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MATERIA: CRISTOLOGÍA

CLASE 1
INTRODUCCIÓN A LA CRISTOLOGÍA
Andaré...toda la vida arrimándole coplas a tu esperanza, tierra querida

Puntos de encuentro
Como punto de partida, como punto de encuentro, de esta materia y de esta clase les
proponemos compartir la reflexión de Joxé Arregui como perspectiva, clave de lectura pa-
ra este trayecto:

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¿Qué imágenes, ideas, claves de lo presentado me han resultado más significativas?


¿Cuál es el punto de partida propone Joxé para la reflexión cristológica?

Actividad
Para dar cuenta cómo el punto de partida elegido para la reflexión va a delinear perspecti-
vas, acentos y consecuencias diversas, los/as invitamos a compartir el siguiente video:

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¿Qué es lo central que presenta sobre Jesús esta presentación? ¿En qué se diferencia
del anterior? ¿Cuál es la imagen/figura de Jesús en una y otra presentación? ¿Qué con-
secuencias intuimos?
Estas preguntas son solo indicativas, para ayudarnos a registrar las claves que presenta
el autor en el video. Volveremos a ellas en la actividad de foro de esta clase.
Jon Sobrino así lo sintetiza:

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propios o en beneficio de terceros. En caso de necesitarlo, envíe un correo electrónico a varagno@isma.edu.ar
Mapeando nuevos territorios
Para el/la creyente, Jesucristo reclama una significación universal, y no existe una manera
única para entrar al misterio que sea exigida ni por el nuevo testamento ni por la ense-
ñanza de la iglesia. Esta clave de acceso por la que optamos, va a dar cuenta de nuestro
posicionamiento. En toda lectura, estudio, siempre se encuentra este posicionamiento,
explicitarlo, es una cuestión de honestidad intelectual y de adultez en la fe.
Elegir entonces el punto de partida de la cristología, no sólo implica tomar una opción,
sino que esta opción incide en los resultados a los cuales se llega en conclusión del traba-
jo teológico. Por esta razón, la elección desde donde se comienza la sistematización teo-
lógica, debiese ser siempre el punto de partida que parezca más significativo para dar
cuenta del misterio de Jesucristo al pueblo creyente.
Jon Sobrino nos señala al respecto: “desde el principio que elegimos como punto de par-
tida la realidad de Jesús de Nazaret, su vida, su misión y su destino, lo que suele llamarse
el “Jesús histórico”. (Jesucristo Liberador, Sobrino, J. 1991 p.73).
Simplificando, podemos decir que Jesucristo1 conforma una totalidad que se define por un
elemento trascendente (Cristo) y otro histórico (Jesús). Tradicionalmente se ha privilegia-
do el elemento trascendente del Cristo, para comprender el ingreso de Dios en la historia
y se interpreta al Jesús de la historia desde las ideas y conceptos que surgen desde la
imagen de Cristo. Esta opción metodológica se conoce como “cristología desde arriba” o
“cristología descendente” pues el Cristo, desde arriba ilumina la reflexión de Jesús y la
historia humana. El movimiento parte de la idea de Cristo que se tiene y se aplica al Jesús
de la historia (esta práctica pedagógica la podemos pensar en diversos ámbitos del saber:
parto del concepto universal para aplicarlo a lo particular; el acento está en la abstracción)
Sin embargo, siguiendo la revelación, el camino de revelación en el Nuevo testamento
(rehaciendo el itinerario de los discípulos y las discípulas) el descenso de Dios a la histo-
ria no se capta solamente en la pura formalidad del Cristo, sino que se profundiza al cote-
jarlo con el Jesús de la historia, en su praxis liberadora en medio de los hombres hasta su
muerte en cruz, y comprende en el hecho histórico de Jesús, “el acercamiento real de
Dios a los hombres en cuanto salvífico, compartiendo su condición hasta los extremos de
la cruz. Ese prodigio de Dios no es otra cosa que el Jesús de Nazareth concreto” (Sobrino,
J. 1991 p.75). En esta opción de comenzar la cristología desde el Jesús de la historia, se
invierte el método cristológico, pues comienza desde abajo, y se convierte en una “cristo-
logía ascendente”. En la vida, la práctica y el mensaje de Jesús de Nazaret, es que puedo
descubrir el rostro concreto del Cristo, el rostro concreto con que Dios se nos reveló en la
historia. No aplico una idea preconcebida a Jesús, sino que desde Jesús habilito una ma-
nera de descubrir y celebrar al Cristo. Como bien expresa Carlos Mesters, no sólo descu-
bro que Jesús es Dios, sino fundamentalmente que Dios es como Jesús (es en su vida y
en su práctica es que descubro lo central del Dios de la Biblia y de su sueño para noso-
tros/as).
Sin embargo, el mismo Sobrino es consciente que el declarar que Jesús es el Cristo, es
una afirmación límite que sólo tiene asidero en la fe en Jesucristo. Por esta razón aclara
que estas afirmaciones límite que se comprenden desde la fe, deben tener una justifica-
ción en la historia y desde allí vislumbrar el misterio del Dios vivo que se revela a los
hombres. Por esta razón recurre al método de interpretación bíblica pues “en la Escritura,
las afirmaciones-límite trascendentes vienen precedidas de afirmaciones históricas. Así,

1 Jesu-cristo: es la condensación de la expresión de fe: Jesús es el Cristo. El que vivión en


Nazaret, predicó y se entregó por el proyecto del Reino, es quien ha sido exaltado por Dios como
Cristo.

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en el cántico de Moisés se habla de Dios, en sí mismo liberador (afirmación-límite), pero
esta confesión de fe viene precedida de la realidad de la liberación de Egipto, atribuida
(en la fe) a Dios”. (Sobrino, J. 1991 p.76).El acontecimiento histórico, encarnado, da sus-
tento y base a la experiencia creyente cristiana.
En este sentido, la fe en Cristo, confesada por las primeras comunidades, se vio enfrenta-
da al hecho histórico de Jesús, su ministerio, su muerte en cruz y su resurrección. Es en-
tonces, en la historia del los hombres donde se manifiesta esta fe, y constituye el camino
privilegiado para comprender que el Jesús de la historia es el Cristo de la fe. “Y ese ca-
mino comenzó con Jesús de Nazaret. El camino lógico de la cristología es, pues, el crono-
lógico. Jesús puede ser comprendido como el camino al Cristo”. (Sobrino, J. 1991 p.76).

No obstante, el hecho de que Jesús sea el Cristo, aun sigue siendo una afirmación límite,
y es importante comprender que esta decisión (así como la afirmación límite de realidades
como el amor, la libertad y la vida misma) necesitan del camino del conocimiento. Lo que
hasta hoy nos ha sido transmitido de Jesús, nos viene desde los relatos del Nuevo Tes-
tamento, donde indiscutiblemente se presenta a Jesucristo ya reflexionado por la fe de la
comunidad, después del acontecimiento de la resurrección. Son los escritos del Nuevo
Testamento los primeros en declarar que Jesús es el Cristo, pero para ello, su salvaguar-
da es precisamente el Jesús de la historia, que en una posterior elaboración literaria ha
sido teologizado; y a su vez, el Cristo de la fe ha sido también historizado. De esta mane-
ra, el Jesús del nuevo testamento se transforma en la mejor salvaguarda frente a las de-
formaciones posteriores que se quisieron imponer en los primeros siglos del cristianismo.
Sobrino nos dirá finalmente que, “por estas dos razones fundamentales –que Jesús sea el
mejor camino hacia el Cristo y su mejor salvaguarda- elegimos el “Jesús histórico” como
punto de partida” (Sobrino, J. 1991 p.79), para la elaboración de su cristología.

Otras cristologías, suelen partir principalmente desde las afirmaciones dogmáticas con-
ciliares (especialmente desde el Concilio de Calcedonia que declara la divinidad de la
persona de Cristo en dos naturalezas humana y divina), o desde afirmaciones bíblico-
dogmáticas, que rescatan expresiones como Cristo el “Señor” o “Hijo de Dios”, pero que
no permite una comprensión del misterio de Cristo, de mejor forma que si comenzamos
con el Jesús histórico, que originó esta variedad de cristologías. Es decir, que lo que le da
su peso específico, su tono, sus acentos, a esas afirmaciones (sean dogmáticas o bíbli-
co-dogmáticas), es la vida y práctica de Jesús. Nuevamente, para no caer en una abs-
tracción sobre “lo divino”, lo que hizo y dijo Jesús es lo que nos va a permitir “nortear”
nuestra fe y nuestra imagen de Dios y su proyecto.

Otro punto de partida importante para la cristología es el Kerygma (o predicación del Cris-
to muerto y resucitado), pues desde 1892 M. Kähler, renunciando a recuperar la biografía
de Jesús, propone que “el verdadero Cristo es el Cristo predicado” (Sobrino, J. 1991
p.83) y desde ese minuto, se comenzará también a usar la distinción entre Jesús histórico
y el Cristo de la fe. Es necesario recordar que tanto el Kerygma, como las afirmaciones
bíblico-dogmáticas como las dogmáticas, son fundamentales e irrenunciables para el
desarrollo de la cristología. Lo que nos estamos cuestionando aquí, es el punto de partida.
Que como venimos diciendo, siempre es programático.
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Otros puntos de partida utilizados por los teólogos en referencia a la cristología han sido
la experiencia de la presencia actual de Cristo en el culto, la resurrección de Cristo y la
doctrina que en los siglos XVIII y XIX presentaba a Jesús como maestro y modelo de reli-
gión universal, éste último; denunciado como peligroso por el Sobrino pues “las doctrinas
de Jesús no son la confirmación de la sustancia religiosa del hombre universal ni menos
la confirmación del ideal burgués del ser humano, sino su crítica” (Sobrino, J. 1991 p.85).
No obstante, desde la postura crítica a las cristologías que parten desde otros lugares, se
pretende evidenciar su fragilidad al dejar de lado al Jesús de la historia o el peligro que
significa una cristología sin Jesús.
El Jesús histórico nos llama al discipulado en América Latina y el Caribe2
Jon Sobrino
El discipulado o seguimiento de Jesús, ayer como hoy, es un imperativo cristiano que re-
nueva a la Iglesia desde dentro, haciéndola más fiel al proyecto del maestro Jesús y a las
búsquedas y esperanzas de los hombres y mujeres de cada tiempo y lugar. La progresiva
reflexión que se ha venido dando sobre este particular, en América Latina, tiene sus raí-
ces próximas en los acontecimientos eclesiales de Medellín y Puebla, de donde se inspira
el quehacer teológico y pastoral de nuestro continente. Corresponde ahora a Aparecida
ser signo transformador a la luz del anuncio y la experiencia de Jesús, que siempre serán
una invitación constante a hacer cosas nuevas.
Para ser discípulos y seguidores de Jesús es preciso conocerlo de la manera más profun-
da posible. Queremos saber quién nos invita, cuál es su novedad en un continente de po-
bres y cuáles son algunas de sus características.
En las cristologías actuales se ha dado un importante movimiento bastante generalizado
de vuelta a Jesús de Nazaret. Esta vuelta ha permitido una nueva imagen de Cristo
La nueva imagen de Cristo como superación de imágenes alienantes
Esta imagen del Cristo liberador no debiera ser nueva, pues es sustancialmente la imagen
de Jesús en los evangelios, y así lo admiten de alguna manera las dos instrucciones vati-
canas sobre la teología de la liberación. “El Evangelio de Jesucristo es un mensaje de
libertad y una fuerza de liberación” (1984). “El Evangelio (...) es, por su misma naturaleza,
mensaje de libertad y de liberación.” (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1986: 3).
Pero no ha sido así y las consecuencias son conocidas y objetivamente escandalosas.
América Latina, continente masivamente cristiano, ha vivido una clamorosa opresión sin
que la fe en Cristo la haya cuestionado y sin que la imagen de Cristo haya servido siquie-
ra para sospechar que algo andaba muy mal en el continente. Desde esta perspectiva, la
nueva imagen de Cristo significa la superación de esa escandalosa situación.
Veamos sistemáticamente la tergiversación de Cristo en sus estructuras fundamentales.

Un Cristo “abstracto”
Las cristologías han solido ofrecer una imagen de Cristo como una sublime abstracción.
Que la “sublimidad” sea esencial para la fe es evidente, pero su “abstracción” es suma-
mente peligrosa. Esa abstracción es posible porque el título sublime de “Cristo” es un
adjetivo que sólo recobra su concreción adecuada desde lo concreto del sustantivo: Je-

2 Compartimos un extracto del texto que apareció en: THEOLOGICA XAVERIANA - VOL. 57 NO. 161 (127-158).
ENERO-MARZO DE 2007. BOGOTÁ, COLOMBIA. ISSN 0120-3649

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sús de Nazaret. Si se olvida a Jesús, está dada entonces la posibilidad de llenar el adjeti-
vo con lo que en un momento dado interesa, sin verificar si así fue Jesús o no, si de esta
forma se deja la realidad abandonada a su miseria o no; peor aún, sin preguntarse si con
esa imagen se justifica la tragedia de la realidad o se la libera. Lo que hemos llamado po-
sibilidad se ha hecho muchas veces realidad. El Cristo abstracto ha sido concretado a
veces desde algo bueno en sí mismo y a veces desde algo sumamente peligroso. En am-
bos casos, sin embargo, con funestas consecuencias, especialmente para los pobres.
Como ejemplo de lo primero, mencionemos la imagen del Cristo-amor . Con ello se afirma
algo verdadero, evidentemente, pero hasta que no se diga desde Jesús en qué consiste
ese amor, cuáles son sus formas y sus prioridades, el amor permanece abstracto, puede
incluir, pero también excluir o incluso rechazar formas fundamentales del amor de Jesús,
tales como la justicia y la parcialidad amorosa a los pobres. El Cristo “caritativo” o pura-
mente “asistencial” ha hecho ignorar durante siglos e incluso contradecir al Jesús profeta
de la justicia. La consecuencia de esta grave reducción ha sido la beneficencia a unos
pocos y el olvido de la justicia a los muchos. Como ejemplo de lo segundo mencionemos
la imagen de Cristo-poder . Es sumamente comprensible que la religiosidad popular bus-
que algún poder en Cristo, pero tradicionalmente el Cristo-poder ha sido (y sigue siendo)
la imagen deseada por legitimar una forma de poder. Para ello tienen que comprender el
poder exactamente de forma contraria a como lo hizo Jesús: poder que está arriba, y que
por estar arriba es sancionado por Dios. El Cristo “poderoso” y el Señor “omnipotente” que
están arriba han hecho ignorar y contradecir al Jesús cuyo poder es servicio y cuyo lugar
está abajo, en la fuerza de la verdad y del amor. Y han justificado que el lugar del poder
tiene que estar arriba, porque arriba está Cristo. Las consecuencias son sancionar la ten-
dencia de comprender el poder como imposición hasta llegar a la opresión, y así a justifi-
car, en nombre de Cristo, todo tipo de autoritarismos y despotismos civiles y eclesiásticos.

Un Cristo “reconciliador”
Este es otro ejemplo de sublime abstracción, pero lo mencionamos explícitamente, dada
su repercusión en la inocultable conflictividad de la realidad latinoamericana. Es verdad
fundamental que Cristo es la reconciliación de lo humano y lo divino, en las palabras de
las afirmaciones conciliares; la “recapitulación de todo”, en las bellas palabras de Ireneo.
Pero estas afirmaciones son peligrosas si se hacen sin suficiente dialéctica. Sistemática-
mente, es peligroso hacer pasar por afirmación adecuadamente histórica lo que es esen-
cialmente una afirmación-límite y escatológica. Históricamente, es peligroso confesar al
Cristo-reconciliador sin tener centralmente en cuenta a Jesús de Nazaret, y es peligroso
que, cuando se lo recuerde, se presente a un Jesús pacífico, sin denuncia profética, a un
Jesús de las bienaventuranzas a los pobres (que, además, no han solido ser entendidos
como pobres reales), sin maldiciones a los ricos, a un Jesús que ama a todos, pero sin
concretar la forma diversa que toma ese amor: defensa de los pobres y radical exigencia
de conversión a sus opresores.
También la soteriología tradicional (reflexión sobre la salvación) ha contribuido a esta vi-
sión ingenua y precipitadamente reconciliante de Cristo al interpretar su cruz como recon-
ciliación transcendente de Dios con los hombres, pero fuera del marco del conflicto histó-
rico que causan los pecados históricos de los hombres. Paradójicamente, con la cruz se
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ha solido expresar el máximo conflicto y el máximo pecado, cósmicos, transcendentes,
pero en ella no se han reflejado los gravísimos conflictos y los pecados históricos que lle-
varon a la cruz a Jesús y que hoy llevan a ella a los pueblos oprimidos. Las consecuen-
cias prácticas han sido generar una imagen de Cristo en la que está ausente la conflictivi-
dad real de la historia y la toma de postura de Jesús ante ella, con lo cual se han favore-
cido ideologías inmovilistas o pacifistas a ultranza y el apoyo a todo lo que sea “ley y or-
den”.
Un Cristo “absolutamente absoluto”
Esta crítica puede parecer chocante, pues es evidente que, para la fe cristiana, Cristo es
un absoluto, y puede parecer además injusta, pues la misma fe –y las cristologías lo sue-
len tomar en cuenta– siempre ha presentado a Cristo esencialmente “en relación” al Pa-
dre y al Espíritu dentro de la Trinidad. La afirmación, sin embargo, debe ser criticada si
lleva a ignorar la constitutiva relacionalidad histórica de Jesús hacia el Reino de Dios y
el Dios del Reino. Por ello, a su relacionalidad trinitaria transcendente hay que añadir su
relacionalidad histórica: que Jesús no fue para sí mismo, sino que tuvo un polo referencial
en el Reino de Dios y en el Dios del Reino, que incluso después de la resurrección es re-
ferido al Padre, hasta que éste sea todo en todo (1Co 15, 28). Este recordatorio es impor-
tante por las consecuencias que se deducen de una imagen “absolutamente absoluta” de
Cristo, es decir, cuando se absolutiza al mediador Cristo y se ignora su relacionalidad
constitutiva hacia la mediación, el Reino de Dios Una de ellas es la de posibilitar una re-
ducción personalista de la fe, la cual ha llevado de nuevo, a abandonar la realidad históri-
ca a su miseria. Es la imagen de Cristo como un “tú” último, en cuya relación se decide y
alcanza su máxima expresión la fe cristiana. El ideal de ser para Cristo, de amar a Cristo
es, evidentemente, cosa buena, pero si de ahí se pasa al amar “sólo” a Cristo o a que es-
to sea lo único y verdaderamente decisivo, entonces se convierte en cosa peligrosa, como
lo muestra la historia de la vida de perfección y de la vida religiosa, pues en nombre del
máximo amor al “mediador” puede minusvalorarse el amor a los hermanos y a los oprimi-
dos, paradójicamente, el amor que Jesús exigió sobre la tierra para la construcción de la
“mediación”, el Reino. La otra es ofrecer un símbolo religioso para sancionar absolutos
históricos que, evidentemente, no lo son: configuraciones sociopolíticas concretas, la cris-
tiandad y sus modernos sucedáneos, la Iglesia misma.
Abstracción sin concreción, reconciliación sin conflicto, absoluto sin relación son graves
peligros de la imagen tradicional de Cristo, que las cristologías pueden propiciar, cons-
ciente o inconscientemente. En la crudeza con que lo hemos descrito serán pocas las que
acepten reconocerse en este análisis, pero las ha habido claramente en el pasado y de
forma más sofisticada –sobre todo, por omisión– las sigue habiendo en el presente. En
cualquier caso, ahí están sus consecuencias: siglos de fe en Cristo no han sido capaces
de enfrentar la miseria de la realidad y ni siquiera de sospechar que algo hay de escanda-
loso en la coexistencia de injusta miseria y fe cristiana en el continente. Desde este punto
de vista, la nueva imagen de Cristo no es sólo una inesperada y bienvenida novedad, sino
que es también el desenmascaramiento y superación de lo a-cristiano o anticristiano de
las imágenes anteriores.

Habitando territorios
Es un buen momento para recuperar las claves compartidas hasta aquí y anotar, a modo
de breves oraciones, lo que nos haya resultado más significativo sobre el punto de partida
de la cristología.

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Como invitación a habitar estos territorios cristológicos, podemos ver el siguiente video
donde la teóloga evangélica Nancy Bedford nos presenta las claves de esta mirada:

Para ver el video, haz click aquí.

¿Cuáles son las preguntas cristológicas que se expresan desde la realidad contextual en
que nos encontramos cada uno/a de nosotros/as?
¿En qué sentido la teología puede ser, es una invitación y una promesa?
¿Cómo “juntar” la mistagogía y las prácticas de transformación de un mundo injusto, de
un mundo sufriente?
¿En qué “nos abre la cabeza” el encuentro con Jesús? ¿Cuál ha sido en nuestra vida la
“ruptura epistemológica” provocada por la fe en Jesús?

Sería una buena actividad para cosechar los frutos de este encuentro, re-
visar nuestros materiales de catequesis y cuál es el punto de partida:
 ¿el Jesús histórico? ¿Las formulas dogmáticas? ¿Las formulaciones bíbli-
co-dogmáticas? ¿El kerygma? ¿En qué lo notamos?
 ¿Aparecen algunas de las imágenes alienantes mencionadas por Jon So-
brino?

Linda invitación a hacer eco de las palabras y frases que más re-
suenen en nuestra experiencia de seguimiento….
Para ver el video, haz click aquí.

Como actividad para el foro, les proponemos compartir algunos ejemplos de


las imágenes alienantes rastreadas en el ejercicio personal y, finalmente,
compartir que les sugiere la siguiente frase de Pedro Casaldáliga: "Es fácil
llevar a Jesús en el pecho, lo difícil es tener pecho, coraje para seguir a Je-
sús"

Texto complementario de profundización


El Jesús Histórico a la luz de la exégesis reciente. Rafael Aguirre.

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