miopes.

—¿No lo ven chicos? ¡Si podemos averiguar cómo utilizar el cetro, podemos
volver atrás en el tiempo! ¡Podríamos evitar que Voldemort naciera! ¡Podríamos
mirar hacia el futuro, y alertar al Ministerio acerca de los crímenes que está
planeando cometer! Podríamos...

—¡James, somos solo niños! —interrumpió Remus. —¿Y si realmente


arruinamos las cosas? ¿Qué pasa si cambiamos algo que no deberíamos? ¿Qué
pasaría si accidentalmente terminamos mil años atrás, y no podemos averiguar
cómo volver?

—¿Y te imaginas siendo torturado hasta la muerte por los seguidores de


Voldemort? —preguntó James con un poco más de ferocidad de lo que pretendía.
Nadie dijo nada.

—Remus —dijo James, gentilmente cuando vio la expresión de dolor en el


rostro de Remus. —Basta con pensar en lo que podríamos hacer. ¿No te gustaría
volver en el tiempo y salvar a tu madre de contraer esa enfermedad?
Eso tocó un nervio. Los ojos de Remus bajaron de nuevo a su caldero, como
extraviado. Sin palabras tomó una pila de ramitas de valeriana y empezó a
romperlas, pero James le pareció ver pasar una sombra pesada en su rostro.

—Podemos hacerlo Remus —dijo Sirius, buscando el diario en su mochila.


Miró a su alrededor por si alguien estaba escuchando, y luego lo sacó hacia fuera.
—Si pudimos encontrar esta cosa, ¿quién diría que no podemos encontrar las
piezas y usarlos para el bien?

La mirada de Remus se mantuvo baja, pero poco a poco, casi


imperceptiblemente, asintió. —Bueno.

Sintiéndose con ánimo, James tomó el diario de Sirius y lo abrió. Examinó las
últimas cuatro líneas del poema como lo había hecho en innumerables ocasiones,
con la esperanza de ver algo nuevo que no había visto aun.

—Ahí donde están...

—Creo que él escribió eso a propósito para frustrarnos... —dijo Sirius, ahora
saltando lejos de la masa dura de barro coloreado en su caldero con su cuchillo de
su kit de pociones. —¿Él quiere que empecemos a buscar aquí mismo donde
estamos? Tal vez deberíamos pisar fuerte en su diario hasta que nos diga qué
hacer, eso es justo donde estamos.

Los ojos de James se abrieron. Sirius había sido sarcástico, pero había tocado un
punto muy importante. Si alguien estaba leyendo el diario, por supuesto el diario
estaría justo donde están. Más específicamente, si alguien estaba leyendo el poema,
la parte trasera de la cubierta delantera estaría justo donde estaban...

—Sirius, ¿déjame ver tu cuchillo por un segundo?

Sirius se lo pasó. —¿Qué vas a hacer? ¿Amenazarlo? ¿Apuñalarlo? ¡Tal vez


hablará!

—No —dijo James —pero me hizo pensar en otra cosa...

Con cuidado, se deslizó a través del revestimiento de papel grueso en el


interior de la cubierta frontal. Pelándola con cautela, sintió una emoción mientras
revelaba algo por debajo. Era la esquina de un muy antiguo pergamino doblado.
—Justo aquí, todo el tiempo —dijo, sintiéndose muy estúpido por no haberlo
visto antes. Poco a poco, con mucho cuidado, sacó el pergamino y lo desdobló,
pero luego todos se quejaron con decepción. Estaba en blanco.

Remus se inclinó más cerca. —Esperen... ¿Recuerdan lo que Turnbill nos dijo
en clase la semana pasada?

Sirius hizo una mueca.

—¿Recuerdan lo que Turnbill acaba de hacer hace veinte minutos?

Remus pretendió no escucharlo. En su lugar, sacó su varita de su mochila


escolar.

—Un trozo de pergamino vacío puede tener un mensaje oculto —explicó. —El
mejor hechizo para revelarlo es... Aparecium.

Tocó el centro del pergamino con su varita, y justo en el lugar donde hizo
contacto, un pequeño punto de tinta floreció. Sus zarcillos crecieron, formando
líneas y formas las cuales definieron una frase en la parte superior de la página:

Mapa de Petrie para Merodeadores

Cada vez más y más espirales de tinta se desenrollaron por todo el pergamino,
bailando y arremolinándose entre sí y formando patrones cada vez más complejos.

—¿Eso es...?

—¡Lo es! —dijo James con el corazón palpitante. Ya podía ver cuatro
rectángulos largos y delgados dentro de una habitación espaciosa, y una gran
plaza abierta forrada de muchas escaleras. —El Gran Comedor... Las Grandes
Escaleras... ¡Es Hogwarts!

—¡Miren, ahí está el patio de Transformaciones! —dijo Sirius, apuntando a un


amplio círculo saliendo del lado oeste del castillo.

—¡Y ahí está la sala común! —dijo Peter, apuntando a la torre norte.

Los ojos de Remus estaban muy redondos. —Miren todo...


—¿Qué está pasando aquí? —James empujó rápidamente el mapa de nuevo
hacia el diario. Slughorn estaba sobre ellos, mirando expectante.

—Nada señor, sólo estábamos...

—Potter, esa poción necesita ramitas de valeriana, está a punto de cuajar.

Preguntándose porqué no estaba diciendo nada acerca del desastre en el


caldero de Sirius, James asintió. Tomó rápidamente la bolsa de ramitas de
valeriana frente a Remus. —Sí, gracias señor.

Slughorn asintió y luego se trasladó dos filas adelante para hablar con Severus,
cuya poción, a pesar de adiciones improvisadas de Sirius, todavía se veía
exactamente como la imagen en el libro.

—¿Cómo lo hace? —preguntó Sirius, incapaz de ocultar el resentimiento en su


voz.

Una vez que estuvo seguro que Slughorn estaba ocupado, James deslizó el
pergamino de vuelta y lo desdobló, esta vez manteniéndolo bajo. —Hey, se
perdieron la mejor parte del mapa.

Los otros se inclinaron de nuevo a mirar mientras James señalaba algo


intermitente en la Torre Oeste, justo fuera de la oficina del Profesor Flitwick. Era
un punto marcado con la misma letra cursiva que el título: Pieza de Ravenclaw.

—¿Qué les parece? —dijo James, con una sonrisa extendiéndose por su cara. —
¿Suena como a escabullirse después de la fiesta de Halloween?

El Gran Comedor estaba brillantemente decorado para la fiesta de Halloween


de la noche. Linternas de calabazas sonrientes flotaban bajo las vigas, y
murciélagos de papel crepé se agitaban debajo del techo oscuro y tormentoso.
Orbes de color naranja y púrpura flotaban alrededor de las mesas de las casas y
esqueletos embrujados (James esperaba que no fueran reales) marchaban por los
pasillos en formaciones reglamentadas.

Sirius dio un codazo a James —Mira quién nos observa.

En la mesa de los profesores, Turnbill estaba mirando en su dirección. Cuando


los vio mirando hacia atrás, saludó radiante.
—¿Crees que esté loco? —preguntó James, saludando de vuelta.

Remus, que estaba a la mitad de comer un gran pedazo de pastel de chocolate


con glaseado de naranja, siguió sus miradas.

—Espero que no nos siga esta noche. ¿Creen que lo hará? —gritó Peter,
dejando caer su tenedor con estrépito.

—No —dijo James, pensando en lo que había escuchado en la enfermería. —Se


supone que debe retroceder y dejarnos entender las cosas. Tal vez está esperando
que disparemos todas las trampas y lleguen a estallar, entonces él pueda bailar el
vals y tomar las piezas.

Las cejas de Remus se fruncieron —Puede que tengas razón James, me refiero a
la voladura. Puede que haya trampas, cosas que no estamos preparados para hacer
frente todavía. Aún no sé si esto es una buena idea...

Sirius se partió de risa —Vamos Remus, ¿dónde está tu sentido de la aventura?


No tengo miedo, y tampoco James.

James vio a Lily, a unos pocos asientos de distancia, se había vuelto hacia ellos
antes las palabras de Sirius. Involuntariamente, su mano se fue a su pelo en un
movimiento inconsciente. Nunca le había dado las gracias adecuadamente por
haberlo ayudado cuando el Sauce Boxeador lo noqueó. Antes de que pudiera
averiguar qué decir, ella se había dado vuelta de nuevo.

Con demasiada rapidez, los montones de galletas, pasteles y dulces se habían


reducido a nada, y Kingsley se puso de pie para liderar a los ahora muy dormidos
Gryffiindor (y en algunos casos mareados por exceso de azúcar) de vuelta a la sala
común. James, Sirius, Remus y Peter merodearon cerca de la chimenea hasta que
todos se fueron a la cama antes de comprobar el mapa de Petrie de nuevo. El punto
de Ravenclaw aún estaba parpadeando en la Torre Oeste, cerca de la oficina del
Profesor Flitwick. James respiró hondo para calmarse —Bueno, eso es todo.

Los cuatro salieron con cuidado a través del retrato y comenzaron a hacer su
camino por el pasillo. Mientras que su humor había sido alegre en el camino a la
biblioteca unas semanas antes, en este viaje era todo lo contrario. En aquel
entonces, todavía no habían conocido la gravedad o la urgencia de la situación. En
aquel entonces, ni siquiera habían considerado la posibilidad de morir en su
búsqueda. James tragó saliva, tratando de no imaginar que estaban caminando
voluntariamente a su condena.

Estos pensamientos espantosos deben haber estado en las cabezas de todos,


porque cuando un alto aullido desconcertante de repente rasgó a través de la
oscuridad, todos saltaron como si una bomba hubiera estallado.

—¿Qué fue eso? —preguntó Remus, después de que todos habían tenido un
momento para recuperarse.

A ambos lados de ellos, había armaduras alineadas a lo largo de las paredes.


James observó la más alejada a la derecha, donde pensaba que el sonido podría
haber venido. —Creo que proviene de aquella.

—Tal vez es el flamenco de McGonagall —aventuró Sirius.

A medida que James se acercaba a la armadura sospechosa, el aullido salió


emitido desde adentro nuevamente. Sonaba como una especie de animal atrapado
en el interior. Con cuidado, se inclinó hacia adelante y abrió el casco de la estatua.

Un gato de color polvoriento con los ojos amarillos como lámparas salió con
aspecto muy desaliñado. Remus retrocedió —¡James, esa es el gata de Filch!
¡Alguien debe haberla metido allí!

—¿Filch? —preguntó James con curiosidad, sintiéndose mal por ella.

—Ya sabes, el aprendiz del cuidador —respondió Remus. —Siempre está


siguiendo al viejo Pringle.

Sirius hizo una mueca repulsiva.

—No me gustan los gatos —gruñó. —James deberías haberla dejado ahí. ¡Va a
conseguir que nos metamos en problemas!

—Estaba atrapada —dijo James, poniendo la armadura de nuevo en su lugar


original. —¿Te gustaría que alguien viniera y te encerrara en una armadura?

Sirius frunció el ceño, pero Remus se veía preocupado.


—Si no la pondremos de vuelta ahí, tenemos que seguir moviéndonos. Si ella
ha estado en esta armadura todo el día, les puedo garantizar que Filch está en
busca de ella.

James volvió a mirar a la gata. Ella estaba mirando con curiosidad, su cola se
movía de lado a lado. Había algo extraño en ella.

—Está bien, vamos —estuvo de acuerdo y siguiendo su camino.

Dejaron a la gata detrás en la oscuridad. Después de unos minutos de estrecho


silencio, llegaron a la puerta del despacho de Flitwick.

—¿Ahora qué? —preguntó Peter.

James no vio ninguna otra puerta. Esta era la puerta que estaban buscando,
¿verdad? La pieza del cetro no podía estar ahí en el pasillo. Con un nudo en el
estómago, James esperaba contra toda esperanza de que la pieza no se ocultara
dentro de la oficina de Flitwick. Escabullirse de la sala común de noche y buscar
armas antiguas estaban en las cosas que estaba dispuesto a hacer, pero irrumpir en
la oficina de un profesor era inmensamente una perspectiva distinta.

—Revisa el mapa de nuevo, James —sugirió Sirius.

James tomó el mapa y su varita desde el bolsillo —Lumos. Aparecium.

Con la punta encendida de su varita, estudió el viejo y ceroso pergamino en sus


manos. El punto todavía estaba parpadeando, inmóvil. Sintiéndose frustrado,
James estaba a punto de doblarlo y meterlo en el bolsillo, pero entonces el punto se
desplazó. Asumió la forma de un chico... con pelo negro enmarañado y lentes. La
figura, sostenía su propia versión en miniatura del mapa, se dirigió directamente
hasta un gran marco en la pared, y pasó a través de este. Sirius y Remus, que
también estaban mirando por sobre el hombro de James, intercambiaron miradas
burlonas.

—Debe ser una pintura, o un retrato —dijo James, girándose alrededor para
buscar alguno cerca. Sólo había uno... era una pintura de una niña con un vestido
largo azul plateado con pelo castaño flotando. Estaba profundamente dormida en
su silla. James puso su mano libre sobre el lienzo, pero no pasó nada. Era muy
sólido. ¿Cómo se supone que debían pasar por ahí?
—Quizás es como el andén nueve y tres cuartos —murmuró James para sí
mismo, pensando en lo acontecido en septiembre. —Todo lo que tenemos que
hacer es...

Tomó un largo respiro, dio un paso atrás, y luego se lanzó.

SMACK.

James rebotó en la pintura y aterrizó tumbado boca arriba en el suelo frío y


duro. Sirius, Remus y Peter se echaron a reír.

—¡Shh! —James les hizo callar, pero era demasiado tarde. El sonido de pasos
en un pasillo distante llegó a sus oídos.

—¡Oh, ahora qué! —dijo Peter con pánico estridente.

La chica de la pintura estaba ahora despierta. Confundida, veía de un chico a


otro, sus ojos finalmente descansaron en James, y el mapa en sus manos.

—Chico, creo que estás en busca de ese espejo al otro lado del camino —dijo,
señalando la pared opuesta. —¡Date prisa o te atraparán!

James miró en la dirección que le indicaba, y se dio cuenta que ella estaba
apuntando a un espejo... el mismo espejo que había asustado a Peter camino a la
biblioteca hace unas semanas.

—¡Gracias! —dijo, poniéndose de pie y corriendo hacia él. Para su deleite, sus
dedos se hundieron a través de la superficie lisa y vidriosa cuando lo tocó. Estaba
bastante frío.

Sirius, Remus y Peter levantaron las manos también, pero no pasó nada.

—Intenten tocarme —sugirió James.

Una vez que todos tuvieron una mano sobre él, sus dedos se deslizaron
fácilmente bajo la superficie de vidrio, como si no fuera nada más que agua muy
fría en estado de suspensión. Sus jadeos de placer fueron ahogados por una voz
furiosa que venía desde el pasillo, demasiado cerca para su comodidad.

—¿Quién está ahí? ¿Son ustedes los mocosos que se llevaron a mi Señora
Norris? Si no me dicen lo que han hecho con ella entonces ayúdenme...
—¿Señora Norris? —se rió Sirius al escuchar el nombre.

—¡Tenemos que pasar a través de esto! —siseó James con los dientes apretados,
y sin esperar, se lanzó a través del vidrio, arrastrando a los demás con él.

James contuvo el aliento, más que cualquier otra cosa involuntariamente. Era
como sumergirse en agua enfriada con hielo. Podía sentir los cuerpos de Remus y
Sirius a un lado cada uno, tirándolos hacia el en el intento de permanecer juntos.
Abrió los ojos lentamente, y se sorprendió al descubrir que podía ver muy bien,
aunque todo estaba teñido de un tono azul fabuloso. Había una luz suave, brillante
por delante de ellos.

—¡PEEeeeeteEeerRRRrrrr!

Era imposible saber quién gritó el nombre, porque la voz hizo eco y se
distorsionó, como si fuera dicho bajo el agua. James giró la cabeza, pero se tomó un
tiempo para ponerse al día con su pensamiento, como si estuviera en un sueño. Los
dedos de Peter se deslizaban a través de su ropa. No queriendo imaginar lo que
podía pasar si lo permitía, James alargó una mano libre para agarrarlo. Se sentía
como si se estirará a través de gelatina fría, y parecía no llegar nunca, pero al fin
sintió la tela de la manga de Peter a su alcance.

Después de lo que pareció una pequeña eternidad, James finalmente abrió la


boca e inspiró aire puro y congelado hacia sus pulmones adoloridos. Emergieron
hacia un espacio abierto y juntos se derrumbaron y quedaron enredados. Después
de lograr zafarse de debajo de Remus, James se dio cuenta de que sus manos y
rodillas estaban enterrados en una suave y polvorienta nieve. Detrás de ellos había
un espejo idéntico al que habían dejado atrás frente a la oficina del Profesor
Flitwick. James puso su mano sobre él, y estuvo satisfecho de encontrar que era
cálido contra su mano fría y húmeda.

Sirius, quien fue el primero en ponerse de pie, miró a su alrededor con los ojos
muy abiertos.

—Brillante —exhaló.

James se levantó y dio unos pasos hacia adelante para estar a su lado. Estaban
en una sala redonda del tamaño de una catedral, y por delante parecía haber un
pequeño templo, construido en mármol blanco pulido. La habitación estaba
tranquila, serena y muy quieta, con excepción de los suaves copos de nieve que
flotaban en paz desde el techo, el cual estaba hechizado para parecer como un cielo
de una noche oscura. Este cielo era mucho más hermoso y majestuoso que el que
había en el Gran Comedor... plantes giraban en la oscuridad de terciopelo entre los
puntos de luz de las estrellas parpadeantes. Una brillante luna llena estaba
suspendida en su vértice, su luz plateada se vertía sobre las paredes de mármol del
templo, haciendo que casi brillara celestialmente.

—¿Creen que la pieza del cetro esté ahí? —preguntó Peter, asintiendo
tímidamente hacia la entrada del templo.

—¿Dónde más podría estar? —replicó James, metiendo el mapa en su túnica y


comenzando a caminar. Sirius y Peter le siguieron, pero Remus se quedó atrás,
mirando estupefacto hacia la luna.

James frenó y miró hacia atrás. —¿Remus?

Remus aún no respondía. Sirius lo tomó del brazo, tratando de arrastrarlo, pero
sus pies no se movían. Se deshizo del agarre de Sirius, miró hacia abajo como
impresionado de sus manos y luego volvió a mirar la luna con los ojos muy
abiertos

—¿Qué pasa? —preguntó Sirius, molesto.

Finalmente Remus parecía volver en sí mismo.

—Nada —dijo simplemente, volviendo sus ojos hacia abajo a la nieve que
estaba en sus pies —Vámonos.

James abrió la marcha hacia el templo, iluminando con su varita en alto. Sus
pisadas resonaban en el suelo de mármol pulido, interrumpiendo el tranquilo
silencio. Por delante había un altar, encima había algo con una luz dorada brillante.
Era una pieza rota del cetro, de color ónice y tallada con imágenes de dioses, diosas
y antiguas batallas. Sirius llegó a tomarla, pero la mano de Remus de repente salió
disparada a coger su muñeca.
—Espera —dijo —Parece demasiado simple... el cetro se supone que está
fuertemente protegido por bestias y encantamientos. No lo toques con las manos
desnudas.

—Tengo una idea —dijo James, en cuclillas en el suelo. Desató los cordones de
un zapato y se lo quitó. —Den un paso hacia atrás.

Dio unos pasos hacia atrás y luego lo lanzó hacia la pieza del cetro. Tan pronto
como entró en contacto, se convirtió completamente en cenizas, que se dispersaron
por toda la superficie blanca pulida del altar. La pieza estaba intacta.

—Gracias, chicos —dijo Sirius, sosteniendo su mano.

James comenzó a decir "de nada", pero no alcanzó a empezar. Algo peculiar
estaba empezando a suceder. El suelo vibraba debajo de ellos... un bajo zumbido al
principio, pero creciendo en volumen y fuerza.

—Mmm… ¿Sienten eso chicos? —preguntó James, mirando abajo hacia su


zapato y calcetín.

No respondieron, pero las miradas de sorpresa en sus rostros confirmaban que


sí.

La vibración se extendió hasta un terremoto sin cuartel, como si una bestia


estuviera despertando debajo del suelo de mármol que no había sido perturbada
durante cientos de años. El suelo se agrietó y dividió, separando a James y Peter de
Remus y Sirius. La distancia entre ellos se duplicó, y luego se triplicó. Una neblina
blanca congelada empezó a emitirse a partir de la fractura, y luego, para horror de
James, algo rosa sólido salió de ésta. Tenía la forma de un ser humano, silueteado
por el brillo dorado del cetro en el altar detrás de él.

Las dos secciones del suelo de mármol empezaron a volver a su sitio,


fusionándose lentamente donde se habían roto. La niebla se disipó, revelando a
una hermosa chica pálida. Ella flotaba sobre el suelo de mármol resellado, su largo
cabello blanco ondeaba en la brisa invisible. No parecía mayor que ellos mismos.
Vestida con un vestido de plata fluyendo, llevaba una diadema de zafiros
brillantes. Descendió lentamente al suelo, aterrizando suavemente sobre las puntas
de sus pies descalzos. Sus ojos se abrieron, y eran de un tono azul hielo penetrante.
Con Peter encogido detrás de él, James se enderezó tan alto como pudo. —Soy
James Potter. Estamos aquí por el Báculo de los Tiempos.

La chica dio dos pasos elegantes y ágiles hacia adelante, dejando huellas
empañadas en el mármol detrás de ella. Era demasiado hermosa y salvaje para ser
enteramente humana. Hasta el aire alrededor parecía vibrar con el poder.
Impregnó el cuerpo de James y lo traspasó hasta su núcleo, golpeando algún tipo
de miedo primitivo en su corazón, pero se obligó a mantenerse firme.

—Yo sé quién eres, James Potter, —dijo la diosa, su voz tintineaba como
campanas de viento. Ella sonrió, mostrando unos dientes brillantes como
diamantes. —Fui yo quien predijo que tú y tus amigos vendrían aquí en busca de
lo que he jurado proteger. Hablé sobre esta visión a través de los labios de un
profeta que me conoce bien, pero ya no puedo sentir su presencia en este plano...

Una sombra de miedo cruzó su pequeño y perfecto rostro.

—¿Quién es usted? —preguntó Sirius. —¿Cuánto tiempo lleva aquí?

La chica le respondió, no cambiando la mirada de James.

—Soy la hija de invierno. Mi nombre sonaría ajeno a ti, como el viento de


invierno. Fui capturada en mi forma elemental por Rowena Ravenclaw hace
muchos años, y como castigo, tomé el cuerpo de su nieta, Eloise. Fuera de pena,
ella me trajo aquí hace casi un milenio para guardar esta pieza del cetro del
tiempo... el Báculo de los Tiempos, el poder de Alejandro, y me ató de hablar su
ubicación a través de los labios de los videntes y profetas.

—¿Cómo lo conseguimos? —preguntó James, esperando que sonara más


valiente de lo que se sentía.

Los ojos de la chica brillaron.

—El reto aquí es vencerme en combate mágico, sin embargo, voy a ofrecerte
otra opción si lo deseas. Soy una prisionera aquí, y el encantamiento sólo puede
romperse por un chico de la misma edad. Rowena Ravenclaw nunca debió haber
imaginado que alguien tan joven pudiera encontrar este lugar. Libérenme, y
pueden quedarse con el fragmento de tiempo.
—¿Y cómo... —comenzó Sirius.

—¿Qué pasa si te liberamos? —interrumpió Remus sabiamente.

Por primera vez, los ojos congelados de la chica dejaron de mirar a James.
Escrutó a Remus por un momento, pero luego su sonrisa se hizo más profunda.

—Yo sé quién eres, Remus John Lupin. Dime, ¿te ha gustado el techo de mi
templo?

Remus se estremeció bajo su mirada como si se hubiera quemado. El color


desapareció de su rostro hasta que fue tan blanco que casi se mezcló con la pared
de mármol detrás de él. James llamó la atención de Sirius, pero la expresión de su
cara reveló que no tenía idea de lo que estaba hablando.

—Creo que sí —ella dijo con delicadeza, como si disfrutara su malestar. —


Respondiendo a tu pregunta, voy a salir de este cuerpo y me uniré a mi madre otra
vez. Ella regresará aquí en unas semanas.

—¿Qué pasará con la nieta de Rowena Ravenclaw? —preguntó James.

—No despertará de nuevo —respondió la chica, despreocupada. —Su cuerpo


debe permanecer aquí, enterrado en el templo de aire para la eternidad.

Hubo un silencio tenso, en el que cada uno contempló las consecuencias de la


liberación de la hija de invierno. Fue James quién finalmente habló.

—Bueno. ¿Cómo te liberamos?

—Primero, juren sus intenciones —ordenó la chica.

James echó un vistazo a los otros. Ellos asintieron.

—Juro que te liberaré, si me muestras cómo —dijo, su corazón comenzó a latir


con fuerza.

La niña mostró su sonrisa de diamante de nuevo. La temperatura bajó un poco


más, como si su aura palpable estuviera creciendo exponencialmente.

—¡Muéstrenme el mapa!
James lo desenrolló y se lo ofreció, y la chica se barrió hacia él, con el pelo
blanco plateado ondeando tras ella. Una brisa ártica recorrió el pelo sucio y oscuro
de James. Ella trazó el borde del mapa con un solo dedo blanco, y cubierto de
escarcha antes de fundirse para revelar las palabras escritas peculiarmente.

Los personajes en el papel se parecían a nada de lo que James hubiera visto


antes. La escritura era continua, suave y redondeada, casi como agua fluyendo.
Volvió la cabeza para preguntarle acerca de esto, pero luego se dio cuenta que sus
ojos azules estaban nublados. Cada pelo de su cuerpo se puso en punta.

Una fuerza antinatural le golpeó en lo más profundo de sus huesos con una
fuerza que sentía cien veces más fuerte que el Sauce Boxeador, y creció hacia fuera
de su cuerpo como un veneno. Estaba lleno con fuego congelante, y luego hielo
quemante. El techo de mármol se agrietó, y los copos de nieve que habían caído
tan suavemente se transformaron peligrosamente en un vendaval arrojando viento,
nieve y hielo sobre ellos.

La boca de James se abrió a la fuerza, como si fuera hecho por manos invisibles,
y una extraña y mundana voz se elevó desde su interior. No era su idioma, de
hecho, ni siquiera sonaba como un lenguaje que los seres humanos pudieran hablar.
Después de las primeras sílabas, James se había ido, a la deriva dentro y fuera de
su conciencia. De vez en cuando se oía un sonido que lejanamente le recordaba a
algo familiar, como una avalancha cayendo de una montaña, o el batir de alas de
lechuzas, y se preguntaba si eso era como sonaba el nombre de la chica justo antes
de retraerse hacia un cálido y profundo lugar dentro de sí mismo para esperar a lo
que estaba pasando.

CRACK.

Un choque pasó a través de James como un rayo. Él cayó al suelo, y lentamente


se dio cuenta que el cálido y profundo lugar donde estaba escondido estaba
irradiando hacia afuera. Los vientos se calmaron bruscamente, y la quietud se
arrastró de nuevo.

James se incorporó lentamente, suaves copos de nieve fueron cayendo


ligeramente a través de la grieta del techo del templo, donde además la luz de la
luna encantada brillaba sobre él.
Sirius, Remus y Peter fueron repentinamente a su lado.

—¡James! James, ¿estás bien?

—Sí —dijo James, flexionando los dedos para asegurarse de que estaban bien.
—¿Qué pasó?

Ellos se miraron inquietos.

—Bueno, te dio un tipo de estremecimiento, y tus ojos se pusieron en blanco —


explicó Sirius. —A continuación, tu cabello se puso blanco, y comenzaste a hacer
sonidos muy raros. Entonces... —se interrumpió, mirando incierto. Remus siguió
donde había quedado —Luego ella los dejó a ambos.

Miró más allá de James, y éste siguió su mirada. Sólo unas pocas pulgadas de
distancia, yacía junto a él, una niña inmóvil. La piel que momentos antes había
estado pálida y pedregosa ahora era suave y brillante, y el pelo que había sido
blanco como la nieve era ahora café cálido. Ella era un ser humano nuevamente.

Miraron en silencio el cuerpo de la chica por unos momentos antes de que


Peter hablara. —Alguien debería ir a buscar la pieza del cetro.

Negando la ayuda de Sirius y Remus, James se puso de pie y se acercó al altar.


La parte desprendida del cetro todavía estaba allí, pero el brillo dorado había
desaparecido. James extendió la mano, y después de un pequeño momento de
duda, lo tomó. Era sorprendentemente pesado.

—Regresemos —dijo.

Remus, Sirius, y Peter treparon hacia la entrada del templo y bajaron los
escalones de mármol. James se detuvo un momento para mirar hacia atrás a la
chica. Su cabeza descansaba sobre un trozo de techo roto, fuera del alcance de los
copos de nieve cayendo. El resto de su cuerpo se estaba cubriendo lentamente con
una capa de color blanco; parecía que podría estar durmiendo tranquilamente
debajo de una mano resplandeciente. Sirius llamó desde el pie de la escalera.

—¿James?

Caminaron sin hablar de nuevo hacia el espejo. James estaba mirando el cielo.
Era diferente... todos los planetas y estrellas habían desaparecido, dejando sólo
luna por encima del templo derramando su luz sobre la nieta durmiente de
Rowena Ravenclaw.

—Remus, ¿Qué estaba hablando ella cuando mencionó el techo?

Remus se mordió el labio inferior por largo tiempo antes de responder. —No
sé, ella debe haberme visto mirándolo.

James creyó ver a Sirius con el ceño fruncido.

Nadie dijo nada hasta que regresaron al espejo. El trayecto inverso fue cálido y
reconfortante después de un largo y triste caminar a través de la nieve. Por otro
lado, James se sintió aliviado al ver que el pasillo estaba vacío.

—Filch todavía podría estar cerca —susurró Remus. —Así que vamos a ser lo
más silenciosos posible.

Él, Sirius y Peter comenzaron a colarse de nuevo en dirección a la sala común.


James estaba a punto de ir tras ellos, pero luego se distrajo por un pequeño
movimiento en el rabillo del ojo. La chica de la pintura en las inmediaciones había
llegado a sus pies. Se llevó las manos a su retrato, como si estuviera tratando de
mantenerlos a la vista a través de una ventana. James se dio cuenta de que sabía
quién era ella.

—Gracias, Eloise, —dijo. A pesar de que le dio una sonrisa tensa, una pequeña
parte de él sufría por la chica que miraba desde su pintura, como si estuviera
atrapada en una jaula.

—Gracias por liberar mi cuerpo, —dijo Eloise, devolviendo la misma sonrisa


triste. —Vuelve y visítame de nuevo.
Capítulo 9
Una Mirada Más Cerca

Por la mañana, James comprobó el mapa de nuevo. Esperaba ver otro punto
parpadeante en algún lugar dentro del castillo, pero para su sorpresa, no había
nada allí. Le mostró a Sirius, Remus y Peter, y juntos, intentaron suplicando,
halagando, e incluso amenazando el mapa, pero no sirvió de nada. A medida que
pasaban los días, era de lo único que hablaban durante las clases y trabajaban con
él todas las noches después de cenar.

Este patrón continuó hasta el primer sábado de noviembre, el cual marcaba un


evento en el que todos ellos se olvidarían del Báculo de los Tiempos por todo el
día: el primer partido de Quidditch del año. Remus estuvo de nuevo visitando a su
madre, pero James, Sirius y Peter se pusieron sus mejores sombreros y pañuelos
rojos y dorados, y se fueron juntos al juego. Gryffindor fue aplastado por Slytherin,
pero James todavía tenía el anhelo de jugar. En secreto, estaba muy enojado
consigo mismo por faltar a las pruebas.
Gwen DeLauney debió haberlo visto mirando sombríamente, porque después
del partido, se le acercó en la sala común (luciendo un ojo negro y un par de
dientes menos) y dijo, —A los de primer año no se les permite hacer prueba para
los equipos de las casas. Tal vez el año que viene te veamos en el campo, ¿eh?

Después de eso, James se sintió mucho mejor.

Cuando noviembre avanzó a diciembre, en perspectiva, los exámenes del


período final surgieron amenazadores. Frank y Alice podían ser vistos con
frecuencia en la sala común estudiando bajo una pequeña montaña de libros. Cada
vez que pasaba entre ellos dos, James sentía una punzada de culpabilidad. Si
fracasaba en Hogwarts en su primer año, ¿qué dirían sus padres? Seguramente si
supieran lo importante que era encontrar el Báculo de los Tiempos, entenderían,
¿verdad?

—No puedo esperar a que lleguen las vacaciones, —dijo Peter durante
Encantamientos del siguiente lunes. Tenía un trombón en la mesa frente a él; se
suponía que debían hechizar instrumentos musicales para que tocaran por sí solos.

—Tus vacaciones podrían ser mucho más largas si no pasas el examen de


Pociones, —Remus le recordó. La trompeta delante de él hizo un ruido flatulento y
grosero, tirándose a sí misma fuera de su alcance. Unos pocos estudiantes en las
inmediaciones se rieron, pero James no lo hizo. Había una profunda herida abierta
en el cuello de Remus que no había estado allí antes de su último viaje a casa.

—¿Ustedes van a casa para Navidad? —preguntó Sirius casualmente,


pinchando su flauta con la punta de su varita.

Peter fue el primero en responder.

—Sí, toda la familia de mi madre viene, —dijo, arrugando la nariz. —Mis tíos
Boris y Barney estarán allí, y la tía Prudence. Ella va a traer a mis primas Harriet,
Agnes y Adelaide con ella, y mi abuela Eudora, mi tía Cornelia, y tal vez incluso…

WOOOOMP.

La trompeta de Remus sonó tan fuerte que sopló el pelo de la espalda de Peter.
—Tengo que volver a casa, —dijo Remus, tirando de la trompeta de nuevo a su
lugar frente a él. —Ya saben, debido a mi madre. —bajó la vista a su regazo,
mirando triste por eso.

Sirius miró a James con ilusión. Por mucho que a Sirius le gustara reírse de su
odio a su familia, James sabía que iba a estar muy solo si se quedaba en Hogwarts
para las vacaciones.

—Voy a estar aquí, —dijo James, decidiendo enviar una lechuza de la casa
sobre eso después de la cena. Estaba seguro de que a sus padres no les importaría.

Sirius parecía encantado. Atacó a la flauta con su varita un poco demasiado


entusiasmado, y ésta sopló una nota tan aguda que el cristal de la ventana detrás
de ellos explotó. El profesor Flitwick la reparó rápidamente, y les recordó que
debían concentrarse en su trabajo, pero James pensó que podía haber visto un
guiño del pequeño hombre hacia ellos.

—Al… menos... pueden... tratar y averiguar dónde... está la siguiente pieza... —


Remus logró decir mientras luchaba con la trompeta, la cual acababa de decidir
vaciar su válvula de saliva por todo el suelo. Él miró con ansiedad al triángulo de
James, el cual estaba felizmente tintineando a lo lejos. —¿Cómo lograste que el tuyo
cooperara?

Sirius, ahora en un estado de ánimo mucho mejor, se rió.

—Bueno, no es tan difícil, ¿verdad? Todo lo que eso tiene que hacer es
golpearse a sí mismo...

—No le pondría mucho ánimo para que encontremos algo, Remus, —dijo
James. Levantó el encantamiento de su triángulo, y cayó a la mesa con un sonido
metálico.

Remus finalmente renunció a tratar de frenar la trompeta, y la dejó ir. Ésta dio
vuelta en la mesa haciendo ruidos más groseros, pero luego se acercó más y más al
trombón de Peter. Se juntó furtivamente al lado derecho de éste, y empezó a
ronronear.

—¡¿Eso es lo que querías todo este tiempo?! —Remus estalló irritado.


Peter aún no había sido capaz de hacer que su trombón hiciera algo, así que
este estuvo inmóvil, como si ignorara las insinuaciones de la trompeta.

—Tal vez sin tantos estudiantes alrededor, será más fácil para ustedes pensar,
—Peter dijo alegremente. Agitó su varita hacia arriba y hacia abajo al trombón con
excesiva fuerza, pero la vara sólo hizo la más mínima contracción.

James se encogió de hombros sin comprometerse. Estaba bastante seguro de


que ya habían intentado todo lo posible en el mapa.

—Tengan cuidado, —dijo Remus, inclinándose sobre la mesa para tomar la


trompeta por la boquilla. Inmediatamente comenzó a luchar de nuevo. —Si
ustedes dos son los únicos en la Torre de Gryffindor, Turnbill podría tomar la
oportunidad de atacarlos… sobre todo si se da cuenta de que tenemos la pieza del
cetro de Ravenclaw escondida en el dormitorio.

—Él nunca la encontrará bajo la tabla suelta, —Sirius dijo con desdén, —y él
tendría que saber la contraseña para entrar en la sala común. Si simplemente
vigilamos nuestras espaldas, deberíamos estar bien.

—¿Y si consiguió la contraseña de otro Gryffindor? —preguntó Peter, pero


nadie estaba escuchando. La trompeta de Remus había succionado la varita
directamente de su mano, y ahora estaba disparando fuegos artificiales rojos y
dorados alrededor de la habitación, haciendo que todo el mundo saltara para
protegerse debajo de los escritorios.

Esa noche, después que todos se fueran a la cama, James se encontró mirando
el mapa de nuevo a la luz de su varita. No sabía qué esperaba encontrar, o por qué
lo estaba haciendo. Tal vez fue su conversación sobre estos días de descanso por la
mañana que refrescó su propósito, o el recuerdo de que Turnbill estaba todavía
siguiéndolos. Escuchando la respiración constante de Remus en la cama, a su
derecha, se concentró en cada línea delgada de tinta hasta que la cabeza le latiera.
Tenía que haber algún trozo de información entre las líneas, por debajo de ellas, o
en algún lugar...

—¿Has tenido suerte?


James se quedó sin aliento por la sorpresa cuando Sirius echó hacia atrás la
cortina de la cama y se sentó junto a él.

—Vi la luz de tu varita desde mi cama, —explicó. —Tampoco puedo dormir.

—No he tenido suerte, —dijo James, pasándole el mapa. —Tampoco hay


nuevas ideas. Tal vez no estaba destinado a ser encontrado.

Sirius lo miró directamente a los ojos.

—James, sólo porque algo se perdió, no quiere decir que no estaba destinado a
ser encontrado de nuevo.

—Tal vez no por nosotros, —dijo James, sintiéndose derrotado. —Tal vez no
somos dignos de él.

—¿No somos dignos de él? —se burló Sirius. —¿No somos dignos de él?
¿Después de que nos dimos cuenta dónde estaba el diario de Petrie? ¿Después de
que hemos resuelto el poema? ¿Después de que encontramos la primera pieza? Todo
eso fue por nosotros. Si me preguntas, creo que esto estaba destinado a suceder. Se
supone que debemos detener a Voldemort de conseguir que sus manos se posen en
el Báculo de los Tiempos. No los profesores, no nuestros padres... nosotros.

James sonrió. Aunque no lo dijo en voz alta, en el fondo tenía la misma


sensación: que tal vez era su destino desafiar a Voldemort.

—¿Qué más podemos hacer? ¿Qué no hemos probado todavía?

—No sé, pero no podemos haber intentado todo, —dijo Sirius. —Hay algo que
nos falta, o que hemos pasado por alto. Tal vez tenemos que dar un paso atrás y
mirar la imagen en conjunto. O tal vez necesitamos mirar más de cerca...

Algo le estaba pasando repentinamente al mapa. Hizo zoom muy rápidamente


en una de las esquinas, dándole a James la sensación vertiginosa de que se
precipitaba a la tierra desde una gran altura. Los calabozos se hicieron más y más
grandes, hasta que el pequeño espacio alrededor del almacén de Pociones ocupaba
toda la superficie del mapa.

—¿Qué ha pasado? —resopló Sirius. —¿Fue algo que dije?


—Creo que sí, dijiste, ¡mirar más de cerca!

El mapa respondió de nuevo, dejándolos caer aún más en la esquina del


almacén, hasta que las arremolinadas líneas de tinta revelaron todos los detalles de
las piedras en el suelo. Un pequeño punto marcado “Pieza de Slytherin” creció a la
vista, parpadeando tranquilamente, como si hubiera estado esperando
pacientemente durante todo ese tiempo para ser descubierto.

Sirius sonrió.

—¿No doy las mejores asesorías?

Después de que Frank salió del dormitorio a la mañana siguiente, James y


Sirius le dijeron a Remus y Peter lo que habían descubierto sobre el mapa.

—Caray, ¿A cuántos comandos sabe responder? —preguntó Peter, buscando a


tientas los cordones de sus zapatillas.

—¿Y cómo lo sacaron del zoom nuevamente? —preguntó Remus.

—Nos tomó un tiempo para averiguarlo, pero se puede decir alejarse, o buscar
más lejos, —dijo James, encogiéndose en su túnica escolar. —En realidad, responde
a una gran cantidad de diferentes formas de decir lo mismo. Apuesto a que podría
incluso hacer que inicie diciendo algo que no sea Aparecium.

—¿Cómo qué? —preguntó Peter.

Sirius, que estaba en el espejo metiendo su cabello oscuro detrás de las orejas,
resopló.

—Qué tal, “¡Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas!”.

Todos se rieron.

—Así que si sólo le hacíamos la pregunta correcta, ¡nos habríamos demorado


años! —se quejó Remus. —Seguíamos pidiéndole que nos mostrara el siguiente
punto, y todo este tiempo estaba ahí, ¡solo que era demasiado pequeño para que lo
viéramos!
—Exactamente, —dijo James, —lo que nos lleva a nuestro siguiente problema.
Tenemos que encontrar una manera de hacernos lo suficientemente pequeños para
entrar en la sala de Slytherin.

Sirius se sentó en el baúl a los pies de su cama.

—¿Cómo hacemos eso? No sabemos cómo hacer Hechizos de Encogimiento


aún. Incluso aquellos que funcionan en las personas.

Remus miró pensativo.

—Un Hechizo de Encogimiento sería muy peligroso para hacerlo nosotros,


sobre todo si no hemos sido debidamente capacitados. Se podría revertir, y sería
malo si estuviéramos en un lugar muy pequeño.

—¿Y en cuanto a una Solución de Encogimiento? —sugirió James.

—Podría funcionar, — dijo Remus pensativo, cavando en su bolso por su libro


de Pociones. Pasó a la sección de Soluciones de Encogimiento y frunció el ceño,
sacudiendo la cabeza.

—Es difícil. No creo que intentemos hacer esto hasta nuestro tercer año. Y
sabiendo cómo hacemos pociones, no creo que alguno de nosotros lo logre para ese
entonces.

Remus estaba en lo cierto. Habían estado en Hogwarts durante más de dos


meses, y aún, ninguno de ellos había logrado preparar una poción adecuada… ni
las que eran de los primeros capítulos del año. Si trataban de preparar una
Solución de Encogimiento por sí mismos, tendrían suerte si no se transformaban
accidentalmente en babosas, o peor. Lo que necesitaban era alguien que pudiera
preparar pociones correctamente.

James se encogió. La primera persona que entró en su mente fue Severus, y


pensó que sería más probable que Hagrid se convirtiera en la primera bailarina del
Ballet Real a que Severus considerara ayudarlos. La perspectiva de que incluso le
preguntaran, era humillante... pero había alguien más en la clase de Pociones que
podría ser capaz de hacerlo. Alguien que podría ser tan humillante para
preguntarle, pero que en realidad podría estar de acuerdo...
—Creo que podría conocer a alguien que nos puede ayudar.

Al bajar al desayuno, James no vio ninguna señal de Lily. Agarrando un


pedazo de pan tostado sobre la marcha, decidió echar un vistazo rápido por los
jardines, a sabiendas de que ella y sus amigas a veces se sentaban cerca del lago en
su tiempo libre. Al salir del Gran Comedor, James se preguntó si tendría alguna
posibilidad de persuadirla para que les ayudara. Después de todo, su última
conversación en septiembre, había terminado mal. Además de eso, todavía
necesitaba acudir a una buena mentira sobre para qué era la poción.

La encontró más rápido de lo que estaba planeando, justo cuando ella salía al
Vestíbulo. Estaba de pie debajo de un retrato de Helga Hufflepuff, cerca de una
gran caja dorada que James nunca había notado antes.

—¿Lily? —James preguntó tentativamente.

Ella miró a su alrededor, con su cabello rojo oscuro ondulando. Tan pronto
como vio quién era, su expresión tranquila cambió instantáneamente en uno de
sospecha.

—Yo... ¿Qué haces? —preguntó James antes de que pudiera detenerse. Lily
tenía un sobre en la mano, y parecía que estaba a punto de alzarlo hasta una
ranura en la caja dorada.

—Aquí es donde las personas con familias como la mía envían cartas, —
respondió ella brevemente, empujando el sobre en la ranura. —Esta caja
mágicamente transporta cartas en el sistema de correo Muggle, para que puedan
entregarles a mi familia en la forma a la que está acostumbrada. Mi hermana estaba
muy perturbada por la última lechuza que envié, así que he decidido enviar mis
cartas a casa de esta manera a partir de ahora. Te veré en clase.

Ella cerró la cremallera de su bolso y dio media vuelta para irse. Al darse
cuenta de que ella pensó que eso era todo lo que él quería preguntarle, James habló
rápidamente.

—Espera, nunca te di las gracias… por buscar a Hagrid, es decir, cuando el


Sauce Boxeador me noqueó.
Lily se detuvo y se dio la vuelta para darle la cara. Se había sonrojado de
repente.

—De nada... ¿Qué estabas haciendo ese día? ¿Nos oíste llegar?

—No, —James mintió. —Yo sólo estaba tratando de tener una mejor visión del
lago... quería ver al calamar gigante.

La excusa había funcionado con Sirius, Remus y Peter, pero Lily no parecía
muy convencida.

—En realidad, —dijo James, desesperado por cambiar de tema, —Me


preguntaba si podías estar dispuesta a ayudarme con algo.

Los ojos verdes de Lily se estrecharon de nuevo. Todos los instintos dentro de
James le estaban diciendo que diera la vuelta y corriera, pero sabía que los demás
dependían de él.

—Me preguntaba si podrías ayudarme a preparar una Solución de


Encogimiento.

Ahora Lily parecía bastante curiosa.

—¿Para qué necesitas una Solución de Encogimiento? —preguntó.

—Yo… —James comenzó, empezando a entrar en pánico. Todavía no tenía una


mentira lista.

—Iba a inventar una historia para contarte, pero no puedo, —dijo finalmente.
—Sólo tienes que confiar en mí, esto es muy importante, y necesita mantenerse en
secreto… de todos, incluso de los maestros.

Lily lucía fastidiada.

—¿Por favor? —declaró James. Estaba empezando a sentirse estúpido por ser
honesto con ella, pero luego ella sonrió. En realidad, fue más como una media
sonrisa, una pequeña contracción que mostró que estaba agradecida por su
honestidad.

—Muy bien, —dijo, —Te ayudaré, pero sólo con una condición.
James no podía creer su suerte.

—¿Cuál es? —preguntó, incapaz de ocultar su alegría.

—Tú y tus amigos dejan en paz a Severus hasta que termine la poción.

—De acuerdo, —respondió James, antes de que pudiera cambiar de opinión.

—Bien, —dijo. —Voy a echar un vistazo a las Soluciones de Encogimiento en


nuestro libro de Pociones, y podemos averiguar lo que necesitamos y cuánto
tiempo va a tomar para elaborarla. Sin embargo, no puedo comenzar hasta este fin
de semana. ¡Te veré en clase!

James se quedó en un sueño mientras ella danzaba a la distancia en la gran


escalera, con su pelo rojo capturando la luz de la mañana. Había visto que ella
movía su boca, pero no tenía ni idea de lo que decía. Todo lo que sabía era que iba
a ayudarlos, y por lo que a él respecta, no había nada en la tierra que pudiera
hacerlo más feliz.

—¡¿Qué?! —Sirius exclamó indignado en clase de Transformaciones unos


minutos más tarde. James le había contado sobre el acuerdo con Lily.

—Mira, si quieres encontrar la segunda pieza del Báculo de los Tiempos, tienes
que dejarlo tranquilo durante unos pocos días, ¿de acuerdo? —replicó James.
“¡Sliggado!” La telaraña en el bastidor frente a él se convirtió en una tela de seda
suave y gris.

Sirius frunció el ceño y puso su cabeza en sus brazos. Disparó la mirada más
asesina que pudo reunir en la parte de atrás de la cabeza grasienta de Severus,
como si esperara que se abriera un agujero a través de ella.

Remus levantó la vista de su telaraña, la cual estaba comenzando solo a


solidificarse en algo parecido a la tela de fábrica.

—Sirius, al menos estamos consiguiendo la poción definitivamente.

—Sí, pero sabes que va a tratar de hechizarnos, ¡y ahora no podemos hacer


nada al respecto!
Resultó que Sirius estaba en lo cierto. Severus le hizo tropezar cuando fue a
poner su muestra de seda en el escritorio de la profesora McGonagall al final de la
clase, y luego dirigió un implacable Hechizo Picazón justo en la parte trasera de
James al salir del salón de clase. Les tomó toda su fuerza de voluntad no buscar la
venganza cuando los ataques continuaron durante toda la mañana. Al final de
Pociones de esa tarde, sin embargo, por alguna razón, aparentemente decidió
dejarlo.

Lily se sentó junto a James en Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Siento que Severus estuviera siendo tan horrible con ustedes este día, —ella
dijo con intención. Sacó su libro de Pociones del bolso. —Le dije que los dejara en
paz.

James estaba empezando a tener la familiar sensación burbujeante otra vez, y


por el aspecto en las caras de Sirius, Remus y Peter que estaban empezando a
mostrar. Rápidamente trató de suavizar su expresión.

—De todos modos, —continuó Lily, abriendo el libro en un lugar que había
marcado, —Busqué esta Solución de Encogimiento para ustedes, y no se ve tan
mal.

Recorrió hacia abajo de la página con la punta del dedo.

—Parece que sólo debería tomar dos o tres días para elaborar el brebaje. Los
ingredientes ya están en nuestro equipo de pociones, a excepción de las Higueras...
pero probablemente puedo hablar con el profesor Slughorn y hacernos con
algunas. ¿Dónde vamos a preparar esto?

James no había considerado eso.

—¿Qué tal en la sala común?

—¡No bebería algo abandonado en la sala común de Gryffindor durante la


noche si me pagaran! —se rió Sirius

—Él tiene razón, —Lily admitió, aunque se negó a mirarlo. James podría
haberse redimido con una disculpa, pero Sirius todavía sacaba el lado malo de ella.
—¿Por qué no lo elaboramos en su dormitorio? Confío en Frank, él no haría nada
en él.

—Podría funcionar, —dijo James.

—Suena como un plan para mí, —dijo Remus.

—¡Estoy de acuerdo! —chilló Peter.

—Está bien, —dijo Lily, deslizando su libro de Pociones en el bolso. Turnbill ya


estaba marchando al frente de la clase para comenzar la lección. —Vamos a
empezar el sábado por la mañana.

James no pudo dejar de pensar en el sábado por el resto de la semana. ¿Esto


quería decir que Lily no lo odiaba más? ¿Quería decir que eran amigos? Ocupado
por estos pensamientos, no fue difícil para él hacer frente a la oferta de dejar en paz
a Severus. Por desgracia, las cosas eran mucho más difíciles para Sirius.

Severus, determinado a salirse con la suya tanto como podía sin que se diera
cuenta Lily, estaba tomando todas las oportunidades para insultar, hacer tropezar
y maldecir a Sirius. Odiaba a James, no había duda de eso, pero reservaba un tipo
especial de odio por Sirius, y por mucho que a James no le gustaba admitirlo, a
veces Sirius se lo merecía.

A medida que la semana avanzaba, la avalancha de maldiciones se intensificó,


y la paciencia de Sirius se volvió más y más débil. James comenzó a preocuparse
de que se haría añicos por completo, y que algo terrible iba a suceder, lo que
obligaría a Lily a suspender el acuerdo. Afortunadamente, por alguna fuerza
misteriosa que James sólo podía suponer mágica (o Remus amenazando con
quitarle la varita), Sirius mantuvo la cabeza.

El sábado por la mañana llegó finalmente. Lily entró en el dormitorio del chico
antes de que el sol saliera por completo, lo que hizo que Sirius dejara escapar una
palabra que le había valido una semana de detenciones de McGonagall.

—Oh, deja de ser dramático, —dijo ella, echando hacia atrás las cortinas de la
cama de él. —Frank ha estado levantado hace casi una hora, estudiando abajo con
Alice. Si desean que esta poción sea elaborada antes del primer día de exámenes,
entonces es el momento para arrastrar sus perezosos traseros de la cama.
Dándoles la espalda, puso un caldero lleno de agua burbujeante sobre un
puñado de llamas azules. Los cuatro chicos forcejearon con sus ropas, y
bostezando, se sentaron en el suelo alrededor de ella. De inmediato los puso a
trabajar, picar, pelar y extraer el jugo de los ingredientes de pociones.

—Ahora, no quiero que ninguno de ustedes ponga algo en el caldero sin que lo
vea, —dijo ella con la mayor naturalidad.

Sirius levantó la vista de la grasosa e hinchada sanguijuela que estaba


apretando sobre un frasco.

—Esto es desagradable.

—Qué pena, —ella dijo con altanería. —Si quieren su Solución de


Encogimiento, esto es lo que tienen que hacer. ¡Asegúrate de que las raíces que
estás cortando estén iguales, James!

—Ella suena igual que Slughorn, —Sirius murmuró en voz baja cerca del oído
de James. Incluso Remus, revolviendo las higueras que estaba pelando, esbozó una
sonrisa ante eso.

—¿Qué es esto exactamente? —preguntó Peter. Su rostro brillaba de sudor


mientras pulverizaba una pila de lo que parecían mocos.

—Esas son vísceras de rata, —dijo Lily.

A medida que el color desaparecía de la cara de Peter, ella se acercó más a


James, y se inclinó sobre él por un puñado de raíces de margarita para ayudar.

—James, realmente me gustaría que me dijeras para qué es esta poción, —dijo
en voz baja.

James había sabido que esto sucedería.

—Lily te lo dije, no podemos contarte.

Ella frunció los labios, y por unos momentos, los únicos sonidos en el
dormitorio, aun débilmente iluminado, eran el picado de los cuchillos en las tablas
de cortar y la trituración de las vísceras de ratas.
—Es sólo que no entiendo por qué es tan importante, —dijo finalmente. —¿Por
qué no se puede enterar alguno de los maestros? ¿Lo están utilizando para hacer
trampa en los exámenes? ¿O es para hacer algo ilegal?

James se quedó desconcertado, sorprendido por las suposiciones que ella había
lanzado a la primera. Entonces, se dio cuenta de lo estúpido que era pensar que
ella sabría de inmediato que estaban haciendo algo tan importante como lo
suponían.

—No, Lily, te prometo que no estamos haciendo nada por el estilo...

Se detuvo, pensando en decirle la verdad. Sirius le dio una mirada de enojo


que claramente decía “ni siquiera lo pienses”, pero él no necesitaba eso. No era que
tuviera miedo de que Lily le dijera a un maestro, o que los metiera en problemas.
Tenía miedo de que esto la pondría en peligro. La podría colocar directo en el
centro del objetivo que Turnbill había preparado para ellos cuatro.

—Tan pronto se acabe, te lo diremos todo, —dijo James, esperando que el


sentimiento en su voz no se mostrara.

Remus levantó las cejas muy ligeramente por encima de sus higueras. Lily
todavía no se veía satisfecha, pero dejó el tema por el resto de la mañana.

Por la tarde, habían terminado todo lo que podían hacer para el día. Dejaron el
caldero a fuego lento durante toda la noche, diciéndole a Frank que era una poción
para ayudar a Peter a relajarse para la llegada del fin del período de exámenes. Esa
noche, por recomendación de Remus, intentaron estudiar, pero James no podía
concentrarse en su carta lunar. Una parte de él deseaba que la poción tomara más
tiempo en su preparación, prolongando así su tiempo con Lily. Por otro lado, había
pasado mucho tiempo desde que encontraron la última pieza del cetro. Si no
encontraban otra pieza pronto, quién sabría lo que habían encargado a Turnbill
para hacer con ellos...

James golpeó su pluma contra el borde de la carta, viendo en el ojo de su mente


no planetas y estrellas, pero sí terribles visiones de tortura y muerte concedidas
por su profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Debió haber tenido una
expresión de horror en su rostro, porque Remus lo confundió con nerviosismo pre-
examen, y sugirió que todos ellos tuvieran una buena noche de sueño.
Al día siguiente, había poco que hacer, más que agregar encogidas raíces Come
Ojos y hojas de Tarromin a la elaboración, por lo que Sirius, Remus y Peter bajaron
a la sala común para estudiar mientras que James y Lily terminaban juntos la
Solución de Encogimiento. Una fuerte nevada había empezado a caer durante la
noche, y gruesos copos de nieve blancos estaban amontonándose en las ventanas
de la torre.

—¿Lily? —James preguntó tentativamente.

Ella apartó su pelo de color rojo oscuro de la cara antes de contestar.

—¿Sí?

James vaciló. Casi dijo “No importa”, pero había algo que necesitaba saber.

—¿Por qué decidiste ayudarnos? ¿Era sólo para que dejáramos en paz a
Severus?

Lily rompió un puñado de hojas Tarromin, considerando su respuesta.

—Sí... y no, —dijo en voz baja. —Dije que te ayudaría porque... porque...
bueno, tenía curiosidad para ver si yo podía preparar esto...

Su voz se volvió anormalmente alta al final de la frase, dando la impresión a


James de que había cambiado su respuesta en el último minuto. Manteniendo sus
ojos en la base del caldero, cogió la barra agitadora y la giró entre los dedos.

—¿Dónde lo conociste?

—Creció cerca de mí, —dijo Lily, dejando caer las hojas de Tarromin en la
solución. Estas saltaron y crepitaron cuando se disolvieron. —Él sabía que yo era
una bruja antes de comprender lo que significaban mis poderes. Soy nacida de
Muggles, así que cuando las cosas extrañas comenzaron a suceder a mi alrededor,
me asusté. No entendía por qué las bombillas se apagaban cuando me enojaba, o
por qué empezaba a llover dentro de mi habitación cuando estaba triste. Antes de
que lo conociera, pensaba que era todo lo que mi hermana decía que era… un
monstruo.

—¿Tu hermana todavía piensa que eres un monstruo? —preguntó James, —


¿Ahora que sabe que eres una bruja?
Lily miró a través de la ventana a los copos de nieve amontonándose.

—Ella cree que ahora soy más que un monstruo incluso.

Sus ojos nadaban en lágrimas mientras lo decía. James dejó caer un puñado de
raíces Come Ojos a la mezcla, y ésta se tornó de un color púrpura-gris.

—No creo que seas un monstruo, —dijo. —No veo cómo alguien puede pensar
eso.

La respiración de Lily quedó atrapada. Ella levantó la mirada hacia él y le dio


una pequeña sonrisa. James le entregó la barra, y ella la tomó, mirando como si ella
quisiera decir algo, pero luego volvió su atención de nuevo al caldero. Ella agitó en
el sentido contrario del reloj trece veces, y siete en el otro sentido. La poción se
volvió blanca lechosa, y llenó dos botellas pequeñas con ella.

—Listo, —dijo con una voz que sonaba un poco demasiado alegre. Le entregó
las botellas a James. —Dos dosis de Solución de Encogimiento. Si bebes una botella
entera, vas a terminar alrededor de una pulgada de altura. Cualquier dosis de la
misma debe durar treinta minutos.

—Gracias Lily, realmente no podríamos haberlo hecho sin ti.

—No hay problema... —dijo. —Sabes... si alguna vez quieres…

Lo que fuera que iba a decir, James nunca llegó a saberlo, porque ella fue
interrumpida por la muy nasal voz de Mary flotando por la escalera.

—¿Lily? ¿Lily estás ahí?

—¡Sí! —Lily exclamó, cerrando su libro de Pociones. —Estamos aquí. ¿Qué es?

Mary apareció en la entrada, mirando molesta.

—Ese chico de Slytherin está afuera en el pasillo preguntando por ti. ¿Por qué
demonios le dijiste dónde está nuestra sala común?

Las mejillas de Lily se ruborizaron de ira.

—¡No lo hice! —dijo, recogiendo sus cosas y corriendo a la puerta. Al salir,


llamó por encima del hombro, —Lo siento James, te veré más tarde.
Escuchando sus pasos que se alejaban, James sintió un repentino deseo de
seguirlos. Sabía que no era de su incumbencia lo que Severus quería hablar con
Lily, pero la tentación era demasiado difícil de soportar. Tomando su decisión,
guardó las dos botellas de la Solución de Encogimiento en su baúl y corrió tras
ellas.

Por suerte, porque era el último fin de semana de Hogsmeade antes de las
vacaciones, la sala común estaba prácticamente vacía. Al verlo entrar, Sirius,
Remus y Peter le hicieron un gesto a su lugar en la esquina, pero James sacudió la
cabeza y los pasó. Esperaba con todas sus fuerzas que se quedarían donde
estaban… que no quería que presenciaran su loca desesperación de espiar a Lily.

El retrato de la Dama Gorda estaba entreabierto. James se sentó en el sillón más


cercano y simuló leer un viejo ejemplar de El Profeta. Era casi demasiado fácil.
Severus y Lily estaban justo afuera; los oía tan claro como el día. Lily sonaba
exasperada.

—¡Te dije Sev! ¡Él me estaba ayudando a estudiar para mi examen de


Transformación! Sé que viste lo rápido que transformó la telaraña a seda la semana
pasada. Cuando me fui, ¡la mía todavía estaba pegajosa!

—¿Todo el fin de semana? —presionó Severus. —Mírame Lily. ¡Mírame!

A James no le gustaba la manera autoritaria de él hacia ella.

—Me estás mintiendo, —dijo, después de un tenso espacio de silencio. —¡Sé


que me estás mintiendo! Estás haciendo algo con él… ¿Por qué no me lo dices?
Pensé que yo era tu mejor amigo. ¿Qué pasó con siempre?

—No hay nada entre nosotros, —dijo Lily con vehemencia. Suspiró. —Sabes
que todavía soy tu mejor amiga, siempre, pero también tengo otros amigos ahora.

Ninguno de los dos dijo nada durante un rato. Entonces Severus volvió a
hablar, y su voz sonó muy pequeña y tensa.

—Es que... no es así como me lo imaginé. Siempre pensé que serías una
Slytherin... conmigo.
—Soy lo que soy, Sev, —Lily dijo en voz baja, sonando un poco herida. —
¿Cómo podría ser de otro modo? Estoy donde pertenezco.

—Con Potter, en otras palabras, —murmuró Severus.

—Te lo dije, no hay nada…

—¡Es un arrogante mequetrefe! —Severus escupió de repente, echando humo.


—Veo que él y sus pequeños amigos, especialmente Black, ¡están haciendo chistes
de Sangre Sucia en ti todo el tiempo!

James sintió que su cuerpo se entumecía con furia. Severus al parecer, había
tocado una fibra sensible, porque la próxima vez que Lily habló, sus palabras se
estremecieron.

—¿Él... él dijo eso? —susurró.

—Ya me oíste, —dijo Severus, sin rastro de piedad en su voz.

James no pudo aguantar más. Tiró El Profeta al suelo y giró la pintura de la


Dama Gorda de par en par.

—¡Eres un sucio mentiroso!

Lily estaba llorando. Severus estaba a su lado, con su rostro en una mezcla de
sorpresa y repugnancia por la repentina aparición de James. Su mano se lanzó
hacia su varita.

James sacó la suya. No podía detenerse. Al oír que Lily lloraba y que Severus
usaba un arma contra ella que sabía que era vulnerable a eso... Todo lo que James
quería en ese momento era hacerle daño a Severus, tanto como podía, pero fue
Severus quien logró maldecirlo en primer lugar.

—¡Vultus iniuria!

James se tambaleó hacia atrás, como si un puño invisible le hubiera perforado


directamente en la cara. Saboreó la sangre. Al darse cuenta de que no sabía casi
tantas maldiciones como Severus, hizo lo primero que se le vino. La única cosa que
realmente podía hacer.
Dejando caer su varita al suelo, James se lanzó sobre Severus, y comenzó a
golpearlo tan fuerte como pudo. El llanto de Lily se convirtió en grito.

—¡Para! ¡DETENTE! ¡JAMES SUÉLTALO!

James lo tiró al suelo.

—¡Él está mintiendo, Lily!

—Sé que está mintiendo, —dijo Lily, secándose los ojos con la manga. —
Severus, sal de aquí. Ahora.

Severus, cuyo ojo estaba empezando a oscurecer, parecía desconcertado.

—¡Dije ahora! —gritó Lily, con sus ojos esmeralda rebosantes de lágrimas.

Severus se puso de pie. Disparó una última mirada asesina a James con sus ojos
oscuros ardiendo con malicia, antes de precipitarse por el pasillo. Su capa negra se
elevaba detrás de él. James lo vio alejarse, y luego se volvió hacia Lily.

—Lo sien…

—¡Cómo te atreves a espiarnos! —Lily interrumpió, volviéndose hacia él. —Yo


nunca debería haberte ayudado... sabía que una vez que yo… y tú... y... —ella
parecía herida, frustrada, confundida y enfurecida a la vez.

—Realmente no quiero ver ni hablar con nadie en este momento, —dijo ella,
con voz baja y peligrosa. —¡Déjame sola!

Aspirando ruidosamente, lo empujó al pasarlo y regresó a la sala común.

Durante mucho tiempo, James se quedó allí, aturdido por lo que había
sucedido. ¿Podría todo realmente haber salido mal tan rápidamente? Al llegar de
nuevo sus sentidos, se dio cuenta de que aún estaba de pie en el pasillo.
Limpiándose el labio sangrando en la parte posterior de la manga, regresó de
nuevo a través del agujero del retrato.

—No se olvide de recoger su varita, —la Dama Gorda le recordó.


Capítulo 10
Las Víboras de Slytherin

Lily todavía no le hablaba desde el lunes. Lo único soportable de todo esto era
el hecho de que todavía no le hablaba a Severus tampoco. Sirius, por el contrario,
estaba encantado que la prohibición de Lily hubiera sido levantada. Como si
estuviera dispuesto a recuperar el tiempo perdido, no perdió oportunidad de
antagonizar con Severus. Eso dio a James una sombría sensación de satisfacción al
verlo, pero tampoco estimuló exactamente a Lily a darle una segunda
oportunidad.

Cuando llegó el momento, al final de los exámenes parciales no eran tan malos
como James había temido. Estaba muy seguro de haber aprobado Herbología,
Encantamientos, y Astronomía, y tenía la sensación de haberse lucido en sus
exámenes de Transformaciones y Defensas Contra las Artes Oscuras. Solamente
estaba preocupado de Historia de la Magia y Pociones, pero los resultados no
estarían hasta el comienzo del siguiente periodo.
Después de que el último examen había terminado, todos se dirigieron al Gran
Comedor para disfrutar de una última fiesta juntos. El tren saldría de Hogsmeade
después de coger a los estudiantes para llevarlos a casa por las fiestas.

—No pude recordar —dijo Peter, hurgando la salsera —el Encanto Aparecium
¿se hacía con un giro, un chasquido o un golpe?

Remus se rió, mientras se servía una generosa porción de puré de papas.

—Peter, haces el Encanto Aparecium cada vez que vemos el mapa de Petrie.

—Oh, sí... —dijo Peter, ruborizándose.

James se echó hacia atrás, admirando el Gran Comedor. Había nieve cayendo
del techo, pero era encantada que no tocaba el suelo antes de fusionarse con el aire.
Muérdago y la hiedra colgaba de todos los soportes de las antorchas y brillantes
flores de pascua de color rojo se alineaban en la mesa de los profesores en la parte
delantera del salón. Detrás de esta, había un enorme árbol de Navidad brillando,
sus ramas estaban profusamente decoradas con esferas de cristal de todos los
colores y hadas luminosas reales. Los instrumentos musicales se posaban entre las
ramas, tocando villancicos alegres en perfecta armonía. James los reconoció de la
clase de Encantamientos; estaba la trompeta flatulenta de Remus cerca de la parte
superior, junto al trombón perezoso de Peter.

A medida que su mirada viajaba a través del cuarto, James vio a una mujer que
nunca había visto en la puerta. Tenía el pelo castaño claro, y llevaba una túnica gris
en mal estado con un chal hecho jirones sobre la parte superior. La primera
impresión de James fue que ella era una vagabunda que se estaba protegiendo del
frío. Parecía agotada, aunque feliz de estar ahí, y parecía estar buscando a alguien
entre la multitud. Para alarma de James, sus ojos se detuvieron en ellos, y comenzó
a caminar rápidamente en su dirección, un bolso de color marrón se meneaba en el
brazo. Antes de que pudiera dar a los demás alguna advertencia, ella le echó los
brazos alrededor de Remus.

—¡Sorpresa! ¡Estoy aquí para llevarte a casa!

Remus se dio la vuelta y se volvió más blanco que la nieve de afuera. —


¡¿Mamá?!
La mandíbula de James casi golpeó la mesa, y los ojos de Sirius se
sobresaltaron. A pesar de su ropa en mal estado, la señora Lupin no parecía
enferma en absoluto. Ella parecía estar bastante saludable, brillante incluso. Miró
las caras desencajadas de James, Sirius y Peter. —Remus, ¿estos son los amigos que
siempre hablas con tanto cariño en tus cartas?

El pálido rostro de Remus cambió bruscamente de color de nuevo. Esta vez se


puso de un profundo rubor de vergüenza. —Sí... estos son James, Sirius y Peter —
dijo, indicando a cada uno de ellos. La señora Lupin les sonrío.

—Remus está absolutamente encantado de haberlos conocido chicos. ¡Me lo


dice en cada carta! —ella bajó la voz y se inclinó cerca de ellos. —La gente como él
tiene problemas para hacer amigos, por supuesto.

Peter se apartó de ella, como si tuviera miedo de coger su supuesta


enfermedad. Remus, por el contrario, parecía como si quisiera que el suelo lo
comiera vivo.

—Estoy contento de ver que esté mejor Sra. Lupin —dijo James, tratando de
cambiar el tema para él.

—Oh, por favor, llámenme Jane. ¿Y sentirme mejor? ¿De qué? —miró
interrogante a su hijo, quien estaba tan enterrado en su silla que de hecho parecía
que el piso estaba a medio camino de tragárselo.

—De tu varicela, Mamá...

—¿Mi qué?

—Ya sabes, ¿Estuviste muy enferma de varicela en Septiembre? —le dio a ella
una mirada significativa, y después de unos segundos, una expresión de
comprensión cruzó su cara.

—¡Oh, oh, es cierto! Que tonta soy. El olvido, es un síntoma de varicela saben.
Remus, ¿tienes tus cosas listas?

—Están en la torre.
—¡Bueno, deséale una Feliz Navidad a tus amigos y anda por ellas! Nos
encontramos afuera en el Vestíbulo, sólo tengo que ir a agradecer a Dumbledore
por tenerte aquí. ¡Fue muy bueno conocerlos finalmente chicos!

Con eso, la Sra. Lupin se alejó hacia la mesa de los profesores. Remus parecía
decidido a no mirar a los ojos a nadie cuando se puso de pie.

—Creo que nos veremos en enero —abandonó el Gran Comedor sin decir nada
más, encorvado por el camino.

—¿Qué fue eso? —preguntó Sirius cuando él se había ido.

James vio que la Sra. Lupin hablaba con Dumbledore, aunque no podía oír lo
que decían.

—No sé... pero no estoy totalmente convencido de que su madre estuviera


alguna vez enferma.

Más tarde esa noche, Peter fue a Hogsmeade con la multitud de otros
estudiantes. James y Sirius regresaron a la sala común para encontrarla
abandonada casi por completo. El único otro Gryffindor que se había quedado era
una chica pecosa de quinto año con el pelo naranja en llamas, que se presentó
como Gavin Darley. James la reconoció como una bateadora del equipo de
Quidditch.

Sin nadie más alrededor, y con el extravagante festín aún llenando sus
ombligos, James y Sirius se fueron a la cama temprano. Acurrucado en su cálida
cama con dosel, James escuchó el aullido del viento a las afueras de su ventana.
Casi podía imaginar que la hija del invierno estaba cantando para él en su extraño
lenguaje que habló en Halloween. Decidiendo visitar a Eloise pronto, se dio la
vuelta y cayó en un tranquilo sueño.

El desayuno a la mañana siguiente fue un tanto extraño, porque de toda la


escuela, sólo un pequeño puñado de estudiantes había decidido quedarse. Estaba
tan tranquilo que James podía oír a la gente mascar por todo el salón. Nadie quería
iniciar una conversación, ya que era imposible no ser oído de casualidad. En su
lugar, todo el mundo se sentó en silencio, mirando con determinación en su plato
mientras comían.
Después del desayuno, James y Sirius salieron a caminar a la nieve. Fue
divertido en los primeros minutos, pero se disipó rápido, por lo que volvieron a
subir a la sala común a calentarse y jugar unas cuantas partidas de ajedrez mágico.
Ninguno de ellos era muy bueno en eso. Al final, las piezas del juego se enojaron
tanto que volvieron por sí solas a la caja y se negaron a salir. Sin nadie a su
alrededor, no había nada más que hacer. El aburrimiento les provocó sueño a
James y Sirius, por lo que ambos terminaron dormidos en el dormitorio vacío.

James despertó muchas horas después de un salto y echó un vistazo a su reloj.

De alguna forma ya eran las cuatro de la mañana.

—¡Sirius! —dijo, saltando de la cama para despertarlo.

Sirius abrió los ojos medio dormido —¿Eh?

—¡Sirius, son las cuatro de la mañana! ¡Tenemos que ir a buscar la sala de


Slytherin!

—Oh... yo no sabía que estaba tan cansado.

—Tampoco yo —dijo James, recuperando el mapa y las botellas de solución


encogedora desde su baúl. —¡Vámonos!

Por suerte, cuando se abrió el retrato de la Dama Gorda, fueron recibidos por el
sonido de bienvenida de sus ronquidos.

—Al menos no tenemos ninguna explicación que darle —dijo Sirius, tirando a
James hacia adelante.

Mientras se arrastraron a través de la oscuridad, la mente de James se puso en


marcha. Había oído rumores de un lugar que Slytherin construyó antes de salir de
la escuela; un lugar llamado La Cámara Secreta. Se dice que un terrible monstruo
habita allí. ¿Qué pasaría si él y Sirius, dos chicos de primer año con nada más
amenazante que hechizo de cambio de color en su arsenal, tuvieran que hacer
frente a ese monstruo? Limpiándose las manos sudorosas en el pantalón, James
trató de pensar en otras cosas más positivas.
De momento, resultó ser una excelente opción que esperar hasta las vacaciones.
Él y Sirius consiguieron viajar desde la sala común de Gryffindor hasta el
Vestíbulo sin ver ni un solo maestro o prefecto.

—Parece que todo el mundo se ha ido —dijo James mientras bajaban los
escalones de la mazmorra. —¿Al menos alguien del personal está aquí?

—La Profesora McGonagall estaba en el desayuno —dijo Sirius. —Y vimos a


Filch después del almuerzo, ¿recuerdas?

¿Cómo James podía olvidarlo? Cuando volvieron de la nieve, goteando hielo


derretido por todo el suelo de piedra, Filch les dio un regaño para recordar.
Contenía unas palabras y amenazas desagradables, como que los colgaría de sus
pulgares en las mazmorras, que los metería en cajas pequeñas de metal llenos de
doxies, o que los haría escuchar la repetición de "Caldero lleno de amor fuerte y
caliente" de Celestina Warbeck por una semana.

—Bueno, esperemos que no nos encontremos con él —dijo James. —Si estaba
tan enfadado sobre un poco de nieve derretida, imagina lo furioso que se pondría
si nos encuentra vagando por aquí en medio de la noche.

Las mazmorras estaban heladas y más oscuras que el campo de Quidditch.


James y Sirius encendieron sus varitas para ver dónde iban, y su respiración
parecía un fantasma frente a ellos. Cuando llegaron a la pequeña bodega junto a la
oficina del Profesor Slughorn, Sirius tiró de la manija de hierro forjado que tenía
forma de serpiente. La puerta no se movió.

—Cerrado.

—Alohomora —intentó James, apuntando su varita al ojo de la cerradura. No


pasó nada. Golpeado por una idea, se dejó caer al suelo.

—¿Qué estás haciendo? —siseó Sirius.

Era tal como sospechaba James. Había una diferencia considerable entre la
parte inferior de la puerta y el suelo.

—Podemos entrar bajo la puerta si tan solo bebemos la Poción Encogedora


aquí afuera —dijo, enderezando la espalda y sacando las botellas de su bolsillo. Le
dio una a Sirius y juntos las destaparon, examinando la espesa poción blanca en su
interior. Ninguno de los dos parecía querer beberla primero.

—¿A las tres? —sugirió James, con una sonrisa nerviosa.

—Está bien —dijo Sirius, quitándose el flequillo de los ojos.

—OK... Uno... Dos...

—¿Tienes el mapa?

—Sí, en mi bolsillo. Uno...

—¿Se encogerá con nosotros?

—Espero. ¿Lo haremos o no?

—Sí... James, ¿La ropa se encogerá también?

—Veremos, ¿de acuerdo? —dijo James exasperado. —¡Uno, dos... Tres!

Los dos echaron para atrás la cabeza y se bebieron las Pociones Encogedoras de
una vez. James sintió que su garganta se contraía violentamente. Por un terrible
momento, pensó que iba a asfixiarse. Entonces, sintió que se hundía hacia abajo,
sintiendo su cuerpo más y más ligero. Cerró los ojos y esperó hasta golpear el
suelo, pero la sensación se desvaneció abruptamente. Al abrir los ojos, vio a Sirius
de pie junto a él a la luz de la varita, viendo exactamente lo mismo que había visto
hace solo un momento.

—¡No funcionó! —dijo Sirius enojado, rompiendo la botella en el suelo. —¡Lily


nos engañó!

James estaba a punto de romper la suya también, pero luego se dio cuenta de
que la luz de su varita ya no apuntaba a la manija de la puerta en forma de
serpiente.

—Sirius...

Dio un par de pasos hacia adelante, y mantuvo su varita por encima de su


cabeza. Sólo pudo distinguir algo oscuro por encima de ellos, con suficiente
espacio entre éste y el suelo para que los dos pudieran pasar por debajo. Era la
parte inferior de una gran puerta de madera.

—...funcionó.

Los dos se quedaron ahí atemorizados por un momento antes que James diera
un paso adelante.

—Tenemos que darnos prisa. Sólo tenemos treinta minutos.

Al principio, fue fácil para él y Sirius olvidar que no eran de tamaño normal.
Hasta que se encontraron con un Knut de tamaño de una mesa que les recordó lo
realmente pequeños que eran. Otros objetos extraños salieron a su paso: un ojo de
tritón del porte de una pelota de playa, una garra de águila de gran tamaño, y un
frasco más grande que una casa (el cual tuvieron que rodear cuidadosamente).
Cuando llegaron a la esquina de la bodega, James sacó el mapa.

—Aparecium. Mirar más cerca, mirar más cerca.

Al igual que en Halloween, una versión dibujada de James apareció. Se acercó


a una pequeña puerta que solo se había materializado en la base de la pared. James
levantó la vista, entrecerrando los ojos.

—Creo que debe estar a nuestra izquierda... justo ahí.

—¡La veo! —dijo Sirius, tirando a James con él. —¡Está aquí!

Tras las pequeñas luces de sus varitas, una puerta, justo de su tamaño, surgió
en la oscuridad. Era apenas visible entre dos de las piedras de la pared del
almacén, y bien oculta, James pensó que nunca hubiera sido capaz de encontrarla
en su tamaño normal.

Cuando se acercaron, vieron que la puerta no tenía mango. James la empujó


con su hombro, y Sirius la pateó. Trataron preguntándole todo tipo de preguntas,
pero la puerta se mantuvo firme, bloqueando el camino hacia adelante. James
incluso chequeó el mapa nuevamente, pero su figura simplemente seguía parada
ahí, mirándolos con el ceño fruncido en expectación. Era como si estuviera
esperando a que le dijeran qué hacer.

—¿Ahora qué? —preguntó Sirius.


James pensó fuertemente por un momento. —Tal vez deberíamos aprovechar
nuestros puntos fuertes —dijo finalmente.

—¿Qué? ¿Motos y Quidditch?

—No, en lo que somos mejores en la escuela —dijo James, metiendo el mapa en


su bolsillo.

Los ojos de Sirius brillaron con comprensión. —¡Sí! Pero James, ¡Nunca hemos
transformado algo tan grande antes!

James sonrió —Sirius, esta puerta es de una pulgada y media de alto.

—¡Correcto! ¡Brillante! —Sirius sonrió de nuevo. —¿En qué vamos a


convertirla?

—Convirtámosla en agua. Es fácil.

Ambos apuntaron con sus varitas hacia la puerta.

—¡Terra cambiaqua! —gritaron, y la piedra se derritió, dejando un enorme


agujero en la pared. James se abrió camino hacia el oscuro pasaje adelante.

Había una baja saliente a lo largo de la pared izquierda. Sirius lanzó una
pequeña chispa hacia esta desde la punta de su varita, y se encendió con una
llama, iluminando el túnel ante ellos. El calor era agradable después del frío
escalofriante de la mazmorra.

Después de unos minutos de caminar, emergieron al balcón de una gran


habitación. La cornisa de fuego del pasaje continuó en este espacio y se diversificó
en filas, iluminando las negras paredes y el suelo. Para confusión de James, el suelo
bajo el balcón parecía estar retorciéndose. Esto no tenía sentido al principio, pero
después de que sus ojos se acostumbraron, vio lo que era: miles de víboras negras,
retorciéndose juntas en un nudo enorme que cubría el suelo de pared a pared.

—Por las barbas de Merlín... —respiró Sirius.

James escaneaba la escena abajo. Vio un altar, similar al de Ravenclaw, muy


lejos de la habitación. Se erigía desde el mar agitado de serpientes como una isla.
Había un pequeño objeto en la parte superior del mismo, bañado con un brilloso
resplandor dorado.

—Bueno, supongo que es obvio que no vagaremos hacia él como la vez


anterior —se rió Sirius. —Podría intentar levitarte hasta allá.

—No, no puedes —dijo James. —¿Recuerdas cuando te levité de la cama antes


de ir a Flourish y Blotts? Te caíste al suelo porque no pude sostenerte más. Toma
años de práctica levitar objetos pesados como personas, y si es que ese
encantamiento puede hacerlo además.

Sirius lo detuvo con la mano —Mido solo una pulgada, ¿recuerdas?

James sacudió la cabeza. —Aun así no quiero correr el riesgo.

—¿Podríamos transformar las serpientes? —preguntó Sirius esperanzado.

—¿Todas y cada una de ellas? —James echó un vistazo a su reloj. —¡Sólo


tenemos quince minutos hasta que la poción pierda su efecto!

—Bueno, no te escucho dar alguna idea... —Sirius dijo en voz más alta, pero
James rápidamente le hizo callar. Un nuevo sonido poco familiar emergió desde el
pasillo detrás de ellos. Era una especie de resoplido, acompañado por una
corrida...

—¿Escuchaste?

—Sí —dijo Sirius, girando para mirar al mismo lugar donde apuntaba con su
varita.

Los sonidos se hicieron más fuertes, y una sombra se fue alargando en el suelo.
James y Sirius contuvieron la respiración con la espalda apoyada en el balcón,
hasta que el origen quedó a la vista. Era una rata... del tamaño de un elefante
comparado con ellos. Sus oscuros ojos brillantes se posaron sobre Sirius. Sin
ninguna advertencia, se lanzó con sus largos y afilados incisivos al descubierto.

—¡AHHH!
Sirius se lanzó fuera del camino, chocando contra James. Los dos cayeron al
suelo cuando la rata se golpeó la cabeza en la barandilla. Reaccionó antes de que
pudieran volver a levantarse, rodando hacia ellos de nuevo en un instante.

—¡Está bloqueando la salida! —exclamó Sirius.

—¡Me doy cuenta! —dijo James con irritación, en busca de otra salida. La única
otra salida que podía ver era encima de la barandilla y el nido de serpientes. Tal
vez podrían de alguna manera escapar de vuelta al túnel, si tan solo pudieran
rodear a la rata...

—¡Súbete a la barandilla! —mandó James. —¡Corre hacia el otro lado!

Cuando los dos se subieron, la rata escogió ese momento exacto para atacar de
nuevo. James se agachó fuera del camino, pero detrás de él, la zapatilla de Sirius se
deslizó en la barandilla de suave obsidiana. Para horror de James, este perdió el
equilibrio, y ambos cayeron hacia el otro lado.

El nudo de víboras se deslizó para encontrarse con James mientras este agitaba
sus brazos en el aire vacío. Entonces, antes de que tuviera tiempo de gritar, aterrizó
sobre algo duro y liso, sacándole el aire. Estaba tendido en una especie de
superficie invisible. Las serpientes negras pululaban sólo unos pocos pies por
debajo, pero no parecían verlo. Eran mucho más grandes de cerca.

Sirius aterrizó justo al lado de él, pero estaba colgando en una posición
incómoda, como a mitad de camino fuera del borde invisible. Pateó con fuerza,
tratando de impulsarse hacia arriba. Una de las serpientes gigantes tuvo que
haberlo visto, por qué se echó hacia atrás, mostrando los colmillos, lista para atacar
la pierna colgando...

—¡NO!

James se lanzó hacia adelante sobre su estómago y agarró la parte posterior de


la camisa de Sirius, tirándolo hacia arriba. La serpiente atacó en el mismo
momento, pero falló a su pierna, acertando en su lugar a su zapatilla y dejando un
colmillo enterrado profundamente dentro de la suela de goma de ésta. Con un
chisporroteo, comenzó a derretirse alrededor de la punción.

—¡Uf!
Sirius se la sacó con disgusto y la tiró por la borda. Ésta desapareció entre la
maraña de serpientes. Rodando sobre su espalda, cerró los ojos, y para sorpresa de
James, empezó a reírse.

—¿Qué es tan gracioso? —exigió James, cayendo sobre sus piernas.

—Oh, nada... —dijo Sirius, todavía riéndose. —Es sólo que ambos hemos
perdido un zapato por este cetro ahora...

James también se rió, aliviado que aún estuvieran vivos.

—Hey, ¿Adónde fue la rata? —preguntó, estirando el cuello para mirar arriba
hacia el balcón. Parecía estar imposiblemente alto.

—Espero que se haya ido —contestó Sirius, empujándose a sí mismo sobre sus
codos. —¿En qué aterrizamos?

James miró hacia abajo de sus rodillas. —Creo que es un puente invisible.
Probablemente lleva a eso.

Sacudió su barbilla en dirección al altar de la habitación.

—¿Qué estamos esperando? —preguntó Sirius, poniéndose de pie.

Siguieron la pasarela, con cuidado de no alejarse más que de los bordes. Las
víboras parecían no notarlos o interesarse en ellos. Tal vez la invisibilidad sólo
funcionaba de arriba hacia abajo y no a la inversa, pensó James.

Por fin llegaron al altar, que al igual que las paredes y barandillas, fue tallado
en una oscura obsidiana. Otra pieza del cetro yacía sobre su negra superficie lisa,
brillando. Advertido por la pieza en la habitación de Ravenclaw, James tomó la
botella de poción vacía desde su bolsillo y la dejó caer en la parte superior del
cetro. Rebotó justo al lado, en perfecto estado. Miró interrogante a Sirius, quién se
encogió de nuevo.

—¿Nada?

—Creo que Slytherin no era tan minucioso como era Ravenclaw —dijo Sirius,
extendiendo la mano y tomando la pieza del cetro.
Por un segundo, no pasó nada. Entonces, Sirius dio un extraño y tambaleante
paso hacia atrás. James no entendía por qué, pero entonces el suelo se estremeció
debajo de él y se tambaleó hacia atrás también. Las víboras comenzaron a juntarse
nuevamente.

—Oh, no... —dijo James, comprendiendo finalmente. —¡Sirius, el puente está


desapareciendo! ¡CORRE!

Salieron disparados de vuelta en la dirección desde donde habían venido.


Cuando estaban a mitad de camino, James se dio cuenta de algo aterrador.

—¡Sirius! ¿Cómo vamos a volver a subir al balcón?

Sirius no respondió.

—¿Sirius? —preguntó de nuevo, mirando hacia atrás por encima del hombro.
Nadie estaba ahí.

Presa del pánico, James se dio la vuelta. Entonces, dio un suspiro de alivio...
Sirius todavía estaba vivo, pero se había quedado muy por detrás. Su calcetín al
descubierto se resbalaba y deslizaba en el puente invisible, desacelerándolo. Las
serpientes estaban lo suficientemente cerca como para alcanzar sus talones.

—¡Sirius!

James estaba de camino a ayudar, pero entonces un nuevo ruido extraño lo


atacó, deteniéndolo en seco. Comenzó como un zumbido, un pequeño ruido en sus
oídos, pero luego creció, silbando y escupiendo en lo que sonaba como miles de
voces, aunque no podía distinguir nada de lo que decían. Sirius parecía
aterrorizado.

—¡James! ¡¿Qué estás haciendo?! —gritó. —¡Ándate! ¡Sal de aquí!

De a poco James se dio cuenta que el extraño ruido provenía de las víboras.
Mientras Sirius se acercaba, sus sibilantes voces se elevaron en un crescendo. Sus
palabras llegaron a ser tan fuertes y claras, que James podía oír retazos de sus
burlas solapadas.

"...uno de los más cercanos a ti te traicionará, condenándote a sufrir por incontables


años..."
"...padre y madre siempre han querido a tu hermano más que a ti..."

"...nunca encontrarás el verdadero amor... morirás solo, antes que seas viejo..."

Sirius parecía más derrotado de lo que James nunca había visto. Desaceleró
aún más, como si las palabras lo estuvieran arrastrando hacia atrás.

—¡No las escuches!

James acortó la distancia entre ellos, echó el brazo de Sirius sobre sus hombros,
y corrió tan fuerte como pudo. Podía sentir el puente derritiéndose bajo sus pies en
cada paso. Pronto, las víboras se burlaban de él también.

"...ella prefiera a un Slytherin por sobre ti..."

"...tú y tus amigos no vivirán para ver a tu enemigo vencido..."

"...tu hijo nunca te conocerá..."

Cada frase cortaba como un cuchillo. James apretó los dientes, luchando contra
la abrumadora sensación de desesperanza que caía sobre él. En el momento en que
llegó a la base de la pared debajo del balcón, estaba listo para rendirse y dejar que
el puente desapareciera debajo de él, dispuesto a aceptar su destino y morir en ese
terrible lugar oscuro... pero entonces vio algo que le dio esperanzas... puntos de
apoyo en la pared. Llevaban hacia arriba.

—¡Escala!

Sirius obedeció, forzándose a sí mismo hacia arriba y fuera del camino justo en
el momento que James pudiera agarrarse. Cuando la última parte del puente se
derritió, escalaron la pared, subiendo más y más lejos del nido de serpientes. Las
voces silbantes murieron lentamente.

Cuando llegaron a la cima, se arrastraron por sobre la baranda del balcón y


cayeron en el suelo contra la espalda contra este, jadeando.

—¡¿Qué fue eso?! —jadeó Sirius.

—No sé —respondió James, mirando hacia abajo a su reloj —pero solo nos
quedan cinco minutos.
—Entonces será mejor que salgamos de aquí —dijo Sirius, con sus nudillos
apretando alrededor de la pieza del cetro en la mano.

Se puso de pie y ayudó a James a pararse. Empezaron por el túnel, pero apenas
habían dado dos pasos cuando una gran forma les cerró el paso.

—¡No esto de nuevo! —dijo Sirius, cuando la rata se echó hacia atrás sobre sus
patas traseras, mostrando los dientes.

—¡No! —dijo James con rabia, sacando su varita de su bolsillo. Su cerebro pasó
rápidamente por todos los hechizos que conocía, pero no encontraba nada útil. No
parecía ser justo que Severus supiera tantas más maldiciones y hechizos que ellos.
¡Severus! ¿Cuál era ese hechizo que usó?... Apretando sus ojos, James trató de
recordar. Luego, le vino a él tan rápido que se sentía como si hubiera sido
golpeado por este de nuevo.

—¡VULTUS INIURIA!

La rata retrocedió, dejando escapar un chillido estridente, y James aprovechó la


oportunidad.

—¡Vamos!

Tiró de Sirius del brazo, pasando a la rata y hacia el pasadizo. Se precipitaron


al otro lado y dentro de la bodega, salpicando a través del charco de agua que
quedó detrás de la puerta.

—¿Todavía nos sigue? —jadeó Sirius, agarrándose su costado por una


puntada.

James se detuvo a escuchar. Podía oír pasos en el pasillo detrás de ellos, cada
vez más fuerte.

—¡Sí, vamos!

Se lanzaron de nuevo en lo que James esperaba que fuera la dirección correcta.


Pasaron por el vial, garra de águila, el ojo de tritón y el Knut de bronce, y pronto,
la parte inferior de la puerta apareció a la vista. Pasaron debajo de ella y al pasillo,
donde la luz gris de la mañana ya estaba empezando a filtrarse a través de las
pequeñas ventanas en la parte superior de las paredes de la mazmorra. James miró
hacia atrás.

—¡Todavía viene!

Sirius miró hacia arriba y abajo del pasillo.

—¡¿Adónde vamos?!

—¡No me importa! —gritó James. —¡Si podemos mantenerlo alejada de


nosotros por dos minutos más, estaremos lo suficientemente grandes como para
aplastarla!

En un destello de garras y dientes, la cabeza de la rata pasó por debajo de la


puerta, pero James y Sirius comenzaron a correr de nuevo. Los pulmones de James
le dolían, y sus piernas le quemaban. La respiración de Sirius sonaba entrecortada.
No serían capaces de mantener esto por mucho tiempo.

De repente, la base de la escalera de piedra se alzaba por delante, lo que les


obligó a detenerse de golpe. Era demasiado alto para escalar. Girándose,
observaban con impotencia como la rata corría hacia ellos como un tren de carga.
James agarró a Sirius y cerró los ojos, preparándose para el impacto y el dolor que
estaba seguro que vendría con este. Esperaba que fuera fugaz...

Pero la muerte nunca llegó.

En cambio, ambos experimentaron una sensación extraña, como si algo enorme


pasara a través del aire por encima de ellos, enviándoles una brisa a través de su
cabello. Juntos esperaron, sus labios formaban unas líneas duras. A continuación,
la rata gritó. Era un sonido horrible que ponía los pelos de punta.

James abrió un ojo, y luego el otro. Estaba mirando una de las cosas más
extrañas que jamás había visto. Una pared había aparecido de la nada, ocultando
lo que le pasó a la rata. Parecía extraño, como si no fuera sólida. Liberando a Sirius,
James se acercó a sentirlo, y su mano se enterró en un extraño y espeso enredo. Era
pelo, se dio cuenta... largo y de color polvo.

La pared se movió rápidamente. James se tambaleó hacia atrás mientras Sirius


abría sus ojos ampliamente mientras la enorme cara de un gato tomó su lugar,
avecinándose a la vista por encima de ellos. Sus ojos amarillos como lámparas los
estudió con calma. En su boca, inmóvil e inerte, estaba la rata. James tragó.

—Er, gracias... Sra. Norris.

Sin lugar a dudas, la gata asintió y les hizo un guiño. A continuación, se barrió
directamente sobre ellos y subió las escaleras. Sirius se dejó caer al suelo.

—¿Hemos sobrevivido a eso?

James se rió, pero salió más como un bufido de incredulidad.

—Sí, creo que lo hicimos.

Trató de sentarse junto a Sirius, pero se derrumbó en su parte trasera cayendo


sin gracia en su lugar. Un rumor extraño comenzó en su estómago. Sirius estaba
mirando a su propio estomago también. Un momento después, ellos estaban
volando hacia arriba, sintiéndose más y más pesados. Fue la primera vez que
James estuvo verdaderamente consciente de la masa de su cuerpo, el peso de sus
músculos en sus huesos. En cuestión de segundos, eran de tamaño completo de
nuevo, sentados lado a lado en la base de los escalones de las mazmorras.

—Lo tenemos —dijo Sirius, sosteniendo la pieza del cetro —Dos piezas de
cuatro. Estamos a mitad de camino.

James la tomó, casi sin poder creerlo, y le dio la vuelta en sus manos.

—¿Sirius? —dijo en voz baja. —¿Qué piensas de las cosas que nos dijeron las
serpientes?

Sirius se miró los cordones.

—No lo sé. ¿Oíste lo que me dijeron?

—Sí, ¿Oíste tú lo que me dijeron?

Sirius asintió una vez.

—¿Crees que estaban diciendo la verdad? —preguntó James, pretendiendo que


la pregunta no significara tanto para él como lo fue.

Sirius se levantó y ayudó a James a pararse.


—No —dijo desafiante. —Puedes elegir en qué creer, pero yo no lo creo.

James sonrió, asintiendo.

—Sí, tienes razón. Sin embargo, creo que hay que mantener esa parte de la
aventura para nosotros.

—De todo corazón estoy de acuerdo —dijo Sirius, devolviendo una sonrisa
comprensiva. James podía decir que él hablaba en serio.

Cuando empezaron a volver a subir los escalones de las mazmorras, Sirius se


rió entre dientes.

—Bueno, por el lado bueno, probablemente será la última vez que una rata
intenta matarte.
Capítulo 11
Hera

James y Sirius fueron muy afortunados de no toparse con ningún maestro o


prefecto en su camino de regreso a la sala común. Los dos estaban emocional y
físicamente agotados, y sus pies casi hechos polvo, a pesar de las horas que
pasaron durmiendo en el dormitorio. Ninguno mencionó las víboras en la
habitación de Slytherin otra vez, lo que les convino muy bien a ambos. A James le
hubiera gustado olvidar todo acerca de ellas, pero era casi imposible, porque él y
Sirius se llenaron de pesadillas recurrentes.

Noche tras noche, James se ahogaba en un mar insondable de revueltas y


retorcidas serpientes, el peso de sus palabras lo arrastraban en la oscuridad. Las
pesadillas se hicieron tan normales, tan esperadas, que cuando uno de ellos se
incorporaba, o caía de la cama enredándose y luchando con las sábanas, el otro ni
siquiera tenía que preguntar lo que pasaba. Un vínculo tácito creció entre ellos,
probablemente debido al hecho de que habían oído los temores más oscuros y
profundos del otro. Mientras cada uno luchaba con sus propios demonios, lo
hacían juntos.
Recuperándose de su experiencia en las mazmorras, la determinación de James
y Sirius para completar el Báculo de los Tiempos desapareció. Buscar la siguiente
habitación fue demasiado para sus mentes, por lo que el mapa y la pieza del cetro
de Slytherin se fueron al agujero debajo de la tabla suelta del dormitorio, al lado de
la de Ravenclaw. James decidió que podrían tratar con eso más tarde, cuando el
horror de la habitación de Slytherin se desvaneciera.

La mañana de Navidad llegó antes de lo que esperaba James. Se despertó


temprano, y parpadeando, se dio cuenta de que fue su primera noche sin pesadilla
desde la Habitación de Slytherin. Echó hacia atrás las cortinas de su dosel para
decirle a Sirius, pero en su lugar se encontró mirando un par de ojos grandes,
oscuros y cristalinos. Era una hermosa y enjaulada lechuza, cuya jaula se
encontraba precariamente encima de un pequeño montón de regalos.

—Sirius, ¡despierta! ¡Es Navidad! —James llamó, deslizando sus pies en un par
de zapatillas. Se precipitó alrededor del borde de la cama para obtener una mejor
visión de la lechuza. Estaba salpicada de suaves plumas de color marrón y blanco,
vagamente recordándole a la sal y a la pimienta. Esta chasqueó el pico felizmente,
como diciendo “¡buenos días!” al chico con gafas, sonriendo a través de los
barrotes de su jaula.

Sirius echó hacia atrás sus cortinas con dosel, bostezando adormilado. Tenía un
montón de regalos también.

—Feliz Navidad, compañero, —dijo, estirándose. Avistó a la lechuza.

—¡Whoa! ¿Quién te envió la lechuza?

Había una nota posada en la parte superior de la jaula.

Querido James,

¡Feliz Navidad! Desearíamos que pudieras estar aquí para celebrar con nosotros, pero
estamos contentos de que hayas hecho muchos nuevos amigos en Hogwarts. Esta lechuza
llegó desde América sólo para estar contigo. Cuida bien de ella… un mago puede compartir
una vinculación muy fuerte y especial con su lechuza. Te amamos y te extrañamos ¡y nos
vemos en junio!
Con amor, mamá y papá.

—Mi mamá y mi papá, —dijo James, acariciándola a través de los barrotes de la


jaula. No podía esperar a ver la expresión del rostro de Bard cuando volviera a
casa con ella en el verano. Moviendo suavemente su jaula a la cama, empezó a
desenvolver sus otros presentes.

Había una pequeña caja de plumas de azúcar de Peter, una espléndida vela
azul oscuro salpicada de plata de Remus, y un libro de “Todo Sobre las Arpías de
Holyhead” de Sirius. El libro incluía un gran cartel desplegable que James
instantáneamente fijó en la pared detrás de la cama.

—¿Qué opinas? —preguntó, dando un paso atrás. Lo que no dijo fue que sería
bueno quedarse dormido viendo el movimiento de ida y vuelta de las Arpías a
través del cartel, en lugar de ver las imágenes residuales de retorcidas víboras
negras bailando detrás de sus párpados.

Sirius no respondió. Estaba ocupado desenvolviendo un oscuro y austero


regalo, que parecía más probable que encajara en un funeral que bajo un árbol de
Navidad.

—Oh, mis padres sabían que me encantaría esto, ¿no? —dijo con amargura,
mostrando lo que había dentro. Era una manta de color verde oscuro con una
serpiente de plata en forma de una S bordada en ella.

—Tal vez están esperando que te guste lo suficiente como para transferirte a
Slytherin, —dijo James, tratando de mantener una cara seria.

—Seguro, —Sirius dijo con sarcasmo, recogiendo la manta y echándola en el


cubo de basura. Seguidamente abrió el regalo de Remus. Era otra extraña y
brillante vela, pero la suya era de color violeta oscuro.

—¿Esto hace algo? —preguntó, mirándola a la luz.

—No estoy seguro, —respondió James, recogiendo la suya y examinándola de


nuevo. —Tendremos que preguntarle a él cuando regrese.
Poniendo a un lado la vela, Sirius abrió su último regalo, un pequeño paquete
etiquetado “Para el joven amo Sirius, de Kreacher”. Era una lata de plata oxidada,
llena de galletas mohosas. Sirius se atragantó y rápidamente vació el contenido en
el cubo de basura. Cayeron en un montón grumoso en la parte de arriba de la
manta de sus padres.

—Bueno, al menos algunos son un buen botín, —dijo, señalando la pequeña


colección de regalos que decidió conservar: la vela de Remus, una caja de plumas
de azúcar de Peter, un pequeño modelo de una moto que realizaba acrobacias de
parte de James, una caja de caramelos de su prima Andrómeda, y un par de botas
para la lluvia con un poderoso encantamiento que repele el agua, de su tío
Alphard.

Mientras Sirius observaba su moto zumbando por el suelo del dormitorio,


James dejó que su nueva lechuza saliera de su jaula. Ella saltó sobre la cama y
estiró sus hermosas alas de sal y pimienta, mirando agradecida de estar libre.
James podía decir de inmediato que la adoraba.

—¿Qué nombre le vas a poner? —preguntó Sirius con la boca llena de


caramelos.

James no lo había considerado todavía. La lechuza revoloteó arriba de su


rodilla, como si supiera que era importante estar presente para su propio nombre.

—Estamos buscando el Báculo de los Tiempos, que fue hecho del metal
enviado a la tierra por Zeus, —dijo James, acariciando su cuello. —La esposa de
Zeus era Hera. ¿Te gusta el nombre Hera?

La lechuza ululó su aprobación.

—¡Hera será! —anunció James. Hera, como saboreando su nuevo nombre, se


alejó y se elevó alrededor de las vigas del dormitorio.

—Probablemente deberíamos llevarla a la lechucería, —dijo Sirius, recogiendo


una de sus plumas del piso entre los dedos. —Pringle y Filch no estarían felices si
se enteran que estamos dejándola volar alrededor.
—Bueno, —dijo James, decepcionado de que ella no podía quedarse en el
dormitorio con él. Por un momento, se preguntó si podía ocultarla en su dosel todo
el día, pero luego decidió no hacerlo; sólo podía imaginar el desastre que haría.

Él y Sirius se vistieron y comenzaron a despejar sus regalos de Navidad.

—¿Has visto la moto que me diste? —preguntó Sirius arrodillado, buscando


debajo de su cama.

James se puso de rodillas para mirar debajo de la suya. No había señales de la


moto de Sirius, pero vio otra cosa. Estaba medio escondida en la sombra, y no se
veía como una camisa perdida o un zapato olvidado.

Apoyándose en su estómago, James estiró su brazo debajo de la cama a medida


que se acercaba, hasta que pudo sentir el borde del objeto. Lo sacó y se incorporó.
Era un paquete desigual, un presente que debió haber caído fuera del montón. Se
sentía como una manta, pero era increíblemente ligera. Preguntándose qué
diantres podría ser, James desdobló la nota clavada en él.

James,

Mi padre me dio esto en mi primera Navidad en Hogwarts. Se ha transferido en


nuestra familia por generaciones. Por favor, mantenla a salvo, y úsala bien. No te voy a
decir que no la uses para romper las reglas, ya que creo que es tanto una tradición familiar
como lo es dártela. Yo, sin embargo, recomiendo que trates de no ser atrapado. ¡Feliz
Navidad!

Papá.

Intrigado, James rasgó la envoltura. Una larga y fluida tela gris plateada se
extendió fuera de ella, y fluía a través de sus dedos como el agua. Hera, con ganas
de ver lo que era, aterrizó en su hombro.

—No puede ser... ¡Papá nunca me dijo que tenía una de estas!

La boca de Sirius quedó abierta.


—James, ¡es una Capa de Invisibilidad! —dijo. —¡Tienes mucha suerte! ¿Por
qué no podían mis padres conseguirme una de esas?

James arrojó la capa sobre su brazo y este se desvaneció. Hera ululó de espanto
y despegó y aterrizó en la parte superior de uno de los postes de la cama. James
sonrió.

—Mira Hera, está bien, ¡estoy bien!

Él sacó la capa. Su brazo reapareció, pero ella todavía ululaba su


desaprobación.

—Hey, ¿cuántos de nosotros podrían caber debajo? ¿Qué te parece?—preguntó


Sirius, sujetando las esquinas de la suave y fluida tela. James arrojó la capa sobre
ellos dos, y miraron de soslayo a su reflejo en el espejo entre las camas de Peter y
Frank. Era una sensación extraña no verse a sí mismos.

—Creo que tres de nosotros, a lo sumo, —dijo James, tirándola hacia atrás.
Hera inmediatamente zumbó detrás de su hombro, como asegurándose de que él
estaba bien. —Hera, ¿quieres conocer a las otras lechuzas de Hogwarts?

Ella le dio un pellizco en la oreja de forma afectiva.

La lechucería se encontraba en la Torre Oeste. Era una habitación con una


pequeña planta, cubierta de paja, pero se alzaba en muchos pisos, con cientos de
ventanas abiertas. Hacía mucho frío en el interior; James deseó haber traído una
capa con él. Lechuzas de todas las razas inimaginables estaban enclavadas allí, en
las perchas que se elevaban hasta la parte superior de la torre. Más de unos pocos
ojos se abrieron y miraron hacia él y Sirius cuando entraron, como molestas por ser
incomodadas tan temprano en la mañana. James esperaba que pudieran ser
agradables con Hera.

—Está bien Hera, —dijo, —ve a hacer nuevos amigos.

Hera le dio un empujón a su mejilla con su suave y aterciopelada cabeza, y


luego salió para sentarse junto a una lechuza que dormía. Ella le hizo un chirrido a
modo de saludo, pero él fingió no oírla.
—Están durmiendo Hera, —James la llamó. —Las lechuzas se supone que
duermen durante el día, tonta.

Ella revolvió sus plumas.

—¡Ve a dormir!

Ella obedientemente cerró los ojos, pero no parecía muy feliz por ello. James se
obligó a irse antes de que pudiera cambiar de opinión acerca de mantenerla en su
dosel.

A diferencia de otras comidas durante las vacaciones, la fiesta de Navidad fue


del todo agradable. Dumbledore estuvo allí (aunque James y Sirius no lo habían
visto desde el final del periodo), e insistió en que todos se sentaran juntos en una
mesa pequeña, en lugar de estar en grupos dispersos en las mesas de las casas.
Esto resultó ser una idea espléndida. James y Sirius llegaron a conocer a otros tres
estudiantes de primer año: dos chicas de Hufflepuff llamadas Georgie Johns y
Maddy Perks, y un chico de Ravenclaw con el pelo rubio enredado, llamado
Andrew Foxfoot. Fue refrescante conocer a otros de primer año, y lo agradables
que eran, después de tener que gastar tanto tiempo de clase con los de Slytherin.

A pesar del pequeño número de personas presentes, los profesores


Dumbledore y McGonagall no se aguantaron en las fiestas de Navidad. La
profesora McGonagall había hechizado las armaduras para hacer un show de
Navidad, con canto y baile, y Dumbledore invitó a los elfos domésticos para unirse
a la celebración después de la cena, transformando la mesa para dar cabida a 150
de ellos. Llegaron a petición suya. Algunos parecían encantados de estar allí,
aunque la mayoría eran tímidos y muy reservados. Hacia el final de la tarde (y
después de algunas cervezas de mantequilla que tenían), la mayoría estaban de
pie, bailando y cantando con las armaduras.

No lograron salir del Gran Comedor hasta mucho después de la una de la


mañana. Dumbledore prometió que mientras todos se fueran directamente a sus
dormitorios, no tendrían problemas por estar fuera de la cama. Cuando lo dijo,
James pensó que podría haberle visto parpadear una especie de advertencia,
mirando en dirección a ellos.
Tomando su consejo, James y Sirius se fueron directamente de vuelta a la sala
común. Adentro, se encontraron con Gavin sentado junto a la chimenea leyendo
un libro. Él debió haber dejado la fiesta temprano.

—Oigan ustedes dos, —dijo cuando entraron, —El Profesor Turnbill vino a
buscarlos.

James y Sirius se congelaron, intercambiando miradas agitadas. Ninguno de


ellos había visto al profesor Turnbill desde el último día de clases.

—¿Qué quería? —preguntó James.

Gavin se encogió de hombros.

—Sólo quería saber dónde estaba su habitación.

Sirius estaba a punto de decir algo muy enojado, pero James lo apartó. Se
lanzaron por las escaleras hasta su dormitorio, y cuando entraron a la habitación,
abrieron sus bocas con horror.

Era un caos absoluto. Sus cosas habían sido volcadas fuera de sus baúles y
esparcidas por el suelo. Los muebles estaban tumbados, y las cortinas desgarradas
debajo de las camas. Los cajones estaban boca abajo en el suelo, con su contenido
arrojado de cualquier modo. El corazón de James se contrajo desagradablemente.

—¡Mi Capa de Invisibilidad!

Corrió a su cama, pisando y rompiendo algo de vidrio en el camino, pero no le


importó para ver lo que era. Movió a un lado los escombros, en busca de cualquier
señal de la tela gris plateada, pero había desaparecido.

—Estuvo aquí, ¡él la tomó!

Sirius miró horrorizado.

—James, lo siento tanto...

—Yo no, — dijo James, poniendo sus manos en puños. —Voy a recuperarla.
Voy a recuperarla ¡AHORA MISMO!
Salió del dormitorio antes de que Sirius pudiera detenerlo, empujando el
retrato de la Dama Gorda con tanta fuerza que ella gritó con indignación. Voló por
las escaleras en dos pasos a la vez hasta que llegó a la segunda planta. Sin
preocuparse por lo que le pasaría después, marchó hasta la oficina de Turnbill y
golpeó la puerta.

—¡Profesor Turnbill! —rugió. —Abra la puerta. ¡AHORA!

No hubo ningún movimiento al otro lado.

James agarró el pomo de la puerta y lo retorció violentamente, pero estaba


cerrada. El encantamiento Alohomora no funcionaría en ella, y era demasiado
grande como para poder transformarla en algo, a pesar de que lo intentó. La furia
hervía dentro de él cuando atacó con el hechizo de transformación en agua, luego
en fuego. Trató de convertirla en vidrio. Malvavisco. Bizcocho esponjoso. En algún
momento se dio por vencido en la transformación, y en su lugar, recurrió a golpear
sin piedad con los puños, gritando y vociferando, aunque sabía muy bien que no
había nadie allí.

—Potter, ¿qué diablos estás haciendo?

James se dio la vuelta para ver a la profesora McGonagall cerca, mirando muy
preocupada. Ella apenas debía subir del banquete de Navidad, porque sus mejillas
aún estaban rojas, y el sombrero alto de bruja tenía montones de guirnalda
colgando en él. James se esforzó por mantener su nivel de voz.

—¿Dónde está el profesor Turnbill?

—Se fue a casa para las fiestas, —dijo la profesora McGonagall, con el ceño
fruncido. —Está pasando tiempo con su hija en Oxford. No volverá hasta enero.

La mente de James estaba aturdida.

—Él no está... ¿está segura?

—Sí Potter, estoy segura, —ella dijo con severidad. —¿Esto es urgente? ¿Hay
algo en lo que pueda ayudarte?

James quería decirle cómo Turnbill había robado su Capa de Invisibilidad, pero
había una serie de problemas con eso. Por un lado, ella averiguaría que ahora
poseía una Capa de Invisibilidad, y seguramente no quería que el profesorado
supiera al respecto si él y los demás la estaban usando a escondidas. Por otra parte,
ella querría saber por qué Turnbill había robado, y por qué había ido al dormitorio
de ellos en primer lugar. La búsqueda del Báculo de los Tiempos llegaría a un final
rápido si los maestros se enteraban.

—No, —James dijo de repente. —Solo es algo de su clase.

—Entonces sugiero que te vayas.

Caminó con él de vuelta a la escalera. Antes de que ella descendiera de regreso


a su oficina en el primer piso, las comisuras de sus labios se torcieron en una
pequeña sonrisa.

—Es una suerte que yo te encontrara, —dijo. —Fuera de la cama, golpeando la


puerta de un profesor de esa manera, cualquier otro maestro habría tomado al
menos veinte puntos de la casa.

James trató de devolverle la sonrisa, pero debió haber salido más como una
mueca.

—Buenas noches, profesora.

De nuevo en la séptima planta, James vio a dos ojos amarillos brillantes como
bombillas en la oscuridad.

—Hola, señora Norris, —dijo con desaliento.

La gata de color tierra salió de las sombras, ronroneando con dulzura alrededor
de sus tobillos. James se inclinó para frotarla detrás de las orejas. No sabía por qué,
pero su presencia hizo que se sintiera mejor.

—Gracias de nuevo, realmente salvaste nuestro pellejo allí abajo en las


mazmorras, —dijo, no del todo seguro de por qué le estaba hablando a una gata.

La gata asintió.

—¿Tú… me entiendes?

Ella asintió de nuevo. No había duda de ello.


—¿Le entiendes a todos?

Ella asintió por tercera vez. James comenzó a asombrarse.

—¿Muchas personas saben que las entiendes? —preguntó.

Ella sacudió su cabeza.

—¿Lo sabe alguien más?

Sí.

—¿Quién?

La gata puso sus ojos en blanco y volvió a mirar a James. Sintiéndose como un
idiota, recordó que ella no podía hablar en realidad, y por lo tanto no sería capaz
de responder a cualquier pregunta que no tuviera un sí o un no como respuesta.
Pensando por un momento, atacó la pregunta desde un ángulo diferente.

—¿Lo sabe Filch?

Sí.

—¿Pringle?

No.

—¿Filch es la única persona que sabe?

No.

No había manera de que James fuera a preguntarle por cada persona de forma
individual en Hogwarts, no si quería ir a la cama antes del próximo fin de semana.
Acariciando su pelaje, sonrió para sí mismo. A pesar de crecer en el mundo
mágico, aún había tantas cosas que tenía que aprender todavía. Ella ronroneó de
nuevo, y por un momento, James casi se olvidó de por qué estaba tan triste.

—¿Señora Norris? ¿Estás aquí arriba? Hay algunas sobras del jamón de la fiesta
de Navidad y pensé que tal vez podríamos…

Un hombre alto y enjuto apareció al otro lado del pasillo en un abrigo largo de
color marrón. Era Filch, y tenía un plato sucio en una mano y una linterna luciendo
sucia en la otra. Su expresión se tornó hostil cuando vio a James inclinado sobre su
gata.

—¡¿Qué crees que estás haciendo?!

—¡Nada! —James dijo, rompiendo la tensión. —Es que no sabía que ella…

La señora Norris siseó. James tuvo la clara sensación de que era su forma de
decirle que no dejara que Filch supiera que conocía su secreto.

—No sabía que tenía tan grandes ojos amarillos, —finalizó. Era una mentira
estúpida, pero Filch no pareció tener problema con eso. Estaba trabajando en algo
en su cabeza, y aunque le tomó un tiempo, finalmente llegó a una conclusión.

—¡Eres ese mocoso que dejó nieve en el vestíbulo la semana pasada!

James sonrió débilmente.

—Lo siento, sólo estoy en primer año, no sé ningún hechizo, ya sabe, filtrar el
agua de las botas, o secar nuestra…

Filch agarró a James por la camisa, y lo acercó lo suficiente que pudo contar sus
manchas.

—Si veo que estás acosando a mi gata de nuevo, no vivirás para ver tu segundo
año. Puedes estar seguro de eso.

Soltó a James toscamente, recogió a la señora Norris en sus brazos (ella puso
los ojos amarillos en blanco a modo de disculpa), y salió pisando fuerte por las
escaleras. James sabía que fue muy afortunado por evitar el castigo, pero no se
sentía aliviado en absoluto; su Capa de Invisibilidad aún no estaba. No había nada
que hacer sino volver a la sala común con las manos vacías.

Gavin se había ido a la cama, pero Sirius estaba esperándolo cuando llegó.

—¿Lo encontraste? ¿Te la regresó?

—La profesora McGonagall dijo que Turnbill dejó Hogwarts la semana pasada,
—dijo James. —Él no ha estado aquí en lo absoluto, está en Oxford con su hija.

Sirius parpadeó.
—¿No está aquí? Pero Gavin dijo que estuvo aquí... ¿Crees que se confundió?
¿Será que ha recibido demasiadas Bludgers en la cabeza?

James sacudió la cabeza.

—No, no creo que nadie más hubiera hecho pedazos así nuestro dormitorio.

De pronto recordó que había algo más importante en el dormitorio que su


Capa de Invisibilidad.

—¿Has comprobado el mapa y las piezas del cetro? —le preguntó sin aliento.

La cara de Sirius palideció.

—No, ¡no he mirado todavía!

Juntos, subieron por las escaleras y echaron hacia atrás la tabla suelta, pero
ambos dieron un suspiro de alivio. Los dos fragmentos del Báculo de los Tiempos
seguían guardados y seguros, junto con el mapa enrollado. James se hundió de
nuevo en su cama mientras Sirius ajustaba la tabla del suelo nuevamente en su
lugar.

—No puedo creer que tomó la Capa de Invisibilidad de mi padre.

—Yo sí, —dijo Sirius, dejándose caer junto a él, por lo que estaban acostados de
lado a espaldas del otro. —Son muy raras, y valen mucho. Si él no la vende,
probablemente la usará para espiarnos.

—Eso es simplemente genial, —James dijo con tristeza.

De repente, Sirius se sentó.

—James… —susurró con su voz llena de alarma, —¿No crees que aún podría
estar aquí... en esta habitación? ¿Ahora mismo?

James se entumeció. Ellos acababan de exponer todo.

Hubo un forcejeo repentino en la esquina. Antes de que pudieran moverse,


antes de que pudieran procesar lo que estaba pasando o qué hacer al respecto, la
tabla suelta chirrió fuertemente, como lo hacía cada vez que James y sus amigos
entraban o salían de la habitación.
Capítulo 12
Kreacher y Trampas

No había nada que pudieran hacer. El intruso envuelto se había ido, y no había
nada detrás de él.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Sirius, corriendo de nuevo la tabla del


suelo para sacar las piezas del cetro.

James todavía estaba congelado. ¿Cómo Turnbill podría hacer esto? ¿Cómo
podía colarse en su dormitorio y saquear en Navidad, robar la capa, espiarlos
utilizándola y luego teniendo el descaro de enseñarles de nuevo en enero?

—¿James? ¡James!

James se sacudió de nuevo de vuelta a la realidad.

—Tenemos que sacar las piezas de aquí —dijo decididamente.

—¿Dónde?
—Lejos de Hogwarts —respondió James, tomando las dos piezas de Sirius. —
Donde mis padres podría ser, tal vez.

—¿Qué vas a hacer, enviarlas? —preguntó Sirius con sarcasmo. —Hera nunca
sería capaz de llevarlas. ¡Tenemos que conseguir sacar esto de aquí a un lugar
seguro, en este momento!

James no intentó mirar escéptico. —¿Cómo?

Sirius caminó unos pasos hacia atrás y hacia adelante, con el ceño fruncido,
pensando, pero entonces algo vino hacia él.

—¡Tengo una idea!

Se colocó en el centro de la habitación, y mencionó un nombre en voz alta e


imponente.

—¡KREACHER!

CRACK. Alguien, o algo, de repente apareció en el dormitorio justo en frente


de Sirius. James se dio cuenta que era un elfo doméstico. A pesar de que sabía que
era grosero, no podía dejar de mirar fijamente.

Kreacher no se parecía a los cuidados y limpios elfos domésticos de Hogwarts


que estaban en la cena de Navidad. Era horrible, desgarbado. Vestido solo con un
manchado y grasiento taparrabos en su torso, tenía grandes cantidades de pelo
oscuro creciendo fuera de sus grandes y flácidas orejas. Sus ojos llorosos
inyectados en sangre se estrecharon a ambos lados de su larga nariz carnosa
mientras se inclinaba a regañadientes.

—¿El maestro ha llamado a Kreacher? —preguntó con voz profunda que le


recordó fuertemente a un sapo.

Sirius bajó la mirada hacia el pequeño elfo inclinado con un disgusto no


disimulado en él.

—Sí. Kreacher, toma estas dos cosas de James y vuelve a Grimmauld Place.
Escóndelos en alguna parte que nadie más que tú pueda encontrarlos. Ah, y
espera...
Buscó en su mochila hasta que encontró el diario de Petrie, y lo puso en las
mugrientas manos pequeñas de Kreacher.

—Esto también. No permitirás que nadie las vea, y no le dirás a nadie sobre
ellos, o que viniste aquí y los viste. ¿Entiendes?

Kreacher asintió, caminando pesadamente donde James, con los pies descalzos
golpeando en las duras piedras del piso del dormitorio. Le arrancó las dos piezas,
con mucha más fuerza de lo normal y caminó hacia atrás más allá de Sirius,
murmurando en voz baja.

—El hijo traidor de la señora llama a Kreacher a Hogwarts, sólo para enviarlo
directamente a casa de nuevo...

—¡Y sin murmurar! —añadió Sirius en buena medida.

Kreacher hizo una cara muy fea (diciendo algo, porque ya era suficientemente
feo para empezar) y después de un segundo se arqueó y con otro CRACK sonoro,
se fue.

—Sirius, ¿estás seguro que podemos confiar en él? —preguntó James, sin dejar
de mirar el lugar donde había desaparecido.

Sirius rió oscuramente.

—Con elfos domésticos, no es una cuestión de confianza, sino de dar las


órdenes adecuadas. La magia de su especie los esclaviza a que hagan exactamente
lo que sus maestros les dicen que hagan, palabra a palabra. No tienen opción.

—O sea que podrías decirles que salten de un acantilado, ¿y lo harían?

Sirius dio un largo silbido, como el sonido de algo que cae desde una gran
altura, e hizo un feo sonido como estrellarse, golpeando el puño de una mano con
la otra.

—Por supuesto, él no necesita ese tipo de órdenes apretadas de mi madre, —


dijo, pateando a un lado fragmentos de vidrio de algún tipo de material de algún
kit de pociones de alguien. —Él la adora. También a mi padre y a mi hermano. Es
solo a mí a quien no puede soportar. Me ha odiado desde que nací. Tiene su forma
de meterme en problemas, sobre todo si voy detrás de alguien. Es como tener una
niñera increíblemente pequeña y apestosa.

James se rió ante la idea, pero luego volvió en sí cuando se acordó del lío que
estaba hecho el dormitorio. Se inclinó y comenzó a ordenar el contenido de su baúl
volcado. Sirius se arrodilló para ayudar.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó James con amargura, envolviendo la vela


de Remus en un par de calcetines viejos. —Turnbill tiene mi Capa de Invisibilidad
ahora. No será tan fácil escabullirnos a las salas de Hufflepuff y Gryffindor con él
espiándonos.

—Necesitamos que vuelvan Remus y Peter —murmuró Sirius.

El resto de los días de vacaciones fueron miserables. Dumbledore había


desaparecido de nuevo, y así que las comidas fueron una vez más tranquilas e
incómodas como lo eran antes de Navidad. Eso ya no importaba tanto como antes,
porque James no estaba muy hambriento en absoluto, y ciertamente no tenía ganas
de hablar con nadie. No podía evitar la sensación de que la pérdida de la Capa de
Invisibilidad era como decepcionar no solo a su Padre, sino que a todos sus
ancestros, todos los Potter que estuvieron antes de él... por no hablar de todos los
futuros Potter que vendrían después. Él era el fracaso en su larga línea, el eslabón
débil de la cadena.

Para empeorar las cosas, no se sentía como si pudiera compartir algo de esto
con Sirius, a pesar de que fuera la única persona en el mundo que sentía que podía
compartir casi cualquier cosa. Sirius no sería capaz de relacionarse, e incluso podía
herirlo, porque él no tenía una buena relación con su familia. Al menos Sirius era
un buen amigo, lo suficiente para ver que algo estaba molestando a James, y
comprender que no quería hablar de ello.

Sin poder hablar con Sirius, James a menudo iba a la Lechucería para ver a
Hera. Ella aún no había entendido el concepto de ser nocturna como el resto de sus
compañeras, por lo que siempre estaba lista y esperando por él cuando entraba,
saltando de un pie a otro excitada por pasar tiempo con su chico.

Los dos tomaron muchos paseos largos en los terrenos de Hogwarts,


bordeando el lago del Bosque Prohibido en un silencio mutuo donde ambos
encontraban paz. A veces, Hera volaba por un momento, solo para llegar más tarde
con un ratón muerto de regalo. Curiosamente, estas ofertas hacían sonreír a James
(aunque Hera podría decepcionarse por que no comería).

Los días se mezclaron. Cada uno se sentía más largo que el día anterior, hasta
que por fin, el día del Año nuevo llegó y se fue, y Remus y Peter volvieron. Ambos
estaban horrorizados al escuchar sobre el saqueo en el dormitorio y el robo de la
Capa de Invisibilidad, pero al menos estaban contentos de escuchar que el mapa, el
diario y los primeros dos fragmentos del cetro estaban a salvo. James sugirió
revisar el mapa para ver dónde estaba la siguiente habitación, pero Remus insistió
en su contra, argumentando que era muy arriesgado con Turnbill suelto en una
Capa de Invisibilidad. A partir de ese momento en adelante, parecían no estar de
acuerdo en todo.

—Te lo dije —susurró con fuerza James en la mesa de desayuno el primer día
del nuevo semestre. —Le ordenaron volver y dejarnos conseguir las piezas. Si nos
detenemos, ha sido instruido para "¡Silenciarnos!" Tenemos que seguir adelante.

Los ojos de Remus se movían alrededor del Gran Comedor. —James, podría
estar siguiéndonos y escuchándonos a cada momento. Es demasiado peligroso.
Todavía podríamos ir con Dumbledore, no es muy tarde...

Sirius golpeó su vaso contra la mesa. —Remus, si no lo has notado, ¡esto ha


sido peligroso desde septiembre cuando nos involucramos! James tiene razón,
tenemos que hacer algo, o al menos aparentar que lo hacemos.

Al momento que Sirius terminó la frase, Turnbill entró al Gran Comedor.


Vestido con ropas verdes forestal, estaba sonriendo ampliamente, saludando a los
estudiantes mientras se abría camino por el pasillo central hacia la mesa de los
profesores. James se había parado de su asiento antes que alguien pudiera
detenerlo.

—¡Profesor! —gritó, tratando de evitar que su voz temblara por rabia


contenida.

Turnbill se giró, pero la sonrisa en su rostro se desvaneció cuando fue recibido


por la expresión venenosa de James.
—¿Qué pasa, James?

—¿¡Qué pasa!? —James hervía. —Quiero mi capa de vuelta. ¡Y la quiero ahora!

Turnbill parecía realmente confundido. —¿Tu capa? ¿Qué capa? —preguntó.


Trató de alejar a James atrayéndolo por el codo a un lugar más privado, pero James
tiró de él hacia atrás, desafiante.

—¡La capa que me quitó en Navidad! —gritó, sin importarle que todos los
estudiantes en las inmediaciones estaban mirando con la boca abierta.

—James, no sé de qué estás hablando —dijo Turnbill cortésmente, pero de


manera cortante. —Yo estaba en casa con mi familia en Navidad, puedes
preguntarle a cualquiera. Lo siento, me gustaría poder ayudarte, pero ha habido
algún tipo de malentendido. Te veré en clase.

Se fue, dejando a James parado allí en medio del pasillo, sin habla. Los
estudiantes en las inmediaciones miraron, sorprendidos por su audacia, hasta que
Sirius se materializó a su lado para arrastrarlo de nuevo a su lugar en la mesa de
Gryffindor.

—¡Qué estabas pensando! ¡Por qué acabas de hacer eso!

—Yo... no lo sé... —tartamudeó James, sin dejar de observar a Turnbill mientras


tomaba asiento en la mesa de profesores. —Sirius... no creo que haya sido él.

Había pocas pruebas para basar su teoría, pero algo en su instinto le decía que
era verdad. Turnbill no tenía nada que ver con el saqueo del dormitorio, o el robo
de la Capa de Invisibilidad.

Remus frunció el ceño. —Pero Gavin dijo que era él.

—Gavin podría estar equivocado —dijo James, comenzando a sentir como algo
importante estaba a punto de encajar. —O... —se devanó los sesos para encontrar
alguna forma de que alguien podría mágicamente disfrazarse de otra persona.
Tenía que ser posible. Por último, se acordó de algo que su madre le decía a
menudo, sobre todo cuando tenía que peinar su pelo para estar presentable, o
vestir túnica para una ocasión de lujo.
"Algunos días, te pareces tanto a tu padre, me pregunto si has estado preparando la
poción multijugos en tu armario".

—¿O qué? —preguntó Remus.

James levantó la mirada, con sus ojos intensos. —Tal vez alguien está haciendo
Poción Multijugos.

Tuvo que decirlo en voz baja, ya que había algunas caras cercanas que aun
miraban en su dirección. Sirius se quedó sin aliento, pero las expresiones de Remus
y Peter estaban en blanco con incomprensión.

—¿Poción Multijugos? —preguntó Peter con timidez.

Sirius respondió por James, con su voz baja.

—Puede transformar al creador para parecerse exactamente a alguien más, al


menos si puede conseguir algo de la persona a la que desea cambiar.

James no conocía las complejidades de la elaboración de la Poción Multijugos,


porque su madre nunca le explicó completamente sobre ésta, pero esa parte sonaba
muy desagradable. Se imaginó una loca boticaria, cortando trozos y partes de
personas en un caldero encendido y espumeante.

—Yo estoy emparentado con el tipo que la inventó —continuó Sirius, mientras
que James tiró el resto de su desayuno a un lado, sin apetito. —Es mi tátara abuelo
o algo por el estilo. ¿Recuerdan? Slughorn lo mencionó en el primer día de
pociones.

—Bueno, eso explicaría por qué Turnbill se pone tan de mal humor... a veces —
dijo Peter, luchando por encontrar una buena forma de describir el extraño cambio
en la personalidad que tenía entre clases y el tiempo libre en los jardines. —¡Tal
vez el Turnbill que vemos en Defensa Contra las Artes Oscuras es el verdadero, y
el que nos espía es el Turnbill Multijugos!

Durante todo este tiempo, Remus había estado observando la mesa de los
profesores, sumido en sus pensamientos.

—No —dijo finalmente. —No puede ser Poción Multijugos.


—¿Por qué no? —preguntó Sirius.

—Por un lado, vemos al Turnbill que nos espía a todo momento —replicó
Remus. —Si él estuviera robando partes del cuerpo del Turnbill real para preparar
todas estas pociones. ¿No creen que nuestro profesor le faltaría brazos y piernas?

Sirius resopló en su jugo de calabaza. —La gente no usa brazos y piernas para
prepararla, Remus. Usualmente utilizan pelo, pues es más fácil de robar desde la
túnica de alguien.

James se sintió mucho mejor al escuchar eso.

—Bueno, ¿te parece como si estuviera calvo? —preguntó Remus, moviendo la


cabeza en dirección a Turnbill. Por supuesto que no parecía estar quedando calvo.
Su grueso y castaño cabello ondulado caía hasta los hombros. —Además, James,
nos dijiste que escuchaste a Turnbill hablar con Abraxas Malfoy. Dijiste que llamó
a Turnbill por su nombre.

Eso atrajo un poco a James. No podía negar haber escuchado ese intercambio, y
a pesar de que hubiera estado bajo la influencia de alguna poción, estaba seguro
que había oído al Sr. Malfoy decir el nombre de Turnbill.

—Puede haber otra explicación para eso. Quizás quien esté usando la Poción
Multijugos también está engañando a Voldemort y sus seguidores, haciéndolos
pensar que él es el verdadero Turnbill.

—¡O tal vez Turnbill es realmente un Mortífago! —siseó Remus. —Ni siquiera
importa. No importa quién o qué es él, si es un Mortífago, o un impostor, o solo
nuestro profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras con una muy mala
bipolaridad, alguien está detrás de nosotros, y ahora ni siquiera podemos verlo
cuando se escabulla a matarnos. Tuvimos nuestra diversión, encontramos un par
de piezas, pero ya es tiempo de ir donde Dumbledore. ¡Prefiero pasar mi tiempo
ocupándome de mi tarea de Astronomía que preocupándome de ser asesinado!

Esto pareció convencer a los demás.

—Okay —dijo Sirius, levantando sus manos en señal de rendición. —Llevaré el


mapa y las piezas del cetro a Dumbledore hoy.
La boca de James se abrió con furia. Era traición. Se suponía que Sirius estaba
de su lado. Estaba a punto de decirle algo, pero se detuvo en seco por un dolor
agudo en su pierna derecha. Sirius acababa de pegarle por debajo de la mesa.

—Iré después de Transformaciones. ¿Quieres ir conmigo James?

James cerró rápidamente la boca, para no despertar las sospechas de Remus o


Peter.

—Claro —dijo, señalando y haciendo todo lo posible para parecer


decepcionado, pero complaciente. ¿Qué estaba planeando Sirius?

Remus suspiró con alivio, como si hubiera esperado una batalla más larga y
difícil.

—Bueno. Solo espero que nos castigue por andar vagando de noche.

—Oh, no lo hará, no te preocupes —dijo Sirius. —Tengo que ir a hacer algo.


Los veo en clases.

Se giró y salió raudo hacia el Vestíbulo. Sólo James pudo ver la sonrisa de oreja
a oreja que estaba suprimiendo.

Sirius llegó justo a tiempo para Transformaciones, recibiendo una mirada dura
y severa de McGonagall mientras entraba por la puerta a tomar su asiento. La clase
parecía no acabar nunca, y no importó cuántas veces James intentó preguntar qué
estaba haciendo, Sirius decididamente no le hizo caso. Finalmente, sonó el timbre.
Remus y Peter se despidieron, y se fueron con la multitud hacia Encantamientos.

—OK, ¿Qué está pasando? —preguntó James cuando estaban solos, finalmente,
en el pasillo, pero Sirius ya estaba caminando a buena velocidad. James no tuvo
otra opción que seguirlo.

Sirius lo llevó por las escaleras hasta el séptimo piso. James supuso que estaban
de regreso para conseguir el mapa y llamar a Kreacher, pero para su sorpresa,
Sirius dio un giro en la dirección opuesta, y se dirigió por las escaleras hasta la
Torre Oeste.
—¿Qué estás haciendo? —gritó James sobre los ecos de sus pasos corriendo. —
¿Este es el camino a la oficina de Dumbledore? —Sirius no respondió. En cambio,
corrió aún más rápido, y James tuvo que dejar de hablar para alcanzarlo.

Finalmente se lanzaron sobre la puerta en la parte superior de la escalera, y


dentro de la congelada Lechucería. Sirius cerró la puerta tras ellos, y lanzó su peso
contra ella, presionando su oreja sobre la pesada y antigua madera.

—¿Qué estás...?

Sirius abrió su mano, haciéndole callar. Estaba escuchando atentamente. James


observaba, su corazón seguía golpeando contra su garganta. Algo pesado cayó
sobre su hombro, y él saltó, pero luego se dio cuenta que se trataba de Hera. La
acarició con el dorso de los dedos.

—Creo que estamos bien —finalmente susurró Sirius. Abrió su mochila y


rebuscó en su interior, sacando finalmente el mapa. —Después del desayuno fui a
buscar esto.

—¿Así que no...? —empezó James.

—¡Por supuesto que no le estamos entregando nada a Dumbledore! —dijo


Sirius con desprecio. —Es tonto no comprobar al menos el mapa de la habitación
de al lado.

—Entonces, ¿Por qué hemos venido hasta aquí? —preguntó James, levantando
su zapato para comprobar si hay excrementos de búho debajo.

—Era el único lugar que pensé que podríamos estar seguros de que no nos
siguieran —dijo Sirius, desplegando el mapa. —Por un lado, oiríamos que viene
tras nosotros en el hueco de la escalera. Por otro lado, mira lo pequeño que es aquí.
No sería capaz de moverse de forma invisible, y sin chocar con nosotros. También
veríamos sus huellas en la caca de búho.

James quedó inmóvil en silencio. Sirius era brillante.

—Aparecium. ¿Dónde está la siguiente habitación? —Sirius murmuró en voz


baja sobre el mapa. Se tomó un momento en responder, pero lo que sucedió
arrancó una exclamación de ambos. Había cientos de puntos parpadeando con la
etiqueta "Parte de Hufflepuff". Estaban por todo el castillo, incluso en la sala
común. Por desgracia, no había ninguno en la lechucería.

—¿Qué significa? —preguntó James.

—No sé —contestó Sirius. —¿Crees que cada una de estas es una puerta a la
sala de Hufflepuff? ¿O crees que solo una es la verdadera?

—Muéstranos la verdadera puerta de la habitación de Hufflepuff —ordenó


James, pero por lo que podía ver, el mapa no cambió.

—Muéstranos la puerta más segura a la habitación de Hufflepuff —intentó


Sirius, pero sin éxito.

—Bueno, supongo que podríamos ir a alguna de estas puertas y ver si el mapa


nos da las direcciones, como el último par de veces —dijo James.

Sirius dobló el mapa de vuelta y lo guardó en su mochila.

—No, no podemos. Creo que no tenemos que entregar el mapa a Dumbledore


aun, pero creo que Remus está en lo correcto. ¿Qué pasa si nos siguió hasta la
habitación de al lado? Un movimiento en falso, y no vamos a perder sólo el Báculo
de los Tiempos...

Por mucho que James quería decir algo desafiante, sabía que Sirius y Remus
estaban en lo cierto. Después de todo lo que habían pasado, sería imprudente y
tonto arriesgarse a perder lo que tanto les había costado encontrar.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —preguntó James, sintiendo el sordo dolor


de la desesperanza sobre él.

—Por lo que yo puedo ver, sólo hay una cosa que podemos hacer —dijo Sirius,
cruzando los brazos sobre el pecho. —Recuperemos tu capa.

—¿Cómo hacemos eso?

—No tengo idea.

Los cuatro no volvieron a ver a Turnbill espiándolos de nuevo. Era inquietante


por decir lo menos, y cada vez que James pensaba en eso, experimentaba un breve
ataque de paranoia, seguido de una subida desagradable de vergüenza por no
escribir a casa para decirle a su padre que el manto fue robado. La única forma en
que podía asegurarse era imaginar que aún podían encontrar las piezas del Báculo
de los Tiempos de alguna forma. Con el poder de controlar el tiempo, él podría
recuperar la capa de vuelta. Se aferró a esta lógica como una balsa salvavidas en las
siguientes semanas, sobre todo para mantenerse lejos de la locura con frustración.

Un día en marzo, James estaba medio escuchando la conferencia del Profesor


Dearborn sobre las plantas temerosas cuando su mente se perdía, como había sido
a menudo, de vuelta al mapa. ¿Qué podrían significar todos los puntos
parpadeantes? ¿Podría cada uno ser una forma de entrar a la habitación de
Hufflepuff? Sirius era la única persona con la que podía hablar del mapa ahora.
Encontrar tiempo para hablar con él a solas era difícil cuando Remus y Peter
estaban constantemente alrededor.

En el asiento junto a James, Sirius parecía dolorosamente aburrido. Con el codo


sobre la mesa, inclinó su cabeza con aire ausente en su mano mientras dibujaba
una planta estrangulando a Severus en el margen de sus notas. James tuvo que
mantener su boca cerrada para no reírse, debido a que en el dibujo Severus parecía
estar preso del pánico. Al otro lado del pasillo, Peter se había quedado dormido
por completo (estaba haciendo un buen charco de baba en el centro de la mesa).
Junto a él, Remus, como si quisiera ser un ejemplo para los otros tres, estaba
tratando de prestar atención, pero sus ojos estaban vidriosos.

—El Lazo del Diablo es mortalmente divertido, pero se pondrá de mal humor
en el sol —recitó Dearborn mientras caminaba por el pasillo central. Se quedó
rondando un momento por encima de Sirius.

—¿Qué es esto, Black? —preguntó, tirando del pergamino en el que Sirius


estaba dibujando antes de que pudiera meterlo debajo de su libro de texto.

—Oh... es... es —balbuceó Sirius, mirando bastante impresionado al ser tan


bruscamente sacudido de su estupor.

—Esto —dijo Dearborn, elevando el dibujo de Sirius para mostrarlo al resto de


la clase —es un perfecto ejemplo de lo que el Lazo del Diablo hará con ustedes, si
olvidan la rima.
Severus, reconociéndose a sí mismo, apretó sus manos hasta poner blancos sus
nudillos y fulminó con la mirada hacia el asiento donde estaba Sirius. No era la
única persona que reconoció el dibujo. Otros estudiantes se reían, incluso
apuntándolo. Lily, sentada rígidamente entre Gwen y Mary al otro lado de la
habitación, ni siquiera se giró a mirar. Desde el incidente en el pasillo, ella todavía
actuaba como si James y sus amigos no existieran.

El Profesor Dearborn entregó el dibujo de vuelta a Sirius, sin ninguna pista.

Mientras James pensaba más en ello, más estaba seguro que tenía razón. La
siguiente habitación era la de Hufflepuff, ¿cierto? Sólo tenía sentido que iba a
ocultar su pieza del cetro en su propia colección de arte. Se dio la vuelta en su
asiento, con ganas de decirle a Sirius. Sus ojos debieron haber estado brillantes,
porque Sirius articuló la palabra "¿qué?" en su boca, pero James esperó a que la
clase terminara para explicar.

—¡Los puntos son pinturas! ¡Las pinturas son todas las puertas a la habitación
de Hufflepuff! —dijo triunfante, después de que la mayoría de los otros
estudiantes se hubieran ido.

Sirius se golpeó la frente con su mano.

—¡Moco de Troll! ¡Tienes razón! ¿Cómo no pude haberlo visto antes?

Remus se quedó paralizado, y Peter caminó junto a él.

—¿Puntos? —preguntó con recelo. —¿Puertas? —solo lució perplejo por un


momento, porque luego su expresión se tornó furiosa. —¡Se lo quedaron!, ¿no es
así? ¡Se quedaron con el mapa y no nos dijeron!

James trató de no parecer tan culpable como se sentía. Durante todo este
tiempo, estaban dejando que Remus y Peter creyeran que Dumbledore les protegía.
Alguien podría haberlos atacado en cualquier momento, y Remus y Peter podrían
no haber estado preparados. Era imperdonable.

—Hey, ¡tú dijiste que sólo querías preocuparte de tu tarea de astronomía! —


dijo Sirius en un tono que sugería que le había hecho un gran favor a Remus.
—¡No me refería a eso! —dijo Remus con resentimiento. —¡No quería que me
mintieran! ¡No puedo creerles!

James rápidamente cortó a Sirius antes de que pudiera decir algo más
perjudicial.

—A pesar de que tenemos el mapa, no estábamos planeando ir a la habitación


de Hufflepuff sin recuperar mi Capa de Invisibilidad. Sólo queríamos demostrar
que aún seguíamos en camino, por si alguien nos estuviese mirando.

Remus se fue caminando fuerte, ya sin mirar o hablar con alguno de ellos.

—En serio —dijo James, corriendo para alcanzarlo. —No lo haríamos.

—Pero vamos a tratar de averiguar un plan para recuperar la capa —dijo Sirius
alegremente. Remus frunció el ceño.

—No haremos que nos maten —dijo James con firmeza, no insistiendo en el
hecho de que él estaba tratando de convencerse a sí mismo también. —Es solo que
el padre de Malfoy dijo que Dumbledore podría usar el cetro para su propio
beneficio. No podríamos habérselo entregado.

—No estoy enojado porque no le dieron a Dumbledore el mapa y las piezas —


dijo Remus finalmente, deteniéndose y girándose a mirarlos. —Estoy más enojado
porque ustedes mintieron al respecto.

Eso tomó a James con la guardia baja. —Pero, pensé que habías dicho que esto
se estaba tornando demasiado peligroso.

—Lo hice —dijo Remus, moviendo la cabeza. —pero si ustedes no estuvieron


de acuerdo conmigo, y querían seguir tratando de recuperar la capa, podría haber
lidiado con eso. Ya hemos perdido todo este tiempo ahora, con ustedes dos
guardando sus secretos.

James se sintió terrible. Se acordó de lo que la madre de Remus había dicho,


acerca de que ellos eran sus primeros amigos verdaderos. Amigos que estuvieron
mintiéndole acerca de algo que podría haberle costado la vida.

—Lo siento —dijo James. Fue para Remus y Peter, y esperaba que hubiera
salido tan sincero como lo había sentido.
Peter se encogió de hombros débilmente, pero Remus le dio una dura mirada.
—No nos mientan de nuevo.

—No lo haremos —prometió James, a pesar de que no podía ignorar la


sensación de que Remus estaba guardando sus propios secretos. Fuera lo que
fuese, decidió, no era lo mismo. No era justo compararlos, ¿verdad? Sea cual fuere
el secreto de Remus, seguramente no podría poner sus vidas en peligro.

Remus exhaló un largo y pesado suspiro. —¿Entonces dijeron algo de que los
puntos eran pinturas?

Una vez que estuvieron sentados de forma segura en el ruidoso Gran Comedor
para el almuerzo, James y Sirius pusieron al día a Remus y Peter acerca de lo que
se habían perdido. Por suerte, Sirius había mantenido el mapa en el fondo de su
mochila, por lo que fueron capaces de pasar su periodo de almuerzo memorizando
las ubicaciones de todos los puntos en la entrada del castillo. Se fueron unos
minutos antes para confirmar en silencio que una pintura estaba colgando en cada
uno de ellos.

—Bueno, eso es 32 de 32 —dijo Sirius al revisar el último, un cuadro de un


pequeño grupo de hipogrifos en torno a una mesa jugando al póker. —¿Ahora
qué?

—Lo que dijeron ustedes —respondió Remus. —Con Turnbill libre, tenemos
que encontrar la forma de recuperar la capa de James.

—¡NO es Turnbill! —dijo James por lo que parecía ser la milésima vez. Remus
y Peter se miraron el uno al otro con escepticismo. James estaba a punto de explicar
nuevamente cómo Turnbill era inocente, pero Remus debió notarlo porque cambió
de tema.

—Esta noche tengo la intención de ir a la biblioteca para hacer el ensayo de


Dearborn. Tal vez si ustedes vienen, podríamos hacerlo juntos.

—¿Tarea? ¿Estás más preocupado de tus deberes que de esto? —preguntó


Sirius acusadoramente.

—Bueno, sí —respondió Remus. —Estoy seguro que escuchaste en clase Sirius,


debido a que estabas prestando mucha atención, que nuestro ensayo es para
pasado mañana. Tal vez si lo hacemos con la suficiente rapidez, podemos buscar
algunos libros con hechizos que nos puedan ayudar si es que Turnbill... o quién sea
el espía de Voldemort que está fisgoneando. Tal vez podamos aprender ese
encantamiento que Flitwick nos dijo hoy en clases. ¿El revelador de presencia
humana? ¿Homenum Revelio?

Eso al menos sonaba esperanzador para James, incluso si ellos no estaban de


acuerdo sobre quién estaba escondido bajo la capa. Decidiendo ir a la biblioteca
después de la cena, cargaron sus mochilas al hombro y se dirigieron a Pociones.
James observó la espalda de Remus por delante de él a medida que descendían los
escalones de las mazmorras. Tenía miedo de romper las reglas, se molestaba
rápidamente, y a veces se fastidiaba con razón, pero era un buen amigo
perdonador. James decidió que estaba encantado de tenerlo de vuelta en la
búsqueda, y en silencio, se prometió no volver a mentir a sus amigos de nuevo.

No había casi nadie en la biblioteca esa noche. Después de escribir un ensayo


corto y descuidado acerca de las hierbas que crecen sólo en la luz de la luna, James
empujó a un lado su trabajo. Con su mente tan distraída, era imposible
concentrarse en esto por más tiempo. Al mirar hacia los lados, pudo ver que Sirius,
Remus y Peter no habían terminado aún.

Decidiendo dejarlos ahí, James cogió el libro que utilizó en su ensayo, Arrojando
Luz sobre Plantas y Criaturas Influenciadas por la Luna, y caminó de regreso a la
sección de Herbología para reemplazarlo. Se metió en la estantería y se volvió para
regresar, pero se distrajo de repente cuando vio otra sección en el mismo pasillo,
más cerca del suelo. Invisibilidad.

James se arrodilló junto a esta. Era una sección muy pequeña como podía ver;
sólo había cuatro libros. Uno a uno, hojeó sus índices, en busca de cualquier
mención de Capas de Invisibilidad, pero eran principalmente sobre hechizos para
aparecer varios objetos invisibles. Desalentado, empezó a preguntarse si lo que
quería hacer era siquiera posible.

El último de los cuatro libros, Desaparece tus alimentos: Guía Práctica de Hechizos
de Invisibilidad para Comida Rápida, resultó ser incluso más inútil que los tres
anteriores. James los metió de nuevo en su lugar y mientras lo hacía, se sorprendió
al sentir una sensación extraña en el dorso de la mano. La retiró rápidamente. No
había nada allí.

Bueno, es la sección de invisibilidad, ¿no es así? pensó James. A tientas en el


espacio vacío, sus dedos se cerraron en torno a algo sólido. Casi de forma
automática, realizó el único hechizo que sabía que podría revelar información
oculta.

"Aparecium".

Un pequeño libro apareció en su mano, titulado El Libro Invisible de la


Invisibilidad. Abrió la tapa y miró en su interior. Ningún estudiante lo había
tomado antes, y era porque probablemente nadie sabía que estaba allí.
Emocionado, James volteó hacia adelante la tabla de contenido. Había un capítulo
entero sobre Capas de Invisibilidad. Con el corazón palpitante, escaneó títulos de
las secciones del capítulo hasta que encontró exactamente lo que estaba buscando.

Evadiendo espías con Capas de Invisibilidad

Debido a las rarezas de las verdaderas Capas de Invisibilidad, es poco probable


que este sea un problema que los lectores vayan a experimentar. En el caso
improbable de que la bruja o el mago estén siendo espiados por un enemigo con
Capa de Invisibilidad, sólo hay un método conocido por el mundo mágico para ver
a través de estas. Un mago Japonés ciego conocido como Shiryoku inventó un
método para encantar anteojos para ver a través de cualquier sustancia que desee
el usuario, incluyendo la piel de Demiguise usada para Capas de Invisibilidad.
Hay sólo cinco de estos anteojos en el mundo, sin embargo, cuando Shiryoku
murió se llevó consigo su secreto.

Sin uno de los lentes de Shiryoku, la única forma conocida para que magos se
protejan de intrusos invisibles es mantener la compañía de un animal con la
habilidad de ver a través de las capas. De todos los animales conocidos en el
Mundo Mágico, sólo hay uno de esos animales.

Un gato con ojos amarillos puede ver a través de Capas de Invisibilidad, pero es
incapaz de hablar a su amo. Un híbrido con ojos amarillos, generado a partir de
Kneazle y un gato doméstico, es capaz de ver a través de Capas de Invisibilidad y
entender el dialecto humano. Si bien son bien útiles, estos gatos son difíciles de
criar. Un criador Kneazble, Anatelia Figg de Surrey, intentó criar uno de estos
híbridos durante veinte años antes de experimentar el éxito.

El libro cayó al suelo desde las manos entumecidas de James y desapareció de


nuevo.
Capítulo 13
El Colgante de Bast

James trataba de ver su reloj mientras corría por el pasillo. Todavía tenía
quince minutos antes del toque de queda. Esquivando a Peeves, que estaba
tratando de dejarle caer una pila de gráficos lunares en la cabeza, voló por cuatro
tramos de escaleras, deslizándose con sus zapatillas deportivas en el vestíbulo para
bajar por un pequeño pasaje con poca luz.

La oficina del celador era una pequeña habitación con una sola lámpara de
aceite que colgaba del desmoronado techo. Había muchos archivadores cubriendo
las paredes, con sus cajones rebosantes de elementos de valor confiscados por años
y registros de malas acciones de estudiantes. El extraño olor a pescado frito parecía
permanecer en el aire. La señora Norris se sentaba directamente en el centro del
desordenado y mohoso escritorio, acicalándose a sí misma.

James dio un suspiro de alivio al ver que ni Pringle ni Filch estaban allí, porque
no habría sabido explicar su repentina aparición.

—¿Señora Norris? Me preguntaba si podía preguntarte algo...

La gata asintió.

—¿Puedes ver a través de las Capas de Invisibilidad?


La señora Norris no respondió de inmediato. Ella se sentó por un momento,
estudiando a James cuidadosamente, como decidiendo si responder o no a la
pregunta.

—Por favor, señora Norris... Esto es muy importante, —declaró James, mirando
su reloj. Todavía tenía diez minutos.

La señora Norris se levantó y se estiró. James lo tomó como la forma educada


de despedirlo.

—Gracias, de todos modos, —dijo, con su corazón en un puño de decepción. —


Siento haberte molestado.

Justo cuando estaba dando media vuelta para salir, la señora Norris saltó
ágilmente por encima del escritorio. Tal vez lo estaba imaginando, pero parecía
que estaba apuntando con su pata a algo cerca del borde.

James dio unos pasos hacia adelante para mirar. Era un viejo ejemplar de El
Profeta. Su pata estaba descansando en el título de un artículo, por debajo de una
imagen de una hermosa y nueva escoba.

Los equipos de Quidditch y apasionados de las escobas, esperan con


impaciencia el lanzamiento Mundial del nuevo modelo Estrella Fugaz.

¿Por qué la señora Norris pensó que esto era importante? James no tenía ni
idea, porque el modelo Estrella Fugaz del que el artículo hablaba, salió hace casi un
año y medio. Miró hacia arriba, desconcertado.

—¿Me quieres mostrar un artículo sobre una escoba?

La señora Norris sacudió la cabeza con impaciencia, la punta de la cola se


movió de lado a lado. Ella estampó la almohadilla de la pata nuevamente en la
parte superior del artículo, y James finalmente se dio cuenta de que ella no estaba
apuntando a todo el artículo, estaba apuntando a una sola palabra en el título del
artículo… esperan.

—¿Esperar? —preguntó James, sorprendido de que la gata también podía leer.

La señora Norris asintió con entusiasmo, pero James todavía no entendía.


—¿Esperar para qué?

La señora Norris se movió alrededor del desordenado escritorio, escaneando


rápidamente los títulos de los otros papeles, cartas y revistas que cubrían la
superficie. Pronto, ella se sentó encima de una revista llamada El Quisquilloso, y
dejó caer la almohadilla de la pata en el título de otro artículo.

Las diez mejores maneras de atraer a un Middleburger.

Su pata estaba descansando en la palabra Diez.

—Esperar… diez… —James dijo lentamente. —¿Esperar diez minutos?

La señora Norris maulló triunfalmente.

—¿Esperar diez minutos, dónde? ¿Aquí?

Ahora que James entendía el sistema, era mucho más fácil para la gata explicar
su mensaje.

—Esperar diez minutos... ... afuera… sala… común, —James leyó. —Es toque
de queda señora Norris. ¿Pringle o Filch no me atraparán si estoy fuera de la sala
común?

La señora Norris sacudió la cabeza, y asintió con insistencia hacia la puerta. Sin
estar seguro en qué pensar, James salió de la mal ventilada oficina. En su camino
de vuelta a las escaleras, miró por encima del hombro, preguntándose por qué ella
no se limitó a deletrear una respuesta allí mismo. Sería mucho más difícil para ellos
hablar fuera de la sala común de Gryffindor, donde no había diarios de El Profeta o
de El Quisquilloso para ella usar.

Wump. En su momento de distracción, James se dirigió directamente a algo


grande y abultado que olía ligeramente a pescado frito.

—¡Tú!

Filch estaba por encima de James, con su dedo torcido apuntando a su rostro.
Miraba con demencia.

—¡Estás haciendo algo con mi gata! No me puedes engañar, ¡te tengo en la


mira!
Antes de que James pudiera negarlo, la cara de Filch se retorció en algo que
podría haberse parecido a una expresión de alegría.

—Ya es tarde y lo sabes.

—No, no lo es, —dijo James rápidamente, extendiendo su reloj. —Todavía


tengo cinco minutos.

Los engranajes del cerebro de Filch parecía que estaban trabajando


furiosamente, tratando de encontrar algún otro delito para acusarlo, pero James ya
no quiso oírlo. Se apartó y subió hasta el séptimo piso. Una vez allí, esperó tan
pacientemente como pudo, pero pronto se puso a caminar de un lado a otro con
nerviosismo. La Señora Gorda dormía rítmicamente, ya fuera consciente de él o
ignorándolo.

Mientras paseaba, James intentó no pensar en su última conversación con Lily,


que había terminado tan desastrosamente allí hace casi tres meses. Por supuesto,
cuanto más trataba de olvidarlo, más vívidamente lo recordaba. Cuando las
palabras de enojo de ella volvieron a él, trató de centrarse en la imagen que
recordaba de Severus tendido en el suelo, con un moratón alrededor de uno de sus
oscuros y feos ojos. Eso le hizo sentirse al menos un poco mejor.

Transcurrieron cinco minutos. Luego ocho. Por último, pasaron diez minutos,
pero no había ninguna señal de la Señora Norris. James estaba a punto de darse
por vencido y despertar a la Señora Gorda para que lo dejara entrar, pero entonces
oyó el sonido apenas audible de las patas acolchadas en la piedra. La señora Norris
surgió de entre las sombras, sus relucientes ojos amarillos aparecieron un
momento antes que el resto de su cuerpo. Al principio simplemente se miraron el
uno al otro, pero luego ella ladeó la cabeza como diciendo “sígueme”, y
despegaron de nuevo por el camino en el que ella llegó.

James tropezó después de que la pequeña forma de ella lo condujo por un


tramo de escaleras y dentro del corredor occidental del sexto piso. No le gustaba el
ruido que hacían sus pasos, pero confiaba en la señora Norris para mantenerlo al
margen de cualquiera que se acercara. Al final del pasillo, ella se metió por un
oscuro y estrecho túnel, donde había un menor número de puertas. Ahora James se
vio obligado a encender su varita, porque estaba luchando por mantener a la vista
la pequeña forma de ella.

Justo cuando pensaba que iba a perderla por completo, y que él se quedaría
atrapado y solo en una parte desconocida del castillo después de la hora, la señora
Norris, finalmente, se detuvo frente a una gran estatua de dos magos idénticos
unidos por la cadera. El de la izquierda sostenía un libro abierto, y el de la derecha
una especie de orbe. Ella dio un salto en el regazo del mago de la derecha, y sus
dos patas tocaron el orbe. La pared al lado de la estatua, tenía colgada una pintura
de un campo rústico, la cual se abrió como una cortina para revelar una escalera
que conducía hacia la oscuridad.

—¿Vamos allí abajo? —preguntó James, inseguro de cómo se sentía al respecto.

La señora Norris asintió, y con un chasquido de su cola, desapareció por las


escaleras. James siguió, tendió su varita iluminada muy por delante de él en caso
de caer. Después de sólo unos pocos pasos llegaron al fondo. La pequeña sala de
piedra estaba completamente vacía, y no tenía ventanas. ¿Por qué la señora Norris
le había traído hasta aquí?

James estaba a punto de preguntarle, pero no pudo encontrarla.

—¿Señora Norris?

Oyó su suave maullido en respuesta, pero aún no podía ver dónde estaba.

—¿Dónde estamos? —preguntó, girando alrededor en un círculo.

Ella se movió de nuevo, y James finalmente la localizó. Estaba en un pequeño


agujero en la esquina. Tan pronto la había visto, ella se dio la vuelta y desapareció.
Arrodillándose, James miró dentro. No podía ver nada. Orando para no quedarse
atascado, puso su varita en sus dientes y entró en el agujero tras ella.

Estaba completamente negro en el interior. Las paredes raspaban la espalda, el


estómago, y los lados de James mientras se arrastraba a lo largo. Se esforzó por
escuchar cualquier sonido de la señora Norris por delante de él, pero no pudo
escuchar nada por sobre el sonido de sus propios movimientos y respiración.
Después de un tiempo, finalmente emergió en una habitación cálida y muy
iluminada. Poniéndose de pie, se quedó asombrado con lo que estaba delante de él.
La habitación era enorme, y cada pulgada de ella estaba llena de tesoros. Había
barras de oro del tamaño de ladrillos apiladas en una pirámide brillante, cofres
llenos de monedas de oro y piedras preciosas del tamaño de sandías. Relucientes
cotas de mallas y armas forjadas por los duendes, apilándose en montones y más
altas que Hagrid. Bandadas de pavos reales de oro macizo con ojos de zafiro
brillantes y colas de piedras preciosas pavoneándose entre las montañas de oro y
plata, mientras brillantes águilas de plata se cernían alrededor del techo a una
buena altura.

La señora Norris no se detuvo a esperarlo. Ni siquiera parecía estar


sorprendida por el hallazgo que los rodeaba. Ella sólo corrió a través de la
habitación con propósito, zigzagueando alrededor de vasos de oro con piedras
preciosas y tiaras de diamantes.

James siguió tan rápido como pudo. Los montones de tesoros eran
maravillosos a la vista, pero si tropezaba con algo, o perturbaba cualquiera de las
pilas colocadas precariamente, pensó que la avalancha que seguiría lo podría
enterrar para siempre. Estaba haciendo con cuidado su camino alrededor de una
estatua de tamaño natural de un león de oro con ojos de rubí, pero entonces vio
algo que le hizo congelarse en seco.

Había una niña de pie a una corta distancia por delante. Se cepillaba el largo
cabello de color rojo y le sonreía con los ojos, como si hubiera estado esperando
ansiosamente a que él llegara.

No tiene sentido, pensó James, ¿Qué estaría haciendo Lily aquí abajo?

Sin embargo, él se le acercó con cautela. A medida que se acercaba, James se


dio cuenta de que ella estaba de pie en un gigantesco marco dorado… como un
espejo que no mostraba su reflejo. A través de su parte superior había una
inscripción en un idioma que no entendía.

Oesed lenoz aro cut edon isara cut se onotse.

James volvió su atención nuevamente a Lily. Ella no decía nada, pero no le


quitaba los ojos de encima. Llevó su mano a través del cristal, como si estuviera
tratando de llegar a él, tratando de tocarlo, y James levantó la mano para
satisfacerla. Ella sonrió. Por razones desconocidas, una frase se rompió a través de
la conciencia de James. Era una que había intentado tan difícil de olvidar, y hasta
ahora, pensaba que podría.

Tu hijo nunca te conocerá.

¿Qué tenía eso que ver con Lily? James trató de empujar el pensamiento de su
mente, pero ahora sabía que la pequeña cadena de palabras, tan terrible como
sonaba, era inolvidable. Se quedaría con él para siempre. Este conocimiento
debería haberle asustado. Debería haber querido volver a la comodidad de la sala
común de Gryffindor en ese mismo momento, para no volver a este lugar, pero
sentía exactamente lo contrario. Podría haber permanecido allí frente a ese espejo
durante días, incluso semanas. Lo haría, si no fuera por la señora Norris.

La gata le rozó los tobillos, recordándole que había una razón por la que
estaban allí. Claramente, el espejo no la era. Se obligó a apartar la mirada del rostro
de Lily y siguió a la gata.

A medida que se alejaban, la cabeza de James se sentía más despejada. Quedó


con una sensación de que el espejo enmarcado con extrañas marcas era peligroso,
por lo que desde ese momento en adelante, se decidió a sacarlo de su mente.

Llegaron a la esquina de la habitación (que pudo haber tomado cualquier


cantidad de tiempo, porque James estaba tan cautivado por las vistas a su
alrededor), y la señora Norris desaceleró al pararse a los pies de una estatua. Era
una diosa egipcia, alta y delgada, pero tenía la cara de un gato. Labrada en oro
macizo, tenía que ser por lo menos treinta pies de altura.

—¿A eso me has traído aquí? —preguntó James.

La señora Norris asintió, mirando a algo por encima. James siguió su mirada
para ver un colgante que pendía alrededor del cuello de la estatua.

—¿Quieres que lo baje?

Ella asintió con la cabeza por segunda vez. James respiró profundo, y comenzó
a escalar la estatua. Este fue un proceso laborioso. Los brazos y las piernas
empezaron a arder con la fatiga, y sus palmas se pusieron peligrosamente
sudorosas. Algunas veces subía una pequeña distancia, sólo para deslizarse hacia
atrás aún más antes de que lograra algún agarre con las suelas de goma de sus
zapatillas. Se preguntó cuánto tiempo se tardaría la ayuda para encontrarlo si se
caía y se rompía el cuello. Nunca, supuso. Decidiendo que sería muy útil aprender
algunos hechizos que podrían curar los huesos rotos, se obligó a seguir
moviéndose hacia arriba, pulgada por pulgada.

Por último, James alcanzó el hombro de la estatua, sentándose a horcajadas con


alivio. Se tomó la ocasión muy necesaria para limpiarse las manos sudorosas en el
pantalón. Entonces, acercándose hacia adelante, llegó a apropiarse de la cadena del
colgante, y tiró de ella sobre la parte superior de la cabeza de la diosa.

El colgante era más grande de lo que parecía inicialmente desde el suelo, pero
todavía podía caber en la palma de la mano de James. Estaba tallado de oro sólido
con la forma de la cara de un gato, pero se sentía más ligero de lo que parecía.
Recordando las advertencias de sus padres a no confiar en extraños objetos
mágicos, se resistió a la tentación de ponérselo, y en su lugar se lo guardó en uno
de sus bolsillos.

La bajada fue mucho más rápida que la subida; James simplemente se deslizó
la mayor parte del camino. Una vez que tuvo ambos pies firmemente en el suelo, la
señora Norris se movió de su lugar y saltó hacia atrás en dirección al agujero en la
pared. James no pudo evitar sentirse decepcionado. Él quería un poco más de
tiempo para explorar la habitación. La señora Norris no tenía paciencia para esto.
Ella parecía muy decidida a salir, y siseando le devolvió la mirada, como diciendo
“date prisa”.

James la siguió a través del laberinto de tesoros y en el túnel. Una vez que
estuvieron a salvo por las escaleras y afuera en el pasillo, la señora Norris se
detuvo, tocando con sus patas el bolsillo de él. Extrajo el colgante para mostrárselo,
y se sorprendió al ver que la cadena se había reducido a su tamaño.

—¿Quieres que me lo ponga?

Ella asintió, y James levantó la cadena y la dejó caer sobre su cabeza. No se


sentía diferente, e iba a preguntar si algo tenía que suceder, pero de repente una
voz fresca y femenina lo sobresaltó. Se hizo eco a través del pasillo vacío.

No es nuestro para tenerlo.


James saltó, sus ojos barrieron el corredor buscando la dueña de la voz. Estaba
preparado para ser detenido por cualquier maestro, incluso del profesor Turnbill,
con tal de que no fuera el espía de Voldemort viniendo a matarlo.

Soy yo, tonto. Aquí abajo.

Con sorpresa, James miró a los brillantes ojos de la señora Norris, similares a
linternas. Comprendió al caer en la cuenta.

—Señora Norris... ¿Este colgante me deja oír tus pensamientos?

Sí, James.

James estaba impresionado.

—¿Qué es? ¿De dónde vino?

Es conocido por los egipcios como el Colgante de Bast. Bast es la protectora y diosa
patrona de los gatos. Viste su estatua. He sabido de esta habitación desde que era una gatita,
y pensé que nadie más sabría su ubicación. Este otoño la encontré llena de los objetos que
viste hace unos momentos. Puedes imaginarte mi sorpresa, especialmente cuando vi a Bast,
y el colgante alrededor de su cuello. Cualquier gato lo habría reconocido.

James examinó con cuidado la cara del gato en el colgante.

—¿Por qué no se lo has dado a Filch?

Como he dicho, no es nuestro para tenerlo. He decidido mantenerlo en secreto de Argus


porque sabía que sería difícil para él dejarlo. Él me ama, y sería doloroso para él en extremo.
Cuando viniste a mí esta noche, creí que esto era lo suficientemente importante como para
pedir prestado el colgante por un corto tiempo. James, debes entender, vamos a devolver este
colgante cuando hayamos terminado con él.

James casi le preguntó a quién pertenecía el tesoro en la habitación secreta,


pero entonces un poco de la distante información de septiembre se agitó en su
memoria. El profesor Turnbill había mencionado que Dumbledore le había
permitido almacenar su tesoro en el castillo.

—Esas cosas... ¡Son de Turnbill!


Sí, creo que tienes razón. Dumbledore debió haber sabido de la habitación, y se la ofreció
para que guardara su colección en ella cuando comenzó a enseñar en otoño.

James quería hacer tantas preguntas, acerca de otros lugares secretos o


escondidos en el castillo, pero en cambio le preguntó por lo que había ido a ella en
primer lugar.

—Señora Norris, ¿puedes ver a través de las Capas de Invisibilidad?

Sí.

El corazón de James saltó, pero luego se encontró tratando de decidir cómo


proceder. ¿Podría decirle todo sobre el Báculo de los Tiempos? ¿Ella arruinaría
todo? Era la única que podía ayudarlos ahora. La necesitaban, y James lo sabía. Sin
ella, no podían hacer nada. Tomando su decisión, James llevó su voz hasta un
susurro.

—Señora Norris, ¿has oído del Báculo de los Tiempos?

Por un momento ella no dijo nada, pero entonces empezó a hablar muy
rápidamente.

No. James, no debes volver a la habitación del tesoro de Edrian para buscarlo. A pesar
de que lo necesitamos, tomar este colgante ha sido robar. No hay que tomar cualquier otra
cosa.

James sacudió la cabeza.

—Turnbill no lo tiene.

Le contó todo a la señora Norris. Le habló de la charla secreta de Turnbill con


McGonagall que oyó por casualidad, la excursión a la biblioteca, el viaje a Flourish
y Blotts y la adquisición de las dos primeras piezas. Ella escuchó pacientemente,
con la punta de la cola moviéndose ocasionalmente cuando oía un detalle que
encontraba interesante.

—Por favor, —terminó James. —No se lo digas a nadie, o nunca encontraremos


el resto de las piezas. Necesitamos tu ayuda para asegurarnos que el espía de
Voldemort no nos siga con mi Capa de Invisibilidad.
La señora Norris se mantuvo en silencio durante unos segundos. James tuvo la
impresión de que estaba pensando detenidamente.

Está bien. Te ayudaré. Mañana por la noche, justo después de la hora, me reuniré
nuevamente contigo y tus amigos afuera de su sala común. Quédate con el colgante por
ahora.

Sin darle a James la oportunidad de agradecerle, ella se escabulló rápidamente.

De regreso a la sala común, James se encontró con Sirius, Remus y Peter


esperando con ansiedad alrededor de la chimenea. Sirius se levantó de la silla.

—¡¿Dónde has estado?! —exigió. Le recordó a James tan fuertemente a su


madre que tuvo que contener la risa. Remus dejó caer El Profeta, el cual destacaba
otra Marca Oscura brillando en la primera página. Ahora parecían ser una
ocurrencia diaria.

—James, no es seguro para cualquiera de nosotros pasear solo. Lo sabes, —dijo.

—Lo siento, no les dije a dónde iba, —dijo James, hundiéndose en la silla
desocupada al lado de Peter. —Tenía que llegar al piso de abajo antes del toque de
queda.

Él explicó El Libro Invisible de la Invisibilidad, la capacidad de la señora Norris


para hablar, leer y ver a través de las Capas de Invisibilidad y el cuarto del tesoro
de Turnbill. A continuación, les pasó el Colgante de Bast a cada uno de ellos. Sirius
lo miraba críticamente.

—Creo que lo debes conservar, —dijo con amargura. —Él tomó tu capa, así que
tú tomas su colgante.

James estaba demasiado agotado para corregirlo diciéndole que el espía de


Voldemort no era Turnbill.

—James, —Remus dijo en voz baja, —¿Te das cuenta que acabas de exponer
todos nuestros planes a la mejor amiga de Filch?

—Ella lo va a mantener en secreto, —dijo James, y él lo creyó. —Además, sin


ella, no es como que vayamos a estar en cualquier lugar de todos modos.
Nadie podía negarlo, así que los demás, finalmente (y de mala gana) aceptaron
que ella los guiaría. Si Remus todavía estaba molesto por eso, no lo dijo. Después
de algunos comentarios acerca de las clases y de la particular broma larga subida
de tono de Sirius, sobre dos gnomos de jardín y una vieja, Peter comenzó a
cabecear en su silla, por lo que decidió ir a la cama.

James se quedó despierto mucho después de que todos se habían dormido.


Sabía que debía sentirse agotado; ya era casi medianoche, pero demasiados y
concurridos pensamientos lo mantenían despierto. Un pequeño rincón de su
corazón aún sufría por la pérdida de su Capa de Invisibilidad, pero, ante todo, en
su mente lo que ahora se estaba convirtiendo en una sensación familiar…era el
miedo y la emoción que acompañaban a encontrar otra pieza del cetro. Antes,
había sido el temor el que dominaba, pero ahora era la emoción. Ya habían
demostrado su eficacia contra dos habitaciones, ¿no? Juntos, podrían asumir
cualquier reto que Hufflepuff tenía reservado para ellos.

Sintiéndose seguro y confiado, James finalmente se durmió. Mañana, a esta


hora, estarían a tres cuartas partes del camino de convertirse en los maestros de
tiempo.
Capítulo 14
¿Cuál? ¿Dónde?

Las clases del viernes avanzaban. James apenas podía escuchar a los
profesores, y juzgando por los espasmos de sus amigos, Sirius, Remus y Peter no
estaban prestando atención tampoco. Después de una cena tranquila, donde
ninguno quiso comer mucho, los cuatro regresaron a la sala común para esperar
que todos se fueran a dormir, y debatir en voz baja sobre cuál pintura utilizarían
para llegar a la habitación de Hufflepuff.

—La Señora Gorda está JUSTO aquí —dijo Remus con fuerza. —Esa sería la
forma más segura para entrar y que nadie nos siga.

Remus finalmente había aprendido a hacer referencia al espía de Voldemort en


el más general de los términos, porque cada vez que mencionaba el nombre de
Turnbill, James parecía perder los estribos inevitablemente.

—¿Estás bromeando? ¡No podemos dejarla saber! —dijo Sirius un poco alto. —
¡Podría decirle a cualquiera! ¡A otros estudiantes, profesores, incluso Dumbledore!
Se detuvo, dándose cuenta de que un chico de segundo año que estaba leyendo
un libro cerca de la ventana estaba viéndoles.

—...y no queremos que Dumbledore se entere de lo que le tenemos para su


cumpleaños! —agregó en una voz tan fuerte y abundante que James se encogió en
sus mangas. El chico decidió que ya no eran tan interesantes como había pensado,
porque volvió a su lectura.

—Sirius tiene razón —dijo James cuando estuvieron seguros que el chico ya no
estaba escuchando.

—¿Es el cumpleaños de Dumbledore? —preguntó Peter, con los ojos muy


abiertos.

—No —dijo James —quiero decir que Sirius tiene razón en que no podemos
dejar que la Señora Gorda sepa lo que estamos haciendo. De hecho, es
probablemente mejor que ninguna de las pinturas lo sepa. Necesitamos una
pintura que no pueda hablar, como un objeto o un animal, o algo.

—¿Conoces alguna? —preguntó James.

James sacudió su cerebro. Veía pinturas todos los días, en los pasillos, en sus
aulas, e incluso en los baños, pero las únicas que podía sugerir eran las que tenían
gente. Quizás era porque estas eran las más memorables para él. Estaba el brujo de
tres ojos que colgaba en la parte trasera de la sala de Historia de la Magia, la bruja
de mejillas rosas que colgaba en el aula de Encantamientos (a veces susurraba una
respuesta difícil durante un examen difícil), y estaba, por supuesto, Eloise. Por
suerte, fue Peter quién encontró una solución.

—¿Alguno de ustedes ha estado abajo en las mazmorras en las clases de


Slughorn? ¿Abajo en el almacén de Pociones?

James llamó la atención de Sirius, y los dos sonrieron.

—Yo diría que James y yo sí —dijo Sirius.

—Entonces sabrán que hay un pequeño callejón sin salida más allá de la última
fila de los salones de clases —Peter dijo con entusiasmo. —Hay pinturas de comida
ahí abajo. Recuerdo una gran fuente de fruta.
—¿Qué estabas haciendo ahí abajo? —preguntó Sirius.

—Bueno, ahí es donde están las cocinas... me da hambre a veces después de


Pociones...

Sirius resopló. —Uh... Peter, Pociones está justo después del almuerzo.

—¡Ugh! —gimió Remus. —¿No puedes pensar en un cuadro más cerca del
séptimo piso? ¡Los calabozos están tan lejos de aquí como puedes imaginar!

—¡Bueno, al menos yo pensé en uno! —dijo Peter.

—Está bien, Remus —dijo James, sintiéndose aliviado de que al menos


tuvieran una pintura adecuada, independientemente de donde estaba. —Tenemos
a la Señora Norris de nuestro lado. Ella va a asegurarse de que nadie nos atrape, ya
sea el espía de Voldemort, un profesor, o incluso Filch.

—A menos que nos traicione —se quejó Remus en voz baja.

—¡Ella no hará eso! —dijo James, erizado. Se sentía muy a la defensiva con la
Señora Norris. Ella había salvado su vida y la de Sirius, después de todo.—Ella nos
llevará donde tenemos que ir y con seguridad.

Eso lo concluyó. Todos se sentaron sin hablar, cada uno de ellos flotando de
excitación, o meditando sobre la larga lista de formas en que sus planes podrían ir
mal. Remus no se detenía jugando con las mangas de su túnica, rodándolas hacia
arriba y luego hacia abajo, y luego volviéndolas a subir. James estaba a punto de
gritarle que se detuviera porque lo estaba volviendo loco, pero no tuvo que
hacerlo, porque la última pareja de Gryffindors vagaron medio dormidos hasta los
dormitorios, dejando la sala común vacía.

Los cuatro se deslizaron hacia el pasillo lo más silenciosamente que pudieron,


apoyándose en la oscuridad a lo largo de la pared y permaneciendo fuera de la
vista de la Dama Gorda. Remus, el último en salir, dejó su retrato y permitió que se
balanceara hasta cerrarse por sí solo. El golpe que se emitió fue lo suficientemente
fuerte como para dejar el corazón acelerado de James bajo el Colgante de Bast.

—¡Quién hizo eso! —exclamó la Señora Gorda.


—Lo siento —murmuró Remus hacia ellos, una vez que estaban a unos pasos
de distancia. —Si cerraba con cuidado, me habría visto. Supuse que la Señora
Norris ya estaba garantizando que no seamos pillados fuera de la cama, así que era
la mejor opción.

James asintió —Bien pensado. Sólo deseo que se haya callado.

La Señora Gorda estaba ahora gimiendo. Debe haber cubierto los sonidos que
se aproximaban de las patas de la Señora Norris en la piedra, porque cuando ella
apareció al lado de James, casi saltó fuera de su piel.

—¡Grindylows Galopantes! —gritó, pero afortunadamente los reclamos de la


Dama Gorda los cubrieron también. Una vez que se recuperó, se arrodilló a su
nivel para que pudiera escuchar. —Gracias por venir, Señora Norris. Tenemos que
bajar a las mazmorras, cerca de las cocinas. ¿Nos puedes guiar?

Sí, ella respondió en su cabeza, pero tenemos que empezar a movernos ahora, ya que
ese ruido no pasará desapercibido.

—Bueno. Si ves a alguien bajo una Capa de Invisibilidad, ya sabes qué hacer.

Lo sé, pensó, haciendo un gesto con la cabeza para que le siguieran.

Eran una extraña procesión. La Sra. Norris marchaba al frente con su cola
erguida y las orejas alertas. James iba justo detrás de ella con Sirius trotando a
propósito a su lado, Remus y Peter se arrastraban con incertidumbre unos pasos
más atrás. La Sra. Norris tomó un camino complicado y poco familiar a los pisos
inferiores, probablemente porque sabía que alguien que estuviera patrullando los
pasillos, iría camino donde la Dama Gorda. Justo cuando iban pasando por el
Vestíbulo, la voz de la Sra. Norris repentinamente cortó el silencio como un
cuchillo.

Métanse en la alcoba de la izquierda. No se muevan. No hagan ningún sonido.

James agarró a Sirius y Remus por las espaldas de sus ropas y los arrastró
dentro de la pequeña alcoba a su izquierda, refugiándose detrás del gigante reloj
de arena que contenía puntos de la casa Hufflepuff. A pesar de que ellos no tenían
la capacidad de escuchar los pensamientos de la Sra. Norris, Sirius y Remus
tuvieron el buen sentido de permanecer en silencio. Infortunadamente, Peter no.
—¡¿Qué está pasando?!

James apresuradamente llevó su mano a la boca de Peter. Ahora podía


escuchar lo que le preocupaba a la Sra. Norris... habían pasos enérgicos viniendo
desde su camino. La voz de la Sra. Norris apareció de nuevo, pero esta vez había
pánico en ella.

¡Oyó a su amigo! ¡Salgan de ahí!

El cuerpo de James reaccionó de forma automática.

—¡Síganme! —gritó, saltando la protección de la pequeña alcoba. Sin necesidad


de ningún otro estímulo, los demás saltaron tras él. Los pasos que se aproximaban
se transformaron en un trote, y el terror estimuló a James para correr aún más
rápido.

—Nos está siguiendo... —comenzó Peter.

—¡Lo sé! —interrumpió James.

De repente, el perseguidor gritó, y para sorpresa de James, la voz no era de un


adulto, pero de un acento condescendientemente familiar.

—¡Ustedes! ¡Alto!

James se detuvo para mirar por encima del hombro. Lucius Malfoy se acercaba
a ellos a toda velocidad, con su largo cabello rubio volando tras él. Incluso a
cincuenta pies de distancia, lucía como la misma muerte viniendo hacia ellos.

—¡Malfoy! —siseó James. —¡Está oscuro, no lo dejen ver quiénes son!

—La sala común —dijo Remus entre respiraciones apresuradas. —¡Es un


Slytherin... no puede seguirnos ahí dentro!

Subieron el primer tramo de escaleras antes de que Malfoy llegara a la base,


pero sus piernas eran mucho más largas que las de ellos. Podía subir mucho más
rápido, de a dos escalones a la vez.

—¡Probablemente ha sido atendido toda su vida por elfos domésticos! ¡Nunca


tuvo que correr para nada! —Sirius se rió entre jadeos. —¡Estoy impresionado que
aún esté despierto!
James, quien de momento temía más a Malfoy que al espía de Voldemort, no
estaba para risas. Malfoy estaba cada vez más cerca a cada segundo. Ahora estaba
solo a medio escalón detrás de ellos.

—¡Sigan subiendo!

Justo en el momento que James subió el siguiente escalón, el piso bajo él se


volvió inestable. Él y los demás cayeron con fuerza contra la barandilla de la
escalera, corriéndose para evitar caer el uno sobre el otro. Como si sintiera la
urgencia de la situación, la base de la escalera movediza donde estaban parados
giraba desde la que estaba más abajo, dejando varado a Malfoy en el rellano. Los
cuatro lograron trepar hasta la siguiente antes de que volviera donde Malfoy
esperaba, con su rostro resplandeciente.

La escalera truculenta les había comprado algo de tiempo; lograron conseguir


estar a unos escalones más por sobre él... pero nuevamente las escaleras se
movieron. Esta vez, fue el tramo por encima de James y los otros la que se movió,
dejándolos atrapados en un callejón sin salida en el sexto piso.

—¡No! —gimió Sirius, llegando arriba con añoranza. —¡Sólo nos faltaba una!

Malfoy gritó algo desde el tramo debajo de ellos, y James tuvo solo un instante
para comprender lo que era.

—¡Immobulus!

Un brillante rayo de luz azul iluminó el aire. James empujó a Sirius fuera del
camino rápidamente, y se deslizó por el aire donde él había estado, impactando un
retrato en la pared detrás de ellos. Su ocupante, una bruja durmiendo con un
sombrero de color naranja brillante, se congeló en medio del ronquido. Al verla
repentinamente James recordó otra pintura en el sexto piso... una sin gente.

—¡Por este camino! —ordenó, agitándolos a todos. Corrió por la línea de


salones más cercana, tratando con todas sus fuerzas de recordar en cuál había
entrado la Sra. Norris la noche anterior.

—¿A dónde vamos? —gritó Remus. —¡Peter no será capaz de mantener el


ritmo mucho más tiempo!
Estaba en lo cierto. Peter estaba tosiendo horriblemente detrás de él.

—¡Confía en mí, sé lo que estoy haciendo! —dijo James por encima del hombro,
pero de verdad, no lo sabía a ciencia cierta. Por fin, vio algo familiar... un túnel
oscuro con muy pocas puertas que subía a su izquierda.

—¡Mantengan sus varitas apagadas y quédense quietos!

Los condujo a la oscuridad, deslizando una mano en la pared para mantener el


equilibrio, y tendiendo la otra frente a él en caso de que entraran a la nada. Pasos
lentos anunciaron que Malfoy estaba al alcance de la mano. Segundos después, su
voz sedosa llegó por el pasillo, como haciendo eco hasta ellos.

—Si renuncian a esta persecución inútil ahora, podría ser indulgente con
ustedes. Todos estos giros son callejones muertos.

James no le gustó la forma en que hizo hincapié en la palabra "muertos".


Tampoco le gustó que dijera que todos estos giros eran lo mismo. Eso podría
significar que había muchos túneles al igual que el que recordaba, y que podría
haber elegido el equivocado. En silencio, sin palabras, James repitió lo mismo una
y otra vez en su cabeza, como si sólo pensar en ello lo haría realidad.

Por favor que sea aquí. Por favor que sea aquí.

Bump. La punta de la zapatilla de James tropezó con algo duro. Buscando en el


aire delante de él, con las manos a tientas, encontró la misma cosa que estaba
buscando... la estatua de los magos gemelos. Podía sentir el brazo extendido del
hermano que sostiene el orbe, pero tuvo cuidado de no tocarlo, en caso de que se
abriera la entrada a la pequeña habitación debajo. Eso podría haber sido un buen
lugar para esconderse, pero que no sabía cómo cerrar la puerta detrás de él, y Peter
nunca encajaría a través del espacio que conducía a la habitación del tesoro.

Era la pintura en la pared lo que James buscaba. Extendió la mano y palpó a lo


largo de la fría y viscosa pared y se estremeció cuando sintió el borde de su marco
de madera pesada. Desplegando el mapa, se apresuró a murmurar el
encantamiento Aparecium, casi sin mover los labios.

—Todos pongan una mano sobre mí —susurró, con los ojos mirando hacia la
esquina estando terriblemente seguro de que Malfoy aparecería de un momento a
otro. Él sólo tendría un instante para iluminar su varita, mirar el mapa, y averiguar
lo que se suponía que haría.

—¡Lumos!

En la tenue luz, pudo ver que su efigie estaba justo donde esperaba que
estuviera, en una esquina muy remota del sexto piso. Por suerte, lo que tenía que
hacer era muy evidente. Una burbuja de diálogo apareció junto a la figura,
conteniendo un encantamiento.

—¡Ostioportum! —leyó James.

Tan pronto como la palabra salió de su boca, cada pulgada de la línea en la


pared se quemó con una cegadora luz blanca. Llenó el sucio túnel y se esparció por
el pasillo más allá de donde Malfoy seguía rondando. Estaba seguro que lo vería y
vendría corriendo. Su única posibilidad era desaparecer primero.

James volvió su atención a la estructura y su luz cegadora. Era demasiado


pequeño, demasiado alto... pero no había tiempo. Asegurándose de que tres manos
agarraban su ropa, se lanzó. Para su deleite, la pintura se reunió con él a mitad de
camino, lanzándolos a todos al aire y a través del marco. Cayeron a través del
espacio vacío, cayendo una y otra vez en una luz demasiado brillante para ver.

Un ruido sordo...

James sintió el viento saliendo de sus pulmones. El olor de la hierba seca llenó
su nariz y a todo a su alrededor, podía oír el zumbido de las abejas. Todavía era
absurdamente brillante, pero el mundo estaba empezando a entrar en foco.
Poniéndose de pie, metió el mapa en el bolsillo.

Estaban en un campo abierto, y a juzgar por la temperatura, era mitad del


verano. Aunque el calor era intenso, una suave brisa cálida onduló sobre la hierba
y por entre el pelo de James. Había algo extraño en la escena, pensó. Era un poco
borrosa, como si sus gafas hubieran sido derribadas, pero cuando levantó la mano
para comprobar, se encontró que todavía estaban puestas en el tabique de su nariz.
Entonces, se dio cuenta. No estaban en un campo real. Estaban dentro del campo de
la pintura, y la borrosidad era debido a los patrones del movimiento de las brochas.
A la izquierda de James, la escena se desvanecía en la nada, pero al otro lado,
pudo ver que la escena transitaba hacia un cuarto oscuro con luz de velas. Mirando
hacia atrás a la dirección del túnel, se sorprendió al descubrir lo que parecía una
ventana gigante, flotando en el aire de manera inquietante. Su extensión era
oscura. Sirius, Remus y Peter se pusieron de pie y miraron alrededor aturdidos.

—¿Dónde estamos? —preguntó Sirius, masajeándose el codo en el cual


aterrizó.

—Estamos en la pintura —susurró James. —Tenemos que permanecer en


silencio. Malfoy anda por ahí y no queremos que nos vean aquí.

Justo cuando terminó la frase, la rubia cabeza de Malfoy pasó por la ventana,
con su varita iluminando con su cara muy confusa. Esperaron un poco más,
conteniendo la respiración, hasta que pasó por la ventana hacia la otra dirección,
buscando aún más confundido que antes. Sirius se echó a reír, pero James
apresuradamente le cubrió la boca. Esperaron en silencio hasta que estuvieron
seguros que se había ido.

—¿Dónde está la pieza del cetro? —preguntó Remus en voz baja. —¿Dónde se
supone que debemos ir?

Sirius se encogió de hombros, riendo. —Podríamos encontrar una pintura de


Hufflepuff y preguntarle.

Todo el mundo se rió, pero James recordó el día que había hablado con Lily
cerca del Correo Muggle. Había un retrato de Helga Hufflepuff encima de éste.

—Hay un retrato de ella en el Vestíbulo —dijo. —Podríamos preguntarle.


Quién sabe, tal vez eso es lo que se supone que debemos hacer. Podemos caminar
de pintura en pintura hasta alcanzarla.

—Espera —interrumpió Remus. —no hay forma que podamos mantener esto
en secreto si vamos a tener que caminar a través de todas las pinturas.

—Vamos a tener que decirles a todos que somos una nueva pintura que está
colgando en alguna parte del castillo —dijo James. —Podríamos decir que está
aquí en el sexto piso. Por lo que puedo decir, nadie viene aquí. Eso sí, no hay que
hablar con nadie lo suficiente como para que recuerden nuestra cara. Pónganse las
capuchas de sus túnicas, eso puede servir.

Los cuatro se pusieron las capuchas, protegiendo sus caras. Luego, marcharon
en dirección a la sala de luz de las velas. La escena que les rodeaba cambiaba
lentamente a medida que se iban, los tallos de hierba parecían mezclarse con una
muralla oscura de piedra, que, como el campo, estaba ligeramente texturizado por
pinceladas. Adelante, un monje muy frágil estaba inclinado sobre una mesa de
escritorio. Su mano temblaba mientras rascaba una pluma a través de un trozo de
pergamino. Comenzó cuando los vio acercarse.

—Oh, hola, ¿Puedo ayudarles?

—Ehh... sí —dijo James, mirando hacia los lados. Había una ventana flotando
en el aire también en este caso, también mostrando oscuridad. —¿Dónde estamos?

—¿Cual dónde? —preguntó el monje con serenidad, dejando caer su pluma de


nuevo en el tintero.

James y los demás intercambiaron miradas confusas.

—¿Cual dónde?... —preguntó Sirius.

—¡Cual dónde! —repitió el monje, pareciendo sorprendido de que no habían


entendido la pregunta. —¿La ubicación en la pintura o la ubicación de la pintura?

—La ubicación de la pintura —dijo James rápidamente, sin querer parecer


como que no pertenecieran allí.

El monje todavía parecía desconfiar, pero respondió de todas formas.

—En el sexto piso, en lo que es actualmente la clase de Estudios Muggles.

—¿Cómo podemos llegar al Vestíbulo? —preguntó Remus.

El monje miraba cada vez más cerca hacia ellos, con una poblada ceja
levantada. —¿Son nuevos por aquí?

Sirius lo interrumpió —Nuestra pintura estaba colgada justo a la vuelta de la


esquina. Realmente nos gustaría bajar al vestíbulo lo más rápido posible.
La conducta del monje cambió de repente.

—¡Ah! —dijo, levantándose de su asiento, su boca se ampliaba cada vez más


mostrando una gran sonrisa. —¡Bienvenidos a Hogwarts! ¡Una nueva pintura, por
Júpiter! Perdón por no presentarme, soy Rulf y esta es la Tarea Divina. ¿Cuál es el
nombre de su pintura?

Le había preguntado a Peter, pero claramente no estaba preparado para la


pregunta. —Es eh, eh... bueno, es...

—¡Los Merodeadores de Medianoche! —dijo Sirius, salvándolo. James sonrió.


El nombre era perfecto.

—Los Merodeadores de Medianoche, un buen nombre, ¡Puede que su pintura


nunca se desvanezca! —dijo Rulf, aplaudiendo. —Ahora, debo presentarles a todo
el mundo...

—Oh, no, no... está bien —dijo James rápidamente. —Parece que estás muy
ocupado aquí, haciendo un trabajo importante...

Rulf asintió con tristeza.

—Sí, sí, supongo que tienes razón... no tengo muchos amigos de todos modos.
No mucha gente viene por aquí, por desgracia... no con él, bueno, no importa...
Está bien creo. Tengo muchos textos que copiar, mucho trabajo por hacer, como
siempre...

—Entonces.... ¿el Vestíbulo? —impulsó Sirius.

—¡Sí, sí! —dijo el monje, recuperando el hilo de sus pensamientos. —El


Vestíbulo no es difícil de encontrar. Continúen por este camino hasta que
encuentren la pintura de Herpo El Sucio, luego toman el Prado Nevado a la
derecha. Los llevará por grandes escaleras. Una vez que lleguen a una pintura del
Castillo de Hogwarts en otoño, estarán en el Vestíbulo.

—Gracias —dijo James, ajustando la capucha para ocultar mejor su rostro. —


Buena suerte con tu escritura.

Él lideró el camino hacia la siguiente pintura, pero se sorprendió al descubrir


que estaba completamente vacía... un extenso tramo en blanco.
—¡No se preocupen, van por buen camino! —dijo el monje cuando los vio
vacilar. —Antes había algo en esa pintura, pero ninguno de nosotros recordamos
lo que era. ¡Alguien la debe haber tomado hace años y olvidó devolverla!

Dieron las gracias nuevamente al monje, se despidieron y cruzaron el lienzo


vacío hasta que llegaron a un bosque oscuro con esferas brillantes de luz que
oscilaban entre los árboles.

—No sigamos a cualquiera esta vez —dijo Sirius. James y Peter si rieron con él,
pero tuvieron que explicarle a Remus.

—Eso no fue muy brillante —dijo Remus cuando terminaron. —Tienen suerte
de que era un pantano, y no el final de un acantilado.

A continuación, entraron en una habitación de color púrpura oscuro, donde un


elaborado traje trenzado con piedras preciosas y fibras de oro estaba sentado en
una silla, como si fuera utilizado por una persona invisible. James no estaba seguro
si este era el caso o no, y eso le daba una sensación muy incómoda, por lo que se
sintió aliviado cuando se trasladó al paisaje gris adelante.

En él había un castillo en una colina que se parecía mucho a Hogwarts, aunque


debe haber sido de hace unos cien años. El aire era frío y un viento cruel soplaba
desde el otro lado del lago, por lo que no tardaron en seguir adelante hacia la
próxima pintura, que era de color marrón verdoso enfermizo. Cuando entraron,
fueron agredidos por una fuerte ola de hedor.

—¡Urgh! —dijo James, tirando del cuello de la camisa por encima de su nariz.
—¿¡Qué es eso!?

—¡Es un pantano! —gritó Remus, pero su voz fue ahogada por el cuello de la
camisa, que también había levantado sobre su nariz.

—¡Está todo sobre mis zapatos! —se quejó Peter.

—Eh, chicos... —dijo Sirius, su voz inusualmente estable. —Creo que sé por
qué nadie vuelve por este lado.

James siguió su mirada. Más profundo en la pintura, algo estaba medio


deslizándose, medio arrastrándose a través de la formación de burbujas
malolientes que salían del pantano hacia ellos. Era una criatura diferente a
cualquiera que James hubiera visto nunca, ni siquiera en los libros. Su cuerpo
negro era del tamaño de una casa, con una larga y dentada cola en un extremo y
nueve cabezas como de dragón en el otro. Sus muchos pares de ojos en blanco
amenazantes tanto como las bocas abiertas bostezantes, respirando humos de color
verde oscuro que hervían a través del aire en una nube nociva en círculos.

—¡CORRAN! —gritó Sirius.

Corrieron hacia la pintura contigua, que contenía un árbol completamente


ramificado y lleno de duendecillos de color naranja. Los duendecillos chillaron y se
dispersaron cuando el monstruo se tiró sobre ellos, astillando el árbol por la mitad.

—¡¿Qué es eso?! —gritó Remus por encima de la cacofonía de pájaros en la


siguiente escena. Había cientos de ellos y estaban en pánico ciego a causa de los
duendecillos que ahora huían a través de ellos.

—¿Importa? —dijo James hacia atrás con sus brazos levantados sobre su cabeza
para protegerse de la lluvia de plumas y excremento. —¡Te va a comer aunque
sepas qué es o no!

Siguieron adelante, pisando sobre un jardín cuidadosamente cuidado, luego


disparados a través de un estudio medieval. El olor a pergamino viejo dio paso al
aroma a tierra húmeda, y James sorpresivamente se encontró a si mismo arañando
a través de una espesa maraña de enredaderas que se retorcían como serpientes.
Una de ellas logró torcerse alrededor de uno de sus tobillos, y él tiró y tiró, hasta
que finalmente se rompió. Perdió el equilibrio y se cayó hacia el siguiente cuadro,
donde se encontró tendido a las faldas de seis caballeros durmientes con armadura
completa. Uno a uno se despertaron gruñendo.

—¡Rápido! —Sirius puso a James de pie, y estaban fuera, corriendo a través de


las faldas de los caballeros, con Remus y Peter cerca. El monstruo rugió de
frustración detrás de ellos, pareciendo tener tantos problemas con las vides como
ellos tuvieron. Los caballeros se pusieron de pie ahora, mucho más preocupados
por la criatura arañando tras ellos que por los chicos que corrían hacia la otra
dirección. Descendieron sobre él como un enjambre de abejas furiosas, gritando y
apuñalando su cara de muchos ojos con sus brillantes espadas. James se detuvo
para mirar a su pesar, pero Remus lo agarró del brazo y tiró de él.

—¿Qué estás esperando? ¡Hay que mantenerse en movimiento!

James fue adelante, pero no le quitó los ojos al espectáculo. El aire estaba lleno
de sonidos de agrietamiento y rotura de vides, los gritos ásperos de los caballeros,
y el ensordecedor gemido de la criatura. Remus y los demás debieron haber estado
mirando por encima del hombro también, porque cuando entraron en la escena
siguiente, los cuatro gritaron por la sorpresa al desplomarse repentinamente en
agua helada.

James salió a la superficie en primer lugar, jadeando y escupiendo en busca de


aire mientras pateaba con fuerza con las piernas para mantener la cabeza por
encima de las olas. Para su alivio, las cabezas de los otros aparecieron en torno a él,
con las caras blancas y castañeando sus dientes. Flotaban alrededor como corchos,
sacudiéndose y moviéndose sobre el mar debajo de un montón de nubes negras.
Relámpagos brillaban y truenos aplaudían, y lluvia caía sobre ellos desde todos
lados.

—¡¿DÓNDE ESTÁ EL SIGUIENTE CUADRO?! —gritó James sobre las olas


golpeando la lluvia y olas.

Giraron en todas las direcciones, flotando en el agua furiosamente mientras


buscaban, pero nadie podía ver a través de la tormenta. Todo lo que James podía
ver era el vago contorno de algo en el horizonte, apenas visible a través de las
cortinas de lluvia. Estaba pensando que era un barco, cuando un horrible estrépito
llegó a sus oídos por encima del viento, la lluvia y los truenos.

—¿QUÉ FUE ESO? —preguntó Remus con su cabello castaño claro pegado en
la frente a causa de la lluvia y las olas.

La respuesta vino solo un segundo más tarde, cuando varios cuerpos


revestidos de metal salpicaron a su alrededor. Los caballeros estaban abandonando
su propia pintura. El más cercano a James agarró su colgante con ambas manos y
gritó justo en su cara con su apestoso aliento de ron y cigarros.

—¡NADEN POR SU VIDA!


James no necesitó decirlo dos veces. Pateó con fuerza, moviéndose detrás de
Sirius, Remus y los caballeros en retirada.

—¡¡¡AYUDAAAAAAAA!!!

Peter estaba un poco más atrás, luchando con todas sus fuerzas por mantener
su cara redonda por encima de las olas. James nadó de vuelta hacia él, pero no
tuvo que ir muy lejos... algo enorme se sumergió en el mar detrás de Peter,
enviando una pared de agua desde el lugar donde cayó. La pared de agua los llevó
hacia adelante, levantando a Sirius, Remus y los caballeros junto con ella.

Los impulsó a todos por un largo camino, hasta que la lluvia fuerte se redujo a
una llovizna, y luego se detuvo por completo. Las nubes se disiparon, dando paso
a un techo dorado. La ola los llevaba ahora a través de una sala de trono, pasando
a un hombre de barba blanca durmiendo en un alto asiento de oro. Duró el tiempo
suficiente para depositarlos en la pintura siguiente, donde un feo hombre estaba
posando con un sapo en una mano y un huevo en la otra. James sintió el suelo bajo
sus pies otra vez.

—¡Vámonos!

—¿Por dónde? —preguntó Sirius

Había dos habitaciones adelante. A la izquierda había una calle adoquinada


que se parecía a una de las tiendas de Hogsmeade. Los caballeros se echaron a
correr en esa dirección, y era probablemente lo más inteligente por hacer; el
camino era tan estrecho que el monstruo no sería capaz de seguirlos. James podría
haber ido por ese camino también, pero en el cuadro de la derecha, vio un prado
enterrado en nieve profunda.

—¡El Prado Nevado! —dijo, señalando. —¡Ese nos lleva hacia abajo!

Se pusieron en marcha, y justo a tiempo, porque no fueron los únicos que la ola
los llevó al cuadro de Herpo El Sucio. El monstruo se deslizó en la habitación
(enviando a Herpo y su sapo chillando tras los caballeros), y al ver que el callejón
era de hecho demasiado estrecho, centró su atención en el prado.

James se estremeció mientras corría a través de la nieve profunda con su ropa


mojada aferrada a su piel. Los demás a su lado parecían igualmente miserables.
Sirius estaba apretando los dientes para evitar que castañearan. Remus estaba casi
el doble acurrucado y la punta de la nariz de Peter estaba empezando a ponerse
azul. James esperaba que ninguno fuera atrapado por el frío, porque si así fuera,
tendrían que encontrar una forma de explicarle a McGonagall lo sucedido. Sonrió a
su pesar ante la idea de decirle la verdad, a pesar de que ya no sentía sus pies.

Cuando llegaron al retrato luego del prado, encontraron a una mujer de


aspecto formidable que podría haber sido aún más grande que Hagrid. Estaba
vestida con ropas de montar oscuras, y posaba con un lindo palo de escoba negro,
con los ojos más grandes que James alguna vez hubiera visto. Cuando Sirius pasó
corriendo junto a ella, se lo arrebató, provocando un grito de rabia de ella.

—¡Lo siento! —gritó por encima del hombro mientras desaparecían en la


pintura siguiente, donde un unicornio se alzaba descansando en sus patas traseras.

—Sirius, ¿Qué estás...? —comenzó James, pero Sirius levantó el palo de escoba
en el aire hacia él.

—¡Eres el mejor volador, James! —gritó.

—¡¿Qué?!

—¡Manos a la obra! —dijo Sirius, saludándolo con las dos manos. —¡Y date
prisa!

James no tuvo el lujo de hacer más preguntas. Pasó una pierna sobre el palo de
escoba, y Sirius se subió detrás de él, con Peter y Remus en la parte posterior.
Luego estaban en el aire, navegando muy cerca de la cabeza del unicornio. La parte
posterior de la túnica de Remus quedó atrapada en su cuerno, contrayéndolos con
violencia, pero luego de una audible rajadura, liberándolos. El monstruo aulló de
furia al entrar a la pintura del unicornio, segundos más tarde.

—¡Ja, ja! —Sirius se rió por encima del hombro. —¡Déjate crecer un par si nos
quieres seguir!

James lo miró por encima del hombro con las cejas levantadas.

—¡Alas por supuesto! —dijo Sirius, sonriendo maléficamente. —¿Qué te


pareció que quería decir?
El monstruo rugió una vez más mientras se elevaban más arriba del unicornio
y sobre la cabeza de la bruja durmiente, pero el sonido se apagó pronto. Estaban
sobre el lago ahora, y el aire era suave y olía a lirios de agua. El viento pasaba por
entre el pelo de James, y cerró los ojos, disfrutando de la sensación de volar. Sobre
una escoba era donde él pertenecía, decidió. Podía contar solo con una mano las
veces que había volado, pero ya se sentía como en casa, como si hubiera sabido
volar desde que caminaba.

Remus, estando todo el camino en la parte de atrás, se inclinó hacia un lado


para hablar lo suficientemente alto y que James escuchara sobre el silbido del
viento.

—¿Qué tan lejos crees que está ahora? Hasta el vestíbulo quiero decir.

—¿A quién le importa? —respondió Sirius, mientras salían del paisaje del lago
y entraban en un gran salón de baile. —¡Esto es genial! Yo digo que volvamos y le
lancemos Bombas Apestosas en la cabeza a esa cosa.

Hurgó y logró encontrar un puñado.

—Tal vez a la vuelta, Sirius —dijo James, girando para evitar un candelabro. —
Tenemos que encontrar la pieza del cetro.

Sirius cerró la mano alrededor de las Bombas Apestosas.

—Está bien, yo tenía la intención de dejar estas debajo de la silla de Severus la


próxima semana en Historia de la Magia de todos modos...

Las puso de nuevo en el bolsillo, pero entonces algo salió mal. James oyó un
grito de advertencia, y apenas giró para mirar hacia atrás, hubo una pequeña
explosión. No era terriblemente poderosa, pero lo suficiente para tirar a James
hacia adelante, justo sobre el extremo delantero de la escoba.

Se desplomó por el aire, con los brazos extendidos para atraparse a sí mismo, y
chocar con el suelo duro. Por suerte, fue cubierto por hojas de pino, por lo que no
se rompió el cuello, aunque estaba inclinado en un severo ángulo. Empezó a caer
hacia abajo, golpeando los brazos y las piernas en las raíces de los árboles y rocas.
Por fin, cayó con fuerza en la parte inferior, de espaldas.
—¡James! —dijo una voz ansiosa. —Tenía la sensación de que eras tú.
¡Levántate! Yo sé dónde tienes que ir.

Mientras su cabeza palpitaba dolorosamente, James abrió los ojos. La voz


sonaba familiar. Encima de él había dos formas borrosas, cuando el latido en su
cabeza se calmó, se fusionaron en uno. Era una niña. Una niña con pelo castaño y
ojos oscuros.
Capítulo 15
El Coleccionista

James se sorprendió.

—¿Eloise?

La muchacha asintió, ayudándole a ponerse de pie con cálidas manos. Un coro


de gritos distantes fue creciendo más fuerte hasta que Sirius, Remus y Peter
cayeron al suelo alrededor de ellos, seguidos de las piezas astilladas de la escoba
rota. Eloise les arrugó la nariz.

—¡Agh, ustedes cuatro huelen horrible!

Sirius frunció el ceño, removiendo los residuos de las Bombas Apestosas de la


parte delantera de su capa. James tenía la mayoría en la espalda. Trató de mirar
por encima del hombro y removerlas, pero no pudo llegar a ellas.

—Lo siento, no solemos oler así, —dijo Remus, tratando de limpiarse un


puñado de la cara. Debió haber estado buscando a Peter cuando la bomba apestosa
explotó. Peter de alguna manera, escapó del lío. Tal vez fue porque era lo
suficientemente pequeño para que el cuerpo de Sirius lo protegiera.

—Chicos… —Eloise murmuró, sacudiendo la cabeza. —En mil años, nada de


eso ha cambiado...

—¿Cómo supiste dónde encontrarnos? —preguntó James, finalmente dándose


por vencido a sacar los restos de las bombas de su capa.

Eloise le indicó que se diera la vuelta, y respondió mientras ella le limpiaba el


estiércol de su espalda con el extremo roto del palo de escoba.

—Estaba visitando la pintura del ghoul en el primer piso cuando un duende


irrumpió, más enojado que una avispa. Estaba hablando sobre unos chicos
causando un alboroto en el sexto piso. Dijo que nunca los había visto antes. Sabía
que tenían que ser ustedes.

—Gracias, —dijo James cuando ella había terminado de limpiar su capa. Se dio
la vuelta para mirarla. —Eloise, dijiste algo sobre saber dónde tenemos que ir.
¿Sabes dónde está la siguiente pieza del cetro?

—Sí, pero… —ella vaciló. —Es posible que tengan un poco de dificultad para
conseguirla.

—¿Por qué? —preguntó James. —¿Dónde está?

—Solía estar a la intemperie, en una pintura del sexto piso, —dijo. —Estaba
justo al lado de La Tarea Divina, pero luego fue robada. Sólo pinturas tan antiguas
como la mía lo recuerdan. Sucedió sólo un par de años después de que Helga
Hufflepuff y ese hombre pequeño la escondieran allí.

—¿Quién la tomó? —preguntó Sirius, la mancha oscura de estiércol en su capa


ahora estaba completamente olvidada.

—Lo llamamos el Coleccionista, —dijo Eloise, y James creyó ver un


estremecimiento pasar a través de su pequeño cuerpo. —Una vez que se
encapricha con algo, lo reclama para sí mismo. Su retrato se colgó en una de las
más profundas mazmorras del castillo. Tomó miles de cosas… joyas, armas, oro...
pero entonces, hace unas décadas, decidieron removerlo de la pared, para que no
arruinara más pinturas. Ha sido desterrado al lugar donde las cosas están ocultas.

—¿El lugar donde las cosas están ocultas? —preguntó James.

—Y olvidadas, —dijo Eloise con gravedad. —Puedo llevarlos a ese lugar, pero
tendrán que salir de nuestro mundo para entrar en el de él. Debido a que su retrato
ya no está colgado en las paredes del castillo, está separado de nosotros…

Un trascendental rugido la interrumpió. Todos los ojos se volvieron hacia la


cima de la colina.

—Oh, oh… —dijo Sirius.

—Oh no…. — dijo Eloise, dando un paso hacia atrás. —¿Qué hicieron?

—Bueno, ya estaba llegando a eso... —dijo James con temor. —Nos topamos...
accidentalmente… con-un-monstruo-suelto-en-el-sexto-piso.

Dijo la segunda mitad de la oración a la vez, como si creyera que diciéndolo


rápidamente lo haría menos malo.

—¿Ustedes ¡QUÉ!? —explotó Eloise. —¿La hidra del árbol duende? ¿Están
LOCOS?

El rugido llenó el aire una vez más, y el suelo comenzó a temblar bajo las
fuertes pisadas de la bestia.

—¡No fue a propósito! —Sirius dijo con enojo. —¿De quién fue la brillante idea
de todos modos?, ¡colgar algo así en el castillo!

—¡De Helga Hufflepuff! —Eloise bufó. —¡¿Qué crees?! La puso allí a propósito,
¡para mantenernos fuera de la pieza del cetro!

La tierra se sacudía violentamente cada vez más, y el crujido de las ramas de


los árboles se hizo más fuerte.

—Sugiero que traslademos esta discusión a algún lugar más seguro, —dijo
Remus, instándolos a moverse, —o no importará de quién es la culpa, porque
todos estaremos muertos.
Eloise le disparó a Sirius una mirada más acusatoria, y luego se recogió el largo
vestido en sus brazos.

—¡Vamos, por aquí!

Al igual que el retrato de Herpo el Sucio, la pintura de la colina tenía dos


salidas. Eloise tomó la de la izquierda, donde una mujer se sentaba meciendo a su
bebé bastante contenta como para ignorarlos. Los condujo a través de otro puñado
de pinturas, a veces saliendo a la izquierda, otras veces a la derecha, y una vez
incluso doblando hacia atrás para pasar por una tercera salida. El bramido
aumentaba más y más, hasta que James estuvo seguro de que sus oídos sangrarían.
Finalmente, llegaron a una pintura de una antigua biblioteca.

—¡Llegamos! —exclamó Eloise. Se dio la vuelta para mirar hacia atrás, pero
luego gritó.

La más grande de las cabezas del dragón de hidra irrumpió en la biblioteca


detrás de ellos, con su boca ampliamente abierta. Esta se agachó para cogerla como
una muñeca de trapo.

—¡NO!

Sirius se lanzó hacia adelante, con las manos extendidas, y empujó a Eloise
fuera del camino. Ella aterrizó de cara al suelo, y la hidra lo sacó en lugar de ella.

—¡SIRIUS!

James se lanzó a la cabeza, agarrando uno de los colmillos de la bestia del


tamaño de un cono de tráfico. Sintió que sus pies se despegaron del suelo. La hidra
estaba levantando su cabeza, con la clara intención de tragar por completo a Sirius.

Eloise y Peter le arrojaron libros, pero ésta no lo notó. Remus corrió hacia
delante, empuñando un pedazo de la escoba rota que debió haber conservado
desde el accidente. Gritando con toda la capacidad de sus pulmones, apuñaló con
la punta la pierna de la hidra, pero la piel era demasiado gruesa. La pieza del palo
de escoba se astilló, y Remus fue arrojado sobre su espalda.

James pateó violentamente la cabeza que contenía a Sirius, pero a ésta no


pareció preocuparle, tanto como los libros que le fueron lanzados. Sin embargo, él
no debió haber notado las demás cabezas, debido a que una de ellas se lanzó por
encima, mirándolo directamente a los ojos y silbando como una cobra. Ésta se echó
hacia atrás y se arrojó, y James se vio obligado a moverse hacia un lado para
evitarla. La cabeza serpenteó de vuelta, lista para un segundo ataque, pero
entonces algo llamó su atención.

El cuerpo de la hidra estaba haciendo un extraño movimiento convulsivo. Por


un momento horrible, pensó James que Sirius había sido tragado entero, pero
luego, para su alivio, oyó los sonidos amortiguados de los gritos indignados de
Sirius llegando desde el interior de la boca de ésta.

—¿Qué está haciendo? —Remus le gritó a él.

James movió sus ojos de nuevo a la cabeza que mantenía cautivo a Sirius. Los
ojos de ésta estaban desorbitados en sus cuencas, y en lo profundo de su garganta,
hacía un ruido raro.

—¡Parece que se va a enfermar! —Eloise le dijo a él desde su lugar en el suelo.

La hidra vomitó fuertemente, tosió y arrojó a Sirius bruscamente al suelo.


Estaba cubierto de pies a cabeza con moco. James soltó el colmillo y aterrizó junto a
él.

—¡Grr! —gruñó Sirius. —¡Y pensé que la bomba apestosa era mala!

Las otras cabezas de la hidra estaban viendo a la grande con incertidumbre, ya


que ésta se atragantaba y escupía, como si deseara deshacerse de un sabor
desagradable en la boca.

—Eso era… —James dijo lentamente. —¡Claro! ¡Sabías mal debido a las
Bombas Apestosas! —se rió Sirius.

—¡Tienes razón! ¡Es una suerte que las tuviera! Creo que podemos dar las
gracias a Severus por eso. Yo no las habría ordenado con el catálogo de Zonko si
no lo odiara tanto.

James sonrió.

—¿Crees que ahora le debes la vida?


Sirius le lanzó una mirada que podría causar la muerte.

—Yo no iría tan lejos.

La hidra bramó una última vez, como para convencerlos a todos de que
todavía era una amenaza, pero luego se retiró de la pintura de la biblioteca. Sus
pasos torpes se volvieron más y más silenciosos, hasta que se desvanecieron por
completo.

—¡Me salvaste!

Eloise echó los brazos alrededor del cuello de Sirius, y no pareció importarle
que su hermoso vestido se empapara de baba de hidra y de lo que quedaba de la
bomba apestosa. Sirius pareció más alarmado con esto que estar en la boca de la
bestia.

—No lo hice, —él dijo con obstinación, apartándola. —Estaba tratando de


empujarte dentro de ella.

—¡Eso no es cierto! —Eloise entonó, y ella le dio un beso en la mejilla antes de


que pudiera detenerla. —¡Te importo!

Sirius les frunció a James y a los otros, desafiándolos a reírse. James apretó las
comisuras de la boca para ocultar su sonrisa.

—¡¿Qué es eso?!

Peter estaba de puntillas ahora, mirando a través de la oscura franja del espacio
que se volvía hacia Hogwarts. Los otros se pusieron de pie y se unieron a él.

—Guau…

En un primer momento, James pensó que estaba mirando a las montañas, pero
eso era una tontería, porque ¿por qué habría montañas dentro de Hogwarts? No,
las montañas en realidad eran cosas (cientos y cientos de objetos), libros y varitas
rotas, muebles rotos y dañados, botellas de pociones antiguas, sombreros, joyas,
capas y armas. James imaginó que incluso Turnbill daría cualquier cosa para tener
la oportunidad de explorar esto.
—Eloise, —James exhaló, con su rostro presionado tan cerca de la ventana que
su aliento la empañó hacia arriba, —¿Qué es este lugar?

Ella se acercó y se paró a su lado.

—La llaman... la Sala de los Menesteres.

Cuando los ojos de James se acostumbraron a la tenue oscuridad de la increíble


sala, vio aún más maravillas. El esqueleto de un perro de tres cabezas. Una pila
carbonizada y ennegrecida de escombros a un lado de los restos destrozados de lo
que parecía ser un huevo de dragón. Un tanque lleno de agua turbia, la vivienda
de lo que parecía ser el cadáver de una babosa gigante.

—Aquí es donde se encuentra la pintura del Coleccionista. Debe estar cerca del
Armario Evanescente, a unos pocos cientos de pasos por ahí.

Eloise apuntó directamente hacia delante, por uno de los callejones formados
entre las pilas tambaleantes de cosas olvidadas.

—No, —dijo James, girando la cabeza para mirarla.

—¿No? —preguntó ella, confundida.

—Ese es el lugar donde NOS encontraremos con la pintura del Coleccionista.


Nosotros cinco.

Por un segundo Eloise miró estupefacta, pero luego sacudió la cabeza.

—Ya te dije, James, —dijo. —Su pintura está separada de las nuestras. Él no
está colgado en la pared, por lo que no está unido a nuestro mundo. Yo no puedo
ir.

—Eso no es lo que quiero decir, —dijo James, hurgando en el bolsillo. Sacó el


mapa y lo desdobló. —Este mapa nos trajo aquí, y va a sacarnos de nuevo. Sólo
que puedes venir con nosotros…

Eloise no le dejó terminar.

—James, sé a dónde vas con esto...


—¡No, escucha! —dijo James, su voz tensa por la excitación. —¡Ven con
nosotros! Podrías volver a Hogwarts, ¡podrías tener una segunda oportunidad en
lo que fue tomado de ti por la hija de invierno! ¡Podrías tener una segunda
oportunidad para aprender magia!

Sirius, Remus y Peter se movieron incómodos.

—No puedo ir contigo, —dijo. —Por favor entiende.

—¿Qué hay que entender? —preguntó James. ¿Es que ella no sabía lo que se
estaba perdiendo? ¿No entendía lo que él le estaba ofreciendo?

La expresión de Eloise se suavizó. Parecía a la vez dolida y apenada.

—No soy la Eloise de tu mundo. Ella va a permanecer en el templo del aire


para siempre, y nunca se va a despertar de nuevo. Soy la Eloise en este mundo…
un reflejo de la chica de vuestro mundo. Si yo fuera contigo, yo no tendría ningún
lugar real. Yo estaría tan vacía como mi madre, el fantasma de la casa de
Ravenclaw. No puedo elegir existir de esa manera.

—¿Pero no estás cansada de ser una prisionera? —preguntó James. —¿No


quieres ser libre?

—Soy libre, —dijo. —Yo ya no estoy presa en mi mundo de lo que tú estás en el


tuyo. ¿Te consideras preso por existir en tu mundo?

—Sólo en Historia de la Magia... —murmuró Sirius. James no le hizo caso.

—No es justo, —dijo rotundamente.

—No, no lo es, —dijo Eloise. —Puede que sea sólo un reflejo de la real Eloise,
pero siento rabia por lo que le pasó. He esperado mil años para que alguien viniera
y liberara su cuerpo. Mil años he esperado, por ti y tus amigos. Me diste ese regalo,
y para mí eso significa más que nada.

James se sintió vacío, como un hierro pesado cayendo en su pecho.

—¿Estás segura?
—Sí, —ella dijo. —Estoy segura. Buena suerte ahí fuera. Cuando salgan, pasen
a través de las grandes puertas dobles en el lado opuesto de la sala. Verán que está
en el séptimo piso. Su sala común no está muy lejos.

A James le hubiera gustado hacer un par de preguntas más, acerca de qué


esperar, sobre qué tipo de cosas podrían salir mal… pero luego decidió que sería
mejor no saber.

—Gracias, Eloise. Por todo.

Eloise abrazó a Remus y Peter, a Sirius le dio un beso en la mejilla una vez más.
Esta vez, James pensó que podría haberlo visto sonreír.

—Te prometo que vamos a visitarte de nuevo, —dijo James cuando ella se
acercó a él, —y no va a ser cuando estemos tratando de liberar a una hija de
invierno o dejando atrás a una hidra.

Ella sonrió, y luego le dio un apretado abrazo.

—Eso espero, —susurró en su hombro. Entonces ella se apartó. —Tengan


cuidado. Todos ustedes.

James asintió y desplegó el mapa. Una vez que todos posaron una mano sobre
él, leyó el encantamiento, y la luz cegadora los envolvió. Dio una última mirada
hacia atrás, a Eloise. Vio su amplia sonrisa, su pelo largo y oscuro volando hacia
atrás en el viento, los tranquilos ojos marrones. Entonces, se dio cuenta de que ella
tenía razón. Era donde ella estaba feliz (donde podía visitar ghouls, hablar con los
duendes, y vivir para siempre) a su manera. La luz se hizo más brillante, hasta que
su silueta desapareció de la vista.

Ruido sordo.

Sus pies tocaron el suelo de la Sala de los Menesteres.

—Vamos, puedo ver el Armario Evanescente desde aquí, —dijo Sirius.

Todos ellos encendieron sus varitas, y Sirius abrió el camino por el sendero,
con Remus y Peter cerca de él. James se quedó atrás, lanzando su luz hacia atrás
sobre la pintura detrás de ellos. Estaba vacía. Eloise se había ido.
—¿James?

—¡Vamos!

James corrió para ponerse a la par, casi tropezando con un hacha manchada de
sangre.

—¿De todos modos, qué es un Armario Evanescente? —preguntó, estudiando


su contorno cuadrado por delante. Parecía que había una especie de pálida luz
violeta débilmente brillando detrás de las pilas de escombros, y hacía que el
Armario Evanescente se destacara como un pico de montaña.

—Mi papá solía tener uno, —respondió Sirius. —Si alguien malo llama a la
puerta, saltas en él y WHOOSH… te vas de viaje a un lugar más seguro.

—Suena muy bien, —dijo Remus.

—¿Por qué se deshizo de él? —preguntó James.

—Decidió que no era seguro guardarlo en la casa después de que metí a mi


hermano en él, —dijo Sirius, e incluso en la luz baja, James podía verlo sonreír. —
Lo envió a Borneo.

Cuando se acercaron a la inmensa forma del Armario Evanescente, todos se


quedaron en silencio por temor a que podían despertar al Coleccionista.

—¡Ahí! —susurró Remus.

En la penumbra, encajado entre un viejo escritorio cubierto de negros hongos y


algún tipo de estructura que parecía hecha de huesos humanos, el borde de un
marco dorado era apenas visible. Todos ellos se detuvieron, con la mirada fija.
Sirius se inclinó al oído de James.

—¿Qué hacemos ahora?

—Tenemos que sacarlo sin despertarlo, —respondió James en voz baja. Dio
unos pasos hacia allá con la mano extendida.

—¡Espera! —siseó Remus. —Esto podría ayudar. ¡Muffliato!


James se quedó inmóvil, esperando que algo sucediera, pero hasta donde podía
decir, nada pasó.

—¿Qué hizo?

—Se supone que llena los oídos de alguien con un zumbido, por lo que no
pueden oírte.

—¿Funcionará incluso en una pintura? —preguntó Sirius.

—Sí, creo que sí, —dijo Remus. —¿Viste ese retrato de la bruja cuando Malfoy
nos envió el Hechizo de Inmovilización? Le cayó a ella.

—Muy bien, —dijo James, —Cállense los dos.

Tomó el marco y tiró, y el retrato comenzó a deslizarse entre el escritorio y la


estructura ósea. No había ningún sonido de ronquidos viniendo de él, pero
tampoco había saludo o queja. James se preguntó si los ocupantes de las pinturas
podrían morir, y luego se sintió culpable por la esperanza que tenía el
Coleccionista.

—¿Lo ves? —James le susurró a Sirius, que estaba de pie en ángulo recto para
ver el interior. Sirius entornó los ojos.

—No…

Esperaron, pero él no dio más detalles.

—¿Qué ves? —preguntó Remus irritado.

Sirius hizo una mueca.

—Está muy polvoriento, —dijo. —Es difícil ver algo en absoluto.

Sintiendo la seguridad suficiente como para dejar de lado la pintura inclinada


contra el escritorio, James se dio la vuelta para unirse a él. Sirius había estado
diciendo la verdad; la pintura estaba cubierta de una capa de polvo tan gruesa que
lo que estaba debajo se ocultaba a la vista.

—Bueno, —dijo James, sosteniendo el mapa. —¿Quién está dentro y quién está
fuera?
—Como si fuera a dejarte solo, —dijo Sirius. Puso su mano hacia abajo sobre el
hombro de James. —Estoy dentro.

—Estoy dentro también, —dijo Remus, colocando su mano sobre el otro


hombro de James.

Peter estaba quedándose atrás, presionado contra una estantería como si


esperara a que pudiera fortalecer su columna vertebral.

—No tienes que venir, Peter, —dijo James. —Sería bueno que alguien se
quedara afuera, en caso de que algo saliera mal.

Peter asintió, con el rostro resplandeciente de sudor. Pareció aliviado.

—De acuerdo, —dijo James, armándose de valor. —No hay vuelta atrás.
¡Ostioportum!

La luz blanca surgió de nuevo, batiendo hacia abajo y a través de las capas de
polvo. James contuvo el aliento cuando pasó a través de este, pero cuando salió por
el otro lado, aún tenía que escupirlo de su boca. Remus y Sirius también se
cubrieron con él, luciendo como gemelos con el pelo de color polvo.

—Eso tenía un mal sabor, —dijo Sirius, raspando un poco fuera de su lengua.

—Deberías haber mantenido tu boca cerrada, —dijo Remus con una sonrisa de
suficiencia. El polvo que cubría su rostro también ocultaba sus cicatrices, y por una
vez, se veía tan normal como el resto de ellos. —Aprendí eso de la manera difícil,
después de que TUS Bombas Apestosas explotaron.

—Miren, —dijo James, silenciándolos.

Se encontraban en una especie de enorme y oscura sala, sólo iluminada por


pequeñas velas ardiendo en los soportes de pared. El papel pintado de borgoña se
estaba pelando, y las brechas entre las tablas del suelo estaban abiertas. El aire
estaba húmedo y pesado, y olía a humedad con algo dulce y podrido.

—Ugh, aquí huele a Kreacher, —comentó Sirius en voz baja. James dobló el
mapa hacia arriba y lo guardó.

—Entonces aguanten la respiración, porque no vamos a volver.


Comenzaron a hacer su camino por el pasillo, evitando cuidadosamente los
agujeros en el suelo. Esta pintura no se parecía a ninguna de las que habían estado
esa misma tarde. Por un lado, aparte del tramo de la oscura ventana que parecía
regresar a la Sala de los Menesteres, no había salidas. Por otro, lucía mucho más
profunda que cualquiera de las otras pinturas que habían explorado… y luego,
algo más extraño notó James.

—¿Dónde está él?

No había ninguna señal de algún ocupante en el pasillo.

—Tal vez salió, —dijo Sirius alegremente.

—No puede, —dijo James, ahora comenzando a sentir que algo no estaba bien,
sin duda. —Él no está conectado a ningunas otras pinturas. No puede simplemente
salir como el resto de ellas. ¿Y dónde está todo lo que coleccionó?

—Tal vez le hicieron regresar todo antes de que lo retiraran de la pared, —


sugirió Remus. —¡ESTÉN ATENTOS!

Sirius debió haber estado ocupado mirando a su alrededor en busca de pistas,


porque no vio el siguiente espacio en las tablas del suelo. Se dirigió directo al
borde antes de que James o Remus pudieran detenerlo.

—¡AHHHH!

El sonido se interrumpió bruscamente cuando la oscuridad se lo tragó entero.

—¡Sirius!

James corrió hasta el borde del agujero, pero no pudo distinguir nada en la
oscuridad. Su boca se puso muy seca.

—Sirius, ¿estás bien?

Sirius respondió, pero sonaba muy lejos.

—¡Sí!

—¿¡No estás muerto!? —Remus llamó hacia abajo.

—¡Aterricé sobre algo blando! ¡Creo que es una red! ¡Bajen!


Remus negó con la cabeza, sonriendo.

—¿Cuántas veces va a estar tan cerca de matarse hoy?

—Con suerte eso será todo por esta noche, —dijo James, enderezándose. —
Bueno, después de ti.

La cara de Remus todavía estaba cubierta por la espesa capa de polvo, pero
James podía ver por su expresión, que la piel debajo de ella estaba probablemente
tan blanca.

—O podríamos ir juntos, —James corrigió. —A la cuenta de tres.

—Uno, —dijo Remus.

—Dos, —dijo James.

—¡TRES! —dijeron juntos.

Lanzándose en el aire, se entregaron a la oscuridad de lo que había debajo de


las tablas del suelo de la sala. El aire aulló en sus oídos, y ambos gritaron, pero
mientras Remus gritaba de miedo, James transformó su grito en alegría.

La parte baja de James aterrizó acunada en algo suave. No era tan sólida como
esperaba que se sintiera una red… tomaba la forma mucho más fácilmente. Esta se
resistió debajo de él cuando el cuerpo de Remus cayó un par de pies de distancia.

—¿Estás bien? —preguntó James, encendiendo su varita.

Remus estaba tumbado de espaldas, con los ojos muy abiertos y vidriosos.
Todo lo que pudo hacer fue mover la cabeza en asentimiento.

—Sirius, eso fue ¡INCREÍBLE! —James estalló, girando alrededor para


buscarlo. —¡Quiero hacerlo otra vez!

Se detuvo, esperando algún tipo de entusiasta acuerdo de Sirius. Cuando no


llegó, levantó más alto la varita sobre su cabeza.

—¿Sirius?

—¡Por aquí! —dijo una voz a su izquierda.


James lanzó la luz en esa dirección, y esta se derramó a través de Sirius, quien
estaba extendido en la red. Parecía presa del pánico.

—¿Qué es? ¿Qué ocurre?

—No me puedo sentar, —gruñó Sirius. Intentó tirar de sus brazos libres. —
¡Estoy atascado!

—Quédate ahí, voy a ayudarte, —dijo James, pero cuando trató de levantarse,
se encontró con que su parte inferior estaba adherida a la red, y la otra mano
también. —Remus, ¿te puedes mover?

Remus negó con la cabeza.

—Creo que estamos en problemas, —dijo Sirius.

—No te preocupes, —dijo James, tratando de sonar alegre. —Peter nos está
esperando. Él sabrá qué hacer si no volvemos.

—Bueno, cuando lo pones de esa manera... estamos perdidos, —dijo Sirius con
tristeza.

Remus murmuró algo, pero sonaba como si se estuviera ahogando con su


lengua.

—Noa-neh…

James puso su varita entre sus dientes para poder liberar su otra mano.
Mientras se inclinaba hacia delante, la luz se derramó más allá de sus pies, y cayó
sobre un gran bulto enredado muy cerca de la red. Había algo que brillaba en el
interior.

—¡Bieen! —dijo, señalando. —¿Qué es eso?

Sirius levantó la cabeza para poder ver a lo largo de su cuerpo.

—No puedo decirlo, ¿puedes acercarte más?

James hizo palanca con su parte inferior y el brazo libre, y torpemente se


arrastró hacia el bulto. Con un poco de esfuerzo, logró agarrar lo que estaba oculto
entre las pegajosas hebras. Por un segundo se atrevió a pensar que se trataba de la
tercera pieza del Báculo de los Tiempos, pero para su decepción, no lo fue.

—Creo que es una especie de corona o diadema, —dijo, sosteniéndola cerca de


su cara para examinarla. —Hay una gran joya azul situada en la parte del frente.
Raro, no parece que perteneciera a una pintura. No tiene ninguna pincelada. Mira,
Remus.

James se dio la vuelta y levantó la diadema para que él la viera, pero todo lo
que Remus pudo responder fue la misma frase ilegible que pronunció antes.

—Noa-neh…

—¿Qué está sucediendo contigo? —Sirius le preguntó con impaciencia.

—Noa-net… nota net… —Remus dijo con voz ahogada, con sus ojos sin dejar
de mirar directamente hacia arriba.

James se congeló.

—¿Qué?

—¡NO ES UNA RED! —Remus gritó de repente. Él comenzó a empujar. —¡ES


UNA TELARAÑA!

James siguió su mirada hacia arriba, y vio algo que hizo que su nudo en el
estómago se volviera un nudo duro. Una gran forma de muchas patas estaba
descendiendo desde arriba, recortada por la tenue luz que escapaba a través de las
brechas de las tablas del suelo.

—¡Dejen de moverse! Y ¡cállense! —James dijo entre dientes, extinguiendo


rápidamente su luz. —Tal vez no va a saber que estamos aquí si nos quedamos
quietos.

Él sabía en su corazón que ya era demasiado tarde…- que ya los habían visto.
Esperó en la oscuridad, horrorizado porque la criatura pudiera oír el frenético
latido de su corazón. Todo estaba en silencio, pero entonces, un extraño sonido le
llegó… una suave y divertida risa. La voz de un joven.

—¿Qué tenemos aquí?


La voz no sonaba a nada parecido a lo que James imaginaba que debía sonar la
voz de una araña. Era suave, y sonaba muy educada.

—Es grosero ya saben, —continuó la voz. —Entrar en mi casa, y ni siquiera


presentarse.

La voz sonaba tan fuerte y tan cerca ahora, que James finalmente perdió su
autocontrol.

—¡Lumos!

La luz de su varita floreció en la oscuridad. Para su sorpresa, en lugar de


revelar una enorme araña negra, lo que iluminaba era la cara de un hombre joven
de aspecto distinguido. Parecía estar en su adolescencia, con un cabello oscuro
hasta los hombros que fluía libremente. Llevaba un traje negro largo que estaba
ceñido en el medio, destacando su cuerpo alto y delgado, y sus ojos negros ardían
como brasas en la luz de la varita.

—Ah, ahí están, eso está mejor, —dijo, alzando la comisura de su boca. —¿Qué
están haciendo con eso, si se puede saber?

Estaba mirando la diadema en manos de James con ojos codiciosos.

—Nosotros... simplemente estamos admirando su colección... —dijo James,


dándole la vuelta.

—Tienen buen gusto, —dijo el hombre, que ahora caminaba en un amplio


círculo alrededor de ellos. No parecía tener ninguna dificultad para caminar en la
telaraña con sus pies descalzos. —Sucede que ese fue el único elemento en mi
colección que yo no tuve que coleccionar por mí mismo. Se me fue dado
libremente, hace unos quince años, creo. Era un hombre encantador, se parecía
mucho a mí, aunque no del todo. Tal vez fueron los ojos que eran diferentes... los
suyos eran un poco como de serpiente, mientras que los míos... bueno, los míos
tienden a ser un poco más... como de araña.

Sus ojos brillaban en la oscuridad como para enfatizar su punto.

—Así que, ¿cuánto tiempo ha estado coleccionando? —preguntó James, con la


esperanza de mantenerlo hablando de su colección para distraerlo.
—Un largo tiempo, —dijo el hombre con melancolía. Dibujó una hermosa
sonrisa. —Tomé mi primera pieza hace casi mil años. Me dijeron que era sólo un
trozo inútil de roca de color negro brillante, pero yo sabía que era algo mejor. Sentí
el poder en ella.

James notó que sus ojos delataban el más mínimo atisbo de movimiento a la
derecha. Junto a él, oyó una pequeña toma de aliento proveniente de Remus.

—¿Cuántos de ustedes hay? —preguntó el hombre, con una mirada


hambrienta en sus ojos negros. —¿Solo ustedes tres? ¿Quién más sabe que han
llegado aquí? ¿Cómo llegaron a mi retrato por sí solos?

—Oh montones de personas saben que estamos aquí, —dijo James tan
convincente como pudo. —Somos una nueva pintura, del sexto piso. Les dijimos a
todos que estábamos planeando venir aquí, y... ver cómo lo está haciendo...

—Dime, ¿ese Albus Dumbledore sigue enseñando aquí? —preguntó el


Coleccionista, escupiendo el nombre como si su sabor supiera horrible en la
lengua.

—S… sí, —balbuceó James.

—¡Fue una pobre excusa por un profesor de Transformaciones que fui


desterrado de la Galería de Hogwarts! —gruñó el Coleccionista, su hermoso rostro
retorciéndose en feas formas. —¡Él pensó que yo estaba arruinándola! Si me
preguntan, él solo estaba enfadado porque tomé un medallón de la chica en el
retrato en la pared de su oficina. Ariana, creo que era su nombre...

—Él es el director ahora, —dijo James, sorprendido de que nunca se había


preguntado antes qué materia impartía Dumbledore.

—¿Director? —preguntó el Coleccionista con incredulidad. —¿Ese tonto


imbécil?

—Sí, —dijo James, reuniendo valor. —Estamos aquí porque nos pidió venir. Se
reunirá con nosotros en nuestro retrato tan pronto regresemos.

—¿Ah sí? —dijo el Coleccionista divertidamente. —Y ¿qué es a lo que los ha


enviado aquí para buscar? ¿Esto, tal vez?
Metió la mano en un pliegue de su túnica, y sacó una cadena de plata sobre la
que colgaba un medallón ovalado.

—Dime, —dijo, haciendo balancear el medallón en amplios círculos alrededor


de uno de sus dedos largos y delgados. —¿Por qué el célebre Dumbledore, el más
grande maestro de Transformaciones conocido en el mundo moderno, enviaría a
tres chicos en su lugar para hacer su trabajo?

James sintió las gotas de sudor formándose en su frente.

—Él… bueno, este, él…

—Tengo una teoría, —dijo el Coleccionista, sonriendo una vez más. De repente
dejó de girar el medallón, y lo cogió en su mano. —Mi teoría es que estás
mintiendo.

Se acercó, y James trató de retroceder, pero sus pies estaban pegados a la


telaraña.

—Mi teoría es que nadie sabe que están aquí. Nadie va a echarlos de menos. Y
nadie... sabrá ni le importará a dónde se han ido...

Sirius finalmente habló, con su voz cortante de miedo.

—¿Nos vas a comer?

El Coleccionista se rió entonces, ruidosamente, como si no hubiera oído una


buena broma en muchos años (que, en su exilio, probablemente no pasaba).

—¿Comerlos? ¿Por quién me tomas? No. En mi aislamiento, como se pueden


imaginar, no he tenido la oportunidad de recoger mucho de nada… excepto polvo,
y por supuesto esa diadema que está en tus manos, pero que fue dada libremente,
por lo que no cuenta... pero entonces los tres aparecen. Pasean por aquí, en mi
telaraña, y no sólo uno, ¡sino tres! ¡Un conjunto completo!

El codicioso brillo medio loco estaba de nuevo en los ojos del Coleccionista.
Ahora estaba mirándolos como si fueran un conjunto de joyas preciadas.

—No, no voy a comerlos... —dijo el Coleccionista, su sonrisa se había ido y las


puntas de sus dedos se retorcían. —Voy a coleccionarlos. Y ustedes nunca…
Sus brazos y piernas empezaron a alargarse.

—Jamás…

Se volvieron oscuras y gruesas, con pelo negro surgiendo a lo largo de su


espalda y por su rostro.

—Van a escapar. —dijo con voz áspera.

Ante los ojos de James, lo que quedaba del cuerpo del Coleccionista se
estremecía y arrugaba hacia adentro, hasta que al final, ante él se encontraba el
cuerpo de la monstruosa araña.

—¡James! —gritó Sirius. —¡Mi bolsillo!

James se alejó de la araña en desarrollo andando a tientas en la oscuridad hacia


Sirius.

—¿Qué?

—¡Mi bolsillo! —repitió Sirius, tratando de sacar su cadera.

James empujó la diadema en las profundidades de su capa y buscó en el


bolsillo de Sirius. Sacando su mano hacia atrás nuevamente, se encontró con cuatro
Bombas Apestosas descansando en su palma.

—¿¡Cuántas compraste!?

—¡Las suficientes para hacer que Severus apestara hasta la próxima Navidad!
¡Ahora úsalas para sacarnos de esto!

La araña ahora casi estaba arrastrándose por encima de James. Él se dio la


vuelta, se agachó para evitar las pinzas que iban a su cuello, y puso las Bombas
Apestosas en los ojos de ésta. Un horrible grito resonó en la caverna.

—¡La pieza del cetro está en esa esquina! —gritó Remus, aparentemente
recuperado de su conmoción. Señaló con la cabeza hacia la derecha. —¡En algún
lugar por ahí!

James trató de empezar a correr, pero casi se cayó en su rostro cuando sus pies
se pegaron a la telaraña.
—¡Utiliza el Hechizo Sliggado! —Sirius le ladró.

Sintiéndose estúpido, James sacó su varita.

—¡Sliggado! —gritó, y ante él, un camino de seda gris apareció. Sentía la


tensión de la misma por debajo de sus zapatillas, y estaba a punto de correr, pero
luego recordó girarse y lanzar el hechizo de nuevo en Sirius y Remus.

—¡Sliggado! ¡Sliggado!

La araña chilló estridentemente cuando dos de ellos se pusieron de pie. James


se movió a la derecha, mientras que detrás de él Sirius y Remus lanzaron sobre el
Coleccionista todos los hechizos que sabían. James se sentía tan mal al no
quedarse, para ayudarlos, pero sabía que era él el que debía encontrar la pieza del
cetro. Mientras corría, destellos de sus hechizos iluminaron las paredes de la
caverna, y en ellas se podían ver sus sombras, luciendo tan pequeñas y vulnerables
al lado de la forma descomunal de la araña...

—Vamos… Vamos…

James siguió hacia adelante, de vez en cuando tuvo que saltar sobre un tesoro
enredado en los pliegues de la seda en el camino que estaba siguiendo. Estaba
lanzando el Hechizo Sliggado por quinta vez cuando la voz de Sirius le llegó desde
muy lejos.

—¡James! ¡Cuidado! ¡Va por ti!

Disminuyendo la velocidad, James buscó en la tenue luz algo para defenderse.


No muy lejos de allí, solo pudo distinguir la punta de una espada oxidada que
sobresalía de una protuberancia en la seda. Precipitándose allí, tiró de ella hasta
que quedó libre. Se sentía muy pesada en sus brazos.

—¡James!

James se puso de cuclillas, esperando. Todo lo que venía hacia él sin duda, veía
mejor que él, y quería estar preparado para eso cuando llegara. Pronto, la suave y
amable risa llegó a sus oídos otra vez.

—Oh, James, —el Coleccionista suspiró. —Oh, no tengo más remedio que darte
las gracias a ti y a tus amigos. No me he divertido tanto desde que tomé ese
medallón por mí mismo. No fue un gran desafío, en realidad, el acto en sí. La chica
no dio batalla en absoluto. Nunca dice una palabra a nadie, pero por otra parte, su
retrato estaba siempre escondido en la oficina de Dumbledore... No, el verdadero
deporte de ello fue la reacción que recibí de él. No había nada que pudiera hacer
para recuperarlo, ya vez. Él era el que estaba atrapado, incapaz de obligarme a
devolverlo. Creo que algo le debió haber pasado a la versión real de la niña en su
mundo. Algo terrible. Espero que fuera terrible...

—¿Por qué él no pudo hacer que lo devolvieras? —preguntó James, incapaz de


comprender por qué Dumbledore no vino él mismo a la pintura y lo recuperó.

—¿Cómo diablos lo haría? La gente sin pintar, viviendo sus horribles y


pequeñas vidas por ahí, no pueden entrar en nuestro mundo, tanto como les
gustaría.

James inhaló profundamente. No había sabido que fueron los primeros magos
en encontrar un camino hacia la galería de Hogwarts. Cualquier magia que usaron
Thackery Petrie y Helga Hufflepuff en el mapa, fue muy poderosa.

—Así que Dumbledore se rió de último, ¿verdad? —dijo James, cambiando su


peso para levantar la pesada y alta espada. —Usted consiguió el destierro, ¡por lo
que nunca pudo robar todo lo que no era suyo de nuevo!

El Coleccionista se rió secamente, e incluso, a través de la oscuridad, James


pudo ver el destello ansioso reflejado en los ojos mientras miraba a James desde
donde estaba de cuclillas, listo para saltar.

—Sí... o eso pensó él...

James supo lo que iba a pasar una fracción de segundo antes de que ocurriera.
El Coleccionista explotó de nuevo en su forma de araña, pero James fue más
rápido… utilizó la espada oxidada para abrir un agujero a través de la seda bajo
sus pies. Se deslizó a través de éste, aterrizando con fuerza en el suelo a unos pocos
pies de distancia.

La araña gritó de rabia. Trató de comprimir su enorme cuerpo a través del


agujero después de él, pero era demasiado grande. James se puso de pie y
comenzó a correr de nuevo en dirección a la pieza del cetro, manteniéndose
inclinado para evitar que su pelo quedara atrapado en la telaraña que aún no se
había convertido en seda.

Los chillidos de la araña se convirtieron entonces en gritos enfurecidos de un


hombre joven, y James oyó un ruido sordo en el suelo detrás de él. El Coleccionista
debió haberse vuelto humano nuevamente para pasar a través del agujero. James
encendió su varita para ver mientras atravesaba el terreno desigual, porque era
evidente que la oscuridad no estaba haciendo nada para ayudarlo a ocultarse.

La luz se derramó a través de la grava del suelo cubierto de tierra mientras


corría, y la luz flotante arrojó sombras de vértigo en todas partes. El sonido de
muchas piernas en persecución se hizo más y más fuerte, y James corría más
rápido, pero luego una enorme pila de tesoros coleccionados apareció a la vista,
bloqueando el camino hacia adelante…

—¡Sliggado!

James convirtió la telaraña del techo por encima de él en seda gris. La abrió de
un tajo, teniendo cuidado de mantener el agujero lo más pequeño posible, y subió
por el lado de la pila, pisando lo que parecía el manillar de un modelo de bicicleta
vieja, mientras subía a través de ella. Mirando a su alrededor rápidamente, se dio
cuenta de por qué el camino estaba bloqueado… había llegado a la esquina de la
habitación. Había miles de objetos, apilados en montones desordenados casi
exactamente como los que estaban afuera del retrato en la Sala de los Menesteres.

Fue entonces que la comprensión finalmente golpeó a James. Ellos nunca serían
capaces de encontrar la pieza del cetro por su propia cuenta. Era el primer premio
del Coleccionista, y probablemente fue enterrado en el fondo de uno de los
enormes montones. Tendrían que salir con las manos vacías. Además de eso, sería
mucho más difícil regresar una segunda vez, con el Coleccionista preparado para
ellos. En el fondo, James sabía la verdad. Ellos no tenían una segunda oportunidad.
Dos piezas del cetro serían todo lo que alguna vez encontrarían.

—RRRAAAAARGHHHHH!!!

El Coleccionista desgarró la seda en su forma humana, pero él era más viejo


que James, y más grande. Estaba atrapado, luchando por pasar sus anchos
hombros a través del delgado agujero cortado por la oxidada espada.
Era hora de irse. James lo sabía. Puso la mano sobre el mapa escondido en sus
ropas. Lo llevaría de vuelta, no importaba dónde se encontraba dentro de la
pintura, pero no podía irse solo. ¿Dónde estaban los demás?...

Eso no es del todo cierto, siseó una voz de hombre.

James dejó caer la oxidada espada por la sorpresa. Al principio pensó que era el
Coleccionista hablando, pero luego se dio cuenta que tenía la misma resonancia
que cuando la señora Norris habló con él en la cabeza. Tocó ligeramente el amuleto
alrededor de su cuello. ¿Podía haber un gato cerca?

—¿Qué quieres decir con que no es cierto? —susurró James, sin querer que el
Coleccionista escuchara. La voz volvió.

El mapa tiene el poder para ayudarte a salir de aquí, con o sin ellos. Seamos honestos
aquí James, sabes que no los necesitas. ¿De qué sirven los amigos cuando ellos son una
carga tan pesada?

¿Dejar atrás a Sirius y Remus? James miró en su dirección, pero estaban


demasiado lejos para verlo. ¿Qué le iba decir a Peter cuando apareciera solo? La
voz respondió de nuevo, y el silbido se profundizó en un tono diferente… era más
rica y más seductora.

Podrías decirle la verdad. Que se quedaron atrás. Que ellos no fueron tan fuertes, tan
rápidos o tan inteligentes como tú...

—No… —dijo James, retrocediendo como si pensara que la voz podría estar
llegando del Coleccionista después de todo. Éste todavía estaba luchando para
liberarse, con sus dientes afilados al descubierto, y sus oscuros ojos hinchándose.

Hazlo James. Sólo di la palabra mágica...

—¡No! —James repitió, pero incluso mientras lo dijo, se dio cuenta que estaba
sacando el mapa de su bolsillo.

¡Hazlo! ordenó la voz. La voz de Sirius lo alcanzó de nuevo a través del cuarto,
sonando muy lejos...

—¡James! James ¿¡estás bien!?


Ellos nunca llegarán a tiempo, dijo la voz. Si esperas más, la araña los envolverá a los
tres juntos, y los mantendrá aquí para siempre, junto a sus objetos más preciados...

James se quedó sin aliento. Junto a los objetos más preciados del Coleccionista.
Eso fue todo.

—¡Tú ganas! ¡Lo haré!

La voz en su cabeza se echó a reír, alta y cruel.

Sabía que tomarías la decisión correcta. Realmente estás destinado a la grandeza,


James...

James sonrió.

—No estoy hablando contigo... —dijo en voz baja a la voz. Entonces con más
fuerza, gritó, —¡Nos quedaremos! Somos todos tuyos.

El Coleccionista finalmente se liberó de la seda en forma de araña, pero se echó


atrás en su cuerpo humano cuando escuchó las palabras de James.

—¿Ustedes qué?

—Tú ganas, —dijo James, justo cuando Sirius y Remus lo alcanzaron. El pelo
de Remus estaba enredado con telarañas, y la mejilla de Sirius se estaba tornando
púrpura.

—¿¡Qué!? —Sirius exigió.

—Nos puedes tener, —dijo James.

—¡No! —exclamó Remus.

El Coleccionista sonrió, con sus dientes aún puntiagudos.

—¿Yo gano? ¡Yo gano! Oh, sí, ¡yo gano!

Se precipitó hacia adelante, con sus negros ojos redondos y brillantes


rodeándolos como si admirara su premio. Sirius y Remus se apretaron contra
James a uno y otro lado para mantener una distancia segura.
—¡El juego más emocionante hasta ahora! —siseó entre dientes. —Oh, tenemos
que hacer esto de nuevo. Debemos, ¡debemos hacerlo! Tal vez voy a fingir que los
dejo ir una vez cada pocas décadas, ¡sólo para jugar de nuevo! Ahora dónde los
pongo... ¡Dónde los pongo!

Con otra risa alegre, se transformó de nuevo en su forma de araña y comenzó a


unirlos alrededor de la cintura con un grueso y viscoso filamento de telaraña.
Cuando estuvo satisfecho con su trabajo, los trasladó pesadamente sobre su
espalda con sus piernas largas y peludas.

—¿Qué haces, James? —susurró Sirius.

—Sólo confía en mí, —murmuró James en respuesta.

—¿A dónde nos lleva? —preguntó Remus, pero James no respondió por temor
a que el Coleccionista pudiera estar escuchando.

Marcharon silenciosamente en la oscuridad durante mucho tiempo. A


continuación, debieron haber alcanzado algún tipo de colina empinada, porque de
repente sus cabezas cayeron y ellos estuvieron casi boca abajo en la parte posterior
de la araña.

—¡Miren! —susurró Remus.

Estando al revés, James siguió su mirada. Estaban descendiendo por una colina
de cacharros, y había un claro en la parte inferior. Justo en el medio del claro,
descansando en un terreno abierto de suciedad, estaba la pieza del cetro de
obsidiana negra.

— James mira, es…

James le pellizcó el brazo por debajo de la telaraña a modo de advertencia, y


éste se detuvo en seco.

—Un lugar de honor, —el Coleccionista dijo con ternura, casi cariñosamente,
mientras cambiaba de nuevo a hombre y los dejaba caer pesadamente al suelo. —
Un lugar de honor entre mis adquisiciones más preciadas.
James levantó la cabeza. Era difícil ver, pero el Coleccionista ahora parecía
estar revoloteando alrededor del claro. Febrilmente iba de un artículo a otro, como
comprobando para ver que todo estaba en su lugar y en orden.

—Debo decidir dónde ponerlos, —dijo sin aliento. —Con las joyas... no, no...
Tal vez los cuelgo del techo...

—¿Y ahora qué? —preguntó Sirius por la comisura de la boca.

—Sólo tenemos que distraerlo de alguna manera, el tiempo suficiente para que
consigamos la pieza del cetro, —respondió James, observando los movimientos
frenéticos y metódicos del Coleccionista.

—¡Ya lo tengo! —siseó Remus. —Prepárense... yyy...

BWAAAAP. BWAP BWAP BWAP.

El sonido se propagó por el claro. Era una especie de siniestro y explosivo


ruido de bocina. El Coleccionista se puso rígido.

—¿Qué es eso?... ¿¡Qué ES eso!?

Al principio James quedó confundido, pero luego notó que la punta de la


varita de Remus sobresalía de entre las hebras pegajosas de la telaraña que los
unía. Estaba dirigida hacia arriba. James siguió su dirección, y, finalmente, vio a su
objetivo. Posada en la parte más alta de una de las pilas colocadas precariamente,
había una muy antigua y aporreada trompeta. Esta dio otro chillido fuerte, luego
un gemido, y luego estalló en una muy jovial, pero desafinada interpretación de
Jingle Bells. Remus sonrió.

—Suena mejor que la de Encantamientos, ¿no es así?

El Coleccionista debió haber visto la fuente del ruido también, porque ahora
estaba a mitad de la pila en su forma de araña para inspeccionarla.

—¡Ahora!

James realizó el Hechizo Sliggado, una vez más, y se liberaron de los suaves
pliegues de seda. El Coleccionista se dio la vuelta.

—¡Ve por la pieza del cetro y sácanos de aquí! —Sirius le ordenó a James.
James echó un vistazo a la pieza del cetro a pocos pies de distancia. El
Coleccionista debió haber reunido lo que estaba a punto de hacer, porque soltó un
horrible y desgarrador grito acusador.

—¡Wingardium leviosa!

Sirius hizo levitar un sillón en dirección a la araña ganando tiempo. James


corrió y se lanzó hacia la pieza del cetro, pero al momento en que sus dedos
tocaron la superficie oscura y suave, la misteriosa e incorpórea voz estuvo de
vuelta.

Es tuya ahora... ronroneó. Usa el mapa. Abandona este lugar. La gloria puede ser
tuya, y sólo tuya.

James levantó la vista y vio a Remus y Sirius luchando contra la embestida de


la araña. Ellos le estaban dando la espalda.

Eso es... solo puede haber un maestro y comandante del tiempo.

Un terrible pensamiento cruzó la mente de James. ¿Qué pasa si la voz no venía


fuera de él... sino de adentro? ¿Y si fueran sus propios pensamientos? ¿Realmente
estaba considerando la posibilidad de dejar a sus amigos atrás?

Horrorizado, James miró a su derecha. Su propio reflejo le devolvía la mirada


desde un espejo roto que sobresalía de la pila. El corte lo distorsionada, dándole un
aspecto como si su cara se dividiera en dos mitades igualmente pálidas que no se
alineaban.

Déjalos. DÉJALOS.

El mapa estaba en la mano de James. No recordaba cuándo lo había sacado.

—Ostio… —comenzó, y la luz empezó a crecer alrededor de sus pies. Sirius y


Remus se giraron.

—James, ¡¿qué estás haciendo?! —exclamó Sirius, con su voz herida por la
traición.

Todo el peso de lo que James estaba a punto de hacer de repente se le vino


abajo. Se sentía más enfermo consigo mismo de lo que jamás recordaba haberse
sentido antes, y tambaleándose, el mapa se le escapó de los dedos. Al verlo, el
Coleccionista volvió a su forma humana, con sus ojos muy abiertos y voraces. Se
lanzó hacia adelante para arrebatarlo para sí.

—¡No!

Sirius atacó al Coleccionista, haciéndole perder el pie. El Coleccionista


contraatacó convirtiéndose de nuevo en una araña, provocando un fuerte grito de
dolor a Sirius cuando fue atrapado debajo del enorme cuerpo. Remus se precipitó
hacia adelante para ayudar, pero fue golpeado a un lado por una de las patas
peludas. James vio que todo esto sucedía, pero por alguna razón que no podía
entender, solo se quedó estúpidamente fijo en su lugar, con el mapa tendido en el
suelo a sus pies. ¿Qué le estaba pasando?

Fue entonces cuando empezó el rugido. Llegó tan de repente, y sonaba tan
diferente a una araña, que sacudió a James de su estupor. Volviendo en sí mismo,
vio cómo algo enorme caía del techo y aterrizaba cerca, enredándose en la telaraña.
Parándose completamente erguida, sus muchas cabezas rugieron de nuevo, con
sus largos y afilados dientes brillando. James registró con la conmoción que se
trataba de la hidra.

Esta atacó primero al Coleccionista. Sirius todavía estaba atrapado debajo de


ellos cuando se enfrentaron en un lío de cuellos, cabezas y patas peludas. Remus
llegó en su ayuda, tirando de él para liberarlo, y luego, cojeando, lo ayudó a
regresar donde James. No había tiempo para explicaciones o disculpas. Remus
recogió el mapa del piso, y tomando a James por el codo, recitó el encantamiento.

—¡Ostioportum!

La luz destelló brillantemente, y James sintió que su cuerpo se sacudía en el


aire. Entonces, estuvieron volando hacia arriba a través de la oscuridad, a través de
la brecha en las tablas del suelo y por el pasillo mohoso. Pasando una vez más a
través de la pared de polvo, cayeron al suelo en el otro lado.

—¡Salieron! —anunció la voz de una chica. —¡Quítalo de la pared!

Aturdido, James miraba desde el suelo a una borrosa forma parada sobre una
caja, puesta en el enorme marco tirado hacia abajo de la pared del castillo.
—¿Peter?

Peter apareció en el centro, tambaleándose hacia atrás de una caja etiquetada


“PELIGRO - HUEVOS DE ACROMÁNTULA”. En sus brazos estaba el enorme
marco de la pintura del Coleccionista. Lo dejó caer pesadamente en un armario
cercano lleno de reducidas cabezas.

—¿Están todos bien? ¿Consiguieron la pieza del cetro?

Remus ayudó a Sirius a ponerse de pie.

—Creo que sí, —dijo Remus. Sirius se sacudió el polvo de sus ropas, sin decir
nada. Ninguno de los dos quería ver a James a los ojos.

—La conseguimos, —James dijo débilmente, levantando la pieza para que


Peter la viera.

—¿Qué pasó? —preguntó Sirius a Peter. —¿Cómo llegó la hidra allí?

—Oí que estaban en problemas, —Peter respondió. —por lo que regresé a la


pared y llamé a Eloise. Fue una suerte que no había ido demasiado lejos. No
sabíamos qué hacer, así que colgamos la pintura del Coleccionista nuevamente en
la pared y Eloise atrajo la hidra a ella. Pensamos que si todo lo demás fallaba, una
distracción podría ayudarles a escapar… y parece que funcionó.

—¿Están bien? —preguntó Eloise desde la pintura de la biblioteca.

—Sí, creo que vamos a estar bien, —dijo James, a pesar de que estaba
preocupado por las costillas de Sirius.

—Gracias, a los dos, —dijo Remus a Peter y a Eloise.

—Ustedes deben poner la pintura del Coleccionista de vuelta en donde lo


encontraron, —dijo Eloise, arrugando la nariz. —Voy a dormir mejor sabiendo que
está muy lejos de la pared. Hablando de que…

Eloise bostezó ampliamente.

—Es tarde, —dijo medio dormida. —Debería regresar a mi silla.


—Nos ocuparemos de eso, —prometió James. —Gracias por toda tu ayuda.
Nos veremos de nuevo muy pronto.

Eloise se despidió y desapareció por el lado del marco, dejándolos solos. Sin
decir una palabra, cada uno tomó una esquina del marco del Coleccionista y lo
llevaron de nuevo al Armario Evanescente. Deslizándolo hacia atrás entre el
mohoso escritorio y la estructura ósea, James pensaba que todavía podía oír los
sonidos agudos de los gritos y el profundo bramido emanando de su interior.
Retrocediendo, finalmente fue forzado a enfrentarse a las miradas acusadoras de
Sirius y Remus.

—¿Estás listo para decirnos qué pasó? —espetó Sirius. —Yo pensé que sabía
quién eras, y ahora me siento como si no te conociera en absoluto.

Peter, atrapado en el medio, parecía completamente desconcertado.

—No sé lo que me pasó, —James confesó. —De repente, era como si fuera otra
persona. Como si alguien pusiera los pensamientos en mi cabeza. Lo siento.

—¿Lo siento? ¿¡Lo siento!? —Sirius tronó. —¡Nos ibas a abandonar! ¡Ibas a
dejar que nos pudriéramos ahí abajo! ¡Confiamos en ti!

No había nada que James pudiera decir o hacer para contradecir, porque era
cierto. Era absolutamente cierto, y la vergüenza de eso se retorció en su interior
como una serpiente enroscada. Se retorcía dolorosamente, como si estuviera
abriendo un agujero en su costado...

—¡Ay!

Ya no era sólo la culpa. Era algo físico, abrasador, un objeto blanco y caliente,
crepitando y ampollando su piel. James luchó con sus ropas, y humeando, la cosa
cayó al suelo.

—¿Qué es eso? —preguntó Remus.

James se arrodilló para inspeccionarla.

—Es esa diadema que nos encontramos cuando llegamos por primera vez en el
retrato, —respondió. —No creo que alguna vez fuera parte de alguna pintura. Creo
que es de nuestro mundo. Creo que alguien debió haber encontrado la forma de
entrar en la Galería de Hogwarts y dársela a él.

Sirius se agachó junto a ella y la probó con cuidado con un dedo. Debió haberse
enfriado de nuevo, porque la recogió para inspeccionarla. La miró de cerca.

—Esto está más que a la medida… ¡AH!

La dejó caer como si hubiera sido mordido por una serpiente venenosa.

—¡Eso dijo mi nombre! —dijo con horror. —¡Dijo mi nombre en mi cabeza!


¡Sabía quién era yo!

—Esa cosa debe estar llena de magia negra, —dijo Remus. —Alguien debió
habérsela dado al Coleccionista para deshacerse de ella. Debemos destruirla.

La diadema siseó audiblemente al oír estas palabras, aturdiéndolos y


acallándolos. Entonces, Sirius le dio una patada con fuerza. Se deslizó por el
pasillo, deteniéndose finalmente al lado de una caja con el busto astillado de un feo
y viejo brujo encima de ella.

—Vamos a dejarla ahí, —dijo Sirius. —No voy acercarme a esa cosa otra vez.

Lanzó su brazo alrededor de los hombros de James a medida que comenzaron


a hacer su camino a las grandes puertas dobles al otro lado de la habitación.

—Lo siento, amigo. No fue tu culpa. Fue esa cosa de la diadema.

James asintió, pero no dijo lo que realmente estaba en su mente. Se sentía sucio,
manchado, como algo malo que hubiera manchado permanentemente una parte de
él. ¿Qué fue lo que lo tomó para convencerlo de abandonar a sus amigos? ¿Unas
pocas palabras seductoras? Ni siquiera supo dónde terminó la influencia de la
diadema, y donde comenzó la suya. ¿Quién era él? No estaba tan seguro, y su falta
de fortaleza y de valor, lo hacían sentirse pequeño.

Ajenos a sus pensamientos negativos, los otros charlaban con júbilo sobre el
hallazgo de la pieza del cetro de Hufflepuff. James dejó que Sirius la llevara, y sus
costillas no debían estar tan heridas, porque gritaba de alegría, agitando la pieza
sobre su cabeza, la de Remus y vitoreando a Peter. Cuando llegaron a las puertas
dobles, James tuvo que callarlos, recordándoles que todavía era de noche en el
castillo.

Uno a uno, se deslizaron de nuevo hacia el pasillo oscuro. James se coló de


último, pero fue detenido por el brazo extendido de Sirius a la cabeza del grupo.

—¡Alguien viene! —dijo entre dientes.

—¡Desmaius!

Un chorro de luz roja salió disparado por el pasillo y golpeó a Remus


directamente en el pecho. Todo su cuerpo se relajó y se dejó caer en los brazos de
James. Al igual que un hedor acre, la voz cansina de Lucius flotó hacia ellos desde
el final del pasillo.

—Tenía la sensación de que los encontraría merodeando alrededor de la


séptima planta. Gryffindors, Sangre Sucia y traidores tienden a ser los más
inclinados a romper las reglas del toque de queda. Es una suerte que un Slytherin
de primer año está familiarizado con la ubicación de su sala común. Salgan a la luz,
mugrientos mocosos...
Capítulo 16
El Tío Alphard

—¡Remus! –gritó James, sacudiendo el delgado e inmovilizado cuerpo de


Remus en un vano intento de despertarlo. Sirius se arrodilló al lado de ellos.

—Ha sido hechizado. No hay nada que podamos hacer, salvo la contra—
maldición.

Peter giró en la punta de los dedos de los pies.

—Chicos, ¿Qué hacemos ahora? —se lamentaba. Lucius estaba acechando


rápidamente por el pasillo, su varita iluminada mostrando una enfermiza sonrisa
triunfante. —¡Tenemos que dejarlo aquí!

— ¡No lo dejaremos aquí! —dijo James con rabia.

—Entonces, ¿Qué hacemos? —preguntó Peter, alzando la voz.

Sirius jadeó repentinamente.


—¡Kreacher! —dijo sin aliento.

CRACK.

Una encorvada e inclinada forma apareció en medio de ellos. James apenas


podía ver a Kreacher en la oscuridad, pero el leve olor a moho y leche añeja era
inconfundible. Sirius inmediatamente comenzó a emitir órdenes apresuradas.

—Kreacher llévanos a todos a casa... ¡Ahora! ¡Todos, toquen su mano!

Lucius vio lo que sucedía. Su acercamiento constante se volvió en pasos


apresurados, y luego corrió, pero fue demasiado tarde. Agarrando con fuerza a
Remus alrededor del pecho, los dedos de James hicieron contacto con los nudillos
arrugados de Kreacher, y se sintió arrancado del sitio, yendo hacia un vacío aún
más oscuro. Fueron a toda velocidad a través del espacio, batiendo el pelo por el
viento en un frenesí de pánico de piernas y gritos.

Cayeron sobre una superficie fría y dura. Durante un momento de horror,


James pensó que en realidad no habían ido a ninguna parte, y que sólo estaban
tendidos en el suelo de Hogwarts, pero después de unos segundos de entrecerrar
los ojos, comenzaron a aparecer nuevas formas. Justo por delante de él había una
larga mesa rectangular con sillas dispuestas alrededor de ella. Más allá, había una
alta chimenea con relucientes ollas de plata colgando de ella.

—No sabía que los elfos domésticos podían hacer eso.

— ¿Dónde estamos? —preguntó Peter atontado. Su rostro seguía presionado


hacia abajo contra el suelo.

— ¡Ssssh!—siseó Sirius. —Estamos en mi casa en Londres, pero si mis padres se


enteran que estamos aquí, ¡chico, me las van a dar!

James se sentó, aliviado al encontrar el cuerpo de Remus junto a él.

—Kreacher —dijo Sirius con firmeza. —No dirás a nadie que estamos aquí,
¿entendiste?

El elfo asintió de mala gana. Sirius estaba a punto de entregarle la pieza


Hufflepuff del cetro, pero luego vaciló.
—Tráeme las otras dos cosas que se parecen a esto, y ese libro que te di... ¡Y no
digas a nadie sobre eso tampoco!

Kreacher se escabulló y desapareció por una puerta en la esquina.

— ¿Por qué le pediste que te trajera las piezas? —preguntó Peter cuando él se
había ido.

—Estamos a punto de encontrar la cuarta. Debemos tener el resto de las piezas


con nosotros cuando lo hagamos —respondió Sirius. Dirigió la luz de su varita
sobre la cara aflojada y llena de cicatrices de Remus. —Llevemos a Remus a mi
habitación. ¡En silencio!

Los tres izaron el cuerpo de Remus en el aire y subieron las escaleras hasta el
primer piso. Por la luz que comenzaba a deslizarse a través de las ventanas, James
podía ver qué tan grande era la casa de Sirius. Exquisitos candelabros de plata en
espiral adornaba las paredes con dibujos plateados y verdes, y había una
exuberante alfombra verde esmeralda debajo de sus pies. Estatuas y bustos de
antepasados Black miraban hacia fuera de altos zócalos de las alcobas, y elaboradas
baratijas de aspecto delicado brillaban detrás de armarios con vidrios plateados.

Sirius los llevó más allá de una fila de retratos durmientes y hasta cuatro
tramos de escaleras, teniendo que detenerse sólo una vez para callarlos cuando
aullaron al chocar con una pared revestida de cabezas de elfos domésticos. Con
dolor y sin aliento, por fin llegaron a la planta superior, donde sólo había dos
puertas. En la puerta de la izquierda, James vio una pequeña, descuidada y
garabateada señal.

REGULUS ARCTURUS BLACK

NO SE PERMITE CHICAS

—Mi hermanito —susurró Sirius, poniendo los ojos en blanco. —Es un idiota.

En ese preciso momento, se abrió la puerta, y James se encontró mirando hacia


abajo a la versión pequeña y calcada de Sirius que recordaba desde el andén nueve
y tres cuartos. Sirius ocultó apresuradamente la pieza del cetro en la espalda.
—¿Quiénes son ustedes? —graznó, frotándose los ojos llorosos. Miró
torpemente de James a Peter, luego a Sirius, y finalmente hasta el cuerpo del
inmóvil Remus.

—Whoa, ¿Está muerto? —preguntó con impaciencia. — ¡Qué fue lo que le


hicieron!

Sirius trató de meterlo por la puerta. —Él no está muerto, pequeño grano.
¡Regresa a la cama!

— ¿Sabe Madre que estás aquí?

—No, y si le dices, te maldeciré tan mal que no distinguirás entre tu extremo


delantero y tu trasero.

—Buen intento —dijo Regulus, pasándose la mano por el cabello como Sirius
hacía tan a menudo. No funcionó de la misma para él como lo hacía para su
hermano. —Sé que no está permitido el uso de la magia fuera de la escuela. ¡Ahora
dime lo que has hecho! ¡Si me dejas entrar, no le diré a Madre!

— ¡No le dirás a Madre, y no vendrás con nosotros! —dijo Sirius con frialdad.

—Sirius —interrumpió James. —Tal vez deberíamos dejar que él...

— ¡Dije que no viene con nosotros! —repitió Sirius con enojo.

Regulus se cruzó de brazos con arrogancia, sus pequeños y brillantes ojos se


estrecharon hasta convertirse en rendijas.

—Bien —dijo. Abrió la boca y comenzó a bramar —M...

—¡Espera! —dijo James, poniendo su mano sobre la boca de Regulus. —Deja


que venga con nosotros. ¡No merece la pena ser descubiertos!

Sin decir nada más, Sirius abrió la puerta de su habitación y entró. James y los
otros se arrastraron detrás. Estaba muy desordenado al interior. Libros y revistas
estaban esparcidos por el suelo, perdidos entre montones de envolturas
desechadas, ropa sucia, y objetos rotos más allá de cualquier reconocimiento.
James sintió lástima por Sirius mientras observaba las cortinas verdes y grises, las
serpientes de plata enrolladas que formaban la lámpara, y la forma de S tallada en
la cabecera de caoba de la enorme cama. Iba a hacer comentarios al respecto, pero
Sirius habló en primer lugar, con el rostro lleno de rabia.

— ¡Sacó mis fotos!

Desde detrás del grupo, Regulus asintió, sonriendo con suficiencia.

—Tan pronto como te fuiste, le dijo a Kreacher que sacara todas esas estúpidas
imágenes muggles de Maltocicletas.

—Motocicletas, idiota —dijo Sirius, recogiendo todos los pedazos restantes de


cinta adhesiva. —Tengo que aprender a hacer un hechizo de Pegamento
Permanente...

James y Peter colocaron cuidadosamente a Remus sobre la cama de colcha


verde de Sirius mientras él dirigió su varita a los diversos muebles verdes
alrededor de la habitación.

— ¡Colorocambium!¡Colorocambium!¡Colorocambium!

Pronto las cortinas y los cubrecama eran todos de color rojo y oro.

—Eso le complacerá —sonrió Sirius, dando un paso atrás para admirar su obra.
Regulus emitió un resoplido de disgusto.

—Le diré a Madre que estás haciendo magia fuera de la escuela.

—Le diré a Kreacher que te encierre en el armario de pociones —respondió


Sirius sin darle solo un vistazo.

—Como desee el Amo Sirius —graznó con voz ronca. James no había oído al
elfo doméstico entrar. Con sonrisa satisfecha, Sirius arrancó las piezas del cetro y el
libro de él y los metió en la funda de la almohada sucia que encontró en el suelo.

—Que sea en el más grande del oscuro sótano —instruyó —el que tiene los
barriles de estiércol de dragón.

Los ojos de Regulus crecieron grandes y redondos.

— ¡No! ¡No puedes decirle que haga eso!


—Soy mayor que tú —dijo Sirius gratamente. —Él toma mis órdenes por sobre
las tuyas.

—Espera —interrumpió James, salvando a Regulus. — ¿Por qué no le pedimos


a Kreacher que nos lleve a otro lado? ¿No hay otra persona que se te ocurra que
pueda ayudar a Remus?

Sirius hizo una pausa para considerarlo.

—Tal vez... si... ¡sí! ¡Lo tengo! —se volvió hacia Kreacher. — ¡Llévanos a los
cuatro a la casa del Tío Alphard!

— ¡Y a mí también! —dijo Regulus, señalándose a sí mismo.

—No vas —dijo Sirius rotundamente, marcándole el camino fuera de la


habitación.

—Está bien, entonces le diré a M...

—Si nos acusas, le diré a Madre lo que tienes en el cajón de los calcetines.

Regulus parecía horrorizado.

— ¿Cómo te enteraste de los dientes del banshee?

—No lo hice. Sólo adiviné porque sonaba como algo que podías hacer —dijo
Sirius, sonriendo triunfalmente. —Vete afuera ahora.

Luciendo derrotado, Regulus se retiró de la sala. Sirius sonrió ampliamente.

—Bien, ahora que eso está fuera del camino, ¿Todos listos para irse?

Asegurándose de incluir a Remus, los tres permitieron que Kreacher los llevara
al vacío de nuevo, reapareciendo en una pequeña calle de adoquines, bañada por
el sol de la mañana. Casi tan pronto como llegaron, Kreacher dio a Sirius una
pequeña y despectiva inclinación y desapareció con un CRACK.

Había un edificio de ladrillo señorial a su derecha. Sus escalones de entrada


estaban flanqueados por topiarias recortadas en forma de Grifos, cuyas bocas
abiertas bostezaban generosamente como si estuvieran cortésmente aburridos. La
puerta era negro pizarra, con una aldaba de plata con forma de la cabeza de un
galgo. A poca distancia, James se sorprendió de ver un entorno familiar. Sólo para
estar seguro, le preguntó a Sirius.

—Eh, Sirius, ¿A dónde nos trajiste?

— ¡Bienvenidos a París! —anunció Sirius, abriendo los brazos. —Esta es la casa


de mi Tío Alphard. ¡Justo en la calle de la Torre Eiffel! No se preocupen... él no es
para nada como mis padres.

— ¿París? —dijo James con asombro. —Cuando pregunté si conocías a alguien


que pudiera ayudarlo, me refería a alguien en el mismo país.

Sirius se encogió de hombros.

—Cuando puedes aparecerte, ¿Cuál es la diferencia?

Aún sin habla y tambaleando, James se ajustó la tarea de transportar el cuerpo


inconsciente de Remus hasta los escalones de entrada. En la parte superior, Sirius
tomó la cabeza plateada del galgo y golpeó tres veces. Hubo un ligero movimiento
al otro lado de la puerta, y se abrió con un crack antes de que hubiera un fuerte y
agudo chillido.

Sirius fue arrojado hacia atrás cuando algo pequeño lo golpeó. James y Peter
fueron corridos hacia un lado, pero afortunadamente lograron que no se cayera
Remus. Recuperando su equilibrio, James volvió a concentrarse en el proyectil.
Ahora envuelto en la cintura de Sirius como un extraño cinturón, dando gritos de
alegría.

— ¡Amo Sirius! ¡Cómo te hemos extrañado!

El dueño de la voz era otro elfo doméstico, pero entre este elfo doméstico y
Kreacher no podía haber más diferencia. Primero, era una chica. Y parecía tener
mejor cuidado. Llevaba una cubre tetera azul intensa sobre su pequeña barriga, y
no estaba manchada o grasienta, como el viejo taparrabos de Kreacher. Atado
alrededor de cada una de sus enormes orejas tenía un lazo azul marino, haciendo
parecer sus orejas como enormes trenzas aleteantes. Sus grandes ojos que parecían
pelotas de tenis estaban llenos de lágrimas de alegría.
—¿Amo Sirius, ha traído amigos con usted? —chilló. —El Amo Alphard está a
punto de sentarse a desayunar... ¡Estará encantando de verlo!

Sirius se liberó del adorador elfo doméstico con una sonrisa ladeada de
vergüenza.

—Er... esta es Penny. Es la elfina doméstica del Tío Alphard.

—¡Cuanto me alegro de conocer a los amigos del Amo Sirius! —declaró Penny
con una profunda y elegante reverencia. Su cara se cayó cuando vio a James
luchando con Remus. — ¡Su amigo está en necesidad de ayuda!

Ella chasqueó los dedos, y el cuerpo de Remus se elevó en el aire en lo que


parecía una pequeña nube de humo. Flotó a través de la puerta abierta delante de
ellos, y Penny les indicó a los demás que siguieran.

La casa de Alphard era prístina, y olía a rosas. La alfombra azul real y paredes
blancas eran brillantes y elegantes a la pálida luz que entraba por las altas
ventanas. Penny dirigió a los cuatro a la sala de estar y les ofreció asiento en un
sofá de seda, quienes aceptaron gentilmente. Dejando a Remus en su pequeña
nube de humo flotante, ella se fue de la habitación.

—James, el mapa —dijo Sirius

— ¿Eh?

James estaba ocupado mirando a una maceta de flores de color violeta en la


mesa de cristal que zumbaba como abejas.

—El mapa. Remus lo tiene. ¡Ve si la habitación de Gryffindor está ahí!

James se levantó y fue donde Remus. El mapa aún estaba metido en el bolsillo.
James lo sacó e hizo el hechizo revelador.

Efectivamente, un nuevo punto parpadeante etiquetado "Sala de Gryffindor"


apareció en el esquema en miniatura de Hogwarts, pero se movía de forma
errática. Llevándolo de nuevo al sofá, lo mostró a los otros. Sirius lo siguió con los
ojos cuando dobló la esquina de un aula vacía y se movió hacia abajo al pasillo del
cuarto piso.
— ¿Qué diab...?

—No sé —dijo James, viendo su progreso. Ahora estaba moviéndose de arriba


a abajo por los pasillos de la biblioteca. —Parece que nunca deja de moverse.

Peter se inclinó para ver también, pero luego reapareció Penny con Alphard, y
James metió el mapa a toda prisa en el bolsillo.

—¡Sirius! ¡Mi chico! —exclamó. —¡Ven a dar un abrazo a tu tío!

Sirius saltó de su asiento y lanzó los brazos alrededor de su tío. Débilmente


recordando cómo lucía la madre de Sirius, James pudo ver la semejanza entre
Alphard y su hermana. Ambos tenían los mismos ojos grises y nariz recta. Su
cabello era hermoso y descuidado como su sobrino, pero también tenía una panza
rotunda que su aterciopelada bata azul no podía ocultar.

—Entonces, ¿Cuál es el problema que te ha traído a ti y tus amigos aquí?

Sirius se encogió de hombros con nerviosismo.

—Es una larga historia... Remus fue hechizado por...

—Oh, yo sé lo que es —dijo Alphard con un guiño. —No eres un niño


saludable si no te metes en unos pocos problemas, como siempre digo.

Alphard sacó su varita del bolsillo de su bata y apuntó a Remus.

—Rennervate.

Remus abrió la boca y trató de incorporarse, pero cayó directamente a través de


la nube de humo que lo suspendía. Aterrizó en el piso de la sala de estar.

—¿Dónde estamos? ¿Nos pillaron?

—Estamos en París, amigo —se rió Sirius, ayudándole a ponerse de pie.

—¿París? —repitió Remus, con sus ojos muy abiertos. —¡¿París?!

—Es correcto —dijo Alphard, tirando una de las cortinas para revelar la Torre
Eiffel a la distancia. La boca de Remus colgaba floja con asombro cuando Alphard
le palmeó duro en la espalda. —Ahora Sirius, ¿me presentarías a tus amigos?
Sirius los presentó uno a uno, y luego, mientras Penny servía un delicioso
desayuno con pasteles horneados, explicó cómo llegaron allí (o al menos una
versión de esta, omitiendo su jugueteo a través de la Galería de Hogwarts y por
supuesto el Báculo de los Tiempos). Alphard carcajeó ruidosamente, y James no
pudo evitar pensar que sonaba casi exactamente como la trompeta en la pila del
tesoro del Coleccionista.

—Por supuesto —dijo Alphard jovialmente, cuando Penny llevaba la bandeja


vacía de nuevo a la cocina. —No es Hogwarts sin un poco de andar a escondidas,
¿verdad?

Hubo un sonido en la cocina, y unos segundos más tarde reapareció Penny,


luchando para llevar a una lechuza común que era casi tan grande como ella a la
sala de estar. Había una carta en su pico.

—Amo... una carta... ha llegado —jadeó.

Alphard tomó la nota y la abrió, leyendo el contenido y frunciendo el ceño de a


poco. Penny salió poco a poco de la habitación y desapareció por la esquina. Hubo
otro sonido, pero Alphard continuó como si no pasara nada.

—Sirius, parece que tu madre está muy disgustada contigo —dijo. —Ella ha
prohibido a Kreacher que te haga caso.

Sirius saltó de su asiento, boquiabierto con furia.

—¡Qué! —gritó con rabia. —¡Cómo lo descubrió!

Con una sensación de hundimiento, James se dio cuenta de lo que debió haber
sucedido.

—Sirius, cuando Kreacher nos trajo donde Alphard, se te olvidó decirle que
mantuviera el secreto.

Sirius se dejó caer en su asiento con la mano en la frente.

— ¡Es tan difícil mantener todas las órdenes alineadas!

Alphard rió estruendosamente de nuevo.


—Sirius, tal vez no deberías haber abusado de tus privilegios con el elfo
doméstico, o haberlo usado para mentir a tus padres.

Sirius frunció el ceño. —Ahora, ¿Qué vamos a hacer?

Alphard se levantó de su asiento y se dirigió a un estante hermoso en la


esquina de la habitación.

—Trataremos eso más adelante, pero antes de que se vayan, hay algo que he
tenido la intención de darte. Considéralo un regalo de cumpleaños adelantado.

Volvió con un pequeño objeto de metal más o menos del tamaño y forma de un
galeón, pero hecho de un metal de color azul eléctrico.

—Esto —dijo, sosteniendo la moneda en un dramático gesto que reflejaba la


luz de la mañana —es un Giratodo. Hay muy pocos de estos en el mundo... pasó a
mis manos en una subasta del Lejano Oriente.

—¿Qué hace? —preguntó Peter.

Alphard sonrió.

—Deja que te enseñe.

Lanzó la moneda al aire con el dedo pulgar y la atrapó, cerrando de golpe hacia
abajo sobre la parte posterior de la otra mano. Al instante, salió disparado al aire y
se volteó al revés, aterrizando firmemente en el techo con los pies. James y los otros
observaban con asombro mientras se paseaba arriba y abajo, dando un paso
alrededor de la araña de cristal.

—Invierte la gravedad para la persona que lo maneja —explicó. James estaba


agradecido por eso, porque significaba que la bata de Alphard todavía colgaba a
sus pies. No tenía ningún deseo de ver lo que había debajo.

—Como pueden ver, esta puede ser una herramienta bastante útil —continuó
Alphard. —Permanecerán así hasta que le den la vuelta otra vez. Si me permiten
darles un consejo, asegúrense de coger la moneda cuando se da la vuelta, y nunca
utilicen esta moneda a menos que haya un techo sobre ustedes... utilizarla al aire
libre sería muy imprudente.
Tiró la moneda de nuevo, la atrapó y aterrizó ágilmente hacia atrás en el suelo
antes de entregarla a Sirius, que de inmediato trató de andar por el techo. Volvió a
bajar, ulular de emoción y cada chico la probó una vez. Penny entró en un
momento dado, echó un vistazo a las huellas sucias por todo el techo blanco, e
inmediatamente se excusó, tirando sus orejas en señal de angustia.

—Muy bien —dijo Alphard, una vez que todos hubieran dado su giro. —Como
ya he dicho, tengo una idea de cómo ustedes tres pueden volver a Hogwarts.
Penny tendría que llevarlos directamente a su sala común, pero me temo que los
elfos domésticos pueden hacer viajes largos desde Hogwarts, no hacia. En su lugar,
que los lleve a Hogsmeade, donde puedo enviarlos a Hogwarts a través de un
pasaje secreto.

James y Sirius se miraron sorprendidos.

— ¿Un pasaje entre Hogsmeade y Hogwarts? —preguntó Sirius con


curiosidad.

Remus gritó de repente. —¡No!

Todos los ojos de la sala le cayeron encima. Se ruborizó.

—Quiero decir, bueno, hay otras maneras de volver a Hogwarts desde


Hogsmeade. Estoy seguro de que podemos encontrar algo mejor, por favor, sólo...
no de esa manera.

—Te aseguro Remus, es completamente seguro —dijo Alphard. —De todos los
lugares, este comienza en Honeydukes.

Remus miró con incredulidad. — ¿Honeydukes?

—Sí —asintió Alphard. —Lo descubrí mientras trabajé allí como un tendero. Se
extiende desde el sótano de la tienda a la escuela. Sospecho que los Duendes lo
construyeron... ellos usaron Hogsmeade como cuartel general durante la rebelión
de 1612. Ustedes son de primer año, Binns debería haberles dicho todo eso,
¿verdad?

Remus todavía miraba. Peter estaba empezando a quedarse dormido en su


asiento. James y Sirius intercambiaron miradas en blanco entre sí.
—Distraídos por todas las plumas de azúcar, espero —dijo Alphard, tratando
de alcanzar su bastón. — ¡Vámonos!

Cuando llegaron a Hogsmeade, James, Sirius y Peter tuvieron que tener


cuidado de actuar como si fuera su primera vez allí. Sirius estaba a punto de
liderar el camino a Honeydukes, pero James lo agarró de la capucha de su túnica
para detenerlo y Alphard pudiera liderar. Remus, quien no había estado con ellos
en el viaje a Flourish y Blotts, realmente estaba experimentando Hogsmeade por
primera vez. James esperaba que estuviera excitado, o al menos interesado, pero en
lugar de eso, estaba tranquilo, lanzando miradas nerviosas en la dirección de la
Casa de los Gritos. James se preguntó si tenía miedo de ella.

Fuera de Honeydukes, agradecieron a Alphard y Penny y les dijeron adiós.


Luego, una vez estuvieron dentro, Alphard distrajo al personal por el tiempo
suficiente para que se colaran por la puerta de atrás del mostrador y bajar un
pequeño tramo de escaleras de madera hasta el sótano. Después de una breve
búsqueda entre las viejas cajas y canastas de madera, Peter encontró la trampilla
que se abrió para revelar una pendiente de escalones de piedra. Estaba justo donde
Alphard dijo que estaría, pero muy bien disfrazada. Todos ellos se metieron al
interior, y Sirius la cerró justo en el momento que se sintieron voces en la parte
superior de la escalera. Una voz femenina estaba hablando.

— ¿Así que tú lo oíste?

James oyó un ruido sordo que sonaba como si alguien dejara caer una caja
fuerte en la parte superior de la puerta de la trampilla. Una rara voz masculina
respondió.

—Sí, ¡Lo oí! La noche era negra como la resina, con una gran luna llena. Estaba
lo suficientemente cerca de esa vieja choza para oír esos espíritus gimiendo y
lamentándose, lanzando los muebles de un lugar a otro, ¡como si un huracán
hubiera estallado en su interior! Si pudiera haberme acercado más, podría no estar
aquí contándolo.

Remus tiró del brazo de James. —Salgamos de aquí.

Lo más silenciosamente posible, los chicos salieron en puntillas por los


escalones de piedra. Parecía que seguirían así durante una eternidad, pero
finalmente llegaron a un piso de tierra en un pasadizo estrecho. Después de unos
minutos de caminar por él, Sirius rompió el silencio.

—Saben, apuesto que hay un montón de pasadizos secretos como este en


Hogwarts. Creo que hay que tratar de encontrarlos todos.

—Tal vez los descubras si realmente escucharas en Historia de la Magia —


sugirió Remus. James creyó ver una sonrisa en su rostro.

—Tengo mejores cosas que hacer —dijo Sirius — ¡como dormir!

—O molestar a Severus —sugirió James, sonriendo.

Todos se rieron. Pronto, el camino tocó fondo a un plano nivelado. A medida


que continuaron, James admiraba la forma en que el túnel fue excavado a través de
la tierra... era difícil creer que los duendes lo hubieran hecho hace muchos años. Se
preguntó quién más lo sabía.

—Estoy de acuerdo con Sirius —dijo finalmente. —Creo que hay que encontrar
cada pasaje secreto en Hogwarts y escribirlos todos. ¡Podríamos hacer un mapa
secreto de Hogwarts!

— ¡Al igual que el Mapa de Petrie para Merodeadores! —Peter elevó la voz.

—Deberíamos hacerlo para hacer seguimiento de profesores también —agregó


Remus. —Si estamos fuera en la noche, podría ayudarnos a mantenernos alejados
de ellos.

—No sólo los profesores —dijo James. — ¡Todos en el castillo!

—Incluso Severus —dijo Sirius diabólicamente. —Solo piensen lo divertido que


podríamos ser con él si supiéramos dónde fue y lo que hizo. ¡Creería que somos
espías maestros!

Planeando distintas formas de atormentar a Severus con el mapa, los mantuvo


gratamente ocupados hasta que el camino comenzó a inclinarse hacia arriba otra
vez, eventualmente terminando en la base de lo que parecía una rampa de piedra
muy empinada. Había una estrecha grieta en la parte superior que se abría hacia
atrás de una estatua de una bruja jorobada, de un solo ojo.
Mirando alrededor de ella, James vio que habían llegado al tercer piso del
castillo. El pasillo de Encantamientos estaba cerca, y a juzgar por la luz que se
filtraba a través de las ventanas, parecía ser medio día. Sirius se colgó la funda de
la almohada con las piezas del cetro y el diario en su hombro.

—Vamos a ocultar esto aquí en el túnel, para que Turnbill no pueda


encontrarlos.

James había renunciado a tratar de convencer a los demás que Turnbill no era
el espía.

— ¿Pero y si alguien toma este camino? —dijo —No sabemos a ciencia cierta
que somos las únicas personas que han estado en este túnel.

— ¿Por qué no lo enterramos detrás de la base de la rampa? —sugirió Remus.


—Es bien oscuro aquí, nadie lo vería.

De acuerdo con que era una buena idea, se deslizaron por la rampa y a toda
prisa cavaron un hoyo detrás de esta, escondiendo la funda de la almohada y su
contenido en el interior. Satisfechos con su obra, volvieron a subir a la estatua de la
bruja jorobada.

No había estudiantes a la vista. Todo el mundo estaba terminando el desayuno


en el Gran Comedor, o gastando la mañana del sábado para dormir. Era fácil
deslizarse por detrás de la estatua sin que se notara.

— ¿Dónde está el mapa? —preguntó Sirius. — ¡Tal vez podamos encontrar la


habitación de Gryffindor!

James sacó el mapa del bolsillo y realizó el hechizo revelador. Se aseguró de


mostrárselo a Remus, que no lo había visto todavía. El punto ahora estaba
deambulando por el segundo piso, cerca de la oficina de Turnbill. Se movió con
sorprendente rapidez.

— ¡Vamos! —dijo James, corriendo en dirección de la escalera. En el segundo


piso, se lanzaron a la oficina de Turnbill, pero no había nada allí. El punto se había
ido, también. Sirius se quejó.

— ¿A qué parte del mundo mágico se fue?


James frunció el ceño, escaneando el mapa. Entonces, de repente, volvió a
aparecer en el primero piso.

— ¡Ahí está!

Se precipitaron por la siguiente escalera hacia el primero piso, y se inclinaron


en la fila de salones que James estuvo seguro que lo vio entrar, pero no había nada
allí. Frustrado, comprobó el mapa de nuevo. De alguna manera, el punto debió
haber conseguido pasarlos, ya que ahora estaba en el aula de pociones dos pisos
más abajo.

— ¿Cuánto tiempo va a durar esto? —preguntó Remus. — ¿Cómo sabemos que


la habitación desaparece cada vez que alguien se acerca y reaparece en otro lugar?

— ¡No puedo correr más! —jadeó Peter, agarrándose al costado adolorido. —


¡Bajemos a tomar el desayuno!

—James —dijo Sirius, sin aliento —No creo que podamos atraparlo así. No sé si
incluso podamos verlo. ¿Y si es invisible?

James no había pensado en eso.

— ¿Cómo atrapas algo que no se puede ver? —preguntó.

Nadie tenía ninguna respuesta.


Capítulo 17
Los Pies sin Dueño

Para finales de mayo, James podía sentir y oler el verano aproximándose. En


clase, a menudo él mismo se sorprendía con la barbilla en la mano, mirando a
través de las ventanas al verde césped y a las flores de los árboles, preguntándose
si el verano tenía una hija.

Sus compañeros no estaban haciéndolo mucho mejor, tampoco. El Profesor


Dearborn no estaba contento con el número de estudiantes llegando tarde a su
clase (personas que se tomaban su tiempo caminando por los terrenos a los
invernaderos), y después de su terceravez tratando de despertar la atención de
todos, la profesora McGonagall insistió en ponerle postigos a las ventanas de su
salón de clases y enseñar bajo la luz de las velas. James encontró esto
particularmente frustrante, porque cuando no estaba mirando a través de las
ventanas, le gustaba mirar en secreto los movimientos erráticos del punto en el
mapa. La oscuridad hizo demasiado difícil ver debajo de su escritorio.

Trataron de seguir el punto unas cuantas veces más, pero nunca tuvieron éxito
en capturarlo. Antes de que pudieran llegar a alguna solución razonable al
problema, al final del año llegaron los exámenes. James pasó los primeros días
sintiéndose como si su pelo estuviera en llamas, revoloteando entre los exámenes
del semestrey los frenéticos intervalos de último minuto para estudiar. Los
estudiantes de quinto año, quienes estaban en medio de sus Títulos Indispensables
de Magia Ordinaria, estaban aún peor. Gavin Darley tuvo que ser enviado a la
enfermería después de beber una supuesta poción estimulante cerebral que en
realidad estaba hecha de excrementos secos de Doxy.

—¡Al menos la temporada de Quidditch ha terminado! —Izzy DeLauney había


dicho alegremente, mientras llevaban a su compañero de equipo a través del
retrato de la Dama Gorda. James se sintió disgustado consigo mismo. Con toda la
emoción envuelta enel Báculo de los Tiempos, no había ido a ningún otro
partidode Quidditch.

En la noche antes de su último examen, Historia de la Magia, fue casi imposible


encontrar cuatro asientos juntos en la repleta biblioteca.

—¿Quién fue el Jefe Supremo cuando la Confederación Internacional de Magos


aprobó el Estatuto del Secreto? —preguntó Remus, revolviendo a través de su
notas de Historia de la Magia.

—¿El Estatuto de qué? —preguntó Sirius, inclinándose hacia atrás en su silla


con los pies sobre la mesa. Remus lo miró, sorprendido.

—¡Es broma, es broma!—Sirius se rió, entrelazando sus dedos detrás de su


cabeza.

James, quien estaba estudiando el mapa en lugar de sus propias notas, resopló.
El Estatuto del Secreto fue la ley que impidió a los Muggles aprender acerca de la
comunidad mágica. Fue una de sus leyes más importantes y conocidas; los niños la
aprendían mucho antes de llegar a Hogwarts.

—Fue Giles Gedovius Mercopudius Clagg, —Peter leyó en su libro de texto.


James sin duda esperaba que el deletreo no contara en el examen.

—Diez puntos para Gryffindor, —dijo Sirius con una voz falsa e imperiosa.
Ahora estaba dándole la vuelta casualmente a la moneda Giratodo a través de los
dedos de la mano. —Ahora, dime, ¿En 1412 quién fue el Supremo Idiota en la
Reunión de Magos en Pijamas Extraordinariamente Aburridas?

Unas pocas chicas Ravenclaw de primer año se rieron en la mesa de al lado,


pero Remus le disparó a Sirius una mirada irritada.

—Si no quieres estudiar, vuelve a la sala común, —dijo severamente.

—¡Es sábado! —respondió Sirius. —¿Quién en su sano juicio estudia un


sábado?

Dándole vueltas al Colgante de Bast en su bolsillo, James se dio cuenta de que


también él no se sentía muy a gusto estudiando. Dobló cuidadosamente el mapa
hacia arriba.

—¿Quieres ir a ver si dejaron abierto el casillero de escobas en el campo de


Quidditch?—le preguntó a Sirius.

—Pensé que nunca lo preguntarías,—contestó Sirius, dejando caer su silla de


cuatro patas hacia atrás. Recogió sus cosas para irse, pero luego se congeló.
Severus estaba al otro lado de la biblioteca, leyendo su texto de Historia de la
Magia tan de cerca que sus grasientos mechones casi tocaban las amarillentas
páginas.

—Sucio cretino, —susurró Sirius, guardando la moneda Giratodo en su


bolsillo. —Mira esto.

Apuntó con su varita a Severus.

—Dictumpollus.

De repente, Severus se levantó de su silla, se metió las manos por debajo de las
axilas y comenzó a batir sus brazos mientras hacía ruidos de pollo. Al principio
cada cabeza se giró en la confusión, pero luego toda la biblioteca comenzó a rugir
de risa. Sirius se partió de la risa. Severus corría hacia atrás y hacia adelante a lo
largo de las filas de mesas de estudio, con la cabeza balanceándose ridículamente,
pero entonces sucedió algo muy extraño.
Se golpeó contra algo invisible y cayó al suelo, cacareando alarmado. Cerca, en
el suelo, un par de botas sin cuerpo aparecieron de la nada, pero estaban con vida…
estaban pateando y luchando por salir del camino.

—No puedo creer que... —comenzó James.

—¡Ha estado espiándonos! —gritó Sirius. Saltó sobre la mesa de estudio, con
sus notas de clase olvidadas. James salió de su asiento también. Fue un caos. Los
dos pasaron por encima de las mesas, pisando gráficos lunares meticulosamente
dibujados, esparciendo montones de cuidadosas y ordenadas notas y dejando
desconcertados alos dueños.

Abandonando la precaución, los pies salieron corriendo. James podía verlos


parpadeando dentro y fuera de la vista bajo el borde de la Capa de Invisibilidad.
En el pasillo, se los señaló a Sirius.

—¡Por aquí! —gritó por encima del hombro sin aliento. Los pies se giraron en
una esquina justo adelante. —Casi lo tenemos…

SLAM.

Una pila de libros cayó al suelo y pergamino voló por todas partes. James se
cayó, y el mapa se separó de su mano.

—¡James Potter!

James miró hacia arriba. Lily Evans se elevaba sobre él, mirando extrañamente
similar a la profesora McGonagall con los brazos cruzados delante de ella.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó. —¡Francamente, corriendo alrededor de


una esquina de esa manera!

Sirius, que había logrado detenerse en el momento, se quedó atrás, haciendo


una mueca. Lily se arrodilló y empezó a recoger sus cosas. Al darse cuenta de que
el espía con los pies sin cuerpo había desaparecido, probablemente, hacía rato,
James se puso de rodillas y trató de ayudar.

—Lo siento, um, creo que se me cayó algo mío por aquí, —dijo, escaneando el
montónpor el mapa.
Lily frunció el ceño.

—Pues bien, ¿cómo es?

Remus y Peter alcanzaron a detenerse junto a Sirius. James, con un nudo en la


boca del estómago, se dio cuenta que se había olvidado de realizar el hechizo que
limpiaba el mapa y no estaba seguro de cómo responder ante la mirada expectante
de Lily.

—Yo...um, bueno... es una especie de...

Como si la situación no pudiera ser peor, un cacareo emanó adelante desde el


pasillo. Incapaz de resistirse a hacer cualquier catástrofe más caótica, Peeves se
acercó en su dirección como una polilla a una llama. Comenzó rimando su cantarín
cacareo, lanzando trozos de tiza sobre ellos desde algún desdichado salónde clases.

—Oh Potty Potty Potter, ¡debes ser muy ciego! ¡Topándote con Evans,
estrellándote en tu trasero!

—¡Cállate, Peeves! —gritó James, sintiendo sus mejillas ponerse calientes. Por
supuesto, esto hizo que Peeves cantara más fuerte.

—Potty pequeño Potter, ¡qué lástima!¡Qué lástima! ¡Metiéndote con la


pobrecita de Evans cuando realmente piensas que es bonita!

James se sonrojó aún peor, pero entonces vio algo que le dio esperanza. La
esquina del mapa estaba saliendo debajo de los textos de pociones de Lily.
Tratando de ignorar la cadena de insultos que salían de la boca de Peeves, lo
recogió y escaneó el punto. Entonces, su corazón saltó a su garganta. No sólo
estaba el punto claramente visible, sino que ya no se movía. Estaba flotando,
bastante inmóvil, justo encima de él.

—¡Peeves! —James respiró, sin dar crédito a sus ojos. Se levantó de un salto.—
¡Fuiste tú!

Peeves estaba a mitad de dar una voltereta en el aire.

—Potty pequeño Potter, ¡qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!...


Pero su voz se apagó a la mitad cuando sus ojos se posaron sobre el mapa en la
mano de James. Lily también lo vio.

—James… ¿Qué es eso? —ella preguntó en voz baja, poniéndose de puntillas


para ver por encima del hombro de él.

Por lo que podría haber sido la primera vez en su vida (¿o después de ella?),
Peeves se quedó silenciosamente inmóvil.

—¿De dónde un chiquillo de primer año como tú encuentra un objeto como


ese? —finalmente preguntó en voz baja.

—Este… Peeves, —se aventuró James. —¿Sabes qué es esto?

El poltergeist asintió y las campanillas en su sombrero tintinearon.

—Sí, pero no lo he visto en mil años.

—¿Cómo la conseguimos? —James preguntó con impaciencia.

Lily se quedó confundida entre ambos.

—¿De qué estás hablando? ¿Conseguirla en dónde?

El poltergeist esbozó una sonrisa misteriosa y peligrosa. Antes de que James


pudiera estremecerse, se acercó y agarró su brazo como un asa que quemaba como
hierro caliente. El suelo se sentía como si estuviera cayendo a lo lejos. Lily empezó
a gritar, y Sirius pudo haber gritado algo, pero entonces todo el sonido y la luz se
desvanecieron como el agua por un desagüe.

Los pies de James se plantaron en el suelo duro de nuevo e inmediatamente,


pero no podía ver nada a su alrededor. No había nada más que oscuridad en todas
las direcciones, y mientras se aclimataba, se dio cuenta que la presión del agarre de
Peeves había desaparecido. Algo se arrastraba en la oscura lejanía detrás de él, y
alcanzó instintivamente su varita dentro de su túnica.

—¡Peeves! —gritó. —¿A dónde me trajiste?

A lo lejos, a su derecha, James oyó un crujido. Entonces, un momento después,


fue a su izquierda.
—¡Peeves!

El arrastre de pies comenzó de nuevo, esta vez a la derecha.

—¡Peeves, qué es eso!

El poltergeist no apareció, pero su burlona voz resonó a través de la oscuridad.

—Potty nene Potter siempre odia cuando rimo. Pero, ¿podrá encontrar el
fragmento del cetro fuera del espacio y el tiempo?

No queriendo encontrarse con la fuente del ruido que se arrastraba, James


comenzó a dar la espalda lentamente lejos de él. Aparte de eso, la habitación estaba
completa y extrañamente en silencio, pero todavía le daba a James la extraña
sensación de que estaba siendo vigilado… no sólo por Peeves, sino por alguna
oscura y oculta audiencia.

El arrastre se detuvo bruscamente. James se quedó inmóvil, frente a la


dirección del sonido, tratando de oír sobre el latido violento de su corazón.
Entonces, casi como si alguien le estuviera instando hacia adelante, sintió una
mano fría y abiertaque tocaba brevemente su espalda.

James gritó fuertemente y se dio la vuelta, asaltado por el mismo impulso de


encender su varita que sintió en la guarida del Coleccionista, se obligó a esperar. El
ruido comenzó de nuevo. Esta vez, estaba perturbadoramente cerca… quizá unos
cincuenta pies o menos, y estaba cambiando. Sonaba menos sin forma, y más como
algo sobre cuatro patas, trotando, no... andando hacia él.

James finalmente aceptó que probablemente no era Peeves. ¿Qué más estaba
allí con él, fuera del espacio y el tiempo? ¿Qué monstruo tendría Gryffindor
esperando en ese lugar oscuro y olvidado? James no pudo convencer a su cuerpo a
moverse. No estaba seguro de qué dirección tomar, y encima de eso, no estaba
seguro de si tendría que ser capaz de encontrar el mismo lugar otra vez para salir.
Decidiendo que no había nada qué hacer, sacó la varita de su bolsillo.

—¡Lumos!

El hechizo le permitió a James ubicarse en una fuente brillante de luz, incapaz


de ver nada más allá. Ahora él era un faro, brillando por cualquier cosa que
acechara en la oscuridad. Lamentando su decisión de inmediato, se precipitó a
apagarla, pero en su pánico, no pudo lograr que los labios formaran el hechizo
correcto.

La caminata se fue acercando más y más… con más fuerza... pero entonces, se
detuvo a pocos pies de distancia. James apenas podía verlo, fuera lo que fuera. Era
sólo unavaga forma, esperando pacientemente más allá de la esfera de luz.

—¿Qui… quién está ahí? —James habló en voz alta. En respuesta, la criatura
dio un paso adelante hacia los límites de la luz de la varita.

Era un león, pero de los que nunca había visto. Era dos veces más grande que
un león normal, y era completamente negro, con los ojos nublados y blancos.
Mientras lo rodeaba en silencio, él esperó, casi a la expectativa a que comenzara a
hablar pero no lo hizo.

¿Qué quiere? James preguntó. Sin pensar realmente en ello, su mano se cerró
alrededor de la fría y lisa superficie de algo metálico en el bolsillo. ¡El Colgante de
Bast!

James se apresuró a ponerse el colgante alrededor de su cuello. El león no


debió haber sido un gato real, ya que retrocedió, pero entonces algo aún más
preocupante sucedió. Sus garras se convirtieron en cuchillos, y su boca se abrió en
una fosa poco natural llena de dientes afilados de obsidiana. Sus ojos casi parecían
fundirse, hundiéndose en su cara, mientras hizo un grito que helaba la sangre,
envió ondas de choque a la espalda de James. Entonces, la luz se apagó.

Un puño helado de miedo apretó alrededor del pecho de James. Sin saber qué
hacer, se dio la vuelta y huyó en la incierta oscuridad. Detrás de él, oyó que la
bestia lo perseguía. Estaba tan terriblemente cerca, podía oler su hedor rancio…
como a sudor y sangre. Su pulso tronó en sus oídos. No había ventanas, ni puertas.
No había nada en absoluto. La mente de James corría tan rápido como sus piernas
se lo permitían.

¿Qué podría hacer uno de primer año en contra de algo como esto?

Sin ventanas. Sin puertas. Nada.

¿Qué quiere Gryffindor que haga?


Al principio James corrió con los brazos hacia fuera delante de él, temeroso de
que pudiera golpear una pared, pero la oscuridad parecía no tener fin. La
habitación era completamente sin límites. Como alguien frente a la muerte,
recuerdos al azar comenzaron a parpadear ante sus ojos.

Soplando las velas en su quinta torta de cumpleaños.

Sin ventanas. Sin puertas. Nada.

Su padre trayendo a casa a Merlín, cuando sólo era una pequeña bola de pelo.

Sin ventanas. Sin puertas. Nada.

—Durante las últimas tres generaciones, toda nuestra familia ha sido ordenada
en la casa Gryffindor...

Sin ventanas. Sin puertas. Nada.

—...donde habitan los valientes de corazón...

Los valientes de corazón.

James plantó sus pies. No entendía muy bien lo que estaba haciendo, o cómo,
pero se dio la vuelta para enfrentar a su asesino que se acercaba y le gritó a la cara
de la muerte,

—¡NO TENGO MIEDO!

El rugido atronador del monstruo fue sustituido pronto por un ruido sordo y
rasgado. Al lado de James, el resplandor de la varita volvió débilmente a la vida, y
creció hasta que fue una vez más una esfera cálida y protectora de luz. Fuera de la
oscuridad, un objeto inerteapareció a la vista por el suelo llano, viniendo a
descansar directamente a sus pies.

Finalmente se atrevió a respirar y James se arrodilló y recogió el cuarto y


último fragmento del Báculo de los Tiempos.

James se tomó el tiempo para recomponerse. Fuera del espacio y tiempo,


podría haber permanecido momentos, horas, meses o incluso años allí,
contemplando el peso de lo que él y sus amigos habían logrado. Después de
mucho tiempo, o tal vez muy poco, se le ocurrió que había personas que lo
esperaban afuera. Era hora de irse a casa.

—¿Peeves? —preguntó en voz alta.

Con un débil estallido, el poltergeist apareció ante él.

—Buen show, Potter.

James sonrió, moviendo el fragmento del cetro en sus manos.

—¿Cómo terminaste protegiendo esto?—preguntó.

Peeves sonrió macabramente.

—Al ser tan antiguo como yo, se ve y se oye muchas cosas alrededor del
castillo, más que la mayoría de los habitantes que son conscientes de ello, eso es
seguro. Gryffindor sabía que yo era parte de este castillo tanto como cualquier
habitación. Él me confió el secreto.

James no pudo contener su risa.

—¿Gryffindor te confió un secreto?

Peeves cacareó.

—Un secreto como el de Gryffindor, nunca sería revelado, pero el


enamoramiento de Potter hacia Evans es un juego justo, ¡muy justo!

Las mejillas de James se enrojecieron.

—¡Ella no me gusta de esa manera! ¡Vamos Peeves, sácame de aquí!

Aun riéndose alegremente sobre su propio humor inteligente, Peeves se


precipitó hacia adelante para tomar nuevamente el brazo de James. Lo quemó tan
mal como la primera vez, pero fue fugaz, porque la oscuridad fue succionada y la
luz y el sonido se derramaron.

—¡James! ¡James! ¿¡Qué está pasando!? —Lily estaba gritando.

Sirius se precipitó hacia delante, con la mano extendida.


—¡James, espera!

Pensó James que sintió a sus pies aterrizar de nuevo en el suelo, pero luego
tuvo que preguntarse si realmente había ido a alguna parte necesariamente. El
mapa estaba de vuelta en su mano, y todo el mundo lucía exactamente igual. Lo
único que sentía diferente era la cabeza. Se sentía cinco veces más pesada. A
medida que el mundo se solidificó en torno a él, James tomó un breve vistazo de la
cara de susto de Sirius, pero luego perdió totalmente el conocimiento.
Capítulo 18
El Hombre en el Andén

BOFETADA.

James se despertó con un jadeo mientras el dolor le quemaba la mejilla.


Alguien alto estaba inclinado sobre su cama.

—¡¿Dónde está?!

BOFETADA. Algo le presionaba con fuerza en el cuello.


—¿Quién eres? … ¿Dónde está qué? —preguntó James, aturdido. Recordó la
sensación de las sábanas almidonadas bajo sus manos. Estaba en el hospital.

—¡No actúes como si no lo supieras! —siseó la voz. Restos de saliva cayeron


sobre la cara de James. Conocía esa voz.

—¿Turnbill?

Poco a poco, la cara que estaba sobre él se enfocó… al menos lo mejor que
podía sin sus gafas puestas. Era innegable. Mientras James odiaba admitir que
estaba equivocado, el Profesor Turnbill se acercaba a él. Parecía furioso, incluso
demente, mientras presionaba la punta de su varita sobre el cuello de James.

—Sal de la cama, ahora.

James obedientemente se puso de pie. Turnbill agitó su varita, haciendo que


sus brazos se cruzaran y trabaran detrás de su espalda.

—Llévame al lugar del cetro y tal vez te daré una muerte rápida e indolora.

James abrió la boca para pedir sus anteojos, pero Turnbill pronunció un sordo
hechizo, y una sensación se extendió por la garganta de James como si hubiera
recibido un doloroso disparo de Novocaina. Por mucho que lo intentara, no podía
hacer ningún sonido. Mientras luchaba por ajustar su respiración, Turnbill lanzó la
Capa de Invisibilidad sobre ambos.

—Camina —le ordenó, agarrando los brazos cerrados de James y clavando su


varita más duro en su cuello.

James hizo lo que le dijeron, dejando sus gafas en la mesita de noche. Cerca de
la puerta, apenas podía distinguir la forma de lo que parecía un cuerpo caído
contra la pared.

La Señora Pomfrey, pensó James, con la esperanza de que no estuviera muerta.

El pasillo resultó extremadamente difícil de navegar sin sus gafas. En la


oscuridad, las sombras de la luna creciente distorsionaban todo. Columnas y
estatuas surgían de la oscuridad como fantasmas, y James, entrecerrando los ojos,
casi pasó entre algunos de ellos, provocando hilos de maldiciones y obscenidades
de Turnbill. De milagro llegaron a las escaleras, pero Turnbill lo arrojó a la fuerza
detrás de un traje de armadura.

James se estiró en la oscuridad para darse cuenta de lo que estaba sucediendo.


Sus ojos eran casi inútiles, pero sus oídos seguían trabajando. Alguien estaba
bajando los escalones. Mientras observaba, un borrón apenas perceptible al
aparecer la Profesora McGonagall. James se retorció contra el agarre de Turnbill, y
trató con todas sus fuerzas de gritar, pero Turnbill apretó su varita tan fuerte en su
cuello que sus ojos comenzaron a humedecerse.

Obviamente, la Profesora McGonagall pasó junto a ellos mientras continuaba


con su ronda vespertina. Cuando ella estaba fuera de alcance, Turnbill dio un
empujón a James, indicando que quería que comenzara a moverse de nuevo. James
obedeció.

Mientras se dirigían hacia las escaleras, James se preguntó si Turnbill ya había


atacado a Sirius, Remus y Peter. Obviamente, uno de ellos debió haber tomado la
pieza de Gryffindor antes de llamar a la Señora Pomfrey ¿Habían unido ya las
cuatro piezas? James se imaginó a los tres riendo juntos mientras atravesaban el
tiempo. Seguramente lo habrían esperado, ¿no?

Sacando la imagen de su mente, James trató de averiguar en qué piso estaban.


Ni siquiera estaba seguro de dónde estaba llevando a Turnbill, estaba caminando
ciegamente hacia la sala común. Esperaba que los demás no fueran tan estúpidos
como para volver allí con las cuatro piezas del cetro, o peor aún, con el Báculo de
los Tiempos. Sea cual fuese el piso en el que se encontraban, James no podía
decirlo, pero del mar de formas distorsionadas en el paisaje que lo rodeaba, divisó
algo que no parecía pertenecer ahí: dos brillantes y amarillos orbes, en una sombra
bajo la barandilla.

Lo que pasó después sucedió rápidamente. Una pequeña figura peluda saltó
desde las sombras, sacando la capa de invisibilidad a ambos. La varita de Turnbill
cayó al suelo, y al instante, James sintió que sus brazos se soltaron y su voz volvió.

¡James, corre!
Dándose cuenta de que todavía llevaba el colgante de Bast, James se dio la
vuelta, sólo para ver a Turnbill gritando y retorciéndose en el suelo mientras una
borrosa Sra. Norris atacaba su pecho y cara.

¡ANDA!

James huyó tropezando por la escalera en su ceguera. Oyó el gemido de un


gato herido, seguido por la risa triunfante de Turnbill, y luego las rápidas y
pesadas pisadas de alguien subiendo la escalera detrás de él.

Sabiendo que no tenía ninguna oportunidad sin sus anteojos, James se desvió
hacia el descanso de cualquier piso en el que se encontraba. Tal vez si pudiera
encontrar un lugar dónde esconderse hasta la mañana...

WHAM.

Estrellas estallaron frente a los ojos de James. La mancha oscura frente a él no


era una sombra como él pensaba. Era una estatua.

—¿Qué fue eso?

—¡Ssshhh! ¡Nos van a pillar!

Al principio, James pensó que se había golpeado la cabeza muy fuerte, porque
voces familiares estaban saliendo de ella. Entonces, su corazón saltó al darse
cuenta de lo que era. La estatua de la bruja jorobada.

—¿Peter? —preguntó tan alto como se atrevió. —¿Remus?

La voz de Sirius respondió. —¡James! ¡Es James! ¡Déjalo entrar!

La estatua se abrió para revelar el camino hacia el subterráneo de Honeydukes.


Tres pares de manos se acercaron para meterlo dentro.

—¡James! ¿Qué pasó? —preguntó Sirius, mirándolo críticamente. —¿Dónde


están tus anteojos?

—Están en la enfermería, yo...

De repente recordó todo lo que pasó, y todo salió de su boca rápidamente.


—¡Turnbill! ¡Es Turnbill! Estaba en el ala de la enfermería, ahogaba mi voz,
Madam Pomfrey, la Sra. Norris, corrí...

—Cálmate James —dijo Remus, ayudándole a sentarse en la rampa de piedra.


—Turnbill, ¿Dónde está él?

James tragó saliva, sintiendo el dolor en su cuello por la varita de Turnbill.

—La Sra. Norris lo atacó. Nos vio subiendo las escaleras bajo la Capa de
Invisibilidad de mi padre. Sabe que tenemos las cuatro piezas, nos va a matar.

Peter chilló de miedo, y resonó en las paredes huecas.

—¿Qué hay del cetro? —preguntó James con ansiedad. —¿Juntaron las piezas?
¿Funcionó?

Sirius sostuvo la funda de la almohada para que James la viera. Las cuatro
piezas del cetro estaban revueltas vagamente en su interior.

—Lo intentamos —dijo decepcionado. —No pasó nada cuando simplemente


las sostienes todas juntas.

James frunció el ceño. ¿Podría ser que después de estar separadas por tanto
tiempo las piezas ya no funcionaran?

—Bueno, ¿Qué hacemos ahora? —preguntó Sirius.

James apretó sus manos alrededor de la funda de la almohada, cerrándola.

—Tenemos que llevarle esto a Dumbledore.

—Pero dijiste que Dumbledore...

—¡Sé lo que dije! —dijo James impaciente —pero no podemos luchar contra
Turnbill por nuestra cuenta.

Remus asintió con la cabeza.

—Estoy de acuerdo, pero ¿Dónde está la oficina de Dumbledore?

Todos se miraron el uno al otro. Nadie tenía idea.


—Vi a McGonagall bajando hacia su oficina —dijo James. —Si podemos
encontrarla, o a alguien más, tal vez podamos obtener ayuda.

—Entonces salgamos de aquí —dijo Sirius, ayudando a James a ponerse de pie.


—De todos modos, este lugar no me gusta.

Peter tuvo que ser persuadido, y lo más silenciosamente posible, los cuatro
salieron de detrás de la bruja jorobada y entraron en el pasillo.

—No veo a nadie —susurró Sirius. —Creo que es seguro.

Lentamente, en silencio, empezaron a andar en puntillas hacia atrás en


dirección a la escalera.

—Chicos —susurró Peter tímidamente. —¿No creen que deberíamos llevar una
pieza cada uno?

—¿Por qué querríamos hacer eso? —siseó Sirius. —¡Eso sólo haría a cada uno
de nosotros un objetivo obvio, y sería mucho más fácil para él conseguir una de las
piezas!

Remus desaceleró, mirándolo significativamente.

—¿Y si atrapa al que tenga las cuatro piezas?

Se metieron en la sala de trofeos. James metió la mano en la bolsa y comenzó a


repartir piezas del cetro. A Sirius le pasó la de Slytherin, a Remus la de Ravenclaw,
a Peter la de Hufflepuff, y para él mismo, se dejó la de Gryffindor.

—De acuerdo, si nos atacan, debemos separarnos y...

James se detuvo, porque se dio cuenta de que la bolsa aún no estaba vacía.

—Todavía hay algo aquí dentro —dijo, intentando alcanzar lo que fuera. En el
fondo de la bolsa, encontró el diario de Petrie.

—El diario —dijo, abriéndolo en el poema que casi había olvidado.

—Déjalo James, ya no lo necesitamos —dijo Sirius lanzando una mirada


nerviosa hacia la puerta, que estaba entreabierta.

James sacudió la cabeza.


— Puede ser sabio comenzar bien su búsqueda ahí donde están, para algunas
cosas que parecen a millas de distancia, pueden realmente no estar tan separadas.

—¿Qué? —preguntó Peter.

—El poema. Esa es la última línea del poema —dijo Remus. —James, ya no
necesitamos el poema, ya tenemos las cuatro piezas.

James no estaba escuchando. Estaba mirando de cerca las letras escritas.


Parecían estar retumbando, tarareando con energía. Tenía que tener algo que ver
con estar tan cerca de las cuatro piezas del cetro. Él lo sabía.

—Tal vez sea como el mapa. Tal vez sólo tenemos que hablar con él...

Sostuvo el diario, cerca de su boca.

—Tenemos las cuatro piezas. ¡Dinos qué hacer!

Ante sus ojos, las letras comenzaron a moverse. Cambiaron, giraron, se


reorganizaron y segundos después, un poema completamente nuevo estaba en su
lugar. Los cuatros juntaron sus cabezas y leyeron en voz alta.

Si estás leyendo esto, entonces has encontrado las partes del cetro,

Para llegar tan lejos, un noble corazón tienes dentro.

Ha llegado el momento de que la separación sea ahora eliminada,

Y se fundan en una, cada pieza encontrada.

A la justa Ravenclaw, probaste tu espíritu y voluntad,

A Slytherin, tu astucia, fuerza, agilidad y habilidad.

Para Hufflepuff encontraste tu camino a través de mundos, secretos y guaridas,

y a Gryffindor, tu valentía ante los problemas.

Invoco al poder del tiempo a tomar el control

De estas débiles piezas divididas ahora, para formar uno solo.


Mientas decían la última palabra, una luz brillante y limpia empezó a salir de
las páginas del diario. Se deslizó hacia fuera, bailando alrededor del fragmento de
James. Se hizo más fuerte, extendiéndose a través de las piezas de Sirius y Remus a
su lado, finalmente alcanzando a Peter en el otro lado. A su alrededor, se erguía en
intensidad, palpitando como viva. De repente, como magnetizados, los fragmentos
del cetro se alejaron de sus dedos y se fusionaron con otra brillante luz dorada. El
cetro volvió a quedar entero, y durante unos segundos cayó y giró en el espacio
por encima del diario que lo conducía. Entonces la luz se desvaneció y el diario
cayó al suelo con el Báculo de los Tiempos encima.

—¡Caray! —respiró Sirius.

Una sombra apareció en la puerta.

—Caray está bien.

Los cuatro se dieron vuelta con sus varitas listas. Turnbill se acercó a la luz de
la luna, con los ojos muy abiertos.

—Tranquilos, tranquilos chicos. No puedo creerlo... ¿es eso lo que creo que es?

La boca de Remus se abrió en confusión. Peter tembló como una hoja. Sirius
salió desafiante.

—Tendrás que matarnos si quieres tomarlo.

—¿Matarlos? —se rió Turnbill. —Quitarle a Gryffindor un par de puntos por


estar fuera de la cama tal vez, pero ¿Por qué demonios quisiera matarlos, Sirius?

La varita de James cayó a su lado.

—Pero... pero en la enfermería. El pasillo... usted dijo...

—¿Yo dije qué? —preguntó Turnbill, parecía genuinamente confundido. —


James, creo que no entiendo...

Fue interrumpido cuando una explosión hizo estallar la puerta a un lado en


una lluvia de chispas negras. A través de los restos de humo, otro Turnbill entró en
la pequeña sala de trofeos, arañado y sangrando. Sus ojos anchos y furiosos se
lanzaron de Sirius a Remus, de James a Peter, y finalmente se detuvo en el primer
Turnbill.

—Eben —dijo el Turnbill número uno con calma. —¿Qué estás haciendo aquí?
¿Qué has hecho?

—Son gemelos —dijo Remus en voz baja. —Por supuesto... Frank dijo que tenía
un hermano...

—Hola, Edrian —el nuevo Turnbill dijo, aparentemente insolente de ver a su


hermano allí. —Siento mucho lo que pasó con tu esposa Muggle. Tú y tu hija
sangre sucia deben estar angustiados. Por cierto, ¿cómo está ella?

La cara del primer Turnbill comenzó a oscurecerse. Eben rió bajo su aliento.

—Voy a tomar eso como que está bien. Espero que alguien la haya estado
alimentando mientras no estabas. La mantienes como una mascota, ¿cierto? Es
para lo único que son buenos los Sangre Sucia. Pensé que las mascotas necesitaban
de alguien para que los cuide, asegúrate de que no te ensucie la alfombra.

—Deja a Juniette fuera de esto —dijo finalmente el Profesor Turnbill.

—¿Pero cómo puedo? —respondió inocentemente Eben. —Ella es parte de un


problema más grande. ¿Cómo alguien de nosotros puede olvidarse del problema
Muggle? Está en todas partes ahora. No hay magia aquí, no hay magia allá. Debe
actuar "normal", debe usar ropa muggle. Ahora están envenenando nuestras líneas
de sangre, como lo demuestra tu Juniette. ¿Dónde termina, Edrian? ¿Dónde
termina?

El Profesor Turnbill no dijo nada, su cara estaba pedregosa.

—Bueno, supongo que no será un problema por mucho más —dijo Eben, ahora
paseando por la habitación. —Las cosas van a cambiar pronto. Finalmente, alguien
tiene la idea correcta.

Esto llamó la atención del Profesor Turnbill. —No has... no lo has hecho...

Eben se echó a reír maniáticamente, y los reflejos de la luz de la luna en los


trofeos reflejaron una luz verde enfermiza en su rostro ensangrentado.
—Edrian, Edrian... —lentamente comenzó a mover la manga de su antebrazo
izquierdo. Siempre fuiste el más débil de nosotros dos. Hay uno en cada grupo de
gemelos. No esperaría que lo entendieras. Permíteme hacerlo claro para ti. ¿En cuál
mano crees que nuestro futuro descansa? El tiempo de Dumbledore está
terminando. Los que están a su lado van a lamentar su elección de lealtad
demasiado pronto. Es hora de que pongamos nuestra fe en un nuevo amo...

Levantó el antebrazo para que todos lo vieran. Una marca oscura recién
entintada se extendía a través de este.

—El Señor Oscuro se está levantando.

Mientras los dos intercambiaban, James se dio cuenta de que Sirius trataba
secretamente de captar su atención.

—¿Qué? —susurró por la comisura de su boca.

Sirius dirigió sus ojos significativamente al Báculo de los Tiempos en el suelo.


Eben todavía no lo había visto. Entendiendo, James tranquilamente y despacio
deslizó su pie detrás de él, sintiéndolo.

—Me temo que no tengo toda la noche para esto —dijo Eben. Inspeccionó su
varita perezosamente. —Tengo asuntos importantes que atender. Supongo que no
perderé el aliento tratando de convencerte de que te unas a nosotros. Es una pena,
podrías haber sido una gran ventaja para nuestro pequeño equipo.

Apuntó su varita directamente entre los ojos del Profesor Turnbill.

—Dale mis saludos a tu esposa Muggle.

James sintió que el pie atrapaba el cetro y empezó a arrastrarlo hacia delante.
Eben debió verlo, porque giró su varita hacia James.

—¡DESMAIUS!

—¡No! —gritó el Profesor Turnbill, arrojándose hacia su hermano. El hechizo


pasó por encima de la oreja izquierda de James, rozando su desordenado cabello
oscuro y golpeando a Peter en la frente.
—¡Peter! —gritó Remus, atrapándolo mientras se desmoronaba inconsciente en
el suelo.

James quiso correr hacia él, pero Eben y el Profesor Turnbill rodaban por el
suelo, bloqueando su camino. El Profesor Turnbill estaba lanzando hechizos, pero
Eben le tenía la mano alrededor de la muñeca con la cual sostenía la varita. Rayos
de luz saltaban furiosamente de los armarios. Los vidrios estaban destruidos y los
trofeos volaban.

—James —llamó Remus, señalando. —¡Coge el cetro!

El Profesor Turnbill volvió la cabeza para mirar y Eben aprovechó la


distracción.

—¡PETRIFICUS TOTALUS!

El Profesor Turnbill se congeló y se puso rígido como una tabla. Eben pasó por
encima de él y volvió sus oscuros y enloquecidos ojos a James. Levantó su varita.

—Déjalo. Ahora.

Remus saltó de repente.

—¡James, Sirius, CORRAN! —rugió y se lanzó sobre Eben. Se estrellaron hacia


atrás con un montón de trofeos, enviando aún más fragmentos de vidrio volando.
James se arrodilló para agarrar el cetro y luego él y Sirius huyeron de la habitación,
oyendo sólo gritos y vidrios destrozados detrás de ellos.

—¡AVADA KEDAVRA!

El corazón de James cayó al fondo de su estómago.

—¡NO! —gritó, volviendo. Sirius lo detuvo.

—¡Vamos James, tenemos que llevar el cetro tan lejos de aquí como podamos!

—¿Y si él... —comenzó James, pero no pudo terminar la frase. Su estómago


estaba torcido en nudos dolorosos.

—Lo hizo por nosotros. ¡Tenemos que irnos!

Eben estalló desde la sala de trofeos.


—¡PAREN! —gritó, levantando su varita.

Varios rayos de color rebotaron en las paredes. James y Sirius los esquivaron,
regresando a las escaleras. Casi se acercaron a una muy preocupada Profesora
McGonagall cuando llegaron allí y ella solo tuvo tiempo de gritar. —¡Potter! ¡Black!
¿Qué diablos...? —pero luego un chorro de luz roja la golpeó en el costado,
arrojándola hacia atrás por las escaleras. Incapaz de parar y ayudarla, James y
Sirius treparon furiosamente, dando dos pasos a la vez.

—¿Adónde vamos? —gritó James a Sirius, cuando llegaron al descanso del


séptimo piso.

—¡No lo sé! —contestó Sirius, lanzando sus manos al aire. —¡Arriba!

Un chorro de luz verde golpeó la barandilla bajo la mano de James.

—Tenemos que seguir moviéndonos —dijo, apartando a Sirius.

—¡Esto no es como cuando estábamos en las mazmorras! —dijo Sirius, una vez
que estaban corriendo de nuevo. —¡No vamos a ser lo suficientemente grandes
como para aplastarlo, y estoy seguro de que la Sra. Norris no va a comérselo!

James no sabía qué decirle, así que en vez de eso, se limitó a seguir corriendo,
pasando el retrato de la Dama Gorda, y los trajes de armadura que una vez
encerraron a la Sra. Norris en cautiverio. Mientras pasaba rápido sobre el despacho
de Flitwich, una chica en un retrato se levantó de un salto.

—James, ¿Qué ocurre?

—¡Eloise! —gritó James por encima de su hombro. —Trae ayuda, envía a


Dumbledore. ¡Consigue a alguien!

No necesitaba decirlo dos veces. Eloise desapareció por el lado de su marco


justo cuando un chorro de luz lo golpeó, estrellándolo al suelo y convirtiéndolo en
un montón de madera rota y astillas. Eben maldijo en voz alta desde unos pocos
metros de distancia.

Esquivando más maldiciones, James y Sirius se adentraron en la Torre Oeste y


subieron por la escalera sinuosa que conducía a la Lechucería. En la parte superior,
irrumpieron en la sala llena de paja, sus zapatillas patinaban sobre el suelo
cubierto.

—¡No hay otro lugar donde ir! —dijo James estúpidamente.

—¡Escala! —ordenó Sirius, agarrando la primera cornisa de lechuzas. James lo


siguió, y los dos avanzaron laboriosamente, manchándose las manos y las túnicas
con excrementos de lechuzas.

Con un suave zumbido, algo ligero de colores de sal y pimienta en las alas,
aterrizó en el hombro de James.

—¡Hera, toma el cetro! ¡Sácalo de aquí!

La joven lechuza hizo todo lo posible para agarrar el pesado bloque de


obsidiana, pero no pudo levantarlo.

—¡Ja!

Eben apareció en la puerta, respirando con dificultad. Parecía más enloquecido


que nunca, con la boca espumosa, los ojos abultados y la túnica rasgada en cintas
por garras de gatos y vidrios. Hera gritó en alarma y por algún instinto de
protección, se zambulló hacia él con sus pequeñas garras extendidas.

—Depulso —dijo, casi perezosamente. Como si fuera golpeada por un bateador


de Quidditch invisible, Hera voló hacia atrás en una corriente de plumas y salió
por una de las ventanas.

—¡HERA! —gritó James.

Eben soltó una carcajada fría e indiferente, y comenzó a subir tras ellos.

—¿A dónde creen que van? A menos que les broten alas y vuelen, sólo están
prolongando lo inevitable.

Sirius miró a James, su rostro estaba lleno de terror.

—¡El techo es el único lugar que nos queda para ir!

Se deslizó a través de una de las ventanas abiertas cerca del techo, y James le
siguió, agachándose más allá de otro chorro de luz roja.
Sin sus gafas era difícil saberlo, pero a James le pareció que la amplia extensión
del lago estaba a su alrededor, reflejando la brillante luna creciente. Una agradable
brisa de verano rizó su cabello.

Tendremos que volver aquí otra vez, pensó. Es decir, si no morimos.

Sirius giró, casi en un círculo completo.

—Por aquí —dijo, pero luego se giró y miró hacia otro lado. —No, tal vez por
aquí...

BOOM.

James observó cómo la forma del cuerpo de Eben emergía de la ruina abatida y
ardiente de lo que solía ser una de las ventanas de la Lechucería.

—Por favor decide rápido —instó, tratando de no sonar como Peter.

—¡Por aquí! —dijo finalmente Sirius, corriendo hacia la izquierda. James trepó
a través de las tejas desiguales tras él, pero luego un gran penacho de luz delante
de ellos iluminó la noche y se detuvieron. Eben había hecho un enorme agujero a
través del techo a sus pies, bloqueando el camino hacia adelante. Caminó con paso
despreocupado, su varita apuntaba a sus rostros.

—Denme el cetro —dijo, extendiendo la palma de su mano libre. —No tienen a


dónde ir. Hemos terminado con este pequeño juego, y yo gano.

James miró a Sirius, quien le devolvió una sonrisa pequeña y triste, como si
dijera "Hicimos nuestro mayor esfuerzo".

—¿Quizás quisieras ver a tu amigo probar la maldición asesina? —reflexionó


Eben, girando su varita sobre Sirius, sus ojos se abrieron. —Chico estúpido...
dámelo ahora, o lo torturaré a él primero.

Sirius escupió en su cara. —Eso es todo lo que recibirás de nosotros —gruñó.

James miró desde la mano extendida de Eben hacia el cetro en sus propias
manos sucias. Una extraña sensación empezó en sus dedos de los pies, un zumbido
casi palpable que se elevó a través de su cuerpo hasta la parte superior de su
cabeza. El cetro le estaba recordando que estaba vivo, despierto.
—Llévanos de aquí, a cualquier lugar... en cualquier tiempo —susurró a su
reflejo en su superficie lisa y negra.

—¡AVADA KEDAVRA! —gritó Eben, pero mientras el hechizo escapó de sus


labios, el tiempo se ralentizó. Los ojos de Sirius se cerraron, justo cuando el
estallido de luz verde se acumuló en la parte superior de la varita de Eben y se
congeló.

Con un profundo y vibrante zumbido, el cetro arrancó a James de la escena en


un vórtice giratorio de luz. Podía ver destellos de lugares y gente, oír fragmentos
de palabras, gritos, conversaciones; incluso podía sentir las horas, los años y las
décadas mientras el cetro lo llevaba a alguna parte y hora que hubiera decidido
mostrarle.

—Nos vemos en Navidad.

James sintió hormigón bajo sus manos y rodillas. Con una sensación de caída
en el corazón, se dio cuenta de que Sirius había quedado atrás. Probablemente fue
porque no había estado tocando el cetro. James esperaba que estuviera bien, pero
luego un silbido de tren sonó, sorprendiéndole. Jadeó cuando se dio cuenta de
dónde estaba. Era obvio, incluso sin gafas.

Era la Estación King's Cross. El Expreso de Hogwarts estaba allí, pareciendo


igual que en otoño, con grandes olas de humo negro saliendo de su chimenea.
Había multitud de gente a su alrededor, cargando baúles, abrazando a miembros
de la familia y despidiéndose, pero ahí es donde las similitudes terminaron. Todo
lo demás parecía diferente. Había nuevos bancos a lo largo de una pared que él no
recordaba, y las columnas y puntas del techo habían sido pintadas de un color
diferente. Incluso los grandes signos redondos que llevaban la etiqueta 9 ¾ eran
diferentes. Seguramente era la Estación de King's Cross, pero no era la King's Cross
que conocía. Era la King's Cross del futuro.

—¿Y si quedo en Slytherin?

Dos figuras estaban no muy lejos, un padre y su hijo, cual su pequeña y


delgada cara lucía aterrorizada.
James jadeó, con el corazón latiendo. No tenía sus gafas, pero era obvio. El
padre era él. Una versión mucho más vieja de él, que ahora se agachaba para que el
rostro del niño se encontrara ligeramente por encima del suyo. Estaba diciendo
algo, pero era demasiado bajo para que James lo oyera.

James se acercó más, tratando de maniobrar alrededor de los carros, carretillas


y el mar de padres diciendo sus últimas palabras de despedidas. A nadie parecía
importarle, aunque estuviera sangrando y manchado de excrementos de lechuza.

—...pero si te importa, puedes elegir Gryffindor sobre Slytherin —decía su yo


mayor. —El Sombrero Seleccionador tiene en cuenta tu elección.

James se hinchó de orgullo. Aquí estaba justo enfrente de él. Las víboras que le
habían susurrado tales horribles secretos a él y a Sirius el invierno pasado estaban
equivocadas. Conocería a su hijo después de todo y seguiría viviendo para pasar el
consejo de su propio padre a su hijo.

—¿En serio? —preguntó el muchacho con expresión de asombro.

—Lo hizo conmigo —dijo el James mayor.

Ahora las puertas se cerraban de golpe a lo largo del tren escarlata, y los padres
se agolpaban hacia adelante para besos finales y recordatorios de última hora.
James quería ir a la versión más vieja de sí mismo, hacerle muchas preguntas...
estaba a punto de llegar hasta ellos, pero luego el chico saltó al coche y una mujer
cerró la puerta detrás de él. Tenía el pelo rojo.

—Lily... —susurró el joven James, deteniéndose en seco. Estaba demasiado


lejos para que él pudiera ver su rostro, pero sabía por el pelo rojo que tenía que ser
ella. Cuando el tren empezó a moverse, el viejo James pasó junto a él, observando
la delgada cara de su hijo, ya ardiendo de emoción.

El joven James se detuvo. Fue un momento que no pudo interrumpir. Debió de


haber sido como un duelo, viendo cómo su propio hijo se alejaba de él. Sonriendo
para sí, una extraña idea le llegó. Algún día, cuando él creciera, y ese momento
realmente llegara, ¿pensaría dar la vuelta y verse a sí mismo con once años a unos
pocos metros de distancia?
El último rastro de vapor se evaporó en el aire de otoño. El tren dobló una
esquina y la mano del James más viejo se levantó en despedida cuando Lily volvió
a su lado y le susurró algo. Sonaba como "Estará bien".

James sintió emociones que nunca antes había sentido. Un torbellino de


felicidad. Anhelo. Tal vez incluso un poco de tristeza, aunque no podía decir por
qué. El cetro no mostraría algo que no estaba realmente destinado a ser... ¿verdad?

Como si decidiera que James había visto lo suficiente, el profundo y vibrante


zumbido regresó. James vio una última cosa, la versión más antigua de sí mismo
tocando algo en su frente, pero entonces el cetro lo arrancó de la escena, y los
destellos de lugares y personas comenzaron a volar hacia atrás.

James mantuvo los ojos cerrados, saboreando los últimos fragmentos de él,
hasta que se encontró de nuevo de pie en el techo de la Lechucería, con Sirius a su
lado. La varita de Eben todavía estaba levantada, su otra mano extendida
requiriendo el cetro.

—Chico estúpido... —dijo. —Dámelo ahora, o lo torturaré a él primero.

James miró de nuevo mientras Sirius le escupía en la cara.

—Eso es todo lo que recibirás de nosotros. —gruñó.

—¡AVADA KEDAVRA! —gritó Eben, y el rayo verde de luz surgió de su


varita.

—¡CONGELAR! —exclamó James, y de repente todo se detuvo. James esperó,


pero nada se movió. Sirius estaba como una estatua junto a él, con los ojos
firmemente cerrados y el chorro de luz verde a sólo unos centímetros de su pecho.

Atreviéndose a respirar de nuevo, James se dio cuenta de que podía moverse


libremente sin interrumpir la quietud de la escena. Fue una sensación extraña, una
vez más lo dejó con la sensación de que estaba siendo observado por alguna
audiencia invisible. Tratando de ignorarlo, miró de cerca el rostro de Sirius. Era
una visión rara y congelada de alguien que se preparaba para su propia muerte.

No sólo cualquier persona, pensó James. Mi mejor amigo.


Tomó a Sirius por el brazo y comenzó a tirar de él hacia un lado. A medida que
lo hacía, se aligeró un peso que él no sabía que todavía llevaba sobre sus hombros,
y era tan sorprendente y tan maravilloso, que realmente se rió en voz alta. Había
estado tan perturbado por la tiara del Coleccionista, por la forma en que lo seducía,
pero ahora sabía quién era. Estaba tan seguro de que, aunque la tiara estuviera en
sus manos, sabía que no sería capaz de hacerle daño. Quién o qué fuera la tiara, no
conocía el amor ni la amistad. Nunca lo haría, y James sintió lástima por ello.

Cuando había corrido lo suficiente a Sirius como para que la Maldición Asesina
fallara, James lo soltó. Fue entonces cuando advirtió la mano de Sirius, congelado
en el acto de alcanzar su bolsillo. Curioso, James sacó lo que había dentro. Era el
Giratodo azul eléctrico. Las palabras del Tío Alphard volvieron.

"...nunca usen esta moneda a menos que haya un techo por encima de su cabeza...
usarla al aire libre sería muy imprudente..."

La esquina de la boca de James se convirtió en una sonrisa mientras lanzaba la


moneda al aire, no en su propia mano, sino sobre la palma extendida de Eben. Se
elevó sobre sí misma, girando una y otra vez, como si esperara las órdenes de
James.

—Descongelar.

El chorro de luz verde se fue navegando inofensivamente a la distancia, y


Sirius, con seguridad fuera del camino, jadeó fuerte. James tuvo tiempo suficiente
para captar la mirada de confusión, consternación y sorpresa en la cara de Eben
antes de que la moneda aterrizara en su palma abierta, y fuera lanzado al cielo
oscuro, gritando. La moneda cayó al suelo donde él había estado de pie, girando
hasta detenerse antes de aterrizar directamente en las colas.

Sirius cogió la moneda, riendo. —No la llamó.

James sonrió, pero luego una palabra gritada llegó a sus oídos desde muy, muy
alto por encima de él.

—¡REDUCTO!

Desde fuera de los cielos, el último hechizo de Eben Turnbill volvió de vuelta a
la tierra.
—¡Cuidado! —gritó James, empujando a Sirius hacia la ventana de la
Lechucería, pero ya era demasiado tarde. Lo que quedaba del techo explotó
cuando el hechizo alcanzó su objetivo, y James sintió que su cuerpo se lanzaba al
aire con la explosión. Luego el viento estaba silbando en sus oídos... estaba
acelerando hacia el lago... pero entonces, imposiblemente, sintió su cuerpo
desacelerándose.

Tal vez así es como se siente la muerte... pensó James, y entonces el mundo se fue.
Capítulo 19
La Marca Revelada

James recobró su conciencia con una vaga corriente de luz brillante


directamente en los ojos.

¿El Cielo? pensó. No, eso no puede ser. ¿Qué pasó con lo que me mostró el cetro? No
puedo estar muerto. ¡No puedo estar muerto!

—¡No puedo estar muerto! —gritó James, sentándose en posición vertical.

—No. Ciertamente no estás muerto, James, —una voz le respondió.

James parpadeó un par de veces. No estaba seguro de quién estaba hablando


con él. Todo estaba todavía borroso y su intenso dolor de cabeza no lo hacía mejor.

—Aquí, —dijo la misma voz, y James sintió que sus lentes estaban siendo
puestos en su mano. James se los puso y la cara de Albus Dumbledore apareció a la
vista. Estaba sentado en una silla elaborada con gusto junto a su cama.

—¿Profesor Dumbledore?
—Sí, James. Parece que has tenido algunas aventuras muy interesantes durante
tu primer año en Hogwarts.

James asintió en silencio. Entonces, como si una compuerta hubiera sido


abierta, todo a la vez se precipitó nuevamente hacia él.

—¿Dónde está Sirius? ¿Y Peter? ¡Remus! ¿Remus está bien? ¿Qué le sucedió?
La señora Norris, y... y Hera, ¡la señora Pomfrey!

Dumbledore sonrió serenamente.

—Todos ellos están bien, James.

James se inundó de alivio.

—Profesor Dumbledore, ¡lo encontramos! ¡Encontramos el Báculo de los


Tiempos! ¿Dónde está? Lo tenía cuando me caí… ¿Qué sucedió cuando me caí?

Dumbledore esperó pacientemente a que James formulara todas sus preguntas


antes de contestar.

—Antes de responder a tus preguntas, déjame decirte lo orgulloso que estoy de


ti, de Sirius, Remus y Peter que fueron capaces de terminar la misión antes que yo,
u otros magos mucho más hábiles pudieran.

James se ruborizó de orgullo.

—Tal vez, —Dumbledore continuó, —aquellos de nosotros que somos mayores


y mucho más experimentados deberíamos recordar siempre escuchar y apreciar las
ideas de nuestros alumnos más jóvenes y más creativos.

—¿Dónde está el Báculo de los Tiempos?

Dumbledore cruzó las manos sobre su regazo.

—Fui capaz de detenerte durante tu caída, pero al cetro, no pude. Desapareció


en el lago, y James, ya que tú, Sirius y yo somos las únicas tres personas con vida
que conocen su paradero actual, sugiero que lo dejemos allí.

—¿Por qué? —preguntó James. Sus esperanzas se desvanecieron, pero por


razones que no podía entender.
Los ojos azules de Dumbledore se suavizaron.

—James, no sé el alcance que probaste del Báculo de los Tiempos por ti mismo,
pero si se me permite hablar por experiencia, cuando era un niño también buscaba
cosas grandes y poderosas, tal vez apartadas del lado bueno de mi corazón.
Solamente miraba hacia adelante. Nunca miré a mi alrededor, y como resultado, me
he perdido algunos de los regalos más grandes de mi vida.

James estaba a punto de preguntar cuáles, pero algo le dijo que no lo hiciera.
Era una sensación que de alguna manera estaría entrometiéndose en algo privado,
algo que todavía le traía una gran cantidad de dolor a Dumbledore. Entonces, el
retrato de la chica que el Coleccionista mencionó de repente volvió a él, y lo dejó
con la sospecha de que ella tenía algo que ver con ello. Pareciendo agradecido por
el silencio de James, Dumbledore sonrió suavemente.

—Así que muchos magos... Muchos están buscando la capacidad de cambiar el


pasado, o aprender del futuro. De los tres, creo que el presente podría ser el más
mágico. Es el más momentáneo… el más fugaz. El más difícil de capturar, pero el
más fácil de cambiar.

—Señor, —preguntó James, subiendo sus rodillas hasta el pecho, —¿Qué va a


hacer Voldemort ahora que Eben Turnbill está muerto?

No se inmutó al oír el nombre, pero Dumbledore parecía un poco sorprendido,


y tal vez incluso un poco admirado al escuchar a James decirlo.

—James, no voy a mentirte, —dijo. —Voldemort ahora sabe tu nombre, y


porque lo has provocado, tú, junto con tu familia y amigos, pueden que ya no estén
seguros.

James se sentó de golpe.

—Mi mamá y papá, Merlín…

—James, por favor relájate, —dijo Dumbledore, sonriendo agradablemente a


una señora Pomfrey luciendo muy preocupada, que acababa de entrar en la
animada y elevada voz de James. —Te aseguro y al personal de la escuela, que
tengo a tu familia y amigos bien protegidos.
La señora Pomfrey le dio a Dumbledore una mirada de desaprobación, pero se
retiró de todos modos.

—¿Cómo? —preguntó James.

Dumbledore se inclinó más.

—Voy a compartir esto contigo, ya que te concierne, pero debo pedirte que
tengas cuidado en compartir esta información con otros. Creo que ha llegado el
momento de que respondamos a la creciente amenaza de Voldemort y sus
seguidores. Estamos organizando una orden defensiva para ver sus movimientos,
y cuando es necesario, protegemos a los que sentimos que se convierten en
objetivos.

Los ojos de James se abrieron como platos.

—¡Quiero ayudar! ¡Quiero unirme!

Dumbledore negó con la cabeza.

—Me temo que en este momento de tu vida aún no estás preparado.

—¿Cuándo lo estaré?

Los ojos de Dumbledore brillaron con diversión… ¿O podría ser orgullo?

—Si algo de suerte está de nuestro lado, James, por el tiempo que estés lo
suficientemente mayor, no habrá necesidad de que la orden exista del todo.

La decepción se extendió por James mientras se desplomó estrepitosamente


sobre las almohadas.

—Si te sirve de consuelo, —dijo Dumbledore, recogiendo sus ropas para


levantarse de la silla, —Tuve la misma conversación con el señor Black temprano
esta mañana. Quería unirse también, pero le di la misma respuesta que a ti.

James recordó con un sobresalto qué día era.

—¡Mi examen de Historia de la Magia! ¡Me lo he perdido!

Dumbledore se rió entre dientes.


—Tú y tus amigos no tendrán que preocuparse por eso. Me atrevería a decir
que has tenido un montón de estudio independiente en la Historia de la Magia de
este año. Después de todo, no tenemos forma de saber si usaste el cetro para
aprender las respuestas antes de presentar al examen, ¿verdad?

Con un guiño, dio media vuelta para abandonar la sala.

—¿Señor? —preguntó James.

Dumbledore hizo una pausa para mirar hacia atrás.

—¿Revelaría el cetro algo que nunca podría suceder?

Una pequeña y comprensiva sonrisa se deslizó a través de las viejas facciones


de Dumbledore.

—No, James. Muestra lo que era, y lo que será. El truco real, sin embargo, es
comprender lo que has visto.

Antes de que se diera la vuelta para irse, los ojos de Dumbledore brillaron una
vez más, pero por razones que no podía comprender, James sintió una pequeña
cantidad de tristeza detrás de su sonrisa. Antes de que tuviera más tiempo para
pensar en ello, Dumbledore se había ido.

Por el momento en que la señora Pomfrey permitió a James dejar la enfermería,


el período de exámenes había terminado, y casi todos habían salido a disfrutar lo
que quedaba de la tarde de verano antes de que el tren los llevara a casa por la
mañana. James caminaba solo sobre los escalones de la entrada del castillo,
escaneando los jardines por cualquier indicio de sus amigos. Finalmente, los vio
debajo de un viejo árbol de Haya cerca del lago.

—Hola chicos, —dijo, caminando detrás de ellos. El sol de color naranja


brillante estaba empezando a hundirse bajo el brumoso horizonte.

—Es bueno verte en una sola pieza, James, —dijo Remus, con la espalda
apoyada en el tronco del árbol. —Rescaté tu capa de invisibilidad… está arriba en
tu baúl. Sirius nos puso al corriente de lo que pasó... al menos lo que pudo
recordar...

Sirius se encogió de hombros.


—Cuando la Maldición Reductora golpeó el techo, fui arrojado hacia atrás
dentro de la torre. Me rompí el brazo, pero la señora Pomfrey lo arregló enseguida.

James se giró hacia Remus.

—¿Qué pasó contigo? ¡Estaba seguro de que usó la Maldición Asesina en ti!

Remus rió.

—Le oí comenzar a decirla, así que reaccioné a la primera como pude, y agarré
el trofeo más cercano que tuve para bloquearlo. El hechizo rebotó y golpeó la
pared, pero fui noqueado. El pobre premio de T. M. Riddle tiene una bonita y gran
quemadura en él sin embargo. Buena suerte al que tiene que pulirlo.

—Remus, realmente no tenías que ayudarnos a escapar de esa manera, —dijo


James. —Podrías haber muerto.

Remus se encogió de hombros.

—Alguien tenía que hacer algo. Ustedes tres son realmente mis primeros
amigos verdaderos. Tal como mi madre dijo antes de Navidad...

Sirius se animó. Remus no había reconocido el encuentro con su madre desde


que sucedió.

—Ella tiene razón, —continuó. —Es difícil para la gente como yo...

Por un momento, parecía como si estuviera librando una lucha interna muy
dura sobre si sí o no compartir más con ellos.

—... ya saben, puedo ser tímido cuando no conozco a alguien, —terminó, se


desinfló como un viejo globo. Era evidente que no estaba diciendo toda la verdad,
pero después de lo que hizo la noche anterior, nadie quería presionar sobre el
tema.

James se sentó en la tibia hierba junto a Sirius.

—Dumbledore vino a verme, —dijo Sirius. —Dijo que iba a verte, también,
cuando despertaras.
—Lo hizo, —dijo James en voz baja. —Creo que perdió a alguien cuando era
más joven, y creo que sé quién fue.

—Yo también, —dijo Sirius, y luego, para sorpresa de James, sacó de su bolsillo
un objeto ovalado en una cadena. Era el relicario de plata que el Coleccionista les
había mostrado… el que pertenecía al retrato de la chica en la oficina de
Dumbledore.

—Lo sacaste, —dijo James sorprendido. —¿Cómo?

—Cuando se te cayó el mapa, el Coleccionista lo vio y estuvo a punto de


hacerse con él, lo derribé, ¿recuerdas? El medallón se cayó al suelo mientras
estábamos luchando. No se dio cuenta que lo robé.

James cogió el medallón y le dio la vuelta en sus manos. Era sólido, pero
todavía tenía un aspecto extraño, como texturizado por pinceladas.

—¿Por qué no nos lo dijiste?

—Un montón de cosas pasaron esa noche, —dijo Sirius. —Me había olvidado
de él hasta que Dumbledore me lo recordó.

—Tenemos que regresarlo. —dijo James, entregándoselo.

—Y lo haremos, —dijo Sirius, quedándose con él. —En el momento adecuado.

James contemplaba los brillantes reflejos rojos y dorados en la superficie del


lago.

—El cetro está por ahí en alguna parte.

Sirius sonrió.

—Tal vez el calamar está surfeando.

Todos rieron. En los años venideros, James siempre recordaría con cariño ese
momento tranquilo al final de su primera aventura. En años posteriores, él nunca
pudo recordar exactamente qué fue lo que hablaron por la tarde, o cuáles fueron
sus planes a los once años para el glorioso y desconocido futuro, pero siempre
recordaría el alivio y la satisfacción que sintió al estar con sus amigos más cercanos
hablando hasta el atardecer, hasta que los últimos matices de color escarlata del sol
del verano desaparecieron tras el oscuro horizonte.

—¡Mira por dónde vas!

—¡Lo siento! —Sirius gritó, desviando la carretilla de Hogsmeade con el baúl


escolar a toda velocidad alrededor de un muy molesto Lucius Malfoy. James estaba
ganándole.

—¡Aguanta Hera! —rió James. Giró al otro lado de Lucius, casi cuello a cuello
con Sirius. Hera, con su ala izquierda vendada por el ataque de Eben, de alguna
manera logró aguantar, pero no sin lanzarle unos cuantos alegatos hacia atrás a
James para que redujera la velocidad. Unos segundos más tarde, Peter venía
resoplando junto con su carro.

—¡Esperen, chicos! —jadeó.

Remus cerró la marcha al caminar a paso ligero, pidiendo disculpas a todos por
las travesuras de sus amigos. No era necesario, sin embargo. Un rumor había
nacido en la cena de la noche anterior. Un rumor de que James Potter y Sirius Black
habían volado parte del techo de la Lechucería como una broma. El rumor recorrió
las cuatro casas durante la noche, y ahora, todo el mundo quería echarles un
vistazo más de cerca.

James estaba a punto de aplicar una particularmente buena explosión de


velocidad, pero luego vio al profesor Turnbill vadeando entre los estudiantes,
despidiéndolos. Para alivio de Hera, disminuyó la velocidad.

—¿Profesor? Siento todo lo que pasó este año, y a su hermano.

Turnbill sonrió con calidez, poniendo una mano pesada sobre el hombro de
James.

—Estaré bien, James. Tú y tus amigos realmente son unos magos increíbles,
haber enfrentado lo que tuvieron. Eben tomó decisiones equivocadas, y se enfrentó
a las consecuencias.

James asintió, mirando hacia abajo a sus pies.

—Espero que podamos tener un curso mejor el próximo año.


La sonrisa en el rostro de Turnbill se desvaneció.

—James, no voy a volver el año que viene.

—¿¡Por qué!? —preguntó James, horrorizado.

Turnbill se rió.

—Como probablemente has adivinado por mi colección, ser un maestro no es


mi profesión principal. Me han pedido recuperar un artefacto este otoño, así que
me temo que no voy a estar en el país.

A la mención de su colección, James recordó el Colgante de Bast. Sacándolo de


su bolsillo, se lo tendió a Turnbill.

—Esto es suyo, y usted debe tenerlo de nuevo. La señora Norris y yo lo


pedimos prestado.

Turnbill giró el colgante en la palma de su mano, luciendo un poco


sorprendido, pero luego se lo devolvió a James.

—Aunque no tengo ni idea de cómo te las arreglaste para encontrar esto,


quiero que lo conserves. Después de todo tu duro trabajo este año, te lo mereces.

El corazón de James saltó.

—¿De verdad?

Turnbill asintió.

—Ten unas buenas vacaciones de verano, James. Estoy seguro de que nos
veremos de nuevo otra vez.

James sonrió y dio media vuelta para irse, pero entonces una pequeña
pregunta en el fondo de su mente volvió a emerger.

—¿Profesor? —preguntó vacilante, — ¿tiene un tatuaje en su brazo izquierdo?

Turnbill asintió.

—Sí lo tengo, James. Me gustaría mostrártelo, pero el director Dumbledore


amablemente me ha pedido que no llame la atención sobre él.
—¿Qué es? —preguntó James, esperando que al menos le contara.

Turnbill tomó una respiración profunda, y examinó de cerca a James. Después


de un momento de consideración, hizo una mirada furtiva hacia la izquierda y
derecha, y se acercó.

—Es el signo de las legendarias Reliquias de la Muerte, —respondió en voz


baja. —Yo, junto con muchos otros, las he buscado toda mi vida. Utilizamos el
símbolo para revelarnos a otros creyentes, con la esperanza de que podamos
ayudarnos unos a otros en la Búsqueda.

James estaba a punto de preguntar exactamente qué eran las Reliquias de la


Muerte, pero el silbato del tren sonó detrás de él, indicando que todos los
estudiantes debían subir a bordo.

—Gracias profesor, —dijo a cambio, agitando las manos mientras se


apresuraba para llegar a su carro en el tren. —¡Lo veré de nuevo, espero!

Turnbill sonrió, y al levantar el brazo para devolverle el saludo, dejó que la


manga cayera hacia abajo para mostrar una marca extraña en su antebrazo
izquierdo… un ojo dentro de un triángulo. Tan pronto como estuvo seguro de que
James lo había visto, bajó rápidamente su brazo y rodó hacia abajo la manga con
un guiño.

El viaje de vuelta en el tren fue demasiado rápido para James. En un momento


estaban mirando afuera de las ventanas a la Estación de Hogsmeade, y luego,
después de una pocas ranas de chocolate, estaban mirando hacia fuera a King’s
Cross.

—¡Hasta pronto, chicos! —Peter dijo por encima del hombro, caminando entre
la multitud hacia su madre y los brazos extendidos de la hermana.

—Cuida esa lechuza, James, — dijo Remus, inclinándose para mirarla a través
de las barras. —La necesitarás para que todos nosotros podamos mantenernos en
contacto este verano.

Con una sonrisa sincera, se despidió de James y Sirius antes de salir a


encontrarse con su familia. James observaba la espalda de Remus, pero luego se
dio cuenta de otra familia cerca… la de Lily.
—… además, —una estirada chica mayor estaba diciendo, —en MI escuela
hemos aprendido álgebra, y cómo hacer que los volcanes exploten con bicarbonato
de sodio...

Lily, que estaba tratando al menos parecer ligeramente interesada en lo que su


hermana estaba diciendo, vio que James observaba y le envió una pequeña sonrisa
y un saludo. James se lo devolvió.

—Sirius, —dijo, sintiéndose un poco incómodo, —¿recuerdas todo lo que las


serpientes nos dijeron en la habitación de Slytherin?

Sirius asintió.

—Ya te dije, no creo…

—Ahora sé que nada de eso era cierto, —dijo James con claridad.

La elegante frente de Sirius se arrugó.

—¿Cómo?

James le habló del destello que le reveló el cetro, pero cuando llegó a eso, tomó
la decisión de omitir a Lily de la historia.

—Guau, —Sirius suspiró. —Ves, te lo dije. ¿Dónde estaba yo? ¿Estaba ahí?
¿Tenía hijos?

James frunció el ceño. Ahora que lo pensaba, Sirius había estado


misteriosamente ausente de la escena. Peter y Remus también. Al ver a Sirius
mirando esperanzador, sin embargo, no pudo soportar la idea de decir la verdad.

—Sí, también estabas allí. Lucías muy bien.

Sirius se rió entre dientes.

—Bueno, si estoy vivo para entonces, por lo menos ahora puedo ser tan
imprudente como quiera.

En ese momento, algo marrón y peludo plantó sus patas delanteras en la


camisa de James. Hera ululó de miedo.

—¡Merlín! —James rió, rascando detrás de las orejas del Pastor Alemán.
Sirius se puso de rodillas para acariciar al perro grande.

—Me gustaría ser como tú, Merlín. No quiero pasar otro verano con mis
padres. Persiguiendo mi cola alrededor del patio trasero de James suena mucho
más divertido.

James sonrió.

—Bueno, tal vez el próximo verano puedas venir a casa conmigo. Estoy seguro
de que mis padres te acogerían en un instante.

—¿En serio? —Sirius sonrió.

—Sí, —James sonrió. —Y podemos hacer búsquedas más emocionantes y


peligrosas.

—¿Cuál esta vez? —se rió Sirius.

—Las Reliquias de la Muerte. —James dijo sin rodeos.

—¿Las qué? —preguntó Sirius.

—No sé lo que son, —dijo James, —pero estoy seguro de que podemos
encontrarlas.

Y así cruzaron la barrera de vuelta al mundo exterior, con un viaje detrás de


ellos, y muchos más por delante.
Sobre la Autora

Lisa Marie Wilt ha sido una gran fan de la


serie Harry Potter desde que leyó “Harry Potter
y la Piedra Filosofal” en 2001. Este es su primer
intento de escribir una novela larga, pero espera
escribir muchas más, incluyendo algunas que
son totalmente de su autoría.

Lisa Marie vive en Cape Cod, Massachusetts. Ella es una bióloga marina, pero
ama tapizar, tejer, y por supuesto, escribir en su tiempo libre.

Visita www.jamespotterproject.com o escribe al correo electrónico


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