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Todos los abogados desearíamos que a nuestras oficinas llegaran causas fáciles
de ser resueltas, en las cuales las pretensiones de nuestros representados se
aceptaran en una primera instancia. Pero en la práctica exigir un derecho y
probarlo ante los sistemas de justicia es un reto; como también es un desafío para
la contraparte que tiene que defenderse de las pretensiones planteadas en un
juicio.
Para ello recordemos los orígenes del verbo abogar: “Interceder, hablar en favor de
alguien o de algo”, según el diccionario de la Real Academia
Por esta razón, un profesional del derecho nunca debe asegurar que ganará una
causa sin antes haber pasado por los tribunales; y, al contrario, deberá informar a
su cliente de que toda causa tiene un porcentaje de riesgo de que los jueces
fallen a favor de la contraparte.
Cuando nos notifican una sentencia que no es favorable para nuestros intereses el
abogado debe tener una actitud serena, sin angustiarse, y ordenar las ideas para
hablar con su representado de las acciones que se pueden plantear. Pero no es
menos cierto que los clientes llegan a molestarse por el resultado y optan por
cambiar de representación legal en una segunda instancia, a causa de este
resultado. También suelen surgir problemas de honorarios.
El letrado debo ser muy ético con su cliente. Por ello debemos plantearnos la
siguiente pregunta ¿Debo defender una causa perdida?
Pero también hay que plantearse un escenario poco agradable, como es recibir en
nuestros despachos causas que no van a tener una solución jurídica favorable de
quien busca la representación de un abogado. Por ejemplo, una causa penal en la
que exista la evidencia en cadena de custodia con más de un testigo y medios
electrónicos que demuestren la responsabilidad así como la materialidad del
delito; o una causa civil en la que un banco exige el pago de una deuda, que se
encuentra garantizada con una hipoteca y en la que nuestro cliente está en mora
en su obligaciones.