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Universidad del Valle

Maestría en Historia

Seminario de Investigación I

Alvaro José Otero- 1803664

Reseña

Arostegui, Julio. La investigacion Historica: Teoria y Metodo . Barcelona : CRITICA,


1995.

Llevar a cabo una aproximación al terreno que le es propio a la metodología de la


investigación histórica desde la perspectiva de Julio Aróstegui significa el reconocimiento de
la necesidad de llevar a cabo reflexiones y de introspecciones de la profundidad suficiente
que nos permitan desentrañar la naturaleza de lo histórico en la existencia del ser humano y
la manera en que esta dimensión (la histórica) es susceptible de ser investigada, “La
Investigación Histórica: teoría y Método” es uno de los referentes teóricos fundamentales en
lo que a practica investigativa se refiere, aunque como es de esperarse, no se reduce a un
enlazamiento de metodologías o formas de investigación que se consideren propias de la
historiografía, sino que se preocupa por establecer el lugar que esta ocupa en las ciencias
sociales teniendo siempre como referente los avances y marcos de referencia de las ciencias
naturales.

En introducción a la sección primera de su obra Aróstegui plantea directamente su objetivo


fundamental que radica en lograr hacer una distinción lo más seria posible entre la historia
como entidad y la historiografía como conocimiento de la historia, el cuestionamiento
principal que pretende profundizar en este caso es que atañe a dilucidar cuales son los
fundamentos necesarios para elaborar una teoría de la historia, para tal efecto, el autor llama
la atención sobre la ausencia de reflexión por parte de los historiadores sobre su propia
disciplina, puesto que ha concebido la escritura de la misma como su única labor y han dejado
al margen la tarea de pensar su disciplina.

De entrada, el autor enfatiza la necesidad de establecer una diferencia con respecto a la


palabra historia; una es la realidad de lo histórico, otra, la disciplina que estudia lo histórico,
esto cobra mucho más sentido si se tiene en cuenta como regla general las ciencias tienden a
estructurar un lenguaje que les es propio, un conjunto de conceptos que las delinean con
respecto de las otras, en nuestro caso “se ha dicho a menudo que el empleo de una misma
palabra para designar tanto una realidad especifica como el conocimiento que se tiene de ella
constituirá una dificultad apreciable para el logro de conceptualizaciones claras” (Arostegui,
1995).

Este es precisamente el problema que aparece al momento de distinguir la historia como


suceso, de la historia como estudio del mismo, por su parte, Hayden White trato de esclarecer
la situación al argumentar que la historia comprende el pasado o la cadena de acontecimientos
que constituyen un proceso, como también, las explicaciones sistemáticas de dichos sucesos.
Esto nos deja ante la introducción de un concepto que de primera mano parece auxiliar: la
“Historiografía”, o en su acepción más elemental, investigación y escritura de la historia, “la
palabra historiografía seria, como sugiere también Topolsky, la que mejor resolviera la
necesidad de un término para designar la tarea de la investigación y escritura de la historia,
frente al termino historia que la designa como una realidad” (Arostegui, 1995) en la que el
ser humano se encuentra inmerso y de la cual hace parte al mismo tiempo.

Al momento de abordar el lenguaje que ha de construirse dentro de los marcos de referencia


que la historia tiene para sí misma, Aróstegui subraya que es precisamente esta una de las
grandes ausencias de la disciplina en vista de que apenas se han logrado establecer algunos
modos de referirse a etapas, procesos o coyunturas históricas particulares, so pena de esto, el
autor reconoce que la no creación de un lenguaje propio no es óbice para el proceder de una
ciencia, por su parte, la historia se ha servido del lenguaje literario y de las categorías
construidas en otras ciencias sociales, aun así, la vitalidad de una disciplina se muestra en su
capacidad para dotarse a sí misma de lenguaje.

Lo anterior desemboca necesariamente en la perentoriedad de reconocer las insuficiencias


metodológicas en la historiografía pues si en el campo del lenguaje propiamente histórico se
pueden palpar grandes ausencias, en lo tocante a la cuestión teórica y metodológica la
preocupación viene a ser la misma, según Aróstegui una de las razones que parecen explicar
este vacío es el amplio trasegar de la historia, en comparación a otras ciencias sociales que
no ha posibilitado el establecimiento de una suficiente fundamentación disciplinar. Sumado
a lo anterior, el no abandono del proceder de la cronística y la mera descripción narrativa son
un obstáculo sin superar del todo aun, la situación se torna más problemática aun si se tiene
en cuenta que la dificultad del historiador para la introspección y reflexión sobre sus propios
métodos.

En este punto el autor establece lo que considera los dos puntos de partida fundamentales
para construir en adelante el andamiaje de su argumentación, primero, “toda formación
teórica mínima del historiador tiene que basarse en un análisis suficiente de lo que es la
naturaleza de lo histórico” (Arostegui, 1995); y segundo, “la articulación de una buena
formación historiográfica tiene que estar siempre preocupada también de la reflexión sobre
el método” (Arostegui, 1995), a este respecto, Aróstegui reconoce que los principales
avances se dieron después de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de 1970 en donde
emergieron orientaciones más variadas de la investigación junto con el florecimiento de la
herencia dejada por Annales y el auge de la perspectiva marxista.

De manera analógica a las limitaciones patentes en el campo de la formación del historiador,


están las referentes a las insuficiencias actuales en la profesionalización del historiador ante
los cuales se necesita la renovación de los presupuestos y prácticas de los presupuestos
historiográficos a través de la revisión de la formación que se da al historiador, en otras
palabras, su formación científica puesto que esta adolece del rigor y profundidad necesarios,
al tiempo que la enseñanza del oficio propiamente dicho que se procura en la universidad.

En lo tocante al contenido de la teoría y la metodología historiográficas el autor llama la


atención sobre la costumbre que existe en otras ciencias sociales de producir tratados en los
que se exponen sus fundamentos epistemológicos y su proceder metodológico, es decir, lo
perteneciente a la teoría constitutiva y a la teoría formalmente disciplinar. Ahora bien, ¿por
qué no se escriben tratados de historia? Antes de responder es necesario precisar a qué nos
referimos con un fundamento teórico para la práctica historiográfica, Aróstegui conviene en
afirmar que “es cierto de todos modos, que reflexionar teóricamente sobre la historia equivale
a una primera investigación de ella, equivale a decir qué es y cómo se manifiesta lo histórico
en nuestra experiencia” (Arostegui, 1995).

Al mismo tiempo se define la teoría como conjuntos de proposiciones referidas a la realidad


empírica, que intentan dar cuenta del comportamiento global de una entidad, en este caso, la
posibilidad y la realidad del conocimiento histórico, esto es la teoría de la historiografía. A
propósito de la teoría constitutiva Aróstegui deja claro que se ocupa de un problema único,
es decir, el establecimiento de lo que es la historia dentro de la experiencia humana. Por otro
lado, la teoría disciplinar apunta al tratamiento de las características de su estructura interna,
en otras palabras, la forma en que la historia articula y ordena sus conocimientos.

Seguidamente el autor se propone responder a propósito de la pregunta por la cientificidad


de la historiografía, de ahí que sea necesario establecer la discusión en el marco del
conocimiento científico “que es la vertiente específica del problema que aquí nos interesa, es
la forma de la teoría del conocimiento que llamamos epistemología” (Arostegui, 1995) .
Sobre la concepción del conocimiento que entendemos como científico hay un sinnúmero de
equívocos, por lo tanto, Aróstegui subraya que se refiere a este como el producto de la
revolución científica moderna, lo cual no significa que este deba ser concebido como un tipo
de conocimiento rígido o unívoco, es necesario asumir una postura moderadamente
relativista.

A interior del conocimiento se ha establecido algunas caracterizaciones que permiten


distinguir dos tipos del mismo, en el caso de C.G. Hempel divide las ciencias entre empíricas
y no empíricas, para establecer una dicotomía entre las ciencias de la naturaleza y las del
hombre. Por su parte la tradición filosófica alemana de fines del Siglo XIX propuso una
distinción entre ciencias nomotéticas, es decir, las que proponen leyes y las idiográficas, que
abordan comportamientos singulares.

De lo anterior puede decirse que “las ciencias del hombre, no estarían capacitadas para dar
explicaciones en forma de teorías, sino que deberían dirigirse a comprender el significado de
las acciones humanas” (Arostegui, 1995). Sobre estas últimas existe la discusión de su
posibilidad ¿es posible una ciencia del hombre y como consecuencia de la sociedad? Algunos
por su parte como John Searle han propuesto que tal cosa es imposible, otros la consideran
verosímil y finalmente están quienes ven en la historia una ciencia social de carácter distinto
a las ciencias de la naturaleza.

El abanico de problemas de orden epistemológico que atañen a las ciencias sociales es


bastante amplio, pero el autor se limita a enunciar los más acuciantes, para después centrarse
en los que tocan directamente a la historia que son: los modos de observación y
experimentación, la posibilidad de objetividad y la resolución de problemas derivados de la
explicación. En cuento al primero es evidente la dificultad que tienen las ciencias sociales en
términos metodológicos pues la experimentación les está vedada debido a las especificidades
sustantivas de lo social.

En lo tocante a la objetividad Aróstegui señala que no es una problemática que ocupe


únicamente a las ciencias sociales, sino que atraviesa el conocimiento en todos los campos.
Pese a esto, dicha problemática en las ciencias naturales está caracterizada por el
distanciamiento, mientras que en las del hombre la característica fundamental es la del
compromiso. La resolución de los problemas que se derivan de la explicación apuntan “a la
posibilidad de establecer teorías para explicar conjuntos de fenómenos sociales, lo que nos
lleva a la cuestión central de la posibilidad de establecer leyes sociales en sentido estricto”
(Arostegui, 1995).

Ubicar a la historia en el campo o en la categoría de ciencia pareciera ser fácilmente aceptado,


pero al contrario, significa la aparición de múltiples problemas y cuestiones de orden
epistemológico, por lo tanto, el autor afirma con claridad que su postura es “la de que la
historiografía es en sentido pleno parte integrante de las ciencias sociales” (Arostegui, 1995).
La cuestión radica en que, aunque la historiografía se puede ubicar sin dificultad en el
conjunto de las ciencias sociales, se puede discutir si a este conjunto de disciplinas les resulta
conveniente este apelativo en el sentido duro y estricto de ciencias, aunque es indiscutible
que estas tienen dentro de sí prácticas de orden científico.

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