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James Potter
Y EL BÁCULO
DE LOS TIEMPOS
Estamos agradecidos por la buena acogida que tuvo este fanfic del padre de
Harry Potter en su primer año en Hogwarts, una historia que esperamos la autora
continúe. Queríamos traérsela como un preámbulo al quinto y último libro de la
Serie James Potter de George Norman Lippert: “El Hilo Carmesí”, el cual
aguardamos con ansias a que el autor publique para empezar a traducir.
Confiamos en que este trabajo sea de vuestro agrado y que los impulse a seguir
apoyándonos para los futuros proyectos, así como también, a difundir y darnos
crédito por esta traducción.
31 de Diciembre de 1926
Una suave nieve estaba empezando a caer en las calles de Londres. Sacudía el
polvo de los tejados y bailaba bajo las farolas, eventualmente cayendo sobre las
aceras vacías. Aún era temprano en la noche, pero los sonidos estridentes de las
celebraciones de Año Nuevo ya estaban a la deriva fuera de clubes y salones de
baile, como si estuvieran desafiando el frío silencioso de afuera.
—Ruth, ¿Qué estás esperando? ¡El bebé ya viene! ¡Cuidado con la cabeza de la
chica!
Frances Busby, una formidable anciana, había sido la matrona de Wool por
más de cuarenta años. Tenía una boca pequeña y apretada, llevaba un vestido gris
llano, y nunca parecía tener un problema de decirle a Ruth todos sus defectos.
—Probablemente todavía estás de mal humor por esa maldita fiesta. No quiero
oír ni una palabra al respecto o acerca de ese chico, Roger Cowl.
Ruth hizo todo lo posible para no hacer una mueca cuando volvió a su posición
cerca de la cabeza de la chica. El nombre del chico era Roger Cole, no Roger Cowl, y
a Ruth le había gustado durante años. Estaba dando una fiesta por Víspera de Año
Nuevo en su departamento esa noche mientras sus padres estaban de vacaciones.
Si Ruth hubiera estado libre para ir, probablemente hubiera tenido la oportunidad
de hablar con él, o incluso bailar, pero estaba aquí en un sótano oscuro, dándole
otro desafortunado niño al mundo. Cogiendo el coraje lo mejor que podía, porque
la idea de tocar a la chica le parecía aborrecible, Ruth tomó la punta de la sábana
manchada donde yacía la chica y la utilizó para limpiar con cuidado la frente
sudorosa.
Frances era por ahora, con toda su experiencia, muy eficiente en los partos de
bebés. No pasó mucho tiempo antes de que el cuerpo de la niña se relajara, y
Frances se enderezó a entregar un recién nacido a Ruth. Era sorprendemente
ligero, y estaba muy quieto.
Ruth lo sintió alrededor de las costillas del bebé, y acercó su oreja a la boca.
Respiraba, pero estaba muy frío. Esto le preocupaba, porque ella nunca antes había
tomado a un niño recién nacido que estuviera tan frío como él.
Por un largo momento la chica no respondía. Por último, sin apartar los ojos
del techo, mientras hablaba. Su voz era baja, apenas un susurro.
La muchacha no respondió.
—¡Espera!
La chica de repente tomó la parte de atrás de la falda de Ruth, sus ojos estaban
espantosamente saltones.
—¡Quédate...por favor!
Ruth vaciló. Después de todo, ¿Qué le debía a la chica? En ese momento, tomó
el fibroso pelo negro de la muchacha que colgaba como algas podridas en ambos
lados de su rostro demacrado y ahuecado. ¿De dónde había venido la chica? ¿Qué
había pasado? Quizás había sido la forma desesperada de la chica para conectar
con alguien, cualquiera, pero finalmente Ruth se suavizó. Se sentó en el borde de la
cama.
—Cuando era una niña, solía soñar con conocer a mi madre. Ella murió cuando
yo era muy pequeña para recordarla. Tal vez ahora mi hijo crecerá, y algún día va
a soñar con conocerme.
—Nunca fui una chica hermosa. Nunca fui inteligente... pero amé a alguien. He
conocido lo que es vivir por alguien más. ¿Es eso suficiente para decir que mi vida
tuvo algún valor?
—Espero para él, para mi pequeño Tom... que hará grandes cosas. No estará
condenado a vivir en rincones oscuros, como lo he hecho durante toda mi vida... Si
hay algún poder en mi sangre, en la sangre de mi familia... que pase hacia él.
Quizás lo ayude a crecer fuerte...
Los ojos de la chica seguían mirando, pero después de unos cuantos latidos del
corazón de Ruth, algo detrás de ellos se escabulló, dejándolos horriblemente
vacíos. Todo lo que quedaba dentro eran las imágenes reflejadas por la llama
bailando.
Ruth se sentó durante un largo rato, ahora sintiéndose vacía al igual que esos
grandes ojos que la miraban fijamente. No fue hasta que la pequeña criatura en sus
brazos hizo un pequeño sonido, algo entre un gemido y un silbido, que recordara
al bebé. Se levantó de la cama y dio unos pasos hacia la luz de la vela en la mesa,
meciéndolo en sus brazos mientras caminaba. A medida que la luz se derramaba
sobre su pequeño rostro, el niño abrió los ojos, y Ruth se sorprendió al ver que
estaban en calma, oscuros, e inteligentes. Ruth tocó con la punta de su dedo la
pequeña mano del niño.
—Hola, Tom.
45 años después
—Dale la vuelta.
En respuesta a la orden, que parecía haber venido del aire, un hombre con
capucha y máscara obedientemente ingresó un pequeño anillo de luz en una
oscura y húmeda habitación. Metió la punta de la bota de acero en las costillas de
una anciana que estaba justo en el centro, cuya frágil forma estaba envuelta en
chales andrajosos. Se dio la vuelta para mirar hacia arriba, tenía el rostro
magullado y manchado de lágrimas mezcladas con pequeños riachuelos de sangre.
—No lo sé —rogó, con las manos veteadas raspando contra las tablas pobres
llenas de polvo. —Ya te lo dije, ¡una verdadera profecía no se escucha o detecta de
ninguna forma que por la misma adivina!
—No puedo...
El hombre apretó con más fuerza alrededor del cuello de la vidente y por unos
momentos, ella no podía hacer nada más que jadear en busca de aire. Entonces,
justo cuando parecía que podría estar escapando, él la soltó. Ella cayó pesadamente
al sueldo de espaldas.
—¡Avada Kedavra!
Con un destello de cegadora luz verde, la mujer no tembló más. Los otros en la
habitación no se atrevieron a respirar. Había muchos de ellos. Sus números
parecían crecer más y más cada día. Se aferraron a los rincones más oscuros de la
habitación como arañas, como si la oscuridad pudiera mantenerlos a salvo fuera
del camino de quien los llevó (al que tanto amaban y temían). Cuando la tensión se
hizo casi insoportable, uno de ellos se adelantó para hablar. No era el más alto, ni
tampoco el más imponente (en realidad era un mando medio), pero fue un
movimiento tan audaz que sólo alguien de alto rango se atrevería a hacerlo.
Por un fugaz momento, los ojos del pálido hombre parecían parpadear un color
escarlata en la habitación en penumbra. —Malfoy, siempre pensé que eras uno de
mis Mortífagos más fieles.
Malfoy se fundió en las sombras sin decir nada más. Los otros observaban con
satisfacción codiciosa.
Las dos últimas palabras quedaron suspendidas en el aire rancio con una
terrible finalidad.
—¡Morsmordre!
Una brisa de verano agitaba las hojas de los robles que bordean un camino
rural estrecho en un lugar llamado el Valle de Godric. Pasaba por el cabello oscuro
y descuidado de un niño con gafas de once años de edad, quien esperaba
pacientemente en el porche de una casa de campo blanca. Miraba fijamente hacia el
cielo sin nubes, con las manos apretadas contra su frente para dar sombra a sus
ojos color avellana de la brillante luz del sol mañanero.
Cada mañana, durante las últimas dos semanas, había tomado este lugar en el
porche, entrecerrando los ojos por el más mínimo movimiento de las alas en el
cielo veraniego. Por una parte se sentía del todo seguro de que lo que estaba
esperando arribaría en cualquier momento, pero por otra parte no estaba tan
seguro. ¿Y si la carta nunca llega? ¿Y si hubiera sido un error, y el fuera realmente
un Squib? Con una sacudida en el estómago, se imaginó una carta en manos de su
padre, informándole que lamentablemente su hijo no poseía ninguna habilidad
mágica, mientras que su madre sollozaba en el fondo. ¿Qué podría hacer un Squib
dentro de un mundo lleno de otras personas que poseen una habilidad que
impregnaba cada parte de su existencia... un poder que a él le faltaba?
En ese momento, una mancha oscura apareció a lo lejos en el cielo por encima
de la casa de la Sra. Bagshot. El corazón que latía con fuerza contra las costillas del
muchacho de pronto saltó a la garganta. Era una lechuza de correo, y venía
directamente hacia él. Creció más y más, hasta que finalmente estuvo lo
suficientemente cerca para abatirse sobre su cabeza y soltar un sobre pesado en sus
manos extendidas.
ESCUELA DE HOGWARTS
DE MAGIA Y HECHICERÍA
————————//————————
Querido Sr.Potter,
Atentamente,
Minerva McGonagall
Directora Adjunta.
Un alivio inundó a James mientras leía la tinta verde esmeralda, una vez, dos
veces, luego tres veces para asegurarse de que lo que estaba leyendo era real y
absoluto... que era, de hecho, un mago.
—Tendrás que preguntar a tu madre, pero entre tú y yo no creo que sea difícil
convencerla... —se inclinó, y agregó con complicidad —los chicos de Wimbourne
Wasp están haciendo un lavado de escobas de caridad hoy para apoyar a San
Mungo. Tal vez podrías mencionárselo. —con un guiño, le revolvió el pelo a James
y empezó a bajar los escalones de la entrada. James le siguió.
—Ojalá pudiera.
James sabía que no debía presionar sobre el tema, pero su curiosidad fue más
grande. —¿Cómo se llama?
Por un momento, parecía que su padre respondería, pero luego tragó saliva,
ajustando sus gafas sobre su larga y delgada nariz.
—Es mejor no hablar de eso —respondió lacónicamente, cruzando la ruta hacia
la estrecha calle. —Ni siquiera debería habértelo dicho. Tu madre me cortaría la
cabeza por eso. —vaciló con una mano en la puerta, al ver la decepción en el rostro
de James.
"Hobs" era el apodo que su padre le decía a James, por el legendario jugador de
Quidditch Marek Hobson. Era una cosa que James sentía que tenía realmente en
común con su padre... su amor por el deporte mágico.
—Felicidades por tu carta, James. Tú sabes que estamos muy orgullosos de ti.
La cocina de los Potter era estrecha pero acogedora. El leve aroma a galletas de
azúcar siempre estaba en el aire, mezclado con el aroma picante de pociones. La
madre de James estaba en el mostrador leyendo la última edición de Corazón de
Bruja, la varita se movía perezosamente sobre los platos haciendo que se lavaran a
sí mismos. Llevaba ropas de azul oscuro con un delantal de colores sobre la parte
superior, y su cabello oscuro estaba recogido en un moño desordenado. Cerca de
allí, un lindo pastor alemán estaba tendido sobre el suelo, mirando flojamente
hacia el patio trasero a través de la mampara por signos de gnomos de jardín.
—¡Mamá! —James gritó desde el final del pasillo, patinando hasta detenerse en
la pequeña cocina. —¡Mamá! ¡Tengo mi carta de Hogwarts! ¿Podemos ir al
Callejón Diagon?
Su madre dejó caer la revista sobre el mostrador, mirando tan orgullosa como
lo había hecho su marido momentos antes.
—No han cambiado los materiales en la lista de primer año desde que yo era
estudiante de Hogwarts —dijo ella, hurgando en las filas de botellas multicolores
en el estante encima del fregadero. —Y, por cierto, buen intento jovencito, pero sé
que la lista dice que puedes llevar un búho, gato, rata o un sapo, no que es
necesario.
—Pero Mamá, ¿No crees que soy lo suficientemente mayor para tener mi
propia lechuza?
—No hay nada malo con Bard —dijo James rápidamente, lanzando una mirada
cautelosa hacia el rincón oscuro donde Bard dormía durante el día. Estaba inquieto
al ver que la lechuza grande, fea y de ojos amarillos estaba mirando en su
dirección. —Me gustaría mi propia lechuza algún día, eso es todo...
—Y quizás algún día tengas una —dijo su madre, buscando un saco de pálido
polvo verde detrás de una gran jarra de jugo Horklump —pero por ahora, tú y
Bard tendrán que llevarse bien. —dijo, poniendo un puñado de polvo en la mano
de James.
—Aquí tienes, asegúrate de hablar con claridad esta vez. No quiero que
termines en la sala de estar de Batty de nuevo. Voy justo detrás de ti, ¡Sólo tengo
que buscar los palos de escoba de la familia! —ella salió corriendo de la habitación.
—Me alegra ver que estás apoyando a San Mungo, Mamá —murmuró James
para sí mismo. Bard chasqueó su pico con impaciencia.
—¡Ya sé, ya sé! ¡Ya voy! —James chasqueó, extendiendo el puñado de polvos
Flu para verlos. —Tal vez si eres bueno conmigo, te conseguiré unos ratones de
azúcar...
—Ah, ¡Y más te vale no gastar esos galeones en nada que no esté en la lista que
tienes en la mano! Si llegas a casa con algo de Eeylops o de la casa de las fieras
mágicas, no me importa si se trata de una lechuza, rata gato, murciélago, puffskein
o una mosca, ¡la enviaré de vuelta! ¡Y por nada del mundo vayas al callejón
Knockturn!
Con miedo a aventurarse más lejos y además de soltar las cuerdas de sus
paquetes por temor a que flotaran hacia el techo, James decidió esperar al dueño
de la tienda que estaba cercano al mostrador. Fue unos minutos antes de que un
hombro brusco y hostil se materializara.
Fue entonces cuando un niño estirado con elegante cabello blanco—rubio entró
a la tienda. Era alto, probablemente estaba en su sexto o séptimo año en Hogwarts.
Fue seguido por una versión más antigua de sí mismo, con una barba puntiaguda,
por lo que James solo podía suponer que era su padre. No pudo evitar mirarlos a
ambos. Estaban vestidos con túnicas negras finamente adaptadas, con brillantes
bordados verde en el pecho y cierres de plata bajo la barbilla. Se comportaban
como reyes, y miraron con evidente desdén por encima del hombro hacia el suelo
polvoriento y encimeras.
El niño pasó el dedo por el mostrador y bajó la mirada hacia él como si fuera
algo que pudiera encontrar en la parte inferior de su zapato. —Asqueroso.
James habló antes de que pudiera detenerse. —El dueño de la tienda me está
ayudando en este momento.
Los dos hombres parecían desconcertados. Ninguno de los dos parecía haberse
dado cuenta de James hasta ese momento.
—Oh, ¿Lo está haciendo ahora? —el mayor de los dos dijo con voz sedosa. —
Eso se puede remediar.
Sabiendo que no había nada más que hacer que esperar, James escuchó al Sr.
Malfoy y a Lucius mencionar con voz rasposa sobre los libros que andaban
buscando, y en qué estado se esperaba que estuvieran. El comerciante desapareció
en las profundidades de la tienda una vez más, y James, al darse cuenta de que no
quería estar solo con los Malfoy, decidió correr el riesgo de aventurarse por su
cuenta.
A pesar de un libro que hizo brotar un brazo y se arrastraba tras él, suplicando
para ser leído, James se sintió atraído por una sección en un rincón oscuro. La
repisa parecía bastante abandonada. Estaba envuelta en telarañas, y cada pulgada
estaba cubierta por una gruesa capa de polvo. El título de la sección estaba grabado
en un panel de latón deslustrado clavado en el estante superior.
Mitos y Leyendas
James pasó sus dedos a través de los lomos en el estante, levantando pequeñas
nubes de polvo. Leyó los títulos a su paso: Presagios de Muerte: Qué hay que hacer
cuando viene lo peor. La leyenda de los hermanos Peverell. El Legado del Rey Macedonio.
Las piedras perdidas de Númenor.
—Esas secciones no son para estudiantes de primer año. Es mejor que olvides
lo que vistes allí.
Cuando llegaron al frente de la recepción, dejó caer una pila de libros sobre el
mostrador. Estaban nuevos, pero desgastados, como si hubieran estado en el suelo.
—Sus libros —gruñó.
—Ese era el Sr. Abraxas Malfoy, uno de los hombres más ricos y poderosos del
país. ¿Recuerda la renuncia de Bobby Leach? ¿Hace un par de años? Malfoy y
algunos de sus amigos estaban detrás de él. Algunos dicen que él era el cerebro
detrás de todo. Nunca se sintió bien con ellos de tener un Ministerio de Magia que
fuera nacido de muggles... El chico que iba con él, era su hijo, Lucius. Irá a sexto
año en Hogwarts este otoño. Confía en mí, harías bien en evitarlos. Las cosas malas
tienden a ocurrir alrededor de los Malfoy.
James sintió que sus mejillas se ponían calientes. Ya se las había arreglado para
estar en el lado incorrecto. —¿Qué tipo de cosas? —preguntó.
—A menos que quieras averiguarlo por ti mismo, te sugiero que dejes de hacer
preguntas —el tendero se quedó mirando fijamente a James, dejando claro que la
conversación había terminado. Con la esperanza de que Hogwarts fuera lo
suficientemente grande que no volvería a ver a Lucius Malfoy de nuevo, James dio
las gracias al dueño de la tienda y salió por la puerta.
Una vez que estaba de vuelta en la calle soleada, James se sintió mucho mejor.
Tras comprobar su lista, vio que sólo había un elemento que le quedaba por
comprar: una varita. Había dejado a propósito esto para el final, porque había algo
entre maravilloso y terrorífico al comprar una varita. De hecho, alguna pequeña
parte de él aún temía que pudiera probar cada varita en la tienda hasta que el
propietario finalmente lo echara, diciéndole que enfrentara el hecho de que él no
era un mago. Con ese horrible pensamiento negándose a desaparecer, James se
dirigió a una humilde tienda debajo de un cartel decolorado de aspecto antiguo.
OLLIVANDERS
James reprimió una tos cuando entró en la habitación estrecha, en mal estado.
Ya había una familia de magos hablando con el dueño de la tienda, pero se sintió
aliviado al ver que no eran los Malfoy. Contento por la oportunidad de descansar
sus pies, se sentó en una silla junto a la ventana.
El Sr. Ollivander le entregó al muchacho otra varita. —Está bien, está todo bien
jovencito, ¡ahora prueba esta otra!
—¡Pero ya ha probado setenta y seis ya! —la niña sollozaba. —¡Vamos a estar
aquí para siempre!
El niño agitó la varita débilmente, y de repente, el vidrio en el panel junto a
James se hizo añicos. Se agachó y cubrió su cabeza para evitar heridas producidas
por los fragmentos que caían.
James bajó las manos para ver al anciano mirando en su dirección con los ojos
anchos como lunas pálidas.
—Bueno —dijo el hombre, prácticamente gritando para hacerse oír por encima
de la chica gritona, quién había iniciado una especialmente buena ráfaga de
volumen. —Me temo que voy a tener que pedirle que espere hasta que
encontremos una varita para este joven —dijo, entregándole otra al niño
tembloroso.
—¡Bueno, eso está mucho mejor! —respiró el Sr. Ollivander. —Creo que esta
varita te ha elegido, joven.
—Lo siento por la rabieta —hizo un gesto hacia su hermana, que ya estaba
comenzando a recuperarse tras ser silenciada. —¿También es tu primer año en
Hogwarts?
James asintió. —Sí, mi nombre es James, James Potter —extendió su mano, que
el chico sacudió con una palma ligeramente sudorosa.
—Petey... quiero decir, Peter... Pettigrew. Oye, ¿dónde están tus padres?
—Oh —dijo Peter, ahora pareciendo muy impresionado de que James estuviera
haciendo las compras solo. —¿A qué casa esperas entrar?
—Petey, hora de irse —la madre de Peter ya estaba a medio camino hacia la
puerta, con su hermana pequeña a sus talones.
James vio cómo se iban, pero luego sintió una sensación extraña a su espalda.
Se volvió para encontrar al Sr. Ollivander mirándolo profundamente con sus ojos
anchos que parecían orbes.
—Sí, lo soy —dijo James, acercándose al alto mostrador. Todavía estaba lleno
de cajas y varitas de Peter. —¿Cómo usted... ?¿Me escuchó presentarme a... ?
—No —respondió el Sr. Ollivander de forma casual, dando un paso para
estrechar su mano. —Reconocí tu cara. Tienes la mirada de tu padre, Benjamín,
pero con el pelo oscuro. También tienes la sonrisa de Stella. Me parece recordar
que su varita era bastante inusual, un núcleo de pelo tomado de la cola de un
centauro. No es típico de los centauros entregar pelos de la cola para la confección
de varitas.
Eso era nuevo para James. Antes de que tuviera tiempo de preguntarse o
preguntar sobre ello, el Sr. Ollivander extrajo una larga cinta de medir con marcas
plateadas.
—Er...
—Izquierda, Sr. Potter, izquierda. Quién sabe por qué, estas cosas nunca han
sido claras para nosotros que estudiamos el arte de la confección de varitas, pero
estoy seguro de eso. Debe usar su varita con la mano izquierda.
Él salió con los brazos cargados de cajas, las depositó sobre el mostrador junto
a la pila de Peter dejada atrás.
Temiendo que pudiera romper la ventana como lo hizo Peter, James cerró sus
ojos y agitó la varita tan suavemente como pudo. No hubo estrépito. De hecho, ni
siquiera hubo un bump o un pop. James abrió sus ojos. Por lo que él podía decir,
nada había pasado. La única cosa que parecía haber cambiado era la expresión del
rostro del Sr. Ollivander.
—Esa fue la primera vez en todos mis años en esta tienda... y confía en mí, han
sido muchos... que absolutamente nada sucedió cuando alguien ondeaba una
varita.
Miró con curiosidad a James, lo que hizo que se sintiera muy incómodo.
Cada una de las siguientes varitas provocó un resultado cuando fue agitada.
Después de volar la caja registradora (resultando en una lluvia de oro y plata por
los sickles y galeones), desaparecer el pelo del Sr. Ollivander (que no tenía mucho
desde un comienzo) y convertir las flores del mostrador en arañas del porte de
tazas de té (escaparon a través de la rendija de la puerta), ninguna varita parecía
"elegirlo" como el Sr. Ollivander dijo que harían. El montón de varitas desechadas
seguía creciendo, y pronto fue casi del tamaño de la pila de Peter.
Frustrado, James agitó la siguiente varita que el Sr. Ollivander le dio mucho
más fuerte de lo que debería haber hecho. Con una explosión, cada caja de la
tienda salió volando de los estantes, fuera de los armarios y desde sus interiores.
Cayeron al suelo y varias varitas rodaron en todas partes. James se preparó para
que el Sr. Ollivander se enojara, pero entonces vio que el viejo no estaba ni siquiera
mirándolo.
Sopló la caja con fuerza en la parte superior, y una pequeña nube de polvo se
disipó. James notó por el rabillo del ojo que en realidad no era la única varita que
había quedado. La caja que contenía la varita de acebo y cola de Fénix seguía
exactamente donde el Sr. Ollivander la había dejado de forma segura.
Cuando el Sr. Ollivander puso la varita en su mano, James sintió una oleada de
calor dorado diseminado de sus dedos a través de su palma. Corrió a través de su
brazo, pasando su hombro y hasta el pecho, donde se reunió con fuerza. Incluso la
atmósfera en la sala parecía haber cambiado, como si la luz que entraba por los
cristales de las ventanas polvorientas fuera de repente más brillante.
Esbozó una sonrisa torcida, que parecía ser divertida ante una especie de
broma privada que nada significaba para el beneficio de James.
—Guau…
—Mark, ¡pensé que te había dicho que dejaras las Bombas Fétidas en casa!
James esquivó rápidamente saliendo del camino para evitar el mal olor,
olfateando ligeramente los paquetes que una mujer enojada estaba Invocando de los
bolsillos de su hijo. Casi se tropezó en el medio de un pequeño grupo de chicos
mayores.
Uno de ellos le entregó al chico más joven lo que parecía un ordinario dulce. Él
se lo metió en la boca, y al mismo tiempo, los lóbulos de sus orejas comenzaron a
crecer. Se extendieron más y más, hasta que finalmente cayeron al suelo. Los
estudiantes mayores rieron a carcajadas.
—¿James? ¡James!
—¿Sí?
Su propia madre y padre apenas lo habían alcanzado. Miraban sin aliento, pero
sus sonrisas le dijeron que entendían exactamente lo que estaba sintiendo.
—Cierto…
—Ese pelo tuyo... —dijo su madre, tratando de suavizarlo hacia abajo. —Tiene
una mente propia que ni siquiera la magia puede domar.
—Ese es mi muchacho.
—Ya sabes, —dijo, y fue más privado, así que fue sólo entre ellos dos, —estas
son las cosas que mi padre me dijo el día que fui a Hogwarts. Tal vez algún día tú
puedas decirle a tu hijo lo mismo. Y tu hijo se lo dirá a su hijo, ¿eh Hobs?
James quería responder, pero no sabía qué decir. A continuación, el silbato del
tren sonó, sorprendiéndolos a todos, y le robó su oportunidad. Su madre le echó
los brazos alrededor por última vez.
—¿Qué? —preguntó.
James sacudió la mano del chico, que no era en absoluto sudorosa como la de
Peter.
—Sí. Soy James Potter. —intercambiaron sonrisas nerviosas.
—!Voy a apoyar a las Arpías de Holyhead hasta el día que me muera! —dijo
James con el placer de encontrar a alguien más interesado en Quidditch.
—Sí, pero no son malas en absoluto. Debes ver la forma en que mi madre mira
cuando leo revistas de motos... —se calló con una pequeña sonrisa, como si
reviviera un recuerdo agradable. Justo en ese momento, el chico de fibrosa nariz
ganchuda cerca de la ventana habló en voz alta.
—Estarías mejor en Slytherin, —le dijo a la chica frente a él, quien parecía un
poco halagada pero confundida.
Sirius sonrió.
—Tal vez deba romper con la tradición. ¿A dónde te irías, si tuvieras que
elegir?
—No, —dijo el chico, aunque su leve sonrisa burlona decía lo contrario. —Si
prefieres ser musculoso que inteligente...
—¿A dónde esperas ir, viendo que no eres ninguna de las dos cosas? —
interrumpió Sirius.
—Oohhhhh…
—Bueno, definitivamente ella era demasiado bonita para estar sentada con un
desgraciado como él, —respondió Sirius, ahora que se extendió en el espacio que
había sido ocupado por Severus. —Tiene que haber algo mal con ella, sin embargo,
si prefiere a ese pequeño cretino de compañía.
James forzó una carcajada. En verdad, estaba medio deseando que se hubiera
presentado apropiadamente a la chica.
El tren resopló a lo largo del campo. Pronto, la luz de la tarde cambió a rojo
brillante y oro, y luego se atenuó en una noche azul oscuro. Cuando empezaron a
ir más despacio, James y Sirius se cambiaron apresuradamente en sus túnicas
escolares y se apresuraron a meter la pila restante de dulces en sus bolsillos, los
cuales Sirius había comprado en el carrito para compartirlo. Uniéndose a la
multitud fuera de su compartimento, esperaron a llegar a la estación. A pesar de
que no sabía por qué lo hacía, James se dio cuenta que estaba buscando a la chica
de pelo rojo. Ella no estaba en ninguna parte.
Bienvenidos a Hogsmeade.
James forzó la vista para ver a lo lejos. Solo podía distinguir las tenues luces de
un pequeño pueblo.
—Oí que a los estudiantes mayores se les permite ir allí los fines de semana...
Sirius podía haber seguido hablando, pero James dejó de oír lo que estaba
diciendo, porque allí estaba ella. Apenas había salido del vagón de pasajeros a la
plataforma, y el vapor del motor la estaba rodeando. Sucedió como en cámara
lenta. En primer lugar estaba leyendo la señal de Hogsmeade con una expresión de
asombrada emoción, entonces se movió del lado del tren por Severus, el chico de
cetrina nariz ganchuda. Ella le sonrió y le dijo algo, y él dijo algo a cambio, cerca de
su oído. Ella se rió con sus brillantes ojos verdes. Entonces, tal vez sintiendo algo
extraño, inesperadamente levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de
James.
Un hombre, casi dos veces tan alto que una persona normal y cerca de tres
veces más ancho, salió de la emisión de vapor del motor. Sus manos eran del
tamaño de los cubos de basura, y James pensó que podía caber Merlín en uno de
sus zapatos enormes. Llevaba un abrigo de piel de topo parcheado con muchos
bolsillos abultados, y pisándole los talones llegó un enorme perro jabalinero negro.
Algunos de los de primer año habían caído en estado de shock ante el sonido de su
voz. El gigante los miró con una ligera sorpresa.
Se agachó y con una mano, levantó fácilmente a un par de ellos por atrás de sus
capas antes de continuar.
—Nosotros dos estamos aquí para llevar a los de primer año a través del lago,
—dijo Hagrid. —Un recorrido poco tradicional por aquí.
James se dio cuenta entonces que todos los estudiantes mayores se habían ido,
y que él y los otros de primer año estaban solos con Hagrid. Se preguntó a dónde
iban.
—Ahora, el camino que vamos a hacer hacia abajo es un poco escarpado, así
que tengan cuidado con sus pasos, y no se alejen de los árboles. Se habla de una
banda de hinkypunks que atrae a las personas separadas para que entren al
pantano...
—Mm, creo que eso es todo. ¿Estamos listos, entonces? Muy bien, síganme.
—Normalmente pueden ver el castillo desde aquí. Está un poco nublado esta
noche.
—¡Oh, uno de ustedes necesita sentarse con Fang! —dijo Hagrid por encima
del hombro.
A medida que sus botes se deslizaron hacia el agua oscura, James reconoció la
nariz puntiaguda y los ojos llorosos del otro niño sentado con ellos.
—¿Peter?
El chico saltó.
—Sí, este es Sirius. —James hizo una seña a Sirius, quien le disparó a James una
expresión que preguntaba claramente por qué estaba pasando el rato con alguien
tan fuera de moda. —Conocí a Peter en el Callejón Diagon, mientras estaba
comprando mi varita.
Como obedeciendo su voluntad, una suave brisa se levantó, y las nubes que
oscurecían la luna creciente se separaron, derramando luz lunar sobre un castillo
brillante en un acantilado. Estaba mucho más cerca de lo que James pensó que
estaría. Otros estudiantes señalaron y hablaron en voz baja, como vacilantes a
hablar en voz alta y romper el silencio de su viaje a través del lago. Cuando se
acercaron, el castillo se hizo más y más grande, y pronto todo el mundo estaba
estirando el cuello para mantenerlo a la vista.
Esperando al interior del Vestíbulo de entrada, estaba una de las más severas
mujeres que James jamás había visto. No era muy vieja, pero su pelo estaba
recogido en un moño apretado, y sus afilados ojos oscuros miraban a los tímidos
de primer año detrás de unos pequeños lentes cuadrados. Si ella hubiera tenido
una regla en la mano, él podría haberse preocupado por tener su muñeca
golpeada.
Dos amplias puertas dobles detrás de ella se abrieron, y llevó al grupo más allá
en la sala. Era espléndida, con miles de velas flotando en el aire. Finas nubes grises
rodaban suavemente a través de un aterciopelado techo negro salpicado de
estrellas. Cuatro largas mesas llenaban la sala, y los estudiantes de más edad ya
estaban sentados allí, mirando con mucha hambre. En la parte del frente de la sala,
había una quinta mesa, donde los profesores estaban sentados. En el centro se
sentaba un hombre de aspecto muy viejo con una larga barba blanca. Sus brillantes
ojos azules brillaban detrás de un par de gafas de media luna acomodadas en una
nariz torcida.
—¡Avery, William!
—¡SLYTHERIN!
—¡Black, Sirius!
—¡GRYFFINDOR!
—¡Evans, Lily!
James fue traído de vuelta al presente cuando la bella chica de pelo rojo del
tren, dio un paso adelante con las piernas temblando para sentarse en la silla
desvencijada. La profesora McGonagall dejó caer el Sombrero Seleccionador sobre
su cabeza, y apenas un segundo después de que tocó el pelo de color rojo oscuro, el
sombrero gritó,
—¡GRYFFINDOR!
James oyó un pequeño gemido unos pocos pies de distancia. Había venido de
Severus.
—¡Potter, James!
James se preguntó si todo el mundo en la sala podía oírlo hablar. A juzgar por
sus caras impasibles, probablemente no podían.
James estaba abriendo la boca para responder, pero antes de que pudiera decir
algo en voz alta, su voz resonó en su cabeza.
—¿Sí? —bromeó el Sombrero Seleccionador. —Sin duda hay valor aquí, pero
también veo una mente aguda, y feroz lealtad, sí... y talento, talento de hecho...
Tienes el poder no sólo de cambiar por ti mismo, sino también a los que te rodean.
Con este tipo de poder para influir, te haría bien Slytherin, ya sabes...
James centró todos sus pensamientos tan fuertes como pudo en dos palabras:
—No Slytherin.
El sombrero se calló por un largo rato. James no estaba seguro si decir algo o
no. ¿Estaba pensando muy detenidamente o quizás podría haberse dormido?
Consideró quitárselo y volver a colocárselo de nuevo, pero entonces el sombrero
de repente volvió a hablar.
—Voy a darte un pequeño secreto, Potter. Puedo leer mentes, sí, y la lectura de
la mente es lo que hago muy bien, si me permito decirlo. Dicho esto, mis talentos
van mucho más allá que la solo lectura de mentes, que, por desgracia, casi siempre
son sencillas. Permíteme decirte, Potter, que aunque no tengo ojos, puedo ver... sí,
ya veo, y aún más de lo que piensas. Te voy a ofrecer algo más que el nombre de tu
casa, si por supuesto, decides aceptar algo más. El conocimiento es una cosa
terrible y poderosa, pero algo me dice que no te vas a reducir a eso.
—Acepto, —dijo.
—Algo viene. De eso estoy seguro, y algo me dice que vas a ser parte de eso. La
pregunta, sin embargo es, quién serás. Qué papel vas a jugar. Veo dos caminos
delante de ti, dispuestos por tus opciones, guiados por las personas que encuentras
a lo largo del trayecto. Al final de un camino, veo éxito. Veo la realización de todas
tus ambiciones. Vas a crecer donde otros no pueden. Vas a ser poderoso, grande y
poderoso, sí...
—Ah, sí… —el sombrero dijo en voz baja. —Lo has descubierto. Habría un
deseo inalcanzable, un vacío que a pesar de todo tu éxito, nunca serías capaz de
llenar. Ese es el precio que tendrías que pagar, en caso de que aceptes el camino a la
grandeza que comienza en la Casa Slytherin.
—Elijo Gryffindor.
—¡GRYFFINDOR!
Las palabras del sombrero hicieron eco alrededor de la Sala. James pasó el
sombrero de nuevo a la profesora McGonagall cuando la mesa de color rojo y
dorado estalló en aplausos. Sirius estaba de pie en el banquillo, gritando y
animando con los otros, pero Lily estaba con la cara al otro lado nuevamente.
James le devolvió la sonrisa a Sirius, y rápidamente se sentó junto a Peter en el
extremo frontal de la mesa.
—¿De qué estás hablando? ¡Dijo “Gryffindor” casi tan pronto como el
sombrero tocó tu cabeza!
—¿Qué? —preguntó James, ahora se sentía muy confundido. La conversación
con el sombrero se sintió como si hubiera tomado más tiempo que eso. —¿Cuánto
tiempo estuviste hablando con el sombrero? Le llevó al menos medio minuto
decidir dónde colocarte.
—Fue así de largo. No dijo mucho en absoluto. Creo que no debió haber
pensado que yo tenía algunas buenas cualidades... al final sólo terminó
preguntándome lo que quería. Sirius estaba en Gryffindor, y yo estaba seguro que
tú irías a donde él fuera, así que pedí Gryffindor también.
—¡Snape, Severus!
—¡SLYTHERIN!
Severus se movió hacia el otro lado de la Sala, lejos de Lily, a donde los
Slytherin le estaban animando. Malfoy le dio una palmada en la espalda, pero
parecía que Severus no compartía su entusiasmo. Sus ojos oscuros estaban todavía
en Lily al otro lado de la sala.
Tan pronto como el resto de los de primer año fueron sorteados correctamente
en sus casas (terminando con “Wood, Emm”), Dumbledore se puso de pie, su
túnica azul medianoche se deslizó con gracia al suelo. Habló, y su voz fue clara y
potente.
—En segundo lugar, las pruebas de Quidditch se llevarán a cabo este sábado a
las diez de la mañana para las Casas de Gryffindor y Slytherin. Las Casas de
Hufflepuff y Ravenclaw llevarán a cabo las suyas al siguiente sábado por la
mañana, a la misma hora. Les deseo a todos buena suerte. Por último, me gustaría
reconocer dos nuevos nombramientos de personal. Como Ogg, nuestro Guardián
de las Llaves y Terrenos se ha retirado, su asistente, el Sr. Rubeus Hagrid, lo
reemplazará.
Un hombre alto y guapo, con el pelo castaño ondulado que le llegaba hasta los
hombros, saludó al cuerpo estudiantil al lado derecho de la profesora McGonagall.
Era sorprendentemente joven. Parecía que podía estar a la mitad o final de sus
veinte años. Tenía la piel muy bronceada, su barba estaba sin afeitar, y James
incluso notó un par de desgastadas y viejas botas de montaña sobresaliendo de sus
túnicas color chocolate debajo de la mesa. Cuando levantó la mano en señal de
saludo, la manga se le cayó para revelar un tatuaje en el brazo, pero James no pudo
ver lo que era desde donde estaba sentado. Dumbledore levantó las manos para
calmar la sala una vez más.
—Por el momento, creo que no hay nada más que decir, excepto... ¡Befuddle!
¡Lumpkin! ¡Dither! ¡Blip!
James miró hacia abajo y se dio cuenta que estaba inundando el plato con salsa.
—Soy James Potter, y este es Peter... —dijo James, pero le resultaba difícil
apartar los ojos de las cicatrices de Remus. Junto a él, Peter también estaba
mirando, y cada uno de sus ojos era casi tan grande como el plato de comida
delante de él.
Esperó entonces, como si les diera un momento para decidir si podían o no ser
amigos. Su rostro estaba esperanzado, pero ansioso. Peter miró de reojo a James, su
expresión preguntando claramente si era seguro o no hablar con él, pero James
inmediatamente decidió que le gustaba Remus. Se arremangó la manga izquierda
de su túnica, revelando una gran cicatriz en la parte posterior de su codo.
—Lo mejor es que vayan a sus clases temprano, —dijo, —por si acaso estas
escaleras, o algunos otros objetos o habitantes en el castillo, deciden atrasarlos.
—¿Otros habitantes? —Sirius articuló a James.
Kingsley los llevó por los pasillos, a través de las puertas, y detrás de paneles
deslizantes y tapices colgantes. Algunos de los pasajes estaban escondidos tan
hábilmente detrás de columnas y estatuas, que James nunca habría sabido siquiera
que estaban allí. Después de lo que parecieron siglos, bajaron una larga avenida en
el séptimo piso. Al final, llegaron a una gran pintura de una señora gorda en un
vestido rosado de seda. Kingsley la saludó amablemente, y ella se rió con
coquetería.
—Los dormitorios de las chicas están a la izquierda, los de los chicos están a la
derecha. Sus cosas ya deben estar en sus cuartos. El desayuno de mañana empieza
a las siete y media de la mañana. Los horarios de clases se entregarán en ese
momento. Su primera clase comenzará a las nueve.
James siguió a Sirius, Remus y Peter por las escaleras a la derecha y entró en la
primera residencia de estudiantes de la izquierda. Cinco camas con dosel se
organizaban alrededor de la habitación, con los baúles al pie de cada una y un gran
calentador de estufa en el centro. James encontró su baúl a los pies de la cama cerca
de la ventana. Remus se dejó caer en la cama a su izquierda, y Sirius comenzó a
hechizar una cinta para pegar fotos de revistas de motos en la pared, cerca de su
cama junto a la puerta. La cama de Peter estaba al otro lado de James, y al otro lado
de Peter, el chico de pelo liso desempacaba sus cosas presentándose con una
sonrisa amable como Frank Longbottom.
Después de que se instalaron, no pasó mucho tiempo antes de que se pusieran
sus pijamas y se fueran a la cama. Con gratitud, James puso las gafas en la mesilla
de noche y se metió en su suave cama, moviendo sus cortinas de terciopelo rojo
para cerrar detrás de él. Mientras yacía en la oscuridad con los ojos cerrados, casi
no podía creer que todo estaba sucediendo realmente. Por la mañana, iba a
empezar a aprender la magia real.
Sólo para asegurarse una vez más que todo era verdaderamente real, y que él
no estaba acostado en su habitación en casa en el Valle de Godric, James se arrastró
hacia adelante sobre su estómago y se asomó a través de las cortinas, a los pies de
su cama. Las lámparas estaban apagadas, y ahora la única luz en la habitación
provenía de las débiles brasas del calefactor de la estufa.
—¡Psst… James!
Sin sus gafas era difícil decir, pero James apenas podía distinguir la cara de
Sirius a través del cuarto, que sobresalía entre las cortinas de su cama.
—¿Sí?
James sonrió.
—Yo también.
James saltó de la cama y en su ropa, casi tropezando con una tabla suelta
mientras corría fuera del dormitorio. El ruido sordo parecía venir de fuera de la
sala común. Mientras descendía la escalera, lo oyó de nuevo con más fuerza.
GOLPE.
Uno de los sillones esponjosos se elevó por el aire y estuvo a punto de
golpearle, yendo a parar fuertemente contra la pared.
James se sirvió el tocino y miró más abajo a lo largo de la mesa. No lejos de allí,
Frank estaba sentado con Alice. Los dos parecían ya conocerse bastante bien. Un
poco más abajo, Lily estaba desayunando con Mary y Gwen. Los ojos de Gwen se
movieron hacia un chico guapo y mayor sentado cerca de ellas, posiblemente, de
tercer año. Ella dijo algo a las demás, y juntas rompieron en un ataque de risa. Las
niñas se reían de las cosas más tontas, pero Lily tenía una bonita sonrisa.
—James.
—¿Ah?
—¿Qué piensas?
Remus suspiró, aunque era evidente que estaba divertido por la distracción de
James.
—Aquí están sus horarios —dijo ella, pasándoselos. —Los veré a las nueve en
punto —salió de la habitación para terminar de repartir el resto.
Fue interrumpido por una gran conmoción más abajo. Cientos de lechuzas
ingresaban al Gran Comedor por la abertura en el techo en una mancha de color
marrón, blanco y gris. Se lanzaron a baja altura sobre las cabezas de los estudiantes
y el grupo de profesores, dejando caer cartas y paquetes en las manos extendidas.
Una pequeña lechuza aterrizó frente a Remus para entregar El Profeta. Lo metió
en el bolso y le entregó un pequeño Knut de bronce. Del mismo modo que la
lechuza se fue, uno grande y blanco llegó, aleteando bajo sobre la cabeza de Sirius
para dejar un sobre rojo y cuadrado en su plato. James reconoció lo que era de
inmediato. Otros estudiantes también lo hicieron, porque ahora estaban saltando
de sus asientos y retrocediendo. Los ojos de Sirius se abrieron con diversión. —Oh,
esto va a ser rico...
El humo empezaba a salir de las esquinas del sobre. Más abajo en la mesa, Lily
parecía confundida, pero Mary se inclinó y se lo explicó. James se dio cuenta que
ella no había crecido como una bruja.
—Creo que sé exactamente de quién es —dijo Sirius con deleite. Buscó a tientas
para abrir el sobre tan rápido como pudo. En lugar de leerlo, lo colocó
grandiosamente en el centro de la mesa como un adorno. Lo ajustó
minuciosamente, como para situarlo perfectamente, pero luego, la voz
mágicamente amplificada de Walburga Black llenó el Gran Comedor.
Lily de repente parecía estar a punto de llorar. James no podía creer lo que
estaba escuchando. ¿De qué tipo de familia provenía Sirius?
Ayudando a Peter a subir a la mesa, James levantó la mirada hacia donde Lily
había estado sentada. Se había ido.
Sirius finalmente pareció registrar a todos quienes lo miraban en el Gran
Comedor. —¡Sólo quería estar seguro de que todos estaban despiertos! ¿Quién
tiene ánimo de aprender?
James y Peter se rieron, junto con algunos estudiantes alrededor. Remus abrió
su Profeta.
Los oscuros ojos de Severus se estrecharon. Se quemaban con odio antes de que
se inclinara peligrosamente cerca de Sirius. —Tú y tus pequeños amigos creen que
son muy astutos —siseó. —Conseguirán que los expulsen antes de aprender
hechizos de levitación... y dile a tu amigo Potter que puede mirar a Lily Evans todo
lo que quiera, pero ella prefiere ordeñar un erumpent antes que pasar el rato con
él. Ella sabe reconocer a un mago real cuando ve a uno.
—No sé lo que está dicien... —comenzó a decir James, pero fue salvado por la
Profesora McGonagall, que entró al aula con aspecto pálido y ligeramente
sacudido. Remus sacó un pergamino para tomar notas de debajo del Profeta.
—Bienvenidos a Transformaciones —dijo agitando su varita y con gran pericia
transformando la lámpara de su escritorio en un flamenco, quién graznó con
asombro al descubrir que ya no era una lámpara, saltó de la mesa y corrió hacia la
puerta, donde escapó hacia el castillo. James se preguntó si este tipo de cosas
sucedía con frecuencia en Hogwarts.
La fresa se convirtió en color agua marina tal como la pizarra. Al darse cuenta
de que no había intentado siquiera el hechizo por él mismo, James decidió probar
suerte también. Para su deleite, su éxito coincidió con el de Sirius.
James podía decir que ella estaba encantada por dentro de que estudiantes de
su propia casa hayan recibido los puntos. Severus se dio la vuelta, con el rostro
lleno de furia. Incluso Peter parecía tener un poco de envidia. James, recordando
que el Sr. Ollivander había dicho que su varita era buena para Transformaciones,
no podía dejar de estar satisfecho consigo mismo.
Peter todavía estaba luchando con el hechizo. Se estaba agitando más y más, y
su fresa había empezado a hincharse en proporción a su frustración. Creció hasta el
tamaño de una sandía antes de que Remus interviniera. —Peter, no es necesario
mover tu varita en lo absoluto. Sólo mantenla quieta, así.
—Esa es la Marca Oscura —dijo Sirius con una voz lo suficientemente baja para
que nadie pudiera escuchar.
—¿La qué?
James se sintió estúpido. No había oído mucho o nada sobre el Señor Oscuro.
—¿Quién es él? ¿Qué es lo que quiere?
Sirius puso sus ojos en blanco. —¿No podrías adivinarlo por lo feliz que estaba
de entrar a Gryffindor?
Anna Meezerly enseñó Defensa Contra las Artes Oscuras en Hogwarts, y era
muy querida por sus alumnos y miembros del personal. Sus contribuciones al
estudio de los artefactos mágicos oscuros fueron de gran valor para la comunidad
mágica, página 4, en el interior.
James se sorprendió no haber oído acerca de esto. Ahora sabía por qué la
Profesora McGonagall parecía estar tan afectada. Sirius, que también había
terminado de leer el artículo, mordió la punta de su varita en contemplación. —
¿Por qué mataron a Anna Meezerly? La familia Meezerly es sangre pura. Ella debe
haber hecho algo que los ofendió...
Una delicadamente hermosa pero presumida chica de pelo rubio y ojos azules
iba agarrando su brazo. Miró por encima del hombro a James mientras pasaban.
La frente de Remus se frunció sin comentarios, pero Sirius los miró irse antes
de mirar a James.
—La chica que iba del brazo de Malfoy es mi prima, Narcissa Black.
Llegaron fuera de las puertas dobles del Invernadero. Un alto mago, con las
mangas de su túnica enrollada y el pelo recogido en una cola les dio la bienvenida,
y se presentó como Caradoc Dearborn, el jefe de Hufflepuff. Mientras él se
sumergió en una larga y aburrida orientación del invernadero y las plantas de
adentro, Sirius entabló un juego de tratar de tirar semillas de Lazo del Diablo a la
capucha de la túnica de Severus. James tuvo que morderse la lengua para no reírse
en voz alta cada vez que uno fallaba y lo golpeaba en la nuca (Severus miraba
alrededor, pero no podía averiguar de dónde venían). En un primer momento,
Remus trató de animarles a prestar atención, pero tuvo que dar pie atrás cuando
Peter, que estaba parado justo detrás de él, comenzó a estornudar sin control hacia
su nuca. Resultó que Peter era alérgico a casi todas las plantas en la habitación.
Fuera del salón de Pociones, un hombre bajo con panza y un enorme bigote
como de morsa se presentó como Horace Slughorn. Los hizo entrar en un aula
llena de mesas y bancos de piedra. A medida que se balanceaba sobre las puntas
de sus pies frente a la clase, los botones dorados de su chaleco parecían
amenazadoramente a punto de estallar.
—Eso es demasiado athelas, Casta. Sólo dos o tres raíces. Karl, sostenga el
cuchillo correctamente, ¡no es una espada! Oye tú, ¿Qué demonios estás haciendo?
—Lo siento, señor —Severus tiró el bundimun lejos, pero cuando Slughorn le
dio la espalda para hablar con Frank, secretamente lo dejó caer en su caldero, y el
contenido cambió a un color intenso azul real. Se inclinó sobre su libro con una
pluma y escribió unas notas al margen.
Slughorn se paró sobre el caldero de Lily, sólo dos filas por delante de James —
¿Cuál es tu nombre querida?
—Lily Evans —respondió ella, dejando caer el bundimun dentro de su caldero
que recién había pesado. También se profundizó a un azul real, aunque menos
vibrante que Severus.
—No señor, al menos, no creo que lo esté. Verá, soy nacida de muggles.
—Bien entonces. Buen trabajo Lily, tengo curiosidad de ver qué más puedes
hacer —luego, pillando a James con la guardia baja, caminó hacia ellos.
—Sirius Black, he tenido a toda la familia Black que han pasado por Hogwarts
en la casa Slytherin con excepción de ti, un poco vergonzoso, ¿no es así? De todas
formas, conocí a tu padre, Orion. Gran maestro de pociones, descendiente de
Proditus Black, inventor de la Poción Multijugos. Es una lástima que tu padre no
continuara haciendo pociones después de que dejó Hogwarts.
—Esos son Van Vlecks —murmuró Sirius a James. —Vienen de otra familia de
sangre pura. Son gemelos... Dorian y Neysa. Primus, Aniceto y Aelia juegan en el
equipo de Quidditch de Slytherin. También tienen una pequeña hermana llamada
Persephone, pero no vendrá a Hogwarts hasta dentro de dos o tres años.
—El Profesor Slughorn tiene favoritos —dijo Sirius arrugando la nariz con
disgusto. —Mi padre solía estar en su pequeño "Club Slug". Tiene un don para
encontrar a estudiantes que están bien conectados y con talento, y luego da
pequeñas fiestas del té para asegurarse de que lo recuerden cuando lleguen a ser
ricos y exitosos.
—He oído que viaja por todo el mundo con su hermano, buscando un tesoro
para el Ministerio —Frank le estaba diciendo a Alice.
Cerca de ahí, Gwen estaba hablando con Casta y Polluxa Fane, las hermanas
rubias idénticas de Slytherin. También parecían idénticamente bobas, trenzando su
pelo distraídamente mientras mascaban el Mejor Chicle de Drooble. El día de hoy
sus cabellos estaban peinados exactamente igual, por lo que James no podía
distinguirlas.
—A los de sexto año les contó sobre lethifolds —estaba diciendo Gwen. —
¡Incluso les mostró fotos que tomó de uno en Borneo!
—Sí, creo que leí sobre eso en Bruja Adolecente —agregó la otra hermana. —Son
el último grito en Japón en este momento.
En ese momento, la puerta se abrió, y el Profesor Turnbill salió. Vestido con
ropas verdes que cubrían con gracia su cuerpo delgado, estaba usando las mismas
botas de montaña que la noche anterior.
A medida que el chicle se caía de las bocas abiertas de Casta y Polluxa, se giró
hacia Gwen.
—Por favor señor —Lily se adelantó y le entregó una nota. —El Profesor
Slughorn nos pidió que nos quedáramos un momento después de pociones. No
sucederá nuevamente.
Los únicos asientos disponibles en la parte de atrás eran uno junto a Sirius, y
uno entre Mary y Gwen, dónde Lily se sentó rápidamente. Mirando como si
prefiriera sacarse sus ojos con un fierro caliente, Severus a regañadientes dejó su
mochila y se sentó junto a Sirius, quién parecía igual de disgustado.
—Aunque debo advertirles que habrá días que solo tomaremos notas, el día de
hoy tendremos una clase práctica para conocerse entre sí —Turnbill señaló una
pila de cosas frente a su escritorio que parecían basura Muggle. Había viejos
zapatos deportivos, regaderas, libros y juguetes.
—Hay veintiún artículos aquí, uno para cada estudiante. De estos veintiún
objetos, tres están maldecidos con magia negra oculta.
—Peter Pettigrew.
Peter suspiró con alivio cuando Turnbill movió su varita y con hechizos e
instrucciones aparecieron las pizarras alrededor del salón.
—Hay detectores de magia negra sobre las mesas. Me gustaría que cada uno de
ustedes seleccione un objeto y prueba todos los detectores en él —levantó lo que
parecía una antigua antena de televisión. —Solo tengo un sensor secreto, así que
por favor sean amables con él y esperen su turno. No lo olviden, también hay
hechizos escritos en las pizarras que ordenan al objeto a revelar sus secretos.
¿Alguna pregunta? ¡Muy bien, manos a la obra!
Los estudiantes se lanzaron hacia delante para tomar los elementos de la pila.
Sirius tomó una pelota de béisbol y James tomó un diccionario que le faltaba un
buen número de páginas. Remus ya estaba realizando hechizos en una vieja bota,
mientras que Peter pasó el sensor secreto por alrededor de un feo oso de peluche
que le faltaba un ojo. Al otro lado de Sirius, Severus estaba examinando cada
pulgada de un collar de latón con un objeto que parecía una lupa multi-lente.
—Sí, quiero saber más acerca de a dónde va y lo que hace —respondió James.
James, Peter y los estudiantes cercanos se rieron a carcajadas. Incluso Lily rió
sobre el viejo cepillo plateado frente a ella.
Quizás fue porque todos se rieron, o quizás tenía más que ver con el hecho de
que Lily lo hizo, pero la piel cetrina de Severus se oscureció en una fea sombra
rojiza. En un instante, él tenía su varita en la mano, apuntando a Sirius que se
había dado vuelta.
—¡Corpomorsus!
—¡NO! —James se lanzó hacia Severus justo cuando él lanzó el hechizo,
haciendo que fallara y chamuscando la pared a un par de pulgadas a la izquierda
de Sirius. Casta y Polluxa Fane chillaron y saltaron fuera del camino cuando
aterrizaron con fuerza en el frío suelo de piedra.
Con eso, ella recogió sus cosas y se trasladó a una mesa en el otro lado de la
habitación. La frente del Profesor Turnbill se arrugó mientras miraba entre Severus
y James.
—No puedo permitir niñerías como estas que interrumpan mi clase —dijo de
manera uniforme. —Diez puntos menos para cada casa y ambos recibirán castigo.
Después de la cena mañana por la noche, en mi oficina.
Después que se encontró el último elemento oscuro, una tetera que hizo que
uno de los lentes de la lupa se rompiera, la clase se terminó. Mientras se colgaba la
mochila al hombro, James se sintió terrible... no porque él fue condenado a
detención con Severus, sino porque Lily pensó que la había llamado con ese
nombre horrible.
Sirius le dio una palmada en la espalda a los pocos minutos, mientras ellos
traspasaban a través del agujero del retrato hacia la sala común de Gryffindor.
—Una marca... Sólo me recordó. ¡La Marca Oscura! —James se llevó una mano
a la frente.
—La Marca Oscura en el periódico de hoy, ¿Qué es lo que tiene que ver con
todo esto? —preguntó Remus, tirándoles a un lado para que otros estudiantes
pasaran a través del agujero del retrato.
—Turnbill tiene un tatuaje, ¿no es así? —dijo James con atención, mirando
desde una cara incrédula a otra. —Él tiene un tatuaje y es en un antebrazo
izquierdo. Ninguno de nosotros sabe lo que es. El artículo decía que los...
seguidores de Voldemort tienen una Marca Oscura en su antebrazo izquierdo. No
creen que podría ser un Mortífago, ¿verdad?
—¡Bueno, quién sabe! —dijo Sirius a la defensiva. —Mis padres dijeron que los
Mortífagos están en todas partes en estos días. Están infiltrando casi todos los
equipos mágicos en el país. Están incluso en el Ministerio de Magia ahora. ¿Por
qué no iban a enviar a alguien a Hogwarts?
Peter se movió incómodo. Remus pareció darse cuenta de que había cruzado
algún tipo de línea. La mano de Sirius estaba en su varita, y su mandíbula se
endureció con tanta fuerza que parecía que estaba luchando por contener las
lágrimas.
—Está bien, eso es suficiente. —dijo James rápidamente, poniéndose entre los
dos —Está claro que Sirius no lo sabe, e incluso si son Mortífagos, está de nuestro
lado. Por lo tanto, ni siquiera importa, ¿está bien?
Sin decir nada más, Sirius irrumpió por las escaleras hasta los dormitorios de
los muchachos.
Remus lo vio alejarse. —Tal vez debería ir a pedir disculpas— dijo. Una puerta
se cerró de golpe en alguna parte de arriba.
—Creo que sólo necesita un poco de espacio —dijo James. —Quedémonos aquí
abajo. Lo veremos en la cena.
Las clases terminaban, y más estudiantes pasaban por el agujero del retrato.
James y Remus entablaron un juego de Ajedrez Mágico, pero parecía que ninguno
de ellos podía mantener su mente en el juego. La cabeza de James estaba llena de
pensamientos acerca de Turnbill y la marca misteriosa de su brazo. Ya sea si
Remus creía que era un Mortífago o no, James decidió mantener una vigilancia
mucho más cerca de él... a partir de la detención de la noche siguiente.
Capítulo 5
El Báculo de los Tiempos
A las cuatro en punto de la tarde, luego de Defensa Contra las Artes Oscuras,
los Gryffindor y Slytherin de primer año se apresuraron hacia el campo de
Quidditch para su primera lección de vuelo. Una vez que las escobas de la escuela
(las cuales habían estado mucho mejor en otros días) fueron distribuidas, y a James
se le permitió levantarse de la hierba, estuvo encantado de descubrir que no era el
peor en clase de Vuelo… en realidad era todo lo contrario. A él no se le escabullía
la escoba para atrás como a Remus, ni se le movía erráticamente alrededor como a
Sirius, o se le quedaba suspendida al revés como a Peter.
El peor en clase de Vuelo, por mucho, fue Severus, quien incluso no pudo
descifrar cómo montar su escoba correctamente. Primero se puso en frente en la
dirección equivocada, y el extremo erizado de la escoba se inclinó hacia arriba y le
dio un golpe en plena cara. Entonces, después de que se las arregló para averiguar
de qué manera era hacia delante, al parecer no pudo conseguir que la escoba se
levantara del suelo. De hecho, James pensó que vio a Severus estrellarse contra el
suelo más veces de lo que lo vio despegarse del mismo. Sirius, en particular,
pareció estar disfrutando del espectáculo, y por suerte, al final de la lección,
parecía casi totalmente él mismo de nuevo.
Tal vez sonó bastante patético por hacer que ella sintiera pena por él, porque se
detuvo y esperó, aunque todavía no lo miraba.
—Sí, es por eso que estoy aquí temprano, —dijo James, sintiéndose contento de
que había venido sin Sirius, Remus o Peter. En realidad, era su primera vez que
hablaba con Lily, y se sentía bastante nervioso.
—¿Además, por qué eres amiga de él Lily? —preguntó James, odiando más a
Severus a cada minuto. —¡Él es vil y mentiroso! Tienes que ver que... ¿estás segura
que él no te lanzó una poción o algo así?
—¡No! —ella respondió con enojo, cruzando sus brazos frente a su pecho. —¡Y
no es asunto tuyo con quién me junte!
Ella de repente giró sobre sus talones y se alejó, justo cuando Sirius, Remus y
Peter llegaron. Ellos se sentaron en el banco alrededor de James.
—¿Estás listo para tu detención con Turnbill? —preguntó. —Me pregunto qué
te va a poner a hacer.
—Tal vez te va a poner hacer planas, —Sirius sugirió. Levantó la mano y fingió
escribir en el aire. —No... atacaré... a… grasientos ... cretinos.
—Albus tiene sus fuentes. Él sabe que Voldemort lo está buscando, y al parecer
le ha dicho a sus Mortífagos que las piezas están aquí… ¡en la escuela, Edrian!
—Minerva, sé que esto fue asunto de Anna, que en paz descanse, pero yo soy
un especialista, y puedo asegurarte que no hay absolutamente ninguna posibilidad
de que todas las piezas aún estén en el castillo. Después de que se rompió, se dice
que las piezas se han esparcido por toda Europa. Es probable que una o más están
incluso en otro continente por ahora.
—Me gustaría poder ayudar, pero no voy a actuar a menos que el mismo Albus
Dumbledore me pida hacerlo, lo cual no hará. Ahora me disculpo, pero tendrás
que perdonarme, estoy esperando a un estudiante por detención.
—Ah, James, —dijo Turnbill, haciéndole señas. —Me temo que Severus no se
nos unirá esta noche. El Profesor Slughorn lo está ocupando. En lugar de eso, él se
reunirá conmigo mañana por la noche.
—Esta noche, voy a pedirte que alfabetices mis libros de aquí, y los pongas en
este estante. No debe tomar más de un par de horas. Puedes irte cuando hayas
terminado.
James esperaba que él pudiera salir de la oficina para que pudiera echar un
vistazo alrededor, pero en lugar de eso, se sentó en su escritorio y comenzó a
calificar las tareas.
Dale a Severus una D, pensó James. Obligado a hacer el conjunto de tareas frente
a él, se puso de rodillas y comenzó a pasar por la pila más cercana de libros.
Después de una hora y media de desplazar, insertar y reorganizar, el estante se
veía mucho más ordenado. Encima del escritorio, Turnbill se levantó, mirando
hacia abajo detenidamente a un libro viejo. Luego lo empujó a un lado, sacudiendo
la cabeza. Como si de pronto recordara que James estaba allí, le miró por encima.
—Luce muy bien, James, —dijo, asintiendo con aprobación. —Eres un buen
trabajador. Voy a visitar las cocinas por un momento… me perdí la cena porque
estaba hablando con... es decir, estaba ocupado. ¿Vas a estar bien por tu cuenta
durante unos minutos?
—Sí señor.
—Bueno, ya regreso.
James lo vio salir, y luego se quedó quieto durante todo un minuto más,
estirando el cuello para asegurarse de que realmente se había ido. Cuando estuvo
seguro de que estaba solo, se puso de pie y se acercó a la mesa de Turnbill. Estaba
salpicada de cientos de documentos, los cuales sabía que no tenía tiempo de leer.
Abrió un par de cajones, con la esperanza de encontrar algo incriminatorio, pero
no había nada más interesante que un par de plumas viejas, algunos pergaminos
en blanco y una vieja bolsa de Granos de Bertie Botts.
James frunció el ceño. No sabía que Alejandro Magno era un mago, ni había
oído hablar de ningún cetro forjado por él. ¿Podría ser lo que Voldemort estaba
buscando? ¿Cómo podría un cetro como ese haber terminado en Hogwarts? Sin
duda no había más información al respecto en el libro.
—¿Cómo te va James?
Turnbill miró su reloj, el cual tenía los planetas y las estrellas girando en lugar
de las manecillas.
—Supongo que esta tarea está tomando más tiempo de lo que pensé que sería.
Voy a decirte una cosa, regresa a tu sala común. Tendré a Severus recogiendo
donde lo dejaste mañana en la noche.
James dejó caer el libro con los símbolos peculiares de nuevo en la pila. Severus
podía averiguar qué hacer con él.
De vuelta en la sala común, James puso a Sirius, Remus y Peter al día sobre lo
que había sabido de la conversación entre los profesores McGonagall y Turnbill.
También les habló de Alejandro Magno y el cetro.
—¡¿Mañana?!
—Si Voldemort quiere esta cosa de cetro, ¿no crees que deberíamos conseguirlo
antes de que tenga la oportunidad de encontrarlo? Especialmente si ninguno de los
profesores va a buscarlo. Creo que hay que ir ahora.
La mandíbula de Remus cayó, con los ojos tan amplios como si Sirius hubiera
sugerido robar en Gringotts.
—¿Realmente vas a dejar que esas reglas tontas te detengan? ¿Realmente crees
que las reglas son más importantes que detener a Voldemort de encontrar un arma
que podría destruir el mundo?
—Iré contigo.
Remus parecía estar luchando una batalla interna, destrozado entre seguir las
reglas o a sus amigos. La esquina de su labio se torció hacia arriba, y levantó las
manos con un suspiro de exasperación.
Mirando bien infeliz por ser asignado a ese trabajo, Peter se quedó en la puerta
mientras los otros se arrastraron más profundamente en la biblioteca.
—Ni una sola mención de Alejandro Magno en éste, —dijo James, haciendo a
un lado Bastones y Cetros de la Antigüedad.
—Cuenta la leyenda que Petrie llevó el cetro con él de regreso a Gran Bretaña,
donde suplicó al consejo de los cuatro fundadores del Colegio de Hogwarts de
Magia y Hechicería, que abrieran sus puertas en el 990 D.C. Juntos, Salazar
Slytherin, Godric Gryffindor, Helga Hufflepuff y Rowena Ravenclaw decidieron
que nadie debía permitir abusar del poder del cetro nuevamente. Dividieron el
cetro en cuatro piezas, las cuales fueron ocultas por cada uno bajo un fuerte
encantamiento dentro de la escuela que acababan de fundar. Petrie, quien asistió a
cada fundador, fue la única alma que alguna vez conoció los lugares de descanso
final de las cuatro piezas.
—Temiendo que el secreto del cetro se perdería para siempre, Petrie escribió a
mano una copia de un diario que tituló El Legado del Rey Macedonio, que dice al
detalle la ubicación exacta de cada pieza del cetro. El diario desapareció después
de su muerte en Londres en 1001 D.C. Muchos estudiosos creen que en los
siguientes cien años, se encontraron una o más piezas del cetro, y se llevaron a
África, Asia, y tal vez incluso, a través del océano hacia el Nuevo Mundo, donde se
perdieron para siempre.
—Muy bien, tenías razón, —Remus espetó. —Pero, ¿cómo podemos saber si las
piezas fueron dispersadas o no?
James estaba pensando mucho. El título sonaba tan familiar. El Legado del Rey
Macedonio... ¿dónde había oído ese título antes? De repente, se le ocurrió.
Remus dejó caer el libro al suelo con un grito ahogado y resonó con fuerza
alrededor de la biblioteca. Sirius miró boquiabierto.
James giró su mano entre sus dedos mientras pensaba en voz alta.
—Desde luego, nunca habían oído hablar de él antes. Hay miles, sino millones
de libros en esa tienda. Creo que es muy posible que ese libro se quedara en
silencio en ese estante desde que Petrie murió en 1001. Después de todo, algunas
de las tiendas de allí se remontan al 382 D.C. Dejando todo eso a un lado, lo vi por
mí mismo. Sé que está ahí.
—Entonces, ¿cómo podemos llegar allí? —preguntó Sirius.
—¿Qué tal el Autobús Noctámbulo? —dijo Peter en voz alta, justo detrás de
Remus.
Los tres se sobresaltaron, casi tirando la pila alta de libros justo al lado derecho
de la mesa de la biblioteca.
—¡Peter! —Sirius susurró. —¿Qué estás haciendo? ¡Se supone que debes estar
vigilando en la puerta! ¿Cuánto tiempo has estado aquí escuchando?
James cambió rápidamente de tema antes de que Sirius pudiera decir cualquier
cosa desagradable que parecía que iba a decir.
—¿Un qué?
Remus parecía muy tenso e incómodo. James casi podía ver los engranajes
girando en su cabeza.
—Hay una... una manera de llegar a Hogsmeade desde la escuela... ¡los botes!
Los botes, en la parte inferior del acantilado, los que nos llevaron a través del lago
en nuestro primer día. Podemos cruzar el lago a Hogsmeade y llamar al Autobús
Noctámbulo allí.
James tenía más que una sospecha de que este plan no era el que Remus
originalmente iba a sugerir.
—¿Cuándo? —preguntó Sirius, quien no pareció darse cuenta.
—No podemos interrumpir la clase, —dijo James. Hizo una mueca al imaginar
el castigo que la Profesora McGonagall infligiría sobre ellos si se enteraba. Sirius
pensó por un momento.
—¡Oh, por favor, no me digas que tienes miedo de romper las reglas otra vez!
—No. —Remus parecía herido. —Tengo que... visitar a mi madre, está muy
enferma.
—Ah...
Sirius y James se miraron el uno al otro. Estaba claro que ninguno de ellos sabía
de esto. Sirius presionó.
—¿Sin embargo, no crees que esto es importante? Quiero decir, siempre puedes
visitarla en domingo, ¿verdad?
Peter habló.
—¿Qué vamos a decirle a Frank? ¿No creen que se preguntará por qué es el
único estudiante en el dormitorio este fin de semana?
—Podemos decirle que todos juntos vamos a visitar la madre de Remus, —dijo
Sirius.
De repente, hubo un fuerte SLAM cuando la puerta de la biblioteca se abrió.
Los cuatro se congelaron sin apenas atreverse a respirar, escuchando
detenidamente mientras sus corazones golpeaban.
James apenas logró voltear y cerrar la tapa de Mitos y Leyendas Antiguas del
Viejo Mundo Mágico antes de que Sirius lo arrastrara hacia las sombras. La voz de
Lucius Malfoy arrastrando las palabras, llegó por encima de los estantes.
—¡Qué idiota!
—¿Vieron su cara?
—Y además, —dijo Sirius, —Él no sabe dónde está el diario, y James sí.
—Él es un prefecto Sirius, tiene que tener una cabeza decente sobre sus hombros
si él es…
—¿Una cabeza decente sobre sus hombros? No es posible que ahora estés
hablando de mí ¿verdad?
—¡Quién eres!
—Digo que ustedes deben ser estudiantes de primer año. ¡No nos han
presentado correctamente! Sir Nicholas de Mimsy-Porpington, fantasma de la torre
de Gryffindor, a su servicio.
—De hecho lo fui, ahora, si prefieren detener sus propias ejecuciones, les
sugiero a los cuatro volver a su dormitorio, donde deben estar a esta hora.
James y los otros a regañadientes hicieron lo que se les dijo. Peter tropezó con
el flojo y chirriante entarimado cuando entraron en la habitación y casi cayó al
suelo, pero Remus lo cogió a tiempo.
—Salimos el sábado a las cinco de la mañana… antes de que salga el sol. Nos
colamos hasta el muelle, tomamos los botes a través del lago a Hogsmeade y
convocamos el Autobús Noctámbulo al Callejón Diagon. Entonces, encontramos el
diario.
La mañana del sábado, James fue sacudido por Peter para despertar, cuyo
ruido en punta era apenas visible en la oscuridad. —Son las 04:45. Deberíamos
irnos.
James salió de la cama y se puso las gafas, la cama de Remus estaba vacía. No
había vuelto a la sala común la noche anterior.
—¿Dejaste una nota para Frank? —preguntó James, poniéndose un par de jeans
y un suéter que había preparado la noche anterior.
Sirius se dio la vuelta y tiró de las mantas hacia arriba por encima de su cabeza
—Él puede tener el Báculo de los Tiempos. Yo solo quiero dormir —murmuró
medio dormido.
—Ni idea, pero ya es suficiente —James sacó las mantas y las tiró al suelo. Sacó
su varita de su bolsillo trasero y la dirigió a Sirius — ¡Wingardium Leviosa!
Sirius se echó hacia atrás con tristeza y no dijo una palabra mientras el bote se
deslizaba suavemente a través del resto del túnel oscuro. Pasaron a través de la
cortina de hiedra, y cuando sentían la brisa en el rostro y vieron la luz gris en el
horizonte, sabían que estaban casi fuera del lago. Una densa niebla se aferraba a la
superficie.
BUMP.
Sirius negó con la cabeza, con el rostro pálido —James, el lago tiene al menos
cincuenta pies de profundidad aquí.
BUMP.
—¡AHHHHHHH!
Sirius trató de enterrar sus talones, pero no sirvió. El tentáculo lo empujó más y
más a lo largo hasta que llegó al otro lado del borde, cara a cara con el ojo.
La pregunta fue respondida casi inmediatamente. Otro tentáculo salió del agua
frente a él sosteniendo algo largo y delgado. Sirius lo alcanzó con cuidado y la
tomó. Era su varita.
Una vez se movían de nuevo, una playa de grava y un largo muelle iluminado
por linternas ardientes tenuemente, aparecieron a la vista en la orilla opuesta.
—No puedo creer lo que hizo —dijo Peter, mirando por encima del hombro
hacia el lago. —Pensé que el calamar nos iba a comer con seguridad... o al menos a
ti Sirius.
Sirius, que seguía admirando su varita, puso sus ojos en blanco. —Sí, gracias
por tratar de salvarme Peter.
—Dudo... que las cocinas... estén... abiertas —dijo Peter con voz entrecortada
más atrás. Ya estaba sin aliento.
—Sí, pero confía en mí, no quieres un elfo doméstico como Kreacher. Es vil.
Ahora... ¿Qué tan lejos es? No pareciera que hubiera sido tanto la noche que
llegamos.
James miró hacia el camino. —Me parece ver la luz más adelante, no pareciera
ser tan lejos.
—Tal vez podamos conseguir algo de comer en el Callejón Diagon —dijo Sirius
esperanzado.
—Y podríamos visitar la tienda de baratijas —dijo James, recordando que no
tuvo tiempo suficiente para ir en el verano.
—Por supuesto que no, Kreacher hace todas nuestras compras. Mamá y Papá
van a veces si es que tienen negocios ahí, pero yo nunca he llegado a ir.
Ahora estaban corriendo hacia la luz, ya sin preocuparse de que tan traicionero
sea el camino.
Donde había una luz antes, ahora había dos. James se dio cuenta que más luces
empezaron a aparecer alrededor. Eran suaves y grises, al igual que los bordes del
cielo mañanero que había habido durante su oscuro viaje a través del lago.
Algunas se balanceaban hacia arriba y abajo incitantes, otras parpadeaban, como si
flotaran entre los troncos de árboles gruesos.
James ayudó a Peter a pararse, y los tres se acercaron juntos, aunque con
mucha más cautela esta vez. La luz se estremeció con emoción y rebotó más lejos
en el bosque. Las otras luces comenzaron a unirse de nuevo, bailando y girando
juntas después de la primera.
—¿Dónde crees que nos llevan? —Peter le preguntó en voz baja y temblorosa.
—¡Tal vez nos están llevando de vuelta al camino! —dijo Sirius en voz alta.
Pareciendo olvidar la precaución, comenzó a galopar imprudentemente después
de ellas. James y Peter tuvieron que alcanzarlo, saltando sobre grandes raíces de
árboles y pasando por debajo de ramas bajas.
—¡PARA!
Era muy tarde. De pronto, el suelo bajo sus pies parecía desaparecer,
dejándolos hundidos hasta el pecho en el frío y húmedo lodo. Sirius salió de su
trance. —¿Qué? ¿Qué pasó?
Pobre Peter, que era una cabeza más bajo que todos los demás, el lodo le
llegaba hasta el cuello.
Por mucho que James quería que se rieran todos y se fueran de ahí, ya podía
ver a las luces de vuelta, y ahora estaban convergiendo hacia atrás de ellos.
—¡No sé, pero a menos que queramos averiguarlo, tenemos que salir de aquí!
Los tres movían sus brazos y piernas violentamente pero no lograban moverse
más de unas pocas pulgadas.
—¡Están cada vez más cerca! —advirtió Sirius. Estaba en lo correcto. Las luces
que iban adelante de la manada estaban a menos de treinta pies de distancia...
Peter luchó furiosamente. —¡James saca fuera el brazo con el que usas tu varita!
—¿Qué?
—¡Mis brazos están atrapados, levanta el brazo con el que usas tu varita!
—¡¿Por Qué?!
—¡HAZLO!
Sin saber qué estaba haciendo o por qué, James sacó su brazo izquierdo. Se oyó
un golpe ensordecedor, y hubo una luz cegadora. Mientras se derramó a través del
pantano, James sólo podía distinguir formas de criaturas pequeñas, gruesas y
como humo, que ahora estaban gritando con rabia y retirándose hacia los árboles.
James giró la cabeza para ver algo enorme y violentamente púrpura parando
junto a ellos. Él levantó los brazos para protegerse del impacto, pero se desvió
hacia la derecha locamente, flotó por un momento en el aire y luego se dejó caer en
el pantano con un ruido fuerte de chapoteo.
James dejó caer las manos, y se dio cuenta que estaba conteniendo la
respiración, exhalando fuertemente. El objeto violentamente púrpura era un
autobús de tres pisos. Tenía letras doradas sobre el parabrisas.
El Autobús Noctámbulo
Otra voz, una mujer mayor por el sonido de la misma, salió desde más adentro.
—Jill, ¿Qué te he dicho sobre el saludo obligatorio?
—¡Oy, será mejor que no pienses que los recogeremos aquí! —gritó Jill.
—¿Quieres decir que no nos dejarás subir? —preguntó Sirius. —¡Tú dijiste que
era el transporte de emergencia para el mago o bruja varado! ¡¿No lucimos lo
suficientemente varados para ti?!
—¡Entonces es el transporte de emergencia para magos y brujas varados no
cubiertos de lodo! —replicó Jill.
—¡Evanesco!
—¿Eres una bruja o no, Jill? Deja que esos pobres chicos suban y podemos
limpiarlos.
James sintió como si una gran aspiradora invisible estuviera succionando toda
su ropa. Un instante después, todo el lodo había desaparecido.
—Oh, no hay problema querido —dijo la bruja. —¿Dónde van estas tres
cabezas?
—¡Al Callejón Diagon! —dijo la bruja con entusiasmo, tirando de una gran
manivela amarilla. El autobús entero comenzó a retumbar.
James logró subirse a una de las camas, que estaban rodando por el interior del
autobús locamente. Mirando a través de las grandes ventanas cuadradas, podía ver
los árboles pasando volando en una alarmante velocidad.
¡BANG!
—¡Creo que acabo de ver mi casa! —gritó Sirius, y James saltó a mirar, pero el
autobús estaba moviéndose demasiado rápido.
—El Callejón Diagon está por allí —dijo la vieja bruja, haciendo un gesto hacia
la puerta del lugar. Miró expectante hacia Jill, y cuando ella no dijo nada, le pegó
fuertemente con su codo.
—Gracias por viajar en el Autobús Noctámbulo —dijo Jill ácidamente. —
Esperamos que hayan tenido un buen viaje, y que pronto viajen de nuevo con
nosotros. Recuerden, si necesitan una forma de salir de la ciudad, háganos parar.
—No hay de qué —dijo Peter débilmente, con el rostro todavía delicadamente
verde.
—El Caldero Chorreante —leyó James. Él y sus padres siempre usaban Polvos
Flu para poder llegar al Callejón Diagon, por lo que el nombre le era desconocido.
—¿El Callejón Diagon está aquí?
—Por aquí —dijo James, ahora tomando la delantera. Pasaron por delante de la
botica, la tienda de suministros de Quidditch, y la tienda de artículos de papelería
antes de llegar.
Entraron en silencio. Las filas y filas de libros polvorientos se veían igual como
James lo recordaba.
—Está en uno de los rincones más lejanos, en la sección Mitos y Leyendas.
Buscaron entre los estantes en silencio durante unos minutos, pero luego Sirius
de repente se puso rígido, como un perro de caza al escuchar un zorro.
—Esperemos que no —dijo una voz vieja y jadeante detrás de ellos. El mismo
comerciante que James conoció en julio salió de detrás de una estantería.
Tendiendo una mano áspera pidiendo el diario, y James, sintiéndose como si
hubiera sido atrapado con algo que no debería tener, de mala gana se lo entregó.
El tendero sacó un par de gafas viejas del bolsillo del pecho, y con atención
examinó el diario. No parecía reconocerlo como algo importante. Al parecer,
decidiendo que podía deshacerse de él, se lo devolvió a James. —Quiero quince
galeones por este.
Tomó el libro y con fuerza lo metió de nuevo en las manos del tendero. Luego,
se marchó sin mirar atrás. James le siguió, desconcertado.
Antes de que el tendero pudiera decir algo más, los tres corrieron hacia la
puerta. Una vez fuera entre la multitud bulliciosa, Sirius abrió el diario.
Con un guiño, partió hacia la otra dirección, hacia el pequeño pueblo no lejos
de la estación. Riendo, James corrió para alcanzarlo. Peter tropezó después de ellos
desesperadamente.
—¡Oh, vamos Peter, no seas un miedoso! —dijo Sirius con desdén. —¿Qué hay
de ti James, te parece?
Era una tarde alegre. Los chicos llenaron sus bolsillos a rebosar con dulces en
Honeydukes, y se probaron ropa cara y de lujo en Gladrags Wizardwear. Se
burlaron de las parejas mayores que estaban cariñosos a través de la ventana del
Salón de Té de Madame Puddifoot's, y se rieron hasta que les dolieron las costillas
en Dominic Maestro's, donde Sirius les hizo una demostración de sus pobres
habilidades en violín (el único producto de las lecciones que su madre le obligó a
tomar cada verano. El violín los echó al final). Trataron de comprar cerveza de
mantequilla en una animada taberna de la calle principal llamada Las Tres
Escobas, pero cuando vieron a los Profesores Slughorn, Flitwick y Dearborn en una
mesa cercana al bar, decidieron no tentar su suerte.
Zonkos era tan maravilloso como había oído de otros estudiantes. Estaba
impresionado por imponentes pantallas para desaparecer asientos de inodoro,
bombas fétidas auto detonantes y orejeras que pican. Estaban tan absortos que casi
se encontraron con la Profesora McGonagall que flotaba cerca de la puerta cuando
iban saliendo. James se preguntó si se había puesto ahí a propósito para controlar
de cierta forma la mercancía que volvía a Hogwarts. Obligados a encontrar una
salida diferente, Sirius los condujo por la puerta trasera hacia un callejón.
Continuaron por el callejón durante mucho tiempo, hasta que las tiendas se
hacían escasas, y finalmente, se terminaron. Pronto, se aproximaron a una amplia
colina sobre la que se situaba una casa solitaria, en ruinas. Todas sus ventanas
estaban tapiadas, excepto por una en la parte superior, la que James decidió que
era probablemente el ático. La habitación más allá de la ventana estaba oscura,
oculta por una tela rallada y de jirones que servía como cortina. El jardín exterior
de la casa estaba húmedo y cubierto, rodeado por una valla de hierro forjado.
—Lo dudo —dijo James, observando que la puerta principal estaba cerrada y
clavada. —Al menos, no creo que nadie vivo viva ahí.
—No puedo creer que me perdí las pruebas de Quidditch para conseguir esa
cosa, —dijo James con amargura. —Remus, lee el poema de nuevo, ¿sí?
Remus había regresado de su visita a su hogar mucho más pálido que antes.
Lucía unos nuevos y profundos surcos en sus brazos, y caminaba con una leve
cojera, pero actuaba como si nada fuera diferente. Cogió el libro del piso, lo abrió
en la parte interior de la cubierta frontal, y comenzó a leer:
Para seguir lo que he dejado atrás y las piezas del cetro encontrar.
James se sentó e hizo un tiro fallido del gráfico lunar en el cubo de basura de la
esquina.
—Si el mapa está escondido en algún lugar de esa tienda, entonces no hay
absolutamente ninguna posibilidad de que lo vayamos a encontrar, —dijo
miserablemente.
—Por lo menos hay un lado positivo, —Sirius dijo con un dejo de diversión, —
Voldemort nunca lo encontrará tampoco.
Remus suspiró.
James, todavía contemplando las dos últimas líneas del poema, decidió dejar a
Sirius y Remus con su discusión. Salió del agujero del retrato, y sin pensar
realmente a dónde iba, se encontró afuera de los terrenos de Hogwarts. El fresco
aire otoñal de la tarde parecía ayudarle a pensar. Mientras caminaba a lo largo del
lago, se encontró preguntándose dónde estaba el calamar gigante, y de dónde
había venido. Tenía una singular imagen mental del calamar flotando a través de
la puerta de atrás de una casa bajo el agua, donde su esposa e hijos calamares lo
esperaban alrededor de una mesa.
Sintiéndose muy molesto consigo mismo por perderlo de vista, James comenzó
a bajar el camino en la dirección que estaba seguro que se había ido. Estaba casi
alrededor de la curva, donde podría obtener una visión más amplia de todos los
terrenos de Hogwarts, pero luego, de repente, se oyó el sonido de voces de niñas
acercándose. Hubo una risita estridente.
—...pero le gustas, obviamente. ¡Él no habría hecho tal esfuerzo por hablar
contigo después de lecciones de vuelo si no lo estuviera!
James se detuvo en seco, sintiendo como si helada agua fría hubiera sido
derramada por su espalda. La voz de otra chica intervino y la reconoció de
inmediato como Gwen DeLaunay.
—Tal vez no luce tan mal, pero prefiero una cita con el calamar gigante que con
James Potter.
Casi tropezando con sus propias piernas, James corrió para allá. Estaba
alcanzando la rama más baja y arrastrándose a sí mismo, cuando algo lo golpeó en
el estómago con la fuerza de una bludger.
WUMP.
Las gafas de James volaron de su cara con la fuerza del golpe. Se dejó caer de
rodillas y comenzó desesperadamente a rebuscarlas alrededor. Sin ellas, él no veía
el árbol. Las voces de las chicas estaban creciendo a un ritmo constantemente
fuerte. Mirando hacia arriba para asegurarse de que no habían llegado a la vuelta
todavía, James alcanzó a ver una fugaz y borrosa rama, balanceándose justo por su
rostro. Parecía moverse en cámara lenta. Antes de que pudiera esquivarla, incluso
antes de que tuviera la oportunidad de preguntarse quién la balanceaba, en un
estallido de estrellas, se desmayó por completo.
—Puedo ver que sí, Hagrid. Sé que Albus insiste con ese árbol, ¡pero es muy
peligroso!
James cogió sus gafas, y aliviado al ver que no se rompieron, se las puso de
nuevo. Descubrió una joven morena delante de él, asumió que debía ser la
enfermera de la escuela, con Hagrid a su lado.
—Pocas horas, —respondió Hagrid. —El Sauce Boxeador te dio bien fuerte,
según su carácter. Lily Evans llegó corriendo y me llevó. Te noqueó, pero la señora
Pomfrey aquí te reparó muy bien.
—¿El Sauce Boxeador? ¿Qué es eso? ¿Por qué está en los terrenos de la escuela?
—Estás en buenas manos, James, —dijo. —Ahora, si no les importa, tengo que
volver al Invernadero Cinco. Un problema desagradable con una manada de
Bowtruckles salvajes en los árboles de afuera. Tratando de sacar los ojos a las
personas cuando se acercan demasiado.
Hagrid le hizo un gesto amable y salió al pasillo dando fuertes pisadas. Madam
Pomfrey se movió rápidamente para comprobar a Malfoy, y James arriesgó una
mirada de reojo en su dirección. Estaba tendido en la esquina de la habitación con
su pierna en un cabestrillo. Por suerte, estaba mirando sombríamente al techo,
haciendo caso omiso de la señora Pomfrey mientras trabajaba sobre él.
—Tan pronto nos enteramos por Mary MacDonald de que estabas aquí,
bajamos y esperamos. Hemos estado sentados afuera durante horas, pero la señora
Pomfrey no nos dejó entrar hasta que estuvieras despierto.
Las mejillas de James se pusieron calientes. Desde luego, no quería decirles que
estaba escuchando a Lily a escondidas.
—¡El muchacho necesita descansar! —dijo, dirigiendo a Sirius por los hombros
hacia la puerta. —Váyase ahora, y su pequeño amigo... ¡Remus, usted también!
Después de una mirada de disculpa hacia atrás, los tres salieron, dejando a
James a solas con Malfoy, quien ahora le estaba dando una mirada fulminante. Por
suerte, la señora Pomfrey lo salvó mientras arrastró una cortina privada y le animó
a dormirse. Al darse cuenta que no había nada más que hacer que seguir su
consejo, James se dejó caer sobre las almohadas y cerró los ojos.
Estaba agitado cuando se despertó de nuevo más tarde por unas bajas voces
fuera de la puerta de la enfermería. Su cuerpo estaba mucho más adolorido ahora,
y su cabeza se sentía como si fuera del tamaño de una de las calabazas de Hagrid.
A través de la cefalea inducida por la confusión, se dio cuenta de una voz
profunda y zalamera.
—Voy a encontrarlos. ¿Qué desea el Señor Tenebroso que haga con ellos?
—El Señor Tenebroso quiere que usted se encargue de nuevo. Observe y espere
por el momento... Después de todo, niños muertos en Hogwarts en la primera
página de El Profeta va a hacer nada más que llamar la atención sobre nosotros. No
queremos eso... no todavía...
—Dumbledore no sabe nada sobre el cetro, o que estos niños han encontrado el
libro. Si son prudentes, no le dirán. Dumbledore ha buscado el cetro desde hace
años, tal como ha buscado las Reliquias de la Muerte. No hay duda de que tomaría
partido para su propio beneficio, si se lo llevaran a él. Si por algún golpe de
milagro sobreviven el tiempo suficiente para encontrar todas las piezas, por todos
los medios, siléncielos.
—Si encuentran todas las piezas, usted se las entregará al Señor Tenebroso por
cualquier medio necesario. Entonces, habrá muchos más cuerpos en la primera
página del Profeta que solo los de ellos, Turnbill.
James se puso rígido. Aunque había sospechado, la confirmación de que
Turnbill era un Mortífago le sorprendió hasta la médula. Tal vez una parte de él
hasta ese momento todavía no lo creía totalmente, no cuando Turnbill era tan
amable y amistoso con ellos durante Defensa Contra las Artes Oscuras...
—Él va a estar bien, a pesar de que sabe cuán desgraciado estoy de que mi
propio hijo no pueda conseguir con éxito una finta de Quidditch. Ha tenido los
mejores instructores de vuelo desde que tenía seis años. Espero lo mejor de él.
—No, y no deje que sospechen de usted. Él no está totalmente listo para unirse
a nosotros, y todavía no confío en que él pueda mantener esas confidencias bajo
presión. Si usted tiene alguna nueva información, póngase en contacto conmigo en
mi mansión en Wiltshire. Buena suerte.
Tendrían que encontrar las piezas en secreto, decidió. A pesar de que quería
fingir que iban a hacer lo correcto y destruir las piezas, James no pudo evitar
imaginarse a sí mismo sosteniendo el Báculo de los Tiempos intacto… un maestro
del tiempo. ¿Qué cosas podía hacer si pudiera volver atrás y cambiar el pasado, o
conocer las cosas por venir...?
Mientras James todavía estaba vadeando a través de su enredado nudo de
pensamientos, el sueño se deslizó de forma inesperada sobre él, dejándose
arrastrar en turbulentos sueños.
—¡Te DIJE que era un Mortífago! —Sirius gritó triunfalmente, señalando con el
tenedor en la cara de Remus, quien languideció cuando James les dio las noticias.
—¿Estás seguro James? Quiero decir, fuiste golpeado en la cabeza muy duro,
¿seguro que no oíste mal…?
—¡Yo sé lo que oí! —James dijo enfadado, vertiendo una cucharada colmada de
avena en un tazón. —Ser golpeado en la cabeza por un árbol loco puede doler
mucho, pero no te hace sordo.
Continúe en la página 5.
—¡Rayos!, ¿Cómo diablos pudieron decir los Aurores que no faltaba nada? —
Sirius rió. De repente, Remus empujó el periódico debajo de la mesa. El Profesor
Turnbill acababa de entrar por las puertas dobles, y estaba pasando por su lado.
—¡Buenos días, chicos! —dijo sonriente hacia ellos. —¿Listos para ese examen
de hechizos de desarme y de defensa para hoy?
Septiembre se convirtió en octubre, y por fin el aire frío no tenía más indicios
del calor de verano. Sin otras ideas sobre las últimas líneas del poema, y con
cantidades alarmantes de tareas comenzando a apilarse, James, Sirius, Remus y
Peter se vieron obligados a poner temporalmente a un lado la búsqueda de las
piezas del cetro.
—No seas estúpido James —dijo Remus hacia atrás. —¡Es el profesor de
Defensa contra las Artes Oscuras! Es probable que esté simplemente recogiendo
cosas que necesite para clases.
No fue sino hasta Halloween que James se convenció por completo que
Turnbill era peligroso. Esa tarde, estaban terminando su almuerzo bajo el árbol de
la playa del lago cuando James vio a Turnbill, medio escondido detrás de la línea
de árboles del Bosque Prohibido. Estaba tan inmóvil como una estatua y su cara
era de piedra. Él los observaba, su mirada era dura y desagradable.
Afortunadamente, la campana de la clase siguiente sonó en el castillo, y sirvió de
excusa para reunir rápidamente sus cosas y correr.
Por mucho que James había querido creer que los cuatro podrían mantener el
diario en secreto, siempre había sabido que era sólo cuestión de tiempo para que
Turnbill descubriera quiénes eran los misteriosos tres estudiantes.
—Bueno, ahora tenemos que resolver el poema —dijo James con cansancio.
—¡No tenemos que resolver el poema! —dijo Remus en voz baja, pero
contundente. —¡Incluso si lo intentamos, estaríamos graduándonos de Hogwarts
antes de que consigamos algo de él!
James observó cómo uno de los ingredientes de Sirius que levitaba, una cola de
un tritón viscoso, caía dentro del caldero de Severus mientras estaba de espaldas.
—¿Por qué no? —dijo en voz baja. —¿Quién dice que no podemos resolverlo
nosotros mismos?
—Permíteme preguntarte esto —dijo Remus razonable, y tuvo que bajar la voz
porque Slughorn estaba hablando con los hermanos Van Vleck un par de calderos
más allá. —¿Crees que resolver el rompecabezas y encontrar todas las piezas del
cetro nos sacará de este lío? ¿Crees que nos van a permitir averiguar todo y
quedarnos con el Báculo de los Tiempos?
Eso llamó la atención de Sirius. Se giró para mirar a Remus, y el bazo de rata
que estaba levitando sobre el caldero de Severus cayó con un splat en una de las
cabezas de las Fanes. James pensó que podría ser Polluxa, pero no estaba seguro.
James se golpeó la cara con la palma de su mano. Remus tenía razón, había una
posibilidad muy remota de que salieran con vida. Volvió a pensar en su noche en
la enfermería, y la conclusión que había obtenido entonces.
—La única forma en que sobreviviremos a esto es encontrar las piezas nosotros
mismos, y buscar la forma de utilizarlas antes que Turnbill nos detenga.
Se sorprendió al ver a los demás que miraban atrás de él con miradas blancas y
alarmantes.
—¿Qué?
James sintió un pinchazo de fastidio al ver que podían ser tan miopes.
—¿No lo ven chicos? ¡Si podemos averiguar cómo utilizar el cetro, podemos
volver atrás en el tiempo! ¡Podríamos evitar que Voldemort naciera! ¡Podríamos
mirar hacia el futuro, y alertar al Ministerio acerca de los crímenes que está
planeando cometer! Podríamos...
Sintiéndose con ánimo, James tomó el diario de Sirius y lo abrió. Examinó las
últimas cuatro líneas del poema como lo había hecho en innumerables ocasiones,
con la esperanza de ver algo nuevo que no había visto aun.
—Creo que él escribió eso a propósito para frustrarnos... —dijo Sirius, ahora
saltando lejos de la masa dura de barro coloreado en su caldero con su cuchillo de
su kit de pociones. —¿Él quiere que empecemos a buscar aquí mismo donde
estamos? Tal vez deberíamos pisar fuerte en su diario hasta que nos diga qué
hacer, eso es justo donde estamos.
Los ojos de James se abrieron. Sirius había sido sarcástico, pero había tocado un
punto muy importante. Si alguien estaba leyendo el diario, por supuesto el diario
estaría justo donde están. Más específicamente, si alguien estaba leyendo el poema,
la parte trasera de la cubierta delantera estaría justo donde estaban...
Remus se inclinó más cerca. —Esperen... ¿Recuerdan lo que Turnbill nos dijo
en clase la semana pasada?
—Un trozo de pergamino vacío puede tener un mensaje oculto —explicó. —El
mejor hechizo para revelarlo es... Aparecium.
Tocó el centro del pergamino con su varita, y justo en el lugar donde hizo
contacto, un pequeño punto de tinta floreció. Sus zarcillos crecieron, formando
líneas y formas las cuales definieron una frase en la parte superior de la página:
Cada vez más y más espirales de tinta se desenrollaron por todo el pergamino,
bailando y arremolinándose entre sí y formando patrones cada vez más complejos.
—¿Eso es...?
—¡Lo es! —dijo James con el corazón palpitante. Ya podía ver cuatro
rectángulos largos y delgados dentro de una habitación espaciosa, y una gran
plaza abierta forrada de muchas escaleras. —El Gran Comedor... Las Grandes
Escaleras... ¡Es Hogwarts!
—¡Y ahí está la sala común! —dijo Peter, apuntando a la torre norte.
Slughorn asintió y luego se trasladó dos filas adelante para hablar con Severus,
cuya poción, a pesar de adiciones improvisadas de Sirius, todavía se veía
exactamente como la imagen en el libro.
Una vez que estuvo seguro que Slughorn estaba ocupado, James deslizó el
pergamino de vuelta y lo desdobló, esta vez manteniéndolo bajo. —Hey, se
perdieron la mejor parte del mapa.
—¿Qué les parece? —dijo James, con una sonrisa extendiéndose por su cara. —
¿Suena como a escabullirse después de la fiesta de Halloween?
—Espero que no nos siga esta noche. ¿Creen que lo hará? —gritó Peter,
dejando caer su tenedor con estrépito.
Las cejas de Remus se fruncieron —Puede que tengas razón James, me refiero a
la voladura. Puede que haya trampas, cosas que no estamos preparados para hacer
frente todavía. Aún no sé si esto es una buena idea...
James vio a Lily, a unos pocos asientos de distancia, se había vuelto hacia ellos
antes las palabras de Sirius. Involuntariamente, su mano se fue a su pelo en un
movimiento inconsciente. Nunca le había dado las gracias adecuadamente por
haberlo ayudado cuando el Sauce Boxeador lo noqueó. Antes de que pudiera
averiguar qué decir, ella se había dado vuelta de nuevo.
Los cuatro salieron con cuidado a través del retrato y comenzaron a hacer su
camino por el pasillo. Mientras que su humor había sido alegre en el camino a la
biblioteca unas semanas antes, en este viaje era todo lo contrario. En aquel
entonces, todavía no habían conocido la gravedad o la urgencia de la situación. En
aquel entonces, ni siquiera habían considerado la posibilidad de morir en su
búsqueda. James tragó saliva, tratando de no imaginar que estaban caminando
voluntariamente a su condena.
—¿Qué fue eso? —preguntó Remus, después de que todos habían tenido un
momento para recuperarse.
Un gato de color polvoriento con los ojos amarillos como lámparas salió con
aspecto muy desaliñado. Remus retrocedió —¡James, esa es el gata de Filch!
¡Alguien debe haberla metido allí!
—No me gustan los gatos —gruñó. —James deberías haberla dejado ahí. ¡Va a
conseguir que nos metamos en problemas!
James volvió a mirar a la gata. Ella estaba mirando con curiosidad, su cola se
movía de lado a lado. Había algo extraño en ella.
James no vio ninguna otra puerta. Esta era la puerta que estaban buscando,
¿verdad? La pieza del cetro no podía estar ahí en el pasillo. Con un nudo en el
estómago, James esperaba contra toda esperanza de que la pieza no se ocultara
dentro de la oficina de Flitwick. Escabullirse de la sala común de noche y buscar
armas antiguas estaban en las cosas que estaba dispuesto a hacer, pero irrumpir en
la oficina de un profesor era inmensamente una perspectiva distinta.
—Debe ser una pintura, o un retrato —dijo James, girándose alrededor para
buscar alguno cerca. Sólo había uno... era una pintura de una niña con un vestido
largo azul plateado con pelo castaño flotando. Estaba profundamente dormida en
su silla. James puso su mano libre sobre el lienzo, pero no pasó nada. Era muy
sólido. ¿Cómo se supone que debían pasar por ahí?
—Quizás es como el andén nueve y tres cuartos —murmuró James para sí
mismo, pensando en lo acontecido en septiembre. —Todo lo que tenemos que
hacer es...
SMACK.
—¡Shh! —James les hizo callar, pero era demasiado tarde. El sonido de pasos
en un pasillo distante llegó a sus oídos.
—Chico, creo que estás en busca de ese espejo al otro lado del camino —dijo,
señalando la pared opuesta. —¡Date prisa o te atraparán!
James miró en la dirección que le indicaba, y se dio cuenta que ella estaba
apuntando a un espejo... el mismo espejo que había asustado a Peter camino a la
biblioteca hace unas semanas.
—¡Gracias! —dijo, poniéndose de pie y corriendo hacia él. Para su deleite, sus
dedos se hundieron a través de la superficie lisa y vidriosa cuando lo tocó. Estaba
bastante frío.
Sirius, Remus y Peter levantaron las manos también, pero no pasó nada.
Una vez que todos tuvieron una mano sobre él, sus dedos se deslizaron
fácilmente bajo la superficie de vidrio, como si no fuera nada más que agua muy
fría en estado de suspensión. Sus jadeos de placer fueron ahogados por una voz
furiosa que venía desde el pasillo, demasiado cerca para su comodidad.
—¿Quién está ahí? ¿Son ustedes los mocosos que se llevaron a mi Señora
Norris? Si no me dicen lo que han hecho con ella entonces ayúdenme...
—¿Señora Norris? —se rió Sirius al escuchar el nombre.
—¡Tenemos que pasar a través de esto! —siseó James con los dientes apretados,
y sin esperar, se lanzó a través del vidrio, arrastrando a los demás con él.
James contuvo el aliento, más que cualquier otra cosa involuntariamente. Era
como sumergirse en agua enfriada con hielo. Podía sentir los cuerpos de Remus y
Sirius a un lado cada uno, tirándolos hacia el en el intento de permanecer juntos.
Abrió los ojos lentamente, y se sorprendió al descubrir que podía ver muy bien,
aunque todo estaba teñido de un tono azul fabuloso. Había una luz suave, brillante
por delante de ellos.
—¡PEEeeeeteEeerRRRrrrr!
Era imposible saber quién gritó el nombre, porque la voz hizo eco y se
distorsionó, como si fuera dicho bajo el agua. James giró la cabeza, pero se tomó un
tiempo para ponerse al día con su pensamiento, como si estuviera en un sueño. Los
dedos de Peter se deslizaban a través de su ropa. No queriendo imaginar lo que
podía pasar si lo permitía, James alargó una mano libre para agarrarlo. Se sentía
como si se estirará a través de gelatina fría, y parecía no llegar nunca, pero al fin
sintió la tela de la manga de Peter a su alcance.
Sirius, quien fue el primero en ponerse de pie, miró a su alrededor con los ojos
muy abiertos.
—Brillante —exhaló.
James se levantó y dio unos pasos hacia adelante para estar a su lado. Estaban
en una sala redonda del tamaño de una catedral, y por delante parecía haber un
pequeño templo, construido en mármol blanco pulido. La habitación estaba
tranquila, serena y muy quieta, con excepción de los suaves copos de nieve que
flotaban en paz desde el techo, el cual estaba hechizado para parecer como un cielo
de una noche oscura. Este cielo era mucho más hermoso y majestuoso que el que
había en el Gran Comedor... plantes giraban en la oscuridad de terciopelo entre los
puntos de luz de las estrellas parpadeantes. Una brillante luna llena estaba
suspendida en su vértice, su luz plateada se vertía sobre las paredes de mármol del
templo, haciendo que casi brillara celestialmente.
—¿Creen que la pieza del cetro esté ahí? —preguntó Peter, asintiendo
tímidamente hacia la entrada del templo.
Remus aún no respondía. Sirius lo tomó del brazo, tratando de arrastrarlo, pero
sus pies no se movían. Se deshizo del agarre de Sirius, miró hacia abajo como
impresionado de sus manos y luego volvió a mirar la luna con los ojos muy
abiertos
—Nada —dijo simplemente, volviendo sus ojos hacia abajo a la nieve que
estaba en sus pies —Vámonos.
James abrió la marcha hacia el templo, iluminando con su varita en alto. Sus
pisadas resonaban en el suelo de mármol pulido, interrumpiendo el tranquilo
silencio. Por delante había un altar, encima había algo con una luz dorada brillante.
Era una pieza rota del cetro, de color ónice y tallada con imágenes de dioses, diosas
y antiguas batallas. Sirius llegó a tomarla, pero la mano de Remus de repente salió
disparada a coger su muñeca.
—Espera —dijo —Parece demasiado simple... el cetro se supone que está
fuertemente protegido por bestias y encantamientos. No lo toques con las manos
desnudas.
—Tengo una idea —dijo James, en cuclillas en el suelo. Desató los cordones de
un zapato y se lo quitó. —Den un paso hacia atrás.
Dio unos pasos hacia atrás y luego lo lanzó hacia la pieza del cetro. Tan pronto
como entró en contacto, se convirtió completamente en cenizas, que se dispersaron
por toda la superficie blanca pulida del altar. La pieza estaba intacta.
James comenzó a decir "de nada", pero no alcanzó a empezar. Algo peculiar
estaba empezando a suceder. El suelo vibraba debajo de ellos... un bajo zumbido al
principio, pero creciendo en volumen y fuerza.
La chica dio dos pasos elegantes y ágiles hacia adelante, dejando huellas
empañadas en el mármol detrás de ella. Era demasiado hermosa y salvaje para ser
enteramente humana. Hasta el aire alrededor parecía vibrar con el poder.
Impregnó el cuerpo de James y lo traspasó hasta su núcleo, golpeando algún tipo
de miedo primitivo en su corazón, pero se obligó a mantenerse firme.
—Yo sé quién eres, James Potter, —dijo la diosa, su voz tintineaba como
campanas de viento. Ella sonrió, mostrando unos dientes brillantes como
diamantes. —Fui yo quien predijo que tú y tus amigos vendrían aquí en busca de
lo que he jurado proteger. Hablé sobre esta visión a través de los labios de un
profeta que me conoce bien, pero ya no puedo sentir su presencia en este plano...
—El reto aquí es vencerme en combate mágico, sin embargo, voy a ofrecerte
otra opción si lo deseas. Soy una prisionera aquí, y el encantamiento sólo puede
romperse por un chico de la misma edad. Rowena Ravenclaw nunca debió haber
imaginado que alguien tan joven pudiera encontrar este lugar. Libérenme, y
pueden quedarse con el fragmento de tiempo.
—¿Y cómo... —comenzó Sirius.
Por primera vez, los ojos congelados de la chica dejaron de mirar a James.
Escrutó a Remus por un momento, pero luego su sonrisa se hizo más profunda.
—Yo sé quién eres, Remus John Lupin. Dime, ¿te ha gustado el techo de mi
templo?
—¡Muéstrenme el mapa!
James lo desenrolló y se lo ofreció, y la chica se barrió hacia él, con el pelo
blanco plateado ondeando tras ella. Una brisa ártica recorrió el pelo sucio y oscuro
de James. Ella trazó el borde del mapa con un solo dedo blanco, y cubierto de
escarcha antes de fundirse para revelar las palabras escritas peculiarmente.
Una fuerza antinatural le golpeó en lo más profundo de sus huesos con una
fuerza que sentía cien veces más fuerte que el Sauce Boxeador, y creció hacia fuera
de su cuerpo como un veneno. Estaba lleno con fuego congelante, y luego hielo
quemante. El techo de mármol se agrietó, y los copos de nieve que habían caído
tan suavemente se transformaron peligrosamente en un vendaval arrojando viento,
nieve y hielo sobre ellos.
La boca de James se abrió a la fuerza, como si fuera hecho por manos invisibles,
y una extraña y mundana voz se elevó desde su interior. No era su idioma, de
hecho, ni siquiera sonaba como un lenguaje que los seres humanos pudieran hablar.
Después de las primeras sílabas, James se había ido, a la deriva dentro y fuera de
su conciencia. De vez en cuando se oía un sonido que lejanamente le recordaba a
algo familiar, como una avalancha cayendo de una montaña, o el batir de alas de
lechuzas, y se preguntaba si eso era como sonaba el nombre de la chica justo antes
de retraerse hacia un cálido y profundo lugar dentro de sí mismo para esperar a lo
que estaba pasando.
CRACK.
—Sí —dijo James, flexionando los dedos para asegurarse de que estaban bien.
—¿Qué pasó?
Miró más allá de James, y éste siguió su mirada. Sólo unas pocas pulgadas de
distancia, yacía junto a él, una niña inmóvil. La piel que momentos antes había
estado pálida y pedregosa ahora era suave y brillante, y el pelo que había sido
blanco como la nieve era ahora café cálido. Ella era un ser humano nuevamente.
—Regresemos —dijo.
Remus, Sirius, y Peter treparon hacia la entrada del templo y bajaron los
escalones de mármol. James se detuvo un momento para mirar hacia atrás a la
chica. Su cabeza descansaba sobre un trozo de techo roto, fuera del alcance de los
copos de nieve cayendo. El resto de su cuerpo se estaba cubriendo lentamente con
una capa de color blanco; parecía que podría estar durmiendo tranquilamente
debajo de una mano resplandeciente. Sirius llamó desde el pie de la escalera.
—¿James?
Caminaron sin hablar de nuevo hacia el espejo. James estaba mirando el cielo.
Era diferente... todos los planetas y estrellas habían desaparecido, dejando sólo
luna por encima del templo derramando su luz sobre la nieta durmiente de
Rowena Ravenclaw.
Remus se mordió el labio inferior por largo tiempo antes de responder. —No
sé, ella debe haberme visto mirándolo.
Nadie dijo nada hasta que regresaron al espejo. El trayecto inverso fue cálido y
reconfortante después de un largo y triste caminar a través de la nieve. Por otro
lado, James se sintió aliviado al ver que el pasillo estaba vacío.
—Filch todavía podría estar cerca —susurró Remus. —Así que vamos a ser lo
más silenciosos posible.
—Gracias, Eloise, —dijo. A pesar de que le dio una sonrisa tensa, una pequeña
parte de él sufría por la chica que miraba desde su pintura, como si estuviera
atrapada en una jaula.
Por la mañana, James comprobó el mapa de nuevo. Esperaba ver otro punto
parpadeante en algún lugar dentro del castillo, pero para su sorpresa, no había
nada allí. Le mostró a Sirius, Remus y Peter, y juntos, intentaron suplicando,
halagando, e incluso amenazando el mapa, pero no sirvió de nada. A medida que
pasaban los días, era de lo único que hablaban durante las clases y trabajaban con
él todas las noches después de cenar.
—No puedo esperar a que lleguen las vacaciones, —dijo Peter durante
Encantamientos del siguiente lunes. Tenía un trombón en la mesa frente a él; se
suponía que debían hechizar instrumentos musicales para que tocaran por sí solos.
—Sí, toda la familia de mi madre viene, —dijo, arrugando la nariz. —Mis tíos
Boris y Barney estarán allí, y la tía Prudence. Ella va a traer a mis primas Harriet,
Agnes y Adelaide con ella, y mi abuela Eudora, mi tía Cornelia, y tal vez incluso…
WOOOOMP.
La trompeta de Remus sonó tan fuerte que sopló el pelo de la espalda de Peter.
—Tengo que volver a casa, —dijo Remus, tirando de la trompeta de nuevo a su
lugar frente a él. —Ya saben, debido a mi madre. —bajó la vista a su regazo,
mirando triste por eso.
Sirius miró a James con ilusión. Por mucho que a Sirius le gustara reírse de su
odio a su familia, James sabía que iba a estar muy solo si se quedaba en Hogwarts
para las vacaciones.
—Voy a estar aquí, —dijo James, decidiendo enviar una lechuza de la casa
sobre eso después de la cena. Estaba seguro de que a sus padres no les importaría.
—Bueno, no es tan difícil, ¿verdad? Todo lo que eso tiene que hacer es
golpearse a sí mismo...
—No le pondría mucho ánimo para que encontremos algo, Remus, —dijo
James. Levantó el encantamiento de su triángulo, y cayó a la mesa con un sonido
metálico.
Remus finalmente renunció a tratar de frenar la trompeta, y la dejó ir. Ésta dio
vuelta en la mesa haciendo ruidos más groseros, pero luego se acercó más y más al
trombón de Peter. Se juntó furtivamente al lado derecho de éste, y empezó a
ronronear.
—Tal vez sin tantos estudiantes alrededor, será más fácil para ustedes pensar,
—Peter dijo alegremente. Agitó su varita hacia arriba y hacia abajo al trombón con
excesiva fuerza, pero la vara sólo hizo la más mínima contracción.
—Él nunca la encontrará bajo la tabla suelta, —Sirius dijo con desdén, —y él
tendría que saber la contraseña para entrar en la sala común. Si simplemente
vigilamos nuestras espaldas, deberíamos estar bien.
Esa noche, después que todos se fueran a la cama, James se encontró mirando
el mapa de nuevo a la luz de su varita. No sabía qué esperaba encontrar, o por qué
lo estaba haciendo. Tal vez fue su conversación sobre estos días de descanso por la
mañana que refrescó su propósito, o el recuerdo de que Turnbill estaba todavía
siguiéndolos. Escuchando la respiración constante de Remus en la cama, a su
derecha, se concentró en cada línea delgada de tinta hasta que la cabeza le latiera.
Tenía que haber algún trozo de información entre las líneas, por debajo de ellas, o
en algún lugar...
—James, sólo porque algo se perdió, no quiere decir que no estaba destinado a
ser encontrado de nuevo.
—Tal vez no por nosotros, —dijo James, sintiéndose derrotado. —Tal vez no
somos dignos de él.
—¿No somos dignos de él? —se burló Sirius. —¿No somos dignos de él?
¿Después de que nos dimos cuenta dónde estaba el diario de Petrie? ¿Después de
que hemos resuelto el poema? ¿Después de que encontramos la primera pieza? Todo
eso fue por nosotros. Si me preguntas, creo que esto estaba destinado a suceder. Se
supone que debemos detener a Voldemort de conseguir que sus manos se posen en
el Báculo de los Tiempos. No los profesores, no nuestros padres... nosotros.
—No sé, pero no podemos haber intentado todo, —dijo Sirius. —Hay algo que
nos falta, o que hemos pasado por alto. Tal vez tenemos que dar un paso atrás y
mirar la imagen en conjunto. O tal vez necesitamos mirar más de cerca...
Sirius sonrió.
—Nos tomó un tiempo para averiguarlo, pero se puede decir alejarse, o buscar
más lejos, —dijo James, encogiéndose en su túnica escolar. —En realidad, responde
a una gran cantidad de diferentes formas de decir lo mismo. Apuesto a que podría
incluso hacer que inicie diciendo algo que no sea Aparecium.
Sirius, que estaba en el espejo metiendo su cabello oscuro detrás de las orejas,
resopló.
Todos se rieron.
—Es difícil. No creo que intentemos hacer esto hasta nuestro tercer año. Y
sabiendo cómo hacemos pociones, no creo que alguno de nosotros lo logre para ese
entonces.
La encontró más rápido de lo que estaba planeando, justo cuando ella salía al
Vestíbulo. Estaba de pie debajo de un retrato de Helga Hufflepuff, cerca de una
gran caja dorada que James nunca había notado antes.
Ella miró a su alrededor, con su cabello rojo oscuro ondulando. Tan pronto
como vio quién era, su expresión tranquila cambió instantáneamente en uno de
sospecha.
—Yo... ¿Qué haces? —preguntó James antes de que pudiera detenerse. Lily
tenía un sobre en la mano, y parecía que estaba a punto de alzarlo hasta una
ranura en la caja dorada.
—Aquí es donde las personas con familias como la mía envían cartas, —
respondió ella brevemente, empujando el sobre en la ranura. —Esta caja
mágicamente transporta cartas en el sistema de correo Muggle, para que puedan
entregarles a mi familia en la forma a la que está acostumbrada. Mi hermana estaba
muy perturbada por la última lechuza que envié, así que he decidido enviar mis
cartas a casa de esta manera a partir de ahora. Te veré en clase.
Ella cerró la cremallera de su bolso y dio media vuelta para irse. Al darse
cuenta de que ella pensó que eso era todo lo que él quería preguntarle, James habló
rápidamente.
—De nada... ¿Qué estabas haciendo ese día? ¿Nos oíste llegar?
—No, —James mintió. —Yo sólo estaba tratando de tener una mejor visión del
lago... quería ver al calamar gigante.
La excusa había funcionado con Sirius, Remus y Peter, pero Lily no parecía
muy convencida.
Los ojos verdes de Lily se estrecharon de nuevo. Todos los instintos dentro de
James le estaban diciendo que diera la vuelta y corriera, pero sabía que los demás
dependían de él.
—Iba a inventar una historia para contarte, pero no puedo, —dijo finalmente.
—Sólo tienes que confiar en mí, esto es muy importante, y necesita mantenerse en
secreto… de todos, incluso de los maestros.
—¿Por favor? —declaró James. Estaba empezando a sentirse estúpido por ser
honesto con ella, pero luego ella sonrió. En realidad, fue más como una media
sonrisa, una pequeña contracción que mostró que estaba agradecida por su
honestidad.
—Muy bien, —dijo, —Te ayudaré, pero sólo con una condición.
James no podía creer su suerte.
—Tú y tus amigos dejan en paz a Severus hasta que termine la poción.
—Mira, si quieres encontrar la segunda pieza del Báculo de los Tiempos, tienes
que dejarlo tranquilo durante unos pocos días, ¿de acuerdo? —replicó James.
“¡Sliggado!” La telaraña en el bastidor frente a él se convirtió en una tela de seda
suave y gris.
Sirius frunció el ceño y puso su cabeza en sus brazos. Disparó la mirada más
asesina que pudo reunir en la parte de atrás de la cabeza grasienta de Severus,
como si esperara que se abriera un agujero a través de ella.
—Siento que Severus estuviera siendo tan horrible con ustedes este día, —ella
dijo con intención. Sacó su libro de Pociones del bolso. —Le dije que los dejara en
paz.
—De todos modos, —continuó Lily, abriendo el libro en un lugar que había
marcado, —Busqué esta Solución de Encogimiento para ustedes, y no se ve tan
mal.
—Parece que sólo debería tomar dos o tres días para elaborar el brebaje. Los
ingredientes ya están en nuestro equipo de pociones, a excepción de las Higueras...
pero probablemente puedo hablar con el profesor Slughorn y hacernos con
algunas. ¿Dónde vamos a preparar esto?
—Él tiene razón, —Lily admitió, aunque se negó a mirarlo. James podría
haberse redimido con una disculpa, pero Sirius todavía sacaba el lado malo de ella.
—¿Por qué no lo elaboramos en su dormitorio? Confío en Frank, él no haría nada
en él.
Severus, determinado a salirse con la suya tanto como podía sin que se diera
cuenta Lily, estaba tomando todas las oportunidades para insultar, hacer tropezar
y maldecir a Sirius. Odiaba a James, no había duda de eso, pero reservaba un tipo
especial de odio por Sirius, y por mucho que a James no le gustaba admitirlo, a
veces Sirius se lo merecía.
El sábado por la mañana llegó finalmente. Lily entró en el dormitorio del chico
antes de que el sol saliera por completo, lo que hizo que Sirius dejara escapar una
palabra que le había valido una semana de detenciones de McGonagall.
—Oh, deja de ser dramático, —dijo ella, echando hacia atrás las cortinas de la
cama de él. —Frank ha estado levantado hace casi una hora, estudiando abajo con
Alice. Si desean que esta poción sea elaborada antes del primer día de exámenes,
entonces es el momento para arrastrar sus perezosos traseros de la cama.
Dándoles la espalda, puso un caldero lleno de agua burbujeante sobre un
puñado de llamas azules. Los cuatro chicos forcejearon con sus ropas, y
bostezando, se sentaron en el suelo alrededor de ella. De inmediato los puso a
trabajar, picar, pelar y extraer el jugo de los ingredientes de pociones.
—Ahora, no quiero que ninguno de ustedes ponga algo en el caldero sin que lo
vea, —dijo ella con la mayor naturalidad.
—Esto es desagradable.
—Ella suena igual que Slughorn, —Sirius murmuró en voz baja cerca del oído
de James. Incluso Remus, revolviendo las higueras que estaba pelando, esbozó una
sonrisa ante eso.
—James, realmente me gustaría que me dijeras para qué es esta poción, —dijo
en voz baja.
Ella frunció los labios, y por unos momentos, los únicos sonidos en el
dormitorio, aun débilmente iluminado, eran el picado de los cuchillos en las tablas
de cortar y la trituración de las vísceras de ratas.
—Es sólo que no entiendo por qué es tan importante, —dijo finalmente. —¿Por
qué no se puede enterar alguno de los maestros? ¿Lo están utilizando para hacer
trampa en los exámenes? ¿O es para hacer algo ilegal?
James se quedó desconcertado, sorprendido por las suposiciones que ella había
lanzado a la primera. Entonces, se dio cuenta de lo estúpido que era pensar que
ella sabría de inmediato que estaban haciendo algo tan importante como lo
suponían.
Remus levantó las cejas muy ligeramente por encima de sus higueras. Lily
todavía no se veía satisfecha, pero dejó el tema por el resto de la mañana.
Por la tarde, habían terminado todo lo que podían hacer para el día. Dejaron el
caldero a fuego lento durante toda la noche, diciéndole a Frank que era una poción
para ayudar a Peter a relajarse para la llegada del fin del período de exámenes. Esa
noche, por recomendación de Remus, intentaron estudiar, pero James no podía
concentrarse en su carta lunar. Una parte de él deseaba que la poción tomara más
tiempo en su preparación, prolongando así su tiempo con Lily. Por otro lado, había
pasado mucho tiempo desde que encontraron la última pieza del cetro. Si no
encontraban otra pieza pronto, quién sabría lo que habían encargado a Turnbill
para hacer con ellos...
—¿Sí?
James vaciló. Casi dijo “No importa”, pero había algo que necesitaba saber.
—¿Por qué decidiste ayudarnos? ¿Era sólo para que dejáramos en paz a
Severus?
—Sí... y no, —dijo en voz baja. —Dije que te ayudaría porque... porque...
bueno, tenía curiosidad para ver si yo podía preparar esto...
—¿Dónde lo conociste?
—Creció cerca de mí, —dijo Lily, dejando caer las hojas de Tarromin en la
solución. Estas saltaron y crepitaron cuando se disolvieron. —Él sabía que yo era
una bruja antes de comprender lo que significaban mis poderes. Soy nacida de
Muggles, así que cuando las cosas extrañas comenzaron a suceder a mi alrededor,
me asusté. No entendía por qué las bombillas se apagaban cuando me enojaba, o
por qué empezaba a llover dentro de mi habitación cuando estaba triste. Antes de
que lo conociera, pensaba que era todo lo que mi hermana decía que era… un
monstruo.
Sus ojos nadaban en lágrimas mientras lo decía. James dejó caer un puñado de
raíces Come Ojos a la mezcla, y ésta se tornó de un color púrpura-gris.
—No creo que seas un monstruo, —dijo. —No veo cómo alguien puede pensar
eso.
—Listo, —dijo con una voz que sonaba un poco demasiado alegre. Le entregó
las botellas a James. —Dos dosis de Solución de Encogimiento. Si bebes una botella
entera, vas a terminar alrededor de una pulgada de altura. Cualquier dosis de la
misma debe durar treinta minutos.
Lo que fuera que iba a decir, James nunca llegó a saberlo, porque ella fue
interrumpida por la muy nasal voz de Mary flotando por la escalera.
—¡Sí! —Lily exclamó, cerrando su libro de Pociones. —Estamos aquí. ¿Qué es?
—Ese chico de Slytherin está afuera en el pasillo preguntando por ti. ¿Por qué
demonios le dijiste dónde está nuestra sala común?
Por suerte, porque era el último fin de semana de Hogsmeade antes de las
vacaciones, la sala común estaba prácticamente vacía. Al verlo entrar, Sirius,
Remus y Peter le hicieron un gesto a su lugar en la esquina, pero James sacudió la
cabeza y los pasó. Esperaba con todas sus fuerzas que se quedarían donde
estaban… que no quería que presenciaran su loca desesperación de espiar a Lily.
—No hay nada entre nosotros, —dijo Lily con vehemencia. Suspiró. —Sabes
que todavía soy tu mejor amiga, siempre, pero también tengo otros amigos ahora.
Ninguno de los dos dijo nada durante un rato. Entonces Severus volvió a
hablar, y su voz sonó muy pequeña y tensa.
—Es que... no es así como me lo imaginé. Siempre pensé que serías una
Slytherin... conmigo.
—Soy lo que soy, Sev, —Lily dijo en voz baja, sonando un poco herida. —
¿Cómo podría ser de otro modo? Estoy donde pertenezco.
James sintió que su cuerpo se entumecía con furia. Severus al parecer, había
tocado una fibra sensible, porque la próxima vez que Lily habló, sus palabras se
estremecieron.
Lily estaba llorando. Severus estaba a su lado, con su rostro en una mezcla de
sorpresa y repugnancia por la repentina aparición de James. Su mano se lanzó
hacia su varita.
James sacó la suya. No podía detenerse. Al oír que Lily lloraba y que Severus
usaba un arma contra ella que sabía que era vulnerable a eso... Todo lo que James
quería en ese momento era hacerle daño a Severus, tanto como podía, pero fue
Severus quien logró maldecirlo en primer lugar.
—¡Vultus iniuria!
—Sé que está mintiendo, —dijo Lily, secándose los ojos con la manga. —
Severus, sal de aquí. Ahora.
—¡Dije ahora! —gritó Lily, con sus ojos esmeralda rebosantes de lágrimas.
Severus se puso de pie. Disparó una última mirada asesina a James con sus ojos
oscuros ardiendo con malicia, antes de precipitarse por el pasillo. Su capa negra se
elevaba detrás de él. James lo vio alejarse, y luego se volvió hacia Lily.
—Lo sien…
—Realmente no quiero ver ni hablar con nadie en este momento, —dijo ella,
con voz baja y peligrosa. —¡Déjame sola!
Durante mucho tiempo, James se quedó allí, aturdido por lo que había
sucedido. ¿Podría todo realmente haber salido mal tan rápidamente? Al llegar de
nuevo sus sentidos, se dio cuenta de que aún estaba de pie en el pasillo.
Limpiándose el labio sangrando en la parte posterior de la manga, regresó de
nuevo a través del agujero del retrato.
Lily todavía no le hablaba desde el lunes. Lo único soportable de todo esto era
el hecho de que todavía no le hablaba a Severus tampoco. Sirius, por el contrario,
estaba encantado que la prohibición de Lily hubiera sido levantada. Como si
estuviera dispuesto a recuperar el tiempo perdido, no perdió oportunidad de
antagonizar con Severus. Eso dio a James una sombría sensación de satisfacción al
verlo, pero tampoco estimuló exactamente a Lily a darle una segunda
oportunidad.
Cuando llegó el momento, al final de los exámenes parciales no eran tan malos
como James había temido. Estaba muy seguro de haber aprobado Herbología,
Encantamientos, y Astronomía, y tenía la sensación de haberse lucido en sus
exámenes de Transformaciones y Defensas Contra las Artes Oscuras. Solamente
estaba preocupado de Historia de la Magia y Pociones, pero los resultados no
estarían hasta el comienzo del siguiente periodo.
Después de que el último examen había terminado, todos se dirigieron al Gran
Comedor para disfrutar de una última fiesta juntos. El tren saldría de Hogsmeade
después de coger a los estudiantes para llevarlos a casa por las fiestas.
—No pude recordar —dijo Peter, hurgando la salsera —el Encanto Aparecium
¿se hacía con un giro, un chasquido o un golpe?
—Peter, haces el Encanto Aparecium cada vez que vemos el mapa de Petrie.
James se echó hacia atrás, admirando el Gran Comedor. Había nieve cayendo
del techo, pero era encantada que no tocaba el suelo antes de fusionarse con el aire.
Muérdago y la hiedra colgaba de todos los soportes de las antorchas y brillantes
flores de pascua de color rojo se alineaban en la mesa de los profesores en la parte
delantera del salón. Detrás de esta, había un enorme árbol de Navidad brillando,
sus ramas estaban profusamente decoradas con esferas de cristal de todos los
colores y hadas luminosas reales. Los instrumentos musicales se posaban entre las
ramas, tocando villancicos alegres en perfecta armonía. James los reconoció de la
clase de Encantamientos; estaba la trompeta flatulenta de Remus cerca de la parte
superior, junto al trombón perezoso de Peter.
A medida que su mirada viajaba a través del cuarto, James vio a una mujer que
nunca había visto en la puerta. Tenía el pelo castaño claro, y llevaba una túnica gris
en mal estado con un chal hecho jirones sobre la parte superior. La primera
impresión de James fue que ella era una vagabunda que se estaba protegiendo del
frío. Parecía agotada, aunque feliz de estar ahí, y parecía estar buscando a alguien
entre la multitud. Para alarma de James, sus ojos se detuvieron en ellos, y comenzó
a caminar rápidamente en su dirección, un bolso de color marrón se meneaba en el
brazo. Antes de que pudiera dar a los demás alguna advertencia, ella le echó los
brazos alrededor de Remus.
—Estoy contento de ver que esté mejor Sra. Lupin —dijo James, tratando de
cambiar el tema para él.
—Oh, por favor, llámenme Jane. ¿Y sentirme mejor? ¿De qué? —miró
interrogante a su hijo, quien estaba tan enterrado en su silla que de hecho parecía
que el piso estaba a medio camino de tragárselo.
—¿Mi qué?
—Ya sabes, ¿Estuviste muy enferma de varicela en Septiembre? —le dio a ella
una mirada significativa, y después de unos segundos, una expresión de
comprensión cruzó su cara.
—¡Oh, oh, es cierto! Que tonta soy. El olvido, es un síntoma de varicela saben.
Remus, ¿tienes tus cosas listas?
—Están en la torre.
—¡Bueno, deséale una Feliz Navidad a tus amigos y anda por ellas! Nos
encontramos afuera en el Vestíbulo, sólo tengo que ir a agradecer a Dumbledore
por tenerte aquí. ¡Fue muy bueno conocerlos finalmente chicos!
Con eso, la Sra. Lupin se alejó hacia la mesa de los profesores. Remus parecía
decidido a no mirar a los ojos a nadie cuando se puso de pie.
—Creo que nos veremos en enero —abandonó el Gran Comedor sin decir nada
más, encorvado por el camino.
James vio que la Sra. Lupin hablaba con Dumbledore, aunque no podía oír lo
que decían.
Más tarde esa noche, Peter fue a Hogsmeade con la multitud de otros
estudiantes. James y Sirius regresaron a la sala común para encontrarla
abandonada casi por completo. El único otro Gryffindor que se había quedado era
una chica pecosa de quinto año con el pelo naranja en llamas, que se presentó
como Gavin Darley. James la reconoció como una bateadora del equipo de
Quidditch.
Sin nadie más alrededor, y con el extravagante festín aún llenando sus
ombligos, James y Sirius se fueron a la cama temprano. Acurrucado en su cálida
cama con dosel, James escuchó el aullido del viento a las afueras de su ventana.
Casi podía imaginar que la hija del invierno estaba cantando para él en su extraño
lenguaje que habló en Halloween. Decidiendo visitar a Eloise pronto, se dio la
vuelta y cayó en un tranquilo sueño.
Por suerte, cuando se abrió el retrato de la Dama Gorda, fueron recibidos por el
sonido de bienvenida de sus ronquidos.
—Al menos no tenemos ninguna explicación que darle —dijo Sirius, tirando a
James hacia adelante.
—Parece que todo el mundo se ha ido —dijo James mientras bajaban los
escalones de la mazmorra. —¿Al menos alguien del personal está aquí?
—Bueno, esperemos que no nos encontremos con él —dijo James. —Si estaba
tan enfadado sobre un poco de nieve derretida, imagina lo furioso que se pondría
si nos encuentra vagando por aquí en medio de la noche.
—Cerrado.
Era tal como sospechaba James. Había una diferencia considerable entre la
parte inferior de la puerta y el suelo.
—¿Tienes el mapa?
Los dos echaron para atrás la cabeza y se bebieron las Pociones Encogedoras de
una vez. James sintió que su garganta se contraía violentamente. Por un terrible
momento, pensó que iba a asfixiarse. Entonces, sintió que se hundía hacia abajo,
sintiendo su cuerpo más y más ligero. Cerró los ojos y esperó hasta golpear el
suelo, pero la sensación se desvaneció abruptamente. Al abrir los ojos, vio a Sirius
de pie junto a él a la luz de la varita, viendo exactamente lo mismo que había visto
hace solo un momento.
James estaba a punto de romper la suya también, pero luego se dio cuenta de
que la luz de su varita ya no apuntaba a la manija de la puerta en forma de
serpiente.
—Sirius...
—...funcionó.
Los dos se quedaron ahí atemorizados por un momento antes que James diera
un paso adelante.
Al principio, fue fácil para él y Sirius olvidar que no eran de tamaño normal.
Hasta que se encontraron con un Knut de tamaño de una mesa que les recordó lo
realmente pequeños que eran. Otros objetos extraños salieron a su paso: un ojo de
tritón del porte de una pelota de playa, una garra de águila de gran tamaño, y un
frasco más grande que una casa (el cual tuvieron que rodear cuidadosamente).
Cuando llegaron a la esquina de la bodega, James sacó el mapa.
—¡La veo! —dijo Sirius, tirando a James con él. —¡Está aquí!
Tras las pequeñas luces de sus varitas, una puerta, justo de su tamaño, surgió
en la oscuridad. Era apenas visible entre dos de las piedras de la pared del
almacén, y bien oculta, James pensó que nunca hubiera sido capaz de encontrarla
en su tamaño normal.
Los ojos de Sirius brillaron con comprensión. —¡Sí! Pero James, ¡Nunca hemos
transformado algo tan grande antes!
Había una baja saliente a lo largo de la pared izquierda. Sirius lanzó una
pequeña chispa hacia esta desde la punta de su varita, y se encendió con una
llama, iluminando el túnel ante ellos. El calor era agradable después del frío
escalofriante de la mazmorra.
—Bueno, no te escucho dar alguna idea... —Sirius dijo en voz más alta, pero
James rápidamente le hizo callar. Un nuevo sonido poco familiar emergió desde el
pasillo detrás de ellos. Era una especie de resoplido, acompañado por una
corrida...
—¿Escuchaste?
—Sí —dijo Sirius, girando para mirar al mismo lugar donde apuntaba con su
varita.
Los sonidos se hicieron más fuertes, y una sombra se fue alargando en el suelo.
James y Sirius contuvieron la respiración con la espalda apoyada en el balcón,
hasta que el origen quedó a la vista. Era una rata... del tamaño de un elefante
comparado con ellos. Sus oscuros ojos brillantes se posaron sobre Sirius. Sin
ninguna advertencia, se lanzó con sus largos y afilados incisivos al descubierto.
—¡AHHH!
Sirius se lanzó fuera del camino, chocando contra James. Los dos cayeron al
suelo cuando la rata se golpeó la cabeza en la barandilla. Reaccionó antes de que
pudieran volver a levantarse, rodando hacia ellos de nuevo en un instante.
—¡Me doy cuenta! —dijo James con irritación, en busca de otra salida. La única
otra salida que podía ver era encima de la barandilla y el nido de serpientes. Tal
vez podrían de alguna manera escapar de vuelta al túnel, si tan solo pudieran
rodear a la rata...
Cuando los dos se subieron, la rata escogió ese momento exacto para atacar de
nuevo. James se agachó fuera del camino, pero detrás de él, la zapatilla de Sirius se
deslizó en la barandilla de suave obsidiana. Para horror de James, este perdió el
equilibrio, y ambos cayeron hacia el otro lado.
El nudo de víboras se deslizó para encontrarse con James mientras este agitaba
sus brazos en el aire vacío. Entonces, antes de que tuviera tiempo de gritar, aterrizó
sobre algo duro y liso, sacándole el aire. Estaba tendido en una especie de
superficie invisible. Las serpientes negras pululaban sólo unos pocos pies por
debajo, pero no parecían verlo. Eran mucho más grandes de cerca.
Sirius aterrizó justo al lado de él, pero estaba colgando en una posición
incómoda, como a mitad de camino fuera del borde invisible. Pateó con fuerza,
tratando de impulsarse hacia arriba. Una de las serpientes gigantes tuvo que
haberlo visto, por qué se echó hacia atrás, mostrando los colmillos, lista para atacar
la pierna colgando...
—¡NO!
—¡Uf!
Sirius se la sacó con disgusto y la tiró por la borda. Ésta desapareció entre la
maraña de serpientes. Rodando sobre su espalda, cerró los ojos, y para sorpresa de
James, empezó a reírse.
—Oh, nada... —dijo Sirius, todavía riéndose. —Es sólo que ambos hemos
perdido un zapato por este cetro ahora...
—Hey, ¿Adónde fue la rata? —preguntó, estirando el cuello para mirar arriba
hacia el balcón. Parecía estar imposiblemente alto.
—Espero que se haya ido —contestó Sirius, empujándose a sí mismo sobre sus
codos. —¿En qué aterrizamos?
James miró hacia abajo de sus rodillas. —Creo que es un puente invisible.
Probablemente lleva a eso.
Siguieron la pasarela, con cuidado de no alejarse más que de los bordes. Las
víboras parecían no notarlos o interesarse en ellos. Tal vez la invisibilidad sólo
funcionaba de arriba hacia abajo y no a la inversa, pensó James.
Por fin llegaron al altar, que al igual que las paredes y barandillas, fue tallado
en una oscura obsidiana. Otra pieza del cetro yacía sobre su negra superficie lisa,
brillando. Advertido por la pieza en la habitación de Ravenclaw, James tomó la
botella de poción vacía desde su bolsillo y la dejó caer en la parte superior del
cetro. Rebotó justo al lado, en perfecto estado. Miró interrogante a Sirius, quién se
encogió de nuevo.
—¿Nada?
—Creo que Slytherin no era tan minucioso como era Ravenclaw —dijo Sirius,
extendiendo la mano y tomando la pieza del cetro.
Por un segundo, no pasó nada. Entonces, Sirius dio un extraño y tambaleante
paso hacia atrás. James no entendía por qué, pero entonces el suelo se estremeció
debajo de él y se tambaleó hacia atrás también. Las víboras comenzaron a juntarse
nuevamente.
Sirius no respondió.
—¿Sirius? —preguntó de nuevo, mirando hacia atrás por encima del hombro.
Nadie estaba ahí.
Presa del pánico, James se dio la vuelta. Entonces, dio un suspiro de alivio...
Sirius todavía estaba vivo, pero se había quedado muy por detrás. Su calcetín al
descubierto se resbalaba y deslizaba en el puente invisible, desacelerándolo. Las
serpientes estaban lo suficientemente cerca como para alcanzar sus talones.
—¡Sirius!
De a poco James se dio cuenta que el extraño ruido provenía de las víboras.
Mientras Sirius se acercaba, sus sibilantes voces se elevaron en un crescendo. Sus
palabras llegaron a ser tan fuertes y claras, que James podía oír retazos de sus
burlas solapadas.
"...nunca encontrarás el verdadero amor... morirás solo, antes que seas viejo..."
Sirius parecía más derrotado de lo que James nunca había visto. Desaceleró
aún más, como si las palabras lo estuvieran arrastrando hacia atrás.
James acortó la distancia entre ellos, echó el brazo de Sirius sobre sus hombros,
y corrió tan fuerte como pudo. Podía sentir el puente derritiéndose bajo sus pies en
cada paso. Pronto, las víboras se burlaban de él también.
Cada frase cortaba como un cuchillo. James apretó los dientes, luchando contra
la abrumadora sensación de desesperanza que caía sobre él. En el momento en que
llegó a la base de la pared debajo del balcón, estaba listo para rendirse y dejar que
el puente desapareciera debajo de él, dispuesto a aceptar su destino y morir en ese
terrible lugar oscuro... pero entonces vio algo que le dio esperanzas... puntos de
apoyo en la pared. Llevaban hacia arriba.
—¡Escala!
Sirius obedeció, forzándose a sí mismo hacia arriba y fuera del camino justo en
el momento que James pudiera agarrarse. Cuando la última parte del puente se
derritió, escalaron la pared, subiendo más y más lejos del nido de serpientes. Las
voces silbantes murieron lentamente.
—No sé —respondió James, mirando hacia abajo a su reloj —pero solo nos
quedan cinco minutos.
—Entonces será mejor que salgamos de aquí —dijo Sirius, con sus nudillos
apretando alrededor de la pieza del cetro en la mano.
Se puso de pie y ayudó a James a pararse. Empezaron por el túnel, pero apenas
habían dado dos pasos cuando una gran forma les cerró el paso.
—¡No esto de nuevo! —dijo Sirius, cuando la rata se echó hacia atrás sobre sus
patas traseras, mostrando los dientes.
—¡No! —dijo James con rabia, sacando su varita de su bolsillo. Su cerebro pasó
rápidamente por todos los hechizos que conocía, pero no encontraba nada útil. No
parecía ser justo que Severus supiera tantas más maldiciones y hechizos que ellos.
¡Severus! ¿Cuál era ese hechizo que usó?... Apretando sus ojos, James trató de
recordar. Luego, le vino a él tan rápido que se sentía como si hubiera sido
golpeado por este de nuevo.
—¡VULTUS INIURIA!
—¡Vamos!
James se detuvo a escuchar. Podía oír pasos en el pasillo detrás de ellos, cada
vez más fuerte.
—¡Sí, vamos!
—¡Todavía viene!
—¡¿Adónde vamos?!
James abrió un ojo, y luego el otro. Estaba mirando una de las cosas más
extrañas que jamás había visto. Una pared había aparecido de la nada, ocultando
lo que le pasó a la rata. Parecía extraño, como si no fuera sólida. Liberando a Sirius,
James se acercó a sentirlo, y su mano se enterró en un extraño y espeso enredo. Era
pelo, se dio cuenta... largo y de color polvo.
Sin lugar a dudas, la gata asintió y les hizo un guiño. A continuación, se barrió
directamente sobre ellos y subió las escaleras. Sirius se dejó caer al suelo.
—Lo tenemos —dijo Sirius, sosteniendo la pieza del cetro —Dos piezas de
cuatro. Estamos a mitad de camino.
James la tomó, casi sin poder creerlo, y le dio la vuelta en sus manos.
—¿Sirius? —dijo en voz baja. —¿Qué piensas de las cosas que nos dijeron las
serpientes?
—Sí, tienes razón. Sin embargo, creo que hay que mantener esa parte de la
aventura para nosotros.
—De todo corazón estoy de acuerdo —dijo Sirius, devolviendo una sonrisa
comprensiva. James podía decir que él hablaba en serio.
—Bueno, por el lado bueno, probablemente será la última vez que una rata
intenta matarte.
Capítulo 11
Hera
—Sirius, ¡despierta! ¡Es Navidad! —James llamó, deslizando sus pies en un par
de zapatillas. Se precipitó alrededor del borde de la cama para obtener una mejor
visión de la lechuza. Estaba salpicada de suaves plumas de color marrón y blanco,
vagamente recordándole a la sal y a la pimienta. Esta chasqueó el pico felizmente,
como diciendo “¡buenos días!” al chico con gafas, sonriendo a través de los
barrotes de su jaula.
Sirius echó hacia atrás sus cortinas con dosel, bostezando adormilado. Tenía un
montón de regalos también.
Querido James,
¡Feliz Navidad! Desearíamos que pudieras estar aquí para celebrar con nosotros, pero
estamos contentos de que hayas hecho muchos nuevos amigos en Hogwarts. Esta lechuza
llegó desde América sólo para estar contigo. Cuida bien de ella… un mago puede compartir
una vinculación muy fuerte y especial con su lechuza. Te amamos y te extrañamos ¡y nos
vemos en junio!
Con amor, mamá y papá.
Había una pequeña caja de plumas de azúcar de Peter, una espléndida vela
azul oscuro salpicada de plata de Remus, y un libro de “Todo Sobre las Arpías de
Holyhead” de Sirius. El libro incluía un gran cartel desplegable que James
instantáneamente fijó en la pared detrás de la cama.
—¿Qué opinas? —preguntó, dando un paso atrás. Lo que no dijo fue que sería
bueno quedarse dormido viendo el movimiento de ida y vuelta de las Arpías a
través del cartel, en lugar de ver las imágenes residuales de retorcidas víboras
negras bailando detrás de sus párpados.
—Oh, mis padres sabían que me encantaría esto, ¿no? —dijo con amargura,
mostrando lo que había dentro. Era una manta de color verde oscuro con una
serpiente de plata en forma de una S bordada en ella.
—Tal vez están esperando que te guste lo suficiente como para transferirte a
Slytherin, —dijo James, tratando de mantener una cara seria.
—Estamos buscando el Báculo de los Tiempos, que fue hecho del metal
enviado a la tierra por Zeus, —dijo James, acariciando su cuello. —La esposa de
Zeus era Hera. ¿Te gusta el nombre Hera?
James,
Papá.
Intrigado, James rasgó la envoltura. Una larga y fluida tela gris plateada se
extendió fuera de ella, y fluía a través de sus dedos como el agua. Hera, con ganas
de ver lo que era, aterrizó en su hombro.
—No puede ser... ¡Papá nunca me dijo que tenía una de estas!
James arrojó la capa sobre su brazo y este se desvaneció. Hera ululó de espanto
y despegó y aterrizó en la parte superior de uno de los postes de la cama. James
sonrió.
—Creo que tres de nosotros, a lo sumo, —dijo James, tirándola hacia atrás.
Hera inmediatamente zumbó detrás de su hombro, como asegurándose de que él
estaba bien. —Hera, ¿quieres conocer a las otras lechuzas de Hogwarts?
—¡Ve a dormir!
Ella obedientemente cerró los ojos, pero no parecía muy feliz por ello. James se
obligó a irse antes de que pudiera cambiar de opinión acerca de mantenerla en su
dosel.
—Oigan ustedes dos, —dijo cuando entraron, —El Profesor Turnbill vino a
buscarlos.
Sirius estaba a punto de decir algo muy enojado, pero James lo apartó. Se
lanzaron por las escaleras hasta su dormitorio, y cuando entraron a la habitación,
abrieron sus bocas con horror.
Era un caos absoluto. Sus cosas habían sido volcadas fuera de sus baúles y
esparcidas por el suelo. Los muebles estaban tumbados, y las cortinas desgarradas
debajo de las camas. Los cajones estaban boca abajo en el suelo, con su contenido
arrojado de cualquier modo. El corazón de James se contrajo desagradablemente.
—Yo no, — dijo James, poniendo sus manos en puños. —Voy a recuperarla.
Voy a recuperarla ¡AHORA MISMO!
Salió del dormitorio antes de que Sirius pudiera detenerlo, empujando el
retrato de la Dama Gorda con tanta fuerza que ella gritó con indignación. Voló por
las escaleras en dos pasos a la vez hasta que llegó a la segunda planta. Sin
preocuparse por lo que le pasaría después, marchó hasta la oficina de Turnbill y
golpeó la puerta.
James se dio la vuelta para ver a la profesora McGonagall cerca, mirando muy
preocupada. Ella apenas debía subir del banquete de Navidad, porque sus mejillas
aún estaban rojas, y el sombrero alto de bruja tenía montones de guirnalda
colgando en él. James se esforzó por mantener su nivel de voz.
—Se fue a casa para las fiestas, —dijo la profesora McGonagall, con el ceño
fruncido. —Está pasando tiempo con su hija en Oxford. No volverá hasta enero.
—Sí Potter, estoy segura, —ella dijo con severidad. —¿Esto es urgente? ¿Hay
algo en lo que pueda ayudarte?
James quería decirle cómo Turnbill había robado su Capa de Invisibilidad, pero
había una serie de problemas con eso. Por un lado, ella averiguaría que ahora
poseía una Capa de Invisibilidad, y seguramente no quería que el profesorado
supiera al respecto si él y los demás la estaban usando a escondidas. Por otra parte,
ella querría saber por qué Turnbill había robado, y por qué había ido al dormitorio
de ellos en primer lugar. La búsqueda del Báculo de los Tiempos llegaría a un final
rápido si los maestros se enteraban.
James trató de devolverle la sonrisa, pero debió haber salido más como una
mueca.
De nuevo en la séptima planta, James vio a dos ojos amarillos brillantes como
bombillas en la oscuridad.
La gata de color tierra salió de las sombras, ronroneando con dulzura alrededor
de sus tobillos. James se inclinó para frotarla detrás de las orejas. No sabía por qué,
pero su presencia hizo que se sintiera mejor.
La gata asintió.
—¿Tú… me entiendes?
Sí.
—¿Quién?
La gata puso sus ojos en blanco y volvió a mirar a James. Sintiéndose como un
idiota, recordó que ella no podía hablar en realidad, y por lo tanto no sería capaz
de responder a cualquier pregunta que no tuviera un sí o un no como respuesta.
Pensando por un momento, atacó la pregunta desde un ángulo diferente.
Sí.
—¿Pringle?
No.
No.
No había manera de que James fuera a preguntarle por cada persona de forma
individual en Hogwarts, no si quería ir a la cama antes del próximo fin de semana.
Acariciando su pelaje, sonrió para sí mismo. A pesar de crecer en el mundo
mágico, aún había tantas cosas que tenía que aprender todavía. Ella ronroneó de
nuevo, y por un momento, James casi se olvidó de por qué estaba tan triste.
—¿Señora Norris? ¿Estás aquí arriba? Hay algunas sobras del jamón de la fiesta
de Navidad y pensé que tal vez podríamos…
Un hombre alto y enjuto apareció al otro lado del pasillo en un abrigo largo de
color marrón. Era Filch, y tenía un plato sucio en una mano y una linterna luciendo
sucia en la otra. Su expresión se tornó hostil cuando vio a James inclinado sobre su
gata.
—¡Nada! —James dijo, rompiendo la tensión. —Es que no sabía que ella…
La señora Norris siseó. James tuvo la clara sensación de que era su forma de
decirle que no dejara que Filch supiera que conocía su secreto.
—No sabía que tenía tan grandes ojos amarillos, —finalizó. Era una mentira
estúpida, pero Filch no pareció tener problema con eso. Estaba trabajando en algo
en su cabeza, y aunque le tomó un tiempo, finalmente llegó a una conclusión.
—Lo siento, sólo estoy en primer año, no sé ningún hechizo, ya sabe, filtrar el
agua de las botas, o secar nuestra…
Filch agarró a James por la camisa, y lo acercó lo suficiente que pudo contar sus
manchas.
—Si veo que estás acosando a mi gata de nuevo, no vivirás para ver tu segundo
año. Puedes estar seguro de eso.
Soltó a James toscamente, recogió a la señora Norris en sus brazos (ella puso
los ojos amarillos en blanco a modo de disculpa), y salió pisando fuerte por las
escaleras. James sabía que fue muy afortunado por evitar el castigo, pero no se
sentía aliviado en absoluto; su Capa de Invisibilidad aún no estaba. No había nada
que hacer sino volver a la sala común con las manos vacías.
Gavin se había ido a la cama, pero Sirius estaba esperándolo cuando llegó.
—La profesora McGonagall dijo que Turnbill dejó Hogwarts la semana pasada,
—dijo James. —Él no ha estado aquí en lo absoluto, está en Oxford con su hija.
Sirius parpadeó.
—¿No está aquí? Pero Gavin dijo que estuvo aquí... ¿Crees que se confundió?
¿Será que ha recibido demasiadas Bludgers en la cabeza?
—No, no creo que nadie más hubiera hecho pedazos así nuestro dormitorio.
—¿Has comprobado el mapa y las piezas del cetro? —le preguntó sin aliento.
Juntos, subieron por las escaleras y echaron hacia atrás la tabla suelta, pero
ambos dieron un suspiro de alivio. Los dos fragmentos del Báculo de los Tiempos
seguían guardados y seguros, junto con el mapa enrollado. James se hundió de
nuevo en su cama mientras Sirius ajustaba la tabla del suelo nuevamente en su
lugar.
—Yo sí, —dijo Sirius, dejándose caer junto a él, por lo que estaban acostados de
lado a espaldas del otro. —Son muy raras, y valen mucho. Si él no la vende,
probablemente la usará para espiarnos.
—James… —susurró con su voz llena de alarma, —¿No crees que aún podría
estar aquí... en esta habitación? ¿Ahora mismo?
No había nada que pudieran hacer. El intruso envuelto se había ido, y no había
nada detrás de él.
James todavía estaba congelado. ¿Cómo Turnbill podría hacer esto? ¿Cómo
podía colarse en su dormitorio y saquear en Navidad, robar la capa, espiarlos
utilizándola y luego teniendo el descaro de enseñarles de nuevo en enero?
—¿James? ¡James!
—¿Dónde?
—Lejos de Hogwarts —respondió James, tomando las dos piezas de Sirius. —
Donde mis padres podría ser, tal vez.
—¿Qué vas a hacer, enviarlas? —preguntó Sirius con sarcasmo. —Hera nunca
sería capaz de llevarlas. ¡Tenemos que conseguir sacar esto de aquí a un lugar
seguro, en este momento!
Sirius caminó unos pasos hacia atrás y hacia adelante, con el ceño fruncido,
pensando, pero entonces algo vino hacia él.
—¡KREACHER!
—Sí. Kreacher, toma estas dos cosas de James y vuelve a Grimmauld Place.
Escóndelos en alguna parte que nadie más que tú pueda encontrarlos. Ah, y
espera...
Buscó en su mochila hasta que encontró el diario de Petrie, y lo puso en las
mugrientas manos pequeñas de Kreacher.
—Esto también. No permitirás que nadie las vea, y no le dirás a nadie sobre
ellos, o que viniste aquí y los viste. ¿Entiendes?
Kreacher asintió, caminando pesadamente donde James, con los pies descalzos
golpeando en las duras piedras del piso del dormitorio. Le arrancó las dos piezas,
con mucha más fuerza de lo normal y caminó hacia atrás más allá de Sirius,
murmurando en voz baja.
—El hijo traidor de la señora llama a Kreacher a Hogwarts, sólo para enviarlo
directamente a casa de nuevo...
Kreacher hizo una cara muy fea (diciendo algo, porque ya era suficientemente
feo para empezar) y después de un segundo se arqueó y con otro CRACK sonoro,
se fue.
—Sirius, ¿estás seguro que podemos confiar en él? —preguntó James, sin dejar
de mirar el lugar donde había desaparecido.
Sirius dio un largo silbido, como el sonido de algo que cae desde una gran
altura, e hizo un feo sonido como estrellarse, golpeando el puño de una mano con
la otra.
James se rió ante la idea, pero luego volvió en sí cuando se acordó del lío que
estaba hecho el dormitorio. Se inclinó y comenzó a ordenar el contenido de su baúl
volcado. Sirius se arrodilló para ayudar.
Para empeorar las cosas, no se sentía como si pudiera compartir algo de esto
con Sirius, a pesar de que fuera la única persona en el mundo que sentía que podía
compartir casi cualquier cosa. Sirius no sería capaz de relacionarse, e incluso podía
herirlo, porque él no tenía una buena relación con su familia. Al menos Sirius era
un buen amigo, lo suficiente para ver que algo estaba molestando a James, y
comprender que no quería hablar de ello.
Sin poder hablar con Sirius, James a menudo iba a la Lechucería para ver a
Hera. Ella aún no había entendido el concepto de ser nocturna como el resto de sus
compañeras, por lo que siempre estaba lista y esperando por él cuando entraba,
saltando de un pie a otro excitada por pasar tiempo con su chico.
Los días se mezclaron. Cada uno se sentía más largo que el día anterior, hasta
que por fin, el día del Año nuevo llegó y se fue, y Remus y Peter volvieron. Ambos
estaban horrorizados al escuchar sobre el saqueo en el dormitorio y el robo de la
Capa de Invisibilidad, pero al menos estaban contentos de escuchar que el mapa, el
diario y los primeros dos fragmentos del cetro estaban a salvo. James sugirió
revisar el mapa para ver dónde estaba la siguiente habitación, pero Remus insistió
en su contra, argumentando que era muy arriesgado con Turnbill suelto en una
Capa de Invisibilidad. A partir de ese momento en adelante, parecían no estar de
acuerdo en todo.
—Te lo dije —susurró con fuerza James en la mesa de desayuno el primer día
del nuevo semestre. —Le ordenaron volver y dejarnos conseguir las piezas. Si nos
detenemos, ha sido instruido para "¡Silenciarnos!" Tenemos que seguir adelante.
Los ojos de Remus se movían alrededor del Gran Comedor. —James, podría
estar siguiéndonos y escuchándonos a cada momento. Es demasiado peligroso.
Todavía podríamos ir con Dumbledore, no es muy tarde...
—¡La capa que me quitó en Navidad! —gritó, sin importarle que todos los
estudiantes en las inmediaciones estaban mirando con la boca abierta.
Se fue, dejando a James parado allí en medio del pasillo, sin habla. Los
estudiantes en las inmediaciones miraron, sorprendidos por su audacia, hasta que
Sirius se materializó a su lado para arrastrarlo de nuevo a su lugar en la mesa de
Gryffindor.
Había pocas pruebas para basar su teoría, pero algo en su instinto le decía que
era verdad. Turnbill no tenía nada que ver con el saqueo del dormitorio, o el robo
de la Capa de Invisibilidad.
—Gavin podría estar equivocado —dijo James, comenzando a sentir como algo
importante estaba a punto de encajar. —O... —se devanó los sesos para encontrar
alguna forma de que alguien podría mágicamente disfrazarse de otra persona.
Tenía que ser posible. Por último, se acordó de algo que su madre le decía a
menudo, sobre todo cuando tenía que peinar su pelo para estar presentable, o
vestir túnica para una ocasión de lujo.
"Algunos días, te pareces tanto a tu padre, me pregunto si has estado preparando la
poción multijugos en tu armario".
James levantó la mirada, con sus ojos intensos. —Tal vez alguien está haciendo
Poción Multijugos.
Tuvo que decirlo en voz baja, ya que había algunas caras cercanas que aun
miraban en su dirección. Sirius se quedó sin aliento, pero las expresiones de Remus
y Peter estaban en blanco con incomprensión.
—Yo estoy emparentado con el tipo que la inventó —continuó Sirius, mientras
que James tiró el resto de su desayuno a un lado, sin apetito. —Es mi tátara abuelo
o algo por el estilo. ¿Recuerdan? Slughorn lo mencionó en el primer día de
pociones.
—Bueno, eso explicaría por qué Turnbill se pone tan de mal humor... a veces —
dijo Peter, luchando por encontrar una buena forma de describir el extraño cambio
en la personalidad que tenía entre clases y el tiempo libre en los jardines. —¡Tal
vez el Turnbill que vemos en Defensa Contra las Artes Oscuras es el verdadero, y
el que nos espía es el Turnbill Multijugos!
Durante todo este tiempo, Remus había estado observando la mesa de los
profesores, sumido en sus pensamientos.
—Por un lado, vemos al Turnbill que nos espía a todo momento —replicó
Remus. —Si él estuviera robando partes del cuerpo del Turnbill real para preparar
todas estas pociones. ¿No creen que nuestro profesor le faltaría brazos y piernas?
Sirius resopló en su jugo de calabaza. —La gente no usa brazos y piernas para
prepararla, Remus. Usualmente utilizan pelo, pues es más fácil de robar desde la
túnica de alguien.
Eso atrajo un poco a James. No podía negar haber escuchado ese intercambio, y
a pesar de que hubiera estado bajo la influencia de alguna poción, estaba seguro
que había oído al Sr. Malfoy decir el nombre de Turnbill.
—Puede haber otra explicación para eso. Quizás quien esté usando la Poción
Multijugos también está engañando a Voldemort y sus seguidores, haciéndolos
pensar que él es el verdadero Turnbill.
—¡O tal vez Turnbill es realmente un Mortífago! —siseó Remus. —Ni siquiera
importa. No importa quién o qué es él, si es un Mortífago, o un impostor, o solo
nuestro profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras con una muy mala
bipolaridad, alguien está detrás de nosotros, y ahora ni siquiera podemos verlo
cuando se escabulla a matarnos. Tuvimos nuestra diversión, encontramos un par
de piezas, pero ya es tiempo de ir donde Dumbledore. ¡Prefiero pasar mi tiempo
ocupándome de mi tarea de Astronomía que preocupándome de ser asesinado!
Remus suspiró con alivio, como si hubiera esperado una batalla más larga y
difícil.
—Bueno. Solo espero que nos castigue por andar vagando de noche.
Se giró y salió raudo hacia el Vestíbulo. Sólo James pudo ver la sonrisa de oreja
a oreja que estaba suprimiendo.
Sirius llegó justo a tiempo para Transformaciones, recibiendo una mirada dura
y severa de McGonagall mientras entraba por la puerta a tomar su asiento. La clase
parecía no acabar nunca, y no importó cuántas veces James intentó preguntar qué
estaba haciendo, Sirius decididamente no le hizo caso. Finalmente, sonó el timbre.
Remus y Peter se despidieron, y se fueron con la multitud hacia Encantamientos.
—OK, ¿Qué está pasando? —preguntó James cuando estaban solos, finalmente,
en el pasillo, pero Sirius ya estaba caminando a buena velocidad. James no tuvo
otra opción que seguirlo.
Sirius lo llevó por las escaleras hasta el séptimo piso. James supuso que estaban
de regreso para conseguir el mapa y llamar a Kreacher, pero para su sorpresa,
Sirius dio un giro en la dirección opuesta, y se dirigió por las escaleras hasta la
Torre Oeste.
—¿Qué estás haciendo? —gritó James sobre los ecos de sus pasos corriendo. —
¿Este es el camino a la oficina de Dumbledore? —Sirius no respondió. En cambio,
corrió aún más rápido, y James tuvo que dejar de hablar para alcanzarlo.
—¿Qué estás...?
—Entonces, ¿Por qué hemos venido hasta aquí? —preguntó James, levantando
su zapato para comprobar si hay excrementos de búho debajo.
—Era el único lugar que pensé que podríamos estar seguros de que no nos
siguieran —dijo Sirius, desplegando el mapa. —Por un lado, oiríamos que viene
tras nosotros en el hueco de la escalera. Por otro lado, mira lo pequeño que es aquí.
No sería capaz de moverse de forma invisible, y sin chocar con nosotros. También
veríamos sus huellas en la caca de búho.
—No sé —contestó Sirius. —¿Crees que cada una de estas es una puerta a la
sala de Hufflepuff? ¿O crees que solo una es la verdadera?
Por mucho que James quería decir algo desafiante, sabía que Sirius y Remus
estaban en lo cierto. Después de todo lo que habían pasado, sería imprudente y
tonto arriesgarse a perder lo que tanto les había costado encontrar.
—Por lo que yo puedo ver, sólo hay una cosa que podemos hacer —dijo Sirius,
cruzando los brazos sobre el pecho. —Recuperemos tu capa.
—El Lazo del Diablo es mortalmente divertido, pero se pondrá de mal humor
en el sol —recitó Dearborn mientras caminaba por el pasillo central. Se quedó
rondando un momento por encima de Sirius.
Mientras James pensaba más en ello, más estaba seguro que tenía razón. La
siguiente habitación era la de Hufflepuff, ¿cierto? Sólo tenía sentido que iba a
ocultar su pieza del cetro en su propia colección de arte. Se dio la vuelta en su
asiento, con ganas de decirle a Sirius. Sus ojos debieron haber estado brillantes,
porque Sirius articuló la palabra "¿qué?" en su boca, pero James esperó a que la
clase terminara para explicar.
—¡Los puntos son pinturas! ¡Las pinturas son todas las puertas a la habitación
de Hufflepuff! —dijo triunfante, después de que la mayoría de los otros
estudiantes se hubieran ido.
James trató de no parecer tan culpable como se sentía. Durante todo este
tiempo, estaban dejando que Remus y Peter creyeran que Dumbledore les protegía.
Alguien podría haberlos atacado en cualquier momento, y Remus y Peter podrían
no haber estado preparados. Era imperdonable.
James rápidamente cortó a Sirius antes de que pudiera decir algo más
perjudicial.
Remus se fue caminando fuerte, ya sin mirar o hablar con alguno de ellos.
—Pero vamos a tratar de averiguar un plan para recuperar la capa —dijo Sirius
alegremente. Remus frunció el ceño.
—No haremos que nos maten —dijo James con firmeza, no insistiendo en el
hecho de que él estaba tratando de convencerse a sí mismo también. —Es solo que
el padre de Malfoy dijo que Dumbledore podría usar el cetro para su propio
beneficio. No podríamos habérselo entregado.
Eso tomó a James con la guardia baja. —Pero, pensé que habías dicho que esto
se estaba tornando demasiado peligroso.
—Lo siento —dijo James. Fue para Remus y Peter, y esperaba que hubiera
salido tan sincero como lo había sentido.
Peter se encogió de hombros débilmente, pero Remus le dio una dura mirada.
—No nos mientan de nuevo.
Remus exhaló un largo y pesado suspiro. —¿Entonces dijeron algo de que los
puntos eran pinturas?
Una vez que estuvieron sentados de forma segura en el ruidoso Gran Comedor
para el almuerzo, James y Sirius pusieron al día a Remus y Peter acerca de lo que
se habían perdido. Por suerte, Sirius había mantenido el mapa en el fondo de su
mochila, por lo que fueron capaces de pasar su periodo de almuerzo memorizando
las ubicaciones de todos los puntos en la entrada del castillo. Se fueron unos
minutos antes para confirmar en silencio que una pintura estaba colgando en cada
uno de ellos.
—Lo que dijeron ustedes —respondió Remus. —Con Turnbill libre, tenemos
que encontrar la forma de recuperar la capa de James.
—¡NO es Turnbill! —dijo James por lo que parecía ser la milésima vez. Remus
y Peter se miraron el uno al otro con escepticismo. James estaba a punto de explicar
nuevamente cómo Turnbill era inocente, pero Remus debió notarlo porque cambió
de tema.
Decidiendo dejarlos ahí, James cogió el libro que utilizó en su ensayo, Arrojando
Luz sobre Plantas y Criaturas Influenciadas por la Luna, y caminó de regreso a la
sección de Herbología para reemplazarlo. Se metió en la estantería y se volvió para
regresar, pero se distrajo de repente cuando vio otra sección en el mismo pasillo,
más cerca del suelo. Invisibilidad.
James se arrodilló junto a esta. Era una sección muy pequeña como podía ver;
sólo había cuatro libros. Uno a uno, hojeó sus índices, en busca de cualquier
mención de Capas de Invisibilidad, pero eran principalmente sobre hechizos para
aparecer varios objetos invisibles. Desalentado, empezó a preguntarse si lo que
quería hacer era siquiera posible.
El último de los cuatro libros, Desaparece tus alimentos: Guía Práctica de Hechizos
de Invisibilidad para Comida Rápida, resultó ser incluso más inútil que los tres
anteriores. James los metió de nuevo en su lugar y mientras lo hacía, se sorprendió
al sentir una sensación extraña en el dorso de la mano. La retiró rápidamente. No
había nada allí.
"Aparecium".
Sin uno de los lentes de Shiryoku, la única forma conocida para que magos se
protejan de intrusos invisibles es mantener la compañía de un animal con la
habilidad de ver a través de las capas. De todos los animales conocidos en el
Mundo Mágico, sólo hay uno de esos animales.
Un gato con ojos amarillos puede ver a través de Capas de Invisibilidad, pero es
incapaz de hablar a su amo. Un híbrido con ojos amarillos, generado a partir de
Kneazle y un gato doméstico, es capaz de ver a través de Capas de Invisibilidad y
entender el dialecto humano. Si bien son bien útiles, estos gatos son difíciles de
criar. Un criador Kneazble, Anatelia Figg de Surrey, intentó criar uno de estos
híbridos durante veinte años antes de experimentar el éxito.
James trataba de ver su reloj mientras corría por el pasillo. Todavía tenía
quince minutos antes del toque de queda. Esquivando a Peeves, que estaba
tratando de dejarle caer una pila de gráficos lunares en la cabeza, voló por cuatro
tramos de escaleras, deslizándose con sus zapatillas deportivas en el vestíbulo para
bajar por un pequeño pasaje con poca luz.
La oficina del celador era una pequeña habitación con una sola lámpara de
aceite que colgaba del desmoronado techo. Había muchos archivadores cubriendo
las paredes, con sus cajones rebosantes de elementos de valor confiscados por años
y registros de malas acciones de estudiantes. El extraño olor a pescado frito parecía
permanecer en el aire. La señora Norris se sentaba directamente en el centro del
desordenado y mohoso escritorio, acicalándose a sí misma.
James dio un suspiro de alivio al ver que ni Pringle ni Filch estaban allí, porque
no habría sabido explicar su repentina aparición.
La gata asintió.
—Por favor, señora Norris... Esto es muy importante, —declaró James, mirando
su reloj. Todavía tenía diez minutos.
Justo cuando estaba dando media vuelta para salir, la señora Norris saltó
ágilmente por encima del escritorio. Tal vez lo estaba imaginando, pero parecía
que estaba apuntando con su pata a algo cerca del borde.
James dio unos pasos hacia adelante para mirar. Era un viejo ejemplar de El
Profeta. Su pata estaba descansando en el título de un artículo, por debajo de una
imagen de una hermosa y nueva escoba.
¿Por qué la señora Norris pensó que esto era importante? James no tenía ni
idea, porque el modelo Estrella Fugaz del que el artículo hablaba, salió hace casi un
año y medio. Miró hacia arriba, desconcertado.
Ahora que James entendía el sistema, era mucho más fácil para la gata explicar
su mensaje.
—Esperar diez minutos... ... afuera… sala… común, —James leyó. —Es toque
de queda señora Norris. ¿Pringle o Filch no me atraparán si estoy fuera de la sala
común?
La señora Norris sacudió la cabeza, y asintió con insistencia hacia la puerta. Sin
estar seguro en qué pensar, James salió de la mal ventilada oficina. En su camino
de vuelta a las escaleras, miró por encima del hombro, preguntándose por qué ella
no se limitó a deletrear una respuesta allí mismo. Sería mucho más difícil para ellos
hablar fuera de la sala común de Gryffindor, donde no había diarios de El Profeta o
de El Quisquilloso para ella usar.
—¡Tú!
Filch estaba por encima de James, con su dedo torcido apuntando a su rostro.
Miraba con demencia.
Transcurrieron cinco minutos. Luego ocho. Por último, pasaron diez minutos,
pero no había ninguna señal de la Señora Norris. James estaba a punto de darse
por vencido y despertar a la Señora Gorda para que lo dejara entrar, pero entonces
oyó el sonido apenas audible de las patas acolchadas en la piedra. La señora Norris
surgió de entre las sombras, sus relucientes ojos amarillos aparecieron un
momento antes que el resto de su cuerpo. Al principio simplemente se miraron el
uno al otro, pero luego ella ladeó la cabeza como diciendo “sígueme”, y
despegaron de nuevo por el camino en el que ella llegó.
Justo cuando pensaba que iba a perderla por completo, y que él se quedaría
atrapado y solo en una parte desconocida del castillo después de la hora, la señora
Norris, finalmente, se detuvo frente a una gran estatua de dos magos idénticos
unidos por la cadera. El de la izquierda sostenía un libro abierto, y el de la derecha
una especie de orbe. Ella dio un salto en el regazo del mago de la derecha, y sus
dos patas tocaron el orbe. La pared al lado de la estatua, tenía colgada una pintura
de un campo rústico, la cual se abrió como una cortina para revelar una escalera
que conducía hacia la oscuridad.
—¿Señora Norris?
Oyó su suave maullido en respuesta, pero aún no podía ver dónde estaba.
James siguió tan rápido como pudo. Los montones de tesoros eran
maravillosos a la vista, pero si tropezaba con algo, o perturbaba cualquiera de las
pilas colocadas precariamente, pensó que la avalancha que seguiría lo podría
enterrar para siempre. Estaba haciendo con cuidado su camino alrededor de una
estatua de tamaño natural de un león de oro con ojos de rubí, pero entonces vio
algo que le hizo congelarse en seco.
Había una niña de pie a una corta distancia por delante. Se cepillaba el largo
cabello de color rojo y le sonreía con los ojos, como si hubiera estado esperando
ansiosamente a que él llegara.
No tiene sentido, pensó James, ¿Qué estaría haciendo Lily aquí abajo?
¿Qué tenía eso que ver con Lily? James trató de empujar el pensamiento de su
mente, pero ahora sabía que la pequeña cadena de palabras, tan terrible como
sonaba, era inolvidable. Se quedaría con él para siempre. Este conocimiento
debería haberle asustado. Debería haber querido volver a la comodidad de la sala
común de Gryffindor en ese mismo momento, para no volver a este lugar, pero
sentía exactamente lo contrario. Podría haber permanecido allí frente a ese espejo
durante días, incluso semanas. Lo haría, si no fuera por la señora Norris.
La gata le rozó los tobillos, recordándole que había una razón por la que
estaban allí. Claramente, el espejo no la era. Se obligó a apartar la mirada del rostro
de Lily y siguió a la gata.
La señora Norris asintió, mirando a algo por encima. James siguió su mirada
para ver un colgante que pendía alrededor del cuello de la estatua.
Ella asintió con la cabeza por segunda vez. James respiró profundo, y comenzó
a escalar la estatua. Este fue un proceso laborioso. Los brazos y las piernas
empezaron a arder con la fatiga, y sus palmas se pusieron peligrosamente
sudorosas. Algunas veces subía una pequeña distancia, sólo para deslizarse hacia
atrás aún más antes de que lograra algún agarre con las suelas de goma de sus
zapatillas. Se preguntó cuánto tiempo se tardaría la ayuda para encontrarlo si se
caía y se rompía el cuello. Nunca, supuso. Decidiendo que sería muy útil aprender
algunos hechizos que podrían curar los huesos rotos, se obligó a seguir
moviéndose hacia arriba, pulgada por pulgada.
El colgante era más grande de lo que parecía inicialmente desde el suelo, pero
todavía podía caber en la palma de la mano de James. Estaba tallado de oro sólido
con la forma de la cara de un gato, pero se sentía más ligero de lo que parecía.
Recordando las advertencias de sus padres a no confiar en extraños objetos
mágicos, se resistió a la tentación de ponérselo, y en su lugar se lo guardó en uno
de sus bolsillos.
La bajada fue mucho más rápida que la subida; James simplemente se deslizó
la mayor parte del camino. Una vez que tuvo ambos pies firmemente en el suelo, la
señora Norris se movió de su lugar y saltó hacia atrás en dirección al agujero en la
pared. James no pudo evitar sentirse decepcionado. Él quería un poco más de
tiempo para explorar la habitación. La señora Norris no tenía paciencia para esto.
Ella parecía muy decidida a salir, y siseando le devolvió la mirada, como diciendo
“date prisa”.
James la siguió a través del laberinto de tesoros y en el túnel. Una vez que
estuvieron a salvo por las escaleras y afuera en el pasillo, la señora Norris se
detuvo, tocando con sus patas el bolsillo de él. Extrajo el colgante para mostrárselo,
y se sorprendió al ver que la cadena se había reducido a su tamaño.
Con sorpresa, James miró a los brillantes ojos de la señora Norris, similares a
linternas. Comprendió al caer en la cuenta.
Sí, James.
Es conocido por los egipcios como el Colgante de Bast. Bast es la protectora y diosa
patrona de los gatos. Viste su estatua. He sabido de esta habitación desde que era una gatita,
y pensé que nadie más sabría su ubicación. Este otoño la encontré llena de los objetos que
viste hace unos momentos. Puedes imaginarte mi sorpresa, especialmente cuando vi a Bast,
y el colgante alrededor de su cuello. Cualquier gato lo habría reconocido.
Sí.
Por un momento ella no dijo nada, pero entonces empezó a hablar muy
rápidamente.
No. James, no debes volver a la habitación del tesoro de Edrian para buscarlo. A pesar
de que lo necesitamos, tomar este colgante ha sido robar. No hay que tomar cualquier otra
cosa.
—Turnbill no lo tiene.
Está bien. Te ayudaré. Mañana por la noche, justo después de la hora, me reuniré
nuevamente contigo y tus amigos afuera de su sala común. Quédate con el colgante por
ahora.
—Lo siento, no les dije a dónde iba, —dijo James, hundiéndose en la silla
desocupada al lado de Peter. —Tenía que llegar al piso de abajo antes del toque de
queda.
—Creo que lo debes conservar, —dijo con amargura. —Él tomó tu capa, así que
tú tomas su colgante.
—James, —Remus dijo en voz baja, —¿Te das cuenta que acabas de exponer
todos nuestros planes a la mejor amiga de Filch?
Las clases del viernes avanzaban. James apenas podía escuchar a los
profesores, y juzgando por los espasmos de sus amigos, Sirius, Remus y Peter no
estaban prestando atención tampoco. Después de una cena tranquila, donde
ninguno quiso comer mucho, los cuatro regresaron a la sala común para esperar
que todos se fueran a dormir, y debatir en voz baja sobre cuál pintura utilizarían
para llegar a la habitación de Hufflepuff.
—La Señora Gorda está JUSTO aquí —dijo Remus con fuerza. —Esa sería la
forma más segura para entrar y que nadie nos siga.
—¿Estás bromeando? ¡No podemos dejarla saber! —dijo Sirius un poco alto. —
¡Podría decirle a cualquiera! ¡A otros estudiantes, profesores, incluso Dumbledore!
Se detuvo, dándose cuenta de que un chico de segundo año que estaba leyendo
un libro cerca de la ventana estaba viéndoles.
—Sirius tiene razón —dijo James cuando estuvieron seguros que el chico ya no
estaba escuchando.
—No —dijo James —quiero decir que Sirius tiene razón en que no podemos
dejar que la Señora Gorda sepa lo que estamos haciendo. De hecho, es
probablemente mejor que ninguna de las pinturas lo sepa. Necesitamos una
pintura que no pueda hablar, como un objeto o un animal, o algo.
James sacudió su cerebro. Veía pinturas todos los días, en los pasillos, en sus
aulas, e incluso en los baños, pero las únicas que podía sugerir eran las que tenían
gente. Quizás era porque estas eran las más memorables para él. Estaba el brujo de
tres ojos que colgaba en la parte trasera de la sala de Historia de la Magia, la bruja
de mejillas rosas que colgaba en el aula de Encantamientos (a veces susurraba una
respuesta difícil durante un examen difícil), y estaba, por supuesto, Eloise. Por
suerte, fue Peter quién encontró una solución.
—Entonces sabrán que hay un pequeño callejón sin salida más allá de la última
fila de los salones de clases —Peter dijo con entusiasmo. —Hay pinturas de comida
ahí abajo. Recuerdo una gran fuente de fruta.
—¿Qué estabas haciendo ahí abajo? —preguntó Sirius.
Sirius resopló. —Uh... Peter, Pociones está justo después del almuerzo.
—¡Ugh! —gimió Remus. —¿No puedes pensar en un cuadro más cerca del
séptimo piso? ¡Los calabozos están tan lejos de aquí como puedes imaginar!
—¡Ella no hará eso! —dijo James, erizado. Se sentía muy a la defensiva con la
Señora Norris. Ella había salvado su vida y la de Sirius, después de todo.—Ella nos
llevará donde tenemos que ir y con seguridad.
Eso lo concluyó. Todos se sentaron sin hablar, cada uno de ellos flotando de
excitación, o meditando sobre la larga lista de formas en que sus planes podrían ir
mal. Remus no se detenía jugando con las mangas de su túnica, rodándolas hacia
arriba y luego hacia abajo, y luego volviéndolas a subir. James estaba a punto de
gritarle que se detuviera porque lo estaba volviendo loco, pero no tuvo que
hacerlo, porque la última pareja de Gryffindors vagaron medio dormidos hasta los
dormitorios, dejando la sala común vacía.
La Señora Gorda estaba ahora gimiendo. Debe haber cubierto los sonidos que
se aproximaban de las patas de la Señora Norris en la piedra, porque cuando ella
apareció al lado de James, casi saltó fuera de su piel.
Sí, ella respondió en su cabeza, pero tenemos que empezar a movernos ahora, ya que
ese ruido no pasará desapercibido.
—Bueno. Si ves a alguien bajo una Capa de Invisibilidad, ya sabes qué hacer.
Eran una extraña procesión. La Sra. Norris marchaba al frente con su cola
erguida y las orejas alertas. James iba justo detrás de ella con Sirius trotando a
propósito a su lado, Remus y Peter se arrastraban con incertidumbre unos pasos
más atrás. La Sra. Norris tomó un camino complicado y poco familiar a los pisos
inferiores, probablemente porque sabía que alguien que estuviera patrullando los
pasillos, iría camino donde la Dama Gorda. Justo cuando iban pasando por el
Vestíbulo, la voz de la Sra. Norris repentinamente cortó el silencio como un
cuchillo.
James agarró a Sirius y Remus por las espaldas de sus ropas y los arrastró
dentro de la pequeña alcoba a su izquierda, refugiándose detrás del gigante reloj
de arena que contenía puntos de la casa Hufflepuff. A pesar de que ellos no tenían
la capacidad de escuchar los pensamientos de la Sra. Norris, Sirius y Remus
tuvieron el buen sentido de permanecer en silencio. Infortunadamente, Peter no.
—¡¿Qué está pasando?!
—¡Ustedes! ¡Alto!
James se detuvo para mirar por encima del hombro. Lucius Malfoy se acercaba
a ellos a toda velocidad, con su largo cabello rubio volando tras él. Incluso a
cincuenta pies de distancia, lucía como la misma muerte viniendo hacia ellos.
—¡Sigan subiendo!
—¡No! —gimió Sirius, llegando arriba con añoranza. —¡Sólo nos faltaba una!
Malfoy gritó algo desde el tramo debajo de ellos, y James tuvo solo un instante
para comprender lo que era.
—¡Immobulus!
Un brillante rayo de luz azul iluminó el aire. James empujó a Sirius fuera del
camino rápidamente, y se deslizó por el aire donde él había estado, impactando un
retrato en la pared detrás de ellos. Su ocupante, una bruja durmiendo con un
sombrero de color naranja brillante, se congeló en medio del ronquido. Al verla
repentinamente James recordó otra pintura en el sexto piso... una sin gente.
—¡Confía en mí, sé lo que estoy haciendo! —dijo James por encima del hombro,
pero de verdad, no lo sabía a ciencia cierta. Por fin, vio algo familiar... un túnel
oscuro con muy pocas puertas que subía a su izquierda.
—Si renuncian a esta persecución inútil ahora, podría ser indulgente con
ustedes. Todos estos giros son callejones muertos.
Por favor que sea aquí. Por favor que sea aquí.
—Todos pongan una mano sobre mí —susurró, con los ojos mirando hacia la
esquina estando terriblemente seguro de que Malfoy aparecería de un momento a
otro. Él sólo tendría un instante para iluminar su varita, mirar el mapa, y averiguar
lo que se suponía que haría.
—¡Lumos!
En la tenue luz, pudo ver que su efigie estaba justo donde esperaba que
estuviera, en una esquina muy remota del sexto piso. Por suerte, lo que tenía que
hacer era muy evidente. Una burbuja de diálogo apareció junto a la figura,
conteniendo un encantamiento.
Un ruido sordo...
James sintió el viento saliendo de sus pulmones. El olor de la hierba seca llenó
su nariz y a todo a su alrededor, podía oír el zumbido de las abejas. Todavía era
absurdamente brillante, pero el mundo estaba empezando a entrar en foco.
Poniéndose de pie, metió el mapa en el bolsillo.
Justo cuando terminó la frase, la rubia cabeza de Malfoy pasó por la ventana,
con su varita iluminando con su cara muy confusa. Esperaron un poco más,
conteniendo la respiración, hasta que pasó por la ventana hacia la otra dirección,
buscando aún más confundido que antes. Sirius se echó a reír, pero James
apresuradamente le cubrió la boca. Esperaron en silencio hasta que estuvieron
seguros que se había ido.
—¿Dónde está la pieza del cetro? —preguntó Remus en voz baja. —¿Dónde se
supone que debemos ir?
Todo el mundo se rió, pero James recordó el día que había hablado con Lily
cerca del Correo Muggle. Había un retrato de Helga Hufflepuff encima de éste.
—Espera —interrumpió Remus. —no hay forma que podamos mantener esto
en secreto si vamos a tener que caminar a través de todas las pinturas.
—Vamos a tener que decirles a todos que somos una nueva pintura que está
colgando en alguna parte del castillo —dijo James. —Podríamos decir que está
aquí en el sexto piso. Por lo que puedo decir, nadie viene aquí. Eso sí, no hay que
hablar con nadie lo suficiente como para que recuerden nuestra cara. Pónganse las
capuchas de sus túnicas, eso puede servir.
Los cuatro se pusieron las capuchas, protegiendo sus caras. Luego, marcharon
en dirección a la sala de luz de las velas. La escena que les rodeaba cambiaba
lentamente a medida que se iban, los tallos de hierba parecían mezclarse con una
muralla oscura de piedra, que, como el campo, estaba ligeramente texturizado por
pinceladas. Adelante, un monje muy frágil estaba inclinado sobre una mesa de
escritorio. Su mano temblaba mientras rascaba una pluma a través de un trozo de
pergamino. Comenzó cuando los vio acercarse.
—Ehh... sí —dijo James, mirando hacia los lados. Había una ventana flotando
en el aire también en este caso, también mostrando oscuridad. —¿Dónde estamos?
El monje miraba cada vez más cerca hacia ellos, con una poblada ceja
levantada. —¿Son nuevos por aquí?
—Oh, no, no... está bien —dijo James rápidamente. —Parece que estás muy
ocupado aquí, haciendo un trabajo importante...
—Sí, sí, supongo que tienes razón... no tengo muchos amigos de todos modos.
No mucha gente viene por aquí, por desgracia... no con él, bueno, no importa...
Está bien creo. Tengo muchos textos que copiar, mucho trabajo por hacer, como
siempre...
—No sigamos a cualquiera esta vez —dijo Sirius. James y Peter si rieron con él,
pero tuvieron que explicarle a Remus.
—Eso no fue muy brillante —dijo Remus cuando terminaron. —Tienen suerte
de que era un pantano, y no el final de un acantilado.
—¡Urgh! —dijo James, tirando del cuello de la camisa por encima de su nariz.
—¿¡Qué es eso!?
—¡Es un pantano! —gritó Remus, pero su voz fue ahogada por el cuello de la
camisa, que también había levantado sobre su nariz.
—Eh, chicos... —dijo Sirius, su voz inusualmente estable. —Creo que sé por
qué nadie vuelve por este lado.
—¿Importa? —dijo James hacia atrás con sus brazos levantados sobre su cabeza
para protegerse de la lluvia de plumas y excremento. —¡Te va a comer aunque
sepas qué es o no!
James fue adelante, pero no le quitó los ojos al espectáculo. El aire estaba lleno
de sonidos de agrietamiento y rotura de vides, los gritos ásperos de los caballeros,
y el ensordecedor gemido de la criatura. Remus y los demás debieron haber estado
mirando por encima del hombro también, porque cuando entraron en la escena
siguiente, los cuatro gritaron por la sorpresa al desplomarse repentinamente en
agua helada.
—¿QUÉ FUE ESO? —preguntó Remus con su cabello castaño claro pegado en
la frente a causa de la lluvia y las olas.
—¡¡¡AYUDAAAAAAAA!!!
Peter estaba un poco más atrás, luchando con todas sus fuerzas por mantener
su cara redonda por encima de las olas. James nadó de vuelta hacia él, pero no
tuvo que ir muy lejos... algo enorme se sumergió en el mar detrás de Peter,
enviando una pared de agua desde el lugar donde cayó. La pared de agua los llevó
hacia adelante, levantando a Sirius, Remus y los caballeros junto con ella.
Los impulsó a todos por un largo camino, hasta que la lluvia fuerte se redujo a
una llovizna, y luego se detuvo por completo. Las nubes se disiparon, dando paso
a un techo dorado. La ola los llevaba ahora a través de una sala de trono, pasando
a un hombre de barba blanca durmiendo en un alto asiento de oro. Duró el tiempo
suficiente para depositarlos en la pintura siguiente, donde un feo hombre estaba
posando con un sapo en una mano y un huevo en la otra. James sintió el suelo bajo
sus pies otra vez.
—¡Vámonos!
—¡El Prado Nevado! —dijo, señalando. —¡Ese nos lleva hacia abajo!
Se pusieron en marcha, y justo a tiempo, porque no fueron los únicos que la ola
los llevó al cuadro de Herpo El Sucio. El monstruo se deslizó en la habitación
(enviando a Herpo y su sapo chillando tras los caballeros), y al ver que el callejón
era de hecho demasiado estrecho, centró su atención en el prado.
—Sirius, ¿Qué estás...? —comenzó James, pero Sirius levantó el palo de escoba
en el aire hacia él.
—¡¿Qué?!
—¡Manos a la obra! —dijo Sirius, saludándolo con las dos manos. —¡Y date
prisa!
James no tuvo el lujo de hacer más preguntas. Pasó una pierna sobre el palo de
escoba, y Sirius se subió detrás de él, con Peter y Remus en la parte posterior.
Luego estaban en el aire, navegando muy cerca de la cabeza del unicornio. La parte
posterior de la túnica de Remus quedó atrapada en su cuerno, contrayéndolos con
violencia, pero luego de una audible rajadura, liberándolos. El monstruo aulló de
furia al entrar a la pintura del unicornio, segundos más tarde.
—¡Ja, ja! —Sirius se rió por encima del hombro. —¡Déjate crecer un par si nos
quieres seguir!
James lo miró por encima del hombro con las cejas levantadas.
—¿Qué tan lejos crees que está ahora? Hasta el vestíbulo quiero decir.
—¿A quién le importa? —respondió Sirius, mientras salían del paisaje del lago
y entraban en un gran salón de baile. —¡Esto es genial! Yo digo que volvamos y le
lancemos Bombas Apestosas en la cabeza a esa cosa.
—Tal vez a la vuelta, Sirius —dijo James, girando para evitar un candelabro. —
Tenemos que encontrar la pieza del cetro.
Las puso de nuevo en el bolsillo, pero entonces algo salió mal. James oyó un
grito de advertencia, y apenas giró para mirar hacia atrás, hubo una pequeña
explosión. No era terriblemente poderosa, pero lo suficiente para tirar a James
hacia adelante, justo sobre el extremo delantero de la escoba.
Se desplomó por el aire, con los brazos extendidos para atraparse a sí mismo, y
chocar con el suelo duro. Por suerte, fue cubierto por hojas de pino, por lo que no
se rompió el cuello, aunque estaba inclinado en un severo ángulo. Empezó a caer
hacia abajo, golpeando los brazos y las piernas en las raíces de los árboles y rocas.
Por fin, cayó con fuerza en la parte inferior, de espaldas.
—¡James! —dijo una voz ansiosa. —Tenía la sensación de que eras tú.
¡Levántate! Yo sé dónde tienes que ir.
James se sorprendió.
—¿Eloise?
—Gracias, —dijo James cuando ella había terminado de limpiar su capa. Se dio
la vuelta para mirarla. —Eloise, dijiste algo sobre saber dónde tenemos que ir.
¿Sabes dónde está la siguiente pieza del cetro?
—Sí, pero… —ella vaciló. —Es posible que tengan un poco de dificultad para
conseguirla.
—Solía estar a la intemperie, en una pintura del sexto piso, —dijo. —Estaba
justo al lado de La Tarea Divina, pero luego fue robada. Sólo pinturas tan antiguas
como la mía lo recuerdan. Sucedió sólo un par de años después de que Helga
Hufflepuff y ese hombre pequeño la escondieran allí.
—Y olvidadas, —dijo Eloise con gravedad. —Puedo llevarlos a ese lugar, pero
tendrán que salir de nuestro mundo para entrar en el de él. Debido a que su retrato
ya no está colgado en las paredes del castillo, está separado de nosotros…
—Oh no…. — dijo Eloise, dando un paso hacia atrás. —¿Qué hicieron?
—Bueno, ya estaba llegando a eso... —dijo James con temor. —Nos topamos...
accidentalmente… con-un-monstruo-suelto-en-el-sexto-piso.
—¿Ustedes ¡QUÉ!? —explotó Eloise. —¿La hidra del árbol duende? ¿Están
LOCOS?
El rugido llenó el aire una vez más, y el suelo comenzó a temblar bajo las
fuertes pisadas de la bestia.
—¡No fue a propósito! —Sirius dijo con enojo. —¿De quién fue la brillante idea
de todos modos?, ¡colgar algo así en el castillo!
—¡De Helga Hufflepuff! —Eloise bufó. —¡¿Qué crees?! La puso allí a propósito,
¡para mantenernos fuera de la pieza del cetro!
—Sugiero que traslademos esta discusión a algún lugar más seguro, —dijo
Remus, instándolos a moverse, —o no importará de quién es la culpa, porque
todos estaremos muertos.
Eloise le disparó a Sirius una mirada más acusatoria, y luego se recogió el largo
vestido en sus brazos.
—¡Llegamos! —exclamó Eloise. Se dio la vuelta para mirar hacia atrás, pero
luego gritó.
—¡NO!
Sirius se lanzó hacia adelante, con las manos extendidas, y empujó a Eloise
fuera del camino. Ella aterrizó de cara al suelo, y la hidra lo sacó en lugar de ella.
—¡SIRIUS!
Eloise y Peter le arrojaron libros, pero ésta no lo notó. Remus corrió hacia
delante, empuñando un pedazo de la escoba rota que debió haber conservado
desde el accidente. Gritando con toda la capacidad de sus pulmones, apuñaló con
la punta la pierna de la hidra, pero la piel era demasiado gruesa. La pieza del palo
de escoba se astilló, y Remus fue arrojado sobre su espalda.
James movió sus ojos de nuevo a la cabeza que mantenía cautivo a Sirius. Los
ojos de ésta estaban desorbitados en sus cuencas, y en lo profundo de su garganta,
hacía un ruido raro.
—¡Grr! —gruñó Sirius. —¡Y pensé que la bomba apestosa era mala!
—Eso era… —James dijo lentamente. —¡Claro! ¡Sabías mal debido a las
Bombas Apestosas! —se rió Sirius.
—¡Tienes razón! ¡Es una suerte que las tuviera! Creo que podemos dar las
gracias a Severus por eso. Yo no las habría ordenado con el catálogo de Zonko si
no lo odiara tanto.
James sonrió.
La hidra bramó una última vez, como para convencerlos a todos de que
todavía era una amenaza, pero luego se retiró de la pintura de la biblioteca. Sus
pasos torpes se volvieron más y más silenciosos, hasta que se desvanecieron por
completo.
—¡Me salvaste!
Eloise echó los brazos alrededor del cuello de Sirius, y no pareció importarle
que su hermoso vestido se empapara de baba de hidra y de lo que quedaba de la
bomba apestosa. Sirius pareció más alarmado con esto que estar en la boca de la
bestia.
Sirius les frunció a James y a los otros, desafiándolos a reírse. James apretó las
comisuras de la boca para ocultar su sonrisa.
—¡¿Qué es eso?!
Peter estaba de puntillas ahora, mirando a través de la oscura franja del espacio
que se volvía hacia Hogwarts. Los otros se pusieron de pie y se unieron a él.
—Guau…
En un primer momento, James pensó que estaba mirando a las montañas, pero
eso era una tontería, porque ¿por qué habría montañas dentro de Hogwarts? No,
las montañas en realidad eran cosas (cientos y cientos de objetos), libros y varitas
rotas, muebles rotos y dañados, botellas de pociones antiguas, sombreros, joyas,
capas y armas. James imaginó que incluso Turnbill daría cualquier cosa para tener
la oportunidad de explorar esto.
—Eloise, —James exhaló, con su rostro presionado tan cerca de la ventana que
su aliento la empañó hacia arriba, —¿Qué es este lugar?
—Aquí es donde se encuentra la pintura del Coleccionista. Debe estar cerca del
Armario Evanescente, a unos pocos cientos de pasos por ahí.
Eloise apuntó directamente hacia delante, por uno de los callejones formados
entre las pilas tambaleantes de cosas olvidadas.
—Ya te dije, James, —dijo. —Su pintura está separada de las nuestras. Él no
está colgado en la pared, por lo que no está unido a nuestro mundo. Yo no puedo
ir.
—¿Qué hay que entender? —preguntó James. ¿Es que ella no sabía lo que se
estaba perdiendo? ¿No entendía lo que él le estaba ofreciendo?
—No, no lo es, —dijo Eloise. —Puede que sea sólo un reflejo de la real Eloise,
pero siento rabia por lo que le pasó. He esperado mil años para que alguien viniera
y liberara su cuerpo. Mil años he esperado, por ti y tus amigos. Me diste ese regalo,
y para mí eso significa más que nada.
—¿Estás segura?
—Sí, —ella dijo. —Estoy segura. Buena suerte ahí fuera. Cuando salgan, pasen
a través de las grandes puertas dobles en el lado opuesto de la sala. Verán que está
en el séptimo piso. Su sala común no está muy lejos.
Eloise abrazó a Remus y Peter, a Sirius le dio un beso en la mejilla una vez más.
Esta vez, James pensó que podría haberlo visto sonreír.
—Te prometo que vamos a visitarte de nuevo, —dijo James cuando ella se
acercó a él, —y no va a ser cuando estemos tratando de liberar a una hija de
invierno o dejando atrás a una hidra.
James asintió y desplegó el mapa. Una vez que todos posaron una mano sobre
él, leyó el encantamiento, y la luz cegadora los envolvió. Dio una última mirada
hacia atrás, a Eloise. Vio su amplia sonrisa, su pelo largo y oscuro volando hacia
atrás en el viento, los tranquilos ojos marrones. Entonces, se dio cuenta de que ella
tenía razón. Era donde ella estaba feliz (donde podía visitar ghouls, hablar con los
duendes, y vivir para siempre) a su manera. La luz se hizo más brillante, hasta que
su silueta desapareció de la vista.
Ruido sordo.
Todos ellos encendieron sus varitas, y Sirius abrió el camino por el sendero,
con Remus y Peter cerca de él. James se quedó atrás, lanzando su luz hacia atrás
sobre la pintura detrás de ellos. Estaba vacía. Eloise se había ido.
—¿James?
—¡Vamos!
James corrió para ponerse a la par, casi tropezando con un hacha manchada de
sangre.
—Mi papá solía tener uno, —respondió Sirius. —Si alguien malo llama a la
puerta, saltas en él y WHOOSH… te vas de viaje a un lugar más seguro.
—Tenemos que sacarlo sin despertarlo, —respondió James en voz baja. Dio
unos pasos hacia allá con la mano extendida.
—¿Qué hizo?
—Se supone que llena los oídos de alguien con un zumbido, por lo que no
pueden oírte.
—Sí, creo que sí, —dijo Remus. —¿Viste ese retrato de la bruja cuando Malfoy
nos envió el Hechizo de Inmovilización? Le cayó a ella.
—¿Lo ves? —James le susurró a Sirius, que estaba de pie en ángulo recto para
ver el interior. Sirius entornó los ojos.
—No…
—Bueno, —dijo James, sosteniendo el mapa. —¿Quién está dentro y quién está
fuera?
—Como si fuera a dejarte solo, —dijo Sirius. Puso su mano hacia abajo sobre el
hombro de James. —Estoy dentro.
—No tienes que venir, Peter, —dijo James. —Sería bueno que alguien se
quedara afuera, en caso de que algo saliera mal.
—De acuerdo, —dijo James, armándose de valor. —No hay vuelta atrás.
¡Ostioportum!
La luz blanca surgió de nuevo, batiendo hacia abajo y a través de las capas de
polvo. James contuvo el aliento cuando pasó a través de este, pero cuando salió por
el otro lado, aún tenía que escupirlo de su boca. Remus y Sirius también se
cubrieron con él, luciendo como gemelos con el pelo de color polvo.
—Eso tenía un mal sabor, —dijo Sirius, raspando un poco fuera de su lengua.
—Deberías haber mantenido tu boca cerrada, —dijo Remus con una sonrisa de
suficiencia. El polvo que cubría su rostro también ocultaba sus cicatrices, y por una
vez, se veía tan normal como el resto de ellos. —Aprendí eso de la manera difícil,
después de que TUS Bombas Apestosas explotaron.
—Ugh, aquí huele a Kreacher, —comentó Sirius en voz baja. James dobló el
mapa hacia arriba y lo guardó.
—No puede, —dijo James, ahora comenzando a sentir que algo no estaba bien,
sin duda. —Él no está conectado a ningunas otras pinturas. No puede simplemente
salir como el resto de ellas. ¿Y dónde está todo lo que coleccionó?
—¡AHHHH!
—¡Sirius!
James corrió hasta el borde del agujero, pero no pudo distinguir nada en la
oscuridad. Su boca se puso muy seca.
—¡Sí!
—Con suerte eso será todo por esta noche, —dijo James, enderezándose. —
Bueno, después de ti.
La cara de Remus todavía estaba cubierta por la espesa capa de polvo, pero
James podía ver por su expresión, que la piel debajo de ella estaba probablemente
tan blanca.
La parte baja de James aterrizó acunada en algo suave. No era tan sólida como
esperaba que se sintiera una red… tomaba la forma mucho más fácilmente. Esta se
resistió debajo de él cuando el cuerpo de Remus cayó un par de pies de distancia.
Remus estaba tumbado de espaldas, con los ojos muy abiertos y vidriosos.
Todo lo que pudo hacer fue mover la cabeza en asentimiento.
—¿Sirius?
—No me puedo sentar, —gruñó Sirius. Intentó tirar de sus brazos libres. —
¡Estoy atascado!
—Quédate ahí, voy a ayudarte, —dijo James, pero cuando trató de levantarse,
se encontró con que su parte inferior estaba adherida a la red, y la otra mano
también. —Remus, ¿te puedes mover?
—No te preocupes, —dijo James, tratando de sonar alegre. —Peter nos está
esperando. Él sabrá qué hacer si no volvemos.
—Bueno, cuando lo pones de esa manera... estamos perdidos, —dijo Sirius con
tristeza.
—Noa-neh…
James puso su varita entre sus dientes para poder liberar su otra mano.
Mientras se inclinaba hacia delante, la luz se derramó más allá de sus pies, y cayó
sobre un gran bulto enredado muy cerca de la red. Había algo que brillaba en el
interior.
James se dio la vuelta y levantó la diadema para que él la viera, pero todo lo
que Remus pudo responder fue la misma frase ilegible que pronunció antes.
—Noa-neh…
—Noa-net… nota net… —Remus dijo con voz ahogada, con sus ojos sin dejar
de mirar directamente hacia arriba.
James se congeló.
—¿Qué?
James siguió su mirada hacia arriba, y vio algo que hizo que su nudo en el
estómago se volviera un nudo duro. Una gran forma de muchas patas estaba
descendiendo desde arriba, recortada por la tenue luz que escapaba a través de las
brechas de las tablas del suelo.
Él sabía en su corazón que ya era demasiado tarde…- que ya los habían visto.
Esperó en la oscuridad, horrorizado porque la criatura pudiera oír el frenético
latido de su corazón. Todo estaba en silencio, pero entonces, un extraño sonido le
llegó… una suave y divertida risa. La voz de un joven.
La voz sonaba tan fuerte y tan cerca ahora, que James finalmente perdió su
autocontrol.
—¡Lumos!
—Ah, ahí están, eso está mejor, —dijo, alzando la comisura de su boca. —¿Qué
están haciendo con eso, si se puede saber?
James notó que sus ojos delataban el más mínimo atisbo de movimiento a la
derecha. Junto a él, oyó una pequeña toma de aliento proveniente de Remus.
—Oh montones de personas saben que estamos aquí, —dijo James tan
convincente como pudo. —Somos una nueva pintura, del sexto piso. Les dijimos a
todos que estábamos planeando venir aquí, y... ver cómo lo está haciendo...
—Sí, —dijo James, reuniendo valor. —Estamos aquí porque nos pidió venir. Se
reunirá con nosotros en nuestro retrato tan pronto regresemos.
—Tengo una teoría, —dijo el Coleccionista, sonriendo una vez más. De repente
dejó de girar el medallón, y lo cogió en su mano. —Mi teoría es que estás
mintiendo.
—Mi teoría es que nadie sabe que están aquí. Nadie va a echarlos de menos. Y
nadie... sabrá ni le importará a dónde se han ido...
El codicioso brillo medio loco estaba de nuevo en los ojos del Coleccionista.
Ahora estaba mirándolos como si fueran un conjunto de joyas preciadas.
—Jamás…
Ante los ojos de James, lo que quedaba del cuerpo del Coleccionista se
estremecía y arrugaba hacia adentro, hasta que al final, ante él se encontraba el
cuerpo de la monstruosa araña.
—¿Qué?
—¿¡Cuántas compraste!?
—¡Las suficientes para hacer que Severus apestara hasta la próxima Navidad!
¡Ahora úsalas para sacarnos de esto!
—¡La pieza del cetro está en esa esquina! —gritó Remus, aparentemente
recuperado de su conmoción. Señaló con la cabeza hacia la derecha. —¡En algún
lugar por ahí!
James trató de empezar a correr, pero casi se cayó en su rostro cuando sus pies
se pegaron a la telaraña.
—¡Utiliza el Hechizo Sliggado! —Sirius le ladró.
—¡Sliggado! ¡Sliggado!
—Vamos… Vamos…
James siguió hacia adelante, de vez en cuando tuvo que saltar sobre un tesoro
enredado en los pliegues de la seda en el camino que estaba siguiendo. Estaba
lanzando el Hechizo Sliggado por quinta vez cuando la voz de Sirius le llegó desde
muy lejos.
—¡James!
James se puso de cuclillas, esperando. Todo lo que venía hacia él sin duda, veía
mejor que él, y quería estar preparado para eso cuando llegara. Pronto, la suave y
amable risa llegó a sus oídos otra vez.
—Oh, James, —el Coleccionista suspiró. —Oh, no tengo más remedio que darte
las gracias a ti y a tus amigos. No me he divertido tanto desde que tomé ese
medallón por mí mismo. No fue un gran desafío, en realidad, el acto en sí. La chica
no dio batalla en absoluto. Nunca dice una palabra a nadie, pero por otra parte, su
retrato estaba siempre escondido en la oficina de Dumbledore... No, el verdadero
deporte de ello fue la reacción que recibí de él. No había nada que pudiera hacer
para recuperarlo, ya vez. Él era el que estaba atrapado, incapaz de obligarme a
devolverlo. Creo que algo le debió haber pasado a la versión real de la niña en su
mundo. Algo terrible. Espero que fuera terrible...
James inhaló profundamente. No había sabido que fueron los primeros magos
en encontrar un camino hacia la galería de Hogwarts. Cualquier magia que usaron
Thackery Petrie y Helga Hufflepuff en el mapa, fue muy poderosa.
James supo lo que iba a pasar una fracción de segundo antes de que ocurriera.
El Coleccionista explotó de nuevo en su forma de araña, pero James fue más
rápido… utilizó la espada oxidada para abrir un agujero a través de la seda bajo
sus pies. Se deslizó a través de éste, aterrizando con fuerza en el suelo a unos pocos
pies de distancia.
—¡Sliggado!
James convirtió la telaraña del techo por encima de él en seda gris. La abrió de
un tajo, teniendo cuidado de mantener el agujero lo más pequeño posible, y subió
por el lado de la pila, pisando lo que parecía el manillar de un modelo de bicicleta
vieja, mientras subía a través de ella. Mirando a su alrededor rápidamente, se dio
cuenta de por qué el camino estaba bloqueado… había llegado a la esquina de la
habitación. Había miles de objetos, apilados en montones desordenados casi
exactamente como los que estaban afuera del retrato en la Sala de los Menesteres.
Fue entonces que la comprensión finalmente golpeó a James. Ellos nunca serían
capaces de encontrar la pieza del cetro por su propia cuenta. Era el primer premio
del Coleccionista, y probablemente fue enterrado en el fondo de uno de los
enormes montones. Tendrían que salir con las manos vacías. Además de eso, sería
mucho más difícil regresar una segunda vez, con el Coleccionista preparado para
ellos. En el fondo, James sabía la verdad. Ellos no tenían una segunda oportunidad.
Dos piezas del cetro serían todo lo que alguna vez encontrarían.
—RRRAAAAARGHHHHH!!!
James dejó caer la oxidada espada por la sorpresa. Al principio pensó que era el
Coleccionista hablando, pero luego se dio cuenta que tenía la misma resonancia
que cuando la señora Norris habló con él en la cabeza. Tocó ligeramente el amuleto
alrededor de su cuello. ¿Podía haber un gato cerca?
—¿Qué quieres decir con que no es cierto? —susurró James, sin querer que el
Coleccionista escuchara. La voz volvió.
El mapa tiene el poder para ayudarte a salir de aquí, con o sin ellos. Seamos honestos
aquí James, sabes que no los necesitas. ¿De qué sirven los amigos cuando ellos son una
carga tan pesada?
Podrías decirle la verdad. Que se quedaron atrás. Que ellos no fueron tan fuertes, tan
rápidos o tan inteligentes como tú...
—No… —dijo James, retrocediendo como si pensara que la voz podría estar
llegando del Coleccionista después de todo. Éste todavía estaba luchando para
liberarse, con sus dientes afilados al descubierto, y sus oscuros ojos hinchándose.
—¡No! —James repitió, pero incluso mientras lo dijo, se dio cuenta que estaba
sacando el mapa de su bolsillo.
¡Hazlo! ordenó la voz. La voz de Sirius lo alcanzó de nuevo a través del cuarto,
sonando muy lejos...
James se quedó sin aliento. Junto a los objetos más preciados del Coleccionista.
Eso fue todo.
James sonrió.
—No estoy hablando contigo... —dijo en voz baja a la voz. Entonces con más
fuerza, gritó, —¡Nos quedaremos! Somos todos tuyos.
—¿Ustedes qué?
—Tú ganas, —dijo James, justo cuando Sirius y Remus lo alcanzaron. El pelo
de Remus estaba enredado con telarañas, y la mejilla de Sirius se estaba tornando
púrpura.
—¿A dónde nos lleva? —preguntó Remus, pero James no respondió por temor
a que el Coleccionista pudiera estar escuchando.
Estando al revés, James siguió su mirada. Estaban descendiendo por una colina
de cacharros, y había un claro en la parte inferior. Justo en el medio del claro,
descansando en un terreno abierto de suciedad, estaba la pieza del cetro de
obsidiana negra.
—Un lugar de honor, —el Coleccionista dijo con ternura, casi cariñosamente,
mientras cambiaba de nuevo a hombre y los dejaba caer pesadamente al suelo. —
Un lugar de honor entre mis adquisiciones más preciadas.
James levantó la cabeza. Era difícil ver, pero el Coleccionista ahora parecía
estar revoloteando alrededor del claro. Febrilmente iba de un artículo a otro, como
comprobando para ver que todo estaba en su lugar y en orden.
—Debo decidir dónde ponerlos, —dijo sin aliento. —Con las joyas... no, no...
Tal vez los cuelgo del techo...
—Sólo tenemos que distraerlo de alguna manera, el tiempo suficiente para que
consigamos la pieza del cetro, —respondió James, observando los movimientos
frenéticos y metódicos del Coleccionista.
El Coleccionista debió haber visto la fuente del ruido también, porque ahora
estaba a mitad de la pila en su forma de araña para inspeccionarla.
—¡Ahora!
James realizó el Hechizo Sliggado, una vez más, y se liberaron de los suaves
pliegues de seda. El Coleccionista se dio la vuelta.
—¡Ve por la pieza del cetro y sácanos de aquí! —Sirius le ordenó a James.
James echó un vistazo a la pieza del cetro a pocos pies de distancia. El
Coleccionista debió haber reunido lo que estaba a punto de hacer, porque soltó un
horrible y desgarrador grito acusador.
—¡Wingardium leviosa!
Es tuya ahora... ronroneó. Usa el mapa. Abandona este lugar. La gloria puede ser
tuya, y sólo tuya.
Déjalos. DÉJALOS.
—James, ¡¿qué estás haciendo?! —exclamó Sirius, con su voz herida por la
traición.
—¡No!
Fue entonces cuando empezó el rugido. Llegó tan de repente, y sonaba tan
diferente a una araña, que sacudió a James de su estupor. Volviendo en sí mismo,
vio cómo algo enorme caía del techo y aterrizaba cerca, enredándose en la telaraña.
Parándose completamente erguida, sus muchas cabezas rugieron de nuevo, con
sus largos y afilados dientes brillando. James registró con la conmoción que se
trataba de la hidra.
—¡Ostioportum!
Aturdido, James miraba desde el suelo a una borrosa forma parada sobre una
caja, puesta en el enorme marco tirado hacia abajo de la pared del castillo.
—¿Peter?
—Creo que sí, —dijo Remus. Sirius se sacudió el polvo de sus ropas, sin decir
nada. Ninguno de los dos quería ver a James a los ojos.
—Sí, creo que vamos a estar bien, —dijo James, a pesar de que estaba
preocupado por las costillas de Sirius.
Eloise se despidió y desapareció por el lado del marco, dejándolos solos. Sin
decir una palabra, cada uno tomó una esquina del marco del Coleccionista y lo
llevaron de nuevo al Armario Evanescente. Deslizándolo hacia atrás entre el
mohoso escritorio y la estructura ósea, James pensaba que todavía podía oír los
sonidos agudos de los gritos y el profundo bramido emanando de su interior.
Retrocediendo, finalmente fue forzado a enfrentarse a las miradas acusadoras de
Sirius y Remus.
—¿Estás listo para decirnos qué pasó? —espetó Sirius. —Yo pensé que sabía
quién eras, y ahora me siento como si no te conociera en absoluto.
—No sé lo que me pasó, —James confesó. —De repente, era como si fuera otra
persona. Como si alguien pusiera los pensamientos en mi cabeza. Lo siento.
—¿Lo siento? ¿¡Lo siento!? —Sirius tronó. —¡Nos ibas a abandonar! ¡Ibas a
dejar que nos pudriéramos ahí abajo! ¡Confiamos en ti!
No había nada que James pudiera decir o hacer para contradecir, porque era
cierto. Era absolutamente cierto, y la vergüenza de eso se retorció en su interior
como una serpiente enroscada. Se retorcía dolorosamente, como si estuviera
abriendo un agujero en su costado...
—¡Ay!
Ya no era sólo la culpa. Era algo físico, abrasador, un objeto blanco y caliente,
crepitando y ampollando su piel. James luchó con sus ropas, y humeando, la cosa
cayó al suelo.
—Es esa diadema que nos encontramos cuando llegamos por primera vez en el
retrato, —respondió. —No creo que alguna vez fuera parte de alguna pintura. Creo
que es de nuestro mundo. Creo que alguien debió haber encontrado la forma de
entrar en la Galería de Hogwarts y dársela a él.
Sirius se agachó junto a ella y la probó con cuidado con un dedo. Debió haberse
enfriado de nuevo, porque la recogió para inspeccionarla. La miró de cerca.
La dejó caer como si hubiera sido mordido por una serpiente venenosa.
—Esa cosa debe estar llena de magia negra, —dijo Remus. —Alguien debió
habérsela dado al Coleccionista para deshacerse de ella. Debemos destruirla.
—Vamos a dejarla ahí, —dijo Sirius. —No voy acercarme a esa cosa otra vez.
James asintió, pero no dijo lo que realmente estaba en su mente. Se sentía sucio,
manchado, como algo malo que hubiera manchado permanentemente una parte de
él. ¿Qué fue lo que lo tomó para convencerlo de abandonar a sus amigos? ¿Unas
pocas palabras seductoras? Ni siquiera supo dónde terminó la influencia de la
diadema, y donde comenzó la suya. ¿Quién era él? No estaba tan seguro, y su falta
de fortaleza y de valor, lo hacían sentirse pequeño.
Ajenos a sus pensamientos negativos, los otros charlaban con júbilo sobre el
hallazgo de la pieza del cetro de Hufflepuff. James dejó que Sirius la llevara, y sus
costillas no debían estar tan heridas, porque gritaba de alegría, agitando la pieza
sobre su cabeza, la de Remus y vitoreando a Peter. Cuando llegaron a las puertas
dobles, James tuvo que callarlos, recordándoles que todavía era de noche en el
castillo.
—¡Desmaius!
—Ha sido hechizado. No hay nada que podamos hacer, salvo la contra—
maldición.
CRACK.
—Kreacher —dijo Sirius con firmeza. —No dirás a nadie que estamos aquí,
¿entendiste?
— ¿Por qué le pediste que te trajera las piezas? —preguntó Peter cuando él se
había ido.
Los tres izaron el cuerpo de Remus en el aire y subieron las escaleras hasta el
primer piso. Por la luz que comenzaba a deslizarse a través de las ventanas, James
podía ver qué tan grande era la casa de Sirius. Exquisitos candelabros de plata en
espiral adornaba las paredes con dibujos plateados y verdes, y había una
exuberante alfombra verde esmeralda debajo de sus pies. Estatuas y bustos de
antepasados Black miraban hacia fuera de altos zócalos de las alcobas, y elaboradas
baratijas de aspecto delicado brillaban detrás de armarios con vidrios plateados.
Sirius los llevó más allá de una fila de retratos durmientes y hasta cuatro
tramos de escaleras, teniendo que detenerse sólo una vez para callarlos cuando
aullaron al chocar con una pared revestida de cabezas de elfos domésticos. Con
dolor y sin aliento, por fin llegaron a la planta superior, donde sólo había dos
puertas. En la puerta de la izquierda, James vio una pequeña, descuidada y
garabateada señal.
NO SE PERMITE CHICAS
—Mi hermanito —susurró Sirius, poniendo los ojos en blanco. —Es un idiota.
Sirius trató de meterlo por la puerta. —Él no está muerto, pequeño grano.
¡Regresa a la cama!
—Buen intento —dijo Regulus, pasándose la mano por el cabello como Sirius
hacía tan a menudo. No funcionó de la misma para él como lo hacía para su
hermano. —Sé que no está permitido el uso de la magia fuera de la escuela. ¡Ahora
dime lo que has hecho! ¡Si me dejas entrar, no le diré a Madre!
— ¡No le dirás a Madre, y no vendrás con nosotros! —dijo Sirius con frialdad.
Sin decir nada más, Sirius abrió la puerta de su habitación y entró. James y los
otros se arrastraron detrás. Estaba muy desordenado al interior. Libros y revistas
estaban esparcidos por el suelo, perdidos entre montones de envolturas
desechadas, ropa sucia, y objetos rotos más allá de cualquier reconocimiento.
James sintió lástima por Sirius mientras observaba las cortinas verdes y grises, las
serpientes de plata enrolladas que formaban la lámpara, y la forma de S tallada en
la cabecera de caoba de la enorme cama. Iba a hacer comentarios al respecto, pero
Sirius habló en primer lugar, con el rostro lleno de rabia.
—Tan pronto como te fuiste, le dijo a Kreacher que sacara todas esas estúpidas
imágenes muggles de Maltocicletas.
— ¡Colorocambium!¡Colorocambium!¡Colorocambium!
Pronto las cortinas y los cubrecama eran todos de color rojo y oro.
—Eso le complacerá —sonrió Sirius, dando un paso atrás para admirar su obra.
Regulus emitió un resoplido de disgusto.
—Como desee el Amo Sirius —graznó con voz ronca. James no había oído al
elfo doméstico entrar. Con sonrisa satisfecha, Sirius arrancó las piezas del cetro y el
libro de él y los metió en la funda de la almohada sucia que encontró en el suelo.
—Que sea en el más grande del oscuro sótano —instruyó —el que tiene los
barriles de estiércol de dragón.
—Tal vez... si... ¡sí! ¡Lo tengo! —se volvió hacia Kreacher. — ¡Llévanos a los
cuatro a la casa del Tío Alphard!
—Si nos acusas, le diré a Madre lo que tienes en el cajón de los calcetines.
—No lo hice. Sólo adiviné porque sonaba como algo que podías hacer —dijo
Sirius, sonriendo triunfalmente. —Vete afuera ahora.
—Bien, ahora que eso está fuera del camino, ¿Todos listos para irse?
Asegurándose de incluir a Remus, los tres permitieron que Kreacher los llevara
al vacío de nuevo, reapareciendo en una pequeña calle de adoquines, bañada por
el sol de la mañana. Casi tan pronto como llegaron, Kreacher dio a Sirius una
pequeña y despectiva inclinación y desapareció con un CRACK.
Sirius fue arrojado hacia atrás cuando algo pequeño lo golpeó. James y Peter
fueron corridos hacia un lado, pero afortunadamente lograron que no se cayera
Remus. Recuperando su equilibrio, James volvió a concentrarse en el proyectil.
Ahora envuelto en la cintura de Sirius como un extraño cinturón, dando gritos de
alegría.
El dueño de la voz era otro elfo doméstico, pero entre este elfo doméstico y
Kreacher no podía haber más diferencia. Primero, era una chica. Y parecía tener
mejor cuidado. Llevaba una cubre tetera azul intensa sobre su pequeña barriga, y
no estaba manchada o grasienta, como el viejo taparrabos de Kreacher. Atado
alrededor de cada una de sus enormes orejas tenía un lazo azul marino, haciendo
parecer sus orejas como enormes trenzas aleteantes. Sus grandes ojos que parecían
pelotas de tenis estaban llenos de lágrimas de alegría.
—¿Amo Sirius, ha traído amigos con usted? —chilló. —El Amo Alphard está a
punto de sentarse a desayunar... ¡Estará encantando de verlo!
Sirius se liberó del adorador elfo doméstico con una sonrisa ladeada de
vergüenza.
—¡Cuanto me alegro de conocer a los amigos del Amo Sirius! —declaró Penny
con una profunda y elegante reverencia. Su cara se cayó cuando vio a James
luchando con Remus. — ¡Su amigo está en necesidad de ayuda!
La casa de Alphard era prístina, y olía a rosas. La alfombra azul real y paredes
blancas eran brillantes y elegantes a la pálida luz que entraba por las altas
ventanas. Penny dirigió a los cuatro a la sala de estar y les ofreció asiento en un
sofá de seda, quienes aceptaron gentilmente. Dejando a Remus en su pequeña
nube de humo flotante, ella se fue de la habitación.
— ¿Eh?
James se levantó y fue donde Remus. El mapa aún estaba metido en el bolsillo.
James lo sacó e hizo el hechizo revelador.
Peter se inclinó para ver también, pero luego reapareció Penny con Alphard, y
James metió el mapa a toda prisa en el bolsillo.
—Rennervate.
—Es correcto —dijo Alphard, tirando una de las cortinas para revelar la Torre
Eiffel a la distancia. La boca de Remus colgaba floja con asombro cuando Alphard
le palmeó duro en la espalda. —Ahora Sirius, ¿me presentarías a tus amigos?
Sirius los presentó uno a uno, y luego, mientras Penny servía un delicioso
desayuno con pasteles horneados, explicó cómo llegaron allí (o al menos una
versión de esta, omitiendo su jugueteo a través de la Galería de Hogwarts y por
supuesto el Báculo de los Tiempos). Alphard carcajeó ruidosamente, y James no
pudo evitar pensar que sonaba casi exactamente como la trompeta en la pila del
tesoro del Coleccionista.
—Sirius, parece que tu madre está muy disgustada contigo —dijo. —Ella ha
prohibido a Kreacher que te haga caso.
Con una sensación de hundimiento, James se dio cuenta de lo que debió haber
sucedido.
—Sirius, cuando Kreacher nos trajo donde Alphard, se te olvidó decirle que
mantuviera el secreto.
—Trataremos eso más adelante, pero antes de que se vayan, hay algo que he
tenido la intención de darte. Considéralo un regalo de cumpleaños adelantado.
Volvió con un pequeño objeto de metal más o menos del tamaño y forma de un
galeón, pero hecho de un metal de color azul eléctrico.
Alphard sonrió.
Lanzó la moneda al aire con el dedo pulgar y la atrapó, cerrando de golpe hacia
abajo sobre la parte posterior de la otra mano. Al instante, salió disparado al aire y
se volteó al revés, aterrizando firmemente en el techo con los pies. James y los otros
observaban con asombro mientras se paseaba arriba y abajo, dando un paso
alrededor de la araña de cristal.
—Como pueden ver, esta puede ser una herramienta bastante útil —continuó
Alphard. —Permanecerán así hasta que le den la vuelta otra vez. Si me permiten
darles un consejo, asegúrense de coger la moneda cuando se da la vuelta, y nunca
utilicen esta moneda a menos que haya un techo sobre ustedes... utilizarla al aire
libre sería muy imprudente.
Tiró la moneda de nuevo, la atrapó y aterrizó ágilmente hacia atrás en el suelo
antes de entregarla a Sirius, que de inmediato trató de andar por el techo. Volvió a
bajar, ulular de emoción y cada chico la probó una vez. Penny entró en un
momento dado, echó un vistazo a las huellas sucias por todo el techo blanco, e
inmediatamente se excusó, tirando sus orejas en señal de angustia.
—Muy bien —dijo Alphard, una vez que todos hubieran dado su giro. —Como
ya he dicho, tengo una idea de cómo ustedes tres pueden volver a Hogwarts.
Penny tendría que llevarlos directamente a su sala común, pero me temo que los
elfos domésticos pueden hacer viajes largos desde Hogwarts, no hacia. En su lugar,
que los lleve a Hogsmeade, donde puedo enviarlos a Hogwarts a través de un
pasaje secreto.
—Te aseguro Remus, es completamente seguro —dijo Alphard. —De todos los
lugares, este comienza en Honeydukes.
—Sí —asintió Alphard. —Lo descubrí mientras trabajé allí como un tendero. Se
extiende desde el sótano de la tienda a la escuela. Sospecho que los Duendes lo
construyeron... ellos usaron Hogsmeade como cuartel general durante la rebelión
de 1612. Ustedes son de primer año, Binns debería haberles dicho todo eso,
¿verdad?
James oyó un ruido sordo que sonaba como si alguien dejara caer una caja
fuerte en la parte superior de la puerta de la trampilla. Una rara voz masculina
respondió.
—Sí, ¡Lo oí! La noche era negra como la resina, con una gran luna llena. Estaba
lo suficientemente cerca de esa vieja choza para oír esos espíritus gimiendo y
lamentándose, lanzando los muebles de un lugar a otro, ¡como si un huracán
hubiera estallado en su interior! Si pudiera haberme acercado más, podría no estar
aquí contándolo.
—Estoy de acuerdo con Sirius —dijo finalmente. —Creo que hay que encontrar
cada pasaje secreto en Hogwarts y escribirlos todos. ¡Podríamos hacer un mapa
secreto de Hogwarts!
— ¡Al igual que el Mapa de Petrie para Merodeadores! —Peter elevó la voz.
James había renunciado a tratar de convencer a los demás que Turnbill no era
el espía.
— ¿Pero y si alguien toma este camino? —dijo —No sabemos a ciencia cierta
que somos las únicas personas que han estado en este túnel.
De acuerdo con que era una buena idea, se deslizaron por la rampa y a toda
prisa cavaron un hoyo detrás de esta, escondiendo la funda de la almohada y su
contenido en el interior. Satisfechos con su obra, volvieron a subir a la estatua de la
bruja jorobada.
— ¡Ahí está!
—James —dijo Sirius, sin aliento —No creo que podamos atraparlo así. No sé si
incluso podamos verlo. ¿Y si es invisible?
Trataron de seguir el punto unas cuantas veces más, pero nunca tuvieron éxito
en capturarlo. Antes de que pudieran llegar a alguna solución razonable al
problema, al final del año llegaron los exámenes. James pasó los primeros días
sintiéndose como si su pelo estuviera en llamas, revoloteando entre los exámenes
del semestrey los frenéticos intervalos de último minuto para estudiar. Los
estudiantes de quinto año, quienes estaban en medio de sus Títulos Indispensables
de Magia Ordinaria, estaban aún peor. Gavin Darley tuvo que ser enviado a la
enfermería después de beber una supuesta poción estimulante cerebral que en
realidad estaba hecha de excrementos secos de Doxy.
James, quien estaba estudiando el mapa en lugar de sus propias notas, resopló.
El Estatuto del Secreto fue la ley que impidió a los Muggles aprender acerca de la
comunidad mágica. Fue una de sus leyes más importantes y conocidas; los niños la
aprendían mucho antes de llegar a Hogwarts.
—Diez puntos para Gryffindor, —dijo Sirius con una voz falsa e imperiosa.
Ahora estaba dándole la vuelta casualmente a la moneda Giratodo a través de los
dedos de la mano. —Ahora, dime, ¿En 1412 quién fue el Supremo Idiota en la
Reunión de Magos en Pijamas Extraordinariamente Aburridas?
—Dictumpollus.
De repente, Severus se levantó de su silla, se metió las manos por debajo de las
axilas y comenzó a batir sus brazos mientras hacía ruidos de pollo. Al principio
cada cabeza se giró en la confusión, pero luego toda la biblioteca comenzó a rugir
de risa. Sirius se partió de la risa. Severus corría hacia atrás y hacia adelante a lo
largo de las filas de mesas de estudio, con la cabeza balanceándose ridículamente,
pero entonces sucedió algo muy extraño.
Se golpeó contra algo invisible y cayó al suelo, cacareando alarmado. Cerca, en
el suelo, un par de botas sin cuerpo aparecieron de la nada, pero estaban con vida…
estaban pateando y luchando por salir del camino.
—¡Ha estado espiándonos! —gritó Sirius. Saltó sobre la mesa de estudio, con
sus notas de clase olvidadas. James salió de su asiento también. Fue un caos. Los
dos pasaron por encima de las mesas, pisando gráficos lunares meticulosamente
dibujados, esparciendo montones de cuidadosas y ordenadas notas y dejando
desconcertados alos dueños.
—¡Por aquí! —gritó por encima del hombro sin aliento. Los pies se giraron en
una esquina justo adelante. —Casi lo tenemos…
SLAM.
Una pila de libros cayó al suelo y pergamino voló por todas partes. James se
cayó, y el mapa se separó de su mano.
—¡James Potter!
James miró hacia arriba. Lily Evans se elevaba sobre él, mirando extrañamente
similar a la profesora McGonagall con los brazos cruzados delante de ella.
—Lo siento, um, creo que se me cayó algo mío por aquí, —dijo, escaneando el
montónpor el mapa.
Lily frunció el ceño.
—Oh Potty Potty Potter, ¡debes ser muy ciego! ¡Topándote con Evans,
estrellándote en tu trasero!
—¡Cállate, Peeves! —gritó James, sintiendo sus mejillas ponerse calientes. Por
supuesto, esto hizo que Peeves cantara más fuerte.
James se sonrojó aún peor, pero entonces vio algo que le dio esperanza. La
esquina del mapa estaba saliendo debajo de los textos de pociones de Lily.
Tratando de ignorar la cadena de insultos que salían de la boca de Peeves, lo
recogió y escaneó el punto. Entonces, su corazón saltó a su garganta. No sólo
estaba el punto claramente visible, sino que ya no se movía. Estaba flotando,
bastante inmóvil, justo encima de él.
—¡Peeves! —James respiró, sin dar crédito a sus ojos. Se levantó de un salto.—
¡Fuiste tú!
Por lo que podría haber sido la primera vez en su vida (¿o después de ella?),
Peeves se quedó silenciosamente inmóvil.
—Potty nene Potter siempre odia cuando rimo. Pero, ¿podrá encontrar el
fragmento del cetro fuera del espacio y el tiempo?
James finalmente aceptó que probablemente no era Peeves. ¿Qué más estaba
allí con él, fuera del espacio y el tiempo? ¿Qué monstruo tendría Gryffindor
esperando en ese lugar oscuro y olvidado? James no pudo convencer a su cuerpo a
moverse. No estaba seguro de qué dirección tomar, y encima de eso, no estaba
seguro de si tendría que ser capaz de encontrar el mismo lugar otra vez para salir.
Decidiendo que no había nada qué hacer, sacó la varita de su bolsillo.
—¡Lumos!
La caminata se fue acercando más y más… con más fuerza... pero entonces, se
detuvo a pocos pies de distancia. James apenas podía verlo, fuera lo que fuera. Era
sólo unavaga forma, esperando pacientemente más allá de la esfera de luz.
—¿Qui… quién está ahí? —James habló en voz alta. En respuesta, la criatura
dio un paso adelante hacia los límites de la luz de la varita.
Era un león, pero de los que nunca había visto. Era dos veces más grande que
un león normal, y era completamente negro, con los ojos nublados y blancos.
Mientras lo rodeaba en silencio, él esperó, casi a la expectativa a que comenzara a
hablar pero no lo hizo.
¿Qué quiere? James preguntó. Sin pensar realmente en ello, su mano se cerró
alrededor de la fría y lisa superficie de algo metálico en el bolsillo. ¡El Colgante de
Bast!
Un puño helado de miedo apretó alrededor del pecho de James. Sin saber qué
hacer, se dio la vuelta y huyó en la incierta oscuridad. Detrás de él, oyó que la
bestia lo perseguía. Estaba tan terriblemente cerca, podía oler su hedor rancio…
como a sudor y sangre. Su pulso tronó en sus oídos. No había ventanas, ni puertas.
No había nada en absoluto. La mente de James corría tan rápido como sus piernas
se lo permitían.
¿Qué podría hacer uno de primer año en contra de algo como esto?
Su padre trayendo a casa a Merlín, cuando sólo era una pequeña bola de pelo.
—Durante las últimas tres generaciones, toda nuestra familia ha sido ordenada
en la casa Gryffindor...
James plantó sus pies. No entendía muy bien lo que estaba haciendo, o cómo,
pero se dio la vuelta para enfrentar a su asesino que se acercaba y le gritó a la cara
de la muerte,
El rugido atronador del monstruo fue sustituido pronto por un ruido sordo y
rasgado. Al lado de James, el resplandor de la varita volvió débilmente a la vida, y
creció hasta que fue una vez más una esfera cálida y protectora de luz. Fuera de la
oscuridad, un objeto inerteapareció a la vista por el suelo llano, viniendo a
descansar directamente a sus pies.
—Al ser tan antiguo como yo, se ve y se oye muchas cosas alrededor del
castillo, más que la mayoría de los habitantes que son conscientes de ello, eso es
seguro. Gryffindor sabía que yo era parte de este castillo tanto como cualquier
habitación. Él me confió el secreto.
Peeves cacareó.
Pensó James que sintió a sus pies aterrizar de nuevo en el suelo, pero luego
tuvo que preguntarse si realmente había ido a alguna parte necesariamente. El
mapa estaba de vuelta en su mano, y todo el mundo lucía exactamente igual. Lo
único que sentía diferente era la cabeza. Se sentía cinco veces más pesada. A
medida que el mundo se solidificó en torno a él, James tomó un breve vistazo de la
cara de susto de Sirius, pero luego perdió totalmente el conocimiento.
Capítulo 18
El Hombre en el Andén
BOFETADA.
—¡¿Dónde está?!
—¿Turnbill?
Poco a poco, la cara que estaba sobre él se enfocó… al menos lo mejor que
podía sin sus gafas puestas. Era innegable. Mientras James odiaba admitir que
estaba equivocado, el Profesor Turnbill se acercaba a él. Parecía furioso, incluso
demente, mientras presionaba la punta de su varita sobre el cuello de James.
—Llévame al lugar del cetro y tal vez te daré una muerte rápida e indolora.
James abrió la boca para pedir sus anteojos, pero Turnbill pronunció un sordo
hechizo, y una sensación se extendió por la garganta de James como si hubiera
recibido un doloroso disparo de Novocaina. Por mucho que lo intentara, no podía
hacer ningún sonido. Mientras luchaba por ajustar su respiración, Turnbill lanzó la
Capa de Invisibilidad sobre ambos.
James hizo lo que le dijeron, dejando sus gafas en la mesita de noche. Cerca de
la puerta, apenas podía distinguir la forma de lo que parecía un cuerpo caído
contra la pared.
Lo que pasó después sucedió rápidamente. Una pequeña figura peluda saltó
desde las sombras, sacando la capa de invisibilidad a ambos. La varita de Turnbill
cayó al suelo, y al instante, James sintió que sus brazos se soltaron y su voz volvió.
¡James, corre!
Dándose cuenta de que todavía llevaba el colgante de Bast, James se dio la
vuelta, sólo para ver a Turnbill gritando y retorciéndose en el suelo mientras una
borrosa Sra. Norris atacaba su pecho y cara.
¡ANDA!
Sabiendo que no tenía ninguna oportunidad sin sus anteojos, James se desvió
hacia el descanso de cualquier piso en el que se encontraba. Tal vez si pudiera
encontrar un lugar dónde esconderse hasta la mañana...
WHAM.
Al principio, James pensó que se había golpeado la cabeza muy fuerte, porque
voces familiares estaban saliendo de ella. Entonces, su corazón saltó al darse
cuenta de lo que era. La estatua de la bruja jorobada.
—La Sra. Norris lo atacó. Nos vio subiendo las escaleras bajo la Capa de
Invisibilidad de mi padre. Sabe que tenemos las cuatro piezas, nos va a matar.
—¿Qué hay del cetro? —preguntó James con ansiedad. —¿Juntaron las piezas?
¿Funcionó?
Sirius sostuvo la funda de la almohada para que James la viera. Las cuatro
piezas del cetro estaban revueltas vagamente en su interior.
James frunció el ceño. ¿Podría ser que después de estar separadas por tanto
tiempo las piezas ya no funcionaran?
—¡Sé lo que dije! —dijo James impaciente —pero no podemos luchar contra
Turnbill por nuestra cuenta.
Peter tuvo que ser persuadido, y lo más silenciosamente posible, los cuatro
salieron de detrás de la bruja jorobada y entraron en el pasillo.
—Chicos —susurró Peter tímidamente. —¿No creen que deberíamos llevar una
pieza cada uno?
—¿Por qué querríamos hacer eso? —siseó Sirius. —¡Eso sólo haría a cada uno
de nosotros un objetivo obvio, y sería mucho más fácil para él conseguir una de las
piezas!
James se detuvo, porque se dio cuenta de que la bolsa aún no estaba vacía.
—Todavía hay algo aquí dentro —dijo, intentando alcanzar lo que fuera. En el
fondo de la bolsa, encontró el diario de Petrie.
—El poema. Esa es la última línea del poema —dijo Remus. —James, ya no
necesitamos el poema, ya tenemos las cuatro piezas.
—Tal vez sea como el mapa. Tal vez sólo tenemos que hablar con él...
Si estás leyendo esto, entonces has encontrado las partes del cetro,
Los cuatro se dieron vuelta con sus varitas listas. Turnbill se acercó a la luz de
la luna, con los ojos muy abiertos.
—Tranquilos, tranquilos chicos. No puedo creerlo... ¿es eso lo que creo que es?
La boca de Remus se abrió en confusión. Peter tembló como una hoja. Sirius
salió desafiante.
—Eben —dijo el Turnbill número uno con calma. —¿Qué estás haciendo aquí?
¿Qué has hecho?
—Son gemelos —dijo Remus en voz baja. —Por supuesto... Frank dijo que tenía
un hermano...
La cara del primer Turnbill comenzó a oscurecerse. Eben rió bajo su aliento.
—Voy a tomar eso como que está bien. Espero que alguien la haya estado
alimentando mientras no estabas. La mantienes como una mascota, ¿cierto? Es
para lo único que son buenos los Sangre Sucia. Pensé que las mascotas necesitaban
de alguien para que los cuide, asegúrate de que no te ensucie la alfombra.
—Bueno, supongo que no será un problema por mucho más —dijo Eben, ahora
paseando por la habitación. —Las cosas van a cambiar pronto. Finalmente, alguien
tiene la idea correcta.
Esto llamó la atención del Profesor Turnbill. —No has... no lo has hecho...
Levantó el antebrazo para que todos lo vieran. Una marca oscura recién
entintada se extendía a través de este.
Mientras los dos intercambiaban, James se dio cuenta de que Sirius trataba
secretamente de captar su atención.
—Me temo que no tengo toda la noche para esto —dijo Eben. Inspeccionó su
varita perezosamente. —Tengo asuntos importantes que atender. Supongo que no
perderé el aliento tratando de convencerte de que te unas a nosotros. Es una pena,
podrías haber sido una gran ventaja para nuestro pequeño equipo.
James sintió que el pie atrapaba el cetro y empezó a arrastrarlo hacia delante.
Eben debió verlo, porque giró su varita hacia James.
—¡DESMAIUS!
James quiso correr hacia él, pero Eben y el Profesor Turnbill rodaban por el
suelo, bloqueando su camino. El Profesor Turnbill estaba lanzando hechizos, pero
Eben le tenía la mano alrededor de la muñeca con la cual sostenía la varita. Rayos
de luz saltaban furiosamente de los armarios. Los vidrios estaban destruidos y los
trofeos volaban.
—¡PETRIFICUS TOTALUS!
El Profesor Turnbill se congeló y se puso rígido como una tabla. Eben pasó por
encima de él y volvió sus oscuros y enloquecidos ojos a James. Levantó su varita.
—Déjalo. Ahora.
—¡AVADA KEDAVRA!
—¡Vamos James, tenemos que llevar el cetro tan lejos de aquí como podamos!
Varios rayos de color rebotaron en las paredes. James y Sirius los esquivaron,
regresando a las escaleras. Casi se acercaron a una muy preocupada Profesora
McGonagall cuando llegaron allí y ella solo tuvo tiempo de gritar. —¡Potter! ¡Black!
¿Qué diablos...? —pero luego un chorro de luz roja la golpeó en el costado,
arrojándola hacia atrás por las escaleras. Incapaz de parar y ayudarla, James y
Sirius treparon furiosamente, dando dos pasos a la vez.
—¡Esto no es como cuando estábamos en las mazmorras! —dijo Sirius, una vez
que estaban corriendo de nuevo. —¡No vamos a ser lo suficientemente grandes
como para aplastarlo, y estoy seguro de que la Sra. Norris no va a comérselo!
James no sabía qué decirle, así que en vez de eso, se limitó a seguir corriendo,
pasando el retrato de la Dama Gorda, y los trajes de armadura que una vez
encerraron a la Sra. Norris en cautiverio. Mientras pasaba rápido sobre el despacho
de Flitwich, una chica en un retrato se levantó de un salto.
Con un suave zumbido, algo ligero de colores de sal y pimienta en las alas,
aterrizó en el hombro de James.
—¡Ja!
Eben soltó una carcajada fría e indiferente, y comenzó a subir tras ellos.
—¿A dónde creen que van? A menos que les broten alas y vuelen, sólo están
prolongando lo inevitable.
Se deslizó a través de una de las ventanas abiertas cerca del techo, y James le
siguió, agachándose más allá de otro chorro de luz roja.
Sin sus gafas era difícil saberlo, pero a James le pareció que la amplia extensión
del lago estaba a su alrededor, reflejando la brillante luna creciente. Una agradable
brisa de verano rizó su cabello.
—Por aquí —dijo, pero luego se giró y miró hacia otro lado. —No, tal vez por
aquí...
BOOM.
James observó cómo la forma del cuerpo de Eben emergía de la ruina abatida y
ardiente de lo que solía ser una de las ventanas de la Lechucería.
—¡Por aquí! —dijo finalmente Sirius, corriendo hacia la izquierda. James trepó
a través de las tejas desiguales tras él, pero luego un gran penacho de luz delante
de ellos iluminó la noche y se detuvieron. Eben había hecho un enorme agujero a
través del techo a sus pies, bloqueando el camino hacia adelante. Caminó con paso
despreocupado, su varita apuntaba a sus rostros.
James miró a Sirius, quien le devolvió una sonrisa pequeña y triste, como si
dijera "Hicimos nuestro mayor esfuerzo".
James miró desde la mano extendida de Eben hacia el cetro en sus propias
manos sucias. Una extraña sensación empezó en sus dedos de los pies, un zumbido
casi palpable que se elevó a través de su cuerpo hasta la parte superior de su
cabeza. El cetro le estaba recordando que estaba vivo, despierto.
—Llévanos de aquí, a cualquier lugar... en cualquier tiempo —susurró a su
reflejo en su superficie lisa y negra.
James sintió hormigón bajo sus manos y rodillas. Con una sensación de caída
en el corazón, se dio cuenta de que Sirius había quedado atrás. Probablemente fue
porque no había estado tocando el cetro. James esperaba que estuviera bien, pero
luego un silbido de tren sonó, sorprendiéndole. Jadeó cuando se dio cuenta de
dónde estaba. Era obvio, incluso sin gafas.
James se hinchó de orgullo. Aquí estaba justo enfrente de él. Las víboras que le
habían susurrado tales horribles secretos a él y a Sirius el invierno pasado estaban
equivocadas. Conocería a su hijo después de todo y seguiría viviendo para pasar el
consejo de su propio padre a su hijo.
Ahora las puertas se cerraban de golpe a lo largo del tren escarlata, y los padres
se agolpaban hacia adelante para besos finales y recordatorios de última hora.
James quería ir a la versión más vieja de sí mismo, hacerle muchas preguntas...
estaba a punto de llegar hasta ellos, pero luego el chico saltó al coche y una mujer
cerró la puerta detrás de él. Tenía el pelo rojo.
James mantuvo los ojos cerrados, saboreando los últimos fragmentos de él,
hasta que se encontró de nuevo de pie en el techo de la Lechucería, con Sirius a su
lado. La varita de Eben todavía estaba levantada, su otra mano extendida
requiriendo el cetro.
Cuando había corrido lo suficiente a Sirius como para que la Maldición Asesina
fallara, James lo soltó. Fue entonces cuando advirtió la mano de Sirius, congelado
en el acto de alcanzar su bolsillo. Curioso, James sacó lo que había dentro. Era el
Giratodo azul eléctrico. Las palabras del Tío Alphard volvieron.
"...nunca usen esta moneda a menos que haya un techo por encima de su cabeza...
usarla al aire libre sería muy imprudente..."
—Descongelar.
James sonrió, pero luego una palabra gritada llegó a sus oídos desde muy, muy
alto por encima de él.
—¡REDUCTO!
Desde fuera de los cielos, el último hechizo de Eben Turnbill volvió de vuelta a
la tierra.
—¡Cuidado! —gritó James, empujando a Sirius hacia la ventana de la
Lechucería, pero ya era demasiado tarde. Lo que quedaba del techo explotó
cuando el hechizo alcanzó su objetivo, y James sintió que su cuerpo se lanzaba al
aire con la explosión. Luego el viento estaba silbando en sus oídos... estaba
acelerando hacia el lago... pero entonces, imposiblemente, sintió su cuerpo
desacelerándose.
Tal vez así es como se siente la muerte... pensó James, y entonces el mundo se fue.
Capítulo 19
La Marca Revelada
¿El Cielo? pensó. No, eso no puede ser. ¿Qué pasó con lo que me mostró el cetro? No
puedo estar muerto. ¡No puedo estar muerto!
—Aquí, —dijo la misma voz, y James sintió que sus lentes estaban siendo
puestos en su mano. James se los puso y la cara de Albus Dumbledore apareció a la
vista. Estaba sentado en una silla elaborada con gusto junto a su cama.
—¿Profesor Dumbledore?
—Sí, James. Parece que has tenido algunas aventuras muy interesantes durante
tu primer año en Hogwarts.
—¿Dónde está Sirius? ¿Y Peter? ¡Remus! ¿Remus está bien? ¿Qué le sucedió?
La señora Norris, y... y Hera, ¡la señora Pomfrey!
—James, no sé el alcance que probaste del Báculo de los Tiempos por ti mismo,
pero si se me permite hablar por experiencia, cuando era un niño también buscaba
cosas grandes y poderosas, tal vez apartadas del lado bueno de mi corazón.
Solamente miraba hacia adelante. Nunca miré a mi alrededor, y como resultado, me
he perdido algunos de los regalos más grandes de mi vida.
James estaba a punto de preguntar cuáles, pero algo le dijo que no lo hiciera.
Era una sensación que de alguna manera estaría entrometiéndose en algo privado,
algo que todavía le traía una gran cantidad de dolor a Dumbledore. Entonces, el
retrato de la chica que el Coleccionista mencionó de repente volvió a él, y lo dejó
con la sospecha de que ella tenía algo que ver con ello. Pareciendo agradecido por
el silencio de James, Dumbledore sonrió suavemente.
—Voy a compartir esto contigo, ya que te concierne, pero debo pedirte que
tengas cuidado en compartir esta información con otros. Creo que ha llegado el
momento de que respondamos a la creciente amenaza de Voldemort y sus
seguidores. Estamos organizando una orden defensiva para ver sus movimientos,
y cuando es necesario, protegemos a los que sentimos que se convierten en
objetivos.
—¿Cuándo lo estaré?
—Si algo de suerte está de nuestro lado, James, por el tiempo que estés lo
suficientemente mayor, no habrá necesidad de que la orden exista del todo.
—No, James. Muestra lo que era, y lo que será. El truco real, sin embargo, es
comprender lo que has visto.
Antes de que se diera la vuelta para irse, los ojos de Dumbledore brillaron una
vez más, pero por razones que no podía comprender, James sintió una pequeña
cantidad de tristeza detrás de su sonrisa. Antes de que tuviera más tiempo para
pensar en ello, Dumbledore se había ido.
—Es bueno verte en una sola pieza, James, —dijo Remus, con la espalda
apoyada en el tronco del árbol. —Rescaté tu capa de invisibilidad… está arriba en
tu baúl. Sirius nos puso al corriente de lo que pasó... al menos lo que pudo
recordar...
—¿Qué pasó contigo? ¡Estaba seguro de que usó la Maldición Asesina en ti!
Remus rió.
—Le oí comenzar a decirla, así que reaccioné a la primera como pude, y agarré
el trofeo más cercano que tuve para bloquearlo. El hechizo rebotó y golpeó la
pared, pero fui noqueado. El pobre premio de T. M. Riddle tiene una bonita y gran
quemadura en él sin embargo. Buena suerte al que tiene que pulirlo.
—Alguien tenía que hacer algo. Ustedes tres son realmente mis primeros
amigos verdaderos. Tal como mi madre dijo antes de Navidad...
—Ella tiene razón, —continuó. —Es difícil para la gente como yo...
Por un momento, parecía como si estuviera librando una lucha interna muy
dura sobre si sí o no compartir más con ellos.
—Dumbledore vino a verme, —dijo Sirius. —Dijo que iba a verte, también,
cuando despertaras.
—Lo hizo, —dijo James en voz baja. —Creo que perdió a alguien cuando era
más joven, y creo que sé quién fue.
—Yo también, —dijo Sirius, y luego, para sorpresa de James, sacó de su bolsillo
un objeto ovalado en una cadena. Era el relicario de plata que el Coleccionista les
había mostrado… el que pertenecía al retrato de la chica en la oficina de
Dumbledore.
James cogió el medallón y le dio la vuelta en sus manos. Era sólido, pero
todavía tenía un aspecto extraño, como texturizado por pinceladas.
—Un montón de cosas pasaron esa noche, —dijo Sirius. —Me había olvidado
de él hasta que Dumbledore me lo recordó.
Sirius sonrió.
Todos rieron. En los años venideros, James siempre recordaría con cariño ese
momento tranquilo al final de su primera aventura. En años posteriores, él nunca
pudo recordar exactamente qué fue lo que hablaron por la tarde, o cuáles fueron
sus planes a los once años para el glorioso y desconocido futuro, pero siempre
recordaría el alivio y la satisfacción que sintió al estar con sus amigos más cercanos
hablando hasta el atardecer, hasta que los últimos matices de color escarlata del sol
del verano desaparecieron tras el oscuro horizonte.
—¡Aguanta Hera! —rió James. Giró al otro lado de Lucius, casi cuello a cuello
con Sirius. Hera, con su ala izquierda vendada por el ataque de Eben, de alguna
manera logró aguantar, pero no sin lanzarle unos cuantos alegatos hacia atrás a
James para que redujera la velocidad. Unos segundos más tarde, Peter venía
resoplando junto con su carro.
Remus cerró la marcha al caminar a paso ligero, pidiendo disculpas a todos por
las travesuras de sus amigos. No era necesario, sin embargo. Un rumor había
nacido en la cena de la noche anterior. Un rumor de que James Potter y Sirius Black
habían volado parte del techo de la Lechucería como una broma. El rumor recorrió
las cuatro casas durante la noche, y ahora, todo el mundo quería echarles un
vistazo más de cerca.
Turnbill sonrió con calidez, poniendo una mano pesada sobre el hombro de
James.
—Estaré bien, James. Tú y tus amigos realmente son unos magos increíbles,
haber enfrentado lo que tuvieron. Eben tomó decisiones equivocadas, y se enfrentó
a las consecuencias.
Turnbill se rió.
—¿De verdad?
Turnbill asintió.
—Ten unas buenas vacaciones de verano, James. Estoy seguro de que nos
veremos de nuevo otra vez.
James sonrió y dio media vuelta para irse, pero entonces una pequeña
pregunta en el fondo de su mente volvió a emerger.
Turnbill asintió.
—¡Hasta pronto, chicos! —Peter dijo por encima del hombro, caminando entre
la multitud hacia su madre y los brazos extendidos de la hermana.
—Cuida esa lechuza, James, — dijo Remus, inclinándose para mirarla a través
de las barras. —La necesitarás para que todos nosotros podamos mantenernos en
contacto este verano.
Sirius asintió.
—Ahora sé que nada de eso era cierto, —dijo James con claridad.
—¿Cómo?
James le habló del destello que le reveló el cetro, pero cuando llegó a eso, tomó
la decisión de omitir a Lily de la historia.
—Guau, —Sirius suspiró. —Ves, te lo dije. ¿Dónde estaba yo? ¿Estaba ahí?
¿Tenía hijos?
—Bueno, si estoy vivo para entonces, por lo menos ahora puedo ser tan
imprudente como quiera.
—¡Merlín! —James rió, rascando detrás de las orejas del Pastor Alemán.
Sirius se puso de rodillas para acariciar al perro grande.
—Me gustaría ser como tú, Merlín. No quiero pasar otro verano con mis
padres. Persiguiendo mi cola alrededor del patio trasero de James suena mucho
más divertido.
James sonrió.
—Bueno, tal vez el próximo verano puedas venir a casa conmigo. Estoy seguro
de que mis padres te acogerían en un instante.
—No sé lo que son, —dijo James, —pero estoy seguro de que podemos
encontrarlas.
Lisa Marie vive en Cape Cod, Massachusetts. Ella es una bióloga marina, pero
ama tapizar, tejer, y por supuesto, escribir en su tiempo libre.